jueves, 7 de junio de 2018


(2)EL MARONISMO




Los Cristianos en el Líbano

Ser cristiano es recibir el sacramento del bautismo y creer en Jesucristo. Fue en Antioquia donde los discípulos de Cristo recibieron, por primera vez, el nombre de “cristianos”.
            El Líbano es distinto de todos los demás países vecinos del Medio Oriente. Antigua tierra de Fenicia, no es rico ni en oro, ni en petróleo, ni en recursos minerales. Y aunque los libaneses, como sus ancestros los Fenicios, han sido grandes comerciantes y a pesar de que el Líbano atrae a los turistas de todos los rincones del mundo, la riqueza del país está lejos de ser material; es, sobre todo, espiritual, cultural y humana, lo que podría explicarse por el hecho de que se encuentra en el cruce de tres continentes: Europa, Asia y África.
            Como todo país que forma un puente entre los continentes, el Líbano ha sufrido la conquista de los Babilonios, de los Hititas y de Alejandro Magno, así como la dominación romana, bizantina, árabe y turca. Todas las Civilizaciones orientales y occidentales han pasado por el Líbano dejando huellas e inscripciones a través del país y particularmente sobre las rocas del valle de Nahr-el-Kalb, o “Río del perro”, a unos diez kilómetros al norte de Beirut. Digamos, de paso, que desde el tiempo de los romanos, Beirut tenía la Facultad de Derecho más famosa de todo el Imperio y que fueron los Fenicios, quienes inventaron el alfabeto; las tres grandes ciudades libanesas, Biblos, Tiro y Sidón, han entonado siempre y siguen entonando loas y alabanzas festejando la gloria de esta invención.
            Tierra de dioses de la antigüedad: Adonis, Astarté y tantos otros. Jamás ha negado la religión, y quizá sea esto la explicación de su encanto. Sobre la belleza natural del país resplandece una belleza espiritual, razón por la cual aparece citado más de setenta veces en la Biblia: “Ven, amada mía, ven desde el Líbano”, cantaba el autor del Cantar de los Cantares. El mismo Cristo, que había decidido visitar únicamente tierras palestinas, dejó el país de Israel para visitar Tiro y Sidón en tierras libanesas. La estatua de Nuestra Señora de Líbano corona una de las más bellas colinas de la montaña libanesa y sigue siendo el santuario por excelencia que cada año visitan casi todos los libaneses, especialmente durante el mes de mayo. La Virgen ha sido declarada Patrona del Líbano. La devoción a la madre de Dios, según dicen es patrimonio de los cristianos de Oriente. Los oficios maronitas deben incluir siempre himnos a la Virgen María y en toda ceremonia religiosa se alaba e invoca a la que fue Corredentora de la humanidad.
            Así pues, sobre esta tierra libanesa, al pie de los famosos Cedros, es donde el Cristianismo, nacido en Palestina, se instala y se difunde antes de llegar a los demás rincones del globo.
            Leemos en el Evangelio de San Marcos como se efectuaron los viajes que hizo Jesús fuera de Galilea. “Al dejar el país de Tiro vino por Sidón hacia el Mar de Galilea, en pleno territorio de la Decápolis” (Mc. 7, 41). El camino que lleva directamente de Sidón a Decápolis pasa por el flanco de Líbano Sur, al oriente de la ciudad de Saida para llegar a la ciudad de Nabatie y sus alrededores; atraviesa después el río de Litani por el puente Al-Qa`qaniéh para desembocar al sureste de Galilea.
            Después de la resurrección de Nuestro Señor, los apóstoles y discípulos de Cristo se dispersaron por todo el mundo. Algunos viajaron por mar, otros por tierra; el litoral libanés, en otros tiempos fenicio, era la única ruta que podían tomar los apóstoles para llegar a Siria, Antioquía y Asia Menor. De modo que los libanes fueron, después de los hijos de Israel, los primeros en recibir la Palabra de Dios y resultaron ser tierra fértil para la semilla de la Buena Nueva. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que también que después del martirio de Esteban, algunos adeptos de la nueva religión cristiana se dispersaron y siguieron su camino hasta Fenicia, Chipre y Antioquía (Act. II, 19).
            San Pablo acompañado de Bernabé, al volver a Jerusalén después de uno de sus viajes a tierras de Gentiles, atravesó Fenicia y Samaria y contaba con alegría a sus hermanos la conversión de los paganos. En otra ocasión el mismo San Pablo, al volver de Rodas a Jerusalén, encontró una embarcación que se dirigía a Fenicia y la abordó. Con Chipre a la vista, el barco navegó hacia Siria; al llegar a Tiro descargó sus mercancías y San Pablo aprovechó la oportunidad para pasar siete días en esta ciudad en compañía de los discípulos, es decir, de los cristianos que vivían allí. Terminada su visita, fue escoltado hasta el barco por todos los hermanos. Al acabar sus oraciones, arrodillados sobre la playa, se separaron (Ac. 21, 1-7).
            En sus misiones, San Pablo debió atravesar también Fenicia que en aquellos días era totalmente pagana. El Cristianismo se propagó en esta región y los primeros convertidos fueron los habitantes de las grandes ciudades marítimas, Tiro, Sdón, Beirut, Biblos (Jbeil) y Trípoli, pues el litoral fenicio incluía la ruta que unía Palestina con Antioquía y Asia Menor. Estuvo, sin duda, en Beirut; se cuenta que consagró obispo de esta ciudad a un cierto Quartus. En Biblos, nombró obispo a uno de sus discípulos, San Juan Marcos, nacido en Jerusalén; un cierto parentesco unía a este obispo con Bernabé. La iglesia bizantina, siriaca y maronita celebran la fiesta d San Juan Marcos el 15 de abril, mientras que la iglesia latina lo hace el 27 de septiembre.
            De todo lo anterior podemos concluir que el Cristianismo se propagó sobre todo en el litoral fenicio desde el siglo I. Floreció y se organizó mejor a partir de los siglos II y III. Citemos, el mártir médico libanés, Thalalée, que se negó de apostatar de su fe en Cristo, al enorgullecerse de ser cristiano y de que uno de sus hermanos fuera “diácono”. El hecho de contar con un diácono libanés es prueba de la existencia de una comunidad, pues el diaconato sólo se concedía en las iglesias organizadas.
            En resumen, los Hechos de los Apóstoles y el martirologio demuestran de una manera evidente que el cristianismo se propagó en el litoral libano-fenicio desde el tiempo de los Apóstoles. Cuanto más se extendía la Buena Nueva, mayor terreno perdía el paganismo en Líbano.



Los Maronitas en el Líbano

La montaña libanesa menos poblada, siguió siendo pagana durante los primeros siglos y sus habitantes siguieron adorando a Astarté y Adonis, de cuyos templos existen restos hasta nuestros días, sobre todo en Afqa y en Faqra. Hacia esta montaña fenicia se dirigió el maronita para destruir los templos paganos y transformarlos en lugares de culto para el Dios vivo, al igual que su patrón, San Marón, quien después de escalar la montaña de Ciro convirtió el templo pagano que encontró en ella en un lugar de culto para Cristo.
            Hemos visto que una de las características de la vida monástica siria, o siríaca, era el apostolado. El Maronismo que bebe su espiritualidad de la vida de San Marón, el monje sirio, estaba imbuido del espíritu misionero de modo que todos los monjes discípulos de San Marón, debían hacer algún apostolado. Por ello, en el siglo V, el ermitaño Abraham de Ciro, discípulo de San Marón, decidió instalarse en el Líbano para convertir al cristianismo a los paganos. Teodoreto, obispo de Ciro, cuenta en su Historia Religiosa, que Abraham se estableció en una aldea pagana del Líbano con algunos de sus compañeros. Quizá esta aldea era MOnaitre, en la región de Aqoura, que formaba parte de la Fenicia libanesa y dependía de Emese. Al llegar a esta región después de un largo viaje a lo largo del río Oronte que nace en el propio Líbano, Abraham empezó a cantar el oficio divino con sus hermanos. Como vieron que eran hombres de paz, los habitantes de dicha aldea los recibieron ofreciéndoles su hospitalidad, y al escuchar su predicación, se convirtieron a la fe de Cristo y fueron los primeros maronitas del Líbano. Después de tres años durante los cuales fue párroco de esta aldea, Abraham designó un sustituto y volvió a su monasterio de Ciro. Posteriormente fue elegido obispo de Harran; al parecer murió en el año 422; se le llama “Abraham de Ciro, el ermitaño maronita apóstol de Líbano”; y el río Adonis, que nace cerca de la región, cambió de nombre y se llamó el “Río de Abraham”. Señalemos que Simón otro ermitaño discípulo de San Marón, llegó también a Líbano poco tiempo después de Abraham, pero se dirigió hacia la región de Wadi-Qadicha (Valle Santo) anunciando el evangelio de Cristo a la gente de los poblados de Bécharré, Ehden y Hadath.
            Instalados en las cimas de las montañas, los maronitas libaneses invadieron las ciudades y todo el litoral fenicio, y muy probablemente la primera ciudad ocupada por ellos y convertida al cristianismo fue Batrún; de aquí la importancia que conserva el monasterio San Juan Marón construido sobre la colina de Kfarhai, cerca de Batrún.
            Durante los siglos VIII, IX y X, el número de maronitas en el Líbano llegó a ser considerable; se establecieron en las regiones de Jbeil (Biblos) y Kesruan y hasta en el sur del Líbano. Aunque el monasterio de San Marón, cuna de la iglesia maronita, fue destruido a principios del siglo X, la jerarquía maronita pasó de las orillas del Oronte a la montaña libanesa para instalarse definitivamente en ella, habitada desde el siglo V por los maronitas autóctonos. Podemos incluso afirmar que los libaneses del litoral fenicio fueron bautizados por los propios apóstoles de Cristo, mientras que los habitantes de la montaña fncia abrazaron la religión cristiana al convertirse en maronitas.



El Patriarcado Maronita




Los Patriarcados de Oriente se delimitaron en la siguiente forma: el de Constantinopla, el de Alejandría, el de Antioquia y el de Jerusalén; en Occidente sólo había una sede patriarcal, la de Roma. La Iglesia de Jerusalén era la madre de todas las iglesias puesto que había sido formada por el mismo Cristo, aunque después de la destrucción del templo y de la invasión de la ciudad en el año 70, perdió su preminencia y fue incorporada administrativa y litúrgicamente a la de Antioquia. En el año 451, celebrado ya el Concilio de calcedonia, la Iglesia de Jerusalén se separó administrativamente de la de Antioquia y se convirtió de nuevo en sede patriarcal autónoma. Sin embargo, en lo que respecta a la liturgia, permaneció unida a la Iglesia de Antioquia.
            A principios del siglo V, cuando nació el maronismo, el patriarcado de Antioquia abarcaba quince provincias o diócesis, a saber: la Palestina Primera, la Fenicia Marítima, la Siria Primera, la Cilicia Primera (Armenia), Chipre, la Palestina Segunda, la palestina Saludable, la Fenicia Libanesa, la Siria Segunda o Saludable, la Siria Tercera (del Eufrates), la Osrhoene, la Mesopotamia, la Cilicia Segunda, la Isaurie y la Arabia (península Arábiga). La ciudad de Antioquia era la capital de Siria Primera; Apamea de Siria Segunda; Membej (Hierápolis), de Siria Tercera; Tiro, de la Fenicia Marítima; Damasco, de la Fenicia Libanesa. Estas subdivisiones fueron hechas por los romanos con objeto de facilitar la mejor administración del Imperio.
            La Iglesia maronita es, pues, la Iglesia de Antioquia y abarca todas las regiones que dependían de este patriarcado en los primeros siglos, es decir, Líbano, Siria, Palestina, Chipre y todos los demás países del Medio Oriente.
            Además, la Iglesia de Antioquia fue fundada por San Pedro, cabeza de los Apóstoles, antes de su viaje a Roma, capital del Imperio Romano, en donde estableció su sede y murió hacia el año 69. Por esta razón, el Patriarca maronita goza del derecho de añadir a su primer nombre el de Pedro, en honor de San Pedro, Antonio Pedro, Elías Pedro, Juan Pedro, etc.
            Después de la invasión árabe, las ciudades de Roma, Constantinopla, Alejandría y Jerusalén, siguieron siendo sedes patriarcales; sólo la ciudad de Antioquia dejó de serlo sin perder, no obstante, el título; en 1453, Constantinopla sufriría la misa suerte al ser invadida y ocupada por los turcos. Así, pues, ninguno de los patriarcas maronitas pudo residir en Antioquia; debieron establecerse, en un principio, en el monasterio de San Marón, cerca de Apamea; posteriormente, hacia el año 933, se instalaron definitivamente en el Líbano en donde sus residencias a menudo estuvieron dedicadas a la Santísima Virgen: Nuestra Señora de Yanuh, Nuestra Señora de Mayfuq (Ilige), Nuestra Señora de Qannubin, Nuestra Señora de Bkerke, etc.
            El Imperio Bizantino había adoptado el griego como la lengua oficial; se usaba en los asuntos políticos, comerciales, culturales, mientras que el latín se empleaba en la administración, el ejército, los tribunales y en los asuntos jurídicos. Sin embargo, el siriaco era la lengua de los que dependían del patriarcado de Antioquia; de ahí la rivalidad que encontramos en esta época en Antioquia entre las culturas siriaca y griega. Esta última acabó por dominar, y la influencia greco-bizantina empezó a ganar terreno en el seno mismo del patriarcado de Antioquia. Los fieles antioqueños se consideraban directamente dependientes de Basileo, el emperador bizantino; los llamaban Melchitas o Melkitas, del siriaco melech, que significa rey. Estos melchitas poco a poco abandonaron su liturgia sirio-antioqueña y adoptaron definitivamente la liturgia bizantina, de acuerdo con la tradición definida por la Iglesia de Constantinopla. Así pues, los calcedonios que se encontraban en territorios del patriarcado de Antioquia, se dividieron en calcedonios maronitas o, más bien, sirio-maronitas, y en calcedonios bizantinos o melchitas. Estos últimos vivían en el litoral libanés, mientras que la mayoría de los maronitas vivía en la montaña libanesa.
            En el Líbano, como en el monasterio de San Marón a orillas del Oronte, el Patriarca maronita siguió siendo el jefe supremo de todos los maronitas: clero, monjes y laicos. Los propios obispos sólo eran sus vicarios, aunque habitaran a veces en regiones lejanas y estuvieran afectados a determinadas diócesis. Ninguno de ellos gozaba de autonomía en el interior de la diócesis que les confiaba el Patriarca. Este punto fue muy discutido en el Sínodo del Monte Líbano, reunido el año 1736, durante el cual se estudió la organización de la iglesia maronita, y se decretó que el Patriarcado sería dividido en diócesis con territorios muy delimitados y que cada uno de los obispos residentes gozaría de autonomía total. En esta forma el obispo maronita tendría autoridad absoluta sobre todo el territorio de su diócesis y asumiría la responsabilidad directa de su jurisdicción, al permanecer siempre unido al patriarcado y a la iglesia Maronita. Sin embargo, esta decisión tomada en 1736, no pudo ser aplicada, de hecho, sino hasta 1819, cuando el obispo maronita llegó a ser efectivamente el jefe espiritual y temporal de su diócesis, mientras que el patriarca, aunque gobernando una diócesis determinada, seguía siendo el jefe supremo de toda la Iglesia, ya que la autonomía interna de los obispos no significaba la independencia total. De hecho esta autonomía de la que gozan los obispos maronitas desde hace poco menos de dos siglos no redujo en absoluto la autoridad del Patriarca; por el contario, su poder se hizo más eficaz.
            Los maronitas se dirigieron a su Patriarca y recurrieron a su autoridad suprema hasta la primera mitad del siglo XX. En efecto, inmediatamente después de la I Guerra Mundial (1914-1918), el poder temporal del Patriarca maronita, comenzó a perder terreno, sobre todo después de 1943, cuando se declaró la independencia del Líbano. En esa fecha se había convenido que el Presidente de la República Libanesa sería siempre un maronita, mientras que el Presidente de la Cámara y del Gobierno, serían, respectivamente, un musulmán chiita y un musulmán sunita. La política hacia su juego; y el resultado fue que el poder del Presidente de la República aumentaba y se afirmaba con detrimento del poder temporal de que gozaba el Patriarca maronita, mientras que el poder del Presidente del Consejo se restringía para beneficio del poder del Mufti, jefe religioso de la comunidad musulmana sunita, aunque éste último de acuerdo con la ley, sólo fuera un funcionario del Primer Ministro.
            Lo espiritual y lo temporal habían estado a punto de fundirse uno del otro. Dadas las circunstancias en que se encontraban los maronitas, era necesario que el Patriarca asumiera una responsabilidad semejante a la de los orígenes de su Iglesia. La teocracia ciertamente no ha sido jamás monopolio del Maronismo; la encontramos un poco en la historia de la Iglesia Universal. Sin embargo, parece que jamás había estado tan arraigada en los espíritus como estaba en los maronitas
            Los conventos que sirvieron de residencias patriarcarles de manera permanente son: San Marón en Kfarhai; Nuestra Señora de Yanuh hasta el año 1120, ahí vivieron 21 patriarcas; Nuestra Señora de Ilige a Mayfuq donde vivieron 20 patriarcas; Nuestra Señora de Qannubin, hasta mediados del sigloXIX y donde vivieron 19 patriarcas, finalmente Nuestra Señora de Bkerke.
            En cuanto a los conventos que sirvieron de residencias provisionales, son los siguientes: San Elías, en Lehfed; San Cipriano, en Kfifán; San Jorge El-Kafr; Nuestra Señora de Halat; San Sergio, en Hardin; San Chalita Meqbes, en Ghosta; San Juan Bautista, en Hrach; San Marón, en Mejd-el-Me`ouch; Nuestra Señora de Machmouche, en Jezin; Santos Sergio y Bajos, en Raifun; San José El-Hosn, en Ghosta; Nuestra Señora de la Victoria, en Nesbay Ghosta.
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            Sería muy largo mencionar todos los sufrimientos que los patriarcas maronitas y sus fieles han soportado desde el origen hasta nuestros días.



Los Maronitas y las Iglesias Orientales

La Iglesia maronita jamás ha pretendido ser la Iglesia de Oriente; siempre se consideró como una de las iglesias orientales cuya razón de ser en el Medio Oriente es dar testimonio de Cristo en esta región del mundo islamizada.
            Además de los maronitas,, los grupos cristianos del Medio Oriente, son los siguientes:  griegos católicos o melquitas, griegos ortodoxos o bizantinos; armenios católicos, armenios ortodoxos o gregorianos (llamados así pues fue San Gregorio el Iluminador, quien evangelizó a Armenia); sirios o siriacos católicos, sirios o siriacos ortodoxos; caldeos (católicos); asirios no católicos; coptos católicos y coptos ortodoxos. Todas estas iglesias orientales, con excepción de los coptos, están reconocidas por el Estado Libanés y se rigen por lo que se llama “el Estatuto Personal”.
            En el Extremo Oriente, y especialmente en la India, existen, además otras Iglesias Orientales, a saber: los malabares católicos y los malankares en su gran mayoría no católicos; hasta la fecha estas iglesias usan como lengua litúrgica, el siriaco.
            En suma, todas las iglesias de Oriente, incluso la iglesia Latina, están divididas en dos iglesias gemelas muy distintas: una católica, otra no católica (ortodoxa, protestante, nestoriana, etc.); mientras que la iglesia maronita es la única comunidad eclesiástica que jamás ha tenido una iglesia gemela.
            Después del cisma que dividió en el año 1052, a la iglesia universal en católica y ortodoxa, la Iglesia maronita fue la única comunidad de Oriente que siguió vinculada a la Sede Apostólica de Roma.
Historia
En 1453 cayó Bizancio; todo el Medio Oriente quedó entonces bajo la dominación turca. Durante el siglo XVIII algunas comunidades ortodoxas volvieron al seno de la iglesia católica e incluso se puede afirmar que la iglesia maronita fue el corazón palpitante que dio su sangre católica a otros cristianos de Oriente. Este regreso se debió también a los misioneros occidentales –franciscanos, capuchinos, jesuitas y dominicos-, y a la diplomacia de la Santa Sede y de los países católicos de Occidente; Francia desempeñó un papel principal después que, en 1535, Francisco I firmó las Primeras Capitulaciones y estableció relaciones entre Francia y el Imperio Otomano; estas Capitulaciones fueron renovadas en 1603. Así pues, por una parte Francia, obtuvo para sus súbditos la práctica libre para su religión en todo el Medio Oriente; y por la otra, el Imperio Otomano concedió a Francia, y sólo a ella, un derecho de protección sobre todos los misioneros de Oriente.
            Sin embargo, gracias a su existencia en este mundo oriental y su adhesión indefectible a la Sede Apostólica, los maronitas pudieron brindar ayuda a los misioneros, así como a los hermanos separados, para reconstruir sus nuevas comunidades convertidas al catolicismo. Dicho en otras palabras, el papel que desempeñaron los maronitas en la formación de iglesias católicas en el Medio Oriente, fue capital. En efecto, después del Cisma de Oriente del año 1054, las relaciones entre la Iglesia Oriental y la Occidental, se rompieron de alguna manera. Correspondió a los maronitas, que se habían conservado católicos, ser el lazo de unión entre los hermanos separados.
            A la llegada de los Cruzados, los maronitas fueron sus aliados y vivieron una época de calma, pero inmediatamente después de la destrucción del Reino de los Francos, tuvieron que refugiarse en la montaña libanesa al huir de las persecuciones y acogieron a todos los perseguidos. Fue bajo el Imperio Otomano, cuando ciertas comunidades cristianas del Medio Oriente se unieron nuevamente a la Iglesia de Roma. Estas comunidades no podían estar en contacto con los misioneros extranjeros; eran denunciados por sus hermanos que luchaban por separarse de la Sede Apostólica. Además, temían que su misión fuera a la vez religiosa y política. En resumen, en innumerables ocasiones y en diversos sitios los misioneros tenían prohibido ponerse en contacto directo con los cristianos de Oriente. Por esta razón, estos religiosos católicos de Occidente utilizaban las iglesias y las localidades maronitas para llevar a cabo sus misiones con los hermanos separados sin temor a ser denunciados. Algunos tuvieron que vestir el hábito maronita para evitar la cólera de los gobernantes.
            Una vez vueltos al seno de la Iglesia Católica y para estar al abrigo de los atropellos en su contra por sus hermanos, estas comunidades encontraban refugio en la nación maronita. Por ello, además de una ayuda religiosa y moral, los maronitas acudieron en auxilio de estas jóvenes iglesias católicas con diversos donativos.
            Por ejemplo, en 1749,el cheikh Mochref El-hazen ofreció a los Armenios vueltos al catolicismo, la aldea de Bzommar, en Líbano, donde construyeron un convento bajo la advocación de Nuestra Señora de Bzommar. El rimer patriarca armenio católico fue elegido en 1740, después de haber sido huésped del patriarca maronita y del gobernador de Kesruan, el cheikh Abi-Nader El-Khazen.
            Los griegos católicos, o Melquitas, que huyeron de las ciudades de Siria para refugiarse con los maronitas, tuvieron su primer patriarca hacia fines del siglo XVII. En 1811, el maronita cheikh Sa`d El-Khoury, facilitó a adquisición de la propiedad de `Ain-Trez al patriarca melquita que deseaba fundar un seminario y una sede patriarcal.
            La iglesia Siria, que volvió al catolicismo en el siglo XVII, permaneció sin patriarca cerca de 82 años. Posteriormente, a partir de 1783, la lista de patriarcas fue interrumpida. En esa e´poca el patriarca Michel Jaroué, proclamado cabeza de esta joven iglesia en Mardin (Turquia), sufrió muchas persecuciones, fue condenado a pagar multas y estuvo en prisión. Al darse cuenta de que planeaban asesinarlo, huyó a través del desierto de Palmira y en 1784 llegó a Beit-Chabab, aldea maronita de la montaña libanesa, en un estado miserable. Fue hospedado durante cuatro meses en uno de los conventos maronitas; posteriormente se trasladó con sus compañeros, a la casa de un maronita de la aldea, pero todos los habitantes se unieron para contribuir a su subsistencia. Pocos después salieron de alllí y viajaron hacia Kesruan, al poblado de Dar`un, en donde el patriarca maronita José Esteban, lo acogió ayudándolo a adquirir y ampliar el convento de Nuestra Señora de la Liberación en Charfé; este convento fue desde entonces –y lo es hasta nuestros días- la sede patriarcal de la iglesia siria católica.
            El papel desempeñado por los maronitas para conservar el catolicismo en Oriente, podría resumirse en la carta que en 1805 dirigió el Cardenal Prefecto de la Propagación de la Fe en Roma, al patriarca maronita Juan Hage: “La noble Iglesia maronita, por su unión sincera y perpetua con la infalible sede de San Pedro, ha defendido y salvaguardado en Oriente, en todas las épocas, la santa fe católica. Más aún durante el último siglo trabajó en la conversión de las otras comunidades orientales separadas, principalmente los sirios y los melkitas”.
            Todas las congregaciones monásticas católicas orientales se formaron según la escuela de los monjes libaneses maronitas que, por supuesto, permanecieron fieles al monaquismo maronita primitivo. Este fue reformado a finales del siglo XVII con la fundación de la Orden Libanesa Maronita; por lo tanto, todos los monjes católicos Melkitas, Armenios y Caldeos, vivieron en monasterios maronitas de la montaña libanesa para iniciarse en la nueva fórmula monástica concebida por los monjes maronitas. Posteriormente adoptaron de manera integral sus Reglas y Constituciones.

Los Maronitas y la Santa Sede


La adhesión de la iglesia maronita a la Santa Sede no es ocasional ni superficial; se remonta a los orígenes del Maronismo y estaba muy arraigada en todos los espíritus. En efecto, la historia nos muestra claramente que a través de los siglos, los maronitas tuvieron su mirada vuelta hacia Roma, para lo mejor y para lo peor. En el año 517, después del Concilio de Calcedonia y durante el periodo que la Iglesia de Antioquia estaba desgarrada por las querellas cristológicas, los monjes de la Siria Segunda dirigieron al Papa Hormisdas, una petición sobre estos acontecimientos y sobre las persecuciones desencadenadas por los anticalcedonios contra los Maronitas y sus aliados. Esta petición llevaba, en primer lugar, la firma de Alejandro, superior del monasterio de San Marón. El Papa les contestó el 10 de febrero del año 518, en una misiva en la que rinde homenaje a su fe y los animaba a perseverar en ella a pesar de los sufrimientos que soportaban y de las persecuciones que sufrían en defensa de la verdad doctrinal. Desde esa fecha hasta nuestros días, l maronita jamás ha dejado de repetir: “mi fe es la de Pedro”.
Historia
Después de la llegada de los Cruzados a Levante, las relaciones con Roma se hicieron frecuentes y directas; prueba de ello es la participación del Patriarca Jeremías Al-`Amchiti en los trabajos del IV Concilio de Letrán, reunido el año 1215. Jeremías de Dmalsa participó en 1297.
            En 1291, con la desaparición del último reino latino de Oriente, los Maronitas, atrincherados en la montaña libanesa, se encontraron imposibilitados para establecer un contacto con Occidente. A pesar de la situación, jamás se desviaron de su fe aunque en ocasiones se hable de un monotelismo maronita, es decir, la herejía de una única voluntad en Cristo.
            A partir del siglo XV las relaciones del Patriarca maronita con la Santa Sede se reanudaron en forma normal y s mantuvieron gracias a los misioneros, especialmente a los franciscanos. En 1439, el Papa Eugenio IV recibió el homenaje del patriarca Jean Al-Gagi, llevado por el hermano Juan, superior de los padres franciscanos del convento de Beirut. Aseguraba al Soberano Pontífice la adhesión sin reservas de la Iglesia Maronita y de su superior, a las decisiones que se tomaran en el Concilio de Florencia con objeto de sellar la unión de los cristianos de Oriente con la Santa Sede. Es cierto que los maronitas sufrieron persecuciones a causa de su adhesión. A pesar de ello se sentían orgullosos, sobre todo desde que los Papas los comparaban “a una rosa entre espinas”.
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            En 1535, Francisco I, Rey de Francia, firmó con el Sultán Otomano Solimán el Magnífico, lo que se llamó las Capitulaciones; gracias a ellas los misioneros latinos podían viajar a Oriente con tranquilidad. Desde esa fecha Francia ejerció un protectorado sobre los cristianos del Medio Oriente, en particular, sobre los del Líbano, Siria y Palestina. La santa Sede dotó a los maronitas, con misiones pontificias.
            La primera misión llegó bajo el pontificado de Michel El-Rizzi. En 1577 viajó a Roma una delegación maronita para presentar al Papa el homenaje de dicho patriarca y solicitar, la cooperación de la Santa Sede contra ciertos provocadores de problemas, que habían surgido al interior de la nación, apoyados por obispos y monjes. El Papa Gregorio XIII contestó a esta solicitud enviando una misión apostólica formada por dos sacerdotes de la Compañía de Jesús, el Padre Eliano y el Padre Tomás de Raggio; Eliano cabeza de dicha misión, era hijo de padres judíos y nacido en Alejandría, Egipto. Salieron de Roma en marzo de 1578, con los enviados del patriarca y llegaron al Líbano tres meses después. Su misión consistía en visitar la nación maronita y, de ser posible, trabajar por el regreso al catolicismo de otras iglesias cristianas de Levante.
            Al llegar a Líbano fueron recibidos por el Patriarca que les prodigó el respeto y los honores debidos a delegados del Papa. Inmediatamente después se dedicaron a estudiar las tradiciones, ritos y costumbres de los Maronitas. El padre Eliano no supo distinguir entre libros propiamente maronitas y los que no eran en absoluto. El resultado fue que acusó a los maronitas de los errores doctrinales de otras iglesias cristianas de Oriente y no vaciló en lanzar a las llamas un gran número de manuscritos, haciendo perder a la nación maronita, incluso a la Iglesia Universal, un gran tesoro. Cumplida su misión los dos enviados regresaron a Roma en 1579.
            En 1580 el Papa Gregorio XIII envió de nuevo a Oriente al padre Eliano, esta vez acompañado por el padre Juan Bautista Bruno, también jesuita. El Patriarca los recibió en el monasterio de Nuestra Señora de Qannubin y convocaron un Concilio en el mismo lugar, que empezó el 15 de agosto y duró sólo tres días. Después, ya que conocía bien el árabe, el padre Eliano recorrió el Líbano para promulgar, en unión de los delegados del Patriarca, las decisiones tomadas en el concilio. También en esta ocasión quemó un buen número de libros. Abandonó el Líbano en septiembre de 1582. En suma, si la iglesia maronita debe al padre Eliano la fundación de su Colegio en Roma, en 1584, también le debe la pérdida en lo más profundo de su corazón del tesoro artístico. Se suscitaron entonces dudas sobre la ortodoxia de esta Iglesia, considerada fiel a Roma y calificada como “rosa entre espinas”. Para poner fin a estas dudas y disiparlas en forma definitiva, en 1596, el Papa Clemente VIII, encargó al padre jesuita Jerónimo Dandini, que viajara en su nombre al Líbano y examinara en el propio lugar la fe y las costumbres de los maronitas. Dandini era un gran erudito y un hombre de Dios, procedente de una familia italiana noble. Después de estudiar los libros eclesiásticos, de visitar las iglesias y asistir a las misas y oficios, Dandini sólo pudo rendir homenaje a este pueblo “piadoso y fundamentalmente católico” que no conoce “ni el escándalo ni la impudicia ni otros vicios vergonzosos”, y en donde “las mujeres son modestas, cuidadosas del buen comportamiento cristiano y enemigas de la vanidad y de la molicie”.
            Una vez realizada su obra de investigación, el legado pontificio convocó un nuevo concilio que se reunió el 18 de septiembre de 1596 y que duró también tres días. Al terminar su misión regresó a Roma el 17 de julio de 1597 y dio al Papa Clemente VIII un informe detallado de su viaje en el que recomendaba calurosamente que la iglesia maronita es fiel y muy apegada a la iglesia de Roma y que está en condiciones de prestar grandes servicios al catolicismo de los países de Levante.

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Mahfouz, Joseph Dr. (O.L.M.), El Maronismo, eso que une al hombre con el Hijo del Hombre, (Compendio de Historia de la Iglesia Maronita Católica), México, Ed. Centro de Difusión Cultural de la Misión Libanesa de México, 1987.




Catedral Maronita de San Jorge en Beirut



Basílica de San Simón



Nuestra Señora de Líbano



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