miércoles, 20 de diciembre de 2023

 


Reino de Mallorca

Jaime I el Conquistador
(1208-1276)

https://www.biografiasyvidas.com/biografia/j/jaime.htm

 Jaime I (Montpellier, 1208- Valencia, 1276/1213-1276). Llamado el Conquistador. Rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, conde de Barcelona y de Urgel y señor de Montpellier. Hijo de Pedro II de Aragón y de María de Montpellier, fue engendrado de forma casual, según la leyenda, debido a las malas relaciones de sus progenitores. Como Pedro II no quería ver a la reina, un caballero, con engaños, haciéndole creer que en el lecho estaba otra dama a la que cortejaba el monarca, logró llevarlo al palacio de Mirabais, introducirlo en la cama y conseguir que la reina quedara encinta. En este palacio de Montpellier nació el 2 de febrero de 1208 el primogénito. La reina ordenó encender doce cirios con los nombres de los apóstoles, manifestando que el que durara más daría el nombre de su hijo, lo que sucedió con Santiago Apóstol, san Jaime.

     Casó Jaime I el 6 de enero de 1221 en Ágreda con doña Leonor, hija de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor de Inglaterra a los catorce años. El matrimonio fue anulado por la Iglesia por razones de parentesco cuando el rey cumplió 22 años y tenía ya un hijo (don Alfonso, muerto en 1260), a petición de don Jaime.

     El segundo matrimonio de don Jaime se celebró en Barcelona el 8 de septiembre de 1235, contando veintiséis años, y siendo la elegida doña Violante, hija de Andrés II de Hungría, y mujer de carácter fuerte, cuyo objetivo fue hacer reyes a sus hijos Pedro y Jaime, mediante la persecución a Alfonso y la intervención en la política real. Tuvieron cuatro hijos y cinco hijas: Pedro III, el sucesor al trono; Jaime, que reinaría en Mallorca; Fernando, murió en vida del padre; y Sancho, arcediano de Belchite, abad de Valladolid y arzobispo de Toledo, falleciendo en 1275 prisionero de los moros granadinos. Las hijas fueron: Violante, que casó con Alfonso X de Castilla; Constanza, casada con el infante castellano don Manuel, hijo de Fernando III; María, que entró en religión; Sancha, que murió como peregrina en Tierra Santa; María, que fue religiosa, e Isabel, casada en 1262 con Felipe III de Francia. La reina Violante de Hungría murió en Huesca, el 12 de octubre de 1251.

     Tradicionalmente se ha considerado que fue el deseo de Violante de conseguir buenas herencias para sus hijos el motivo que llevó a convencer a Jaime I de la partición de sus reinos, pero a esta explicación simplista se añade también su concepción patrimonial, que convirtió la Corona de Aragón en una serie de piezas que manejó a su antojo, y así, hizo un primer reparto (1241), según el cual el primogénito Alfonso heredaría Aragón y Cataluña, la herencia peninsular de su padre, y Pedro, habido con Violante, Valencia, las islas Baleares, el Rosellón y la Cerdaña. Ero en 1243 en un nuevo testamento legó a Alfonso Aragón; a Pedro, Cataluña y Valencia, y las Baleares, a Jaime. De nuevo testó en 1248, incluyendo en el reparto al nuevo hijo, Fernando. Muerto Alfonso (1260), otorgó nuevo testamento y legó (1262) a Pedro Aragón, Cataluña y Valencia; a Jaime, las Baleares, Rosellón, Cerdaña y Conflent.

     Tras la muerte de Violante el rey se lanzó a una carrera de amoríos, ya que, como anotaron sus cronistas, era hom de fembres, debiendo citarse a Aurembiaix de Urgel; o Teresa Gil de Vidaure, a la que se prometió en matrimonio, pero el rey la abandonó cuando enfermó de lepra, con la intención de casarse de nuevo. Doña Teresa recurrió a Roma y el papa no anuló dicho matrimonio, lo que movió la ira de Jaime I contra su confesor el obispo de Gerona, acusándolo de revelar el secreto de confesión de su matrimonio, y le mandó cortar la lengua, según los cronistas. De este matrimonio nació Jaime, señor de Jérica, y Pedro, señor de Eyerbe. De sus relaciones amorosas con Guillerma de Cabrera nació Fernán Sánchez, al que entregó la baronía de Castro. Con Berenguela Fernández tuvo a Pedro Fernández, señor de la baronía de Híjar, mientras que con Berenguela Alfonso, hija del infante Alfonso de Molina, no tuvo descendencia. Estos bastardos reales, pues, fueron el origen de algunas de las más importantes casas nobiliarias de Aragón y Valencia.

     Jaime I fue un rey de gran carácter y una fuerte personalidad, como se ve en su propia Crónica y en las descripciones que nos han dejado otros autores, en particular Desclot. El rey aparece como un personaje de considerable estatura, de cabello rubio y, como cuenta Desclot, de presencia caballeresca, blanco de cutis y de pelo rubio, hermosos dientes y finas y largas manos. Entre sus cualidades morales sobresalen dos: su generosidad y su fidelidad a la palabra empeñada. Religiosidad y belicosidad se entremezclan en su personalidad, fruto de su crianza y educación entre los templarios, de forma que considera su espíritu cristiano al servicio armado de la cristiandad, plasmado en la lucha contra el Islam. En su vida y sus empresas vemos también la fe, el providencialismo y la devoción mariana, como testimonian las numerosas mezquitas transformadas en templos cristianos y consagradas a María. Su valentía y orgullo también forman parte de su personalidad, visible en el episodio de sacarse él personalmente la saeta que le atravesó el hueso del cráneo; el orgullo de su familia, conservado hasta su vejez; su sensibilidad, visible en el episodio de la golondrina que anidó en su tienda, las lágrimas derramadas al conquistar Valencia y tantos episodios, que no son incompatibles con la crueldad, como cortarle la lengua al obispo de Gerona. Fue un gran creyente y un gran pecador, además de mujeriego, ya que sus últimos añores corresponden a las vísperas de su muerte. Monarca longevo, falleció a los 71 años, tras sesenta y tres de reinado, que coincide con la época del apogeo medieval.

     La infancia de Jaime I fue muy difícil porque su padre abandonó a la reina María y también al propio Jaime, envuelto en la vorágine de las guerras en el Midi francés, donde Pedro II halló la muerte en la batalla de Muret (1213), quedando el infante en manos de su enemigo Simón de Montfort, a cuya hija había sido prometido. Ese año falleció la reina María en Roma. Fueron años difíciles, pues ya de niño Jaime sufrió un atentado en la cuna. Su reinado se inició con una minoría bajo la protección especial del Papa Inocencio III, que hizo que en 1214 Simón de Montfort devolviera al rey-niño y la permanencia desde 1215 en Monzón, confiado a la orden del Temple, según las disposiciones de la reina María: un consejo de regencia integrado por aragoneses y catalanes, presidido por el conde Sancho Raimúndez, hijo de Ramón Berenguer IV y tío abuelo de Jaime, gestionaba los asuntos públicos en estos primeros años.

     Una de las primeras dificultades que tuvo que afrontar el rey-niño, fue la amenaza del nuevo Papa Honorio III, sucesor de Inocencio, defensor de Simón de Monfort, de replicar a los intentos de los aragoneses de vengar la muerte del rey Pedro; situación aprovechada por el abad de Montearagón Fernando, tío del rey, para oponerse al regente don Sancho y obligar a la reunión de la curia real en Monzón en 1218, concluyendo la regencia del conde por la presión del bando contrario en el que figuraban los nobles aragoneses Jimeno Cornel, Pedro de Ahones y Blasco de Maza, que luego participaron activamente en los enfrentamientos de la nobleza y la monarquía. En 1219 inició su andadura un nuevo consejo encabezado por el arzobispo de Tarragona, periodo que se puede considerar finalizado con la boda de Jaime con Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII, cuando apenas tenía 13 años, en 1221. Ese año se celebraron Cortes en Daroca, a las que asistieron para prestar homenaje al rey el conde de Urgell y el vizconde de Cabrera. La pugna nobleza-monarquía se recrudeció durante los primeros años del monarca, alternando las estériles luchas nobiliarias, la bancarrota financiera heredada de su padre, los problemas derivados de la sucesión en el condado de Urgell y el enfrentamiento con los Montcada y los Cabrera, y la rebelión de los ricos-hombres aragoneses tras la muerte de Pedro de Ahones en 1226.

     La habilidad de Jaime I le permitió crear márgenes de actuación relativamente holgados, utilizando para ello la empresa reconquistadora contra el Islam. Se trataba de un proceso mucho más amplio, inscrito en el marco global de la política de los reinos cristianos peninsulares. En efecto, a partir de 1212 y a raíz de la batalla de las Navas de Tolosa se produjo el hundimiento y la fragmentación del poder almohade en al-Ándalus, que propició en las décadas siguientes el avance de las fronteras de los reinos cristianos hacia el sur, y así, mientras Portugal llegaba al Algarbe en 1249, Fernando III de Castilla conquistaba Sevilla (1248) y Jaime I el castillo y villa de Biar (1245), dando por finalizada la conquista de las tierras valencianas. Al por qué de estas campañas, la historiografía ha dado muy variadas explicaciones, y si el hispanista francés Pierre Guichard la ve como el resultado de la superioridad militar de los cristianos, en el marco del choque entre una sociedad cristiana feudalizada y una sociedad islámica tributaria, incapaz de generar un poder político y militar fuerte, capaz de resistir una ofensiva exterior, otros autores insisten en la importancia que la guerra, la conquista de nuevas tierras, tiene para la clase feudal dominante, los nobles, como medio de incrementar su patrimonio y rentas, lo que en este caso se haría a costa de los andalusíes, fragmentados políticamente y débiles militarmente, en tanto que para R. I. Burns lo fundamental sería el espíritu de cruzada que impregnaría a los cristianos, tesis hoy poco compartida. No olvidemos que desde 1228 el rey propiciaba un programa para reafirmar su poder, para recuperar el prestigio y la autoridad de la Corona, que su padre había arruinado, y para ello propuso una empresa militar colectiva que beneficiara a todos, con el rey como motor y como cabeza suprema de este proyecto.

     En las Cortes de Tortosa de 1225 se proclamó la necesidad de emprender la reconquista contra el Islam, que se inició con el fracaso del sitio sobre Peñíscola, al no contar con la colaboración de los caballeros aragoneses. Pero no por ello cejó en su empeño de ir contra Valencia y en 1226 planeó una nueva expedición, partiendo de Teruel, que no llegó a realizarse por el fracaso de la convocatoria, aunque el rey de Aragón obtuvo de Zayd Abu Zayd el pago de un quinto de sus rentas de Valencia y Murcia a cambio de la paz. El viejo sistema de las parias seguía teniendo plena vigencia. La violación de la paz por su vasallo Pedro de Ahones se saldó con su muerte y una guerra civil en Aragón. La fidelidad y ayuda del noble Blasco de Alagón fue compensada por Jaime I en 1226 con la concesión de todos los lugares y castillos que pudiera conquistar en territorio musulmán valenciano, hecho que años después tendría importantes consecuencias. En 1227, la intervención papal a través del arzobispo de Tortosa permitió firmar la concordia de Alcalá, que procuraba una paz entre el rey y sus aliados, por un lado, y las facciones de los barones por otro, lo que dejó la puerta abierta a las grandes empresas conquistadores de Jaime I. En el condado de Urgel el rey de Aragón restableció en su condado a Aurembiaix de Urgel, bastando una campaña para apoderarse de sus territorios, que ella traspasó a Jaime I. Este, a su vez, se los devolvió en feudo.

     Por entonces se produjo la descomposición política del Sharq al-Andalus y en 1228 Ibn Hud se proclamó emir de los musulmanes en Murcia, siendo reconocido por los arraeces de Alzira, Xàtiva y Denia, territorios que perdió Zayd Abu Zayd, cuyo dominio llegaba hasta el Júcar. La sublevación de Zayyan de Onda llevó a la guerra civil entre ambos, ocupando Zayyan Valencia y refugiándose Zayd en Segorbe y pidiendo la ayuda de Pedro Fernández de Azagra, a cambio de la cual entregó Bejís (1229) y quizá la cuenca del alto Turia. Zayt busca la ayuda de Jaime I y el 20 de abril de 1229 firmó en Calatayud un acuerdo por el que se declaró vasallo del rey de Aragón, le ofreció la cuarta parte de las rentas del territorio perdido y la donación de Peñíscola, Morella, Alpuente, Culla y Segorbe, a cambio de ayuda militar y la entrega de los castillos de Ademuz y Castielfabib.

     Jaime I fue el primer gran protagonista de la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, comenzando por la conquista de Mallorca, que Jaime promocionaría como una obra colectiva, que a todos beneficiaría. Ante las agresiones de los piratas mallorquines musulmanes a los mercaderes de Barcelona, Tarragona y Tortosa éstos pidieron ayuda al monarca, al que en la reunión de Barcelona (diciembre de 1128) ofrecieron sus naves, mientras que los barones catalanes acordaron participar en la empresa a cambio del botín y tierras. En otra reunión en Lérida los barones aragoneses aceptaron las mismas condiciones, pero sugirieron al rey que la empresa se dirigiera contra los musulmanes de Valencia. La conquista de Mallorca, aunque participó un grupo de caballeros aragoneses en virtud de sus obligaciones con el soberano, fue una empresa catalana, y catalanes serían la mayoría de sus repobladores.

     Las Cortes catalanas de 1228 reunidas en Barcelona concedieron al rey el subsidio correspondiente a la recaudación del impuesto del bovaje. La expedición estaba integrada por 150 naves y salió desde Salou, Cambrils y Tarragona el 5 de septiembre de 1229. Tras un largo asedio de tres meses, la ciudad de Palma se rindió el último día del año, y con ella el resto de la isla, que apenas ofreció resistencia. El rey volvió en 1231 a la isla, cuando moros no sometidos se ofrecieron al rey, sometiendo Menoría a la condición de tributaria. La isla de Ibiza fue conquistada en 1235 por el arzobispo de Tarragona, Guillem de Montgrí, y su hermano Bernat de Santa Eugènia.

     Mallorca se constituyó como un territorio más de la Corona bajo el nombre de regnum Maioricarum et insulae adyacentes, obtuvo una carta de franquicia en 1230 y la institución en 1249 del municipio de Mallorca contribuyó a la institucionalización del reino. La conquista supuso acabar con la piratería islámica en las Baleares, que se constituían en puente para el comercio entre Cataluña y el norte de África. Los participantes recibieron donaciones en la isla, en particular la nobleza, lo que fortaleció su poder político y social.

     La conquista de Valencia, auténtica obsesión para Jaime I, cuyas energías absorbió durante quince años, se preparó minuciosamente dada su trascendencia, una vez ocupada Mallorca y alejado el peligro musulmán del Mediterráneo. A pesar de los iniciales fracasos y del interés de los caballeros de frontera por beneficiarse para sí de estas conquistas, Jaime I no se inhibió de la empresa cuando Blasco de Alagón se apoderó de Morella en 1232 y fue un peligro para el fortalecimiento de la nobleza. En 1233 en Alcañiz se planificó la campaña, desarrollada en tres etapas: la primera dirigida a las tierras de Castellón, con la toma de Burriana en 1233 y otros enclaves, como Peñíscola; la segunda abarca la zona central con la conquista de Valencia (1238) y las tierras llanas hasta el Júcar, para lo cual las Cortes generales de Monzón de 1236 concedieron la ayuda necesaria y el Papa Gregorio IX dio a la empresa el carácter de cruzada. El Puig se tomó en agosto de 1237, fracasando una escuadra enviada por el rey de Túnez en auxilio de Valencia, firmándose unas capitulaciones el 28 de septiembre y entrando el rey en la ciudad el 9 de octubre; la tercera fase abarca desde 1243 a 1245 llegándose a los límites estipulados para la conquista entre Aragón y Castilla en el tratado de Almizrra en 1244, firmado entre Jaime I y el infante Alfonso para delimitar las áreas de reconquista de las Coronas de Castilla y Aragón. Las tierras al sur de la línea Biar-Vila Joiosa quedaron reservadas para Castilla, incorporándose al reino de Valencia por Jaime II tras la sentencia arbitral de Torrellas (1304) y Elche (1305).

     Jaime I obtuvo un gran triunfo sobre la nobleza, que consideraba las tierras conquistadas en Valencia como una prolongación de sus señoríos, al convertirlo en un reino propio (1239), formando una entidad político-jurídica propia unida dinásticamente a la Corona de Aragón, hecho que provocó la airada reacción de la nobleza aragonesa, que veía cercenadas sus posibilidades de hacer de las tierras valencianas una prolongación de sus señoríos aragoneses. El reino fue repoblado por catalanes y aragoneses, aunque durante mucho tiempo la población musulmana siguió siendo mayoritaria. La falta de respeto por los cristianos de los pactos y capitulaciones firmados con los mudéjares llevó a la sublevación de al-Azraq en 1247.

     En su pugna con la nobleza Jaime I encontró el soporte de la doctrina jurídica romana revitalizada por la escuela de Bolonia, que afirmaba la supremacía del príncipe, y por tal de contrarrestar a la insumisa nobleza, el rey favoreció decididamente a los municipios y a la burguesía. La renuncia a la política tradicional sobre el Midi hizo que la atención se desviara hacia el Mediterráneo. Y también se modificaron las relaciones con los reinos hispánicos.

     La falta de descendencia del monarca navarro Sancho VII a punto estuvo de llevar a la unión con Aragón. Ante las dificultades del rey de Navarra, al que hacía la guerra Castilla, deseosa de anexionarse parte del reino navarro, la solución que encontró Sancho VII fue establecer en 1231 un pacto de prohijamiento mutuo con Jaime I, en virtud del cual Sancho se convertía en padre de Jaime, y al morir uno de ellos, el otro le sucedería en sus territorios. El pacto era favorable a Jaime I, muy joven, dada la delicada salud y avanzada edad de Sancho VII, y contenía diversas cláusulas por la que el rey de Aragón debía defender Navarra frente a agresiones exteriores. Pero las campañas de conquista en Mallorca y Valencia hicieron que Jaime I se desentendiera de Navarra, donde al morir Sancho VII en 1234 subió al trono como su sucesor Teobaldo de Champaña.

     Con el reino de Castilla, además del tratado de Almizrra (1244) que delimitó las zonas de expansión hacia el sur de ambas Coronas, Jaime ayudó a su yerno Alfonso X a pacificar la rebelión de los mudéjares murcianos. Pero el interés de Jaime I por ayudarle desató la oposición de la nobleza aragonesa en las Cortes de Zaragoza (1264), que se negó a a cooperar, alegando que no obtenía beneficios en tal empresa. A pesar de tales reticencias, Jaime I acudió en ayuda del rey de Castilla, sometió Murcia en 1266 e inició un proceso de repoblación con catalanes y aragoneses, devolviendo luego Murcia a Alfonso el Sabio. También el Conquistador autorizó a sus súbditos a luchar con el rey de Castilla frente a la ofensiva de Marruecos y Granada.

     Para resolver sus diferencias con Francia, el 11 de mayo de 1258 Jaime I firmó con Luis IX (San Luis), el tratado de Corbeil, en virtud del cual Luis IX renunció a los derechos teóricos, que desde tiempos de Carlomagno pretendía tener sobre el Rosellón, Conflent y Cerdaña, y a los condados catalanes (Barcelona, Urgel, Besalú, Ampurias, Gerona y Vic), y Jaime I a los derechos -más evidentes- que le asistían sobre diversos lugares del mediodía francés. Prenda de la nueva amistad sería la infanta Isabel, hija menor de Jaime I, que casaría con Felipe, hijo y heredero de San Luis. Ahora cedió también Jaime I a la reina de Francia, doña Margarita, sus derechos a los condados de Provenza y Folcalquier, lo que tenía en el marquesado de Provenza y el señorío de las ciudades de Arles, Marsella y Aviñón, que fueron del conde Ramón Berenguer. El tratado ha sido juzgado con dureza por los historiadores, en particular los catalanes, ya que ponía fin a la expansión y política ultrapirenaica de la Corona de Aragón.

     Respecto a la política norteafricana de Jaime I el monarca se aprovechó del interés comercial que desde el siglo XII habían demostrado los catalanes. La política real se aprovechó de su presencia en los reinos o sultanatos de Marruecos, Tremecén y Túnez, dedicando sus esfuerzos a someterlos por diversos medios, utilizando el procedimiento de unir el comercio catalán al pago de un tributo por el sultán. Se establecieron alfòndecs (alhóndigas) en Túnez y Bugía, en tanto que las milicias cristianas actuaban al servicio de los hafsidas.

 

     Puede decirse que comienza ahora, en los últimos años de la vida del Conquistador, una etapa de fracasos, de decadencia: Corbeil, Tierra Santa, repartos de sus reinos y luchas internas, etc. En 1260 murió el infante Alfonso y en 1262 el rey se vio obligado a hacer un nuevo reparto, dando a Pedro, Aragón, Cataluña y Valencia, y a Jaime las Baleares.

     El espíritu de cruzada de Jaime I le llevó a emprender una expedición a Tierra Santa, como resultado de la embajada tártara que recibió mientras estaba en Toledo en la Navidad de 1268 para asistir a la primera misa de su hijo el infante Sancho, arzobispo de la ciudad. Los tártaros, enemigos de los turcos, ofrecían unir su ayuda a la del emperador bizantino Miquel Paleólogo en la expedición a Tierra Santa que desde hacía tiempo Jaime I proyectaba. El 4 de septiembre de 1269 zarpó de Barcelona una flota de 30 naves gruesas y algunas galeras, con ochocientos hombres escogidos, almogávares, los maestres del Temple y del Hospital, y los infantes Fernán Sánchez y Pedro Hernández. La empresa -que Soldevila sugiera que pudiera ir dirigida contra la isla de Sicilia- fue un fracaso total, pues una tempestad obligó a la flota a refugiarse en Aigües-Mortes, cerca de Montpellier, donde desembarcó el rey, que regresó por tierra a Cataluña, olvidándose de la empresa, lo que hizo de manera definitiva en el concilio de Lyón de 1274. Las razones del abandono nunca estuvieron claras y la mayoría de los historiadores apelan a la edad del monarca, con sesenta años, y, sobre todo, al deseo de estar junto a Berenguela Alfonso, con quien tenía amores.

     En 1274 asistió al concilio de Lyon reunido por Gregorio X en su deseo de ser coronado por el Papa, pero este le exigió a cambio la ratificación del feudo y tributo que Pedro II había ofrecido dar a la Iglesia, por lo que no hubo acuerdo.

     Los últimos años del reinado agudizaron los conflictos político-sociales, asistiendo a la revuelta de la nobleza catalana en 1259, encabezada por el vizconde Ramón de Cardona y Fernando Sánchez de Castro (bastardo de Jaime I), motivada por las diferencias con el conde de Urgel, en tanto que en los años setenta asistimos a una auténtica guerra civil, cuando el rey se vea presionado por los partidarios del primogénito, el infante Pedro, y por los rebeldes encabezados por el bastardo Fernández de Castro, aglutinador del frente nobiliario que calificaríamos de nacionalista, aunque todos lo que pretendían era imponer su autoridad a la Corona y alterar el autoritarismo regio a su favor, celosa también del ascenso social de los grupos urbanos y su apoyo a la monarquía. La lucha se saldó con la muerte del hermanastro Fernández de Castro por el infante Pedro (1275), mientras que sus partidarios aguardarían la hora de la venganza.

     En 1275 se sublevaron los mudéjares valencianos y Jaime I vino en persona a sofocar la revuelta. El Conquistador fue derrotado por los moros en Llutxent (junio de 1276), falleciendo el mes de julio de ese mismo año. Su herencia se repartió entre Pedro III de Aragón, Valencia y conde de Barcelona, y Jaime, que recibió Mallorca, y los condados de Rosellón, Cerdaña y el señorío de Montpellier.

     Fue en el reinado de Jaime I cuando se produjo el nacimiento de la conciencia territorial en la Corona de Aragón, sobre todo en los Estados fundacionales de Aragón y el principado de Cataluña, con la actuación de dos fuerzas: la normalización del Derecho, que creará una conciencia territorial, y la conversión de las Cortes, reflejo de una realidad estamentalizada, en una institución reivindicativa y cohesionadora de la conciencia de la comunidad. En el ámbito jurídico, los Fueros de Aragón superaban el derecho consuetudinario por un marco más amplio de reminiscencias romanistas. La obra la encargó Jaime I al obispo de Huesca, el jurista Vidal de Cañellas, promulgándose en las Cortes de Huesca de 1247, sustituyendo a tradiciones jurídicas locales como el fuero de Jaca. En Cataluña, la protección de la monarquía permitió el triunfo de los Usatges de Barcelona y su difusión territorial por Cataluña a mediados del siglo XIII. También Jaime I otorgó a Valencia una ordenación político-administrativa, la Costum (1240), de carácter municipal, que fueron revisadas en 1251. Los Foris et consuetudines Valentiae fueron confirmados por el rey en 1271 y se fueron extendiendo por todo el reino, a pesar de la oposición de la nobleza aragonesa, deseosa de mantener su legislación, lo que generó una pugna foral no resuelta hasta 1329 con el triunfo de los fueros valencianos.

     Fue durante su reinado cuando tuvo lugar la consolidación de las Cortes privativas de cada reino, que actuaron como elemento esencial en la creación de una conciencia diferenciadora de cada territorio. Desde que en 1244 se decidió que el Cinca fuera el límite entre Aragón y Cataluña, las Cortes se reunieron por separado, en tanto que en Valencia la incipiente institución comenzaba su andadura a partir de 1261, aunque su consolidación no tendrá lugar hasta el siglo XIV. Durante el reinado de Jaime I las ciudades interiores de la Corona perdieron impulso a favor de las ribereñas, estableciéndose la Corte y la cancillería -base del actual Archivo de la Corona de Aragón- en Barcelona.

     Aunque su reinado estuvo lleno de conflictos, no conviene olvidar la parte positiva de su obra, como señaló Ferran Soldevila: las conquistas de Mallorca y Valencia, el matrimonio de su hijo Pedro con Constanza de Sicilia, que daría un impulso decisivo a la expansión mediterránea; el impulso dado al comercio y a la política africana, la redacción del Llibre del Consolat de mar, primer código de costumbres marítimas; su protección a los judíos; las reformas monetarias, con la introducción del grueso de Montpellier y la creación de monedas propias en Valencia y Mallorca; su intervención en el movimiento jurídico, muy intenso, con figuras como Raimundo de Penyafort o Vidal de Cañellas, con el impulso dado al Derecho romano; el impulso dado a las instituciones generales, como las cortes, y municipales; el progreso de las letras catalanas, con el rey como protagonista en esa gran obra que es el Llibre dels Feits, primera gran crónica catalana medieval, escrita o dictada por el rey, en estilo autobiográfico.

     Para los historiadores aragoneses el juicio histórico sobre Jaime I suele ser negativo, acusándole de tener una concepción mezquina de la monarquía, ya que sin pensar en la unidad de la Corona, ya cimentada, separó Aragón y Cataluña, entregando la primera a Alfonso y la segunda a Pedro, quedando Valencia para el tercer hijo, Jaime. Complicó el problema con el trazado de la frontera entre Aragón y Cataluña, tras la adjudicación final de Lérida a Cataluña, y puso la frontera en el cauce del Cinca, y el resultado fue el enfrentamiento entre ambos países, que llevaban cien años unidos. Y la misma opinión les merece sus acciones de conquista y la creación de los reinos de valencia y de Mallorca que no correspondían a las necesidades ni al espíritu del momento y que fragmentaron la unidad de la Corona, que de ser un espacio unificado pasó, por obra de Jaime I, a cuatro estado bajo la soberanía de un mismo rey y sin ningún ideal común. A. Sesma no dudó en calificarlo como el rey más anti-aragonés de la Historia. Obviamente, para mallorquines y valencianos, la visión del monarca es radicalmente opuesta y es el gran rey, el tótem histórico, el mito, el punto de partida de los futuros reinos de Mallorca y de Valencia, el creador de sus señas de identidad hasta nuestros días: territorio, fueros, moneda, instituciones, etc.

 

Bibliografía

  • Belenguer Cebriá, E. Jaume I a través de la Història, València, Tres i Quatre, 1984.
  • Burns, R.I. Jaume I i els valencians del segle XIII, València, Tres i Quatre, 1981.
  • —. Colonialismo Medieval, Valencia, Tres i Quatre, 1987.
  • Ferrer Navarro, R. Conquista y repoblación del reino de Valencia, Valencia, 1999.
  • Guinot, E. Els fundadors del regne de València, Valencia, 1999.
  • Lalinde, J. La Corona de Aragón en el Mediterráneo medieval, 1229-1479, Zaragoza, 1979.
  • SalrachJ.M. Història dels Països Catalans dels orígens a 1714, vol. 1, Barcelona, 1981.
  • Santamaría, A. Ejecutoria del reino de Mallorca, Palma de Mallorca, 1990.
  • Sesma, J.A. La Corona de Aragón. Una aproximación histórica, Zaragoza, 2000.
  • Soldevila, F. Les Quatre Grans Cròniques. Jaume I, Declot, Muntaner i Pere III, Barcelona, Selecta, 1971.
  • . Vida de Jaume I el Conqueridor, Barcelona, Aedos, 1958, reed. 1969.
  • —. Jaume I. Pere el Gran, Barcelona, 1980 (3 edición).
  • VV.AA. Jaime I y su época, X Congreso de Historia de la corona de Aragón, 3 vols. Zaragoza, 1979-1982.

 

https://www.cervantesvirtual.com/bib/historia/monarquia/jaime_i.shtml

Jaime II de Mallorca
(1276-1285 y 1295-1311)

https://productesdemallorca.es/los-reyes-de-mallorca/

 

 Jaime II (1243-1311) nace en 1243 en un ambiente familiar, político y cultural bien determinado. Jaime creció en el seno de una familia grande y diversa -nada excepcional en aquel tiempo- integrada por su hermanastro mayor, Alfonso (hijo de Jaime I y de Leonor de Castilla) y por sus hermanos y hermanas Pedro, Isabel, Violante, Sancho y Fernando (hijos de Jaime I y de Violante de Hungría). Además se sumaron nuevos hermanastros por las relaciones de Jaime I con otras damas, entre ellas Teresa Gil de Bidaurre, con la que contrajo matrimonio.

     La infancia y juventud de Jaime estuvieron regidas por la excepcionalidad de una familia destinada a gobernar en un período de expansión, pero también de conflictos. Efectivamente, dolor y conflicto tiñen sus primeros años: la muerte de su madre Violante, cuando él apenas tenía ocho años, el fallecimiento de sus hermanos Alfonso y Fernando, el alejamiento de sus hermanas Isabel y Violante, al contraer matrimonio respectivamente con los herederos de Francia y de Castilla, el trágico fratricidio de su hermano Pedro contra su hermanastro Fernando Sanxis. La tragedia continuó cuando Jaime I se separó de Teresa Gil afectada de lepra.

     El contexto político en el que nace Jaime se caracteriza por el dinamismo y las posibilidades. Tras la batalla de Muret, en 1213, la Corona de Aragón entra en una larga etapa de desestabilización que se prolonga hasta 1227; en esta fecha la firma de la Paz de Alcalá pone un punto y final al conflicto con los elementos feudales. La crisis almohade abre entonces un mundo de posibilidades. Empresas, como la conquista de Baleares, son fácilmente culminadas en 1230-1232. Empresas, como la conquista del reino de Valencia, son hábilmente manejadas por Jaime I, al conseguir la capitulación de la ciudad de Valencia.

     La Corona de Aragón del primer decenio del siglo XIII, no guarda ya ningún parentesco con la Corona ampliada de 1243. Mientras tanto, posibilidades abiertas, como la incorporación de Navarra quedaron frustradas en 1234, y la reordenación del Sur de Francia se contemplaba ahora desde nuevas perspectivas, aunque a Jaime I le faltó acaso determinación para imponerse en la región. En efecto, la falta de herederos varones de los condes de Provenza y de Tolosa abría posibilidades e incluso margen a la osadía para hacerse con un control, siquiera mediato, con dichos territorios. El resultado fue que una década después Provenza y Tolosa cayeron en la órbita francesa debido al matrimonio de Carlos d´Anjou y de su hermano Alfonso de Poitiers con las herederas de dichos condados. En el Tratado de Corbeil, de 1258, en realidad Jaime I sancionaba una década de diplomacia inoperante en la zona.

     Así como Jaime I tuvo una formación peculiar, a manos de los templarios, su hijo Jaime recibió una educación más normalizada. Alejado del padre, como era costumbre en la época, en sus primeros años de vida, se le asignaron preceptores como Ramón de Penyafort y posiblemente también Ramón Llull. Después, entre 1248 y 1254, fue enviado a París para completar su formación. Se trata de un período oscuro de su vida, apenas documentado, pero del que sobresale su clara tendencia hacia el franciscanismo.

     A partir de entonces comienza su etapa de responsabilidades políticas. Una época caracterizada por el inicio de la experiencia de gobierno como procurador en el reino de Mallorca y en los condados continentales y por el cruce de los proyectos sucesorios de Jaime I, mantenidos por el rey a lo largo de su reinado, pese a los sucesivos conflictos familiares que suscitó. Tras un primerizo testamento de 1232, cuando el rey confió la sucesión a su hijo Alfonso, entró en una dinámica de repartos, en los que incluyó a sus demás hijos Pedro, Jaime y Fernando. Tras el fallecimiento de Alfonso y Fernando, Jaime I modificó su criterio, en lugar de repartir, segregaría una pequeña parte de los territorios a favor de Jaime. Este es el origen de la Corona de Mallorca, estructurada de forma definitiva en el testamento de 1272. Dicha Corona estaría integrada por territorios antiguos -los condados pirenaicos del Rosellón y de Cerdaña y Conflent, la ciudad de Montpellier, y algunos enclaves como Carlades y Omelades- y espacios recién conquistados -el reino de Mallorca-.

     Lo segregado a favor de Jaime era escaso, débil pero significativo: un enclave mediterráneo estratégico y unos territorios en el linde de dos grandes Coronas, la de los Capetos y la Corona de Aragón. Consciente de la fragilidad de la nueva Corona de Mallorca, Jaime I proyectó la conquista de Cerdeña, para incorporar a la nueva entidad, y simultáneamente entró en negociaciones para concertar el matrimonio de su hijo Jaime con Beatriz de Saboya, hija del conde Amadeo de Saboya.

     Ninguno de los proyectos anteriores fructificó. Jaime I debió pensar en clave paterna, en su fuero interno, que pese al fracaso de los proyectos mencionados, la herencia dejada al primogénito Pedro -es decir la Corona de Aragón- y a Jaime -la parte segregada ya citada- resultaría viable por la eficacia de un factor como era la conductibilidad del vínculo fraterno.

     En este contexto, Jaime I autorizó a su hijo Jaime a contraer matrimonio libremente. La elección de Jaime no tuvo sorpresas: escogió a Esclaramunda, hija del conde de Foie. Era un matrimonio que tenía las ventajas de la vecindad, el Rosellón y Foie eran territorios fronterizos. Las bodas se celebraron en la iglesia de San Juan de Perpiñán, en octubre de 1275.

     En 1276, se inicia el recorrido de una nueva dinastía: la representada por Jaime II de Mallorca. Al producirse la sucesión, Jaime II tenía 33 años y a lo largo de la época precedente había adquirido una amplia experiencia de gobierno, al actuar como procurador en el reino de Mallorca y en los condados continentales. Pero este bagaje y la misma debilidad de los territorios que gobernaba fueron puestos a prueba inmediatamente por los formidables retos del conflicto en ciernes entre la Corona de Aragón y la Corona de los Capetos. Ambas Coronas imponen a Jaime II de Mallorca una limitación de su soberanía: fue obligado a declararse vasallo del rey de Aragón, en 1279, y de los reyes de Francia por el dominio de Montpellier. Tras la conquista de Sicilia por Pedro el Grande, Jaime II de Mallorca no supo o no pudo manejarse en el torbellino de acontecimientos que se desataron en los años inmediatos; la desesperación le condujo a aliarse con los Capetos cuando programan la invasión de Cataluña y fracasada esta en 1285, no pudo impedir la invasión del reino de Mallorca ordenada por Pedro el Grande. La situación de guerra entre Jaime II de Mallorca y el sucesor de Pedro el Grande, Alfonso el Franco, continuó, aunque mantenida a un bajo nivel debido a los escasos recursos de Jaime II. Por otra parte, la conquista de Menorca, en 1287, por el rey de Aragón cuando ya se había firmado una tregua con el de Mallorca no hizo sino reavivar el conflicto.

     Entre 1285 y 1298, Jaime II fue un rey sin reino, pues aunque mantuvo la titularidad de rey de Mallorca, solo conservaba los condados continentales. Pero el aislamiento internacional de la Corona de Aragón y su alianza con la Santa Sede no dejaron de alentar su ilusión de recuperar la integridad de sus territorios. En realidad se concebía como una víctima de un conflicto ajeno, la guerra de Sicilia.

     En el tratado de Anagni, de 1295, vio por fin culminadas sus esperanzas. En dicho compromiso diplomático se estableció la reversión del reino de Mallorca a Jaime II. Era lo que había deseado cada día del largo decenio transcurrido desde los sucesos de 1285, sin pensar que el espíritu que guió a los promotores de la reintegración no era tanto enmendar una injusticia histórica como debilitar la Corona de Aragón. Pero si Anagni había señalado el qué, el nuevo rey de Aragón, también llamado Jaime II, impuso el cómo se realizaría la reintegración. Pese a la porfía de Jaime II de Mallorca por disponer de sus bienes libremente, sin el vínculo vasallático establecido desde 1279, la posición del rey de Aragón fue taxativa: o aceptaba la reintegración condicionada al vínculo mencionado o no habría reversión.

     El tratado de Argilers, de 1298, consagraba el principio impuesto por el rey de Aragón. Jaime II de Mallorca recuperaba el archipiélago pero en calidad de vasallo de los reyes de Aragón. La bala disparada en Anagni había sido desviada hábilmente por Jaime II de Aragón: devolvía, pero sin dejar de perder el control del reino insular. Por su parte, Jaime II de Mallorca había obtenido la retrocesión del reino insular, pero quedaba con un flanco al descubierto: debía demostrar la necesidad-viabilidad de una monarquía interpuesta entre los simples ciudadanos del reino y los reyes de Aragón.

     El tratado mencionado, pese a la protesta secreta formulada por Jaime II de Mallorca, y el final de la guerra de Sicilia abren un nuevo período del gobierno. Si en el pasado la política exterior había ahogado cualquier iniciativa de orden interior, ahora el nuevo contexto permite planificar y ejecutar proyectos dejados en suspenso o apenas esbozados en el período anterior.

     En 1298 Jaime II contaba con 55 años. Era la plena madurez, cuando para cualquier individuo es tiempo de empezar a hacer balance de lo conseguido o de lo imposible de conseguir, el rey se lanza a un vasto proyecto de reordenación del reino de Mallorca. En la mente real se cruzan tres objetivos: obtención de recursos, control político del reino, prestigio de la Corona.

     En el diseño de la obtención de recursos hubo un a corto plazo y otro a medio plazo. En el primer supuesto, el rey impuso una sisa sobre todos los habitantes de Mallorca, salvo caballeros y eclesiásticos. Dos tercios de los ingresos serían destinados a las cajas reales y el tercio restante a proyectos municipales definidos por él. La sisa debía estar vigente entre 1300 y 1309. El rey impuso la sisa a modo de multa-indemnización colectiva por la flojedad con que actuaron los isleños en la defensa frente a la ocupación de Pedro el Grande.

     Otros muchos elementos fueron puestos en marcha para generar rápidamente ingresos: el proyecto de implantación de una lezda sobre todos los comerciantes catalanes, los que más frecuentaban el archipiélago, resultó finalmente impracticable; una vasta política de colonización agraria, con la creación de núcleos rurales, consiguió un incremento de las rentas reales; la creación de consulados en el Norte de África y en el reino de Granada, la creación de un nuevo sistema monetario y una política de inversiones inmobiliarias, desde grandes señoríos a compras selectivas, y la promoción de una industria textil convergen en el objetivo señalado. Un hecho imprevisto, la apertura de proceso a los templarios, permite la incautación a manos reales de las rentas de esta Orden en las islas.

     Para conseguir el éxito de sus proyectos, Jaime II puso en marcha la subordinación de todas las instituciones insulares, comenzando por los Jurados de la capital de Mallorca, que pasan a ser designados directamente por la Corona o sus lugartenientes. La mayor parte de jurisdicciones nobiliarias laicas fueron absorbidas por compra. En cuanto a la Iglesia, el rey vincula Menorca al obispo de Mallorca, pero se reserva el patronato para la designación de los pavordes de la isla menor. Respecto a Ibiza, dependiente en su mayor parte de la sede de Tarragona, inicia una estrategia destinada a subordinar la jurisdicción eclesiástica a la real.

      El prestigio y dignidad debían expresarse en hechos tangibles. La nueva dinastía quiso demostrar su dignidad a través de suntuosas construcciones, como los palacios-castillos de Perpiñán y de Ciutat de Mallorca y la catedral de esta última. Las obras del palacio de Perpiñán habían comenzado, aunque ejecutadas parsimoniosamente, ya en tiempos de Jaime I a partir de una pequeña sala de los condes del Rosellón. Las obras proyectadas por Jaime II, con un diseño más ambicioso, no terminaron hasta mediados del siglo XIV. En la Ciudad de Mallorca, el palacio de la Almudaina, un antiguo y espacioso castillo musulmán, tuvo que ser remodelado en su mayor parte para adaptarlo a las necesidades de la nueva dinastía. Dentro de dichos palacios fueron concebidos espacios sagrados, como las capillas de Santa Ana, en la Almudaina, y Santa Cruz, en Perpiñán, y de esparcimiento como el huerto del primero. Paralelamente fue creada una red de castillos y residencias rurales, conectadas a dehesas de caza, empezando por el castillo de Bellver, centro de un coto de caza muy próximo a la capital de Mallorca, en la sierra de Tramontana, y en el centro y levante de Mallorca. La mayor parte de proyectos indicados estaban todavía en ejecución cuando se produjo el fallecimiento de Jaime II, el 29 de mayo de 1311.

     Jaime II en su matrimonio con Esclaramunda de Foie tuvo 4 hijos y dos hijas. La dinastía quedaba asegurada, pero no por ello dejaron de existir conflictos. El primogénito, Jaime, renunció a la sucesión para ingresar en la orden de San Francisco. La misma opción tomó el Infante Felipe. Para el resto de los hijos Jaime II programó enlaces con miembros de las casas de Nápoles (Infante Sancho) y de Castilla (la Infanta Isabel), pero no pudo controlar las actividades de su otro hijo el Infante Fernando. Dotado de un temperamento vivo, el Infante se dejó arrastrar a una conspiración para reintegrar los territorios del Lenguadoc al área de influencia catalano-aragonesa. La maniobra, pese a la falta de raíces y apoyos, comprometía a Jaime II de Mallorca. Después de una tempestuosa entrevista entre padre e hijo, el Infante Fernando decidió ausentarse de la Corte de Perpiñán, refugiándose en la Corte de Barcelona. Pese a los esfuerzos de su madre, la reina Esclaramunda, por mejorar las relaciones entre padre e hijo, no lo consiguió. Jaime II de Aragón le recomendó a Federico III de Sicilia, quien le puso al frente de la Compañía catalana, que actuaba en Romania. Allí trabó amistad con el cronista Ramon Muntaner. Capturado por Teobaldo de Cepoy, lugarteniente de Carlos de Valois, fue liberado finalmente gracias a la mediación de su padre con los reyes de Francia y de Nápoles. En 1308, el Infante Fernando regresó a Perpiñán, participando al año siguiente en la malograda Cruzada del rey de Aragón a Almería. Poco después decidió regresar a Sicilia para intentar de nuevo hacerse con un reino en la Romania.

 

Bibliografía

  • Abulafia, D. Un emporio mediterráneoEl reino catalán de Mallorca. Barcelona, Ediciones Omega, 1996.
  • Cateura Bennásser, PEl regne esvaït desenvolupament econòmic, subordinació política, expansió fiscal (Mallorca, 1300-1335). Palma de Mallorca, El Tall del Temps, 1998.
  • Ensenyat Pujol, G. La reintegració de la Corona de Mallorca a la Corona d' Aragó (1343-1349). 2 vols. Palma de Mallorca, Editorial Moll, 1997.
  • Jehel, G. Les génois en Méditerranée occidentale (fin XI- début XIV. Ebauche d' une stratégie pour un empire. Amiens, Université de Picardie, 1993.
  • López Pérez, M. D. La Corona de Aragón y el Magreb en el siglo XIV (1331-1410). Barcelona, C.S.I.C., 1995.
  • Martínez Ferrando, J. E. La trágica història dels reis de Mallorca. Barcelona, Editorial Aedos, 1960.
  • Piña Homs, R. Els reis de la Casa de Mallorca. Biografies de Mallorquins. Palma de Mallorca, Ajuntament de Palma, 1982.
  • Riera Melis, A. El reino de Mallorca y el municipio de Barcelona (1298-1311). Las relaciones durante la segunda fase del reinado de Jaime II de Mallorca. Madrid-Barcelona, C.S.I.C., 1986.
  • Salavert Roca, V. Cerdeña y la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, 1297-1314. 2 vols. Madrid, 1956.
  • Santamaría Arández, A. El reino de Mallorca (1276-1343), en Historia general de España y América. Tomo 4. Madrid, 1984.
  • Villaceque, G. F. Histoire du Roussillon. Saint Germain en Laye, 1978.
  • Willemsen, C. A. Ocaso del reino de Mallorca y extinción de la dinastía mallorquina. Palma de Mallorca, 1955.

 

https://www.cervantesvirtual.com/bib/historia/monarquia/jaime_iim.shtml

Sancho I de Mallorca
(1311-1324)

https://hipnosnews.wordpress.com/2015/12/02/sancho-i-de-mallorca/

Sancho de Mallorca (1277-1324) tuvo una primera experiencia política traumática con motivo del ataque a Perpiñán por parte de Pedro el Grande, en 1285. Entonces, Jaime II de Mallorca pudo huir, pero su mujer Esclaramunda y sus hijos, entre ellos Sancho, que solo contaba con 8 años, fueron capturados por el rey de Aragón. La reina Esclaramunda fue liberada, pero sus hijos fueron separados de ella y encarcelados en Torroella de Montgrí en calidad de rehenes.

     Tanto el primogénito Jaime como Sancho fueron enviados a la Corte en París, para iniciar su formación. A su regreso, Jaime fue apartándose de la gestión de los asuntos públicos y desarrollando un interés creciente por el franciscanismo. En 1299 hizo pública su renuncia a la sucesión de la Corona de Mallorca, ingresando en el convento de san Francisco, de Perpiñán.

     La sucesión recayó en Sancho, quien en 1302 fue declarado oficialmente heredero de la Corona de Mallorca. No era la mejor solución, Sancho estaba aquejado de una enfermedad crónica, pero Jaime II decidió respetar el orden de sucesión. Además, la alternativa era el Infante Fernando, cuya tirantez con Jaime II era notoria a raíz de los acontecimientos mencionados.

      Poco tiempo antes, se habían iniciado gestiones de matrimonio, por mediación de Jaime II de Aragón. El rey de Aragón estaba casado con Blanca d' Anjou, hija de Carlos II de Nápoles. Nada mejor que otro matrimonio con la Casa de Nápoles para facilitar la tan deseada paz entre Aragón y Anjou. De ahí que la candidata elegida para Sancho fuera María de Nápoles. La Paz de Caltabellota, que cerraba un ciclo de 20 años de guerra entre los reyes de Aragón y los Capetos, añadió otro proyecto matrimonial, esta vez promocionado por Carlos II, entre su otra hija Leonor y Federico III de Sicilia. Finalmente, el sucesor de Carlos II de Nápoles, Roberto, viudo de Violante, hermana de Jaime II de Aragón, se casó en 1304 con Sancha, hermana del futuro rey de Mallorca, Sancho. Es difícil encontrar, en otro momento histórico, una mayor concentración de enlaces dinásticos entre las casas de Aragón, Mallorca, Nápoles y Sicilia. Además, los matrimonios de Sancha y Sancho de Mallorca se celebraron con pocos meses de diferencia, en junio y septiembre de 1304.

     Si el flanco internacional parecía asegurado con la intensa política dinástica mencionada, otra cuestión fueron los resultados de dichas uniones. El matrimonio de Sancho con María de Nápoles tenía virtualidades interesantes de cara al comercio internacional de los agentes mallorquines, pero fue un matrimonio sin descendencia. Sancho tenía una salud precaria, en tanto María un carácter extravagante. En cualquier caso, la ausencia de herederos legítimos no fue obstáculo para que Sancho obtuviera descendencia de uniones esporádicas. Si en un principio el tema de la falta de descendencia fue una cuestión íntima, acabó imponiéndose en la segunda parte del reinado de Sancho como una cuestión política a resolver: la continuidad dinástica.

     La historiografía tradicional ha establecido un retrato nada halagüeño de Sancho como hombre pacífico, virtud a menudo devaluada por su debilidad y falta de carácter. En realidad, Sancho no era débil, sino consciente de la debilidad de los territorios que gobernaba. Conocía la historia reciente, él mismo la había padecido, el sometimiento de su padre a vasallaje, el desposeimiento del reino de Mallorca, el aislamiento. Por ello asume de forma pragmática su papel político subordinado como fórmula de supervivencia.

     En el reinado de Sancho se distinguen dos etapas, una primera de 1311 a 1317, caracterizada por la continuidad de los programas desarrollistas emprendidos por su padre Jaime II, y una segunda, de 1318 a 1324, dominada por las turbulencias generadas por la sucesión de Sancho y por la conquista de Cerdeña.

     En la primera etapa hay continuidades, pero también giros y rectificaciones de líneas marcadas en tiempos anteriores. Así como su padre Jaime II había recuperado el reino de Mallorca merced a los tratados internacionales, Sancho obtuvo la Corona por sucesión pacífica. Su posición, por consiguiente, era diferente a la de su progenitor. De ahí que la mediatización del municipio, puesta en práctica por Jaime II, y la misma fiscalidad real -a través de la sisa- puesta en práctica por este último, eran concebidos como propios de un estado de excepción, pero no de una fase, ya normalizada, de la relación bilateral Corona-municipio de Mallorca.

     Bajo estas premisas la Universidad de Mallorca, representada por los Jurados, instó la reintegración del espíritu y la letra del municipio autónomo establecido en 1249 por Jaime I el Conquistador. El envite suponía para la monarquía un retroceso de su posición dominante. De ahí que la actitud de Sancho fuera cautelosa. Se comprometió a devolver la autonomía municipal, pero después de abrir un período de negociaciones bilaterales. En efecto, en 1314 el municipio recuperó su autonomía, pero paralelamente Sancho puso en marcha una operación para socavar todo atisbo de poder municipal. En efecto, aprovechando las reclamaciones de los campesinos o foráneos, contra las autoridades municipales ciudadanas, Sancho decidió organizar sus intereses a través de una nueva institución, el llamado Sindicato Foráneo.

     En 1315 empezó la historia de este nuevo organismo dotado de autonomía en la elección de representantes y con facultades de supervisión del movimiento financiero gestionado por los Jurados de la capital de la isla. La anterior Universidad de Mallorca, con la ciudad como capital y el resto de la isla como término municipal, queda así segmentada en la Universidad de la ciudad y la Universidad foránea. Un organismo común donde estarán representadas ambas, el Consell de Mallorca, será el nuevo marco de decisión para asuntos comunitarios. La divisa clásica del divide et vinces parece haber alentado la estrategia real. Sancho obtuvo entonces lo que deseaba: un municipio debilitado y una nueva institución que le debía su razón de ser.

     La paz de Caltabellota, de 1302, había finalizado un período de conflictos, pero no era un secreto el incremento de la piratería genovesa y musulmana. El mismo Sancho, propietario de galeras, era parte interesada en el tema. Jaime II había atendido la defensa del archipiélago, disponiendo que las nuevas fundaciones rurales estuvieran dotadas de un recinto de defensa. Pero se trataba de una defensa pasiva e incompleta. De ahí que Sancho promoviera un programa naval. El escollo principal era el de su presupuesto y financiación. Sancho intentó que fuera la Universidad de Mallorca quien corriera con todos los gastos de la nueva armada. La Universidad de Mallorca replicó que si la flota debía defender el archipiélago, también debían colaborar las islas menores. Por otra parte, los portavoces de la nueva Universidad foránea no se mostraban partidarios de tal tipo de gasto. Ante la paralización del tema, Sancho promovió entonces acudir al sistema de pariaje. En 1316 se acordó finalmente la construcción de una flota de cuatro galeras y otras embarcaciones auxiliares a pagar mitad por mitad entre el patrimonio real y la Universidad de Mallorca.

     La nueva armada tenía virtualidades importantes, entre ellas el botín que podría obtenerse de las capturas, pero también suponían una carga financiera fija significativa. Es cierto que una hábil negociación sobre el destino de los bienes de la extinguida Orden del Temple había permitido a Sancho, en 1314, hacerse con un tercio de sus bienes en Mallorca. Pero en el contexto de negociaciones sobre la armada y como instrumento de presión sobre la Universidad de Mallorca, Sancho tomó una medida de amplia repercusión: aprovechando que la comunidad judía insular había sido inculpada de intentar convertir a unos cristianos, determinó la confiscación de todos sus bienes. Poco después se avino a negociar una reintegración de los bienes a cambio de una multa. Se trataba de una multa tan crecida que representaba el presupuesto de ingresos de tres años del municipio de Mallorca. Con tal medida, en lugar de atacar directamente a la Universidad de Mallorca, sustrayéndole directamente los contribuyentes judíos -vinculados fiscalmente al municipio desde 1309- consiguió el mismo objetivo con el procedimiento mencionado. Dado que los pagos de la multa fueron negociados a doce años, el rey obtuvo una financiación estable para sus empresas durante largo tiempo.

     Si el gobierno interior del reino de Mallorca fue orientado en la dirección mencionada, otra cuestión fueron problemas de mayor fuste como el tema de Montpeller, el de la sucesión de Sancho y el de la conquista de Cerdeña. Montpeller y su anexo llamado Montpelleret eran enclaves de la Corona de Mallorca sin continuidad territorial respecto a los demás dominios de la misma, se encontraban en territorio del rey de Francia. Una dificultad añadida era que Montpelleret pertenecía al obispo de Magalona. Los conflictos de jurisdicción eran frecuentes. En 1293 el mencionado obispo decidió vender sus derechos sobre Montpelleret al rey de Francia. También el rey de Aragón exigía a los reyes de Mallorca el reconocimiento de su soberanía sobre dicha ciudad. Este hecho determinó que el dominio de los reyes de Mallorca sobre Montpeller -por cuya posesión eran vasallos del rey de Francia- fuera cada vez más frágil. Pese a los intentos de vías de solución inspirados por Sancho no fue posible encontrar una salida satisfactoria al problema de Montpeller, al cruzarse en 1318 el tema de la falta de sucesión de Sancho.

     En efecto, Sancho había manifestado su deseo, a falta de hijos legítimos, de dejar la Corona de Mallorca a su sobrino Jaime, hijo del Infante Fernando y de Isabel de Sabran. Ya en 1315, cuando Jaime contaba con unos pocos meses, había sido trasladado desde Sicilia a Perpiñán a los pocos días de haber fallecido su madre. Un año después fallecía su padre el Infante Fernando, casado en segundas nupcias con Isabel de Ibelin, en defensa del recién ocupado principado de Morea.

     Jaime II de Aragón planteó a Sancho una negociación sobre sus planes de sucesión. Partía del principio de que falto de herederos legítimos directos, la Corona de Mallorca debía recaer en él. Por su parte, Sancho exhibía su derecho soberano a declarar heredero de sus territorios sin interferencias. El mantenimiento de las posiciones mencionadas abocaron a una situación de ruptura entre 1319 y 1320, alimentada por el rey de Aragón por el deseo de conseguir alguna ventaja en su proyecto de conquista de Cerdeña.

     Finalmente, en enero de 1321 Sancho tomó la iniciativa para reanudar las relaciones. Pero fue Jaime II quien estableció las condiciones: ofrecía al rey de Mallorca una doble alternativa, 40.000 libras, a cambio de las cuales sería exonerado vitaliciamente de acudir a las convocatorias de cortes catalanas y rendir homenaje al rey de Aragón, o presentarse en las mencionadas cortes y solicitar que no fuera obligado a asistir para rendir el mencionado homenaje. Los términos de esta alternativa eran amargos, pero Sancho optó por la segunda. En junio de 1321 acudió a Girona, donde se encontraba el rey y su corte, rindió homenaje a Jaime II de Aragón y recibió un documento que le eximía en el futuro de dicho compromiso, aunque sus sucesores deberían prestar de nuevo el homenaje acostumbrado. En la entrevista entre Jaime y Sancho nada trascendió sobre los problemas pendientes -el tema de Montpeller y la sucesión de Sancho-. Jaime decidió postergar de momento tales cuestiones, para establecer la prioridad del tema de Cerdeña. En efecto, solicitó a Sancho ayuda económica, en concepto de préstamo; se trataba de financiar 20 galeras y su correspondiente tripulación, armas y avituallamiento.

     Jaime II de Aragón había conseguido todos sus objetivos: la subordinación de Sancho, el concurso económico del rey de Mallorca a la empresa de Cerdeña y el mantenimiento de su reclamación a la sucesión del rey Sancho, que seguía vigente, aunque mantenida ahora en estado latente. Por su parte, Sancho había obtenido apenas un respiro para imponer la sucesión de su sobrino Jaime, pero a medida que se consolidaba la voluntad real menor era el interés de Jaime II de Aragón por dar una solución definitiva al tema de Montpeller.

     El rey de Mallorca estaba dispuesto a dejar la cuestión liquidada antes de su fallecimiento. Se ofreció, entonces, a comprar a Jaime II los derechos de los reyes de Aragón sobre Montpeller. Obtenida una respuesta afirmativa, Sancho inició negociaciones con Carlos IV para vender Montepeller a la Corona francesa. Los contactos se iniciaron a principios de 1324, pero Sancho no tuvo tiempo de concluir las negociaciones. En septiembre de 1324 fallecía en Santa María de Formiguera.

     El testamento de Sancho, redactado en 1322, establecía claramente que el heredero de la Corona de Mallorca sería su sobrino Jaime, hijo del Infante Fernando. En caso de fallecimiento de este último, la corona recaería en su hermanastro, Fernando, hijo del mencionado Infante Fernando y de su segunda esposa Isabel de Ibelin. Solamente en última instancia heredaría la corona Jaime II de Aragón.

     Dada la edad del sucesor designado -Jaime apenas contaba con nueve años- Sancho estableció un consejo de regencia, integrado por seis miembros (tres del reino de Mallorca y otros tres del Rosellón y de la Cerdaña) y estipuló el nombramiento de un tutor hasta que su sucesor cumpliera los veinte años.

     El gobierno del rey Sancho es una época de transición. Es cierto que hay vientos a favor, como la continuidad de una coyuntura expansiva, pero también hay fuerzas poderosas e insoslayables que condicionan su acción de gobierno. Hay una colisión entre el principio de legitimidad dinástica y el principio de la viabilidad política de la Corona. Hay un desequilibrio entre el poder de la monarquía aragonesa y la capeta y la pequeña monarquía mallorquina. Para la monarquía aragonesa la Corona de Mallorca es una asunto doméstico. Para la monarquía capeta un asunto estratégico. Finalmente, para la monarquía mallorquina los términos de su status quo no eran nada halagüeños: sin el apoyo de Aragón poco podía hacer frente a la monarquía francesa, pero el apoyo de Aragón significaba a medio plazo la anexión. Una alianza alternativa con Francia, frente a Aragón, significaba la guerra con esta, dado el vínculo vasallático establecido en 1279.

 

Bibliografía

  • Abulafia, D. Un emporio mediterráneoEl reino catalán de Mallorca. Barcelona, Ediciones Omega, 1996.
  • Cateura Bennásser, PEl regne esvaït desenvolupament econòmic, subordinació política, expansió fiscal (Mallorca, 1300-1335). Palma de Mallorca, El Tall del Temps, 1998.
  • Ensenyat Pujol, G. La reintegració de la Corona de Mallorca a la Corona d' Aragó (1343-1349). 2 vols. Palma de Mallorca, Editorial Moll, 1997.
  • Jehel, G. Les génois en Méditerranée occidentale (fin XI- début XIV. Ebauche d' une stratégie pour un empire. Amiens, Université de Picardie, 1993.
  • López Pérez, M. D. La Corona de Aragón y el Magreb en el siglo XIV (1331-1410). Barcelona, C.S.I.C., 1995.
  • Martínez Ferrando, J. E. La trágica història dels reis de Mallorca. Barcelona, Editorial Aedos, 1960.
  • Piña Homs, R. Els reis de la Casa de Mallorca. Biografies de Mallorquins. Palma de Mallorca, Ajuntament de Palma, 1982.
  • Riera Melis, A. El reino de Mallorca y el municipio de Barcelona (1298-1311). Las relaciones durante la segunda fase del reinado de Jaime II de Mallorca. Madrid-Barcelona, C.S.I.C., 1986.
  • Salavert Roca, V. Cerdeña y la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, 1297-1314. 2 vols. Madrid, 1956.
  • Santamaría Arández, A. El reino de Mallorca (1276-1343), en Historia general de España y América. Tomo 4. Madrid, 1984.
  • Villaceque, G. F. Histoire du Roussillon. Saint Germain en Laye, 1978.
  • Willemsen, C. A. Ocaso del reino de Mallorca y extinción de la dinastía mallorquina. Palma de Mallorca, 1955.

 

https://www.cervantesvirtual.com/bib/historia/monarquia/sancho_im.shtml

 

 

 

Jaime III de Mallorca
(1324-1349)

https://es.wikipedia.org/wiki/Jaime_III_de_Mallorca

Por el albur de los acontecimientos, Jaime III (1315-1349), destinado por Sancho a dar continuidad a la dinastía, será el último rey de Mallorca.

     Los inicios de su reinado, en minoría de edad, presagian más bien el final de la dinastía. El contexto no podía ser más desfavorable: la constitución de un consejo de regencia y el nombramiento de un tutor. Jaime II de Aragón, por su parte, alimentó el ambiente incierto de la sucesión, al mantener viva su reclamación de la herencia de la Corona de Mallorca.

     El rey de Aragón, en contestación a la carta en que Jaime III le comunicaba el fallecimiento del rey Sancho, le transmitía su pésame. Pero la carta no iba dirigida a Jaime III como rey de Mallorca. El rey de Aragón soslayaba oblicuamente el título del de Mallorca, refiriéndose a él como sobrino y como hijo del Infante Fernando. Era toda una declaración de intenciones.

     Jaime II aumentó la presión al convocar una asamblea en Lleida, enviar emisarios a Perpiñán y a Mallorca para reivindicar la sucesión e incluso dispuso la invasión del Rosellón. Solo diez meses después del fallecimiento de Sancho y debido a la mediación papal, el rey de Aragón renunció a la campaña militar, aunque las tropas enviadas permanecieron en el Rosellón. El procedimiento utilizado por Jaime II estaba lejos de la actuación de su predecesor Pedro el Grande cuando, en 1285, se presentó súbitamente ante las puertas del palacio de Jaime II de Mallorca en Perpiñán, o cuando dispuso la ocupación del archipiélago balear a fines del mismo año. En cualquier caso, la estrategia real coincidía con una parálisis del procedimiento sucesorio establecido por Sancho. En un ambiente de indecisión y de turbulencias - aparece más de un candidato a tutor- solamente en 1325 fue designado el Infante Felipe, hermano del rey Sancho, como tutor de Jaime III. El Infante, remiso en un principio a aceptar la carga de la tutoría, era un hombre de tendencias ascéticas, terciario franciscano y tesorero de la abadía de San Martín de Tours; no tenía experiencia de gobierno, aunque sí buenas relaciones con las cortes de Francia y de Barcelona.

     El Infante y su consejo establecieron una prioridad política: liquidar el tema de la sucesión reclamada por Jaime II de Aragón. Era evidente que éste no había conseguido una adhesión a su candidatura ni en los círculos del Rosellón ni en el archipiélago. Pero la viabilidad futura de la Corona de Mallorca pasaba por una relación estrecha y estable con la Corona de Aragón. Consciente de este hecho, el tutor estuvo dispuesto a pagar cualquier precio para conseguir el objetivo mencionado. El precio fue la condonación del préstamo otorgado por Sancho de Mallorca, en 1321, para la empresa de Cerdeña. En septiembre de 1325, en una reunión conjunta de ambas delegaciones, tras asegurarse la condonación mencionada, Jaime II de Aragón presentó su renuncia solemne a reclamar los derechos de sucesión a la Corona de Mallorca.

     Si el flanco exterior había sido resuelto, otra cuestión era el tema de la deuda. El grueso de la aportación financiera para la conquista de Cerdeña había sido aportado por el reino de Mallorca. Los rumores sobre la condonación de la deuda convertían a la Universidad de Mallorca de acreedora en deudora. En este contexto, donde se imbrican un problema financiero y viejas aspiraciones sobre la igualdad de los territorios insulares y continentales de la Corona, la Universidad de Mallorca acabará aceptando la deuda de Cerdeña como propia, pero a cambio exigirá las manos libres para resolver el ingente problema económico. Esto pasaba por la soberanía fiscal, los Jurados y Consell General decidirían la política fiscal más adecuada sin cortapisas, y por convertir a todos los agentes reales, empezando por los lugartenientes, en subordinados de los magistrados municipales.

     Los problemas no terminaron aquí, ya que parte de los ingresos obtenidos por la Universidad de Mallorca para la empresa de Cerdeña procedían de préstamos negociados por los Jurados a través de las "taules de canvi" o bancas, empezando por la banca asegurada del municipio, que operaban en la capital de Mallorca. Cuando se extendió el rumor de la condonación de la deuda, muchos particulares se apresuraron a retirar sus fondos de las entidades bancarias. Pese a la tara del 20 % establecida por los Jurados a todo reintegro de dinero, los particulares acabaron retirando todos sus depósitos. La banca municipal y otras asociadas suspendieron pagos y el responsable de la primera fue encarcelado. La salida de la crisis pasaba por recuperar la confianza tanto de acreedores como de posibles inversores. En 1327, el Infante Felipe remitió a Mallorca a dos reformadores. Al año siguiente se puso en marcha un riguroso plan financiero, con un perfil de 4 años, y que se proponía recaudar 1.000.000 de sueldos.

     Cuando estaba en aplicación el plan de estabilización mencionado, se produce un hecho, no por previsible, menos inoportuno: la guerra con Génova. En 1329, el rey de Aragón, Alfonso el Benigno, pulsó la opinión de Jaime III sobre la colaboración de Mallorca en caso de estallar la guerra. En los círculos barceloneses se exigía ya la ruptura de negociaciones, pero Alfonso decidió esperar acontecimientos. Solamente, al año siguiente se pusieron en marcha los preparativos, tras un acuerdo firmado en Perpiñán sobre la aportación respectiva de la Corona de Aragón y la de Mallorca. La escuadra fue establecida en 20 galeras y 6 naves auxiliares. La Corona de Mallorca aportaría la mitad de los efectivos. A partir de ahí empezó una segunda ronda de negociaciones, sobre la aportación respectiva del archipiélago y de los condados continentales. Las autoridades insulares no estaban dispuestas a correr con la mayor parte de los gastos, como había ocurrido en 1321. Finalmente se acordó que el reino de Mallorca aportaría 6 galeras, 2 naves y una barca, y los condados continentales 4 galeras y 2 barcas. Se estableció también una simetría en los impuestos y tarifas destinados a financiar tal flota. Era la primera vez que se alcanzaba un acuerdo bilateral del tipo indicado en unos territorios faltos de instituciones comunes como las Cortes.

     La guerra no era popular en Mallorca. Desde hacía un centenar de años, las Baleares constituían la base comercial genovesa por antonomasia en el Mediterráneo Occidental. En Mallorca habían establecido redes de intereses con los agentes locales, redes que se proyectaban más allá del Estrecho de Gibraltar, conectándose con los Países Bajos e Inglaterra. La guerra provocaría la destrucción de una estructura de relaciones, de mercados pacientemente trabajados. De ahí que bien pronto, en 1331, las autoridades municipales de Mallorca presionaran a Jaime III para que, en el marco de las Cortes catalanas a las que había sido convocado, promoviera la firma de la paz con Génova. Evocaban ya las pérdidas experimentadas por la captura de naves insulares tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico.

     La guerra, sin embargo, prosiguió hasta 1336. Sus secuelas entonces resultaron evidentes: retirada de los mercados atlánticos. Siguiendo la línea marcada por el rey Sancho en 1315, cuando confiscó los bienes de la comunidad judía, proseguida por el Infante Felipe en 1327, cuando pidió un préstamo a dicha comunidad, ahora, en el marco de la guerra, Jaime III tomó una medida similar para conseguir recursos. En 1333 condenó a la aljama en base a su negativa a abonar un impuesto de capitación. A juicio del rey desde hacía casi cinco años no había pagado cantidad alguna. La decisión real, dictada por las necesidades económicas derivadas de la guerra, tenía también el objetivo de sustraer a los judíos de la contribución municipal.

     Casi sin solución de continuidad, tras la guerra con Génova, se inicia un nuevo conflicto con Marruecos. Los intereses comerciales mallorquines en el reino de Granada y en el de Marruecos aconsejaban la neutralidad. Los intereses políticos aconsejaban participar en la coalición promovida por Alfonso XI de Castilla y por Pedro el Ceremonioso de Aragón. En 1337, este último pidió la colaboración de la Corona de Mallorca en el armamento de naves. Paralelamente, el rey de Marruecos trató de disuadir la participación armada de Mallorca, enviando naves de reconocimiento al archipiélago balear y haciendo circular el rumor de una próxima invasión del mismo. La presión obtuvo su efecto, ya que en 1339 Jaime III firmó la paz con Marruecos de forma unilateral.

     Pero las contradicciones no habían hecho más que empezar. Desde 1337 existía una situación de guerra entre Francia e Inglaterra. La neutralidad frente a Marruecos satisfacía los intereses mercantiles insulares, pero no obtuvo rentabilidades plausibles. Naves mallorquinas, sospechosas de connivencia con Marruecos, eran capturadas una y otra vez por la flota cristiana destacada en el entorno del Estrecho de Gibraltar. Cuando Jaime III intentó favorecer la reimplantación de las posiciones de los agentes insulares en el comercio con Inglaterra, negociando el matrimonio de su heredero Jaime con una princesa inglesa, se encontró frente a la Corte Francesa. A raíz de estos sucesos, la Corona de Mallorca quedó aislada frente a la Corona de Aragón y enfrentada a Francia.

     Si en la política exterior, la Corona de Mallorca se encuentra atrapada en los conflictos mencionados, en el gobierno de los territorios no fueron menores los problemas. Diferentes actuaciones reales provocaron el conflicto tanto en el reino de Mallorca como en los condados continentales: la convocatoria a Perpiñán de dos expertos en fabricación de moneda, bajo multa de 2.000.000 de sueldos, el establecimiento de impuestos extraordinarios en los condados continentales y en Montpeller, el nombramiento, sin intervención del municipio, de dos agentes encargados de recaudar un impuesto en Mallorca y liquidarlo al patrimonio real, la cesión de la multa impuesta, en 1333, a los judíos a un acreedor de la Corona. Ante las reacciones producidas, Jaime III inició el repliegue: vuelta a la alianza francesa, colaboración con Castilla y Aragón enviando finalmente una flotilla al Estrecho de Gibraltar, abolición de la mencionada multa de 2.000.000 de sueldos, retirada de los impuestos extraordinarios establecidos por el rey en los condados orientales.

     Pero ya era tarde para rectificar. Pedro el Ceremonioso había decidido ya la incorporación de la Corona de Mallorca. Con la finalidad de revestir su actuación de legalidad abrió un proceso contra Jaime III. Como el rey de Aragón era juez y parte en la cuestión, las conclusiones del proceso estaban claramente predeterminadas. El proceso fue iniciado a finales del año 1341 y concluyó en febrero de 1343 con una sentencia que condenaba a Jaime III de Mallorca a la confiscación de sus bienes.

     Pocos meses después, en mayo de 1343, una considerable flota conseguía en pocos días la capitulación de Mallorca y del resto del archipiélago. Apenas hubo resistencia. A su regreso a Barcelona, el rey de Aragón inició la ocupación de los condados continentales de la Corona de Mallorca y después de una tregua concluyó las operaciones con la toma de Perpiñán, en julio de 1344.

     Las operaciones no fueron más allá. Algunas piezas sueltas, situadas en territorio de Francia, como Montpeller y las baronías de Omelades y Carlades todavía quedaban en manos del rey destronado. Desde estas bases intentó recuperar, sin éxito, los condados orientales y después programó la reocupación del reino de Mallorca. Consiguió liquidez al vender la mayor parte de sus derechos sobre Montpeller, en 1349, al rey de Francia. Pero la expedición resultó un fracaso. El mismo rey fue vencido y muerto en la batalla de Llucmajor, en octubre de 1349.

     Jaime III, a nivel personal, pasó por las circunstancias más amargas: perder su reino. Fue derrotado dos veces, la primera en 1343 cuando no pudo defender la isla de Mallorca frente a las tropas de su cuñado Pedro el Ceremonioso, la segunda cuando fue vencido y muerto en Llucmajor, en 1349. Mientras tanto, había intentado suicidarse, al no poder asumir su condición de rey destronado.

     Existen personajes vencidos, convertidos en héroes, otros en malditos y otros olvidados. Jaime III no ha tenido la fortuna de formar parte del primer grupo. Durante cierto tiempo los historiadores románticos exaltaron su papel de víctima de la opresión y de la fuerza. Después algunos historiadores destacaron su orgullo, intransigencia y temeridad. Según esto, la víctima no era inocente sino que estaba cargada de defectos.

     En realidad, quien derrotó al rey de Mallorca fue el nuevo contexto internacional, caracterizado por diferentes niveles de conflicto: guerra de los Cien Años, que involucra a Francia e Inglaterra, la guerra de los benimerines, que involucra a Castilla y la Corona de Aragón, y los mismos intentos de satelización de las Baleares por los genoveses. Frente a estos hechos no cabían neutralidades o equidistancias. Para ser neutral se debe ser en primer lugar fuerte. Y éste no era el caso de la Corona de Mallorca, dependiente además por vínculos vasalláticos de las coronas de Francia y de Aragón. Por otra parte, la necesidad de Jaime III de trasladar, a través de la fiscalidad, el coste de la nueva situación de conflicto a los territorios e incluso su intento de imponer y recaudar por propia autoridad tributos determinó reacciones adversas; la principal de ellas, quizá, la utilidad de una monarquía interpuesta.

     La desaparición de la Corona de Mallorca no es un tema local sin trascendencia. Afecta a la reordenación del Languedoc, al incorporarse Montpeller a Francia; por otra parte, la monarquía francesa toma buena nota de la diferente reacción de los territorios de la Corona de Mallorca ante la invasión del rey de Aragón: resistencia, en los condados continentales, y fácil acceso en el caso de las Baleares. También Génova comprendió rápidamente la nueva relación de fuerzas en el Mediterráneo Occidental, al ser incorporado el reino de Mallorca a la Corona de Aragón.

     El reinado de Jaime III no es solo una época de conflictos. En su haber consta la creación del Consulado de Mar de Mallorca, en 1326, y la organización de los servicios de la Corte. En efecto, en 1337, publicó las "Leges Palatine" con una meticulosa organización de los servicios de la Corte y de los organismos políticos y financieros, como el Consejo Real, el Racional y la Cancillería.

     Jaime III se había casado con Constanza de Aragón, hermana de Pedro el Ceremonioso, en 1336. Del matrimonio habían nacido dos hijos, Jaime (1338) e Isabel. Tras el fallecimiento de Constanza, en 1345, Jaime III contrajo nuevas nupcias con Violante de Vilaragut, de la que tuvo a una hija, llamada Esclaramunda. Tanto Jaime, fallecido en Soria en 1375, como Isabel reivindicaron los derechos históricos de su dinastía.

 

Bibliografía

  • Abulafia, D. Un emporio mediterráneoEl reino catalán de Mallorca. Barcelona, Ediciones Omega, 1996.
  • Cateura Bennásser, PEl regne esvaït desenvolupament econòmic, subordinació política, expansió fiscal (Mallorca, 1300-1335). Palma de Mallorca, El Tall del Temps, 1998.
  • Ensenyat Pujol, G. La reintegració de la Corona de Mallorca a la Corona d' Aragó (1343-1349). 2 vols. Palma de Mallorca, Editorial Moll, 1997.
  • Jehel, G. Les génois en Méditerranée occidentale (fin XI- début XIV. Ebauche d' une stratégie pour un empire. Amiens, Université de Picardie, 1993.
  • López Pérez, M. D. La Corona de Aragón y el Magreb en el siglo XIV (1331-1410). Barcelona, C.S.I.C., 1995.
  • Martínez Ferrando, J. E. La trágica història dels reis de Mallorca. Barcelona, Editorial Aedos, 1960.
  • Piña Homs, R. Els reis de la Casa de Mallorca. Biografies de Mallorquins. Palma de Mallorca, Ajuntament de Palma, 1982.
  • Riera Melis, A. El reino de Mallorca y el municipio de Barcelona (1298-1311). Las relaciones durante la segunda fase del reinado de Jaime II de Mallorca. Madrid-Barcelona, C.S.I.C., 1986.
  • Salavert Roca, V. Cerdeña y la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, 1297-1314. 2 vols. Madrid, 1956.
  • Santamaría Arandez, A. «El reino de Mallorca (1276-1343)», en Historia general de España y América. Tomo 4. Madrid, 1984.
  • Villaceque, G. F. Histoire du Roussillon. Saint Germain en Laye, 1978.
  • Willemsen, C. A. Ocaso del reino de Mallorca y extinción de la dinastía mallorquina. Palma de Mallorca, 1955.

 

 

https://www.cervantesvirtual.com/bib/historia/monarquia/jaime_iiim.shtml

 









No hay comentarios:

Publicar un comentario

  ¿Quiénes son los fascistas? Entrevista a Emilio Gentile   En un contexto político internacional en el que emergen extremas der...