domingo, 29 de diciembre de 2024

 

Elisabetta Sirani, la pintora joven

“El bautismo de Cristo”

Fue una pintora italiana de estilo barroco y uno de los últimos representantes de la brillante escuela boloñesa del siglo XVII.

Debemos saber que la ciudad de Bolonia era muy liberal en términos de oportunidades profesionales para las mujeres que se dedicaban a la pintura en el siglo XVII.

Sin embargo, las estrellas de la escuela de Bolonia fueron artistas masculinos como Guido Reni, Francesco Albani, Giovanni Francesco Barbieri, Domenichino, los hermanos Carracci y su primo Ludovico Carracci, quienes fundaron una academia de arte en Bolonia en el año 1582.

Elisabetta fue una de las primeras mujeres pintoras de proyección internacional, pero su prematura muerte con veintisiete años de edad truncó una carrera que pudo haber evolucionado hacia el barroco decorativista que abanderó Luca Giordano.

Nace en Bolonia el ocho de enero del año 1638, era hija de Giovanni Andrea Sirani, principal ayudante de Guido Reni, apenas hay datos sobre su formación artística.

“Virgen con niño”. National Museum of
Women in the Arts (Washington D.C.)

Elisabetta tuvo otras dos hermanas menores pintoras que también trabajaron en el taller familiar: Barbará Sirani-Borgognini (1641-1692) y Anna María Sirani-Righi (1652-1715).

La preparación de las tres hermanas Sirani no solo se limitó a la pintura, sino también a temas humanísticos y música, que beneficiarían a Elisabetta más tarde.

“Autorretrato como alegoría de
la pintura”.1658. Museo Pushkin

El gran talento de Elisabetta pronto se hizo evidente, por lo que pudo trabajar a la edad de diecisiete años. También se hizo cargo de la gestión del taller de su padre después de que su progenitor enfermera de gota.

Dirigió así la primera escuela de pintura para mujeres fuera de un convento en Europa y llegó a tener doce alumnas, entre ellas artistas destacadas como Ginevra Cantofoli o Verónica Francho.

Esta situación es un caso recurrente en la mayoría de las artistas que fueron hijas y discípulas de pintores masculinos, cuya autoría es sistemáticamente ignorada por el discurso historiográfico tradicional.

Se supone que, por su condición de mujer, Elisabetta no pudo acceder a una academia y tuvo que aprender únicamente en el taller paterno. Su escasa destreza en el dibujo anatómico se explicaría por qué no se le permitió dibujar desnudos con modelos vivos.

La amplitud de la producción pictórica de Elisabetta ha hecho pensar en una participación masiva de ayudantes, ya que sus hermanas Bárbara y Anna María eran también pintoras y tuvo por discípulas a más de doce mujeres, que llegaron a ejercer profesionalmente. La artista hizo demostraciones públicas en respuesta a quienes cuestionaban la autoría de sus cuadros.

“Timotea matando al capitán de Alejandro Magno”, 1659. Museo di Capodimonte en Nápoles

La educación de la pintora debió de incluir la lectura de la Biblia, la mitología, la historia de Grecia y Roma y la iconografía de santos, conocimientos de gran relevancia para su profesión, que tenía accesibles en la biblioteca de su padre. También recibió clases de música y tocaba el arpa.

Se inició en la pintura hacia el año 1650, y contó con el apoyo de su futuro biógrafo, el conde Carlos Cesare Malvasia, influyente crítico. Una de sus primeras obras fue el “San Jerónimo en el desierto” de la Pinacoteca Nazionale de Bolonia.

Ya en el año 1657, con diecinueve años, se hizo pintora profesional. Cuando su padre quedó inválido por la gota, ella tuvo que mantener a su familia con su arte, y se cree que la necesidad económica le forzó a trabajar con singular rapidez.

“El hallazgo de Moisés”. Colección privada

Prolífica, modesta en el trato y de reconocida belleza, Elisabetta alcanzó rápidamente renombre en Europa. Su especialidad fueron las pinturas religiosas, de la Virgen con el Niño y la Sagrada Familia, que producía velozmente pero con un buen acabado. Su taller fue visitado por coleccionistas y curiosos llegados desde lejos, y entre sus clientes se cuenta al Gran Duque, Cosme III de Medici.

A pesar de todo el liberalismo que se daba en la ciudad de Bolonia, también surgieron dudas sobre la autoría real de las pinturas de alta calidad ejecutadas por ella, que se basaban estilísticamente hablando en las de Guido Reni, pero también en las de Caravaggio.

Muchos vieron sospechoso que una mujer pintara tan bien y acusaron a Elisabetta de no ser la autora de sus cuadros. Para evitar más rumores, decidió pintar en un estudio abierto que pronto se convirtió en un centro de atracción para visitantes y viajeros a Italia. Fue el momento en que ella comenzó a firmar sus obras.

“Judith con la cabeza de Holofernes”. 
(1658). Lakeview Museum of
Arts and Sciences (Peoria, Illinois)

Con su taller trabajando a tope, Elisabetta fue alcanzando gran popularidad por toda Europa, tanto por lo exótico o por su gran belleza no había corte europea que no poseyera uno de sus cuadros religiosos.

Desgraciadamente, su carrera artística fue muy breve, apenas diez años. Murió con veintisiete años debido a unos fuertes dolores de estómago. Algunos médicos vieron claros indicios de envenenamiento y una criada fue puesta en prisión y juzgada, pero no se pudo probar su culpabilidad.

Sin embargo, la presión popular hizo que esta criada tuviera que salir de Bolonia. Años más tarde, la criada obtuvo el perdón de los Sirani y el destierro fue revocado.

La ceremonia de su funeral fue digna de una gran maestra de la pintura, con un catafalco con la escultura a tamaño natural de Elisabetta. Además, se publicó un libro con ochenta poemas dedicados a ella y a su obra, por distintos escritores.

El destino quiso que fuera enterrada en la misma tumba que Guido Reni, en la capilla de Saulo Guidotti, padrino de la artista, en la basílica de Santo Domenico en Bolonia. Allí descansan juntos, después de haber dedicado sus vidas al arte.

Aunque su prematura muerte, en agosto del año 1665, limitó su carrera a apenas una década, dejó una producción sorprendentemente amplia con más de doscientas pinturas, así como dibujos y diversos grabados.

La Sagrada Familia

Elisabetta fue una de las últimas representantes del importante barroco de Bolonia, además de una de las primeras pintoras de mayor proyección internacional.

En sus dibujos a lápiz y tinta, introducía fuertes contrastes de luces. Ejemplo de ello es su “Caín matando a Abel” del castillo de Windsor en Inglaterra. En sus pinturas, sin embargo, fue menos personal y suavizó el claroscuro con sombras tostadas, más en consonancia con la escuela boloñesa.

Por lo general, sus composiciones son de formato medio y simples en cuanto a diseño, y mantienen un tono agradable y decorativo de indudable atractivo comercial.

En el cuadro “Alegoría de la pintura”, que es un autorretrato del año 1658, Elisabetta se retrató a sí misma como una mujer rica y educada que mira con confianza al espectador. De hecho, se benefició de su amplia educación en pintura, ya que encontró inspiración para sus obras, de escritores antiguos, especialmente Plutarco.

El cuadro “El bautismo de Cristo”, del año 1658, fue su primer gran encargo, para la Iglesia de la Cartuja de Bolonia. El relato del encargo existe gracias a Malvasía, quien cuenta cómo, estando en casa de los Sirani, llegó uno de los padres de la cartuja. Hacía unos años habían encargado a Giovanni Andrea Sirani una pintura sobre la cena en casa del fariseo.

En ese momento querían otra para el muro opuesto pero, esta vez, hecha por la joven Elisabetta. Allí mismo, antes de que se fuera el cartujo, la pintora hizo un esbozo de cómo sería la composición del cuadro, con acuarela, de manera muy rápida, bajo el asombro de todos.

Es interesante ver la manera en la que la pintora retrata a sus heroínas. Nunca están erotizadas, sino que aparecen como luchadoras, virtuosas, fuertes… Mujeres excepcionales que transgreden las convenciones.

En el cuadro “Porcia hiriéndose el muslo”, del año 1664. El historiador romano Dion Casio contó que Porcia se hizo un corte en la carne para que Bruto, su marido, le confiase el complot contra Julio César. En primer plano de la pintura vemos la acción decidida de Porcia, quien está ricamente ataviada, mientras al fondo unas mujeres, ajenas a lo que está sucediendo, trabajan la lana.

También podemos distinguir la singularidad de su percepción de las mujeres en su cuadro “Cleopatra”, representada con la perla que diluirá en el vinagre para sorprender a Marco Antonio. Aparece totalmente vestida, sin ningún atisbo de seducción, resaltando simplemente su argucia e inteligencia.

Lo mismo hizo con el cuadro “Timoclea y Judith”, escapando de aquella visión más sensual de las heroínas que encontramos en los pintores masculinos del momento.

Al igual que su colega contemporánea Artemisia Gentileschi, que trabajó en Roma, Florencia y Nápoles, Elisabetta a menudo pintaba cuadros de mujeres fuertes como: Judith, Porcia y Timoclea. Aunque también se pueden encontrar obras y retratos religiosos en su carrera, que le proporcionaban grandes ganancias económicas.

“Porcia hiriéndose el muslo”

Elisabetta recibió el honor de ser una de las primeras mujeres en ser aceptada en la Academia di San Luca, por supuesto, solo cuando llegó a ser una artista establecida, porque la preparación en una academia de arte estaba prohibida para las mujeres en ese momento.

Destacan asimismo su estilo gráfico y sus aguadas, caracterizados por un uso virtuoso del pincel y de la tinta diluida, con líneas trazadas con piedra negra o roja, así como sus grabados.

“Sante Cecilia Huile sur toile”. 1665

La presencia de Elisabetta en colecciones españolas parece reducirse a dos pinturas formando pareja, “La Virgen Ángel de la Anunciación”, que hasta fecha reciente estaban repartidas entre el Palacio de Monterrey de Salamanca y el palacio Liria de Madrid. Actualmente cuelgan juntas en el palacio madrileño.

Elisabetta supo ganarse la fama entre sus contemporáneos con su destreza y virtuosismo. Cardenales, duques y duquesas, senadores y aristócratas se contaban entre sus clientes.

Entre estas se encontraban la condesa de Brunswick, el cardenal Leopoldo de Medici, que fue uno de sus mecenas más destacados y el conde Carlo Cesare Malvasía, canónigo de la Catedral de San Pedro de Bolonia, crítico de arte y coleccionista.

Lápida de Guido Reni y Elisabetta Sirani en la basílica de Santo Domingo

https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/mujeres-arte-historia-elisabetta-sirani-pintora-feminismo/20241227222242233766.html


Hilma af Klint, la olvidada de la pintura abstracta

Hilma af Klint nació en Solna, que es una ciudad integrada en el área metropolitana de Estocolmo. Hija de Mathilda Sonntag y del almirante Victor af Klint, la joven se crió junto a sus tres hermanos en el seno de una familia adinerada y con amplios intereses intelectuales.

Desde pequeña, Hilma tuvo acceso a la gran biblioteca de sus padres y se sumergió en lecturas que despertaron su curiosidad y su sed de conocimiento.

Siguiendo su temprana vocación artística, a los dieciocho años Hilma af Klint ingresó en la Universidad de Artes, Oficios y Diseño de Estocolmo para estudiar pintura.

Desde el año 1882 al 1887 asistió a la Real Academia Sueca de las Artes, donde aprendió las técnicas que le permitieron trabajar como retratista y paisajista, llegando a ser una de las alumnas más brillantes de la Academia. Perteneció a la primera generación de mujeres europeas que se formó académicamente en arte.

Tras graduarse con honores, el centro la premió facilitándole un piso-estudio en Kungstradgarden, el barrio más artístico y bohemio de la ciudad, para que pudiera continuar con su labor creativa.

De esta manera, Hilma se trasladó junto a otros dos compañeros a su nuevo hogar en el corazón de Estocolmo y tuvo la oportunidad de entrar en contacto con grandes pintores, asistir a sus exposiciones e integrarse en los círculos artísticos y feministas de la ciudad.

Hilma af Klint. El cisne, n.º 16, Grupo IX/SUW (The Swan, No. 16, Group IX/SUW), 1915. Moderna Museet, Estocolmo

Aunque habían compartido las aulas, los pintores seguían considerando que la creación era una actividad que les correspondía a ellos y las mujeres debían dedicar su tiempo a otras tareas como, por ejemplo, la de formar una familia, siguiendo las normas del patriarcado existentes en ese periodo en las sociedades occidentales.

Hilma af Klint pese a tener un éxito como pintora naturalista que le permitió vivir de sus cuadros de paisajes y retratos, el hecho de ser mujer la dejó fuera de los grupos artísticos del momento.

Durante los primeros años del siglo XX, Hilma participó en diversas exposiciones, tanto individuales como en grupo, en las que dio a conocer su obra naturalista. Además, la pintora viajó por Alemania, Noruega, Holanda, Bélgica e Italia, junto a otros compañeros, y se unió a la Sociedad de Mujeres Artistas Suecas.

Hilma af Klint. Group I, Primordial chaos, nº5, 1906-1907. Moderna Museet, Estocolmo

Además, el dolor y trauma que le había provocado la temprana muerte de su hermana Hermina, que había fallecido tras contraer una fuerte gripe a los diez años, hizo que Hilma buscara respuestas más allá de la ciencia o de lo visible.

Sentía especial atracción por el esoterismo que aumentó tras la triste muerte de su hermana. Se acercó a los rosacruces [1], la antroposofía [2] y la teosofía [3], un movimiento que también atrajo a Kandinsky y Mondrian. También se inició en el espiritismo.

El grupo formado por Sigrid Hedman, Cornelia Cederberg, Mathilda Nilsson, Anna Cassel y la propia Hilma se reunía todos los viernes para entrar en contacto con guías espirituales de otras dimensiones que les enviaban mensajes, que ellas reflejaban a través de la pintura y la escritura automáticas.

Hilma fue la componente del grupo que dirigió más veces las sesiones espirituales, ya que tenía la capacidad de canalizar estos mensajes aun estando consciente.

En una de las sesiones, los Altos Maestros tal y como ellas llamaban a los guías les pidieron que mostraran al mundo lo que habían visto en aquella dimensión espiritual. Las amigas rechazaron dedicarse a esa tarea, sin embargo, Hilma af Klint aceptó el encargo e inició, de esta manera, su primera serie de cuadros abstractos, titulada “Las pinturas para el templo”. Este proyecto fue iniciado en el año 1906 y terminado en el año 1915, compuesto por 193 obras.

A partir de ese momento, Hilma af Klint cambió radicalmente su estilo pictórico e inició una doble vida en la que, por un lado, seguía pintando paisajes y retratos para subsistir económicamente y, por otro, se entregaba a la creación de nuevas obras místicas y disruptivas, adentrándose así en el mundo del arte abstracto.

Esta serie se convirtió en el epicentro del desarrollo de su lenguaje abstracto y en la primera colección de obras abstractas de la historia. Hilma decía “Los cuadros fueron pintados directamente a través de mí, sin dibujos preliminares y con gran fuerza. No tenía ni idea de lo que se suponía que representaban las pinturas, sin embargo trabajé rápida y segura, sin cambiar una sola pincelada”.

Conoció a Rudolf Steiner en el año 1908, que era miembro destacado de la sociedad Teosófica y fundador de la Antroposofía, quien cuando vio la obra le recomendó no mostrarla durante 50 años. La artista lo limitó a 20 años.

Hilma af Klint suspendió su trabajo para asistir a su madre dependiente, período en el cual abandonó el barrio de Kungstraedgaarden. Hilma se alejó de la escena artística para cuidar a su madre dependiente en el año 1909 pues sufría ceguera. Con ella estuvo conviviendo hasta 1912.

Aquellos años, Hilma empezó a estudiar la obra literaria de Rudolf Steiner, el miembro más destacado de la Sociedad Teosófica y fundador de la antroposofía, a quien la artista había conocido en el año 1908. Estos textos influyeron enormemente tanto en su pensamiento como en su obra pictórica, determinando futuras series como Los cisnes La paloma.

Hilma pintó bajo los lineamientos de la geometría abstracta la serie “Parsifal” en el año 1916 y en el año 1917, la serie “Átomo”.

Posteriormente, pintó muchas otras series, entre ellas “Altarpieces”, en la que integró todos los conceptos y símbolos representados en sus obras anteriores.

Hilma decidió parar su creación y se dedicó a investigar y estudiar su propia obra entre los años 1917 y 1918, tratando de entender el universo que había pintado hasta entonces.

Muere su madre en el año 1920. Viajó a Suiza, donde se reencontró con Rudolf Steiner. Allí se unió a la Sociedad Teosófica y estudió sus textos. En lo pictórico, realizó una serie de pinturas sobre las grandes religiones del mundo.

Los cuadros de af Klint eran de grandes dimensiones y, por lo tanto, era complicado transportarlos. Por eso, la artista ideó un pequeño “museo maleta” , es decir, un maletín en el que guardaba estas libretas, que se llevó consigo en sus viajes para poder mostrar su arte.

Abandonó la pintura por completo en el año 1925, para dedicarse a los estudios teosóficos. Murió en un accidente en 1940.

Obra artística

Fue una innovadora radical de un tipo de arte que daba la espalda a la realidad visible. Desarrolló un lenguaje abstracto desde el año 1906. La obra de Hilma af Klint no es una abstracción real del color y la forma en sí mismos, sino que trata de modelar lo invisible.

Esto sucedió años antes de que apareciera la obra de Wassily Kandinsky, Piet Mondrian y Kazimir Malévich, que aún son tratados como los precursores del arte abstracto a principios del siglo XX.

Durante esta primera fase creativa, Hilma también desarrolló las series “Eros”, “Las grandes pinturas de figuras” y “Los diez mayores”, una colección de diez cuadros de gran formato en los que representó las cuatro etapas de la vida.

En sus innovadoras obras, Hilma empezó a utilizar colores planos y tonos pastel, algo que no se había hecho hasta el momento, y se dejó llevar por los Altos Maestros que decía que guiaban su pincel a través del lienzo, trazando círculos, óvalos, líneas, triángulos y espirales de manera recurrente.

La principal intención de Hilma no era la de experimentar a partir de la abstracción de la forma y el color, sino la de plasmar a través de su arte el mundo invisible al que creía tener acceso a través de las sesiones espirituales.

Hilma realizó más de 1.000 trabajos, entre pinturas y obra en papel. En vida, expuso su obra temprana y figurativa, pero nunca la abstracta. Ella en su testamento redactó que su obra abstracta no se expusiera en público hasta veinte años después de su muerte, dado que estaba convencida de que hasta entonces no se podría valorar y comprender su obra en su justa medida. Sus deseos se cumplieron y hasta el año 1986 no se descubrió su obra.

Tras abandonar el lenguaje figurativo naturalista, Hilma parte de la base de que existe una dimensión espiritual en la existencia y quiere hacer visible el contexto que existe más allá de lo que el ojo puede ver.

Al igual que otros de sus contemporáneos, estuvo muy influida por las corrientes espirituales de la época, particularmente el espiritismo, la teosofía y la antroposofía. En su obra abstracta, en la que destaca la pintura de gran formato, se encuentran elementos recurrentes, como círculos concéntricos, óvalos y espirales.

A partir del año 1920, la artista pintó una nueva serie dedicada a las grandes religiones del mundo y otra titulada “Las flores y los árboles”, en la que se desprendió por completo de su simbología geométrica, en un intento de retratar la dimensión espiritual de la naturaleza.

De esta manera, Hilma volvió a fijarse en los elementos naturales que le habían inspirado al inicio de su carrera para plasmarlos, esta vez, desde una perspectiva completamente diferente.

Las temáticas que abordaba versaban sobre aspectos metafísicos, como la dualidad material y espíritu, lo femenino y lo masculino, la totalidad del cosmos, el origen del mundo…

Entre los años 1922 y 1941, Hilma se dedicó profundamente a los estudios teosóficos y pintó sobre todo acuarelas. También comenzó la revisión y edición de sus cuadernos, con la ayuda de su íntima amiga y, según algunas fuentes, compañera romántica, Anna Cassel.

Aquellos años, Hilma ideó un plan para construir un museo para mostrar qué hay más allá de la materia y exhibió una pequeña parte de la serie “Pinturas para el templo” en la Conferencia Mundial de Ciencias Espirituales organizada por la Sociedad Antropológica de Inglaterra en el año 1926.

A principios de la década de 1940, Hilma af Klint se mudó junto a su prima Hedvig af Klint a Djursholm-Ösby, en Estocolmo. Fue allí donde, el 21 de octubre de 1944, poco antes de cumplir los 82 años, la artista falleció tras sufrir un accidente en tranvía.

Exposiciones después de muerta

La obra abstracta de Hilma se mostró por primera vez en la exposición “Lo espiritual en el arte, pintura abstracta 1890-1985” organizada por Maurice Tuchman en Los Ángeles en el año 1986. Esta exposición fue el punto de partida de su reconocimiento internacional.

“Hilma Af Klint: Pinturas para el futuro”, la exposición del año 2019 del Museo Solomon R. Guggenheim, tuvo más de 600.000 visitantes, siendo la más visitada en los 60 años de historia del museo.

El desccubrimiento de la obra de Hilma Af Klint 

Siguiendo la petición especificada en su testamento, dos décadas después de que Hilma muriera, su sobrino Erik af Klint, último heredero de la artista, abrió los grandes baúles en los que se había guardado toda su obra y, en su interior, encontró 1.300 cuadros, 124 libretas repletas de anotaciones y 26.000 páginas escritas a máquina.

Poco después, en el año 1986, se celebró como hemos visto la primera exposición dedicada a la obra de Hilma af Klint en Los Angeles. Sin embargo, por aquel entonces, Kandinsky, Mondrian y Malévich ya se habían consolidado como padres del arte abstracto y ella, lejos de ser reconocida como pionera del mismo, quedó relegada a un segundo lugar.

De hecho, muchos museos rechazaron incluir sus cuadros en las colecciones de arte abstracto y la obra de Hilma fue escondida durante años, y tendría que esperar algunas décadas más para ser valorada y apreciada.

En 2013, casi setenta años después de la muerte de af Klint, el Museo de Arte Moderno de Estocolmo organizó la primera exposición retrospectiva de su obra.

Poco después, en el año 2018, el museo Guggenheim de Nueva York celebró otra importante exhibición que fue alabada por los medios, cosa que hizo que el público acudiera en masa a visitar los cuadros de Hilma af Klint y que la exposición fuera la más visitada de la historia del museo hasta el momento.

A partir de entonces, el mundo empezó a apreciar el arte de la pintora que, durante la primera mitad del siglo XX, pintó para los ojos del público que viviría los inicios del siglo XXI.

Sin embargo, pese a ser una figura imprescindible de la historia del arte, el nombre de Hilma af Klint sigue siendo menos conocido que el de sus coetáneos, por eso, a día de hoy, se sigue reivindicando su papel como pionera de una de las corrientes artísticas más importantes del siglo XX y como mujer artista que revolucionó la pintura para siempre.

El árbol de la vida

 

Bibliografía

Af Klint, Hima. “Catalogue Raisonné”. 2022. Bokförlaget Stolpe,Vol. I – VII.
Af Klint, Hilma. “The Art of Seeing the Invisible”, 2015. Kurt Belfrage, Louise Almqvist (eds.).
Af Klint, Hilma. “A Pioneer of Abstraction”. 2013. Müller-Westermann with Jo Widoff, with contributions by David Lomas, Pascal Rousseau and Helmut Zander.
Af Klint, Hilma. “Notes and Methods”. 2018. with an introduction and commentary by Iris Müller-Westerman. University of Chicago Press.

Hilma af Klint. Grupo IV, Los diez más grandes, nº 4, Juventud. Serie Sin título, 1907. The Hilma af Klint Foundation, Estocolmo


[1] Rosacruz se refiere originalmente a una legendaria orden secreta que habría sido fundada, según la "Fama Fraternitatis" publicada en el año 1614. Rosacruz también designa en masonería el séptimo y último grado del Rito Francés y el grado dieciocho en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado y en el Rito de Memphis y Mizraím, denominado Soberano Príncipe Rosacruz, Caballero del águila y el pelícano, que tiene como símbolos principales el pelícano, la rosa y la cruz. El término rosacruz puede designar asimismo al miembro de la masonería o de alguna otra fraternidad de naturaleza similar que ha alcanzado el grado de Caballero Rosacruz.


[2] 
La antroposofía es un sistema de pensamiento fundado a principios del siglo XX por Rudolf Steiner, que postula la existencia de un mundo espiritual objetivo, intelectualmente comprensible, accesible a la experiencia humana. Desde esta perspectiva, los seguidores de la antroposofía apuntan a participar en el descubrimiento espiritual a través de un modo de pensamiento independiente de la experiencia sensorial. También pretenden presentar sus ideas de una manera verificable mediante el discurso racional y al estudiar el mundo espiritual buscan una precisión y claridad comparables a las obtenidas por los científicos que investigan el mundo físico


[3] 
La teosofía propone que todas las religiones actuales y antiguas surgieron a partir de una enseñanza o tronco común, que ha quedado oculta bajo el velo de las doctrinas que se fueron elaborando con el correr de los siglos siguientes, llevando muchas veces a contradecir la enseñanza original. El estudio comparativo de la Ciencia y la Filosofía son otra forma de acercamiento a esta enseñanza original, que no es otra cosa que la realidad permanente que subyace por detrás del mundo sensible sujeto al constante devenir.

https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/historia-arte-feminismo-hilma-af-klint-olvidada-pintura-abstracta/20241201091757232847.html


















































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