Religión
y traducción en el Renacimiento: Una transferencia cultural
Estimados lectores,
Jesús de Llano García, nos habla de la literatura didáctico religiosa, obras
que si fueron traducidas, pero que a la vez, fueron olvidadas. Si bien este
olvido ha sido debido en el extranjero principalmente a la leyenda negra de la
predicación española difundida en el siglo XIX por eruditos protestantes
Espero
sea de su agrado y sepamos un poco más de las grandes obras divulgadas y como
dije olvidadas.
A lo largo de lo que
podríamos denominar Renacimiento español se produce, de manera acorde con este
movimiento. El apogeo nacional e internacional de la literatura
didáctico-religiosa hispana Este fenómeno provoca la difusión mundial de los
frutos del monacato español. La literatura ascética, y en general la literatura
didáctica elaborada por los religiosos españoles tras el comienzo de la
contrarreforma, actualmente considerada como género menor, si llega a dársele
esa distinción. Ostentaba un apabullante dominio en conocimiento popular y
volumen de negocio sobre otros géneros. En ese preciso momento histórico la
prosa hispana se bifurcaba en dos tendencias, una primera y actualmente muy
cotizada, que abarcaba los diversos tipos de novela, pastoril, clásica. Sentimental
o la floreciente picaresca, y una segunda tendencia de carácter tratadista y
ensayístico, que adoptaba de uno u otro modo el fin moral de perfeccionamiento
del hombre. Como mera orientación sobre este aspecto cabe citar que entre los
nueve mil autores que cataloga Nicolás Antonio en su Bibliotheca, alrededor de cinco mil novecientos elaboran una
producción de características religiosas, ya en modo didáctico, ascético o
místico.
Obviamente,
al tratarse de una producción expresiva de la identidad de un país en apogeo
internacional, estas obras experimentaban en el exterior una demanda
equiparable a la nacional, y ya fuera por motivos religiosos, didácticos,
políticos, de modas o de intereses comerciales, lo cierto es que, prácticamente
en toda Europa, estas obras españolas habían desplazado en volumen de
exportación e influencia a la producción francesa e italiana. La calidad de las
obras didáctico-religiosas españolas, que aunaban un alto estilo muy apreciado
junto con un profundo desarrollo de valores morales y una erudita exhibición de
las entonces muy estimadas fuentes clásicas y patrísticas, originaron el apogeo
de este tipo de literatura, hecho patentizado en traducciones de todo tipo, ilírico-croata,
japonés, checo, tagalo e incluso en perdidas lenguas nativas americanas.
La
religión en España era un patrimonio cultural, y las obra exportadas eran un
reflejo de la sacralizada sociedad española de la época Se trataba obviamente
de un trasvase cultural, una transferencia ideológica, que aún pervive, llevada
a cabo entre mundos muy alejados a través del ejercicio de la traducción. La
comunicación intercultural, patentizada en la imitación estilística o en la
transmisión de fuentes, la difusión de valores culturales y morales, a través
de por ejemplo esas mismas fuentes clásicas, o simplemente las variantes
originadas por la diversidad nacional, y cito aquí la tauromaquia o la brujería
que son elementos versionados en las obras del navarro Diego de Estella y que
necesariamente originaron estupor en sus lectores europeos, son a todas luces
notables.
Curiosamente,
uno de los lugares de mayor éxito de estas obras fue Inglaterra, donde las
traducciones de estos clérigos fueron numerosas, algo que puede parecer extraño
a la vista del entonces reciente cambio religioso. Las obras didácticas
españolas eran en este país difundidas tanto explícitamente, apoyadas por las
autoridades anglicanas tras las pertinentes "correcciones", como de
forma subrepticia. La perseguida Inglaterra católica de finales del XVI fue
clave en este último aspecto Se dividía en tres grupos a comienzos de los
ochenta: los "recusants", aquéllos que se habían quedado en
Inglaterra confesando su religión y afrontando las penas y multas impuestas a
raíz de su falta de ortodoxia; los refugiados católicos, que habían abandonado
Inglaterra asentándose en países católicos, y un tercer grupo, el más numeroso,
compuesto por aquéllos que por indiferencia o miedo a la pérdida de fortuna,
posición o propiedades, conformaban con la nueva religión a pesar de seguir
siendo católicos interiormente. Estos eran los denominados conformistas
("Demi-Catholics" o "Church Papists"), ya que atendían a
los servicios protestantes con el fin de evitar las multas impuestas a aquéllos
que rehusaban aceptar las regulaciones gubernamentales. Sin la existencia de
este tercer grupo de católicos, tan denostado por muchos Jesuitas, la misión
católica jamás podría haberse llevado a cabo, dado el control exhaustivo del gobierno
a los "recusants", lo cual habría impedido el desarrollo de la labor
de cualquier misionero católico que se aventurase en el país, y que debía
necesariamente recibir la ayuda de gente sin ''fichar''.
Es
obvio que las traducciones de obras de devoción a las que hacemos referencia
estaban principalmente dirigidas a este tercer grupo, con el fin de ejercer de
predicadores mudos y fortalecerles en su fe, orientándoles a una vida de
oración y penitencia de la cual bien podrían haberse desviado a causa de su
contacto con los protestantes. Por esta causa, viendo la necesidad de
conversión o profundización en la espiritualidad del individuo aislado, no de
la comunidad, las obras que se divulgaban eran de carácter ascético,
orientativas, en lugar de místico, descriptivas. Consecuentemente la producción
más divulgada correspondía a autores como los dominicos Juan de Ávila y Luis de
Granada, los agustinos Beato Orozco y Malón de Echaide, los franciscanos Diego
de Estella, Antonio de Guevara, Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo y
Alonso de Madrid, o el jesuita Pedro de Ribadeneyra, etc, pudiendo citarse un
millar más. En estas obras se hablaba lógicamente de cosas básicas, asuntos
tales cómo rezar, cómo efectuar la penitencia, los sacramentos, el rosario,
etc. La evidente ausencia de los místicos carmelitas se debe a la más tardía
difusión de sus obras, debido a intereses político-religiosos. Las autoridades
eclesiásticas, tanto católicas como protestantes, censuraron este tipo de
obras, puesto que el acercamiento directo a Dios desarrollado en el misticismo
sin mediación de la jerarquía y el proceso ordenado de la Iglesia, había
originado desde el punto de vista católico el cisma protestante, y desde el
punto de vista anglicano el germen de los excesos. Se tendió a rechazar a los
místicos por su modo de acercamiento a Dios, un acceso directo sin necesidad de
una Iglesia guía. Los ascéticos. sin embargo, sí proceden dentro de la Iglesia,
no hay nada que suponga como en los místicos un asunto personal, un misterio
compartido por uno mismo y el Todopoderoso para el que no hay normas.
Evidentemente una de las razones para este parecer residía en Lutero, quien
había abrazado un cierto tipo de misticismo, falso desde el punto de vista
católico, que estaba completamente emancipado de la autoridad de la Iglesia.
Lutero tenía por costumbre apelar a los místicos alemanes de finales de la Edad
Media como justificación para sus acciones, y esta es una de las razones por
las cuales el misticismo sufrió un gran menoscabo ante los ojos de los
católicos y entre los líderes de la Contrarreforma, que naturalmente tendían a
rechazar la fuente en la cual el reformador alemán justificaba sus acciones e
ideas. Incluso en España se dio este problema con los Alumbrados o Iluminados,
un grupo denodadamente condenado por la Iglesia que enfatizaba la acción
directa de Dios en contraste con la acción indirecta a través de la Iglesia y
los sacramentos. En mi opinión esta es posiblemente la razón por la cual los
escritos de los grandes místicos españoles tuvieron una repercusión tan escasa
en Inglaterra en esta época, en contraste con los ascéticos. Los refugiados no
tradujeron ni editaron ninguna de las obras de Santa Teresa de Jesús ni de San
Juan de la Cruz en todo el siglo XVI, a pesar de que es evidente, a través de
una obra recopilatoria de Luca Pinelli, Briefe
Meditations of the Most Holy Sacrament (1595-1600), en la que se incluyeron
los Avisos de Santa Teresa, que estos místicos eran conocidos.
Pero
las obras de características didáctico religiosas no son la única producción
religiosa traducida digna de mención. Estos autores afrontan diversos temas,
como la entonces novedosa defensa de los derechos humanos, defensa basada en
concepciones teológicas y de derecho, es decir apoyadas por el peso del
conocimiento y la razón, no por opiniones puramente emotivas. Así, en este
campo encontramos a fray Bartolomé de las Casas y su Brevísima relación de la
destrucción de las Indias Occidentales, obra muy traducida. En su defensa no sólo
llevó su causa ante la corte, sino que originó la divulgación internacional de
sus ideas; temática y lucha igualmente desarrolladas por hombres como fray
Antón Montesino o fray Bernardo de Santo Domingo. El también dominico Francisco
de Vitoria afrontó entre sus muchas actividades esta problemática. Vitoria,
fundador del Derecho internacional
público moderno, es un hombre de su tiempo cercano a los problemas
contemporáneos. En sus divulgadas obras planteó cuestiones tan avanzadas como
las funciones del Papa y del Concilio ecuménico, el poder de Emperador en los
nacientes estados, las relaciones Rey y pueblo, el problema del divorcio de
Enrique VIII, el derecho de conquista de nuevas tierras, el derecho a dominar a
los indios americanos, etc. Su influencia tuvo necesariamente que dejarse
sentir, ya que fue maestro de predicadores y teólogos tales como Domingo de
Soto, Melchor Cano, Martín de Ledesma, Andrés Vega, Bartolomé de las Torres,
etc. Hombre de actitud racionalista, en consonancia con el espíritu de su
orden, en sus obras demuestra Vitoria su talante y espíritu humanista,
aplicándolo incluso en cuestiones delicadas, como la que afronta en una de sus Relectiones Theologicae en la que trata
de la hechicería y artes de brujería, expresando su convencimiento de que las
visiones de las brujas eran sueños de delirio. Oué diferencia entre esta
opinión, difundida y conocida en toda Europa a través de un sinfín de
traducciones, y aquéllas expresadas en el Malleus.
Pero
las aportaciones de Vitoria al Derecho internacional, tan seguidas en Europa en
su época y en siglos posteriores, no fueron las únicas originadas en el corazón
de la religión hispana, y así podemos destacar a pensadores influyentes, como
el obispo de Segovia, Diego de Covarrubias, testigo de la evolución del Derecho
gracias a los estudios clásicos, o como el navarro Remigio (Remiro) Goñi y sus De charitativo subsidio tractatum, in quo de
omni genere munerum, tum Laicos, tum clericos afficiente amplissime agitur (Lyon,
1550) y De inmunitate ecclesiarum
(Toulouse, 1549).
Entre
la producción de los religiosos seguimos encontrando obras sorprendentes y
avanzadas, que en todo momento hallaron una extraordinaria recepción europea,
lo que contribuyó a la dispersión de las ideas y a la influencia hispana en el
terreno cultural. En este marco debemos incluir la petición de tolerancia
religiosa de Antonio de Corro, jerónimo y posteriormente protestante español
refugiado en Inglaterra, expresada en su Carta
al Rey de España. Su total originalidad se deriva de ser el único autor que
llegó a vituperar los excesos de sus propios correligionarios protestantes,
razón por la cual fue en última instancia excomulgado por el obispo de Londres.
Una
de las labores más curiosas de los religiosos españoles de la época fue su
labor de difusión de la cultura mundial, aspecto en el que, a nivel de volumen
de producción y traducción, destacan extraordinariamente sobre el resto de
sectores similares europeos. Los religiosos españoles que en el desarrollo de
sus funciones marchaban a otros territorios en labores de misión, prestaron un
especial énfasis en transformar sus relaciones habituales de trabajo en un género
didáctico popular en el que aunaban la literatura de viajes, y sus campos
paralelos de descubrimientos y conquistas, con la exposición religiosa. El
resultado sería uno de los géneros más divulgados, apreciados y traducidos de
la literatura hispana, y un nuevo pilar en la consolidación de la primacía de
las obras alejadas de la ficción en nuestro país. Entre estos hombres cabe
destacar a Francisco López de Gómara, Pedro Mártir de Anglería, los jesuitas
Martín Pérez, Pedro Morejón y José de Acosta (Historia natural y moral de las indias orientales y occidentales,
obra traducida a varios idiomas en el XVI), el franciscano Domingo Álvarez de
Toledo, el dominico valenciano Luis de Urreta (narra en su Historia eclesiástica su predicación por Etiopía), el agustino
riojano fray Juan González de Mendoza, o las relaciones que adapta de otros
misioneros como Gaspar de Cruz, el navarro Martín de Rada o Pedro de Alfaro.
Igualmente entran en esta catalogación los navarros Juan Palafox y Mendoza y
Francisco de Javier, o de nuevo un agustino, fray Gaspar de San Agustín, con
una obra cuyo título define la mescolanza aquí expuesta, Conquistas de las islas Philipinas, la temporal por las armas del Señor
Don Phelipe segundo el prudente, y la espiritual por los religiosos del orden
de nuestro padre San Agustín (Madrid, 1698).
Por
todo lo expuesto es en la actualidad tristemente sorprendente comprobar cómo
este tipo de literatura permanece, con la excepción de muy escasos
investigadores, olvidado. Los religiosos españoles han contribuido de manera
profunda a la consolidación del espacio cultural europeo, tanto histórico como,
a partir de éste, actual. Si bien este olvido ha sido debido en el extranjero
principalmente a la leyenda negra de la predicación española difundida en el
siglo XIX por eruditos protestantes, es casi más lamentable constatar cómo en
nuestro país las motivaciones rondan con más facilidad el terreno de la
desidia. Evidentemente, y visto lo tratado, se hace necesaria una llamada a la
investigación en este campo. Si en el caso de los autores más renombrados la
labor está ya en algunos casos más o menos comenzada, en el caso de tantos
escritores cuya memoria no ha pervivido de igual forma, a pesar muchas veces de
una mayor repercusión internacional en su época, la labor por realizar es
ingente.
Jesús Llanos García
Universidad de Zaragoza
Bibliografía
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