martes, 20 de febrero de 2018

(6)ENTREVISTAS CON MUJERES 
INOLVIDABLES

MARÍA PITA
La Heroína de los cuatro maridos

María Pita vistiendo uniforme de Alférez Mayor // F. Gutiérrez
María Pita vistiendo uniforme de Alférez Mayor
Fuente: http://www.farodevigo.es/cultura/2016/03/14/enterrada-maria-pita/1422937.html 

"¡Quién tenga honra, que me siga!"


¿Por qué nos mentirá tantas veces la Leyenda? Acaso para poetizar la historia, casi siempre prosaica. Tal vez con el deseo de enraizar el más puro lirismo en cada espíritu. Quizá para orear con un aire suave,. La Leyenda miente. Pero le serán perdonadas sus muchas mentiras, porque con ellas ha entronizado la ilusión en un mundo ya sin melodía.

     A mí, la Leyenda, me había mentido bastante acerca de María Pita. Me había mentido, lo primero, su nombre y apellido... que no eran los rotundos y eufóricos de María Pita. Me había mentido en lo referente a su presencia física, presentándomela como una adolescente rubia y esbelta, de ojos claros y ademanes de musa romántica, cubierto su cuerpo núbil con una brillante armadura nielada d cruzado. Me había mentido en lo tocante a su alma y a su temperamento, pues me la recomendó delicada de pensamiento y de acciones cándidas, culta sin empacho y de señoril ascendencia. Naturalmente, esta María Pita rimaba en musicalidad y consonancia con La Coruña casi legendaria de mis conocimientos históricos: la Brigantia, que nació en el golfo de los Artrabos, sobre aquella casi isla que se adentró en el océano como pronta a fugarse de las costas nativas, y que recordó a los mercaderes de Tiro, la imagen de su ciudad, pues aquélla, como ésta, era abrazada por las olas en una posesión sin desfallecimientos. La Brigantia, con su torre faro dedicada a Hércules y que, a semejanza de la famosa Belus, tenía forma de pirámide y se ceñía exteriormente, hasta el ápice, con una rampa espiral por la que podían ascender enormes carretas tiradas por bueyes rubios y cornalones. Con La Coruña de mis evocaciones rimaba, sí, perfectamente, aquella María Pita que la leyenda me había mentido.Pero...

     ¿Qu¿e tenía que ver aquella María Pita con esta que a mi lado estaba, sentados los dos sobre sendas rocas del alto acantilado en la borrascosa ensenada de El Orzán? Mientras María contemplaba sin traslucir sus impresiones, iba yo pídiéndole, sin palabras, cuentas estrechas a la Leyenda acerca de cada una de sus enormes mentiras. Porque ya estaba en pleno conocimiento de las verdades en que me removía para la perduración la heroína gallega. Que no se llamaba maría Pita, sino María Mayor Fernández de Cámara Pita; nombre y apellidos mucho más comprometidos con la burguesía que con el lirismo. Que no era ya joven ni doncella, sino treintona y viuda, ni esbelta y deliciosa, sino gallarda, con mucho peso y dura de gestos y de ademanes; ni culta ni señoril, sino analfabeta -pus firmaba con una cruz- y de familia sin reconocidos pergaminos; ni iba cubierta con media armadura nielada, sino metida en corpiño y sayas  y media sde colores crudos con tramas gordas. No, nada tenía de semejante esta oronda y respingona heroína gallega con la Juana de Arco poemática, paradigma de la fragilidad heroica. Más mentiría yo también si dijera que mi paso de la Leyenda a la Historia habíame decepcionado. ¿Por qué los héroes han de ser siempre dechados de perfección física y moral? Es preciso que el heroísmo, a veces, se reboce en la sencillez y se reduzca a la humildad. Como en este caso de María Mayor Fernández de Cámara. Seguro estoy que ella no advirtió mi chasco; y eso que la muy ladina y muy maestra en gramática parda, me estuvo observando un gran rato; el mismo que dediqué a mi primera y ansiosa contemplación de su persona.

-Desde aquí, girando la cabeza, puedes ver todo el escenario que interesa a tus recuerdos y sobre el que aconteció el episodio que me hizo famosa.

     Siguiendo su consejo, mira a un lado y otro, y completé mi inspección dando mi espalda al mar. Aquella era La Coruña del siglo XVI.



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Fuente: http://www.bandeiragalega.com/es/comarca/coruna.htm

A mi derecha aún más avanzado en el mar, el faro de Hércules con algo de torre de Babel; muy cerca de él, la torre redonda de San Amaro, con almenas y aspilleras; a continuación , hacia nosotros, el arrabal de la Pescadería, los molinos de viento, los conventos de San Francisco y Santo Domingo; el monasterio de Cambre y la parroquia de santa María de Oza... Todos ellos, en ruinas. A nuestras espaldas, la ciudad alta ceñida de una sólida muralla, a lo alto y a lo bajo,  de los altozanos sobre los que fuera construida la Brigantia de los Artabros, al abrigo de los constantes ataques de los piratas.

-Me gusta tu ciudad, María Pita.
-Más te gustaría si la hubieses conocido intacta y alegre, antes que los ingleses redujeran a escombros sus arrabales marineros. Yo la contemplo con una tristeza infinita. Desearía mirarla siempre con los ojos cerrados.
-Pero me parece tu ciudad muy pequeña.
-Y lo es. La Pescadería era un barrio mayor que la ciudad alta. Tiene ésta dos parroquias y doscientos vecinos. Y aquél seiscientos vecinos y tres iglesias.
-¿Naciste aquí?
-Aquí nací el año de 1562?. Tuve varios hermanos. ¡Y, extraña coincidencia, una de mis hermanas se llamó María! Ella fue, sí, la segura María Pita. Mi familia era pobre. Trabajábamos la tierra. No tuve ocasión de aprender a leer y a escribir. Pero fui laboriosa, decidida, cantadora, bailadora y muy noviera. Me gustaba asistir a las "fiadas", reuniones de mujeres, al anochecido, para hilar la lana y murmurar; y a las "enchovadas", desafíos de mozas y mozos en requiebros de amores ya en tono zumbón, ya en tono doliente. Doliente y zumbona es el alma gallega.

Amores a cuatro esquinas

-Asegura la historia que te casaste cuatro veces, María Pita.
-Cierto. Y acabé con mis cuatro maridos, ninguno de los cuales era alfeñique, ni pamplinero. Y fui feliz con los cuatro, siendo ellos bien distintos en cuerpo y alma, en gustos y profesiones. Mi primer marido fue Juan Rois, militar sin graduación en su juventud, y, ya casado, hombre atento a cuanto se terciase sin menoscabo de su honra. Me dejó una hija hermosa y soñadora, María Alonso. Casé después con Gregorio de Rocamunde, carnicero.
-¡Carnicero! Un famoso escritor y fraile, Fray Benito Jerónimo Feijoo, dijo que el oficio de carnicero era el más degradante luego del de verdugo.
-¡Bah! Gregorio era fornido, bravo, alegre, pausado, de mucha filosofía. Y en tanto le estimé yo y tampoco me irritó su oficio, que muy envuelta en refajos y delantales, me hice diestra en las cuchillas y supe rebanar un mondongo y cortar unas costillas. Murió mi Gregorio heroicamente, a mi lado, en lo alto de la muralla, siendo buen verdugo de muchos ingleses. ya ves cómo, a veces, eso que contó el fraile de la vergüenza del verdugo se convierte en profesión muy honrosa. El dolor que sentí viéndole muerto y sonriente a mis pies me ordenó que tomara rodela, casco y espada. También te diré que, combatiendo por algo que te parece grande, el dolor se convierte en rabia.
-Sin embargo, no le guardaste mucho luto.
-Un año. Necesidad y temperamento. A fines de 1590 me uní al capitán Sancho de Arratia, pobretón y fanfarrón, valiente y vago, bebedor y faldero. Me dejó una hija piadosa y feúcha: María Francisca. ¡Contrastes" Murió en 1595 de un torozón tomado a cuenta de una comilona de aldea. Tomé cuarto esposo en 1599. Fue don Gil de Figueroa, hidalgo de mediana prosapia y de alguna hacienda en San Pedro de Nos y en Lendoño, término de Cullaredo. También me vivió poco. Murió de acidia, que dicen es enfermedad muy hidalga. Y me dejó dos varoncillos: Juan y Francisco. Por entonces empezaron mis trifulcas y cicaterías con los parientes de mi don Gil. Porque para mantener a mis cuatro hijos, no me bastaba la pensión de alférez en servicio permanente que me concediera su majestad el rey Don Felipe II, a raíz de mi hazaña bélica; pensión que consistía en diez escudos mensuales, a pagar por la Contaduría de la Gente de Guerra de La Coruña. Se me casó mi María Alonso con Gregorio Vázquez Bernia, quien tenía fama de picapleitos y urdequerellas. Pero al año de casada abandonó al marido y se volvió a Lendoño conmigo.
-Cuanto me cuentas, María Pita, de ti, de tu ascendencia, de tus maridos, de tus hijos, me parece... ¿No te enfadarás si te digo que parece vulgar y de todos los días en todas partes?
-¿Por qué he de enfadarme? Yo no fui sino una mujer española, como tantas, que tuvo en su vida un momento de elección providencial y... que lo supo vivir. Te juro que otras mujeres coruñesas se batieron con el mismo denuedo que yo. ¿Por qué sólo mi nombre ha pasado a la historia? Mi hazaña fue un paréntesis entre dos largos plazos de vulgaridad. A partir de 1589, más casada o más viuda, con más hijos, más maciza y poseída del demonio de la lucha y del demonio de la vanagloria, tuve predisposición a la gresca, a las palabras violentas, a los manoteos sobre los rostros de pretendientes y burlones. Quedé, sí, calificada de hembra de armas tomar.
-¿Me querrías contar como fue tu hazaña?

Pequeña Ilíada y minúscula Odisea

-Yo estaba muy acostumbrada a climas de guerra. En La Coruña se formaban las armadas; de aquí salían las naves para la América. Por su cercanía con Inglaterra se escogió La Coruña, para que de sus playas zarpase la famosa  "Invencible". ¡Que yo presencié entusiasmada su gallarda salida, sin dudar un momento de su destino glorioso y... la vi regresar desarbolada, disminuida, oscura! Aquí murieron de enojo marinos tan insignes como Recalde y Oquendo.
-¿Cuándo empezó, cuanto duró el sitio de La Coruña por los ingleses?
-Pocos días: del 4 al 17 de mayo. El enemigo hallo desapercibida a la ciudad. Se esperaban sus ataques, según oímos, por Bayona. Sólo cuando los vigías del faro de Hércules y del cabo Prioiro anunciaron que se acercaban las velas luteranas, nos entraron las sorpresas y los temores. Porque la guarnición era escasa, no había balas, faltaban las mechas, y a un milagro debióse, sin duda, que no faltase también la pólvora.
-¿Quién mandaba la plaza?
-El capitán general, marqués de Cerralbo, quien dio órdenes tajantes para meter la gente y las provisiones en la ciudad alta amurallada y en el fuerte de San Antonio, dejando la Pescadería, barrio bajo de los mareantes, entregada a su infortunio. Desde las murallas, poseídos de rabia y de odio, presenciamos la llegada de ciento cuarenta y dos bajeles, al mando de los cuales venían los almirantes Drake y Norris, y el fácil desembarco de miles de hombres bien armados y con torres de madera; y cómo ellos incendiaban los conventos y las casas, luego de saquearlos. Cuando los ingleses fueron rechazados, se calculó su botín en doscientos mil ducados.
-¿Y no acudieron socorros a La Coruña?
-Algunos. Santiago nos envió ciento treinta estudiantes d su Universidad, mandados por el alguacil mayor del obispo, con espadas herrumbrosas y mosquetes ahorquillados. Orense nos mandó doscientos arcabuceros y ochenta piqueros, a cuyo frente estaba el capitán Pardo de Riba de Neira. Betanzos nos socorrió con ciento cincuenta infantes, a las órdenes de don Juan de Gonzalve y don Pedro Ponce de León. No muchos refuerzos ¿verdad? Más aún cuando el marqués de Cerralbo capitaneaba la plaza, quien de veras dirigió la defensa heroica y feliz fue el capitán don Juan de Varela, bien asistido por otros ilustres capitanes, algunos de cuyos nombres recuerdo: don Antonio Cores, don Pedro de Menchaca, don Vasco Rodríguez de Gayoso, don Pedro de Sotomayor, don Pedro de Ulloa, don Juan de Luna, don Lorenzo Montoto... Me parece recordar que fue el 8 de mayo cuando los ingleses decidieron el asalto general, arrimando sus torres a nuestras murallas. Hombres y mujeres acudimos a la defensa. Ellos combatían con lanzas, espadas, mosquetes. Nosotras con piedras, aceite y pez hirvientes, navajas y alaridos histéricos.
     >>En los primeros días les hicimos seis mil bajas; nos ayudaron mucho la embriaguez de los asaltantes y que les estallara, a causa de una mala salida de gases, una mina que habían solapado contra la muralla. Nos enviaron un parlamentario tremolando bandera blanca. Pero el marqués de Cerralbo, más seguro de la eficacia de la defensa, se negó a recibirlo. Decisión que por parecerles humillante, motivó que los luteranos se lanzaran con mayor resolución y número contra nosotros. Gregorio de Rocamunde, mi pobre carnicero poco más que un verdugo, defendía una almena sin perder su sonrisa, próximo a mí, que le iba proveyendo de armas. Le tumbó un balazo. Y en la almena aparecieron varios ingleses, a cuyo frente iba un capitán joven y rubio tremolando un estandarte azul con tres leones dorados. Mi dolor, ya convertido en rabia, me puso rodela en el brazo izquierdo y larga espada en la mano derecha. Me abalancé a la brecha, hundí mi acero en el pecho del rubio y juvenil abanderado y le arrebaté el estandarte para agitarlo con furia de alegre energúmeno. Mi acción y mi gesto dieron renovados bríos a mis compatriotas. Se retiraron los ingleses, dejando centenares de muertos al pie de las murallas. Pero también nosotros contamos las bajas por centenares. Muchos hombres, sí; pero por cada diez de ellos, dos mujeres. Y hasta alguno de aquellos niños heroicos que como en juego casi celestial nos llevaban a las mujeres canastos con piedras, pucheros con aceite hirviendo, mechas encendidas. El 19 de mayo, los bajeles ingleses desaparecieron en la niebla. La Coruña, por aquella vez, se había salvado. En conmemoración de tan afortunada jornada, el Concejo confirmó el voto que hicieron unos cuantos vecinos el día 8, encomendándonos a María y a Santo Domingo, para que les asistiesen, no permitiéndoles rendirse. ¡Ah! Por si te interesa te diré que fue el día 14 cuando realicé mi hazaña, que duró apenas quince minutos.

Ese gran minuto para morir...

-¿Quién renovó en las paces la gloria de tu hazaña bélica, recordándola?
-El marqués de Cerralbo en unos Memoriales o Relaciones que remitió al rey Don Felipe II, en los que fantaseaba mucho con la mejor intención. Y acaso le pareció oportuno añadir la poesía de una mujer heroína. El monarca, en Reales Cédulas, me concedió el empleo y los gajes de alférez en servicio. Mercedes que extendió su hijo don Felipe III, amis descendientes, en 1606, porque yo con heroísmos había combatido con lanza, rodela y casco y proveído de bastimentos, colchones y refrescos traídos de mi casa a cuantos defendieron La Coruña contra los bandidos del almirante inglés Drake.
-Supongo la popularidad que alcanzarías en tu tierra gallega...
-Ysupones bien. Se me respetaba. Se me elogiaba de continuo. Y se me permitían, si la debida corrección, mis acrecentados alardes de mujer bravía multiplicados para defender a mis hijos de la rapiña de los parientes de mi cuarto esposo, don Gil, contra quienes interpuse querellas y pleitos. También me manifesté insolente con cuantos militares llegaban con boleto de alojamiento, negándome a recibirles. A uno de ellos, el fatuo y grosero capitán Peralta, puse mis manos en sus mejillas. Como yo percibía mi pensión por la Veeduría de Guerra, estaba sujeta al fuero militar, y mi desafuero me costó dos años de destierro... cuyo cumplimiento pude diferir bastante y no cumplir sino la mitad, muy amparada por las Reales Cédulas y la dilección respetuosa de mis paisanos.
-¿Y... después María Pita? ¿Viviste aún muchos años?
-Mi vida fue larga, dura, varonil. Cultivé las rescatadas tierras de mi cuarto esposo. Arrendé parcelas en Santiago de Sigras. Vendí directamente el pan que amasaban mis manos y el vino de mis viñas. Dirigí las matanzas anuales de cerdos, en las que me hizo maestra Gregorio. Entregué vacas a préstamo. Supe como nadie lograr el "botelo" que, cocido con tripa gruesa, componía con la carne sobrante del cerdo, pimienta, ajo y el indispensable "hojón de laureiro". Eduqué a mis hijos para hombres de bien, y amis hijas, para heroínas de sus hogares.
-Me maravillas, María Pita, con tus sinceridades. Casi nadie quiere ser sincero en la vulgaridad. Tú, sí. Que la Historia te lo tenga en cuenta. Sin embargo...
-¿Qué?
-Veras. Tanto tu hazaña de menos de un cuarto de hora, como tus sencilleces y trabajos de más de sesenta años, me sobrecogen. ¡Que no es proeza menuda sobrevivir con humildad a una culminación perdurable! Pero... acaso te hubiera valido más, siempre pensando en tu aureola sobrenatural y no en tu humano destino, que....
-Sé lo que vas a decirme. Que más me valiera morir en ese minuto que los designios celestiales preparan para cuantos deben perder sus vidas por los motivos de excepción. Sí, yo debí morir atravesada por una espada o agujereada por un balazo, sobre la muralla, sin dejar de agitar la bandera apresada al inglés, sin interrumpir mis patrióticos gritos. Mi muerte, entonces, hubiérame liberado de muchos años de vulgares heroísmos caseros. ¡Dios no lo quiso así, y me dejó ese minuto en el que debe morir quien ya cumplió su mejor destino! Las mujeres no solemos poder o saber aprovecharlo.
-Sí; recuerdo a Agustina de Aragón, a la condesa de Bureta y a doña María Pacheco.
-¡Bah! No siempre una piedra preciosa resplandece en su soledad, engarzada en oro. también, en ocasiones, gusta hallarla como perdida en un revoltijo de baratijas. La apreciamos así mucho más. Acaso porque no esperábamos encontrarla.

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http://www.farodevigo.es/cultura/2016/03/14/enterrada-maria-pita/1422937.html 

http://www.bandeiragalega.com/es/comarca/coruna.htm

Saín de Robles, Fernando Carlos, Enigmas de cincuenta mujeres inolvidables, Madrid-Barcelona-México, DAIMON, Manuel tamayo, 1963.










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