Reino
de Mallorca
Jaime I el Conquistador
(1208-1276)
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/j/jaime.htm
Jaime I
(Montpellier, 1208- Valencia, 1276/1213-1276). Llamado el Conquistador.
Rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, conde de Barcelona y de Urgel y señor
de Montpellier. Hijo de Pedro II de Aragón y de María de Montpellier, fue
engendrado de forma casual, según la leyenda, debido a las malas relaciones de
sus progenitores. Como Pedro II no quería ver a la reina, un caballero, con
engaños, haciéndole creer que en el lecho estaba otra dama a la que cortejaba
el monarca, logró llevarlo al palacio de Mirabais, introducirlo en la cama y
conseguir que la reina quedara encinta. En este palacio de Montpellier nació el
2 de febrero de 1208 el primogénito. La reina ordenó encender doce cirios con
los nombres de los apóstoles, manifestando que el que durara más daría el
nombre de su hijo, lo que sucedió con Santiago Apóstol, san Jaime.
Casó Jaime I el 6 de enero de 1221 en
Ágreda con doña Leonor, hija de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor de
Inglaterra a los catorce años. El matrimonio fue anulado por la Iglesia por
razones de parentesco cuando el rey cumplió 22 años y tenía ya un hijo (don
Alfonso, muerto en 1260), a petición de don Jaime.
El segundo matrimonio de don Jaime se
celebró en Barcelona el 8 de septiembre de 1235, contando veintiséis años, y
siendo la elegida doña Violante, hija de Andrés II de Hungría, y mujer de carácter
fuerte, cuyo objetivo fue hacer reyes a sus hijos Pedro y Jaime, mediante la
persecución a Alfonso y la intervención en la política real. Tuvieron cuatro
hijos y cinco hijas: Pedro III, el sucesor al trono; Jaime, que reinaría en
Mallorca; Fernando, murió en vida del padre; y Sancho, arcediano de Belchite,
abad de Valladolid y arzobispo de Toledo, falleciendo en 1275 prisionero de los
moros granadinos. Las hijas fueron: Violante, que casó con Alfonso X de
Castilla; Constanza, casada con el infante castellano don Manuel, hijo de
Fernando III; María, que entró en religión; Sancha, que murió como peregrina en
Tierra Santa; María, que fue religiosa, e Isabel, casada en 1262 con Felipe III
de Francia. La reina Violante de Hungría murió en Huesca, el 12 de octubre de
1251.
Tradicionalmente se ha considerado que fue
el deseo de Violante de conseguir buenas herencias para sus hijos el motivo que
llevó a convencer a Jaime I de la partición de sus reinos, pero a esta
explicación simplista se añade también su concepción patrimonial, que convirtió
la Corona de Aragón en una serie de piezas que manejó a su antojo, y así, hizo
un primer reparto (1241), según el cual el primogénito Alfonso heredaría Aragón
y Cataluña, la herencia peninsular de su padre, y Pedro, habido con Violante,
Valencia, las islas Baleares, el Rosellón y la Cerdaña. Ero en 1243 en un nuevo
testamento legó a Alfonso Aragón; a Pedro, Cataluña y Valencia, y las Baleares,
a Jaime. De nuevo testó en 1248, incluyendo en el reparto al nuevo hijo, Fernando.
Muerto Alfonso (1260), otorgó nuevo testamento y legó (1262) a Pedro Aragón,
Cataluña y Valencia; a Jaime, las Baleares, Rosellón, Cerdaña y Conflent.
Tras la muerte de Violante el rey se lanzó
a una carrera de amoríos, ya que, como anotaron sus cronistas, era “hom de fembres”, debiendo citarse a Aurembiaix de Urgel; o Teresa
Gil de Vidaure, a la que se prometió en matrimonio, pero el rey la abandonó
cuando enfermó de lepra, con la intención de casarse de nuevo. Doña Teresa
recurrió a Roma y el papa no anuló dicho matrimonio, lo que movió la ira de
Jaime I contra su confesor el obispo de Gerona, acusándolo de revelar el
secreto de confesión de su matrimonio, y le mandó cortar la lengua, según los
cronistas. De este matrimonio nació Jaime, señor de Jérica, y Pedro, señor de
Eyerbe. De sus relaciones amorosas con Guillerma de Cabrera nació Fernán
Sánchez, al que entregó la baronía de Castro. Con Berenguela Fernández tuvo a
Pedro Fernández, señor de la baronía de Híjar, mientras que con Berenguela Alfonso,
hija del infante Alfonso de Molina, no tuvo descendencia. Estos bastardos
reales, pues, fueron el origen de algunas de las más importantes casas
nobiliarias de Aragón y Valencia.
Jaime I fue un rey de gran carácter y una
fuerte personalidad, como se ve en su propia Crónica y en las
descripciones que nos han dejado otros autores, en particular Desclot. El rey
aparece como un personaje de considerable estatura, de cabello rubio y, como
cuenta Desclot, de presencia caballeresca, blanco de cutis y de pelo rubio,
hermosos dientes y finas y largas manos. Entre sus cualidades morales
sobresalen dos: su generosidad y su fidelidad a la palabra empeñada.
Religiosidad y belicosidad se entremezclan en su personalidad, fruto de su
crianza y educación entre los templarios, de forma que considera su espíritu
cristiano al servicio armado de la cristiandad, plasmado en la lucha contra el
Islam. En su vida y sus empresas vemos también la fe, el providencialismo y la
devoción mariana, como testimonian las numerosas mezquitas transformadas en
templos cristianos y consagradas a María. Su valentía y orgullo también forman
parte de su personalidad, visible en el episodio de sacarse él personalmente la
saeta que le atravesó el hueso del cráneo; el orgullo de su familia, conservado
hasta su vejez; su sensibilidad, visible en el episodio de la golondrina que
anidó en su tienda, las lágrimas derramadas al conquistar Valencia y tantos
episodios, que no son incompatibles con la crueldad, como cortarle la lengua al
obispo de Gerona. Fue un gran creyente y un gran pecador, además de mujeriego,
ya que sus últimos añores corresponden a las vísperas de su muerte. Monarca
longevo, falleció a los 71 años, tras sesenta y tres de reinado, que coincide
con la época del apogeo medieval.
La infancia de Jaime I fue muy difícil
porque su padre abandonó a la reina María y también al propio Jaime, envuelto
en la vorágine de las guerras en el Midi francés, donde Pedro II halló la
muerte en la batalla de Muret (1213), quedando el infante en manos de su
enemigo Simón de Montfort, a cuya hija había sido prometido. Ese año falleció
la reina María en Roma. Fueron años difíciles, pues ya de niño Jaime sufrió un
atentado en la cuna. Su reinado se inició con una minoría bajo la protección
especial del Papa Inocencio III, que hizo que en 1214 Simón de Montfort
devolviera al rey-niño y la permanencia desde 1215 en Monzón, confiado a la
orden del Temple, según las disposiciones de la reina María: un consejo de
regencia integrado por aragoneses y catalanes, presidido por el conde Sancho
Raimúndez, hijo de Ramón Berenguer IV y tío abuelo de Jaime, gestionaba los
asuntos públicos en estos primeros años.
Una de las primeras dificultades que tuvo
que afrontar el rey-niño, fue la amenaza del nuevo Papa Honorio III, sucesor de
Inocencio, defensor de Simón de Monfort, de replicar a los intentos de los
aragoneses de vengar la muerte del rey Pedro; situación aprovechada por el abad
de Montearagón Fernando, tío del rey, para oponerse al regente don Sancho y obligar
a la reunión de la curia real en Monzón en 1218, concluyendo la regencia del
conde por la presión del bando contrario en el que figuraban los nobles
aragoneses Jimeno Cornel, Pedro de Ahones y Blasco de Maza, que luego
participaron activamente en los enfrentamientos de la nobleza y la monarquía.
En 1219 inició su andadura un nuevo consejo encabezado por el arzobispo de
Tarragona, periodo que se puede considerar finalizado con la boda de Jaime con
Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII, cuando apenas tenía 13 años, en 1221.
Ese año se celebraron Cortes en Daroca, a las que asistieron para prestar
homenaje al rey el conde de Urgell y el vizconde de Cabrera. La pugna
nobleza-monarquía se recrudeció durante los primeros años del monarca,
alternando las estériles luchas nobiliarias, la bancarrota financiera heredada
de su padre, los problemas derivados de la sucesión en el condado de Urgell y
el enfrentamiento con los Montcada y los Cabrera, y la rebelión de los
ricos-hombres aragoneses tras la muerte de Pedro de Ahones en 1226.
La habilidad de Jaime I le permitió crear
márgenes de actuación relativamente holgados, utilizando para ello la empresa
reconquistadora contra el Islam. Se trataba de un proceso mucho más amplio,
inscrito en el marco global de la política de los reinos cristianos
peninsulares. En efecto, a partir de 1212 y a raíz de la batalla de las Navas
de Tolosa se produjo el hundimiento y la fragmentación del poder almohade en
al-Ándalus, que propició en las décadas siguientes el avance de las fronteras
de los reinos cristianos hacia el sur, y así, mientras Portugal llegaba al
Algarbe en 1249, Fernando III de Castilla conquistaba Sevilla (1248) y Jaime I
el castillo y villa de Biar (1245), dando por finalizada la conquista de las
tierras valencianas. Al por qué de estas campañas, la historiografía ha dado
muy variadas explicaciones, y si el hispanista francés Pierre Guichard la ve
como el resultado de la superioridad militar de los cristianos, en el marco del
choque entre una sociedad cristiana feudalizada y una sociedad islámica
tributaria, incapaz de generar un poder político y militar fuerte, capaz de
resistir una ofensiva exterior, otros autores insisten en la importancia que la
guerra, la conquista de nuevas tierras, tiene para la clase feudal dominante,
los nobles, como medio de incrementar su patrimonio y rentas, lo que en este
caso se haría a costa de los andalusíes, fragmentados políticamente y débiles
militarmente, en tanto que para R. I. Burns lo fundamental sería el espíritu de
cruzada que impregnaría a los cristianos, tesis hoy poco compartida. No
olvidemos que desde 1228 el rey propiciaba un programa para reafirmar su poder,
para recuperar el prestigio y la autoridad de la Corona, que su padre había
arruinado, y para ello propuso una empresa militar colectiva que beneficiara a
todos, con el rey como motor y como cabeza suprema de este proyecto.
En las Cortes de Tortosa de 1225 se
proclamó la necesidad de emprender la reconquista contra el Islam, que se
inició con el fracaso del sitio sobre Peñíscola, al no contar con la
colaboración de los caballeros aragoneses. Pero no por ello cejó en su empeño
de ir contra Valencia y en 1226 planeó una nueva expedición, partiendo de
Teruel, que no llegó a realizarse por el fracaso de la convocatoria, aunque el
rey de Aragón obtuvo de Zayd Abu Zayd el pago de un quinto de sus rentas de
Valencia y Murcia a cambio de la paz. El viejo sistema de las parias seguía
teniendo plena vigencia. La violación de la paz por su vasallo Pedro de Ahones
se saldó con su muerte y una guerra civil en Aragón. La fidelidad y ayuda del
noble Blasco de Alagón fue compensada por Jaime I en 1226 con la concesión de
todos los lugares y castillos que pudiera conquistar en territorio musulmán
valenciano, hecho que años después tendría importantes consecuencias. En 1227,
la intervención papal a través del arzobispo de Tortosa permitió firmar la
concordia de Alcalá, que procuraba una paz entre el rey y sus aliados, por un
lado, y las facciones de los barones por otro, lo que dejó la puerta abierta a
las grandes empresas conquistadores de Jaime I. En el condado de Urgel el rey
de Aragón restableció en su condado a Aurembiaix de Urgel, bastando una campaña
para apoderarse de sus territorios, que ella traspasó a Jaime I. Este, a su
vez, se los devolvió en feudo.
Por entonces se produjo la descomposición
política del Sharq al-Andalus y en 1228 Ibn Hud se proclamó emir de los
musulmanes en Murcia, siendo reconocido por los arraeces de Alzira, Xàtiva y
Denia, territorios que perdió Zayd Abu Zayd, cuyo dominio llegaba hasta el
Júcar. La sublevación de Zayyan de Onda llevó a la guerra civil entre ambos,
ocupando Zayyan Valencia y refugiándose Zayd en Segorbe y pidiendo la ayuda de
Pedro Fernández de Azagra, a cambio de la cual entregó Bejís (1229) y quizá la
cuenca del alto Turia. Zayt busca la ayuda de Jaime I y el 20 de abril de 1229
firmó en Calatayud un acuerdo por el que se declaró vasallo del rey de Aragón,
le ofreció la cuarta parte de las rentas del territorio perdido y la donación
de Peñíscola, Morella, Alpuente, Culla y Segorbe, a cambio de ayuda militar y
la entrega de los castillos de Ademuz y Castielfabib.
Jaime I fue el primer gran protagonista de
la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, comenzando por la conquista
de Mallorca, que Jaime promocionaría como una obra colectiva, que a todos
beneficiaría. Ante las agresiones de los piratas mallorquines musulmanes a los
mercaderes de Barcelona, Tarragona y Tortosa éstos pidieron ayuda al monarca,
al que en la reunión de Barcelona (diciembre de 1128) ofrecieron sus naves,
mientras que los barones catalanes acordaron participar en la empresa a cambio
del botín y tierras. En otra reunión en Lérida los barones aragoneses aceptaron
las mismas condiciones, pero sugirieron al rey que la empresa se dirigiera
contra los musulmanes de Valencia. La conquista de Mallorca, aunque participó
un grupo de caballeros aragoneses en virtud de sus obligaciones con el
soberano, fue una empresa catalana, y catalanes serían la mayoría de sus
repobladores.
Las Cortes catalanas de 1228 reunidas en
Barcelona concedieron al rey el subsidio correspondiente a la recaudación del
impuesto del bovaje. La expedición estaba integrada por 150 naves y salió desde
Salou, Cambrils y Tarragona el 5 de septiembre de 1229. Tras un largo asedio de
tres meses, la ciudad de Palma se rindió el último día del año, y con ella el
resto de la isla, que apenas ofreció resistencia. El rey volvió en 1231 a la
isla, cuando moros no sometidos se ofrecieron al rey, sometiendo Menoría a la
condición de tributaria. La isla de Ibiza fue conquistada en 1235 por el
arzobispo de Tarragona, Guillem de Montgrí, y su hermano Bernat de Santa
Eugènia.
Mallorca se constituyó como un territorio
más de la Corona bajo el nombre de “regnum Maioricarum et insulae adyacentes”, obtuvo una carta de franquicia en 1230 y la
institución en 1249 del municipio de Mallorca contribuyó a la
institucionalización del reino. La conquista supuso acabar con la piratería
islámica en las Baleares, que se constituían en puente para el comercio entre
Cataluña y el norte de África. Los participantes recibieron donaciones en la
isla, en particular la nobleza, lo que fortaleció su poder político y social.
La conquista de Valencia, auténtica
obsesión para Jaime I, cuyas energías absorbió durante quince años, se preparó
minuciosamente dada su trascendencia, una vez ocupada Mallorca y alejado el
peligro musulmán del Mediterráneo. A pesar de los iniciales fracasos y del
interés de los caballeros de frontera por beneficiarse para sí de estas
conquistas, Jaime I no se inhibió de la empresa cuando Blasco de Alagón se apoderó
de Morella en 1232 y fue un peligro para el fortalecimiento de la nobleza. En
1233 en Alcañiz se planificó la campaña, desarrollada en tres etapas: la
primera dirigida a las tierras de Castellón, con la toma de Burriana en 1233 y
otros enclaves, como Peñíscola; la segunda abarca la zona central con la
conquista de Valencia (1238) y las tierras llanas hasta el Júcar, para lo cual
las Cortes generales de Monzón de 1236 concedieron la ayuda necesaria y el Papa
Gregorio IX dio a la empresa el carácter de cruzada. El Puig se tomó en agosto
de 1237, fracasando una escuadra enviada por el rey de Túnez en auxilio de
Valencia, firmándose unas capitulaciones el 28 de septiembre y entrando el rey
en la ciudad el 9 de octubre; la tercera fase abarca desde 1243 a 1245
llegándose a los límites estipulados para la conquista entre Aragón y Castilla
en el tratado de Almizrra en 1244, firmado entre Jaime I y el infante Alfonso
para delimitar las áreas de reconquista de las Coronas de Castilla y Aragón.
Las tierras al sur de la línea Biar-Vila Joiosa quedaron reservadas para
Castilla, incorporándose al reino de Valencia por Jaime II tras la sentencia
arbitral de Torrellas (1304) y Elche (1305).
Jaime I obtuvo un gran triunfo sobre la
nobleza, que consideraba las tierras conquistadas en Valencia como una
prolongación de sus señoríos, al convertirlo en un reino propio (1239),
formando una entidad político-jurídica propia unida dinásticamente a la Corona
de Aragón, hecho que provocó la airada reacción de la nobleza aragonesa, que
veía cercenadas sus posibilidades de hacer de las tierras valencianas una
prolongación de sus señoríos aragoneses. El reino fue repoblado por catalanes y
aragoneses, aunque durante mucho tiempo la población musulmana siguió siendo
mayoritaria. La falta de respeto por los cristianos de los pactos y
capitulaciones firmados con los mudéjares llevó a la sublevación de al-Azraq en
1247.
En su pugna con la nobleza Jaime I
encontró el soporte de la doctrina jurídica romana revitalizada por la escuela
de Bolonia, que afirmaba la supremacía del príncipe, y por tal de contrarrestar
a la insumisa nobleza, el rey favoreció decididamente a los municipios y a la
burguesía. La renuncia a la política tradicional sobre el Midi hizo que la
atención se desviara hacia el Mediterráneo. Y también se modificaron las
relaciones con los reinos hispánicos.
La falta de descendencia del monarca
navarro Sancho VII a punto estuvo de llevar a la unión con Aragón. Ante las
dificultades del rey de Navarra, al que hacía la guerra Castilla, deseosa de
anexionarse parte del reino navarro, la solución que encontró Sancho VII fue
establecer en 1231 un pacto de prohijamiento mutuo con Jaime I, en virtud del
cual Sancho se convertía en padre de Jaime, y al morir uno de ellos, el otro le
sucedería en sus territorios. El pacto era favorable a Jaime I, muy joven, dada
la delicada salud y avanzada edad de Sancho VII, y contenía diversas cláusulas
por la que el rey de Aragón debía defender Navarra frente a agresiones
exteriores. Pero las campañas de conquista en Mallorca y Valencia hicieron que
Jaime I se desentendiera de Navarra, donde al morir Sancho VII en 1234 subió al
trono como su sucesor Teobaldo de Champaña.
Con el reino de Castilla, además del
tratado de Almizrra (1244) que delimitó las zonas de expansión hacia el sur de
ambas Coronas, Jaime ayudó a su yerno Alfonso X a pacificar la rebelión de los
mudéjares murcianos. Pero el interés de Jaime I por ayudarle desató la
oposición de la nobleza aragonesa en las Cortes de Zaragoza (1264), que se negó
a a cooperar, alegando que no obtenía beneficios en tal empresa. A pesar de
tales reticencias, Jaime I acudió en ayuda del rey de Castilla, sometió Murcia
en 1266 e inició un proceso de repoblación con catalanes y aragoneses, devolviendo
luego Murcia a Alfonso el Sabio. También el Conquistador autorizó
a sus súbditos a luchar con el rey de Castilla frente a la ofensiva de
Marruecos y Granada.
Para resolver sus diferencias con Francia,
el 11 de mayo de 1258 Jaime I firmó con Luis IX (San Luis), el tratado de
Corbeil, en virtud del cual Luis IX renunció a los derechos teóricos, que desde
tiempos de Carlomagno pretendía tener sobre el Rosellón, Conflent y Cerdaña, y
a los condados catalanes (Barcelona, Urgel, Besalú, Ampurias, Gerona y Vic), y
Jaime I a los derechos -más evidentes- que le asistían sobre diversos lugares
del mediodía francés. Prenda de la nueva amistad sería la infanta Isabel, hija
menor de Jaime I, que casaría con Felipe, hijo y heredero de San Luis. Ahora
cedió también Jaime I a la reina de Francia, doña Margarita, sus derechos a los
condados de Provenza y Folcalquier, lo que tenía en el marquesado de Provenza y
el señorío de las ciudades de Arles, Marsella y Aviñón, que fueron del conde
Ramón Berenguer. El tratado ha sido juzgado con dureza por los historiadores,
en particular los catalanes, ya que ponía fin a la expansión y política
ultrapirenaica de la Corona de Aragón.
Respecto a la política norteafricana de
Jaime I el monarca se aprovechó del interés comercial que desde el siglo XII
habían demostrado los catalanes. La política real se aprovechó de su presencia
en los reinos o sultanatos de Marruecos, Tremecén y Túnez, dedicando sus
esfuerzos a someterlos por diversos medios, utilizando el procedimiento de unir
el comercio catalán al pago de un tributo por el sultán. Se establecieron
alfòndecs (alhóndigas) en Túnez y Bugía, en tanto que las milicias cristianas
actuaban al servicio de los hafsidas.
Puede decirse que comienza ahora, en los
últimos años de la vida del Conquistador, una etapa de fracasos, de
decadencia: Corbeil, Tierra Santa, repartos de sus reinos y luchas internas,
etc. En 1260 murió el infante Alfonso y en 1262 el rey se vio obligado a hacer
un nuevo reparto, dando a Pedro, Aragón, Cataluña y Valencia, y a Jaime las
Baleares.
El espíritu de cruzada de Jaime I le llevó
a emprender una expedición a Tierra Santa, como resultado de la embajada tártara
que recibió mientras estaba en Toledo en la Navidad de 1268 para asistir a la
primera misa de su hijo el infante Sancho, arzobispo de la ciudad. Los
tártaros, enemigos de los turcos, ofrecían unir su ayuda a la del emperador
bizantino Miquel Paleólogo en la expedición a Tierra Santa que desde hacía
tiempo Jaime I proyectaba. El 4 de septiembre de 1269 zarpó de Barcelona una
flota de 30 naves gruesas y algunas galeras, con ochocientos hombres escogidos,
almogávares, los maestres del Temple y del Hospital, y los infantes Fernán
Sánchez y Pedro Hernández. La empresa -que Soldevila sugiera que pudiera ir
dirigida contra la isla de Sicilia- fue un fracaso total, pues una tempestad
obligó a la flota a refugiarse en Aigües-Mortes, cerca de Montpellier, donde desembarcó
el rey, que regresó por tierra a Cataluña, olvidándose de la empresa, lo que
hizo de manera definitiva en el concilio de Lyón de 1274. Las razones del
abandono nunca estuvieron claras y la mayoría de los historiadores apelan a la
edad del monarca, con sesenta años, y, sobre todo, al deseo de estar junto a
Berenguela Alfonso, con quien tenía amores.
En 1274 asistió al concilio de Lyon
reunido por Gregorio X en su deseo de ser coronado por el Papa, pero este le
exigió a cambio la ratificación del feudo y tributo que Pedro II había ofrecido
dar a la Iglesia, por lo que no hubo acuerdo.
Los últimos años del reinado agudizaron
los conflictos político-sociales, asistiendo a la revuelta de la nobleza
catalana en 1259, encabezada por el vizconde Ramón de Cardona y Fernando
Sánchez de Castro (bastardo de Jaime I), motivada por las diferencias con el
conde de Urgel, en tanto que en los años setenta asistimos a una auténtica
guerra civil, cuando el rey se vea presionado por los partidarios del primogénito,
el infante Pedro, y por los rebeldes encabezados por el bastardo Fernández de
Castro, aglutinador del frente nobiliario que calificaríamos de nacionalista,
aunque todos lo que pretendían era imponer su autoridad a la Corona y alterar
el autoritarismo regio a su favor, celosa también del ascenso social de los
grupos urbanos y su apoyo a la monarquía. La lucha se saldó con la muerte del
hermanastro Fernández de Castro por el infante Pedro (1275), mientras que sus
partidarios aguardarían la hora de la venganza.
En 1275 se sublevaron los mudéjares
valencianos y Jaime I vino en persona a sofocar la revuelta. El Conquistador fue
derrotado por los moros en Llutxent (junio de 1276), falleciendo el mes de
julio de ese mismo año. Su herencia se repartió entre Pedro III de Aragón,
Valencia y conde de Barcelona, y Jaime, que recibió Mallorca, y los condados de
Rosellón, Cerdaña y el señorío de Montpellier.
Fue en el reinado de Jaime I cuando se
produjo el nacimiento de la conciencia territorial en la Corona de Aragón,
sobre todo en los Estados fundacionales de Aragón y el principado de Cataluña,
con la actuación de dos fuerzas: la normalización del Derecho, que creará una
conciencia territorial, y la conversión de las Cortes, reflejo de una realidad
estamentalizada, en una institución reivindicativa y cohesionadora de la
conciencia de la comunidad. En el ámbito jurídico, los Fueros de Aragón
superaban el derecho consuetudinario por un marco más amplio de reminiscencias
romanistas. La obra la encargó Jaime I al obispo de Huesca, el jurista Vidal de
Cañellas, promulgándose en las Cortes de Huesca de 1247, sustituyendo a
tradiciones jurídicas locales como el fuero de Jaca. En Cataluña, la protección
de la monarquía permitió el triunfo de los Usatges de Barcelona y su difusión
territorial por Cataluña a mediados del siglo XIII. También Jaime I otorgó a
Valencia una ordenación político-administrativa, la Costum (1240), de carácter
municipal, que fueron revisadas en 1251. Los Foris et consuetudines Valentiae
fueron confirmados por el rey en 1271 y se fueron extendiendo por todo el
reino, a pesar de la oposición de la nobleza aragonesa, deseosa de mantener su
legislación, lo que generó una pugna foral no resuelta hasta 1329 con el
triunfo de los fueros valencianos.
Fue durante su reinado cuando tuvo lugar
la consolidación de las Cortes privativas de cada reino, que actuaron como
elemento esencial en la creación de una conciencia diferenciadora de cada
territorio. Desde que en 1244 se decidió que el Cinca fuera el límite entre
Aragón y Cataluña, las Cortes se reunieron por separado, en tanto que en
Valencia la incipiente institución comenzaba su andadura a partir de 1261,
aunque su consolidación no tendrá lugar hasta el siglo XIV. Durante el reinado
de Jaime I las ciudades interiores de la Corona perdieron impulso a favor de
las ribereñas, estableciéndose la Corte y la cancillería -base del actual
Archivo de la Corona de Aragón- en Barcelona.
Aunque su reinado estuvo lleno de
conflictos, no conviene olvidar la parte positiva de su obra, como señaló
Ferran Soldevila: las conquistas de Mallorca y Valencia, el matrimonio de su
hijo Pedro con Constanza de Sicilia, que daría un impulso decisivo a la
expansión mediterránea; el impulso dado al comercio y a la política africana,
la redacción del Llibre del Consolat de mar, primer código de costumbres
marítimas; su protección a los judíos; las reformas monetarias, con la
introducción del grueso de Montpellier y la creación de monedas propias en
Valencia y Mallorca; su intervención en el movimiento jurídico, muy intenso,
con figuras como Raimundo de Penyafort o Vidal de Cañellas, con el impulso dado
al Derecho romano; el impulso dado a las instituciones generales, como las
cortes, y municipales; el progreso de las letras catalanas, con el rey como
protagonista en esa gran obra que es el Llibre dels Feits, primera gran crónica
catalana medieval, escrita o dictada por el rey, en estilo autobiográfico.
Para los historiadores aragoneses el
juicio histórico sobre Jaime I suele ser negativo, acusándole de tener una
concepción mezquina de la monarquía, ya que sin pensar en la unidad de la
Corona, ya cimentada, separó Aragón y Cataluña, entregando la primera a Alfonso
y la segunda a Pedro, quedando Valencia para el tercer hijo, Jaime. Complicó el
problema con el trazado de la frontera entre Aragón y Cataluña, tras la
adjudicación final de Lérida a Cataluña, y puso la frontera en el cauce del
Cinca, y el resultado fue el enfrentamiento entre ambos países, que llevaban
cien años unidos. Y la misma opinión les merece sus acciones de conquista y la
creación de los reinos de valencia y de Mallorca que no correspondían a las
necesidades ni al espíritu del momento y que fragmentaron la unidad de la
Corona, que de ser un espacio unificado pasó, por obra de Jaime I, a cuatro
estado bajo la soberanía de un mismo rey y sin ningún ideal común. A. Sesma no
dudó en calificarlo como el rey más anti-aragonés de la Historia. Obviamente,
para mallorquines y valencianos, la visión del monarca es radicalmente opuesta
y es el gran rey, el tótem histórico, el mito, el punto de partida de los
futuros reinos de Mallorca y de Valencia, el creador de sus señas de identidad
hasta nuestros días: territorio, fueros, moneda, instituciones, etc.
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https://www.cervantesvirtual.com/bib/historia/monarquia/jaime_i.shtml
Jaime II de Mallorca
(1276-1285 y
1295-1311)
https://productesdemallorca.es/los-reyes-de-mallorca/
Jaime II
(1243-1311) nace en 1243 en un ambiente familiar, político y cultural bien
determinado. Jaime creció en el seno de una familia grande y diversa -nada
excepcional en aquel tiempo- integrada por su hermanastro mayor, Alfonso (hijo
de Jaime I y de Leonor de Castilla) y por sus hermanos y hermanas Pedro,
Isabel, Violante, Sancho y Fernando (hijos de Jaime I y de Violante de
Hungría). Además se sumaron nuevos hermanastros por las relaciones de Jaime I
con otras damas, entre ellas Teresa Gil de Bidaurre, con la que contrajo
matrimonio.
La infancia y juventud de Jaime estuvieron
regidas por la excepcionalidad de una familia destinada a gobernar en un
período de expansión, pero también de conflictos. Efectivamente, dolor y
conflicto tiñen sus primeros años: la muerte de su madre Violante, cuando él
apenas tenía ocho años, el fallecimiento de sus hermanos Alfonso y Fernando, el
alejamiento de sus hermanas Isabel y Violante, al contraer matrimonio
respectivamente con los herederos de Francia y de Castilla, el trágico
fratricidio de su hermano Pedro contra su hermanastro Fernando Sanxis. La
tragedia continuó cuando Jaime I se separó de Teresa Gil afectada de lepra.
El contexto político en el que nace Jaime
se caracteriza por el dinamismo y las posibilidades. Tras la batalla de Muret,
en 1213, la Corona de Aragón entra en una larga etapa de desestabilización que
se prolonga hasta 1227; en esta fecha la firma de la Paz de Alcalá pone un
punto y final al conflicto con los elementos feudales. La crisis almohade abre
entonces un mundo de posibilidades. Empresas, como la conquista de Baleares,
son fácilmente culminadas en 1230-1232. Empresas, como la conquista del reino
de Valencia, son hábilmente manejadas por Jaime I, al conseguir la capitulación
de la ciudad de Valencia.
La Corona de Aragón del primer decenio del
siglo XIII, no guarda ya ningún parentesco con la Corona ampliada de 1243.
Mientras tanto, posibilidades abiertas, como la incorporación de Navarra
quedaron frustradas en 1234, y la reordenación del Sur de Francia se
contemplaba ahora desde nuevas perspectivas, aunque a Jaime I le faltó acaso
determinación para imponerse en la región. En efecto, la falta de herederos
varones de los condes de Provenza y de Tolosa abría posibilidades e incluso margen
a la osadía para hacerse con un control, siquiera mediato, con dichos
territorios. El resultado fue que una década después Provenza y Tolosa cayeron
en la órbita francesa debido al matrimonio de Carlos d´Anjou y de su hermano
Alfonso de Poitiers con las herederas de dichos condados. En el Tratado de
Corbeil, de 1258, en realidad Jaime I sancionaba una década de diplomacia
inoperante en la zona.
Así como Jaime I tuvo una formación
peculiar, a manos de los templarios, su hijo Jaime recibió una educación más
normalizada. Alejado del padre, como era costumbre en la época, en sus primeros
años de vida, se le asignaron preceptores como Ramón de Penyafort y
posiblemente también Ramón Llull. Después, entre 1248 y 1254, fue enviado a
París para completar su formación. Se trata de un período oscuro de su vida,
apenas documentado, pero del que sobresale su clara tendencia hacia el
franciscanismo.
A partir de entonces comienza su etapa de
responsabilidades políticas. Una época caracterizada por el inicio de la
experiencia de gobierno como procurador en el reino de Mallorca y en los
condados continentales y por el cruce de los proyectos sucesorios de Jaime I,
mantenidos por el rey a lo largo de su reinado, pese a los sucesivos conflictos
familiares que suscitó. Tras un primerizo testamento de 1232, cuando el rey
confió la sucesión a su hijo Alfonso, entró en una dinámica de repartos, en los
que incluyó a sus demás hijos Pedro, Jaime y Fernando. Tras el fallecimiento de
Alfonso y Fernando, Jaime I modificó su criterio, en lugar de repartir,
segregaría una pequeña parte de los territorios a favor de Jaime. Este es el
origen de la Corona de Mallorca, estructurada de forma definitiva en el
testamento de 1272. Dicha Corona estaría integrada por territorios antiguos
-los condados pirenaicos del Rosellón y de Cerdaña y Conflent, la ciudad de
Montpellier, y algunos enclaves como Carlades y Omelades- y espacios recién
conquistados -el reino de Mallorca-.
Lo segregado a favor de Jaime era escaso,
débil pero significativo: un enclave mediterráneo estratégico y unos
territorios en el linde de dos grandes Coronas, la de los Capetos y la Corona
de Aragón. Consciente de la fragilidad de la nueva Corona de Mallorca, Jaime I
proyectó la conquista de Cerdeña, para incorporar a la nueva entidad, y
simultáneamente entró en negociaciones para concertar el matrimonio de su hijo
Jaime con Beatriz de Saboya, hija del conde Amadeo de Saboya.
Ninguno de los proyectos anteriores
fructificó. Jaime I debió pensar en clave paterna, en su fuero interno, que
pese al fracaso de los proyectos mencionados, la herencia dejada al primogénito
Pedro -es decir la Corona de Aragón- y a Jaime -la parte segregada ya citada-
resultaría viable por la eficacia de un factor como era la conductibilidad del
vínculo fraterno.
En este contexto, Jaime I autorizó a su
hijo Jaime a contraer matrimonio libremente. La elección de Jaime no tuvo
sorpresas: escogió a Esclaramunda, hija del conde de Foie. Era un matrimonio
que tenía las ventajas de la vecindad, el Rosellón y Foie eran territorios
fronterizos. Las bodas se celebraron en la iglesia de San Juan de Perpiñán, en
octubre de 1275.
En 1276, se inicia el recorrido de una
nueva dinastía: la representada por Jaime II de Mallorca. Al producirse la sucesión,
Jaime II tenía 33 años y a lo largo de la época precedente había adquirido una
amplia experiencia de gobierno, al actuar como procurador en el reino de
Mallorca y en los condados continentales. Pero este bagaje y la misma debilidad
de los territorios que gobernaba fueron puestos a prueba inmediatamente por los
formidables retos del conflicto en ciernes entre la Corona de Aragón y la
Corona de los Capetos. Ambas Coronas imponen a Jaime II de Mallorca una
limitación de su soberanía: fue obligado a declararse vasallo del rey de
Aragón, en 1279, y de los reyes de Francia por el dominio de Montpellier. Tras
la conquista de Sicilia por Pedro el Grande, Jaime II de Mallorca no supo o no
pudo manejarse en el torbellino de acontecimientos que se desataron en los años
inmediatos; la desesperación le condujo a aliarse con los Capetos cuando
programan la invasión de Cataluña y fracasada esta en 1285, no pudo impedir la
invasión del reino de Mallorca ordenada por Pedro el Grande. La situación de
guerra entre Jaime II de Mallorca y el sucesor de Pedro el Grande, Alfonso el
Franco, continuó, aunque mantenida a un bajo nivel debido a los escasos
recursos de Jaime II. Por otra parte, la conquista de Menorca, en 1287, por el
rey de Aragón cuando ya se había firmado una tregua con el de Mallorca no hizo
sino reavivar el conflicto.
Entre 1285 y 1298, Jaime II fue un rey sin
reino, pues aunque mantuvo la titularidad de rey de Mallorca, solo conservaba
los condados continentales. Pero el aislamiento internacional de la Corona de
Aragón y su alianza con la Santa Sede no dejaron de alentar su ilusión de
recuperar la integridad de sus territorios. En realidad se concebía como una
víctima de un conflicto ajeno, la guerra de Sicilia.
En el tratado de Anagni, de 1295, vio por
fin culminadas sus esperanzas. En dicho compromiso diplomático se estableció la
reversión del reino de Mallorca a Jaime II. Era lo que había deseado cada día
del largo decenio transcurrido desde los sucesos de 1285, sin pensar que el
espíritu que guió a los promotores de la reintegración no era tanto enmendar
una injusticia histórica como debilitar la Corona de Aragón. Pero si Anagni
había señalado el qué, el nuevo rey de Aragón, también llamado Jaime II, impuso
el cómo se realizaría la reintegración. Pese a la porfía de Jaime II de
Mallorca por disponer de sus bienes libremente, sin el vínculo vasallático
establecido desde 1279, la posición del rey de Aragón fue taxativa: o aceptaba
la reintegración condicionada al vínculo mencionado o no habría reversión.
El tratado de Argilers, de 1298,
consagraba el principio impuesto por el rey de Aragón. Jaime II de Mallorca
recuperaba el archipiélago pero en calidad de vasallo de los reyes de Aragón.
La bala disparada en Anagni había sido desviada hábilmente por Jaime II de
Aragón: devolvía, pero sin dejar de perder el control del reino insular. Por su
parte, Jaime II de Mallorca había obtenido la retrocesión del reino insular,
pero quedaba con un flanco al descubierto: debía demostrar la
necesidad-viabilidad de una monarquía interpuesta entre los simples ciudadanos
del reino y los reyes de Aragón.
El tratado mencionado, pese a la protesta
secreta formulada por Jaime II de Mallorca, y el final de la guerra de Sicilia
abren un nuevo período del gobierno. Si en el pasado la política exterior había
ahogado cualquier iniciativa de orden interior, ahora el nuevo contexto permite
planificar y ejecutar proyectos dejados en suspenso o apenas esbozados en el
período anterior.
En 1298 Jaime II contaba con 55 años. Era
la plena madurez, cuando para cualquier individuo es tiempo de empezar a hacer
balance de lo conseguido o de lo imposible de conseguir, el rey se lanza a un
vasto proyecto de reordenación del reino de Mallorca. En la mente real se
cruzan tres objetivos: obtención de recursos, control político del reino,
prestigio de la Corona.
En el diseño de la obtención de recursos
hubo un a corto plazo y otro a medio plazo. En el primer supuesto, el rey
impuso una sisa sobre todos los habitantes de Mallorca, salvo caballeros y
eclesiásticos. Dos tercios de los ingresos serían destinados a las cajas reales
y el tercio restante a proyectos municipales definidos por él. La sisa debía
estar vigente entre 1300 y 1309. El rey impuso la sisa a modo de multa-indemnización
colectiva por la flojedad con que actuaron los isleños en la defensa frente a
la ocupación de Pedro el Grande.
Otros muchos elementos fueron puestos en
marcha para generar rápidamente ingresos: el proyecto de implantación de una
lezda sobre todos los comerciantes catalanes, los que más frecuentaban el
archipiélago, resultó finalmente impracticable; una vasta política de
colonización agraria, con la creación de núcleos rurales, consiguió un
incremento de las rentas reales; la creación de consulados en el Norte de
África y en el reino de Granada, la creación de un nuevo sistema monetario y
una política de inversiones inmobiliarias, desde grandes señoríos a compras
selectivas, y la promoción de una industria textil convergen en el objetivo
señalado. Un hecho imprevisto, la apertura de proceso a los templarios, permite
la incautación a manos reales de las rentas de esta Orden en las islas.
Para conseguir el éxito de sus proyectos,
Jaime II puso en marcha la subordinación de todas las instituciones insulares,
comenzando por los Jurados de la capital de Mallorca, que pasan a ser
designados directamente por la Corona o sus lugartenientes. La mayor parte de
jurisdicciones nobiliarias laicas fueron absorbidas por compra. En cuanto a la
Iglesia, el rey vincula Menorca al obispo de Mallorca, pero se reserva el
patronato para la designación de los pavordes de la isla menor. Respecto a
Ibiza, dependiente en su mayor parte de la sede de Tarragona, inicia una
estrategia destinada a subordinar la jurisdicción eclesiástica a la real.
El prestigio y dignidad debían expresarse
en hechos tangibles. La nueva dinastía quiso demostrar su dignidad a través de
suntuosas construcciones, como los palacios-castillos de Perpiñán y de Ciutat
de Mallorca y la catedral de esta última. Las obras del palacio de Perpiñán
habían comenzado, aunque ejecutadas parsimoniosamente, ya en tiempos de Jaime I
a partir de una pequeña sala de los condes del Rosellón. Las obras proyectadas
por Jaime II, con un diseño más ambicioso, no terminaron hasta mediados del
siglo XIV. En la Ciudad de Mallorca, el palacio de la Almudaina, un antiguo y
espacioso castillo musulmán, tuvo que ser remodelado en su mayor parte para
adaptarlo a las necesidades de la nueva dinastía. Dentro de dichos palacios fueron
concebidos espacios sagrados, como las capillas de Santa Ana, en la Almudaina,
y Santa Cruz, en Perpiñán, y de esparcimiento como el huerto del primero.
Paralelamente fue creada una red de castillos y residencias rurales, conectadas
a dehesas de caza, empezando por el castillo de Bellver, centro de un coto de
caza muy próximo a la capital de Mallorca, en la sierra de Tramontana, y en el
centro y levante de Mallorca. La mayor parte de proyectos indicados estaban
todavía en ejecución cuando se produjo el fallecimiento de Jaime II, el 29 de
mayo de 1311.
Jaime II en su matrimonio con Esclaramunda
de Foie tuvo 4 hijos y dos hijas. La dinastía quedaba asegurada, pero no por
ello dejaron de existir conflictos. El primogénito, Jaime, renunció a la
sucesión para ingresar en la orden de San Francisco. La misma opción tomó el
Infante Felipe. Para el resto de los hijos Jaime II programó enlaces con
miembros de las casas de Nápoles (Infante Sancho) y de Castilla (la Infanta
Isabel), pero no pudo controlar las actividades de su otro hijo el Infante
Fernando. Dotado de un temperamento vivo, el Infante se dejó arrastrar a una
conspiración para reintegrar los territorios del Lenguadoc al área de
influencia catalano-aragonesa. La maniobra, pese a la falta de raíces y apoyos,
comprometía a Jaime II de Mallorca. Después de una tempestuosa entrevista entre
padre e hijo, el Infante Fernando decidió ausentarse de la Corte de Perpiñán,
refugiándose en la Corte de Barcelona. Pese a los esfuerzos de su madre, la
reina Esclaramunda, por mejorar las relaciones entre padre e hijo, no lo
consiguió. Jaime II de Aragón le recomendó a Federico III de Sicilia, quien le
puso al frente de la Compañía catalana, que actuaba en Romania. Allí trabó
amistad con el cronista Ramon Muntaner. Capturado por Teobaldo de Cepoy,
lugarteniente de Carlos de Valois, fue liberado finalmente gracias a la
mediación de su padre con los reyes de Francia y de Nápoles. En 1308, el
Infante Fernando regresó a Perpiñán, participando al año siguiente en la
malograda Cruzada del rey de Aragón a Almería. Poco después decidió regresar a
Sicilia para intentar de nuevo hacerse con un reino en la Romania.
Bibliografía
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Sancho I de
Mallorca
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https://hipnosnews.wordpress.com/2015/12/02/sancho-i-de-mallorca/
Sancho de Mallorca (1277-1324) tuvo una primera experiencia política
traumática con motivo del ataque a Perpiñán por parte de Pedro el Grande, en
1285. Entonces, Jaime II de Mallorca pudo huir, pero su mujer Esclaramunda y
sus hijos, entre ellos Sancho, que solo contaba con 8 años, fueron capturados
por el rey de Aragón. La reina Esclaramunda fue liberada, pero sus hijos fueron
separados de ella y encarcelados en Torroella de Montgrí en calidad de rehenes.
Tanto el primogénito Jaime como Sancho
fueron enviados a la Corte en París, para iniciar su formación. A su regreso,
Jaime fue apartándose de la gestión de los asuntos públicos y desarrollando un
interés creciente por el franciscanismo. En 1299 hizo pública su renuncia a la
sucesión de la Corona de Mallorca, ingresando en el convento de san Francisco,
de Perpiñán.
La sucesión recayó en Sancho, quien en 1302
fue declarado oficialmente heredero de la Corona de Mallorca. No era la mejor
solución, Sancho estaba aquejado de una enfermedad crónica, pero Jaime II
decidió respetar el orden de sucesión. Además, la alternativa era el Infante
Fernando, cuya tirantez con Jaime II era notoria a raíz de los acontecimientos
mencionados.
Poco tiempo antes, se habían iniciado
gestiones de matrimonio, por mediación de Jaime II de Aragón. El rey de Aragón
estaba casado con Blanca d' Anjou, hija de Carlos II de Nápoles. Nada mejor que
otro matrimonio con la Casa de Nápoles para facilitar la tan deseada paz entre
Aragón y Anjou. De ahí que la candidata elegida para Sancho fuera María de
Nápoles. La Paz de Caltabellota, que cerraba un ciclo de 20 años de guerra
entre los reyes de Aragón y los Capetos, añadió otro proyecto matrimonial, esta
vez promocionado por Carlos II, entre su otra hija Leonor y Federico III de
Sicilia. Finalmente, el sucesor de Carlos II de Nápoles, Roberto, viudo de
Violante, hermana de Jaime II de Aragón, se casó en 1304 con Sancha, hermana
del futuro rey de Mallorca, Sancho. Es difícil encontrar, en otro momento
histórico, una mayor concentración de enlaces dinásticos entre las casas de
Aragón, Mallorca, Nápoles y Sicilia. Además, los matrimonios de Sancha y Sancho
de Mallorca se celebraron con pocos meses de diferencia, en junio y septiembre
de 1304.
Si el flanco internacional parecía
asegurado con la intensa política dinástica mencionada, otra cuestión fueron
los resultados de dichas uniones. El matrimonio de Sancho con María de Nápoles
tenía virtualidades interesantes de cara al comercio internacional de los
agentes mallorquines, pero fue un matrimonio sin descendencia. Sancho tenía una
salud precaria, en tanto María un carácter extravagante. En cualquier caso, la
ausencia de herederos legítimos no fue obstáculo para que Sancho obtuviera
descendencia de uniones esporádicas. Si en un principio el tema de la falta de
descendencia fue una cuestión íntima, acabó imponiéndose en la segunda parte del
reinado de Sancho como una cuestión política a resolver: la continuidad
dinástica.
La historiografía tradicional ha
establecido un retrato nada halagüeño de Sancho como hombre pacífico, virtud a
menudo devaluada por su debilidad y falta de carácter. En realidad, Sancho no
era débil, sino consciente de la debilidad de los territorios que gobernaba.
Conocía la historia reciente, él mismo la había padecido, el sometimiento de su
padre a vasallaje, el desposeimiento del reino de Mallorca, el aislamiento. Por
ello asume de forma pragmática su papel político subordinado como fórmula de
supervivencia.
En el reinado de Sancho se distinguen dos
etapas, una primera de 1311 a 1317, caracterizada por la continuidad de los
programas desarrollistas emprendidos por su padre Jaime II, y una segunda, de
1318 a 1324, dominada por las turbulencias generadas por la sucesión de Sancho
y por la conquista de Cerdeña.
En la primera etapa hay continuidades,
pero también giros y rectificaciones de líneas marcadas en tiempos anteriores.
Así como su padre Jaime II había recuperado el reino de Mallorca merced a los
tratados internacionales, Sancho obtuvo la Corona por sucesión pacífica. Su
posición, por consiguiente, era diferente a la de su progenitor. De ahí que la
mediatización del municipio, puesta en práctica por Jaime II, y la misma
fiscalidad real -a través de la sisa- puesta en práctica por este último, eran
concebidos como propios de un estado de excepción, pero no de una fase, ya
normalizada, de la relación bilateral Corona-municipio de Mallorca.
Bajo estas premisas la Universidad de
Mallorca, representada por los Jurados, instó la reintegración del espíritu y
la letra del municipio autónomo establecido en 1249 por Jaime I el
Conquistador. El envite suponía para la monarquía un retroceso de su posición
dominante. De ahí que la actitud de Sancho fuera cautelosa. Se comprometió a
devolver la autonomía municipal, pero después de abrir un período de
negociaciones bilaterales. En efecto, en 1314 el municipio recuperó su
autonomía, pero paralelamente Sancho puso en marcha una operación para socavar
todo atisbo de poder municipal. En efecto, aprovechando las reclamaciones de
los campesinos o foráneos, contra las autoridades municipales ciudadanas,
Sancho decidió organizar sus intereses a través de una nueva institución, el
llamado Sindicato Foráneo.
En 1315 empezó la historia de este nuevo
organismo dotado de autonomía en la elección de representantes y con facultades
de supervisión del movimiento financiero gestionado por los Jurados de la
capital de la isla. La anterior Universidad de Mallorca, con la ciudad como
capital y el resto de la isla como término municipal, queda así segmentada en
la Universidad de la ciudad y la Universidad foránea. Un organismo común donde
estarán representadas ambas, el Consell de Mallorca, será el nuevo marco de
decisión para asuntos comunitarios. La divisa clásica del divide et
vinces parece haber alentado la estrategia real. Sancho obtuvo
entonces lo que deseaba: un municipio debilitado y una nueva institución que le
debía su razón de ser.
La paz de Caltabellota, de 1302, había
finalizado un período de conflictos, pero no era un secreto el incremento de la
piratería genovesa y musulmana. El mismo Sancho, propietario de galeras, era
parte interesada en el tema. Jaime II había atendido la defensa del
archipiélago, disponiendo que las nuevas fundaciones rurales estuvieran dotadas
de un recinto de defensa. Pero se trataba de una defensa pasiva e incompleta.
De ahí que Sancho promoviera un programa naval. El escollo principal era el de
su presupuesto y financiación. Sancho intentó que fuera la Universidad de
Mallorca quien corriera con todos los gastos de la nueva armada. La Universidad
de Mallorca replicó que si la flota debía defender el archipiélago, también
debían colaborar las islas menores. Por otra parte, los portavoces de la nueva
Universidad foránea no se mostraban partidarios de tal tipo de gasto. Ante la
paralización del tema, Sancho promovió entonces acudir al sistema de pariaje.
En 1316 se acordó finalmente la construcción de una flota de cuatro galeras y
otras embarcaciones auxiliares a pagar mitad por mitad entre el patrimonio real
y la Universidad de Mallorca.
La nueva armada tenía virtualidades
importantes, entre ellas el botín que podría obtenerse de las capturas, pero
también suponían una carga financiera fija significativa. Es cierto que una
hábil negociación sobre el destino de los bienes de la extinguida Orden del
Temple había permitido a Sancho, en 1314, hacerse con un tercio de sus bienes
en Mallorca. Pero en el contexto de negociaciones sobre la armada y como
instrumento de presión sobre la Universidad de Mallorca, Sancho tomó una medida
de amplia repercusión: aprovechando que la comunidad judía insular había sido
inculpada de intentar convertir a unos cristianos, determinó la confiscación de
todos sus bienes. Poco después se avino a negociar una reintegración de los
bienes a cambio de una multa. Se trataba de una multa tan crecida que
representaba el presupuesto de ingresos de tres años del municipio de Mallorca.
Con tal medida, en lugar de atacar directamente a la Universidad de Mallorca,
sustrayéndole directamente los contribuyentes judíos -vinculados fiscalmente al
municipio desde 1309- consiguió el mismo objetivo con el procedimiento
mencionado. Dado que los pagos de la multa fueron negociados a doce años, el
rey obtuvo una financiación estable para sus empresas durante largo tiempo.
Si el gobierno interior del reino de
Mallorca fue orientado en la dirección mencionada, otra cuestión fueron
problemas de mayor fuste como el tema de Montpeller, el de la sucesión de
Sancho y el de la conquista de Cerdeña. Montpeller y su anexo llamado
Montpelleret eran enclaves de la Corona de Mallorca sin continuidad territorial
respecto a los demás dominios de la misma, se encontraban en territorio del rey
de Francia. Una dificultad añadida era que Montpelleret pertenecía al obispo de
Magalona. Los conflictos de jurisdicción eran frecuentes. En 1293 el mencionado
obispo decidió vender sus derechos sobre Montpelleret al rey de Francia.
También el rey de Aragón exigía a los reyes de Mallorca el reconocimiento de su
soberanía sobre dicha ciudad. Este hecho determinó que el dominio de los reyes
de Mallorca sobre Montpeller -por cuya posesión eran vasallos del rey de
Francia- fuera cada vez más frágil. Pese a los intentos de vías de solución
inspirados por Sancho no fue posible encontrar una salida satisfactoria al
problema de Montpeller, al cruzarse en 1318 el tema de la falta de sucesión de
Sancho.
En efecto, Sancho había manifestado su
deseo, a falta de hijos legítimos, de dejar la Corona de Mallorca a su sobrino
Jaime, hijo del Infante Fernando y de Isabel de Sabran. Ya en 1315, cuando
Jaime contaba con unos pocos meses, había sido trasladado desde Sicilia a
Perpiñán a los pocos días de haber fallecido su madre. Un año después fallecía
su padre el Infante Fernando, casado en segundas nupcias con Isabel de Ibelin,
en defensa del recién ocupado principado de Morea.
Jaime II de Aragón planteó a Sancho una
negociación sobre sus planes de sucesión. Partía del principio de que falto de
herederos legítimos directos, la Corona de Mallorca debía recaer en él. Por su
parte, Sancho exhibía su derecho soberano a declarar heredero de sus
territorios sin interferencias. El mantenimiento de las posiciones mencionadas
abocaron a una situación de ruptura entre 1319 y 1320, alimentada por el rey de
Aragón por el deseo de conseguir alguna ventaja en su proyecto de conquista de
Cerdeña.
Finalmente, en enero de 1321 Sancho tomó
la iniciativa para reanudar las relaciones. Pero fue Jaime II quien estableció
las condiciones: ofrecía al rey de Mallorca una doble alternativa, 40.000
libras, a cambio de las cuales sería exonerado vitaliciamente de acudir a las
convocatorias de cortes catalanas y rendir homenaje al rey de Aragón, o
presentarse en las mencionadas cortes y solicitar que no fuera obligado a
asistir para rendir el mencionado homenaje. Los términos de esta alternativa
eran amargos, pero Sancho optó por la segunda. En junio de 1321 acudió a
Girona, donde se encontraba el rey y su corte, rindió homenaje a Jaime II de
Aragón y recibió un documento que le eximía en el futuro de dicho compromiso,
aunque sus sucesores deberían prestar de nuevo el homenaje acostumbrado. En la
entrevista entre Jaime y Sancho nada trascendió sobre los problemas pendientes
-el tema de Montpeller y la sucesión de Sancho-. Jaime decidió postergar de
momento tales cuestiones, para establecer la prioridad del tema de Cerdeña. En
efecto, solicitó a Sancho ayuda económica, en concepto de préstamo; se trataba
de financiar 20 galeras y su correspondiente tripulación, armas y
avituallamiento.
Jaime II de Aragón había conseguido todos
sus objetivos: la subordinación de Sancho, el concurso económico del rey de
Mallorca a la empresa de Cerdeña y el mantenimiento de su reclamación a la
sucesión del rey Sancho, que seguía vigente, aunque mantenida ahora en estado
latente. Por su parte, Sancho había obtenido apenas un respiro para imponer la
sucesión de su sobrino Jaime, pero a medida que se consolidaba la voluntad real
menor era el interés de Jaime II de Aragón por dar una solución definitiva al
tema de Montpeller.
El rey de Mallorca estaba dispuesto a
dejar la cuestión liquidada antes de su fallecimiento. Se ofreció, entonces, a
comprar a Jaime II los derechos de los reyes de Aragón sobre Montpeller.
Obtenida una respuesta afirmativa, Sancho inició negociaciones con Carlos IV
para vender Montepeller a la Corona francesa. Los contactos se iniciaron a
principios de 1324, pero Sancho no tuvo tiempo de concluir las negociaciones.
En septiembre de 1324 fallecía en Santa María de Formiguera.
El testamento de Sancho, redactado en
1322, establecía claramente que el heredero de la Corona de Mallorca sería su
sobrino Jaime, hijo del Infante Fernando. En caso de fallecimiento de este
último, la corona recaería en su hermanastro, Fernando, hijo del mencionado
Infante Fernando y de su segunda esposa Isabel de Ibelin. Solamente en última
instancia heredaría la corona Jaime II de Aragón.
Dada la edad del sucesor designado -Jaime
apenas contaba con nueve años- Sancho estableció un consejo de regencia,
integrado por seis miembros (tres del reino de Mallorca y otros tres del Rosellón
y de la Cerdaña) y estipuló el nombramiento de un tutor hasta que su sucesor
cumpliera los veinte años.
El gobierno del rey Sancho es una época de
transición. Es cierto que hay vientos a favor, como la continuidad de una
coyuntura expansiva, pero también hay fuerzas poderosas e insoslayables que
condicionan su acción de gobierno. Hay una colisión entre el principio de
legitimidad dinástica y el principio de la viabilidad política de la Corona.
Hay un desequilibrio entre el poder de la monarquía aragonesa y la capeta y la
pequeña monarquía mallorquina. Para la monarquía aragonesa la Corona de
Mallorca es una asunto doméstico. Para la monarquía capeta un asunto
estratégico. Finalmente, para la monarquía mallorquina los términos de su
status quo no eran nada halagüeños: sin el apoyo de Aragón poco podía hacer
frente a la monarquía francesa, pero el apoyo de Aragón significaba a medio
plazo la anexión. Una alianza alternativa con Francia, frente a Aragón,
significaba la guerra con esta, dado el vínculo vasallático establecido en
1279.
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Jaime III de
Mallorca
(1324-1349)
https://es.wikipedia.org/wiki/Jaime_III_de_Mallorca
Por el albur de los acontecimientos, Jaime III (1315-1349), destinado
por Sancho a dar continuidad a la dinastía, será el último rey de Mallorca.
Los inicios de su reinado, en minoría de
edad, presagian más bien el final de la dinastía. El contexto no podía ser más
desfavorable: la constitución de un consejo de regencia y el nombramiento de un
tutor. Jaime II de Aragón, por su parte, alimentó el ambiente incierto de la
sucesión, al mantener viva su reclamación de la herencia de la Corona de
Mallorca.
El rey de Aragón, en contestación a la
carta en que Jaime III le comunicaba el fallecimiento del rey Sancho, le
transmitía su pésame. Pero la carta no iba dirigida a Jaime III como rey de
Mallorca. El rey de Aragón soslayaba oblicuamente el título del de Mallorca,
refiriéndose a él como sobrino y como hijo del Infante Fernando. Era toda una
declaración de intenciones.
Jaime II aumentó la presión al convocar
una asamblea en Lleida, enviar emisarios a Perpiñán y a Mallorca para
reivindicar la sucesión e incluso dispuso la invasión del Rosellón. Solo diez
meses después del fallecimiento de Sancho y debido a la mediación papal, el rey
de Aragón renunció a la campaña militar, aunque las tropas enviadas
permanecieron en el Rosellón. El procedimiento utilizado por Jaime II estaba
lejos de la actuación de su predecesor Pedro el Grande cuando, en 1285, se
presentó súbitamente ante las puertas del palacio de Jaime II de Mallorca en
Perpiñán, o cuando dispuso la ocupación del archipiélago balear a fines del
mismo año. En cualquier caso, la estrategia real coincidía con una parálisis
del procedimiento sucesorio establecido por Sancho. En un ambiente de
indecisión y de turbulencias - aparece más de un candidato a tutor- solamente
en 1325 fue designado el Infante Felipe, hermano del rey Sancho, como tutor de
Jaime III. El Infante, remiso en un principio a aceptar la carga de la tutoría,
era un hombre de tendencias ascéticas, terciario franciscano y tesorero de la
abadía de San Martín de Tours; no tenía experiencia de gobierno, aunque sí
buenas relaciones con las cortes de Francia y de Barcelona.
El Infante y su consejo establecieron una
prioridad política: liquidar el tema de la sucesión reclamada por Jaime II de
Aragón. Era evidente que éste no había conseguido una adhesión a su candidatura
ni en los círculos del Rosellón ni en el archipiélago. Pero la viabilidad
futura de la Corona de Mallorca pasaba por una relación estrecha y estable con
la Corona de Aragón. Consciente de este hecho, el tutor estuvo dispuesto a
pagar cualquier precio para conseguir el objetivo mencionado. El precio fue la
condonación del préstamo otorgado por Sancho de Mallorca, en 1321, para la
empresa de Cerdeña. En septiembre de 1325, en una reunión conjunta de ambas
delegaciones, tras asegurarse la condonación mencionada, Jaime II de Aragón
presentó su renuncia solemne a reclamar los derechos de sucesión a la Corona de
Mallorca.
Si el flanco exterior había sido resuelto,
otra cuestión era el tema de la deuda. El grueso de la aportación financiera
para la conquista de Cerdeña había sido aportado por el reino de Mallorca. Los
rumores sobre la condonación de la deuda convertían a la Universidad de
Mallorca de acreedora en deudora. En este contexto, donde se imbrican un
problema financiero y viejas aspiraciones sobre la igualdad de los territorios
insulares y continentales de la Corona, la Universidad de Mallorca acabará aceptando
la deuda de Cerdeña como propia, pero a cambio exigirá las manos libres para
resolver el ingente problema económico. Esto pasaba por la soberanía fiscal,
los Jurados y Consell General decidirían la política fiscal más adecuada sin
cortapisas, y por convertir a todos los agentes reales, empezando por los
lugartenientes, en subordinados de los magistrados municipales.
Los problemas no terminaron aquí, ya que
parte de los ingresos obtenidos por la Universidad de Mallorca para la empresa
de Cerdeña procedían de préstamos negociados por los Jurados a través de las
"taules de canvi" o bancas, empezando por la banca asegurada del
municipio, que operaban en la capital de Mallorca. Cuando se extendió el rumor
de la condonación de la deuda, muchos particulares se apresuraron a retirar sus
fondos de las entidades bancarias. Pese a la tara del 20 % establecida por los
Jurados a todo reintegro de dinero, los particulares acabaron retirando todos
sus depósitos. La banca municipal y otras asociadas suspendieron pagos y el
responsable de la primera fue encarcelado. La salida de la crisis pasaba por
recuperar la confianza tanto de acreedores como de posibles inversores. En
1327, el Infante Felipe remitió a Mallorca a dos reformadores. Al año siguiente
se puso en marcha un riguroso plan financiero, con un perfil de 4 años, y que
se proponía recaudar 1.000.000 de sueldos.
Cuando estaba en aplicación el plan de
estabilización mencionado, se produce un hecho, no por previsible, menos
inoportuno: la guerra con Génova. En 1329, el rey de Aragón, Alfonso el
Benigno, pulsó la opinión de Jaime III sobre la colaboración de Mallorca en
caso de estallar la guerra. En los círculos barceloneses se exigía ya la
ruptura de negociaciones, pero Alfonso decidió esperar acontecimientos.
Solamente, al año siguiente se pusieron en marcha los preparativos, tras un
acuerdo firmado en Perpiñán sobre la aportación respectiva de la Corona de
Aragón y la de Mallorca. La escuadra fue establecida en 20 galeras y 6 naves
auxiliares. La Corona de Mallorca aportaría la mitad de los efectivos. A partir
de ahí empezó una segunda ronda de negociaciones, sobre la aportación
respectiva del archipiélago y de los condados continentales. Las autoridades
insulares no estaban dispuestas a correr con la mayor parte de los gastos, como
había ocurrido en 1321. Finalmente se acordó que el reino de Mallorca aportaría
6 galeras, 2 naves y una barca, y los condados continentales 4 galeras y 2
barcas. Se estableció también una simetría en los impuestos y tarifas
destinados a financiar tal flota. Era la primera vez que se alcanzaba un
acuerdo bilateral del tipo indicado en unos territorios faltos de instituciones
comunes como las Cortes.
La guerra no era popular en Mallorca.
Desde hacía un centenar de años, las Baleares constituían la base comercial
genovesa por antonomasia en el Mediterráneo Occidental. En Mallorca habían
establecido redes de intereses con los agentes locales, redes que se
proyectaban más allá del Estrecho de Gibraltar, conectándose con los Países
Bajos e Inglaterra. La guerra provocaría la destrucción de una estructura de
relaciones, de mercados pacientemente trabajados. De ahí que bien pronto, en
1331, las autoridades municipales de Mallorca presionaran a Jaime III para que,
en el marco de las Cortes catalanas a las que había sido convocado, promoviera
la firma de la paz con Génova. Evocaban ya las pérdidas experimentadas por la
captura de naves insulares tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico.
La guerra, sin embargo, prosiguió hasta
1336. Sus secuelas entonces resultaron evidentes: retirada de los mercados
atlánticos. Siguiendo la línea marcada por el rey Sancho en 1315, cuando
confiscó los bienes de la comunidad judía, proseguida por el Infante Felipe en
1327, cuando pidió un préstamo a dicha comunidad, ahora, en el marco de la
guerra, Jaime III tomó una medida similar para conseguir recursos. En 1333
condenó a la aljama en base a su negativa a abonar un impuesto de capitación. A
juicio del rey desde hacía casi cinco años no había pagado cantidad alguna. La
decisión real, dictada por las necesidades económicas derivadas de la guerra,
tenía también el objetivo de sustraer a los judíos de la contribución
municipal.
Casi sin solución de continuidad, tras la
guerra con Génova, se inicia un nuevo conflicto con Marruecos. Los intereses
comerciales mallorquines en el reino de Granada y en el de Marruecos
aconsejaban la neutralidad. Los intereses políticos aconsejaban participar en
la coalición promovida por Alfonso XI de Castilla y por Pedro el Ceremonioso de
Aragón. En 1337, este último pidió la colaboración de la Corona de Mallorca en
el armamento de naves. Paralelamente, el rey de Marruecos trató de disuadir la
participación armada de Mallorca, enviando naves de reconocimiento al archipiélago
balear y haciendo circular el rumor de una próxima invasión del mismo. La
presión obtuvo su efecto, ya que en 1339 Jaime III firmó la paz con Marruecos
de forma unilateral.
Pero las contradicciones no habían hecho
más que empezar. Desde 1337 existía una situación de guerra entre Francia e
Inglaterra. La neutralidad frente a Marruecos satisfacía los intereses
mercantiles insulares, pero no obtuvo rentabilidades plausibles. Naves
mallorquinas, sospechosas de connivencia con Marruecos, eran capturadas una y
otra vez por la flota cristiana destacada en el entorno del Estrecho de
Gibraltar. Cuando Jaime III intentó favorecer la reimplantación de las
posiciones de los agentes insulares en el comercio con Inglaterra, negociando
el matrimonio de su heredero Jaime con una princesa inglesa, se encontró frente
a la Corte Francesa. A raíz de estos sucesos, la Corona de Mallorca quedó
aislada frente a la Corona de Aragón y enfrentada a Francia.
Si en la política exterior, la Corona de
Mallorca se encuentra atrapada en los conflictos mencionados, en el gobierno de
los territorios no fueron menores los problemas. Diferentes actuaciones reales
provocaron el conflicto tanto en el reino de Mallorca como en los condados
continentales: la convocatoria a Perpiñán de dos expertos en fabricación de
moneda, bajo multa de 2.000.000 de sueldos, el establecimiento de impuestos
extraordinarios en los condados continentales y en Montpeller, el nombramiento,
sin intervención del municipio, de dos agentes encargados de recaudar un
impuesto en Mallorca y liquidarlo al patrimonio real, la cesión de la multa
impuesta, en 1333, a los judíos a un acreedor de la Corona. Ante las reacciones
producidas, Jaime III inició el repliegue: vuelta a la alianza francesa,
colaboración con Castilla y Aragón enviando finalmente una flotilla al Estrecho
de Gibraltar, abolición de la mencionada multa de 2.000.000 de sueldos,
retirada de los impuestos extraordinarios establecidos por el rey en los
condados orientales.
Pero ya era tarde para rectificar. Pedro
el Ceremonioso había decidido ya la incorporación de la Corona de Mallorca. Con
la finalidad de revestir su actuación de legalidad abrió un proceso contra
Jaime III. Como el rey de Aragón era juez y parte en la cuestión, las conclusiones
del proceso estaban claramente predeterminadas. El proceso fue iniciado a
finales del año 1341 y concluyó en febrero de 1343 con una sentencia que
condenaba a Jaime III de Mallorca a la confiscación de sus bienes.
Pocos meses después, en mayo de 1343, una
considerable flota conseguía en pocos días la capitulación de Mallorca y del
resto del archipiélago. Apenas hubo resistencia. A su regreso a Barcelona, el
rey de Aragón inició la ocupación de los condados continentales de la Corona de
Mallorca y después de una tregua concluyó las operaciones con la toma de
Perpiñán, en julio de 1344.
Las operaciones no fueron más allá.
Algunas piezas sueltas, situadas en territorio de Francia, como Montpeller y
las baronías de Omelades y Carlades todavía quedaban en manos del rey
destronado. Desde estas bases intentó recuperar, sin éxito, los condados
orientales y después programó la reocupación del reino de Mallorca. Consiguió
liquidez al vender la mayor parte de sus derechos sobre Montpeller, en 1349, al
rey de Francia. Pero la expedición resultó un fracaso. El mismo rey fue vencido
y muerto en la batalla de Llucmajor, en octubre de 1349.
Jaime III, a nivel personal, pasó por las
circunstancias más amargas: perder su reino. Fue derrotado dos veces, la primera
en 1343 cuando no pudo defender la isla de Mallorca frente a las tropas de su
cuñado Pedro el Ceremonioso, la segunda cuando fue vencido y muerto en
Llucmajor, en 1349. Mientras tanto, había intentado suicidarse, al no poder
asumir su condición de rey destronado.
Existen personajes vencidos, convertidos
en héroes, otros en malditos y otros olvidados. Jaime III no ha tenido la
fortuna de formar parte del primer grupo. Durante cierto tiempo los
historiadores románticos exaltaron su papel de víctima de la opresión y de la
fuerza. Después algunos historiadores destacaron su orgullo, intransigencia y
temeridad. Según esto, la víctima no era inocente sino que estaba cargada de
defectos.
En realidad, quien derrotó al rey de
Mallorca fue el nuevo contexto internacional, caracterizado por diferentes
niveles de conflicto: guerra de los Cien Años, que involucra a Francia e
Inglaterra, la guerra de los benimerines, que involucra a Castilla y la Corona
de Aragón, y los mismos intentos de satelización de las Baleares por los
genoveses. Frente a estos hechos no cabían neutralidades o equidistancias. Para
ser neutral se debe ser en primer lugar fuerte. Y éste no era el caso de la
Corona de Mallorca, dependiente además por vínculos vasalláticos de las coronas
de Francia y de Aragón. Por otra parte, la necesidad de Jaime III de trasladar,
a través de la fiscalidad, el coste de la nueva situación de conflicto a los
territorios e incluso su intento de imponer y recaudar por propia autoridad
tributos determinó reacciones adversas; la principal de ellas, quizá, la
utilidad de una monarquía interpuesta.
La desaparición de la Corona de Mallorca
no es un tema local sin trascendencia. Afecta a la reordenación del Languedoc,
al incorporarse Montpeller a Francia; por otra parte, la monarquía francesa
toma buena nota de la diferente reacción de los territorios de la Corona de
Mallorca ante la invasión del rey de Aragón: resistencia, en los condados
continentales, y fácil acceso en el caso de las Baleares. También Génova comprendió
rápidamente la nueva relación de fuerzas en el Mediterráneo Occidental, al ser
incorporado el reino de Mallorca a la Corona de Aragón.
El reinado de Jaime III no es solo una
época de conflictos. En su haber consta la creación del Consulado de Mar de
Mallorca, en 1326, y la organización de los servicios de la Corte. En efecto,
en 1337, publicó las "Leges Palatine" con una meticulosa organización
de los servicios de la Corte y de los organismos políticos y financieros, como
el Consejo Real, el Racional y la Cancillería.
Jaime III se había casado con Constanza de
Aragón, hermana de Pedro el Ceremonioso, en 1336. Del matrimonio habían nacido
dos hijos, Jaime (1338) e Isabel. Tras el fallecimiento de Constanza, en 1345,
Jaime III contrajo nuevas nupcias con Violante de Vilaragut, de la que tuvo a
una hija, llamada Esclaramunda. Tanto Jaime, fallecido en Soria en 1375, como
Isabel reivindicaron los derechos históricos de su dinastía.
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