Introducción, rituales políticos en la
transición del estado inca al régimen colonial
1. Rituales políticos coloniales y élites andinas
4Es evidente que los
rituales políticos se caracterizan por tener dos vertientes simultáneas: su importancia
en el ámbito religioso como también en la esfera política de la sociedad.
Ampliando las definiciones de Bell (1997: 128), Bizeul (2000: 18) y Boholm
(1996: 3), los rituales políticos pueden ser definidos como prácticas
ceremoniales o también como eventos sociales iterativos, concernientes al orden
político que representan y constituyen dicho orden. Este tipo de rituales,
desde luego, se presenta con mayor frecuencia en sistemas políticos legitimados
por la religión, como por ejemplo la monarquía española de esa época que se
basaba en la idea de la gracia divina iluminando a sus monarcas.
Figura 1 – El cacique de San
Sebastián en la procesión de Corpus
Museo
Virreinal de Cuzco. Tomado de Acosta de Arias Schreiber (1997: portada)
5Entre los rituales
políticos del virreinato, es posible distinguir dos tipos diferentes: los
rituales introducidos por los españoles y los rituales precolombinos que fueron
adaptados a la situación colonial. Entre los rituales introducidos por los
españoles, aquellos que tuvieron lugar al tomar posesión de un terreno fueron
quizá los más llamativos. En el Incanato no existía la noción de propiedad de
la tierra de la misma manera que en España4. Por eso, tampoco hubiesen tenido sentido
unos rituales de posesión en los Andes precolombinos. En cambio, en España
estos rituales fueron de suma importancia en la época medieval y la edad
moderna, lo cual probablemente tenía mucho que ver con la situación en la
Península y el clima de fervor reconquistador en esta época. Además, los
rituales de posesión adquirieron todavía más importancia en la época de la
Conquista, dado que sirvieron para formalizar la toma de posesión de las
tierras americanas (Caillavet, 1990; Gareis, 2003: 139-140; Lienhard, 1992:
26-31, 39-40; Seed, 1995: 2-3, 70 ss.). Es interesante notar que se efectuaban
ritos idénticos en la toma de posesión, ya sea de un terreno adquirido por un
individuo o de un país entero. Una vez introducidos estos rituales y los nuevos
actos jurídicos en los Andes fueron adoptados casi de inmediato por la
población indígena, como se desprende de la documentación de archivo5.
6Entre los rituales
políticos precolombinos, aquellos que se habían llevado a cabo por el bienestar
del soberano y del Estado inca, habían perdido su razón de ser. Al dejar de
existir el Estado incaico, consecuentemente cesaron también sus rituales
(Gareis, 1987: 136-137). Sin embargo, en algunos casos se dio una coincidencia
entre rituales precolombinos y coloniales, por ejemplo, en cuanto a la fecha o
también el sentido de la ceremonia. Entre estos rituales cuyas versiones
coloniales mostraron ciertas semejanzas con sus contrapartes del tiempo
precolombino figuró, por ejemplo, la comunicación con el soberano regulada por
un complejo ritual. Se suponía que tanto la soberanía del inca como también la
del monarca español se basaba en y era legitimada por la religión. Por esta
calidad numinosa atribuida a cada uno de dichos soberanos, era necesario tomar
precauciones al comunicarse con ellos6. También, con ocasión de la muerte de un
soberano y del acceso al trono de su sucesor, se realizaban rituales
especiales. El periodo de transición de un soberano a otro fue considerado en
ambas sociedades como un momento liminal y de crisis7. Según las teorías de Gennep y Turner, semejantes periodos de crisis
requieren la efectuación de rites de passage, es decir ritos de transición8.
7Además de los rituales de
sucesión al trono, que ostentan los rasgos característicos de ritos de
transición, los rituales coloniales de este tipo los constituyeron los autos de
fe de la Inquisición. Estos sin embargo, carecen de interés en dicho ámbito,
puesto que los indígenas peruanos fueron exentos de su jurisdicción9. En cambio, hubo otras festividades
coloniales que contaban con masiva participación indígena. Entre éstas, resalta
el Corpus Christi por su enorme popularidad en todas las capas de la sociedad
colonial. Instituida por una bula papal en el año 1264, la fiesta del Corpus
muy pronto adquirió gran importancia en los países europeos. En 1316 se
introdujeron las procesiones como elemento festivo, que contribuyeron en gran
medida a la popularidad de esta fiesta en los niveles populares de la población10.
8Desde su creación, la
fiesta del Corpus siempre había tenido aspectos políticos. Sin embargo, con la
reforma luterana y la posterior Contrarreforma, adquirió un nuevo sentido. Del
triunfo de la eucaristía, entendido como triunfo de la vida sobre la muerte, el
Corpus se transformó en una fiesta emblemática del catolicismo y de las
monarquías católicas. De esta manera, la celebración del Corpus se convirtió en
una manifestación del sentido diferente que el catolicismo otorga a la eucaristía11.
9Las procesiones, con la
asistencia de todas las capas de la sociedad y sobre todo las representaciones
dramáticas que formaban parte de las festividades (y que incluían también
comedias), atraían mucha gente. Además, durante la época colonial, la procesión
contaba en España con diversos elementos burlescos, entre los cuales figuraban
actores disfrazados de animales y diablitos, los «gigantes» y en especial la
Tarasca, una enorme figura de dragón, montada sobre un carro. Encabezaban la
procesión actores con máscaras de animales y de seres fantásticos. Acompañadas
por una banda de música que tocaba canciones populares y alegres, las máscaras
bailaban y brincaban. Aunque la Tarasca en cierta manera representaba el mal,
en realidad más bien parece haber contribuido al entretenimiento de los
espectadores. Mediante una compleja estructura mecánica en el interior de la
figura, la Tarasca era capaz de mover la cabeza, abrir la boca y echar humo por
las narices. A mediados del siglo XVII, la Tarasca del Corpus en Lima disponía
de varias cabezas que se movían para alcanzar a los espectadores (Acosta de
Arias Schreiber, 1997: 57-62; Ramos Sosa, 1992: 204-215). Todos los diferentes
grupos de la población colonial participaban en la fiesta. Así, por ejemplo, en
la fiesta del Corpus limeño de 1659 se juntaron dos mil indígenas en la Plaza
de Armas para librar una batalla ritual, en la cual luchaba un «Inca Rey»
contra otros dos «Reyes»12.
10Es muy sugestiva la
intervención de las élites andinas en estas festividades. Ya a mediados del
siglo XVI, se celebraron grandes fiestas del Corpus en todas las ciudades del
virreinato. En estas ocasiones se estrenaban también obras dramáticas que
giraban en torno a la Conquista y a la muerte del Inca. Algunas de aquellas
obras fueron incluso representadas en quechua. Se hace notar que los curacas o
autoridades indígenas desempeñaron un papel importante en estas fiestas (Alcina
Franch, 1986: 154-155). El protagonismo de las autoridades andinas, desde
luego, aún no es tan notorio como lo fue en las fiestas del Corpus del Cusco en
la segunda mitad del siglo XVII. La intervención de un grupo de curacas
cuzqueños quedó documentada en una serie de quince cuadros pintados hacia 1675,
según la datación de Gisbert (1994: 98). Se desconoce quién fue el autor o los
autores de los óleos, aunque lo más probable es que fueron uno o varios
pintores de la escuela cuzqueña, la cual floreció justo en esa época. Dean (1999:
77-78), por ejemplo, los atribuye a dos pintores distintos; uno de ellos puede
haber sido Juan Zapaca Inga13.
11Es significativo el hecho
que este grupo de cinco curacas hubiera encargado los cuadros, lo cual sugiere
que siguieron un plan para un programa de auto-representación al encomendar
estos óleos. Este programa de representación iconográfica incluía también otros
tipos de retratos. Así por ejemplo, las élites andinas frecuentemente se
hicieron retratar como donantes de imágenes14. En primer lugar, este tipo de
representación permitía demostrar la buena situación económica de la persona
donante, ya que estos cuadros eran muy costosos. De modo que colocaba a la
élite andina en el mismo nivel que las élites española y criolla. Además, los
íconos de donantes también señalaban la privilegiada posición social de la persona
y su rol de buen cristiano que cumplía con sus obligaciones religiosas. Y por
último, los donantes aparecían en estos cuadros en la inmediata vecindad del
santo o de la santa, de modo que el retrato del donante formaba parte integral
de la santa escena, lo que garantizaba la presencia del donante en el espacio
público y sagrado de la iglesia15.
12Los cuadros del Corpus
cuzqueño fueron pintados, según parece, para la iglesia parroquial de los
curacas. Es decir, estos íconos cumplieron por un lado con las funciones de
retratos de donantes, y por otro lado subrayaron el protagonismo de los curacas
en una de las fiestas coloniales más importantes. La diferencia entre las
representaciones de los donantes individuales y las del Corpus es notoria: los
retratos de donantes individuales muestran a esta persona en su rol de buen
feligrés, generalmente adorando la santa imagen, mientras que los cuadros del
Corpus documentan la posición destacada de los curacas en la sociedad colonial.
Al igual que las autoridades coloniales, ellos también cumplen con funciones
importantes en el evento. No pertenecen a los espectadores, sino que desempeñan
un papel activo y de primer plano. Al señalar el protagonismo de los curacas
cuzqueños en la celebración del Corpus, los cuadros también encierran un
mensaje sobre el rol político de la élite andina y su posición en la jerarquía
de los cargos virreinales16.
13A través de los vestidos
que lucen en los óleos, los curacas del Cusco hicieron referencia al imperio de
los incas: visten un inca-unku,
es decir una túnica incaica, desde luego modificada al estilo colonial, en
combinación con elementos españoles, como, por ejemplo, las mangas bordadas con
encaje17. El traje híbrido que lucen en los óleos
resalta visualmente la fusión de elementos y de símbolos de ambas culturas. A
través de las imágenes encargadas por los curacas salta a la vista que el
Corpus del Cusco no fue idéntico a la misma fiesta en Lima o en otras ciudades
de la costa peruana. También en las ciudades de la costa intervinieron
indígenas y descendientes de los diferentes grupos socio-culturales en las
fiestas del Corpus, pero obviamente los curacas de la población indígena
costeña no jugaron el mismo papel que los cinco curacas que encargaron los
cuadros del Cusco.
Figura 2 – El cacique de
San Sebastián, luciendo un traje festivo andino colonial, corona inca al estilo
colonial y pectoral de sol (detalle)
Museo
Virreinal de Cuzco. Tomado de Gisbert (1994: 152-153)
14Si comparamos
descripciones de las fiestas de Corpus Christi en otras ciudades de la monarquía
española, se notan paralelos y diferencias. Como en otras partes del mundo
hispano, en los cuadros del Cusco casi no aparecen mujeres, solamente se ven
algunas pocas señoras observando la procesión desde los balcones y umbrales de
las casas —o sea desde el margen del evento18—.
15Sin embargo, no se
encuentran en los óleos cuzqueños referencias a los elementos burlescos que
tanto gustaban al público de Lima, y que las autoridades eclesiásticas nunca
lograron suprimir de la celebración del Corpus limeño. En muchas partes fueron
especialmente los elementos burlescos como los gigantes y la Tarasca lo que
fomentó la apropiación de la fiesta del Corpus por parte de las capas populares
de la sociedad. Todo esto sugiere que el Corpus del Cusco tenía un carácter
distinto de la festividad homónima celebrada en otras ciudades del virreinato.
16Varios autores
interpretaron la especial configuración de la fiesta del Corpus cuzqueño.
Gisbert (1992: 148, 150; 1994: 98-99) enfatizó la continuidad de símbolos desde
la época precolombina. Resaltó también la cercanía de la fecha de la fiesta del
Corpus con la del Inti Raymi, y sobre todo el omnipresente simbolismo del sol,
tanto en la fiesta precolombina dedicada al sol como en el Corpus colonial del
Cusco19. Al igual que el Inti Raymi en el
Incanato, el Corpus Christi colonial era una de las fiestas más importantes del
ciclo anual. Desde este punto de vista, las múltiples referencias al sol en los
trajes y atuendo de los curacas cuzqueños se pueden interpretar como
reafirmación del culto solar, el cual ya había jugado un papel importante en
las religiones andinas anteriormente a los incas. Por otro lado, las
referencias al sol igualmente pueden ser vistas como alusiones al imperio
incaico, lo cual, en la antigua capital del imperio, no sería nada
sorprendente. Sin embargo, con esto no quiero sugerir que la fiesta del Corpus
haya sido una prolongación del Inti Raymi, ni de ninguna otra fiesta incaica,
más bien saltan a la vista varios elementos compartidos por las fiestas
precolombinas y coloniales. Con mucha probabilidad, en esta época ya no se
trataba de una continuación de los modelos festivos del imperio inca, sino más bien
de una inspiración que las fiestas coloniales tomaron de las festividades
incaicas.
17Zuidema (1993: 341-346,
368-371; 1996: 179-185), a su vez, se ocupa de la pregunta: ¿cuál podía haber
sido la fiesta precolombina más cercana a ser un antecedente de estas
celebraciones coloniales en Cusco? Llega a la conclusión que, en el pensamiento
de la población autóctona, poco a poco, la fiesta del Corpus fue relacionada
con una fiesta precolombina de la cosecha celebrada varias semanas antes. El
autor adelanta una serie de argumentos en apoyo de su hipótesis resaltando la
figura de la Tarasca como elemento clave. En este contexto es muy sugerente
analizar el papel de esta figura en las celebraciones del catolicismo hispano,
tomando en consideración su vínculo estrecho con el mundo femenino y en
especial con un importante personaje de la mitología andina, la mujer guerrera,
transgresora de las reglas sociales.
18Otra línea de
interpretación es proporcionada por Dean (1999: 7-8, 15-16, 23, 32), que enfoca
el papel de los curacas andinos en el Corpus desde el punto de vista del poder
colonial. Desde esta perspectiva, la fiesta del Corpus se puede interpretar
como una celebración del triunfo del catolicismo sobre las religiones paganas y
del triunfo de los españoles sobre los pueblos indígenas. Aunque esta visión de
los hechos muy bien puede haber sido la de las autoridades coloniales, a mi
modo de ver, los curacas cuzqueños no necesariamente compartieron esta
interpretación del evento. No hay que olvidar el hecho que en esa época ellos
se consideraban cristianos y por lo tanto la fiesta del Corpus que celebraba el
triunfo de Jesucristo y de la eucaristía no debe haber chocado con sus
pensamientos religiosos. Más probablemente, la fiesta del Corpus encerraba
mensajes polisémicos, interpretados de manera diferente por los diversos
integrantes del ritual. Si bien para las autoridades coloniales la
participación de los curacas tenía cierto significado, para los curacas, en
cambio, el significado era distinto. La festividad les proporcionaba sobre todo
un espacio para la escenificación de su rol en la sociedad colonial, tal como
lo veían ellos. En los cuadros se plasma el hecho que los curacas cuzqueños
asumieron el papel de dirigentes indígenas con cargos obtenidos en el Estado
colonial. Desde su punto de vista, ellos eran autoridades coloniales a la par
que los otros funcionarios de la jerarquía política virreinal. En este rol se
hicieron retratar como manifestación de su elevada posición social. Los cuadros
del Corpus cuzqueño, por lo tanto, sirvieron tanto como documentación del papel
de los curacas en la fiesta, como también de afirmación de su importante rol en
la sociedad colonial. La utilización de una fiesta religiosa y a la vez de un
ritual colonial para fines propagandísticos en su propio interés, demuestra, en
mi opinión, que los curacas cuzqueños se sirvieron con sutileza de los medios
proporcionados dentro del sistema colonial. Vale decir que utilizaron los
propios medios introducidos por el Estado colonial, ya que la fiesta del Corpus
asignaba a cada participante, mediante una escenificación codificada, su sitio
en la sociedad. Al presentarse junto a las autoridades coloniales como
protagonistas de las festividades, confirmaban el poder colonial, pero al mismo
tiempo afirmaban su liderazgo de la República de los indios (fig. 3).
Figura 3 – Final de la
procesión: la guardia andina de la ciudad (detalle)
Tomado de
Ramos Sosa (1992: lám. 63)
Conclusión
19El estudio de la vida
ceremonial del virreinato peruano muestra que el poder colonial otorgaba mucha
importancia a los rituales políticos y en especial a las grandes festividades
públicas. Queda patente, además, la semejanza entre los sistemas festivos del
Incanato y de la Colonia. También el papel de las autoridades andinas se
asemejaba bastante en ambos sistemas gubernamentales, ya que ellos fueron los
ejes entre el soberano inca o el Virrey y sus respectivos grupos étnicos.
Cumpliendo con su función de intermediarios entre los centros de poder y los
pueblos indígenas, fueron ellos quienes reclutaban la mano de obra para las
diversas empresas del estado incaico y posteriormente del Estado colonial. Por
eso, los curacas jugaron un rol de suma importancia en la organización
económica del virreinato peruano. Consecuentemente muchas medidas del Estado
colonial apuntaban en especial a la integración de las élites autóctonas en el
sistema colonial. Entre estas medidas figuraba por ejemplo la educación de los
hijos de las autoridades andinas que a partir de principios del siglo XVII se
llevó a cabo en colegios especiales (Alaperrine-Bouyer, 2002; Gareis, 2007:
161-166). Como resultado de esta política colonial de asimilación parcial de
las élites autóctonas paulatinamente se iban formando nuevas prácticas
culturales entre los curacas andinos. Una de estas novedades fue la adopción de
la tradición europea de encomendar retratos individuales. Al igual que las
élites en España, las autoridades andinas se hicieron retratar para demostrar
su elevada posición social. Es decir, adoptaron una práctica cultural europea
para sus propios fines.
20De manera parecida
también se servían de la cultura festiva de la Colonia, lo cual resalta con
particular claridad en las intervenciones de las élites andinas durante las
fiestas del Corpus. Con ocasión de esta festividad, todas las ciudades del
virreinato realizaban costosas ceremonias para celebrar el triunfo de Cristo
sobre la muerte. Era, pues, una fiesta alegre que invitaba la población a
regocijarse. En Lima y otros lugares del virreinato peruano —así como en
España— los elementos carnavalescos de la fiesta atraían las masas populares.
El Corpus se festejaba entonces con gran concurso de gente, el estreno de obras
dramáticas y otras diversiones. También intervinieron las autoridades indígenas
en diferentes ocasiones. En Lima, armaron por ejemplo en una representación
teatral una batalla entre varios «Reyes incas» con su séquito involucrando
miles de actores. Los cuadros encargados por los cinco curacas del Cusco, en
cambio, presentan una visión diferente de la fiesta del Corpus, puesto que aquí
el evento aparentemente carece de los elementos burlescos. Según este conjunto
de cuadros, el Corpus en la antigua capital del Incanato se celebraba con gran
solemnidad y en total estos íconos transmiten una sensación de profunda
religiosidad, compartida por todos los participantes. Es de pensar, sin
embargo, que estos óleos no relatan lo que pasó en esta fiesta del Corpus, sino
que la narración más bien intenta presentar el papel de los cinco curacas tal
como ellos lo querían ver. Por eso, es posible que el protagonismo de las cinco
autoridades andinas en la fiesta colonial, reflejado por los cuadros, quizás no
fuera tan pronunciado. Por otro lado, su verdadera actuación en la fiesta
colonial carece de importancia aquí, ya que mediante esta serie de cuadros de
todas maneras lograron su objetivo de presentarse como protagonistas del
evento. De modo que se servían con sutileza de una nueva práctica cultural
introducida por los españoles al adoptar este tipo de autorrepresentación
mediante una serie de cuadros narrativos estrenados en un lugar público. En
adición a esto, las pinturas de la fiesta cuzqueña ponen de relieve que las
élites andinas utilizaron los rituales políticos del Estado colonial para
reafirmar su propia posición sociopolítica como descendientes y herederos de
los soberanos incas y como dirigentes de la población indígena. Finalmente, los
cuadros también hacen referencia al protagonismo de los curacas en el campo
religioso, mostrándolos como actores de primer plano en una de las fiestas más
importantes de la monarquía católica.
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Spanish Corpus Christi procession : a literary and folkloric study;
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Wagner, R., 1986 – Symbols That Stand for Themselves,
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Wiedner, D. L., 1960 – Forced Labor in
Colonial Peru. The
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ZUIDEMA,
T., 1993 – De la Tarasca a Mama Huaco. In:
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T., 1996 – Fête-Dieu et fête de l’Inca. Châtiment et sacrifice humain comme
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Le Corps de Dieu en fêtes (Antoinette Molinié, ed.): 175-222;
París: Editions du Cerf.
NOTAS
1 Esto equivale a dos modelos distintos de
comunicación: en el primer caso se trata de un intercambio entre los diversos
niveles políticos. En el segundo caso, el modelo de comunicación es diferente,
porque la información se transmite desde las capas dirigentes hacia los niveles
locales; por lo tanto, el traslado de la información es unidireccional.
2 Con respecto a las funciones y diferentes
aspectos de rituales políticos en general, consúltese por ejemplo Boholm (1996:
1-6).
3 Ya en la época colonial temprana, Polo de
Ondegardo (1916 [1571]: 99 ss.) hizo hincapié en la diferencia fundamental
entre la mit’a en
el Incanato y la mit’a colonial.
Los mit’ayuq (mitayos) del imperio de
los incas tan solo contribuían por cierto tiempo con su mano de obra, mientras
que la mit’a en
la Colonia consistía también en la entrega de tributos. Existen numerosos
trabajos sobre la institución colonial de la mit’a,
especialmente sobre la mit’a de
minas. Con respecto a este tema, véanse por ejemplo Murra (1982), Oberem (1990:
499-504) y Wiedner (1960).
4 Acerca de la repartición de tierras en el
imperio de los incas, véanse especialmente los trabajos de Moore (1958: 17-47), Murra (1979) y Schaedel
(1978: 295).
5 Para marcar la transición de una propiedad
de tierras de una persona a otra, el nuevo proprietario se dirigía al terreno
acompañado de testigos y escribano, se paseaba por su propiedad, cortaba ramos
de los árboles, levantaba un poco de tierra o algunas piedras y las tiraba a
otra parte. Numerosos documentos reproducen este ritual de toma de posesión.
Así, por ejemplo, se encuentra un traslado de la toma de posesión de unas viñas
en el valle de Nazca en el año 1578 («Autos sobre la visita que se hizo en la
hacienda de Gariyanes de la Paba y sus herederos y demás posehedores dellas»,
Año 1644, fragmento sin foliación completa, Archivo Histórico del Arzobispado
de Lima, Sección Papeles Importantes Leg. 1, Exp. 29, f. 1673v). De manera muy
parecida, Colón ya había tomado posesión de las Indias en nombre de los Reyes
Católicos en el año 1492 (Colón, 1984: 29-30). Morales Padrón (1955: 327-337)
estudia detenidamente la historia de la ceremonia y detecta sus antecedentes en
una fusión de elementos del Derecho Romano con el Germánico (1955: 329).
6 Pfandl (1938: 135-137) resaltó en su
biografía de Felipe II que la calidad numinosa, considerada como un rasgo
característico de los monarcas españoles en esta época, llevó en última
instancia al aislamiento del soberano, puesto que se le atribuían tanto efectos
positivos, como también negativos para los súbditos. Por lo tanto, este poder
numinoso de los monarcas aseguraba el bienestar del pueblo y al mismo tiempo
representaba cierto peligro para los súbditos al entrar en contacto con el
soberano. Según la interpretación de Pfandl (1938: 120-132), la ambivalencia
atribuida al poder numinoso se originó en un pensamiento arcaico vigente en
esta época en España. Nieto Soria (1998: 110-111, 117-119), en cambio, detecta
los orígenes de estas ideas en la profunda religiosidad del pueblo y de las
élites que se hace notar en Castilla desde la Edad Media. Checa Cremades (1998:
101-102) explora la relación entre la sacralización del monarca y la idea del
«soberano oculto» ejemplificada especialmente por Felipe II. En el caso del
soberano incaico el poder numinoso resulta todavía más claro, ya que fue
considerado «hijo del Sol», y por lo tanto fue visto como descendiente de una
de las deidades más importantes del panteón andino (Gareis, 1987: 27).
7 Para
estos ritos puede servir como ejemplo un documento del año 1557 que describe
las fiestas de sucesión al trono de Felipe II celebradas en el Cusco. El
manuscrito conservado en el Archivo de Indias relata de manera muy detallada
cómo se celebró la fiesta en la antigua capital del imperio incaico («Fiesta y
acto solemne», Cuzco 1557. F. 3,
Archivo General de Indias, Audiencia de Lima 110).
8 Estos constan de tres fases: en la primera
fase se efectúan los ritos de separación, es decir separación del estado social
o de la situación social actual, en la que se encuentra un individuo o una
sociedad. La segunda fase es la fase liminal que presenta el momento más
difícil, porque se trata de un estado intermedio, en el cual el individuo o la
sociedad ya no pertenece al estado social anterior, pero aun no ha entrado en
su nuevo estado. Recién la tercera fase, constituida por los ritos de
incorporación, instala al individuo o a la sociedad en su nuevo estado (Gennep,
1960: 3-4, 10-11, 110-113, 147-148, 178-184, 187). Turner (1969: 96-97,
106-110, 125-130) enfatiza la fase liminal que por un lado está caracterizada
como un momento de crisis, dado que en este lapso de tiempo la vida social
carece de estructura. Por otro lado, la fase liminal de los ritos de transición
también está marcada por su fuerza creativa y de cohesión que fomenta en el
grupo social que está pasando por esta fase transitoria. Según Turner los
integrantes del grupo forman la communitas,
es decir constituyen una unidad o un núcleo especial de personas porque
comparten el mismo estado social.
9 El tribunal de la Inquisición fue instituido
en Lima en 1570 y funcionó hasta 1818 (Gareis, 2006: 894; Hernández Aparicio,
1993: 390). La situación era diferente en la institución de la Extirpación de
idolatrías erigida como una especie de Inquisición para indígenas en el
virreinato del Perú a principios del siglo XVII. Esta institución fue creada
expresamente para ocuparse de las causas de fe relativas a la población
indígena (Duviols, 1971: 217-218; 1986:XXXI-XXXIII; Gareis, 1989: 55, 58; 1999:
231; 2003: 246-247).
10 Con respecto al desarrollo y al
simbolismo de la fiesta del Corpus, véanse Boholm (1990: 241-245, 254-261,
273-274), Dean (1999: 7-9), Muir (1997: 67-70, 147-152). Wagner (1986: 96-125)
se dedica a estudiar la eucaristía como símbolo central del pensamiento europeo
de la Edad Media hasta la época moderna. Very (1962) analiza las
particularidades del Corpus Christi en la Península ibérica.
11 Acosta de Arias Schreiber (1997: 57),
Caillavet (1997), Dean (1999: 8) y Muir (1997: 204-206) resaltan la creciente
importancia de la fiesta del Corpus como consecuencia de la Contrarreforma.
12 Documento citado en Flores Galindo (1988:
60). Acosta de Arias Schreiber (1997: 58) relata que los participantes de
descendencia africana se ocuparon de contribuir con música y baile a la fiesta
y también elegían un «rey» con su séquito para la procesión del Corpus.
13 El autor o los autores de los cuadros
también podrían haberse orientado en las obras de Diego Quispe Tito
(1611-¿1681?) que fue el pintor más importante de la escuela cuzqueña o de
Basilio Santa Cruz Pumacallao (¿Cusco?-1699/1700 Cusco) y su taller. Dean
(1999: 77-78) llama la atención sobre el hecho que cuadros anónimos al estilo
de la escuela cuzqueña se atribuyeron frecuentemente a Quispe Tito o a Santa
Cruz Pumacallao.
14 Es de notar que las élites andinas
encomendaron gran cantidad de estos retratos de donantes, incluso más que los
españoles del Perú en esa época (Mesa & Gisbert, 1982, t. 1: 286-287). Algunos de estos
retratos costosísimos
fueron de cuerpo entero y labrados totalmente en plata (Gisbert, 1994: 97;
Saignes, 1987).
15 Sobre las ideas relacionadas con los
cuadros de donantes andinos, véase Gisbert (1994: 92-99).
16 Véanse también las consideraciones de
Cummins (1991: 209) acerca de la representación de los curacas andinos en los
cuadros del Corpus cuzqueño.
17 Gisbert (1994: 98-99) estudia
detenidamente la vestimenta de los curacas en los cuadros del Corpus cuzqueño.
Además, hace notar las transformaciones de los vestidos usados en los retratos
de autoridades andinas que al parecer se produjeron poco después de terminar la
serie del Corpus, es decir hacia 1690-1700. De todos modos, este proceso de
transformación debió haberse consumido hasta la década de los años 30 del siglo
XVIII, puesto que los curacas representados en una serie de cuadros pintados en
esa época estrenan otro tipo de vestimenta.
18 Compárense los cuadros publicados por
Dean (1999: 20, fig. 1; 65, fig. 8; 66, fig. 9; 67, fig. 10; 68, fig. 11; 69,
fig. 12; 70, fig. 13; 71, figs. 14-15; 72, fig. 16; 73, figs. 17-18; 74, fig.
19; 75, fig. 20; 76, fig. 21).
19 Acosta de Arias Schreiber (1997: 57-62)
menciona varias fuentes históricas que igualmente constataron paralelos y
coincidencias entre la celebración del Corpus colonial y la fiesta del Inti
Raymi en la época precolombina.
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