Enconchados: gustos, estrategias y precios en la Nueva España
En este texto se discute, a partir de un análisis
documental, el consumo novohispano de las pinturas incrustadas de concha nácar.
Muchos ejemplares conservados son virtuosos, están ligados a Miguel y Juan
González y alcanzaron el siglo XX en colecciones españolas. Sin embargo, la
información documental demuestra que diversos grupos sociales novohispanos
consumieron numerosas obras, de calidades y precios diversificados, que deben
de haberse hecho en distintos talleres de pintura. El análisis documental se
complementa con el estudio formal de ejemplares de los González, Nicolás Correa
y artistas desconocidos, cuyas características demuestran que esta modalidad
pictórica dio lugar a una notable diversidad. Es decir, el estudio de esta
producción arroja luz a una parte importante de los intereses pictóricos
virreinales.
En la historiografía de la
pintura novohispana se advierte cierto vacío respecto a las pinturas
incrustadas de concha (ca. 1650-1750), hoy conocidas como enconchados.
Estas obras menudearon en los inventarios de pintura capitalinos de finales del
siglo XVII y principios del XVIII y se conservan numerosos ejemplares de
factura esmerada (figs.
2, 4-8 y 10).
Tomás, Juan y Miguel González,1 que
al parecer se dedicaron sólo a esta modalidad pictórica, llegaron a trabajar
para personajes encumbrados y pertenecieron al gremio de pintores, en el cual
tuvieron competidores notables, como Nicolás Correa. Sin embargo, hasta fechas
recientes estas obras han ocupado un lugar marginal en los estudios sobre la
pintura novohispana. No se ha negado directamente que se trata de pinturas,
pero por sus particularidades no ha sido fácil situarlas, de modo que a menudo
se han soslayado o se han considerado "artes decorativas".
En la actualidad se conocen más
de 250 pinturas incrustadas de concha.2 En
su mayoría se trata de obras anónimas; sin embargo, 85 ejemplares están
firmados por Miguel y Juan González. Los González hicieron piezas muy
conocidas; por ejemplo, una serie de 24 tablas de la Conquista de
México (1698) conservada en el Museo de América de Madrid que
originalmente perteneció a Carlos II,3 así
como una serie del mismo tema y número de tablas del Museo Nacional de Bellas
Artes de Buenos Aires. La primera está firmada en coautoría por Miguel y Juan
González, mientras que la segunda es de Miguel González. Estos artistas han
recibido mucha atención, pues distintos estudios se han referido a las series
de temática histórica o religiosa ligadas a ellos.4
Algunos pintores incursionaron
tanto en las pinturas enconchadas como en las que prescinden de ese material.
El caso más conocido es el de Nicolás Correa —sobrino de Juan Correa—, que
estuvo activo hacia 1690, al mismo tiempo que Miguel y Juan González. El
trabajo de Correa fue, como se verá, de gran calidad; es decir, los González no
monopolizaron la producción de los enconchados de buena factura. También se
conservan ejemplares de Agustín del Pino, Pedro López Calderón, un tal Rodulpho
y, al parecer, Antonio de Santander.5 Más
aún, desde 1980 han salido a la luz más de cien obras —en su mayoría anónimas—
de distintos tamaños y formatos, cuya factura y calidad difieren notablemente
en el uso del nácar, así como en el dibujo y el trabajo pictórico.6
En conjunto, los ejemplares
conservados muestran una diversificación que no resulta tan evidente en las
series a las que se han dedicado la mayor parte de los estudios. Esta
diversificación es aún más notable en la información documental, pues los
documentos referentes a estas pinturas describieron y dieron importancia a
aspectos distintos. También consignaron grandes diferencias de precios. Es
decir, no hubo un público homogéneo que viera y entendiera las pinturas
enconchadas de un mismo modo,7 sino
que éstas resultaron de una pluralidad de concepciones e intereses.
La tradición pictórica española
de la época admitió muchas técnicas y soportes. El conocido tratado de pintura
de Antonio Palomino de 1715 mencionó las pinturas al fresco, al óleo, al
temple, bordada, cerífica, aguazo, de porcelana, embutida, férrea, figulina,
tejida y vítrea;8 modalidades
que el Diccionario de Autoridades retomó en la definición de
"pintura", en 1737.9 La
capital novohispana produjo su propia diversidad y dio lugar a obras como
la plumaria y los enconchados. Estos últimos se hicieron en un contexto en
el que las concepciones pictóricas tradicionales, que comprendían distintas
técnicas y materiales, coexistieron con las modernas, basadas en planteamientos
técnicos más restrictivos.
La imposición de las
concepciones modernas se observa en las Ordenanzas del Gremio de Pintores de
1686, que contemplaron únicamente las obras hechas al óleo, temple y fresco. En
los enconchados se usaron temple y óleo, además de pigmentos y procedimientos
parecidos a los de las pinturas que prescinden de la concha.10 Sin
embargo, el distintivo uso del nácar fue una innovación tomada de ciertas lacas
japonesas, que distingue a los enconchados técnica y formalmente de cualquier
otra pintura de su tiempo.
Los orígenes
No sabemos exactamente cómo
surgieron los enconchados. En su estudio "Art, Value, and Market Practices
in the Netherlands in the Seventeenth Century", Neil de Marchi y Hans van
Migroet han advertido que, en el siglo XVII, la pintura neerlandesa experimentó
un perpetuo giro innovador, afectado por el acceso de los artistas a nuevas
mercancías, tecnologías, fuentes de suministro y formas de organización. A la
vez, los mercados fueron los foros y los resultados tentativos del comportamiento
interactivo experimental entre muchos individuos y grupos; de ahí que tanto los
productos como las estrategias se modificaran constantemente.11 Los
enconchados requirieron de la circulación de las lacas japonesas de
exportación namban (muy gustadas en Europa) y de cierto
impulso innovador entre los pintores; desde luego, su éxito habría sido
imposible si no hubieran captado el interés de los consumidores. El gusto por
distintas obras asiáticas, así como por el brillo de ciertos materiales y por
la ornamentación se advierte en diversas producciones artísticas,12 y
dio lugar a soluciones particulares en este caso.
Las incrustaciones de nácar no
supusieron una ruptura con la manera de concebir la pintura, sino que agregaron
nuevas particularidades a la diversidad de la época. Los enconchados tomaron de
las lacas japonesas namban la ornamentación, consistente en
fondos negros y figuras doradas e incrustadas de concha, con diseños basados en
flores y hojas (fig.
1). El desarrollo de la nueva modalidad artística fue producto de las
experimentaciones novohispanas, pues la incorporación de la concha al trabajo
pictórico en las escenas representadas fue una aportación local. Pese al efecto
similar, la técnica de ambas producciones es completamente distinta.
Los enconchados se insertaron
con naturalidad en el contexto pictórico novohispano, pese a que no fueron un
mero producto de la tradición española. Al contrario, resultaron de un impulso
innovador que tomó el gusto por las lacas japonesas como punto de partida para
hacer nuevas búsquedas pictóricas. Dicho impulso fue avalado por el gremio de
pintores en la práctica, aunque no se contempló en las ordenanzas. Para
advertir mejor qué características de los enconchados los acercan a otras
pinturas novohispanas y cuáles los aproximan a las lacas namban, se
describirán a continuación algunos ejemplares notables.
Las pinturas incrustadas de concha.
Características técnicas y formales
En las obras más minuciosas, la
capa de pintura se aplica mediante transparencias que resaltan la luminosidad
natural del nácar, cuyas incrustaciones se planean cuidadosamente y se incluyen
en el dibujo preparatorio.13 Esto
se advierte en la serie de 12 tablas de las Alegorías del credo de
Miguel González, dividida entre el Museo Nacional del Virreinato de México y el
Patrimonio Artístico del Banco Nacional de México. En 1990 Alejandro Huerta
estudió la técnica de la tabla San Felipe (fig.
2) de esta serie y halló que el soporte es cedro blanco, reforzado en la
parte posterior con una tela.14 Por
el peso del nácar, el mejor soporte de estas obras es la tabla. Todos los
ejemplares conservados la usan, misma que en ocasiones se recubre con lienzo.
La base de preparación consiste
en una capa porosa de yeso aglutinado con cola animal,15 la
capa de impregnación también es de cola animal.16 La
imprimatura es muy fina y está hecha al temple, de blanco de plomo y blanco de
España, con impurezas de negro de carbón.17 En
la capa pictórica se usan resinato de cobre, negro de carbón, blanco de plomo,
laca de granza, cinabrio, siena tostado, negro de humo, polvo de oro y sombra
natural.18 El
aglutinante es el temple, excepto en las encarnaciones y el color del pelo, que
son oleosos.19 Al
parecer, el adhesivo de las placas de nácar es la goma laca.20 Se
trata de materiales de uso corriente en la pintura novohispana, cuyo uso se
adapta para lucir el brillo del nácar subyacente.
El San Felipe 21 representa
sendas escenas correspondientes al quinto artículo del Credo, "descendió a
los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos". La
composición guarda parecido con un modelo de Martin de Vos, grabado por Adriaen
Collaert hacia 1600 (fig.
3). La escena principal es el descenso de Jesús a los infiernos e incluye a
Adán, Eva y otros personajes de la Antigua Ley. En el primer plano
aparece, de espaldas al espectador, un joven —¿san Juan Bautista?—, que
sostiene en la mano derecha la cruz y en la izquierda un estandarte con la
cruz. La escena secundaria muestra a Jesús saliendo del sepulcro ante cuatro
soldados, cuyos expresivos gestos muestran su temor ante el inesperado hecho. A
diferencia de la escena principal, ésta tiene un fondo luminoso, para destacar
que la resurrección es la culminación del triunfo sobre la muerte.
En todas las tablas de esta
serie González introdujo numerosas variaciones compositivas para evitar los
desnudos frontales del modelo europeo. Es decir, al margen de su capacidad como
artista, se preocupó por hacer obras decorosas, según lo estipulado en las
ordenanzas.22 Las
particularidades de su trabajo se advierten en la articulación entre el brillo
del nácar y la paleta restringida, en la que predominan los colores cálidos
—sobre todo el amarillo—, así como en el enfático uso de la línea y los marcos
ricos. El nácar se embute en pequeños trozos irregulares en las vestiduras de
los personajes, sin llegar a conformarlas en su totalidad. La capa pictórica es
ligera y permite advertir el brillo del material orgánico. Las vestiduras están
pintadas de amarillo, así como de tonos brillantes de rojo y verde.
González prestó mucha atención
al marco, cuyas entrecalles están pobladas por tantas flores, aves y hojas, que
apenas se distingue el negro del fondo. Como es habitual, la concepción
unitaria de esta serie no se restringió a las escenas, sino que también
comprendió los marcos, cuyas soluciones similares los distinguen de otros
marcos de este tipo. La mayoría de las aves aparece en reposo, aunque algunas
muestran posturas poco naturales. Por ejemplo, en el lado superior del marco
de Santiago el Menor, del Banco Nacional de México, se ve una que
yace con las alas plegadas y el cuerpo horizontal invertido, de modo que el pecho
queda en la parte superior. En el mismo lado se aprecia un ave volando hacia la
derecha del espectador, con la cabeza vuelta al lado opuesto. Estas variaciones
demuestran que González estuvo muy atento al trabajo de los marcos, seguramente
muy apreciados por los comitentes.
También destacan sendas
Vírgenes de Guadalupe anónimas de la parroquia de San José en Tlaxcala y del
convento de monjas capuchinas de Castellón de la Plana en Valencia (fig.
4). Ambas son muy similares, pero la de Castellón de la Plana conserva
un rico marco enconchado original, mientras que la de Tlaxcala tiene uno
moderno. Estas obras muestran una excepcional luminosidad en las ropas de la
Virgen, cuyas capas fluidas de transparencias permiten advertir el brillo del
nácar subyacente, incrustado en fragmentos regulares. Pocas piezas conservadas
exhiben embutidos de concha de formas tan precisas. Sin duda el artista estaba
muy familiarizado con este tipo de trabajo, en el que la técnica pictórica se
adapta para resaltar la luminosidad.
El marco de la obra de
Castellón de la Plana contiene tantos racimos de uvas, flores, hojas, aves y
mariposas pintados y embutidos de concha, que hace falta observarlos con mucho
cuidado para reconocer las figuras (figs.
4b y 4c). Algunas flores exhiben un tono desleído de rojo, así como el
color natural del nácar, que en el marco no brilla tanto como en la pintura. En
las uvas se aprovecha el tono violáceo natural de los fragmentos de concha,
mientras que las ramas de los sarmientos están logradas mediante trazos
dorados. Es interesante que, a diferencia del marco, la guirnalda que rodea a
la Virgen no sea muy elaborada; las figuras que la componen están escasamente
pintadas, aunque el brillo de la concha contribuye a la luminosidad de la
pieza.
El trabajo de las pinturas incrustadas de concha
en el contexto gremial
A finales del siglo XVII,
cuando los enconchados alcanzaron su apogeo, los pintores acababan de
reorganizar su gremio. Las nuevas ordenanzas (1686) fueron iniciativa de los
propios artistas, quienes intentaron proteger su mercado al insistir en la
calidad de las obras para propiciar la obtención de beneficios económicos; de
ahí que las ordenanzas regulen la venta de pinturas en obradores, calles,
plazas, mesones, portales y baratillos.23 Desde
luego había también reventas y ventas irregulares que el gremio trató de
evitar.24 Las
ordenanzas no dicen nada sobre el trabajo de los enconchados. Sin embargo, en
1986 Guillermo Tovar de Teresa dio a conocer dos documentos de 1689 y uno de
1699, que demuestran que Tomás, Juan y Miguel González pertenecieron al gremio
de pintores.25 Asimismo,
en 2008 Paula Mues Orts publicó un "Donativo del gremio de pintores y
doradores para la Guerra de Sucesión" de la ciudad de México de 1704, que
incluye a "Miguel González el conchero" entre los oficiales con
tienda.26
Al margen de las
particularidades de su trabajo, los González deben haber acreditado —según lo
establecido en las ordenanzas— su habilidad en el dibujo, colorido y sobre todo
en la factura de rostros y cuerpos hermosos y en el decoro de sus obras.27 Estos
artistas se tomaron muy en serio todas estas cuestiones en sus obras más
destacadas. Es decir, su vínculo con el gremio no fue meramente formal, sino
que se esforzaron por adaptar su trabajo a las exigencias gremiales.
En términos mercantiles, el
éxito se mide en función del lucro. La actitud de los artistas hacia el gremio
y el mercado depende de sus circunstancias laborales y económicas.28 Como
el gremio avalaba la calidad de las obras, el interés de los González por
obtener su reconocimiento fue parte de una estrategia que buscó protección y
prestigio para facilitar el control de su mercado y de los precios de sus
obras. Su estrategia funcionó, pues al parecer acapararon los encargos más
importantes, a pesar de que para entonces, artistas como Nicolás Correa
incursionaron indistintamente (con éxito) en estas pinturas y las que no
emplean la concha.
Los pintores perciben el
mercado de forma diferente y adaptan sus estrategias en consecuencia.29 Nicolás
Correa y más adelante Agustín del Pino hicieron enconchados notables (figs.
5 y 7).
Sin embargo, en esta producción hubo cierta relación movediza entre fama y
calidad. Esto se advierte al comparar una Boda de Caná de
Nicolás Correa (1696) conservada en la Hispanic Society of America y otra que
pertenece a la serie de 24 tablas de la Vida de Cristo del
Museo de América, atribuida a alguno de los González (fig.
6).30
En el aspecto compositivo,
ambas obras son muy similares. En la escena principal Jesús preside el banquete
nupcial y María aparece de pie a su lado, llamando su atención al vino, servido
en primer plano por dos criados. En una escena secundaria se aprecia la
actividad de la cocina.31En
la tabla atribuida a los González, tanto la escena secundaria como los criados
se hallan a la izquierda del espectador, mientras que en la de Correa están a
la derecha.
En la tabla de la serie, las
vestiduras de todos los personajes están incrustadas de nácar, pero sólo las de
Jesús y María están completamente cubiertas del material, embutido en trozos
regulares. Además, ambos son los únicos que visten mantos azules, cuyas
transparencias muestran el brillo del nácar subyacente. El rico marco
contribuye a mantener la atención del espectador. Las figuras son abigarradas y
están dispuestas de manera asimétrica. Esta parte de la obra resulta casi tan
luminosa como la escena; ahí el brillo del nácar se advierte sobre todo en las
flores. También destacan las aves, cuyas cabezas están muy detalladas, pero no
hacen referencia a especies reales. Para apreciar mejor estos detalles, es
preciso observar las piezas de cerca. Así, la obra contribuye a mantener la
atención al plantear sutiles exigencias al espectador.
Correa exhibe mucha
familiarización con este tipo de trabajos, a la vez que se aleja de las
soluciones de los González. El artista adapta cuidadosamente la labor pictórica
para lucir al máximo el brillo del nácar —reservado a la escena, pues la obra
no tiene marco enconchado. El efecto es poco común debido al contraste entre el
inusual fondo negro y el brillo de los pequeñísimos fragmentos de nácar
empleados con profusión. En el muro negro del fondo, estos últimos se usan para
formar cuadros, mientras que en la parte inferior de la composición
simulan un piso marmoleado y a la izquierda se embuten en la vajilla exhibida
en el mostrador
De las más de 250 obras
conocidas, ésta es la única que se vale de un fondo negro para potenciar la
luminosidad de la concha; al parecer, este recurso no fue usado por los
González. Las diferencias entre estas versiones de la Boda de Caná corresponden
a gustos distintos respecto al uso del nácar. A la vez, la pintura de
Correa demuestra que hacia 1690 la afición por los enconchados estaba lo
bastante difundida como para que al menos un artista ajeno a los González
estuviera muy familiarizado con este tipo de trabajo, sin abandonar la
realización de otras pinturas.
Es decir, los comitentes
connotados tuvieron distintas opciones para satisfacer su gusto por este tipo
de obras. Sin embargo, a menudo eligieron a los González, cuya reputación
parece haber sido superior. En otras palabras, Juan y Miguel González lograron
afianzarse en la preferencia novohispana no porque fueran los únicos capaces de
hacer buenas obras, sino porque lograron mayor reconocimiento. Además el gusto
por los enconchados estuvo lo bastante extendido como para que distintos
miembros de la familia González se dedicaran sólo a este tipo de trabajo.
Se ignora con cuánta frecuencia
Correa incursionó en esta producción. De las seis pinturas firmadas por él que
se conocen, tres poseen incrustaciones de concha y otras tres no.32 Todas
datan de la década de 1690, aunque el artista seguía activo en 1704 —aparece
entre los oficiales con tienda en el "Donativo de pintores" de ese
año localizado por Mues.33 El
documento no se refiere a Correa como "conchero", a diferencia de lo
que ocurre con Miguel González. Así pues, Correa nunca abandonó la realización
de pinturas que prescinden de la concha. Sin embargo, es necesario seguir
investigando su producción, pues de momento el escaso número de ejemplares
firmados nos impide saber cuán representativos fueron los enconchados de su
trabajo, en términos cuantitativos.
Puesto que Correa era capaz,
como los González, de hacer enconchados notables, cabe afirmar que, aparte de
la calidad de sus obras, el prestigio de los González tuvo otras bases. A
finales de 1680, cuando se acreditaron ante el recién reorganizado gremio,
Tomás y Juan González llevaban más de 20 años trabajando.34 Al
parecer, la invención de estas obras les corresponde y por un tiempo fueron los
únicos capaces de hacerlas. Esto naturalmente les dio ventaja sobre otros
artistas y a la vez los limitó a esta modalidad pictórica. Pero hacia 1690,
cuando el gusto por los enconchados se había difundido, ya habían surgido
buenos competidores. Esto obligó a los González a afianzar su prestigio
mediante nuevas estrategias. La reorganización del gremio les permitió obtener
un respaldo efectivo para mantener cierta preeminencia entre el mercado de
mayor poder adquisitivo.
Tanto la exclusividad del
trabajo de los González como la no exclusividad del trabajo de otros artistas
emanan de la estrecha relación entre los enconchados y las pinturas que
prescinden del nácar. Las obras enconchadas fueron lo bastante diferentes como
para que —al margen de la calidad variable de los ejemplares— el mayor
reconocimiento correspondiera a los artistas que las habían inventado. Sin
embargo, fueron lo bastante parecidas a las otras pinturas como para permitir
que algunos artistas incursionaran indistintamente en ambas, con buenos
resultados.
Mercados, gustos y precios
Estas reflexiones se nutren del
mencionado estudio de Neil de Marchi y Hans van Migroet sobre arte, valor y
prácticas mercantiles en los Países Bajos en el siglo XVII. Pese a centrarse en
una problemática distinta, los autores hacen algunas observaciones pertinentes
en relación con los enconchados. Las diversas soluciones que exhiben las obras
corresponden en parte a la coexistencia de una producción hecha sobre pedido y
otra destinada al mercado abierto. La valoración económica podía cambiar si los
consumidores tenían un gusto particular por la pintura o si, en cambio, se
trataba de individuos poco interesados en el arte, o de comerciantes.35
Esto es interesante en relación
con nuestras obras, cuyos precios van de 2 reales por dos obras en 1727 a
500 pesos por una serie de diez tablas, en 1696.36 Tales
variaciones difícilmente se explican sólo por el año, la calidad y el tamaño de
los ejemplares. Los precios también dependieron de que las obras respondieran a
encargos específicos, de que se compraran a un vendedor, al artista en su
tienda, o en una almoneda pública.
En 1992, María Concepción
García Sáiz señaló las notables diferencias de calidad que exhiben
distintas obras de los González —en particular, la serie de la Conquista
de México firmada por Miguel y Juan González en 1698 (fig.
8) y una serie de al menos ocho tablas de la Vida de san Ignacio de
Loyola de Juan González, de 1697, conservada en colecciones de México,
España, Argentina y Perú (fig.
9). En esta última, el artista "se ha limitado a reproducir las
imágenes que le ofrecen los grabados europeos, a los que copia con una
fidelidad cargada de torpeza, llegando al extremo de dividir el espacio de que
dispone de forma que las escenas queden aisladas, con lo que evita incorporar
nuevos elementos a la composición."37
Así pues, llama la atención que
apenas un año después, la serie histórica exhiba "dominio del dibujo a
mano alzada y composición de los grupos [...] trazos ágiles y seguros que
sirven para definir contornos y dar movilidad a las figuras [así como] las
suaves transparencias que caracterizan a los mejores enconchados." 38 El
contraste resulta de especial interés al tratarse de obras de madurez. Como los
artistas podían hacer personalmente un número limitado de piezas, en ocasiones
sólo daban un toque al trabajo de taller. Tal podría ser el caso en la Vida
de san Ignacio de Loyola, cuya falta de soltura la aleja de las otras
pinturas de Juan González de la época. En mi opinión, el contraste de
factura responde al uso de distintas estrategias, destinadas a satisfacer
diferentes necesidades de consumo. Es decir, una de las claves del éxito
de los González fue su capacidad de adaptarse a los gustos y posibilidades
económicas de distintos clientes.
Incluso en sus obras más
logradas, los González a menudo se ciñeron a los grabados que les sirvieron de
modelo, como en el biombo dividido entre el Museo Nacional del Virreinato de
México y el Brooklyn Museum (figs.
10 y 11),
que muestra dominio técnico tanto en el dibujo, como en el trabajo pictórico y
el de incrustación. En otras ocasiones, los artistas deliberadamente
introdujeron variaciones compositivas. Por ejemplo, en las series de la Conquista
de México resolvieron las escenas de maneras distintas, aunque se trate
de los mismos episodios.39 El
tema representado y el rápido envío a prominentes colecciones europeas sugieren
que se trató de obras hechas por encargo. Así, la individualidad de las
soluciones, lejos de ser casual, debió acordarse por los comitentes y los
artistas.
No es fácil saber hasta qué
punto las soluciones originales se valoraron económicamente. De Marchi y Van
Migroet han advertido que los artistas neerlandeses enfatizaron cuando se
trataba de obras originales (más apreciadas por el público), para aumentar el
precio, así como el reconocimiento a su trabajo.40 La
problemática novohispana tuvo sus propias particularidades y, aunque en
ocasiones se valoró la originalidad compositiva, ésta se planteó en términos
distintos a los neerlandeses.41 Aún
así, la originalidad requirió un esfuerzo adicional que habría permitido a los
artistas aumentar su prestigio y obtener mayor beneficio económico.42
Respecto a lo que los
consumidores pudieron haber apreciado en las obras hechas sobre pedido, una de
las mejores fuentes de información se encuentra en un contrato de Juan González
de 1699, que ofrece muchos datos sobre la relación entre la calidad y el precio
de las mismas:
Primeramente contratan y se
obligan el dicho Juan González a hacer y entregar al dicho [factor], trece
láminas de pintura y embutido, de concha de a vara y
cuarta en cuadro, y han de ser de la misma calidad y embutido de una de san
Antonio que se ha hecho para muestra y está en poder de dicho Juan
González, pagada por el dicho factor, para que sirva de pauta y regla
para las demás que ha de hacer de la historia e imágenes que se le
pidiere. Y así estar referidas acabadas quedan ajustadas en el precio de veinte
y seis pesos cada una, que le ha de pagar el dicho factor. Asimismo ha de
hacer otras catorce láminas unas medianas del tamaño y forma de otra
que se ha hecho para muestra de la imagen de Nuestra Señora de la Concepción,
de vara y cuarta de largo y una vara de ancho, con la misma calidad de
embutido, pero en la pintura, la historia e imágenes que le pidiere dicho
factor y constarán unas y otras por memoria firmada de su nombre; y estas
conclusas y acabadas, se le han de pagar al dicho Juan González, al precio
de veinte pesos cada una, entendiéndose que se han de cotejar
con las muchas referidas, y estando como ellas en el embutido y flores
que tienen, las ha de recibir el dicho factor por el dicho precio, y si no
fueren de esa calidad, no ha de ser obligado a recibirlas.43
El hecho de que Juan González
hubiera hecho una obra de muestra para este encargo sugiere que el comitente
apreció el trabajo no sólo por la reputación del artista —el año anterior
Juan y Miguel González habían hecho una serie destinada a Carlos II— sino
también por la calidad que esperaba de las piezas. De Marchi y Van Migroet han
advertido que en los Países Bajos las autorías se ligaron íntimamente a la
innovación y a los precios de las obras y a que el valor mercantil del arte
correspondió, más que a su valor intrínseco, a la reputación del artista.44 Y,
aunque González estaba consciente de la importancia de la firma para su
prestigio personal,45 en
su contrato los ejemplares se valoran a partir de su calidad.
Parte de la información
documental debe leerse entre líneas. Tanto el brillo como el parecido con las
lacas son temas importantes a los que rara vez hay referencias específicas.
Ahora bien, en el contrato de 1699 la calidad de las obras se relaciona
explícitamente con el trabajo de pintura, embutido y flores. La insistencia en
la calidad del embutido demuestra que el factor prestó mucha atención al uso de
la concha, cuya principal cualidad es su brillo.
Los consumidores deben haber
valorado en especial los enconchados que usaron teselas regulares de nácar para
conformar ciertos elementos compositivos en su totalidad. A menudo esos
ejemplares exhiben un brillo notable, gracias al uso de transparencias en la
capa pictórica. Esto se advierte en las mencionadas Vírgenes de Guadalupe de
Castellón de la Plana (fig.
4) y Tlaxcala. Es lógico suponer que el precio de las obras se ajustó en
función del esfuerzo adicional requerido por este tipo de trabajo.
Respecto al parecido entre
estas pinturas y ciertas lacas, las referencias se hallan implícitas en las
frecuentes menciones a los marcos embutidos de concha. Las flores mencionadas
en el contrato de 1699 deben de haberse localizado en marcos o cenefas. Muchos
marcos enconchados exhiben diseños similares a los de las lacas namban (en
los que abundan las flores). Esto sugiere que no sólo los marcos "de
concha y maque", sino también muchos de los que los documentos refieren
únicamente como "marcos de concha", tuvieron diseños parecidos a
los de los ejemplares conservados.46 En
esta investigación se localizaron menciones documentales a 244 pinturas
enconchadas. Muchas partidas omiten los marcos; sin embargo, cuando éstos se
aluden, en su mayoría se trata de los de concha. Los documentos registran 98
ejemplares con marcos de concha y sólo 14 de otro tipo —negros, dorados, de
ébano, pintados de añil.
Por otro lado, en el contrato
el precio de las obras varía en función de su tamaño. Las dos pinturas que
sirvieron de muestra deben de haber sido de calidad similar, pero la que medía
aproximadamente 104.5 cm "en cuadro" se tasó en 26 pesos, mientras
que la que medía cerca de 104.5 cm de alto por 83.59 cm de ancho se valuó en 20
pesos.47 Estos
precios son de interés, pues se trató de tablas nuevas de buena calidad, hechas
sobre pedido por un artista prestigiado en el apogeo de la producción. Sin
embargo, como la producción y el consumo se diversificaron, no es posible sacar
conclusiones que sean válidas para todos los casos.
Por importante que fuera el
trabajo de los González, no hay duda de que la elaboración, así como el gusto
por las obras, los trascendió. Estas pinturas nacieron vinculadas a Tomás
González —el padre de Miguel González— y a su pariente Juan González. Pero el
reconocimiento del gremio implicaba cierta relación con otros pintores y es
probable que en los talleres de los González hubiera oficiales y aprendices. La
incursión de artistas como Nicolás Correa en estas obras permite afirmar que
hacia 1690 la difusión de esta modalidad pictórica ya contaba con distintos
agentes.
Agustín del Pino y Pedro López
Calderón estuvieron activos después de los González. Se sabe poco de estos
artistas. La actividad de López Calderón, así como la de Del Pino, están
documentadas en 1720.48 Pero
es probable que la actividad de Del Pino haya empezado más de 20 años antes.
Gabriela Sánchez Reyes localizó una diligencia probatoria para contraer
matrimonio (1705) de Agustín del Pino, "español viudo". El documento
no menciona el oficio de Del Pino, pero sí el de su testigo Tomás de Sosa,
mulato libre y maestro de pintor.49 Al
igual que Correa, Del Pino y López Calderón deben haber incursionado en los
enconchados para aumentar sus ingresos al diversificar su mercado. Desde luego,
para conocer mejor las diferencias entre su trabajo y el de los González es
necesario estudiar la técnica de los ejemplares firmados por aquéllos.50
El trabajo de López Calderón y
—al parecer— el de Del Pino corresponden a la última etapa de la producción,
que hasta ahora se ha estudiado poco. Una de las razones para analizarla
es que fue lo bastante importante como para incluir ejemplares hechos por
encargo. La obra más tardía conocida es una Virgen de Guadalupe anónima,
de colección particular, cuya inscripción reza: "A devoción de Manuel
Pérez de la Paz y Motezuma y su mujer Bárbara Lopez de Huetor año 1734".51 La
familia Moctezuma había encargado enconchados a los González durante la gestión
de José de Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma (por su primer matrimonio
con María Jerónima Moctezuma y Jofre de Loaisa) como virrey de la Nueva España
de 1696 a 1701.52 La
actividad documentada de los González concluyó en 1704 y existen pocas
evidencias de obras hechas sobre pedido después de su muerte. Sin embargo,
la Virgen de Guadalupe de 1734 demuestra que para entonces los
consumidores interesados en ellas aún tenían al alcance el trabajo de artistas
a los que apenas conocemos.
¿Buena calidad y precios altos?
La información que aquí se
analizará procede de inventarios de bienes y cartas de dote. En algunos casos
se trata de fuentes primarias inéditas, aunque también se discutirán menciones
documentales previamente publicadas en distintos textos.53 De
gran interés resulta el inventario de bienes de Teresa Francisca María de
Guadalupe Retes Paz Vera, marquesa de San Jorge, de 1696. El documento lo
localizó y estudió el investigador Gustavo Curiel, quien se ha referido al
excepcional poder económico de la familia Retes.54 La
marquesa tuvo 210 pinturas, de las cuales 26 estaban incrustadas de concha. Las
obras se describieron como:
Diez láminas de concha con
marcos de concha y maque, vara y cuarta de alto, Vida de Nuestra Señora
la Virgen María, 50 pesos cada una, montan 500 pesos. 15 láminas de concha
de diferentes tamaños y advocaciones con marcos de maque y concha, montan
150 pesos en total. 1 lámina de concha con marco de lo mismo
y maque, Glorioso san Esteban, poco menos de vara, 25 pesos.55
El documento también mencionó
una mesa pintada de concha con varias figuras, de vara y dos tercias de largo y
travesaños de fierro, apreciada en 25 pesos, que seguramente se hizo en un
taller de pintura familiarizado con el trabajo de enconchados.56
El contrato de Juan González de
1699 permite apreciar en su justa medida la calidad de las obras de doña Teresa
Retes. La diferencia entre ambos documentos es de apenas tres años; más aún, el
contrato se refiere a obras nuevas y de buena calidad encargadas a un artista
prestigioso. En el inventario de la marquesa de San Jorge, las diez pinturas
tasadas en 500 pesos midieron lo mismo que las obras mencionadas en el
contrato, cuyo precio duplicaron. Entre los documentos novohispanos conocidos,
éste es el que registra los costos más altos en relación con estas pinturas.
Sin duda la serie de la marquesa tuvo buena factura, aunque es difícil precisar
hasta qué punto el alto precio se debe a la calidad excepcional o al gusto
particular de este personaje por esta producción. Como el trabajo de los
González se adaptaba a las exigencias de los consumidores, para esta serie se
podrían haber hecho requerimientos concretos —por ejemplo, un trabajo
especialmente rico en los marcos de concha y maque— que incidieran en el
precio.
Al margen de las posibilidades
económicas de doña Teresa, su gusto por estas obras es evidente, pues los
enconchados componen más de 10 por ciento de su colección pictórica. La pintura
de mayor precio de este inventario fue una imagen del Señor san Miguel con
marco de ébano; como la serie enconchada de la Vida de la Virgen,
midió vara y cuarta de alto (aprox. 104.5 cm), pero triplicó su precio, pues se
valuó en 150 pesos.57 Dos
láminas "bordadas de coral" de tres cuartas de alto (63 cm) se
tasaron en 160 pesos,58 mientras
que las otras pinturas alcanzaron un máximo de 50 pesos.59 Es
decir, las tablas de la Vida de la Virgen se contaron entre
sus pinturas más valoradas.
Por su parte, el San
Esteban midió poco menos de 83.59 cm y se tasó a 25 pesos. Sin duda se
consideró también de buena calidad, pues el contrato de Juan González se
refirió a obras de medidas similares (104.5 cm de alto por 83.59 cm de
ancho), tasadas a 20 pesos. La cuestión no resulta tan clara en el caso de las
15 láminas de distintos tamaños y advocaciones, valuadas en 150 pesos en total,
pues el inventario de bienes advierte la presencia de marcos de maque y concha,
pero omite otros detalles que pudieran tener incidencia en el precio.
Gustavo Curiel señaló que a la
muerte de la marquesa de San Jorge, sus familiares emprendieron una agria
disputa por sus bienes.60 En
esta investigación se localizó el inventario de bienes del contador Bentura de
Paz (1704), tío carnal de la marquesa (era hermano de su madre),61 que
había estado presente en las diligencias de recopilar y avaluar sus cuantiosos
bienes.62 El
documento de Bentura de Paz menciona muchos objetos que originalmente
pertenecieron a la marquesa, incluyendo el lote de enconchados. Es interesante
advertir que numerosos objetos provenientes del inventario de 1696 habían
sufrido una notable depreciación.63
La serie de la Vida de
la Virgen, que en 1696 se había valuado en 500 pesos, se tasó en 250 pesos.64 El San
Esteban que había costado 25 pesos se valuó en 12 pesos; siete tablas
del grupo de 15 "de distintos tamaños y advocaciones" se valuaron en
cinco pesos y las otras ocho en diez pesos cada una —estas últimas son las
únicas que mantuvieron su precio original. La mesa pintada y con embutidos de
concha alcanzó diez pesos; es decir, menos de la mitad de su valor original.65 La
descripción de las obras es casi idéntica a la del inventario de 1696, lo que
sugiere que mantenían un estado similar. Así pues, la relación entre calidad y
precios podía ser volátil: en cortos periodos de tiempo, las mismas piezas
podían dar lugar a grandes variaciones, en términos de apreciación económica.
En la investigación de la que
surge este texto se localizaron numerosos inventarios de bienes ricos, con
colecciones pictóricas importantes, que no incluyeron enconchados. Incluso
entre quienes sí gustaron de las obras, el aprecio varió de manera notable,
pues algunos personajes encumbrados gustaron de ellas pero no exhibieron
un interés tan pronunciado como el de la marquesa de San Jorge. De Marchi
y Van Migroet han advertido que la actitud de los consumidores hacia las obras
no necesariamente dependía del poder adquisitivo, aunque desde luego éste podía
ser una restricción.66 Esta
observación es pertinente en relación con las pinturas incrustadas de concha,
pues enseguida se verá que ciertos personajes muestran mucho interés por este
tipo de obras, a pesar de que su poder adquisitivo no es tan alto como en los
casos que se acaban de discutir.
Expansión del gusto y diversificación
El inventario de bienes del
difunto capitán Joseph Olmedo y Luján (1708) menciona 105 pinturas, de las
cuales 12 estuvieron incrustadas de nácar. La pintura de mayor precio de este
inventario se tasó en 70 pesos,67 pero
la mayoría no alcanzó 10 pesos. Los costos de los enconchados van de 24 pesos
por dos obras a 20 reales por otras dos.68 Las
diferencias de tamaño entre los ejemplares de mayor y menor monto son notables,
lo que en parte explica la diferencia de precios. Ya se ha visto que los costos
de las obras podían variar al margen de su calidad. Sin embargo, en este caso
las diferencias de calidad fueron determinantes para las variaciones de valor
económico.
Las pinturas enconchadas más
caras de este inventario fueron "Dos tableros de concha de a vara en
cuadro con sus marcos de lo mismo, en veinte y cuatro pesos ambos";
mientras que las más baratas se describieron como "Otros dos tableros [sic]
de concha de una tercia de alto y de ancho una cuarta con sus marcos de lo
mismo, de San Joseph y La Virgen, a diez reales
cada uno". Es decir, las que se tasaron a doce pesos medían unos 83.59 cm
por lado, mientras que las que alcanzaron diez reales, 27.86 cm de alto y 21 cm
de ancho. Todas tenían marcos de concha.
Las primeras recuerdan por sus
medidas al San Esteban que cuatro años atrás también se tasó
en 12 pesos en el inventario de bienes del contador Bentura de Paz. Esto
sugiere que su calidad fue buena porque el contraste de precio con las obras
tasadas a diez reales es demasiado pronunciado como para suponer que obedece
tan sólo al tamaño. Recuérdese que en el contrato de Juan González de 1699, las
diferencias de costo entre las obras de distinto tamaño no son tan grandes. En
el inventario de bienes de Olmedo y Luján, el valor especialmente bajo de los
últimos ejemplares permite afirmar que no fueron de calidad destacada.
Los otros ejemplares
registrados en este documento oscilan entre ambos extremos tanto en precio como
en tamaño. Fueron descritos como "Otros dos tableros en media vara de
alto y una tercia de ancho con su marco de concha de la Presentación el
uno, y el otro de la Visitación, a cinco pesos los dos",
"Otros dos tableros de concha con sus marcos de lo propio de media vara de
alto y tercia poco más de ancho, de San Pedro y San
Pablo, a cuatro pesos apreciados cada uno. 8 pesos" y "Otros dos
tableros de concha de media vara de ancho y una tercia de largo con sus marcos
de lo mismo, de San Jerónimo y otro de San Juan, a
veinte reales cada uno. 5 pesos". Aunque las diferencias del monto entre
estas obras no son pronunciadas, merecen atención, pues sus medidas son muy
similares: 41.7 por 27.86 cm, con variaciones en el formato.
Las seis obras no sólo midieron
casi lo mismo, sino que también coincidieron en la presencia de marcos
enconchados. Así pues, aunque el documento no menciona explícitamente la
calidad o estado de conservación de ninguna de las tablas, cabe afirmar que
el San Pedro y el San Pablo estaban en
mejores condiciones o tenían un trabajo más cuidadoso que las otras cuatro
tablas, y que ésa es la razón de la diferencia de precios. Al
parecer, cada par de obras corresponde a distintos ciclos pictóricos, de los
que Olmedo y Luján sólo adquirió algunos ejemplares.
Los precios relativamente bajos
sugieren que se trató de pinturas hechas para el mercado abierto. Quizá su
trabajo haya sido similar al de una Virgen niña con sus padres,
un San Agustín y un San Gregorio anónimos que
se conservan en la capilla de San José de la Parroquia de San Bartolomé de
Sevilla. Las tres obras poseen las mismas dimensiones, una factura similar y
marcos iguales; es decir, se realizaron en conjunto. Es difícil saber cuál fue
su aspecto original, pues se hallan muy oscurecidas por la oxidación del
barniz. Las tres usan la línea de manera enfática y poseen marcos enconchados,
cuya paleta es muy similar a la de las pinturas que enmarcan. Los marcos son en
extremo sencillos y emplean el nácar (que ha perdido casi todo su brillo) en
trozos irregulares, en las flores que pueblan la entrecalle.69 Así
pues, los consumidores esperaban que las obras tuvieran marcos de concha y los
artistas intentaron satisfacer sus expectativas, con resultados irregulares.
Los ejemplos mencionados en el documento de Olmedo y Luján también pueden haber
sido parecidos a un San Miguel arcángel anónimo, de colección
particular, que mide 41 × 30 cm (fig.
12). En este caso el marco incluye un sencillo trabajo de pintura y concha,
que deja de lado la ornamentación habitual. En la pintura el nácar mantiene su
brillo, pero el trabajo pictórico no es muy diestro. Casi toda la composición
la ocupa el San Miguel arcángel; el reducido fondo muestra vagas
alusiones a un paisaje. La paleta es muy restringida y el rostro resulta poco
detallado.
También otros consumidores
mostraron especial interés por estas obras. Toussaint citó una mención de un
inventario de bienes de 1709 a "Dos tableros de Nuestra Señora y Señor
San José, ambos de concha. Dos láminas de concha de San Juan de
Dios y San Esteban. Otras dos dichas de concha de Cena y Lavatorio.
Quatro dichas [láminas] de concha de los quatro doctores. Dos
tableritos de concha de San Pedro y San Pablo".70 Ignoramos
de cuántas pinturas se componía esta colección pictórica, así como el precio y
tamaño de los enconchados mencionados. Ahora bien, la existencia de 12
ejemplares sugiere un gusto particular por éstos.
Aunque la mayoría de los
documentos no menciona obras tan numerosas, a menudo las pinturas se describen
de manera muy similar a la de los ejemplos anteriores. Aún no se han localizado
inventarios de bienes novohispanos que mencionen series enconchadas de temática
históricos. El mercado de la pintura novohispana tuvo particularidades en sus
distintos segmentos y, al margen del uso de la concha, buena parte de la
producción pictórica fue anónima y no correspondió a encargos específicos.
Cuantitativamente, lo más representativo de la producción de enconchados fueron
las obras de temática religiosa de entre 30 y 80 cm, hechas para el mercado
abierto, que a menudo se adquirieron de manera individual, o por pares.
Las obras "ordinarias" y
"muy ordinarias". Los precios bajos
Si bien los ejemplares
conservados permiten advertir cierta diversificación de calidad, dicha variedad
resulta mucho más evidente en la información documental. Al respecto, la mejor
fuente de información es un inventario de bienes de 1727 que registra
"Dos lienzos y tableritos embutidos de concha con marcos de lo mismo,
uno de la Huida a Egipto y otro de la Encarnación.
Seis tableros de a media vara embutidos de concha con marcos de lo mismo ordinarios.
Catorce liencecitos labrados de concha muy ordinarios".71 Se
advierte que los tres grupos de obras tuvieron distintas calidades: el
inventario no se pronuncia sobre las primeras, mientras que el calificativo
"ordinarias" explícitamente alude a una calidad inferior y el de
"muy ordinarias", a una calidad extremadamente baja.
El calificativo
"ordinarias" permite descartar que las obras procedan de un taller
familiarizado con este tipo de trabajo. Aun así, los seis tableros ordinarios
poseyeron marcos enconchados; es decir, en todos los segmentos del mercado hubo
consumidores que los consideraron como parte significativa de las obras. Es
probable que las obras "ordinarias" hayan tenido importantes
diferencias técnicas comparadas con las de mejor calidad. Al respecto, llama la
atención la referencia a los lienzos. Las obras conservadas emplean como
soporte la tabla (más apta para sostener el peso de la concha) y la mayoría de
las menciones documentales se refieren a "tableros" o
"láminas" de concha. La referencia al lienzo en relación con obras
consideradas de mala calidad sugiere, en consecuencia, el trabajo de un artista
que tenía poca experiencia con los enconchados.
Es imposible saber a ciencia
cierta cómo fueron estos ejemplares, pues se han perdido. Los enconchados
presentan muchos problemas de conservación, pues los fragmentos de concha
tienden a desprenderse con el tiempo. En su mayoría, las obras conservadas
muestran adaptaciones técnicas que sugieren familiaridad con este tipo de
trabajo. A pesar de esto, muchas han sido intervenidas para evitar o detener el
deterioro. Así pues, las mayores evidencias que tenemos de que los novohispanos
consideraron ciertas obras de mala calidad son documentales.
Por otro lado, es interesante
que el inventario de bienes en cuestión mencione un lote de 22 ejemplares.
Entre los documentos localizados, éste es el que incluye mayor cantidad de
obras, después de los de la marquesa de San Jorge y su tío el contador Bentura
de Paz. El documento que nos ocupa corresponde a la época en que estuvieron
activos Del Pino y López Calderón. Sin embargo, a juzgar por la calidad de los
ejemplares firmados por esos artistas, cabe suponer que los ejemplares
"ordinarios" de este documento fueron obra de artistas desconocidos.
El gusto por estas obras propició que pintores sin renombre incursionaran
ocasionalmente en esta producción y satisficieran parte de la demanda del
mercado de bajo presupuesto. Años después de que concluyera el trabajo de los
González, quienes gustaron de los enconchados tuvieron a su alcance obras de
distintas calidades y precios.
Como en este inventario de
bienes no se avaluaron las pinturas, es difícil saber qué precios se asociaron
a las obras consideradas de mala calidad. Ahora bien, en la búsqueda documental
se hallaron menciones a 244 ejemplares, procedentes de inventarios de bienes de
entre 1692 y 1767. Se omitieron los precios de 99 obras. Otras 47, de
1704-1734, se tasaron a dos pesos o menos. No hay duda de que presentaron
facturas distintas: sus tamaños van de "una tercia de alto y de ancho una
cuarta" a "poco menos de vara de alto y de ancho tres cuartas"
(27.86 cm de alto y de ancho 21 cm; poco menos de 83.59 cm de alto y de ancho
63 cm).
Los precios más bajos se hallan
en un inventario de bienes de 1727 que menciona "Yt otras dos
dichas [láminas] con sus marcos pintados en dos reales" y "Dos dichas
[láminas] sobrepuestas de concha en tres reales ambas".72 También
destacan estas menciones: "Yten, dos tableros de concha con Nuestra
Señora de Belén, de poco menos de vara de alto y de ancho tres cuartas, que
apreció en tres pesos ambos", "Yten, otros dos tableros de
concha, con el Sueño de San Joseph y Adán y Eva en el
paraíso, de media vara de alto y menos de dos tercias de ancho, que apreció
en dos pesos ambos" (1712); "203 Yt. Dos cuadritos de
concha con sus marcos de lo mismo avaluados en doce reales ambos" (1714)73 y
"Un cuadrito de Nuestra Señora del Rosario, de a tercia,
embutido, en 8 reales y "Un tablero de Felipe Quinto, embutido
en concha, con los escudos de armas, en 12 reales" (1716).
El documento de 1727 no
proporciona mayor información sobre las obras, pero el costo es tan reducido
que no hay duda de que la calidad del trabajo fue pobre, o bien, los ejemplares
estaban muy deteriorados. Por su parte, el documento de 1712 ofrece información
sugerente, pues las obras de tema desconocido eran medianas —medían poco menos
de 84.9 cm de alto y 62.4 cm de ancho— y sus precios (tres pesos ambas)
fueron mucho más bajos que los de las obras de años y medidas similiares
comentados en apartados anteriores. Esto permite suponer que su calidad fue
pobre, aunque la mención nada dice al respecto. Por su parte, el Sueño
de San Joseph y Adán y Eva en el paraíso medían cerca
de 42.45 cm de alto y menos de 55.6 cm de ancho y se avaluaron en dos pesos
ambas. Las diferencias de valor entre las cuatro obras no son muy
significativas y probablemente corresponden a las de tamaño, más que a la
calidad.
En la mención de 1714, el
diminutivo revela que se trata de obras pequeñas, lo que en parte explica el
precio bajo. Algo parecido se advierte en Nuestra Señora del Rosario de
27.8 cm, tasada en ocho reales en el documento de 1716. En el mismo documento
se valuó a 12 reales el tablero de Felipe Quinto del que no se
proporcionaron otros detalles. Sin embargo, como en el documento de 1727, en
este caso el monto es tan reducido que cabe descartar que se trate de piezas
logradas.
No hay duda de que estos
precios se deben, en buena medida, a la calidad de las obras. Sin embargo,
conviene tener en cuenta que los distintos segmentos del mercado tuvieron
dinámicas diferentes y dieron lugar a distintas circunstancias de adquisición
—y, en consecuencia, de aprecio. De Marchi y Van Migroet han advertido que en
el siglo XVII en los Países Bajos coexistieron dos métodos de subasta: el inglés,
con valores al alza (preferido por los pintores agremiados) y el holandés, con
costos a la baja, habitual en los negocios clandestinos fuera de regulación.74 La
preferencia por cada método correspondía a mercados hasta cierto punto
distintos, cada uno con propia clientela, método de ventas y rango de precios:
el primero se asoció a las pinturas de buena calidad, y el segundo permitió
movilizar grandes lotes de obras de calidad inferior.75
En el caso de los enconchados,
las pronunciadas diferencias entre los precios más altos y los más bajos deben
de haberse debido en parte a las circunstancias de producción y compra. Las
ordenanzas del gremio de pintores de 1686 advirtieron "que sólo los
maestros examinados puedan vender [...] las pinturas que ellos hicieren
[...] por la poca reverencia y devoción que causan las malas hechuras y
pinturas, y que haciéndose de cargazón por otros y dándolas a revender, se
siguen los grandes inconvenientes que hasta aquí se han experimentado".76 Más
allá de la calidad de las obras, los pintores que no tuvieron el reconocimiento
del gremio, cuyos ejemplares circularon por medio de reventas, deben de haber
tenido que aceptar precios más bajos que aquellos que trabajaron en el
marco de la regulación oficial.
Entre los ejemplares
conservados, son pocos los que muestran un trabajo lo bastante torpe como para
suponer que puedan haberse considerado ordinarios o haberse tasado a precios
tan bajos como los aquí discutidos. Sin embargo, existen algunos ejemplares de
composición sencilla, en los que la concha apenas brilla. Tal es el caso de
un San Jerónimo del Museo Franz Mayer (fig. 13).
Los embutidos de concha, reservados a las vestiduras del personaje, se ven a
simple vista bajo la capa pictórica poco cubriente. Los fragmentos son muy
pequeños, de formas geométricas y bordes irregulares. Sin embargo, la obra
apenas permite advertir la luminosidad asociada a esta producción.
La luminosidad también está
ausente de un Salvator mundi anónimo, de colección particular
(fig.
14). La pieza está deteriorada y conserva pocas incrustaciones de concha;
se advierten también faltantes de capa pictórica en el fondo. La paleta es muy
pobre y el dibujo sugiere el trabajo de un pintor poco experimentado, al margen
del uso de la concha. Debido al estado de conservación de la obra, es difícil
saber si el trabajo original tuvo cualidades hoy perdidas. En caso de que la
falta de brillo sea original, cabe advertir que no todas las conchas son
nacaradas. Incluso en las que sí poseen nácar, la iridiscencia rara vez aparece
en todo el objeto. Es posible que los artistas poco renombrados que en pocas
ocasiones incursionaron en estas técnicas tuvieran problemas para aprovechar la
luminosidad de las conchas nacaradas. En consecuencia, sus obras carecerían del
brillo apreciado por los consumidores, lo que se percibiría como un trabajo de
calidad inferior y daría lugar a precios más bajos.
Conclusiones
El hecho de que las pinturas
incrustadas de concha hayan estado al alcance de buena parte de la sociedad
capitalina demuestra que el fenómeno tuvo muchas aristas. Si bien su origen se
liga a los González, los consumidores novohispanos tuvieron obras de
características distintas, hechas por diferentes artistas. Las variaciones de precios
registradas en los documentos son tan significativas que no se explican sólo
por el tamaño de las piezas, la fecha de realización o la presencia y tipo de
marcos, sino que también corresponden a la calidad de las pinturas. Aunque
escasas, las referencias documentales a dicha calidad demuestran que el público
tenía ideas concretas sobre lo que esperaban de este tipo de pinturas, más allá
del mero uso de las incrustaciones de concha.
La información documental
arroja luz a aspectos poco conocidos de la problemática de los enconchados. Con
todo, el tema no se puede estudiar sólo desde este punto de vista. La paulatina
aparición de numerosos ejemplares de características contrastantes permite
hacer un análisis formal que nos ayuda a entender mejor este fenómeno pictórico
el cual, como se vio, alcanzó cierto arraigo entre distintos grupos sociales
capitalinos, pese a no haberse generalizado.
Desde luego es importante
seguir estudiando esta modalidad pictórica tanto documental como formalmente.
Ahora bien, nuestro conocimiento seguirá siendo fragmentario en tanto no se
hagan estudios técnicos a los ejemplares de Correa, Del Pino, López Calderón,
Rodulpho, además de las numerosas obras anónimas, que sin duda corresponden a
distintos artistas. Más allá de registrar la existencia de piezas de diferentes
facturas, conviene seguir discutiendo el papel que en su conjunto desempeñaron
en el contexto pictórico novohispano. Estas obras nutren la reflexión sobre la
problemática general de la pintura novohispana, pues si bien el gusto por las
lacas japonesas fue común a distintos ámbitos, el desarrollo de los enconchados
da cuenta de un marcado gusto por la originalidad.
Notas
1. Documentalmente
se sabe que el padre de Miguel González, Tomás González, hizo obras, aunque no
se conocen ejemplares firmados. Véase Guillermo Tovar de Teresa,
"Documentos sobre 'enconchados' y la familia mexicana de los
González", Cuadernos de Arte Colonial, núm. 1 (1986):
101. [ Links ]
2. Numerosos
ejemplares pertenecen a colecciones particulares. El mayor registro de obras se
encuentra en Marta Dujovne, Las pinturas con incrustaciones de nácar (México:
Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas,
1984); [ Links ] La concha nácar en México (México:
Grupo Gutsa, 1990); [ Links ] María Concepción García Sáiz y
Juan Miguel Serrera, "Aportaciones al catálogo de
enconchados", Cuadernos de Arte Colonial, núm. 6 (mayo, 1990):
55-87; [ Links ] México en el mundo de las
colecciones de arte. Nueva España 1 (México: Azabache, 1994) y
Rodrigo Rivero Lake, [ Links ] La visión de un anticuario (México:
Américo Arte Editores, 1997).
[ Links ] El Museo Franz Mayer incluye
en su exhibición permanente una Virgen de Guadalupe de Agustín
del Pino y otra anónima, así como un San Jerónimo y una Inmaculada
Concepción igualmente anónimos. A finales de 2013 el Museo Nacional
del Virreinato de Tepotzotlán incluyó en su exhibición permanente seis tablas
de una serie de 12 de las Alegorías del Credo de Miguel
González, que se suman al biombo enconchado de la Defensa de Viena y
a la serie de la Conquista de México, anónimos que ya se exhibían
en dicho recinto. También el museo Soumaya ha adquirido obras que exhibe de
manera permanente.
3. María
Concepción García Sáiz, "La conquista militar y los enconchados. Las
peculiaridades de un patrocinio indiano", en Los pinceles de la
historia. El origen del reino de la Nueva España (México: Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto Nacional de Bellas Artes, 1999),
113. [ Links ]
4.
Marta Dujovne, La conquista de México por Miguel González (Buenos
Aires: Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, 1972);
[ Links ] María Concepción García Sáiz,
"Vida de la Virgen", en Los siglos de oro en los virreinatos
de América (Madrid: Sociedad Estatal para la Conmemoración de los
Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999), 376-377,
[ Links ] "Vida de Cristo",
374 y "La conquista de México", 384-389; México en el mundo,
125-155 y 182-183; María Concepción García Sáiz, "Precisiones al estudio
de la obra de Miguel González", en Coloquio Internacional
Extraordinario. Manuel Toussaint. Su proyección en la historia del arte
mexicano (México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de
Investigaciones Estéticas, 1992), 105-116 y Sonia I.
[ Links ] Ocaña Ruiz, "Nuevas
reflexiones sobre las pinturas incrustadas de concha y el trabajo de Juan y
Miguel González", Anales del Instituto de Investigaciones
Estéticas XXXV, núm. 102 (primavera, 2013): 125-176.
[ Links ]
5.
De Del Pino se conocen, además de la mencionada Virgen de Guadalupe del
Museo Franz Mayer, un San Ignacio de Loyola de la colección
Mayer de Denver y un San Francisco Xavier (sin firma) a juego
con el anterior, del Museo de América de Madrid. De Rodulpho se conserva
una Virgen de Guadalupe en el Museo Casa Natal de Jovellanos
en Gijón. Las obras de López Calderón y Santander pertenecen a sendas
colecciones particulares; del primero es un Nacimiento de la Virgen. Véase
García Sáiz y Serrera, "Aportaciones al catálogo de enconchados",
66-74. En 1959 Martín Soria dijo haber visto en la colección de Ramón Aranda
una Virgen de Balvanera de Antonio de Santander. Martín
Soria, "Painting in Spanish America", en Art and Architecture
in Spain and Portugal and their American Dominions 1500-1800
(Baltimore: Penguin Books, 1959), 313.
[ Links ] Sin
embargo, en 1990 Virginia Armella de Aspe señaló que la obra sólo tenía concha
pegada a la orilla de la toca, en el vestido y en todo el ruedo del manto de la
Virgen. Armella de Aspe, "La influencia asiática", en La
concha nácar, 83. [ Links ] El mismo año, Tovar de Teresa
advirtió: "De no ser porque Soria afirma haber visto un enconchado firmado
por este artista, jamás hubiera imaginado que realizaba esta clase de trabajos.
Es más, dudo que se trate de Antonio de Santander cuando se alude a la Virgen
de Balvanera de la colección de Ramón Aranda." Guillermo Tovar de Teresa,
"Los artistas y las pinturas con incrustaciones de concha nácar en
México", en La concha nácar, 120.
[ Links ]
6. Véase n. 2.
7. Neil de Marchi y Hans van
Migroet, "Art, Value, and Market Practices in the Netherlands in the
Seventeenth Century", The Art Bulletin 76, núm. 3
(septiembre, 1994): 451-464. [ Links ]
8.
Antonio Palomino, El museo pictórico y escala óptica, 2 vols.
(Madrid: Aguilar Maior, 1988 [1a edición, 1715]
[ Links ]).
9. Diccionario
de la lengua castellana,[...]Tomo quinto. Que contiene las letras O.R. (Madrid:
imprenta de Francisco del Hierro, 1737), 278. Consultado en http://buscon.rae.es/, el 10
de julio de 2011. [ Links ]
10.
Véase Alejandro Huerta Carrillo, Análisis de la técnica y material de
dos colecciones de pinturas enconchadas, Colección Textos Básicos
y Manuales (México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1991),
[ Links ] y Adelina Illán y Rafael
Romero, "La técnica pictórica de los enconchados mexicanos y la
problemática de su restauración", Ciencia y Esencia. Cuadernos de
Conservación y Tecnología del Arte, núm. 1 (2008): 29-46.
[ Links ] Hay cierta discusión
respecto al uso de los barnices, que en ocasiones se han considerado
fundamentales para producir un efecto similar al de las lacas asiáticas. Véase
Julieta Ávila Hernández, El influjo de la pintura china en los
enconchados de Nueva España, Colección Obra Diversa (México: Instituto
Nacional de Antropología e Historia, 1997), 31;
[ Links ] Andrés Escalera y Estefanía
Rivas, "Un ejemplo de pintura 'enconchada'. La Virgen de la Redonda:
estudio radiográfico", Anales del Museo de América, núm. 10
(2002): 300-301 y José [ Links ] de Santiago Silva, Algunas
consideraciones sobre las pinturas enconchadas del Museo Nacional de Historia (México:
Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976), 24.
[ Links ]
11. De Marchi
y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 452.
12.
Sobre las apropiaciones del arte asiático en distintos ámbitos americanos,
véase XXVII Coloquio Internacional de Historia del Arte. Orientes
y Occidentes. El arte y la mirada del otro, ed. Gustavo Curiel
(México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones
Estéticas, 2007), [ Links ] así como Asia and
Spanish America: Trans-Pacific Artistic and Cultural Exchange 1500-1850,
eds. Donna Pierce y Ronald Otsuka (Denver Art Museum, 2009).
[ Links ] Sobre el gusto por los
materiales luminosos, véase Mikkel Bille y Tim Flohr Sørensen, "An
Anthropology of Luminosity", Journal of Material Culture, núm.
12 (2007): 263-284 y, [ Links ] para la problemática
virreinal, Elena Isabel Estrada de Gerlero, "El tesoro perdido de la
catedral michoacana", en La catedral de Morelia, coord. Nelly
Sigaut (Zamora: El Colegio de Michoacán/Gobierno del Estado de Michoacán,
1991), 127-170, [ Links ] así como Alessandra Russo,
"Plumes of Sacrifice. Transformations in 16th Century Mexican Feather
Art", res. Anthropology and Aesthetics, núm. 42 (otoño, 2002):
227-250 y Janeth Rodrí [ Links ]guez Nóbrega, "El oro en la
pintura de los reinos de la monarquía española. Técnica y simbolismo",
en Pintura de los reinos. Identidades compartidas, territorios del
mundo hispánico siglos XVI-XVIII, coord. Juana Gutiérrez Haces, t. IV
(México: Fomento Cultural Banamex, 2009), 1315-1375.
[ Links ]
13.
Escalera y Rivas, "Un ejemplo de pintura 'enconchada'. La Virgen de la
Redonda: estudio radiográfico", 298.
14.
Huerta Carrillo, Análisis de la técnica, 47. El análisis consistió
en la observación con microscopio estereoscópico y la toma de muestras
estratigráficas.
15.
Huerta Carrillo, Análisis de la técnica, 47.
16.
Huerta Carrillo, Análisis de la técnica, 47.
17.
Huerta Carrillo, Análisis de la técnica, 48.
18.
Huerta Carrillo, Análisis de la técnica, 48-50.
19.
Huerta Carrillo, Análisis de la técnica, 50 y 51. Huerta
encontró algunas diferencias en las otras tablas. Por ejemplo, el soporte del
"San Andrés" es el pino; la tabla presenta una sinopia roja
"aplicada con pintura muy diluida a manera de acuarela", quizá hecha
con laca de granza.
20.
Huerta Carrillo, Análisis de la técnica, 51. Esta muestra
procede de la tabla "Santo Thomás". Según Huerta, no se trata de cola
animal.
21.
Sonia I. Ocaña Ruiz, "San Felipe", http://www.virreinato.inah.gob.mx/index.php?option=content&view=article&id=235&Itemid=109 [ Links ]
22.
Manuel Toussaint, Pintura colonial en México (México:
Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones
Estéticas, 1990 [1a edición, 1965]), 224.
[ Links ]
23.Toussaint, Pintura
colonial en México, 224.
24.
De ahí la prohibición de "tener tienda de santos de bulto, ni pintura para
poderlas revender". Toussaint, Pintura colonial en México,
224.
25.Tovar
de Teresa, "Documentos sobre 'enconchados'".
26.
Paula Mues Orts, La libertad del pincel. Los discursos sobre la nobleza
de la pintura en la Nueva España (México: Universidad
Iberoamericana-Departamento de Arte, 2008), 395.
[ Links ]
27.
Toussaint, Pintura colonial en México, 224. Cabe advertir que tanto
Tomás como Juan González alcanzaron el grado de maestro, a diferencia de Miguel
González. Sin embargo, según el documento de 1704, hallado por Mues Orts, tener
el grado de oficial no le impidió encabezar su propio taller, firmar obras y
abrir tienda.
28. De Marchi
y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 458.
29. De Marchi
y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 451.
30.
Ocaña Ruiz, "Nuevas reflexiones sobre las pinturas incrustadas de concha
", 159-160.
31.
María Concepción García Sáiz, "Las bodas de Caná", en Suzanne L.
Stratton-Pruitt, Revelaciones: las artes en América Latina (México:
Fondo de Cultura Económica, 2007), 123 y Ocañ
[ Links ]a Ruiz, "Nuevas reflexiones
sobre las pinturas incrustadas de concha", 161-163.
32.
Los enconchados de este artista incluyen, además de la Boda de Caná,
un Camino del Calvario y una tabla que representa Los
Cinco Señores. El primero se ofreció en venta al Museo de América en 1948 y
se halla en paradero desconocido; el segundo pertenece a una colección
particular. Las pinturas que prescinden de la concha son una Multiplicación
de los panes y los peces (Museo de América), unos Desposorios
místicos de santa Rosa de Lima (Museo Nacional de Arte) y una Virgen
del Rosario y santo Domingo de Guzmán (Museo Regional de Querétaro).
33.
Mues Orts, La libertad del pincel, 395.
34.
Tovar de Teresa, "Documentos sobre enconchados" y García Sáiz,
"Precisiones al estudio de la obra de Miguel González",
190-110.
35 De
Marchi y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 451.
36.Véase
Archivo General de la Nación de México (en adelante AGN), Civil,
vol. 179, exp. 2, 1727, f. 10, "Inventario de bienes de Gertrudis
Romeo difunta (1727)"; y AGN, Vínculos y Mayorazgos, vol. 170,
exp. 1, ff. 44-45, "Autos hechos sobre la muerte de la señora doña Teresa
María Retes y Paz Marquesa que fue de San Jorge, inventario y aprecio de sus
bienes (1696)".
37.
García Sáiz, "Precisiones al estudio de la obra de Miguel González", 110-111.
Las novedades respecto al modelo son "ciertos elementos decorativos, como
en el adorno del barco en que Ignacio abandona España, tras arrojar a la orilla
de la playa sus últimas monedas; una enorme banderola de rizados vuelos y un
mascarón profusamente ornamentado."
38.
García Sáiz, "Precisiones al estudio de la obra de Miguel González", 111.
39.
García Sáiz, "La conquista militar y los enconchados", 121-122.
40. De Marchi
y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 456.
41.
Al respecto véase Clara Bargellini, "Difusión de modelos: grabados y
pinturas flamencos e italianos en territorios americanos", en Pintura
de los reinos. Identidades compartidas, territorios del mundo hispánico siglos XVI-XVIII,
965-1005. [ Links ]
42.
De Marchi y Van Migroet se han referido a la capacidad de "diferenciación
creativa", que en Europa fue necesaria para aumentar la valoración del
trabajo, lo cual se reflejó en términos económicos. Véase "Art, Value and
Market Prices", 452.
43.
Tovar de Teresa, "Documentos sobre enconchados", 101. Las cursivas
son mías.
44.
De Marchi y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 455-456.
45.
La serie de la Conquista de México de 1698 es la única firmada
en coautoría y es probable que los González supieran a quién estaba destinada y
aprovecharan el importante encargo para afianzar su reputación. Ocaña Ruiz,
"Nuevas reflexiones sobre las pinturas incrustadas de concha", 150-152.
46.
Desde luego, los diseños varían en algunas obras. Por ejemplo, una Inmaculada
Concepción y un San José con el Niño anónimos, del
monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, poseen ricos marcos de concha,
ajenos al trabajo de incrustación y pictórico. Véase Nuria Salazar,
"Inmaculada" y "San José con el Niño", en México en
el mundo, 148-149.
47.
Aunque al parecer se trata de ejemplares no conservados, cabe advertir que las
medidas de la primera obra son parecidas a las de una Virgen de
Guadalupe de Miguel González (124.4 × 95.2 cm), del Los Angeles County
Museum of Art. La obra se reproduce y comenta en la página web del Los Angeles
County Museum of Art: http://collections.lacma.org/node/222405,
[ Links ] así como en Ocaña Ruiz,
"Nuevas reflexiones sobre las pinturas incrustadas de concha", 156.
48.
García Sáiz y Serrera, "Aportaciones al catálogo de enconchados",
66-70. En 1984, Marta Dujovne se refirió a la Virgen de Guadalupe de
Del Pino y señaló: "Según La pintura mexicana, siglos XVII-XVIII.
Colecciones particulares [...] Agustín del Pino [está] documentado en México
en 1727 y 1728¨. Dujovne, Las pinturas con incrustaciones de nácar,
59.
49.
Gabriela Sánchez Reyes, "Los mulatos en el gremio de pintores novohispanos:
el caso de Tomás de Sosa, ca. 1655-ca. 1712", Boletín
de Monumentos Históricos, tercera época, núm. 13 (mayo-agosto, 2008):
8. [ Links ]
50.
Las obras de los González se han estudiado técnicamente en Huerta
Carrillo, Análisis, y en Illán y Romero, "La
técnica".
51.
La obra se registra y reproduce en Dujovne, Las pinturas con
incrustaciones de nácar, 60-61.
52.
Antonio Bonet Correa, "Un biombo del siglo XVII", Boletín del INAH,
núm. 21 (septiembre, 1965): 33 y Dujovne,
[ Links ] La conquista de México por
Miguel González, 8.
53.
Para distinguir las menciones documentales ya publicadas de las localizadas en
esta investigación, cuando se trate de menciones publicadas se dará el crédito
al autor en las notas a pie de página; cuando se trate de fuentes inéditas, se
citará el fondo documental. Algunos documentos ofrecen mucha información, en la
que se ahondará, mientras que en otros casos se analizarán de modo general
los datos desprendidos de un conjunto de documentos.
54.
Gustavo Curiel, "El efímero caudal de una joven noble. Inventario y
aprecio de los bienes de la marquesa doña Teresa Francisca María de Guadalupe
Retes Paz Vera (ciudad de México, 1695)", Anales del Museo de
América, núm. 8 (2000): 65-101.
[ Links ]
55.AGN, Vínculos
y mayorazgos, vol. 170, exp. 1, ff. 44-45, "Autos hechos sobre la
muerte de la señora doña Teresa María Retes y Paz marquesa que fue de San
Jorge, inventario y aprecio de sus bienes (1696)".
56.
Véanse ejemplos de este tipo de trabajo en Gustavo Curiel, "Alegoría de
Atlas con Vulcano", en México en el mundo, 182-183 y en Elisa
Vargaslugo, "Sagrario exento", en México en el mundo,
154.
57.
Curiel, "El efímero caudal", 78.
58.
Curiel, "El efimero caudal", 78.
59.
Curiel, "El efímero caudal", 78.
60.
Curiel, "El efímero caudal", 65-68.
61.
María Teresa Huerta, "Los Retes: prototipo del mercader de plata novohispana
en la segunda mitad del siglo XVII", en Los vascos en las regiones
de México. Siglos XVI a XX, coord. Amaya Garritz, t.
III (México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de
Investigaciones Históricas/Ministerio de Cultura del Gobierno Vasco/Instituto
Vasco-Mexicano de Desarrollo, 1997), 85.
[ Links ]
62.
Curiel, "El efímero caudal", 66.
63 AGN, Civil,
vol. 179, exp. 8, f. 30, "Bienes del contador don Bentura de Paz
(1704)".
64. "Ytem
diez láminas de concha con marcos de lo mismo de vara y cuarta de alto de
la Vida de la Virgen Nuestra Señora cada uno a veinte y cinco
pesos montan doscientos cincuenta pesos."AGN, Civil, vol. 179,
exp. 8, f. 30, "Bienes del contador don Bentura de Paz (1704)".
65."Ytem
otra lámina y marco de concha del Glorioso san Esteban de poco
más de vara en doce pesos". "Ytem quince láminas de concha de
diferentes tamaños y advocaciones con sus marcos de maque y concha; los siete
apreciados a cinco pesos, montan treinta y cinco pesos. Y los ocho complemento
a las quince, declaró dicho contador, haberlos vendido a diez
pesos, importa todo ciento quince pesos". "Ytem una mesa pintada
de concha con varias figuras, de vara y dos tercias de largo y atravesaños de
fierro apreciada en diez pesos", AGN, Civil, vol. 179, exp. 8,
ff. 36v y 39v.
66. De Marchi
y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 457.
67. De Marchi
y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 150.
68.
Elisa Vargaslugo, Gustavo Curiel et al., Juan Correa, su vida
y su obra, t. III, Cuerpo de documentos (México:
Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas,
1991), 147-148. [ Links ]
69.
Las tres obras se reproducen en blanco y negro en María Concepción García Sáiz
y Juan Miguel Serrera, "Aportaciones al catálogo de enconchados",
en Cuadernos de Arte Colonial, núm. 6 (1990): 86.
70.
Testamentaría de don José Bueno Basorí. Manuel Toussaint, "La pintura con
incrustaciones de concha nácar en la Nueva España", Anales del
Instituto de Investigaciones Estéticas V, núm. 20 (1952): 9.
[ Links ]
71."Bienes
de don Alonso Gutiérrez Deza y de su mujer Bernarda Bázquez difunta,
1727". Véase Toussaint, "La pintura con incrustaciones", 9. Las
cursivas son mías.
72.AGN, Civil,
vol. 179, exp. 2, f. 10, "Inventario de bienes de Gertrudis Romeo difunta
(1727)".
73.
AGN, Civil, vol. 134, exp. 3, f. 33, "Inventario de bienes del
capitán Francisco Vélez (1714)".
74. De Marchi
y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 453.
75.
Los autores señalan que debe haber habido algunos cruces entre ambos mercados,
y que cabría esperar que los gremios favorecerían sólo el mercado "de
calidad" y tratarían de mantener ambos mercados separados. De Marchi y
Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 453.
76. De Marchi
y Van Migroet, "Art, Value and Market Prices", 453.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-12762015000100004#a3f2
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