Negociando el imperio: el estado inca como culto
Las motivaciones tras la conquista
Huiracocha o el Dios de todo lo creado
https://es.wikipedia.org/wiki/Civilizaci%C3%B3n_incaica
En contraste con la generación de estudiosos
de la religión inca que los precedió, los investigadores que han tratado el
tema a lo largo de los últimos cuarenta años y que pusieron un énfasis mayor en
los aspectos político-económicos han ofrecido a sus lectores la descripción de
un imperio militarista y centralizado cuyo Rey gozaba de poderes omnipotentes
(Jijón y Caamaño, 1919). Numerosos historiadores, antropólogos y arqueólogos,
entre otros, han enfatizado los aspectos militares y económicos tras la
expansión, tomando como punto de partida el desafío lanzado por las chancas
(Patterson, 1991; Espinoza Soriano, 1978; Murra, 1980; Rowe, 1946). Las
motivaciones aducidas para explicar el imperialismo inca van desde la
adquisición de tierras y el sistema de herencia partida 1 , sugeridas por Geoffrey Conrad y Arthur
Demarest, pasando por el intercambio de bienes, hasta llegar a la necesidad de
garantizar el acceso a bienes exóticos como la concha Spondylus, indispensable
en el ritual religioso, hipótesis esta última sugerida por María Rostworowski
(Rostworowski, 1977, cap. 2; Conrad, 1981; Conrad y Demarest, 1984).
2Esta visión estereotipada
de un estado centralizado, militarista y ávido de recursos refleja en parte la
tradición de recogida oral en el Cuzco, la cual emanaba de la élite nativa
sobreviviente en el siglo XVI. Con el fin de engrandecerse, los miembros de la
élite seleccionaron y transmitieron determinadas historias y memorias. Sin
embargo, le dieron una nueva estructura a la información con el objetivo de
adaptarla a los paradigmas culturales occidentales, añadiendo de paso un poco
de bravata y de exageración a las historias resultantes. Estudios
recientes demuestran que los primeros cronistas reconocieron un puñado de
historias particulares entre muchas otras, precisamente aquellos relatos más
acordes con sus propias expectativas y experiencias en la ciudad del Cuzco y el
área circundante que con la realidad nativa, tal como la sugieren otras
regiones de los Andes (Ramírez, 2006b). Una visión más equilibrada del imperio
inca, es decir, una interpretación que tome en consideración las evidencias
históricas y arqueológicas de los grupos étnicos sometidos, se aleja
definitivamente de la imagen occidental de un imperio centralizado y
burocrático, aproximándose más bien a la concepción de un poder central cuyo
control sobre otros grupos era limitado y precario, incluso secundario, pero de
una importancia absolutamente crucial para los argumentos de este ensayo.
3Este trabajo establece
una conexión entre el sistema de creencias inca y la construcción de un Estado
multiétnico con el objetivo de reevaluar las principales motivaciones detrás de
la expansión inca. En este ensayo se documenta el hecho que el así llamado
«imperio inca» era menos un imperio en el sentido romano del término que una
congregación de creyentes en un culto estatal, caracterizado por un personaje
central, manifestación del divino fundador, quien se desplazaba por distintos
centros de peregrinación en él o sus representantes negociaban los términos de
la participación a dicho culto. Esta imagen no corresponde a la de una
organización altamente centralizada y omnipotente, sino más bien a la de una
entidad en la cual la flexibilidad y el compromiso terminaban imponiéndose, y
en la cual los grupos étnicos se suscribían, en distinta medida, un conjunto de
mandatos centrales. El vínculo entre creencias religiosas o cosmológicas, por
un lado, y la transformación de un curacazgo basado en el parentesco en un
Estado inacabado, unificado por relaciones sanguíneas o rituales de parentesco
y vinculado sobrenaturalmente al culto a los ancestros, por otro, se explica
como un medio para acceder a la mano de obra necesaria para la conservación de
la etnia gobernante 2 .
2. Cosmología andina
4Los
pobladores andinos vivían vidas precarias. Sequías, inundaciones, sismos,
erupciones volcánicas y heladas, plagas y enfermedades eran algunas de las amenazas al
sostenimiento de la vida misma. Los habitantes de los Andes desarrollaron
sistemas de creencias para explicar estos sucesos y guiar así las acciones de
la sociedad. En pocas palabras, los pobladores andinos rindieron culto a sus
antepasados porque les atribuían
el poder de influir sobre el clima y la naturaleza, así como de intervenir
activamente en la vida diaria de la comunidad. Entre los linajes, el fundador
del grupo se convertía en el ancestro apical, objeto de culto por sus
descendientes. Los pobladores andinos creían que, incluso luego de haber pasado
al otro mundo, sus fundadores y ancestros les garantizarían fertilidad y
protección ante enfermedades y desastres, siempre y cuando se les mantuviera
satisfechos a través del culto y de los constantes sacrificios. Si se les hacía
caer en el olvido o se les hacía enfurecer, estos mismos ancestros podían
enviar desastres y calamidades, enfermedades e incluso la muerte. En términos
ideales, la sucesión se transmitía desde el fundador del linaje ya través de
los distintos grados de edad, descendiendo luego a las generaciones inferiores.
En vida, los líderes, llamados llactayoc o marcayoc (términos
traducidos al español del siglo XVI como «dueño de indios» [Ramírez,
2006a]), tomaban el nombre y el supuesto estatus del ancestro apical, siendo
obedecidos en tantas encarnaciones y portavoces de dichos ancestros (Ramírez,
2006b). Las fuentes de los siglos XVI y XVII sugieren que el espíritu del
ancestro podía poseer a las autoridades nativas con la finalidad de comunicarse
directamente con sus descendientes y seguidores (Duviols, 1978: 134; 1986: 143;
Garcilaso, 1966: 52; Cieza, 1984: 268; MacCormack, 1993: 113-14; Millones,
1998: 35; Castro-Klarén, 1993: 169).
5Los sacrificios y las
ofrendas de los vivos hacia los muertos a cambio de bienestar tenían su
contraparte en las expectativas mutuas entre los líderes y sus súbditos. De
solicitárseles, éstos conformaban grupos de trabajadores para varios proyectos
y por distintos períodos. A cambio, esperaban recibir las herramientas y los
alimentos mientras duraban sus tareas, así como ser remunerados por su buen
rendimiento. Por su parte, los líderes, muchos de ellos considerados
descendientes directos de algún héroe fundador, organizaban y dirigían los
rituales asociados al culto de los ancestros, garantizando así la ayuda
sobrenatural necesaria para el mantenimiento de la vida. De ahí se desprende la
necesidad de los líderes de mostrarse generosos —reciprocar con chicha y comida a
los súbditos que les ofrecían su fuerza de trabajo—, así como la
responsabilidad de interceder con el mundo de lo sobrenatural en tiempos de
crisis.
6Si la crisis se originaba
en un desafío proveniente de otro linaje, el conflicto se solucionaba a través
de una prueba de fuego. Los andinos iban a la batalla como fieles de su dios
fundador. Creían que el poder de un dios frente al de otros determinaba la
victoria o la derrota. Al vencedor pertenecen los despojos, así como el honor y
el prestigio del triunfo. Las divinidades derrotadas, llamadas atisqa, descendían a una
posición subordinada, inferior a la de la divinidad victoriosa, siendo en
adelante obligadas a servir al dios más poderoso ya su gente 3 .
3. La expansión inca
7En la mayoría de relatos
históricos, el origen del imperio inca se remonta a la amenaza chanca, la cual
condujo, después del triunfo, a la expansión y la transformación del curacazgo
inca en una fuerza multiétnica, unificada precaria e imperfectamente por la
promesa de conseguir el favor del dios Sol. A riesgo de simplificar demasiado,
se puede concluir que la construcción del imperio coincidió con la construcción
y la difusión del culto solar entre las poblaciones andinas de origen no Inca.
8Cuando el líder chanca
Uscovilca, quien era «más poderoso de gente» (Betanzos, 1996 [1551]: 19;
Betanzos, 1999 [1551]: 23; Espinoza Soriano, 1980: 183), retó al Inca
Viracocha, este y sus hijos, incluyendo al mayor y predilecto —Inca Urco—
decidieron huir. El hijo menor, llamado Inca Yupanque (luego Pachacuti),
decidió quedarse para defender el statusquo,
solicitando la ayuda de los linajes de las inmediaciones. Pocos o ninguno
respondieron al llamado. Inca Yupanque, turbado y afligido, tuvo entonces una
visión según la cual una imagen, que el Inca identificó como la del Sol, le
prometió auxilio para conseguir la victoria. En el campo de batalla, las
piedras se transformaron en guerreros que ayudaron a Inca Yupanqui a conseguir
el triunfo, demostrando así que el Sol era más poderoso que Uscovilca, el ídolo
chanca 4 . En su condición de atisqa, los chancas y su
dios fueron entonces sometidos al dominio inca. Los incas capturaron al ídolo
enemigo y exigieron a las chancas que adoraran al Sol, que aprendieran el
quechua imperial y que prestaran sus servicios cuando les fuera requerido. Este
episodio constituye el origen del culto imperial al Sol, así como la génesis de
la expansión del curacazgo inca 5 . Al momento de la invasión española en
1532, los incas ejercían su dominio sobre más de ochenta grupos étnicos en
los Andes, desde lo que es hoy el sur de Colombia hasta el Chile central, y
desde el Océano Pacífico hasta Bolivia y el noroeste de Argentina (Betanzos,
1996 [1551], caps. 6-9 y 17) 6 .
4. El ideal del único origen y la ley suprema de los
Incas
9En el culto estatal, el
Inca —cuyo título era «El Cuzco»— actuaba como el centro del centro. Las
personas lo veneraban en su calidad de manifestación viviente de los míticos
ancestros celestiales y antecedentes: el Sol y la Luna (Ramírez, 2005, caps.
2-3: especialmente pp. 68-69). La persona del Cuzco vivía en un contexto
altamente ritualizado, rodeada de asistentes religiosos, mujeres escogidas y
sirvientes con responsabilidades diversas. Los cortesanos restringían
estrictamente el acceso al soberano. Fuera de su círculo privilegiado, el Inca
se mostraba y era reconocido como un dios parlante que, sin embargo, hablaba en
contadas ocasiones y normalmente a través de un portavoz. Transportado en una
litera, el Inca se trasladaba de un lugar a otro para trabajar relaciones con
señores de menor jerarquía o reforzar las relaciones étnicas ya existentes. En
términos ideales, el Inca actuaba también como un dios que administraba
justicia sentado en los ushnus 7 , ubicados en los centros ceremoniales
andinos dispersos en los Andes y que Felipe Guaman Poma de Ayala llamara «otra
[s ciudades de los] Cuzco[s]». Se esperaba de él que intercediera ante los
dioses con el fin de garantizar la fertilidad general y obtener la protección
divina de los fieles contra las enfermedades. En tiempos de sequía, inundación,
cataclismo o hambruna, el Inca podía proveer ayuda gracias a los depósitos
imperiales. En centros de peregrinación como Huánuco Pampa, Incahuasi y
Tumipampa, la generosidad institucionalizada era la regla (Guamán Poma de
Ayala, 1980 [1613]: 185 [187]).
10Esta visión del mundo
estimuló la transformación de un pequeño curacazgo de los Andes del sur en una
organización panandina de gran amplitud. El objetivo central era incorporar a
todos los grupos étnicos que tendían una amenaza a la supervivencia de la élite
inca dentro de un megalinaje o nación, un conjunto de
personas vinculadas por un único origen y viviendo bajo la ley suprema del Inca
(Salomon & Urioste, 1991: 71). Dado que las poblaciones andinas no
establecían distinciones entre lo religioso y lo secular, su incorporación al
imperio, así como la reorganización inherente a este proceso, eran sinónimo de
la difusión y el desarrollo del culto solar.
11Los linajes subordinados
insertaron al Sol en el ápice de su jerarquía divina. Como una forma de
facilitar dicha inserción, el Inca enviaba misioneros que enseñaran los
rituales del culto solar y difundieran el uso del quechua imperial. También
levantaron templos al Sol y acllahuasis (recintos
para las mujeres escogidas) en asentamientos como Tumipampa, Tumbes y
Pachacámac (Ramírez, 2005: especialmente p. 55). Estas monumentales
construcciones se convirtieron en centros de peregrinación cuyo número
sobrepasaba con creces el de las pocas fortalezas identificadas en las
crónicas, hecho que reitera la importancia de la conversión religiosa para la
empresa imperial inca.
12Además de la
reeducación in situ y
de la conversión de la población, la persona del Cuzco exigía que los hijos de
los líderes étnicos viajaran a la corte para aprender las formas del imperio.
Guamán Poma de Ayala menciona que instituciones formalmente dedicadas a la
educación operaban con este propósito (Guamán Poma de Ayala, 1936 [1613]: 329;
Valcárcel, 1961: especialmente el cap. 7). Tras completar su educación, y a
veces luego de largos años de servicio personal en la corte, algunos de estos
jóvenes regresan a sus comunidades de origen para gobernar como representantes
privilegiados del Inca. Ésa es, precisamente, la historia de Chuptongo, hijo
del curaca de Cajamarca llamado Concacax, mientras se establecía el dominio
inca en la zona. A la muerte de Concacax, su hijo, quien era tan solo un niño,
fue llevado a la corte por Túpac Inca Yupanqui. Allí, Chuptongo aprendió las
artes del mando, convirtiéndose con el tiempo en el tutor del joven hijo del
Inca, Huayna Capac, y ejerciendo incluso la regencia durante la minoría de edad
de éste. Llegado el momento, Chuptongo recibió la autorización de Huayna Cápac
para regresar a Cajamarca y establecerse como gobernante de Guzmango
(Villanueva Urteaga, 1986, II: 337).
13La instrucción religiosa,
apuntara ésta al individuo o al grupo, vinculaba a las poblaciones subordinadas
con un código moral, una ley suprema que constituía uno de los objetivos
principales de la estrategia imperial de unificar a un considerable número de
linajes disímiles. En un contexto sin fuerza policial permanente, y en el
cual el servicio militar se limitaba de ordinario a las temporadas no
destinadas a la agricultura, los incas comprendieron que disponer de un
conjunto de valores comunes era imperativo para organizar una civilización en
expansión. Esto pone en evidencia que el soberano inca, así como los artífices
de la expansión imperial, sabían que, en el largo plazo, la persuasión moral
era un medio más eficiente para mantener alianzas y asegurar lealtades que el
uso directo de la fuerza (Himmerich y Valencia, 1998: 8).
14En parte, esta conversión
religiosa implicaba la incorporación de las divinidades ancestrales de un
determinado linaje al panteón imperial dominado por el Sol. Como se menciona
líneas arriba, los incas tomaron posesión de los ídolos de los dioses vencidos,
ubicándolos en el nivel inferior de la graduación religiosa imperial. A pesar
de que los oficiantes de estas divinidades locales seguían ocupándose de su
culto en la corte, y sus seguidores seguían venerándolos como antes, estos
dioses eran despojados de su lugar preeminente por el Sol. Las divinidades
«cautivas» eran ponderadas y agasajadas según su importancia, siendo
recompensadas o sancionadas anualmente de acuerdo con las predicciones y las
acciones de sus seguidores. Sin duda, los incas llegaron a comprender que los
devotos de un determinado ídolo se mostrarían menos inclinados a cuestionar o ha
resistir la dominación inca si es que la fuente y el sostenimiento del poder
del linaje se mantenía (irónicamente) bajo la «custodia» y «protección» del
Estado. En pocas palabras, la difusión de la instrucción religiosa y la
reorganización de las jerarquías divinas terminaron por imponer la ley suprema
de los incas sobre la costumbre local (Albornoz, 1967: 25).
15Paralelamente a la
conversión y la adopción de las divinidades específicas a cada linaje, los
incas promovieron la reestructuración de las jefaturas étnicas. Ya fuera en la
ciudad del Cuzco o en su desplazamiento por los centros regionales de
peregrinación, los incas itinerantes negociaban con los distintos líderes étnicos
tanto su estatus como los términos del servicio a ellos debido. Los incas
confirmaban a las autoridades adeptas como un medio de establecer y consolidar
su dominio indirecto. Aquellos señores que aceptaron la generosidad
institucionalizada y las ofertas de alianza, recibieron del Inca un conjunto de
insignias asociadas con la autoridad, cuentos como literas, finos tejidos y
dúhos o tianas. Estos presentes reforzaban la legitimidad de los líderes del
linaje, a la vez que cimentaban sus vínculos con el estado en expansión. Para
los señores étnicos, la posesión de una litera conllevaba el privilegio de ser
transportados en hombros por sus súbditos. El señor de Chincha, por ejemplo,
despertó varios comentarios por ser transportado en una litera durante la
procesión de la persona del Cuzco en Cajamarca en 1532. El dúho o Tiana
simbolizaba el ushnu inca,
desde el cual el soberano ordenaba el mundo y administraba justicia (Ramírez,
2005: 185, citando a Pizarro, 1978 [1571]: 37; Martínez Cereceda, 1995).
16El Inca podía honrar
también a un jefe étnico entregándole una o más mujeres. En algunos casos, el
Cuzco ofrecía a los señores más importantes alguna hermana o mujer escogida (aclla) para que éstos las
tomaran por esposas principales. El jefe del linaje podía reciprocar entregando
a una hija o una hermana, a quienes el Inca aceptaba como algunas de sus
esposas secundarias. Un buen ejemplo proviene de Huaylas, caso estudiado
por Rafael Varón Gabai, Waldemar Espinoza Soriano y otros. En Huaylas, Huayna
Cápac contrajo «matrimonio» (casado
a su modo) con dos de sus esposas secundarias, quienes eran hijas
de los señores de las dos parcialidades principales (Ananguaylas y Ruringuaylas
[también Luringuaylas]) (Varon Gabai, 1993: 729-731; Espinoza Soriano, 1976:
especialmente pp. 249, 254). Gracias a esta alianza, la siguiente generación,
es decir los hijos de dichas uniones, permanecieron muy cerca de la persona del
Cuzco. Si la esposa de un señor étnico era hermana del soberano inca, entonces
los hijos de aquel eran parientes directos (sobrinos) del monarca. Mediante el
intercambio de esposas, las autoridades de distintos grupos étnicos y sus
descendientes fueron incorporadas a una gran red de parentesco cuyos miembros
pudieron rastrear su origen común hasta el Sol. La formación de un pueblo
unificado por un mismo origen fue otro de los componentes principales de
la estrategia imperial inca.
17En otras circunstancias,
la alianza y posterior incorporación al imperio eran negociadas. Por sus
méritos extraordinarios, algunos personajes fueron declarados «incas de
privilegio». En otros casos, los líderes de linajes negociaban su estatus y
aprobación. Así, por ejemplo, un líder étnico de Recuay llamado Caque Poma
entregó la vida de su hija como capacocha 8 a cambio de la confirmación de su posición
y de los símbolos externos de su autoridad (Pease, 1990: 195-96; 1991: 68;
Rostworowski, 1988: 147; D'Altroy, 2002: 89; Ramírez, 2005: 123; Hernández
Príncipe, 1923 [1621-1622]: 52, 57; Szeminski, 2001: 163) 9 .
18Las sanciones del Cuzco
en caso de resistencia contrastaban con la magnanimidad y relativa benevolencia
antes descritas. Las fuentes primarias mencionan casos de caciques «alzados»,
así como otras revueltas. La abierta rebelión era suprimida sin piedad.
Fernández de Oviedo alude al caso de un señor de la costa llamado Pabor
(también, Pabur), el cual es testimonio de la violencia imperial:
«E supose que este
cacique era grand señor e tenía mucha población algun tiempo antes, e que
estaba destruida al presente, porque dijo que el señor del Cuzco, padre de
Atabaliba, le había quemado e asolado veinte pueblos, e le había muerto la
gente de ellos porque no le había experado de paces» (Fernández de Oviedo, 1992
[1535-1545, 1559]).
19En otras ocasiones, los
incas remplazaban a líderes sospechosos con individuos de su propia elección.
Esta posibilidad quizás explique por qué los colliques de Lambayeque eran
gobernados, en la década de 1560, por un señor con un nombre quechua (Sancho,
1938: 170; Quipucamayos, 1920 [1541-1544]: 20-21, 52; Betanzos, 1996 [1551]:
107, 121, 128, 140, 215; Caballo Balboa, 1951 [1586]: 290, 298, 314, 331, 335,
338; Fernández de Oviedo, 1992 [1535-1545, 1559], V: 39; 459, 3127v; Justicia
461, 862; Justicia 462, 1769v; y Escribania 528C, 809.
20Para disminuir posibles
focos de resistencia entre los grupos recalcitrantes, así como para utilizar
más eficientemente la mano de obra de aquellos pueblos bajo su dominio, los
incas extraían a algunos miembros de estas poblaciones para que vivieran entre
familias pertenecientes a otros linajes. Esta estrategia cumple dos propósitos.
En primer lugar, neutralizaba la oposición de una población al separar a
algunos de sus miembros del grupo principal. El reubicar a aquellos de origen
no inca entre quienes ya habían sido aculturados y se mostraron leales al
Estado acortaba el tiempo necesario para que aprendieran el quechua, además de
darles la oportunidad de participar en el ya establecido culto solar. En
segundo lugar, este tipo de reubicación era un medio para beneficiarse mejor de
las habilidades de agricultores y de artesanos como los plateros y los
ceramistas (Morales, 1977; Wachtel, 1977; Cieza, 1967: 195; D'Altroy, 2002:
303; Rostworowski, 1989: 275; Espinoza Soriano, 1969-1970).
21Mientras la jurisdicción
política religiosa inca se incrementaba a través de la proliferación de líderes
de linajes adeptos, las estructuras de la autoridad étnica fueron
reconfiguradas sobre la base del sistema decimal. Evidencias documentales
tempranas de Jayanca, Riobamba, Jauja y el Altiplano demuestran que, con
anterioridad a la incorporación inca, los líderes de linajes que asumían el
poder adquirían los nombres de los ancestros. Con el paso del tiempo, dichos
nombres se volvieron sinónimos del estatus adscrito a una determinada posición
(Ramírez, 2006b). La identificación de los grandes señores y de los líderes de
menor rango se volvió difícil al multiplicarse el número de grupos étnicos bajo
la hegemonía inca. Una forma de solucionar la posible confusión fue reemplazar
los nombres particulares con una nomenclatura que indicaba precisamente el
poder y la jerarquía de cada autoridad. Así, además de sus nombres, los líderes
de linajes asumieron un título acorde con la dimensión del grupo al que
lideraban. En teoría, los funcionarios incas identificaban a los jefes étnicos
y a las poblaciones que gobernaban a partir de su tamaño, comenzando, en el
extremo superior, con el número 10 000 familias. La jurisdicción de estos
señores, llamados Hunos,
se divide en unidades de mil familias (guaranga) y éstas en pachacas de cien.
Las subdivisiones de este sistema decimal se prolongaban hasta llegar a la
autoridad (“mandoncillo”) a carga de tan solo cinco familias. Estos
títulos, más que nombres personales e individuos, servían para señalar a las
autoridades imperiales el estatus y rango de cada uno de los líderes subordinados
(Santillán, 1927: 16; Polo de Ondegardo, 1917 [1571], 51; Parssinen, 1992:
380-81).
5. La «mejor defensa es el ataque»
22Desde el punto de vista
de los dominados, la adhesión al culto del Sol representaba la búsqueda de
seguridad en un mundo de mucha inseguridad. La victoria de los incas sobre sus
rivales chancas y sobre otras etnias dejó sentada su reputación y demostró que
tanto él como su pueblo gozaban del favor de una divinidad poderosa, reconocida
por todos como omnipresente y crucial para la supervivencia diaria. A través de
su representante, el Sol prometía ayuda efectiva en tiempos de dificultad. Los
distintos linajes respondían a las solicitudes de ayuda con la finalidad de
garantizar el apoyo del estado en caso de necesidad.
23En un mundo que definía
la riqueza en términos del número de adeptos, la lealtad de las masas, desde el
punto de vista imperial, era un elemento crucial para gobernar y para mantener
el dominio. La tierra per
se no constituía un estímulo en una era sin propiedad privada
y con recursos relativamente abundantes (excepto quizás en los alrededores del
centro ritual llamado el Cuzco, por los españoles, y del lago Titicaca). De
forma similar, el control directo sobre los bienes de intercambio suntuarios y
su distribución tampoco constituía un aliciente debido a que el intercambio en
sí y no el control de los recursos era la forma típica de proveerse de bienes
exóticos, tal como lo menciona Betanzos para el caso de determinadas variedades
de coca (Betanzos, 1996 [1551]: 171-172).
El
acceso a una enorme cantidad de mano de obra constituía la fuente del poder de
la persona del Cuzco, así como el sustento de su capacidad para ordenar la
construcción de determinados trabajos públicos. Las masas construían y
mantenían la enorme red de caminos y mesones (tambos), erigían y cultivaban los
andenes, cavaban y limpiaban los canales de irrigación y transportaban bienes a
los depósitos estatales. Súbditos leales y dispuestos proveían a los incas de
la fuerza de trabajo necesaria para complacer los pedidos de asistencia y para
satisfacer o incluso superar las expectativas de sus súbditos.
La capacidad de brindar protección y ayuda a
los necesitados también suponía el movilizar a uno o más linajes con el fin de
combatir a aquellos rivales que amenazaban la hegemonía inca. Así, a pesar de
que, en el corto plazo, la amenaza chanca provocó una reacción defensiva, la
expansión preventiva fue el principal legado en el largo plazo. Las acciones
ofensivas exitosas —ya emplearan éstos los mecanismos pacíficos de la
invitación y la persuasión o recurrieran en cambio a la fuerza y la amenaza bélica— conllevaban el control de mano de obra
adicional por parte del estado inca, fuerza de trabajo ésta
destinada a satisfacer la necesidad de sustentar o de socorrer a las
poblaciones aliadas.
En pocas palabras, las claves para asegurar
la lealtad de la gente eran la reciprocidad, la liberalidad y la creencia en
que el Inca representaba al dios más poderoso del panteón. El culto solar era
la argamasa, la base sobre la cual fue posible construir una identidad más allá
del linaje particular y cimentar la lealtad hacia la persona del Cuzco y sus
descendientes. Los incas sabían muy bien que desatender los clamores y pedidos
de ayuda o, peor aún, sufrir una derrota, incidirían negativamente en su
prestigio y en el de su dios supremo. Las etnias conquistadas que aceptaron la
supremacía del culto solar esperaban que el Inca actuara como un dios y que
aliviara sus penurias. Sin embargo, el rendir culto al Sol no significaba que
éstas dejaran de venerar a sus propios ancestros fundadores. En realidad, estos
individuos, aparentemente politeístas, practicaban el henoteísmo, según
el cual se adoraba a un dios a la vez con el fin de conseguir diversas formas
de ayuda para distintos propósitos. La lógica detrás de estas creencias
consistía en que, de fallar una divinidad, se podía recurrir a la ayuda de
otro.
24Las numerosas
divinidades, así como las autoridades que las representaban, competían entre sí
por la mano de obra y las ofrendas de una población de potenciales y tal vez
precarios adherentes. De fracasar en satisfacer las expectativas de sus
súbditos, el Inca perdería su estatus de antepasado protector e intermediario
del Sol. Sus súbditos dudarían o inclusive se negarían a responder a sus
solicitudes de mano de obra y de servicio personal. Alternativamente, de sufrir
una derrota, el Inca se vería reducido a la condición de atisqa. En ambos casos,
la persona del Cuzco y su culto enfrentarían una crisis de legitimidad y
caerían en un estatus de subordinación. Los líderes serían eliminados o
reemplazados por su debilidad, mientras que los ídolos antes venerados serían
tenidos en cautiverio por los vencedores. La gente abandonaba el culto en busca
de la protección de otro dios. La congregación de devotos del Sol se
fragmentaría, los trabajos públicos se detendrían, la expansión se paralizaría
y el centro perdería su magnificencia. En un escenario de decadencia tal, el
puesto privilegiado del Sol y de sus representantes colapsarían al buscar las
personas, otros protectores e intermediarios. Así, la supervivencia inca en
tanta élite dependía de la expansión, al menos hasta que todas las amenazas
posibles hubieran sido contrarrestadas. Es cierto que la conquista e
incorporación de las poblaciones fue imperfecta. Algunos grupos étnicos
mantenían relaciones más cercanas y duraderas con el centro que otros. Pero es
innegable que una masa demográfica crucial proveyó a los incas con el capital
social requerido para responder a las expectativas y poder vivir, así como
dioses, convirtiéndose estas masas en el motivo subyacente para la expansión y
la autoconservación 10 .
En la práctica, sin embargo, la extensión
del dominio y del poder de los reyes inca nunca fue completa. La historia de
resistencia y rebelión, especialmente en tiempos de transición, así como la
invasión de los europeos en 1532, demostraron que la aceptación del culto solar
fue más bien superficial y más lenta que el avance de la conquista y la
incorporación (Ramírez, 2005, cap. 3). Además, las distancias eran difíciles de
cubrir, a pesar de los excelentes caminos y de la funcionalidad para la
comunicación del sistema de chasquis. Más allá de las peregrinaciones eventuales, de la participación
en el ritual religioso y de la entrega siempre negociada de mano de obra, la
vida de la mayoría de los campesinos se veía solo ligeramente afectada por las
pertenencias al culto estatal (Hayashida, 2003: 312) 11 . De forma similar, la presencia
del tocricoc (gobernador inca) y
de los jueces especialmente comisionados era más bien esporádica (Nowack, 2004;
Santillán, 1927: 17; Albornoz, 1967: 21). En consecuencia, el sólido control
centralizado era más aparente que real, especialmente en las fronteras sociales
del imperio.
6. El culto imperial como modelo
26La profunda lógica
religiosa reconstruida aquí recupera un ritmo cíclico para la historia andina.
Este mismo esquema de auge y decadencia, expansión y repliegue, puede explicar
el debilitamiento y la posterior desaparición del estado Tiawanaku en tiempos de
constante sequía. En tal contexto, la élite, sin desmedro de los sacrificios
rituales y las plegarias a los dioses, habría fracasado en atraer las lluvias.
El modelo supone que las personas habrían abandonado el culto y su
identificación con la élite, volviendo a recurrir a sus ancestros más
inmediatos en busca de alivio. Sin el capital social necesario para mantener la
esperada reciprocidad, la élite Tiawanaku habría perdido importancia y,
eventualmente, habría desaparecido en tanto poder de alcance imperial (Ramírez,
2005: cap. 4). Esto explica también por qué Atahualpa se quejaba de que sus
sirvientes ya no querían atenderlo luego de su derrota a manos de los
españoles, así como por qué una resistencia más organizada y efectiva fracasó
inmediatamente después de la captura del Inca en noviembre de 1532. El trabajo
de Sabine McCormack, publicado en 1991, demuestra que, entre las poblaciones
locales, los cultos étnicos ancestrales sobrevivieron mucho tiempo más que el
culto solar Inca. No sería hasta el surgimiento del Taqui Onqoy (1565) que, una
vez más, una esperanzada población andina predijo que, abandonando todas las
maneras españolas, sus dioses recobrarían las fuerzas y emergerían una vez más
para liderarlos en una batalla triunfal contra los invasores ibéricos.
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Notas
* Este
texto ha sido traducido por José Carlos de la Puente Luna.
1 Se trata de una forma de sucesión según la
cual un heredero principal recibe el puesto de mando, además de los derechos
inherentes y las tareas del funcionario difunto. Las posesiones personales y
las fuentes de riqueza de éste son asignadas, en cambio, a los otros
descendientes en tanto miembros de un grupo corporativo de descendencia (Conrad
& Demarest, 1984: 91).
2 Un grupo de personas cuya identidad se
basaba en la existencia de un ancestro común. Use el término como sinónimo de
comunidad. Para unas perspectivas sobre lo religioso en la vida de los incas,
véase Pease (1991b) y Regalado (1993: 42, 82, 105).
3 Sobre el concepto de atisqa ,
véase Albornoz (1967: 37) y Ramírez (2005: especialmente el cap. 3).
4 Betanzos identifica a Uscovilca como un
jefe étnico; Sarmiento (1907: 87, 92) hace la precisión de que se trataba de un
hombre que se transformó en un ídolo y un dios; y Albornoz (1967: 28) equipara
el nombre con una huaca (Ramírez, 2005: 98).
Acerca de las piedras como guerreros, véase Garcilaso (1966: 280).
5 Ziólkowski (1991: 63-64) sostiene que el
Sol se volvió el culto principal como resultado de la amenaza chanca.
6 Acerca del número de grupos étnicos, véase
Rowe (1946: 186-92). Acerca del conflicto entre los incas y los chancas, véase
Sarmiento (1907: 87, 91-92) y Sarmiento (1988: 88).
7 Una plataforma religioso-administrativa
central presente en centros ceremoniales.
8 Se refiere a un sacrificio ofrecido al
Rey, usualmente de una persona joven o un niño.
9 Sobre las negociaciones entre el estado
inca y las linajes locales, véase Kaulicke (2004: especialmente 336-337);
Sillar & Dean (2002: especialmente 209-210, 232, 246-247); y Bárcena (2002:
especialmente 278).
10 Véase, por ejemplo, la reacción de las
tropas del Inca cuando Huayna Cápac redujo sus raciones (Cabello Balboa, 1951
[1586]: 375-78).
11 Los incas limitaban el servicio personal
en las minas a un 1 % de la población de un determinado grupo étnico. En tal
sentido, la carga parece no haber sido muy onerosa. Véase, además, Ramírez (1996,
cap. 4) y Cieza (1967: 195).
Susan
Elizabeth Ramírez
Universidad Cristiana
de Texas, Fort Worth, Texas. Correo electrónico: s.ramirez@tcu.edu
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