(2)EL MARONISMO
Los
Cristianos en el Líbano
Ser cristiano es recibir el sacramento
del bautismo y creer en Jesucristo. Fue en Antioquia donde los discípulos de
Cristo recibieron, por primera vez, el nombre de “cristianos”.
El Líbano es distinto de todos los demás países vecinos
del Medio Oriente. Antigua tierra de Fenicia, no es rico ni en oro, ni en
petróleo, ni en recursos minerales. Y aunque los libaneses, como sus ancestros
los Fenicios, han sido grandes comerciantes y a pesar de que el Líbano atrae a
los turistas de todos los rincones del mundo, la riqueza del país está lejos de
ser material; es, sobre todo, espiritual, cultural y humana, lo que podría
explicarse por el hecho de que se encuentra en el cruce de tres continentes:
Europa, Asia y África.
Como todo país que forma un puente entre los continentes,
el Líbano ha sufrido la conquista de los Babilonios, de los Hititas y de
Alejandro Magno, así como la dominación romana, bizantina, árabe y turca. Todas
las Civilizaciones orientales y occidentales han pasado por el Líbano dejando
huellas e inscripciones a través del país y particularmente sobre las rocas del
valle de Nahr-el-Kalb, o “Río del perro”, a unos diez kilómetros
al norte de Beirut. Digamos, de paso, que desde el tiempo de los romanos,
Beirut tenía la Facultad de Derecho más famosa de todo el Imperio y que fueron
los Fenicios, quienes inventaron el alfabeto; las tres grandes ciudades libanesas,
Biblos, Tiro y Sidón, han entonado siempre y siguen entonando loas y alabanzas
festejando la gloria de esta invención.
Tierra de dioses de la antigüedad: Adonis, Astarté y
tantos otros. Jamás ha negado la religión, y quizá sea esto la explicación de
su encanto. Sobre la belleza natural del país resplandece una belleza
espiritual, razón por la cual aparece citado más de setenta veces en la Biblia:
“Ven, amada mía, ven desde el Líbano”,
cantaba el autor del Cantar de los Cantares. El mismo Cristo, que había
decidido visitar únicamente tierras palestinas, dejó el país de Israel para
visitar Tiro y Sidón en tierras libanesas. La estatua de Nuestra Señora de
Líbano corona una de las más bellas colinas de la montaña libanesa y sigue
siendo el santuario por excelencia que cada año visitan casi todos los
libaneses, especialmente durante el mes de mayo. La Virgen ha sido declarada
Patrona del Líbano. La devoción a la madre de Dios, según dicen es patrimonio
de los cristianos de Oriente. Los oficios maronitas deben incluir siempre
himnos a la Virgen María y en toda ceremonia religiosa se alaba e invoca a la
que fue Corredentora de la humanidad.
Así pues, sobre esta tierra libanesa, al pie de los
famosos Cedros, es donde el Cristianismo, nacido en Palestina, se instala y se
difunde antes de llegar a los demás rincones del globo.
Leemos en el Evangelio de San Marcos como se efectuaron
los viajes que hizo Jesús fuera de Galilea. “Al dejar el país de Tiro vino por Sidón hacia el Mar de Galilea, en
pleno territorio de la Decápolis” (Mc. 7, 41). El camino que lleva
directamente de Sidón a Decápolis pasa por el flanco de Líbano Sur, al oriente
de la ciudad de Saida para llegar a la ciudad de Nabatie y sus alrededores;
atraviesa después el río de Litani por el puente Al-Qa`qaniéh para desembocar
al sureste de Galilea.
Después de la resurrección de Nuestro Señor, los
apóstoles y discípulos de Cristo se dispersaron por todo el mundo. Algunos
viajaron por mar, otros por tierra; el litoral libanés, en otros tiempos
fenicio, era la única ruta que podían tomar los apóstoles para llegar a Siria,
Antioquía y Asia Menor. De modo que los libanes fueron, después de los hijos de
Israel, los primeros en recibir la Palabra de Dios y resultaron ser tierra
fértil para la semilla de la Buena Nueva. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen
que también que después del martirio de Esteban, algunos adeptos de la nueva
religión cristiana se dispersaron y siguieron su camino hasta Fenicia, Chipre y
Antioquía (Act. II, 19).
San Pablo acompañado de Bernabé, al volver a Jerusalén
después de uno de sus viajes a tierras de Gentiles, atravesó Fenicia y Samaria
y contaba con alegría a sus hermanos la conversión de los paganos. En otra
ocasión el mismo San Pablo, al volver de Rodas a Jerusalén, encontró una
embarcación que se dirigía a Fenicia y la abordó. Con Chipre a la vista, el
barco navegó hacia Siria; al llegar a Tiro descargó sus mercancías y San Pablo
aprovechó la oportunidad para pasar siete días en esta ciudad en compañía de
los discípulos, es decir, de los cristianos que vivían allí. Terminada su
visita, fue escoltado hasta el barco por todos los hermanos. Al acabar sus
oraciones, arrodillados sobre la playa, se separaron (Ac. 21, 1-7).
En sus misiones, San Pablo debió atravesar también
Fenicia que en aquellos días era totalmente pagana. El Cristianismo se propagó
en esta región y los primeros convertidos fueron los habitantes de las grandes
ciudades marítimas, Tiro, Sdón, Beirut, Biblos (Jbeil) y Trípoli, pues el litoral fenicio incluía la ruta que unía
Palestina con Antioquía y Asia Menor. Estuvo, sin duda, en Beirut; se cuenta
que consagró obispo de esta ciudad a un cierto Quartus. En Biblos, nombró
obispo a uno de sus discípulos, San Juan Marcos, nacido en Jerusalén; un cierto
parentesco unía a este obispo con Bernabé. La iglesia bizantina, siriaca y
maronita celebran la fiesta d San Juan Marcos el 15 de abril, mientras que la
iglesia latina lo hace el 27 de septiembre.
De todo lo anterior podemos concluir que el Cristianismo
se propagó sobre todo en el litoral fenicio desde el siglo I. Floreció y se
organizó mejor a partir de los siglos II y III. Citemos, el mártir médico
libanés, Thalalée, que se negó de
apostatar de su fe en Cristo, al enorgullecerse de ser cristiano y de que uno
de sus hermanos fuera “diácono”. El hecho de contar con un diácono libanés es
prueba de la existencia de una comunidad, pues el diaconato sólo se concedía en
las iglesias organizadas.
En resumen, los Hechos de los Apóstoles y el martirologio
demuestran de una manera evidente que el cristianismo se propagó en el litoral
libano-fenicio desde el tiempo de los Apóstoles. Cuanto más se extendía la
Buena Nueva, mayor terreno perdía el paganismo en Líbano.
Los
Maronitas en el Líbano
La montaña libanesa menos
poblada, siguió siendo pagana durante los primeros siglos y sus habitantes
siguieron adorando a Astarté y Adonis, de cuyos templos existen restos hasta
nuestros días, sobre todo en Afqa y en Faqra. Hacia esta montaña fenicia se
dirigió el maronita para destruir los templos paganos y transformarlos en
lugares de culto para el Dios vivo, al igual que su patrón, San Marón, quien
después de escalar la montaña de Ciro convirtió el templo pagano que encontró
en ella en un lugar de culto para Cristo.
Hemos visto que una de las características de la vida
monástica siria, o siríaca, era el apostolado. El Maronismo que bebe su
espiritualidad de la vida de San Marón, el monje sirio, estaba imbuido del
espíritu misionero de modo que todos los monjes discípulos de San Marón, debían
hacer algún apostolado. Por ello, en el siglo V, el ermitaño Abraham de Ciro,
discípulo de San Marón, decidió instalarse en el Líbano para convertir al
cristianismo a los paganos. Teodoreto, obispo de Ciro, cuenta en su Historia
Religiosa, que Abraham se estableció en una aldea pagana del Líbano con
algunos de sus compañeros. Quizá esta aldea era MOnaitre, en la región de
Aqoura, que formaba parte de la Fenicia libanesa y dependía de Emese. Al llegar
a esta región después de un largo viaje a lo largo del río Oronte que nace en
el propio Líbano, Abraham empezó a cantar el oficio divino con sus hermanos.
Como vieron que eran hombres de paz, los habitantes de dicha aldea los
recibieron ofreciéndoles su hospitalidad, y al escuchar su predicación, se
convirtieron a la fe de Cristo y fueron los primeros maronitas del Líbano.
Después de tres años durante los cuales fue párroco de esta aldea, Abraham
designó un sustituto y volvió a su monasterio de Ciro. Posteriormente fue
elegido obispo de Harran; al parecer murió en el año 422; se le llama “Abraham de Ciro, el ermitaño maronita
apóstol de Líbano”; y el río Adonis, que nace cerca de la región, cambió de
nombre y se llamó el “Río de Abraham”.
Señalemos que Simón otro ermitaño discípulo de San Marón, llegó también a
Líbano poco tiempo después de Abraham, pero se dirigió hacia la región de Wadi-Qadicha (Valle Santo) anunciando
el evangelio de Cristo a la gente de los poblados de Bécharré, Ehden y Hadath.
Instalados en las cimas de las montañas, los maronitas
libaneses invadieron las ciudades y todo el litoral fenicio, y muy
probablemente la primera ciudad ocupada por ellos y convertida al cristianismo
fue Batrún; de aquí la importancia que conserva el monasterio San Juan Marón
construido sobre la colina de Kfarhai, cerca de Batrún.
Durante los siglos VIII, IX y X, el número de maronitas
en el Líbano llegó a ser considerable; se establecieron en las regiones de
Jbeil (Biblos) y Kesruan y hasta en el sur del Líbano. Aunque el monasterio de
San Marón, cuna de la iglesia maronita, fue destruido a principios del siglo X,
la jerarquía maronita pasó de las orillas del Oronte a la montaña libanesa para
instalarse definitivamente en ella, habitada desde el siglo V por los maronitas
autóctonos. Podemos incluso afirmar que los libaneses del litoral fenicio
fueron bautizados por los propios apóstoles de Cristo, mientras que los
habitantes de la montaña fncia abrazaron la religión cristiana al convertirse
en maronitas.
El
Patriarcado Maronita
Los Patriarcados de Oriente se
delimitaron en la siguiente forma: el de Constantinopla, el de Alejandría, el
de Antioquia y el de Jerusalén; en Occidente sólo había una sede patriarcal, la
de Roma. La Iglesia de Jerusalén era la madre de todas las iglesias puesto que
había sido formada por el mismo Cristo, aunque después de la destrucción del
templo y de la invasión de la ciudad en el año 70, perdió su preminencia y fue
incorporada administrativa y litúrgicamente a la de Antioquia. En el año 451,
celebrado ya el Concilio de calcedonia, la Iglesia de Jerusalén se separó administrativamente
de la de Antioquia y se convirtió de nuevo en sede patriarcal autónoma. Sin
embargo, en lo que respecta a la liturgia, permaneció unida a la Iglesia de
Antioquia.
A principios del siglo V, cuando nació el maronismo, el
patriarcado de Antioquia abarcaba quince provincias o diócesis, a saber: la
Palestina Primera, la Fenicia Marítima, la Siria Primera, la Cilicia Primera
(Armenia), Chipre, la Palestina Segunda, la palestina Saludable, la Fenicia
Libanesa, la Siria Segunda o Saludable, la Siria Tercera (del Eufrates), la
Osrhoene, la Mesopotamia, la Cilicia Segunda, la Isaurie y la Arabia (península
Arábiga). La ciudad de Antioquia era la capital de Siria Primera; Apamea de
Siria Segunda; Membej (Hierápolis), de Siria Tercera; Tiro, de la Fenicia
Marítima; Damasco, de la Fenicia Libanesa. Estas subdivisiones fueron hechas
por los romanos con objeto de facilitar la mejor administración del Imperio.
La Iglesia maronita es, pues, la Iglesia de Antioquia y
abarca todas las regiones que dependían de este patriarcado en los primeros
siglos, es decir, Líbano, Siria, Palestina, Chipre y todos los demás países del
Medio Oriente.
Además, la Iglesia de Antioquia fue fundada por San
Pedro, cabeza de los Apóstoles, antes de su viaje a Roma, capital del Imperio
Romano, en donde estableció su sede y murió hacia el año 69. Por esta razón, el
Patriarca maronita goza del derecho de añadir a su primer nombre el de Pedro, en honor de San Pedro, Antonio
Pedro, Elías Pedro, Juan Pedro, etc.
Después de la invasión árabe, las ciudades de Roma,
Constantinopla, Alejandría y Jerusalén, siguieron siendo sedes patriarcales;
sólo la ciudad de Antioquia dejó de serlo sin perder, no obstante, el título;
en 1453, Constantinopla sufriría la misa suerte al ser invadida y ocupada por
los turcos. Así, pues, ninguno de los patriarcas maronitas pudo residir en
Antioquia; debieron establecerse, en un principio, en el monasterio de San
Marón, cerca de Apamea; posteriormente, hacia el año 933, se instalaron
definitivamente en el Líbano en donde sus residencias a menudo estuvieron
dedicadas a la Santísima Virgen: Nuestra
Señora de Yanuh, Nuestra Señora de Mayfuq (Ilige), Nuestra Señora de Qannubin,
Nuestra Señora de Bkerke, etc.
El Imperio Bizantino había adoptado el griego como la
lengua oficial; se usaba en los asuntos políticos, comerciales, culturales,
mientras que el latín se empleaba en la administración, el ejército, los
tribunales y en los asuntos jurídicos. Sin embargo, el siriaco era la lengua de los que dependían del patriarcado de
Antioquia; de ahí la rivalidad que encontramos en esta época en Antioquia entre
las culturas siriaca y griega. Esta última acabó por dominar, y la influencia
greco-bizantina empezó a ganar terreno en el seno mismo del patriarcado de
Antioquia. Los fieles antioqueños se consideraban directamente dependientes de
Basileo, el emperador bizantino; los llamaban Melchitas o Melkitas, del
siriaco melech, que significa rey.
Estos melchitas poco a poco abandonaron su liturgia sirio-antioqueña y
adoptaron definitivamente la liturgia bizantina, de acuerdo con la tradición
definida por la Iglesia de Constantinopla. Así pues, los calcedonios que se
encontraban en territorios del patriarcado de Antioquia, se dividieron en calcedonios maronitas o, más bien, sirio-maronitas, y en calcedonios bizantinos o melchitas. Estos últimos vivían en el
litoral libanés, mientras que la mayoría de los maronitas vivía en la montaña
libanesa.
En el Líbano, como en el monasterio de San Marón a
orillas del Oronte, el Patriarca maronita siguió siendo el jefe supremo de
todos los maronitas: clero, monjes y laicos. Los propios obispos sólo eran sus
vicarios, aunque habitaran a veces en regiones lejanas y estuvieran afectados a
determinadas diócesis. Ninguno de ellos gozaba de autonomía en el interior de
la diócesis que les confiaba el Patriarca. Este punto fue muy discutido en el
Sínodo del Monte Líbano, reunido el año 1736, durante el cual se estudió la
organización de la iglesia maronita, y se decretó que el Patriarcado sería
dividido en diócesis con territorios muy delimitados y que cada uno de los
obispos residentes gozaría de autonomía total. En esta forma el obispo maronita
tendría autoridad absoluta sobre todo el territorio de su diócesis y asumiría
la responsabilidad directa de su jurisdicción, al permanecer siempre unido al
patriarcado y a la iglesia Maronita. Sin embargo, esta decisión tomada en 1736,
no pudo ser aplicada, de hecho, sino hasta 1819, cuando el obispo maronita
llegó a ser efectivamente el jefe espiritual y temporal de su diócesis,
mientras que el patriarca, aunque gobernando una diócesis determinada, seguía
siendo el jefe supremo de toda la Iglesia, ya que la autonomía interna de los
obispos no significaba la independencia total. De hecho esta autonomía de la
que gozan los obispos maronitas desde hace poco menos de dos siglos no redujo
en absoluto la autoridad del Patriarca; por el contario, su poder se hizo más
eficaz.
Los maronitas se dirigieron a su Patriarca y recurrieron
a su autoridad suprema hasta la primera mitad del siglo XX. En efecto,
inmediatamente después de la I Guerra Mundial (1914-1918), el poder temporal
del Patriarca maronita, comenzó a perder terreno, sobre todo después de 1943,
cuando se declaró la independencia del Líbano. En esa fecha se había convenido
que el Presidente de la República Libanesa sería siempre un maronita, mientras
que el Presidente de la Cámara y del Gobierno, serían, respectivamente, un
musulmán chiita y un musulmán sunita. La política hacia su juego; y el
resultado fue que el poder del Presidente de la República aumentaba y se
afirmaba con detrimento del poder temporal de que gozaba el Patriarca maronita,
mientras que el poder del Presidente del Consejo se restringía para beneficio
del poder del Mufti, jefe religioso
de la comunidad musulmana sunita, aunque éste último de acuerdo con la ley,
sólo fuera un funcionario del Primer Ministro.
Lo espiritual y lo temporal habían estado a punto de
fundirse uno del otro. Dadas las circunstancias en que se encontraban los
maronitas, era necesario que el Patriarca asumiera una responsabilidad
semejante a la de los orígenes de su Iglesia. La teocracia ciertamente no ha sido jamás monopolio del Maronismo; la
encontramos un poco en la historia de la Iglesia Universal. Sin embargo, parece
que jamás había estado tan arraigada en los espíritus como estaba en los
maronitas
Los conventos que sirvieron de residencias patriarcarles
de manera permanente son: San Marón en Kfarhai; Nuestra Señora de Yanuh hasta
el año 1120, ahí vivieron 21 patriarcas; Nuestra Señora de Ilige a Mayfuq donde
vivieron 20 patriarcas; Nuestra Señora de Qannubin, hasta mediados del sigloXIX
y donde vivieron 19 patriarcas, finalmente Nuestra Señora de Bkerke.
En cuanto a los conventos que sirvieron de residencias
provisionales, son los siguientes: San Elías, en Lehfed; San Cipriano, en
Kfifán; San Jorge El-Kafr; Nuestra Señora de Halat; San Sergio, en Hardin; San
Chalita Meqbes, en Ghosta; San Juan Bautista, en Hrach; San Marón, en
Mejd-el-Me`ouch; Nuestra Señora de Machmouche, en Jezin; Santos Sergio y Bajos,
en Raifun; San José El-Hosn, en Ghosta; Nuestra Señora de la Victoria, en
Nesbay Ghosta.
*****
Sería muy largo mencionar todos los sufrimientos que los
patriarcas maronitas y sus fieles han soportado desde el origen hasta nuestros
días.
Los
Maronitas y las Iglesias Orientales
La Iglesia maronita jamás ha
pretendido ser la Iglesia de Oriente; siempre se consideró como una de las
iglesias orientales cuya razón de ser en el Medio Oriente es dar testimonio de
Cristo en esta región del mundo islamizada.
Además de los maronitas,, los grupos cristianos del Medio
Oriente, son los siguientes: griegos católicos o melquitas, griegos
ortodoxos o bizantinos; armenios católicos, armenios ortodoxos o gregorianos (llamados
así pues fue San Gregorio el Iluminador, quien evangelizó a Armenia); sirios o siriacos católicos, sirios o
siriacos ortodoxos; caldeos (católicos); asirios no católicos; coptos católicos
y coptos ortodoxos. Todas estas iglesias orientales, con excepción de los
coptos, están reconocidas por el Estado Libanés y se rigen por lo que se llama
“el
Estatuto Personal”.
En el Extremo Oriente, y especialmente en la India,
existen, además otras Iglesias Orientales, a saber: los malabares católicos y los malankares en su gran mayoría no
católicos; hasta la fecha estas iglesias usan como lengua litúrgica, el siriaco.
En suma, todas las iglesias de Oriente, incluso la
iglesia Latina, están divididas en dos iglesias gemelas muy distintas: una católica, otra no católica (ortodoxa, protestante,
nestoriana, etc.); mientras que la iglesia
maronita es la única comunidad eclesiástica que jamás ha tenido una iglesia
gemela.
Después del cisma que dividió en el año 1052, a la
iglesia universal en católica y ortodoxa, la Iglesia maronita fue la única
comunidad de Oriente que siguió vinculada a la Sede Apostólica de Roma.
Historia
En 1453 cayó Bizancio; todo el
Medio Oriente quedó entonces bajo la dominación turca. Durante el siglo XVIII
algunas comunidades ortodoxas volvieron al seno de la iglesia católica e
incluso se puede afirmar que la iglesia maronita fue el corazón palpitante que
dio su sangre católica a otros cristianos de Oriente. Este regreso se debió
también a los misioneros occidentales –franciscanos, capuchinos, jesuitas y
dominicos-, y a la diplomacia de la Santa Sede y de los países católicos de
Occidente; Francia desempeñó un papel principal después que, en 1535, Francisco
I firmó las Primeras Capitulaciones y estableció relaciones entre Francia y
el Imperio Otomano; estas Capitulaciones
fueron renovadas en 1603. Así pues, por una parte Francia, obtuvo para sus
súbditos la práctica libre para su religión en todo el Medio Oriente; y por la
otra, el Imperio Otomano concedió a Francia, y sólo a ella, un derecho de
protección sobre todos los misioneros de Oriente.
Sin embargo, gracias a su existencia en este mundo
oriental y su adhesión indefectible a la Sede Apostólica, los maronitas
pudieron brindar ayuda a los misioneros, así como a los hermanos separados,
para reconstruir sus nuevas comunidades convertidas al catolicismo. Dicho en
otras palabras, el papel que desempeñaron los maronitas en la formación de
iglesias católicas en el Medio Oriente, fue capital. En efecto, después del
Cisma de Oriente del año 1054, las relaciones entre la Iglesia Oriental y la
Occidental, se rompieron de alguna manera. Correspondió a los maronitas, que se
habían conservado católicos, ser el lazo de unión entre los hermanos separados.
A la llegada de los Cruzados, los maronitas fueron sus
aliados y vivieron una época de calma, pero inmediatamente después de la
destrucción del Reino de los Francos, tuvieron que refugiarse en la montaña
libanesa al huir de las persecuciones y acogieron a todos los perseguidos. Fue
bajo el Imperio Otomano, cuando ciertas comunidades cristianas del Medio
Oriente se unieron nuevamente a la Iglesia de Roma. Estas comunidades no podían
estar en contacto con los misioneros extranjeros; eran denunciados por sus
hermanos que luchaban por separarse de la Sede Apostólica. Además, temían que
su misión fuera a la vez religiosa y política. En resumen, en innumerables ocasiones
y en diversos sitios los misioneros tenían prohibido ponerse en contacto
directo con los cristianos de Oriente. Por esta razón, estos religiosos
católicos de Occidente utilizaban las iglesias y las localidades maronitas para
llevar a cabo sus misiones con los hermanos separados sin temor a ser
denunciados. Algunos tuvieron que vestir el hábito maronita para evitar la
cólera de los gobernantes.
Una vez vueltos al seno de la Iglesia Católica y para
estar al abrigo de los atropellos en su contra por sus hermanos, estas
comunidades encontraban refugio en la nación maronita. Por ello, además de una
ayuda religiosa y moral, los maronitas acudieron en auxilio de estas jóvenes iglesias
católicas con diversos donativos.
Por ejemplo, en 1749,el cheikh Mochref El-hazen ofreció a
los Armenios vueltos al catolicismo, la aldea de Bzommar, en Líbano, donde
construyeron un convento bajo la advocación de Nuestra Señora de Bzommar. El
rimer patriarca armenio católico fue elegido en 1740, después de haber sido huésped
del patriarca maronita y del gobernador de Kesruan, el cheikh Abi-Nader
El-Khazen.
Los griegos católicos, o Melquitas, que huyeron de las
ciudades de Siria para refugiarse con los maronitas, tuvieron su primer
patriarca hacia fines del siglo XVII. En 1811, el maronita cheikh Sa`d
El-Khoury, facilitó a adquisición de la propiedad de `Ain-Trez al patriarca
melquita que deseaba fundar un seminario y una sede patriarcal.
La iglesia Siria, que volvió al catolicismo en el siglo
XVII, permaneció sin patriarca cerca de 82 años. Posteriormente, a partir de
1783, la lista de patriarcas fue interrumpida. En esa e´poca el patriarca
Michel Jaroué, proclamado cabeza de esta joven iglesia en Mardin (Turquia),
sufrió muchas persecuciones, fue condenado a pagar multas y estuvo en prisión.
Al darse cuenta de que planeaban asesinarlo, huyó a través del desierto de
Palmira y en 1784 llegó a Beit-Chabab, aldea maronita de la montaña libanesa,
en un estado miserable. Fue hospedado durante cuatro meses en uno de los
conventos maronitas; posteriormente se trasladó con sus compañeros, a la casa
de un maronita de la aldea, pero todos los habitantes se unieron para
contribuir a su subsistencia. Pocos después salieron de alllí y viajaron hacia
Kesruan, al poblado de Dar`un, en donde el patriarca maronita José Esteban, lo
acogió ayudándolo a adquirir y ampliar el convento de Nuestra Señora de la
Liberación en Charfé; este convento fue desde entonces –y lo es hasta nuestros
días- la sede patriarcal de la iglesia siria católica.
El papel desempeñado por los maronitas para conservar el
catolicismo en Oriente, podría resumirse en la carta que en 1805 dirigió el
Cardenal Prefecto de la Propagación de la Fe en Roma, al patriarca maronita
Juan Hage: “La noble Iglesia maronita,
por su unión sincera y perpetua con la infalible sede de San Pedro, ha
defendido y salvaguardado en Oriente, en todas las épocas, la santa fe
católica. Más aún durante el último siglo trabajó en la conversión de las otras
comunidades orientales separadas, principalmente los sirios y los melkitas”.
Todas las congregaciones monásticas católicas orientales
se formaron según la escuela de los monjes libaneses maronitas que, por
supuesto, permanecieron fieles al monaquismo maronita primitivo. Este fue
reformado a finales del siglo XVII con la fundación de la Orden Libanesa
Maronita; por lo tanto, todos los monjes católicos Melkitas, Armenios y
Caldeos, vivieron en monasterios maronitas de la montaña libanesa para
iniciarse en la nueva fórmula monástica concebida por los monjes maronitas.
Posteriormente adoptaron de manera integral sus Reglas y Constituciones.
Los
Maronitas y la Santa Sede
La adhesión de la iglesia
maronita a la Santa Sede no es ocasional ni superficial; se remonta a los
orígenes del Maronismo y estaba muy arraigada en todos los espíritus. En
efecto, la historia nos muestra claramente que a través de los siglos, los
maronitas tuvieron su mirada vuelta hacia Roma, para lo mejor y para lo peor.
En el año 517, después del Concilio de Calcedonia y durante el periodo que la
Iglesia de Antioquia estaba desgarrada por las querellas cristológicas, los monjes
de la Siria Segunda dirigieron al Papa Hormisdas, una petición sobre estos
acontecimientos y sobre las persecuciones desencadenadas por los
anticalcedonios contra los Maronitas y sus aliados. Esta petición llevaba, en
primer lugar, la firma de Alejandro, superior del monasterio de San Marón. El
Papa les contestó el 10 de febrero del año 518, en una misiva en la que rinde
homenaje a su fe y los animaba a perseverar en ella a pesar de los sufrimientos
que soportaban y de las persecuciones que sufrían en defensa de la verdad
doctrinal. Desde esa fecha hasta nuestros días, l maronita jamás ha dejado de
repetir: “mi fe es la de Pedro”.
Historia
Después de la llegada de los
Cruzados a Levante, las relaciones con Roma se hicieron frecuentes y directas;
prueba de ello es la participación del Patriarca Jeremías Al-`Amchiti en los
trabajos del IV Concilio de Letrán, reunido el año 1215. Jeremías de Dmalsa
participó en 1297.
En 1291, con la desaparición del último reino latino de
Oriente, los Maronitas, atrincherados en la montaña libanesa, se encontraron
imposibilitados para establecer un contacto con Occidente. A pesar de la
situación, jamás se desviaron de su fe aunque en ocasiones se hable de un
monotelismo maronita, es decir, la herejía de una única voluntad en Cristo.
A partir del siglo XV las relaciones del Patriarca
maronita con la Santa Sede se reanudaron en forma normal y s mantuvieron
gracias a los misioneros, especialmente a los franciscanos. En 1439, el Papa
Eugenio IV recibió el homenaje del patriarca Jean Al-Gagi, llevado por el
hermano Juan, superior de los padres franciscanos del convento de Beirut.
Aseguraba al Soberano Pontífice la adhesión sin reservas de la Iglesia Maronita
y de su superior, a las decisiones que se tomaran en el Concilio de Florencia
con objeto de sellar la unión de los cristianos de Oriente con la Santa Sede.
Es cierto que los maronitas sufrieron persecuciones a causa de su adhesión. A
pesar de ello se sentían orgullosos, sobre todo desde que los Papas los
comparaban “a una rosa entre espinas”.
*****
En 1535, Francisco I, Rey de Francia, firmó con el Sultán
Otomano Solimán el Magnífico, lo que se llamó las Capitulaciones; gracias a ellas los misioneros latinos podían
viajar a Oriente con tranquilidad. Desde esa fecha Francia ejerció un
protectorado sobre los cristianos del Medio Oriente, en particular, sobre los
del Líbano, Siria y Palestina. La santa Sede dotó a los maronitas, con misiones
pontificias.
La primera misión llegó bajo el pontificado de Michel
El-Rizzi. En 1577 viajó a Roma una delegación maronita para presentar al Papa
el homenaje de dicho patriarca y solicitar, la cooperación de la Santa Sede
contra ciertos provocadores de problemas, que habían surgido al interior de la
nación, apoyados por obispos y monjes. El Papa Gregorio XIII contestó a esta
solicitud enviando una misión apostólica formada por dos sacerdotes de la
Compañía de Jesús, el Padre Eliano y el Padre Tomás de Raggio; Eliano cabeza de
dicha misión, era hijo de padres judíos y nacido en Alejandría, Egipto.
Salieron de Roma en marzo de 1578, con los enviados del patriarca y llegaron al
Líbano tres meses después. Su misión consistía en visitar la nación maronita y,
de ser posible, trabajar por el regreso al catolicismo de otras iglesias
cristianas de Levante.
Al llegar a Líbano fueron recibidos por el Patriarca que
les prodigó el respeto y los honores debidos a delegados del Papa.
Inmediatamente después se dedicaron a estudiar las tradiciones, ritos y
costumbres de los Maronitas. El padre Eliano no supo distinguir entre libros
propiamente maronitas y los que no eran en absoluto. El resultado fue que acusó
a los maronitas de los errores doctrinales de otras iglesias cristianas de Oriente
y no vaciló en lanzar a las llamas un gran número de manuscritos, haciendo
perder a la nación maronita, incluso a la Iglesia Universal, un gran tesoro.
Cumplida su misión los dos enviados regresaron a Roma en 1579.
En 1580 el Papa Gregorio XIII envió de nuevo a Oriente al
padre Eliano, esta vez acompañado por el padre Juan Bautista Bruno, también jesuita.
El Patriarca los recibió en el monasterio de Nuestra Señora de Qannubin y
convocaron un Concilio en el mismo lugar, que empezó el 15 de agosto y duró
sólo tres días. Después, ya que conocía bien el árabe, el padre Eliano recorrió
el Líbano para promulgar, en unión de los delegados del Patriarca, las
decisiones tomadas en el concilio. También en esta ocasión quemó un buen número
de libros. Abandonó el Líbano en septiembre de 1582. En suma, si la iglesia
maronita debe al padre Eliano la fundación de su Colegio en Roma, en 1584,
también le debe la pérdida en lo más profundo de su corazón del tesoro
artístico. Se suscitaron entonces dudas sobre la ortodoxia de esta Iglesia,
considerada fiel a Roma y calificada como “rosa entre espinas”. Para poner fin
a estas dudas y disiparlas en forma definitiva, en 1596, el Papa Clemente VIII,
encargó al padre jesuita Jerónimo Dandini, que viajara en su nombre al Líbano y
examinara en el propio lugar la fe y las costumbres de los maronitas. Dandini
era un gran erudito y un hombre de Dios, procedente de una familia italiana
noble. Después de estudiar los libros eclesiásticos, de visitar las iglesias y
asistir a las misas y oficios, Dandini sólo pudo rendir homenaje a este pueblo “piadoso
y fundamentalmente católico” que no conoce “ni el escándalo ni la impudicia ni
otros vicios vergonzosos”, y en donde “las mujeres son modestas, cuidadosas del
buen comportamiento cristiano y enemigas de la vanidad y de la molicie”.
Una vez realizada su obra de investigación, el legado
pontificio convocó un nuevo concilio que se reunió el 18 de septiembre de 1596
y que duró también tres días. Al terminar su misión regresó a Roma el 17 de
julio de 1597 y dio al Papa Clemente VIII un informe detallado de su viaje en
el que recomendaba calurosamente que la iglesia maronita es fiel y muy apegada
a la iglesia de Roma y que está en condiciones de prestar grandes servicios al
catolicismo de los países de Levante.
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Mahfouz, Joseph Dr. (O.L.M.), El Maronismo, eso que une al hombre con el
Hijo del Hombre, (Compendio de Historia de la Iglesia Maronita Católica),
México, Ed. Centro de Difusión Cultural de la Misión Libanesa de México, 1987.
Catedral
Maronita de San Jorge en Beirut
Basílica
de San Simón
Nuestra
Señora de Líbano
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