domingo, 17 de diciembre de 2023

 

VIOLENCIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE:

CONTEXTO Y ORÍGENES CULTURALES (1)

 

Queridos lectores, un trabajo más, este de Marcos Cueva Perus, de la UNAM, nos habla de la violencia del siglo pasado en América Latina y el Caribe y en definitiva en este siglo que comenzamos estamos más o menos igual, o empezamos a estarlo. Me imagino que hemos tratado de aprender de los errores cometidos en el siglo pasado y veo que no, nos gustan (los trancazos), somos especialistas en buscarnos problemas, la corrupción, el tráfico de influencias, el nepotismo continúa.

            Espero que leyendo este documento, aprendamos y seamos más honrados con los demás y con nosotros mismos. Gracias como siempre.

Introducción

Aunque pueda parecer extraño, a veces sucede que la historiografía puede cometer errores bajo la influencia de lo que los franceses han llamado idées recues o idées préconcues * o bajo la de los discursos sociales en boga. La primera y la segunda guerras mundiales fueron bautizadas como tales sin que, strictu senso, lo hayan sido: en realidad, fueron guerras a la vez imperiales e internacionales en las cuales no se inmiscuyó todo el orbe. Ninguno de esos conflictos bélicos, que involucraron a un sinnúmero de países y regiones (2), podría ser entendido desde una perspectiva global, tal y como ésta suele comprenderse hoy, por la supuesta interdependencia entre todas y cada una de las partes del “sistema mundial”.

            No es de nuestro interés entrar aquí a debatir sobre aquellas visiones económicas que pudieron haber asumido, el anhelo de ciertos países por hacerse del mundo. Si hemos de recordar con precisión las expresiones de este anhelo, datan del Imperio Romano, que creía dominar el mundo sin haber rebasado jamás los límites del Mediterráneo y unas cuantas regiones más. (3) El Imperio Napoleónico, que contribuyó a consolidar la idea del carácter universal de la Declaración de los Derechos del Hombre y el “Ciudadano” de la Revolución francesa, no consiguió siquiera inclinar a su favor, luego de sendas campañas bélicas, al continente europeo en su conjunto, como tampoco lo había conseguido siglos antes Carlomagno (768-814). A finales del siglo XIX, Estados Unidos, concluida la conquista de la frontera interna (la Conquista del Oeste), y al amparo de la concepción del Destino Manifiesto, comenzó a incubar la idea de que, algún día, el mundo entero le pertenecería de la manera más natural al imperio y a su pueblo elegido por Dios. (4) Lo mismo sucedió con la Alemania nacional-socialista, que tampoco pudo hacerse siquiera de toda Europa. A fin de cuentas, Alemania había dejado en manos de Japón el sometimiento de Asia, y no contaba con la entrada de Estados Unidos en la contienda. Estados Unidos pudo haber incubado, con el fin de la Guerra Fría la idea de la “conquista mundial”, por lo demás fuertemente vinculada con las reminiscencias de la concepción del Destino Manifiesto, pero nada indicaba que no fuera un fenómeno transitorio, aunque eso sí en extremo arriesgado. (5)

                Dela misma manera en que la presentación de estos resultados de investigación no nos corresponde indagar por los orígenes de ciertos enfoques en la ciencia económica, tampoco nos corresponde hacerlo en el terreno de la geopolítica, aunque en éste, desde Gran Bretaña hasta Estados Unidos, haya sido el terreno donde se estuvo más cerca de la idea del dominio mundial. Fuera de lo anterior, pudiera reprochársele a la Ilustración, o a los ideales de la Revolución francesa, el haber pretendido al universalismo. No es seguro que cada imperio no haya tendido a formularse la idea de que su mundo era el mundo. Es innegable que Estados Unidos incubó una forma peculiar de “universalismo” con la aparición de la globalización, sin que por ello pueda aducirse que sea la conclusión extrema de los ideales de la Revolución francesa donde, en rigor no hubo de aparecer fundamentalismo religiosos alguno. (6) China, alguna vez el Imperio del Medio, también pudo acariciar la idea de que su mundo era el mundo, como Rusia a su modo con el monje Filofei y la “Tercera Roma, idea a la que se ha querido atribuír un carácter mesiánico. (7)

                Así pues, desde nuestro punto de vista, hablar de primera y segunda guerra mundial y puede tener una doble función: por una parte, puede tratar de dar cuenta del alcance de un fenómeno que, sin lugar a dudas, jamás lo había tenido, por lo que no cabe tampoco pensar en una simple repetición cíclica del “auge y caída de los grandes imperios, aunque casi todos se hayan desmoronado luego de las conflagraciones mencionadas; por otra parte, puede volver cualquier análisis permeable al anhelo explícito de la potencia o el imperio en curso.

            En América Latina y el Caribe, esta pretensión de universalismo no es del todo extraña, y por cierto que nada tiene que ver con alguna influencia de la Revolución francesa: como otros, el Imperio Español de América, junto con el portugués, bien pudo creer que el suyo era el único, que su representación del mundo era la única que valía, y que, por lo menos en un periodo ascendente, cualquier discrepancia bien valía una cruzada, aunque en el siglo XVI se hablara de Inquisición y no de fundamentalismo. (8) ¿Y acaso, los aztecas o los incas no pensaron, casi hasta el final que su mundo era mundo, aunque supieran, por volcanes o presagios, que ese mundo por haber tenido un principio, iba a tener un fin?

            Si hemos preferido hablar de simples convenciones, es la medida en que, como intentaremos mostrar, apenas alcanza a dar cuenta de lo que aquí nos incumbe: el lugar de América Latina y el Caribe en ése mundo bélico del siglo XX, del que en muchos aspectos apenas participó. Si esta precisión nos interesa, es porque, a nuestro juicio, ofrece la clave para comprender hasta qué punto, contra la representación que pudo haberse formado posteriormente, la violencia en América Latina y el Caribe durante todo el siglo XX tuvo en buena medida un origen endógeno.

*****

En ningún momento se planteó en Estados Unidos una contienda política que involucrara seriamente al comunismo (9), o siquiera al socialismo, y la supuesta influencia soviética, salvo en el caso de Cuba, fue menos ya no digamos que en Asia o en Europa sino también en África, cosa que es demostrable por igual desde el punto de vista económico y político. Pero más aún, América Latina y el Caribe tuvieron una participación mínima tanto en la primera como en la segunda guerras mundiales, al grado que, en el caso de ésta última, Eric Hobsbawm ha podido hablar de “participación nominal, aunque las ideologías en pugna tuvieron una influencia innegable, y el impacto económico de la contienda haya sido largamente estudiado:

Que la segunda guerra mundial fue un conflicto literalmente mundial es un hecho que no necesita ser demostrado. Prácticamente todos los estados independientes del mundo se vieron involucrados en la contienda, voluntaria o involuntariamente. En cuanto a las colonias de las potencias imperiales, no tenían posibilidad de elección. Salvo la futura república de Irlanda, Suecia, Suiza, Portugal, Turquía y España en Europa, y tal vez Afganistán fuera de ella, prácticamente el mundo entero era beligerante o había sido ocupado –o ambas cosas-. En cuanto al escenario de las batallas, los nombres de las islas melanesias y de los emplazamientos del norte de África, Birmania y Filipinas comenzaron a ser para los lectores de los periódicos y los radioyentes –no hay que olvidar que fue por excelencia la guerra de los boletines de noticias radiofónicas- tan familiares como los nombres de las batallas del Ártico y del Cáucaso, de Normandía, Stalingrado y Kursk. La segunda guerra mundial fue una lección de geografía universal. (10)

 

            Así pues, desde el margen, América Latina y el Caribe tuvieron el privilegio de no haberse visto involucrados en dos guerras mundiales que, paradójicamente, para subcontinente representaron dos fenómenos externos, y por lo mismo ajenos, salvo en lo que podían traer de costo o beneficio económicos desde lejos, y en lo que podían conllevar de cobertura ideológica para dirimir conflictos internos. La peculiaridad latinoamericana y caribeña, por cierto, no es tan exclusiva como pudiera parecer: la segunda guerra mundial, en particular, afectó apenas al grueso del continente africano (salvo el norte), y en particular al África negra, (11) aunque también, a la larga, haya tenido repercusiones, en particular por el fenómeno de la descolonización, y por sus consecuencias económicas. (12) En este sentido, la guerra se convirtió en la oportunidad para emprender la descolonización y el desarrollo económico, y para sacudirse la presencia de siglos, de Gran Bretaña y Francia. De poco consuelo sirve saber que nuestro continente participó en la trata de esclavos desde ese continente, o que lo que dimos por latinoamericano y caribeño por excelencia, siempre en reclamo de exclusividad, privilegio y estados de excepción, la proliferación de golpes de Estado, por ejemplo, no escasearon ni en el África negra ni en el sudeste asiático. (13) Tampoco creemos que sea conveniente reclamarnos “universales” sólo cuando se trata de participar entre los grandes, pero que usemos los particularismos para no ser los más débiles.

            Otro hecho nos parece de la mayor importancia: ni España, ya bajo el franquismo, ni el Portugal salazarista tomaron parte realmente activa en la segunda guerra mundial, de la que permanecieron aún más al margen que de la primera. No es exactamente que Franco no haya querido participar: pedía, entre otras cosas, Orán y parte del Marruecos francés, pero Hitler tenía otras prioridades. Franco había llevado a cabo, con los apoyos italiano y alemán, una guerra de tipo colonial contra los propios españoles, lo cual le dio a la guerra civil española un carácter de extrema crueldad. Acostumbrado a luchar contra las tribus de Marruecos –según Joseph Pérez-, mal pertrechado, su guerra contra los rojos fue de tipo colonial: partidario de conservar el terreno conquistado y recuperarlo si se había perdido, aún a costa de grandes pérdidas humanas, era muy reacio a replegarse a posiciones más fáciles de defender. Esta táctica, a decir verdad, tenía su intención política, puesto que cuanto más se prolongara la guerra, más pérdidas causarían al enemigo, porque el objetivo no era sólo vencer, sino también exterminar al adversario. Franco fue un soldado valiente, pero un estratega mediocre. En 1939, Franco optó por la autarquía ante el inicio de la segunda guerra mundial, y por la no-beligerancia, con lo cual el comercio exterior se limitó a la compra de productos indispensables (por ejemplo, trigo a Argentina). España quedó excluida del Plan Marshall en 1947, pero en 1953 mandó al frente ruso un cuerpo de 18 mil voluntarios falangistas, que Alemania tuvo que armar, y en agosto de 1941, 100 mil obreros voluntarios fueron a trabajar a Alemania. Curiosamente, Franco protegió a los descendientes de judíos expulsados de España en 1492 al considerarlos súbditos españoles, por lo que 365 sefardíes fueron liberados del campo de concentración de Bergen-Belsen en 1944. (14) Como sea, desde este punto de vista, la segunda guerra mundial tampoco fue una contienda generalizada en el continente europeo, y dos de los países que se mantuvieron al margen fueron, precisamente aquellos que eran las principales ex metrópolis de América Latina y el Caribe, a diferencia de lo ocurrido con muchos territorios de África y Asia. Ello, desde luego, no quiere decir que las simpatías de España y Portugal no fueran hacia la Alemania nacional-socialista, que por lo demás había ensayado, durante la guerra civil española, junto con Italia, armas que habría de utilizar más adelante en otros frentes de batalla.

            ¿Cómo hablar entonces, más allá de una convención, de dos guerras mundiales, cuando en realidad buena parte del mundo, y en particular aquella que atañe a nuestra investigación, no tuvo realmente una participación activa? En Portugal, Salazar decidió enclaustrar al país. Su régimen el cual denominó “Nuevo Estado”, fue contemporáneo a los regímenes de Mussolini en Italia y de Primo de Rivera en España, y sus oponentes lo describieron comúnmente como un sistema de gobierno fascista. Este vago uso del término “fascista” no aclara la naturaleza específica del gobierno portugués de la década de 1930 ni sus diferencias de fondo y estilo con los otros dos dictadores del Mediterráneo occidental. La común aversión a una democracia liberal pluralista, y el violento trato a los oponentes, enmascararon las diferencias ideológicas, y sobre todo la falta de un partido de masas portugués al cual los demagogos pudieran soliviantar para atacar a los enemigos públicos. Incluso durante sus primeros años, Salazar se resistió a convocar a las multitudes a las calles de Lisboa, y cuando lo hizo, sus discursos resultaron inexpresivos en comparación con los de sus carismáticos contemporáneos de otros países. En lugar de dejarse ver, tendió a recluirse, y su aparato propagandístico lo presentó como un padre sabio y monacal, el salvador de la nación: lo dibujó en carteles con una espada de cruzado en la mano y lo describió en libros de historia como el sucesor patriótico del héroe liberador de la nación, Juan IV de Braganza. Durante la guerra, Salazar tampoco se inclinó fanáticamente por Alemania (aunque la Gestapo alemana, por ejemplo, llegara a entrenar a la policía portuguesa). Según David Birmingham, “los primeros pasos hacia el cambio en el cerrado mundo imperial de Salazar comenzaron a darse en 1943. En Lisboa, Rose Macaulay llegó procedente del ministerio británico de información para estudiar las simpatías rivales de los portugueses hacia Hitler y Churchill. Hizo un informe muy prudente y erudito explicando que le costaba creer que mucha gente fuese genuinamente progermánica, aunque ella admiraba a los andrajosos vendedores de periódicos, y quienes parecían saber a quién ofrecer Das Reich y qué clientes preferían el Daily Express. Sin embargo, se produjo una gran sorpresa entre la comunidad alemana y sus admiradores de clase media cuando Salazar se vio obligado a romper su neutralidad y garantizar el acceso militar británico a las Islas Azores. La misma sorpresa causó dos años después en la comunidad británica y sus asociados el hecho de que Salazar guardase luto por la muerte de Hitler haciendo que ondeasen a media asta las banderas de Portugal. (15) En la segunda guerra mundial, Brasil, antigua colonia portuguesa, fue uno de los pocos países que participó con tropas en Italia, y quienes hicieron la campaña al lado de los estadounidenses habrían de encontrarse luego entre los artífices del golpe de Estado militar brasileño de 1964. (16)

                Luego de la descolonización, a principios del siglo XIX (salvo en Cuba y Puerto Rico), el decimonono había representado una larga y tortuosa salida de la Colonia, y las presencias extranjeras fueron menguando. En síntesis, era toda el área del Atlántico la que se encontraba en juego, y América Latina y el Caribe se ubicaron el mejor de los mundos posibles, en contraste con lo que, sucedía en otras latitudes: del lado de los vencedores, y con la quietud, si puede llamarse así, de las antiguas metrópolis, que hasta cierto punto seguían practicando lo que habían decidido con la progresiva decadencia de sus imperios. No estaría de más recordar cómo la España franquista entró en 1956 a Naciones Unidas, con el apoyo, ni más ni menos, que de 16 de los 19 votos latinoamericanos, y en nombre de la hispanidad. (17)

                Otra cosa ocurrió con Alemania. Este país, cuya presencia en América Latina y el Caribe nunca fue de mucho alcance, y había menguado en el periodo de entreguerras, sí atrajo la atención, por lo que, con la mayor frecuencia, hubo de recoger cierta interpretación popular: “dos veces humillada, Alemania se levantó””. No era tanto que pesara el desafío a Estados Unidos, además relativo: parece haber sido un dejo de fascinación o de deslumbramiento por aquello que, por lo pronto, habremos de llamar “la fuerza”. Más tarde esa misma fascinación, pero centrada sobre todo en las capacidades económicas, se centró en Japón. Podríamos aventurar que había fascinación por el orden en sociedades para las cuales la independencia representó sobre todo el caos. Tampoco podía no llamar la atención el “caudillismo” en la figura de un führer alemán, en España y en el genio y figura de Franco, Joseph Pérez ha descrito perfectamente bien la personalidad de Franco, quien padeció, más que propiciar, las transformaciones de la España franquista:

Franco no poseía ninguna de las cualidades que predisponen a convertirse en conductor de un pueblo. No era brillante, ni en el terreno militar ni en el intelectual {…} El Caudillo tampoco fue capaz de concebir ninguna teoría original sobre la organización de la sociedad y la evolución del mundo. Nunca dedicó mucho tiempo a la lectura y la meditación. Desde que en 1939 se instaló en El Pardo sus distracciones favoritas fueron la caza, la pesca, el golf, el cine y, en ocasiones, la pintura. Los diplomáticos que trataron con él destacan su conversación trivial y su tendencia a evitar las conversaciones serias. {…} En cuanto a sus ideas políticas, eran simples, por no decir simplistas. Según él, la democracia llevaba a la anarquía. Franco creía en una conspiración internacional de los judíos, los masones y los comunistas contra la civilización cristiana. Estaba obsesionado, sobre todo, con la masonería. Creía ver maquinaciones por doquier, siempre dispuestas a perjudicar a España. En realidad, Franco pretendía gobernar España como si fuera un cuartel, con autoridad en el jefe y disciplina en los subordinados {…} Franco no tenía la prestancia de un tribuno. A diferencia de un Hitler o un Mussolini, carecía de cualidades oratorias {…} Tampoco ejercía sobre sus subordinados, sus políticos y la masa de sus partidarios un ascendiente con trazas de carisma {…} El secreto de su triunfo era que estaba convencido, y convenció a los demás, de que la Providencia le había encomendado la misión de salvar España. A partir de 1946 las monedas acuñadas con su efigie llevaron la leyenda: “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Nadie osaba contradecirle {…} Franco compensó lo que podría pasar por deficiencia o mediocridad con ambición, obstinación y confianza en sí mismo. Se creía superior a los demás. Deseaba ardientemente ser el primero, pero procuraba disimularlo {…} Gracias a su dominio de sí mismo, su obstinación y su flema, pudo superar las situaciones más críticas, desbaratar las maquinaciones de sus rivales y adversarios, y resistir a las presiones. Carrero Blanco, que fue su confidente y le conocía bien,  resumió en una palabra su actitud frente a la hostilidad de Naciones Unidas en 1946: aguantar. Esta actitud era propia del temperamento de Franco y una de las razones de su triunfo. Otra fue su indiferencia en materia política. Lo único que le interesaba era conservar el poder y mantener algo que le parecía esencial: un régimen autoritario. (18)

 

            Con su política durante la segunda guerra mundial y después, Franco enclaustró a su país otros treinta años.

            Pocos se aventurarían a reconocer que no había nada excesivamente independiente en el modo en que Alemania y Japón se levantaron luego de la segunda guerra mundial, puesto que recibieron una generosa ayuda de Estados Unidos: mucho más generosa, por cierto, de la que recibió el subcontinente latinoamericano y caribeño. No hubo, desde luego, y pese al acercamiento económico, ningún “Plan Marshall” para América latina y el Caribe luego de la segunda guerra mundial. Para finales de ésta, Estados Unidos no tenía rivales en América Latina y el Caribe, ni en Europa, ni en Asia. Como escribe Rosemary Thorp, durante la guerra “Estados Unidos era muy consciente de los peligros que para la solidaridad panamericana planteaban las dificultades económicas de América Latina”, la actitud cambió luego del conflicto: “para Estados Unidos, América Latina no era un punto central de interés ni en términos económicos ni políticos”. Y agrega: “Los años 1945 a 1948 se caracterizaron por la continua esperanza latinoamericana de que llegaría una sustancial ayuda de Estados Unidos”. (19) Las circunstancias quisieron que, además de quedar bastante al margen de las conflagraciones, y de obtener privilegios, el subcontinente encontrara el modo de convertirlos en fueros, pero que, además se reclamara el mayor orden  posible (en Brasil, Getulio Vargas, en franca imitación de lo que Mussolini había llamado Ordine Novo, dio pie a la creación del Estado Nuevo, con mayúsculas, luego de meter precautoriamente a la cárcel a los tenentistas que reivindicaban, con Luis Carlos Prestes, una afiliación comunista, bastante excepcional en América Latina y el Caribe: la esposa de Prestes, judía, fue a parar a un campo de concentración durante la segunda guerra mundial). Francisco Iglesias escribe sobre la actitud brasileña durante la segunda guerra mundial:

El Estado Nuevo nació del triunfo de la ideología derechista en varios países, principalmente europeos. Esa propaganda sedujo a Getulio Vargas, en cuyos discursos se transparentaba su entusiasmo por los regímenes fuertes de Italia y Alemania. No fue más explícito porque dudaba sobre el rumbo que tomaría la inminente guerra. Vacilaba entre el eje Roma-Berlín y los Aliados (sobre todo a causa de los Estados Unidos) […] En el gabinete había simpatizantes del Eje (por ejemplo, el ministro de Guerra, Eurico Gaspar Dutra) y simpatizantes de los Estados Unidos como Osvaldo Aranha. Cuando en 1942 Norteamérica intervino efectivamente  en el conflicto, resultó imposible sostener el doble juego. Los Estados Unidos deseaban un continente unido y en parte lo consiguieron […] El Brasil tuvo que participar en la lucha en el bando de los Aliados y concedió bases militares en la costa nordeste y en las islas del Atlántico. Como los submarinos alemanes torpedeaban continuamente navíos brasileños, no pocos intelectuales organizaron una intensa campaña en contra del Eje. El gobierno se vio obligado a tomar partido y lo hizo en 1942. Así, el Brasil participó en la guerra en forma más decidida que en 1917 y 1918. Ayudó a patrullar el Atlántico, envió misiones médicas y materiales estratégicos y, desde 1944, lucho en los campos de batalla. (20)

 

            En síntesis, no estaba del todo mal que la guerra fuera una oportunidad para consolidar la independencia, que el subcontinente recibiera mayores prebendas estadounidenses, y que se ubicara en una situación privilegiada y de excepción.

            Así las cosas, desde el punto de vista migratorio, la segunda guerra mundial, en particular, sí tuvo algunas consecuencias para América Latina y el Caribe: en los preludios del conflicto, México recibió una importante inmigración republicana española, pero ya durante y hacia finales de la guerra varios países sudamericanos, particularmente en el Cono Sur, recibieron a numerosos alemanes y habitantes originarios de otros países que habían participado al lado de  la Alemania nacional-socialista, durante la segunda guerra mundial.

            Si el impacto migratorio no fue de mayor importancia, y no se produjeron desplazamientos de poblaciones enteras, como en Europa y Asia, sobre todo el militar, en particular en las futuras dictaduras del Cono Sur, sí lo fue. Por otra parte, la influencia ideológica del “fascismo”, como se le llamó apresuradamente en la generalización, de ninguna manera podía ser desdeñada en el surgimiento de los regímenes populistas (o simplemente nacionalistas) en las más diversas partes de América Latina y el Caribe. En todo el siglo XX no se produjeron en América Latina y el Caribe genocidios como el de los judíos en Europa, o como el de los armenios en Turquía, que algunos historiadores ubican como el segundo más grave –y menos conocido- luego del de los judíos. (21) El dictador chileno Augusto Pinochet, por ejemplo, no quiso en ningún momento acabar con “todos los chilenos”: únicamente terminar con los “malos chilenos, o los subversivos. Genocidio es, sin duda, una palabra excesiva para hablar de las desapariciones, las torturas y las ejecuciones, en Chile.

            Es sólo de manera reciente, y gracias a los adelantos hechos en el terreno de la historiografía, que se logró un mejor conocimiento sobre la inmigración de alemanes a Sudamérica, sobre todo al final de la segunda guerra mundial. Quizá quepa agregar que los vínculos entre algunos sectores políticos estadounidenses y el nacional-socialismo alemán son poco conocidos (fueron escasamente importantes donde había población alemana, en la región de los Grandes Lagos, y los hubo en los estados de Nueva York y Pennsylvania). (22)

            Durante la segunda guerra mundial, la inmigración japonesa fue cortada de tajo:

[…] Japón, al alinearse junto a los países del Eje y participar en la guerra del Pacífico en 1941, provocó que varios países de Centro y Suramérica, entonces bajo influencia norteamericana, le declararon la guerra. En algunos países, como en el caso  de Estados Unidos y de Canadá, los japoneses fueron encerrados en campos de concentración. Muchos japoneses que poseían bienes y posición, sufrieron grandes pérdidas al ser despojados de sus pertenencias. Pero, debido a las diferencias políticas y diplomáticas entre Estados Unidos y los países del Centro y Suramérica, el trato hacia los japoneses fue desigual según el país. (23)

 

            Parece que es poco el conocimiento acumulado sobre la inmigración italiana, aunque ha sido en cambio fehacientemente demostrado hasta qué punto el Vaticano sirvió de refugio para muchos alemanes que, al término de la segunda guerra mundial, lograron llegar al Cono Sur. Como sea, aparte del sonado buque Graf Spee en el Mar del Plata, hubo criminales de guerra alemanes (además de los colaboracionistas franceses, ustashi croatas y SS de casi toda Europa) que lograron escapar a la justicia o, en Alemania del Este, al avance de las tropas soviéticas, con la complicidad, por lo menos, de la Cruz Roja –danesa, por ejemplo-, la “neutral Suiza” y cierto número de conventos católicos en Italia, así como el clero español, (24) hasta llegar  a la Argentina de Perón, y todo ello pese a lo que se había establecido en la Conferencia Panamericana de Chapultepec, México, en 1945. (25) La influencia alemana en Argentina venía de tiempo atrás, desde el modo “prusiano” en que había sido organizado el ejército del país sudamericano por el coronel Wilhem Faupel hasta el hecho de que, durante la primera guerra mundial, el presidente Hipólito Yrigoyen hubiera mantenido la neutralidad y retirara a Argentina de la Liga de las Naciones cuando las potencias vencedoras no quisieron aceptar en ella a la Alemania de Weimar, por lo cual hubo gestos de agradecimiento alemán. Argentina fue el primer país que recibió a inmigrantes alemanes luego de la segunda guerra mundial. De acuerdo con Goñi, desde Madrid, en 1944, agentes del servicio secreto de Himmler prepararon una ruta que permitiera la huida de los nazis derrotados, y a partir de 1946 el operativo se trasladó a Buenos Aires. De igual modo, el Vaticano, la iglesia católica argentina y el gobierno argentino facilitaron la fuga de criminales de guerra franceses y belgas; asimismo, en Argentina acabó el oro del tesoro del Estado, conseguido con el saqueo de unas 600 mil víctimas serbias, gitanas y judías.

            Si la segunda guerra mundial pudiera considerarse tal, el impacto más reconocible, en América Latina y el Caribe, no parecería pasar ni por la victoria de la entonces Unión Soviética ni por la de Francia, sino sobre todo por el apuntalamiento de la presencia económica anglosajona y del profundo conservadurismo, de origen colonial, que un siglo de independencia no pudo relegar a segundo término, pero ahora bajo influencia de una curiosa alianza y el nacional-socialismo. Si se toma en cuenta, como ya se ha dicho, que no hubo durante la Guerra Fría continente más alejado de la influencia soviética y comunista que el continente americano, entonces no sería difícil sugerir que las problemáticas del progreso económico y la democracia política, que dominaron el siglo XX local, se situaron entre un conservadurismo político que tenía sus identificaciones en el exterior, y un liberalismo económico.

 

La guerra ausente

Pocos autores estudiaron la guerra en América Latina y el Caribe durante el siglo XX, así como pocos también se detuvieron a estudiar la violencia, incluso desde una perspectiva marxista, que daba por sentado que “la violencia es la partera de la Historia”. De entre esos autores, seguramente el que más atención prestó al fenómeno bélico y el sentido que podía tener fue José Luis Romero (26) en Argentina, en El ciclo de la revolución contemporánea y, desde otro punto de vista, mucho más tarde, Sergio Bagú (27).

                En distintas disciplinas acerca de las cuales no podemos abundar aquí, se quiso llegar a extremos en la naturalización de la guerra, en particular en la sociobiología, pero Bagú destaca, a su modo, cuán pacífico fue el siglo XX latinoamericano y caribeño en comparación con otras latitudes. “Si la guerra fuera una modalidad sustantiva del ser humano, ¿a qué se debe esta diferencia tan notoria en la cultura latinoamericana?””, se pregunta Bagú en Catástrofe política y teoría social. (28) No cabe confundir, desde luego, guerra con violencia, y no estaría de más hacer notar que, durante prácticamente todo el siglo XX, la indiferencia ante la guerra también podía existir en el continente europeo, luego de la derrota napoleónica y la larga paz de Metternich. Desde luego, sin posibilidad de aportar alguna respuesta definitiva, todo parece indicar que en el estudio de este fenómeno sólo conviene ser prudentes, pero también atenerse a la mayor complejidad y la menor simplificación posibles. No es de relegar la observación de Bagú en torno a la indiferencia latinoamericana y caribeña, aunque desde nuestro punto de vista no puede ser ajena a una mezcla de sentimiento de privilegio y derecho de excepción, históricamente formado, de simple y llano desconocimiento, y de interpretación peculiar de un fenómeno ajeno que, in extremis, pudo haber sido percibido como terreno de apuesta; al fin y al cabo para Clausewitz la guerra no sólo era  “la prolongación de la política por otros medios”, sino también, explícitamente, un “juego de naipes”, según hace constar en De la guerra: “Existe un juego de posibilidades y probabilidades desde un principio, de suerte a favor o en contra, que se manifiesta en cualquier hilo, ya sea grande o pequeño, de su trama y hace que la guerra sea, de todas las ramas de la actividad humana, la que más se parezca a un juego de naipes”, (29) hasta que lo que estaba en juego apareciera con la mayor claridad, en particular luego de Hiroshima y Nagasaki. De hecho, el texto de José Luis Romero, sino es excepcional, pero por lo menos sí original, es de los pocos que han profundizado en la reflexión acerca de lo que estaba de lo que estaba en juego con los conflictos internacionales. Tampoco es seguro que los latinoamericanos y caribeños no tuvieran conciencia, salvo con cierta euforia de los movimientos armados a partir de la Revolución cubana, de que no todo estaba permitido en las relaciones internacionales: en efecto, no hubo durante el siglo XX correlación de fuerzas más desigual que la existente en el continente americano entre un conjunto de países subdesarrollados o en vías de desarrollo, y una potencia ascendente que acabó por convertirse en la mayor potencia del mundo, a la que de ningún modo se podía enfrentar por la fuerza ni atacar en su territorio. (30) Es, a no dudarlo, la contraparte del privilegio del que ya hemos hablado, en abierto contraste con todos los demás espacios del globo: a lo sumo, dentro de la heterogeneidad del subcontinente, algunos países podían estar más cerca de Europa (en particular Sudamérica) y otros de Estados Unidos (México, el Caribe y Centroamérica), pero la tendencia a la unipolaridad, de ninguna manera universal, sí pesó. Es esta misma desigualdad que vuelve singular la situación latinoamericana y caribeña.

            En esta misma línea, los intereses militares de Estados Unidos en América Latina y el Caribe apenas si fueron afectados, salvo cuando fueron secuestrados residentes estadounidenses por Tupamaros u otras organizaciones armadas en el Cono Sur. No hubo atentados como en el Líbano se llevara a cientos de soldados de Estados Unidos, por ejemplo, ni provocaciones en territorios como el de la antigua zona del Canal de Panamá o el enclave de Guantánamo en Cuba; en otros términos, salvo cuando Francisco Villa llegó hasta Columbus, ni por desigualdad, ni por ánimo vengativo se atentó contra Estados Unidos en (o desde) territorio latinoamericano y caribeño (Orlando Letelier, en cambio, perdió la vida en Washington). (31)

            Por último, es indudable que las intervenciones estadounidenses en los asuntos latinoamericanos y caribeños fue uno de los fenómenos mejor estudiados durante el siglo XX: ahora bien, no es seguro que dichas intervenciones, en perspectiva, hayan sido más cuantiosas que durante el siglo XIX, cuando la construcción de los Estados nacionales del subcontinente parecía de lo más precaria y facilitaba, por ende, intromisiones directas más frecuentes. (32) No por ello podría arguirse que durante el siglo XX esas intervenciones fueran más o menos justificables, o menos cruentas, o incluso menos traumáticas y amenazantes para la identidad nacional. Como sea, la historiografía no podía quedarse ahí, como tampoco puede ahora negar que dichas intervenciones hayan tenido un peso significativo en la historia del subcontinente: si ahora parecen relativizarse, es sobre todo porque así pareciera justificarlo una globalización que habría vuelto menos significativo, al Estado nacional. Pero a la hora de historiografiar, lo peor que puede hacerse es interpretar en demasía, y sobre todo interpretar el pasado como si las generaciones anteriores hubieran sabido, lo que únicamente puede saberse, por más que ahora la ilusión de la acumulación de información deje suponer que se tiene, hacia atrás, en el presente y en el futuro, un mayor conocimiento, que suele confundirse con un mejor control de la Historia.

 

Preferencias

La actitud de los países latinoamericanos y caribeños ante la guerra fue ambivalente, por decir lo menos, y no faltaron, como ya se ha sugerido, quienes simpatizaran por las potencias del Eje, en particular Alemania e Italia. En Sudamérica, la actitud hacia la guerra fue significativa, con la excepción de Venezuela, tanto más sorprendente cuanto que ese país albergaba una nada menospreciable comunidad de origen alemán (lo cual no impidió que Venezuela también recibiera refugiados españoles: en realidad, desde 1830 Venezuela se prometió a sí misma no hacerle la guerra a ningún país, y se opuso al Eje, permaneciendo neutral durante la segunda guerra mundial, fórmula diplomática muy particular)

La Guerra Mundial imponía dificultades especiales, que se reflejaron en la economía y en las relaciones exteriores. Medina imprimió a las relaciones internacionales un carácter de “cooperación y solidaridad continental”. Como consecuencia del ataque japonés a Estados Unidos de América el 7 de diciembre de 1941 y la declaración de guerra de Alemania e Italia, Venezuela aplicó la Declaración XV de la Reunión de La Habana, aprobada por el Congreso venezolano el mismo año de 1941. De acuerdo con esa doctrina, el gobierno interrumpió loas relaciones con las potencias del Eje el 31 de diciembre. No entraba en guerra, pero tampoco permanecía neutral. Hay que tener en cuenta que casi 100% del petróleo usado por Inglaterra en su lucha contra Alemania y el Eje provenía de los pozos venezolanos. Contribución cuantiosa en lo material y de cierto valor en lo moral dio Venezuela a los aliados, gracias a un régimen ecuánime y una opinión bien dirigida. (33)

 

            La mayoría de  los países de América Latina y el Caribe, en realidad, ni siquiera se acercaron a una verdadera participación diplomática activa durante el conflicto: en muchos casos declararon la guerra a las potencias del Eje muy tardíamente, cuando el conflicto parecía decidido, y bajo fuerte presión estadounidense, más que por alguna cuestión de principios que considerara imprescindible rechazar el uso de la fuerza en los asuntos internacionales. Juan José Arteaga describe de la siguiente manera la situación uruguaya durante la guerra:

El Uruguay tuvo oportunidad de ver la guerra de cerca a las pocas semanas de haber comenzado. En diciembre de 1939, el acorazado alemán Admiral Graf Spee, enfrentando a tres cruceros británicos, mantuvo una batalla frente a Punta del Este, y una vez averiado buscó refugio en el puerto de Montevideo y procedió a enterrar sus muertos. La ciudad estaba conmocionada, y el canciller Guani debió soportar las presiones de los embajadores alemán e inglés: Uno pedía un plazo mayor para reparar el buque, el otro exigía que se le expulsara a alta mar, donde la flota británica lo esperaba. El gobierno, en conformidad con las leyes de la neutralidad, le autorizó al acorazado que permaneciera sólo tres días en el puerto. Al tener que partir, el capitán alemán, sabiéndose acechado por un enemigo superior, hizo explotar su barco frente a Montevideo, ante los ojos de los vecinos que observaban la maniobra desde el cerro de Montevideo. Parte de la tripulación logró volver a  Alemania, otros se quedaron a vivir en el Uruguay  o Argentina. El capitán se suicidó en un hotel de Buenos Aires. La tragedia había rozado el Río de la Plata […] Frente al conflicto, el gobierno adoptó una posición de neutralidad, del mismo modo que lo había hecho ante la guerra de 1914 […] Luego de adherirse a la Declaración de Río de Janeiro de 1942, que consideraba todo acto de agresión de un Estado extracontinental contra una nación americana como un acto de agresión contra todas, el Uruguay rompió relaciones diplomáticas con las potencias del Eje: Alemania, Italia y Japón […] En mayo de 1943 rompió asimismo relaciones con el régimen de Vichy, que gobernaba la Francia no ocupada por Alemania después que el gobierno tuvo que abandonar París en 1940, y al poco tiempo reconoció al gobierno de la llamada Francia libre establecido en Argel y encabezado por Charles de Gaulle […] En junio se reanudaron las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, rotas en el periodo de guerra, y al año siguiente se reconoció el gobierno italiano constituido después de la caída de Mussolini. Por último, en febrero de 1945, por evidente presión de Estados Unidos, el Uruguay declaró la guerra a Alemania y Japón. (34)

 

            Argentina declaró la guerra (fue el último país en hacerlo) a las potencias del Eje cuando estas ya se encontraban vencidas: el gesto consistió en asegurarse la entrada en Naciones Unidas, puesto que no podían hacerlo de inmediato quienes no hubieran estado del lado de los vencedores, o fueran sospechosos de ello. Ecuador, Paraguay, Perú, Chile, Venezuela, Uruguay y Argentina declararon la guerra al Eje entre febrero y marzo de 1945. En Argentina, las comunidades alemana e italiana eran grandes y simpatizaban con el Eje, además de que el volumen de comercio argentino con Alemania era considerable, y existía un fuerte resentimiento antibritánico, más incluso que antiestadounidense. Dentro de la “revolución militar” que diera el golpe de Estado y tomara el poder en 1943 y el peronismo existían fuertes elementos pronazis, como entre algunos nacionalistas de clase media. En agosto y septiembre de 1944, el gobierno estadounidense congeló las reservas argentinas de oro y prohibió a barcos mercantes estadounidenses transportar cargas argentinas. Argentina no participó en la Conferencia Interamericana Extraordinaria sobre los problemas de la guerra y la paz, celebrada en el Palacio de Chapultepec, México, entre el 21 de febrero y el 8 de marzo de 1945, que adoptó el Acta de Chapultepec y multilateralizó la Doctrina Monroe, y fue sólo tres días antes del suicidio de Hitler y 12 días antes de la capitulación incondicional de los nazis, el 27 de marzo de 1945, que Buenos Aires se resolvió a declararle la guerra a la alianza germano-japonesa.

            Bolivia y Colombia declararon la guerra en 1943, en tanto que Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Cuba, (35) Panamá y República Dominicana lo hicieron en diciembre de 1941. Durante la guerra, el 27 de mayo de 1939 llegó al puerto de La Habana el barco alemán Saint Louis, con 936 refugiados judíos a bordo: las autoridades cubanas, que desde el comienzo del año habían aceptado cuatro mil refugiados como personas en tránsito o turistas, se negaban a extenderles su beneplácito. Una nueva ley, promulgada cuando estos viajeros ya habían comprado el permiso de entrada, bloqueaba su acceso a Cuba, mientras se producían en la isla ataques antisemitas. El Saint Louis, luego de vagar una semana en alta mar, entre Cuba y Florida, y mientras algunas organizaciones judías intentaban convencer al presidente Laredo Baru o a Roosevelt de que permitieran el desembarco en Cuba o en Estados Unidos, por lo menos temporalmente, terminó por hacer que los refugiados fueran devueltos a Europa, y una parte de ellos pereció en el Holocausto. (36)

            En el caso de México:

 El acercamiento a Estados Unidos ya estaba en marcha cuando Ávila Camacho subió al poder. Los acontecimientos de 1941-1942, que motivaron la entrada en guerra tanto de Estados Unidos como de México, sirvieron para acelerar esta tendencia. A raíz del ataque contra Pearl Harbor, México rompió sus relaciones con las potencias del Eje, concedió derechos especiales a la marina de guerra estadounidense, y partir de enero de 1942 colaboró en una comisión conjunta de defensa. La principal aportación de México seguía siendo económica: la batalla por la producción que el presidente anunció en su mensaje de Año Nuevo de 1942. En mayo del mismo año, el hundimiento de barcos mexicanos por submarinos alemanes en el Golfo provocó protestas y una declaración de que existía un estado de guerra entre México y el Eje. Por medio de este concepto diplomático nuevo el gobierno daba a entender que la guerra era una lucha defensiva, impuesta a un pueblo que no la quería. Durante 1942-1943 la defensa del continente, especialmente de la costa occidental, dominó el pensamiento estratégico mexicano y estadounidense […] a principios de 1943, una vez ganada la batalla de Stalingrado y más la de Midway, la postura defensiva de México dejó de tener fundamento. El antiguo temor a un descenso japonés sobre la Baja California y otros puntos del sur fue enterrado definitivamente. Se planteó entonces el asunto de la participación activa, estimulada por generales que querían luchar, por políticos que buscaban un puesto en la conferencia de paz de la posguerra y por Estados Unidos, que consideraba que la participación mexicana sería ventajosa con respecto del resto de América Latina y las futuras relaciones mexicano-norteamericanas. Por consiguiente,, se seleccionó una escuadrilla de las fuerzas aéreas –la famosa número 201- y, después de su preparación, se le envió al frente del Pacífico, adonde llegó, lista para combatir, en la primavera de 1945. (37)

 

            Por más mundial que haya sido, la guerra debió parecer lejana a los países latinoamericanos y caribeños para que no se pronunciaran sino hasta dos años después de comenzadas las hostilidades en el continente europeo. Con excepciones, la actitud de América Latina y el Caribe fue expectante, y, si cualquier juicio resulta difícil, es en la medida en que, justamente por encontrarse ajenos, el conocimiento de lo que estaba en juego no podía ser forzosamente el más adecuado para tomar decisiones. A fin de cuentas, la preferencia europea en América Latina y el Caribe era de más larga data, como ya se ha dicho, y hasta lo poco que se sabía sobre la Alemania nacional-socialista podía sonar más atractivo que lo Estados Unidos ofrecía. Varios países del subcontinente sintieron simpatías apenas contenidas por la Alemania nacional-socialista, y es éste uno de los factores que explican que Argentina haya sido renuente, hasta el final, a tomar partido por Estados Unidos. Había países como Panamá donde los gobernantes en turno (Arnulfo Arias y su hermano, Harmodio Arias, derrocados poco antes de que comenzara la guerra) asumieron abiertamente sus simpatías por Alemania y dieron lugar  a un nacionalismo llamado panameñismo. Cosa un tanto curiosa, incluso en Haití existían admiradores de Alemania y del mussolinismo, que aprovechaban por lo demás para hacer campaña a favor de la negritud (eran noiristes): la mayoría de los componentes del grupo Griots, por ejemplo, que reivindicaba el vudú, eran miembros de la clase  media, pero entre ellos se encontraba además el poeta mulato Carl Brouard, quien, además de componer himnos al vudú y a los campesinos pobres, admiraba el fascismo europeo (como el mismo Francois Duvalier) y defendía una política basada en una ideología populista: Mussolini fue para Brouard un modelo hasta que Italia invadió Etiopía, al igual que existía admiración por las dictaduras española y portuguesa y por el mismo Hitler. (38) Finalmente, fue durante la dictadura de Lescot (1941-1946) que Haití hizo lo que algunos han llamado una fanfarronada declaración de guerra a las potencias del Eje, mientras en la isla se instauraba un régimen paramilitar. (39) En Guatemala, Ubico nunca ocultó su admiración por Mussolini, Hitler y Franco, y el guatemalteco fue el primer gobierno del subcontinente que reconoció al gobierno alzado de Burgos contra la República española.

            Colombia a su vez, tuvo que pagar caro lo que a todas luces parecía un doble juego, o ni siquiera: no habiendo facilitado la lucha estadounidense contra los alemanes durante la guerra, hubo de pagar con el aporte posterior de un contingente de tropas para la guerra de Corea, entre 1950 y 1953. En efecto, a principios de 1942, la goleta “Resolute”, en aguas colombianas, a la altura de Cartagena, recibió un disparo de un submarino alemán, y unas docenas de colombianos vinieron a servir de pasto a los tiburones, según relata Germán Arciniegas. Se pensó entonces en declararle la guerra a Hitler, pero empezaron las especulaciones sobre si no se había tratado, en realidad, de algún truco estadounidense, en particular contra las huestes conservadoras partidarias de Laureano Gómez, que prefería que el Canal de Panamá quedara en manos de Japón, Alemania o Gran Bretaña, antes que de Estados Unidos, y no dudaba en atacar a los judíos. Ya en el poder, Gómez, a cambio de ayuda estadounidense en plena Violencia colombiana, envió la corbeta Padilla a Corea, junto con miles de colombianos.

La fría dignidad con que en el periódico de Gómez se defendía la neutralidad colombiana iba sincronizada de una creciente inclinación hacia el nazismo. Se registraba con gusto la caída de París, porque Francia era una nación podrida y corrompida por los masones. Laval era celebrado como el genio del momento. Se hacía befa de las impertinencias de Churchill. La cuestión judía tomó cuerpo en muchas editoriales, comentarios, notas de El Siglo. Los conductores de la política democrática del gobierno de Colombia estaban desorientados por “la influencia dañina de la propaganda judía en Estados Unidos”. Laureano Gómez acariciaba el sueño de que con el triunfo de Hitler se borrara del mapa a los judíos. (40)

 

                En este panorama, y mientras Perú y Ecuador peleaban entre sí (En Perú, bajo influencia aprista, algunos creyeron que Manuel Prado era el Stalin local), (41) prácticamente los dos únicos países del subcontinente que no se habían visto aquejados por los ciclos del caudillismo militar eran México (con el coto que Cárdenas puso a Calles y con la institucionalización de la Revolución), y Chile, donde existía en ese entonces una fuerte oposición socialista (el presidente Juan Antonio Ríos trataba de resistir la declaración de guerra contra el Eje, pero finalmente lo hizo en 1943), aunque también una intensa y ahora bien documentada actividad política del nacional-socialismo alemán, en particular en el ejército de tradición prusiana y entre los inmigrantes alemanes, algo que Salvador Allende dejó por cierto en la ambigüedad ante la insistencia internacional de que ciertos nazis fueran entregados. (42) La medicina chilena había coqueteado con la higiene racial nazi: la representación diplomática chilena en Madrid asumió lo intereses de la Alemania nazi en territorio español, durante la Guerra Civil y Hitler la condecoró por ello; el enviado chileno en Berlín salvó la vida de dos pilotos de la Legión Cóndor, luego del bombardeo de Gernika, mientras que se rehusó a proteger a católicos alemanes perseguidos. El ejército chileno fue formado en una fuerte tradición prusiana. El presidente chileno Juan Antonio Ríos  no era partidario de romper relaciones diplomáticas y comerciales con Alemania, Italia y Japón, por lo que resistió la recomendación de la Conferencia de Cancilleres Americanos de Río de Janeiro (1942), aunque siguiera abasteciendo de materias primas y otros productos  a los aliados. Sólo bajo presión de Estados Unidos fue que Santiago cortó, en 1943, los vínculos con los países del Eje. (43) En Bolivia, distintas fuentes historiográficas –incluido el testimonio de Augusto Céspedes- desmiente que el presidente Gualberto Villarroel haya tenido simpatías por el nacional-socialismo alemán. (44)

                Desde julio de 1941, el gobierno boliviano daba a conocer el descubrimiento de una intentona golpista nazi que Alemania habría encargado al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), aunque se hablaba por igual de una provocación estadounidense. En medio de un clima de psicosis colectiva, los fondos de los súbditos alemanes, italianos y japoneses en Bolivia fueron congelados, y en enero de 1942 el presidente Peñaranda declaró rotas las relaciones con los países de origen de los extranjeros damnificados. Siempre bajo presión estadounidense y debido al interés por las riquezas mineras bolivianas, ya con Villarroel en el gobierno (acusado de pronazi), “todos los residentes alemanes y japoneses, muchos de ellos establecidos por más de una generación, fueron capturados con sus esposas e hijos y entregados a los Estados Unidos, quien los trasladó a campos de concentración en su territorio mediante un puente aéreo. Sus bienes fueron intervenidos.” (45)

                ¿Cómo explicar que muchos gobiernos latinoamericanos y caribeños llegaran a sentir simpatías por el Eje? No es posible, obviamente, que lo hicieran con pleno conocimiento de causa: lo ocurrido en los campos de concentración construidos por los alemanes no eran ni siquiera de conocimiento europeo. Si en algo podía interesar la Alemania nacional-socialista, es en la medida en que aparecía cual alternativa a lo que muchos países del subcontinente podían sentir como amenazante: la presencia anglosajona, que había pasado por Gran Bretaña durante el siglo XIX y proseguía con Estados Unidos durante el siglo XX, sin olvidar por otra parte que esa Alemania se había aliado con España y Portugal, las ex metrópolis del subcontinente. En otros términos, frente al progresismo económico anglosajón, Alemania, España y Portugal parecían ofrecer una curiosa línea de continuidad o estabilidad histórica para un continente en el cual la ruptura con la Colonia y la Independencia habían resultado traumáticas, por lo que el conservadurismo tenía un peso enorme. Por último, estaba la amenaza del bolchevismo, aunque no hubiera muchos soviéticos en América Latina y el Caribe, y fuera dudoso el alcance de las simpatías por el comunismo en la región, así como su capacidad para organizarlas: pese a la influencia que podía detectarse desde los años veinte con la aparición de los primeros Partidos Comunistas, la insurrección de 1932 en el Salvador, (46) la influencia del Partido Popular de Manuel Mora Valverde en Costa Rica y la columna Prestes en Brasil, es probable que la influencia de la Revolución rusa en el subcontinente fuera mucho menor de lo señalado por el antibolchevismo.

            Además de mostrar el carácter endógeno de la violencia salvadoreña en este año, Thomas Anderson pone de relieve los fuertes tintes de influencia cristiana entre quienes, además de Agustín Farabundo Martí (quien no recibió ayuda extranjera ni había llevado demasiado lejos su adoctrinamiento en dos terceras partes del pequeño país centroamericano), encabezaron la insurrección salvadoreña ahogada en sangre, y el hecho de que haya sido la población de origen indígena del occidente salvadoreño la que más haya sufrido la represión, o lo que más tarde sería conocido como la matanza. El dictador salvadoreño de aquel entonces Maximiliano Hernández Martínez, en un estilo local no muy alejado de la crueldad nacional-socialista en otras latitudes, podía afirmar que “es mayor crimen matar a una hormiga que a un hombre, ya que al morir el hombre reencarna, mientras que la hormiga se muere para siempre”. Cuando se le increpó por la ferocidad de la represión, respondió citando un texto religioso hindú, quizá el Bhagavad Gita: “sólo soy el instrumento con que la providencia forja su destino”. (47)

                El autor, en un cálculo detallado, considera que

[…] resulta que los rebeldes mataron durante la insurrección cerca de unas 100 personas en total. En la matanza que siguió al levantamiento, o en este mismo, puede ser que hayan muerto unos 10 000 rebeldes, de los cuales es fácil que el 90 por ciento haya caído en la matanza. Esto significa que el gobierno ejecutó represalias en relación de 100 por 1. Además, se puede apreciar que el número total de muertos en la insurrección constituía aproximadamente el 0.7 por ciento de la población global de El Salvador, lo cual es una cifra considerable. (48)

 

Anderson no deja de resaltar ciertas características de los grupos represivos, en particular de las llamadas “guardias cívicas”, compuestas de “señoritos”, de pequeños tenderos o de artesanos prominentes, que representaban a todos los que tenían que perder en caso de que triunfara la insurrección. . Cada hombre tenía que suministrar su uniforme y a veces su propia arma. Al terminar la represión, se convirtieron más en algo así como hermandades religiosas, organizando misas, procesiones y bendiciones, lo mismo que desfiles militares. En alguna medida estos grupos se asemejan a las unidades fascistas que surgieron durante la época de Mussolini, y que prefiguraron a los falangistas que después nacieron en España, haciendo énfasis en Dios, la patria, la familia y el orden.

            No es posible olvidar que la primera revolución del siglo XX, la Revolución mexicana, poco había tenido que ver con el comunismo, si no es que prácticamente nada (aunque luego haya dado asilo a Trotski y éste haya sido asesinado en México). La Revolución mexicana, “acontecimiento fundador” para América Latina y el Caribe, en el sentido en que podría atribuírsele siguiendo a Hannah Arendt, fue previa a 1917, puesto que estalló en 1910. Por otra parte, y habida cuenta de un fuerte origen español, aunque no fuera el único, las organizaciones obreras en los países del Cono Sur (como Argentina o Uruguay) tenían más simpatías por el anarquismo que por el socialismo. Ni siquiera en Europa se entendían unívocamente los sucesos de Rusia. Los acontecimientos rusos eran para muchos un rebrote de atavismo asiático que ponía en jaque a la civilización occidental, y la Unión Soviética, por su parte, había optado por el llamado “socialismo en un solo país”. Por añadidura, para cuando Hitler comenzó su ascenso al poder, no quedaba ya en Alemania oposición comunista, luego de la derrota de los espartaquistas en 1919. Así pues lo más plausible es que la Alemania nacional-socialista ascendente haya podido ser percibida, más allá de muchos hechos que por fuerza se desconocían o estaban sujetos a interpretaciones sesgadas, cual línea de continuidad con un pasado latinoamericano y caribeño con el cual cualquier ruptura, o incluso conflicto, resultaba a veces amenazante, y otras doloroso, y que podía poner coto a la pujanza anglosajona, o sacarle provecho sin cambiar la estructura política y social local.

            Durante el siglo XX, por otra parte, el “universalismo” francés había chocado con las jerarquías y las discriminaciones raciales heredadas de la Colonia, volviendo las Constituciones papel mojado, y el racismo abierto alemán ofrecía soluciones "de “cuajo” ahí donde muchos pensaban, incluso, en que el trauma de la Conquista habría de superarse estimulando la inmigración blanca y poniendo coto al mundo indígena o, sobre todo, al mestizaje, sin que por ello el debate se diera por igual en todos los países. En todo caso, es probable que la fascinación por Alemania nacionalsocialista haya tenido más que ver con los últimos factores enumerados que con un temor a la propagación de un lejano bolchevismo.

            Así las cosas, muchos alemanes como ya se ha dicho, encontraron refugio en el Cono Sur, (49) y muy acusadamente en Argentina, Brasil y Paraguay (donde Stroessner podía alardear de su pasado bávaro, y “su”país del paso de Nietzsche y luego de Joseph Menguele). (50) Hubo casos sonados; pero el de Adolf Eichmann, que Hannah Arendt trató a fondo para demostrar “la banalidad del mal” en el siglo XX. (51) Hubo de pasar mucho más tiempo antes de que fuera descubierto en Bolivia Klaus Altmann Barbie (que había llegado a Sudamérica en 1951, vía Argentina), el llamado “Carnicero de Lyon”, y trasladado a Francia luego de haber asesorado durante décadas a regímenes militares bolivianos (el más cruento, el de García Meza, pero también el de Hugo Bánzer) y organizado tráfico de drogas o de falsificación de billetes con otro de sus colegas, Friedrich Schwend, ex coronel SS que había participado en la “Operación Bernhard” (un intento por quebrar la economía británica con billetes de cinco libras falsificados, durante la segunda guerra mundial), y un piloto favorito de Hitler y ex coronel de la Luftwaffe, Ulrich Rudel, refugiado como Schwend en Perú. (52) Así pues, buena parte de Sudamérica manifestó una preferencia europea, pero no cualquier preferencia europea.

            Mientras varios países del subcontinente habían demostrado sus simpatías por el nacional-socialismo alemán y habrían de recibir a refugiados nazis al término de la guerra, un país como México se había convertido en una honrosa excepción desde antes del estallido de la segunda guerra mundial, al brindar asilo a republicanos españoles que huían de la guerra civil en su país. La emigración de españoles hacia México y Cuba no debía extrañar tanto: no había pasado demasiado tiempo entre 1898 y los años treinta del siglo XX. Pero fue mucho más importante hacia México, y por la impronta que hubo de dejar, en particular en el ámbito universitario y en menor medida en el comercial. Si el recibimiento de Cárdenas a los inmigrantes españoles resulta aún más llamativo, es en la medida en que tampoco es desconocido que, además de que Plutarco Elías Calles hojeaba con cierto interés Mein Kampf, el mismo Cárdenas, frente a la presión estadounidense, podía ir hasta pensar en diversificar las fuentes hacia las cuales se exportaba el petróleo mexicano. (53) Si algo cabe concluir, hasta aquí, es que, pese al discurso de unidad, América latina y el Caribe presentaron una actitud bastante heterogénea ante la segunda guerra mundial. Por otra parte, luego de siglos de continuidad histórica y la interrupción traumática del siglo XIX, dicha conflagración podía aparecer cual caos y amenaza de disrupción, frente a lo cual Alemania podía presentarse, a su vez, como “garante del orden” y “la disciplina”, pero además como capacidad para controlar a las nacientes y amenazantes “masas”.

CAMBIOS TERRITORIALES

En otro texto de investigación sobre cambios territoriales en América Latina y el Caribe demostramos que, a diferencia de lo sucedido en otras latitudes del Tercer Mundo (África y Asia), pero también incluso de Europa o la extinta Unión Soviética, durante el siglo XX no ocurrieron en el subcontinente litigios fronterizos de gran envergadura, por lo que la situación de la región en su conjunto, como por lo demás en Estados Unidos y Canadá fue estable, salvo en la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, que contribuyó al afianzamiento del nacionalismo boliviano, la guerra entre Honduras y El Salvador en 1969 (la llamada “guerra del futbol”) y, durante el lapso de la segunda guerra mundial, el conflicto que enfrentó a Perú y Ecuador, y por medio de estos dos países, a dos empresas transnacionales interesadas en el petróleo de la región.

            Una mención interesante cabe sobre la Guerra del Chaco, que el historiador Herbert S. Klein sitúa en los “orígenes de la revolución nacional boliviana”, y que por otra parte, como el conflicto entre Perú y Ecuador, no era ajena a disputas por recursos naturales, petróleo en particular. El ejército boliviano, donde indígenas quechuas y aymarás, en tierra, apenas entendían el español y qué estaban haciendo en el frente de batalla, en una sociedad que en 1930 seguía siendo en muchos aspectos la misma de 1825, al decir de Klein, era conducido por el general alemán Hans Kundt, que llevó las cosas al desastre. Otro miembro de la misión militar alemana que en 1911 Bolivia había contratado para reorganizar su ejército, fue el capitán Roehm, posteriormente famoso por su papel en la fundación del Partido Nacional Socialista de Alemania y por el modo en que Hitler se deshizo de él. (54) Desde este punto de vista también, y en comparación con lo sucedido en otras latitudes, la situación latinoamericana y caribeña resultó “privilegiada”. En suma, una situación que, más que de marginalidad, podríamos llamar de aislamiento, se convirtió en el marco bélico del siglo XX en una situación de excepción en el conjunto del continente americano, y esa misma excepción pudo ser leída como situación privilegiada, a condición de no cargar esta noción de demasiadas connotaciones peyorativas, o de pensar que podría tratarse de una situación por completo ahistórica y, por decirlo de otro modo, “suspendida en el tiempo. América, entonces, siguió siéndola “Tierra prometida” que había sido por siglos, aunque también el espacio relativamente enclaustrado y apenas capaz de tomar participación activa en los acontecimientos externos.

            Sea de esto lo que fuere, el riego de una historiografía demasiado cargada hacia un sistema mundial indiferenciado correría siempre el riego, de considerar las convenciones capaces de dar cuenta de la realidad, y tampoco pareciera que América Latina y el Caribe debían ser “la excepción que confirma la regla”. Sobre este punto desafortunadamente, es poco lo que se ha avanzado en el establecimiento de una metodología para las comparaciones internacionales, y en la realización práctica de estudios comparativos. De la misma manera, es poca la atención que han colocado los historiadores europeos o de USA en las diferencias que pudieran introducirse en el sistema mundial y, en algunos casos, en las razones para la cuasi-total ausencia de América Latina y El Caribe en la síntesis de historia de las relaciones internacionales durante el siglo XX.

 

LOS MOVIMIENTOS ARMADOS

Otra lectura de los numerosos movimientos armados que surgieron en América Latina y el Caribe durante el siglo XX se abre a partir de los señalamientos anteriores, puesto que no se trataba de un “mano a mano” entre Washington y Moscú, ni tampoco entre los aliados y las manos de Franco, Mussolini y Hitler (lo sorprendente no es que hayan llegado inmigrantes alemanes, sino que lo hayan hecho después de la segunda guerra mundial). Aunque sesgado, el recuento de estos movimientos armados, desde México hasta Argentina, es un trabajo que ya ha sido hecho si bien la metodología, desde nuestro punto de vista, deja a veces mucho que desear: no es posible el encasillamiento en un mismo orden de cosas, de la Revolución mexicana, la cubana o los movimientos urbanos de origen peronista en Argentina. (55)  La revolución cubana, a diferencia de la mexicana, influyó sobremanera en la multiplicación de movimientos armados “guerrilleros” a partir del “guevarismo” y el “foquismo” en los años sesenta y setenta del siglo pasado: (56) Castañeda detalla cómo Cuba, a través de lo que el autor llama “El Ministerio de la Revolución” buscó influir en numerosos movimientos armados latinoamericanos y caribeños, luego de que los partidos comunistas, desde tiempos antes de la Revolución cubana, se encontraran a la defensiva.. De igual modo, Castañeda señala las distancias entre el castrismo triunfante y los comunistas cubanos (más tarde protagonistas del “asunto de la microfacción”, cuando fueron aún más aislados de Cuba por el régimen de Fidel Castro).

            La violencia colombiana, por ejemplo, que dio origen a la formación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que perduran hasta hoy, hizo ebullición desde los años cuarenta, con sus propios antecedentes, (57) por ende antes de que, en 1959, triunfara el Movimiento 26 de julio en La Habana (cuyas afinidades en Colombia habrían de estar  más adelante, en los años  ochenta del siglo pasado, con el M-19). El 9 de abril de 1948 había sido asesinado en Bogotá, la capital colombiana, el caudillo liberal y popular Jorge  Eliecer Gaitán, lo cual desató una rebelión conocida como “El Bogotazo”. A raíz de esta rebelión se formaron fuerzas guerrilleras en la región de Santander, en los Llanos y, bajo influencia del partido Comunista, en la zona de Tolima, donde surgieron las llamadas “repúblicas independientes”, de tal modo que para 1952 la guerrilla operaba en doce frentes regionales y sumaba entre 35 mil y 40 mil hombres armados. El 8 de septiembre de 1953, unos 10 mil dejaron la lucha armada, mientras que los grupos de Tolima al mando de Manuel Marulanda (conocido como Tirofijo, el “guerrillero más viejo del mundo”) e Isauro Yosa se replegaron sin entregar  las armas. Las FARC, que  perduran hasta hoy, surgirían en 1964.

            Lo mismo ocurrió con la insurrección salvadoreña de 1932, o con la guerra  civil de 1948 en Costa Rica, donde existía una influencia comunista no desdeñable, y el  curso  el de los acontecimientos desembocó en la liquidación del ejército: desde luego, en ninguno de los dos casos podía haber influencia cubana. No se puede abusar de un supuesto pacifismo: Costa Rica había vivido hasta entonces con un gobierno militar tras otro, antes de que se instaurara el pepefiguerismo, por llamarlo de algún modo, y la ausencia del ejército no impidió que Costa Rica se viera afectada e involucrada en la Revolución nicaragüense de 1979 y la década de conflictos armados de “baja intensidad” que le siguieron. (58) En la guerra civil de 1948, desatada por la anulación de las elecciones del 8 de febrero del mismo año, y mientras que, desde la Zona del canal de Panamá, un contingente estadounidense se aprestaba a intervenir en Costa Rica, tomó parte un fuerte partido de orientación comunista, el Partido Vanguardia Popular, que se había aliado con los conservadores y los peones de la United Fruit contra los liberales y socialdemócratas encabezados por José Figueres Ferrer, Don Pepe: “circulaban rumores –sin duda exagerados, escribe Pérez Brignole- de que los comunistas querían convertir a la capital del país en algo parecido a lo que fue  Madrid durante entonces la reciente Guerra Civil española”.  Cuando  el  Ejército de Liberación Nacional entró en San José y ocupo los cuarteles a finales de abril de 1948, y luego de que Figueres se adueñara del poder, el ejército costarricense fue disuelto (fue abolido de manera permanente el 1° de diciembre de 1948 y reemplazado por una Guardia  Civil encargada de las funciones de seguridad y policía), y  el 17 de julio fue prohibido el Partido Vanguardista Popular: su dirigente Manuel Mora Valverde, partió al  exilio y casi todos los dirigentes restantes fueron encarcelados..

            Ya hemos señalado cuán distante podía estar una revolución como la mexicana de otra como la cubana, aunque coincidieran, en gran medida por la vecindad con Estados Unidos, en un acendrado nacionalismo. Por otra parte, dentro de esta misma heterogeneidad es posible señalar que, en una misma subregión, tampoco pueden encontrarse efectos de propagación lineales de estos movimientos armados: en Centroamérica, durante los años ochenta, la propagación apenas si alcanzó a  Honduras (59) y Costa Rica; en el Caribe no llegó mucho más allá de Cuba, y en el área andina no se propagó a Ecuador ni a Bolivia, (60) ni siquiera cuando se desplegó en Perú el peculiar movimiento armado –ajeno  también a la Revolución Cubana- de Sendero Luminoso (61). En Chile, los movimientos armados también se redujeron al mínimo, en particular con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria luego de la caída de Salvador Allende (el dirigente mirista Miguel Hernández murió en un enfrentamiento con la policía en octubre de 1974), y otros grupos menores a finales de los años sesenta, y luego con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (1983-1990). (62) En República Dominicana se produjo en 1959 el desembarco de la Unión Patriótica Dominicana, un organismo de oposición al dictador Leónidas Trujillo que nucleaba a los dominicanos en Nueva York. Un grupo se trasladó a Cuba en marzo de 1959, donde obtuvo entrenamiento y equipo; eran más de 200 personas, y se  planeó efectuar desembarcos combinados por mar y aire internándose en las montañas. Luego de un periodo de preparación de tres meses, un avión con un núcleo de combatientes aterrizó el 14 de junio en Constanza, y otros desembarcaron en Maimón y Estero Hondo. Casi todos fueron aniquilados por las tropas luego de ser dispersados por los ataques de la aviación que se lanzaron desde el primer día de la invasión. Otro grupo guerrillero rápidamente aniquilado fue el Movimiento 14  de julio. Luego vendría la pequeña guerrilla de Francisco Caamaño, en 1973, con ocho hombres: desde el desembarco y la  desaparición del  yate  abandonado el gobierno había desplegado un cerco naval y militar de la zona. La pequeña guerrilla se desplazó en dirección a la cordillera por una zona que no conocía, a unos dos mil metros de altitud, con noches muy frías con escasez de alimentos. A mediados de mes los revolucionarios fueron cercados por una compañía del ejército y el reducido grupo de combatientes resultó aniquilado. El 16 de febrero se anunció oficialmente la muerte del coronel Caamaño. En México, finalmente, hasta la aparición del muy peculiar y mediático Ejército Zapatista de Liberación Nacional, los movimientos guerrilleros también fueron mínimos: con el asalto al Cuartel de Madera en Chihuahua (1965), la guerrilla de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez en Guerrero (desde finales de los años sesenta hasta 1974), y la Liga 23 de septiembre (1973-1975).

            En perspectiva, varios de los grandes movimientos armados que tuvieron lugar durante el siglo XX en América Latina y el Caribe fueron ajenos a la influencia de la Revolución Cubana: la Revolución mexicana, la insurrección de 1932 en El Salvador, los movimientos armados –incluyendo a las Ligas Campesinas- en el nordeste brasileño durante los años treinta, la Violencia colombiana desde los cuarenta y la aparición de Sendero Luminoso en el Perú, durante los ochenta, por más que hayan reclamado en algunos casos  adhesiones al exterior –salvo en la Revolución mexicana-, no son en modo alguno tributarias de la Revolución cubana, y no tienen por ende el mismo significado histórico. Otros movimientos armados más recientes –en la segunda  posguerra del siglo XX, de los años sesenta a los ochenta- sí tuvieron fuertes vínculos con la Habana (contra la opinión de Moscú, que consideraba que no había “condiciones objetivas revolucionarias” en el subcontinente), y  fueron por lo general los que no lograron extenderse, o aquellos que con frecuencia se toparon con prontos fracasos., salvo en el caso del sandinismo nicaragüense (donde algunas facciones tenían fuerte influencia cubana e incluso vietnamita) y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador (Cuba parecía apoyar a unas facciones contra otras).

            Los casos de fuerte influencia cubana pudieron encontrarse desde algunos grupos de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), como el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), hasta la cercanía con el M-19 colombiano, además del estímulo  a  desembarcos de guerrillas fallidas en República Dominicana o en Haití (Stéphen Alexis en 1961). Más tarde, Cuba habría de utilizar su influencia sobre  algunos movimientos guerrilleros para, después de empujarlos hacia la acción, orillarlos a la negociación, como ocurriera con el FMLN salvadoreño, a costa de sangrientos ajustes de cuentas entre organizaciones guerrilleras y líderes “pro” o anti” cubanos (habría de ser el caso del suicidio inducido de Salvador Cayetano Carpio y el asesinato  de Mélida Anaya Montes, líderes del FMLN salvadoreño, en Managua, Nicaragua). Cuba apoyó estos movimientos armados después de que los partidos comunistas se hubieran debilitado en el  subcontinente y a veces contra la voluntad de estos mismos partidos, llevados porel voluntarismo cubano a la lucha armada (como fuera el caso del Partido Guatemalteco del Trabajo, o del Partido Comunista Salvadoreño).

            Desde este punto de vista, el “Ministerio de la Revolución” en Cuba al que se refiere Jorge G. Castañeda llevó a cabo intentos de “exportación de la Revolución” que tenían fuertes componentes anticomunistas, aunque al mismo tiempo Fidel Castro hiciera alianza con Moscú: no es el primer caso de doble juego en un dirigente tercermundista. Hubo de pasar mucho tiempo antes de que La Habana, ya deshecha del “guevarismo” (las diferencias entre Guevara y Moscú eran igualmente conocidas), renunciara a exportar un supuesto “modelo” de revolución, que desatara más de una polémica por el “foquismo” armado. No apoyadas por Cuba, las FARC colombianas o Sendero Luminoso en Perú alcanzaron un mayor arraigo endógeno y consiguieron acciones de innegable envergadura. Los intentos cubanos por “exportar  la revolución” en los años sesenta y setenta del siglo pasado fracasaron, sin que en Cuba se hiciera  la crítica pertinente. En cambio, los movimientos armados de origen endógeno tuvieron un mayor alcance, aunque no lograran hacerse del poder.

            Es hasta la segunda parte que, de la manera lo más precisa posible, buscaremos precisar el carácter de estos movimientos armados: tacharlos a la distancia de “terroristas”, por ejemplo, sería, desde el punto  de vista de una investigación historiográfica, tan equivocado como tomar  al pie de la letra la autodeterminación de “liberación nacional” que se atribuyeron otros movimientos armados. Si  acaso, algunos de los pocos atentados terroristas que se produjeron contra intereses estadounidenses desde América Latina y el Caribe hayan tenido que ver con el independentismo puertorriqueño: en 1950, Oscar Collazo atacó la Casa Blair, residencia del presidente estadounidense Harry S. Truman, y en el acto murió Criselo Torresola, que acompañaba a Collazo. Más tarde, Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda e Irving Flores junto con Andrés Figueroa Cordero, integraron un comando nacionalista que atacó el Congreso de Estados Unidos en 1954, mientras se discutía la situación de los “ilegales” mexicanos. (63) dejando a cinco congresistas heridos, y fueron arrestados en la misma galería de la Cámara de Representantes (salvo Irving Flores): para finales de los años setenta del siglo pasado, los integrantes de estas acciones eran los presos políticos más antiguos del continente americano, y posiblemente del mundo, aunque sus  acciones fueran poco conocidas en el resto del subcontinente americano. (64) Poco tiempo antes, en 1950, Irving Flores había participado en el contingente de Mayagüez que había atacado al cuartel de policía. Corrían los tiempos en los cuales Pedro Albizu Campos era la figura señera del independentismo y el nacionalismo puertorriqueños (Albizu Campos fue recluido en una cárcel de Atlanta y objeto de “experimentos de laboratorio”). Mucho tiempo después, Lolita Lebrón, que había cumplido 25 años de cárcel por el ataque al Congreso, se involucraría en la lucha para expulsar a los ocupantes norteamericanos de las instalaciones militares en Vieques (2001). Todos estos sucesos serían calificados hoy, no sin cierta razón, de “terrorismo”; tenían en todo caso por marco la situación en extremo asfixiante que Washington había puesto en la isla boricua.

            Hablar de guerrillas más que de terrorismo, en cambio, presenta un interés particular: pese a que la palabra se haya universalizado, su origen es claramente español (nadie habló de partisanos), para dar  cuenta de nuestro universo de referencia, y en modo alguno ajeno, por lo tanto, a un modo peculiar  de concebir el mundo y el papel de las armas. Como sea, con un mínimo apego a la secuencia histórica de los movimientos armados durante el siglo XX en América Latina y el Caribe, es posible descubrir cuán deformante pudo ser la intromisión de la propaganda en el trabajo historiográfico que pretendiera hacer respetar su autonomía. Tampoco está probado, por cierto, que detrás de los movimientos armados que promoviera Cuba  en  América Latina y el Caribe, luego de 1959, estuviera “la mano  de Moscú”: por el contrario, una de las discrepancias recurrentes entre Cuba y la Unión Soviética, durante décadas, parece haber girado en torno a la propagación o no propagación de estos movimientos. Moscú apegado, apegado desde los años treinta a la tesis de que América Latina y el Caribe no podían ir más allá de “revoluciones democrático burguesas”, de corte pacífico, veía con desconfianza los alzamientos armados en el patio trasero de Estados Unidos, como veía con cierta desconfianza a la propia Revolución cubana y  el anticomunista Movimiento 26 de julio, que  se había  deshecho de casi todos los “viejos comunistas” cubanos, salvo excepciones. A  diferencia de la Revolución mexicana, la Violencia colombiana o Sendero Luminoso en Perú, la Revolución cubana, como en menor medida la nicaragüense, se inscribió en el auge de los movimientos “tercermundistas” y “anticolonialistas” que tuvieron su  auge desde la Conferencia de Bandung en 1955 (para Asia y  África) hasta el surgimiento, en los años sesenta del siglo pasado, del Movimiento  de Países No Alineados.

            Sendero Luminoso no se inscribe en “los últimos coletazos” de los movimientos armados con ambiciones “de izquierda” en América Latina y el Caribe, ni guarda comparación, siquiera, con movimientos guerrilleros que se produjeron en el Perú a finales de los años sesenta en relación con la Revolución cubana. Entre sus  pocos aspectos sobresalientes de larga duración, Sendero Luminoso tiene el de haber sido tan peculiar como lo puede ser la sociedad peruana, aunque, como lo ha señalado DeGregori, la auténtica erupción de dicha organización no sea ajena a problemáticas conocidas en otros países. Para De Gregori, en efecto, fenómenos como Sendero Luminoso solo pueden suceder en una sociedad basada no en la mentira o en la hipocresía, sino en el engaño, que  una tradición peruana de Ricardo Palma  recoge así:

            Es la del conquistador que siembra melones en  Pachacámac y cuando maduran le manda algunos de regalo a un amigo  afincado  en Lima. A los indios cargadores les entrega una carta y les advierte que no coman  ningún melón porque la misiva los delataría. A mitad del camino, tentados por el hambre y el olor de la nueva fruta, los indios esconden cuidadosamente el papel y comen algunos melones, confiados en que la carta no los podía haber visto. La  tradición termina con el estupor de esos indios ante el poder de la palabra escrita, cuando el destinatario les dice exactamente cuántos melones se habían  comido.(65)

            Sendero Luminoso no salió de la nada, sino de una Universidad en una de las regiones más pobres de Perú. Sendero, que llegó a “cercar” Lima y sus barriadas, no resultó ser un grupo armado propiamente indígena. En una sociedad crecientemente  anómica, con el tejido social tradicional destruido, Sendero pudo reclutar entre  sectores sociales en la pobreza extrema carentes de solidaridad efectiva y desconfiada (incluidos marginados que perdieron contacto con el mercado, la escuela y las pocas prestaciones públicas del Estado), entre  intelectuales de provincia sin perspectivas laborales promisorias, miembros desarraigados de antiguas familias de terratenientes arruinados y jóvenes campesinos con anhelo de ascenso social y actividad política. Fuera de algunos rituales en la toma de aldeas, como el castigo a los adúlteros, los castigos corporales públicos por delitos menores, el asesinato lento y  cruel de los “traidores” y la  ridiculización de autoridades y comerciantes, lejos se encontró  Sendero de las prácticas incaicas idealizadas por intelectuales urbanos de corte indianista. El grupo armado reprodujo en su interior prácticas ultrajerarquizadas, y acabó por ser una subsociedad impermeable a  las influenciase externas; facilitó la represión  a ciegas de las fuerzas armadas, responsables de más de una matanza, y perdió terreno cuando las rondas campesinas de “autodefensa” reconstituyeron la pequeña propiedad campesina y formas de religiosidad sincretista.

            Laura Restrepo recuerda cómo, a mediados de los ochenta (1983-1984), Colombia tenía, por encima de Italia, el record mundial de secuestros. Además de narrar brevemente la historia del Frente Ricardo Franco, cuyos miembros acabaron asesinándose entre sí, la autora da cuenta, en su narración, de cómo murieron la mayoría de los protagonistas de la historia del M-19.

            Sergio Ramos narra la toma del poder en Nicaragua en Adios muchachos. Paea el autor dice,

            En un fin de siglo poco heroico, vale la pena recordar que la revolución sandinista fue la culminación de una época de rebeldías y el triunfo de un cúmulo de creencias y sentimientos compartidos por una generación que abominó el imperialismo y tuvo la fe en el socialismo y en los movimientos de liberación nacional. Bella, Lumumba, HoChi Minh, el Che Guevara, Fidel Castro; una generación que aun presenció el triunfo de la revolución cubana y el fin del colonialismo en África e Indochina, protestó en las calles contra  la guerra de Vietnam¸la generación que leyó Los condenados de la tierra de Fratz Fanon y ¡Escucha, Yanki! De Stuart Mill, y al mismo tiempo a los escritores del boom, todos de izquierdas entonces; la generación de pelo largo y alpargatas, de Woodstock y los Beatles; la de la rebelión de las calles de París en mayo de 1968, y la matanza de Tlatelolco; la que vio a Allende resistir en el Palacio de la Moneda y lloró por las manos cortadas de Víctor Jara, y encontró por fin, en Nicaragua, una revancha por los sueños perdidos de la República española, recibidos en herencia. (66)

                Cuando se habla de grupos armados el automatismo casi siempre ha pretendido que se asocie con grupos armados de izquierda, pero no con fuerzas paramilitares que tampoco escasearon: en Guatemala, con los temibles Escuadrones de la muerte; la Alianza Republicana Nacionalista de Roberto d´Aubuisson en El Salvador y otros grupos de la misma índole en Honduras; las mangoustes de Eric Gairy en Barbados, los tonton macoutes del duvalierismo haitiano (luego attachés), las milicias de autodefensa colombianas con Fidel y Carlos Castaño, los paramilitares de León Febres Cordero en Ecuador, los comandos apristas Rodrigo Franco en Perú y otros cuya historia en más difícil de hacer (67). Con frecuencia, la existencia de estas fuerzas paramilitares fue descrita como símbolo de la fuerza de los gobiernos que podían controlarlas, o de las fuerzas armadas. Sin embargo, el hecho de que la represión para “mantener intacta la estructura de poder” fuera encargada a estos grupos también hablaba, aunque de otra que las guerrillas u otros “retadores individuales”, de la fragilidad estatal: siempre podía temerse que un ejército demasiado fuerte, y que asumiera funciones excesivas, terminara encontrándose ante la tentación de resolver los conflictos mediante golpes de Estado, cuyo rumbo podía ser impredecible, como lo fue con frecuencia en los países de los cuales estos golpes se produjeron.

            En un caso como el de Haití, por ejemplo, no era del todo inusual que, desde el ejército o desde sus protegidos de las fuerzas paramilitares, se tramaran golpes de Estado contra los Duvalier, siempre con la esperanza de controlar el terror y de evitar al mismo tiempo el desbordamiento popular. Luego de la caída de los Duvalier, esta historia prosiguió intermitentemente hasta la actualidad. En Colombia, las fuerzas paramilitares se inscribirían en un marco de terror sobre el cual el Estado habría de perder todo control, aunque gobiernos de turno como el de Uribe siguieran protegiendo a dichas fuerzas, amparadas igualmente en la impunidad del ejército.

            Los ejemplos podrían multiplicarse: la debilidad del Estado y su carácter no democrático se manifestaban, por lo demás, en la incapacidad para crear cuerpos de policía confiables y capaces de responder a la disciplina de una autoridad centralizada. Cuando en Perú se crearon los comandos Rodrigo Franco, era frecuente que tanto en el ejército como en la policía, en medio de la parálisis, hubiera resistencias para luchar contra Sendero Luminoso. Cuando finalmente, con Alberto Fujimori, las fuerzas armadas se fortalecieron en la lucha contrainsurgente, Sendero Luminoso, en la impotencia, llegó a dedicarse al asesinato de líderes populares (sindicales y de barriadas, por ejemplo), al no haber conseguido el objetivo de movilizar al conjunto de la colectividad peruana –ni siquiera a los indígenas- para sus objetivos. De nueva cuenta, el terror se impuso.

            En otros casos, como el de las fuerzas paramilitares de Roberto D´Aubuisson en El Salvador, adquirieron tal fuerza que prácticamente terminaron por convertirse en un interlocutor independiente para las negociaciones centroamericanas, mientras las fuerzas armadas, como en otros países, no eran del todo confiables hasta donde podían dividirse (en particular por la presencia de oficiales jóvenes, que ya en el pasado habían adoptado sus propias posiciones). La oligarquía representada en ARENA podía actuar así con su propio “brazo armado” por encima del Estado. Las fuerzas paramilitares colombianas, al servicio  de terratenientes y “feudos” regionales, también conseguirían actuar por encima del Estado (por lo menos hasta la llegada de Álvaro Uribe al gobierno) y  convertirse en fuerza beligerante con independencia. Si todos estos grupos sembraron el terror entre la población civil, con frecuencia inocente, pudieron hacerlo justamente en la medida en que los Estados latinoamericanos y caribeños, a no confundir con los gobiernos, fueron incapaces de afianzar el monopolio de la violencia legítima.

            En la historia de República Dominicana, desde 1966, luego de la intervención estadounidense (en 1965, que provocó sangrientos combates en Santo Domingo y donde los soldados constitucionalistas de Caamaño no fueron derrotados), pasaron casi ocho años con la persecución, por parte del gobierno de Joaquín Balaguer, contra los remanentes de la revuelta constitucionalista, que había recibido apoyo de sectores del ejército. Balaguer afianzó fuerzas de choque anticomunistas y, para hacer menos visible la labor de las fuerzas armadas regulares en las acciones de “limpieza”, se apoyó en una agrupación paramilitar llamada “La Banda”, compuesta por desertores de los partidos de izquierda, que denunciaban a sus  a sus antiguos compañeros, y por asesinos profesionales pagados con el presupuesto de inteligencia de las fuerzas armadas. Más de cuatro mil dominicanos perdieron la vida en esos años, hasta que la izquierda quedó completamente descabezada: los dirigentes eran “cazados” en sus hogares delante de sus familias, en las calles, las escuelas y las universidades, y hasta en el exilio. La persecución sólo menguó hasta 1974, cuando Balaguer quiso reelegirse dando la impresión de normalidad política, y la represión se volvió ya selectiva: casi no quedaba izquierda por “descabezar”, por lo que se optó por la cooptación, y el coronel Francisco Caamaño había sido asesinado en 1973 (otros desembarcos, ya mencionados, se habían realizado en Luperón, en 1949, y sobre todo en Constanza, Maimón y Estero Hondo, en 1959, bajo influencia cubana). (68)

                En Haití, hacia 1963 y cuando debía terminar el mandato constitucional de Duvalier “Papa Doc”, la oposición, que intentaba impedir su reelección, fue objeto de una feroz persecución por parte de los paramilitares, los tonton macoutes, hasta que el mandatario decidió declararse vitalicio. Como en la vecina República Dominicana, la oposición había intentado crear focos de desembarco guerrillero: en 1972, cuando una docena y pico de hombres desembarcaron en la isla de la Tortuga y lograron contener a las fuerzas antes de ser derrotados; con la brigada Héctor Riobé, procedente de Miami y previamente con Jacques Stéphen Alexis en 1961, rápidamente detenido, torturado y ejecutado. (69) Gerard Pierre-Charles hizo un retrato hablado claro sobre las fuerzas que integraban, durante la dictadura de los Duvalier, los grupos de tonton macoutes. Si la comparación con los SS o la Gestapo alemana se antoja excesiva, lo cierto  es que entre los jefes de los macoutes existían terratenientes interesados en conservar su  poderío regional, así como comerciantes de Puerto Príncipe; militares y jóvenes oficiales en busca de rápida fortuna, que incluso podían servir en el ejército como un medio para satisfacer sus instintos criminales; individuos de diversa extracción social, sedientos de autoridad y de poder, propensos a la criminalidad, entre los que podían encontrarse individuos de clase media (como estudiantes que llegaron de la Universidad por su devoción a Papa Doc) y del “lumpen”, como expresidiarios convertidos en temidos y omnipotentes personajes, e incluso campesinos medios interesados en hacerse valer en sus comarcas; individuos que no tenían otro modo de ganarse el pan, o que incluso necesitaban protegerse de amenazas provenientes de las propias fuerzas represivas, y que buscaban entre los macoutes la garantía de subsistencia para su familia, aunque no fueran realmente adeptos del régimen duvalierista. Los macoutes se caracterizaban por su indumentaria extravagante, sus gafas oscuras, la protuberancia de la cintura para dejar entrever la pistola, y por su arrogancia contra cualquiera, incluso por motivos no políticos:

            Un roce, un altercado con un macoute en la calle tiene a veces como consecuencia la muerte. Cuestiones de tipo personal, asuntos sentimentales, la demanda de devolución de una suma prestada a un macoute en apuros, o el negar un favor, son motivos más que suficientes para poner en marcha la maquinaria implacable de la represión.

            Esta “maquinaria” siempre prefirió “matar primero y averiguar después”. La víctima ya no volverá del interrogatorio y la tortura en la cárcel de Fort-Dimanche. Estas prácticas en Haití perduraron hasta después del duvalierismo: serían usadas por los attachés de Raoul Cédras entre 1991 (año de la salida de Jean Bertrand Aristide al exilio) y 1994, hasta causar miles de muertos, o  incluso entre simpatizantes de Aristide a su regreso al gobierno haitiano (los chiméres). A la larga, en medio del terror y un poder extremadamente débil, cuando la escalada  de violencia ya no podía  detenerse, el reclutamiento parece tan difícil entre  el “lumpen” del país más pobre de América Latina y el Caribe.

            Hasta la actualidad –y se trata de una excepción- Colombia es un país que se caracteriza por una fuerte actividad paramilitar, que muestra por lo  demás, como en los casos anteriores, la incapacidad del Estado latinoamericano y caribeño para anteponerse a determinados intereses, en particular de la oligarquía, y cierto temor a los “ejércitos fuertes”, siempre susceptibles de influir demasiado en la política. Las fuerzas paramilitares colombianas tienen su origen en las llamadas “milicias de autodefensa” que se crearon en los años ochenta del siglo pasado por narcotraficantes y latifundistas, para defenderse de las guerrillas y reprimir cualquier forma de oposición de izquierda. Con el tiempo, los paramilitares se hicieron fuertes en varias regiones de Colombia, como en Urabá y Córdoba, en el norte del país sudamericano. (70) Convertidos en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), provocaron numerosas y atroces masacres de civiles –sin que el ejército hiciera nada nada por impedirlas- y llevaron a que 319 mil personas abandonaran sus hogares en 2000, 342 mil en 2001 y 350 mil en 2002, para alcanzar una cifra total de cerca de 2 millones 75 mil desalojados internos. (71) Los paramilitares entraron en la “competencia” por los recursos más lucrativos de la economía colombiana, desde la droga hasta los “mega-proyectos”, para lo que se sirvieron, como en el caso de Barrancabermeja (noroeste de Santander, a orillas del río Magdalena), región rica en petróleo, de una decidida represión contra las guerrillas locales, pero también contra formas de expresión más pacífica, como las sindicales. (72)

            Si en los años ochenta del siglo pasado las violaciones de los derechos humanos solían atribuirse al ejército, el grueso de las mismas pasó luego a ser adjudicado a las fuerzas paramilitares, que aparecieron como beligerantes aunque las protegiera el gobierno colombiano, en particular el de Álvaro Uribe. Las AUC siguieron extendiéndose al norte de Santander, el Chocó y las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, con lo que fue creciendo el número de sus integrantes. A diferencia de las patrullas de autodefensa civil guatemaltecas o las rondas campesinas peruanas, las fuerzas paramilitares colombianas terminaron por convertirse, un poco al modo de los macoutes haitianos, en brazo armado de los grupos más acomodados, de parte de la clase política, y en particular de los terratenientes, sin representar propiamente una fuerza “contrainsurgente”, sino una forma peculiar de “guerra sucia”. Por su forma de operar, es probable que se las pueda catalogar dentro del “terrorismo”, pero en este caso del “terrorismo de gobierno” en una sociedad con un poder colectivo atomizado. Si todos los movimientos armados de izquierda en el subcontinente americano no fueran iguales, tampoco  lo fueron todas las fuerzas paramilitares, que a la larga, en casos como los de Colombia y Haití, sobrevivirían al  fin de la “Guerra Fría”, y mostrarían así su carácter endógeno y orgánicamente ligado con las prácticas retrógradas de las oligarquías.

            Para finalizar, más extraño aún que todo lo anterior, y ya en el contexto  del “terrorismo”, podría parecer que, como lo muestra con detalle Isaac Caro, en el “triángulo” Brasil-Argentina-Paraguay, el mismo en el cual fueron a refugiarse alemanes luego de la segunda guerra  mundial, con el paso  del tiempo haya surgido una alianza entre admiradores del nacional-socialismo, de Estados Unidos y fundamentalistas árabes, esta vez a la sombra de la inmigración árabe, relativamente importante en varios países del subcontinente, y en particular en los negocios comerciales y  financieros. (73) Con frecuencia originados en Estados Unidos (donde el Fundamentalismo Islámico cundió entre la población negra  luego de que menguara el movimiento por los Derechos Civiles, y  en plena crisis económica), se comenzó a reivindicar el regreso a “raíces moras” entre los seis millones de musulmanes latinoamericanos, en su  mayoría instalados en Argentina, Brasil y Venezuela, y  vinculados con Arabia Saudita. (74) Desde nuestro punto de vista, los datos de Isaac Caro eran todavía demasiado aislados y apresurados como para sacar conclusiones sobre la presencia de “terroristas islámicos” en el espacio del Cono Sur. La presencia de fundamentalistas islámicos podía  ser tan comprobable como la de fundamentalistas judíos o asesores israelíes entre grupos paramilitares colombianos, por ejemplo.

 

 

UNA PEQUEÑA GUERRA FRÍA

            Existen datos adicionales que abonan una de las hipótesis que se quiere consolidar, con el fin de establecer una cronología más límpida: la presencia soviética en América latina y el Caribe durante la Guerra Fría fue de bajo perfil, y con poco de oculto  en ello, al grado de haberse llevado la desacreditación, por igual, de los movimientos más radicales y del discurso oficial “anticomunista”. Entre otras cosas, la Unión Soviética ni siquiera reconoció al gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala (derrocado en 1954 por comunista), (75) ni dio a Chile, durante el gobierno de Salvador Allende, más créditos de los que otorgaba –y siguió otorgando- a Argentina, entre otras cosas para comprar cereales, y más tarde sortear  en el embargo sobre los mismos que Estados Unidos estableció a raíz de la intervención de Moscú en Afganistán (1979). (76) En 1953, poco antes de la Revolución cubana, únicamente tres países (México, Argentina y Uruguay) tenían relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. (77) La única base militar en Lourdes (Cuba), fue desalojada, junto con el proyecto de central nuclear en Juaragua, al término de la Guerra Fría, y, además de historias no tan inverosímiles de espías, quedó sobre todo el recuerdo de una amenaza que pasaba por unas pocas revistas de difusión, algunas becas, el Circo de Moscú, las Danzas Folklóricas Ucranianas, el Conjunto Moiseyev, el Ballet Bolshoi, la Filarmónica de Moscú, entrenadores deportivos, escritores subversivos (Jorge Amado, Nicolás Guillén, Pablo Neruda), y una explicación sugerente sobre el hecho de que, aunque quisiera, la Unión Soviética no tenía mayor manera de establecer canales de entrada en un país donde las comunidades de inmigrantes podían serlo: salvo algunas de rusos, polacos y ucranianos, sobre todo en Argentina, nunca hubo inmigraciones rusas o de otros países de Europa del Este considerables hacia América Latina y el Caribe, muy distante para Moscú.

            Si ello debiera llevar  a la reevaluación histórica de ciertos procesos y ciertos hechos, no podría dejar de notarse el caudillismo de Fidel Castro, ni un hecho de lo más particular: que Cuba no haya roto relaciones con España de Franco, y no forzosamente porque esto sirva para establecer equivalencias totales entre uno y otro régimen, sino, de manera más simple, por la tardía independencia de Cuba respecto de España. En efecto, Adolfo Suárez fue el primer mandatario de un país del Hemisferio Occidental en visitar Cuba, en 1975. (78) Podemos dejar asentado que siempre resultó difícil que América Latina y el Caribe estuvieran dispuestos a reconocer la heterogeneidad, hasta donde, de otra manera, pudo darse por equivalente, de nueva cuenta, de disrupción, caos y obviamente, fragilidad  frente a un exterior siempre percibido como amenazante.

            Siempre en este marco el siglo XX fue considerado por historiadores como Eric Hobsbawm como el más mortífero o sangriento de la Historia (para lo cual el historiador británico se apoya en estimaciones de Zbigniew Brzezinski, quien no dudara  en llamar al siglo XX el siglo de las “megamuertes”). En el siglo XX, de acuerdo con Brzezinski, se extinguieron aproximadamente 87 millones de vidas por causas bélicas, sin tener en cuenta los números de heridos, mutilados o afectados de cualquier otra forma. De los asesinados en el siglo XX, aproximadamente 33 millones eran jóvenes, la mayoría entre los 18 y 30 años de edad, “que perecieron en nombre del nacionalismo y/o la ideología”. Las dos guerras mundiales cuentan con una pérdida de al menos 8 millones 500 mil vidas y 19 millones de vidas militares, respectivamente, mientras que otras guerras del siglo XX ocasionaron una cuenta  adicional de seis millones de fallecimientos de militares. La lista de bajas civiles –como verdadero producto de las hostilidades (y no de genocidio deliberado)- se cuentan en alrededor de 13 millones de mujeres, niños y ancianos durante la primera guerra mundial y de 20 millones durante la segunda (junto con los 15 millones de civiles chinos que murieron en la guerra chino-japonesa que comenzó antes de la última conflagración internacional). Además, probablemente 6 millones de civiles perecieron en otros conflictos menores, desde la Revolución mexicana hasta la guerra de Irak e Irán a principios de los años ochenta del siglo XX. (79)

            En la primera guerra mundial, el número de bajas de Estados Unidos fue de 116 mil hombres, contra un millón 600 mil franceses, casi 800 mil británicos y un millón 800 mil alemanes. Aunque el número de bajas en la segunda guerra mundial fue  de 2.5 a 3 veces mayor que en la primera, en 1917-1918 los ejércitos norteamericanos solo lucharon un año y medio (tres años y medio durante la segunda guerra), y no en diversos frentes, sino en una zona limitada. (80) Para tener una estimación comparativa, puede considerarse que, en Guatemala, durante el periodo 1954-1996, fueron asesinadas 150 mil personas y desaparecidas 45 mil; en El Salvador, en el periodo 1980-1991, murieron asesinadas 75 mil personas y fueron desaparecidas 35 mil; en Argentina entre 1976 y 1983 fueron asesinadas 35 mil personas y desaparecidas 10 mil, y en Chile, entre 1973 y 1990, asesinadas 1 934 personas y desaparecidas 1 080. Para tener una idea comparativa, pueden tomarse en cuenta, a modo de ejemplo, cifras como las siguientes: en 1940 y 1941, con los bombardeos alemanes sobre Londres, murieron 43 mil personas y un millón quinientas mil familias se quedaron sin hogar (la mitad de los civiles muertos fueron mujeres); en la “batalla del  Atlántico” murieron 30 mil hombres de la marina mercante británica, 20 mil marineros y oficiales de los barcos aliados y 28 mil alemanes destinados a los submarinos; en Birmania, la “guerra de desgaste” llevó a la muerte de 50 mil de los 84 mil soldados japoneses destacados en ese país; en Filipinas, liberada hasta 1945, murieron 100 mil civiles, mil combatientes de la guerrilla y 6 500 soldados estadounidenses; en la batalla de Iwo Jima, en el Pacífico, murieron 30 mil estadounidenses, 110 mil japoneses y 150 mil okinawas; en Yugoslavia, 40 mil gitanos y 400 mil serbios murieron a manos de croatas y bosnios; en la guerra civil griega inmediatamente posterior a la segunda guerra  mundial perdió la vida medio millón de personas; en la población ucraniana de Kerch, los nazis asesinaron a 170 mil civiles; 120 mil personas murieron en el bombardeo de Tokio hacia el final de la guerra; 13 millones de niños quedaron huérfanos por la conflagración internacional. (81)

                Pero para el continente americano, en honor a la historiografía, en realidad no fue así: la Guerra  de Secesión o los accidentes automovilísticos (los reales, descontando todos los de las series televisivas, lo que ya es mucho) le costaron a Estados Unidos mucho más, en vidas humanas, que la Guerra de Vietnam y las participaciones en la primera y segundas guerras mundiales. (82) Canadá gozó de una larga paz, no vista desde la formación colonial de ese país, y ni en términos absolutos ni relativos puede afirmarse que haya sido el siglo más sangriento de la historia de América latina y del Caribe: lejos se estuvo, desde luego, de lo acontecido durante la Conquista, pero probablemente también, lejos de lo sucedido con las guerras de Independencia y las guerras fraticidas o intestinas durante el siglo XIX. En éste, la unificación del territorio fue costosa para Estados Unidos, pero, además abundaron los litigios territoriales, entre los que sobra decir que uno le costó a México la mitad de su territorio. El conflicto de la Triple Alianza casi lleva a la desaparición del Paraguay, y no fueron pocas las guerras civiles cruentas que tuvieron lugar en Centroamérica, la Gran Colombia o incluso el Caribe, desde la independencia de Haití hasta la cruenta guerra mediante la cual, en 1898, Cuba se independizó de España. De poco serviría magnificar el alcance de los movimientos armados durante el siglo XX en América Latina y el Caribe, por cruentos que hayan sido. Lo que interesa destacar, desde luego, es que al derecho de excepción, al privilegio y a la insularidad se sumó una larga paz y que, desde este punto de vista, no sería demasiado extraño que, en el continente americano como en otras latitudes, el primero fuera identificado como  símbolo, precisamente, “privilegio de la paz”, aunado además al de la bonanza económica.

            No hubo, en la historia de la Humanidad, imperio alguno –dicho  sin connotación peyorativa- o “hiperpotencia, si se prefiere que haya tenido la capacidad para intervenir en tantos lugares a la vez como Estados Unidos, cuyas tropas, para principios del siglo XXI, habían hecho acto de presencia en varios países latinoamericanos y caribeños pero también en Europa Occidental (a partir de la segunda guerra mundial), en Europa Oriental (a partir de la caída del Muro de Berlín), en Oriente Medio (desde el conflicto del Líbano hasta las guerras del Golfo Pérsico, en África (desde la segunda guerra mundial, y por lo menos hasta la intervención en Somalia), en Asia Central (en Afganistán, pero también en Georgia, Uzbekistán y Tayikistán) y en el Lejano Oriente (desde Indochina y Filipinas hasta el Japón, pasando por China y la península coreana). Pensar, en esta perspectiva histórica permite la prospectiva. Aunque tampoco cabe absolutizar: España y Portugal tuvieron, en su momento, una presencia colonial que iba desde América, incluyendo a Florida, hasta Asia, pasando por África, el Índico y el sudeste asiático hasta llegar a la costa china. Gran Bretaña pudo apreciarse, más que Francia, de haber tenido durante el siglo XIX algo que parecía un dominio indiscutido sobre el mundo, el marítimo en particular. Entre otras cosas, podemos considerar que la historiografía no se puede dejar llevar por la necesidad de la novedad que llega a aquejar a ámbitos que no son los suyos. Hasta aquí hemos hecho valer sobre todo constataciones territoriales, demográficas y un aproximación comparativa: en realidad ni en el estudio de las relaciones internacionales, -que no nos ocupa aquí-, se ha adelantado en el establecimiento de una metodología más precisa, ni siquiera con los adelantos que, en principio debiera permitir la “interdependencia” de principios del siglo XXI.

            Con apego a los mismos hechos territoriales y demográficos, sin embargo, consideramos que el análisis comparativo puede avanzar, por limitado que sea el avance. El impacto  demográfico de los conflictos armados, que son los que por lo pronto nos interesan, si bien fue mínimo en América Latina y el Caribe –cualquiera que sea la opinión que se tenga, es indudable que la Revolución cubana fue incruenta), no lo fue en cambio por  la descolonización en África y en Asia (si se consideran, por ejemplo, los conflictos en Indochina, o masacres como la de Suharto en Indonesia), para comparar lo que es comparable. (83) En este mismo orden de cosas, el impacto demográfico de la primera y la segunda guerra mundial en Estados Unidos fue apenas perceptible, por contraste con otros países: la evolución demográfica rusa, la francesa, la alemana,  y la japonesa, en particular son, entre los países que llegaron a considerarse “centrales”, sensibles desde los puntos de vista más diversos a la guerra, como ocurre también con países intermedios como Polonia o la antigua Yugoslavia. (84) Por lo que respecta a China, el rastreo demográfico, habida cuenta de las características del “patrón de crecimiento” de ese país, sin por ello  absolutizar, señala que el impacto de las Guerras mundiales fue igualmente  severo, muy  en particular en determinadas regiones. (85) Pero si algo pudiera resultar sorprendente, desde el punto de vista del “colonizado”, es la comprensión de que,, durante la segunda guerra mundial, sobre Europa, ya desgastada por la primera guerra mundial, se haya abatido, por así decirlo, una catástrofe demográfica que no se veía en toda la época  moderna. En el caso de la Unión Soviética, propagandas de cualquier índole aparte, es probable que no se hayan visto cataclismos demográficos como los ocurridos. En toda la época moderna, el siglo XX fue el más cruento para casi toda Europa (desde el Atlántico hasta los Urales), y a condición de no convertir a ese continente en un ente homogéneo. Sólo por analogía puede decirse que el siglo XX representó para Europa una peculiar forma de “medievalización”, que es por lo demás la que nos interesa aquí, habida cuenta del legado europeo en América Latina y el Caribe.

            De poco sirve colocar la argumentación en el plano de la lucha entre “civilización” y “barbarie” si no existe una explicitación previa sobre lo que estas nociones encierran.

            El siglo XX, dio al traste con el “eurocentrismo” y, ciertamente, el continente por siglos “civilizatorio” fue a dar  a la plena “barbarie”, a tal punto que, hasta ahora,, no termina de comprenderse bien cómo pudo haber ocurrido, más allá de la explicación más englobante, que es aquella que ha buscado reflexionar sobre la naturaleza del totalitarismo. Únicamente puede señalarse que ningún  país, o ningún imperio, están exento de este tipo de retournements históricos, sin que por ello deban validarse las teorías “cíclicas”.

            Dicho  en otros términos, del siglo XVI al siglo XX no medía ciclo alguno, sino el principio y el fin de una etapa sin que el historiador pueda aventurar con toda precisión las características de la siguiente. Poor lo pronto, queríamos señalar hasta punto, arrastrada por la fuerza de las cosas, la historiografía de las guerras modernas puede haber englobado, valga la expresión, lo que no forzosamente podía serlo, más allá, como ya hemos dicho, de las convenciones que apuntan a facilitar la comprensión de los acontecimientos históricos.

            En conclusión, América latina y el Caribe pese a la supuesta velocidad que pudieran tener las transformaciones en el mundo durante  el siglo XX, siguieron teniendo una pertinencia primigenia al ámbito mediterráneo y atlántico, hasta donde éste puede entenderse como ámbito de civilización, y que ello no podía menos que influir en el imaginario colectivo.

            Hasta las dos últimas décadas, y no es seguro que por iniciativa propia, el Pacífico seguía siendo un espacio incógnito. Las relaciones formales con China no llegaron demasiado lejos, por mayor influencia que la Revolución china haya podido tener en ciertos círculos intelectuales de América Latina y el caribe. Vietnam, desde luego, precipitó cierta actitud antiestadounidense, lo que no quiere decir que esta actitud fuera provietnamita: en realidad, es probable que la apuesta siguiera situándose en la correlación de fuerzas entre Estados Unidos y Europa Occidental, puesto que las dificultades estadounidenses en Vietnam coincidían con fenómenos como una creciente integración europea, que incluía por lo demás a España.

            Finalmente, el interés por Japón asomó en los años ochenta, y siempre en circunstancias particulares. Así, de la misma manera que en América Latina y el Caribe fueron ajenos a buena parte de ese acontecer que se describió como “mundial”-a diferencia notoria de Estados Unidos-, la capacidad  para representarse “el mundo exterior” difícilmente pudo haber salido del ámbito Atlántico y Mediterráneo. Baste  agregar que, cuando en la década de 1990 se disgregaron la  extinta Unión Soviética y la otrora Yugoslavia, por mayor interdependencia que se diera por supuesta, en el subcontinente no se tenía mayor idea de lo que,  por lo menos en términos de nacionalidades, esos conjuntos contenían. Este desconocimiento en América Latina y el Caribe, ya señalado, coincidió con el hecho de que Estados Unidos, al haberse convertido progresivamente en la mayor potencia del mundo, que no la única, por fuerza tenía que cumular una información sin precedentes sobre el globo. Así pues al entrar al siglo XXI, el subcontinente podía entrar al “mundo” vía Estados Unidos, para volver sobre las observaciones hechas al principio: en otros términos, con el riesgo de confundir un mundo con el mundo, y por ende con una precaria seguridad sobre la validez de ése mundo. Desde este punto de vista, no nos parece nada casual que se multiplicaran las problemáticas reflexiones sobre la “identidad”, y que pudieran dar ya sea en la más pura y simple desorientación en la incapacidad para entender el cambio a tiempo, o en la construcción de lo que podríamos adelantar como identidades ficticias, o incluso creencias de lo más absurdas.

            En resumen, la trayectoria que siguieron América Latina y el Caribe durante el siglo XX lleva a preguntarse por el contenido de algunas convenciones historiográficas, a proponer interrogantes en torno a la periodización histórica, y a relativizar, sobre todo, cualquier intento por hacer encajar la experiencia histórica, a toda prisa, en cualquiera de los moldes que no escasearon en el siglo XX, por el efecto excesivamente intrusivo de la propaganda en las lecturas propiamente académicas.

            Es aquí donde encontramos las advertencias de Hannah Arendt sobre las cuales se abundara en esta investigación, por más que la autora no fuera, en el sentido estricto de la palabra, historiadora. Asimismo, la reevaluación propuesta en esta parte, desde nuestro punto de vista, no podía menos que relativizar el progresismo que permeó a las ciencias sociales durante ese mismo siglo XX, ya  fuera bajo influencia europea, pero sobre todo estadounidense, o bajo influencia de cualquier otra lectura que, explícita o implícitamente, adhiriera a ese mismo progresismo. En este mismo orden de cosas que en la exposición buscamos en primer lugar certezas en los hechos y en los acontecimientos históricos, para proponer, como hipótesis, que la experiencia local siguió moviéndose no en el mundo, sino en un espacio y en un tiempo particulares, el de la transición de distintas influencias europeas a una creciente influencia estadounidense y que, asimismo, es probable que haya sido en este mismo ámbito que el imaginario colectivo haya encontrado sus puntos de referencia, pero más explícitamente, sus representaciones sobre el significado de la violencia. Así pues, no consideramos que el problema de la guerra o el de la violencia, por universales que sean, deban leerse por simple biología, en forma ahistórica y, sobre todo, sin consideración por las formas culturales, que asumen.

            Cuando la historia no ofrece respuestas que permitan comprender, o cuando prefiere el  adoctrinamiento o la manipulación, la pregunta siempre queda abierta: ¿cómo pudo suceder?

 

 

NOTAS

*Ideas recibidas o heredadas; ideas preconcebidas: se asimilan a los prejuicios.

(1) Cueva Perus, Marcos, Violencia en América Latina y el Caribe: contextos y orígenes culturales, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales, Cuadernos de Investigación, 33, 2006.

(2) Con la primera guerra mundial, localizada sobre todo en territorio europeo, se desplomaron los imperios otomano (turco), el austro-húngaro y el imperio ruso (muy distinto de la Unión Soviética).

(3) El Imperio Romano apenas se extendió más allá de los confines del Mediterráneo, Galia, Lusitania e Hispania, por el occidente, y hasta Oriente Medio y los actuales territorios turco y armenio, antes de fracturarse y ser acosado por los bárbaros. El Imperio bizantino abarcaba, por su parte el sureste de Europa y el actual territorio turco, con dimensiones menores que las del Imperio Romano.

(4) Estados Unidos no construyó un imperio formal, sobre todo bajo la forma de una red de bases militares de dimensiones fluctuantes, y que tampoco abarcan el mundo entero, haya pretendido –o pretenda-, tener un alcance global.

(5) Desde el final de la Guerra Fría, Estados Unidos (o algunos sectores en Estados Unidos) comenzaron a concebir la idea de un dominio hegemónico (en este caso supremacía) sobre el mundo entero, y sin rivales, sin que tampoco pueda verificarse en la realidad el ejercicio de ese dominio total.

(6) Con la administración Bush Jr. reaparece, en las esferas gobernantes de Estados Unidos, un fuerte fundamentalismo religioso que, entre otras cosas, hunde sus  raíces en la idea del Destino Manifiesto. No se trata, desde luego, de la conclusión extrema de los ideales de la Revolución francesa, ni siquiera en su revestimiento democrático: en las campañas del Imperio Napoleónico no hubo fundamentalismo religioso alguno.

(7) Los grandes imperios chinos (Han, Suei, T´ang, Song, Yuan, Ming, Ts´ing) no consiguieron un territorio tan vasto como el de la China actual, por lo que difícilmente puede hablarse de un “imperio asiático” de extensión tan inigualable como lo fuera el imperio de los mongoles. Observaciones similares valen para el Imperio Ruso que debía ser la ruta de Oriente (terrestre, por el océano de las estepas) antes de que los europeos se lanzaran a la conquista de los mares y el descubrimiento de América. El monje Filofei proclamó a Moscú como la Tercera Roma en 1517, pocos años antes del descubrimiento de América.

(8) ¿Cuantos imperios no han abrazado, bajo una forma u otra, la idea de la Cruzada?; hasta Estados Unidos hoy, con la frecuencia con que este país ha llegado a hablar de “cruzadas por la paz”, “cruzadas por la democracia”, o incluso de “cruzadas por la libertad”, como solía ocurrir en tiempos de la administración Reagan, en los años ochenta del siglo XX (cruzadas contra el “Imperio del Mal”).

(9) A diferencia de otras latitudes, los efectos de la Guerra Fría en América Latina y el Caribe fueron, reducidos pese a la propaganda, como no podía ser de otro modo, habida cuenta de la estrecha vecindad con una de las superpotencias involucradas, Estados Unidos, y de la lejanía de la otra, la Unión Soviética, poco interesada en crearle problemas a la otra en lo que era conocido como su “patio trasero”. De hecho, salvo en caso de la crisis de los misiles de 1962, que involucrara a Cuba, la historia subregional registra pocos acontecimientos directamente relacionados con la Guerra Fría. Otras crisis serias, allende la crisis cubana de 1962, se presentaron en la península coreana, en la península Indochina y en Afganistán. Incluso en África, los efectos de la Guerra Fría, desde la crisis de Suez hasta la guerra de Angola, se presentaron con mayor intensidad que en América Latina y el Caribe.

(10) Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Barcelona, Crítica-Grijalbo-Mondadori, 1996. El impacto de la segunda guerra mundial fue estudiado en particular a partir de los estudios de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) sobre el inicio del proceso de “sustitución de importaciones” durante los años cuarenta (había comenzado prácticamente durante la Gran Depresión de los años treinta) en el subcontinente. Los vínculos económicos entre Estados Unidos y América Latina y el Caribe se fueron estrechando durante toda la década de los años cuarenta del siglo XX, aunque desde el fin de la segunda guerra mundial, habida cuenta de la Guerra Fría, Estados Unidos comenzó a concentrar sus mayores intereses en otras regiones, convirtiéndose de “buen vecino” en buen espectador.

(11) El territorio del África negra (subsahariana), como los territorios australiano y neozelandés, no se vieron afectados directamente –como tampoco su población civil-, salvo excepciones, por el fenómeno bélico. Así, el mundo austral y buena parte del mundo Atlántico y Pacífico, antiguos espacios de expansión y comercio británicos, quedaron relativamente al margen del conflicto.

(12) La segunda guerra mundial debilitó los imperios coloniales francés y británico (no así el portugués y el español), y dio lugar al comienzo de las independencias en África y Asia, a veces casi de inmediato al término del conflicto. Para muchos países independizados, el desarrollo iniciado “a la latinoamericana” podía llegar a servir de modelo.

(13) Los golpes de Estado no fueron, durante el siglo XX, de alguna exclusividad latinoamericana o caribeña, como tampoco lo fueron los regímenes dictatoriales.

(14) Pérez, Joseph, Historia de España, Barcelona, Crítica-Grijalbo, Mondadori, 1999, pp. 640-653.

(15) Birmingham, David, Historia de Portugal, Cambridge, Cambridge Unviversity Press, 1995, pp. 220, 221, 233 y 234.

(16) Una brigada brasileña combatió en el frente italiano durante los años 1943-1944. Boersner, Demetrio, Relaciones internacionales de América Latina. Breve Historia, Caracas, Nueva Sociedad, 1990.

(17) España, además, ya en plena Guerra Fría, aceptó la instalación de bases militares estadounidenses en su territorio. El régimen de Franco intentaba desarrollar la filosofía del panhispanismo. G. Pope Atkins, América Latina en el sistema político internacional, México, Gernika, 1992, p. 135.

(18) Pérez, op. cit., pp. 640-641.

(19) Rosemary Thorp, “Las economías latinoamericanas, c. 1939-1950”, en Leslie Bethell, comp. Historia de América Latina II. Economía y Sociedad desde 1930, Barcelona, Crítica-Grijalbo-Mondadori-Cambridge University Press, 1997, pp. 50, 58 y 61.

(20) Francisco Iglesias, Historia contemporánea de Brasil, México, FCE, 1995, p. 105-106. Aunque el Estado Novo, con tendencias corporatistas, nunca llegó a ser fascista, el “mussolinismo de Vargas inquietó a Roosevelt, quien temía que el caudillo brasileño llevaría a su país a un acercamiento con las potencias del Eje. Sin embargo, después de haber obtenido ventajas económicas por parte de Estados Unidos, Getulio Vargas se mostró partidario de la política antinazi de Estados Unidos.

(21) Yves Ternon, El Estado criminal, Barcelona, Península, 1995. Dos millones de armenios fueron masacrados durante la primera guerra mundial por el régimen de los “jóvenes turcos” en Turquía.

(22) Richard Overy, Atlas historique du IIIe. Reich, París, Editions Autrement-Collection-Atlas Mémoires, 1996, pp. 52-53 El partido nazi alemán trataba de utilizar a las comunidades  de expatriados alemanes en Europa y América para promover sus intereses políticos. En 1939, en vísperas de la guerra, entre 10 y 11 millones de alemanes (definidos como aquellos cuya lengua materna era el alemán) vivían en el extranjero, incluyendo a tres millones de alemanes estadounidenses. En 1933, el partido nacional-socialista apoyó la Liga Popular germano-americana, dirigida por  Fritz Julius Kuhn, miembro del partido nazi desde 1921, que había emigrado a México, y luego a Estados Unidos. Esta liga contaba con cerca de 25 mil simpatizantes, pero sus actividades eran poco discretas, incluso para Hitler, quién cortó todo vínculo con Kuhn en 1935. Luego de una manifestación violenta de la Liga en Nueva York, en 1939, Kuhn fue arrestado por desvío de fondos, y su partido fue objeto de una investigación por el Comité de Actividades anti-americanas del Senado estadounidense.

(23) Toshio Yanaguida y Ma. Dolores Rodríguez del Alisal, Japoneses en América, Madrid, Mapfre, 1992.

(24) El Santo Oficio había excomulgado, en julio del 1949, a todas las personas “miembros del partido comunista o que persigan sus mismos fines”, incluyendo a quienes leyesen libros o revistas comunistas o escribiesen para ellas, decretó que se prorrogó en abril de 1959.

(25) La historia de esta huida, y de la protección ofrecida por el gobierno de Perón, está relatada con lujo de detalles en Holger M. Meding, La ruta de los nazis en tiempos de Perón, Buenos Aires, Emecé, 1999; el mismo tema ha sido tratado en Uki Goñi, La auténtica Odessa. La fuga nazi a la Argentina de Oerón, Buenos Aires, Paidós, 2000.

(26) José Luis Romero, El ciclo de la revolución contemporánea, Buenos Aires, FCE, 1997. Sobre el fenómeno de la guerra, véase Roberto Perña Guerrero, “Etiología de la guerra: violencia y praxis en las relaciones internacionales”, en Graciela Pérez Gavilán y Ana Teresa Gutiérrez del Cid, coords. Pensar la guerra: hacia una nueva geopolítica mundial, México, Quimera-UAM/Xochimilco, 2004.

(27) Sergio Bagú, Catástrofe política y teoría social, México, Siglo XXI Editores-CIICH-UNAM, 1997.

(28) Ibid., p. 12. El autor hace notar cómo, desde la Guerra de la Triple Alianza, Brasil, con una enorme frontera con todos los países sudamericanos, excepción hecha de Ecuador y Chile, no sostuvo ninguna guerra con sus vecinos, y ni siquiera hubo incidentes fronterizos de importancia. México, por su parte, salvo en la muy fugaz incursión de Francisco Villa en Nuevo México en 1916, jamás ha llevado sus armas más allá de sus fronteras nacionales, aunque haya sido invadido por Estados Unidos y Francia.

(29) K.V. Clausewitz, De la guerra, Buenos Aires, Rescates Need, 1998, p. 38.

(30) En dicha región, habida cuenta de su “aislamiento geográfico”, durante el siglo XX la relación entre centros y periferias tendió a la unipolaridad, a diferencia de los cuadros mucho más multipolares de otras latitudes (Europa, Asia, África).

(31) Stella Calloni, Operación Cóndor. Pacto criminal, México, La Jornada Ediciones, 2001, pp. 129-139. Orlando Letelier, quien había sido embajador de Chile en Estados Unidos bajo el gobierno de Salvador Allende y economista que había trabajado para el Banco Interamericano de Desarrollo, fue asesinado el 20 de septiembre de 1976 en Washington, en una operación que involucró a los propios Estados Unidos, grupos de cubanos refugiados en Miami, y al Paraguay, como parte de la llamada Operación Cóndor. Sobre el mismo tema, c.f. Nilson Cezar Mariano, Operación Cóndor. Terrorismo de Estado en el Cono Sur, Buenos Aires, Lohe-Luhmen, 1998. Entre las contadas excepciones de ataques contra intereses estadounidenses figuran el incendio de una planta de General Motors en repudio a la visita de Rockefeller en Uruguay, a finales de los años sesenta, llevado a cabo por el Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros, y el conocido secuestro, en 1970, del estadounidense Dan Mitrione, agente de la CIA y asesor de la policía uruguaya. Por otra parte, en 1975, un grupo de Montoneros secuestró y fusiló al cónsul de Estados Unidos en Córdoba, Argentina, John Patrick Egan, en respuesta a la desaparición de varios miembros de esa organización. Véase Daniel Pereyra, Del Moncada a Chiapas. Historia de la lucha armada en América Latina, Madrid, Los Libros de la Catarata, 1994, pp. 83 y 94.

(32) La historia de las intervenciones estadounidenses en América Latina y el Caribe ha sido muy documentada. La única derrota en el subcontinente de una invasión estadounidense, mediada en este caso por mercenarios, fue la de la Bahía de Cochinos (o Playa Girón) en Cuba, en 1961, luego de la cual se radicalizó la Revolución Cubana. A diferencia de lo ocurrido en el siglo XIX, en el siglo XX terminaron las invasiones de otras potencias que no fueran la estadounidense, con la excepción del conflicto por las islas Malvinas (1982), donde se enfrentaron británicos y argentinos en una inusual guerra neocolonial. Con todo, la intervención más costosa fue aquella que, en el siglo XIX, significara para México la pérdida de la mitad de su territorio.

(33) Guilermo Morón, Breve historia contemporánea de Venezuela, México, FCE, 1994.

(34) Juan José Arteaga, Uruguay. Breve historia contemporánea, México, FCE, 2002.

(35) En Cuba, la guerra coincidió con la presidencia de Batista (1940-1944), y la entrada del país el conflicto sirvió para facilitar los acuerdos comerciales y los programas de préstamos y créditos con Estados Unidos: el descenso de la producción de azúcar en Asia y Europa benefició a la isla, aunque se restringiera el comercio con Europa, incluido el de los cigarros cubanos de lujo. Louis A. Pérez (jr.), “Cuba”, en Leslie Bethell, coord. Historia de América Latina. 13, México y el Caribe de 1930, Barcelona, Crítica-Grijalbo-Mondadori-Cambridge University Press, 1988, pp. 169-170.

(36) Haim Avni, Judíos en América, Madrid, MAPFRE, 1992.

(37) Alan Knight, “México, c. 1930-1946”, en Bethell, op. cit., pp. 67-68. Sobre la historia del Escuadrón 201, véase el reportaje de José Nava, “Ni figuramos en los libros de historia: Bernardino Mendoza. El Museo del Holocausto recuerda al Escuadrón 201”, en El Financiero, México, martes 22 de junio de 2004, pp. 45-46.

(38) David Nicholls, “Haití 1930-c. 1990”, en Leslie Bethell, coord., Historia de América Latina, 13, México y el Caribe desde 1930, Barcelona, Cambridge University Press-Crítica, 1999, pp. 276-277.

(39) Gerard Pierre-Charles, Haití, Radiografía de una dictadura, México, Nuestro Tiempo, 1969, p. 50.

(40) Gertmán Arciniegas, Entre la libertad y el miedo, México, Encuadernación Cuadernos Americanos, Cap. XI, “Los Colombianos en Corea, 1952, pp. 174-178.

(41) Entre 1938 y 1939. Ecuador concedió, por intermedio de sus cónsules en Europa, miles de permisos de entrada a judíos tanto de Alemania como de otros países, y el acceso de judíos no quedó bloqueado ni siquiera luego del estallido de la guerra. Los inmigrantes se instalaron en Quito, Cuenca, Ambato y otras localidades de la sierra, así como en el puerto de Guayaquil, formando “células muy visibles de ambiente centroeuropeo”. Una inmigración menor llegó a Bolivia, y un caso excepcional lo constituye la República Dominicana de Rafael Leónidas Trujillo, quien aceptó crear una colonia para judíos en el terreno de Sosúa, aunque con pobres resultados.

(42) Víctor Farías, Los nazis en Chile, Barcelona, Seix Barral, 2000.

(43) Osvaldo Silva Galdames, Breve Historia contemporánea de Chile, México, FCE, 1995, pp. 295-307. Entre otras cosas el presidente Ríos temía la reacción de la colonia alemana en el sur de chile, y un eventual ataque japonés a sus costas; Thomas E. Skidmore, y Peter H. Smith, Historia contemporánea de América Latina, Barcelona, Crítica, 1999, p. 141.

(44) Augusto Céspedes, El presidente colgado, Buenos Aires, Eudeba, 1975.

(45) Mariano Baptista Gumucio, Historia contemporánea de Bolivia, México, FCE, 1996, p. 141.

(46) Sobre esta insurrección, véase el texto de Thomas Anderson, El Salvador, los sucesos políticos de 1932, San José de Costa Rica, EDUCA, 1976.

(47) Ibid, p. 200-202.

(48) Ibid., p. 202.

(49) Juan Salinas y Carlos Di Napoli, Ultramar sur. La fuga en submarinos de más de 50 jerarcas nazis a la Argentina, Bogotá: Norma, 2002 y José María Trujo, La lista negra. Los espías nazis protegidos por Franco, Madrid: Aguilar, 2003.

(50) Ricardo García Lupo, Paraguay de Stroessner, Buenos Aires, ediciones B., s/f. Paraguay sirvió de refugio para varios criminales de guerra nazis luego de la segunda guerra mundial.

(51) Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Barcelona, Lumen, 1999. Eichmann fue capturado en Argentina por un comando israelí. Había llegado al país sudamericano en 1950, vía Italia, y se había instalado bajo el nombre de Ricardo Klement Medina. Ibid., p. 222. Por su parte Joseph Mengele, jefe de brigada de la SS y ex médico del campo de concentración de Auschwitz, buscado entre otras cosas por sus experimentos con los prisioneros, huyó en 1949 a Italia, vía Austria y conventos católicos, llegó hasta Barcelona con un pasaporte robado y viajó desde allí a Buenos Aires. Ibid., p. 223.

(52)Brendan Murphy, El carnicero de Lyon, La vida de Klaus Barbie, Buenos Aires, Javier Vergara, 1990.

(53) “El presidente Calles representa un momento muy interesante de la ideología en México porque en su gobierno confluyen, además del laborismo inglés, de la social-democracia y del radicalismo francés (es contemporáneo del cartel de las izquierdas de Herriot), cierto americanismo representado por Gompers, Morrow y Lindbergh, y la influencia discreta, pero evidente, de la Italia de Mussolini”. Agregan los autores de la Historia de la Revolución Mexicana: “No se conoce prueba alguna, en forma de documento escrito de su puño y letra, donde haya expresado Calles su admiración para el Duce; pero son numerosos sin embargo los indicios en la prensa nacional”. Jean Meyer, Enroque Krauze y Cayetano Reyes, Historia de la Revolución Mexicana, 1924-1938, México, El Colegio de México, 1981, pp. 329 y 123.

(54) Herbert S. Klein, Orígenes de la revolución nacional boliviana. La crisis de la generación del Chaco, México, Conaculta-Grijalbo, 1993, p. 197.

(55) En el tipo de recuento que hace por ejemplo Daniel Pereyra. Difícilmente podrían igualarse, en una misma trayectoria global, movimientos armados con fuerte influencia campesina, como el zapatismo mexicano o los movimientos de la Violencia colombiana, con fenómenos como los Montoneros argentinos, varias décadas más tarde. Alain Gandolfi es, desde el punto de vista sociológico que nos interesa, mucho más preciso en la contextualización, y asimismo menos propagandístico, aunque en algunos aspectos también sea menos detallado. Véase Alain Gandolfi, Les luttes aemées en Amérique Latine, París, Press Universitaires de France, 1991. Gandolfi incluye en su recuento, a diferencia de Pereyra, la guerrilla de los bushnegroes en Surinam (ayudados por Holanda, Francia y Estados Unidos), reprimida por tropas gubernamentales del presidente Desi Bouterse a quien, curiosamente, asesorara el gobierno libio. Inid., pp. 168-173.

(56) Jorge G. Castañeda, La utopía desarmada, México, Joaquín Mortiz, 1993. Sobre Colombia, Castañeda recoge la interesante observación del sociólogo francés Pierre Gilhodes, que ha denominado la Violencia “la guerra campesina más larga del siglo junto con la de Filipinas. Ibid. P. 89. Sobre el tema de las divisiones y los conflictos entre soviéticos y cubanos (y la represión de Castro contra los comunistas cubanos), véase Enrique A. Baloyra y James A. Morris, Conflict and change in Cuba, Alburquerque, University of New Mexico Press, 1993. En Venezuela, luego del surgimiento del Ejército de Liberación Nacional (1962, dirigido por Douglas Bravo y Teodoro Petkoff, el Frente de Falcón de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (1963-1970) recibió la ayuda del desembarco de 14 combatientes llegados de Cuba al mando de Luben Petkoff.

(57) La violencia, en efecto, es una constante histórica en Colombia, una “realidad cotidiana” en uno de los Estados más Democráticos de América Latina, con guerras civiles cruentas desde el siglo XIX. El episodio de la Violencia (con mayúscula) comenzó entre 1946 y 1948, para prolongarse hasta 1957: enfrentó a liberales contra conservadores, a pueblos campesinos entre sí, a los campesinos  contra los grandes propietarios de la tierra, y a la policía y el ejército contra grupos de guerrilleros que más tarde tomarían otra forma, en particular con las FARC: se calcula que el periodo de la Violencia habría costado cerca de 400 mil muertos. Sobre el mismo tema de Violencia colombiana, véase Marcos Palacios, Entre legitimidad y la violencia. Colombia 1875-1994, Bogotá, Norma, 1998, pp. 189-223. Por su parte Eric Hobsbawm, quien considera que “quince años de violencia han levantado un mecanismo de autoperpetuación militar similar al de la guerra de Treinta Años”, cifra los muertos del periodo entre 200 mil y 300 mil, según diversas fuentes, y considera que la violencia colombiana “constituye probablemente la mayor movilización armada de campesinos (ya sea como guerrilleros, bandoleros o grupos de autodefensa) en la historia reciente del hemisferio occidental, con la posible excepción de determinados periodos de la Revolución mexicana”. Eric Hobsbawm, Rebeldes primitivos, Barcelona, Ariel, 1968, p. 226.

58.- El gobierno costarricensae de León Cortés (1936-1940) “no ocultó mucho en los años previos al estallido de la guerra, sus simpatías pronazis y su admiración por personajes como Franco y Mussolini. Todo esto no dejó de ser sintomático. La vieja república liberal se dirigía hacia el ocaso”. Héctor Pérez Brignoli, Breve historia contemporánea de Costa Rica, México, FCE, 1997, p. 115.

59.- Los grupos armados hondureños de izquierda  apenas cobraron fuerza, en particular con las Fuerzas Populares de Liberación de Honduras, o Cinchoneros, fundadas en 1976, las Fuerzas Populares Revolucionarias y otros grupos menores (PCH, PCMLH, Frente Morazanista de Liberación Nacional, Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos, Fuerzas Armadas del Pueblo). Gandolfi, op. cit., p. 114. En 1965, un pequeño grupo guerrillero había operado en el departamento de Yoro bajo la dirección del dirigente campesino Lorenzo Zelaya, muerto en un enfrentamiento con el ejército en abril de ese mismo año, en El Jute. Las guerrillas sólo reaparecerían hasta 1980, en particular  con los Cinchoneros, pero bajo influencia de las situaciones salvadoreña y nicaragüense. Pereyra, op. cit., pp. 238-240.

60.- En Bolivia, la guerrilla más significativa fue desde luego la que le costó la vida al guerrillero cubano-argentino Ernesto Che Guevara en Näncahuazu en 1967, y que se prolongó luego, bajo la forma del Ejército de Liberación Nacional hasta 1970 (guerrilla de Inti Peredo y luego de Chato Peredo en Teoponte), que  llegó a  ocupar las instalaciones de la empresa minera estadounidense South American Placers y  tomar como rehenes a dos técnicos alemanes el 19 de julio de 1970. Más tarde, en julio de 1991, surgió otro pequeño grupo guerrillero, considerado radical indigenista el Ejército Guerrillero Tupaj Katari, sin mayores repercusiones. Pereyra, op. cit., pp. 135-141 y 246. En Ecuador, “en marzo de 1962, cerca de Santo Domingo de los Colorados, zona intermedia entre la costa tropical y las altas mesetas andinas, una cuarentena de jóvenes fueron cercados y capturados por los paracaidistas. Sólo estuvieron 48 horas en la montaña” (Unión Revolucionaria de la Juventud Ecuatoriana). Ibid., p. 118. En 1983 surgió el grupo armado Alfaro Vive Carajo, cuya acción más espectacular fue, en agosto de 1985, el secuestro del banquero Nahim Isaías, acción que terminó con un baño de sangre, hasta entregar las armas en febrero de 1991,y luego el grupo Montoneros Patria Libre, sin mayor impacto. Ibid., pp. 243-245. En el Cono Sur prácticamente no hubo movimientos armados en Paraguay, salvo el Movimiento 14 de mayo, en 1959, cuya historia registra Pereyra de este modo, siempre apoyándose en Debray: “el 20 de noviembre de 1959 una columna de ochenta guerrilleros penetró por la selva del norte de Paraguay. Algunos días después no queda sino una docena de sobrevivientes que escaparon por milagro hacia Argentina. Los otros cayeron muertos en combate o bajo las torturas”. Ibíd., p. 89

61.- En Perú se habían producido otros movimientos armados, en particular con el Grupo de Jauja (1962), el Ejército de Liberación Nacional (1962-1965) y el Movimiento de Izquierda Revolucionario (1962-1965), con influencia del guevarismo y  disidencias apristas. Ibis., pp.99-110. Dentro de esta misma línea puede incluirse seguramente el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (con influencia guevarista y de la Revolución nicaragüense. Ibis, pp. 223-227. De otro orden, muy distinto, es el caso de Sendero Luminoso (Partido Comunista del Perú-Por el Sendero Luminoso de José Carlos Mariátegui) que  reivindicara desde un principio una influencia maoísta. Sendero Luminoso operó en buena parte del Perú, con una fuerte  implantación en la región de Ayacucho, una de las más pobres del país andino, en zonas de cultivo de coca el Alto Huallaga y otras, hasta la caída de su líder, Abimael Guzmán, en septiembre de 1992. Ibis., pp. 216-223. Alain Gandolfi no duda en llamar a Sendero Luminoso “el movimiento insurreccional más hermético, más cruel y más misterioso de América Latina”.

62.- Ibid., pp. 241-242.

63.- Teresa Gurza, Visión de las Antilllas. Puerto Rico, México, Ediciones de Cultura Popular, 1979, p. 130.

64.- El “terrorismo”, como tal, tiene entre algunos de sus orígenes el anarquismo ruso (Narodnaya Volya) del siglo XIX. Luego habría de prosperar en países como Armenia y en el siglo XX, sobre  todo en Oriente Medio, desde el terrorismo de algunos grupos israelíes hasta, sobre todo, el de grupos palestinos, en todos los casos con una fuerte carga de fanatismo. En América Latina y el Caribe no aparecieron grupos terroristas como el Ejército republicano Irlandés, el grupo vasco ETA, el Frente Nacional para la Liberación de Córcega, o como el grupo Baaader-Meinhof y la Rote Armee Fraktion en Alemania y las Brigadas Rojas Italianas y, en última instancia, el Frente de Liberación de Quebec- Walter Laqueur, identifica como grupos terroristas en el subcontinente a los Tupamaros uruguayos, al ERP argentino, y en Brasil la Acción Libertadora Nacional, Vanguardia Popular Revolucionaria y Vanguardia Armada Revolucionaria. De  manera muy limitada, en la década de los setenta la Unión Soviética apoyó el terrorismo en algunos lugares del planeta (en Estados Unidos, sólo el Ejército Simbiótico de Liberación, vinculado con el caso Patty Hearst, se encuentra en el listado de Laqueur). Walter Laqueur, Una historia del terrorismo, Barcelona, Paidós, 2003.

65.- Carlos Iván  DeGregori, “Qué difícil es ser Dios”, en Heraclio Bonilla, comp. Perú en el fin del milenio, MMéxico, Conaculta, 1994, p.  120.

66.- Sergio Ramírez, Adios muchachos. Una memoria de la revolución sandinista, México: Aguilar, 1999, p. 15. Véase igualmente sobre el M-19 colombiano, Laura Restrepo, Historia de un entusiasmo, Bogotá, Norma, 1998.

67.- Véase por ejemplo la biografía de un brutal dirigente paramilitar colombiano, que mata como gusta de Serrat y Benedetti y tiene romances con líderes guerrilleras. Mauricio Aranguren Molina, Mi confesión. Carlos Castaño revela sus secretos, Bogotá: Oveja Negra, 2001. Además de los grupos paramilitares, en algunos otros países, bajo auspicios del ejército, se crearon “grupos de autodefensa” armados, como las Rondas Campesinas en Perú (durante el conflicto con Sendero Luminoso) o las Patrullas de Autodefensa Civil en Guatemala (en el conflicto contra las guerrillas guatemaltecas), con carácter contrairsurgente, aunque sin ser propiamente formaciones paramilitares.

68.- Frank Moya, “La República Dominicana 1930-c. 1990”. En Leslie Bethell, coord.. Historia de América Latina, 13, México y el Caribe desde 1930, Barcelona, Cambridge University Press/Crítica, 1998, pp. 250-251.

69.- Nicholls, op. cit., pp. 280, 284 y 287.

70.- Mario A. Murillo, Colombia y Estados Unidos. Guerra, inquietud, y desestabilización, Madrid, Editorial Popular, 2004, p. 98.

71.- Ibid., pp. 100-101.

72.- Ibid., p. 102.

73.- Isaac Caro, Fundamentalismos islámicos. Guerra contra Occidente y América Latina, Santiago de Chile, Editorial Sudamericana, 2001. Se trata aquí de la única presencia de células terroristas en el subcontinente, que se habrían incrustado en la comunidad chiita del sur de Brasil y en la “Triple Frontera” de Argentina, Paraguay y  Brasil en Iguazú, además de Chile; Irán habría impulsado a los grupos terroristas de Hezbolá y Hamás a cometer atentados, como el del 17 de marzo de 1992 contra  la embajada de Israel en Buenos  Aires (que se atribuyó al grupo Jihad Islámico), y el cometido el 18 de julio de 1994 contra la Asociación Mutual Israelita Argentina y la Delegación de la Asociación Israelita, seguido de la explosión de un avión que en Panamá volaba de Colón a Ciudad  de Panamá, con varios miembros de la comunidad judía a bordo. Caro, op. cit., pp. 147-157. Los grupos terroristas (Ansar Allah, Partidarios de Dios) habrían tenido vínculos con agrupaciones neonazis.

74.- Ibidem.

75.- Aun cuando el gobierno de Arbenz fue acusado de “comunismo” al ser invadido con mercenarios y financiamiento con apoyo estadounidense. Véase Lemoine, op. cit., p. 373.

76.- Durante el gobierno de Salvador Allende (1970-1973), igualmente acusado de “comunista” por Estados Unidos antes de ser derrocado, la entonces Unión Soviética otorgó a Chile “créditos ligados” por  121 millones de dólares, por contraste con los 600 millones de dólares otorgados a Argentina. Ibid.,  p. 376. En Bolivia, Moscú reconoció prácticamente de hecho el gobierno dictatorial del general García Meza, instalado en julio de 1980. Ibid., p. 376

77.- Ibid., p. 373. Si en 1962 la Unión Soviética mantenía relaciones únicamente con dos países latinoamericanos, para 1976 existían 163 misiones de países socialistas en 24 países del subcontinente. Lemoine, op. cit., p. 376. De acuerdo con Alan Angell, el centro de operaciones soviéticas en América Latina en los años setenta y  ochenta en Perú, y la prioridad para Moscú, más que la propagación del comunismo, era abrirse una ruta aérea al subcontinente y el acceso a las zonas pesqueras del Pacífico, región que habría determinado que la Unión Soviética continuara interesándose con los vínculos con el Partido Comunista Chileno. Alan Angell, “La izquierda en América latina desde c. 1920”, en Leslie Bethell, coord.. Historia de América Latina, 12. Política y Sociedad desde 1930. Barcelona, Crítica Grijalbo-Mondadori, 1997, p. 129.

78.- Unícamente Fidel Castro, en América Latina y el Caribe, decretó tres días de duelo nacional a la muerte de Franco, en 1975. Lemoine, op. cit., p. 198.

79.- Zbigniew Brzezinski, Fuera de Control. Confusión mundial en vísperas del siglo XXI, México, Lasser Press, 1993.

80.- Hosbawm, op. cit., p. 34.

81.- Estas y otras cifras pueden encontrarse en el recuento de Joana Bourke, La Segunda Guerra  Mundial. Una historia de las víctimas, Barcelona, Paidós, 2002.

82.- Sobre el tema, Jean Claude Chesnais, Histoire de la violence, París, Robert Laffont, 1981.

83.- Desde luego, América Latina y el Caribe habían vivido (con pocas excepciones, como las de Cuba y Puerto Rico) su propio proceso de descolonización más de un siglo antes que la mayoría de los países de África y buena parte de los de Asia.

84.- Véase el libro  de Jean Claude Chesnais, Le crépuscule de l´Occident. Demographie et politique, París, Robert Laffont, 1995.

(85).- Gabriel Kolko, Century of War. Politics, Conflicts and Society since 1914, Nueva York, The New Press, 1994, en particular el cap. 2.  “China: War, Society and Revolution”, pp. 310-336. Aunque los datos solo puedan ser aproximados, Kolko calcula que en 1949, luego de la segunda Guerra mundial y la Guerra civil, tres cuartos de la población China vivía en áreas rurales, donde se planteaban serias dificultades para la estadística fiable; aun así, el número  de muertos en la guerra oscilaría entre los 15 y los 20 millones de civiles, mientras que 3,2 millones de soldados habrían muerto en combate y 8,4 millones de soldados habrían desaparecido por causas no relacionadas con el propio combate. Kolkp, op. cit., p. 315.

 

Continuará…… 2ª parte.

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