Amanecer
paisano y dormir soldado... Resistencias
frente al reclutamiento y el servicio militar en la ciudad de México
(1824-1858)1
A través de sumarios militares por los delitos de abandono de
guardia y deserción, hojas de filiación, prensa y demás fuentes, este artículo
reflexiona sobre algunas de las respuestas que la población masculina hizo para
evadir el reclutamiento y el servicio militar durante las primeras décadas del
siglo XIX. Se dará cuenta de las ideas y creencias que se tenían sobre la
conscripción, especialmente, la forzada. El objetivo específico es mostrar las
tácticas de resistencia de reclutas y soldados, y reflexionar sobre estos
mecanismos implementados “desde abajo” que dieron forma a la dinámica militar.
https://porfiriato.com/articulos/ejercito-y-seguridad/leva-y-reclutamiento-forzoso/
INTRODUCCIÓN
El
proceso de conformación de las fuerzas armadas mexicanas después de las guerras
de independencia fue una historia compleja y llena de vicisitudes que mucho
dependió de los gobiernos en turno, los pronunciamientos militares, las guerras
civiles, la relación tensa entre los poderes locales y centrales, etc. Estas
aristas han sido estudiadas con detenimiento para dar cuenta de la evolución
del ejército como institución, destacando además su relevancia en la
consolidación del Estado mexicano.2
El
papel del ejército no sólo se ha revisado a partir de sus relaciones con el
Estado sino también se ha puesto énfasis en los vínculos con los gobiernos
locales y municipales, revelando el fortalecimiento de las milicias y el poder
de los caudillos, además se subrayó la actuación y experiencia de estos últimos
como oficiales pues no sólo tenían a su cargo la movilización de tropas, sino
que eran quienes mantenían un diálogo permanente entre el gobierno central y las
regiones.3 Acerca de las formas y tipos de reclutamiento José
Antonio Serrano Ortega analizó el impacto del reclutamiento en términos
políticos, militares y sociales toda vez que los estados, en su mayoría,
destinaban a gente poco apta para las labores castrenses4; en ese sentido, la condición forzosa del servicio de
armas fue continua y ello mismo hizo que la deserción fuera una realidad
cotidiana y permanente.5
Ya se
ha mostrado una compleja problemática en torno a los desertores, desde la
utilización de éstos -cuando eran capturados- como cuerpos de reemplazos en las
emergencias armadas y su amnistía; hasta las formas usadas para evadir la
justicia castrense, así como las disputas entre concejales y mandos del
ejército a la hora de juzgarlos.6
A
pesar de esos esfuerzos loables, todavía se sabe poco acerca de la gente que
integraba dichas corporaciones, sus experiencias y las relaciones creadas en
estos espacios.7 A partir de 123 sumarios por los delitos de abandono
de guardia y deserción (de los cuales sólo 111 contaban con la hoja de
filiación) y demás fuentes primarias (memorias del ministerio de guerra,
prensa, diarios, etc.), en el presente trabajo se reflexionará sobre algunas de
las respuestas que la población masculina llevó a cabo para evadir tanto el
reclutamiento como el servicio militar durante las primeras décadas del México
republicano.8
Los
expedientes que cuentan con hoja de filiación nos permiten saber con precisión
algunos datos de los reclutas, puesto que servían para registrar a los miembros
de las fuerzas armadas a partir de una detallada descripción física, su lugar
de origen, oficio, procedencia, actividad productiva, si sabían leer o
escribir, padres, entre otros. En éstas podemos encontrar el rango y cuando
sentaban plaza, a veces también los años de servicio y por qué autoridad habían
sido remitidos. El delito también viene estipulado, en ocasiones con cierto
detalle, y algunas contienen breves referencias sobre los antecedentes del
sujeto: su comportamiento en la institución, sus ascensos, entre otras cosas
que los superiores consideraban de importancia.
Los
expedientes de estos juicios (como muchos otros del siglo XIX) igualmente
contienen una rica información sobre las costumbres de la época porque refieren
la forma como procedieron los infractores, sus expresiones y las referencias de
terceros, costumbres, lenguaje, etc. En suma, constituyen una rica fuente que
nos muestra las dinámicas de la vida social dentro y fuera de los cuarteles de
estos infractores pertenecientes a las fuerzas armadas.
Posiblemente
se pensará que la muestra de 123 procesos militares no puede ser representativa
de fenómenos generalizados en las fuerzas armadas, no obstante debemos
considerar que el estudio de estos conflictos en pequeña escala revela
tensiones latentes dadas las contradicciones de la propia institución.9 Estos fenómenos ya fueran generales o excepcionales
entre la población castrense, son dignos de analizarse pues permiten comprender
mejor el impacto de sus prácticas en la dinámica institucional, así como el
proceso histórico del ejército desde la óptica de lo social.
¿Pero
por qué fue tan compleja la conformación de las fuerzas armadas? De entrada,
debemos considerar que el México independiente nació con una gran variedad de
contingentes cuya brevedad e integración con otros cuerpos armados fueron
constantes.10 Si bien prevaleció el anhelo novohispano de conformar
un ejército profesional y disciplinado, la tendencia a reclutar a los elementos
nocivos de la sociedad como los vagos y mendigos, así como las prácticas
clientelares rápidamente pervirtieron al naciente ejército mexicano.11
Dentro
de los dos proyectos de nación aquellos que apoyaban el proyecto federalista
favorecieron las milicias y el fortalecimiento de los estados, mientras que los
otros buscaron consolidar al Estado mexicano y al ejército federal. De esta
forma el activo (o milicia activa) fue concebido como un
ejército de reserva habilitado para un distrito fijo o una provincia; sin
embargo, los requerimientos propios de los gobiernos locales hicieron que
muchas veces lo usaran como ejército permanente. Ortiz Escamilla señala que las
milicias terminaron bajo las órdenes de los ayuntamientos de 1820 a 1825 y a
partir de 1827 de las gubernaturas estatales (a través de las comandancias
militares de los estados), a diferencia del ejército permanente que quedó
subordinado al ejecutivo federal.12 De esta forma se constata que para un Estado débil13, necesitado constantemente de recursos y del respaldo
castrense, fueron inevitables esos acuerdos y negociaciones con algunos
prominentes oficiales que vieron fortalecido su poder local y personal.14
La
guerra con Estados Unidos en 1846 motivó la creación de la Guardia Nacional,
que fue reglamentada hasta 1848, a partir de las milicias organizadas por los
ayuntamientos. Este modelo buscó por un lado controlar la variedad de milicias,
pero también fue usado para restringir la preeminencia y privilegios del
ejército.15 La idea de la ciudadanía armada y organizada en
milicias fue tomada de la Revolución Francesa, pero en México se adaptó a una
realidad más beligerante. Los milicianos compartían su carácter ciudadano con
el militar y en varias ocasiones buscaron restringirles el fuero y controlarlos
integrándolos a las milicias provinciales o subordinándolos al ejecutivo
estatal. La reducción o aumento de éstas dependió de criterios
político-estratégicos y económicos; mientras que durante la dictadura de Santa
Anna fueron suprimidas (1853-1855).16
Conrado
Hernández opina que el ejército por su parte mantuvo cierta continuidad en su
estructura organizativa, no obstante los cambios y depuraciones emprendidas en
las diferentes administraciones; así mantuvo la vigencia de la
ordenanza, el fuero, además de la función judicial en su capacidad de
conocer causas militares y civiles, dado que los cambios fueron más
cuantitativos que cualitativos.17 Todo lo anterior permitió que “convivieran militares
de tres generaciones que, a pesar de sus diferencias de edad y experiencia,
terminaron unidas de una u otra manera con alguna de las dos causas políticas
que se confrontaron entre 1855 y 1860”.18 Por su lado Josefina Zoraida Vázquez refiere que el
ejército estaba formado por todas las facciones políticas, por lo cual distó de
ser un ente monolítico, y solamente después de la independencia de Texas los
comandantes generales asumieron la gubernatura de varios departamentos y
actuaron como inspectores de Hacienda.19
Durante
el periodo de estudio podemos constatar que permanecieron los métodos de
reclutamiento forzoso para la tropa creando soldados mal alistados, con un
adiestramiento deficiente y grandes resistencias. Muchos de estos soldados
desertaban, otros aprendían a vivir yendo y viniendo de las filas castrenses, y
otros más se adaptaban llevando consigo mujeres e hijos.20También hubo quienes buscaron cumplir con la obligación del
servicio refugiándose en la milicia cívica -luego en la Guardia Nacional- con
el fin de permanecer cerca de sus poblaciones.21
Y no
fueron pocas las confrontaciones entre los milicianos y los miembros del
ejército, o entre éstos y los ayuntamientos que organizaban a los cívicos; del
mismo modo que entre las autoridades estatales y federales. Lo cierto es que la
mayoría de todos ellos, milicianos y soldados del ejército, tuvieron en algún
momento de su vida una o más deserciones y por ello quedaron registradas en las
hojas de filiación (que lograron conservarse) de estos procesos por deserción o
abandono de guardia.
Ahora
bien desde la Constitución de 1824, así como las Bases Constitucionales de 1836
y las Bases Orgánicas de 1843, se estipuló que los estados debían cooperar con
el gobierno brindando reemplazos para el ejército permanente mediante los
sorteos.22 Sin embargo, las leyes contra los vagos y mal
entretenidos fortalecieron la determinación de los ayuntamientos de
reclutar reemplazos mediante las levas23. Desde épocas tempranas los munícipes fueron acusados de
no cooperar con las autoridades siendo omisos en sus responsabilidades para
realizar los sorteos, capturar a los desertores, denunciarlos e incluso fueron
acusados de protegerlos.24
Algunas impresiones sobre el reclutamiento
Los
cronistas de la época, como Bustamante, constantemente referían la realidad
vivida entre la población acerca de los métodos de reclutamiento:
...pero
entre nosotros, repitiendo las voces de libertad y de constitución, a presencia
de los encargados de hacerla cumplir, ni se espera ni se pide ley, ni
generosidad, ni escrupulosidad, ni excepciones ni audiencia, ni otra cosa que
amanecer paisano y dormir soldado o marinero; despertar vecino de México, y
anochecer siéndolo de Veracruz o Tampico [...] amanecer sin crimen o sin
pruebas de él, y anochecer con una partida que recita las notas de ladrón, mal
entretenido u homicida!25
Por su
parte el síndico segundo del Ayuntamiento de la ciudad Juan Rodríguez de San
Miguel, exponía al presidente de la república el grave problema que la
población padecía por “la horrorosa leva, reclutamiento o toma de ciudadanos”,
pues:
...metidos
de improviso entre esbirros, son conducidos a recibir ante autoridades
políticas la sentencia de muerte disfrazada, bajo el nombre de consignación de
la marina, consignación a las armas; y todo sin mediación de un juez, sin su
menor audiencia, en un acto clandestino insolente, sin tiempo de defensa, sin
audiencia de derechos, sin admisión de excepciones, y sin justificación de
causas.26
Así en
México durante buena parte del siglo XIX los pronunciamientos, guerras civiles
e intervenciones extranjeras fueron moneda corriente y trajeron como resultado
la necesidad casi permanente de efectivos para el ejército. El sorteo y la leva
fueron dos métodos de alistamiento forzoso, pero en el primero se pretendía
reclutar a varones entre 18 y 40 o 50 años (según el caso), a partir de los
padrones realizados por los ayuntamientos entre sujetos “útiles” de la
sociedad; en cambio la leva aplicaba a todos aquellos detenidos y juzgados como
vagos, ebrios y mal entretenidos, cuya pena era compurgar años en el ejército
como reemplazos. A través del sistema de reclutamiento las autoridades buscaban
gente con un perfil deseable para cubrir las bajas por retiro (licenciamiento),
deserción o muerte.27 Sin embargo, el reclutamiento a través del sorteo
difícilmente se pudo poner en práctica y de lo que más echaron mano las
autoridades fueron de las levas.28
La
literatura de la época -prensa, diarios, memorias, reportes médicos y
militares-da constancia de que cientos de hombres eran capturados en las calles
de la ciudad para ser destinados a las fuerzas armadas. En estos escritos se
advierte el continuo abuso de autoridad combinado con formas de coerción que
dejaban de lado la idea de la persuasión a la hora del enganche.29 La prensa denunciaba cómo la leva era perjudicial para
la sociedad pues desintegraba familias y vulneraba a la clase más
miserable. El Cosmopolita, por ejemplo, señalaba:
En estos días los agentes del gobierno, han cogido de leva
a muchos artesanos de honradez, que se habían alistado para servir en clase de
defensores de la patria; lo que ha ocurrido a causa de la leva, ha aumentado el
disgusto de los mexicanos, es sensible que las autoridades desacrediten la
causa que deben defender, llevando amarrados a los que han de batirse con los
franceses; despopularizar una causa tan nacional, es materia de
responsabilidad.30
Dos
años más tarde Madame Calderón de la Barca también expresaba su sentir al
comentar la tristeza que estos hombres causaban al verlos encadenados hacia los
cuarteles junto a mujeres e hijos quienes, en total desamparo, no tenían más
remedio que seguirlos.31 De igual modo, en noviembre de 1840, Carlos María de
Bustamante declaraba:
Hoy a las once y media salió para Veracruz de Santo Domingo
una cuerda de ciento cincuenta hombres tomados de leva, y ya vestidos de
soldado, la cual se regresó al mismo convento a poco de haber salido. Fue
innumerable el concurso de gentes que se presentó a verla salir, y todos
murmuraban de esta disposición del gobierno.32
El
periódico El Siglo XIX aseguraba que para narrar los
inconvenientes del “sistema actual de reclutas” tendría que agotar toda la
tinta de su pluma porque de no ser así:
. ..sería borrosa la descripción de los
ciudadanos que hoy por desgracia se destinan a servir a las armas; amarrados,
metidos en una cárcel, paseados como facinerosos, y luego sentenciados a servir
con hambre y desnudez por toda la vida, porque en México nunca se encuentra un
soldado ajustado ni cumplido.33
Las
ideas y creencias sobre el reclutamiento forzoso y sus efectos nocivos
prevalecieron hasta bien entrado el siglo XIX.34 Para la década de 1870 el médico Agustín García
escribía que el reclutamiento era impopular porque, si se realizaba en las
ciudades recaía siempre sobre el “artesano, el trabajador, los mozos
domésticos, y los hombres que salen en busca de trabajo...”, si se verificaba
en el campo se incorporaba a la “raza indígena, [...] el pastor, el jornalero,
el arriero...” a decir del galeno, la clase menos corrompida, “pero
suficientemente ignorante para corromperse con facilidad.”35
Así pues
y a decir del coronel Manuel Balbontín -quien estaba a favor del sorteo y no de
la leva como forma de reclutamiento- pedía cierta prudencia sobre cómo y cuándo
poner dicho método en práctica. Para él únicamente se debía utilizar cuando
existieran bajas naturales, y de ninguna manera podía ser el medio de
reemplazamiento general ya que el tipo de gente que llegaba sólo degradaba a la
corporación.36
Aunque
hombres como el ministro de Guerra, José Antonio Facio, denunciaba en 1831 que
la gente tomada de leva perjudicaba al ejército pues en las compañías siempre
faltaban hombres y los que estaban eran poco profesionales37, y para 1835 el ministro José María Tornel informaba que
los hombres enviados por los gobiernos locales habían sido remitidos a las
fronteras, costas y lugares de escasa población porque eran sumamente
incompetentes para el servicio38, no obstante en sus alegatos también aparecían
inconsistencias debido a la escasez de efectivos. Tornel reprobó la manera de
enganchar gente por parte de las autoridades locales y defendió el sorteo, pero
terminó proponiendo:
...establézcase que a los pueblos que antes del sorteo
presentaren desertores les serán rebajados de su cupo; y que verificado el
sorteo, todo reemplazo que antes de la 2a revista entregare algún desertor será
inmediatamente licenciado.39
Independientemente
de que se estuviera o no a favor del reclutamiento forzoso lo cierto es que
esta clase de métodos coercitivos se pusieron en práctica obligando a los
miembros de la sociedad a que participaran ya fuera a través de la delación o
captura de desertores, por tal motivo se observa que todo decreto emitido por
el delito de deserción iba acompañado de una sección en la que se hablaba del
castigo que recibirían aquéllos que encubrían desertores, lo cual sugiere que,
a pesar de las sanciones, estos hombres contaron con el apoyo de familiares,
amigos o vecinos para evitar ser reintegrados.40
Angélica
Cacho ha puesto de manifiesto la situación vivida por los desertores quienes
podían permanecer impunes durante años, pero la permanencia de los expedientes
mantenía “la sombra de la persecución y el castigo”; pues aunque las contiendas
armadas y los cambios de administración trastocaban la aplicación de la ley,
nunca paralizaron completamente el funcionamiento de las diversos órganos de
justicia.41
Por lo
tanto, así como la autoridad desplegó sus propias estrategias para hacerse de
efectivos, a su vez la gente recurrió a varios mecanismos para evadir el sorteo
y el servicio militar, y que iban desde tácticas calculadas o premeditadas,
hasta aquéllas que eran improvisadas producto de la desesperación del
involucrado, y que a continuación comentaremos.
Sorteados y levantados: entre la exención
y el indulto
Una de
las primeras medidas que los hombres pusieron en práctica cuando se llegó a
implementar un sorteo era demostrar que estaban exentos de él dado que eran
servidores públicos. En el marco del sorteo de 1839 -realizado hasta 1842- la
ley señalaba que todos los religiosos, catedráticos, abogados con bufete,
médicos y cirujanos, jueces, escribanos, jefes de policía rural y “todos los
empleados nombrados por juntas electorales, los dependientes del gobierno
general y de los departamentos que tengan título, despacho o algún documento
legal de su empleo” estarían exonerados del servicio militar.42
Las
listas con los nombres de los sorteados se ponían en lugares públicos por ocho
días.43 A partir de ese momento tenían 15 días para demostrar
sus excepciones legales para ser liberados de la carga, pues el artículo 21 de
la ley indicaba que todo vecino tenía derecho a reclamar las omisiones que
notara en las listas.44 De modo que hombres como Don Francisco Cervantes, quien
laboraba en la secretaría del Ayuntamiento, no dudaron en llegar a primera hora
para ser indultados.45 El 16 de abril de 1842 el Prefecto, el secretario y
demás personas que presidían la sesión para llevar a cabo un sorteo
extraordinario dieron cuenta de que:
muchos individuos en número de más de doscientos hasta esta
hora se han presentado, solicitando se les exceptúe por las causas que alegan,
las cuales unos justifican, otros protestan justificar, y otros simplemente
alegan, según se ha podido colegir de la lectura de algunas solicitudes, no
siendo posible dar cuenta circunstanciadamente con ellas, porque desde las 9 de
esta mañana y al momento de instalada la junta, se han estado recibiendo y se
están asentando los nombres de los interesados en la respectiva lista.46
Aunque
se desconoce cuántos hombres dedicados al servicio público fueron eximidos y
cuántos no, lo que es cierto es que varios de ellos hicieron uso tanto de
documentos legales como epístolas de jefes o conocidos que contaban con un
capital social y político que los acreditaba como funcionarios.47 Sin embargo, pocos fueron los que contaban con un
empleo en la administración pública que los proveyera de relaciones y vínculos
con la autoridad local facilitándoles ser dispensados del reclutamiento.
Estas
son sólo algunas de las formas de las que los sorteados se valieron, pero
debemos recordar que buena parte de ellos fueron reclutados por la fuerza.
Evidentemente quienes implementaban la leva levantaban a cualquier parroquiano
sin importar si cumplían o no con los requisitos mínimos. De suerte que al
haber sido capturados los afectados escribían a las autoridades para solicitar
su auxilio pues al no tener edad para el servicio48, ser el único sostén de su familia49, o estar físicamente impedidos50, se estaba cometiendo un agravio a su persona dado que la
ley los exceptuaba.
Las
peticiones, además de haber sido escritas por los afectados, también fueron
elaboradas por los propios familiares lo que posiblemente se utilizó para
apelar a la sensibilidad de las autoridades. En ese sentido, cabe destacar que
la gran mayoría de las epístolas fueron hechas por mujeres -esposas y madres
principalmente- mientras que el resto las rubricaron padres (viejos) o abuelos,
es decir, a partir de su condición vulnerable (como mujeres y ancianos) su
narrativa solía dar la sensación de inestabilidad e infortunio en caso de que
ellos y la familia no pudieran contar con el sostén principal.51
Si las
autoridades hacían oídos sordos a las solicitudes hechas, entonces los
afectados buscaban otras salidas posiblemente más arriesgadas o violentas pero
que bien valía la pena explorar. Una alternativa era que, previo a ser
reclutado, se recurriera a los galenos para certificar que estaban
inhabilitados para el servicio militar. La Revista Médica puntualizaba
que la gente tenía conocimiento de que los epilépticos no eran aptos para la
carrera de las armas debido a los ataques que presentaban, por lo que prevenía
a los médicos a distinguir bien entre quienes la padecían y la simulaban:
Apenas
habrá enfermedad que importe tanto conocer en todos sus detalles al médico
jurista como la epilepsia, lo cual proviene de ser varias y muy intrincadas las
cuestiones administrativas y judiciales a que puede dar lugar esta enfermedad,
ya porque la simule alguno para escapar al sorteo militar u obtener una
licencia absoluta en el servicio de las armas, ya porque pretexten en su
defensa los mayores criminales...52
Ahora
bien, esto podía funcionar para aquéllos que habían sido notificados y que
tenían tiempo para orquestar un plan y evadir el sorteo. Pero para quienes
estaban incorporados al servicio existía otra alternativa: infligirse un daño
físico y quedar inhabilitado. Aunque no abunda mucha información al respecto,
la existente permite inferir que varios lo intentaron. Y es que una vez
adentro, las continuas reprimendas por el más mínimo desacato podían ser tan
violentas53 que es factible pensar que sentimientos de miedo o
ansiedad se apoderaran de reclutas54 y soldados, llevándolos a consumar toda clase de
imprudencias como la mutilación de algún miembro, práctica bastante socorrida.
Tal como ocurrió con Diego de San Juan quien, después de fugarse y seguramente
en el entendido de que mandarían una comisión para aprehenderlo, decidió
cortarse con un machete cuatro dedos de la mano derecha, de lo cual falleció 20
días después.55
Al
parecer someterse a esta clase de medidas radicales era algo acostumbrado, pues
la Novísima Recopilación contenía una orden del 9 de febrero
de 1796 en la que se mandaba a castigar a todos aquéllos que para “libertarse
del servicio se inutilizan maliciosamente.”56 Para la segunda mitad del siglo XIX estas formas de
rehuir el servicio seguían siendo conocidas. El médico Ezequiel Torres refería
que una de las prácticas comunes entre los soldados era apoyar la culata del
rifle en el suelo y poner la palma de la mano en la boca y darse un tiro.57 No obstante, esto no los eximió por completo pues
varios fueron enviados al Batallón de Inválidos en donde además de encontrarse
soldados retirados, se hallaban también mancos, cojos, tuertos y demás
“inútiles”.
Una vez adentro... momentos, espacios y
simulaciones
Además
de haber hombres que desplegaron una serie de estratagemas para impedir su
incorporación al ejército, hubo otros que no pudieron eludirlo y terminaron con
un arma en la mano, lo que no significó que aceptaran del todo su situación
pues, una vez que pasaron de recluta a soldado, hicieron lo posible por escapar
pero sin tomar medidas tan drásticas (como la mutilación), sino calculando los
momentos y los lugares oportunos para hacerlo.
De
acuerdo con la información que aparece en las 111 hojas de filiación tenemos
que sólo el 10% fueron voluntarios y el 63% habían sido enviados desde
diferentes instancias gubernamentales (comandancias generales, Estado Mayor,
gobernadores, prefectos políticos, ayuntamientos).58 Al hacer un aproximado del tiempo que estuvieron en
el servicio -desde el día que ingresaron a la compañía hasta el que escaparon-
se puede observar que quienes intentaban marcharse inmediatamente eran los
menos (Cuadro
1).
Cuadro 1 Periodo aproximado en cometer la
defección.
Tiempo contabilizado en días, meses, años
que |
Porcentaje de deserción |
1-29
días |
5% |
1-3
meses |
22% |
4-6
meses |
29% |
7-9
meses |
14% |
10-12
meses |
6% |
13-18
meses |
2% |
19-24
meses |
1% |
Entre
2 y 3 años |
7% |
Sin
dato |
14% |
100% |
Elaboración
propia con los datos de las 111 filiaciones de miembros de las fuerzas armadas,
que fueron procesados en la ciudad de México por haberse fugado entre 1824 y
1858 en dicha entidad.*
*Las tablas fueron elaboradas con información de las 111
filiaciones de miembros de las fuerzas armadas, procesados en la ciudad de
México (de contingentes de la ciudad y aquellos acantonados ahí en el momento
de la comisión del delito).
A
partir de la fecha de entrada de los reclutas podemos observar que únicamente
el 5% escapó del cuartel en menos de un mes, en cambio entre los meses que van
del primero al noveno tenemos que el porcentaje de prófugos se elevó hasta un
65%. De acuerdo con las cifras, el tiempo aproximado que estaban los soldados
en el ejército antes de desertar era máximo de un año, de tal modo que del
décimo mes en adelante el porcentaje de fugas desciende.
Lo
anterior tenía una explicación posible. Huir cuando se tenía tan sólo unas
horas o escasos días de ser enganchado suponía un fracaso casi seguro puesto
que no conocían el lugar al que habían sido destinados ni la gente y podían ser
apresado fácilmente, arriesgando incluso su integridad física. Lo mejor era
conocer la dinámica cotidiana del cuartel, de tal suerte que decidían
permanecer en el lugar y mantener una conducta deferente, mostrar obediencia,
ganar la confianza de sus superiores y, tiempo después, escapar con mayor
facilidad. Estas fugas se hacían justo cuando soldados, cabos, incluso
sargentos, estaban montando guardia o al frente de ella en garitas,
establecimientos públicos y oficiales, etc.
Es
decir, durante el tiempo que los conscriptos estuvieron en servicio
identificaron cuáles eran las horas de entrada y salida del personal, así como
los instantes de calma y bullicio (cuadro
2), sabían cuáles eran las zonas más o
menos vigiladas, etc. (cuadro
3), todo lo cual les brindaba oportunidad
para llevar a cabo la defección sin que fueran aprehendidos o, al menos, no en
el instante. Tal como lo refiere el caso de Policarpo Herrera que durante los
seis meses en el servicio dio muestras de buena conducta, pero se marchó en
cuanto lo pusieron de guardia en la esquina de la calle de Moneda,59 o el del soldado José Barajas quien escapó cuando fue
a comprar papel.60 Otro más fue el de Antonio Quirino a quien se le
comisionó para ir por un tlaco de cigarros a la tienda, y en el acto “se
largó”.61
Cuadro
2 Momento
del día en que se cometió la fuga
Momentos del día |
Porcentaje de fugas |
Mañana |
7% |
Tarde |
28% |
Noche |
42% |
No se
sabe |
23% |
Elaboración
propia **
**Se utilizaron los 123 procesos por fugas de los miembros de
las fuerzas armadas (citadinos y foráneos que acantonaban en la ciudad al
momento de cometer el delito). El estudio original de donde se sacaron las
bases de datos enfatizaba el análisis en la tropa: cabos y soldados, por lo
cual la mayor parte de los procesos les corresponden a ellos. Todos los casos
fueron juzgados en la ciudad de México, de los 123 procesos 92 fueron por
abandono de guardia y 31 por deserción; así también los mismos dan cuenta que
106 eran soldados, 11 cabos, tres sargentos, un alférez, un subteniente y un
capitán; 89 de ellos eran miembros del ejército permanente, 17 del activo, 11
inválidos y seis fueron registrados como “reemplazo”. Como mencionamos arriba,
los procesos corresponden a los años comprendidos entre 1824 y 1858.
Cuadro
3 Lugar
donde se cometió la fuga
Zona |
Porcentaje |
Adentro
del cuartel |
11% |
En
servicio fuera del cuartel*** |
54% |
Afuera
del cuartel |
7% |
Establecimiento
comercial |
4% |
Sin
dato |
24% |
Elaboración
propia con base en 123 procesos por fuga.
*** Se
refiere a los lugares donde estuvieron de guardia como los garitas, hospitales,
oficinas de gobierno, etc.
Los
meses recluidos en el cuartel, además de permitirles conocer la vida militar
les sirvieron también para hacer y estrechar vínculos con gente que estaba en
igual o peor condición que la suya. Estas relaciones se consolidaron aún más
tanto por compartir el infortunio de haber sido enviados por la fuerza como
tener ciertas afinidades en común, a saber, el oficio, el origen social o
territorial, etc., configurándose así relaciones solidarias (quizás efímeras)
entre aquellos que hallaban los espacios adecuados para conversar acerca de los
maltratos, renegar contra sus superiores, incluso, planear fugas en grupo. El 9
de noviembre de 1844, cuatro soldados, tres de ellos originarios de Guadalajara
y uno de Zacatecas, fueron destinados para servir por seis años. Después de un
par de meses, el oriundo de Zacatecas fue ascendido a cabo, una vez empleado y
al mando de sus compañeros, todos emprendieron la huida.62
De
este proceso conviene resaltar que los soldados sólo tenían cuatro meses en el
servicio, y sólo el cabo habilitado, José María Ayala era quien llevaba un año
y cinco meses en el ejército.63 Asimismo todos se conocieron en el cuerpo de
reemplazos y, por lo que consta en las filiaciones, dos de los jaliscienses con
oficio de sastre y de labrador fueron enviados de su entidad el mismo día e
incorporados a este cuerpo el 9 de agosto de 1844. De lo que se puede inferir
que si no se conocían de tiempo atrás, lo hicieron durante el traslado de la
cuerda a la ciudad de México.64
Cosechando la confianza y aprovechando la
necesidad
Como
hemos podido dar cuenta, varios soldados disimularon o desplegaron conductas
deferentes frente a la autoridad, mismas que sirvieron como mecanismos para
-más allá de la relación de carácter formal que tenía un soldado y su superior-
establecer relaciones “informales” dando paso a que los jefes otorgaran un voto
de confianza a sus subordinados, pues sólo así, éstos últimos podrían llevar a
cabo la defección. Ahora bien, aunque un superior sin necesidad de vínculo
personal y sólo por el hecho de ser jefe podía asignar determinadas tareas al
soldado, lo cierto es que algunas de éstas eran ajenas a las obligaciones de su
oficio, por ejemplo, ir a comprar tabaco o comida.
Las
situaciones exhibidas tanto en la prensa como en los sumarios apuntalan los
argumentos acerca de los vínculos informales que soldados y jefes inmediatos
establecían. Una muestra de lo anterior lo ofrece El Siglo XIX:
Antenoche como a las once y media en uno de los portales
había una acalorada discusión entre varios soldados borrachos. Uno de ellos
decía que era cabo y en el uso de su autoridad había quitado a otro la camisa,
y cuatro pesos. Algunos de los soldados sostenían que esto era abusar de la
superior graduación; pero el cabo, recomendando la subordinación y la
disciplina, insistía en conservar la camisa y los cuatro pesos, diciendo que lo
acusaran ante autoridad competente. En esto llegó un caballero a quien todos
llamaron mi jefe, quien probablemente arreglaría la cuestión.65
Pero
si mantener conductas deferentes o buscar la “amistad informal” de los
superiores no garantizaba una posible fuga, había otro recurso que podía
utilizarse: esperar pacientemente el voto de confianza para ser enviado a la
calle en alguna comisión o incluso conseguir un ascenso temporal como “cabo
habilitado”. Éste era el jefe inmediato del soldado. De acuerdo con la
ordenanza militar los soldados podían ascender a cabos siempre y cuando
cumplieran con ciertos requisitos: leer, escribir y conocer tanto las
obligaciones de cada uno de los grados militares como los castigos a los que se
hacían acreedores en caso de desobediencia.66 Aunque la legislación no precisa el tiempo que debía
pasar para ser promocionado, se deduce que para familiarizarse con la dinámica
y la logística de la institución se tenía que permanecer en el ejército, por lo
menos, un par de meses. Sin embargo, habría que decir que este grado, las más
de las veces, no se dio por el mérito del soldado sino por una “urgente
necesidad” de efectivos, lo cual tenía como telón de fondo el problema de las
defecciones.
Por
los sumarios se observa que quienes ascendieron rápidamente fueron nombrados
“cabos habilitados”, cargo “temporal” que no aparecía en la ordenanza militar y
que, al parecer, fue implementado de manera informal por las autoridades como
un paliativo dada la escasez de hombres que pudieran fungir como jefes
inmediatos, ello sin importar que en el servicio llevaran días o un mes.
Situación que bien pudo ser concebida por los soldados como una oportunidad
para “largarse”.
Los
ministros de Guerra, José Antonio Facio (1831) y José Joaquín Herrera (1834)
indicaron que, dado el número creciente de deserciones, la mayoría de los
cuerpos armados estaban incompletos. Herrera explicaba que el ejército estaba
en un periodo de plena desmoralización e indisciplina debido a los trastornos
políticos y sociales ocurridos en ese año, asegurando que de los batallones del
interior que estaban en armas -entre ellos el primero y el segundo de México-
“no puede formarse un solo cuerpo por la falta de gente que lo reemplace.”67 Coyunturas como éstas fueron recurrentes y por ese
motivo llegaron a poner gente con poca experiencia en puestos “clave”,
favoreciendo una situación que reclutas y soldados supieron capitalizar cuando
se les ponía como cabos habilitados.68
Ejemplo
de lo anterior es el proceso hecho contra el cabo Gumersindo Salas quien escapó
del presidio de Santiago Tlatelolco el 5 de diciembre de 1854, junto con otros
soldados que estaban de guardia bajo sus órdenes. En su hoja de filiación se
indica que Salas ingresó en julio de ese mismo año, ascendió a cabo en
noviembre y desertó en diciembre, es decir, llevaba cinco meses en el ejército
y únicamente un mes como jefe inmediato de los soldados cuando huyó.69 Otro sumario que iba en el mismo tenor era el de los
cabos Desiderio Hernández e Isabel Espinoza quienes entraron el 1o de julio de
1855, se les ascendió 15 días después y al cabo de un mes abandonaron la
guardia del Hospital de San Pablo.70
En
otra causa instruida contra Jesús Bernal y Pascual Pedro, el cabo Agustín López
declaró que el sargento le había ordenado poner al soldado Bernal al frente de
dos mancuernas de presos porque era “soldado de los viejos y por consiguiente
de confianza...”71En efecto, el soldado llevaba año y dos meses en el
ejército razón por la cual se le consideró “soldado viejo”, pero al mirar la
filiación se revelan más cosas que el fiscal no tomó en cuenta. Bernal había
entrado al servicio el 23 de marzo de 1843 y para el 15 de agosto había
desertado. No obstante, se le aprehendió 20 días después; a pesar de su delito
se le volvió a poner en activo y, nuevamente, desertó. Esto obliga a pensar si
en verdad el sargento le tenía plena confianza, o desconocía la defección
anterior del indiciado, o simplemente dedujo que conocía las funciones de cabo
dado que él, a diferencia del resto de sus compañeros, era quien tenía más
tiempo en el ejército. Otro botón de muestra de que las compañías nunca estaban
completas lo encontramos en este mismo expediente. Cuando el fiscal le preguntó
al cabo sobre los nombres de “las mancuernas fugadas” y el de los soldados que
se hallaban en servicio junto con el habilitado Bernal, mencionó
que sólo recordaba el de los soldados: María Sordia, José Serapio, Santiago
Vázquez y Desiderio Guerrilla, y de los cuatro los dos últimos se hallaban
“desertados”.
Si
volvemos al cuadro
1 y tomamos en cuenta que cuando más
se consumaba la defección era entre el primero y el noveno mes (65%), es lógico
pensar que la institución tuviera una dificultad para formar soldados
profesionales con conocimiento suficiente de la vida militar para ser
promocionados, toda vez que el periodo de formación y aprendizaje era justo en
el que escapaban. Al revisar los juicios hechos contra los cabos se observa que
su ascenso se dio con tan sólo poco tiempo de estar en servicio, y no sólo eso
sino que además varios no cumplían con algunos de los requisitos establecidos
en la legislación (no sabían firmar y es probable que tampoco supieran
escribir). Durante un proceso hecho contra unos soldados por abandono de
guardia, y al preguntársele al cabo Telésforo González que si el parte militar
que se leía era suyo, dijo que era el mismo que había entregado en la plaza
pero que “se lo puso el tendero de la esquina por no saber escribir”.72
De los
123 procesos revisados tenemos que 11 fueron hechos contra cabos de los cuales
siete no sabían firmar.73 De ellos, cinco se fugaron cuando tenían entre uno y
tres meses, dos a los cuatro y seis meses, tres lo hicieron después del año y
sólo de uno se desconoce cuándo se marchó. Respecto de aquéllos que escaparon
después del año y que, claro está, eran los que llevaban más tiempo en el
ejército no se tienen las filiaciones de los cuerpos en los que habían estado
anteriormente y sólo brindan información de la última compañía en la que
estaban cuando cometieron el delito. En cambio existen otras hojas de servicio
(las menos) que sí hacen un resumen o recuento del desempeño profesional del
soldado. Así por ejemplo, en una hoja de filiación incluida en la averiguación
contra un cabo por defección, se observa que no era la primera vez que se
marchaba, ya que había desertado dos veces más. De igual forma, se debe
advertir que existen juicios que se abrieron contra soldados que abandonaron la
guardia o desertaron en calidad de “cabos habilitados”, pero como fueron
consignados como soldados da la impresión de que los cabos desertaban menos, lo
cual es cuestionable.
Así
pues, la necesidad continua de hombres hizo que las autoridades militares
pasaran por alto lo estipulado en la legislación.74 Para quienes estaban a disgusto en el servicio o
habían sido enviados por la fuerza esta “excepción” a la regla o “debilidad
institucional” les brindó las argucias legales para disminuir la pena o evitar
el castigo. En el juicio contra José María Ayala, comentado anteriormente,
conviene detenerse en algunos datos reveladores que el sumario desvela. El
soldado fue enviado por el gobernador de su estado, suponemos que como forzado
dado que en las hojas de filiación aparecía si eran voluntarios. Entró al
cuerpo de reemplazos el 14 de julio, ascendió como cabo el 19 de agosto, y
desertó tres meses y medio más tarde. Pero el asunto no quedó ahí, el 14 de
enero de 1844 se “presentó” en Querétaro volviéndosele a ascender el 1o de
octubre de ese mismo año; Ayala escapó de nueva cuenta el 5 de noviembre.75 Juicios como este dan cuenta de que aunque las
autoridades tenían conocimiento de que los indiciados habían cometido otros
delitos militares, éstos no fueron tomados en cuenta o se decidió pasarlos por
alto, en buena medida por la falta de recursos humanos; bien valdría la pena
preguntarnos qué tan frecuente fue esta situación.
Dadas
las circunstancias y al no aplicar la norma a pie juntillas las autoridades
abrieron la posibilidad de que los indiciados, frente a un proceso en su
contra, articularan un discurso en el que anteponían la ingenuidad e ignorancia
de su persona, echando mano de la ordenanza militar y poniéndola a su favor.76 Sirva de muestra el juicio de Vicente Aguilar que, en
julio de 1844, fue designado cabo habilitado para cuidar de los centinelas que
resguardaban el cuartel, pero después de la oración de la noche, intentó
escapar. En el expediente aparecen cuatro declaraciones y todas refieren que
Aguilar, en los cuatro meses que llevaba en el cuerpo de reemplazos tenía buena
conducta, ya que nunca había faltado ni extraviado prenda alguna. No obstante,
su abogado defensor, Justo Montenegro, teniente de la 2a compañía de infantería
del mismo cuerpo, evidenciaba la realidad que prevalecía en el ejército:
Acreditado más a favor de mi ahijado que prueba su honradez
y dedicación en el servicio de las armas que en el limitado discurrir que
cuenta de soldado fue nombrado. Aunque contra el orden para desempeñar las
funciones de cabo sin tener presente todas las circunstancias que se requieren
para estos casos, a falta de cabos de plaza para elegir al soldado de más
aptitud, conocimientos y circunspección de lo que carece mi defendido así por
la poca practica en las funciones de este delicado empleo, como por ser su
configuración de un joven que su misma edad [18 años] no requiere todavía la
representación de un inmediato jefe de los soldados, y para mejor decir de la
instrucción tan interesante para el gobierno de la tropa.77
Otro
sumario que va en el mismo sentido que el anterior es el de Alvino de la Cruz,
soldado de caballería del regimiento permanente, quien se fugó con sólo llevar
un mes en el ejército. En su declaración el ayudante del regimiento Don
Fernando Nieva dio cuenta de lo pragmáticas que podían ser las autoridades dada
la escasez de efectivos, pero retratando también la condición que se vivía en
los cuarteles sin jefes inmediatos, con patrullas improvisadas por reclutas y
no soldados, quienes la mayoría de las veces habían sido enviados por la fuerza
y, además, sufrían el abuso de sus jefes:
...Que en su guardia no había sargento y nada más el cabo
que lleva citado a causa de que el regimiento se hallaba fuera de la capital y
en ella sólo había quedado un piquete del que la mayor parte eran reclutas...
Que no sabe si en su compañía le leyeron las leyes penales que respecto del
prest y vestuario le ha recibido lo mismo que a los demás... que la revista de
comisario la pasó el mes de mayo por papeleta y no los meses anteriores por ser
recluta, cuya causa no se le nombraba ningún servicio y que sólo la necesidad
de no haber fuerza que pudiera nombrarse de guardia para cuidar el cuartel hizo
que se nombrara servicio al soldado Cruz no obstante no tener el tiempo ni la
instrucción necesaria para aquello; que cree que el motivo por lo que desertó
fue el que habiendo sido destinado por la autoridad civil para servir en su
cuerpo, y como era recluta, según manifestado no se dejaba salir a la calle y
por esto cree el que declara abandono la guardia...78
De
igual modo, el fiscal argumentó que como Alvino fue enviado por la autoridad
política de Tulancingo y con sólo un mes y siete días en la compañía, “periodo
tan corto [...] no es suficiente para que haya podido imponerse de sus
obligaciones, ni menos de la leyes penales a que estaba sujeto”, por lo que el
caso se suspendió hasta que se presentara o fuera aprehendido, y se le
sancionara por el delito de deserción simple.79
Otro
juicio parecido fue el del soldado Felipe Amilpa acusado de abandono de guardia
junto con un cabo. Su abogado expuso que el recluta llevaba 40 días en
servicio, no había prestado juramento de fidelidad a su bandera, en
consecuencia, preguntaba:
¿[Serán] suficientes cuarenta días para inculcar a un
hombre vulgar las afecciones por la carrera todos los deberes de un soldado? Es
innegable que hombres de un entorpecimiento moral, hijo de una descuidada
educación para comprender lo que se les lee necesitan el tiempo y la frecuente
vista de ejemplares castigos, pues desgraciadamente el temor y no la persuasión
es quien obra en gentes cuyas primordiales ideas fueron marcadas con un sello
de ignorancia...”80
Razón
por la que solicitaba que el delito se considerara como deserción simple y no
como abandono de guardia, ya que acusarlo de deserción implicaba enviarlo a las
compañías de disciplina, en cambio la sanción por abandono dependería de las
circunstancias del caso y posiblemente el abogado pretendía una pena ejemplar.
Sin embargo, se solicitaron nuevas diligencias porque no quedaba claro si él y
el cabo abandonaron la guardia o desertaron y tampoco si se les había leído o
no las leyes penales. Finalmente el juicio se suspendió.
Una
vez consumada la guerra de independencia la sociedad del México independiente
estuvo lejos de vivir en paz. Además de ser testigos de crisis políticas y
económicas los pobladores se vieron envueltos en conflictos armados a través de
la conscripción que, la mayoría de las veces, era de manera forzada. Esta clase
de reclutamientos básicamente se llevaron a cabo por la continua necesidad del
ejército para llenar sus filas y tener efectivos con que responder frente a las
amenazas del exterior, así como a las rebeliones civiles o militares que se
presentaban en diversas partes del territorio.
A
pesar de que la ordenanza militar indicaba a los soldados el apego a los
principios de “sumisión absoluta y obediencia pasiva”81, todo indica que lo que más prevaleció fue la renuencia de
la población masculina a servir en el ejército. La aproximación a las prácticas
regulares e irregulares (sorteo y leva) para el reclutamiento nos ha permitido
dar cuenta de que la gente, una vez incorporada no se quedaba de manos cruzadas
ante el futuro que le esperaba, por el contrario, lo que observamos es el
despliegue de varias formas de resistencia.
Un
primer recurso que se puso en práctica fueron las esquelas a través de las
cuales se explicaba los motivos -justos y legales- para ser exentos del
servicio, incluso, denunciando las injusticias que cometían algunas
autoridades. Las cartas o epístolas para la exoneración fueron utilizadas no sólo
como un recurso estratégico por parte de los afectados sino también por sus
familiares quienes exponían que sus hijos, hermanos, nietos o esposos eran los
que los mantenían y sin ellos caerían en el abandono y la miseria.
Otro
recurso menos visto en las fuentes pero que también se utilizó, fue la
simulación de una enfermedad o la mutilación de algún miembro; lo que nos habla
de la posibilidad más que real de que algunos hombres no estaban dispuestos a
soportar una vida en la que padecían hambre, malos tratos y, por si fuera poco,
sueldos precarios.
A
través de la deferencia y el disimulo algunos hombres se ganaron la confianza
de sus superiores esperando el momento de alguna comisión para salir, u obtener
un ascenso temporal por el cual pasaban de soldado a cabo (habilitación); de
esa forma y sin tanta vigilancia a cuestas, después de un tiempo lograron
escapar. Ambas, consideramos, son otras dos tácticas que revelan la
inconformidad de servir en la carrera de las armas.
Hemos
dado cuenta de algunas formas cómo estos hombres lograron resistir su
incorporación y estadía en el ejército; desvelar estos mecanismos permite
comprender mejor tanto el impacto de dichas prácticas en la dinámica
institucional, así como el proceso histórico de las fuerzas armadas desde la
óptica de lo social.
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NOTAS
1 Universidad Autónoma de Querétaro,
Querétaro, México. Correo electrónico: ceac45@hotmail.com
1 Una primera versión de este artículo
fue discutida en junio del 2017 en el Seminario de Historia
Sociocultural de la Transgresión dirigido por Elisa Speckman y Martha
Santillán. Agradezco a todos los integrantes del seminario sus críticas y
comentarios; en la medida de lo posible traté de incluir sus sugerencias.
2 La bibliografía sobre el particular
es amplia, destaco sólo algunos Kahle (1997); Vázquez (2005); Vázquez (1984); Ortiz (2005), de este mismo autor véanse también (1988), (1991), (1999), (2007).
También Chust y Marchena (2007).
3 Serrano (1993) y (2001), Ortiz (2007) y (1988), Hernández Chávez (2007), Hernández López (2001) y (2006).
4 Serrano (1993) y (1996).
5 Vanesa Teitelbaum ha explicado que
la falta de oportunidades laborales ocasionada por la contracción económica de
las primeras décadas del siglo XIX provocó que gente subempleada o desempleada
fuera catalogada como vaga y enviada al servicio como forma de castigo y
control social. Teitelbaum (2008) y (2001).
6 Cacho (2013).
7 Sobre la composición social del
ejército a mediados del siglo XIX véase Pérez (2008).
8 Un primer acercamiento a este tipo
de transgresiones aparece en Ceja (2018).
9 Tal y como advierte Peter Burke,
poner el énfasis en la desviación de la norma nos acerca a las “tensiones
sociales presentes todo el tiempo pero que sólo en ocasiones se hacen
visibles”, Burke (1997, pp.55-56).
11 Ortiz (2005), Cacho (2013).
13 Serrano, (2001), Ortiz (2007), Hernández Chávez, (2007).
14 Vázquez (2005).
15 Hernández López (2009, pp.39-40).
Manuel Chust Calero es quien ha escrito sobre la variedad y diferencia de las
milicias (nacional, cívica, guardia nacional). Chust (2005). También véase Ortiz (2007).
16 Hernández López, (2008, pp.5-6).
Manuel Chust señala que las primeras milicias cívicas del México independiente
convocaron a los ciudadanos que poseían cierto nivel de renta o propiedad, pero
ante la renuencia y falta de cooperación de éstos, en el reglamento de 1827 se
incluyó a todos los mexicanos favoreciendo el reclutamiento de artesanos,
empleados y trabajadores. Como la resistencia prevalecía, las autoridades
locales llegaron a valerse del reclutamiento forzoso como el ejército. Chust (2005, pp.182-183).
17 Hernández López, (2007, pp.38-39).
18 Hernández López (2007, pp.38-39).
19 Así también sostiene que el ejército
favoreció la inestabilidad mediante los pronunciamientos, pero muchos
estuvieron auspiciados por civiles (comerciantes usureros, extranjeros,
cosecheros de tabaco y algodón o cónsules comerciantes extranjeros). Vázquez (2005, pp.220-221).
20 Ceja (2103) y (2015).
21 Chust sostiene que los cívicos
usaron el alistamiento para sustraerse de las levas y los sorteos de la milicia
provincial o activa; sin embargo y a pesar de las constancias emitidas por los
ayuntamientos (de pertenecer a la milicia cívica) y la exigencia de fuero para
quedar excluidos del ejército, fueron levantados por la leva. Finalmente se
facultó su inclusión en los sorteos de las milicias provinciales por el decreto
del 6 de octubre de 1824. Chust (2005, pp.183-184).
22 Artículo 50, fracc. XVIII (1824);
Tercera Ley Constitucional, art. 44, fracc. V (1836); art. 66, fracc. V
(1843); apud Serrano, (1993, p.15). El decreto de 1839 y la ley de 1844 se comprendían a los
varones entre 18 y 40 años con oficio conocido. Cabe señalar que
la Constitución de 1836 prohibió las milicias cívicas.
23 Particularmente importante fue la
formación del Tribunal de vagos de la ciudad de México en 1828 y su
reformulación en 1845. Véase Aillón (2001).
24 Cacho (2013, pp.39-44), Chust (2005, pp.182-183).
25 “Domingo 8 de noviembre de
1840”, Bustamante, (2003).
26 “Representación dirigida al Excmo.
Sr. Presidente de la República”, en El Cosmopolita, 26 de septiembre de 1838.
27 “Ley de 4 de noviembre de 1848 sobre
el arreglo del ejército y disposiciones reglamentarias que dictó el Gobierno
para su cumplimiento”, Apéndice al tomo primero de la recopilación
de leyes, decretos, circulares, reglamentos y disposiciones expedidos por la
Secretaria de Guerra y Marina,
p. 163.
28 Para evitar el ingreso de
criminales, vagos y gente con alguna discapacidad, el Ministerio de Guerra
recomendó que el alistamiento fuera por sorteo pues sólo se enrolarían aquellos
interesados. Memoria (1835, pp.13-16). Para 1839, se emitió el sorteo general para reemplazar
las bajas del ejército”, Dublán y Lozano, (1876, t. 3, pp.582-589). Esta clase de enganche corría a cargo de
una comisión militar que a su vez requería del apoyo de las autoridades
locales, pues era necesario levantar un padrón en el que se registraban los
datos personales y laborales de los futuros conscriptos.
29 La bandera de recluta estaba
conformada por oficiales y algunos soldados, éstos últimos tenían como misión
persuadir a los hombres del pueblo o comunidad sobre los beneficios que
adquirían, “la mejora que ha tenido el sueldo, y todo cuanto sea conveniente a
inclinarlos, sin violencia ni dolo, a que voluntariamente adopten la carrera
militar.”, en “Reglamento de la ley de 4 de noviembre de 1848”, en Apéndice al tomo primero (s/f: 166)
30 El Cosmopolita, 22 de diciembre de 1838.
32 “Domingo 8 de noviembre de
1840”, Bustamante, Diario histórico.
33 “Remitidos. El ejército”, en El Siglo XIX, 13 de septiembre de 1844. En algunos repositorios como el Archivo Histórico de la Ciudad de México, el Archivo General de la Nación así como en el Archivo Histórico de la Suprema Corte de Justicia de la Nación encontramos varias cartas de
familiares solicitando indulto y denunciando las arbitrariedades en contra de
sus familiares. Véase la carta de Ana G. Pérez, abuela del soldado desertor
Martín Ortiz quien murió a causa de los golpes que le dio la comisión encargada
de aprehender desertores. “Averiguación contra el cabo del Batallón de
Nacionales de la Libertad, Teófilo Ponce, acusado de haber herido gravemente a
Martín Ortiz la mañana del 19 de febrero de 1847”, en Archivo General de la Nación (en adelante AGN), ramo: Archivo de Guerra, vol. 34, exp. 277 .
34 Las denuncias en la prensa
continuaron por varios años. Véanse, por citar algunos casos, los siguientes:
el Diario de Avisos exponía que “una comisión de leva, no contenta con hacer
teatro de sus proezas, condenadas por la ley, las calles de este capital, sale
fuera de garitas en los caminos recluta a trabajadores y demás individuos con
quienes por desgracia se tropieza. En Diario de Avisos, 11 de junio de 1857. La Sociedad revelaba que a las cinco y media de la mañana
en la iglesia del convento del Carmen que estaba llena, entraron dos individuos
de la comisión de leva o desertores, “armados de punta en blanco” para
aprehender a un hombre quien se metió a la sacristía, pero la gente les impidió
el paso lo que facilitó su evasión. En “Escándalo en la iglesia del
Carmen”, La Sociedad, 9 de mayo de 1858.
35 García (1874). Sobre la percepción de otro médico acerca del reclutamiento
forzoso como un medio de coacción que se ensañaba con los sectores más pobres
de la población, véase Martínez (1887).
36 Balbontín, (1867, pp.15-17).
37 Facio señalaba que la culpa era de
los estados pues no contribuían con el número de hombres que se les solicitaba
y comúnmente destinaban a gente “viciosa o inútil”. Insistía además en que se
había mandado a las cámaras una iniciativa para el remplazo, y que urgía sacar
porque los “cuerpos sufrían muchas bajas en su fuerza...”, Memoria (1831).
38 Memoria (1835).
40 Sin embargo, así como existían las
solidaridades también hubo conflictos, y para resolver asuntos de carácter
personal la gente utilizó la denuncia como un instrumento de venganza o
castigo. Véase el caso de Miguel Rodríguez quien fue acusado por María Josefo
Moreno de ser desertor y que además estaba casado con su hija hacía nueve años
a quien “le había dado una mala vida...”, “Sumaria averiguación contra Miguel
Rodríguez acusado de desertor del 1a batallón activo de esta ciudad, 8 de junio
de 1835”, AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 11, exp. 35. Puede verse también el caso del soldado
Eugenio Barrera que andaba por las calles de la ciudad ebrio y armado; unas
vecinas al reconocerlo le informaron a su cuñado, Luis Ruiz, quien dio parte al
Mayor de la Plaza “temerosos se desertara...”, “Sumaria contra los soldados del
regimiento activo de México, Eugenio Barrera y José Santos, acusados de
abandono de guardia, 9 de abril de 1844”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 24, exp. 179. Esta clase de tácticas por parte de los
parroquianos o familiares para deshacerse de gente incómoda o como venganza
personal fue una práctica común. Para el caso colombiano véase Jurado (2004, pp.673-696).
42 De la Ley para el sorteo véase el
capítulo III llamado “De las excepciones y modo de justificarlas”, en “Sorteo
general para reemplazar las bajas del ejército, 26 de enero de 1839”, Dublán y Lozano (1876, t. 3, pp. 583-585).
43 “Lista de individuos por orden que
salieron en los globos, en el sorteo que se verificó el día 9 de abril de
1842”, en Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante AHDF), ramo: servicio militar-padrones, vol. 3280, exp. 16 . “Individuos de las subprefecturas
y pueblos del distrito que salieron con la suerte de ser soldados”, AHDF, ramo: servicio militar-padrones, vol. 3280, exp. 17. El decreto del sorteo militar del 26 de
enero de 1839 estipulaba que la lista de empadronados se realizaría en cada
manzana de los 32 cuarteles. En “Lista de los ciudadanos solteros empadronados
para el sorteo que para reemplazar las bajas del ejército...26 de octubre de
1839”, AHDF, ramo: servicio militar, padrones, vol. 3280, exp. 4. Véase también “Lista de los ciudadanos
viudos sin hijos comprendidos en la primera clase de los que deben entrar al
sorteo, con arreglo a lo prevenido en el primer miembro del artículo 14 del
Supremo Decreto dado en 26 de enero de 1839”, AHDF, ramo: servicio militar, padrones, vol. 3280, exp. 5.
44 “Sorteo general para reemplazar las
bajas del ejército, 26 de enero de 1839”, en Dublán y Lozano, (1876, t. 3, p.583).
45 En AAHDF, ramo: militares-padrones, vol. 3282, exp. 6. En este volumen existen varios
documentos relativos a las excepciones de los empleados de las municipalidades
y otras dependencias de gobierno.
46 En AHDF, ramo: militares-padrones, vol. 3282, exp. 9. Para los sorteos efectuados en los días
10, 11, 20 y 21 de abril de 1842, y desde el momento que se instalaba la Junta
de Sorteo, “los individuos llamados empezaban a reclamar exenciones”, AHDF, ramo: militares-padrones, vol. 3282, exp. 11.
47 También debe tomarse en cuenta la
posibilidad de que quienes hayan sido liberados fueran funcionarios públicos
con un perfil medio o alto. Llama la atención, por ejemplo, que a Cervantes los
miembros del Ayuntamiento se refieren a él como Don Francisco lo que denota
cierta grado de distinción en la sociedad. AHDF, ramo: militares-padrones, vol. 3282, exp. 6.
48 “José Luis Barela informa al Juzgado
de Paz no tener la edad reglamentaria para ingresar a los remplazos del
ejército. 1844”, en AHDF, ramo: municipalidades, sección: Tacubaya, serie: milicia, vol.
1, exp. 3.
49 Véanse los casos de José Librado
Martínez y Juan Mendoza quienes solicitaban la exención por tener dependientes
familiares (1844), AHDF, ramo: municipalidades, sección: Tacubaya, serie: milicia, vol.
1, exps. 4 y 5.
Incluso ya estando en servicio varios pusieron de manifiesto que tenían
familia, lo que obliga a pensar que las autoridades pasaban por alto esta
prerrogativa. Véanse “Expediente sobre la solicitud del soldado Matías Orocio
García para que se le conmute la pena de presidio aduciendo que se fue porque
su padre necesitaba ayuda por ser mayor y achacoso, 18 de mayo de 1840”,
en Archivo Histórico de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
(en adelante AHSCJN),
J-1840-01-23-SCJ-TPExp-Mx-1938 e “Hilario Blanco. Expediente sobre indulto de la pena
capital que solicita el soldado del batallón activo... 1839”, en AHSCJN, J-1838-02-03-SCJM-15Exp-Mx-1267. Hilario argumentó que si la pena se
ejecutaba se dejaría a cuatro hijos en la orfandad.
50 La madre de José María Moctezuma
expuso que su hijo estaba parado en la puerta de su casa cuando lo cogieron de
leva destinándolo como vago porque no pudo acreditar una capellanía con la cual
él se mantenía, y además era epiléptico, 29 de agosto de 1812, en AGN, ramo: Justicia, vol. 827, exp. 55. Enviar a gente incapacitada era una
constante. Véase una carta que envía el jefe de la Plaza Mayor del ejército al
Gobernador de México solicitándole que exhortara a prefectos, subprefectos y
demás autoridades a que no destinen a gente con deformidad física y conocida,
como “los cojos, mancos, gibosos, tuertos del ojo derecho, desdentados, de
menos de 61 pulgadas de estatura, o de una figura notablemente irregular...10
de enero de 1840”, en AHDF, ramo: militares-sorteos, vol. 3282, exp. 4, fs. 88.
51 Varias de estas solicitudes se
pueden encontrar en diversos ramos de repositorios tales como el Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico del Distrito Federal, entre otros. Algunos ejemplos son
“Expediente sobre el indulto que solicita María Josefa Ruiz en favor de su hijo
el soldado del batallón activo de Toluca, Pedro Rodríguez, sentenciado a muerte
en consejo de guerra, 30 de junio de 1838”, en AHSCJN, J-1838-07-02-SCJ-TPExp-Mx-1399 y “Expediente sobre la solicitud de
María Estañón para que se indulte a su hijo Máximo Merodio del a pena de 4 años
de obras públicas a que fue condenado por el delito de deserción, 1841”,
en AHSCJN, J-1841-02-27-SCJ-TPExp-Mx-2383.
52 “Lecciones sobre la Epilepsia,
considerada bajo el punto de vista de la Medicina legal, dadas en la Escuela de
Medicina de México por el profesor del ramo, D. Luis Hidalgo Carpio, los días
20 y 22 de septiembre de 1869”, en Gaceta Médica de México, 15 de junio de 1870.
53 Al respecto véase la carta que
hicieron pública los soldados del Batallón de Inválidos en la que denunciaban
al teniente Don Pablo González quien había propinado varias “patadas y golpes
con los puños” a un soldado que se encontraba atado de manos. “Comunicado”,
en El Fénix de la Libertad, 7 de julio de 1832. Nueve años más tarde los lectores de El Cosmopolita
supieron del indulto otorgado a un soldado de este mismo batallón por haber
abandonado la guardia. Su defensor expuso que como no se le pagó su sueldo
empeñó una “camisa de munición para atender las necesidades de su familia” y a
la “hora del reconocimiento de prendas”, su sargento advirtió que no traía la
camisa y, “temeroso de las resultas de su falta”, el soldado se fugó. El Cosmopolita, 13 de mayo de 1843.
54 El recluta es aquel hombre que
estaba en un periodo de instrucción previo a convertirse en soldado.
55 “Sumaria averiguación en Yahualica
contra el desertor, Diego de San Juan, sobre la mutilación que se hizo de los
dedos para no servir en ejército, falleció. Enero de 1842”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 89, exp. 948.
56 Al desertor Diego de San Juan se le
iba a procesar a partir de dicha ley. Ibid. Christian Archer y
Juan Marchena han argumentado que en los últimos años del periodo colonial “la
epidemia de las deserciones” era generada por diversas razones: reclutamiento
forzoso, falta de pago, maltrato de sus superiores, pésimas condiciones de vida
en los cuarteles, etc. en Archer (1983, p. 339) y Marchena (1992, pp.244-271). Renuencia que encontraremos también en
el México independiente. Al respecto, véanse Costeloe (2000, pp.106, 190-191, 218-219, 220, 228-237, 313) y Serrano (1993). Sobre las levas como método de enganche véanse Cacho (2013), Chust (1996) y Serrano (1996).
58 De 17 % no hay datos, el 4% venían
de otro cuerpo, el 3% eran reemplazos y el otro 3% eran desertores.
59 “Sumaria contra el granadero de la
guardia de los supremos poderes Policarpo Herrera, acusado de haber abandonado
el puesto de centinela. 12 de enero de 1843”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 50, exp. 471.
60 “Contra el soldado del regimiento
ligero de infantería, José Barajas, acusado de haber abandonado la guardia de
la lotería, 15 de marzo de 1841,” en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 24, exp. 188.
61 Al preguntársele a un soldado que
estuvo como testigo de identidad sobre la conducta de Quirino dijo que tenía
buena conducta, aunque también aclaró que hacía poco tiempo había salido del
calabozo por haber desertado en otra ocasión. “Contra Antonio Quirino, soldado
de la 3a compañía del 2o batallón del regimiento de infantería, acusado de
haber abandonado la guardia de la prisión de los Naranjos, 13 de mayo de 1840”,
en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 37, exp. 366.
62 “Proceso instruido contra el cabo
José María Ayala y soldados José María Morales, Prudencio Carrisales y José
María Aguilera, acusados de abandono de guardia de las armas, el día 9 de
noviembre de 1844”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 1, exp. 3.
63 Aunque esta fuga del cabo habilitado
era la segunda, pues medio año después de su ingreso se había escapado.
64 Véase también el caso de Desiderio Hernández
e Isabel Espinoza, ambos habían sido enviados por el gobernador de Guanajuato,
se les mandó al mismo cuerpo y escaparon juntos. “Proceso instituido contra el
cabo Desiderio Hernández y el cabo Isabel Espinoza del batallón activo de León
acusados de haber abandonado la guardia del Hospital de San Pablo el día 15 de
agosto del corriente año, 1855”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 54, exp. 530.
65 “La autoridad de un cabo”, en El Siglo XIX, 16 de marzo de 1853. Otro botón de muestra es el proceso contra Pantaleón
Balderas quien aprovechó para abandonar la guardia cuando su jefe inmediato le
dio permiso para comer en el tendejón de enfrente del cuartel, y después ir a
tomar a la pulquería de la esquina. “Sumaria contra el soldado de la compañía
del regimiento ligero de caballería, Pantaleón Balderas, acusado de haber
abandonado la guardia de prevención. 26 de mayo de 1841”, en AGN, ramo: Archivo de guerra, vol. 25, exp. 192.
66 Véase “Título II. Del cabo, art. 3”,
en Ordenanza (1833, p.73).
67 Memoria (1834).
68 Para 1853, año convulso tanto como
la misma década, se dispuso que todo aquel vago que tuviera cualidades para el
servicio militar debía ser arrestado y consignado a la comandancia general para
su alistamiento. “Ley para corregir la vagancia”, 20 de agosto de 1853,
en Dublán y Lozano, (1876, t. 6). “Sobre que los vagos se apliquen al servicio de
armas”, 18 de octubre de 1853, en Ibidem. Ambas leyes indican la
urgencia de hombres en las compañías militares de diversas partes del país.
69 “Sumaria averiguación contra el cabo
y soldados del batallón de guías de infantería ligera, Gumersindo Salas, Pedro
Candelario, José Pablo y José Juan, acusados de haber abandonado la guardia del
presidio de Santiago. 1854”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 54, exp. 527. Un subteniente declaró que tenía
sospecha de que el cabo indujo a los demás a escapar.
70 “Proceso instituido contra el cabo
Desiderio Hernández y el cabo Isabel Espinoza del batallón activo de León
acusados de haber abandonado la guardia del Hospital de San Pablo el día 15 de
agosto del corriente año, 1855”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 54, exp. 530.
71 El juicio quedó suspendido porque
Bernal no apareció. “Proceso instruido contra los soldados del batallón fijo de
México Jesús Bernal y Pascual Pedro acusados de haberse fugado con sus
mancuernas de presos llevándose el armamento el 27 de mayo de 1844”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 24, exp. 184.
72 “Sumaria averiguación contra los
soldados del 6o regimiento de infantería, Antonio Pliego y José Hilario
Chavarría y Mariano Paredes, acusados de haber abandonado la guardia de ex
tranjeros, el 6 de noviembre de 1839”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 12, exp. 98.
73 También contamos con los procesos de
cuatro sargentos de los cuales sólo dos rubricaron.
74 “Expediente sobre indulto que
solicitan los soldados del 8o regimiento de infantería, Francisco Ortega y
Prisciliano López, octubre 1839”, en AHSCJN, J-1839-09-18-SCJ-TPExp-Mx-1651. Ambos soldados debían ser pasados al
paredón pero se consideró, por una “especie de utilidad y servicio público”,
que fueran indultados y pasaran al batallón fijo de Veracruz porque además ya
estaban “aclimatados en aquel mortífero temperamento, y ser útil y conveniente
que aquel cuerpo se halla en la fuerza que debe tener...” El fiscal argumentó
además que el consejo de guerra que los sentenció no tomó en cuenta que sólo
llevaban 22 días de haber sentado plaza.
75 En este expediente aparece la
declaración de un sargento quien argumentó que aquella noche, además del cabo
de plaza José María Ayala, estaban otros dos “soldados habilitados” pero que ya
no se encontraban en su cuerpo sino en el ligero de caballería. “Proceso
instruido contra el cabo José María Ayala y soldados José María Morales,
Prudencio Carrisales y José María Aguilera, acusados de abandono de guardia con
armas, el día 5 de noviembre del mismo año y comenzó el día 9 de noviembre de
1844”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 1, exp. 3.
76 Evidentemente atrás de ellos se
encontraba su abogado defensor.
77 Vicente llevaba seis meses y medio
en el calabozo del cuartel. “Proceso instruido contra Vicente Aguilar soldado
del cuerpo de reemplazos, acusado de abandono de guardia el 7 de noviembre de
1844”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 1, exp. 5.
78 “Proceso instruido contra el soldado
de la 2a compañía del 1er regimiento de caballería permanente, Alvino de la
Cruz, acusado de haber abandonado la guardia de prevención de su cuartel
saltando las tapias el 21 de mayo de 1852 comenzando su causa en 6 de junio de
1853”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 192, exp. 1928.
79 Algo que es de notar en este caso es
que Alvino su fugó el 21 de mayo de 1852 pero los edictos en los que se le
solicitaba a comparecer al cuartel de Peralvillo se emitieron hasta el 6 de
septiembre de 1853 (un año después del delito). Se desconoce si existieron
decretos anteriores o si, durante esos 15 meses, la autoridad militar tenía
conocimiento pero no hizo nada al respecto. De igual modo llama la atención que
el 26 de septiembre de 1853 se decretara la “Ley penal para los desertores,
faltistas, viciosos del ejército, así soldados como a los oficiales: juicio y
modo de imponer las penas y castigos a los que encubran o auxilien la
deserción” Dublán y Lozano, (1876, t. 6, pp.686-696). Aunque para el 15 de octubre de 1855
hubo un indulto y gente que desertó desde 1853 fue beneficiada con este
decreto.
80 “Proceso instruido contra el cabo y
soldado del 14o batallón de línea José Mendoza y Felipe Amilpa acusados de
abandonar la guardia del cuartel de San Agustín la noche del 24 de julio de
1854”, en AGN, ramo: Archivo de Guerra, vol. 61, exp. 607.
81José María Luis Mora apuntaba que las
ordenanzas militares habían sido pensadas para crear una clase de hombres
armados con base en dichos principios. Mora (1986, p.268). Al respecto, véase también Gómez (1854)
Claudia Ceja Andrade. Doctora
en Historia por El Colegio de México. Es profesora investigadora de la
Universidad Autónoma de Querétaro desde el 2014. Entre sus últimas
publicaciones destaca “Una mirada a las fuerzas armadas de la ciudad de México
a través de las hojas de filiación y los procesos militares, 1824-1859”,
en Tzintzun. Revista
de Estudios Históricos, agosto-diciembre 2018.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-26202018000100041&lng=es&nrm=iso
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