El amargo exilio de Victoriano Huerta y sus seguidores en
España: 1914-1920
FOTOGRAFÍA ANÓNIMA, GENERALES MONDRAGÓN, HUERTA,
DÍAZ Y BLANQUET , JUNIO DE 1913. AGENCIA ROL, BIBLIOTECA EUROPEANA
A la renuncia de Victoriano Huerta a la Presidencia de
México, gran parte del personal político y militar se refugió en Estados
Unidos, Cuba, y otros países. Huerta se exilió en España, al igual que otros
miembros de su gabinete. Dado que España fue uno de los países cuyo gobierno
reconoció a Huerta, los recién llegados supusieron que recibirían un trato
especial, pero no fue así. Casi al mismo tiempo estalló la guerra mundial, lo
cual agravó la situación de los exiliados. Al final, casi todos regresaron a
América, en especial a los Estados Unidos.
Como
es sabido, el 15 de julio de 1914, Victoriano Huerta renunció a la Presidencia
de la República, y abandonó el país junto con Aurelio Blanquet, su ex
secretario de Guerra y Marina. Lo que resultó insólito fue que se dirigieran a
España, un país con el cual los lazos o vínculos eran bastante ríspidos. Cuatro
razones explicativas surgen a la vista: la primera, quedar
lejos de Venustiano Carranza, y por ende, evitar que les aplicaran la ley de
enero de 1862 que los condenaba a la pena de muerte.1 Segundo: dirigirse a los Estados
Unidos significaba un grave riesgo ya que podrían resultar atrapados y
entregados a Carranza o a Francisco Villa, quienes los tratarían con suma
crueldad. Tercero: España fue uno de los países que
primero reconocieron su gobierno, y Huerta supuso que ahí su exilio podría
resultar halagüeño. La razón: los vínculos comerciales con el citado país
siempre habían sido muy estrechos. En 1913, México tenía ahí 28 consulados,
ocupando el tercer lugar al nivel mundial. Cuarto:
algunos de los cónsules habían sido designados por la administración huertista,
y el resto, ratificados. Por tales razones, Huerta y sus correligionarios
esperaban una recepción cálida y amigable.
En
realidad, apenas pisaron suelo ibérico, todo se derrumbó. A lo expuesto, habría
que agregar que en forma inesperada, estalló una ruptura previsiblemente
violenta entre Huerta y Blanquet, cuyas razones no son conocidas, y todo indica
que jamás lo serán. Manuel Mondragón, ex secretario de Guerra y Marina, que
tenía varios meses de vivir en Santander, ignoró su llegada. José Refugio
Velasco, el tercer ex secretario de Guerra y Marina, que llegó días más tarde,
no tuvo contacto con ellos. Para arruinar el cuadro, un viejo aliado, Rodolfo
Reyes, que dio fundamento al Pacto de la Embajada, volcó sus simpatías por
Félix Díaz exiliado en los Estados Unidos2. Para mayor desgracia, estalló la primera guerra mundial,
y España fijó sus miras en los países vecinos, y en la suerte de sus conciudadanos
que retornaron de Francia, Italia, y otros países. De ahí que el exilio de
Huerta y sus seguidores, cuyo número se calcula en un centenar, haya sido
dramático y desastroso. Tan desastroso, que a los pocos meses, casi todos
abandonaron la «madre patria», y se dirigieron a los Estados Unidos y Cuba.
No
obstante su relevancia, el tema apenas ha sido tocado por un reducido grupos de
analistas. Un primer grupo ha abordado el tema en forma un tanto global. Nos
referimos a Sax en su libro Los mexicanos en el destierro,
González Navarro, en el tercer volumen de Los extranjeros en México y
los mexicanos en el extranjero 1821-1970, Ramírez Rancaño, en La
reacción mexicana y su exilio durante la revolución de 1910, Garciadiego y
Kouri, en Revolución y exilio en la historia de México: del amor del
historiador a su patria adoptiva. Homenaje a Friedrick Katz3. Un segundo grupo analiza el tema en forma más directa el
exilio en España destacando Rosenzweig, «Los
diplomáticos mexicanos durante la revolución: entre el desempleo y el exilio»,
y Perea, La rueda del tiempo4. El tercer grupo contempla textos más puntuales destacando
Garciadiego, «Alfonso Reyes.
Cosmopolitismo diplomático y universalismo literario», Portal, «El exilio madrileño de Martín Luis Guzmán»,
Jiménez Aguirre, «Amado Nervo. Una
crónica de tres tiempos», Castillo, «Estudio
preliminar», y por otros académicos en sendos artículos de investigación5. En los cuatro primeros textos se rastrea el exilio del
personal político huertista y porfirista en los Estados Unidos, Cuba, y en
menor medida en España y Francia. En particular, sobre el exilio de los
mexicanos en España, la literatura es creciente y es reseñada en parte en los
textos señalados.
¿España: Santuario adverso de huertistas?
Por
siglos, fue común que la «madre patria» enviara miles y miles de súbditos a sus
ex colonias ubicadas en el continente americano, y otros lares, pero no a la inversa.
En forma sorpresiva, durante la revolución mexicana, el fenómeno se revirtió, y
España, ubicada a más de 10 mil kilómetros de distancia, se convirtió en forma
inesperada en el tercer santuario de huertistas después de los Estados Unidos y
Cuba. Para cruzar el océano Atlántico, los fugitivos utilizaron barcos de
distintas compañías, entre ellas de la Compañía Trasatlántica Española y barcos
franceses. Un buen número de barcos llegaban a la península por el puerto de
Santander, en el mar Cantábrico, y otros por el de Cádiz. De ambos, el primero
fue el preferido. De Santander, los viajeros se desplazaron a San Sebastián, a
Madrid, Barcelona y otras ciudades. Pero el mexicano que arribaba a las costas
españolas, se topaba con un mundo extraño y desconocido. Ningún sobresalto o
interés causaba. Peor aún, los recién llegados cargaban con el estigma de haber
sido partícipes del asesinato del presidente de la República, Francisco I.
Madero, y del vicepresidente, José María Pino Suárez.
Pero
hubo otros factores que conspiraron en su contra. El principal, el estallido de
la primera guerra mundial, lo cual ha dado lugar a dos versiones encontradas
sobre sus efectos en España. Uno que dicta prosperidad, y el otro, miseria. En
realidad, aprovechando su neutralidad, España se convirtió en abastecedora de
cuantos productos agrícolas e industriales requirieron los países envueltos en
el conflicto. Fue una suerte de aliento para que su economía se reactivara6. Ciertamente que hubo problemas con los excedentes de
población en edad laboral, pero fueron resueltos utilizando un viejo
expediente: su transferencia hacia la América. Por otro lado, se registró la
salida de muchos extranjeros residentes en España, como fue el caso de los
franceses, alemanes, ingleses, y otros, quienes se marcharon hacia sus países
de origen para empuñar las armas. De ahí que las cosas se nivelaran. En este
contexto, tanto el gobierno español como la opinión pública fijaron sus miras en
Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, atrapados por los vaivenes de la guerra,
y las noticias provenientes de México y del resto de América Latina, escasas
por cierto, poco o nada les importaron. No aparecen reflejadas en la prensa, y
muy poco en los archivos.
Desde
el ascenso de Huerta al poder en febrero de 1913, y aún antes, hubo una gran
cantidad de protestas de las autoridades españolas por la suerte que corrían
sus súbditos en México. A finales del citado año, el Marqués de Lema, ministro
de Asuntos Exteriores, le hizo un extrañamiento a Francisco A. de Icaza,
ministro Plenipotenciario de México en España, por la suerte de sus
conciudadanos7. Pero las cosas subieron de tono, y el 3 de febrero de
1914, el diario La Atalaya afirmaba que en cada vapor que
arribaba a las costas españolas, los viajeros narraban historias de martirios y
humillaciones sufridas por sus compatriotas en la anárquica república mexicana,
y luego vino una afirmación descabellada: que «el número de españoles
asesinados en las haciendas mexicanas se [elevaba] a millones». Para concluir,
en plan retador, afirmaba que no podía consentirse, que en pleno siglo XX, se
robara a los españoles el fruto del trabajo de toda su vida, así como se les
desvalijara, se les expoliara y se les asesinara8. La versión era alarmista y falsa. Nunca hubo millones de
españoles en México.
Asimismo,
hubo un incidente sobre el cual existe cierta confusión, ya que señalaba a
Huerta como culpable de ofender a los españoles. Sin precisar la fecha, se afirmó
que durante un banquete celebrado en el Palacio Presidencial de México, con la
asistencia del cuerpo diplomático, del comandante del crucero español Carlos V,
del representante de España, y varios oficiales, a la hora del brindis, «el
ebrio presidente Huerta, y centelleándole sus ojos sanguinarios, se permitió
decir: Yo no digo que todos los españoles sean unos pícaros, pero sí digo que
todos los pícaros son de España». Supuestamente, al escuchar esto, los
representantes de Francia y Alemania se levantaron y se retiraron9. Para el secretario de la Legación de México en Santander,
Vicente Veloz González, las tan comentadas palabras atribuidas a Huerta
carecían de la significación. Por lo demás, no se trató de un acto oficial,
sino de una fiesta un tanto familiar que tuvo lugar en uno de los salones del
Jockey Club. Al evento acudieron varios españoles, y a la hora de los postres,
salieron a relucir los vejámenes sufridos por los españoles en Chihuahua. Dado
el carácter íntimo y familiar del banquete, Huerta dio unos golpecitos en la
espalda de un español, y exclamó: «¡A los españoles no hay quien los mate!
¡Buenos pícaros están ustedes!». El tono fue de franca camaradería y jamás de
agravio. Ninguno de los asistentes dio a las palabras de Huerta, un contenido
agraviante, ni se retiró en señal de protesta10.
La renuncia de Victoriano Huerta y Aurelio
Blanquet
El
miércoles 15 de julio de 1914, y tras 17 meses de estancia en el poder,
Victoriano Huerta presentó su renuncia a la presidencia de la República, al
igual que todo su gabinete. En forma lacónica, El País reportaba
que a las tres de la tarde, acompañado de varios de sus ex
ministros y algunos ayudantes, Huerta salió de la capital de la República rumbo
a la estación del Ferrocarril Interoceánico de los Reyes, ubicada a unos 18
kilómetros11. Su salida fue advertida por algunos vecinos de las calles
cercanas a la estación ferroviaria de San Lázaro. Al observar el paso de la
caravana de automóviles, desde los balcones de sus casas, la gente agitó sus
pañuelos en señal de despedida. A llegar a la estación de Los Reyes, los
fugitivos dejaron los automóviles y abordaron el convoy presidencial. De la
estación Los Reyes, el convoy se dirigió al cruce de las líneas del Ferrocarril
Mexicano y del Interoceánico, ubicado entre Irolo y Apizaco. Aquí cambiaron de
tren, y a la una y media de la mañana, reanudaron su marcha
rumbo a Puerto México, a donde llegaron el 17 al mediodía.
Al
esparcirse los rumores de su renuncia, se especuló que probablemente Huerta
abordaría el vapor Alfonso XIII o bien el Espagne,
anclados en Puerto México. Lorenzo Meyer afirma que su renuncia, y la
incertidumbre sobre cuál barco abordaría, creó una serie de inconvenientes para
España. El ministro español en México, Bernardo de Cólogan y Cólogan, le indicó
al comandante del Carlos V anclado en Veracruz, que sí Huerta aparecía en ese
puerto, no se le rindieran honores como a todo ex jefe de Estado, ni se le
aceptara a él, o a su cómplice, Aurelio Blanquet, en algún barco de la Compañía
Trasatlántica Española12. Por suerte, los fugitivos tenían otros planes. Sus
colaboradores habían hecho los preparativos para abordar el crucero
alemán Dresden. Según el New York Times, el 17 de
julio, el capitán Kohler, junto con los oficiales a su mando, recibieron al ex
dictador mexicano a bordo del crucero Dresden, anclado en Puerto
México13. El 20 de julio zarparon, y cuatro días más tarde
atracaron en Kingston, Jamaica. Días después, Huerta, Blanquet y sus familias,
abordaran el Patia, un vapor americano de la United Fruit Company,
para trasladarse a Inglaterra. Según George J. Rausch Jr., el 16 de agosto
llegaron a Bristol14. Huerta y su familia tomaron un tren para visitar Londres,
hospedándose en un oscuro hotel. Recorrieron la citada ciudad, y el 24 de
agosto regresaron a Bristol.
Al
sospechar que Huerta pretendía radicar en España, Bernardo de Cólogan y Cólogan
le sugirió al Ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid, que en caso de que
fuera así, ninguna institución española lo agasajara, y la prensa se abstuviera
de elogiarlo ya que causaría una pésima impresión entre los españoles
residentes en México. A continuación vino la puntilla: el ministro, marqués de
Lema, comunicó al gobernador de Guipúzcoa, que sí acaso Huerta atracaba en
algún puerto de esa comunidad, se le insinuara «discretamente que el Gobierno
de S.M. vería con gusto [que] no estableciese su residencia en España». Y sí
Huerta insistía, existía la posibilidad de extraditarlo si lo pedía el nuevo
gobierno constitucionalista15. Oscar Flores reafirma esta directriz. A su juicio, con el
objeto de no tener problemas con el gobierno constitucionalista, las autoridades
españolas le hicieron saber a Huerta que, en aras de las nuevas relaciones con
México, lo más prudente era que fijara su residencia fuera de la península16. En resumidas cuentas: que se fuera a otro país. Ignorando
tales directrices, Huerta, Blanquet y sus familias, abordaron un buque en
Bristol para trasladarse a España. Desembarcaron en el puerto de Santander sin
toparse con contratiempo alguno, ni restricción gubernamental. Al pisar tierra
española, Huerta tuvo a su alcance cinco personas que formaron parte de su
gabinete, y que vivían en San Sebastián: Manuel Mondragón, su ex secretario de
Guerra y Marina. En forma adicional, figuraban Rodolfo Reyes, secretario de
Justicia, Roberto A. Esteva Ruiz, subsecretario de Relaciones Exteriores,
Adolfo de la Lama y José María Lozano. Adolfo de la Lama ocupó dos secretarías:
la de Justicia y la de Hacienda, y José María Lozano, la de Instrucción Pública
y Bellas Artes, y la de Comunicaciones y Obras Públicas. Al parecer, no se
entrevistó con ninguno de sus ex colaboradores.
Tabla
1 Posible
derrotero de Huerta
CONCEPTO |
FECHA |
Salida de la Ciudad
de México |
15 de julio de 1914 |
Llegada a Puerto
México |
17 de julio de 1912 |
Salida hacia
Kingston, Jamaica, en el vapor Dresden |
20 de julio de 1914 |
Llegada a Kinsgton,
Jamaica |
24 de julio de 1914 |
Llegada de Huerta a
Bristol, Inglaterra en el Patia |
16 de agosto de 1914 |
Huerta y su familia
de visita en Londres |
17 de agosto de 1914 |
Llegada del vapor Buenos
Aires al puerto de Cádiz, en el cual llegaba su hijo Víctor |
18 de
agosto de 1914 |
Retorno de Huerta a Bristol |
24 de
agosto de 1914 |
Llegada de Huerta a Santander |
27 de
agosto de 1914 |
Huerta y Blanquet hacia Cádiz |
29 de
agosto de 1914 |
Hospedaje de Huerta y Blanquet en Cádiz |
2 de
septiembre de 1914 |
Huerta y Blanquet hacia Madrid |
4 de
septiembre de 1914 |
Huerta ubicado en Barcelona |
20 de
diciembre de 1914 |
Boda de Elena Huerta Águila |
21 de diciembre
de 1914 |
Visita de Franz von Rintelen |
Febrero
de 1915 |
Visita de Enrique C. Creel |
Febrero
de 1915 a/ |
Huerta sale de España por el puerto de Cádiz |
31 de
marzo de 1915 |
Llegada de Huerta a Nueva York |
12 de
abril de 1915 |
Salida de Huerta hacia Newman, Texas |
24 de
julio de 1915 |
Aprehensión de Huerta |
27 de
junio de 1915 |
Juicio contra Huerta |
Julio
de 1915 a enero de 1916 |
Fallecimiento de Huerta |
13 de
enero de 1916 |
FUENTE: Elaboración propia.
a/ Michael C. Meyer (1984). El
Rebelde del Norte. Pascual Orozco y la revolución. México: UNAM. En la
página 152 afirma que la visita de Enrique C. Creel a Huerta a Barcelona es cierta,
y aporta como fuente, U. S. Foreign Relations, 1915, p. 827.
Una ruptura inesperada entre Huerta y
Blanquet
Después
de un breve descanso en San Sebastián, Huerta y Blanquet se dirigieron a
Madrid, y se hospedaron en el mismo hotel, pero algo dramático sucedió. Algo
que se ignora y que resulta imposible desentrañar. Los meses en que hicieron
mancuerna en México en la conducción del país, la convivencia diaria en barco
al cruzar el Océano Atlántico con destino al viejo mundo, y el desembarco, tocó
a su fin. Estallaron los desacuerdos y casi de inmediato vino la ruptura. Nadie
sabe cuál fue la verdadera razón, pero posiblemente se deba a que Blanquet,
apoyado por Manuel Mondragón, opinó que para derribar a Carranza, se necesitaba
un ejército, y que el lugar indicado para formarlo era los Estados Unidos, o
Cuba, pero jamás España. Ahí no había suficientes mexicanos, y a los españoles
no les llamaba la atención convertirse en mercenarios. Pero hubo otro factor
desconcertante. Blanquet adujo, al igual que Mondragón, que la única forma de
triunfar era tener como caudillo a Félix Díaz. La pregunta es, porqué los ex
secretarios de Guerra y Marina le dieron la espalda a Huerta, y optaron por
jugársela por una persona como Félix Díaz, que militarmente no garantizaba gran
cosa. La respuesta es simple: más que huertistas, eran felicistas. Para mayor
desgracia, Rodolfo Reyes, el redactor del Pacto de la Embajada, también se
inclinó por Félix Díaz. En estas condiciones, a Huerta sólo le quedaba una
carta en sus manos: José Refugio Velasco, y tampoco le fue mejor. Veamos: a la
renuncia de Huerta a la Presidencia de la República, su sucesor, Francisco S.
Carvajal, designó al general José Refugio Velasco como secretario de Guerra y
Marina. Como la revolución se tornó incontenible, a escaso un mes, todo se
derrumbó. José Refugio Velasco pactó con los grupos revolucionarios la
rendición de la plaza, la disolución del ejército federal, y luego se dirigió a
Veracruz para embarcarse en el vapor Alfonso XIII, con dirección
a Europa17. Junto con el general Francisco Salido, desembarcó en
Santander, España. Sabía de sobra que Manuel Mondragón vivía en San Sebastián,
Victoriano Huerta y Blanquet en Madrid, pero al parecer, no los buscó. Razones
desconocidas, hicieron que José Refugio Velasco se aislara.
El personal consular en España
Justo,
a la debacle del huertismo, el cuerpo diplomático se resquebrajó. Al calcular
que su triunfo estaba próximo, Carranza envió a varios personeros a Europa en
calidad de Enviados Extraordinarios o Agentes Diplomáticos para pregonar las
bondades de la revolución constitucionalista. Sin portar el indispensable exequátur,
lo primero que hicieron fue tratar de ser reconocidos por las autoridades
españolas, y arrebatar los consulados al personal etiquetado de huertista. Como
no fueron reconocidos de inmediato, realizaron una labor consular extraoficial,
y fungieron como espías. Para los cónsules identificados con el viejo régimen,
su labor se complicó. Se suspendió la recepción de sus haberes, y aunado a la
presión de los agentes carrancistas, optaron por cerrar las oficinas
consulares. Hubo quienes se resistieron a dejar el cargo, sin faltar los que
cambiaron de casaca. En 1913, había 28 consulados distribuidos en otras tantas
ciudades españolas, pero no obstante su número, en realidad cada uno tuvo
escaso personal, cuya cifra total fue de 48 personas. El consulado de Barcelona
tuvo cuatro y el de La Coruña tres. El resto, incluido Madrid, Cádiz, y
Santander, sólo dos. El cónsul en Barcelona fue Inocencio Arriola, el de
Madrid, Francisco A. de Icaza, el de San Sebastián, José Arce e Hijar, y el de
Santander, Rafael Adalid. De todos ellos el más protagónico fue Inocencio
Arriola, sobre el cual existen dudas acerca de quién lo designó: Huerta o
Carranza. En la lista de los “Agentes y empleados consulares de México”,
etiquetados como huertistas, aparece su nombre, con un dato adicional: el de
coronel huertista. En su expediente personal se dice que Carranza lo designó el
10 de julio Agente Comercial en Barcelona. Pero hubo algo más: para 1916, no
tenía el indispensable exequátur. A la llegada de Huerta, ninguno
de ellos, se le cuadró. Por otro lado, al parecer, Huerta no buscó a ninguno.
Varios
agentes carrancistas llegados a Europa no tardaron en hacer gala de soberbia.
Encaramado en el bando triunfante, Luis Quintanilla, que reemplazó a Francisco
León de la Barra como ministro de México en Francia, mostró sumo desdén sobre
los caídos en desgracia. Además de sus funciones protocolarias, en gran parte,
su papel fue el de espía. El 16 de septiembre de 1914, desde París, le hizo
saber a Juan Sánchez Azcona, a la sazón, Agente Confidencial del Gobierno
Constitucionalista, quien se encontraba en Santander, que diariamente llegaban
a la ciudad Luz, «una cadena de mejicanos, mejicanas y mejicanitos», todos
ellos huertistas. Líneas más adelante agregó, que jamás se imaginó que hubiera
tantos en París. En tono de conmiseración, afirmó que algunos tuvieron la
osadía de acudir a sus oficinas en demanda de auxilio para paliar los estragos
de la primera guerra mundial, y de su pésima situación económica. Unos le
pedían ayuda para ser repatriados, y otros, para alimentarse. Luego lanzó
dardos venenosos contra determinados huertistas. Expresó que tuvo frente a sí a
Guillermo Rubio Navarrete, Gabriel Huerta, Guillermo Obregón, entre otros. Le
solicitaron pasaportes y recomendaciones, que naturalmente les negó18. En otra carta dirigida a Miguel Díaz Lombardo, fechada el
19 de octubre de 1914, nuevamente hizo gala de displicencia sobre los
perdedores. Sin mencionar sus nombres, expresó que en París solo quedaban dos
«chinacos». Luego afirmó que a causa del estallido de la primera guerra
mundial, resultaba imposible que llegaran más mexicanos a Francia. Hubo cierre
de fronteras y las autoridades no dejaban entrar más que a los franceses19. En realidad, en París vivían algunas de las figuras clave
de la política mexicana echados del país años antes por la revolución: Porfirio
Díaz, José Yves Limantour, Francisco León de la Barra, y otros más, sin que
Luis Quintanilla hiciera alusión explícitamente a ellos.
El 9
de julio 1915, Juan Sánchez Azcona le hizo saber a Isidro Fabela, que por
entonces estaba en París, que se había topado con un grave problema en San
Sebastián. El cónsul de la citada ciudad, José Arce e Hijar, de filiación
huertista, se negaba a entregarle el consulado. El gobierno español lo apoyaba,
pero no había forma de romper el protocolo. No sabían cómo retirarle el exequátur.
Al parecer, la reticencia de Arce para entregar el cargo se debía a que estaba
asesorado por el ex secretario de Hacienda, Adolfo de la Lama, y varios
mexicanos que veraneaban en San Sebastián. Al final de cuentas, previa amenaza
de utilizar la fuerza, las autoridades españolas le retiraron el exequátur a
Arce, y lo obligaron a entregar las oficinas del Consulado20. Otros miembros del cuerpo diplomático se refugiaron en
España, país con el cual afirmaban tener cierta afinidad. Nos referimos a
Alfonso Reyes y a Carlos Pereyra. El 18 de julio de 1913, Alfonso Reyes recibió
el nombramiento de Segundo Secretario de la Legación de México en París. Su
nombramiento fue firmado por Francisco León de la Barra, Secretario de
Relaciones Exteriores del primer gabinete de Huerta. A la caída de este último,
y el estallido de la primera guerra mundial, Alfonso Reyes dejó París y se
trasladó a España. En sus escritos, habló maravillas del país ibérico. De sus
viajes por toda la península, su convivencia con lo más granado de la
intelectualidad española, y la buena comida21. Nada de miseria ni de pobreza. Carlos Pereyra fungía como
ministro de México ante el gobierno de Bélgica. A la renuncia de Huerta,
Pereyra se apoderó de los fondos de la Legación, los repartió entre los
empleados, y se dirigió a España. Su conducta sorprendió a sus conocidos
quienes juraron que se trataba de una persona proba y seria. En todo caso, fue
innegable su lealtad al gobierno que lo designó22. A diferencia de Alfonso Reyes, a él no le fue bien y pasó
apuros económicos. También debido a su calidad de integrante del extinto cuerpo
diplomático, Amado Nervo permaneció en España, hasta que Carranza lo reinstaló,
y envió al Uruguay. Luis G. Pardo, el último ministro de México en Japón, amigo
de Federico Gamboa, se refugió en Barcelona, donde seguramente se encontró con
Huerta23.
Los que arribaron a las costas españolas
A la
caída de Huerta, se registró el éxodo de sus colaboradores hacia distintas partes
del mundo para escapar de la ira de los revolucionarios. Además de los altos
mandos del ejército federal, salieron del país los integrantes de su gabinete,
el episcopado, intelectuales, entre otros tantos. Para nuestros fines, un caso
llama la atención. Nos referimos al subsecretario de Relaciones Exteriores,
Roberto A. Esteva Ruiz. Por desavenencias con Huerta, en mayo de 1914, José
López Portillo, renunció al cargo de secretario, y Esteva Ruiz lo reemplazó. Al
avecindarse la caída del régimen, se dirigió a Veracruz y se embarcó en el
vapor Alfonso XIII junto con su familia. Al arribar a costas
españolas, tomó un tren que lo condujo a Madrid. Su intención era dedicarse a
su profesión de abogado24. El poeta Salvador Díaz Mirón, que dirigió el diario El
Imparcial, salió de la ciudad de México al mismo tiempo que Huerta y
Blanquet. Al llegar a Veracruz abordó el vapor Reina María Cristina rumbo
a España. Al igual que otros mexicanos, desembarcó en Santander, instalándose
en una modesta pensión. Apenas desembarcó, el cónsul de Barcelona, Inocencio
Arriola, le telegrafió al agente comercial de Santander, que le informara de
las actividades de cada uno de los que llamaba «huidos» que llegaban al puerto.
Pero hubo una petición especial: que le informara de las conferencias dictadas
por Díaz Mirón25. Es casi seguro que el poeta se reunió con otros mexicanos
ahí residentes tales como Rodolfo Reyes, Manuel Mondragón y Adolfo de la Lama.
No tuvo la suerte de Rodolfo Reyes ni de su hermano Alfonso, y apenas vivió
poco más de un año en Santander. Martín Luis Guzmán jamás militó en el bando
huertista, sino en el villista. Por azares del destino, fue atrapado por las
fuerzas carrancistas, y encerrado en Lecumberri. Pasados unos días, fue
liberado, y a finales de 1914, tomó un barco para cruzar el océano. Al tocar
tierra firme, se dirigió a Madrid. Tuvo como vecinos en el mismo edificio a
Alfonso Reyes y a Jesús T. Acevedo. El periodismo lo sacó a flote para
sobrevivir, y publicó parte de sus obras como La querella de México.
Cuando Federico de Onís dejó de publicar su columna crítica cinematográfica en
la revista España, Martín Luis Guzmán y Alfonso Reyes la continuaron al alimón
bajo el seudónimo de Fósforo26. Al distribuirse La querella de México,
Rafael Adalid, encargado del consulado de Madrid, le envió un ejemplar al
secretario de Relaciones Exteriores, Cándido Aguilar, afirmando que su
contenido era totalmente adverso a la revolución27.
Caso
aparte, es el referente al senador felicista Gumersindo Enríquez. En su calidad
de vicepresidente del Senado, en febrero de 1913, acudió al Palacio Nacional
acompañado de 25 senadores, para solicitarle a Francisco I. Madero su dimisión.
Al enterarse de su misión, Madero envió al secretario de Hacienda, Ernesto
Madero28. Como era previsible, la respuesta fue negativa. Ese fue
su pecado. Al avizorarse el triunfo del constitucionalismo, no quiso exponerse
a perder la vida, y abandonó la ciudad de México. En Veracruz abordó un vapor
para dirigirse a España. Al llegar ahí, se radicó en Barcelona. Resulta extraño
que Indalecio Sánchez Gavito, miembro del Partido Liberal Democrático,
creado en abril de 1913, para lanzar la candidatura de Félix Díaz a la
Presidencia de la República, no se hubiera exiliado en los Estados Unidos, sino
en España29.
Desde
las vísperas del triunfo de los constitucionalistas, circularon rumores sobre
infinidad de asesinatos políticos ocurridos durante los años 1913 y mediados de
1914. En realidad, las listas que han circulado, son ambiguas. Michael C. Meyer
opina que el número total de víctimas puede alcanzar el centenar, pero al
verificar los datos, el número se reduce, y a su juicio, es posible documentar
con razonable certeza, 35 casos. Los nombres se repiten en la literatura
revolucionaria, destacando los consabidos Francisco I. Madero, Pino Suárez,
Belisario Domínguez, Abraham González, el diputado Serapio Rendón y el poeta
Solón Arguello, entre otros30. Se sabe que, sin esperar que los constitucionalistas
llegaran a la ciudad de México, tres de los involucrados en algunos de los
asesinatos se dirigieron a Veracruz para embarcarse rumbo a Europa: Francisco
Chávez, Celso Acosta y Felipe Fortuño Miramón. El 17 de octubre de 1914, el
cónsul Inocencio Arriola informó a Juan Sánchez Azcona, que había llegado a
Barcelona la familia Duret, y con ellos, el «famosísimo Fortuño Miramón»,
quejándose de que los constitucionalistas se habían apropiado de las casas de los
perdedores. Felipe Fortuño Miramón fue señalado como cómplice en el asesinato
del diputado Serapio Rendón31. Al iniciarse el año de 1915, el mismo cónsul detectó la
presencia en Barcelona de Francisco Chávez, el ex Inspector General de Policía,
vinculado a varios asesinatos, entre ellos, el del poeta nicaragüense Solón
Arguello. A propósito de ello, Inocencio Arriola, expresó en forma festiva, que
todo indicaba que a Huerta le había dado pulmonía, lo que le impedía salir a la
calle. Si salía a la calle, corría el riesgo de toparse con Chávez, quien con
seguridad le pediría dinero. Como la tardanza en ver a Huerta lo tenía
desesperado, Chávez amenazaba con hablar más de la cuenta. Difundir detalles
sobre los crímenes que le achacaban. Para no perder detalles, Arriola comisionó
a un agente para que lo siguiera muy de cerca. Arriola se enteró que el
Inspector General de Policía, se reunía con varios militares huertistas, así
como con algunos españoles, que sospechaba habían sido policías secretos a su
servicio. Sin aportar más detalles, supo que Chávez estaba a punto de
embarcarse en el vapor María Cristina, sin saberse hacia dónde32. Debido a que no estuvo dispuesto a perder la vida a manos
de los carrancistas, Celso Acosta, Inspector de Policía del Distrito Federal,
salió del país y se exilió en España. El cargo lo ejerció justo cuando fueron
asesinados Madero y Pino Suárez. Los sabuesos de Arriola revelaron que Celso
Acosta había dejado Barcelona y dirigido a San Sebastián, ciudad en la cual era
propietario de una casa. Como su esposa no tenía fortuna, se sospechaba que la
compró con dinero robado en México33. Entre paréntesis, Inocencio Arriola hizo mofa del ex
secretario particular de Blanquet, Manuel Vidaurrázaga. Le espetó a Sánchez
Azcona, que vivía de las migajas que le proporcionaba la señora María de Jesús
Olivos, esposa de Blanquet. No obstante que su situación económica era muy
desgraciada, afirmaba que era merecida34.
En
febrero de 1914, estando en la madre patria, el torero Rodolfo Gaona se enteró
que Victoriano Huerta había sido echado de la silla presidencial. Al mismo
tiempo, recibió la noticia que Carranza había prohibido las corridas de toros,
y sus amigos le recomendaron abstenerse de firmar contrato alguno para torear
en México. Pero hubo algo más: el matador recibió un cable procedente de
México, en el que lo acusaban de ser enemigo político del Primer Jefe, a causa
de su amistad con Huerta y Blanquet35. A Gaona no le quedó más que permanecer en España. Basado
en el diario ABC, editado en Madrid, Oscar Flores habla de un desembarco en el
puerto de Cádiz que tuvo lugar en agosto de 1914. Entre los recién llegados
menciona al obispo de San Luis Potosí, Ignacio Montes de Oca, al hijo de
Victoriano Huerta, que llevaba el mismo nombre, José María Lozano, ex
secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, y también de Comunicaciones y
Obras Públicas, Jesús Acevedo, Manuel Vidaurrázaga, secretario particular de
Aurelio Blanquet, Ricardo Gómez Robelo, ex procurador General de la República,
y numerosos oficiales del ejército federal36. Todo indica que se trataba del vapor Buenos
Aires, mencionado por la prensa cubana37. De entre los recién llegados, destaca el obispo Ignacio
Montes de Oca quien tenía la intención de llegar a Roma. Por tales días estalló
la primera guerra mundial sin saberse si llegó a su destino. Sus contactos
privilegiados le permitieron pasar largas temporadas en palacios de amigos en
Madrid, Cádiz, Jerez y otras ciudades38. Hubo más mexicanos que para entonces, ya vivían en el
país ibérico. Tres casos notables llaman la atención: Fernando Pimentel y
Fagoaga, Pablo Macedo y Gabriel Fernández Somellera, los dos primeros del grupo
de los «científicos». Pimentel y Fagoaga se avecindó en Madrid y en Barcelona,
y Pablo Macedo en Madrid. El primero hizo gala de su talento en el mundo de los
negocios y fundó compañías pavimentadoras de calles y una empresa de bienes
raíces. Con el segundo, la suerte fue distinta: la depresión lo hizo su
víctima. El tercero, Gabriel Fernández Somellera, fue director del diario
católico La Nación, y llegó a España huyendo de posibles
represalias de Huerta.
Como
se ha visto, no obstante su condición de ex Jefe de Estado, en ningún momento
las autoridades españolas mostraron deferencia alguna hacia Huerta, y el Ministerio
de Gobernación lo sometió a una discreta vigilancia. Siguieron sus pasos día
con día. A raíz del inicio de la primera guerra mundial, lo mismo hicieron los
servicios de inteligencia británicos y alemanes39. Con Rodolfo Reyes, un simple ex secretario de estado,
involucrado en el golpe de Estado contra Francisco I. Madero, la situación fue
distinta ya que afirma que llegó a conversar con el Rey Alfonso XIII, y a jugar
el tiro al pichón40. En el aislamiento y soledad completa, Huerta y su familia
abandonaron el hotel de Madrid, y se dirigieron a Barcelona, ciudad en la cual
permanecerían los siguientes siete meses. Se calcula que llegaron a la citada
ciudad en septiembre de 1914. Se trasladó junto con varios de sus hijos,
incluidos sus yernos, el catalán Francisco Colom, Luis Fuentes y Alberto
Quiroz. Una de sus hijas se casó precisamente en Barcelona. En un momento,
Huerta y su familia viajaron a Guipúzcoa, región natal del abuelo de Emilia, su
esposa. También viajaron a Granada para visitar la célebre Alhambra. Se dice
que en una ocasión compartió una botella de coñac y una hora de conversación
con Juan Belmonte, uno de los más famosos toreros de la época. Por la gran
amistad que existía entre Huerta y Gaona, es probable que se hayan encontrado
en Madrid o Barcelona, recordando sus días de gloria en México, y también sus
desgracias. En realidad, la vida familiar del torero fue turbulenta y
desastrosa. Su esposa española, Carmen Ruiz de Moragas, se hizo amante del
monarca Alfonso XIII, sin quedarle otra alternativa que el divorcio41. El matador alternó en España con lo más granado de la
tauromaquia, entre otros José Gómez Joselito y Juan Belmonte, con los cuales
entabló una gran rivalidad. Participó en las principales ferias españolas: en
Sevilla, Valencia, Salamanca, Pamplona, Santander, Madrid, Bilbao, San
Sebastián.
El cónsul Inocencio Arriola contra Huerta
El 17
de octubre de 1914, Inocencio Arriola, cónsul en Barcelona, dio inicio a una
labor destructora sobre Huerta y los mexicanos ahí residentes. Le informó a
Juan Sánchez Azcona, residente en Madrid, que un tal Rawner, posiblemente
Abraham Ratner, cercano a Huerta, realizaba negocios bancarios en el Hotel
Continental por un monto calculado en tres o cuatro millones de pesetas.
Agregaba que este personaje se especializaba en vender acciones de algunas
empresas mexicanas, entre ellas, la del «Popo», posiblemente minera. Aseveró
que para sobrevivir en Barcelona, Huerta llevaba consigo giros de diferentes
bancos europeos, y barras de oro en cantidad considerable, aunque luego salió
con que se trataba de simples rumores. Pero lo que resultaba descabellado fue
la afirmación de Inocencio Arriola consistente en que Huerta se dedicaba a
vender billetes del Banco Nacional de Francia, seguramente falsificados42. Dispuesto a no perderlo de vista, reportó que Huerta se
cambió de domicilio. Dejó el ubicado en la calle Bailen, un piso por el cual
pagaba 25.00 pesos al mes, y trasladado a un chalet cerca de Tibidabo, un cerro
ubicado en las orillas de Barcelona. Con la intención de provocar escarnio, el
mismo cónsul envió a Sánchez Azcona un ejemplar de El Día Gráfico que
difundió la que llamaba «boda suntuosísima de la hija del Traidor Huerta», a la
que concurrieron las más altas personalidades, como el judío Ratner, y dos
curas hispanos que salieron de México gracias a los buenos oficios de Huerta.
Eso sí: no concurrió ninguna autoridad española. Agregó que durante la fiesta
se abusó del Himno Nacional43.. En el mismo tenor, Juan Sánchez Azcona le hizo saber a
su correligionario, Miguel Covarrubias, que para el mes de noviembre de 1914,
España estaba plagada de huertistas, sin saber exactamente cuáles eran sus
propósitos. Algunos acariciaban la idea de reconquistar el poder, pero el
problema era que estaban muy divididos, y se quejaban de que Huerta los había
abandonado. Remataba afirmando que Huerta se la pasaba en Barcelona en eternas
libaciones44.
Inocencio Arriola y los expatriados
En
general, Inocencio Arriola, tuvo una actitud despectiva hacia los expatriados.
A su juicio, la colonia mexicana, aparte de los clérigos y seminaristas, que ya
residían en Barcelona, aumentó con la llegada de los que huían de los países
europeos envueltos en la primera guerra mundial. Un segundo grupo estaba
integrado por personas pudientes, hacendados y empresarios, cuyos intereses
habían sido tocados en México, en forma fatal, pero necesaria. Cruzaron el
océano para escapar de la ira de los jefes revolucionarios. El tercer grupo
incluía al personal político, acusado de colaborar con Huerta tanto en el golpe
de Estado, como en el asesinato de Madero y Pino Suárez. Ninguno de ellos
simpatizaba con la revolución. Un cuarto grupo agrupaba a los aventureros
internacionales que, utilizando una serie de triquiñuelas, sorprendían a la
persona más experimentada. Todo ello, haciendo gala de ser gente decente45. Al parecer, a los que más odiaba Arriola, era a los
políticos expatriados. A Saúl Elorduy, supuesto capitán de las fuerzas
huertistas, constitucionalistas, y villitas, lo acusó de vulgar aventurero, y a
otros, de malagradecidos46. Pero hubo un suceso que caracterizó en todo su arrogante
personalidad. Veamos: en los días siguientes de la salida de Huerta rumbo a los
Estados Unidos para montar la contrarrevolución, su esposa Emilia Águila y sus
hijos, se hicieron presentes en las oficinas del consulado de Barcelona para
obtener el pasaporte, y así poder viajar al nuevo mundo, topándose con algo
inaudito. Inocencio Arriola asumió una postura inesperada. De hecho, los
insultó. El 12 de abril de 1915, en forma festiva y burlesca, el cónsul le
narró el suceso a Juan Sánchez Azcona. Afirmó que le negó a Jorge Huerta el
pasaporte, lo cual derivó en un fuerte altercado. Pero no sólo se lo negó a él,
sino a «todas las Kakas como cariñosamente llamaban a todas las hijas y señoras
de Huerta en México». En forma adicional, Arriola envió una circular a los
consulados de su resorte para que se abstuvieran de otorgar los ansiados
pasaportes. A juicio de Arriola, a la familia de Huerta no le quedó otra
alternativa que recurrir al consulado de los Estados Unidos47.
En
agosto de 1918, José Moreno se quejó ante Cándido Aguilar, titular de
Relaciones Exteriores, por conducta mostrada por Inocencio Arriola ante los
mexicanos que acudían al consulado de Barcelona. Expresaba que la obligación de
todo cónsul era prestar ayuda a los mexicanos, no material, pero sí moral.
Entre otras cosas, le solicitó un pasaporte gratuito, por carecer de fondos,
pero le fue negado; le pidió autorización para que sus familiares le dirigieran
la correspondencia al consulado, sin resultado alguno. Arriola le advirtió que
de recibir correspondencia alguna en el consulado, la devolvería al remitente.
Por estas y otras razones, Moreno aseguró que existía una brecha entre la
colonia mexicana residente en Barcelona, y el cónsul, al grado que era enemiga
del gobierno que representaba. Para concluir, le sugirió a Cándido Aguilar, que
vigilara la vida privada de Inocencio Arriola, la cual no era precisamente
honorable. Esteban González, quien trabajaba en la Compañía Barcelonesa de
Electricidad, se quejaba de que cada vez que iba al Consulado, Arriola lo
amenazaba con entregarlo a la policía. En venganza, acusó a Arriola de
cocainómano, depravado, y frecuentar cabarets ubicados en los suburbios para
divertirse con mujerzuelas48.
Pero
Arriola llegó a asegurar que en realidad trataba bien a los mexicanos. Pruebas:
el 15 de septiembre de 1918, recibió a lo más distinguido de la colonia
mexicana en el Consulado, entre ellos el ex senador Gumersindo Enríquez, para
celebrar las fiestas patrias. A la hora del brindis, Enríquez tomó la palabra
para alabar la actitud patriótica de Carranza ante los conflictos
internacionales, secundado por una persona apellidada Martínez del Campo. De
paso, Enríquez le hizo un guiño a Carranza recordando que fueron compañeros en
el senado. Inclusive, Arriola se jactó de buscar empleo a varios mexicanos en
la compañía Riegos y Fuerza del Ebro, aunque no todos querían
trabajar. Algunos abandonaban el empleo el primer día, y otros ni siquiera se
presentaban alegando que no era un empleo acorde con su nivel educativo. En los
talleres colocó entre cinco y seis personas y en las oficinas a otros tantos,
figurando entre ellos Luis del Toro, Emilio Sola, Luis G. Pardo, y Manuel
Vidaurrázaga49. El primero pudo ser el ex director del diario El
Independiente, famoso por consignar en sus páginas las corridas de toros
en las que intervino Rodolfo Gaona y los brindis en honor a Huerta50. En realidad, Arriola los colocó gracias a los buenos
oficios de otro expatriado, Carlos Paliza.
Cero extradiciones, hostilidad y
desesperación entre los exiliados
Atrapado
en la tarea de pacificar el país, vía la liquidación militar de villistas,
zapatistas, huertistas, porfiristas, y otros, Carranza no tuvo tiempo ni
interés en gestionar ante las autoridades españolas la extradición de algún
mexicano vinculado al régimen de Huerta. El 24 de abril de 1916, una persona
que firmaba con las siglas Q.E.S.M., le preguntó a Sánchez Azcona si era cierta
la noticia de que el gobierno mexicano había solicitado la extradición del que
fuera presidente del Senado, Gumersindo Enríquez, y de Indalecio Sánchez
Gavito, radicados en España51. Al día siguiente, o sea el 25 de abril de 1916, otra
persona, que también firmaba con varias siglas, y que al parecer era Juan
Sánchez Azcona, quien operaba desde Madrid, le hizo saber a Manuel de Figuerola
y Ferreti, que no portaba «instrucción alguna de solicitar al Gobierno Español
la extradición de ningún mexicano residente en España». Ni antes ni después de
su llegada a este país52. Pero el destierro no resultó placentero para los
exiliados. En su Diario, Federico Gamboa, refugiado en La Habana,
y contactado por los mexicanos que iban al viejo mundo, y a la inversa, hizo un
juicio devastador sobre su situación económica. A propósito de una escala que
hizo Concha Miramón de Duret en abril de 1916 en La Habana, procedente de
Barcelona, esta última le pintó un cuadro dramático. En forma textual, expresó:
¡Todos
náufragos! Fernando [su esposo] sin hallar qué hacer y neurasténico perdido;
Pablo Macedo peor, casi no sale a la calle; don Gumersindo Enríquez con
estrecheses monetarias y roído de murrias; Victoriano Salado Álvarez también
sin trabajo -parece que en España nadie lo hallallora a propósito de cuanto
hay; Carlos Pereyra en vísperas de trasladarse a la Argentina contratado en un
diario, y su mujer al frente de una casa de asistencia por cuenta propia.
¡Qué
sé yo cuántos más! Larga lista de dramas familiares que no se conocen. ¡El
desastre colectivo de un enorme grupo!53.
Un juicio adverso contra Huerta
Edmundo
González Blanco, un escritor español poco conocido en México, afirma que en
1916 se reunió en Madrid con un grupo de amigos, partidarios del movimiento
revolucionario, para divulgar la verdad de lo ocurrido en México. A raíz de
ello, escribió cuando menos tres libros. Uno de ellos se titula Carranza
y la revolución de México. En un apartado aborda la llegada de Huerta a
España. En forma un tanto sarcástica expresó, que Huerta desembarcó una mañana
gris en Santander, un puerto al cual lo llevó un buque inglés. Narró que el
general pasó en forma fugaz, como un relámpago, y nadie le hizo caso. Ya en tierra
firme, compró un cesto de sardinas, e hizo saber a alguien que lo saludó, que
planeaba viajar a diversas partes de la península54. González Blanco aseguró que horas más tarde, Huerta habló
con los periodistas quienes le pidieron su opinión sobre la guerra recién
desencadenada en Europa, y sobre la situación reinante de México. Sin
especificar cuáles fueron sus respuestas, afirmó que algunos periodistas
quedaron desconcertados, sin faltar quienes dudaron entre indignarse, o bien
tomar sus palabras a broma. Al poco rato, todos cayeron en la cuenta de que en
realidad no valía la pena indignarse55. Algo desafortunado externó Huerta en la entrevista, que
un periodista se retiró ofendido por una expresión alusiva a los españoles. Es
probable que se tratara de la palabra pícaro, con la cual meses atrás designó a
los españoles. Entrando al terreno de la defenestración completa, González
Blanco afirmó que la vida de Huerta estaba colmada de atrocidades, lo cual lo
condenaba a vagar sin rumbo por el mundo. Lo describió como una persona con «la
cara dura, sin una línea delicada y flexible, la tez bronceada, el bigote recio
y cerdoso y la mirada jaspeada de rojo, como si reflejara charcos de sangre».
Líneas más adelante expresó:
No
tiene la altivez del caudillo, ni la marcialidad del soldado, ni la finura del
diplomático. Con aquellos calzones en que iban metidas sus piernas, y aquel
fachoso sombrero de tela, tenía un aspecto lamentable. Este general, que se
atreve llamar bandido a Villa y viene a España a hablar mal de los españoles,
quiso luego hacer el elogio de nuestra tierra. A un cochero le da un duro para
que se lo gaste en vino; a unos músicos ambulantes les obsequia con una botella
de manzanilla y él mismo se regala unas copas de Jerez56.
En
otra parte de su obra, González Blanco afirmó que un torero ignorado le tendió
la mano, «no en señal de saludo precisamente. ¡Todo castizo, muy castizo!». No
especificó si se trababa de Belmonte o Rodolfo Gaona. Lo culpó de tener el
hábito de colgar en los cocoteros racimos de españoles, todo ello al calor del
consumo de vinos españoles, y que en un momento dado, intentó ser galante con
las españolas utilizando frases vulgares como la que dicta: «¡Qué buenas
hembras hay aquí!». Para González Blanco, se trataba de un sujeto despreciable
que atendía «Todos los negocios de Estado, o la mayoría de ellos, quizás los
más importantes», a bordo del automóvil de la Presidencia, con el
escudo nacional, parado frente a las casas públicas, y aún en las
tabernas 57.
Para
rematar, en tono despectivo, González Blanco lanzó un juicio devastador.
Expresó: ¿Y a un hombre de esta calaña, valdría la pena pedirle su opinión
sobre la guerra que asolaba a Europa? La respuesta fue, no. Con llevarlo como
catador de vinos y licores a una bodega de la Rioja era más que suficiente.
Pero lo mejor sería impedir que las plantas de sus pies siguieran manchando
España, tierra de soldados y poetas, «sobre la que él ha puesto una sombra,
como un crespón de luto»58. Retomando sus preguntas iniciales, el citado autor
concluyó que lo expresado por Huerta en la entrevista, y su conducta mostrada
en España, eran más que suficientes para corroborar todo lo siniestro y
abominable que de él se decía. Por ende, resultaba insultante dejarlo vivir en
España. Como se infiere, González Blanco, cuyo libelo fue pagado por los
carrancistas, sugería echar a Huerta de España. Casi de inmediato, Luis
Quintanilla, quien como se ha advertido, estaba al frente de la Legación de
México en París, le pidió a Sánchez Azcona, que el libro fuera traducido al
francés, para aplacar las voces inmundas de los reaccionarios que por ahí
pululaban59.
Pero
la indiferencia, cuando no el desprecio hacia Huerta y seguidores, fue
extensiva hacia los carrancistas, incluidos los miembros del cuerpo
diplomático, algunos de los cuales se jactaban de intelectuales. Según Lorenzo
Meyer, en 1918, en el Salón Pompeya de Madrid, solía cantarse La Cucaracha,
como un cuplé, injuriando a Carranza. Pero lo peor fue que Amado Nervo y Luis
G. Urbina, fueron etiquetados de «poetastros y literatillos completamente
menospreciados»60. No obstante su supuesto acendrado hispanismo, el segundo,
un connotado huertista, renegado para más señas, fue objeto de un desprecio
brutal.
La visita de Rintelen: la
contrarrevolución
Como
se ha señalado, no obstante que España fue uno de los países que inmediatamente
reconocieron su gobierno en febrero de 1913, a su llegada a España, Huerta no
fue objeto de ningún trato especial. El menosprecio, la indiferencia y la
vigilancia fue el pan de cada día. Utilizando un poco de sentido común, el ex
mandatario se dio cuenta de todo ello, y que en realidad era un apestado, razón
por la cual carecía de sentido continuar viviendo ahí. Sus ex aliados,
Mondragón, Blanquet y Rodolfo Reyes, le habían dado la espalda. Por lo demás,
existía el riesgo de que los constitucionalistas, ya afianzados en el poder,
tramitaran su extradición y le cortaran la cabeza. Barbara W. Tuchmann, afirma
que desde 1914, el general Huerta había estado tramando en Barcelona, como
Napoleón en la Isla de Elba, el momento de su regreso61. A juicio de Michael C. Meyer, Huerta rumiaba su
desgracia, y rápidamente empezó a fraguar su retorno a México. A principios de
diciembre de 1914 visitó la Embajada Británica en Madrid. Al hablar con el
embajador se quejó del severo invierno español, y del disfrute de su estancia
fugaz en Jamaica. Acto seguido le preguntó si el gobierno de Su Majestad le
permitiría su regreso a la isla, o bien en otra posesión británica de las
Indias Occidentales. En respuesta se le indicó, que en vista de la perturbación
que aun privaba en México, lo mejor sería Cabo Verde, las Islas Canarias, o
bien Madeira, donde el clima era similar. Por supuesto que tales opciones no le
interesaban.
Según
George J. Rausch, el 15 de febrero de 1915, Huerta recibió la visita de una
comisión alemana encabezada por el capitán Franz von Rintelen, oficial de la
marina de guerra, vestido de civil, quien le ofreció respaldar un golpe militar
que lo reinstalara en el poder en México62. Von Rintelen era una persona inteligente, audaz y un
tanto megalómano, atributos importantes de todo agente secreto. Contaba con 38
años de edad, era alto, bien parecido, de buena familia, vestía impecablemente,
hablaba el inglés a la perfección, y conocía a fondo los Estados Unidos, México
y América del Sur. En un grueso legajo disponible en la Secretaría de
Relaciones Exteriores, el cual contiene una serie de artículos tanto a favor
como en contra de Huerta, no aparecen indicios de que Inocencio Arriola, o
Sánchez Azcona, hayan detectado el acercamiento de Von Rintelen con Huerta en
Barcelona. Al parecer, el hecho pasó desapercibido. Pero no sólo eso, sino que
en forma inexplicable, en sus memorias, Franz von Rintelen, ubica
la primera entrevista con Huerta en Nueva York, en lugar de Barcelona. Lo
cierto es que fue en Barcelona. Afirma que hizo malabares para descubrir en
dónde residía. Una vez que tuvo el dato, fue a buscarlo a un hotel. Huerta
estaba sentado en un salón, y se mostró sorprendido al ver que lo saludaba un
extraño. Von Rintelen le confió que era un militar alemán, y el interés que
tenían en apoyarlo en todo lo que fuera necesario para recuperar el poder.
Huerta se mostró temeroso que fuera un agente americano quien le tendía una
celada. Guardó silencio, y después de una serie de vacilaciones, se convenció de
que no se trataba de un agente de los Estados Unidos. Von Rintelen le expuso
las razones que tenía para visitarlo. La principal: que a Alemania le urgía
desencadenar una guerra entre México y los Estados Unidos, ya que absorbería
gran parte de las municiones que este último país enviaba a sus aliados
europeos inmersos en la primera guerra mundial. A su vez, Huerta le informó que
sus correligionarios en los Estados Unidos habían iniciado los preparativos
para una revolución en México, pero que carecían de armas y de dinero. Hablaron
de los planes en caso de que la revolución triunfara. Huerta puso como
condición que los submarinos alemanes desembarcaran gran cantidad de armas en
las costas mexicanas, el suministro de fondos abundantes para adquirir el material
necesario, y que el gobierno alemán brindara apoyo moral a México. Bajo tales
premisas, el gobierno presidido por él tomaría las armas contra los Estados
Unidos. Después de la entrevista, von Rintelen envió un cable informativo a
Berlín. En realidad, Huerta se interesó en el plan, pero se abstuvo de
comprometerse del todo en forma inmediata. Antes de abandonar Barcelona, von
Rintelen le prometió que seguirían en contacto63.
Porfirio Díaz Jr.: ¿Cabeza de un
movimiento contrarrevolucionario?
Los
mexicanos exiliados en España estuvieron lejos de crear un organismo que los
aglutinara para defenderse de una eventual amenaza de extradición por parte del
gobierno de Carranza. En parte, porque salvo Huerta, y posiblemente Rodolfo
Reyes, no hubo otra persona con capacidad de convocatoria. En los Estados
Unidos fue formada la Asamblea Pacificadora Mexicana en la
cual figuró Federico Gamboa, que buscaba un acercamiento civilizado con los
jefes revolucionarios, y la Junta Revolucionaria de Nueva York,
obra de Félix Díaz, cuyas intenciones eran penetrar en México con las armas en
la mano para derrocar a Carranza64. Lo único sabido, es algo que tuvo tintes trágico cómicos.
Un personaje bastante obscuro, Gonzalo Enrile, que jugó un papel secundario en
la rebelión de Pascual Orozco contra Madero en 1912, entró en escena. Al
avizorarse el triunfo de Carranza se exilió. A principios de 1916 vivía en La
Habana, haciéndose pasar como coronel del ejército federal, lo cual era falso.
Fue expulsado de la isla al ser denunciado de fungir como agente del imperio
teutón65. Llegó a Madrid en febrero del citado año y se hizo
presente en la embajada alemana portando una carta de recomendación de su viejo
conocido, el agregado militar en los Estados Unidos, Franz von Papen. En forma
descabellada, aseguró ser el representante de todas las fuerzas
anticarrancistas, incluidos los felicistas, villistas, zapatistas, y otros66. El dato concuerda con otro aportado por el cónsul
carrancista en La Habana, Antonio Hernández Ferrer, quien hizo un informe al
director General de Consulados, fechado el 24 de enero de 1916, en el cual
afirmaba que Gonzalo Enrile viajaba a San Sebastián, España. Con qué finalidad:
convencer al hijo de Porfirio Díaz para que jefatura un movimiento tendiente a
derrocar al Primer Jefe. En caso de que Porfirio hijo aceptara, contaría con el
apoyo del clero, de los científicos, e incluso de villistas y zapatistas67. Se ignora si en realidad viajó a San Sebastián. Lo que sí
es cierto, fue que viajó a Berlín, y pidió ayuda para montar un movimiento
contrarrevolucionario en México. El gobierno alemán le dio respuestas corteses,
pero ambiguas. A la postre, sus planes fracasaron.
Huerta hacia los Estados Unidos
Consciente
de que no era una persona grata en España, y que estaba siendo vigilado por el
sistema de espionaje alemán, español, mexicano, y posiblemente americano,
Huerta aceleró su salida de España. Pasarse el resto de sus días soportando
ataques y descortesías de todos lados, no resultaba placentero. Lo más
dramático fue que los mexicanos de tinte civil, que salieron al exilio al mismo
tiempo que él, a los cuales benefició, le hicieron el vacío. Pero hubo un hecho
crucial. A su intelecto, no escapó que si bien, Blanquet y Mondragón le dieron
la espalda en España, en los Estados Unidos contaba con el apoyo y la simpatía
de Pascual Orozco, y de gran parte de los altos mandos del extinto ejército
federal. En vista de ello, decidió jugarse la vida en una intentona
contrarrevolucionaria, sin descartar el eventual apoyo alemán interesado en
crear un distractor en el nuevo mundo. A resultas de ello, Huerta abandonó
España. Según George J. Rausch, el 31 de marzo de 1915 salió de España por el
puerto de Cádiz en el vapor Antonio López, de la Compañía Trasatlántica
Española68. Se dice que llegó 10 días más tarde a Nueva York. Rausch
da como fecha de su arribo el 12 de abril, lo cual indica que el viaje duró
unas dos semanas. Huerta sabía que su cruzada era sumamente arriesgada, y que
de fallar, su suerte sería el martirio. Al enterarse de su inminente llegada a
los Estados Unidos, el cónsul general carrancista, Ramón P. de Negri, se
dirigió el 9 de abril a todos los cónsules asignados en los Estados Unidos,
para que solicitaran al presidente Wilson poner tras las rejas a Victoriano
Huerta, ya que era un prófugo de la justicia:
Muy cordialmente invito a todos mis compañeros en el
honroso Servicio Consular Constitucionalista en este país, se dirijan en
enérgico y patriótico mensaje al Hon. Presidente Wilson, con motivo del arribo
a costas americanas del asesino Victoriano Huerta, solicitando sea arrestado y
retenido en las prisiones americanas, hasta ser entregado al Gobierno mexicano,
por ser un prófugo de la Justicia de nuestro país.
Muchas
razones de peso nos asisten para solicitar el cumplimiento de la Ley, entre
ellas que Huerta cometió el crimen de asesinar al presidente y vice-presidente
reconocidos legalmente por los Estados Unidos y todos los países del orbe,
agregando a estas razones legales, las del humanitarismo, como es el dejar
libre a un asesino69.
La
presencia de Huerta en los Estados Unidos dio lugar a toda una serie de
especulaciones. Una de ellas, que había sido expulsado de España, lo cual negó.
Huerta declaró que sus enemigos políticos en Nueva York, a los cuales
identificaba como «istas», eran los responsables de tal información70. En realidad, quien difundió la versión de su supuesta
expulsión de España, fue Pedro González Blanco, hermano de Edmundo, su
detractor, autor del libelo citado, quien estaba de visita en Nueva York71. El 11 de mayo de 1915, apareció en el New York
Times, una nota en la cual se afirmaba que en ningún momento el gobierno
español le pidió a Huerta que abandonara la península, que nada tuvo que ver
con su partida hacia los Estados Unidos, así como que tampoco le impuso
restricciones para que en el futuro pudiera entrar o salir de España72.
Blanquet y Mondragón hacia los Estados
Unidos
Así
las cosas, el 28 de abril de 1915, una persona cuyo nombre no aparece en la fuente
consultada, le informó al cónsul Inocencio Arriola, que Aurelio Blanquet y
cuatro militares más, dejaron Madrid rumbo a San Sebastián para tramitar sus
pasaportes en el consulado de esta ciudad. Agregó que tenía informes fidedignos
de que Blanquet planeaba tomar un barco para cruzar el océano. Efectivamente,
el viaje de Blanquet a los Estados Unidos realmente ocurrió. El 9 de mayo de
1915, El Demócrata, de filiación carrancista, difundió un cable
procedente de Eagle Pass, que decía que Blanquet salió de San Sebastián, con
dirección a Nueva Orleans, paraíso felicista, y que seguramente se instalaría
en San Antonio, Texas. Al cotejar las fechas, sucede que el viaje de Blanquet y
Huerta fue casi simultáneo. La diferencia fue cosa de días73. Manuel Mondragón no se quedó atrás. Si bien tenía más
tiempo viviendo en San Sebastián, quiso sondear las probabilidades de éxito
militar en los Estados Unidos, en el bando de Félix Díaz, por quien había
volcado sus simpatías. Resulta difícil determinar en qué momento se trasladó al
citado país, pero algo sucedió. A Mondragón dejó de interesarle participar en
plan contrarrevolucionario alguno. Se abocó a realizar negocios relacionados
con sus inventos militares, y la construcción de obras públicas, razón por la
cual fue común que viajara a Europa, los Estados Unidos y Cuba. Una pieza más
faltaba en el ajedrez. Todo indica que la estancia de José Refugio Velasco en
España fue transitoria ya que para junio de 1915 vivía en Los Ángeles,
California74. Si bien salió de México en la tercera semana de
septiembre de 1914, ocurre que su estadía en el viejo mundo duró poco más de
medio año. Se ignora la razón de su traslado al continente americano. Una
hipótesis indica que, enterado del traslado de Victoriano Huerta a los Estados
Unidos para recuperar el poder político en México, decidió secundarlo. Sólo que
no existe evidencia en tal sentido. Es más, al parecer no se buscaron ni en
España ni en los Estados Unidos.
Sin el
apoyo de sus ex secretarios de Guerra y Marina, que ya estaban en los Estados
Unidos, Huerta puso en marcha su movimiento. Casi de inmediato, las autoridades
norteamericanas lo aprehendieron acusándolo de conspiración y violación a las
leyes de neutralidad. Después de un juicio, y libertad bajo fianza, el 13 de
enero de 1916 falleció, sin poder cruzar la frontera75. La tan publicitada ayuda alemana, si es que existió, de
nada sirvió. Al enterase de su muerte, ni Blanquet ni Mondragón mostraron señal
alguna de consideración ni de duelo.
Ante
el traslado de Huerta, Blanquet y Velasco a los Estados Unidos, más los
frecuentes viajes de Mondragón a uno y otro lado del océano, en forma casi mecánica,
otros mexicanos exiliados en la madre patria, siguieron sus pasos. Las razones:
indiferencia de los españoles, nulas posibilidades de obtener un empleo, los
estragos de la primera guerra mundial, y agotamiento de sus recursos. El ex
secretario de Instrucción Pública, José María Lozano, soportó únicamente unos
meses en el exilio, y en noviembre de 1914, partió hacia Nueva York junto con
otras personas76. El 13 de abril de 1915, Rafael Adalid, encargado del
consulado en Madrid, le remitió a Jesús Acuña, secretario de Gobernación, la
petición de amnistía de Roberto A. Esteva Ruiz, que ansiaba regresar a México.
Rafael Adalid abogó por el ex secretario de Relaciones Exteriores, afirmando
haber recabado informes sobre su conducta. Todos ellos indicaban que durante su
permanencia en la península, Esteva Ruiz había mostrado buena conducta, y
dedicado al ejercicio de su profesión. Su alejamiento de la política era total77. En su Diario, Federico Gamboa expresa que Díaz Mirón
llegó a La Habana el 2 de noviembre de 1915. El dato confirma que el poeta
estuvo en España poco más de un año78. En la isla de Cuba el exilio le resultó más soportable que
en España. Martín Luis Guzmán vivió en Madrid desde principios de 1915 hasta
febrero de 1916, y luego se trasladó a los Estados Unidos. Se dice que
Henríquez Ureña lo convenció de trasladarse a este país, y que incluso le
consiguió un empleo en la Universidad de Minnesota, pero Guzmán prefirió Nueva
York, por considerar que tenía mayores probabilidades de desarrollarse como
escritor.
A Luis
G. Pardo no le agradó mucho el exilio de Barcelona, y a mediados de julio de
1916 decidió trasladarse a México, con todos los riesgos que implicaba.
Federico Gamboa reporta que el 4 de agosto llegó un barco a La Habana, con Luis
G. Pardo a bordo, acompañado de su hermana María, ya viuda y una hijita. Con la
ayuda de su hermano Rafael, planeaba encontrar un empleo para sobrevivir, pero
apenas desembarcó en Veracruz, fue tomado preso. No se sabe la fecha de su
liberación, pero el 18 de junio de 1917, el vapor María Cristina tocó costas
cubanas rumbo a España, y en él viajaba Luis G. Pardo79. Contra su voluntad, regresaba al exilio. El 3 de agosto
de 1919, atracó un vapor en las costas de La Habana. Lo notable fue que en él
viajaba Gumersindo Enríquez con destino a México. Atrás quedó su destierro en
Barcelona. Sus hijos tramitaron su retorno a su patria. Viejo, triste,
atemorizado, ya no podía más con el destierro. No obstante que el vapor
tardaría uno o dos días en levantar anclas, apenas saludó a Federico Gamboa,
para narrar sus amarguras y desgracias del destierro, regresó al barco, y ahí
durmió. No quiso ver a nadie más. Su anhelo era estar en México con los suyos80.
Hubo
un caso extraño sobre el cual vale la pena referirse. Ocurre que el 1 de junio
de 1916, el general Manuel M. Guasque, pasó por La Habana y visitó a Federico
Gamboa. Procedía de Nueva Orleans, sin saberse si intervino en el montaje del
movimiento contrarrevolucionario de Félix Díaz que estalló cuatro meses antes,
en febrero para ser exactos. Gamboa lo describió como una persona alicaída y
neurasténica81. Después de ello, el general se embarcó rumbo a España, un
país del cual huían los mexicanos. Porqué razón se refugió ahí. Posiblemente
porque temía que en México Carranza lo atrapara y fusilara. En 1920, el obispo
de San Luis Potosí, Ignacio Montes de Oca, vivía en calidad de residente en la
Academia Eclesiástica de Nobles en Roma. Deseoso de regresar a su patria, se
trasladó a España, y el 30 de julio de 1921 tomó un barco en Cádiz. El 12 de
agosto desembarcó muy enfermo en Nueva York. Ocho días después, falleció, sin
pisar tierra mexicana82. Instalado en el poder en 1920, Adolfo de la Huerta brindó
amplio apoyo al espectáculo taurino, y en especial, garantías para que Rodolfo
Gaona retornara a México83. El 18 de octubre de 1920, después de seis años de
ausencia, Gaona piso suelo patrio. Para su fortuna, el público no lo había
olvidado, y asimismo, nadie le reprochó su amistad con Huerta. Al año
siguiente, intervino en los festejos del Centenario de la Independencia de
México. En esta ocasión, y en otras más, lidió sendos bureles para el
beneplácito de los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.
Ciertamente
que una parte de los intelectuales y abogados, con sólida formación
profesional, permanecieron en España. Rodolfo Reyes, quizás el expatriado más
exitoso en el terreno profesional, convivió en San Sebastián con los ex
ministros Adolfo de la Lama y Manuel Mondragón. Rodolfo definió al primero,
como una persona inteligente y de nobles sentimientos; al segundo, como una
persona simpática, pero agobiado por sus achaques y dolencias84. Suerte similar corrió su hermano, Alfonso Reyes. Los
sonorenses olvidaron su pasado al servicio de Huerta, y en 1920 fue designado
Segundo Secretario de la Legación de México en España. La situación fue
parecida para Fernando Pimentel y Fagoaga, un hombre de talento para los
negocios. Tanto en el negocio de la pavimentación de calles como de los bienes
raíces, le permitieron vivir bien. Pudo haberse quedado en España, pero optó
por regresar a México. En 1924 reanudó sus actividades financieras y en los
bienes raíces. Se tienen noticias de que Pablo Macedo, uno de los
«científicos», grupo comandado por José Yves Limantour, falleció en 1918 en
Madrid. Impactado por los cambios registrados en México, y abatido por la
desintegración de su familia, el 25 de junio de 1922, Manuel Mondragón falleció
en San Sebastián85. Para entonces, casi todos sus compatriotas habían dejado
España. Sobre el resto de los exiliados en la «madre patria», no existen datos
sobre cuál fue su suerte, pero es posible que hayan regresado a México, con la
derrota a cuestas. Atrás quedó un exilio amargo, y en ocasiones, hostil. La
frialdad, la indiferencia con que fueron tratados en España, y los estragos de
la primera guerra mundial, conspiraron en su contra. La pretendida hermandad, o
vínculo con España, resultó nula.
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NOTAS
1 El Constitucionalista,
4 de diciembre de 1913 .
3 Sax
(1916); González
Navarro (1994); Ramírez
Rancaño (2002); Garciadiego
y Kouri (2010).
4 Rosenzweig
(2012); Perea
(1996).
5 Garciadiego
(1998); Portal
(1993); Jiménez
Aguirre (1998); Castillo
(1980).
6 Caspistegui
(2014, pp. 17, 161-163 y 169).
7 SRE-AHD,
legajo 343, fol. 13.
8 La Atalaya, 3 de febrero de 1914.
9 La Atalaya, 3 de febrero de 1914.
10 La Atalaya, 4 de febrero de 1914.
11 El País, 16 de julio de 1914.
13 New York Times, 18 de julio de 1914, citado
por Tuchman
(2010, p. 82).
14 Rausch
(1961, pp. 133-134), y Meyer
(1983, pp. 235-236).
15 Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid y
Alcalá de Henares, Madrid, Lema al gobernador de Guipúzcoa, 1-2558, TC, Madrid,
25 de agosto de 1914, citado por Flores
(2001, p. 314).
16 AMAE Madrid, Riaño a Lema, 1-2560, d-247, Washington,
12 de mayo de 1915, citado por Flores
(2001, p. 453).
17 Heraldo de Cuba,
21 de septiembre de 1914.
18 SRE-AHD,
legajo 343, fols. 287 y 290.
19 Luis Quintanilla a Miguel Díaz Lombardo, 19 de
octubre de 1914, en Valadés
(2007, p. 94).
20 SRE-AHD,
legajo 346, fol. 195.
22 El Imparcial, 29 de julio de 1914; El Radical, 13 de octubre de 1914, y El Pueblo, 13 de octubre de 1914.
24 Diario de la Marina,
20 de julio de 1914; Meyer
(1983, p. 193).
25 SRE-AHD,
legajo 343, fols. 323-324.
26 Bruce-Novoa
(1987, pp. XVI-XVIII).
28 De cómo vino Huerta y cómo se fue (1975,
p. 107).
29 Liceaga
(1958, pp. 270-271).
32 SRE-AHD,
legajo 346, fol. 30.
33 SRE-AHD,
legajo 346, fols. 24-25.
34 SRE-AHD,
legajo 346, fol. 25.
35 Gil Blas, 26 de febrero de 1914, y Padilla
(1987, pp. 276-277).
36 ABC, Madrid, 19 de agosto de 1914, citado por Flores
(2001, p. 483).
37 Diario de la marina,
31 de julio de 1914.
38 Valverde
Téllez (1949, p. 101).
41 Revista de revistas,
núm. 346, 17 de diciembre de 1916; el núm. 382 del 26 de agosto de 1917, y Padilla
(1987, p. 303).
42 SRE-AHD,
legajo 343, fol. 414.
43 SRE-AHD,
legajo 343, fol. 457.
44 SRE-AHD,
legajo 343, fols. 323-324.
45 SRE-AHD,
legajo 735, expediente 1-6-18.
46 SRE-AHD,
legajo 735, expediente 1-6-18.
47 SRE-AHD,
legajo 346, fol. 117.
48 SRE-AHD,
legajo 735, expediente 1-6-18.
49 SRE-AHD,
legajo 735, expediente 1-6-8.
50 El Independiente,
24 de noviembre de 1913; y 12-13 de enero de 1914.
51 SRE-AHD,
legajo 355, fol. 115.
52 SRE-AHD,
legajo 355, fol. 116.
53 Gamboa
(1995, pp. 335-336).
54 González
Blanco (1916, p. 548).
55 González
Blanco (1916, pp. 547-548).
56 González
Blanco (1916, pp. 549-550).
57 González
Blanco (1916, p. 551).
58 González
Blanco (1916, p. 551).
59 SRE-AHD,
legajo 346, fol. 94.
63 Rintelen
(1942, pp. 132-133).
65Revista mexicana,
núm. 100, San Antonio, Texas, 5 de agosto de 1917, sin página.
67 SRE-AHD,
L-E-796.
69 SRE-AHD,
L-E-819.
70 Documentos históricos de la revolución mexicana XVI.
Revolución y régimen constitucionalista.
(1969, p. 84).
71 Documentos históricos de la revolución mexicana XVI.
(1969, p. 366).
72 Documentos históricos de la revolución mexicana XVI.
(1969, p. 366).
73 SRE-AHD,
legajo 270, fol. 196.
76 Juan Sánchez Azcona comenta a Miguel Covarrubias
sobre la presencia de Huerta y los huertistas en España, Madrid, 10 de
noviembre de 1914, en Illades (2001, p. 122).
77 SRE-AHD,
legajo 346, fol. 20.
78 Gamboa
(1995, p. 292), y Castro
Leal (1970, pp. 44-45).
79 Gamboa (1995, pp. 389, 392, y 477).
80 Gamboa (1995, pp. 616-617).
82 Valverde
Téllez (1949, p. 101).
83 Padilla
(1987, pp. 316 y 319), y Gaona
(1924, pp. 175, 183, 187 y 253-255).
Mario Ramírez Rancaño. Es doctor en Sociología por la
Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (Paris, Francia), e investigador
titular en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. En 2014
publicó El asesinato de Álvaro Obregón: la conspiración y la madre
Conchita.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-26202018000100159&lng=es&nrm=iso
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