De habitu et lingua relegandis
Los ritos de los Moriscos
según Pedro Guerra de Lorca
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Pedro Guerra de Lorca*, canónigo de la catedral1 y chanciller2 de la Universidad de
Granada, publicó en 1586 una obra de controversia contra la religión
musulmana, encaminada a la formación de los eclesiásticos para la predicación e
instrucción cristiana3 de los moriscos,
dedicada a Felipe II. En esta obra Pedro Guerra de Lorca recopiló y analizó el
comportamiento que, a su parecer, presentaban los cristianos nuevos de moro y
cuya pertinacia en las costumbres antiguas dificultaba su asimilación como
miembros de la iglesia cristiana. La obra, titulada Cathecheses
mystagogicae pro aduenis ex secta Mahometana4, se estructura en
dieciséis lecciones o catequesis en las que el autor recorre todos los
elementos polémicos de la religión musulmana, en particular sus ritos entre los
que incluye el traje y la lengua, como manifestaciones externas de una secta
que había de ser extirpada del territorio hispano.
2En la dedicatoria a
Felipe II se evidencia el pensamiento de Pedro Guerra de Lorca sobre el
problema morisco, que, según él, se sustenta sobre los dos pilares
fundamentales que habían venido siendo objeto de conflicto con los musulmanes
peninsulares desde la Edad Media, a saber, la recuperación del territorio hispano
y la expulsión del mismo de la secta de Muḥammad. Con tales
premisas, la obra se estructura, además, sobre un capítulo previo en el que se
refutan los hechos y la vida de Muḥammad,
desde los mismos presupuestos que había usado Eulogio de Córdoba, siglos atrás,
mediante la redacción de la denigratoria vida del Profeta del islam, que el
santo cordobés había hallado en el Monasterio de Leyre5. Pedro Guerra de Lorca retoma esa
vida, que le sirve para dar inicio a su análisis de los errores de Muḥammad y de su religión,
errores que cuantifica en cincuenta y dos y que ordena alfabéticamente, a fin
de que el lector los encuentre y los comprenda más fácilmente. Con todo, afirma
que, aunque señala los más graves, «los restantes, a mi parecer, no pueden ser
numerados6».
3Sigue a esta enumeración
un comentario general a esos errores, donde retoma el hilo argumental sobre la
premisa de partida, es decir, Muḥammad
fue un hereje porque muchas cosas aprendió y heredó de los cristianos, pero
puesto que con su ingenio y su deseo libidinoso los aligerase, acabó por
coincidir con casi todos los herejes7.
4Asimismo, señala de qué
manera el diablo había vomitado todo su veneno en uno solo, en «Mahoma», por lo
que acumuló en sí mismo las peores cualidades que él mismo dejó de manifiesto
en su actuación y oficio, ya que, en efecto, fue el más vil mercader, príncipe
de los ladrones, enviado de Satanás, precursor del anticristo, complemento de
toda la falsedad de los herejes8.
5Pedro Guerra de Lorca, a
continuación, repasa las herejías más célebres para concluir que Muḥammad compartió todos
sus errores, además de presentar muchos otros propios que se dispone a analizar
en su obra.
6Las dieciséis
catequesis —o lecciones— sobre las que se construye la obra contienen
un análisis según los cánones de la literatura polémica anti musulmana y se
hallan en consonancia con la premisa mayor que el autor establece al inicio, a
saber, si Muḥammad
había sido un ministro del diablo, sus enseñanzas, en consecuencia, son
erróneas y malas, por lo que sus ritos han de ser abolidos. Por este motivo,
los cristianos nuevos de moro han de ser guiados por los eclesiásticos, quienes
los apartarán de su error y los reconducirán al redil de Cristo. Así, siguiendo
el ejemplo de los obispos de Granada y de Valencia, que habían venido
trabajando para conseguir tal fin, Pedro Guerra de Lorca dispone su tratado
para la salud de los catecúmenos, aunque afirma, sin embargo, que donde no se
preste atención no se sermonee9.
7Así, se van desgranando
los ritos de los musulmanes, entendidos como manifestaciones de la peor
herejía, acompañados de la lectura de las cartas de San Pablo, de manera
especial, y de otros apologistas cristianos10 que sirven para apoyar
las argumentaciones encaminadas a la refutación de tales rituales y a la
exhortación para su proscripción. El orden de las dieciséis catequesis
obedece a una prelación establecida en consonancia con la argumentación; así,
la primera muestra que la tarea primera de todos los párrocos es conducir al
cristianismo a los musulmanes y que éstos abjuren de la secta de Muḥammad (De
secta Mahomedi abiuranda), porque si no se hiciera de tal manera y
los moriscos continúan alimentando su antigua creencia en su corazón,
regresarán a ella, como ya se ha demostrado por los hechos acaecidos
en 1568, en la que se rebelaron los moriscos granadinos:
Así como los Gálatas
después que hubieron oído el Evangelio de Cristo y lo hubieron retenido en su
corazón, volviendo a los antiguos preceptos de su anticuada ley y a sus oscuras
escrituras, se aferraron a la ley mosaica, así, muchos de éstos (excepto
aquellos que permanecieron en la fe con firmeza), postergada su fe en Cristo,
como perros a su vómito, es decir, regresando a la ley mahometana, y a sus
ídolos, osaron conspirar contra la divina y humana majestad11.
8Partiendo, pues, de esta
primera lección, en las siguientes, Pedro Guerra de Lorca plasma un detenido
análisis sobre lo que debe ser evitado y abolido: la lengua y los ropajes (Secunda
Cathequesis. De habitu et lingua relegandis); la invocación a los
demonios (Tertia Cathequesis. De inuocatione doemonum);
la circuncisión (Quarta Cathequesis. De ritu circuncisionis abolendo);
la fornicación (Quinta Cathequesis. De fornicatione fugienda);
los alimentos (Septima Cathequesis. De superstitione in cibis euitanda);
y otros ritos (Sexta Cathequesis. De aliis Mahomaetanae sectae ritibus
profligandis). A partir de esta octava lección, la obra se
reorienta hacia la formulación de medidas y consejos para las autoridades
eclesiásticas y civiles, en las que se argumenta sobre la penalización de los
musulmanes, cómo ha de evitarse la convivencia con ellos, cómo ha de enfocarse
su instrucción cristiana, cómo ha de educarse a los niños, cómo a los
campesinos ignorantes y cómo velar por la corrección de las ceremonias
funerarias. La catequesis decimotercera (De legibus conditis et condendis)
y la décimo cuarta (De hereticis puniendis) se orientan a tratar
las medidas punitivas que deben arbitrarse para evitar el incumplimiento de la
doctrina cristiana. La décimo quinta y la décimo sexta son recopilaciones de
temas que el autor ha venido tratando en las lecciones anteriores y que se
concretan como Régimen espiritual y Régimen temporal (Regimen
spirituali y Regimen temporale) para
beneficio de los prosélitos, siempre a partir de la lectura de las epístolas de
San Pablo.
9Para nuestro presente
análisis, nos centraremos en el comentario de la catequesis segunda, que trata
sobre la proscripción de ropajes y lengua (De habitu et lingua relegandis)12, tal vez el tema que
suscitó más normativas desde que se habían postergado las «paces» de Santa Fe,
primero mediante métodos persuasivos, al modo de Hernando de Talavera, quien
había advertido en sus predicaciones sobre la necesidad de olvidar la secta de
Muḥammad y sus ritos:
Mas, para que vuestra
conversación sea sin escándalo a los cristianos y no piensen que aún tenéis a
Mahoma en el corazón, es menester que vos conforméis en todo y por la buena y
honesta conversación de los güenos y honestos cristianos y cristianas, en
vestir y calzar y afeitar y comer, y en mesas y viandas guisadas, como
comúnmente las guisan, y en vuestro andar y en vuestro dar y tomar, y mucho y
más en vuestro hablar, olvidando cuanto pudiérades la lengua arábiga, y haciéndola
olvidar, y que nunca se hable en vuestras casas13.
10El intento, por tanto,
de aculturación venía de lejos, pero las pragmáticas y los ordenamientos no
tuvieron realmente efecto hasta los concilios de Guadix y de Granada14 en los que se aplicó la
normativa tridentina sobre la unidad de la fe católica. Así las cosas, las
prohibiciones sobre la lengua y sobre el llamado «hábito de moro» quedaron
plenamente integradas en las normativas sobre moriscos.
11Pedro Guerra de Lorca
toma, como lema de su segunda catequesis, la carta de Pablo a los
Efesios 4, 20-24:
Vosotros, sin embargo,
no así habéis aprendido de Cristo, si es que lo habéis oído, y habéis sido
instruidos en él mismo y en su verdad, despojaos del hombre viejo, por lo que
se refiere a vuestra antigua costumbre, porque está corrompido por los deseos
engañosos. Renovaos en el espíritu de vuestra mente y revestíos del nuevo
hombre que a semejanza de Dios ha sido creado en la justicia y en la santidad
de la verdad15.
12Se da inicio, a
continuación a la catequesis, recordando a Cristo como legislador, cuyos
preceptos transmitieron sus apóstoles, aunque no se han hecho evidentes a
todos, entre otros a los seguidores de Muḥammad, quien, aunque oyó estas doctrinas de los
cristianos, sin embargo, las interpretó de manera torcida. Pero, puesto que Muḥammad está en el fuego
del infierno, es preciso catequizar a todos aquellos que viven en el error de
su secta, a pesar de que hayan llegado a tener conocimiento de la doctrina
cristiana; por este motivo es obligación del catequista liberarlos de su
ceguera y miseria16. Glosa,
además, Pedro Guerra de Lorca su cita inicial sobre esta catequesis, recordando
que la llegada de Cristo, en la sexta edad, revistió al nuevo hombre; tema
sobre el que reflexiona y abunda a partir de otras lecturas de epístolas
paulinas, como Romanos (12) y Efesios (4), para finalizar con una pertinente
cita extraída de Colosenses (3, 9-10):
Arrancad el viejo hombre
con sus acciones, revistiéndoos del nuevo, que se renueva en el conocimiento de
Dios, que lo creó según su semejanza17.
13Continúa el autor,
plasmando su reflexión, a la que añade elementos de análisis con otras citas
paulinas (extractadas en particular de Corintios 4), que sirven para la
construcción de su discurso y sermón sobre el nuevo hombre que es el cristiano,
ejemplo para los moriscos, por lo que anota en castellano este refrán:
Tal debe el hombre ser,
como quiere parecer18, a partir del cual
contrapone al seguidor de Muḥammad
con el que ha abrazado el cristianismo:
El que pertenece a la
secta de Mahoma elige distinguirse en lo externo por sus ropajes, o por su
culto, además de por sus creencias. Pero hecho conforme a Cristo, según el
hombre interior, a éste en piedad, en modestia, en creencia, en ropaje,
distinto al de la creencia contraria, ya, desde el primer momento, debe aspirar
a asimilarse a los cristianos en su vestidura, no al impío Mahoma. Éste fue un
falso profeta, lleno de la astucia del diablo, propagador de su culto, de sus
males artes, y del mismo modo reviste al hombre de su secta, como adorador y
ayudante suyo, para que esté apto y dispuesto a su falsa religión, al ejercicio
cotidiano de sus ceremonias, de sus baños, de sus oraciones y de su
circuncisión, de tal manera que su traje externo responda a su falsa creencia y
su creencia lo uniforme mediante sus ropajes19.
14De lo que se concluye la
clara refutación de los ritos islámicos como manifestaciones de una falsa
religión, predicada por un falso profeta, revestido de la astucia del diablo,
que contamina y envilece sus ritos y que obliga a sus adeptos a uniformarse en
lo interior y en lo exterior mediante señales rituales para su reconocimiento.
Frente a esta opinión, argumenta Pedro Guerra de Lorca sobre una cita de Cirilo
de Alejandría:
Nuestra vestidura es por
necesidad, no por superstición20, de lo que se deriva la
confrontación entre ambos tipos de hombres: los musulmanes, que usan los
ropajes como señal distintiva, los cristianos, que los usan por pura necesidad.
15Pero la conclusión de
Pedro Guerra de Lorca se amplía, incorporando, además, la lengua como
manifestación ritual de los musulmanes:
De ahí que aquel, el que
se convierte a la falsa religión de los moros, también se entrega al culto
profano, o bien se distingue, en público, por su traje o por su habla21.
16Es decir, la señal
pública de distinción de los seguidores de la falsa religión es el traje y la
forma de hablar, por lo que este párrafo nos sitúa en el núcleo argumentativo
de la catequesis, la prueba evidente, por tanto, de la pertenencia a la secta
de Muḥammad son estos signos
identitarios, que deben ser abolidos, aunque, dice el autor, se oyen voces
discrepantes sobre este tema, que el autor refuta argumentando que no sería
preciso hacer violencia contra los que de manera sincera ya se han convertido a
Cristo, y que, además, los árabes pueden mantener sus cultos:
Pero antes de que
descubramos el secreto de la conocida superstición, que se halla escondida bajo
los ropajes y la lengua arábiga, conviene que nosotros refutemos la objeción de
algunos que creen que saben algo sobre este tema y opinan que el traje de los
gentiles moros y su algarabía no deben ser prohibidos, ya que es la lengua que
debe considerarse como nativa de su nación, Arabia, igual que los belgas, o los
francos tienen la suya propia. Por lo que a mí respecta, sobre las vestiduras
de los sarracenos, o de los agarenos, sobre su lengua y culto, nada digo, por
el contrario, no creo que haya que violentarlos para que cambien sus trajes o
que olviden su lengua aunque preferiría que, una vez regenerados en Cristo,
deberían meditar mejor lo que hacen22.
17Sin embargo, prosigue,
los cristianos nuevos deben manifestar su regeneración, en su interior y en su
aspecto externo, por lo que deben olvidar las supersticiones propias de una
falsa secta, si es que desean su salvación en Cristo. Así, si judíos y moros, una
vez recibido el bautismo, mantienen la pertinacia en los signos externos de su
antigua condición, debe entenderse que pretenden distinguirse de los verdaderos
cristianos mediante su vestidura o su forma de hablar, que abunda en mil
supersticiones indecibles, propias de un falso profeta, cual es Muḥammad, cuya ley no
proviene de Dios, como pretendió hacer creer, mediante el arcángel Gabriel, en
lengua arábiga, por lo que el falso profeta propagó que en tanto la lengua
arábiga era lengua divina no podía ser traducida a otra lengua; a pesar de
esto, opina Pedro Guerra de Lorca, los musulmanes son conscientes de que su ley
proviene de algún demonio, por eso se niegan a permitir su traducción y
defienden este punto incluso con la espada. Y, en efecto, prosigue, una vez que
se pudo acceder a los textos de la ley musulmana, quedó en evidencia para los
cristianos su falsedad y su inconsistencia teológica, lo que deja en la
indefensión argumentativa a una secta que se sustenta sobre el uso de la
violencia para conseguir adeptos, no en otros hechos como, por ejemplo, los
milagros. De ahí, dice Pedro Guerra de Lorca, se deduce la audacia, la malicia
y la astucia serpentina, herramientas mediante las que Muḥammad sedujo a los
hombres incivilizados de Arabia y los mantiene en su error, hasta el presente.
Por eso, concluye, las supersticiones, que siguen cultivando y que se mantienen
ocultas bajo su traje y su lengua, son tan numerosas.
18A continuación, Pedro
Guerra de Lorca hace una digresión etnográfica en el que describe la confección
de los trajes de los musulmanes, los tejidos empleados (lana y lino), el modo
en que usan los trajes rituales para su culto, o los trajes que visten en
público o en privado; destaca la mención al manto que usan como sobretodo,
«Alquicerio», según su lengua23, y la función que
realiza el «Alphaquin», su sacerdote24, a saber, pronunciar
las huecas oraciones en su recinto sagrado25, en cuyo exterior deben
dejar, sin custodia, su calzado, confeccionado con madera o cuero. Relata,
asimismo, cómo se cubren la cabeza para las ceremonias más solemnes, en las
que, además, mueven brazos y piernas, según su rito pagano26, o cómo escriben signos
de gran variedad, en alabanza a su dios. Pedro Guerra de Lorca señala que todas
estas manifestaciones son comunes a todos los seguidores de la secta de Muḥammad, e insiste en que
deben ser proscritas y prohibidas a aquellos que se convierten al cristianismo,
a fin de que no guarden memoria de ellas y se acomoden mejor a la nueva
doctrina27, ya que en el momento del bautismo renunciaron a Satanás
y a sus obras, por lo tanto, también abjuraron de Muḥammad y de sus malicias.
19No puede obviar, Pedro
Guerra de Lorca, hablar sobre las vestiduras usadas por las mujeres, de las que
dice que son de dos tipos, unas para practicar sus rituales, y otros para
«practicar de forma más fácil su sexualidad28» ya que su naturaleza es
insaciable. A este fin, por tanto, encaminan todos sus cuidados y aderezos,
hacen uso frecuente de baños29 y se cubren con
numerosas joyas, pero gozan en particular lanzándose al abrazo de los hombres30. La vida de estas
mujeres, concluye Pedro Guerra de Lorca, transcurre entre los placeres
carnales, la comida especiada y el sueño, de manera que «en estas cosas
consumen su vida31». Recoge el autor referencias sobre la arrogancia de las
primeras reinas moras en Hispania, que destacaron por el uso de llamativas
joyas y de vestidos desvergonzados y obscenos, cuyos adornos eran símbolos
demoniacos, como las patenas que llevaban al cuello y en una de cuyas caras
estaba cincelada una mano, a modo de símbolo del poder de su dios, en la otra
una llave, que había sido enviada desde los cielos, según los musulmanes, y que
habría servido para abrir las puertas de Hispania a aquellos africanos; por
este motivo, sus mujeres mandaron grabar este símbolo, que también usaron los
varones sobre las puertas de las fortalezas y en los vestíbulos, como se ve en
La Alhambra, pero también como salvaguarda de su permanencia en Hispania, por
eso la ocupación del territorio hispano ha durado casi mil años.
20Pedro Guerra de Lorca,
ante la situación sobre la lengua y el hábito de moro, concluye que el problema
se ha enquistado, desde la toma de Granada, pues Fernando e Isabel impusieron
una pragmática tan suave que tuvo como consecuencia una conversión muy
superficial de la población granadina, tal que lobos revestidos de piel de
oveja, aunque esto no debe achacarse a la negligencia de los reyes, sino a la
impiedad de los pobladores granadinos. En consecuencia, aboga por un
endurecimiento de la legislación y por imponer su estricto cumplimiento. En su
recorrido, llega el autor a mencionar la revuelta de los moriscos, sobre la que
afirma que la participación de la corona fue decisiva para proscribir el hábito
de moro y la lengua árabe, a fin de que pereciera la secta de Muḥammad, y para tal fin se
articularon medidas necesarias, como cuando un médico ha de usar la cirugía
para cortar los miembros pútridos. Por esto, Pedro Guerra de Lorca opina que la
autoridad del rey Felipe, como la de los obispos de Granada y de Valencia, debe
imponerse y proscribir definitivamente esos signos externos de una nefanda
religión, ya que contaminan y perturban la pura religión cristiana con su
obsceno culto. Y esa proscripción debe imponerse mediante el uso de las armas,
y que nadie atienda a sus ruegos, hasta que no los hayan reducido a todos a la
mansedumbre y se recomponga la paz ciudadana, cosa que no podrá tener lugar en
tanto no se elimine el culto a Muḥammad,
en público y en privado, al que se consagran todas sus acciones. Y, en caso de
que no cambien su actitud, que perezcan con el mismo Muḥammad32.
21Recuerda, a
continuación, las normativas dadas por el obispo de Valencia, en 1566,
sobre judíos y moros, para regresar de nuevo a la rebelión granadina, sobre la
que dice que hubo voces que criticaron las medidas adoptadas y que, pensando
que evitarían daños mayores, pasaron por alto los matrimonios según el rito
musulmán, así como el uso de ropajes y de la lengua árabe, ya que eran de la
opinión que poco a poco cambiarían a mejor. Pedro Guerra de Lorca, en cambio se
muestra contrario a esta opinión y afirma, a la manera virgiliana:
Temo a los númidas, y a
sus descendientes, incluso cuando ofrecen regalos33.
22Opina que en asunto tal
la presencia del príncipe y su poder son necesarios para poner freno a la
audacia de los moriscos y para evitar más revueltas, porque asegura que la
malicia de la serpiente se esconde, latente, bajo sus ropas y su lengua.
23Concluye la catequesis
con una admonición retórica a los moriscos, en la que arguye que renueven su
espíritu, que abandonen sus inveteradas costumbres y que obedezcan a sus
párrocos y acepten su vigilancia y oigan la recta doctrina, y, en especial, que
no esperen que ésta se les transmita en árabe, lengua que debe ser proscrita,
sino que han de atemperar sus ánimos para aprender el castellano; pues los
primeros eclesiásticos granadinos se esforzaron en su catequesis en árabe, sin
resultados visibles, y, por otra parte, incluso se había creado la cátedra de
árabe en la universidad granatense para poder interpretar esa lengua. Recuerda
en particular a Hernando de Talavera34, cuyo celo fue parejo
al de Cisneros, aunque no se atrevió a traducir los libros sagrados al árabe, y
a Gaspar de Ávalos, en cuyo tiempo se fundó la Universidad de Granada, pero
cuyo primer interés por difundir la fe evangélica había mudado, hasta el
extremo de quejarse amargamente de tantos esfuerzos inútiles entre los moriscos35. Arguye, a modo de
conclusión, que los apóstoles hablaron muchas lenguas, por el milagro que se
operó, mediante el Espíritu Santo, y así, dice, ocurrió porque en aquel tiempo
era necesario para la conversión de los gentiles, ya que los milagros no
ocurren sin necesidad. Manifiesta su deseo de que el Espíritu Santo, en su
tiempo presente, enseñe a rezar a los incrédulos y a los moriscos la lengua
castellana, que olviden las mentiras diabólicas de su secta y puedan
convertirse y que sean sanados por Cristo.
24Pedro Guerra de Lorca
finaliza la lección, recordando que, afortunadamente, las amenazas de los
árabes han podido ser neutralizadas gracias a la prudencia de los gobernantes y
a sus sabias decisiones, que se concretan en el principio de un solo
territorio, una sola fe, una sola lengua. Si los moriscos entendieran tal
estado de cosas, Pedro Guerra de Lorca manifiesta que él mismo rogará al rey
que proteja a todos los que abandonen la secta de Muḥammad y se acojan a la
civilidad cristiana y a su modo de hablar y que revoque las leyes que se habían
promulgado a tal efecto36. Sigue, a continuación, rematando su argumentación,
recordando la legitimidad del poder real que se forjó en tiempos de los
Concilios de Toledo, por lo que Pedro Guerra de Lorca, reescribe la legitimidad
del mito gótico, en el que se basan las leyes hispanas37, y tal vez recurre a
esta cita porque fue precisamente en el Sexto Concilio de Toledo (638) en el
que se intentó consolidar el poder regio, usando la amenaza de anatema contra
quien intentase dañar la autoridad del rey, aunque es especialmente
significativo que este concilio también sea recordado por haber promulgado una
importante serie de medidas antijudías.
25Para concluir, podemos
afirmar que el proyecto político de Felipe II es el fundamento y clave de la
obra de Pedro Guerra de Lorca, quien plasma una mirada sobre los moriscos y sus
ritos desde la mentalidad medieval que elaboró una retórica de controversia en
la que Muḥammad fue percibido como
un enemigo, el peor para la cristiandad. Esta retórica toma nuevos vuelos a
partir de la toma de Granada, y bajo los supuestos políticos y religiosos que
se anclan de forma vigorosa en la pérdida de Hispania y en la nefanda secta de
Muḥammad, se reorganiza un
discurso de polémica que se encamina a la justificación de medidas represivas
que forman parte del fundamento del nuevo estado de la contrarreforma,
propiciada por el rey justo, el rey del nuevo orden, al que Pedro Guerra de
Lorca dedica su obra con estos términos:
Que por ventura no sólo
seáis por apelación Rey Católico, y defensor de la fe, sino que, además, se
reconozca en todo el mundo cristiano que realizasteis la hazaña más ilustre con
inmortal gloria. Porque el camino que empezasteis rectamente, Católico e
invicto Felipe, habéis de proseguir, os lo ruego, vos que a los ciudadanos
naturales del reino de Granada, los recientemente sublevados, domeñasteis, que
a los soberbios humillasteis, pero que perdonasteis a los que se rindieron;
ahora, a aquellos que desde la secta mahometana vienen bajo vuestro poder, como
prosélitos a la cristiana religión, y a la común mansedumbre junto con los
demás ciudadanos de España, cristianos viejos, atendedlos ahora y favorecedlos
con vuestra real humanidad y dignaos protegerlos siempre38.
26Se podría decir, en
consecuencia, que la obra de Pedro Guerra de Lorca, no sólo está encaminada a
ser un manual para formar estrictos y vigilantes catequistas de los moriscos,
sino que también presenta rasgos del género de los Regimina
principum, por su dedicatoria al rey Felipe II, por las
admoniciones que dirige al rey y a los eclesiásticos, a lo largo de la obra, y
muy en particular por el recordatorio constante a las leyes que deben o no
deben promulgarse y aplicarse al respecto, lo que en cierta medida matizaría la
afirmación de Ángel Galán Sánchez cuando afirma39 que apenas se tienen noticias
del peso que tuvo la iglesia de Granada en la confección del corpus de medidas
legislativas contra los moriscos, ya que mediante la lectura de la obra del de
Lorca, se percibe un estado de opinión que se encamina al apoyo, no sólo a las
leyes ya promulgadas, sino incluso a promulgar otras más estrictas, en la misma
línea de las legislaciones de los Concilios visigóticos y del Ordenamiento de
Valladolid de 1412, donde se promulgaron las medidas que provocaron el
problema de los judeoconversos a lo largo del siglo xv.
27La obra de Pedro Guerra
de Lorca presenta, por otra parte, un discurso de tono polémico anti musulmán,
en consonancia con otras obras escritas en latín desde la Edad Media, siguiendo
y reescribiendo el modelo del pensamiento de Eulogio de Córdoba, cuya obra
acababa de ser editada por Ambrosio de Morales, el historiador oficial del
momento. Es de destacar su argumentación que toma como lema referencial de la
teología cristiana las cartas de San Pablo, que adecúa y enlaza de forma retórica
con su propio lema: la proscripción de los ritos de los moriscos, sobre los que
hemos ofrecido unas pinceladas a través de la lectura de la segunda catequesis.
28Según Galán40, frecuentemente en los
textos escritos durante el problema morisco, se incide en las señas de
identidad morisca, pero, en cambio, rara vez se habla de los procesos de
evangelización, y recalca que la iglesia, en tanto iglesia de los vencedores,
nunca intentó de manera seria adoctrinar a los criptomusulmanes. En efecto,
según lo visto en el texto de Pedro Guerra de Lorca, las autoridades
eclesiásticas prefirieron usar métodos encaminados a la aculturización obligada
que abocaría en su asimilación41, según los principios
tridentinos. Por eso, tal vez, Pedro Guerra de Lorca presenta una lectura sobre
las diferencias y los comportamientos de lo que formaría la identidad
musulmana. No plantea diferencia entre cultura y religión, ya que según su
argumentación, forman un todo, y la obra abunda en presentar argumentos para
justificar esa identificación entre «manifestaciones culturales» y religión,
según hemos visto. La obra de Pedro Guerra de Lorca ofrece, en consecuencia,
una construcción discursiva que tiende a mostrar la legalidad del poder
religioso de la iglesia cristiana, en la que se fundamenta el poder político,
como núcleo fundamental de la legitimidad civil, modelo único en el que no se
permite discrepancia y se obliga a la uniformidad, tanto en las creencias como
en los signos externos.
NOTAS
1 R.
Marín López, El cabildo de la
catedral de Granada, p. 153; F.Bermúdez
de Pedraza, Historia
eclesiastica, p. 124, dice: «El Doctor Pedro Guerra de Lorca,
Canónigo desta Santa Iglesia, escribió un libro contra el Alcorán de Mahoma».
2 Cartulario
de la Universidad de Salamanca, pp. 475 y 489.
3 La
obra, frente a algunas opiniones no es un catecismo en sentido estricto, como
ha apuntado certeramente L. Resines, Catecismo
del Sacromonte, p. 25, nota 11, quien le da el acertado
calificativo de «obra de tipo apologético» encaminada a imponer un orden acorde
a la religión cristiana, frente al problema morisco. Pedro Guerra de Lorca,
además, es autor de dos obras más, inéditas: La historia de
San Çecilio y sus compañeros llamados los Apóstoles de nuestra Hespaña (BNE,
Ms 1499, fos 265ro-267ro,
entre 1581-1588) y Memorias eclesiásticas de la ciudad
de Granada (Archivo de la Abadía del Sacromonte,
Códice 48, fos 182ro-269vo), esta
última que dedica al obispo Castro y con la que pretende realizar un catálogo
de obispos, santos y mártires de Elvira, para sacar la historia de su oscuridad
y defenderla de las críticas de los herejes luteranos, obra relacionada con el
asunto de las reliquias del Sacromonte y de la Torre Turpiana (véase A. K. Harris, From Muslim to
Christian Granada, p. 178, nota 50). Asimismo, F. de Varaona y Miranda en Memorial por el Sacro Monte,
p. 72, dice: «El Doctor Pedro Guerra de Lorca, Canónigo de la Santa Iglesia de
Granada, Catedratico de Teología en la Univesidad Imperial, cuyo es un libro
que anda impreso contra la seta de Mahoma. Con glorioso trabajo escriivio unos
tratados deste assunto en gran servicio destas Reliquias y en gran credito de
sus libros, tanto de mayor satisfacción, quanto fue su noticia del Alcoran y
libros Mahometanos, de sus disparados errores, de sus modos de hablar, y de las
fórmulas que usavan, y no pudo ignorar la mas fregante y solene: Non
Deus, nis Deus et Mahoma Apostolus Dei,
ni los muchos lugares en que Mahoma llama a Cristo Espíritu de Dios, pues
escrivio contra todo lo que contiene esta secta, y aviendo visto los libros, y
lo que contenían escrivio en su favor y defensa; luego no halló cosa ni
sospecha de Mahometanos». Sobre la polémica de los Plomos, véase P. S. van Koningsveld y G. A. Wiegers, «El Pergamino de
la Torre Turpiana», y cuyas conclusiones, en disonancia con las
tesis tradicionales, apuntan a un origen «romano», no musulmán del pergamino de
la Torre Turpiana.
4 Pedro Guerra de Lorca, Cathecheses
mystagogicae. La obra de Pedro Guerra de Lorca gozó de notable
difusión desde su publicación según demuestra su inclusión en catálogos
diversos, como en N. Antonio, Bibliotheca
Hispana Nova, t. II, p. 199: «Petrus Guerra de Lorca, Granatae, locum
natalem fortitus, oriundus tamen ueteris Castellae
Santillanensi valle, theologus Grantensisque ecclesiae
canonicus, cum sacra profanque doctrina per
quam esset imbutus adhibita insuper Latini sermones eloquentia, utilitatem
in tradenda ratione, qua Arabo-Hispanorum saluti
consuleretur, operam in eo libro […], quem
inscriptione tali foras emisit: Cathecheses mystagogicae pro aduenis ex secta
Mahometana, ad Parochos et Potestates. Matriti,
1586, in 4». Véase
la reciente publicación de A. S. Wilkinson (ed.), Iberian
Books. También, G. H. van Senden, Gestchichte
der Apologetik, t. II, p. 150, y J. Seldeni, Opera omnia,
pp. 513, 551, 223 y 1347. La obra de Pedro Guerra de Lorca fue
una obra de referencia para Longás, para articular la percepción de lo morisco
(P. Longás Bartibás, Vida
religiosa de los moriscos), cuya senda siguió Julio Caro Baroja,
aunque dice que él consultó directamente la obra (véase J. Caro Baroja, Los moriscos del reino de Granada);
con todo, ninguno de estos dos autores contemplan la obra encuadrada dentro de
la literatura apologética. Por el contrario, véase P. Dressendörfer, Islam unter der Inquisition. Tenemos
noticia de un comentario y una traducción al inglés, que no hemos podido
consultar, cuya referencia es J. D. Busic, Saving
the Lost Sheep.
5 Vita Mahomedi falsi propheta ac
demonis ministri: collecta per D [iui] Eulogii
in uariis incolis suorum operum, quae in margine
apponuntur (Ex apologetico martyrum post initium, vol. 80, lib. I, Memoriale Sanctorum, fo 17, in
margine), fo 3vo. Véase M. C. Díaz y Díaz, «Los textos antimahometanos». Asimismo, las obras de
Eulogio de Córdoba están editadas por J.Gil Fernández en Corpus
Scriptorum Muzarabicorum, t. I, pp. 363-503. La primera edición de
la obra, con todo, es casi contemporánea a Pedro Guerra de Lorca, y la de A. de
Morales, Diui
Eulogii cordubensi Martyris, es el texto que le sirve de referencia
a Pedro Guerra de Lorca, según él mismo dice: «Haec de uita
Mahomedi collecta appofuisse sufficiant. Reliqua in Di [uo] Eulogio
perlegenda omittentur» es decir, indica que ha realizado un
extracto de la obra de Eulogio e incluso, al final de su extracto, menciona que
lo ha hecho a partir de la edición de A. de Morales (Pedro Guerra de Lorca, Cathecheses
mystagogicae, fo 6ro).
6 «Reliqui
autem a meo iudicio numerari nequeunt» (ibid.,
fo10ro).
7 «Multa
a Christianis didicit, hereditque, sed
ut ingenio suo, et ueneri indulgeret, cum
omnibus fere haereticis concidit» (ibid.,
fo10vo).
8 «Mercator
fuit uilissimus, princeps latronum, nuntius
Sathanae, praecursor Antchristi, complementum
totius falsitatis, et haeresum» (ibid.,
fo 10vo).
9 «Non effundas sermonem»
(ibid.,
fo 2vo).
10 La obra requiere un estudio detenido de
fuentes, baste en esta ocasión con señalar que sus referentes más cercanos son,
además de las citas bíblicas, el uso de los padres de la Iglesia, en particular
San Agustín o San Gregorio, pero los más cercanos en el tiempo son, de manera
recurrente, Caietanus, es decir, Thomas de Vio Cardinalis Caietanus (1469-1534),
y Arnaldus, es decir, Arnaldus Albertinus Maioricensis, Episcopus Pactensis
(Patti, Sicilia, 1480-1545), inquisidor apostólico en Valencia, fue autor
de Repetitio noua siue comentario rubricae. De haereticis
libri VI y De agnoscendis assertioniobus
catholicis et haereticis tractatus, que gozó de varias ediciones
posteriores y que es la autoridad contemporánea a Pedro Guerra de Lorca más
citada, aunque también encontramos referencias a Juan de Torquemada y a Luis
Vives, entre los apologistas antimusulmanes más reconocidos.
11 «Sicut enim Galatae postquam Christi
Euangelium et audierant, et cordibus suis retinuerant, ad
antiquatae legis praecepta, et muta elementa redeuntes, suo
Mosi adhaeserunt, sic plerisque ex istis (salua
loquor reuerentia in fide firmiter stantium) psthabita Christi fide, quasi
canes ad uomitum, id est, commentum
Mahometanum, et ad sua idola conuersi, contra
diuinam et humanam maiestatem conspirare ausi sunt» (Pedro Guerra de Lorca, Cathecheses
Mystagogycae, fo 13vo).
12 La catequesis segunda se encuentra en ibid.,
fos 23ro-33vo.
13 Hernando de Talavera, Instrucción
del Arzobispo de Granada en respuesta a cierta petición que hicieron los
vecinos del Albaicín sobre lo que debían hacer y las prácticas cristianas que
debían observar (ca. 1500), en T.
de Azcona, Isabel
la Católica, p. 763.
14 Véase la bibliografía fundamental al respecto
en A. Gallego Burín y A. Gamir Sandoval, Los
moriscos del Reino de Granada. Para los cánones del concilio de
Granada, véase Colección de Cánones, t. V, p. 361,
«Concilio Provincial de Granada de 1565», que están en consonancia con los
cánones del «Concilio Provincial de Valencia de 1565» (ibid.,
p. 308).
15 «Vos autem non ita didicisti
Christum, si tamen illum audistis, et
in ipso edocti estis, sicut est ueritas in Iesu, deponite
uos secundum pristinam conuersationem ueterem hominem, qui
corrumpitur secundum desideria erroris. Renouamini autem spiritu mentis uestrae, et
induite nouum hominem, qui secundum Deum creatus est in
iustitia, et sanctitate ueritatis»
(Pedro Guerra de Lorca, Cathecheses mystagogicae,
fo 23ro).
16 Ibid.
17 «Expoliantes uos ueterem hominem cum
actibus suis, et induentes nouum eum, qui
renouatur in agnitionem Dei, secundum imaginem
eius, qui creauit illum» (ibid.,
fo 23vo).
18 Ibid., fo 25vo.
19 «Mahomedi sectator in exteriori
habitu, uel cultu, a
proinde interiore religione discerni eligat, sed
Christo Iesu secundum interiorem hominem factus conformis, eidem
in pietate, modestia, religione, habituque, religionis
contrariae distinctiuo, iam olim a Christianis in usu
habitus, assimilari contendat, non
autem impio Mahomedo. Hic enim falsus propheta, diabolica
astutia praeditus, quasi sartoris officio male usus, hominem
suae sectae culturem sibique officiosum, sic
exterius induit, ut eum prorsus suae falsae
religioni, ac cotidiano exercitio
caeremoniarum, lotionum, orationum, oblationemque, aptum, ac
dispositum reddidit, ita ut exterior habitus suae
ementitae religionis, et religio habitui uniformiter
responderet» (ibid.).
20 «Amictus noster ad necessitatem, non
ad superstionem» (ibid.).
21 «Vnde ille, qui
falsa Maurorum religione ducitur, et propano cultui
mancipatur, uel habitu, uel
loquela palam dignoscitur» (ibid.).
22 «Sed antequam notae superstitionis, sub
habitu, et lingua Arabica latentis, secretum
propalemus, oportebit nos eorum obiectionem
diluere que se scire aliquid in hac parte arbitrantes, gentilium
Maurorum habitum, et Algarabiam, Arabiae
natiuam linguam quasi nationi isti concessam, perinde
ac Belgae, uel Franco suam, non
fore relegandam censent. Quibus facile respondetur: Nos de Sarracenorum, uel
Agarenorum habitu, lingua, cultuue
nihil in praesenti dicere, nam licet uelim in Christo iam
regeneratos melius sibi consulere, quam consulunt, at
ego illis uim non ínfero ad habitum commutandum, neque
ad lingua deferendam» (ibid., fos 24vo-25ro).
23 «Alquicerio, ut
uoce sua utar» (ibid., fo 26ro).
24 «Suo sacerdote, uel
Alphaquino» (ibid.).
25 «Fanum» (ibid.,
fo 26ro). Nótese el término fanum como
edificio propio de paganos, frente a templum, que pasó al
lenguaje cristiano.
26 «More gentilitio» (ibid.,
fo 26vo).
27 «Tunc etiam ut Christianae religioni
ab illis suspectae melius sese accomodent» (ibid.).
28 «Ad suam uenerem facilius exercendam»
(ibid.,
fo 27ro).
29 «Pro leuis culpibus, tam
pro explenda uenere» (ibid.).
30 «In uirorum dulces amplexus ruunt»
(ibid.).
31 «His rebus omnem fere uitam
consumunt» (ibid.).
32 «Manu armata subito eos circumuallet, ac
tandem nunc minis, nunc precibus (si id aequum est) ad
omnem mansuetudinem, et ciuilem cultum componat, et
quasi a Christo ouili errantes pro sua pietate ad Christianam normam, et
ecclesia pascua salubria reducant. Quod ni fiat armorum ui, potius
quam bonorum precibus, nihil profecto cum illis Philippus
noster proficiet. Nam neque illum latent harum gentium deparauati mores, fucata
religio, inolescens animarum suarum damnatio, dum
Mahomedo suo, publice et secrete omnes actiones
suas consecrant, nomina dant, sub
eoque in hac uita mereri eligunt, ut in futura ad
eum perueniant» (ibid., fo 30vo).
33 «Timeo enim Numidas, posterosque
eorumque, et dona ferentes» (ibid.,
fo 31ro).
34 Sobre la tarea misional de H. de Talavera y
su impulso de la predicación mediante el uso del árabe, véanse en especial los
trabajos de I. Ianuzzi, Catequizar, reformar
y consensuar, e Id., El
poder de la palabra.
35 Dice Pedro Guerra de Lorca que, habiendo oído
el emperador Carlos sus quejas, Gaspar de Ávalos fue enviado a Galicia, donde
pudo encargarse de la instrucción de hombres menos rudos (Pedroguerra de Lorca, Cathecheses
mystagogicae, fo 32ro). Sobre el papel de
Gaspar de Ávalos en Granada, véase J. Higueras Maldonado, «Gaspar de Ávalos».
36 «Praesertim si cum commune linguae
idiomate, una esset fides mentium, et
pietas actionum. Quare Philippum Catholicum, et
inuictum, dum uixerit, uel
millies adibo, et orabo, ut
suae ditionis proselytos cunctos ex secta Mahometana ad ciuliorem et meliorem
cultum et loquendi modum nobiscum commune istantius editis a se legibus, in
praxique habitis, reuocare dignetur» (Pedro Guerra de Lorca, Cathecheses
mystagogicae, fos 32vo-33ro).
37 «Illa enim praestit, uel
praestandi iuramenti forma regibus Hispania, prescripta
concilio Toledano sexto, canone tercio (at nunc renouanda)
in hunc finem tendabat» (ibid.).
38 «Vtpote qui non appellatione tantum
Rex Catholicus, ac fidei Christianae defensor
dicitur, sed re quodque ipsa iam dudum
Christiano orbi, immortali cum gloria id fecisset
illustrius contestatum. Quare ut recta qua coepisti uia, Catholice, inuicteque
Philippe, ut pergas, oro; et
qui regni Granatensis naturales ciues, nuper
rebellantes domuisti, superbos debellasti, subiectis
pepercisti, horum superstites, ac
ceteros quosque tuae ditionis ex secta Mahometana proselytos ad Christianam
religionem, et communem mansuetudinem cum
reliquis Hispanis ciuibus, Christicolis ueteranis, iam
nunc componas, ac pro tua regia humanitate fouere, tuerique
semper digneris» (Pedro Guerra de Lorca, Cathecheses mystagogicae,
pp. 5-6 [«Proemium»]). Esta
traducción, como las del resto de la obra, es nuestra.
39 Á. Galán Sánchez, Una sociedad en
transición, p. 46. Se trata de la obra más actual sobre el tema
desde la perspectiva historiográfica, junto a la de A. García Pedraza, Actitudes
ante la muerte, en particular en las pp. 25-105, donde analiza
aportaciones clásicas y recientes que, a su juicio, resultaron ser un avance
sobre la cuestión o bien una reiteración sobre argumentos ya expuestos.
40 Á. Galán Sánchez, Una sociedad en
transición, p. 47.
41 Ibid., p. 216, dice, frente a otras opiniones del
momento: «Mas ponderada era la visión del teólogo granadino Pedro Guerra de
Lorca, el cual en una obra publicada en 1586, dividió a los moriscos del
reino en el exilio en cuatro clases distintas, según su grado de asimilación de
la religión de los vencedores. Aunque solo una de ellas le parecía sinceramente
cristiana, ninguna de las demás estaba inevitablemente abocada al islamismo sin
remisión». Galán toma la referencia de P. Longás Bartibás, Vida
religiosa de los moriscos, pp. lxiv-lxv,
que se corresponde al texto de Pedro Guerra de Lorca: «Sunt
ergo quattuor ordinibus, quasi lectulis insidentes, nostri
infirmi, a nobis nunc ab erroribus istius
excrebrati hominis, purgandi, et
ad bonam valetudinem (prout nobis Deus dederit) reducendi» (Pedro Guerra de Lorca, Cathecheses
Mystagogycae, fo 20vo), en el que trata
a los cuatro grupos, sin embargo, como enfermos que deben ser curados en la
sana doctrina cristiana (véase C. Ferrero Hernández y J. Martínez Gázquez, «Sicut canes. La
percepción de la minoría morisca»).
NOTAS FINALES
* Este
trabajo se ha realizado en el marco de los Proyectos de Investigación
DGIGPN-MIECIC, «La percepción del Islam en la Europa cristiana. Traducciones
latinas del Corán y literatura de controversia islamo-cristiana» [Ref.
FFI2008-06919-C02-02/FILO] y AGAUR, «La percepció de l’islam en la societat cristiana.
Les traduccions llatines de l’Alcora i la Literatura Llatina medieval de
controvèrsia amb l’Islam i el Judaisme» [Ref. 2009 SGR-00824],
investigador principal: José Martínez Gázquez.
https://books.openedition.org/cvz/19782
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