Nombre latino |
Ordo
Cisterciensis |
Siglas |
O. Cist. |
Nombre común |
Bernardos |
Gentilicio |
Cistercenses |
Tipo |
|
Regla |
|
Hábito |
Blanco |
Fundador |
|
Fundación |
|
Lugar de fundación |
Abadía de
Citeaux |
Aprobación |
1100 por el Papa Pascual
II |
Superior General |
Abad General Mauro Giuseppe Lepori |
Religiosos |
1470 |
Sacerdotes |
717 |
Curia |
Piazza del
Tempio di Diana, 14 |
Sitio web |
La orden
cisterciense (en latín: Ordo cisterciensis, o.Cist.), igualmente
conocida como orden del Císter o
incluso como santa orden del Císter
(Sacer ordo cisterciensis, s.o.c.) es una orden
monástica católica
reformada, cuyo origen se remonta a la fundación de la Abadía de Císter por Roberto de Molesmes en 1098. Esta
abadía se encuentra donde se originó la antigua Cistercium romana,
localidad próxima a Dijon, Francia.
La orden cisterciense desempeñó un papel
protagonista en la historia religiosa del siglo XII. Su
influencia fue particularmente importante en el este del Elba donde la
orden hizo «progresar al mismo tiempo el cristianismo, la civilización y el
desarrollo de las tierras».[1]
Como restauración de la regla
benedictina inspirada en la reforma gregoriana, la orden
cisterciense promueve el ascetismo, el rigor litúrgico dando
importancia al trabajo manual. Además de la función social que ocupó hasta la Revolución francesa, la orden
ejerció una influencia importante en los ámbitos intelectual o económico, así
como en el ámbito de las artes y de la espiritualidad.
Debe su considerable desarrollo a Bernardo de Claraval (1090-1153), hombre
de una personalidad y de un carisma
excepcional. Su influencia y su prestigio personal hicieron que se convirtiera
en el cisterciense más importante del siglo XII, pues,
aun no siendo el fundador, sigue siendo todavía hoy el maestro espiritual de la orden.[2]
En nuestros días, la orden cisterciense está
formada por dos órdenes diferentes. La orden de la «Común Observancia» contaba
en 1988 con más de 1.300 monjes y 1.500 monjas, repartidos respectivamente en
62 y 64 monasterios. La Orden
Cisterciense de la Estrecha Observancia, también llamada
O.C.S.O., comprende hoy en día cerca de 2.000 monjes y 1.700 monjas, comúnmente
llamados trapenses porque provienen de la reforma de la abadía de la Trapa,
repartidos en 106 monasterios masculinos y 76 femeninos.[3] [4] Las dos
órdenes cistercienses actualmente mantienen vínculos de colaboración entre
ellas.
Su hábito es túnica blanca y escapulario negro,
retenida por un cinturón que se lleva por debajo; el hábito de coro es la
tradicional cogulla monástica, de color blanco. De hecho, se los llamó en la
Edad
Media «monjes blancos», en oposición a los «monjes negros» que
eran los benedictinos. También es
frecuente la denominación «monjes bernardos» o simplemente «bernardos», por el
impulso que dio a la orden Bernardo de Fontaine.
Aunque siguen la regla de san Benito, los
cistercienses no son propiamente considerados como benedictinos. Fue en
el IV Concilio de Letrán en 1215 cuando
la palabra «benedictino» apareció para designar a los monjes que no pertenecían
a ninguna orden centralizada,[5] por
oposición a los cistercienses.
Abadía de Pontigny, fundada en 1114, segunda fundación o hija de la Orden
https://cister.org/archivo-abadias/pontigny/
Abadía de las Huelgas Reales de Valladolid fundación cisterciense de 1282. Este edificio data del
siglo XVI.
Abadía de San Pedro de Cardeña, fundada en 899
https://www.guiasturisticosburgos.com/san-pedro-de-cardena.html
Monasterio de Poblet, fundado en 1149 por Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.
https://tenbuenviaje.com/el-monasterio-de-poblet/
La abadía de Santes Creus, del siglo XII, declarada
monumento nacional en 1921.
https://cister.org/que-bien-sienta-otono-arquitectura-cisterciense/
Monasterio de Nuestra Señora de Alconada en Ampudia.
https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Ampudia_-_Monasterio_de_Nuestra_Se%C3%B1ora_de_Alconada_3.jpg
Brazo y báculo típico cisterciense en lápida
funeraria de Abad en Abadía de
Boyle (Irlanda)
Historia
Antecedentes de la orden
cisterciense
En Occidente, en el cambio entre el siglo XI y el siglo XII, eran numerosos los
cristianos que buscaban «nuevas vías de perfección» espiritual.6
La Regula Sancti Benedicti fue también, a finales del siglo XI,
una formidable fuente de inspiración para los movimientos que se esforzaban en
buscar la perfección espiritual al conjugar el ascetismo y el rigor litúrgico
rechazando la ociosidad en contraposición al trabajo manual. Como la Orden de
Grandmont o la Orden Cartuja, fundada por San Bruno en 1084, la Orden Cisterciense estuvo marcada en su nacimiento por la necesidad
de reforma y la inspiración evangélica, de la misma forma que la experiencia de
Robert de Arbrissel, fundador de la Orden de
Fontevraud en 1091, o la eclosión de los capítulos de canónigos basados en la regla de San Benito.
Los padres fundadores
La forma de vida cisterciense comenzó a fraguarse
con la fundación de la abadía de Notre-Dame de Molesmes, por Roberto de
Molesmes en 1075, en la región de
Tonnerre.[8]
Roberto de Molesmes había nacido en Champaña y estaba
emparentado con la familia Maligny, una de las más importantes de la región.
Comenzó su noviciado a la edad de quince años en la abadía de
Moutiers-la-Celle, en la diócesis de Troyes, donde llegó a ser prior. Imbuido
del ideal de restauración de la vida monástica tal como fue instituida por San
Benito, abandonó el monasterio en 1075 para ponerlo en práctica. Compartió
la soledad, la pobreza, el ayuno y la oración con siete ermitaños, cuya vida
espiritual dirigió. Se instalaron en el bosque de Collan, o Colán, cerca de Tonnerre.[9] Gracias
a los señores de Maligny, el grupo se estableció en el valle del Laignes, en la localidad de Molesmes.[10]
Adoptaron reglas similares a las de los camaldulenses,
combinando la vida comunal de trabajo y el oficio benedictino con el eremitismo.[11]
Esta fundación fue un éxito. La nueva abadía atrajo
a numerosos visitantes y donantes, religiosos y laicos. «Quince años después de
su fundación, Molesmes se asemejaba a cualquier abadía benedictina próspera de
su época.»[12] Pero las
exigencias de Roberto y de Albéric fueron mal aceptadas. Se produjeron
divisiones en el seno de la comunidad. En 1090, Roberto, con algunos compañeros,
decidió alejarse durante un tiempo de la abadía y sus disensiones,
estableciéndose con algunos hermanos en Aulx para llevar una vida de ermitaño.[13] Sin
embargo, fue obligado a regresar a la abadía que dirigía en Molesmes.[14]
Sabía que no conseguiría satisfacer su ideal de
soledad y pobreza en Molesmes donde los partidarios de la tradición se oponían
a los de la renovación. Por ello, Roberto obtuvo la autorización de Hugues de
Die, legado del Papa, y aceptó un lugar solitario ubicado en el bosque
pantanoso de la baja región de Dijon para retirarse y practicar, con la
mayor austeridad, la regla de San Benito. El lugar se lo propusieron el duque
de Borgoña, Eudes I, y sus
primos lejanos los vizcondes de Beaune.[15] Alberico y Esteban Harding, así
como otros veintiún monjes fervorosos, lo acompañaban. Se instalaron el 21 de
marzo de 1098 en el lugar
conocido como La Forgeotte, alodio concedido por Renard, vizconde de
Beaune, para fundar allí otra comunidad denominada durante un tiempo el novum
monasterium.[16]
El «nuevo monasterio»
El abaciado de Roberto
Los inicios del novum monasterium,[17] en
edificios de madera rodeados de una naturaleza hostil, fueron difíciles para la
comunidad. La nueva fundación se benefició, no obstante, del apoyo del obispo
de Dijon. Eudes de
Borgoña también dio muestras de generosidad; Renard de Beaune,
su vasallo, cedió a la comunidad las tierras que lindaban con el monasterio.[18] La
benévola protección del arzobispo Hugues permitió la edificación de un
monasterio de madera y de una humilde iglesia. Roberto tuvo el tiempo justo de
recibir del duque de Borgoña una viña en Meursault, ya que, tras un sínodo celebrado
en Port d’Anselle en 1099 que legitimó la
fundación del novum monasterium, se vio obligado volver a Molesmes,
donde encontraría la muerte en 1111.
La historiografía cisterciense censuró durante
algún un tiempo la memoria de los monjes que regresaron a Molesmes. Así, los
escritos de Guillermo
de Malmesbury, y luego el Pequeño y el Gran Exordio, se
hallan en el origen de la leyenda negra que, en el seno de la orden, persiguió
a Roberto y a sus compañeros de Molesmes «a quienes no les gustaba el desierto.»[19]
El
abaciado de Alberico
Los fundadores de Cîteaux: Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding venerando a la Virgen María.
Roberto dejó la comunidad en manos de Alberico, uno de los más fervientes
partidarios de la ruptura con Molesmes. Alberico, administrador eficaz y
competente, obtuvo la protección del papa Pascual II (Privilegium Romanum) quien promulgó el 19 de octubre de 1100 la bula Desiderium quod. Alberico,
enfrentado a numerosas dificultades materiales, desplazó su comunidad dos
kilómetros más al sur, a orillas del Vouge, para encontrar un suministro
suficiente de agua.20 Bajo sus órdenes se construyó una iglesia a unos
centenares de metros del lugar inicial. El 16 de noviembre de 1106 Gauthier, obispo de Chalon, consagró en este nuevo lugar la primera iglesia construida en piedra.
Alberico consiguió mantener el fervor espiritual en el seno de su comunidad, a
la que sometió a una ascesis muy dura. Pero Cîteaux vegetaba, las vocaciones eran escasas y sus
miembros envejecían. Los años parecían difíciles para la pequeña comunidad ya que
«los hermanos de la Iglesia de Molesmes y otros monjes vecinos no dejaban de
acosarlos y de perturbarlos».21
Sin embargo, la protección del duque de Borgoña, la de su hijo Hugo II, con posterioridad a 1102, y los clérigos surgidos
del valor de la comunidad, permitieron un primer desarrollo. A partir de 1100 el monasterio atrajo a
algunos neófitos; algunos novicios se incorporaron al grupo.22 Durante su abaciado, Alberico hizo adoptar a los
monjes el hábito de lana cruda distinto del hábito negro de los monjes de la
orden de Cluny. Ello les valdría a los cistercienses los apodos de «monjes blancos»,23 «benedictinos blancos» o «bernardinos», del nombre
de san Bernardo, por oposición a los benedictinos o «monjes negros».24
Alberico definió el estatuto de los hermanos conversos, religiosos que
no eran ni clérigos ni monjes, pero sujetos a la obediencia y a la estabilidad
y que llevaban a cabo el grueso de los trabajos manuales. También hizo
emprender el trabajo de revisión de la Biblia que sería concluido bajo el abaciado de Esteban Harding.[25
El abaciado de Esteban
Harding
Esteban Harding y el abad de Saint-Vaast d'Arras depositando su abadía a los pies de la Virgen.[26]
En 1109, Esteban
Harding se hizo cargo de los destinos de Cîteaux, sucediendo a Alberico tras la muerte
de este último. Esteban, noble anglosajón de sólida formación intelectual, era
un monje formado en la escuela de Vallombreuse que ya había desempeñado un
papel protagonista en los acontecimientos de 1098. Mantuvo
excelentes relaciones con los señores locales. La benevolencia de la castellana
de Vergy y del duque de Borgoña garantizó el
desarrollo material de la abadía. La revalorización de las tierras garantizó a
la comunidad los recursos necesarios para su subsistencia. El fervor de los
monjes confirió a la abadía un gran renombre. En abril de 1112 o mayo
de 1113,[27] el joven
caballero Bernardo
de Fontaine, junto a una treintena de compañeros, hizo su entrada en
el monasterio cuyos destinos transformaría. Con la llegada de Bernardo, la
abadía se engrandeció. Los postulantes fluyeron, los efectivos crecieron e
impulsaron a Esteban Harding a fundar «abadías filiales».
La fundación de la orden
En 1113 se fundó
la primera abadía filial en La Ferté, en la diócesis de Chalon-sur-Saône, seguida por la
de Pontigny, en la
diócesis de Auxerre, en 1114. En junio de 1115, Esteban
Harding envió a Bernardo con doce camaradas a fundar la abadía de Claraval, en Champaña. El mismo día, una comunidad
monástica partió de Cîteaux para fundar la abadía de Morimond.
Sobre este tronco de las cuatro filiales de
Cîteaux, la orden se desarrolló y la familia cisterciense creció durante todo
el siglo XII. A
partir de 1120 la orden
se estableció en el extranjero. Finalmente, junto a los monasterios de hombres
se crearían conventos de monjas. El primero se estableció en 1132 por iniciativa
de Esteban Harding en Tart-l'Abbaye, siendo
el de Port-Royal-des-Champs uno de
los más célebres.
Para Esteban Harding, organizador de la orden y
gran legislador, la obra que veía nacer era aún frágil y precisaba ser
reforzada. Las abadías creadas por Cîteaux necesitaban el vínculo que sería la
marca de su pertenencia a la aplicación estricta de la regla de San Benito y
hacer solidarias a las comunidades monásticas. La Carta de Caridad que
él elaboró se convirtió en el cimiento que garantizaría la solidez del edificio
cisterciense.
La Carta
de caridad
Entre 1114 y 1118, Esteban
Harding redactó la Carta Caritatis o Carta de caridad, texto
constitucional fundamental en el cual se basa la cohesión de la orden. En ella
estableció la igualdad entre los monasterios de la orden. El cumplimiento de la
unidad de observancia de la regla de San Benito tenía por objeto
organizar la vida diaria e instaurar una disciplina uniforme en el conjunto de
las abadías. El papa Calixto II la aprobó el 23 de diciembre de 1119 en Saulieu. La Carta
fue objeto de diferentes actualizaciones.
Esteban Harding previó que cada abadía, aun
conservando una gran autonomía —en particular financiera—, dependiera de una
abadía madre: la abadía que la fundó o aquella a la que estuviese vinculada.
Sus abades, elegidos por la comunidad, controlarían la abadía a su criterio. Al
mismo tiempo, supo prever sistemas eficaces de control, evitando la centralización.
La abadía madre tenía derecho de fiscalización y su abad debía visitarla
anualmente.
Esteban Harding instituyó el Capítulo general en la
cumbre de la Orden como órgano supremo de control. El Capítulo general reunía,
cada 14 de septiembre y bajo la presidencia del abad de Cîteaux que fijaba el
programa, a todos los abades de la orden, que estaban obligados a asistir
personalmente o, excepcionalmente, a estar representados. Todos tenían el mismo
rango excepto los abades de las cuatro ramas principales.
Por
otra parte, el Capítulo general decretaba estatutos y realizaba las
adaptaciones necesarias en las normas que regían la orden. Las decisiones
tomadas en estas asambleas se anotaban en registros llamados Statuta,
instituta et capitula.
Este
sistema, como subraya Dom J. M. Canivez, permitió «una unión, una intensa
circulación de vida y un verdadero espíritu de familia que agrupaba en un
cuerpo compacto a las abadías surgidas de Cîteaux».
Bernardo
de Claraval y la expansión de la orden
Bernardo de Claraval enseñando
en la sala capitular, Heures d'Étienne Chevalier, ilustradas por Jean
Fouquet, museo Condé, Chantilly.
Sin dejar de ocuparse de Claraval, de donde seguiría siendo abad toda su
vida, Bernardo tuvo una influencia religiosa y política considerable fuera de
su orden.31 Durante toda su vida se guio por la defensa de la
orden cisterciense y sus ideales de reforma de la Iglesia. Se lo encontraba en
todos los frentes y su vida fue rica en paradojas. Proclamó su deseo de
retirarse del mundo y, sin embargo, no dejó de mezclarse en los asuntos del
mundo. De buen grado impartía lecciones, pero, seguro de la superioridad del
espíritu cisterciense, abrumaba con sus reproches a sus hermanos cluniacenses.32 Tuvo muy duras palabras para fustigar a los
clérigos y a los prelados que sucumbían a las riquezas materiales y al lujo. No
desdeñó la picardía, la astucia, la mala fe o las injurias para abatir a su
adversario. El teólogo Pedro Abelardo sufrió en persona esta dura experiencia.33 Estuvo en el Languedoc intentando frenar los
progresos de la herejía. Recorrió Francia y Alemania movilizando a las muchedumbres tras la
predicación de Vézelay, el 31 de marzo de 1146, para predicar la Segunda Cruzada. Intervino en la controversia entre dos papas elegidos simultáneamente
consiguiendo hacer triunfar la causa de Inocencio II sobre Anacleto II) y llegó a ser referencia de
soberanos pontífices.34
Las fundaciones prosiguieron a un ritmo constante. La orden, con su base
borgoñona, se extendió por el Dauphiné y el Marne; luego, en poco tiempo, todo
el Occidente cristiano. No ha habido una nación católica, desde Escocia a Tierra Santa, de Lituania y Hungría a Portugal, que no haya conocido a los cistercienses en alguno de sus setecientos
sesenta y dos monasterios.35 De Claraval surgió, en suma, la mayor rama de la
orden cisterciense: trescientas cuarenta y una casas, ochenta de ellas filiales
directas, dispersadas por toda Europa; aún más que Cluny, que sólo contaba con
alrededor de 300.36 Así pues, gracias al número de sus filiales que
sobrepasaba a las de Cîteaux, el peso de la abadía de Claraval no dejó de
crecer, en particular en las decisiones tomadas en los Capítulos generales.37
Al morir, el 20 de agosto de 1153, honrado por todo el mundo
cristiano, convirtió a Cîteaux en uno de los principales centros de la
cristiandad.
La organización de la orden
«Debemos ser unánimes, sin divisiones entre nosotros: todos juntos, un
solo cuerpo en Cristo, siendo miembros los unos de los otros»
— San Bernardo, Sermon pour la Saint-Michel, I, 8.
La regla benedictina solicita una síntesis entre
exigencias opuestas: independencia económica y actividad litúrgica, actividad
apostólica y rechazo del mundo. Los Statuts des moines cisterciens venus de
Molesme (Estatutos de los monjes cistercienses venidos de Molesmes),
redactados en los años cuarenta del siglo XII, son una propuesta de
normalización del ideal primitivo: estricta observancia de la regla
benedictina, búsqueda del aislamiento, pobreza integral, rechazo de los
beneficios eclesiásticos, trabajo manual y autarquía. Los primeros abades de
Cîteaux habían encontrado este equilibrio en la sencillez, en la ascesis y el
gusto por el cultivo. Los siglos XII y XIII, marcados por los escritos de sus
fundadores, debían permitir profundizar y apuntalar estos principios de
organización. Pero a partir del abaciado de Esteban Harding, apareció una
legislación bajo la forma La Charte de charité et d'unanimité (La
Carta de caridad y de unanimidad) que regulaba las relaciones de las
abadías madre, de sus filiales y pequeñas filiales. La multiplicación de las
fundaciones y la extensión de este nuevo monacato exigían una nueva reflexión
sobre su administración. Para Philippe Racinet, «la organización cisterciense
es una obra maestra de construcción institucional medieval».38 La exención de la jurisdicción episcopal permitió
a la orden de Cîteaux poner a punto dos instituciones que debían convertirse en
su fuerza: el sistema de visitas de los abades-padres y el Capítulo general
anual.39 Al mismo tiempo, muy probablemente entre 1097 y
1099, el abad Esteban hacía poner por escrito el relato de las fundaciones.
La «abadía madre» y sus filiales
Primeras filiales de Cîteaux en 1115 y máxima expansión de la orden a
finales del siglo XIII.
Los recién llegados, integrados en establecimientos geográficamente
distantes, recibían formación apropiada en la casa que los acogía. Para
favorecer la cohesión, evitar discordias y fundar relaciones orgánicas entre
los monasterios, en 1114 Esteban redactó una Carta de unanimidad y de
caridad.40 Esta carta, en tanto que documento jurídico, «regula
el control y la continuidad de la administración de cada casa, [...] define las
relaciones de las casas entre ellas y asegura la unidad de la orden».41 No se completó hasta 1119; después, debido a nuevas
dificultades, se modificó hacia 1170 para dar nacimiento a la Charte
de charité postérieure (Carta de caridad posterior).
Por su espíritu, se separaba del modelo cluniacense de «familia»
jerarquizada, ofreciendo amplia autonomía a cada monasterio. Cîteaux permanecía
como autoridad espiritual guardiana de «la observancia de la santa regla»
establecida en el «nuevo monasterio».
Cada monasterio, según el principio de caridad, tenía el deber de
socorro a las fundaciones más desamparadas, mientras que las abadías madres
garantizaban el control y la elección de los abades dentro de las abadías
filiales. El abad de Cîteaux, por medio de sus consejos y en sus visitas,
conservaba una autoridad superior. Cada abad debía ir a Cîteaux todos los años,
en torno a la fiesta de la Santa Cruz, el 14 de septiembre, para el Capítulo general, como órgano supremo de gobierno y de
justicia, a resultas del cual se promulgaban estatutos. Este procedimiento no
era enteramente original puesto que se remontaba, también, a los orígenes de la
orden de Vallombreuse, pero la inspiración procedía del convenio entre
Molesmes y Aulps, firmado en 1097 bajo el abaciado de Roberto. Desde finales del siglo XII, el Capítulo estuvo asistido
por un comité de definidores nombrados por el abad de Cîteaux; era el Définitoire
(Definitorio). Los cistercienses aceptaron, sin embargo, el apoyo y el control
del obispo del lugar en caso de conflicto en el seno de la orden. Así, a partir
de 1120, en el plano jurídico y normativo, lo esencial de lo que constituía la
orden reposaba sobre principios sólidos y coherentes.
Los lugares cistercienses
«Bernardus valles amabat», «Bernardo amaba los valles». La
elección del lugar cisterciense respondía con frecuencia a este proverbio, como
prueba la toponimia cisterciense: abadía de Císter, Clairvaux, Bellevaux,
Clairefontaine, Droiteval.42 El valle arbolado debía contener, en extensiones amplias, todos los
ingredientes que respondiesen a las necesidades de la vida monástica, sin
encontrarse demasiado lejos de los ejes de circulación.43
El lugar debía permitir el aislamiento, conforme a una vida fuera del
mundo; además, debían tenerse en cuenta las posibles relaciones con los señores
locales. En opinión de Terryl N. Kinder, los valles «delimitaban un territorio
“neutral” donde los nobles belicosos de las dos orillas estaban en tregua, pero
que, por su posición estratégica, no servían para uso doméstico.»44 Pero, sobre todo, los valles estaban disponibles, por lo que debían de
ser poco atractivos.
Emplazamiento de la abadía de Fontfroide.
Sin embargo, no conviene exagerar el carácter malsano de estos lugares; los cistercienses no buscaban deliberadamente pantanos insalubres. Las numerosas referencias a «lugares de horror» en los documentos primitivos remiten a topoi bíblicos. El lugar debía presentar ventajas y recursos suficientes y, a menudo, la elección inicial no presentaba todas las características requeridas. Por ello, las fundaciones fueron a menudo largas y peligrosas y la nueva abadía solo se consagraba a condición de que el oratorio, el refectorio, el dormitorio, el alojamiento y la portería estuviesen bien situados.45
Abadía de Notre-Dame de Citeaux
https://www.fondation-patrimoine.org/les-projets/abbaye-notre-dame-de-citeaux/60121
Según Kinder, si la elección de una fundación dependía de «una sabia
mezcla hecha de piedad, política y pragmatismo, [...] el paisaje quizá
desempeñó un papel en la formación de la espiritualidad de la nueva orden».46
Cîteaux, vanguardia de la
Iglesia
La espiritualidad cisterciense, de acuerdo con el
ideal de pobreza en boga en aquella época, atrajo numerosas vocaciones, en
particular gracias a la energía y al carisma de Bernardo de Claraval. La orden
recibió también numerosas donaciones tanto de gente humilde como de los
poderosos. Entre estos donantes se cuentan personalidades de primer orden, como
los reyes de Francia, Inglaterra, España o Portugal, el duque de Borgoña, el
conde de Champaña, obispos y arzobispos.[47]
Esta evolución sostuvo el desarrollo de las
filiales de la orden que, a la muerte de Bernardo, contaba con trescientos
cincuenta monasterios,[48] sesenta
y ocho de ellos establecidos por Claraval. La expansión se produjo por
diáspora, por sustitución o por incorporación.
La línea de Claraval llegó a contar con hasta 350
monasterios, la de Morimond más de 200, la de Cîteaux un centenar, solamente
una cuarentena la de Pontigny y menos de veinte la de La Ferté. A
partir de 1113, las primeras monjas se instalaron en el castillo de Jully. Se instituyeron en 1128 en la abadía de Tart, en la
diócesis de Langres, y adoptaron el
nombre de «Bernardines». Los monasterios del suburbio de Saint-Antoine,
en París, y de Port-Royal-des-Champs eran los
más famosos de los que las monjas ocuparon posteriormente.
El desarrollo
cisterciense en los siglos XII y XIII[49]
Periodos |
Número de establecimientos |
En territorio francés |
1151-1200 |
209 |
59 / (28%) |
1201-1250 |
120 |
13 / (11%) |
1251-1300 |
46 |
3 / (6,5%) |
1151-1300 |
375 |
75 |
Como consecuencia del crecimiento de
la orden con la fundación de centenares de abadías y la incorporación de varias
congregaciones —las de Savigny, que contaba con treinta monasterios, y la de
Obazine en vida de San Bernardo—, la uniformidad de las costumbres se alteró.
En 1354 la orden contaba con
690 casas de hombres y se extendía de Portugal a Suecia, de Irlanda a Estonia y de Escocia hasta Sicilia. Nos obstante, la mayor
concentración se dio en tierras francesas y más concretamente en Borgoña y
Champaña.[50]
Las monjas
cistercienses
Hacia 1125 algunas monjas benedictinas
abandonaron su priorato de Jully-les-Nonnains y se instalaron en la abadía de
Tart, solicitando la protección del abad de Císter, Esteban Harding, que se la
concedió en 1132. Luego se
crearon otros monasterios y se incorporaron a la orden. El de Tart, la abadía
madre, albergaba cada año el capítulo general de las abadesas. Hacia 1200 se contabilizaban dieciocho
monasterios de monjas cistercienses en Francia. En el siglo XII, las monjas crearon abadías en
Bélgica, Alemania, Inglaterra, Dinamarca y España. Algunas de estas fundaciones
españolas existen aún hoy, como el Monasterio Real de las Huelgas de
Burgos, creado en 1187 por Alfonso
VIII de Castilla, y que sigue estando afiliado a la orden de
Cîteaux.[51]
El apogeo de los siglos XII y XIII
San Bernardo predicando la 2ª Cruzada, en Vézelay, en 1147. Cuadro del siglo XIX.
Esta expansión garantizó a los cistercienses un lugar preponderante no
sólo en el seno del monacato europeo sino también en la vida cultural, política
y económica. Bernardo, líder del pensamiento de la Cristiandad, llamó a los
señores a la reconquista de Tierra Santa el 16 de febrero de 1147; los cistercienses predicaron durante la Tercera Cruzada (1188-1192) y algunos hermanos participaron en ella personalmente. La
orden se manifestó durante la evangelización de la región francesa de Midi y en
la lucha contra los cátaros, cuya doctrina era condenada y combatida por la Iglesia. Arnaud Amaury,
abad de Cîteaux, fue designado Legado por el papa y organizó la cruzada contra los Albigenses.47 Los cistercienses precedieron a los dominicos en estos territorios, en los
que garantizaron la predicación y organizaron la represión de la herejía. Se
les encargaron misiones de cristianización y, protegidos por el brazo secular,
penetraron en Prusia y en las provincias bálticas.
Defensores de los intereses de la Santa Sede, tomaron partido en la querella entre el Papa y el
Emperador, donde los cistercienses
apoyaron los objetivos teocráticos del pontífice. En el plano institucional,
esta crisis reforzó a la orden que trataba de ganar coherencia. Con el favor de
estas nuevas prerrogativas, «nace una nueva comunidad [...] que se
aleja del modelo creado por los padres fundadores, pero que ni se pervierte ni
es pervertida [...]; se trata de lo que podríamos llamar el segundo
orden cisterciense».52
En 1334, un cisterciense, antiguo abad de
la Abadía de
Fontfroide, accedió a la dignidad papal bajo el nombre de Benedicto XII. Bajo su
pontificado, la orden ganó en coherencia y trazó una nueva organización en
1336, bajo la forma de la Constitución «Benedictina».53 El Capítulo general ejercería en lo
sucesivo un control más estrecho sobre la gestión de las finanzas y bienes
inmobiliarios de las abadías, función que hasta ese momento dependía únicamente
del poder del abad. De este modo, en la primera mitad del siglo XIV, y fiel al espíritu de los primeros
tiempos, la orden gozó de un ascendiente sobre el conjunto de la cristiandad.
La Constitución subrayó la importancia de su acción en el seno de la Iglesia.
«Brillante como la estrella de la mañana en un
cielo cargado de nubes, la Santa Orden cisterciense, por sus buenas obras y su
edificante ejemplo, comparte el combate de la Iglesia militante. Por la dulzura
de la santa contemplación y los méritos de una vida pura, se esfuerza en
escalar con María la montaña de Dios, mientras que, por una encomiable
actividad y piadosos servicios, intenta imitar los diligentes cuidados de Marta
[...] esta orden ha merecido extenderse de un extremo a otro de Europa.» — Benedicto
XII, Constitución Benedectina,
1335.54
Siglo XIV: declive, encomiendas y congregaciones
Debido a las numerosas adhesiones y donaciones, y
también a una perfecta organización y un gran dominio técnico y comercial en
una Europa en plena expansión económica, la orden se convirtió rápidamente en
protagonista de todos los sectores. Pero el extraordinario éxito económico de
la orden en el siglo XIII acabaría por volverse contra ella. Las abadías
aceptaron numerosas donaciones que, a veces, eran participaciones en molinos o
en censos. Las abadías recurrían, pues, de
hecho, al arrendamiento rústico o a la aparcería, mientras que originariamente
la orden explotaba sus tierras mediante el trabajo manual de los conversos. El
desarrollo económico era poco compatible con la vocación inicial de pobreza que
dio lugar al éxito de la orden en el siglo XII. Por ello, la disminución de las
vocaciones hizo cada vez más difícil reclutar conversos. Los cistercienses
recurrieron entonces de manera creciente a mano de obra asalariada, en contradicción
con los preceptos originales de la orden.
Si bien la orden conservaba en el siglo XIV un
verdadero poder económico, se enfrentaba a la crisis económica que comenzaba y
que empeoró con la Guerra de los Cien Años (1337-1453). Muchas
abadías se empobrecieron. Aunque durante la Guerra de los Cien Años algunos
monasterios cistercienses se beneficiaron de su relativa autonomía, el
conflicto dañó a numerosos establecimientos. En particular, el reino de Francia
fue explotado por las compañías de mercenarios, muy presentes en Borgoña y en
sus grandes ejes comerciales. En 1360, los
hermanos de Cîteaux se vieron obligados a refugiarse en Dijon. El monasterio fu
presa del pillaje en 1438. Golpeada por el desafecto y el hundimiento demográfico
consecuencia de la guerra y de la Gran peste que
causó la muerte de la tercera parte de la población del continente en el año
1348, la orden se enfrentó a la disminución de sus comunidades.[55]
También desde el siglo
XIII con el desarrollo de las ciudades y de las
universidades, los cistercienses, instalados principalmente en lugares remotos,
perdieron su influencia intelectual en favor de las órdenes mendicantes que
predicaban en las ciudades y que proporcionaban a las universidades sus más
grandes maestros.[56]
El Gran Cisma de Occidente (1378–1417) asestó
un gran golpe a la unidad de la orden. Por una parte, la exacerbación de los
particularismos nacionales perjudicó la unidad; por otra parte, los dos papas
competían en generosidad para garantizarse el apoyo de los monasterios, lo que
supuso «un perjuicio considerable a la uniformidad de la observancia.»[57] Las
consecuencias del Cisma y las guerras
husitas fueron especialmente dolorosas para los monasterios
situados en los confines orientales de Europa. Las abadías de Hungría, Grecia y Siria fueron
destruidas durante las conquistas
otomanas. La celebración de un Capítulo general plenario en estas
condiciones se hacía cada vez más difícil a causa de los conflictos armados
pero, también, de las distancias que separaban a las distintas comunidades.[58]
Pero según Lekai el sistema que impuso el Papa Gregorio
XI (1370–1378) con la encomienda
«infligió más daños materiales y morales que las guerras, los desastres y la
Reforma juntos». Este Papa con el pretexto de ser el tutor de las órdenes
monásticas impuso su derecho a nombrar a los abades. Los reyes reclamaron
también en sus concordatos sus derechos feudales de nombrar a los abades. Para
Lekai «a partir de ese momento, el sistema de elección libre, obra maestra de
las reformas monásticas de la Edad Media, fue sustituido por el nombramiento,
prevaleciendo la política sobre el interés vital de la religión». Desde
entonces la elección de abades de personal de la corte real o de laicos fue
habitual y pocos residían en el monasterio. Se preocupaban principalmente de los
ingresos monetarios del monasterio que se repartían entre el abad (la mayor
parte) y la comunidad según un reparto por ley. Así en Francia en 1789 de los
228 monasterios que sobrevivían, 194 estaban en encomienda. Los resultados más
negativos de las encomiendas se dieron en Italia. Así el visitador de la Orden
dijo que en 1551 de las 35 abadías que estaban en régimen de encomienda, 16 no
tenían ningún monje en sus abadías y las otras 19 tenían un total de 86 monjes
con una media de 4 por monasterio.[59]
En las regiones orientales de occidente y de la
península ibérica no se dio la misma situación. En los edificios de Bohemia,
Polonia, Baviera, España y Portugal se instauró un movimiento de reconstrucción
de inspiración barroca.
No obstante, algunas voluntades de reforma
aparecieron en el reino de Francia. El Capítulo general de 1422 se
pronunció claramente sobre la cuestión: «Nuestra Orden, en las distintas
partes del mundo donde se encuentra extendida, parece deformada y decaída en lo
que afecta a la disciplina regular y a la vida monástica.»[60] Se
restauró el sistema de visitas. La urgencia de la reforma se reveló pronto en
toda la orden. En 1439 se promulgó una Rúbrica de definidores para
recordar las exigencias de la vida monástica, las distintas prohibiciones de
indumentaria y alimentarias y la necesidad de denunciar las prácticas abusivas.[61]
En ese contexto, un movimiento de reafirmación de
la disciplina y las exigencias espirituales se desarrolló en los Países Bajos,
en Bohemia y luego en Polonia, antes de conquistar toda Europa. Algunos
monasterios se reunían localmente, bajo el impulso de las comunidades o del
poder pontificio, para formar congregaciones cada vez más autónomas respecto al
Capítulo general. No obstante, aprovechando la reconquista de Borgoña por Luis XI, Jean de Cirey, abad de Cîteaux,
recuperó su papel de jefe de la orden, papel que había perdido desde el Gran Cisma.[62] En 1494 reunió a
los abades más influyentes en el colegio de los Bernardinos donde se promulgaron
los artículos reformadores llamados «de París». Aunque fuero bien acogidos, la
reforma fue sin embargo poco perceptible y se debió a menudo a iniciativas
individuales efímeras.
El movimiento de reforma protestante conmocionó
profundamente la situación. Un gran movimiento de deserción afectó a las
comunidades del norte de Europa y los príncipes ganados para la Reforma
confiscaron los bienes de la orden. Los monasterios ingleses, luego los
escoceses y finalmente los irlandeses lo fueron entre 1536 y 1580. Más de
doscientos establecimientos desaparecieron antes del final del siglo
XVII.
El precedente del gran cisma de Occidente donde los
cardenales divididos eligieron dos papas provocó grandes divisiones en la
Orden. Así el Papa de Roma cesó al Abad de Císter por aceptar las directrices
de Aviñón. Los abades fueron obligados a reunirse en Capítulos nacionales y
cada Papa favoreció a las abadías que le eran leales. Cuando el cisma acabó no
cesaron los intentos de separatismo. La celebración regular del Capítulo
general instituido por la Carta de caridad había sido la base para preservar la
unidad. La imposibilidad para los abades de mantener el viaje anual por las
guerras, los cismas y la relajación impidieron mantener la unidad. Así después
de la Reforma Protestante y con el crecimiento de los nacionalismos, los
monasterios de la Orden se fueron fragmentando por toda Europa en grupos
nacionales independientes del Capítulo general.[63] Las
congregaciones que surgieron desde el siglo XV intentaron recrear individualmente
el espíritu cisterciense adecuándolo a los distintos movimientos reformistas
que iban surgiendo. Las congregaciones más importantes que surgieron fueron: en
1425 la Congregación de Castilla; en 1497 la Congregación de San Bernardo en
Italia; en 1567 la Congregación de Portugal; en 1616 la Congregación de la
Corona de Aragón; en 1623 la Congregación Romana y también la Congregación de
la Alta Alemania; en 1806 la Congregación Helvética y en 1894 la Congregación
Suizo Alemana.[64]
La orden durante la Contrarreforma
Retrato del abad Armand Jean
le Bouthillier de Rancé, por Hyacinthe Rigaud. Museo Duplessis, Carpentras, Francia.
En el siglo XVII, la historia de la orden se vio perturbada por un conflicto que la
historiografía recuerda bajo el nombre de «guerra de las observancias» y
que se extendió desde 1618 hasta los primeros años del siglo XVIII, suscitando numerosas y ásperas polémicas en el seno de la familia
cisterciense. Este conflicto concernía, al menos en apariencia, al respeto a
las obligaciones regulares, en particular la abstinencia del consumo de carne.
Más allá de esta cuestión, lo que estaba en juego no era sino la aceptación o
el rechazo del ascetismo. La controversia aumentó con los conflictos locales
entre monasterios rivales. Al principio, siguiendo el ejemplo de Octave
Arnolfini, abad de Châtillon, y de Étienne Maugier, Denis Largentier introdujo
en Claraval y en sus filiales una reforma de una gran austeridad entre 1615 y 1618. Luego, ante el
Capítulo general de 1618 se presentó una propuesta de generalización que fue adoptada.
Esta fue la partida de nacimiento de la Estricta Observancia. Gregorio XV apoyó la iniciativa de los reformadores. Pero, tras le celebración de
una asamblea, la congregación provocó el descontento del abad de Cîteaux,
Pierre de Nivelle, que se empeñó en denunciar «a una pretendida congregación
que tiende a la división, a la separación y al cisma, [y] que no puede
ser tolerada de ninguna manera.»66 En 1635, el cardenal Richelieu convocó un capítulo
«nacional» en Cîteaux, a resultas del cual Pierre de Nivelle fue obligado a
abdicar. Las dos partes terminaron por disponer de estructuras administrativas
propias; pero, aunque la Estricta Observancia conservó el derecho de enviar
a diez abades al Definitorio, permaneció sujeta a Cîteaux y al Capítulo
general.
Por su influencia, la experiencia de Armand Jean le Bouthillier de Rancé
en el monasterio de la Trapa, siguió siendo emblemática de la exigencia de la
estricta observancia y de las aspiraciones reformadoras. Su influencia, tanto
en el seno de su monasterio como en el mundo, constituye un modelo de la vida
monástica del «Gran Siglo».67
Supresión de la Orden en
varios países a partir de 1782
Ya se ha señalado que en Alemania la Reforma
Protestante de Lutero y en Inglaterra e Irlanda la Reforma Anglicana de Enrique VIII terminaron con
la orden. Así en Alemania desde 1520 los príncipes convertidos al
protestantismo confiscaron las abadías. En Inglaterra Enrique VIII suprimió las
órdenes religiosas católicas que pasaron al tesoro real entre 1536 y 1539. En
Irlanda fueron las demoliciones sistemáticas de Cromwell a que
sometió la isla en 1649 las que acabaron con los cistercienses.[63]
En 1782 en el Imperio de los Habsburgo, José II,
partidario de la Ilustración, declaró inútiles las órdenes
contemplativas, disolviéndolas y confiscando sus bienes. La mayoría de las
abadías cistercienses desaparecieron con el decreto imperial.[68]
La Revolución francesa declaró la
libertad religiosa el 23 de agosto de 1789, confiscando los bienes religiosos
en noviembre de 1789 y poniéndolos en venta el 17 de marzo de 1790. Después la
revolución se extendió a toda Europa y la mayoría de los países de Europa imitó la
medida francesa de venta de los bienes religiosos. Los compradores
transformaron los monasterios en canteras de extracción de piedra, fábricas ó
almacenes. En general, la mayoría acabó en ruina.[68]
En España la venta
de los bienes religiosos, se produjo con la ley de 1835, conocida con el nombre
de Desamortización de Mendizábal. En Italia la
supresión de la orden y la venta de sus propiedades estuvo ligada a la Revolución francesa en 1798, a
procesos revolucionarios en varias repúblicas como la de República Cisalpina de 1799 y a un
edicto de Napoleón en 1818. En Portugal la
supresión y venta de sus bienes sucedió en 1854.
Siglo XIX: restauración
y separación de la Estricta Observancia
Monjes y ejército Austríaco en Salem, 1804, por Johann Sebastian Dirr. Fotografía coloreada
de un original desaparecido.
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Salem_1804.jpg
La Revolución Francesa y sus consecuencias acabaron casi totalmente con
los monasterios en Europa y las pocas comunidades que sobrevivieron estaban
aisladas. También la desaparición de Cister y de su último abad general, la no
celebración de capítulos generales, dejaron la Orden desorganizada y sin
dirección, lo que hizo aún muy difícil la restauración de la Orden que
precisaba de una dirección que aportara uniformidad. Además después de la
Revolución Francesa, el mundo había cambiado radicalmente. Los monasterios
sobrevivientes de comienzos del siglo XIX ya no podían ser simples
continuadores de las tradiciones monásticas anteriores. La nueva posición
humilde que los cistercienses ocuparon contrastaba con los privilegios que la
Orden tenía antes.69
Para Leroux-Dhuys después de la Revolución Francesa ya nada podía ser
como antes y la Iglesia había perdido a sus aliados políticos tradicionales.
Los nuevos nacionalismos tampoco podían permitir en el interior de sus
fronteras unas órdenes religiosas con vocación internacional. Para Leroux el
renacimiento de las abadías cistercienses en el siglo XIX se debió a
iniciativas aisladas y poco coordinadas persistiendo los viejos enfrentamientos
entre ambas observancias. Así cuando casi terminado el siglo XIX los monjes
rehicieron sus estatutos su única motivación era la religiosa desligada de los
anteriores intereses políticos o económicos que en los siglos precedentes habían acompañado su
compromiso espiritual.[70]
Antes de la Revolución francesa muy pocas abadías
seguían la observancia que en la Trapa había establecido el abad Rancé. Durante
la Revolución Francesa, el maestro de novicios de La Trapa, Agustín de
Lestrange había huido con varios monjes a Suiza estableciéndose en una cartuja
abandonada en Valsainte, Allí Lestrange elaboró para sus monjes un nuevo
reglamento mucho más severo que el de Rancé. Después de la caída de Napoleón
Lestrange y sus monjes trapenses volvieron a Francia en 1815 restableciendo el
monasterio de La Trapa. Al poco tiempo abrieron otros cinco monasterios.[71]
Durante la restauración trapense surgieron
problemas entre ellos por las observancias. Algunos monasterios volvieron a los
antiguos reglamentos de Rancé al estimar que las nuevas normas que Lestrange
estableció en Valsainte eran extremadas y no reflejaban las tradiciones
cistercienses. En 1825 seis abadías francesas seguían las reglamentaciones de
Lestrange, mientras que cinco habían vuelto a las reglamentaciones de Rancé.[71]
Pío IX en 1847 aceptó la existencia de dos congregaciones
trapenses independientes con normas disciplinares distintas. Las abadías que
seguían los reglamentos de Lestrange formaron la Nueva Reforma mientras que a
los que seguían las reglamentaciones de Rancé se les llamó la Antigua Reforma.
En 1864 la Nueva Reforma trapense se seguía en quince abadías y mil doscientos
veintinueve monjes, mientras la Antigua Reforma trapense disponía de ocho
abadías con cuatrocientos ochenta y tres monjes.[71]
Paralelamente en Italia el inicio de la
restauración de la Orden Cisterciense se produjo en Roma por indicación del
Papa. Pío VII restableció Casamari en 1814 y tres años después otros dos
antiguos monasterios en Roma. En 1820, siendo ya seis establecimientos, sus
representantes se reunieron en un capítulo. Decidieron llamarse Congregación
Italiana de san Bernardo, se impusieron la constitución de la desaparecida
Congregación de Lombardía y Toscana, reuniéndose a partir de entonces cada
cinco años en capítulos congregacionales y eligiendo un Presidente general.[72]
La restauración de la Común Observancia en Francia
se produjo gracias a León Barnouin en la antigua abadía cisterciense de
Sénanque. La nueva Congregación se afilió a la Congregación de San Bernardo de
Italia. Luego se independizó y decidió formar la Congregación de Sénanque en
1867. En unos años pudo establecerse en otros tres monasterios abandonados.
Ésta fue la única congregación de la Común Observancia que mantuvo un tipo de
vida contemplativo aunque con una disciplina no tan severa como la que seguían
los trapenses.[72]
En el Imperio Austro-Húngaro trece abadías
sobrevivieron a la disolución del emperador José II: ocho en Austria, dos en
Bohemia, dos en Polonia y una en Hungría. Conservaban la mayoría de sus
propiedades del siglo XVIII. Estas comunidades monásticas fueron toleradas por
el gobierno pero debían ejercer la labor pastoral, o dedicarse a la enseñanza o
realizar otros trabajos. Se les prohibió relacionarse con el Papa u otros
superiores extranjeros y eran supervisados por los obispos diocesanos. En 1854
en las trece comunidades había cuatrocientos treinta y tres monjes. Las tareas
pastorales impidieron a los monjes dedicarse a la contemplación.[72]
Se vio la necesidad de la independencia trapense en
1869 cuando Teobaldo Cesari, abad de San Bernardo en Roma y Presidente General
de su congregación convocó un primer Capítulo General cisterciense desde 1786,
al que solo llamó a abades de la Común Observancia. Ese Capítulo General eligió
un Abad General de la Común Observancia y le dio jurisdicción sobre los
trapenses.[71]
En 1876, el capítulo trapense solicitó al Papa les
concediera un abad general trapense independiente. León XIII convocó un
capítulo extraordinario en Roma en 1892 en el que participaron representantes
de todas las congregaciones trapenses. Esta asamblea trató de la fusión de las
congregaciones trapenses, de la elección de un único superior general
independiente y acordaron observancias comunes. El establecimiento de una rama
totalmente independiente de la familia cisterciense recibió la aprobación de
León XIII en un Breve en 1893. La nueva constitución trapense basada en la
Carta de Caridad y las tradiciones cistercienses, según la interpretación de
Rancé, fue publicada en 1894. En 1902 León XIII emitió una nueva constitución
apostólica donde llamó a la nueva rama «Orden de los cistercienses reformados,
o de la Estricta Observancia».[71]
La expansión trapense en el siglo XIX siguió la
siguiente cronología: en 1815 volvieron a Francia y diez años más tarde habían
fundado once casas para monjes y cinco para monjas. En 1855, los monjes
disponían de veintitrés abadías de monjes y ocho casas de monjas, incluyendo
cuatro en Bélgica, dos en los Estados Unidos, una en Irlanda, una en Inglaterra
y una en Argelia. En 1894 los trapenses se habían extendido también a Alemania,
Italia, Austria, Hungría, Holanda, España, Canadá, Australia, Siria, Jordania,
Sudáfrica y China, tenían cincuenta y seis monasterios con un total de tres mil
monjes.[73]
La orden en los siglos XX y XXI
Fábrica de cerveza de la abadía de
Saint-Rémy de Rochefort, donde los monjes producen cerveza
trapense
En la dos primeras décadas continuó la expansión
pero la Primera Guerra Mundial afectó a muchas abadías y la Segunda Guerra Mundial
fue una época muchísimo más destructiva para la Orden.[74]
Desde las décadas de los cincuenta y los sesenta se
produjo en la Orden un fuerte cuestionamiento de las normas y tradiciones
recibidas y también se ha producido una importante disminución y envejecimiento
de sus miembros.[74]
Junto a los cistercienses incorporados oficialmente
a cualquiera de las dos ramas, son numerosas las comunidades de mujeres que
viven en una esfera de influencia espiritual cisterciense, ya sea en una orden
o en una congregación, como las bernardinas de Esquermes, las de Oudenaarde y
las de Suiza romanda.
La
Estricta Observancia
Después de la segunda guerra mundial, los trapenses
consiguieron restablecerse con prontitud mostrando una importante vitalidad.
Así, en 1947 tenían sesenta y cuatro casas y cuatro mil monjes.[74]
Las consecuencias del Concilio Vaticano II llevaron
consigo una importante renovación en todos los aspectos: nuevas formas
litúrgicas, un replanteamiento de la disciplina y del gobierno de las abadías
que produjeron divisiones entre las comunidades monásticas. Las abadías
europeas no consideraban necesario reformas radicales pero los monjes
americanos más progresistas encabezaron cambios profundos. En cuatro Capítulos
Generales sucesivos (de 1967 a 1974) se afrontó la renovación, decidiéndose
abandonar el gobierno centralizado, la uniformidad en las observancias y
cambios importantes en la Liturgia. El latín y el canto gregoriano se
convirtieron en opcionales manteniéndose en pocas comunidades.[74]
Se ha comenzado a revisar las Constituciones
antiguas. Así al principio de autoridad ha cambiado y la comunidad debe ser
consultada antes de la toma de decisiones. La duración del abadiato ya no es
vitalicio y los abades, incluso el Abad General, son elegidos por un periodo
determinado que se renueva si se estima conveniente. Sobre las costumbres y
observancias se ha eliminado el capítulo de faltas, se flexibilizó la comida y
el vestido, se abolió la obligación de dormir en dormitorios comunes y se ha
permitido dormir en celdas individuales. Las normas relativas al silencio y
separación del mundo se han suavizado.[74]
La Común Observancia
La Común Observancia, comenzó el siglo XX
expandiéndose. En 1925 se unieron al programa de misiones del Papa Pío XI para
difundir el catolicismo en otros países. Los cistercienses ya no ocuparon
misiones aisladas y establecieron centros de enseñanza en varios países.[74]
En la Segunda Guerra Mundial la Orden sufrió en
varios países europeos. Lo peor sucedió en la postguerra en los países que
cayeron en la órbita comunista. Las comunidades de Checoslovaquia y Hungría
fueron secularizadas. En Polonia aunque estuvieron bajo control estatal
consiguieron sobrevivir.[74]
En la Común Observancia, la renovación no supuso
una revolución como en la Estricta Observancia. La idea de pluralidad o
autonomía local ya era habitual en la mayoría de las Congregaciones. El
Capítulo General se ocupó de la renovación en 1968 y 1969 estableciendo una
nueva Constitución para el gobierno de la Orden. Esta nueva constitución
considera la Orden como una unión de congregaciones gobernadas por un Capítulo
General con la presidencia de un Abad General. El Abad General es elegido por
el Capítulo General por diez años y es asesorado por cuatro miembros elegidos
por el Capítulo. La reglamentación y el ordenamiento de la vida en el
monasterio son asunto interno de cada congregación dirigida por su propio Abad
Presidente y un Capítulo congregacional.[74]
La crisis vocacional que se inició en la década del
60 fue muy negativa para varias comunidades. En 1974 eran mil quinientos
cuarenta y siete con una disminución del 10% respecto a 1950.[74
El
Císter en España
En España existen
dos «provincias» o «congregaciones»: la Congregación de San Bernardo de
Castilla y la Congregación de Aragón.
Congregación de
San Bernardo de Castilla
El siglo XVII fue la
época de plata de la Congregación de Castilla, con cuarenta y cinco abadías.
En la actualidad solamente quedan monasterios
femeninos en la Congregación de Castilla:[75]
- Monasterio
de Santo Domingo de Silos (el Antiguo) (Abbatia B.M.V. et S. Dominici de Silos)
en Toledo.
- Monasterio
de Santa María y San Andrés (Abbatia B.M.V. et S. Andreæ) en San
Andrés de Arroyo, Palencia.
- Abadía
de Nuestra Señora de la Anunciación (Abbatia Annuntiationis B.M.V.) en
Santo Domingo de la Calzada, la Rioja.
- Monasterio de Santa Ana (Prioratus simplex B.M.V. et S.
Annæ) en Málaga.
- Monasterio
de San Benito (Abbatia B.M.V. et S. Benedicti) en Talavera de la Reina,
Toledo.
- Monasterio
de Santa María la Real de las Huelgas (Abbatia B.M.V. Huelguensis Vallisoletani)
en Valladolid.
- Monasterio
de Nuestra Señora de Alconada (Residentia B.M.V. de Alconada) en
Ampudia de Campos, Palencia.
- Monasterio
de San Quirce y Santa Julita en Valladolid.
- Monasterio
de Nuestra Señora de la Piedad Bernarda (Abbatia B.M.V. a Pietate) en Madrid.
- Monasterio
de la Asunción de Nuestra Señora "El Atabal" (Abbatia B.M.V. ab Assumptione)
en Puerto de la Torre, Málaga.
- Monasterio
de Santa Ana en Brihuega (Abbatia B.M.V. et S. Annæ in Brihuega) en Brihuega,
Guadalajara.
- Monasterio
del Santísimo Sacramento (Abbatia B.M.V. et SS. Sacramenti) en Boadilla del Monte,
Madrid.
- Monasterio
de la Santa Cruz (Abbatia B.M.V. et Sanctæ Crucis) en Casarrubios del Monte,
Toledo.
- Monasterio de San Vicente el
Real (Abbatia
B.M.V. et S. Vincentii Segobiensis) en San Vicente, Segovia.
- Monasterio de Santa Ana (Abbatia B.M.V. et S. Annæ)
en Lazcano, Guipúzcoa.
- Monasterio
de Santa María de Barria (Abbatia B.M.V. de Barria) en Oyón, Álava.
Congregación de Aragón
Actualmente pertenecen a la Congregación de Aragón tres monasterios
masculinos y otros dos femeninos76
Monasterios masculinos:
- Monasterio de Santa María
de Poblet (Abbatia B.M.V. de
Populeto) en Abadía de Poblet, Tarragona.
- Monasterio de Santes Creus en Santes Creus, Aiguamurcia, Tarragona.
- Monasterio de Santa María de Solius (Prioratus conventualis B.M.V. de Solius) en Santa Cristina
de Aro, Gerona.
Monasterios femeninos:
- Monasterio
de Santa María de Vallbona (Abbatia
B.M.V. de Vallbona) en Vallbona de les Monges, Lérida.
- Monasterio
de Santa María de Valldonzella (Abbatia
B.M.V. de Valledomicella) en Barcelona.
- Monasterio de Santa María de Casbas en Casbas de Huesca. El monasterio perteneció a la congregación
hasta su cierre en el año 2004.
Presente
En España los trapenses, después de la secularización, se expandieron en
la década de 1920 en La Oliva, Huerta y Osera, y a continuación se vieron
afectados por la guerra civil de 1936-1939. Así Viaceli, en Santander, fue
bombardeada por los republicanos y algunos de sus miembros asesinados.74
La Común Observancia abrió en 1940 la primera casa española en la abadía
medieval de Poblet a través de la Congregación de san Bernardo de Italia. En
1967 Poblet fundó una segunda casa en Solius.74
La
espiritualidad cisterciense
Los cistercienses marcaron la historia con su
espiritualidad...hasta...irradiar a todos los sectores de la sociedad.[77] Son
orantes que buscan observar la regla de San Benito y guiar a los fieles hacia
«la contemplación de Cristo encarnado y de su madre, María».[78] Esta
espiritualidad se basa en una teología que exige ascesis, paz interior y
búsqueda de Dios.
La paz
interior
El objetivo de la espiritualidad cisterciense es
estar atento a la palabra de Dios e impregnarse de ella.
Al entrar en el monasterio el monje lo deja todo.
Su vida está regida por la liturgia. Nada debe perturbarlo en su vida interior.
El monasterio tiene como función favorecer este aspecto de la espiritualidad
cisterciense. Los rituales cistercienses están codificados con precisión en los
Ecclesiastica officia. La arquitectura de los conventos debía responder
a esa función siguiendo las instrucciones precisas de Bernardo de Claraval. La
vida cotidiana del monje desarrollado de modo mecánico es la condición para su
paz interior y el silencio, propiciando la relación con Dios. «Todo debe llevar
a ello y no distraer de ello».[79]
Así, los trapenses miden el
tiempo que conceden a la palabra. Si bien no hacen voto de silencio reservan la
palabra a la comunicación necesaria para el trabajo, diálogos comunitarios y
las entrevistas personales con el supervisor y el guía espiritual. La
conversación espontánea se reserva para ocasiones especiales. Los trapenses,
siguiendo a los Padres del Desierto y a San Benito, consideran que hablar poco
permite profundizar la vida interior; el silencio es parte de su
espiritualidad. Lo importante para ellos es no dispersarse en palabras que
alteren la disposición del hombre a hablar, dentro de su corazón, con Dios y,
también, consideran que aquello importante que el monje tiene que decir debe
ser dicho y escuchado: de ahí la importancia de la llamada de los hermanos en
consejo[80]
El
camino hacia Dios
Buscando un mejor conocimiento del hombre y su
relación con Dios, los cistercienses desarrollaron una nueva teología de la
vida mística alimentada por las Sagradas Escrituras y las aportaciones de los
Padres de la Iglesia y del monacato, especialmente de San Agustín y San Gregorio Magno. Bernardo de Claraval, en su tratado De
l’amour de Dieu (Sobre el amor a Dios), o Guillermo de Saint
Thierry, primero abad benedictino y luego monje cisterciense del siglo XII,
fueron las fuentes de esta escuela espiritual y desarrollaron una literatura
descriptiva sobre los estados místicos.[81]
Para Bernardo de Claraval «la humildad es una
virtud por la cual el hombre se hace despreciable ante sus propios ojos, por la
razón de que él se conoce mejor». Este conocimiento de sí mismo debe
lograrse a través del retorno a uno mismo. Por el conocimiento de su propensión
al pecado, el
monje debe ejercer, como Dios, la misericordia y la caridad para con todos los
hombres. Aceptándose tal como es gracias a esa conducta de humildad y trabajo
interior, el hombre, que conoce su propia miseria, es capaz de compartir la del
prójimo.
Según Bernardo de Claraval, debemos llegar a amar a
Dios por amor a uno mismo y no solamente a Él. La toma de consciencia de que
uno es un don de Dios abre al amor de todo lo que es de Él. Para San Bernardo,
este amor es el único camino para amar al prójimo, porque permite amarlo en
Dios. Finalmente, después de este viaje interior, se llega al último grado del
amor, que es amar a Dios por Dios mismo y no por uno.[82]
El libre
albedrío
San Bernardo recibiendo la leche del pecho de la Virgen
María. La escena ilustra una
leyenda que supuestamente tuvo lugar en la catedral de Espira en 1146.
Para Bernardo de Claraval, el hombre, debido a su
libre albedrío, tiene la posibilidad de elegir, sin coacción, pecar o seguir el
camino que conduce a la unión con Dios. Por el amor de Dios le es posible no
pecar y alcanzar la cima de la vida mística, no queriendo ya otra cosa más que
a Dios.
El pensamiento de Guillermo de Saint-Thierry está
en concordancia con el de San Bernardo al considerar que el amor es la única
manera de superar la repugnancia que experimentamos por nosotros mismos.
Llegado al final del viaje interior, el hombre se halla reformado a imagen de
Dios, es decir, tal como era querido antes de la separación provocada por el pecado original.[83]
Lo que mueve el deseo de los cistercienses de
abandonar el mundo y entrar en el monasterio es la posibilidad de unión en el
amor con el Creador. Unión vivida por la Virgen María, que es el
modelo de la vida espiritual cisterciense. Esta es la razón de que los monjes
cistercienses le profesan una especial devoción.[83]
Los
cistercienses y el trabajo manual
La espiritualidad cisterciense es una espiritualidad benedictina con una
observancia más rigurosa en algunos puntos. El trabajo manual se revaloriza
mediante la explotación directa de la tierra y las propiedades. Esta elección
no se debe a consideraciones económicas, sino a razones espirituales y teológicas:
las Escrituras promueven la subsistencia de cada uno mediante su trabajo;84 los Padres del desierto trabajaban con sus manos,
e insiste San Benito: «entonces serán verdaderamente monjes, cuando vivan
del trabajo de sus manos, siguiendo el ejemplo de nuestros padres y de los
Apóstoles».85 Para el legislador de la vida monástica en Occidente,
San Benito, «la ociosidad es enemiga del alma y los hermanos deben ocuparse
en algunos momentos en el trabajo manual»...y en otros momentos, en la
lectura de las cosas divinas.86 A este carácter central, según los cistercienses,
del trabajo manual en el monacato se añade un problema: la gran riqueza de
varias abadías de la época convertía a sus monjes en pudientes y, a veces,
incluso en auténticos señores feudales bastante alejados de la pobreza
evangélica que parecía necesaria a los primeros monjes para buscar a Dios con
un corazón puro. Para los primeros cistercienses, se trataba no sólo de una
insistencia en la pobreza individual, sino también, según Louis Bouyer, en un rechazo
de la fortuna colectiva.87 Pero la orden no pudo o no supo permanecer mucho
tiempo apartado del sistema feudal y de sus riquezas. Por ello, aquella carta
de los primeros cistercienses que es el Petit Exorde define al monje, por
oposición a quien cobra diezmos, como aquel que posee tierras y obtiene de ella
su sustento y el de su ganado.88 Los cistercienses se las ingeniaban para mejorar
continuamente los resultados de su trabajo, y como gozaban de facilidades que
aún no tenían los demás campesinos de la época, tales como mano de obra y
capital para realizar las grandes obras de drenaje e irrigación, libertad de
circulación, posibilidad de tener almacenes de venta en las grandes ciudades y
de construir caminos y fortificaciones, etc., adquirieron con bastante rapidez
una gran dominio técnico y tecnológico, lo cual tuvo mucho que ver con sus
éxitos económicos durante el siglo XII. Los trapenses intentan
perpetuar sus conocimientos técnicos permaneciendo alerta en cuanto a los
efectos nefastos que a lo largo de la historia ha tenido el éxito económico de
los cistercienses. Por esa razón, los beneficios de las cervezas trapistas, por ejemplo, se reinvierten en obras de caridad.
Según ellos, el trabajo manual mantiene el corazón y el espíritu libres
para Dios: el cisterciense trata de ser un orante en todo momento. Además, los
trabajos al aire libre son predominantes y el contacto con la naturaleza acerca
al Creador. Así san Bernardo decía: «Se aprenden muchas más cosas en los
bosques que en los libros; los árboles y las rocas os enseñarán cosas que no podríais
oír en otro sitio».89
Los autores que
desarrollaron su espiritualidad
La espiritualidad cisterciense fue desarrollada por
varios autores. Si bien San
Bernardo es el más célebre,[90] [91] también
es muy conocido Guillaume de Saint Thierry, cuya Lettre aux chartreux du
Mont-Dieu —la Lettre d’Or[92] — es un
destacado documento de la espiritualidad medieval. Sus Oraisons Méditatives[93]
presentan también sus reflexiones y oraciones cuando, siendo abad benedictino
de Saint-Thierry, aspiraba a renunciar a su cargo, lo que no era frecuente en
aquella época, para convertirse en simple cisterciense y estar así más
disponible para ocuparse de lo único que contaba para él: la búsqueda de Dios,
lo cual acabó haciendo, contra el consejo de su amigo Bernardo de Claraval. En
la misma época, Elredo, abad de
Rievaulx, Inglaterra, escribió su obra sobre la Amistad Espiritual;[94] la
preocupación por el amor fraterno se adivina también en su Miroir de la
charité.[95] Después
de Bernardo de Claraval, Gilbert de Hoyland continuo sus Sermons sur le
Cantique, descripción del itinerario del alma hacia Dios. Bauduin de Forde,
Guerric d’Igny e Isaac de l'Etoile siguieron la misma huella. En Sajonia, Gertrudis
de Helfta, monasterio que seguía las costumbres cistercienses sin
estar jurídicamente afiliado a la orden, fue una de las primeras monjas en
transmitir por escrito sus experiencias en el Héraut de l’amour divin.[96]
Los
votos y la vida cotidiana en el monasterio
En el seno de la comunidad cisterciense se distinguían varios grupos de
hermanos según su dignidad y función, unidos por la oración común y la
autoridad del abad:
- los
hermanos clérigos, es decir, los que saben leer latín. Entre los clérigos
algunos son ordenados sacerdotes, diáconos, subdiáconos o acólitos,
- Los
monjes llamados «laicos», que no saben leer (illiterati),
- los
conversos, a menudo aislados geográficamente de los otros hermanos, y que
llevan barba,
- los
novicios, ya que la orden no acepta oblatos,
- los
inválidos,
- los
familiares agregados al monasterio.97
Tras un año de noviciado bajo la guía de un monje profeso capacitado y
elegido por el abad, en el curso del cual los novatos son iniciados en la vida
en común según la Regla de San Benito, si lo solicitan expresamente y la
comunidad los aceptaba, eran admitidos en la «profesión» de los votos
monásticos: estabilidad en el monasterio, obediencia según la Regla y
conversión de vida.98 Desde ese momento, toda la vida del monje está
organizada de acuerdo con la regla, observada tan al pie de la letra como sea
posible.99 Silencio, obediencia y frugalidad marcan la vida
de los hermanos. Se adoptan formas de comunicación no verbal, en particular un
lenguaje de signos.100
A partir de los primeros decenios del siglo XII, la vida comunitaria
estuvo marcada por la organización de las tareas manuales, que emanaba de una
nueva concepción de la unidad territorial y del papel del trabajo agrícola. La
acumulación y la tenencia feudal, características de las explotaciones benedictinas, fueron sustituidas
por las tierras legadas por los señores locales, revalorizadas directamente por
los hermanos. A menudo, las tierras estaban alejadas del monasterio y
subdivididas en parcelas autónomas: los graneros incluían no solo el conjunto
de los edificios agrícolas, sino también las tierras y puntos de agua
adyacentes. Su explotación se confiaba a hermanos conversos, con el apoyo de
trabajadores agrícolas y eventualmente algunos monjes de coro, además de un «grangier»,
encargado del granero, y un capellán para que estos hermanos alejados de la
abadía no estuviesen privados de los sacramentos. Pero, de acuerdo con la
Regla, el conjunto de los monjes de coro solo participaba en el trabajo del
campo en la medida en que no entorpeciera la celebración del oficio divino.101 En la temporada de siega podía ocurrir que toda la
comunidad estuviera ocupada en la cosecha y que durante unos días ni siquiera
se celebrasen oficios, ni siquiera la misa, como revela el propio San Bernardo
en una de sus homilías.102
La
liturgia cisterciense
«Parece oportuno […] [que todos los hermanos] tengan el
mismo modo de vida, el canto y todos los libros necesarios para las horas
diurnas y nocturnas [...] de suerte que no haya ninguna diferencia en nuestros
actos, sino que vivamos en una sola caridad, bajo una sola regla y según un
modo de vida semejante.» —Charte de Charité.
El horarium benedictino entró en vigor en
Cîteaux, regulando la vida de los hermanos desde el amanecer hasta la puesta
del sol: es el Opus Dei, al que «nada será preferido».[103] Un
hermano se encargaba de la tarea de despertar a los monjes para el oficio
nocturno. A las obligaciones litúrgicas se añadían el trabajo manual y la Lectio Divina. Esta
lectura, en voz alta como toda lectura en la Antigüedad y la Edad Media, se
presentaba como una verdadera ascesis que debía transformar al monje y
alimentarlo. La distribución de los oficios —siete diurnos y uno nocturno—
obedecía las estaciones, pero también a las latitudes, y se adaptaba a la
condición de los hermanos conversos. Campanas, cymbalum o mazo
llamaban a los hermanos a la oración. La vida cisterciense aparecía, así, como
«una vida ritualizada, rítmica [...] en la que cada acción obedecía a
reglas formales muy precisas y estaba acompañada por gestos rituales [...] o,
cuando estaba permitida la palabra, por frases rituales».[104]
El canto
El canto gregoriano,
componente importante del oficio monástico, no era ajeno a la búsqueda
cisterciense de la autenticidad de la tradición monástica y el desposeimiento
de las formas.
Los padres fundadores de Cîteaux llevaron consigo
los libros litúrgicos en uso en la abadía de Molesmes, el canto gregoriano de
la tradición benedictina. Esteban Harding que buscaba el texto más exacto
posible de la Biblia, en aras de la autenticidad, del respeto a la regla, pero
también de la posteridad y la unidad de la naciente orden cisterciense, envió a
sus copistas a Metz, sede de la tradición del canto
carolingio, y a Milán para copiar las más antiguas fuentes
conocidas de los himnos de San
Ambrosio.[105]
En el capítulo III de la Charte de Charité
se precisa: «Todos tendrán los mismos libros litúrgicos y las mismas
costumbres. Y puesto que acogemos en nuestro claustro a todos los monjes que
vienen a nosotros, y que ellos mismos, igualmente, acogen a los nuestros en sus
claustros, nos parece oportuno, y esa es nuestra voluntad, que tengan el modo
de vida, el canto y todos los libros necesarios para las horas diurnas y
nocturnas así como para las misas, conformes con el modo de vida y los libros
del Nuevo Monasterio, de suerte que no haya discordancia alguna en nuestros
actos.»[106]
No obstante, estas directivas no encontraron
adhesión por parte de los monjes y especialmente de los monjes de coro, los
cantores. De hecho, las versiones melódicas de esas fuentes antiguas, entre San
Ambrosio y Carlomagno, parecían arcaicas a estos monjes cantores, eruditos de
principios del siglo XII.
Por ello, a partir de la muerte de Esteban Harding
en 1134, se pidió a Bernardo de Claraval que emprendiese la reforma del canto.
Se rodeó entonces de varios monjes y cantores para que adaptasen todo el
repertorio existente a los cánones y la teoría de la música de su tiempo.
Las recomendaciones de Bernardo de Claraval sobre
el canto están llenas de una exigencia de armonía y equilibrio propia del arte
cisterciense. «Que esté lleno de gravedad, ni lascivo ni rudo. Que sea
dulce, sin ser ligero, que encante al oído a fin de emocionar el corazón, que
consuele la tristeza, que calme la ira, que no vacíe al texto de su sentido
sino que lo fecunde.»[107] Dentro
del espíritu de desposeimiento, las fórmulas salmódicas, cantadas a lo largo de
los siete oficios del día y de la noche, se reducían a las fórmulas más
simples, sin entonación ornamentada.
Pero para los nuevos oficios y las nuevas fiestas,
las piezas que se compusieron estaban muy adornadas y muy próximas al lenguaje
poético y florido de San Bernardo o de Hildegarde
von Bingen, contemporánea en estos inicios cistercienses.
Debido a la propia Charte de Charité y a la
fuerte estructuración de la orden, todo ese repertorio adaptado o compuesto en
el siglo XII existe en muchos
manuscritos diseminados por toda Europa, y su lectura no plantea dificultad
alguna. Esa es la razón de que los trabajos de reedición de la abadía de
Westmalle, a finales del XIX y hasta mediados del siglo XX, sean muy fieles a las fuentes
manuscritas. Así pues, es este repertorio cisterciense que se puede escuchar
hoy en abadías como las de Hauterive (OCist)
o Aiguebelle (Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia) el que
ha conservado la tradición del canto gregoriano.[108
Los
cistercienses y la cultura
Los
manuscritos
Manuscrito de la abadía de Morimond.
Una de las principales actividades de las abadías
era la copia de manuscritos. Los monjes blancos no eran una excepción. Existía
una auténtica red de intercambio que permitía a las abadías obtener los textos
que necesitaban para copiarlos. En las grandes bibliotecas cistercienses de
Cîteaux, Claraval o Pontigny se encuentran Biblias, textos de los padres
fundadores de la Iglesia, de escritores de finales de la Edad
Antigua o de principios de la Edad
Media como Boecio, Isidoro de Sevilla o Alcuino y de
algunos historiadores como Flavio
Josefo. Se encuentran más raramente textos de autores clásicos.
Los monjes cistercienses desarrollaron una
caligrafía redonda, regular y muy legible. Inicialmente, los manuscritos se
decoraban con motivos florales, escenas de la vida cotidiana o del trabajo en
el campo, alegorías sobre el combate de la fe o sobre el misterio divino. La
Virgen está especialmente representada. Pero bajo el impulso de Bernardo de Claraval, movido por un
ideal de austeridad, hacia 1140 apareció un estilo más depurado. Se caracterizaba por
grandes iniciales pintadas en claroscuro de un solo color, sin representación
humana o animal ni uso del oro.[109] Los
cistercienses desarrollaron a partir de entonces un estilo sobrio, aunque
permaneció un cuidado por la estética. Por otra parte, fueron a menudo muy
exigentes en lo referente a la calidad de los soportes utilizados, como el
pergamino, y los colores, obtenidos frecuentemente a partir de piedras
preciosas, como el lapislázuli.[110]
En los siglos XIV y XV, con el desarrollo de la
imprenta de tipografía móvil, los libros se hicieron omnipresentes dentro de
las abadías y las colecciones de obras aumentaron considerablemente.[111] En el siglo XVI, la
biblioteca de Claraval contaba con 18 000 manuscritos y 15 000 impresos.[112
Una
cultura dirigida hacia Dios
La orden primitiva nunca dio la espalda al estudio,
pero se integró, al principio, en una corriente de oposición a las ciudades,
principales centros del saber. De hecho, el intercambio intelectual en el seno
de las ciudades permitía una abundancia de ideas, algunas de las cuales también
eran provocaciones para el austero Bernardo de Claraval. Los goliardos, por ejemplo, criticaban
abiertamente la sociedad tripartita y especialmente a los religiosos;[113] no
dudaban en poner en cuestión el matrimonio, pregonando el amor libre en el cual
la mujer ya no es una mera posesión del hombre o una máquina de hacer niños.[114] San
Bernardo, al igual que Pierre de Celles, otro pensador cisterciense, se opuso
firmemente a las nacientes universidades; la vida intelectual urbana podía
distraer de la glorificación de Dios. San Bernardo y San
Norberto fueron, por otra parte, los principales perseguidores de
Abelardo.
«Huid de en medio de Babilonia, huid y salvad vuestras almas. Volad todos
juntos hacia las ciudades de refugio (los monasterios), donde podréis
arrepentiros del pasado, vivir en gracia para el presente y aguardar con
confianza el futuro. Encontrarás mucho más en el bosque que en los libros. El
bosque y las piedras te enseñarán más que cualquier otro maestro.»
—Bernardo de Claraval.[115]
A finales del siglo XII, a causa del compromiso
pastoral y predicador, algunas instituciones volvieron su mirada hacia el
estudio de las cuestiones de la época. Los cistercienses, sin embargo,
siguieron siendo a los ojos de las demás órdenes, incluyendo los dominicos, gente «simple»
poco versada en los estudios especulativos. Frente a estos ataques, algunas
abadías se aventuraron más en las ciencias teológicas y surgieron bibliotecas
cistercienses respetables, tales como la de la abadía de Signy y la de
Claraval. Se establecieron contactos fructíferos con los medios universitarios
parisienses y algunos hermanos se instalaron en París para seguir cursos de
teología.[116
Las
universidades
Creación de Adán
https://es.wikipedia.org/wiki/Biblia_de_Esteban_Harding#/media/Archivo:Bible_Etienne_H
Con el desarrollo de las universidades, creció el
nivel cultural y los cistercienses tuvieron que implicarse en la formación de
sus jóvenes monjes. También se hizo necesario alojarlos en las ciudades
universitarias. Los monjes blancos fundaron, entonces, colegios en París,
Toulouse, Metz y Montpellier.[117]
En 1237, la
abadía de Claraval fue la primera en enviar hermanos jóvenes a estudiar a
París. Inicialmente se alojaban en una casa del Bourg Saint-Landry, pero su
número fue en aumento. En 1247 se establecieron en el barrio de Chardonnet y dos años
más tarde emprendieron la construcción de un colegio.[118] Gracias
al apoyo papal, se compraron las tierras insalubres próximas al Bièvre y en
ellas se erigió un colegio. Se recompró en 1320 por el
Capítulo general de la orden. Este Collège des Bernardins estaba abierto
a los estudiantes del conjunto de la orden.[119]
Originalmente planeado para dar cabida a veinte alumnos, el Collège des
Bernardins formó, entre los siglos XIII y XV, a varios miles de jóvenes
monjes cistercienses, la élite de su orden, venidos del norte de Francia, de
Flandes, de Alemania y de Europa central, para estudiar teología y filosofía.
En 1334, Jacques
Fournier, antiguo alumno del Collège Saint-Bernard, doctorado en
teología hacia 1314, se
convirtió en papa en Avignon bajo el nombre de Benedicto
XII. El antiguo abad de Fontfroide promulgó en 1355 la
Constitución Fulgens sicut Stella Matutina o Benedictina que
regulaba las relaciones que mantenía la orden con los estudios intelectuales.
Los monasterios de más de cuarenta hermanos debían enviar a dos de sus miembros
a los colegios de París, Oxford, Toulouse, Montpellier, Bolonia o Metz. Los
cistercienses se integraron en las exigencias del reino de la escolástica.
En la época moderna, la cultura humanista conquistó
los monasterios, lo que provocó la oposición de los principales defensores de
la reforma del siglo XVII. Así, en el siglo
XVIII, «numerosos novicios y monjes van a estudiar a las
universidades y, de manera general, los religiosos se entregan a la lectura.»[120]
El arte cisterciense
El arte cisterciense está en concordancia con su espiritualidad: debe
ser una ayuda para el camino interior de los monjes. En 1134, con ocasión de
una reunión del Capítulo general de la orden, Bernardo de Claraval, que se
hallaba en la cima de su influencia, recomendó la sencillez en todas las
expresiones del arte. Desde ese momento, los cistercienses desarrollaron un
arte sobrio y a menudo monocromo.
En el Exordio del Císter y resumen de la Carta de Caridad121 que regulaba la vida de los monjes se ordenaba:
·
Capítulo XXV: Lo permitido y lo prohibido respecto al oro, la plata, las
joyas y la seda.
Los paños de los altares y los
vestidos de los ministros no serán de seda, excepto la estola y el manípulo. La
casulla será de un solo color. Todos los ormamentos del monasterio, los vasos
sagrados y demás cosas que se usen, no tendrán oro, plata o joyas; pero el
cáliz y la cánula, y solo estas dos cosas, podrán ser de plata o doradas, pero
de ningún modo de oro.
·
Capítulo XXVI: Esculturas, pinturas y cruces de madera.
No está permitido tener
esculturas en ningún sitio, y pinturas sólo en las cruces, que ellas mismas
serán únicamente de madera.
La arquitectura cisterciense
Almacén del monasterio de Santa María de Huerta en la provincia de Soria.
El estilo constructivo cisterciense era austero. Precisamente en el
origen de la orden estaba la denuncia de la suntuosidad de Cluny y, por oposición a ella, la
adopción de la sencillez y la sobriedad en todos los aspectos de la vida
monástica; también en las edificaciones abaciales. En un principio las
construcciones que componían las dependencias monacales, iglesia incluida,
solían ser de madera, adobe o un humilde mampuesto. Las grandes realizaciones
en sillería pétrea formando recios muros y amplias bóvedas que han llegado
hasta nosotros son obras de la época más magnificente y, por ser más robustas
son más duraderas. Aun en estas se advierte la falta de ornamentación, la
carencia de elementos superfluos y la adusta desnudez de los paramentos; nada
debía haber que pudiera distraer a los monjes; ni pinturas, ni esculturas, ni cromáticas
vidrieras.
Las abadías cistercienses respondían a un vasto programa constructivo
que comprendía instalaciones tan diversas como la hospedería, la enfermería, el
molino, la fragua, el palomar, la granja, los talleres y todo aquello que
prestara servicio a una comunidad autosubsistente. El núcleo monacal
propiamente dicho lo componían las dependencias residenciales y la iglesia.
Formaban todas ellas lo que denominaban el «cuadrado monástico» que solía estar
integrado por:
Planta tipo cisterciense
1- Iglesia
2- Puerta del cementerio
3- Coro de conversos
4- Sacristía
5- Claustro
6- Fuente
7- Sala Capitular
8- Dormitorio de monjes
9- Dormitorio de novicios
10- Letrinas
11- Calefactor
12- Refectorio de los monjes
13- Cocina
14- Refectorio de los conversos.
- La
iglesia: de una o tres naves con planta de cruz latina, cubierta con bóveda de
cañón u ojival; cabecera manifiesta al exterior y orientada al este,
formando un espacio rectangular liso o, más adelante, un ábside
circular; ancho transepto con
capillas en el lado oriental de los brazos; santuario o presbiterio
elevado algunos peldaños para realzar la posición del altar; coro de los
monjes ocupando los primeros tramos de la nave central y, a veces, parte
del crucero; coro de conversos o legos, ocupando los tramos más occidentales,
es decir, los más alejados del santuario; pórtico o nártex al pie
de la nave para dar entrada ocasional a la iglesia a visitantes ajenos a
la comunidad.
- El
claustro: galería de cuatro lados formando normalmente un cuadrado de
entre 25 y 35 metros. Se adosaba siempre a la iglesia con la que tenía
comunicación directa; preferentemente se disponía junto al lateral sur de
la nave, aunque no es infrecuente encontrarlo anexo al lateral norte.
Abarcaba en su interior un patio al que se abría por arquerías de medio punto u ojivales, según la época de su construcción.
- La sala
capitular: espacio generalmente cuadrado en el que se celebraban las
reuniones monacales bajo la presidencia del abad. Una puerta central y dos
ventanales dispuestos a uno y otro de los lados de aquella proporcionaban
acceso a las personas y a la luz desde la galería oriental del claustro.
En el perímetro interior de la sala se situaban los asientos de los monjes
y en posición presidencial el del abad. La cubierta se resolvía con bóveda
de arista o crucería sobre columnas exentas en el interior. En este recinto se expresaba la solemnidad
de su dedicación.
- El
dormitorio de los monjes: se solía ubicar en segunda planta y no era sino
una prolongada nave con separaciones de tabiquería baja. Dos escaleras
proporcionaban el acceso: la «escalera de día», que comunicaba con el
claustro, y la «escalera de maitines» que lo hacía con el transepto de la
iglesia para acudir directamente a la oración nocturna.
- La sala
de los monjes: dotada de amplios ventanales se utilizaba no sólo como estancia
sino como scriptorium o lugar donde se escribían y copiaban los
libros y documentos. Solía ser el único lugar calefactado por una
chimenea, por lo que también recibía la denominación de «calefactorium».
- El
dormitorio de los conversos: similar al de los monjes pero sin acceso a la
iglesia.
- El
refectorio: comedor de los monjes en el que se disponía un púlpito para la
lectura de obras piadosas durante la comida. Se encontraba en planta baja
con acceso desde el claustro y en comunicación con la cocina.
Las
vidrieras
Iglesia abacial de Aubazines, Corrèze, Francia
Abadía de
Pontigny, Yonne, Francia. Vidriera.
En 1150, una
ordenanza estipuló que las vidrieras debían ser «albae fiant, et sine
crucibus et pricturis», blancas, sin cruces ni representaciones. Las únicas
representaciones eran motivos geométricos y plantas: hojas de palma, rejillas y
entrelazados que pueden recordar la exigencia de regularidad preconizada por
San Bernardo. Así, hasta mediados del siglo XIII las vidrieras cistercienses
fueron exclusivamente las llamadas «en grisalla», cuyos
diseños se inspiran en los enlosados romanos. Dominan las vidrieras blancas; al
ser menos costosas, se corresponden también con un uso metafórico, como algunos
ornamentos vegetales. Las abadías de La Bénisson-Dieu (Loira), Obazine
(hoy Aubazines, en Corrèze), Santes Creus (Cataluña), Pontigny y Bonlieu son
representativas de este estilo y estas técnicas. Existen hornos de vidrio entre
las posesiones de los cistercienses del siglo
XIII.
La aparición del vidrio decorativo figurativo en
las iglesias cistercienses coincide con el desarrollo del mecenazgo y las
donaciones de la aristocracia. En el siglo XV, la
vidriera cisterciense perdió su especificidad y confluyó, por su aspecto, con
la mayor parte de los edificios religiosos contemporáneos.
Las
baldosas
Baldosa decorada
procedente de los restos de la abadía de Tart, (Côte-d'Or)[122]
En los monasterios cistercienses, que vivían en una
relativa autarquía, se impuso el uso de baldosas de arcilla, en
lugar de un pavimento de piedra o de mármol. Los monjes
blancos desarrollaron un gran dominio de este proceso, en la medida en que
fueron capaces de fabricarlas en masa gracias a sus hornos. A finales del siglo XII
aparecieron baldosas con motivos geométricos. La decoración se obtenía mediante
estampado: en la arcilla aún maleable se fijaba un tampón de madera que
imprimía el motivo en hueco. El relieve hueco se rellenaba con una pasta de
arcilla blanca y la baldosa se sometía a una primera cocción. A continuación,
se le colocaba un revestimiento vitrificable. Este protegía la baldosa y
realzaba los colores.
El ensamblaje de las baldosas permitía
combinaciones complejas de motivos geométricos. A veces, estos fueron juzgados
como demasiado estéticos en relación con los preceptos de sencillez y
desposeimiento de la orden. En 1205, el abad de Pontigny fue condenado por el Capítulo general por haber hecho
paredes demasiado suntuosas. En 1210, al abad de Beauclerc se le reprochó haber
permitido a sus monjes que perdieran el tiempo en hacer un enlosado «revelando
un grado inconveniente de descuido y un curioso interés».[123]
La orden
cisterciense, motor de las evoluciones técnicas
Molino hidráulico
de Braine-le-Château. Siglo XII.
Desde el siglo XI al siglo
XIII tuvo lugar una verdadera revolución industrial en el
Occidente medieval. Se produjo por la creciente monetarización de la economía
desde la introducción del dinar de plata por los carolingios en el siglo
VIII, que permitió la introducción de millones de productores
y consumidores en el circuito comercial.[124] Los
campesinos empezaron a poder vender sus excedentes, por lo que, desde entonces,
les interesaba producir más de lo necesario para su subsistencia y el pago de
los derechos señoriales.[125] Desde
ese momento, resultó más rentable para los propietarios, clérigos o laicos,
imponer un canon a los campesinos a quienes habían confiado la tierra que hacer
cultivar esas tierras por esclavos o siervos, que desaparecieron en Occidente.
Para aumentar aún más esa productividad
invirtieron en equipamientos que la mejoraban, proporcionando arados,
construyendo molinos de agua para sustituir a los molinos
de sangre y prensas de aceite o de vino para reemplazar la pisa.[126] Este fenómeno
lo atestigua la proliferación de molinos, carreteras, mercados y talleres de
acuñación de moneda en todo Occidente desde el siglo IX.[127]
Las abadías fueron, a menudo, la punta de lanza de
esta revolución económica, pero para los cluniacenses el
trabajo manual era degradante y se consagraban lo más posible a actividades
espirituales. Por el contrario, en el espíritu de los cistercienses, que se
negaban a convertirse en rentistas de tierras, el trabajo manual estaba
valorado.[128] En lugar
de confiar sus tierras a arrendatarios, ellos mismos participaban en
trabajarlas. Por supuesto, sus funciones litúrgicas ocupaban gran parte de su
tiempo, pero los suplían los hermanos conversos que se encargaban
específicamente de las tareas materiales. En 1200, una abadía como Pontigny
contaban con 200 monjes y 500 conversos; en Claraval, los monjes disponían de
162 sillas de coro y los conversos de 328.[129] Dado que
ellos mismos estaban implicados en el trabajo manual y que tenían como ideal
hacer la tierra más fértil, los cistercienses se las ingeniaron para mejorar
las técnicas en la medida de lo posible.
Los progresos se transmitieron entre abadías por
medio de manuscritos o a través del desplazamiento de los monjes. Los hermanos
conversos, una parte de los cuales vivía en los graneros, fuera de la abadía,
participaron en la difusión de las mejoras técnicas entre las poblaciones
locales: los cistercienses fueron vectores de importancia fundamental en la
revolución industrial de la Edad Media. La orden se convirtió en una verdadera
potencia económica. El verdadero despegue se produjo entre 1129 y 1139, y un
dinamismo tal suscitó muchos problemas: la incorporación de monasterios que
conservaban costumbres que todavía no eran conformes con el espíritu de la Carta
de Caridad, la elección de lugares de implantación difíciles, las
dificultades de las abadías matrices para poder efectuar las visitas anuales,
el peligro de traslado demasiado frecuente de monjes que agotaban a las abadías
matrices.
Si bien los cistercienses fueron innovadores,
también utilizaron a veces técnicas muy antiguas. Numerosas iglesias
cistercienses gozan de una excelente acústica que no es casual: algunas, como
Melleray, Loc-Dieu, Orval, utilizan la técnica de los vasos acústicos descrita
por Vitruvio,
ingeniero romano del siglo primero a. C.; estudios contemporáneos han
demostrado que estos vasos, repartidos en los muros y bóvedas, amplifican el
sonido en la gama de frecuencias de las voces de los monjes, y otros procesos
reducen el eco.
Los progresos agrícolas
La mejora de
los recursos agrícolas
Monjes cistercienses trabajando en el campo.
Los cistercienses ocupan solo una moderada cuota en
los cambios que marcaron el crecimiento económico y demográfico medieval. Se
afanaban más en dar valor a las tierras apartadas de las grandes aglomeraciones
nacientes,[130]
haciéndose cargo de antiguas propiedades sin herederos. No dudaban en comprar
las aldeas preexistentes, incluso expulsando a sus ocupantes, para
reorganizarlas de manera diferente según sus propias reglas explotación.
En general, explotaron mejor los recursos locales,
dando valor a los bosques en lugar de destruirlos. Sin embargo, hay abadías
cuyos monjes participaron en el gran impulso de cambio medieval. En los
territorios actuales de Austria y Alemania, hicieron retroceder el frente
forestal hacia el este; en la costa flamenca, la abadía de Dunes consiguió
ganar 10 000 hectáreas al agua y la arena; transformaron pantanos en tierras de
pastoreo en la región de París, y en salinas en la costa atlántica. Pero abrir
camino no era su objetivo principal; era una forma más de establecerse donde
todavía había sitio para desarrollar una política de autarquía económica. De
este modo se convirtieron en pioneros en la elaboración de las normas de
explotación forestal en el siglo
XIII.[131] De
hecho, el bosque permitía abastecerse de leña para calefacción y para la
construcción, así como de frutas y raíces de todo tipo. Los cistercienses
desbrozaron y racionalizaron la poda y el crecimiento de las especies. Por
ejemplo, las encinas producían bellotas y permitían pastar a los cerdos.[132]
El
granero cisterciense
Granero de la
abadía de Maubuisson, cerca de Pontoise,
Francia.
Los cistercienses no inventaron la rotación bienal ni trienal de cultivos, ni
las herramientas agrícolas, pero mediante la observación de las prácticas de
los campesinos supieron crear un verdadero modelo de granja: el granero
cisterciense.[133] Se trata
de complejos rurales coherentes, con edificaciones de explotación y vivienda,
que agrupaban a equipos de conversos especializados en una tarea y dependientes
de una abadía matriz.[134] Los
graneros debían estar situados a no más de un día de camino de la abadía y la
distancia que las separa era al menos de dos leguas —unos diez kilómetros—.
Los graneros cistercienses desarrollaron la
capacidad de producción agrícola introduciendo la especialización de la mano de
obra. Cada granja era explotada por entre cinco y veinte hermanos conversos —lo
que constituye un número ideal en términos de gestión, porque
más allá de una treintena de personas el simple sentimiento de pertenencia al
grupo ya no es suficiente para motivar a toda la mano de obra necesaria para la
tarea—, ayudados en caso de necesidad por trabajadores agrícolas asalariados y
temporeros. La producción de los graneros era mucho mayor que las necesidades
de las abadías, que revendían sus excedentes. Estos graneros, a menudo muy
grandes —cientos de hectáreas de tierras, pastos, bosques—, sumaban cerca de un
millón de hectáreas. Este sistema de explotación alcanzó en seguida un éxito
enorme. Un siglo después de la fundación de Cîteaux, la orden contaba con más
de un millar de abadías y más de seis mil graneros repartidos por toda Europa.
La viticultura
En la Edad Media, el vino, por su
contenido alcohólico, era a menudo más salubre que el
agua y, por lo tanto, tenía una importancia vital. Los monjes blancos lo
utilizaban para uso propio y, sobre todo, para la liturgia. Debido a su uso
sagrado, impusieron una gran exigencia en cuanto a su calidad.[135] Los
cistercienses consiguieron la cesión de una viña para cada abadía, de manera
que pudiera cubrir sus propias necesidades. Elegían suelos aptos en laderas con
una orientación que garantizase una buena insolación y utilizaban, para hacer
madurar sus vinos en isotermia, las piedras de cantería talladas
para la construcción de sus abadías.[136]
Desarrollaron una producción de calidad que no se
destinó al comercio hasta 1160, en regiones aptas para una producción masiva, como Borgoña. Su
organización comercial, muy eficiente, les permitió exportar sus vinos hasta
Frisia y Escandinavia.[137]
La selección
de las especies
La ganadería era una fuente de productos
alimentarios, como carne, lácteos y quesos, pero también de fertilizantes y
materias primas para la industria del vestido, como la lana y el cuero, y de
productos manufacturados, como pergamino y cuerno. Bernardo de Claraval encargó a
algunos monjes de su abadía que trajeran búfalos del reino de Italia para
cruzarlos. La misma práctica se utilizó para la selección de caballos que, al
ser más ligeros, permitían trabajar el suelo de los bosques en el cual el
búfalo se hundía. De este modo, los cistercienses, antes que nadie,
convirtieron en cultivables tierras que hasta entonces no se consideraban
explotables.[139]
Los cistercienses desempeñaron, igualmente, un
papel primordial en la reputación de la lana inglesa, que era la materia prima
más importante de la industria medieval. Era indispensable para los pañeros
flamencos y los comerciantes italianos, una de cuyas principales actividades
era la coloración de paños. En 1273, los
ganaderos ingleses esquilaron 8 millones de animales. El impuesto sobre la lana
era el primer recurso fiscal para el rey de Inglaterra. Los compradores
italianos y flamencos procuraban firmar contratos con monjes cistercienses
especializados en la cría de ovejas, porque sus animales cuidadosamente
seleccionados ofrecían todas las garantías de calidad. Además, la organización
extremadamente centralizada de los monasterios cistercienses les permitía tener
un solo interlocutor incluso para volúmenes de transacción muy importantes. La
abadía de Fountains, en el condado de York, crio hasta 18 000, Rievaulx 14 000,
Jervaulx 12 000.[140]
Puesto que su regla limitaba la cantidad de carne
en la dieta, los cistercienses desarrollaron la piscicultura en los miles de
estanques creados por las numerosas presas y diques que construyeron para regar
sus tierras y monasterios. La introducción de la carpa en Occidente es paralela
a la expansión de la orden.[141] Los
monjes blancos dominaban el ciclo reproductivo de la carpa: construyeron
estanques poco profundos y sombríos destinados al crecimiento de los alevines, que
luego eran trasladados a estanques más profundos donde se pescaban al final de
su crecimiento. La producción era ampliamente superior a las necesidades de las
abadías, por lo que una gran parte se vendía.
Los
progresos técnicos
La
ingeniería hidráulica
El puente
acueducto del Cent-Fonts
Lavabo colectivo
en la abadía del Thoronet, en la Provenza
francesa.
La regla benedictina requería que cada monasterio
dispusiera de agua y de un molino. El agua se precisaba para beber, lavarse,
evacuar los residuos[142] y para
abrevar el ganado. Además, la necesidad de agua respondía a exigencias
litúrgicas e industriales. Sin embargo, era preciso evitar el riesgo de inundaciones, así que
el lugar escogido estaba a menudo ligeramente alto y precisaba elevarse el
agua.[143] Los
cistercienses se establecieron en sitios apartados a los que había que
trasvasar el agua a lo largo de grandes distancias; o, por el contrario, en
zonas pantanosas que desecaban construyendo presas río arriba. Se
especializaron en ingeniería hidráulica, construcción de embalses y canales. A
partir de 1108, el
crecimiento de la población monástica de Cîteaux obligó a los hermanos a
desplazar la abadía 2,5 kilómetros, para establecerse en la confluencia del
Vouge y el Coindon.[144] En 1206, hubo
que aumentar aún más el caudal hidráulico y se excavó un tramo de cuatro
kilómetros.
Pero la capacidad del Vouge, que no era más que un
pequeño arroyo, se agotó rápidamente. Los monjes abordaron una obra aún más
importante: desviar el río Cent-Fonts, lo que garantizaría un caudal mínimo de
320 litros por segundo.[145] Los
monjes debieron negociar el paso con el duque de Borgoña en el capítulo de Langres. La obra
era enorme porque, además de la excavación del canal de 10 km, había que
construir un acueducto —el puente de los Arvaux— de 5
metros de altura, a fin de permitir el paso del canal por encima del río
Varaude. El resultado estuvo a la altura del esfuerzo: el potencial energético
de la abadía aumentó considerablemente con un salto de agua de 9 metros.[146] Al menos
un molino y una herrería se instalaron sobre el nuevo tramo.[147]
La irrigación de los monasterios permitió instalar
agua corriente, transportada, si era necesario, por canales subterráneos
incluso a presión. Para ello, los monjes utilizaron canalizaciones de plomo,
terracota o madera. En algunas partes, el flujo podía ser interrumpido por un
grifo de bronce o de estaño. Algunas abadías como la de Fontenay estaban equipadas con un sumidero.
Al encontrarse en el fondo de los valles, en muchas abadías había que evacuar
eficazmente las aguas pluviales; un colector alimentado permanentemente por el
agua de una presa que cortaba el valle, pasaba por debajo de la cocina y de las
letrinas y recibía todas las aguas residuales procedentes de canalizaciones
secundarias que descendían de los diferentes edificios. En Cleeve o en Tintern, los colectores,
muy anchos, tenían compuertas a modo de cisternas que permitían liberar un gran
volumen de una sola vez y purgarlas.[148]
El conocimiento de la hidráulica por parte de los
cistercienses les permitió transformar ríos sujetos a crecidas, en cursos de
agua regulados para las necesidades domésticas, energéticas y agrícolas de los
monjes. Esto permitió convertir en explotables grandes extensiones de tierra
hasta entonces abandonadas por falta de riego.
Debido al crecimiento económico y demográfico, y a
las importantes necesidades de la industria textil, se necesitaban más bóvidos
y ovinos. A partir del siglo XII, los terratenientes comenzaron a
desecar las zonas pantanosas para ampliar la superficie de pastos disponibles.
A finales del siglo XII, las desecaciones alcanzaron su
punto culminante. La madera era escasa y se encareció. Además, se prestó mayor
atención a la explotación forestal, cuyo papel abastecedor seguía siendo
fundamental. Particularmente en Flandes, donde
la densidad de población estaba al límite, las abadías cistercienses llevaron a
cabo obras de encauzamiento como continuación del trabajo comenzado a partir
del siglo XI. En los
siglos XII y XIII, la extensión del sistema de diques o pólder a gran
escala en la marisma Poitevin se llevó a cabo por la asociación de abadías,
creando planes sistemáticos de drenaje.[149] También
organizaron la vegetación a lo largo de los ríos, por ejemplo, plantando sauces cuyas
raíces afianzan la tierra de los diques y canales.[150]
Aunque los cistercienses fueron particularmente
eficientes en la gestión del agua, se inscribían dentro de una evolución
global. Las técnicas de riego habían pasado a Occidente a través de la España
musulmana y de Cataluña, donde la orden de Cluny tenía una fuerte implantación.
La abadía de Cluny no habría podido
desarrollarse sin acondicionar el valle del Grosne. Del mismo modo, los condes
de Champagne desviaron el Sena para desecar los alrededores de Troyes y
proporcionarle la energía hidráulica que necesitaba así como un sistema de
evacuación de aguas.[151]
La industria
Compuerta de
alimentación de la rueda hidráulica, ya
desaparecida, de la herrería de la abadía de Fontenay.
El molino hidráulico se difundió
durante todo el período medieval porque era una importante fuente de ingresos
financieros para la nobleza y los monasterios que, por
ello, invirtieron en este tipo de equipamientos. El uso de la fuerza
hidráulica, en lugar de la animal o la humana, permitía una productividad
incomparable con la existente en la antigüedad: cada rueda de
un molino de agua podía moler 150 kilos de trigo por hora, lo que
equivalía al trabajo de 40 siervos.[152] Desde la
época carolingia, los monasterios estaban en la vanguardia en este campo,
porque la regla benedictina exigía que
hubiera un molino en cada abadía.[153]
Los monjes blancos utilizaban las técnicas en boga
en sus regiones: molinos de rueda vertical en el norte y de rueda horizontal en
el sur.[154] Los
ingenieros medievales del siglo XII
desarrollaron también molinos
de viento de pivote vertical, que permitía seguir los cambios en
la dirección del viento, o de marea, que eran desconocidos en la antigüedad o
en el mundo árabe.[155] Con el
desarrollo del árbol de levas en el
siglo X, esta energía pudo ser utilizada para múltiples propósitos
industriales.[156]
Aparecieron, así, los batanes, que se utilizaban para aplastar el cáñamo, moler la
mostaza, afilar hojas, prensar el lino, el algodón o los paños. En esta
importante operación en la fabricación de tejidos, el molino sustituía a
cuarenta bataneros. Se ha probado la existencia de sierras hidráulicas en el siglo
XIII.[157]
Herrería de la abadía de
Fontenay.
De todas estas innovaciones técnicas, que
hábilmente utilizaban (se encuentran entre los primeros en usar batanes
hidráulicos), realmente sólo se puede atribuir a los monjes cistercienses la
creación del martillo hidráulico, cuyo uso generalizaron en toda Europa.[158] Los
cistercienses necesitaban, en efecto, herramientas agrícolas, pero también de
excavación, de construcción, clavos para la carpintería, bisagras y cerraduras
para las ventanas y, cuando evolucionaron las técnicas de arquitectura,
armazones de hierro para sus edificios. Modificaron las técnicas tradicionales
mecanizando algunas fases del trabajo del hierro.[159]
A partir del siglo XII, las fraguas accionadas por energía
hidráulica multiplicaron la capacidad de producción de los herreros; el uso del
martillo pilón permitía trabajar piezas considerablemente mayores (los martillos
de la época podían pesar 300 kilogramos y dar 120 golpes por minuto) y más
rápidamente, con martillos de 80 kilogramos que golpeaban 200 veces por minuto,
y la insuflación de aire a presión permitía obtener acero de mejor calidad, al
elevar la temperatura del interior de los hornos a más de 1.200° C.[160] Desde
1168, los monjes de Claraval vendían hierro.[161] Esta
industria siderúrgica consumía mucha madera: para obtener 50 kilos de hierro se
necesitan 200 kilos de mineral y 25 estéreos de madera;
en 40 días, una sola carbonera tala un bosque en un radio de un kilómetro.[162]
Los cistercienses también dominaban el arte del
vidrio. Tenían hornos para la fundición de vidrio plano. A pesar de las
instrucciones de Bernardo
de Claraval, que pregonaba una estricta sobriedad, desarrollaron un
tipo de vidriera original: la grisalla.
Para las necesidades de sus construcciones, los
cistercienses tenían que fabricar cientos de millones de tejas. El horno de
Commelle es un perfecto ejemplo: permitía cocer entre 10 000 y 15 000 piezas a
la vez. Las tejas se introducían en el horno ordenadas al tresbolillo, sellando
el horno con ladrillos refractarios recubiertos de arcilla para perfeccionar el
aislamiento. El hogar se alimentaba durante tres semanas y se tardaba el mismo
tiempo para que el horno y las tejas se enfriasen.[163] Estos
hornos se utilizaban también para hacer las baldosas de las abadías.
Los
cistercienses como agentes económicos de la Edad Media
El
patrimonio inmobiliario
Mojón lindero cisterciense
del convento de monjas de Tart (Côte-d'Or)
Una activa política de adquisiciones, propiciada en
sus inicios por la popularidad del movimiento que obtuvo un gran número de
cesiones y donaciones, permitió a la orden convertirse en una importante
terrateniente. Añadieron valor a sus tierras graneros y bodegas, algunos de los
cuales estaban a veces muy alejados de la abadía.
Su estrategia de hacer explotables las tierras adquiridas,
antes frecuentemente baldías, no era casual; prestaron una particular atención
a la adquisición de ríos y molinos necesarios para su desarrollo. Incluso
llegaron a pagar un alto precio por el codiciado derecho de acceso a los ríos.
Así, por ejemplo, la abadía de Cîteaux tuvo que pagar 200 libras de Dijon en el
Capítulo de Langres para obtener el derecho
de paso de una derivación del Cents-Fonts. Algunos años más tarde, esta misma
abadía se enfrentó a problemas financieros. Desde ese momento, el control del
agua se convirtió en una prioridad para la orden. Mediante una hábil política
de adquisiciones, los monjes blancos se convirtieron en propietarios de
numerosos ríos. Esto les proporcionó un poder económico y político muy
importante; podían desecar las tierras que se hallaban río abajo y privar de
energía hidráulica a tal o cual señor. Los numerosos procesos que enfrentaron a
los cistercienses con dichos señores dan fe de la frecuencia de los conflictos
sobre la cuestión del acceso al agua. Esos pleitos contribuyeron a la
impopularidad de la orden, sobre todo porque dicha política de adquisición de
tierras se hizo a menudo en detrimento de los habitantes que, a veces, fueron
expulsados.[164]
En la segunda mitad del siglo XII, la
orden intentó obtener beneficios financieros de su patrimonio e invirtió
masivamente en viñedos y salinas. De ese modo, Citeaux incrementó sus
posesiones con la adquisición de viñedos en las zonas de Corton, Meursault y Dijon y se
convirtió en dueña de un horno de sal en el yacimiento de Salins. Cabe
señalar que los cistercienses no explotaban por sí mismos las salinas y, por
tanto, no hicieron ninguna aportación técnica. De hecho, su explotación estaba
a cargo de salineros —no de conversos— que se quedaban con dos tercios de la
cosecha. La inversión necesaria para el mantenimiento de las salinas —diques,
pilotes— se asignaba a un burgués inversor que recibía, a cambio, el tercio
restante de la sal producida. Los cistercienses cobraban un censo sobre
los ingresos de los salineros.[165] Su
inversión en las salinas era, pues, puramente financiera; no por ello era menos
importante; los monasterios de Saint-Jean d’Anjely, Redon, Vendôme y los de la
región de Borgoña invirtieron masivamente en las salinas de las costas
atlántica y mediterránea o en las salinas del Franco
Condado, de Lorena, de Alemania y de Austria, de explotación
minera.[166]
La
potencia comercial
Implantación de
los cistercienses en Borgoña en el siglo XII.
Más allá de su inmenso patrimonio
inmobiliario, fue la instauración de una excelente red de ventas lo que dio a
los cistercienses un poder económico de primer orden.
Desde el principio, las abadías ubicadas a lo largo
de cursos de agua, a su vez afluentes de los principales ríos, estuvieron
situadas en una posición ideal para vender todos sus productos a las ciudades.[167] Cîteaux
y sus primeras filiales se situaron en Borgoña, es decir, en la zona de unión
entre las tres principales cuencas fluviales de Francia: el Ródano, el Loira y
el Sena. De hecho, Cîteaux se encuentra a orillas del Vouge, a su vez afluente
del Saona, lo que permitía la unión entre el
corredor del Ródano, uno de los principales ejes comerciales entre el
Mediterráneo y el norte de Europa, la cuenca del Sena (París, con 200 000
habitantes a finales del siglo XIII, era el principal centro de consumo de
Occidente) y el Loira, accesible por el Arnoux. La expansión de la orden en el Franco
Condado le permitía no sólo controlar las salinas, sino también
facilitar su acceso al Rin a través del Doubs. En
estos ríos tranquilos bastaban simple barcas de fondo plano para transportar
los productos.
Gracias a sus localizaciones, los cistercienses
llegaban a todas partes a lo largo de estas rutas comerciales fluviales: en el Garona y el Loira que
conducían al Atlántico y, por tanto, a Inglaterra y el norte de Europa; en el
Sena y sus afluentes que conducían a París y luego a Ruan y al
canal de la Mancha; en el Rin, el Mosela y el Meno hacia
las regiones pobladas y comerciales controladas por la Liga
Hanseática; en el Po, en el Danubio... Los
cistercienses eran dueños de una red comercial que cubría toda Europa.
Los cistercienses usaban su poder político y
económico para obtener exenciones en los peajes. Controlando el cauce de los
ríos mediante los diques y canales que habían construido, podían influir sobre
los señoríos situados aguas abajo de sus posesiones (los señoríos necesitaban
agua para hacer girar sus molinos y regar sus tierras) y negociar con ellos los
derechos de tránsito o su apoyo político. Sabemos que Pontigny podía introducir
500 hectólitros libres de impuestos en la ciudad de Troyes,
Vaucelle podía transportar 3000 en franquicia por el Oise y
Grandselve 2500 por el Garona. Obtenían exenciones fiscales en las rutas comerciales
que utilizaban y podían incrementar sus márgenes en los productos que
comercializaban.[168]
El volumen de vino vendido por los monjes blancos
se contaba en miles de hectolitros; Ederbach enviaba 2000 por el Rin a los
comerciantes de Colonia y en la abadía se podían almacenar
7000 en el siglo XVI.
Aunque inicialmente situados en lugares remotos,
los monjes blancos adquirieron poco a poco posesiones en la ciudad. Estas eran
útiles para acoger a los monjes que viajaban entre abadías o por caminos de
peregrinación. Cuando se celebraban las reuniones generales de la orden, había
que poder albergar a cientos de abades. Pero los cistercienses las
transformaron en lugares comerciales en cuanto advirtieron su necesidad a
finales del siglo XII. Se trataba de verdaderos almacenes
urbanos, pero también de lugares de descanso para los monjes que recorrían
Europa.[169] En estos
lugares se vendían productos de la orden: vino, sal, vidrio, productos
manufacturados de metal. Las casas de Cîteuax en Beaune y de Claraval en Dijon,
por ejemplo, desempeñaban el papel de bodegas, con cubas, lagar y cava.
Los monjes abrieron albergues junto a los ríos que
llevaban a zonas de intercambio comercial: París, Provins, Sens. En
Auxerre, por ejemplo, había un albergue donde las mercancías procedentes del
Saona se podían llevar, a través del Yonne, hasta
el Sena (la orden poseía un albergue en Montereau, en la confluencia de los dos
ríos[170] ) y, por
tanto, a París, Ruan e incluso Inglaterra. Los cistercienses abrieron almacenes
para vender sus productos en todas las ciudades donde se concentraban los
consumidores —como París, la ciudad más poblada de Occidente— y en los núcleos
comerciales, como Provins, donde tenían lugar las ferias de Champagne, o Coblenza.[171] Los cistercienses
estaban particularmente bien establecidos en las ciudades sede de las ferias de
Champagne, que absorbían gran parte del
comercio europeo en los siglos XII y XIII.
Este éxito económico contribuiría progresivamente a
una transformación radical de la orden, que se apartaba cada vez más de la
austeridad de Bernardo de Claraval. La transformación de los cistercienses en
diezmeros se produjo a partir de los años 1200.[172] Con
ello, aquello que proporcionó popularidad a la orden en sus comienzos
desapareció, y decayó en favor de las órdenes mendicantes. El
reclutamiento se resintió. Según Duby, «la gente del campo es la primera en
dar la espalda a la orden que le quita su tierra y la expulsa de sus aldeas».[173] Este fue
el origen de algunas manifestaciones de rencor en el siglo
XIII en Germania, donde a
veces resultaron incendiados algunos graneros de la orden.
Referencias
1. ↑ Chélini, Jean, Histoire religieuse de
l'Occident médiéval. Hachette, 1991. Pluriel, p. 369.
2. ↑ Duby, Georges (1971) (en francés). Saint Bernard,
l'Art cistercien. Flammarion: Champs. pp. 9. «Saint Bernard n'avait pas
fondé l'ordre cistercien. Il avait fait son succès.»
3. ↑ Pacaut, Marcel (1993) (en francés). Les moines
blancs. Histoire de l'ordre de Cîteaux. Fayard. pp. 358-359.360-361.
4. ↑ O.C.S.O. (marzo de 2010). «Monasterios y sitios web» (en español). Consultado el 11 de abril de 2010.
5. ↑ Dubois, Jacques (1985) (en francés). Les ordres
monastiques. PUF. p. 67. «Le mot « bénédictin» apparut pour désigner les moines
qui n'appartenaient à aucun Ordre centralisé.»
6. ↑ André Vauchez, « Naissance
d'une chrétienté», en Robert Fossier (bajo la dirección de), Le Moyen Âge, l'éveil
de l'Europe (t.II), Armand Colin, 1982, p. 96.
7. ↑ Marcel Pacaut, Les moines blancs, op.
cit., p. 22.
8. ↑ Louis J. Lekai, op. cit., p. 25.
9. ↑ Auberger, Jean-Baptiste, « Cîteaux, les
origines», Dossiers d'Archéologie, n.° 229, diciembre de 1997 -
enero de 1998, p. 10.
10. ↑ Marilier, Jean, Histoire de l’Église en Bourgogne,
Éditions du Bien Public, 1991, p. 82.
11. ↑ Louis J. Lekai, op. cit., p. 26.
12. ↑ Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne,
p. 29.
13. ↑ En Riel-les-Eaux, en el este del Châtillonnais. Jean Marilier, Histoire
de l'Église en Bourgogne, Éditions du Bien Public, Dijon, 1991, p. 82
14. ↑ J.-A. Lefèvre, « S. Robert de Molesme dans
l'opinion monastique du XIIe et du XIIIe siècle», Analecta
Bollandiana, t. LXXIV, fasc. 1-2, Bruxelles, 1956, p. 50-83.
15. ↑ Jean-Baptiste Auberger, « Cîteaux, les origines», op.
cit., p. 11.
16. ↑ El nombre «Nuevo monasterio» fue sustituido por
«Císter» hacia el año 1120.
17. ↑ Coloquio exordium, « Les fondateurs du nouveau
monastère»; la cronología de los primeros tiempos de Cîteaux está
proporcionada por tres textos: el Petit Exorde, el Exorde de Cîteaux
y el Grand Exorde; los relatos de esos episodios proceden a menudo de
quienes fueron protagonistas de la iniciativa. Marcel Pacaut, Les moines
blancs, op cit., p. 32-33.
18. ↑ Lekai, Louis J., op. cit., p. 28-29.
19. ↑ qui heremum non diligebant; Exordium
cisterciensis coenobii, VII, 13, citado por Louis J. Lekai, op. cit.,
p. 31.
20. ↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
cit., p. 43.
21. ↑ Exordium cisterciensis coenobii, XII, 5-6.
22. ↑ Marcel Pacaut, op. cit., p. 51-53.
23. ↑ Terryl N. Kinder, L'Europe cistercienne, op.
cit. p. 30.
24. ↑ Jean Chélini, Histoire religieuse de l'Occident
médiéval, op. cit., p. 365.
25. ↑ Jean Marilier, Histoire de l’Église en Bourgogne,
op. cit. p. 84
26. ↑ Al pie de la Virgen, el copista Oisbertus. Hiereniam
prophetam, libro VI, verso 1125, Biblioteca municipal de Dijon, ms. 130, f°
104, detalle.
27. ↑ La cronología no es segura.
28. ↑ «San Bernardo no fundó la orden cisterciense. La
hizo triunfar.» « Saint Bernard n'avait pas fondé l'ordre cistercien. Il avait fait son succès.» Georges
Duby, Saint Bernard, l'Art
cistercien, Champs, Flammarion, 1971, p. 9.
29. ↑ Riché, Pierre,« Bernard de Clairvaux», Dossiers
d'Archéologie, n.º 229, diciembre de 1997 - enero de 1998, p. 16.
30. ↑ «Entonces, la gracia de Dios envió a esta iglesia
clérigos letrados y de alta cuna, laicos poderosos en el siglo y no menos
nobles en muy gran número; de tal manera que treinta postulantes llenos de
ardor entraron de golpe en el noviciado». « Alors la grâce de Dieu envoya à
cette église des clercs lettrés et de haute naissance, des laïcs puissants dans
le siècle et non moins nobles en très grand nombre; si bien que trente
postulants remplis d'ardeur entrèrent d'un coup au noviciat.», Petit
exorde de Cîteaux, citado por Georges Duby, Saint Bernard et l'art cistercien,
Champs, Flammarion, 1979, p. 9.
31. ↑ Sobre el lugar que ocupa Bernardo en el siglo XII véase Jacques Verger, Jean Jolivet, Le siècle
de saint Bernard et Abélard, Perrin, Tempus, 2006.
32. ↑ En 1125 publicó su Apologie, dedicada a
Guillaume de Saint-Thierry, donde contrapone las doctrinas cisterciense y
cluniacense, y arruina a sus adversarios. Se conocen de él varios centenares de
cartas.
33. ↑ En particular con ocasión del concilio de Sens del
2 y 3 de junio de 1140
34. ↑ Boitel, Philippe, « Voyage dans la France
cistercienne», La Vie, Hors-série, n.º3, junio de 1998. p. 14.
35. ↑ Marilier, Jean, Histoire de l’Église en
Bourgogne, Éditions du Bien Public, 1991, p. 84.
36. ↑ Revista Scriptoria, n.º1, Moyen-Âge, Hors
série, Les Cisterciens, mayo-junio de 1998, p. 15.
37. ↑ Lekai, L. J., op. cit., p. 58-59.
38. ↑ Racinet, Philippe, Moines et monastères en
Occident au Moyen Âge, Ellipses, 2007, p. 81.
39. ↑ Chélini, Jean, Histoire religieuse de
l'Occident médiéval, Hachette, Pluriel, 1991, p. 368.
40. ↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit.,
p. 65-66.
41. ↑ Berlioz, Jacques, Saint Bernard en Bourgogne. Lieux et mémoire., Éditions du Bien Public, 1990.
42. ↑ «Val», «valle» en francés, y su plural «vaux»
se encuentran en la formación de muchos de estos topónimos. (N. del T.)
43. ↑ Constance Hoffman Berman, Medieval agriculture,
the southern french countryside, and the early cistercians, The American
Philosophical society, 1992, p. 8-15; Marcel Pacaut, Les moines blancs, op.
cit., p. 71-73.
44. ↑ Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op.
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45. ↑ Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op.
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46. ↑ Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op.
cit., p. 82-83.
47. ↑ a b c Benoît, Paul, «Naissance et développement de
l'ordre», Histoire et images médiévales, n.°12 (thématique), Les
cisterciens, febrero-marzo-abril de 2008, p. 9.
48. ↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
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49. ↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
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50. ↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
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51. ↑ Baury, Ghislain, «Emules puis sujettes de l'ordre
cistercien. Les cisterciennes de Castille et d'ailleurs face au Chapitre
Général aux XIIe et XIIIe siècles», Cîteaux:
Commentarii cistercienses, t. 52, fasc. 1-2, 2001, p. 27-60.
52. ↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
cit., p. 143.
53. ↑ También llamada «Bula benedictina» in: Michel
Péronnet, Le XVIe siècle, Hachette U, 1981, p. 213.
54. ↑ Citado por Louis J. Lekai, Les moines blancs,
op. cit., p. 87.
55. ↑ Benoit, Paul, « Naissance et développement de
l'ordre», Histoire et images médiévales, n.°12 (thématique), Les
cisterciens, febrero-marzo-abril de 2008, p. 11.
56. ↑ Benoit, Paul, « Naissance et développement de
l'ordre», Histoire et images médiévales, n.°12 (thématique), Les
cisterciens, febrero-marzo-abril de 2008, p. 10.
57. ↑ Lekai, Louis J., Les moines blancs, op.
cit., p. 91.
58. ↑ Lekai, Louis J., Les moines blancs, op.
cit., pp. 87-91.
59. ↑ Leroux-Dhuys;Las Abadías Cistencienses; pp. 125 y
126
60. ↑ Citado por Marcel Pacaut, Les moines blancs,
op. cit., p. 297.
61. ↑ Idem, ibidem, p. 298.
62. ↑ Idem, ibidem, p. 301-303.
63. ↑ a b Leroux-Dhuys;Las Abadías Cistencienses; pp. 125
64. ↑ Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia
(2010). «Las
congregaciones» (en español). Consultado el
20 de noviembre de 2011.
65. ↑ Lekai, Louis J., Les moines blancs, op.
cit., pp. 113-115
66. ↑ Citado por Marcel Pacaut, Les moines blancs,
op. cit., pp. 321-322.
67. ↑ Alban John Krailsheimer, Armand-Jean de Rancé,
abbé de la Trappe, París, Éditions du Cerf, 2000.
68. ↑ a b Leroux-Dhuys;Las Abadías Cistencienses; pp. 128
69. ↑ Monasterio cisterciense de la Certosa di Firenze.
(2002). «Historia
institucional cisterciense» (en español). Consultado el
19 de noviembre de 2011.
70. ↑ Leroux-Dhuys;Las Abadías Cistencienses; pp. 135
71. ↑ a b c d e omesbc (2009). «La
restauración del siglo XIX: los Trapenses» (en español). Consultado el 22 de noviembre de 2011.
72. ↑ a b c omesbc (2009). «La
restauración del siglo XIX: la Común Observancia» (en español). Consultado el 22 de noviembre de 2011.
73. ↑ Monasterio cisterciense de la Certosa di Firenze
(2002). «La
restauración del siglo XIX: los Trapenses» (en español). Consultado el 19 de noviembre de 2011.
74. ↑ a b c d e f g h i j k omesbc (2009). «Los
Cistercienses en el siglo XX» (en español). Consultado el
20 de diciembre de 2011.
75. ↑ Web
oficial de la orden-monasterios en España (Congregatio S. Bernardi seu de
Castella)
76. ↑ Web
oficial de la orden-monasterios en España (Congregatio Coronae Aragonum)
77. ↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
cit. p. 211.
78. ↑ Idem, op. cit. p. 213.
79. ↑ Auberger, Jean-Baptiste, «La spiritualité
cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 44.
80. ↑ «Todas las veces que haya en el monasterio algún
asunto importante que decidir, el abad convocará a toda la comunidad y él mismo
expondrá aquello de que se trata… Lo que nos lleva a decir que hay que
consultar a todos los hermanos y que, a menudo, Dios revela a uno más joven lo
que es mejor». Regla de San Benito, 3, 1.3.
81. ↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
cit. pp. 215 - 218.
82. ↑ Auberger, Jean-Baptiste, «La spiritualité
cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 47.
83. ↑ a b Auberger, Jean-Baptiste, «La spiritualité cistercienne»,
Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p.
49.
84. ↑ Por ejemplo, en Actos 18,3 se muestra a San
Pablo, durante un viaje de evangelización, ganándose el sustento mediante su
trabajo de fabricante de tiendas.
85. ↑ Regla de San Benito, cap. 48, v. 8.
86. ↑ Regla de San Benito, cap. 48, v. 1. Cf. también
Jean-Baptiste Auberger, «La spiritualité cistercienne», Histoire et images
médiévales n.º 12 (thématique), op. cit. p. 42.
87. ↑ L. BOUYER, La spiritualité de Cîteaux,
Flammarion, 1955, p. 18.
88. ↑ Petit Exorde de Cîteaux, XV, 8.
89. ↑ Bernardo de Claraval, Lettre 106, 2.
90. ↑ Traité de l'amour de Dieu, los Sermons
sur le Cantique, los Sermons para las diferentes fiestas litúrgicas;
el Précepte et la dispense; De la considération, donde el abad de
Claraval escribe a uno de sus hijos espirituales cistercienses, convertido en
papa con el nombre de Eugenio III; los degrés
de l'humilité et de l'orgueil, continuación de los grados de humildad
enunciados por San Benito
91. ↑ Éditions du Cerf, colección Sources chrétiennes.
92. ↑ Cerf, colección Sources chrétiennes, 1975.
93. ↑ Cerf, colección Sources chrétiennes, 1985.
94. ↑ Editions Bellefontaine, 1994.
95. ↑ Editions Bellefontaine, 1992.
96. ↑ Cerf, colección Sources chrétiennes,
1967-1986.
97. ↑ Berlioz, Jacques, (bajo la dirección de), Le
Grand exorde de Cîteaux ou Récit des débuts de l'Ordre cistercien,
Brepols/Cîteaux-Commentarii cistercienses, 1998, p. 411-413.
98. ↑ Este último incluye, entre otros, castidad y
pobreza. Cf. Regla de San Benito, cap. 58.
99. ↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
cit., pp. 74-75.
100.
↑ Jean-Baptiste Lefèvre, Henri Gaud, Vivre dans
une abbaye cistercienne (XIIe-XIIIe s.), éditions Gaud, 2003.
101.
↑ Berlioz, Jacques, (dir.), Le Grand exorde de
Cîteaux, op. cit., p. 413, pp. 426-7.
102.
↑ Sermons sur le Cantique, 50, 5.
103.
↑ Regla de San Benito, 43,3.
104.
↑ Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op.
cit., pp. 52-56.
105.
↑ Esteban Harding precisa en 1110, en el prefacio
del libro de himnos, recopilación de todos los himnos adoptados por los
cistercienses: «Hacemos saber a los hijos de la Santa Iglesia que estos himnos,
compuestos ciertamente por el bienaventurado arzobispo Ambrosio, los hemos
hecho traer de la iglesia de Milán, donde se cantan, a este lugar que es el
nuestro, a saber, el Nuevo Monasterio. De común acuerdo con nuestros hermanos,
hemos decidido que solo ellos y no otros serán cantados por nosotros y por
todos aquellos que vengan después de nosotros. Pues son estos himnos
ambrosianos, que nuestro bienaventurado padre y maestro Benito nos invita a
cantar en su regla, los que hemos decidido observar en este lugar con el mayor
cuidado.»
106.
↑ Esteban Harding, Capítulo III de la Charte de
Charité.
107.
↑ Bernardo de Claraval, carta 398, citado por Georges Duby, Saint Bernard et l'art
cistercien, op. cit., p. 89.
108.
↑ Merton,
Thomas, le Patrimoine cistercien.
109.
↑ Delcourt, Thierry, « Les manuscrits cisterciens», Histoire
et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 41.
110.
↑ Auberger, Jean-Baptiste, « La spiritualité
cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 47.
111.
↑ Kinder, Terry L., L'Europe cistercienne, op.
cit., pp. 353-354.
112.
↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
cit., p. 334.
113.
↑ Le Goff, Jacques, Les intellectuels du Moyen
Age, Seuil, abril de 1957, pp. 35-36.
114.
↑ Le Goff, Jacques, Les intellectuels du Moyen
Age, op. cit. pp. 45.
115.
↑ Le Goff, Jacques, op. cit, pp. 25.
116.
↑ « Cîteaux, un idéal culturel»; Marcel
Pacaut, op. cit. pp. 162-165, 220, 222.
117.
↑ Cailleaux, Denis, « Les moines cisterciens dans
les villes médiévales», Histoire et images médiévales, n.º 12
(thématique), op. cit., p. 79.
118.
↑ Lekai, Louis J., Les moines blancs, op.
cit., p. 83.
119.
↑ Cailleaux, Denis, « Les moines cisterciens dans
les villes médiévales», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique),
op. cit., p. 80.
120.
↑ Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op.
cit. p. 335.
121.
↑ «Exordio de Císter y Resumen de la
Carta de Caridad». Monasterio Cisterciense de
Santa María de Valdediós. Consultado el 17/11/2011.
122.
↑ Orgeur, Magali, Les carreaux de pavement des
abbayes cisterciennes en Bourgogne (fin XIIe-fin XIVe
siècle). Tesis doctoral de la Universidad de Borgoña bajo la dirección de
Daniel Russo, junio de 2004
123.
↑ Descamps, Philippe, « Des tuiles par millions», Les
Cahiers de Science & Vie, n.° 78, p. 102.
124.
↑ J. Dhondt, « Les dernières invasions» extraído de Histoire
de la France des origines à nos jours, bajo la dirección de Georges
Duby, Larousse, 2007, p. 249.
125.
↑ P. Noirel, L'invention du marché, p. 140.
126.
↑ Philippe Contamine, Marc Bompaire, Stéphane
Lebecq, Jean-Luc Sarrazin, L'économie médiévale, Collection U, Armand
Colin, 2004, p. 65-67.
127.
↑ P. Contamine, M. Bompaire, S. Lebecq, J.-L.
Sarrazin, op. cit., p. 96.
128.
↑ Mondot, Jean-François, « Moines noirs et moines
blancs», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, diciembre de 2003, Xe-XIIe
siècle: la révolution des monastères-Les cisterciens changent la France, p.
16.
129.
↑ Berlioz, Jacques (dir.), Le Grand Exorde, op.
cit., p. 427.
130.
↑ Testard-Vaillant, Philippe, Agriculture, des
travaux en bonne règle, Cahiers de Science & Vie, n.º 78 diciembre
de 2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des
monastères-Les cisterciens changent la France, p. 52.
131.
↑ Testard-Vaillant, Philippe, Agriculture, des
travaux en bonne règle, Cahiers de Science & Vie, n.º 78
diciembre de 2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des
monastères-Les cisterciens changent la France, p. 53.
132.
↑ Testard-Vaillant, Philippe, Agriculture, des
travaux en bonne règle, Cahiers de Science & Vie, n.º 78
diciembre de 2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des
monastères-Les cisterciens changent la France, p. 54.
133.
↑ Véase, en particular, el estudio de uno de los
poquísimos graneros medievales aún existentes in Daniel Bontemps, « La
grange de l'abbaye cistercienne de Chaloché (Maine-et-Loire) ou de l'importance
de l'étude de la charpente dans l'étude d'un bâtiment médiéval», Archéologie
médiévale, 1995, pp. 27-64.
134.
↑ Testard-Vaillant, Philippe, « Agriculture, des
travaux en bonne règle», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78,
diciembre de 2003, p. 55.
135.
↑ Chauvin, Benoît, « Les vignes et le vin», en Histoire
et images médiévales « Les cisterciens», n.º 12 (thématique),
febrero-marzo-abril de 2008, p. 27
136.
↑ Chauvin, Benoît, « Les vignes et le vin», en Histoire
et images médiévales « Les cisterciens», n.º 12 (thématique),
febrero-marzo-abril de 2008, p. 30
137.
↑ Testard-Vaillant, Philippe, « Crus de légende ou
légendes de crus», dans Les Cahiers de Science et Vie « Xe-XIIe
siècle: la révolution des monastères-Les cisterciens changent la France», n.º
78, diciembre de 2003, p. 60.
138.
↑ Ms. Add. 41230, Londres, British Library.
139.
↑ Testard-Vaillant, Philippe, Agriculture, des
travaux en bonne règle, en Cahiers de Science & Vie, n.º 78,
diciembre de 2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des
monastères - Les cisterciens changent la France, p. 54.
140.
↑ Jean
Gimpel, La révolution
industrielle du Moyen-Âge, Éditions du Seuil, 1975, p. 65.
141.
↑ Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique
cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 14.
142.
↑ Monnier, Emmanuel, « Des cours d'eau sous bonne
conduite», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p.
70.
143.
↑ Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op.
cit., p. 83-85.
144.
↑ Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique
cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 12.
145.
↑ En el mes de agosto. En invierno, el caudal puede
alcanzar los 4 metros cúbicos por segundo.
146.
↑ Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique
cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 13.
147.
↑ Testard-Vaillant, Philippe, « Des moulins en
série», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 66.
148.
↑ Monnier, Emmanuel, « Un monde de tuyaux & de
canaux», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p.
74.
149.
↑ P. Contamine, M. Bompaire, S. Lebecq, J.-L.
Sarrazin, L'économie médiévale, Collection U, Armand Colin, 2004, p.
220.
150.
↑ Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique
cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 17.
151.
↑ Benoît, Paul, « Les cisterciens et les
techniques», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 19.
152.
↑ Gimpel,
Jean, La Révolution
industrielle du Moyen Âge, Éditions Seuil, 1975, p. 149-150.
153.
↑ Testard-Vaillant, Philippe, « Des moulins en
série», artículo citado, p. 64.
154.
↑ Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique
cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 14.
155.
↑ Gimpel,
Jean, op. cit. pp. 28-32.
156.
↑ Gimpel,
Jean, op. cit. p. 18-20.
157.
↑ Philippe Contamine, Marc Bompaire, Stéphane
Lebecq, Jean-Luc Sarrazin, op. cit. p. 152.
158.
↑ Testard-Vaillant, Philippe, « Des moulins en
série», artículo citado, p. 67.
159.
↑ Caillaux, Denis, « Comment les cisterciens
inventent l'usine», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit.
p. 89.
160.
↑ Gimpel,
Jean, op. cit. p. 41.
161.
↑ Caillaux, Denis, « Comment les cisterciens
inventent l'usine», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit.
p. 92.
162.
↑ Gimpel,
Jean, op. cit. p. 79.
163.
↑ Descamps, Philippe, « Des tuiles par millions», Les
Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 101.
164.
↑ Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique
cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op.
cit. p. 16.
165.
↑ Rolland, Alice, « Les salines de Dieu», Les
Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 81.
166.
↑ Rolland, Alice, « Les salines de Dieu», op.cit.
p. 80.
167.
↑ En la Edad Media, las principales vías comerciales
era fluviales y marítimas; había caminos que bordeaban los ríos o servían de
enlace entre cuencas fluviales, pero el tráfico que permitían era muy inferior.
168.
↑ Chauvin, Benoît, « Les vignes et le vin», Histoire
et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 32.
169.
↑ Cailleaux, Denis, « Les moines cisterciens dans
les villes médiévales», Histoire et images médiévales, n.º 12
(thématique), op. cit. p. 75.
170.
↑ Cailleaux, Denis, « Les moines cisterciens dans
les villes médiévales», Histoire et images médiévales, n.º 12
(thématique), op. cit. p. 77.
171.
↑ Chauvin, Benoît, « Les vignes et le vin», Histoire
et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 35.
172.
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cistercienne dans les duché et comté de Bourgogne au Moyen-âge». Ensayo de
síntesis, Flaran 3. « L'Économie cistercienne, géographie, mutations du
Moyen-âge aux Temps Modernes», [Actes des] Terceras jornadas
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de septiembre de 1981, Auch, 1983, p. 13-52.
173.
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Artículos y recopilaciones
- Les
cisterciens de Languedoc (XIIIe-XIVe siècles), 410 p., Cahiers de Fanjeaux n.º 21, Ed. Privat, 1986.
- «
Cîteaux, l'épopée cistercienne», Dossiers d'Archéologie, n.º 229,
diciembre de 1997 - enero de 1998.
- Les
Cahiers de Science & Vie, n.º 78, diciembre de
2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des
monastères- Les cisterciens changent la France, Excelsior
Publications.
- «Les
cisterciens», Histoire et images médiévales, n.º 12,
febrero-marzo-abril de 2008, éditions Astrolabe.
- Baury,
Ghislain, «Emules puis sujettes de l'ordre cistercien. Les cisterciennes
de Castille et d'ailleurs face au Chapitre Général aux XIIe et
XIIIe siècles», Cîteaux: Commentarii cistercienses, t.
52, fasc. 1-2, 2001, p. 27-60.
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Bibliografías
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