jueves, 22 de febrero de 2018

(7) ENTREVISTAS CON MUJERES INOLVIDABLES

ISABEL CLARA EUGENIA

"La novia de Europa"

Algunos de cuantos me leéis habréis visitado el Museo del Prado en una tarde soleada y limpia de octubre. Generalmente, a estas horas, hace ya bastantes años, los visitantes eran pocos y muy selectos, y procuraban amortiguar sus pasos, reprimir sus toses y pasar de una sala a otra como en vilo.
     Hacia las cuatro de la tarde, las salas del Museo del Prado ofrecen, desvelada, la golosina de cada uno de sus secretos. Yo no recuerdo una luz más sorprendente, ni un silencio más emotivo y hurgador, que los de tales salas a tal hora. La luz llega muy filtrada, dorada, pero mate, tibia, melancólica, sin sombras aún, pero sin reflejos ya; es una luz que cala sin herir y que acaricia erizando nuestro vello, que añora los ensueños y que clarifica las reflexiones; es como la luz creada para envolver la definitiva paz del alma.
     El silencio nos parece absoluto, y, sin embargo..., no es un silencio mudo. Ningún ruido ni rumor con resonancias rompe o araña tal silencio. ¿Cuáles son sus palabras? Acaso no son las suyas, sino las que nosotros reprimimos y quisiéramos vocear: palabras de asombro o de inquietud, de súbita angustia o de lentos reconcomios. Acaso son las palabras que quedaron prendidas, sin emisión posible, en los labios de cuantas criaturas se han eternizado en las pinturas.
     En estas salas con luces opalinas y calideces de lino. hay algo que siempre está en inminencia de cuajarse de realismo tan actual como actuante: las sonrisas asustadizas de las reinas, infantas,, azafatas y meninas; el empaque fanfarron de los monarcas, nobles coronados y caballeros de hueso dulce de Toledo; la gracia alocada de los bufones y de las locas; el ascetismo a palo seco -al que dieron ortodoxia Ribalta y Zurbarán- de monjes y ermitaños.
     Pues en una de estas salas, hace ya mucho tiempo, una tarde soleada, calma y limpio de otoño, yo me enamoré por vez primera, apasionadamente. Aun cuando en el retrato la bellísima criatura apenas contaba doce o trece cuajadas primaveras, ya sabía que contaba más de tres siglos y medio. Y yo acababa de cumplir los dieciséis años. La criatura que así movió, removió y conmovió mi corazón adolescente, desde nuestro primer encuentro, se llamó Isabel Clara Eugenia, y su prodigioso retrato lo había pintado Sánchez Coello, el artista misógino que más angustias redujo a melancolía y más miserias físicas dignificó con calideces doradas y pliegues de brocados y terciopelos.

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Isabel Clara Eugenia, 
(Alonso Sánchez Coello, Benifairó del Valls, Valencia, 1531)
Fuente: https://www.museodelprado.es/en/the-collection/art-work/the-infanta-isabel-clara-eugenia-and-magdalena/f5bad972-2c95-4b8d-8f73-6ed6151cc0b8 

     Mis dieciséis años quedaron pasmados ante aquella encantadora criatura que en cualquier momento podía mirarme, y dedicarme su vaha sonrisa de alba, y ofrecer, a mi beso jubiloso y esclavo, aquella manita empalidecida entre joyas y encajes.
     Muchos años después, ya eliminado el romanticismo de mi vida, volví a detenerme ante el retrato que de Isabel Clara Eugenia pintó el maestro de Benifaró; y precisamente, hacia las cuatro de la tarde de un día calmo, limpio y soleado de octubre. Y sentí esa impresión angustiosa que paladea quien vuelve a encontrarse con el primer y fracasado amor de su vida.
     
La Isabel Clara Eugenia de Sánchez Coello

Allí estaba la seductora niña del pañuelo, con su imperceptible sonrisa de ojos, su enternecida unión de labios y su empaque de mujercita que juega entre la crisálida y la mariposa. Y volvió a pasmarme con el tocado gracioso y la tiesa golilla recogiendo el bello rostro; con la apostura de su cuerpecito núbil dentro de la blanca saya entera, labrada de oro; con su mano derecha suavemente apoyada en el respaldo del sillón y la izquierda caída, anillada, y sosteniendo con idéntica suavidad el pañuelito de encaje.
     Durante unos instantes sentí con tal intensidad la vida real de aquella infanta inolvidable, que tuve por cierto que, de no hablar yo, sería ella quien tomara la palabra.

-¡Isabel Clara Eugenia! Yo, que a tantas mujeres, como tú, de excepción, he interrogado, suspicaz o perspicaz, sonsacándoles su verdad jamás conocida..., no quiero preguntarte nada, pero te lo quiero decir todo. Y deseo que tú me contestes que si o que no, sencillamente, a puras sonrisas. ¡Qué más puede ser cierto de ti, desde que naciste al alba del 12 de agosto de 1566, en el palacete de argamasa, ladrillos y pizarra de la silva pinariega de Balsaín, hasta que posaste para Sánchez Coello, ojo sagaz que te iba espantando los pudores para que desnudases el alma? Yo sé que cuando tú naciste las truchas saltaban en los arroyos, y los venados fingían retozos para los frisos del bosque, y las brisas de Siete Pinos rizaban las aguas hondas de los hontanares.. Yo sé que tuvieron ante la pila bautismal una hembra legítima y un varón bastardo: la princesa viuda de Portugal, doña Juana, y el serenísimo señor don Juan de Austria, tus tíos paternos; y que te ungió con el carisma del sacramento monseñor Castagna, nuncio de Su Santidad y futuro papa Urbano VII; y que te pusieron Isabel, más que por tu madre, la dulcísima Isabel de Valois, por tu tatarabuela Isabel de Castilla, unificadora de España; y Clara, porque el almanaque santoral lo exigía; y Eugenia, por que truxiste el santo, es decir: la hermosura.

Yo sé que un año después de nacer tú, nació tu hermana Catalina Micaela, y otro más y murió tu bella madre, aquella Isabel de la Paz, único amor del rey don Felipe, tu padre; y que tuviste por aya a la duquesa de Alba; y que pudiste olvidar tu orfandad gracias a la constante compañía jubilosa, en los jardines del Alcázar y en los sitios reales, de Catalina Micaela y de tus alborotados primos Alejandro Farnesio y los archiduques Rodolfo y Ernesto de Habsburgo; y que pasaste inolvidables días curioseando en las Descalzas Reales, fundación de tu tía y madrina, doña Juana; y que te entrevistaste por primera vez, en la Torre Dorada, del Alcázar, con tu angelical madrastra, casi de tus mismos años, la reina dona Ana, que fue para ti como una adorable hermana mayor. ¿Verdad, Isabel Clara Eugenia, que el día de la Trinidad de 1575, seguida de Catalina Micaela y de otros muchos chicos de la Corte y del pueblo, en el convento de San Lorenzo el Real, el obispo de Segorbe, don Francisco de Soto, os otorgó el sacramento de la confirmación, y que uno de los chicos plebeyos, como creyera que el bofetón episcopal fue más recio que lo necesario en liturgia, se descaró con el prelado, llamándole "hijo de puta", entre las risas desbordadas de todos los presentes?

¿Verdad Isabel Clara Eugenia, que fue un año de sustos el de 1577, porque como presagiaron los agoreros y repitieron los enanos y las locas de palacio, terminaba en 77, equivalente a once veces siete, y por ello llegaba demasiado setenado; los cuales presagios se cumplieron, n partes en vísperas de la Magdalena -julio y séptimo mes, séptimo de la luna y día 21 o tres sietes-, cayendo un rayo, en medio de un trueno, sobre la torre del poniente del monasterio de El Escorial, que prendió fuego al chapitel y derribó once campanas y tiró al jardín la incandescente bola del remate, sacándote del mejor de los sueños, para llevarte a la más real de las pesadillas?

¿Verdad, Isabel Clara Eugenia, que recibiste la primera comunión en el santuario de Guadalupe, ante la venerada Virgen del Vaquero, y hay quien dice, de mano de tu primo y futuro esposo, el cardenal Alberto? ¿Verdad que te gustaba lo que más permanecer en el amoroso hogar, tan cálidamente íntimo, del Rey Prudente, en "cuya cámara frecuentemente despachaba tu adorado padre su correo, en presencia de la reina Ana, que vertía polvos de la salvadera sobre los pliegos ya terminados y los entregaba a sus hijastras -tú y Catalina Micaela-, sentadas a los pies del bufete, para que vosotras los llevaseis de puntillas, extendidos sobre las palmas de vuestras manitas, hasta la puerta de la estanca, donde los recibía Sebastián de Santoyo, ayuda de cámara de papeles, fiel, de gran secreto, que los pasaba, para su sello y signo, a los secretarios de turno?

¿Verdad Isabel Clara Eugenia, que coleccionabas, con amoroso celo, las cartas que te enviaba tu padre desde lejanas tierras; y que ibas a buscar a Aranjuez fresas y ruiseñores; y que te encendiste de gozo, pensando que pudiera ser tu esposo tu tío Juan, el de Lepanto, o tu primo Sebastián, el Alcazarquivir; y que en Aranjuez, en El Pardo, en La Fresneda, en El Quejigal, en Balsaín, te envanecía sentirte "ama de la casa" del rey don Felipe, y hacer los honores de ella a príncipes, embajadores y ministros; y que sentías una gran predilección por El Escorial, porque su monasterio era como un hermano tuyo, mayor en sólo tres años, que iba creciendo a tu par, y que te apasionaban las distracciones al aire libre: la equitación, la cetrería, la flecha, el arcabuz, perseguir al ciervo, correr las liebres, tirar al blanco?

¿Vrdad, Isabel Clara Eugenia, que nada más de interés pasó por tu vida entre el día 12 de agosto de 1566, en que naciste, y ese otro día en que posaste para que Sánchez Coello te pasara a la eternidad de la gracia, ya que tantas muertes familiares como te sesgaron eran sucesos casi previstos?
     Y la Isabel Clara Eugenia adolescente pareció inclinar su cabeza para confirmar mis evocaciones con un sí...
     

Postales: Postal de Felipe de Liaño - Isabel Clara Eugenia - Hauser y Menet, nº 209 - Foto 1 - 36788566
Felipe de Liaño
Fuente: https://www.todocoleccion.net/postales-arte/postal-felipe-liano-isabel-clara-eugenia-hauser-menet-n-209~x36788566


 Isabel Clara Eugenia
Fuente: http://ha5lustrosdespues.blogspot.mx/2013/06/retratos-en-miniatura-de-sofonisba.html
Fuente: 
ARCHIVO ESPAÑOL DE ARTE, LXXXII, 327 JULIO-SEPTIEMBRE 2009, pp. 285-316 ISSN: 0004-0428

Pero..., ¿verdad, Isabel Clara Eugenia, qué ignoras porque no puedes amar? Ya se ha casado tu inseparable hermana Catalina Micaela con Carlos Manuel, duque soberano de Saboya; ya se malograron tus bodas con el duque de Alecon, con los reyes de Escocia y Polonia, con el duqu de Mayenne, con los archiduques Rodlfo, Ernesto y Roberto y hasta con el pantagruélico hugonote Enrique IV de Francia; ya parece no existir en Europa monarca o príncipe capaz de arrancarte del amor encendido y egoísta de tu padre... ¿Porqué Isabel Clara Eugenia, te está vedado el amor de amar? ¿Tiene miedo el rey don Felipe que se le mueran todos los hijos varones y seas tú la llamada a sucederle? ¿Tiene entristecido y amargado, cosechador de odios y traiciones, necesidad absoluta de ti?
Ya para siempre, mientras él aliente, tú,  de tan despejada frente y mirada, de tan resuelta apostura, le precederás donde él vaya, o le prestarás tu brazo para que se asegure en él, quien sostiene sin esfuerzo aparente la mitad del universo mundo? ¿Es verdad lo que escribió fray Juan de San Jerónimo: "que todas las veces que el rey nuestro señor andaba por el monasterio llevaba consigo a la infanta doña Isabel, sola, sin damas ni dueñas de honor"?

Tú, Isabel Clara Eugenia, pareces haberte resignado alegremente con tu sino. Y aceptas con el mejor ánimo alegre la constante compañía paterna; y el leerle y el escribir cuanto te dicta; y el reflexionar con él los más comprometidos negocios del Estado, y el limpiarle con mano de seda sus lágrimas vergorzonsas, sus llagas y sudores; y él dominar sus insomnios con tus besos sobre su frente... Ya, ¡oh Isabel Clara Eugenia!, cortesanos y embajadores están asombrados de tu inmenso amor filial; y son estos quienes proclaman en sus cartas a las cortes europeas tus excelencias de cuerpo y alma. "Di rara et suprema belleza", afirman unos. Virtuosisima et gratiosisima signora, compendian otros. Pero tu pareces no advertirlo. Y ya se te pasa el tiempo, porqu sabes que tu padre ha reclamado ya varias veces tu presencia.

Pero..., ¿verdad, Isabel Clara Eugenia, que soportas con gozo fiero tu feroz destino? Cada una de tus renunciaciones ha exaltado tu excepcional femineidad. Su Santidad te ha enviado la Rosa de Oro, reconociendo así una soberanía que no alcanzaste aún. El poderoso Felipe II, sus ministros, sus generales, sus embajadores, nada determinan sin conocer tu opinión, que casi siempre es la que prevalece. Tu hermano Felipe, el futuro monarca de dos mundos, a nada se atreve con vuestro padre si tú no le sirves de mediadora. Pretendida durante más de cinco lustros por emperadores, reyes, príncipes y pueblos, caídos implacablemente cuantos tronos levantó para tí la ilusión..., reinas sólo en el corazón de un padre decrépito, asediado por los dolores y los fantasmas...

¿Verdad, Isabel Clara Eugenia, que basta a tu orgullo haber sido el corazón sustentador del monarca Brazo de la fe? Sí, ya sé que en tus brazos ha de morir tu padre, y que te casarás al fin y que reinarás, y que acudirán a consultarte peliagudas cuestiones de gobierno tus antiguos pretendientes, reyes poderosos de Europa... Pero esta segunda parte de tu vida ya no me interesa. Tu singularidad gloriosa la conseguiste en tu niñez, en tu juventud. Y contemplándote en esos retratos del Museo del Prado, alas primeras horas de la tarde de un día calmo, limpio y soleado de octubre, muchos hombres, ilusionados como yo, se enamorarán de tí, sabiéndote tan inmortal, tan inminente de provocar mortales amores, que en el momento menos pensado puedes mirarles, y sonreírles y hablarles...

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//www.museodelprado.es/en/the-collection/art-work/the-infanta-isabel-clara-eugenia-and-magdalena/f5bad972-2c95-4b8d-8f73-6ed6151cc0b8 

//www.todocoleccion.net/postales-arte/postal-felipe-liano-isabel-clara-eugenia-hauser-menet-n-209~x36788566

http://ha5lustrosdespues.blogspot.mx/2013/06/retratos-en-miniatura-de-sofonisba.html

ARCHIVO ESPAÑOL DE ARTE, LXXXII, 327 JULIO-SEPTIEMBRE 2009.

Saín de Robles, Fernando Carlos, Enigmas de cincuenta mujeres inolvidables, Madrid-Barcelona-México, DAIMON, Manuel Tamayo, 1963.











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