(2) ENTREVISTAS CON MUJERES INOLVIDABLES
EGILONA, LA REINA DE DOS ESPAÑAS
-¿Por qué me llamas la dama de la encrucijada?
-Porque estáis en el mismo cruce de tres caminos especiales. Y no caminos telúricos, determinantes de distancias y lazos de pequeños mundos, sino caminos simbólicos, hitos de la historia, acertijos cuyas soluciones están más allá de los ojos y de las previsiones.
-¿Y cuáles son esos tres caminos en cuyo lazo me contemplas ahora?
-Ha desaparecido el mundo visigótico, cuyo último rey fue vuestro esposo, don Rodrigo. Se ha tragado aquel mundo de mosaicos, de vidrieras y de códigos el dorado vicio y la inconsciencia estúpida. Casi toda España está sometida a los bereberes de Tarik y a los musulmanes de Muza, ganadores por el duro fanatismo y por la implacable espada desnuda. Pero, ¡oh, mi señora Egilona!, el tercer camino, que parece el más insignificante, está ceñido de interrogaciones. Muza no ha podido llegar más arriba de "Lucus Asturum", una legua pasado Oviedo, hacia el mar. Y, más arriba, esta la "Cova Santae Mariae", en el monte Aseuva. Y aún cuando las crónicas árabes y las cristianas están en desacuerdo, y Abenhayan puede vale tanto como el "Salmanticense" -Sebastián de Salamanca-, y el "Ajbar-Machmúa" no desmerezca del Anónimo cordobés o toledano, todas coinciden en dejar a Pelayo en la cueva de Santa María amparado merced a un prodigio celeste contra los honderos, los saeteros, los vibradores de dardos que acompañan al traidor don Oppas y al caudillo Alkama. Y Pelayo marca el tercer camino, insignificante aún, cuyo término se contempla desde la puerta de casa. Estáis, pues, entre San Isidoro, el cronicón compostelano y el moro Al-Razis; equidistante, por el arte arquitectónico, de San Juan de Baños, Santa Eulalia de Velanio y la mezquita de Córdoba. Ningunas figuras históricas más difíciles de conocer en su verdad y de colocar en su sitio que aquellas que, como vos, Egilona, señora mía, aparecen indecisas, tréboles simbólicos, en una encrucijada. Figuras que ya tienen los ojos o la intención en un camino nuevo, pero que aún llevan en su calzado polvo del abandonado camino. Vos misma, ¿podríais decirme -si es que lo sabéis- qué os aprieta más el corazón: si vuestra mocedad visigoda o vuestra plenitud mozárabe, o la vida que no tuvisteis en la corte de Cangas de Onis? ¿Querríais decidiros ahora, sin reflexión, por Toledo con su Tajo, cinturón de castidad, o por Sevilla, con su festón de siestas calientes del Guadalquivir? Si os fuera concedido, por designios providenciales, salir de vuestra encrucijada..., ¿rectificaríasis vuestro cumplido destino? ¿Os preferiríais reina viuda en Mérida, reina consorte en Sevilla, dama viuda en algún monasterio asturiano patinado ya por los primeros vientos románicos?
-Cuanto has dicho es una gran verdad: Acepto mi situación de dama en una encrucijada histórica. Pero... ya que estáis a mi lado, dispuesto a comprenderme, desearía que la posteridad me sacara de esa encrucijada y que tuviera de mí un conocimiento ceñido y una opinión justa.
-¿Son vago e injusta los que tiene ahora?
-Sí, lo son. Acaso por desconocimiento de muchas cosas. Tal vez por el río de odios que ha ido secando mis orillas. En la conquista de España por los musulmanes, de un lado están éstos; del otro lado, los reconquistadores; y, en el centro, juzgados con encono, los supuestos traidores: el conde don Julián, los hijos del rey Witiza, yo...
-¿Y no lofuisteis? ¿Es falsa esa atribución de ser vosotros los causantes de la pérdida de España cantada en crónicas, poemas, romances y tragedias?
-¡Cuanto engaña la literatura! Pero quiero confesarme contigo ahora que la mentira me está vedada. Traidores, absolutamente traidores, con ese rigor con que la traición ha de ser sentenciada, no fuimos ninguno; ni siquiera el conde don Julián. Porque Olián -su verdadero nombre- era señor de los gomeros y gobernador de Ceuta, y berberisco de raza aún cuando cristiano de religión, gran amigo de Witiza. Y sólo creyendo ayudar a los hijos de éste en la recuperación del trono español consintió en pactar con el yemenita Tarik. Pero tú sabes muy bien, por varios siglos de historia que yo no conocí, que los pactos bélicos, en muchas ocasiones son incumplidos por el más fuerte y exceden con mucho de la intención del más débil. Por cuanto éste podrá ser culpado de imprevisión o de imprudencia, pero jamás de traición.
-Puesto que lo deseáis Egilona, señora mía, os escucharé con respeto, redimido de prejuicios y bien dispuesto a divulgar la verdad que salga de vuestro corazón a vuestros labios.
El cantar del rey don Rodrigo
-Nací en Mérida, la Emérita Augusta Florinda. Ignoro quien inició la leyenda, si cronista cristiano o musulmán. Es cierto, como refiere el historiador Ben-Al-Kuyiya, o sea el "hijo de Goda", que don Rodrigo usurpó el trono de Witiza. ¿No te parece motivo suficiente para que los hijos de éste se aliaran con Olián, gobernador de Ceuta, y para que pidieran ayuda a Tarik creyendo que, terminada la guerra, podrían desembarazarse del yemenita otorgándole la propiedad de sus saqueos?
-No puedes ocultar tu simpatía por los hijos de Witiza...
-No midieron bien su intento, créeme. Pero eran buenos y caballerosos, como lo demostraron más tarde Aquila, en Toledo, Olmundo, en Sevilla, y Ardabasto, en Córdoba, viviendo dignos entre los musulmanes y protegiendo sin miedo a los mozárabes. Cuando tarik desembarcó en esa punta ibérica que luego fue llamada Tarifa, y se atrincheró en ese lugar que después tomo el nombre de monte Tarik "Jabel-Tarik" o Gibraltar, mi don Rodrigo guerreaba en Pamplona contra los levantiscos vascos.
-¿Murió don Rodrigo durante aquella batalla de julio del año 711, dada en los campos de Jerez, a la vista del río Guadalete, no lejos de Medina-Sidonia y del lago de la Janda?
-No murió. Pudo refugiarse en Mérida mal donde se defendió durante una ño. De Mérida escapó también. Y fue derrotado de nuevo en Segoyuela, sierra de Francia. Y murió aquí traspasado su cuello por un venablo arrojadizo.
-¿Odiasteis a don Rodrigo?
-No le odié. Ni con sus amoríos ni con sus ausencias pudo arrancar de mi pecho mis simpatías por él. Fue alegre y generoso; supo perdonar muchas veces a sus peores enemigos; cantaba al ir al combate y cantaba al regresar a a corte cargado de hierro, de polvo y de sangre. Sabía decir con fuego las mejores palabras de amor. A Mérida, donde yo había quedado prisionera, me trajeron el cadáver de marfil de don Rodrigo...
-¿De quién fuisteis rehén, Egilona, señora mía?
-De Abd-el-Aziz, el hijo de Muza. Muza era ya viejo y medía casi dos metros de alto. Su larga barba blanca serenaba en parte una expresión alucinada y un rostro duro y cruzado por las cicatrices.
¿Y Abd-el-Aziz?
-Era muy joven y hermoso. Tenía la barba dorada, la tez morena y las pupilas zarcas y piadosas. Parecía un poeta que batallase para olvidarse de los fantasmas de su imaginación.
El romance morisco de la dama de los lindos collares
-¿Se comportaron caballerescamente Muza y Abd-el-Aziz con la reina Egilona?
-Apenas me vio Abd-el-Aziz comprendí que el amor por mí había prendido en su noble corazón. Respetuoso, sin embargo, como todo el que bien ama, no cometió la menor torpeza que me hiciera odiarle; procuró ganar mi voluntad con largas reverencias y con suaves palabras. Me condujo a Sevilla. Y en Sevilla, con mi voluntad, me hizo su esposa sin intentar que abjurara de mi fe cristiana. ¿No recuerdas que hubo una princesa musulmana, Zaida, que fue reina de Castilla al casarse con don Alfonso VI? Zaida abjuró su religión. Yo no tuve que apostatar para ser nuevamente reina de España. Cuando tarik y Muza marcharon a Damasco, llamados por el califa Ulid, Abd-el-Aziz quedó como emir de la España musulmana.
-¿No dijisteis haber sido reina de nuevo?
-¡Yo hice rey a mi esposo! En Sevilla tuvimos una corte deslumbradora. "Un rey sin corona, es un rey sin reino. ¿Quieres que te haga una con las joyas y el oro que aún conservo?" "Nuestra religión -me respondía- nos impide la monarquía". Pero yo, dueña absoluta de su voluntad, porque lo era de su corazón, excitábale a que se hiciera independiente en España. Por fin, cuando Abd-el-Aziz supo que el califa de Damasco había cortado la cabeza de Muza, dejó de vacilar. ¡Y fuimos reyes de casi toda España, pues sólo existían en dos rincones de ella dos grupos minúsculos de visigodos: el de Pelayo, en Cangas de Onís, y el de Teodomiro, en Orihuela.
-¿Amasteis mucho a Abd-el-Aziz?
-¡Suya y feliz en cuerpo y alma! Me colmaba, incansable, de ternuras y de riquezas. Y porque las perlas más bellas d su reino se ceñían a mi garganta, me llamaba "Ommalisam", nombre que vale tanto como "la de los lindos collares". Porque yo se lo impuse, Abd-el-Aziz fue tolerante con los cristianos, fácil para el perdón. Les permitió sus jueces, sus obispos y sacerdotes, sus rtitos y sus templos, de tal manera, que no eran tanto esclavos como tributarios. Creó un Diván o consejo consultivo de los más sabios, con el cual compartió la dirección de las empresas de España. Estableció magistrados locales con el nombre de "alcaides". Protegió a los petas y a los filósofos.
-¿Cuanto tiempo duró vuestro amor y vuestro reino, Egilona, señora mía?
-Tiempo muy breve. No más que el huracán que nos trae la tormenta. Otra dama goda, casada también con un musulmán, renegada de su fe, envidiosa de mi amor y de mi corona, procuró que los sabios musulmanes, alarmados acusaran a Abd-el-Aziz de haberse hecho cristiano en secreto.
-¿Y no se había hecho, por tu amor, cristiano?
-Cierto que me permitió mi esposo asistir a las antiguas iglesias cristianas. Pero, unidos por lazos cada vez más firmes de amor y de respeto mutuo, Abd-el-Aziz había hecho construir, inmediata a nuestro palacio, una mezquita con cien columnas rojas, donde congregaba al pueblo a la oración. El califa Solimán, sombrío y sanguinario, acogió con avidez la monstruosa acusación y decretó la muerte de Abd-el-Aziz. El primero que recibió la orden de ejecutarla fue el hagib Ben Obeidah el Fehri, amigo y el más inseparable de mi esposo. Terrible pena le acongojó la necesidad de cumplir tan injusto y bárbaro mandato; pero, como fanático islamita, decidió cumplir las que estimaba órdenes de Alá.
-¿Y le asesino?
-Le asesinaron los cinco caudillos a quienes Solimán había encomendado idéntica misión. Un día de la primavera del año 95 de la héjira -el 717 de los cristianos-, estando Abd-el-Aziz desprevenido y rezando en la mezquita la oración del alba, entraron los cinco caudillos y cayó mi esposo... Su cuerpo fue conducido a mi presencia por los cinco caudillos, que ya habían dejado sueltas sus lágrimas.
-¿Qué hiscteis entonces, Egilona, señora mía?uando volví en mí, mecida por el rumor de la fuentecilla que era como el corazón del patio, sobre las losas de éste aún permanecía el cuerpo amado...¡sin cabeza!
-¿Sin cabeza? ¿Y... dónde estaba? ¿Cuando la encontrasteis?
-Jamás pude volver a besarla ni a verla. Los cinco caudillos se la enviaron, alcanforada, al califa Solimán para que comprobara cómo le habían obedecido.
El arco iris coronando la verdad
-La historia nada cuenta de vos, Egilona, señora mía, después de asesinado Abd-el-Aziz. La historia os dejó abrir la puerta grande y de dos hojas del misterio y desaparecer. ¿Cuántos años llegasteis a cumplir? ¿Dónde vivisteis? ¿Qué os aconteció que os hiciera llorar, que os hiciera sonreír de nuevo?
-En el mismo año 717 me retiré a Córdoba, pues los asesinos de mi esposo, de quien fueron amigos, a quien mataron angustiosamente por su fanatismo religioso, me colmaron de condolencias odiadas y me permitieron salir de Sevilla. En Córdoba vivía, según ya te dije, Ardabasto, el hijo más pequeño de Witiza, mi amor de la niñez, que ya estaba casado y se miraba alegre en los seis espejos de sus seis hijos varones. Todos me recibieron como a un ser muy amado y familiar. Aún puedo volver a casarme por tercera vez, porque me pretendió un rico mozárabe llamado Sisberto. Preferí mi viudez de dos monarquías bordadas de recuerdos preciosos. Aún visité en Toledo a Aquila, y a Olián en Almodóvar.
-¿A Olián? ¿Al conde don Julián? ¿Vivía aún el traidor que entregó España?
-Ya te dije que por lo que mas deseaba nuestro diálogo era para aclarar a la posteridad esa leyenda monstruosa que cubre de ignominia a los hijos de Witiza, a Olián y a mí. Aquéllos no hicieron sino... equivocarse. Los acontecimientos anularon sus intenciones. Eso fue todo. Jamás pensaron entregar su patria a los árabes. Los primeros dolidos fueron ellos. ¿Es qué un acaso igual no se ha repetido mil veces en la historia de cada nación, sin que los ingenuos imprevisores hayan sido tachados de traidores? Aquila en Toledo, Olmundo en Sevilla, Ardabasto en Córdoba, conservando los tres su religión cristiana,y ganando gran ascendiente entre los emires, consiguieron grandes mercedes y muchos derechos para los mozárabes, sus hermanos de raza y religión. Sobre todos, Ardabasto se hizo famoso por su talento político como consejero de los valíes y como persona de gran entereza, capaz de hacerse respetar por el primer califa independiente de España: Abderramán I, quién le nombró conde de los cristianos de Andalucía. Olián, el durante siglos prototipo del traidor a una patria que no fue la suya, también se estableció en Córdoba, donde dejó descendencia. Todavía, en el año 937, murió en la ciudad califal cierto Ayub, de quién su reverencial biógrafo dice "que era muy considerado a causa de su noble ascendencia, pues era cuarto nieto de aquél Olián por quien el islamismo había entrado en Andalucía". Puedes creerme: los tres hijos de Witiza y yo dedicamos nuestras vidas a mantener firme nuestra religión entre los paganos; a que pudiera practicarse por los cristianos con la benevolencia de los dominadores, a que los mozárabes no perdieran el gusto y la emoción por cuanto significase unidad con aquel reino astur chiquito que "se ina corriendo", muy poco a poco, por la piel de España como la mancha de aceite. Levantamos capillas y fundamos escuelas. Y jamás en torno nuestro un mozárabe padeció de hambre, de frío o de sed de justicia.
-¿Por qué entonces no intentasteis llegar a la España de Pelayo?
-¡Era tan chiquita aún! Y ya la leyenda nos había estigmatizado. En la España enorme de los árabes teníamos campo más propicio para realizar nuestra heróica tentativa. En la medida de nuestras fuerzas, contribuimos a la reconquista desde los mismos campamentos del invasor. Nuestra misión era interceder por tantos hermanos nuestros como permanecían en la entonces mayor España. A los hijos de Witiza y a mí nos cabe el orgullo de haber iniciado el respeto del musulmán por el mozárabe. Dime: ¿Te parece escasa labor la nuestra?
Fuente: http://ricardomaximojimenez.blogspot.mx/2016/02/historia-de-espana-egilona-la-reina-de.html
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Continuará....
Saín de Robles, Federico Carlos, Enigmas de cincuenta mujeres inolvidables, Madrid-Bercelona-México, DAIMON, Manuel Tamayo, 1963.
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