Las misiones jesuitas del noroeste,
algunos desafíos para nuestro presente
Foto: ©S_Kohl, Depositphotos
«Para comenzar a evangelizar, fomentar la comunicación y establecer
puentes entre las culturas en México siempre es y será elemental hablar la
lengua de nuestros interlocutores».
Con motivo de los 450 años de la llegada de la Compañía de Jesús a la
Nueva España, hacemos un recuento de sus principales misiones en el noroeste
durante el periodo virreinal, y mencionamos por qué en el último cuarto del
siglo XVIII fueron atendidas por otras órdenes religiosas. Por una parte,
actualmente esas misiones son un referente histórico en aquellas regiones y,
por otra, aunque la labor apostólica jesuita se realizó en un complejo
entramado de procesos políticos, económicos y sociales muy distinto al nuestro,
podemos recuperar algunos rasgos del modo de evangelizar de la Compañía ante
las culturas diferentes. Al final, resaltamos algunos retos importantes para la
Iglesia mexicana, ya que contamos en nuestro país con población indígena; lo
que nos plantea desafíos ante las invitaciones recientes del papa Francisco a
partir de la exhortación apostólica Querida Amazonia (QA).
Los primeros jesuitas enviados a la Nueva España atracaron en Veracruz
en 1572, aunque su llegada fue tardía respecto a los franciscanos, agustinos y
dominicos que para entonces estaban establecidos en el sur y la parte central
de México, desde el Istmo de Tehuantepec hasta Guanajuato, Tepic y Tuxpan. En
relación al norte, las exploraciones iniciaron entre 1533 y 1536. Por otra
parte, en 1546 el descubrimiento de yacimientos de plata en Zacatecas aumentó
las migraciones hacia el norte y en 1567 fue implantada una de las minas más
atractivas en Santa Bárbara, en el actual estado de Chihuahua. Respecto a las
misiones, los franciscanos fueron los primeros en incursionar en la región
noroeste, pero en el transcurso del tiempo se establecieron en la parte
oriental hacia el golfo de México; mientras que los jesuitas lo hicieron en la
parte occidental. De los actuales estados de la República Mexicana, los
jesuitas se extendieron hacia el norte de Nayarit, gran parte de Durango que
incluía Parras, Coahuila, la sierra de Chihuahua, Sinaloa, Sonora, el sur de
Arizona y la península de California.
Antes de mencionar las regiones donde se instauraron las misiones
jesuitas, conviene recordar una característica fundamental de la labor
apostólica de la Compañía de Jesús. En la Fórmula del Instituto (FI)
de la Compañía, aprobada por el papa Paulo III en 1540 en la Bula Regimini
militantis Ecclesiae, se afirma lo siguiente:
[quien] quiera ser soldado para Dios bajo la bandera de la Cruz, y
servir al solo Señor y al Romano Pontífice su Vicario en la tierra […] forma
parte de una Compañía fundada […] para provecho de las almas en la vida y
doctrina cristiana y para la propagación de la fe […] y a ir a cualquier región
a que nos quieran enviar […] a los turcos, o a cualesquiera otros infieles,
incluso los que viven en las regiones que llaman Indias; […] o a los fieles
cristianos que sea (FI no. I, II).
Por consiguiente, tanto el fundador san Ignacio de Loyola como sus
primeros compañeros se consideraban apóstoles itinerantes enviados por el
Vicario de Cristo, para lo cual debían estar bien preparados y aprender las
lenguas del lugar a donde llegaran. Entre sus principales ministerios
destacaron las misiones a tierras lejanas donde todavía no estaba extendida la
fe cristiana.
Las
misiones en el noroeste de la Nueva España
Para comenzar, es importante ponderar que el carácter misionero de
diferentes órdenes religiosas fue favorecido por la expansión del Imperio
español a las Indias occidentales. Por lo tanto, las misiones jesuitas en la
Nueva España se desarrollaron en el contexto del Estado teocrático (monarquía)
propio de los siglos XV a XVII. Así que la labor misional jesuita —y las de
otros religiosos— se desplegó a través del privilegio del Patronato Real de
Indias; éste fue concedido por la Santa Sede a la monarquía portuguesa, y
también a la española. En efecto, esta concesión convirtió a los dos países
ibéricos en plena expansión en «Estados-misioneros», con todas las ambigüedades
que esto podía conllevar. Mediante el Patronato los reyes quedaban
comprometidos a promover misiones y a dotar económicamente a los misioneros en
las regiones a las que llegaran. Lo anterior no implicaba que las misiones
fueran sólo un «suplemento espiritual» de la invasión y la pacificación de los
territorios, pero tampoco se puede decir que la labor misionera estuviera
totalmente separada de la empresa ibérica de expansión. Por otro lado, estudios
historiográficos recientes muestran que los misioneros sobrepasaron el rol
propio de educar en la fe cristiana católica, así como que algunos de ellos
tomaron posturas muy críticas ante la explotación de las poblaciones locales a
manos de los españoles, y otros buscaron adaptar el cristianismo a la cultura
donde llegaban.
Las fundaciones de las misiones jesuitas en el noroeste
novohispano se realizaron entre 1591 y 1722, y llegaron a ser diez zonas de
misión, y la mayoría de ellas continuó hasta la expulsión de la Orden de los
territorios españoles en 1767. En este periodo unas misiones se consolidaron,
otras disminuyeron o desaparecieron, y algunas fueron entregadas al clero
secular: 1) La primera misión se realizó en Sinaloa en 1591, a la que fueron
enviados Gonzalo de Tapia y Martín Pérez; en la región existían entonces, por
lo menos, ocho lenguas del grupo tarahumara. 2) En 1594, Diego de Torres y
Diego de Monsalve se establecieron en la misión de San Luis de la Paz entre
otomíes, huachichiles, tamaulipecas, janambres, pames y huastecas. 3) El mismo
año se estableció la misión de Parras o La Laguna, iniciada por Jerónimo
Ramírez y Juan Agustín de Espinosa. Esta misión abarcaba la cuenca inferior del
río Nazas y la laguna de San Pedro, que incluía el valle de Parras, al sur del
estado del actual Coahuila, y sus habitantes hablaban el zacateco, el irritila,
el toboso, el concho y el coahuiteco. En 1598 se fundó Santa María de las
Parras, lugar que mantuvo la Compañía como residencia cuando en 1652 los
jesuitas entregaron varias misiones a la diócesis de Nueva Vizcaya, actual
diócesis de Durango. 4) La misión de tepehuanes inició en 1596. Los tepehuanes
habitaban la región oriental de la sierra del pacífico desde Parral hasta el
actual estado de Jalisco, y se localizaban también en la sierra de Topia
(actual Durango), Zacatecas, Tarahumara (sur del actual Chihuahua) y La Laguna.
Esa misión se desarrolló en calma hasta 1615, pero el año siguiente surgió una
sublevación general de los tepehuanes donde ocho jesuitas fueron víctimas de la
rebelión, por lo que se les conoce como mártires de los tepehuanes. 5) La
misión de Chínipas se estableció en 1620; uno de sus primeros misioneros fue
Julio Matías. Esta misión abarcaba los municipios actuales de Chihuahua en la
Sierra Tarahumara: Uruachi, Chínipas, Batopilas y Guadalupe y Calvo. En esta
zona habitaban los pimas bajos, guarijíos, chínipas, guazapares y tubares
(algunos de estos grupos ya se han extinguido). 6) La misión de la Tarahumara
Baja o antigua inició en 1607 y abarcaba la vertiente este de la Sierra Madre
Occidental, habitada por tarahumaras. Juan Fonte y Gabriel Díaz atendieron esta
región; entre 1650 y 1652 dos jesuitas murieron víctimas del furor de los
nativos. A pesar de diferentes levantamientos y la peste de 1622, las misiones,
aunque reducidas en número, se mantuvieron, pero en 1753 los jesuitas las
entregaron a la diócesis de la Nueva Vizcaya. 7) La misión de la Tarahumara
Alta o Nueva inició en 1674 con la fundación de San Bernabé, a una legua del
actual Cusihuiriachi. Poblaban la región grupos tarahumaras, jovas y janos.
Iniciaron la labor apostólica los padres José Tardá y Tomás de Guadalajara, y
después de cuatro años ya estaba organizada la misión en ocho puntos de
atención a la población. En esta zona hubo varias revueltas, por lo que fueron
erigidos los presidios fronterizos de El Paso, Casas Grandes y Janos. En una
revuelta de 1690 perecieron dos jesuitas. 8) En 1614, Pedro Méndez inició las
misiones de Sonora en la zona meridional habitada por los mayos. Después de
1610, Andrés Pérez de Ribas y Tomás Basilio alcanzaron la zona de los yaquis.
En 1685 Eusebio Kino concentró sus esfuerzos misioneros en Sonora central o
Pimería alta. 9) En la California desembarcaron Juan María Salvatierra, cuatro
españoles y tres indios en 1697, aunque ya habían explorado la zona Kino y
Salvatierra en 1691. En la península habitaban los pericúes, guaycuras y
cochimíes. La transformación del lugar se notó varios años después con los
cultivos de maíz y otros granos, la crianza de ganado vacuno y equino. En
Santiago y en San José del Cabo murieron asaeteados dos jesuitas. 10) La última
zona misionera en fundarse fue la de Nayarit en 1722, a donde fueron designados
Juan Téllez Girón y Antonio Arias Ibarra. Los habitantes hablaban la lengua
cora o nayarita, y estaban distribuidos en tres tribus: coras, nayaritas y
tecuelmes.
Foto: Grabado en placa de cobre
coloreado a mano por Nasi de Giulio Ferrrario, Florencia, 1842. ©Florilegius,
Leemage Leemage vía AFP
En toda esta vasta zona de misiones figuraban 34 grupos de lenguas
indígenas; aquí destacan las obras de los misioneros escritas en lenguas indígenas,
fruto de su trabajo y permanencia a largo plazo en la región, así como de las
habilidades lingüísticas que muchos de ellos aprendieron previamente con niños
indígenas —otomíes, mazahuas o nahuas— en los colegios de San Martín, en
Tepotzotlán, o en el de San Gregorio, en la capital del virreinato. Lo anterior
se refrenda por los vocabularios, gramáticas y doctrinas en lenguas; por
ejemplo, entre los no publicados se encuentran el Arte y copioso
vocabulario de las lenguas tepehuana y tarahumara, el Catecismo y
confesionario en tepehuan y tarahumar, ambos de Gerónimo de Figueroa
(1672); también está el Arte para aprender el idioma de los tarahumares de
Agustín Roa. Entre los estudios publicados tenemos el Arte de la lengua
mexicana de Horacio Carochi (1645), la Gramática sobre el
idioma tarahumar y el de los Guazapares (1683) de Tomás de
Guadalaxara, la Doctrina cristiana, pláticas doctrinales, traducidas en
lingua Opata de Manuel Aguirre (1765), el Arte de la lengua
teguima vulgarmente llamada ópata de Natal Lombardo (1702), o el Catecismo
breve en lengua otomí de Francisco de Miranda (1759).
En 1767, año de la expulsión de los jesuitas de todos los territorios
del Imperio español, la misión de Sinaloa, que era la más antigua, tenía 174
años de fundada. Los misioneros jesuitas expulsados fueron 103, quienes se
encontraban distribuidos en seis provincias de misión: Sonora, Sinaloa,
Chínipas, Tarahumara, Nayarit y California. Casi la totalidad de los jesuitas
en la Nueva España (680) dejaron el territorio para embarcarse a los Estados
Pontificios. Los misioneros del noroeste fueron reemplazados por franciscanos,
dominicos y curas doctrineros (itinerantes) de la Nueva Vizcaya.
Los antecedentes de la expulsión de los jesuitas se encuentran en la
reconfiguración de los espacios sociales europeos durante el siglo XVIII. Las
diferentes coronas, inspiradas en la Ilustración, articularon de manera
recalcitrante su autoridad política y ejercieron el absolutismo ilustrado como
forma de gobierno. En el régimen antiguo de la monarquía se ejercía el poder en
tensión y en relación con la Iglesia, ya que el fundamento del poder político
estaba basado en el poder divino mediado por la Iglesia; sin embargo, con el
regalismo se buscó subordinar el ámbito religioso al Estado. El horizonte de la
conversión cristiana fue reemplazado por el de civilización y se fortalecieron
los Estados-nación. El regalismo portugués y el borbónico, con sus diferentes
facetas, fue expulsando a la Compañía de Jesús de sus dominios, pues se trataba
de una institución que representaba simbólicamente la influencia y el alcance
de la Iglesia. Los jesuitas se distinguían por su lealtad a Roma, con un
gobierno central y una presencia en variados ministerios y misiones. La
Compañía de Jesús fue expulsada de Portugal y sus territorios en 1759, disuelta
en Francia en 1764, expulsada de los territorios españoles en 1767 y finalmente
suprimida por el papa en 1773.
Foto: Misión jesuita en la sierra
Tarahumara ©Daniel Vargas
Las
misiones del noroeste en el México independiente
A grandes rasgos se puede decir que las misiones en el noroeste
comenzaron a declinar a fines del siglo XVIII, hasta su colapso en 1830. Los
factores de su desaparición fueron de diferente orden; uno de ellos fue la
dilapidación de una parte de los fondos económicos destinados a las misiones.
Además, en 1815 la ayuda económica del gobierno se redujo drásticamente, ya que
los recursos se destinaban a atacar a las fuerzas insurgentes. En el transcurso
de varios lustros, los misioneros y curas doctrineros, debilitados por la
reducción de sus ingresos económicos y por la disminución de miembros, no
pudieron sostenerse frente al aumento de pobladores. En el primer cuarto del
siglo XIX, al desmantelarse gradualmente las misiones y con la reducción de
franciscanos, el clero secular debía reemplazar a los frailes, pero los
ministros de la Iglesia estaban disminuidos en todo el país, especialmente en
los estados del norte. La presión de Estados Unidos desde el Este y de las
tribus armadas por los mismos estadounidenses, hicieron más frágil la gran
frontera norte. Durante las guerras de independencia disminuyeron las entradas
al seminario, hubo deserción de religiosos y falta de obispos que ordenaran
sacerdotes. Las parroquias rurales remotas estaban vacantes, pues había pocos
sacerdotes y éstos preferían las zonas urbanas que ofrecían seguridad. A
finales del siglo XIX la situación de la Iglesia era distinta, ya que pudo
consolidarse de alguna manera su organización y número de miembros. Por
ejemplo, la Diócesis de Chihuahua se erigió en 1891.
Los jesuitas fueron restablecidos en la Iglesia en 1814, y en México en
1816; sin embargo, durante la primera mitad del siglo XIX, ya en la República
independiente, los jesuitas eran pocos y no lograron volver a ninguna misión de
las que habían anteriormente fundado. No fue sino hasta 1900 que retomaron la
misión de la Tarahumara, en el actual estado de Chihuahua.
Las misiones jesuitas contemporáneas
La misión de la Tarahumara estuvo a cargo de los jesuitas hasta 1994,
año en que fue erigida la Diócesis de Tarahumara. Actualmente se colabora en la
diócesis en dos parroquias: San Francisco Javier, en Cerocahui, y San Miguel,
en Wawachiki. Además, en colaboración con las Hermanas de la Caridad de San
Vicente de Paul, los jesuitas llevan el hospital Santa Teresita en Creel,
Chihuahua, donde se atiende a la población tarahumara de la región y en su
propia lengua. En relación a la lengua tarahumara se publicaron la Gramática
rarámuri (1953) y el Diccionario rarámuri-castellano (1976)
de David Brambila, en colaboración con José Vergara Bianchi, ambos jesuitas.
Durante el siglo XX se abrieron otras misiones a cargo de la Compañía.
La misión de Bachajón, en la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, se funda
en 1958 en una zona de mayoría poblacional tzeltal. En cuanto a la lengua, cabe
mencionar la edición en 2005 de la Biblia en tzeltal, que vio la
luz después de 40 años de trabajo; quienes colaboraron en este proyecto fueron
los jesuitas Mardonio e Ignacio Morales y Eugenio Maurer, entre otros, además
de un equipo de agentes de pastoral bilingües.
El Proyecto Sierra Norte de Veracruz se establece en 1974 en
Huayacocotla, Veracruz, entre indígenas otomís, nahuas y tepehuanes;
actualmente Radio Huayacocotla transmite en las lenguas nativas de la zona. El
Proyecto Selva con población tzeltal, zoque y ch’ol se funda en 1978. Por
último, la misión de Tatahuicapan, Veracruz, con población popoluca y náhuatl
inició en 1979 en el pueblo de Chinameca.
Infografía: © Oficina de Publicaciones ITESO
«Para que la evangelización sea posible, la Iglesia debe escuchar la
sabiduría ancestral de los pueblos originarios para lograr una renovada
inculturación del Evangelio (QA, 70)».
Algunos desafíos para la Iglesia mexicana ante las culturas indígenas
La realidad de las culturas indígenas en México se constata en el censo
de población de 2020 que registró 7 millones de hablantes de 70 lenguas
indígenas, lo que representa 5.6% con respecto a la población total del país,
según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Aunque
nuestra nación posee mayoría mestiza, también está conformada por diferentes
culturas indígenas que viven en regiones geográficas específicas, y que
pertenecen a diócesis concretas. Son trece los Estados que concentran entre 100
mil y más de un millón de hablantes de lengua indígena. Además, según lo indica
la investigadora Sylvia Schmelkes, hay que resaltar que 89.7% de esta población
vive bajo la línea de la pobreza, y los municipios donde viven poseen índices
muy altos de marginación. Una de las razones de la pobreza y la migración es el
deterioro ambiental de los territorios donde los indígenas han habitado por
siglos, aumentado, por ejemplo, por las concesiones a mineras principalmente
extranjeras, otorgadas por los gobiernos mexicanos entre 1988 y 2016, como en
su momento fue documentado por Laura Valladares en 2017. Ante estos datos, nos
parecen pertinentes las aportaciones del papa Francisco, quien nos recuerda que
en la historia de la Iglesia «el cristianismo no tiene un único modo cultural»;
sin embargo, hay evangelizadores que todavía piensan que deben imponer una
determinada forma cultural (QA, 69; Evangelii Gaudium, 116,
117). Para que la evangelización sea posible, la Iglesia debe escuchar la
sabiduría ancestral de los pueblos originarios para lograr una renovada
inculturación del Evangelio (QA, 70). Esto no se logrará sin la
formación adecuada de los presbíteros para el diálogo con las culturas (QA,
90), además de fomentar una sólida organización eclesial para los diferentes
ministerios laicales, entre ellos el diaconado permanente (QA, 92, 94).
Para comenzar a evangelizar, fomentar la comunicación y establecer puentes
entre las culturas en México siempre es y será elemental hablar la lengua de
nuestros interlocutores.
Bibliografía
Cancino, Alejandro, S.J., Historia y memoria de la “nueva”
Compañía de Jesús en México, 1816-2002: el imaginario de las misiones jesuitas
novohispanas […], Tesis de doctorado en Historia, Universidad
Iberoamericana, EHESS, 2014.
O’Neill, Charles E., S.J., y Joaquín Ma. Domínguez, S.J. (Dirs.). Diccionario
Histórico de la Compañía de Jesús, tomo III. Madrid: Universidad Pontificia
Comillas, 2001.
https://christus.jesuitasmexico.org/las-misiones-jesuitas-y-algunos-desafios-para-nuestro-presente/
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