Beaterio de arrepentidas de Santa
María la Blanca,
según sus Constituciones (siglos XVI y
XVII)
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Las reglas que regían las mancebías en el siglo XVI
obligaban a las meretrices a dejar de trabajar en Cuaresma y Semana Santa.
Durante este tiempo se recogían en hospitales o en casas honestas y acudían a
las iglesias donde por medio de los sermones eran invitadas a dejar su oficio y
comenzar un camino de conversión. Ante la demanda de un lugar donde poder
recoger definitivamente a estas mujeres, que querían dejar la prostitución, el
cardenal Juan Martínez de Silíceo fundó en Toledo una institución benéfica para
tal fin. Fue ubicada en la judería, en unas casas junto a la capilla de Santa
María la Blanca la antigua sinagoga convertida al culto cristiano que formaba
parte de sus instalaciones. Estas mujeres ingresaban de forma voluntaria, se
las instruía, y cuidaban de que no volviesen a tener relación con su vida
anterior. Esta institución, establecida como colegio de Nuestra Señora de la
Piedad, fue conocida popularmente como beaterio de santa María la Blanca o
Refugio de la Penitencia. El fin de este trabajo es conocer los inicios de este
lugar y la forma de vida de las mujeres que lo habitaron, por medio del estudio
de sus constituciones.
1. INTRODUCCIÓN
Tras la expulsión de los judíos en 1492 los espacios en la
judería se transformaron y, por ende, la función de muchos de sus edificios.
Los lugares públicos, en manos de la monarquía, fueron vendidos o donados a
terceros. Las sinagogas, lugares de oración para los judíos, quedaron
arruinadas y en su lugar se levantaron otros edificios1. Algunas se conservaron
restituidas para el culto cristiano. Fue el caso de la conocida como Santa
María la Blanca, aunque sufrió distintas transformaciones tal como rezaba en
una leyenda que estuvo situada a los pies de la nave hasta finales del siglo
XIX2. Reproducida por todos aquellos que han querido relatar su historia, esta
inscripción era el compendio de las distintas etapas que fueron determinando la
estética de este edificio. Amador de los Ríos señalaba “si se cuidasen de poner
en todos los monumentos inscripciones parecidas a esta, mucho tendrían que
agradecerlo los viajeros”3. Varios autores se apoyaron en esta para aportar
alguna noticia histórica sobre la institución que nos ocupa, a pesar de que los
puntos relativos a cronología, tipo de establecimiento y advocación eran
erróneos.
Si tenemos en cuenta los datos aportados por autores
contemporáneos, la fundación se efectuó en 1550 y se trasladó anexa a Santa
María la Blanca en 1554. Del mismo modo, como explicaré a continuación, otros
documentos ratifican que su existencia se prolongó más allá de 1600. Las mismas
fuentes se refieren a este lugar como beaterio, casa de recogidas, casa de
arrepentidas, e incluso monasterio. Denominaciones que corresponden a
diferentes tipologías y que debemos definir para poder centrar el tema. En
cuanto a la advocación también es confusa pues se conoce como beaterio de Santa
María la Blanca o casa de la Penitencia, aunque el título elegido por su
fundador fue el de colegio de Nuestra Señora de la Piedad.
Mi propósito es analizar estos tres puntos puesto que
plantean muchas incógnitas. A través de la historiografía y el traslado de las
constituciones de esta institución iré argumentando cada una de las hipótesis
que se vayan planteando. Para concluir, y apoyándome en las mismas fuentes,
trataré de reconstruir la forma de gobierno y vida de las mujeres que habitaron
la casa.
2. HISTORIOGRAFÍA Y FUENTES
En el momento de compilar las noticias que existen sobre la
institución que nos ocupa he constatado que las fuentes son escasas y
fundamentalmente generadas por el interés artístico del edificio que formó
parte de sus instalaciones como iglesia: la sinagoga de Santa María la Blanca4.
He aprovechado esta coyuntura para realizar una revisión historiográfica que
pueda aportar más información de los tiempos en los que formó parte de la casa
de recogidas. Se trata de un trabajo complejo pues, como ya he señalado, son
pocas las noticias con las que contamos5.
Inciertos son sus orígenes y uno de los principales
problemas es la identificación de la sinagoga. León Tello cree que se trata de
“la Nueva”, construida por Yosef ibn
Sosan a finales del siglo XII6. En cambio, Monterreal Gil afirma que es “la Mayor” que cantara Yacob Albeneh en
el Elogio de los mártires de Toledo.
Teoría asentada por González Simancas, Torres Balbás y Passini7. En cuanto a la
adscripción artística, decía Pérez Galdós que “el hebreo no tiene arte porque
no tiene territorio”8 y vinculaba el edificio al estilo musulmán. Era el sentir
general de los intelectuales de finales del XIX que llegaron a catalogarlo como
mezquita9. Manuel de Assas10 situó la construcción en época califal y como
muestra de buena convivencia por la ayuda que los judíos proporcionaron a los
musulmanes para ocupar la ciudad. Justificaba la decoración, indiscutiblemente
posterior, al embellecimiento del edificio en tiempos de Alfonso VI, Alfonso X
o incluso de Pedro I. El vizconde de Palazuelos señalaba que era una
edificación del siglo XIII con decoración del XIV y después del incendio
sufrido en el año 1390 11. Los más recientes estudios la sitúan en el siglo
XIV, en los parámetros del mudéjar. Si bien, el fin de este trabajo no es el de
entrar en debate sobre estas cuestiones.
Se tornó en iglesia y el primero que hizo referencia a su
consagración fue Pisa. Señalaba como responsable a san Vicente Ferrer y su
vehemencia en los sermones, apoyándose en lo escrito por Alcocer y Beuter12. La
tradición sitúa a este santo predicando en Santiago del Arrabal y guiando a la
turba hacia la sinagoga donde expulsaron a los judíos y posteriormente
celebraron misa13. Señala León Tello que esto no pudo acontecer antes del
verano de 1411 y para tal aseveración se apoya en las Crónicas de Juan II14. El
primer documento que aporta datos sobre el culto cristiano en este lugar es de
1436 15 y otro, con quejas de los cofrades de santa María la Blanca, sitúa la
consagración en torno a 1397 16. Cualesquiera que sean las fechas parecen
anteriores al Decreto de Expulsión de los judíos promulgado por los Reyes
Católicos en 1492.
En 1523 se encontraba abandonada pues durante el proceso
inquisitorial a Blanca Ramírez, por judaizante, se advirtió que era utilizada
por algunos conversos como sinagoga clandestina17. En tiempos de Blas Ortiz se
conocía como capilla con el título de santa María la Blanca, antiguamente
sinagoga de judíos18. Poco tiempo después, 1554, se incorporó como iglesia a la
institución para mujeres arrepentidas creada por el cardenal Silíceo, como
veremos en las siguientes líneas. Este realizó algunos cambios, aunque la
planta de la iglesia permaneció igual pues al ser basilical se podía aprovechar
para el culto cristiano19. Conservó la puerta de acceso en el muro sur, aunque
decorándola al estilo renacentista. Actualmente tapiada se conserva flanqueada
por dos columnas estriadas que sostienen cornisa y friso sobre el que reza la
siguiente invocación: Sancta María
Succurre Miseris20. Se accedía al interior del templo bajando seis peldaños
que salvaban la pendiente de la calle y conducía a un vestíbulo de tracería
gótica que a juicio de Amador de los Ríos correspondía a la época del
beaterio21. Refutado por Parro que creía que se realizó en los tiempos que fue
ermita, durante el siglo XV22. A los pies de la iglesia, frente al altar mayor,
se abrió una nueva puerta23 y en el testero de las naves se construyeron tres
capillas atribuidas a Alonso de Covarrubias24. También de esta época es el
retablo de la capilla central realizado por Nicolás de Vergara “el viejo” y
Juan Bautista Vázquez25 que junto a Luis de Velasco trabajaron en distintas
empresas para el cardenal Silíceo26.
Consta de dos cuerpos superpuestos, que abarcan en los extremos
dos grandes columnas sobre que carga el cornisamiento. El zócalo del primer
cuerpo ofrece dos buenos relieves que representan a María Magdalena y a una de
las Sibilas. Cuatro esbeltas columnas adornadas con caprichosas figuras forman
en este primer cuerpo, de igual modo que en el segundo, tres intercolumnios, de
cuyos seis, en los dos centrales que afectan la figura de hornacina, no aparece
escultura o relieve alguno. Los cuatro restantes presentan otros tantos asuntos
de la vida de Jesucristo: la Anunciación, el Nacimiento, la Adoración de los
Reyes y la Huida a Egipto: siendo la ejecución en todos ellos muy regular y
esmerada. Sirve de remate al retablo un medallón circular en que va figurada la
Trinidad, a que rodean ángeles portadores de los instrumentos de la Pasión:
coronándolo aún dos niños o angelillos que sostienen un tarjetón cuya leyenda
no es fácil distinguir. Finalmente, en los extremos del cornisamiento, otros
dos niños se apoyan en el escudo de Silíceo27.
Es coronado por unos angelillos que sostienen un tarjetón
con la siguiente leyenda: Oh mors, quam
amara est memoria tua28. El zócalo del primer cuerpo presenta en uno de los
relieves a María Magdalena, pecadora arrepentida, en clara alusión a las
habitantes de este lugar29. Amador de los Ríos indicó que el beaterio duró un
siglo ya que “dejaron de entrar novicias después de intentar relajar la regla
sin éxito”30 y Pisa fechó el final de la institución en 1600. Contradice esta afirmación
Castejón y Fonseca que en el año 1646 refería lo deteriorada que se encontraba
la hacienda siendo el motivo por el que “esta muy piadosa obra no ha crecido
como nos pudiéramos prometer de su Instituto”31 y advirtiendo que aún
permanecía el “convento”. Bécquer marcó 1791 como año en que se desacralizó la
iglesia y que el retablo llegó a la parroquia de Santiago del Arrabal32. En
1882 aparecía en la leyenda del plano de Reinoso como “exconvento de
arrepentidas de santa María la Blanca”33.
En los últimos años los estudios sobre la mujer están
aportando mucha información sobre estos lugares que servían para corregir34. La
prostitución no era un delito y las mancebías se regulaban por las ordenanzas
de la de Sevilla desde 1571 35. No obstante, era pecado y las meretrices
comenzaron a ser recluidas por voluntad social para reprimir su
comportamiento36.
Las características de cada uno de estos centros, en
algunos casos similares, y el uso indistinto al mencionarlos hace que sea
difícil la definición. Quizá el criterio de clasificación más claro es aquel
que los identifica por sus funciones de corrección, prevención o castigo37.
Las casas de recogidas surgieron para reformar la conducta
de vagabundas y prostitutas como centros de corrección. Eran encerradas contra
su voluntad hasta que se consideraban recuperadas para volver a vivir en
sociedad. Ciudades como Barcelona o Valencia contaron desde el siglo XIV con
este tipo de instituciones que fueron desapareciendo por falta de recursos o
por transformarse en conventos38. Esta tipología se restauró durante el siglo
XVI por iniciativa de particulares o cofradías de carácter benéfico. Una de las
primeras fue la que patrocinó en Madrid el cardenal Cisneros. Era conocida como
la cofradía de la Madre de Dios que tenía como fin salir de noche y retirar de
las calles a vagabundos y mujeres perdidas39. En la ciudad de Toledo la
cofradía de la santa Caridad en sus estatutos del año 1530 también regulaba la
recogida de estas mujeres40. Eran llevadas a hospitales como el de san
Ildefonso, en la parroquia de santa Leocadia, donde se apartaban de “aquella
vida infame” y muchas fueron convertidas y casadas41. En la ciudad de Málaga la
casa de recogidas se vinculó desde sus inicios la Tercera Orden del Carmen, y
con el tiempo pasó a la Orden del Císter siendo origen del convento de
recoletas42.
Las casas de arrepentidas, también centros de corrección,
se diferenciaban de las anteriores en que la entrada era voluntaria43.
Generalmente se nombraban bajo la advocación de María Magdalena o de santa
María Egipciaca44. La casa de les Repenides de Valencia fue una de las primeras
en ofrecer la vida religiosa como modo de conversión45.
Con el tiempo, se crearon galeras que eran instituciones
más restrictivas, enfocadas al castigo de las formas de vida desordenadas. Se
atribuye a Magdalena de san Jerónimo el impulso de este tipo de
establecimientos por medio de su obra Razón
y forma de la galera y casa Real, que el rey Nuestro Señor manda hacer en estos
reinos para castigo de mujeres vagueantes, ladronas, alcahuetas, hechiceras y
otras semejantes46. No eran lugares para la reinserción social sino para
cumplir condenas por algún delito tipificado, que en algunos casos era de
carácter sexual o estaba relacionado con estas mujeres.
Junto a las anteriores coexistía el colegio47, tipología
menos conocida, cuya función era la prevención. Era un lugar donde se recogían
mujeres pobres, abandonadas sin recursos, abocadas a la delincuencia y la
marginación. El colegio de Nuestra Señora del Refugio de Toledo, impulsado en
1591 por el cardenal Quiroga, fue un centro caritativo para mujeres y sus
instalaciones estaban anejas al monasterio de mojas agustinas de san
Torcuato48.
En cuanto a la casa junto a santa María la Blanca es
también denominada beaterio por lo que es oportuno precisar sus
características. Eran fundaciones de “mujeres para mujeres” que se apartaban
del mundo para vivir sin la tutela masculina. Generalmente viudas que se
embarcaban en esta empresa en solitario o junto a otras de su familia y
pertenecían a un nivel social acomodado49. Con el tiempo se fueron instalando
en los modos de vida regular terciaria que “les aportaba personalidad jurídica,
les dotaba de estabilidad y ampliaba, o al menos facilitaba, sus posibilidades
de supervivencia”50. La casa de terciarias de san Francisco de Paula en Toledo,
beatas mínimas de Jesús María, se elevó a categoría de monasterio51 y se les
concedió emitir los tres votos en el año 1539 52. O la comunidad de la Orden
tercera de san Francisco en Vallecas, que en el año 1535 tomó el hábito de san
Bernardo53. En el Concilio Provincial de Toledo de 1582, se elaboró una
normativa que requería a las beatas, que habían emitido voto solemne, a guardar
clausura54. Tras el Concilio de Trento los beaterios fueron obligados a adoptar
una regla, unos se convirtieron en conventos y otros desaparecieron.
La primera reseña de la casa de Toledo es muy cercana a su
fundación. Alcocer daba cuenta de “una congregación de mujeres recogidas que
primero fueron erradas”55. Algunos años más tarde, Hurtado de Toledo56 daba
noticia de un lugar en la ciudad que en sus orígenes había sido una de las
sinagogas de la judería convertido en refugio de prostitutas arrepentidas. Lo
presentaba como uno de los tres beaterios, junto al de santa Ana y al de san
Antonio de Padua, situados en la colación de santo Tomé. En él vivían treinta y
seis beatas en extrema pobreza y se mantenían de su labor y de la limosna.
Además, pedía colaboración a las gentes piadosas para que el hambre no las
hiciera volver a su anterior oficio57. Pisa destacó esta empresa entre las
realizadas por el cardenal Silíceo que “fundó de su propia renta” el colegio
conocido como Doncellas “para cien doncellas de limpio linaje” con patronazgo
del rey de Castilla y el arzobispo de Toledo; otro para treinta niños que
servían de “clerizones” en la Santa Iglesia y ayudó también a la fundación de
santa María la Blanca para mujeres recogidas58. El vizconde de Palazuelos situó
el albergue de la Penitencia en unas casas junto a san Cebrián.
Porres señaló el interés del archivo de Doncellas Nobles59
para el conocimiento de este lugar por la dependencia administrativa que la
casa de recogidas tenía de esta otra institución60. El estudio más completo
sobre este establecimiento es el realizado por Vizuete Mendoza a partir de los
documentos que sobre la prostitución se custodian en el Archivo Municipal de
Toledo61. Aporta novedades sobre los orígenes de esta institución y sitúa su
cierre en fechas posteriores a las propuestas por otros autores. Este último
trabajo ha sido fuente de inspiración y guía del que presento a continuación.
3. EL BEATERIO DE SANTA MARÍA LA BLANCA: SUS CONSTITUCIONES
Decía Alcocer que la primera propuesta para apartar a las
prostitutas del pecado fue idea de un noble toledano en 1538 que consiguió que
las Justicias regularan el modo de hacerlas oír misa y sermón los viernes de
Cuaresma62. Muchas de ellas experimentaron la conversión y fueron recogidas en
casas de particulares de vida honesta. En el año 1550 don Juan Martínez Silíceo
compró unas casas principales cerca de san Cebrián y otras cuatro anexas donde
se instalaron y vivieron de la limosna. Al principio fueron treinta mujeres
gobernadas por una hermana mayor que permanecían allí hasta que encontraban un
marido para casarlas o bien se quedaban para siempre si así lo querían. El
cardenal nombró visitador de la casa a Juan Fernández de Balboa que era
administrador del Hospital de Santiago en el que se trataban enfermedades de
transmisión sexual63.
En el año 1554 este establecimiento se trasladó desde estas
casas a otras cerca de la capilla de santa María la Blanca64 que habían sido
preparadas por el cardenal Silíceo para establecer allí el monasterio conocido
como de “las vallecas”65 y que definitivamente se instaló en Madrid.
La vida de la comunidad del colegio de la Piedad para
mujeres arrepentidas fue regulada por unas constituciones firmadas por el
cardenal en 9 de mayo de 1557 66.
El límite de mujeres que podían vivir en la institución era
de cincuenta, debían ser gobernadas por una hermana mayor y controladas por una
portera, ambas cristianas viejas, que guardaban el Estatuto de limpieza de
sangre67. No eran admitidas aquellas mujeres que podían tener enfermedades
contagiosas o que eran mayores de 45 años. Todas las que ingresaban eran
inscritas en un libro68 que se guardaba en los archivos de la institución.
Fue voluntad del fundador que profesaran al año de
ingresar, aunque algunas debieron optar por el matrimonio y vivir allí hasta
conseguir juntar la dote para tal estado. Estaban separadas unas de otras y
solo se juntaban para la comida, oración y el sermón69. Un fraile de san
Agustín, fray Alonso de Herrera, contaba que había convertido a tres mujeres
públicas y solicitaba limosna para casarlas y, mientras se encontraban
candidatos, la casa de santa María la Blanca era el mejor sitio para
custodiarlas70. Con el tiempo, este lugar terminó por convertirse en una
comunidad religiosa constituida por antiguas meretrices. Recibían la profesión,
como en un convento convencional, por el obispo o por el vicario general del
arzobispado. Para poder asegurar el conocimiento de las constituciones eran
leídas ante la postulante, que juraba guardarlas, antes de la profesión. Cada
plaza que quedaba libre, por la muerte de alguna de las recogidas, se tenía que
ocupar, inmediatamente, por otra mujer. Estas solo podían ser ocupadas por
mujeres de la ciudad de Toledo o del arzobispado. Si alguna de ellas era
reincidente en el “pecado de la sensualidad”71, era expulsada sin posibilidad
de nueva admisión, aunque hubiera profesado.
En la vida comunitaria una de ellas era la responsable de
la cocina y de servir la mesa para comer y cenar. Este oficio tenía una
duración de seis semanas y cuando terminaba era ocupado por la siguiente destinada
para tal labor. No existía el oficio de lavandera pues cada una se encargaba de
lavar y enjabonar su ropa con el fin de no transmitir ninguna enfermedad.
En la vida espiritual contaban con la asistencia de dos
capellanes que, además, estaban encargados de las misas diarias en el altar
mayor de la iglesia y que también eran los confesores. El Capellán Mayor
ostentaba el oficio de mayordomo y tenía su vivienda dentro de la iglesia junto
a la Capilla Mayor. También se ocupaba de que todo estuviese preparado para la
liturgia. Ambos tenían que ser cristianos viejos y cumplir el Estatuto de
limpieza de sangre.
Todos los días, al anochecer, acudían a la iglesia a cantar
una salve en romance. Al finalizar, el capellán mayor era el encargado de
cerrar y entregar las llaves a la portera a través del torno. De nuevo, a la
mañana siguiente debía recoger las llaves para abrir a los fieles. Los sábados,
días dedicados a la Virgen María, los domingos, Pascuas y otras fiestas, se
cantaba el Oficio Divino. El celebrante daba tono en el Evangelio, oraciones,
prefacio y Padre Nuestro y las mujeres contestaban. En estos días siempre había
predicación realizada por sacerdotes ajenos a la institución que tenían que ser
cristianos viejos y que cobraban dos reales. Todos estos sermones tenían como
misión la conversión y los temas eran señalados por el obispo o el vicario
general del arzobispado.
Durante la comida y la cena en el refectorio se leía sobre
vidas de santos u otros libros de devoción recomendados por el arzobispo. Tras
la comida o cena volvían al coro para cantar el siguiente himno: “Por cuanta más razón y obligación nosotras
pecadoras lastimadas […] debiéramos de rodillas caminar hasta llegar a los pies
de vos serenísima madre de Dios, pecho por tierra para os suplicar pidáis a
vuestro benditisimo […]72”.
Las visitas en la clausura estaban prohibidas y
especialmente para los hombres con la excepción del médico, cirujano o
confesor, aunque cuando era estrictamente necesario. Tenían que ir acompañados
por la guarda que delante de ellos iba tocando una campanilla y de igual forma
la salida. Los que tenían algún negocio con la hermana mayor o alguna otra
debían hacerlo siempre a través del locutorio o torno. Y para tener acceso
debían de pedir licencia a la hermana mayor. Si era concedida, la conversación
era vigilada por la escuchadera que registraba solamente se atendieran “cosas
cristianas y virtuosas”. Permitían visitas a las mujeres honrradas para ver las
labores en las que se ocupaban, sustento de la comunidad, o para oír la
lección. Todos estos mandatos correspondían con los que se exigían a los
beaterios y conventos.
Para introducir las provisiones la hermana mayor entregaba
al capellán las llaves de las bodegas bajas. Este abría la puerta y vigilaba
que todo se introdujese correctamente y a continuación volvía a cerrar y
entregaba la llave a la hermana mayor. La carne y el pan tenían otro protocolo
y se entregaban a través del torno.
Silíceo dispuso que no se podía enterrar nadie en la
Capilla Mayor pues la quería para él. La celebración de la misa, cada día,
delante de su busto con un responso por su alma, deudos y las almas del
purgatorio73. Se podía enterrar a otros señores en el resto de las capillas que
además dotarían un juro perpetuo para la fábrica de la iglesia y del colegio.
Los ornamentos, cálices, y vinagreras tenían que estar en un armario cerrado
con llave en las capillas correspondientes.
Era fundamental que no se olvidasen de los mandatos que
había dejado el cardenal y por eso las constituciones tenían que leerse todos
los días después del anochecer, una vez cerradas las puertas. Estas normas
podían ser ampliadas por el obispo siempre que fuese necesario. “En la forma de
constituciones y de admitir religiosas ha habido algunas variaciones, y en un
tiempo padecieron algunas inquietudes, que con el buen celo se les movieron”74,
así expresaba Castrejón y Fonseca los cambios que se realizaron en años
posteriores.
Durante la visita realizada por Delgado y Agüero, de parte
de Rojas y Sandoval, el 20 de junio de 1604 se aumentaron y endurecieron las
normas. El arzobispo se había hecho cargo de una propuesta de recuperación del
colegio de arrepentidas y solicitó ayuda económica a las Justicias para que
pudiese continuar abierto75. En la normativa puso especial empeño en lo
referente al sacramento de la Eucaristía que junto con el de la Penitencia
debían frecuentar. Su mayor preocupación estaba en el uso que se daba al
comulgatorio, pues parece que servía para recibir personas y confesarse a
través de él. Encomendó al mayordomo, en un plazo de quince días, poner una
reja que impidiera sacar la cabeza a través de este lugar. Encargó a la priora
ocuparse de que todas comulgaran y que utilizasen bien este comulgatorio bajo
pena de excomunión. También, era responsabilidad de esta prohibir salir de la
reja del coro que estaba situada frente al Santísimo. En el caso de dar
licencia para transgredir esta norma era castigada con todo rigor en la
siguiente visita, además de pasar un día en la cárcel. Como responsable de
guardar la clausura, cada noche tenía que recoger las llaves del convento,
iglesia, huerto, terrado, torre y las de “las puertas del medio” y mantenerlas
en su poder sin fiarlas a nadie76.
Reguló el modo de vestir: los tocados tenían que ser
blancos y los vestidos honestos y sencillos, los chapines no podían ser más
altos de cinco corchos y no estaba permitido lucir anillos, pendientes u otras
joyas que se aplicarían para los gastos del convento. En caso de utilizarlos
eran castigadas con la prisión o la penitencia que impusiera la priora, y
también en la visita. Era motivo de excomunión hacerse las cejas o
perfumarse77.
Prohibió la entrada en clausura de niños de más de seis
años bajo condena de excomunión. La priora seguía siendo la responsable de guardar
esta clausura y solo dar licencia, para entrar, a seglares de “vida honesta,
buena fama y opinión”78. La visita tenía que ser un lugar, ex profeso, llamado
“recibimiento”79. El mayordomo, o los confesores tampoco podían entrar sin
licencia del arzobispo, del Consejo o del administrador bajo pena de
excomunión. Tanto en la clausura como en la iglesia estaba prohibido tener
guitarras, panderetas o cualquier instrumento musical y también bailar. Años
atrás se habían instalado en este lugar las religiosas del beaterio de Jesús
María80.
Insistían en que todas las mujeres tenían que leer, cumplir
y guardar las constituciones redactadas por Silíceo. Años más tarde, don Andrés
Fernández de Hipessa, inquisidor y vicario general del cardenal Infante,
durante la visita realizada el 22 de mayo de 1641, ordenó que para no alegar
ignorancia debían leerse tres veces al año y, bajo pena de excomunión mayor lata gententia ipsofacto in currenda81,
no se podía borrar o tildar el papel donde se encontraban escritas. Subrayaba
la importancia del libro de registro de las religiosas al que debían incorporar
la fecha de la profesión. Además, tenían que llevar otro libro para asentar los
gastos, independiente del que llevaba el mayordomo. Serviría para controlar las
entradas de este último ya que solamente eran válidas las partidas escritas de
mano de la priora.
Las normas en cuanto a la clausura eran cada vez más
restrictivas. No se permitía la entrada de ningún eclesiástico, secular o
regular a no ser hermano o tío muy cercano. La priora siempre debía enviar a la
escucha y de no ser así era castigada con la excomunión mayor. Tampoco tenía
permitida la entrada el mayordomo que si necesitaba sacar una escritura del
archivo debía pedir permiso al vicario general e ir acompañado por un sacerdote
señalado por este. La entrada de médico, cirujano y confesor sería por
necesidad tal como ordenaban las constituciones. En cuanto a la visita de
mujeres, hermanas, madres o benefactoras tenían que hacerlo en una sala
habilitada para esto y no se les podía permitir circular por el resto de la
casa.
En el libro custodiado en Valladolid, fuente de esta
investigación, consta como última visita la realizada entre el 15 y 18 de
septiembre de 1647 por don Pedro González de las Cuentas82. El visitador
comprobó si había en los cuartos ventanas por las que se podían asomar o hablar
con gentes. En cuanto a la priora se quejó de la ruina en la que se encontraban
algunas casas vecinas y ordenaron se buscaran los propietarios y se les instara
a arreglarlas. Esta es la última fecha en que podemos corroborar la permanencia
de una comunidad de mujeres heredera de la instituida por el cardenal Silíceo
en este lugar.
En el año 1690 las instalaciones amenazaban ruina y se
propusieron de nuevo para recoger a mujeres perdidas y vagabundas.
Establecimiento que ya no tendría como finalidad la conversión sino revitalizar
la industria textil83. Esta modalidad había sido propuesta en 1598 por
Cristóbal Pérez de Herrera con la denominación de “casas de labor”, lugares en
que las prostitutas podrían pagar su alojamiento y manutención con trabajos
“propios de las mujeres”84.
4. CONCLUSIÓN
Este tipo de instituciones fue fruto de una sociedad que
pensaba que “los hombres eran responsables directos de sus actos” pero “las mujeres,
además, eran responsables de la influencia del comportamiento sobre la moral
pública”85. Aquellas que transgredían las normas sociales eran dirigidas a
lugares en que se les educaba para poder volver a formar parte de la sociedad,
bien como mujeres casadas o como monjas, pues no había otra opción. La casa de
arrepentidas fundada por el cardenal Silíceo facilitaba la inclusión social de
las prostitutas y fue heredera de las obras sociales que venían realizándose
por cofradías y particulares en la ciudad.
En un principio las mujeres entraban de forma voluntaria y
arrepentidas de sus actos debían cumplir penitencia, de ahí el apelativo casa
de la Penitencia que era como era conocida en sus comienzos junto a la
parroquia de san Cebrián.
El Concilio de Trento prohibía la profesión contra la
voluntad de las mujeres “exceptuándose, no obstante, las mujeres llamadas
penitentes o arrepentidas en cuyas casas se han de observar sus
constituciones”86. Y así fue cómo con la consolidación de la fundación junto a santa
María la Blanca y con la redacción de las constituciones se les obligó a
profesar. Fue instituido como colegio de Nuestra Señora de la Piedad igual que
las otras fundaciones benéficas que patrocinó el cardenal en la ciudad de
Toledo y entre los propósitos de este lugar estaba el de educar para ser
mujeres decentes y virtuosas, con la peculiaridad de que las colegialas eran
antiguas meretrices.
Tras la muerte del cardenal y con pocos recursos económicos
debió iniciarse un proceso de abandono. Avisado de esta situación el arzobispo
Sandoval y Rojas fue impulsor de una nueva etapa en que, a mi juicio, permitió
se consolidara como beaterio y se ampliaran las constituciones proporcionando
mucha importancia a la clausura. Muy influenciado por el tridentino, instaba a
estas mujeres al recato en los vestidos y la frecuencia de los sacramentos,
fundamentalmente Penitencia y Eucaristía. La incorporación del beaterio de
Jesús María me induce a pensar que esta institución debía tener las mismas
características. Suponía un cambio radical al “vivir en extrema clausura y
vestidas con hábito”87 y es posible que muchas no resistieran. En posteriores
visitas se refieren a ellas como las religiosas y con el paso de los años se
denominó convento88. No me consta que estuvieran adscritas a ninguna orden,
pero la inscripción de la portada y la cercanía al convento de san Agustín me
induce pensar en una posible vinculación. Puedo confirmar la existencia de la
comunidad, en este lugar, hasta 1647 que es la última fecha apuntada en el
libro de las constituciones.
Destaco el interés de esta institución para el conocimiento
de los centros de reclusión femenina en la Edad Moderna. La singularidad del
edificio que sirvió como iglesia, la desaparición de las estancias
conventuales, la dependencia administrativa del colegio de Nuestra Señora de
los Remedios y sobre todo el origen de sus moradoras contribuyeron a silenciar
la historia de este lugar.
FUENTES
A.H.N., Rescripto de Pablo III elevando la casa de
terciarias de san Francisco de Paula de Toledo, vulgo beatas a la categoría de
monasterio y autorizando a emitir los tres votos, Univ., carp. 7, doc. 4.
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ISSN 2254-6901 | Vínculos de Historia, núm. 9 (2020) | pp.
291-306 http://dx.doi.org/10.18239/vdh_2020.09.14
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