LOS TEMIBLES TERCIOS
ESPAÑOLES
Orígenes
Al finalizar la guerra de Granada se
hizo el primer intento de homogenizar las distintas mesnadas que constituían el
ejército, ordenando la su articulación en batallas de
500 hombres, cada una con espingarderos, ballesteros y piqueros. Cada una se
dividía en 10 cuadrillas de 50 hombres, cada una
mandada por un cabo. La unión de varias batallas formaba una división,
a la que se añadían cavadores, pedrero, albañiles y carpinteros.
En la orden de 12 de julio de 1.490 se
asignaba al ejército de Andalucía una organización a base de divisiones de
6.000 hombres distribuidos en 400 espingarderos, 2.000 ballesteros, 970
cavadores, 100 pedreros, y 30 carpinteros.
Posteriormente una división se
articuló en 12 compañías al mando de un capitán, cada compañía estaba formada
de 720 piqueros, 80 espingarderos, 24 cuadrilleros, 8 atambores y un
abanderado, en total 833 efectivos. Los cuadrilleros eran los subalternos del
capitán.
La unidad táctica era la compañía, pero
Gonzalo de Córdoba en sus campañas de Italia, se dio cuenta de que necesitaba
una unidad más potente y bajo un mando único, de lo que surgió la colunella bajo
cuyo mando estaba un coronel.
Finalmente el Gran Capitán organizó sus
tropas en coronelias o escuadrones que estaban
inspiradas en las legiones romanas y estaban mandadas por un coronel y se
componían de 6.000 hombres que agrupaban a 12 capitanías o batallas de
infantería de 500 hombres.
Cada capitanía o batalla estaba mandada
por un capitán, auxiliado por 5 centuriones o cabos de batalla, un
alférez para llevar la bandera, los cabos de escuadra o de 10, un
tambor y un pínfano. Diez de las capitanías se componía de 500 hombres,
de los cuales 200 eran piqueros, 200 rodeleros (espadachines con rodela) y 100
ballesteros mezclados con las primeras armas de fuego portátiles (espingarderos
y escopeteros). Dos de las capitanías estaban formadas por los piqueros
extraordinarios, escogidos en relación a los demás.
Varias coronelias formaban un ejército que
estaba mandado por un capitán general. Esas cifras eran
teóricas, y variaban según las circunstancias, y las capitanías podían operar
independientemente.
Jerónimo Zurita en su historia de Fernando el
Católico afirma que en una revista pasada el año 1.497 al ejército de Rosellón
dice: “Púsose en ese tiempo nueva ordenanza de gente de guerra, repartiéronse
los peones en tres partes. El uno, tercio con lanzas, como los alemanes las
traían, que llamaron picas; y el otro tenía nombre de escudados; y el otro, de
ballesteros y espingarderos”. Algunos autores que la palabra tercio
viene de esta expresión, en los tres tipos de infantes empleados.
Con el tiempo las capitanías evolucionaron,
no tardando mucho en desaparecer los rodeleros y las ballestas fueron
sustituidas completamente por armas de fuego. Las coronelias también sufrieron
variaciones tanto en número de capitanías como en el número de hombres.
Carlos I en sus ordenanzas de 1.534
organizaba su ejército en tres tercios con las tropas asentadas en Italia: uno
en el reino de Sicilia, otro en el ducado de Milán (o reino de Lombardía) y
otro en el reino de Nápoles. Denominados el Tercio Viejo de Sicilia, el Tercio
Viejo de Nápoles y el Tercio Viejo de Lombardía. Poco después en 1.536 se
crearon el Tercio Viejo de Cerdeña y el Tercio de Galeras (que fue la primera
unidad de infantería de marina de la Historia). Todos los tercios posteriores
se conocerían como tercios nuevos. A diferencia del sistema de levas o
mercenarios, reclutados para una guerra en particular, típica de la Edad Media,
los tercios se formaron solo con soldados profesionales y voluntarios que
estaban en filas de forma permanente, aunque en un principio cada localidad
debía prestar uno de cada doce hombres para los servicios del rey si este los
necesitaba para la guerra. Sin embargo, nunca faltaron voluntarios.
El tercio en un principio no era, pues,
propiamente hablando, una unidad de combate, sino de carácter administrativo,
un estado mayor que tenía bajo su mando una serie de compañías que se hallaban
de guarnición dispersas por diversas plazas de Italia. Este carácter peculiar
se mantuvo cuando se movilizaron para combatir en Flandes. El mando del
tercio y el de las compañías era directamente otorgado por el rey, por lo que
las compañías se podían agregar o desvincular del mando del tercio según
conviniera. Cuando los tercios empezaron a ser reclutados por nobles a su
costa, quienes nombraban a los capitanes y eran efectivos propietarios de las
unidades, como sucedía en el resto de los ejércitos europeos.
También hay quienes consideran que el nombre
proviene de los 3.000 hombres, divididos en doce compañías, que constituían su
primitiva dotación. Esta última explicación parece la más acertada, ya que es
la que recoge el maestre de campo Sancho de Londoño en un informe
dirigido al duque de Alba a principios del siglo XVI: “Los
tercios, aunque fueron instituidos a imitación de las legiones, en pocas
cosas se pueden comparar a ellas, que el número es la mitad, y aunque
antiguamente eran tres mil soldados, por lo cual se llamaban tercios y no
legiones, ya se dice así aunque no tengan más de mil hombres“.
Entonces, el nombre de tercio puede venir del
hecho de que los primeros tercios italianos estuvieran compuestos por 3.000
hombres. Lo más probable es que se refiriese simplemente a una parte de las
tropas, como en los abordajes, donde se dividían los hombres en tres “tercios”
o “trozos“.
Organización de los tercios
La estructura original, propia de los tercios
de Italia, cuyas bases se encuentran en la ordenanza de Génova de 1.536,
dividía cada tercio en 10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2
de arcabuceros, de 300 hombres cada una. El tercio estaba mandado por un
maestre de campo, asistido por un sargento mayor y sus ayudantes de campo,
alférez mayor, furriel mayor, pífano y tambor mayor, capellán mayor, médico y
cirujano, en total unos 29 hombres.
El maestre de campo
Era un capitán designado por el rey al cargo
su compañía y de todo el tercio. Podemos decir que era el mayor rango dentro
del Tercio y por ello, era el único que contaba con una guardia personal de 8
alabarderos. Su función era el mano, impartir justicia, administración y
asegurarse de que el aprovisionamiento de las tropas fuera el correcto.
Para lograr este distinguido cargo, era
necesario haber cumplido una larga carrera militar, habiendo logrado en ella
fama y reconocimiento, llegando su nombre a oídos del rey. En principio, solían
ponerlos al cargo de una unidad formada por tropas extranjeras, y cuando
demostraba su valía, se le daba un tercio de españoles.
Muchos tercios tenían el nombre de sus
lugares de origen, pero había un número considerable de ellos que adoptaban el
nombre y apellidos de sus maestres de campo, como puede ser el tercio Lope de
Figeroa. Juan del Águila, Sancho de Londoño, Sancho Dávila, Julián Romero,
Rodrigo López de Quiroga y Álvaro de Sande.
Maestre de campo y alférez de un
tercio español. Autor Delfín Salas
El alférez mayor
Alférez mayor era el encargado de llevar la
enseña del tercio. No la llevaba personalmente, sino que era llevada por uno de
los escoltas.
Los ayudantes de campo
Un grupo de unos veinte
entretenidos (aspirantes a algún oficio o cargo) y reformados
(oficiales que no tenían mando) también proporcionaban una valiosa ayuda
técnica y burocrática, actuaban como un estado mayor, consiste en consejeros
expertos y veteranos experimentados. Al frente del mismo estaba el capitán
mayor que ejercía las funciones de jefe de estado mayor, también había expertos
en artillería, caballería, e ingenieros, etc.
El barrachel
Viene del italiano barracello,
que viene a significar capitán de alguaciles, que mas tarde en Flandes pasó a
llamarse prevoste, era el jefe de la policía militar del tercio, era
responsable del orden, supervisaba la disciplina, las condiciones de sanidad e
higiene y a las prostitutas y otras gentes que acompañaban a los soldados del
tercio en el tren de bagajes. Contaba con 5 aguaciles y un verdugo.
El sargento
mayor
Era el ayudante principal del maestre de
campo, el segundo al mando. No tenía escolta propia como el maestre, pero sí
tenía potestad sobre el resto de capitanes, se encargaba de transmitir las
órdenes del maestre.
Era el alma del tercio. Su primer cometido
era disponer los órdenes de marcha y de combate del tercio y de convertir una
masa desorganizada de soldados en un cuadro imponente o en un escuadrón de
acero, picas y bocas de fuego en cualquiera de las formas establecidas para las
distintas contingencias.
Era el encargado de la instrucción y de las
maniobras, para llevar esto a cabo, el sargento mayor debía conocer las
distintas modalidades del cuadro a la perfección para elegir y conformar los
diferentes tipos existentes de formaciones en cada ocasión particular. Para
ello contaba con los sargentos de las compañías y un alférez
reformado.
Este cargo desapareció del ejército español,
pero fue recuperado posteriormente como el suboficial mayor,
cargo simbólico. En los ejércitos americano e inglés aún se conserva, siendo
uno de los los cargos más prestigiosos.
El tambor mayor
Eran los encargados de transmitir las órdenes
del sargento mayor en el combate utilizando sus instrumentos. El tambor
mayor hacía sonar su gran tambor o atambor para
ayudar a las tropas del tercio a formar, marchar o combatir en el orden
correcto, en coordinación con los tambores de cada compañía. Además, con su
música, subían la moral de los hombres. Tenían en sus cometidos la instrucción
de los tambores y pífanos de las compañías.
El tambor mayor del regimiento llevaba un
largo bastón, con el puño de plata, al que se llamaba “porra”.
Por lo general, este bastón era clavado en un lugar alejado del campamento y
señalaba el lugar al que debía acudir el soldado que era castigado con arresto:
“Vaya usted a la porra”, le gritaba el oficial y el soldado,
efectivamente, se dirigía a ese lugar y permanecía allí durante el tiempo que
se mantenía el castigo.
El furriel
mayor
Era el encargado de alojar a los soldados, de
los almacenes y las pagas, así como también de la logística. Cada compañía
contaba, además, con un furriel secundario encargado de llevar a cabo las
órdenes del mayor. Cada furriel llevaba las cuentas de la compañía, la lista de
soldados, así como preveía las armas y munición que necesitarían los soldados.
Para poder aspirar a este cargo, era
necesario saber leer, escribir y tener conocimientos mínimos sobre matemáticas.
El servicio sanitario
No existía un cuerpo sanitario como puede
haber en la actualidad. Cada tercio contaba con un solo médico profesional y un
cirujano. Controlaban las actuaciones de los barberos de las compañías. Había
varios hospitales de campaña, tanto en el teatro de operaciones como en los
itinerarios por los que debía marchar la tropa, y un hospital general, que en
Flandes estuvo instalado en Malinas que tenía capacidad para 330 camas, y era costeado
por una contribución que se descontaba del sueldo de cada soldado u oficial,
proporcionalmente al salario. A los soldados rasos se les descontaba un real
llamado real de limosna y diez a los capitanes. Cuando un sitio
se prolongaba o una campaña particularmente sangrienta aumentaba el número de
los que precisaban atención médica, se establecían en puntos estratégicos
hospitales especiales de campaña, o bien el ejército se incautaba de un
hospital civil. En estos casos, todos los soldados, extranjeros o del país,
recibían tratamiento gratuito
El cuerpo
judicial
Estaba formado por un oidor, escribano, dos
alguaciles, el carcelero y el verdugo. Se encargaban de llevar a término los
procesos judiciales internos del tercio, como si fuera un tribunal militar.
También se encargaban de los testamentos de los soldados.
El capellán mayor
Se creó en la ordenanza de 1.632, era el
encargado de elegir a los capellanes de las compañías, y ejercer la autoridad y
guía espiritual de los capellanes de las compañías.
Organización de una compañía
Los tercios tenían dos tipos de compañías de
combate, las compañías de piqueros y las compañías de arcabuceros. Todas estas
compañías tenían el mismo número de hombres y la misma plana mayor que estaba
compuesta de 11 hombres:
- 1 capitán
y su paje.
- 1
alférez.
- 1
sargento.
- 1
abanderado o insignia.
- 2
tambores y 1 flautista o gaitero.
- 1
capellán.
- 1
furriel.
- 1
barbero.
Las compañías españolas estaban también
divididas en escuadras de unos 25 hombres al mando de un cabo. Se puede añadir
que había otra subdivisión de las compañías, las llamadas camaradas que
tenían de 6 a 12 hombres. Estas camaradas no eran realmente una
estructura de combate sino un grupo de hombres que compartían la comida, el
alojamiento etc… esta estructura era importante para la moral y el famoso
espíritu de cuerpo de los españoles.
En 1.534, los tercios tenían 8 compañías de
piqueros y 2 compañías de arcabuceros. Las compañías estaban compuestas por:
- Compañía de piqueros:
11 mandos,
135 coseletes (piqueros con peto) en 6 escuadras, 44 piqueros secos, 90
arcabuceros y 20 mosqueteros en una escuadra.
- Compañía de arcabuceros: 11 mandos, 35 piqueros secos armados con alabardas
ligeras, 239 arcabuceros y 15 mosqueteros.
En total un tercio tenía en total 3.029
hombres (139 mandos, 1.080 coseletes, 400 piqueros secos, 1.220 arcabuceros y
190 mosqueteros.
En 1567, el duque de Alba marchó a Flandes
con 4 tercios que tenían oficialmente 10 compañías de piqueros de 250 hombres y
2 compañías de arcabuceros de 250 hombres. Los tercios de Italia y España
seguirían con compañías de 300 hombres.
Las compañías de 250 hombres estaban
compuestas por:
- Compañía de piqueros: 11 mandos, 111 coseletes (piqueros con peto), 108 piqueros secos y
20 mosqueteros.
- Compañía de
arcabuceros: 11 oficiales, 224 arcabuceros y 15
mosqueteros.
Un tercio con 12 compañías tenía en total
3.029 hombres (161 mandos, 1.110 coseletes, 1.080 piqueros secos, 448
arcabuceros y 230 mosqueteros.
En 1.623 todos los tercios se estandarizaron
a 15 compañías mixtas, cada una con 90 arcabuceros, 50 mosqueteros y 60
piqueros. En total 1.350 arcabuceros, 750 mosqueteros y 900 piqueros.
Estas cifras eran solo teóricas, la realidad
fue que un tercio tenía normalmente de 1.300 a 1.500 hombres divididos en 10 a
15 compañías con 10% de mandos, 30 % de arcabuceros y 60% de piqueros, que
posteriormente aumento los arcabuceros hasta invertir la proporción.
El capitán
Designado por el rey para mandar una
compañía. Debía informar de cualquier incidencia a sus superiores, pero no
tenía la capacidad para castigar a sus soldados, y en caso de herirlos, no
debía atacar ningún miembro de estos que fuera útil para la guerra. Tenía la
potestad para dar licencia a un soldado y permitirle ir de una compañía a otra,
pero jamás para abandonar el tercio, pues era algo que únicamente podía
autorizar el maestre de campo o el rey.
Solían tener un paje de
rodela, que se encargaba de protegerlo con ella, por lo que
normalmente salían mal parado en los combates.
Capitán al frente de su compañía
en un tercio. El capitán a caballo con espada y pistolas, detrás de los
tambores y la bandera, y a continuación los piqueros. Autor Augusto Ferrer
Dalmau
El alférez
Era el segundo del capitán, su brazo derecho.
Un oficial de confianza, puesto que podía encargarse de dirigir la compañía en
ausencia del capitán si este así lo requería. En las marchas, contaba con otro
ayudante llamado sotaalférez o abanderado, que llevaba
la bandera cuando no hubiese combate.
Su propósito era llevar y defender la bandera
de la compañía en el combate, llegando en algunos casos a perder ambos brazos
con tal de evitar que la bandera cayera al suelo. Si esta llegaba al suelo,
significaba que la compañía había perdido el combate, por lo que incluso
llegaban a sujetarla con la boca, algo complicado, ya que pesaba 5 kg. La
bandera siempre debía llevarse de forma vertical, nunca al hombro, pues si caía
lo más mínimo, bajaría la moral.
El sargento
Cada compañía tenía uno, y se encargaba de
transmitir las órdenes de los capitanes a los soldados, de que las tropas
estuvieran bien preparadas para combatir y que fueran ordenadas. Era el oficial
con más especialidad en el cuidado de la disciplina y en la ejecución de cuanto
se ordenara. En los servicios nocturnos, se encargaba establecer las guardias y
supervisarlas. Podía castigar a los soldados con una alabarda especial que solo
llevaban los sargentos, siempre y cuando no los incapacitara para el combate.
El empleo de sargento fue creado tras la guerra
de Granada, a finales del siglo XV, a petición de los capitanes. El
soldado elegido para sargento, normalmente un cabo, debía ser apto, hábil,
razonable y valeroso. Un joven recluta no podía ser sargento, pues era
preferible que tuviese algunos años de antigüedad como cabo.
Lo que no era un factor excluyente, ya que también podía ascender un soldado
raso, pero siempre con experiencia.
En lo referente a la disciplina, no admitía
réplicas de los soldados en cuanto a lo que concerniese al servicio del Rey.
Debía mostrarse firme ante los cabos, estudiaba siempre las órdenes que recibía
y las que daba. Fuera cual fuese la situación, ejecutaría las órdenes de sus
mandos, y si recibía instrucciones de varios mandos sobre un mismo aspecto,
acataría las del que tuviera mayor graduación.
Sargento de una compañía de un
tercio. Llevan su alabarda como distintivo del mando. A la izquierda tercio
Martín Idiaquez 1630. Autor José Ferrer Clauzel; a la derecha sargento de
finales del siglo XVII y principios del XVIII.
Los cabos
Eran soldados veteranos que tenía bajo su
mando a unos 25 hombres. Llevaban una partesana o alabarda modesta sin adornos.
Se encargaban de alojar a los soldados en camaraderías, grupos más reducidos.
Debían adiestrar a los soldados, asegurarse de que se cumplieran las órdenes
del capitán y mantener el orden. De producirse algún desorden, no tenía poder
para castigar a los soldados, por lo que debía limitarse a informar al capitán.
Debían vigilar especialmente las buenas
relaciones entre los soldados que tenía bajo su mando. Para ello, se preocupaban
por instalarlos en alojamientos por grupos con caracteres afines, para que no
se produjeran enfrentamientos. Eran frecuentes las visitas a los alojamientos.
Además, se ocupaban muy especialmente de los enfermos, transmitiendo al capitán
las peticiones de hospitalización o convalecencia, aportando su opinión.
Aunque tenía un alojamiento separado de su
cuerpo de guardia, debía ser soltero para estar el mayor tiempo posible con sus
hombres. Su escuadra era su familia. Para cumplir mejor su función, debía llevar
una vida honesta y de buenas costumbres, evitando el chismorreo o el
bandolerismo con sus oficiales. De cumplir bien con las funciones de mando en
su pequeña unidad, el cabo podía ascender en la escala de mando.
El barbero
El barbero de la compañía solía hacer de
enfermero y debía saber atar y sangrar heridas. Los camilleros solían ser los
mozos que acompañaban a los soldados al combate o los propios soldados llevando
a sus propios camaradas.
El capellán
Cada compañía contaba con uno, y su función
era dar fe a los soldados, enseñar el evangelio, ofrecer la santa misa y dar la
extremaunción a los heridos de muerte. Era un trabajo arduo, ya que debían
moverse por todo el campo de batalla para dar la extremaunción, y solían ser
objeto del odio de los enemigos contrarios a la iglesia (protestantes u
otomanos).
Reclutamiento de los tercios
Todo comenzaba con la emisión de las órdenes
reales por parte del Consejo de Guerra, en las que se informaba del número de
hombres que se pretendían reclutar, los lugares y las compañías que se
formarían. El Rey concedía un permiso especial firmado de propia mano (cédula)
a los capitanes designados, que tenían señalado un distrito de reclutamiento y
debían tener el número de hombres suficiente para componer una compañía.
Cada capitán, provisto de una real cédula,
nombraba primero a sus oficiales subalternos y ordenaba la confección del
estandarte de la compañía (la bandera). A continuación con el estandarte, un
tambor y sus cabos de escuadra visitarían las diferentes ciudades y pueblos
especificados en su cédula. Una vez desplegaba bandera en el lugar convenido,
mientras su tambor redoblaba a retreta, le bastaba con tomar pluma y papel para
alistar a los voluntarios que podrían ser españoles, extranjeros, nobles,
humildes, honestos, políticos, empresarios, novatos, con experiencia. Todos
eran bienvenidos y tratados con igualdad. El capitán no debía obligar a nadie a
alistarse.
Reclutamiento de un arcabucero
español para las campañas de Italia durante el siglo XVII. Se trata de un
veterano de otras campañas que se incorpora con su propio armamento. Autor
Pablo Outeiral.
Para convencer a los hombres de alistarse en
el ejército los cabos que les hablaban de experiencias y oportunidades de la
vida militar, contaban batallas, hablaban de saqueos y el hecho de adquirir
dinero perteneciendo a la vida militar. Todo valía para embaucar a cualquier
hombre que sirviese para defender los territorios del imperio Español o
conquistar nuevos lugares, generalmente los voluntarios, que acudían en tropel
gracias a la gran fama de los tercios, donde pensaban labrarse carrera y
fortuna. Estos voluntarios iban desde humildes labriegos y campesinos hasta
hidalgos arruinados o segundones de familias nobles con ambición de fama
militar, pero normalmente no se admitían ni menores de 20 años ni ancianos, y
estaba prohibido reclutar tanto a frailes o clérigos como a enfermos
contagiosos. Los reclutas pasaban una revista de inspección, en la que el
veedor comprobaba sus cualidades y admitía o expulsaba a los que servían o no
para el combate. y se daba preferencia a quienes ya dispusieran de armamento
propio. Una vez admitidos, en la lista de la compañía se anotaba el nombre de
los reclutas (sentar plaza) que recibían una paga en mano allí mismo, albergue gratis
y comida diaria, y tal vez un juego de ropa.
A diferencia de otros ejércitos, en los
tercios el soldado no estaba obligado a jurar fidelidad y lealtad al rey.
El alistamiento era por tiempo indefinido,
hasta que el rey concedía la licencia y establecía una especie de contrato
tácito entre la Corona y el soldado, aunque aparte del Rey también los
capitanes generales podían licenciar a la tropa. Se daba por hecho que el
juramento era tácito y efectivo desde este reclutamiento. Los agraciados con su
entrada en el tercio cobraban ya al empezar un sueldo por adelantado para
equiparse, y los que ya disponían de equipo propio recibían un socorro a cuenta
de su primer mes de sueldo.
No hay duda de que estas condiciones se
pasaban a veces por alto a causa de la picaresca personal o de las necesidades
temporales del ejército, pero en general siempre se exigió que el soldado
estuviese sano y fuerte, y que contara con una buena dentadura para poder
alimentarse del duro bizcocho que se repartía entre la tropa. En España, las
mayores zonas de reclutamiento fueron Castilla, Andalucía, el Reino de
Valencia, Navarra y Aragón. Honor y servicio eran conceptos muy valorados en la
sociedad española de la época, basada en el carácter hidalgo y cortés, sencillo
pero valiente y arrojado de todo buen soldado. Aunque hay que añadir que no
hubo escasez de voluntarios alistados mientras las arcas reales rebosaron de
dinero, es decir, hasta las primeras décadas del siglo XVII.
No existían centros de instrucción, porque el
adiestramiento era responsabilidad de los sargentos y cabos de escuadra, aunque
la verdad es que los soldados novatos y los escuderos se formaban sobre la
marcha. Se procuraba repartir a los novatos entre todas las compañías para que
aprendieran mejor de las técnicas de los veteranos y no pusieran en peligro la
vida del conjunto. Era también común que en las compañías se formaran grupos de
camaradas, es decir, de cinco o seis soldados unidos por lazos especiales de
amistad que compartían los pormenores de la campaña. Este tipo de fraternidad
unía las fuerzas y la moral en combate hasta el extremo de ser muy favorecida
por el mando, que prohibió incluso que los soldados vivieran solos.
El ascenso se debía a aptitud y méritos, pero
primaban también mucho la antigüedad y el rango social. Para ascender se solía
tardar como mínimo 5 años de soldado a cabo, 1 de cabo a sargento, 2 de
sargento a alférez y 3 de alférez a capitán. El capitán de una compañía de
tercio era el mando supremo que debía rendir cuentas ante el sargento mayor,
que a su vez era el brazo derecho del maestre de campo (designado directamente
por el rey y con total competencia militar, administrativa y legislativa).
La paga en un principio fue de 3 ducados por
cada soldado de infantería, pero cuando la escasez de reclutas aumentó también
lo hizo el precio que había que pagar a los que se alistaban. En 1.641 era de 10 diez y en 1.647 era 28. (Un
recluta de caballería, totalmente equipado, costaba entonces 60).
Uniformidad y vestimenta en
los tercios
No existió nunca una verdadera uniformidad en
vestimenta. La cruz de San Andrés o borgoñona era el emblema del ejército
español y se cosía a la pechera de la prenda. El pañuelo era muy común para
enjuagarse el sudor, sujetar el pelo o como simple complemento estético para
los españoles era de color rojo y se anudaba al brazo durante el combate para
reconocerse los soldados entre ellos y diferenciarse de otras naciones. Era
común en la época llevar el fajín atado a la cintura. En el caso de los mandos
era usado como símbolo de su cargo siendo este de color rojo y podía llevarse
como banda cruzado al pecho o en la cintura.
El equipo más habitual comprendía una ropilla
(chaleco o jubón), unos calzones, dos camisas, un jubón, dos medias calzas, un
sombrero y un par de botas, pero cada hombre podía vestir como quisiera si se
lo pagaba de su bolsillo. Su estilo venia dada por la moda de la época y
principalmente por la posición económica del soldado.
Calzado: las botas eran populares entre los soldados
por su comodidad y resistencia, las más usadas fueron las botas con vuelta y
tenían el tacón alto. Los zapatos eran más propio de la vida civil que de la
militar, los que no podían comprarlos lo llevaban junto con una media hasta la
rodilla y podían ir engalanados con enormes hebillas, en lugares calurosos se
usaban también sandalias.
Pantalones: en el siglo XVI se pusieron de moda los gregüescos o
pantalones cervantinos que permanecieron hasta comienzos del XVII, existiendo
multitud de variantes y versiones. Se trataba de unos pantalones bombachos con
acuchillado de distinto tipo. Al parecer, tenían sus orígenes en las botargas y
en los zaragüelles andalusíes. Aunque no fue el único modelo
de pantalón usado en los tercios, su uso se extendió mucho, llegándose a
producir abusos entre los soldados, que pretendían aparentar hidalguía, lo cual
provocaba la crítica de los entendidos: “Los hay que parecen alforjas, que llevan en los
muslos gala de lo que agora se usa, hacen unas calzas con aquellos muslazos que
llaman afollados, Hay algunos que llevan unas treinta varas de paño y seda y
esteras viejas y otros andrajos con que se hacen aquellas vejigazas, calabazas…
de cuero por dentro y muy bien cosido en sus brocales, los hinchan como a los
cueros de vino..” El Dialogo de Verdades, Francisco de Enciso
Zárate, 1570.
Otros nombres por el que se conocía a estos
pantalones eran calzas valonas, pedorreras o toleneletes.
Camisa: era la prenda
interior por antonomasia. El acuchillado en las mangas estuvo más de moda en el
siglo XVI que en el XVII, donde se imponen otro tipo de camisolas, como las
valona de cuello recto tan populares en vivos colores.
Cinturón: Los cinturones de la época variaron en
tamaños y formas, los más comunes eran anchos, de donde colgaba el talabarte o
el tahalí para ceñir la espada, que era básicamente era un soporte hecho de
varias tiras con hebillas que sujetaban la funda de la espada. El cinturón
podía ir en bandolera cruzado al pecho.
Jubón o ropilla: la ropilla, jubón o chaleco era la prenda
que se llevaba sobre la camisa normalmente. Este tipo de prendas aglutina
piezas de cuero, acolchadas, de tela recia o liviana. Eran muy características
las hombreras desde las que nacía la manga. Era muy común también que las
mangas fueran de quita y pón. Combinaba la protección de una armadura con la
comodidad de una prenda de piel. Fue habitual en el siglo XVII, en los soldados
de los tercios y de otras unidades, así como de la vestimenta civil.
Casaca: La casaca suele
ser en este periodo mas propia de oficiales y gente de calidad siendo una
especie de chaquetón largo con amplias mangas.
Coleto: una protección
sencilla, hecha de cuero, que el soldado de los tercios vestía a modo de
chaleco. Solía ser la protección de cualquier soldado que no llevara peto
metálico, normalmente los arcabuceros y picas secas, aunque en el XVII la
armaduras fueron dejando mas espacio a esta protección barata y fácil de
llevar. El coleto fue la protección de aquellos que se ganaban la vida con la
espada, porque protegía de cortes y estocadas no muy fuertes. Normalmente eran
de cuero crudo, y a veces de ante
Cuera: fue la prenda que
sustituyó al gambesón durante el siglo de Oro. Hecha de ante o seraje se
llevaba bajo la armadura para llevarla de forma mas cómoda, aunque era por si
sola una muy buena opción defensiva para llevar a la guerra. Era una especie de
chaleco que protegía de los roces de la armadura y también del frío. Un gambesón o
acolchado también podía hacer las veces de la cuera.
Sombrero: Chambergo/capelina/sombrero de ala ancha:el
más usado fue el de ala ancha que en su forma mas modesta y simple se llamaba
capelina, y que solía llevar enormes plumas de colores y hebillas estaba muy a
al moda en la época. Protegía del sol, quedaba muy bravo y además no era mala
protección para la cabeza durante un duelo ya que estorbaba bastante las
cuchilladas. Otro modelo fue el chambergo que era un sombrero blando de copa
relativamente baja con una o las dos alas dobladas y sujetas a la copa con
presillas o broches, estaba hecho de fieltro y normalmente tenía un ala sujeta
con la presilla, ya que facilitaba la puntería. Parlota fue un gorro más propio
del siglo XVI pero igualmente podemos usarlos en lugar del sombrero.
Todo soldado podía llevarse los mozos y
criados que pudiera costear por su posición social y recursos. Eran una especie
de escuderos que aprendían de sus superiores el arte de la guerra y el cuidado
de las armas y los caballos. Un gran número de protegidos y de no combatientes
acompañaba al ejército de tercios en su marcha, desde mochileros para
transportar los equipajes hasta comerciantes con carros de comestibles y
bebida, cantineros, sirvientes, etc. y hasta prostitutas. Éstas últimas, aunque
bastante numerosas, no podían pernoctar con la tropa porque se debía respetar
cierto límite de medidas de control del orden, por lo que debían marcharse del
campamento al caer la tarde.
Composición de los tercios
Los tercios estaban compuestos de rodeleros,
piqueros, arcabuceros y mosqueteros.
Los rodeleros
Eran unidades soldados del tercio que estaban
provistos de espada y rodela o escudo redondo de unos 50 cm de diametro. Eran
muy eficaces esquivando las mortíferas picas e infiltrarse en las formaciones
para diezmarlas desde dentro.
La rodela jugaba un papel importante en los
asaltos, pues bien colocada protegía el torso, destacándose por varios autores
el papel defensivo que tenía sobre todo contra las pedradas lanzadas desde las
murallas.
Los rodeleros españoles eran temibles en los
choques y podían combatir entre las filas de piqueros, así como los
lansquenetes usaban los doppelsöldner o doblesueldos, que
usaban el “montante”, una gran espada con la que abrían brechas en las
líneas enemigas, pero esta arma solo se usó a comienzos del XVI y
posteriormente parece que su uso pasó a ser ornamental y en desfiles.
Posiblemente su desaparición fue debida a que las armas de fuego causaban
mayores majas en las formaciones enemigas.
Su armamento principal era la espada
ropera. A diferencia de las espadas medievales, diseñadas para
cortar y tenían doble filo, las del periodo renacentista eran ligeras y se
empleaban para pinchar y batirse en duelo. Para proteger la mano tenían un
tazón o cazoleta que reducía el peso. Precisamente estos tazones, objeto de
ornamentos y figuras talladas convertían en obras de arte a muchas de estas
espadas. Las espadas toledanas tenían fama mundial; asimismo, se hacían
excelentes aceros en Zaragoza, Calatayud, Cataluña, Bilbao, Segovia y Valencia.
Rodeleros en los tercios
españoles, llevan rodela o escudo redondo, coraza con braceras y manoplas,
morrión, espada ropera, pantalón grueso o acuchillado y calzas con zapatos.
Los piqueros
La figura del piquero nació de la imperiosa
necesidad de frenar a la caballería pesada que tuvo un auge considerable
durante la edad Media y que se perpetuó con la carga de la nueva caballería
pesada, sobre todo la francesa que era capaz de romper una formación de
infantería.
El piquero, por tanto, fue una figura
esencial a la hora de defender la posición ante un ataque de caballería pesada.
Fue así como, durante el siglo XVI, se organizaron soldados armados con picas
dispuestos en bloques cerrados con la punta del asta al frente para combatir
las cargas de caballería enemigas. Los primeros piqueros fueron los suizos, que
pronto todas las potencias occidentales compitieron por hacerse con sus
servicios. Posteriormente aparecieron los lansquenetes alemanes que empleaban
las mismas tácticas y que fueron empleados por el imperio Español.
La figura del piquero dentro de los tercios
se convierte así en la máxima presunción defensiva de la infantería. En cuanto
al armamento iban dotados de una pica de 26 palmos (5,42 metros) de longitud,
fabricadas, preferentemente, con fresno vizcaíno, de gran flexibilidad, y
tenían un peso de unos 5 kg. Como armamento secundario llevaban una espada
ropera que tenía un peso de un kilo, la longitud variaba de acuerdo el tamaño
de la persona, y en un momento se estandarizó su tamaño determinando que el
largo de la hoja más el largo del brazo debía ser igual a la altura de la persona.
Otro armamento secundario era una daga mediana. Los soldados españoles
acostumbraban a portar espada ropera en la mano derecha y una daga en la
izquierda. En concreto, la daga más famosa usada por los españoles era la
vizcaína, también llamada misericordias o quitapenas de hoja triangular y con
la empuñadura protegida por un triángulo de metal abombado en forma de vela.
La primera fila llevaban la semi pica, que
era idéntica a su hermana mayor, pero de menor longitud, que permitía una mayor
agilidad en su manejo, los tercios embarcados, y los que tenían que combatir en
espacios muy estrechos también la usaban.
Dentro de los piqueros había dos tipos: las
picas húmedas o coseletes y las picas secas.
Las
picas húmedas o coseletes estaban
protegidos por un coselete o armadura, se les llamaba así por en la batalla el
sudor quedaba entre la armadura y la piel, quedando la ropa completamente empapada.
Su armadura en el caso más completo consistía en un yelmo o celada que
generalmente era el típico morrión, un peto o parte delantera del pecho, un
espaldar o parte trasera del pecho, los faldares o quijotes que protegían los
muslos, las braceras que protegían los brazos. Los más protegidos estaban en
las primeras filas. El peso de la armadura era de 12 a 18 kilos.
Equipo de un coselete o pica húmeda: 1 morrión; 2 gola o gorguera; 3 capacete; 4 y 5
puntas de la pica; 6 peto; 7 hombrera; 8 brazal; 9 codal; 10 antebrazal; 11
manopla; 12 escarcela o quijote; 13 espada ropera con su talabarte o tahalí en
el cinto con la vizcaína o quitapenas; 14 espada de concha; 15 espada de
gavilanes. A la derecha un coselete sujetando la pica.
Las picas secas o simples solo llevaban en yelmo como protección,
aunque podían llevar protecciones de cuero o acolchados. En el escuadrón servía
en las hileras centrales, lejos del enemigo, y se esperaba que no tuviera que
combatir, pero se consideraba un tipo de soldado necesario, aunque de inferior
calidad al resto: La ventaja de la pica seca era su movilidad frente al
coselete, que difícilmente podría subir una batería al asalto, o dar
persecución al enemigo roto, o correr para tomar un paso frente al enemigo o
para hacer corredurías por la campaña para traer bastimentos, o
para forrajear.
Las picas
secas fueron muy necesarias en Berbería, pues el coselete sufría mucho por el
calor, y apenas se le podía enviar a hacer ninguna facción que requiriese
movimiento ágil, pues podía quedar asfixiado bajo el peso de su armadura, que
iría recalentándose bajo el sol.
La pica seca
cobraba la paga sencilla de soldado (3 escudos) y no recibía ventaja por su
oficio, a diferencia del resto de compañeros, fueran coseletes, arcabuceros o
mosqueteros.
En 1.632,
las Ordenanzas militares aprobadas, dictaminan la desaparición oficial de la
pica seca, pues establecen un pie de compañía compuesto por coseletes,
arcabuceros y mosqueteros.
Piqueros españoles. A la izquierda
pica seca con pipa, autor José Ferré Clauzel; a la derecha coselete del tercio
de Asturias, autor Augusto Ferrer Dalmau.
Los alabarderos
El invento de la alabarda se atribuye a los
suizos, que desarrollaron el arma hacia 1.460, y la usaron junto a las picas.
Se trataba de un arma de asta con una longitud de entre dos y dos metros y
medio, que, evidentemente, requería el uso de las dos manos y que permitía
descargar golpes a modo de hacha, penetrar con su punta, derribar un caballo
con su gancho.
El alabarda tenía su espacio en el escuadrón,
a la hora de llegar a jugar contra las picas enemigas las primeras hileras de
cada formación enfrentada.
El tercio la llevaban los sargentos que era
su signo de distinción, cabos llevan una partesana o
alabarda modesta sin adornos, también llevaban alabarda los 8 escoltas del
maestre de campo, y en las compañías de arcabuceros había 35 piqueros secos
armados con alabardas ligeras para poder proteger a los arcabuceros que eran
muy ligeros, y con una pica no podían seguir sus movimientos.
Soldados de un tercio español. A
la izquierda un rodelero, en el centro un mosquetero y a la derecha un
alabardero con alabarda ligera.
Los arcabuceros
Era el soldado armado de arcabuz. Entre las
desventajas de ser un arcabucero se encontraba, en primer lugar, adquirir un
arma, pues en el ejército de entonces cada soldado debía costearse sus propios
pertrechos. Recibía el plomo y un molde para fundir sus propias balas.
Pasaron de ser una tercera parte de los
efectivos a principios de siglo XVI hasta suponer casi el 80% a finales de
siglo. El arcabuz era un arma de fuego de un tamaño de 90 a 130 cm, con un peso
de unos 5 kg, que disparaba proyectiles de 19 a 30 mm de diámetro. A través de
un sencillo mecanismo de disparo, los proyectiles salían a una velocidad de 200
metros por segundo, aunque, al tratarse de un arma muy imprecisa, su alcance
efectivo era de 70 a 90 metros en el mejor de los casos.
Los arcabuceros españoles eran muy valorados
por su disciplina y su flexibilidad táctica. La rapidez para cargar y disparar
era fundamental, así como observar la disciplina de fuego.
Las 12 cargas situadas en un cartucho de
papel con la bala, que los arcabuceros portaban en bandolera, y que luego
emplean para realizar las recargas, recibían el nombre de los 12
apóstoles.
El precio de un arcabuz rondaba la friolera
de entre 30 y 80 ducados, una inmensa cantidad para la época si se considera lo
que cobraban por combatir los soldados del escalafón más bajo eran 2 ducados.
Dado que tenían que pagarse las balas y la pólvora, hacía que a veces preferían
no disparar para ahorrar. La falta de fuego costó muchos disgustos al ejército
Español, por lo que los oficiales usaron un sistema de premiar a aquellos
arcabuceros que disparasen más con otros dos ducados.
Normalmente los arcabuceros se posicionaban
en 5 filas, protegidos por las picas caladas, y disparaban contra el enemigo
que se acercaba, una vez realizada la descarga, se replegaban al amparo de los
piqueros. Tras la orden adecuada, los arcabuceros se adelantaban y descargaban
por filas y regresaban, la siguiente fila se adelantaba y disparaba y así
sucesivamente hasta realizar cinco disparos seguidos, que era el límite antes
que el calentamiento amenazara con inutilizar el arma) o por simple cansancio.
El procedimiento para cargar y disparar el
arma era:
- El arcabucero debía poner su arma en posición
vertical, con el cañón hacia arriba, introducir la la pólvora en el
interior del cañón o tubo, golpear un par de veces para que baje la
pólvora.
- Introducir un trozo de trapo o estopa,
introducir la bala y dar un par de golpes con la baqueta (baquetear).
- Poner su arma en ristre y apuntar con ella al
enemigo, echar fina en el oído y la cazoleta.
- Cerrar la tapa de la caldereta y soplar los
restos para evitar un disparo accidental.
- Poner un extremo de la mecha encendida en el
serpentín y avivar el fuego.
- Abrir la tapa de la caldereta, apuntar y
disparar al recibir la orden, después de disparar retrasarse hasta una
segunda línea e iniciar de nuevo el proceso de carga.
El proceso completo puede durar de dos a tres
minutos.
Pasos
para cargar y disparar un arcabuz: 1 echar la pólvora en el cañón; 2 meter la
estopa y a continuación la bala y atracar con la baqueta; 3 cebar la caldereta
con pólvora fina; cerrar la caldereta y soplar; 5 colocar la mecha encendida en
el serpentín, avivar el fuego de la mecha; 6 abrir las caldereta, apuntar y
disparar. El tiempo puede durar dos minutos.
Como
protección al principio llevaban yelmo y un peto de acero, pronto se abandonó
el yelmo o el peto se sustituyó por un coleto de cuero, para con el paso del
tiempo, no tenían más protección en la batalla que el jubón, la camisa y un
sombrero o charnego. El equipo incluía asimismo una bandolera para la pólvora,
una mochila para las balas, la mecha y el mechero.
Los
arcabuces emplearon primeramente la llave se serpentín o de mecha como
mecanismo de disparo consistía en un metal curvo llamado serpentina unido al
arcabuz del lado de la cazoleta, en la parte de atrás. La mecha encendida se
colocaba en la punta superior de la serpentina y el arcabucero debía presionar
la parte de abajo de la serpentina para acercar la mecha a la cazoleta y hacer
el disparo.
En modelos
posteriores se colocó la serpentina delante de la cazoleta y se incorporó un
gatillo. Como la mecha tenía que estar siempre encendida, esta tenía que
retirarse para recargar el arma por razones de seguridad.
Llave de serpetín o de mecha de un
arcabuz. Arriba llave antigua. En el medio partes de un arcabuz. Abajo partes
de la llave de serpentín o de mecha.
La mecha de
la llave de mecha o serpentín, recibía el nombre de “mosca”
cuando se esperaba un ataque, se encendía ambos extremos, y se colocaba sobre
las orejas (del mismo modo que los antiguos llevaban un cigarrillo) para
mantener libres las manos y se mantenía alerta y preparado ante un posible
ataque. En caso de necesidad solo tenía que echar rápidamente mano de ella, colocarla
en la mordaza y disparar. De ahí viene la frase “tener la mosca detrás de la
oreja”, o la variante (también válida) “estar con la mosca detrás de la
oreja” cuando se está atento a algo que puede suceder y no quiere que le
pille desprevenido.
También en
el siglo XVI apareció el mecanismo de llave de rueda, mucho más
sofisticado que la llave de serpentín, y que era similar a cómo funcionan las
ruedas de encendido de los encendedores de bolsillo modernos. Actuaba basada en
los principios de hacer fuego usando el pedernal y el eslabón, adecuándolos a
un mecanismo para un arma de fuego.
Se insertaba
una palanca en el eje de una rueda para girarla contra un resorte. Luego al
apretar el gatillo, la rueda giraba de vuelta a gran velocidad rozando una
piedra de pedernal sujeta por las mordazas de la palanca articulada que de
ahora en adelante pasaría a llamarse “gato”, generando de esta forma
chispas que encendían la pólvora de la cazoleta. El mecanismo era muy
sofisticado y requería de mucho tiempo y destreza para que un artesano pudiese
fabricar uno de ellos. En esa época, tan sólo los mecanismos de los primeros
relojes de péndulo eran más finos y precisos que estas piezas. El problema era
que eran demasiado caros para que pudiera permitírselo un soldado, se usaron
como armas de caza de las clases más pudientes. Quedó reservado para las
pistolas de caballería utilizadas por los reiters y herreruelos.
Equipamiento de un mosquetero y de
un arcabucero españoles.
Los mosqueteros
El mosquete aparece como pieza para defensa y
ataque de plazas fuertes, y con tal nombre ya aparecen registradas armas con
ese nombre en el inventario de las fortalezas del reino de Granada en 1501,
durante el reinado de los Reyes Católicos.
Estos mosquetes eran piezas pesadas, y eran usadas
por uno o dos artilleros apoyando el arma sobre el muro o sobre un caballete,
disponiendo de un gancho o garabato para poder engarzar o apoyar el arma en el
caballete o en la muralla que se defendía. Entonces tenían consideración de
piezas menores de artillería, se registraban en los inventarios de las
fortalezas junto a sacres, esmeriles, ribadoquines y falconetes, se medía su
peso en arrobas (1 arroba es 11,5 kg) y su número era escaso.
Conforme pasaron los años, se aligeraban las
piezas, lo que permitió que las mismas fueran usadas con mayor facilidad por un
único soldado. Luis Pizaño, entonces ingeniero encargado de poner a punto las
fortificaciones de la monarquía, encargó 218 “mosquetes de garabato“.
Hacia 1.552 al armero Juan de Orbea, la corona le contrata la fabricación de
5.000 arcabuces y 500 mosquetes. Para entonces el mosquete era ya un arma
portátil individual, no obstante su uso era todavía el de defensa y ataque de
fortificaciones.
Al pasar los años, se implementó el uso de la
horquilla, y el mosquete de gancho, de garabato o de muro, pasó a ser un arma
totalmente portátil, que no precisaba del parapeto para que el soldado pudiera
apoyarla y efectuar el disparo.
Los mosquetes portátiles pesaban entre los 7
y los 9 kilos, y la longitud de siete palmos (1,5 metros) aproximadamente. El
calibre fue lo que menos varió, quedándose entre 22 y 23 mm. por lo general. En
cuanto a su alcance Martin de Eguiluz narraba de los mosquetes en
1.592 alcanzan mucho, y mataban a 400 pasos (111 metros) a un caballo,
Miguel Pérez de Ejea daba el dato en 1.632, de que a 800 pies (222 metros) era
la distancia] donde empiezan a hacer efecto las bocas de fuego.
Sus mecanismos y apariencia eran los mismos
que los de los arcabuces salvo en el tamaño que, como comento, era superior en
los mosquetes. Solo se diferenciaba en la lejanía a un mosquetero de un
arcabucero por la horquilla con que los primeros tenían que ayudarse para
apuntar y disparar su arma.
Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, duque
de Alba, como capitán general del ejército de Flandes ordenó la incorporación
de 15 mosqueteros en cada compañía de infantería española en 1.567. El motivo
de la incorporación de estas armas fue debido al constante acoso por parte de
unidades de caballería cuando transitaban por el Camino Español, que se
dedicaban a hostigarlos durante el largo y penoso recorrido, el duque dotó a
cada compañía de una escuadra de mosqueteros formada por quince hombres, los
cuales iban en cabeza. De ese modo, cada vez que se veían venir una de esas
partidas de caballería podían abrir fuego y responder a una gran distancia y
con demoledores efectos ya que un disparo de mosquete era capaz de tumbar a un
caballo, así que no digamos del jinete.
Escuadra de 15 mosqueteros
introducida por el duque de Alba. Se ve formando tres filas de cinco hombres.
Eran usadas principalmente contra la caballería. Autores Gerry & Sam
Embleton.
El
mosquetero debía ser un hombre “doblado, rehecho y gallardo” para “sujetar
aquella arma tan pesada“, pero dado que portar el mosquete a cuestas de
noche y de día se consideraba “excesivo trabajo”, en ocasiones los mosqueteros
gozaban del privilegio de ser transportados en carros para evitar que llegaran
cansados al destino. Tampoco era infrecuente que fueran los mosquetes, con las
llaves desmontadas y convenientemente guardadas en cajas para que no padecieran
daños durante el transporte, los que eran desplazados en carros, mientras que
el soldado caminaba en su hilera, aunque lo normal fuera que el mosquetero
marchara a pie con su arma al hombro.
Se
recomendaba que el mosquetero debía llevar 25 balas de plomo, llamadas
comúnmente pelotas, en vez de las 50 del arcabucero, pólvora suficiente para
tirarlas y mecha suficiente para mantener dos cabos encendidos durante toda la
jornada. En caso de necesitar más munición, fueran balas o pólvora, debía
demandarse a su cabo discretamente, sin gritos, para no dar ánimo al enemigo, y
siempre antes de que hubiera efectuado los dos últimos disparos.
En 1.670 las
mechas fueron sustituidas por el pie de gato o martillo, en las nuevas llaves
llamadas de pedernal o de chispa, que sostiene por medio de una morsa una
piedra de sílex o pedernal, que al raspar, impulsado por un muelle, sobre una
superficie plana denominada rastrillo, produce chispas que encienden una
pólvora de grano fino contenida en un receptáculo denominado cazoleta, éste
fuego, a su vez, se transmite por intermedio de un orificio llamado oído al
interior del cañón y enciende la carga de pólvora de grano más grueso que
produce el disparo del arma.
Llave de pedernal o de chispa para mosquetes y
arcabuces.
Los mosqueteros solían usarse en los flancos
de la formación para rechazar los ataques de la caballería, desplegando al
frente los arcabuceros. Como arma secundaría tenían la espada y la daga, pero,
llegados al contacto con el enemigo, muchos optaban por usar el grueso tocho de
madera de nogal, roble o cerezo de la culata como maza para asestar tremendos
golpes a los enemigos.
La industria armera en España estaba
concentrada en las Vascongadas, concretamente en las provincias de Vizcaya y
Guipúzcoa. La población guipuzcoana de Plasencia, que en el siglo XVI tomó el
apelativo “de las Armas” por el establecimiento en la misma de un almacén real
de armamento, alcanzaba una producción anual en aquellos tiempos de 12.000
arcabuces y 3.000 mosquetes.
Formaciones de los tercios
Durante el siglo XV se organizan los primeros
cuadros de piqueros: infantes armados con largas armas astiles, las picas entre
5 y 6 metros, desplegadas en orden cerrado, ofreciendo un bloque erizado de
puntas hacia el grupo de caballos que les hace carga, puede llegar a detener
una carga, quedando caballos y jinetes atravesados en las largas lanzas, sin
que los infantes apenas se vean ofendidos. La infantería suiza que formaba en
bloques, se convirtió en la mejor del mundo, siendo solicitada por todas las
potencias occidentales del momento.
Estos bloques rechazaban fácilmente a la
caballería y luchaban hábilmente combinados con el resto de la infantería, pero
debían evitar ponerse al alcance de la artillería, ya que entonces podían
sufrir graves destrozos y bajas. La amenaza de la artillería enemiga en una
batalla quedó bien patente para todos los ejércitos de la época a partir de la
batalla de Marignano en 1.515, en la que la artillería francesa machacó a los
cuadros suizos. Todos los generales tuvieron entonces presente este factor,
aunque de hecho las piezas artilleras eran de poco alcance y muy difíciles de
mover en terrenos abruptos o fangosos, como por ejemplo en los campos de
Flandes. Hay que destacar, sin embargo, que la infantería era la única que
mejor podía moverse en los estrechos espacios que dejaban canales, diques,
puentes o murallas en Flandes.
El otro inconveniente era que eran
formaciones exclusivamente defensivas, necesitaban de otra infantería y
caballería para realizar acciones ofensivas.
No obstante esto, no será hasta que se llevó
a cabo la combinación efectiva de arcabuces y picas, que le dio mayor
flexibilidad y se abandonó el papel meramente defensivo, y pasó a ser un
elemento ofensivo. Los arcabuceros pueden atacar y acogerse al refugio de las
picas en caso necesario.
Las grandes formaciones de los tercios
surgieron según la técnica bautizada por los españoles como el “arte
de escuadronar”, y los tratados de la época están llenos de
fórmulas y tablas para componer escuadrones de hasta 8.000 hombres. El tercio
acostumbraba a formar como formación más típica el llamado escuadrón, que se
componía de un núcleo central o cuadro de picas. A los flancos se situaban
guarniciones, que eran 5 filas de arcabuceros para proteger los flancos de un
posible ataque de caballería, al frente se situaba una vanguardia de
arcabuceros, y a en las esquinas mangas (cuadros de arcabuceros) para atacar en
cualquier dirección, era donde residía el potencial ofensivo de los tercios.
Esta táctica era la más empleada en campo abierto, transmitiéndose las órdenes
a través del sargento mayor a los sargentos de compañía y sus capitanes, que
desplazaban a la tropa. Todos los movimientos se realizaban en absoluto
silencio, de modo que sólo en el momento del choque estaba permitido gritar
«¡Santiago!» o «¡España!».
Tercio español formando un
escuadrón durante las guerras de Italia. En el centro se aprecia un escuadrón
en cuadro de terreno, a la izquierda en media luna y al fondo uno en triángulo
o cuña.
Ordenamiento del cuadro de picas
El cuadro de picas era una formación de
planta rectangular, disponiéndose los piqueros por hileras y filas. El
escuadrón debía resistir la embestida por sus cuatro costados, por lo que los
piqueros mejor armados, los coseletes o picas húmedas, y de entre estos, los
que disponían de mejores armaduras eran situados en las posiciones que ofrecían
su cara al enemigo, mientras que las picas secas ocupaban las posiciones
interiores. Claro está, la cara principal del escuadrón era la de vanguardia,
que ofrecía su frente al enemigo en el campo de batalla, y allí era donde se
situaban los hombres mejor protegidos, con preferencia a los flancos o retaguardia.
Por formar las primeras filas de vanguardia se empleaban a los más veteranos,
los soldados particulares, aventureros y otras personas de renombre, que por
“la calidad de sus personas” merecían ese premio.
Evidentemente, también eran quienes por su
nivel económico podían presentarse con los coseletes más lúcidos. En general,
se esperaba que las picas secas no entraran en combate, y se consideraba que
perdidos los hombres que ocupaban las cinco primeras hileras en el combate, no
debía esperarse más del escuadrón, pero evidentemente, hubo casos en que la
resistencia fue superior a lo que debía esperarse de piqueros. Las posiciones
centrales eran ocupadas por los tambores, pífanos y abanderados de cada
compañía, quedando lo más protegidas posible, al tiempo que los tambores
transmitían las ordenanzas que les indicase el maestre de campo o el sargento
mayor, por medio del tambor mayor del tercio. Algunos autores recomendaban que
los sargentos se repartiesen uno por hilera, para poner orden en ellas durante
el combate, y posibilitar la sustitución de los caídos por los soldados de la
posición siguiente. Otros autores refieren que la primera hilera era la de los
capitanes, mientras que alguno indica que los capitanes debían estar repartidos
en las mangas de arcabucería y de mosquetería. 3-7 era la relación para ordenar
un cuadro de picas: cada hombre debía ocupar un espacio de tres pies de ancho y
siete de profundidad, de manera que pudiera manejar la pica con comodidad, al
tiempo que la formación era lo suficientemente cerrada como para ofrecer la
cohesión suficiente durante el combate, de manera que no hubiera hueco por el
cual pudiera penetrar el enemigo para romper la formación. Los cuadros más
comunes eran el cuadro de gente con una relación
1-1 entre su frente y fondo, el cuadro de doble de frente o cuadro doblete con
una relación 2-1, el cuadro de terreno con una relación
7-3, y el cuadro de gran frente con una relación 3-1.
Piqueros españoles en formación de
cuadro de picas. Autor José Ferré Clauzel.
Escuadrón en cuadro
de gente
Era un cuadro que tenía el mismo número de
hombres en el frente y en profundidad, se empleaba cuando estaban en presencia
de una caballería fuerte o había una gran posibilidad de ser envueltos. Cada
piquero cubría un pie cuadrado a derecha e izquierda y tres pies por delante y
otros tantos por detrás, el aspecto de la formación era más largo que ancho,
siendo la relación de 7 a 3, siete pasos de distancia entre las filas y 3 pasos
entre las hileras.
Formación de escuadrón en cuadro (mismo
número de hombres en frente y en profundidad, para un tercio de 1.534 que tenía
3.029 hombres (139 mandos, 1.080 coseletes, 400 piqueros secos, 1.220
arcabuceros y 190 mosqueteros).
Escuadrón en cuadro de terreno
Era una formación en que el cuadro tenía la
misma longitud al frente que en profundidad, lo que exigía que hubiera más
gente al frente que en profundidad en una relación de 7 hombres de frente por
cada 3 de fondo.
Escuadrán en cuadro de
doble gente o doblete
Era una formación de cuadro en la que se
situaban 2 piqueros de frente por cada 1 de fondo. No había mucha diferencia
con la de cuadro de terreno.
Escuadrón en cuadro prolongado o de gran frente
Era un cuadro rectangular en el que se
situaba 3 piqueros de frente por cada uno de fondo. Este fue el más utilizado
por los tercios en combate, ya que al tener más hombres delante, ofrecía que
los arcabuceros sus descargas fueran más eficaces, era la mejor forma de
rentabilizar el poder de fuego de la arcabucería.
Hubo otras formaciones como la media luna (en
que las alas se adelantaban, protegiendo el centro), en cuña o triangular, y la
formación de rombo.
La escuadrilla
A fines del siglo XVII el frente se había
sido extendido a costa de la profundidad, ya que las armas de fuego eran más
numerosas que picas. Apareció la escuadrilla, un pequeño cuadro de picas
formado solo por 6 filas y 24 hileras, con 144 piqueros que medía
aproximadamente 24 metros de ancho por 13 metros de profundidad. A ambos
costados había guarniciones de 6 filas por 5 hileras (30 tiradores) y a después
mangas de 6 filas por 18 tiradores con 108 en total. El número total de
efectivos de una escuadrilla era de 420 hombres, y alcanzaba un frente de unos
105 metros. En cuanto a las guarniciones y las mangas, el mayor intervalo entre
las filas de los tiradores hacía que tuviera más frente que una formación mucho
más numerosa. La escuadrilla también podía desplegar en profundidad, con los
arcabuceros en vanguardia y los piqueros en retaguardia con el doble de frente
(48 hombres) y la mitad profundidad (6 hombres).
La ordenanza de 1.685
también describió a la formación táctica de para la escuadrilla como una
formación de 432 hombres. Se desplegaron a los soldados en 72 hileras con una
profundidad de 4 hombres subdivididos en 18 secciones cada una de 24 hombres (6
x 4). En el centro 6 secciones de piqueros (144), a ambos flancos 3 secciones
de arcabuceros (144) y en los extremos 3 secciones de mosqueteros (144).
Escuadrilla de ordenanza de 1685.
Con 432 hombres (144 piqueros, 144 arcabuceros y 144 mosqueteros)
La táctica de disparo
se realizaba de la siguiente manera: Los tiradores de la primera fila encendían
las mechas y disparaban, a la orden del cabo, pasando a retaguardia para
recargar, los soldados de la segunda fila se adelantaban y también disparaban,
pasando a retaguardia. Cuando la cuarta fila había realizado su descarga, los
hombres de la primera fila estaban listos con sus mechas encendidas para
disparar.
Guarniciones
En los costados, se situaban soldados de
arcabucería. Puesto que la máxima protección que podía ofrecer una pica calada
era de la distancia que ocupaban 5 arcabuceros, eran 5 hileras las que
componían estas guarniciones. Eran útiles contra una carga de caballería, pues
podían disparar contra los jinetes que se aproximaban al tiempo que estaban
protegidos por las picas. De estas posiciones salían hombres para refrescar las
mangas de arcabucería, o sea, sustituir a los compañeros, que o bien por
sobrecalentamiento de sus armas, se consideraba el límite de cinco disparos
seguidos, antes que el calentamiento, o los residuos amenazara con inutilizar
el arma o por simple cansancio, debían ser sustituidos de las escaramuzas.
El principio defensivo máximo del cuadro de
picas, era que todas las bocas de fuego (arcabuceros y mosqueteros) de la
unidad pudieran hallar refugio en su interior, o al menos las guarniciones.
Cuando los tercios españoles tuvieron más arcabuces que picas, llegando a una
proporción de 2 a 1 para bocas de fuego respecto a picas, y aún mayores, era
prácticamente imposible alojar a los arcabuceros a resguardo en el cuadro de
picas, aunque se contasen con las picas secas para formar las 5 hileras mínimas
que se consideraban imprescindibles, aunque los cuadros con mayor frente y más
reducidos podían acoger proporcionalmente mayor número de arcabuceros.
Mangas
En las cuatro esquinas del cuadro de las
picas, se situaban las mangas de arcabucería. Estas mangas de arcabucería no
podían exceder su número de 300 soldados, y si eran menores, eran mejor
gobernadas, siendo un buen número el de 200 arcabuceros. En estas mangas de
arcabuceros residía el potencial ofensivo de los tercios. Aunque en los cuadros
dichas mangas aparecen en la formación inicial de combate, pegadas al
escuadrón, se podían desplazar separándose del resguardo de este, trabando la
escaramuza necesaria para iniciar la batalla entre las dos infanterías rivales.
Las mangas de vanguardia eran refrescadas por las mangas de retaguardia, como
también lo podían ser por las guarniciones, según las ocasiones lo precisarán.
Con el tiempo se fueron añadiendo mangas de mosquetería, de manera que hubo
cuatro mangas de arcabucería, y cuatro de mosquetería, o variantes de estas
formaciones según la gente de que se disponía y la ocasión lo requería. Por
ejemplo, cuatro mangas de arcabucería en las esquinas del cuadro, y dos mangas
de mosquetería avanzadas en la vanguardia. Amén de estas mangas, se podía destacar
las denominadas mangas volantes, cuya principal
facción consistía precisamente en destacarse en solitario y trabar escaramuza,
arcabuceando al contrario, pero con la seguridad de tener en retaguardia un
cuerpo firme donde refugiarse, y del cual pudiera ser relevado.
Artillería en los tercios
Fabricación de cañones
Los campaneros fueron los primeros maestros
fundidores de piezas de artillería. Ellos eran los únicos que disponían de
hornos, moldes y fosas de grandes dimensiones. Aún a finales del siglo XVIII
seguían fundiendo. Para los artesanos no era complicado fundir campanas o hacer
cañones. Eran profesionales independientes, realizaban el trabajo que se les
solicitaba, manteniendo el secreto del proceso de fabricación. El maestro
artesano fabricaba la pieza con el diseño que creía más apropiado, en
concordancia con el gusto de quien la encargaba. La producción de armamento
actual proviene del siglo XIV, durante el cual los estados tuvieron fuertes
contactos con los hombres de empresa.
Los Reyes Católicos ejercieron una política
de control de armamento en cuatro vertientes: venta, contabilidad, control de
calidad e inspecciones. Era, sin duda, el sistema adecuado para transformar la
desorganizada artillería de un ejército medieval, poco cohesionado en la
artillería de la formidable máquina militar del imperio Español. Pero los
logros en este campo no estuvieron a la altura de sus esfuerzos
Carlos I (1.516-56), debido a su gran
herencia territorial, recurrió a los servicios de fundidores instalados en sus amplios
dominios. Desde el siglo XII al XV, aumentó la fundición en Alemania,
alcanzando gran fama sus fundidores, al igual que los flamencos, a comienzos
del siglo XVI. Fundidores de prestigio como Halut y Popperinter en Malinas y
Lóefler de Aubsburgo, fabricaron Artillería para Carlos I. También los magnates
Fugger, los banqueros del Emperador, fabricaban cañones en su fundición de
Fuggerau, próxima a Willbach (Carintia). Además eran comerciantes de cobre, por
lo que no les faltaba la materia prima. A lo largo del reinado del Emperador se
trabajaba, dentro de España. En las fundiciones de Barcelona, Burgos, Pamplona
y Perpiñán, a las que se suman Baza (Granada), Málaga y Medina del Campo
(Valladolid). Suárez Menéndez defiende que en la primera mitad del siglo XVII,
se fabricaban, en la Fundición Real de Barcelona, cañones de gran calibre.
Málaga, centro de fabricación desde 1.511, en tiempos de Fernando el Católico,
seguiría siendo el centro más importante hasta que, en el siglo XVIII, Sevilla
tomó la primacía. Ya desde 1.540 una pequeña fábrica del maestro fundidor Juan
Moreil, que fundía campanas, amplió sus esfuerzos para fabricar también cañones
destinados a los ejércitos de Carlos I. En cuanto a la pólvora, había fábricas
en Málaga, Burgos, Tembleque (Toledo) y Cartagena (Murcia).
Fabricación
de cañones, siglo XVI. Grabado de Philips Galle.
Se trataba de crear centros de producción de
cañones de forma permanente, en donde tanto los trabajadores como sus
directores fuesen especialistas. No obstante, el establecimiento Central de
Artillería estaría situado en Milán, y no en España.
Durante los primeros reinados de los Austrias
no se conocía la técnica para fundir piezas de grandes dimensiones. Los
perfeccionamientos técnicos favorecerían un aumento de la producción, con
menores costes, así como la gran demanda del producto, debida a las múltiples
guerras de la época.
Se trataba de fundir utilizando un molde. Una
vez hecho éste, y al fundir en hueco el ánima, había que introducirle una barra
de hierro del calibre de la pieza que formaría el ánima. Para centrar ésta,
formada por un huso de hierro, se colocaba una pieza en forma de cruceta,
llamada diestrasen, en el plano de la
culata, que tenía un aro central en el cual quedaba ajustaba el ánima. Todo
ello quedaba tapado por la lámpara y se realizaba antes de echar la colada. El
huso de hierro se sacaba, y se rompía el molde cuando la pieza se enfriaba. Así
terminaba la fundición del cañón.
A partir de 1.543, en plena Cuarta
Guerra con Francia (1542-1544), se fundieron cañones de hierro
colado. Entonces se introdujeron cambios con respecto a la pólvora: se dispuso
que ésta adoptase la forma de granos pequeños, para arder más uniformemente y
provocar una deflagración de mayor potencia, puesto que no había mucho tiempo
para que los gases se perdieran alrededor de la bala mientras avanzaba por el
ánima.
Sin embargo, ya en época de Felipe II se
fracasó al intentar introducir nuevos sistemas técnicos y manufactureros
aplicados a la industria de las fundiciones de hierro. Se necesitaba un mayor
número de cañones. Los altos hornos de mayor capacidad de toda Europa estaban
en Inglaterra, y en la ciudad de Lieja (Países Bajos). Se trataba de eliminar
la posibilidad de dominio inglés en ese campo tan esencial. Pero Lieja estaba
situada en zona de guerra.
La idea mantenida por los dos contendientes,
España y Holanda, consistía en transferir las fundiciones a las zonas
cantábrica y sueca, respectivamente. Será Holanda la que conseguirá implantar
la fundición en Suecia. La burocracia, la mala administración, y no dar
prioridad al esfuerzo por mantener una producción autóctona que se había
iniciado con los Reyes Católicos, convirtieron a España en una potencia
dependiente; en el momento en que sus proveedores no pudieron atender su
demanda, que se produciría desde 1570 en adelante, se inició una crisis de armamentos.
Dichos proveedores (Países Bajos e Inglaterra) tenían importantes problemas
económicos: los primeros, por la intransigencia religiosa, por una lamentable
administración y por la guerra; la segunda, por no haber mantenido el nivel
tecnológico necesario para la producción.
Felipe II intentó implantar fundiciones en
Vizcaya y otras zonas de la Península. A tal electo escribió al entonces
gobernador de los Países Bajos, Luis de Requesens, con el fin de que éste
mandase fundidores de Lieja e Inglaterra a España. El temor a la Inquisición
obstaculizó estos proyectos. España continuaría siendo dependiente y terminó
por estar supeditada a la producción de Inglaterra y Holanda, con las cuales
estaba en guerra. Hubo que importar de Inglaterra artillería de hierro colado.
Felipe II, de todas formas, seguiría intentando instalar estos centros de
fabricación de cañones. La entrada en funcionamiento de los altos hornos de
Liérganes (Asturias) no tendría lugar hasta 1.629, con muchos años de retraso.
Cipolia asegura que, además de una mala administración que se dedicaba a
importar casi todo de otros países, las empresas privadas españolas no sólo no
progresaban, al contrario que las empresas holandesas, inglesas o suecas, sino
que se destacaban por su abulia, y no sólo en la industria de las armas.
España perdió una oportunidad clave para
realizar una política armamentística industrial amplia, que hubiera supuesto la
renovación y puesta al día de sus fábricas de armamento hasta igualar el nivel
de Holanda e Inglaterra, teniendo ya al hierro como protagonista.
Por otra parte, la sustitución de la galera
por el galeón, multiplicó las necesidades de la artillería, puesto que la
exigencia de cañones para equipar los galeones era enormemente superior a la de
la galera y, desde luego, la industria militar española no estaba preparada
para ese cambio. A todo esto hay que añadir las espectaculares subidas del
precio del bronce durante el siglo XVI; por eso la artillería de un barco
costaba, a finales de dicho siglo y comienzos del siguiente, más que el propio
barco. Para solucionar estos problemas habría que haber aprovechado los
minerales de los que España no estaba desprovista, minas de cobre en Huelva,
que no se utilizaron, y fabricar piezas semejantes a las que conseguían
utilizando el bronce. Otra opción era abaratar el precio por quintal y trabajar
en sitios como al este de la cornisa cantábrica, donde había explotaciones de
mineral cercanas a bosques, ríos y mar, así como obtener hierro colado de altos
hornos.
Pero Inglaterra se adelantó en la fabricación
de cañones de hierro colado en sus altos hornos, con una producción muy
elevada. Posteriormente, ya en el siglo XVII, la artillería de bronce prácticamente
dejará de utilizarse en los buques.
Tipos de piezas de artillería
Un problema importante era la cantidad de
calibres existentes a comienzos del siglo XVII. Por esa razón Miguel de
Herrera, capitán general de la artillería, planteó a Carlos I, en 1.534,
establecer 7 clases de calibres y piezas: cañones, medios cañones, culebrinas,
medias culebrinas, sacres, falconetes y medios falconetes, clasificación que el
Emperador aceptó.
Para establecer una clasificación de la
artillería del ejército español, Bernardino de Escalante (1535-1605) en su obra
Diálogos del Arte Militar, que habla de:
- Artillería Gruesa o Real:
aquella que tirara pelota de más de siete libras, como son cañones, medios
y cuartos, y culebrinas, y todas las piezas de mayor pelota que éstas.
- Artillería Menuda: toda la
de siete libras para abajo, como medias culebrinas, sacres, falconetes y
medios falconetes hasta descender a esmeriles y arcabuces de posta.
También cita en su obra la dotación de
artillería que suele llevar un ejército:
- 30 cañones de batir, que suelen tirar pelota (balas) de 44, 50 y
algunos 60 libras. Con munición de 10.000 pelotas.
- 20 medios cañones de 24 libras con 8.000 pelotas.
- 20 culebrinas de 16, 18 y 20 libras con 4.000 pelotas.
- 15 medias culebrinas con 2.000 pelotas.
- 20 falconetes con 2.000 pelotas.
- 25 medios falconetes con 3.000 pelotas de plomo.
- 12 sacres largos y 6.000 pelotas de diversos calibres.
- 5.000 quintales de pólvora de cañón.
- 300 quintales de plomo.
Los cañones y las culebrinas eran piezas de
batería, con proyectiles de 36 a 40 libras, mientras que los medios cañones y
las medias culebrinas disparaban proyectiles que no excedían de 16 libras. La
culebrina tenía poco calibre y era muy larga; su cañón y recámara se fundían en
una sola pieza. Se denominaba “legítima” si tenía de largo 30 ó 32
diámetros de su boca y pesaba 81,5 quintales (8.100 kg), de lo contrario se
llamaba “bastarda”. La media culebrina pesaba 46 quintales (4.600
kg).
Morteros y Pedreros con sus
accesorios, siglo XVII.
La
diferencia entre el cañón y la culebrina estribaba en que ésta tenía un ánima
muy grande y aprovechaba completamente la expansión de los gases de la pólvora.
Estas características le proporcionaban más velocidad inicial, pero también un
alcance en el disparo mucho mayor que el de otras piezas de artillería de su
época. Lo dificultoso del transporte y el incremento del gasto en pólvora eran,
sin embargo, inconvenientes muy considerables. Las culebrinas fueron empleadas
por los ejércitos de Carlos 1 y del Elector de Sajonia, Juan Federico “El
Sabio”, en las guerras de Alemania, aunque, debido a su peso y envergadura,
fueron más bien los sacres y falconetes los que tuvieron primacía en el
combate. Las culebrinas se emplearon más desde las fortalezas aunque también
estuvieron en el campo de batalla. Las primeras culebrinas, que se usaron a
mediados del siglo XV, eran portátiles. Significaron un cambio en las
primitivas armas de fuego. Constaban de un cañón corto, unido a una caja
puntiaguda con abrazaderas.
El ingenio
se apoyaba en una horquilla que, además, hacía las veces de baqueta o atracador
Para dispararla se empleaba un botafuegos o mecha suelta. El culebrinero era un soldado de a pie.
El servicio
de una culebrina (pieza de artillería) se realizaba situando la pólvora, con la
cuchara de carga, al fondo de la misma y volviéndola a continuación para que la
carga fuese más compacta, tomase el fuego de manera uniforme y por capas, de
modo que los gases se produjeran y expandieran con mayor precisión, se empujaba
con fuerza con el atacador. Al mismo tiempo se cubría el fogón; se obturaba la
recámara con el atacador y se limpiaba el ánima con el escobillón. Se cargaba
la bala y, por último, se disparaba, usando el botafuego, colocado sobre el
fogón.
Según los
autores del siglo XVII, su alcance era de 5.500 a 6.000 metros, pero no parece
que el alcance útil superase los 3.500 metros. El alcance medio conseguido en
las guerras de Alemania, en época de Carlos I, sobrepasaba en poca distancia
los 1.000 metros.
Cristóbal
Lechuga se propuso reformar en España la variedad de piezas de artillería
existentes, simplificando a principios del siglo XVII, Felipe III dispuso que
no se fundieran mas piezas que las de las cuatro clases siguientes:
- Cañón
de batería con lo siguiente: de 40 libras de bala, 18 calibres de longitud
del ánima, 63 a 74 quintales de peso.
- Medio
cañón con lo siguiente: 24 libras de bala, 19 calibres del ánima, 41 a 42
quintales de peso.
- Cuarto
de cañón con lo siguiente: 10 libras de bala, 24 calibres de ánima, 23
quintales de peso.
- Cañón
o piezas de campaña con lo siguiente: 5 libras de bala, 32 calibres de
ánima, 24 a 25 quintales de peso
Inventó
también las atrevidas baterías de contraescarpa y las enterradas en el ataque
de plazas, estrenando estas últimas en el sitio de Cambray. Como tracista puede
verse su sistema de fortificación titulada “Escuela de Palas”
Tren de artillería y sus
pertrechos, siglo XVII; muestra los tres tipos de cureñas: campaña, plaza y
marina. Autor coronel Anne Brown.
Empleo de la artillería
La artillería había venido siendo desde
finales de la Edad Media un arma indispensable en cualquier ejército para el
asalto de fortalezas y plazas. Su uso permitía la demolición de lienzos de
muralla, baluartes o medias lunas; creando brechas por las que pudiera penetrar
la infantería.
También era frecuente desplegarla en batallas
campales, aunque con resultados desiguales, debido a su imprecisión y escasa
potencia de fuego. Los soldados de los tercios no se tomaban en serio a la
artillería en campo abierto, apodando a los cañones espantabellacos,
más adecuados para asustar a necios y bisoños que para ser un elemento decisivo
en el desenlace final del encuentro.
Artillería de asedio, siglo XVI: 1
apuntador, el maestro artillero se protege de los disparos con una plancheta de
hierro a fin de escapar al disparo de los tiradores enemigos; 5 tope de madera
para retener el cañón, durante las operaciones de carga; 6 y 7 agujeros en el
suelo para guardar la pólvora y las balas; 8 almacén protegido de los barriles
de pólvora; 10 mortero en posición. Autores Liliane y Fred Funken.
Sin embargo,
en el primer tercio del siglo XVII la situación empezó a cambiar: el viejo
equilibrio de armas sobre el campo de batalla estaba a punto de romperse, el
cañón comenzaba a mostrarse un arma eficaz contra los compactos cuadros de
picas. Durante mucho tiempo la fortaleza del escuadrón se había fundamentado en
cerrar filas y aguantar hombro con hombro los embates de la caballería, de las
mangas de mosqueteros y arcabuceros o de otra formación de picas.
Pero ahora
el cañón, disparado contra el cuadro, abría con su metralla grandes huecos,
mutilando y matando a todos los desdichados que encontraba en su camino.
Para evitar
los efectos, los tercios en vez de formar en escuadrones, formaron en
escuadrillas de menos efectivos y menor fondo. Sin embargo, esta nueva
disposición más abierta proporcionaba a la caballería la oportunidad de la que
había carecido durante más de un siglo: cargar contra las escuadrillas. La
combinación de artillería y caballería empezaba a ser determinante en las
batallas.
En Flandes
no se usaron muchos cañones de campaña dado que hubo pocas batallas, sin
embargo se empleó mucha artillería de asedio y de defensa de plazas. Fue
mucho más empleada en la guerra de los Treinta Años.
Posición de artillería, siglo XVI;
3 preparación del disparo, un artillero limpia el cañón; 4 artilleros
preparando la carga de pólvora; 5 tope del cañón; 9 arcabuceros de élite
encargados de cubrir al maestro artillero durante las operaciones de apuntar el
cañón, llevaban corazas a prueba de bala justificado por su peligrosa misión;
11 alabardas para autodefensa. Autores Liliane y Fred Funken.
La enseñanza en las escuelas de artillería
La enseñanza de la artille ría no fue
institucionalizada hasta mediados del siglo XVI. Hasta entonces, los aspirantes
a artilleros se formaban por su cuenta, a veces con ayuda de alguien que ya
conocía la profesión, que solía ser un capitán de artillería o un experto en el
arte militar. Esto hizo que algunos de ellos se dedicaran de forma permanente a
la enseñanza de la artillería.
La necesidad de regular es tas enseñanzas
llevó a los monarcas españoles a la creación de centros en los que se formaran
los artilleros. A mediados del siglo XVI funcionaban, en el ámbito de los
dominios hispánicos, las escuelas de artillería de Barcelona y Milán. En 1559
se creó la de Mallorca, y luego otras, aunque la escasez de medios hacía que
funcionasen de modo muy irregular. En Castilla se encontraba la escuela de
artillería de Burgos, ligada a la fábrica de fundición de la misma ciudad.
Según una cédula de la reina Juana fechada en Valladolid el día 17 de agosto de
1.537, se ordenó al capitán de artillería elegir el lugar más conveniente de la
ciudad de Burgos para instalar una fundición de cañones y otras piezas para el
servicio de los artilleros.
La fundición burgalesa estaba entre las
mejores de España; según un informe de don Francés de Alava, del Consejo de
Guerra; se conseguían piezas de mejor calidad que en las fundiciones de Navarra
y Logroño, incluso podía compararse con la de Málaga, considerada como la mejor
fundición de artillería de España. El cobre se traía de Hungría, a través de
agentes de los Fugger, con la intervención de mercaderes burgaleses.
El Cuerpo de Artillería, aunque indeterminado
en su número, consta: que en el año de 1.658 se componía de 15 oficiales
superiores, denominados tenientes generales, 13 veedores, 13 contadores, 8
pagadores, 10 mayordomos, 18 gentil-hombres, 23 cabos, 511 artilleros, 100 ayudantes
y de éstos 34 artilleros supernumerarios: los artilleros llamados de la Armada
del Océano no tenían número determinado y se tomaban solamente los que eran
necesarios para el servicio de la artillería en las naves.
En los presidios de Ceuta, Orán, Melilla, el Peñón, Ibiza y Menorca, solo había en cada destino un veedor y un contador, pero se ignora la gente de Artillería que los guarnecía.
En los presidios de Ceuta, Orán, Melilla, el Peñón, Ibiza y Menorca, solo había en cada destino un veedor y un contador, pero se ignora la gente de Artillería que los guarnecía.
Los 15 tenientes generales de Artillería y
demás oficiales e individuos que servían a sus ordenes, dependían inmediatamente
de la Junta mencionada; pero los destinados a las provincias de Cataluña y
Extremadura (cuyo número se ignora), estaban a las órdenes de los capitanes
generales de los ejércitos que las ocupaban.
El personal encargado del manejo de los
cañones, los artilleros, formaba un colectivo aparte en el ejército. Su
naturaleza era gremial y su desempeño más propio de especialistas técnicos que
de soldados.
En cuanto al personal que estaba al servicio
de las piezas, contaban con un yelmo morrión como defensa y, según el Tratado
de Cristóbal Lechuga”, vestían un traje «sucinto y fuerte». Cuando estaban en
campaña llevaban el coleto. El artillero, debido a las características de su
trabajo, debía tener una complexión “robusta y gallarda”, y tenía que ser experto
en la fabricación de fuegos artificiales y en el uso de la pólvora.
Transporte de las piezas
En lo concerniente a los sistemas de
transporte de Artillería, los utilizados durante la guerra
de Granada se basaban en grandes caravanas. Los bueyes, producto
de las aportaciones de ciudades, villas y lugares, constituían la principal
fuerza de arrastre. Con el tiempo, sin embargo, se sistematizó el número de
fuerzas de arrastre y el protagonismo se centra en los caballos; por ejemplo,
ocho caballos según un inventario relativo a Artillería conservado en Simancas.
Transporte de un mortero de grueso
calibre con dos bombas, en 1520. Autores Liliane y Fred Funken.
Caballería en los tercios
Antecedentes
A finales del siglo XV y primeros del XVI la
caballería española estaba dividida en hombres de armas y caballos ligeros es
decir caballería gruesa y caballería ligera que se situaban en las alas de la
formación. Gonzalo de Córdoba empleó más la caballería ligera que llegó a ser
mucho más numerosa, siendo empleada para explorar y reconocer, dar cobertura,
realizar golpes de mano y perseguir; mientras que la gruesa la empleó para
atacar las formaciones de picas enemigas y oponerse a la caballería pesada
enemiga. La caballería gruesa se situaba en el ala derecha y la ligera en la
izquierda.
Los jinetes barbados eran vulnerables a las
nuevas armas de fuego, y frenados por los cuadros de picas, por lo que los
hombres de armas europeos aumentaron sus armaduras en un intento desesperado de
mantener sus privilegios y la tradición caballeresca.
En el año 1.502 fueron contratados por el
trono español y como cuerpo real, los arqueros de Borgoña, introducidos
en España por Felipe el Hermoso, en un principio estaban armados con espada de
dos manos, arco, saetas y carcaj, y cuyos componentes prestaban servicio a pie
en el interior de las estancias reales y a caballo en el exterior. En el
servicio a pie vestían jubones y gregüescos acuchillados de colores
amarillo y rojo, calzas amarillas, parlota negra, capotillo de
igual forma y colorido que los alabarderos de la Guardia
Española o Guardia Amarilla y zapatos negros con grandes lazos
rojos. Su arma principal, desde la época de Felipe II, era el archa,
especie de alabarda con hoja en forma de cuchillo de gran tamaño, también llevaban
pistolas.
Jinete arquero de Borgoña, a la
izquierda, 1475. Autor Zvonimir Grbasic. A la derecha, 1503, ilustración del
conde de Conard.
En 1.503,
las Guardias Viejas fueron reorganizadas, dividiéndose en caballería de línea
con 988 lanzas de línea y caballería ligera con 1.843 jinetes ligeros o
caballos ligeros.
En 1.507 se
organizó el cuerpo de Estradiotes, era una compañía de jinetes ligeros, que al
mando del capitán Francisco Valdés trajo desde Italia acompañando al
rey Fernando II.
En 1.509, se
reformó la caballería española a 800 jinetes de línea y otros tantos ligeros,
con motivo de la primera conquista de Orán, el cardenal Cisneros reforzó las
Guardas de Castilla con una compañía de escopeteros a caballo. Algunos autores
la consideran como un primer precedente de los dragones, pues utilizaban sus
caballos como medio de transporte para alcanzar posiciones ventajosas desde
donde hacer fuego con efectividad. No duró mucho esta organización, pues en
1.512 por decreto regio se volvió a reformar la caballería en dos agrupaciones
una pesada y otra ligera, la pesada con 26 compañías y la segunda con 17, cada
una de ellas contaba con una sección de escopeteros a caballo.
Guardias Viejas de Castilla, a la
izquierda un escopetero a la derecha un hombre de armas.
En 1.512 se creó el cargo de coronel general
para mandar la caballería del ejército, estando a las órdenes del capitán
general o bien del maestre de campo, es el primer caso de un jefe de estado
mayor. El jefe de la caballería estaba auxiliado por un sargento mayor y un
ayudante. En 1.537 desapareció el empleo de coronel general y fue sustituido
por el de comisario general, que auxiliado por un sargento mayor mandaba la
caballería.
En los tercios existía el capitán general de
caballería, que era miembro de pleno derecho de los consejos del alto mando y
junto con los capitanes generales de la infantería, ingenieros y artillería.
Era el oficial de más alta graduación del arma. Sus cometidos más importantes
eran los de organizar los grupos encargados de procurar el forrajeo, de la
compra de caballos y del entrenamiento de las unidades. Los caballos eran
bienes escasos y de carácter estratégico. Solían morir en gran número durante
las campañas o en los acuartelamientos de invierno, e incluso podían ser vendidos
por sus jinetes para obtener el dinero de las soldadas devengadas y no pagadas.
El modo de combatir de la caballería
consistía en una serie de maniobras que se ejecutaban con mucha mayor rapidez
que las de las unidades de infantería, lo que le dejaba al capitán general
menos tiempo para deliberar y elegir la formación adecuada de combate en cada
momento, asunto que no le dejaba mucho margen para el error. Para empeorar las
cosas, los oficiales y soldados de caballería de muchas unidades eran menos fiables
que los infantes: se trataba a menudo de mercenarios extranjeros que no
profesaban una lealtad verdadera al rey de España (alemanes y croatas
principalmente) o de nobles con poca experiencia militar conocidos por su
tendencia a abandonar el campo de batalla cuando las cosas se ponían feas.
Un buen Capitán General de la Caballería
debía inspirar a sus subordinados no solo con el miedo, también con la
obediencia y el respeto. Muchos lo hicieron valiéndose delos privilegios de los
soldados de caballería en la jerarquía del ejército, mientras que otros fueron
más propensos a prodigarse con sus capitanes a costa del dinero recaudado en
las zonas puestas en contribución, tanto amigas como enemigas. El capitán
general de la caballería tenía también bajo sus órdenes al barrachel y a sus aguaciles del cuerpo de justicia, así como a su
furriel mayor (encargado del acuartelamiento de las tropas) y a su capitán de
campaña, cuyas funciones eran idénticas a las de los capitanes de infantería.
Al igual que en la infantería y la artillería, la caballería tenía un estado
mayor formado por entretenidos, secretarios y tenientes generales de la
caballería, que se encargaban de la planificación y las comunicaciones entre
las unidades y con el resto del ejército.
En Centro-Europa la caballería seguía siendo
el arma principal, basada en los hombres de armas, atacaban en varias líneas
separadas entre sí unos 40 pasos, cuando la primera línea chocaba contra un
cuadro de picas, el desorden que se originaba cuando la línea fracasaba, era
tal que las siguientes líneas eran incapaces de secundarla o apoyarla, y lo
único que conseguían eran perjudicar sus movimientos. Carlos V formó
escuadrones en orden profundo de 20 a 30 jinetes de frente por un fondo de 15 a
20, con unas distancias e intervalos de dos a tres pasos, con esta formación
consiguieron derrotar a la poderosa caballería francesa en las batallas de
Gravelinas y San Quintín, los franceses copiaron la formación a partir de
entonces.
Con el perfeccionamiento de las armas de fuego,
la caballería se volvió cada vez mas inoperante, y la protección de los
caballos barbados no fue suficiente, la infantería se convirtió en el arma
principal en todos los ejércitos, durante la guerra de Flandes, la dificultad
de transportar caballos por mar hizo difícil el empleo de la caballería
española, recurriendo a jinetes mercenarios, principalmente los reiters o
reitres alemanes, aunque también se dispuso de jinetes borgoñones, flamencos,
italianos y húngaros.
En 1.516 existían en Flandes 20 compañías de
hombres de armas (de 35 a 45 jinetes), llamadas bandas de ordenanza, y 10 de jinetes ligeros (de 50 hombres);
en Lombardía había 10 compañías de hombres de armas y 10 de jinetes ligeros; en
Nápoles 8 bandas de ordenanza y 8 de estradiotes; cada una de estas
agrupaciones estaba mandada por un coronel general.
En 1.536 el ejército imperial contaba con
69.153 efectivos, de los cuales solo 4.640 eran jinetes ligeros y 580 hombres
de armas es decir un 7,5% de la fuerza.
Con el motivo de la guerra de los Treinta
Años (1.618-48), se produjo un incremente de la caballería, el ejército español
de Flandes tenía una media de 7.000 jinetes, frente a 60.000 infantes. En la
fase final de esa guerra, siguió aumentando la caballería hasta alcanzar los
14.000 jinetes frente a 50.000 infantes.
En 1.634 las compañías independientes de
Flandes se agruparon en unidades tácticas llamadas trozos, en 1.649 pasaron
a llamarse tercios de
caballería que estaban
formados por 6 compañías. Se crearon hasta 28 tercios: 8 españoles, 13 valones
y 7 alemanes.
En 1.656 se volvió en España y en Italia a
los trozos, pero esta vez estaban compuestos de 12
compañías de 50 jinetes cada una. En los Países Bajos se mantuvieron los trozos, que se agruparon
para formar brigadas, en total se formaron 9 brigadas con 21
tercios. En 1.697 las brigadas fueron disueltas.
A finales del siglo XVII la caballería
española contaba con las siguientes unidades:
- En la Península 9 trozos (Rosellón Viejo, Órdenes Viejo,
Extremadura, Badajoz, Milán, Brabante, Flandes, la Guardía y Cuantiosos de
Andalucía), así como 3 tercios de dragones (Armendáriz, Valvalet,
Bossoly).
- En Italia 3 trozos (Estados de Milán, Valdefuente, y Surco) y 3
tercios de dragones (la Puente, Bataglia y Monroy).
- En los Países Bajos 5 tercios de caballería (Fourneau, Cecille,
Moirnon, Ribeaucourt, y Beaumont) y 3 de dragones (Valanzart, Stenhuisen,
y Risborg).
De estas unidades existen en la actualidad:
Fourneau creado en 1.649 es el regimiento Farnesio (Valladolid). El Cecille
creado en 1.649 es el regimiento Alcántara (Melilla). Extremadura creado en
1.659 es el regimiento España (Zaragoza). Los dragones de Valanzart (1.676) es
el regimiento Almansa (en León disuelto). Los dragones de Monroy es el
regimiento Pavía (tradicionalmente en Aranjuez actualmente en Zaragoza). Los
dragones de Stenhuisen es el regimiento Villaviciosa (actualmente en Zaragoza).
Clasificación de la caballería
Se puede clasificar los dos tipos la
caballería pesada o gruesa y la caballería ligera o caballos ligeros.
Caballería pesada o gruesa
Empleaba caballos de gran envergadura, los
jinetes llevaban armadura completa y los caballos eran barbados (que llevaban
barda o protección). A este tipo pertenecen los hombres de armas, los reitres,
los coraceros o corazas.
Hombres
de armas
También llamados gente de armas o gendarmes, se trataba de una caballería de tipo
medieval, cuya plenitud tuvo lugar en el siglo XV. Fuertemente armados de los
pies a la cabeza, y protegido igualmente el caballo con testeras y bardas,
empleaban como arma principal la gruesa lanza de acometida, como arma
secundaria la espada. Fueron desapareciendo poco a poco hasta ser sustituidos
por los reitres y la caballería de línea.
Carlos V tenía tres unidades de caballería
como Guardia Personal, una eran la de los Cien Continuos, otra los
Estradiotes, y una compañía mixta, infantería-caballería, denominada los
Archeros de Borgoña.
Los Cien
Continuos junto con
las unidades nombradas son consideradas las primitivas compañías de las que hoy
denominamos Guardia Real. Cada compañía de las unidades nombradas tenía su
propio estandarte, pero después había uno general, de seda amarilla en cuyo
centro portaba el águila imperial. Los Cien
Continuos tenían como
misión acompañar al Emperador Carlos I a la guerra, siempre que él asistiera y
en el campo de batalla actuaba como caballería de línea.
Reitres o reiters
Fueron un cuerpo de caballería pesada de
origen germánico que apareció en los años 1.540. Este tipo de caballería surgió
tras la invención de la pistola de rueda que permitía disparar desde la silla,
lo que posibilitaba el abandono de la lanza. Los reiters (jinete en alemán)
iban armados al menos con un par de pistolas, una espada y una daga.
Llevaban en general armaduras negras, y sus
caballos no llevaban bardas para facilitar el movimiento.
Básicamente, eran mercenarios usados por todo
aquel que pagase el estipendio requerido, empezando por España, en aquellos
tiempos escasa de ese tipo de caballería. Por lo general, sus servicios eran
apalabrados y su soldada pagada en parte hasta que eran requeridos para la
guerra, en cuyo caso acudían donde se les ordenaba y se les abonaba el resto
pendiente de la paga. Su nombre completo era en realidad “schwarze reiter” (jinete negro), en referencia
al color en que iban pavonadas o pintadas sus armaduras. Estas solían ser
medias armaduras o de 3/4. Otra opción habitual era media armadura en la que se
sustituían las protecciones para los brazos por mangas de malla, lo cual
abarataba bastante el arnés. Para compensar la debilidad de la malla frente a
la chapa, se usaban unos guanteletes mucho más largos de lo habitual que
llegaban hasta el codo. Era relativamente frecuente que los guanteletes de los
reitres no cubriesen los dedos a fin de facilitar la manipulación y el disparo
de sus pistolas.
Ellos mismos debían pagarse su equipo y
armas, por lo que igual podían verse con armaduras de una calidad aceptable o
con piezas de acabados burdos, con el metal sin apenas pulir. En lo referente a
la protección de la cabeza, usaban yelmos de varios tipos: almetes, borgoñotas
tanto abiertas, cerradas o la siniestra “todenkopf“.
Reitre o reiter con diferentes
armaduras. Autores Lliane y Fred Funken.
En cuanto al armamento
ofensivo, lo componían dos, cuatro o hasta seis pistolas, distribuidas en
fundas colocadas a los lados de la silla o incluso metidas en la caña de las
botas. Inicialmente, estas pistolas eran de rueda, para ser sustituidas al poco
tiempo por las de chispa, más baratas y fáciles de recargar que las anteriores.
Para el cuerpo a cuerpo portaban una espada y un martillo de guerra, por lo
general de la variante denominada “pico de halcón“, muy adecuado para
perforar los yelmos y/o corazas del enemigo. También podían usar hachas de
armas o mazas. A la hora de combatir, eran agrupados en escuadrones de entre
300 y 500 hombres, divididos a su vez en filas de entre 12 y 16 jinetes en
fondo que solían cargar al trote o a un galope corto.
Reitres o reiters imperiales
durante la guerra de los Treinta Años. Autor Alexander Lunyakova.
Caballos
corazas o coraceros
Los caballos corazas o primeros
coraceros fueron la tropa de caballería por excelencia de los ejércitos de
Europa occidental en el siglo XVII. Eran soldados protegidos con armadura que
combatían a caballo, y armados con pistola, de forma similar a como lo hacían
los reitres y herreruelos.
El coraza, llamado así en alusión a su
principal atributo defensivo, hizo su aparición en Francia a finales de
las guerras de Religión (1562-98).
Posteriormente al periodo que nos ocupa
denominados coraceros, los caballos corazas era unos soldados que combatían con
pistola y espada, fuertemente armados con una coraza tres cuartos, similar a la
empleada por los caballos ligeros. De ellos nos ocuparemos por extenso en un
artículo a propósito. Aunque denostados por algunos militares españoles de
finales del XVI, fueron el pilar de la caballería en la segunda mitad del siglo
siguiente.
El coraza fue un jinete con armadura pesada
que dejó de combatir con lanza para hacerlo con pistolas y espada. Su equipamiento
fue cambiando con el paso de los años. En un principio el coraza era un caballo
ligero que combatían con pistolas en lugar de con lanza. Su armadura se
componía de peto y espaldar para proteger el torso y la espalda, quijotes o
escarcelas para los muslos, hombreras y avambrazos para los brazos, guanteletes
o guantes de cuero para las manos, y un tipo de casco con visera denominado
celada. Por debajo de las rodillas llevaban las piernas cubiertas con botas de
cuero altas. Dichas armaduras, estaban fabricadas a prueba de mosquete (o de
fuego de pistola) lo que les hacían casi invulnerables. Sin embargo su
movilidad era muy reducida y cuando caían derribados estaban totalmente
perdidos.
Coraceros o caballos coraza, siglo
XVII: 1 coraza en 1600, la placa de refuerzo formaba una coraza doble llamada haubergeois,
que servía para compensar la poca calidad de este tipo de armaduras, fabricadas
industrialmente con el menor coste posible, tales armaduras no llegaban a pesar
los doce kilos; 2 colocación de la armadura; coracero a caballo; 4 armadura de
tipo cuirassier,
de una calidad infinitamente superior, su peso era de 30 kilos. Autores Liliane
y Fred Funken.
Así a
mediados de la década de 1.630, los caballos corazas del ejército imperial (y
español en Flandes) se desprendieron de partes de su armadura de tres cuartos.
La comodidad fue lo que llevó a los corazas a desprenderse de piezas y a
cambiar la celada por cascos más ligeros y abiertos tipo langostera (yelmo con
visera, carrillera y cubre-cuello).
En cuanto a
sus armas, estas consistían en dos pistolas que se portaban en el arzón de
la silla de montar y que podían ser tanto de llave de rueda al principio y
posteriormente de pedernal o chipa. El cañón de estas pistolas era bastante
largo, oscilaba entre los 45 y 65 centímetros. La munición consistía en balas
de plomo, de las que llevaban entre 20 y 40 en una bolsa. También llevaba un
frasco de pólvora y una baqueta para apretar. Para la lucha cuerpo a
cuerpo utilizaban una espada rígida y puntiaguda, o un martillo de armas.
La caballería ligera
El jinete ligero español, que montaba y
luchaba a la morisca, se desarrolla como respuesta precisamente a la manera de
combatir árabe, en caballos ágiles y armados ligeramente, luchando a “picar”
antes que a chocar. En el siglo XVI abandonan definitivamente la adarga (escudo
de cuero de origen musulmán) pero fueron empleados fuera de la península
avanzado el siglo, excepto en Berbería o las Indias. Montaban en sillas jinetas
(de estribo corto) y usan lanzas jinetas más cortas para picar a los enemigos
en vez de embestir, también podía lanzarla con precisión contra los enemigos.
Posteriormente emplearon armas de fuego. Entre la caballería ligera se
encuentran los caballos ligeros o celadas, los arcabuceros
a caballo, los estradiotas, los dragones,
los herreruelos, los carabinos y capeletes.
Caballería ligera, siglo XVI: 1
ballestro a caballo, 1540 lleva un casco borgoñón con triple banda; 2 argoulet
(arcabucero a caballo francés) 1560, inspirado en los escopeteros españoles; 3
arcabucero a caballo 1590; 4 herreruelo o pistolete 1560; 5 jinete ligero
alemán con media armadura; 6 arcabucero a caballo. Autores Lliane y Fred
Funken.
Jinetes ligeros
También conocidos como caballos
ligeros, ginetes o celadas,
y referidos simplemente como lanzas con el declinar de la caballería pesada, se
trata de una tipología de caballería similar a la precedente, pero que empleaba
caballos de menor envergadura, y que no iba tan fuertemente protegida,
careciendo de protecciones sus monturas, pero jugando la baza del choque al
galope empleando sus lanzas para romper a los jinetes contrarios.
Jinetes ligeros, caballos ligeros
o celadas españoles, siglo XVI con adarga, que se usaron en el norte de África
y las Indias.
Estradiotes
El cuerpo de estradiotes estaba formado y
organizado del mismo modo que los cuerpos de esta clase, que al servicio de los
venecianos militaban en la Morca y Albania. Sus armas defensivas eran
un bacinete y el alpartaz (cota de malla) sobre el
cual llevaban el ojaco, que no era otra cosa que el jaco o
jaquetón, y las ofensivas lanza gineta, espada con
tablachina y martillo de armas. Los caballos llevaban media silla y
freno-gineta. Sus misión principal era la de explorar. La compañía tenía 100
jinetes, y eran capaces si la circunstancia lo exigía, de combatir a pie como
piqueros armados con sus lanzas. Los estradiotes continuaron en servicio hasta
1.560 en que fueron sustituidos por los herreruelos o pistoletes.
Jinetes estradiotes, siglos XVI: a
la izquierda, guarda estradiote, lleva armadura completa y encima un sayo
amarillo y en el pecho cruzada la cruz de Borgoña, el caballo lleva silla
gineta y no tiene protecciones. A la derecha, estradiote de Dalmacia, con su
indumentaria de origen turco, adornada con piel de león, alas en el escudo y
una capa de leopardo. Autor Zvonimir Grbasic.
Arcabuceros a caballo
En 1.481 existía en Castilla una tropa
permanente formada por 20 espingarderos a caballo al
mando del capitán Covarrubias. Entre 1.509 y 1.512 para la conquista de Orán el
Cardenal Cisneros empleó arcabuceros a caballo. En 1.512 se crearon en cada
compañía de hombres de armas, 12 arcabuceros a caballo, cuya misión era cargar
a los flancos de las formaciones de la caballería pesada enemiga, en caso de
que los herreruelos no hubieran podido desarticular al enemigo. También se
empleaban en misiones de exploración y reconocimiento al mando de un capitán
práctico en el terreno, a quienes de les daba el nombre de despepitadores.
También podían recibir la misión de proteger un flanco.
Los arcabuceros a caballo desplegaban en 3 o
4 líneas homogéneas al frente y flancos de los escuadrones, y muchas veces se
les exigía combatir a pié, como en las misiones de ocupar puntos de paso
obligado y posiciones importantes, aunque lo normal es que dispararan desde los
caballos, se les puede considerar como los precursores de los dragones.
Normalmente llevaban yelmo
borgoñote o celada borgoñota, botas de cuero con
espuelas, y prenda de cuero similar al arcabucero a pie.
En la batalla de Bicoca en 1.522, la
victoria de Próspero Colonna se debió en parte a los ataques de los arcabuceros
a caballo contra los flancos.
Arcabuceros montados, siglo XVI: 1
caballo ligero 1550; arcabucero a caballo, con las cargas en la bandolera; 3
caballo ligero 1550; 4 caballo coraza o coracero caído, las protecciones de las
axilas se llevaban aún después de un siglo de su aparición; 5 arcabucero
montado con sobrevesta. Autores Liliane y Fred Funken.
Dragones
En 1.554 el mariscal de
Francia Carlos de Cossé-Brissac creó un cuerpo
de arcabuceros que combatían a pie y se desplazaban a caballo, para
servir en el ejército del Piamonte. Es en esa época cuando se comienza a
emplear el nombre, de origen incierto de dragón. Se cree que puede aludir a los dragones de
unos supuestos estandartes de las tropas de Brissac, o bien a
un mosquete corto o carabina así llamado en aquel tiempo.
También había dragones piqueros, que se desplazaban a
caballo y combatían a pie con la pica.
A principios del siglo XVII Gustavo II
Adolfo de Suecia desarrolló este tipo de tropas para sus ejércitos,
equipando al dragón con sable, hacha y mosquete, siendo imitado
por casi todos los ejércitos europeos. A lo largo del siglo XVIII fue perdiendo
progresivamente importancia el carácter de infantería.
Los “mosqueteros a caballo” eran infantes
montados, que se desplazaban sobre sus animales, pero que combatían
fundamentalmente a pie. Suponen una evolución de los arcabuceros a caballo, que
frecuentemente desmontaban para combatir, cabalgaban en malos rocines a los que
abandonaban una vez que echaban pie a tierra para combatir.
En la batalla de Nordlingen (1.634) el
cardenal-infante don Fernando contaba entre sus tropas 5 compañías de dragones,
una de ellas, gobernada por el capitán don Pedro de Santa Sicilia, con un total
de 500 hombres, como narra don Diego de Aedo en su memorable viaje.
En 1.635 Pedro de la Puente organizó en
Innsbruck (Austria) un cuerpo de dragones, y en 1.640 se creó en España un
tercio de 1.000 dragones armados con mosquete, pedreñal y mazo. A finales del
siglo XVII había tres tercios en España, tres en los Países Bajos y otros tres
en el Milanesado.
Caballería ligera, siglo XVII; 1
dragón-lancero alemán 1600, formaba con los dragones-arcabuceros un tipo de
caballería mixta utilizado por pequeñas unidades en Alemania; 2 húsar húngaro
1600, aparte de la lanza y la espada iba armado con una espada-pica destinada
para enfrentarse a la caballería acorazada; 3 arcabucero a caballo, comúnmente llamado
bandolero, armado de un arcabuz a rueda, el bandolero mantiene el arma con un
anillo sujeto a la banda; 4 dragón 1600, armado de un arcabuz a mecha. Autores
Liliane y Fred Funken.
Los herreruelos o pistoletes aparecen
en la Ordenanza de 1.560 como sustitutos de los estradiotes. Eran llamados así
por ser jinetes que, al ir cargados de hierro (en lo referente a su abundante
armamento ofensivo), se les denominaba ferreruelos. Otros dicen que por llevar
la cara tiznada de negro como consecuencia de los disparos, lo que les daba
apariencia de herreros. Sin embargo, Covarrubias ya indica que el ferreruelo
era un género de capa sin esclavina, y que tomaron este nombre por traerlas una
gente de Alemania que fueron los primeros en usarlas.
Los herreruelos vestía unas calzas acuchilladas
en negro y rojo, la capa corta, y su protección se limitaba a un coselete y
grebas. La cabeza la protegía con un capacete y, en muchos casos, ni eso,
usando un sombrero de ala corta con una toquilla roja anudada a su alrededor.
Su armamento ofensivo era dos pistolas
tercerolas, y también venablos con los que hostigar a la infantería. A la hora
de atacar, lo hacían con una pistola en la mano derecha y en la izquierda,
mientras empuñaba las riendas, colgaban la espada del pulgar por las guarniciones.
De ese modo tenían la espada a mano para, caso de hacer efecto la rociada,
iniciar una escaramuza cuerpo a cuerpo. En lugar del frasco de pólvora llevaban
una funda de cuero sobre el muslo derecho con 12 cargas, ademas de otro estuche
en el armazón de la silla con otras 6.
Equipamiento de un herreruelo o pistolete, siglo XVI: 1
pistola de mecha 1460; 2 pistola con dos cargas superpuestas, 1560. El pomo en
bola contenía cargas de pirita de recambio; 3 curioso modelo alemán con ángulo
derecho en 1550; 4 herramienta 1550; pistola italiana 1590; pistola española
1550, con remontador a bielas, evita el riesgo de la pérdida de la llave del
remontador, necesaria para montar el resorte de la rueda; 6 remontador de cruz
1550; 7 pistola alemana diminuta de 5 cm de largo, dispara una bola de 2 mm de
diámetro, la misma forma de cruz se encuentra en los modelos de talla normal, 7ª;
8 pistola alemana de pedernal 1591; 9 pistola francesa 1580, de 58 cm de larga;
10 pistola milanesa 1580; 11 caballo revestido de un mantón de malla, llamado “manteau
d´eveque”, particularmente apreciado en Alemania. Autores Liliane y Fred
Funken.
En el campo
de batalla eran generalmente usados en vanguardia de los hombres de armas de la
siguiente forma: a la izquierda del escuadrón de caballería pesada se situaba
una manga de herreruelos los cuales precedían a estos en la carga. A la
distancia adecuada, se situaban delante y, flanqueando el cuadro enemigo, lo
rociaban con una descarga a fin de causarles bajas e intentar hacerlos flaquear.
Ello podía facilitar que los caballos coraza pudieran llegar al contacto y, con
su arrollador empuje, romper la línea enemiga.
No cargaban
sus armas cuando se dirigían contra el enemigo, sino que se acercaban,
disparaban sus armas y regresaban a retaguardia para recargar, en una táctica
conocida como la caracola.
Era la
táctica de caballería era empleada por los jinetes armas de fuego, arcabuceros,
herreruelos, corazas, etc. Se organizaba en filas y pistolas en mano se
acercaban a distancia de disparo (entre 10 y 20 metros). Tras disparar la
primera fila de jinetes, viraban y procedía la segunda fila, y así
sucesivamente, desatando una ininterrumpida tormenta de disparos sobre las
filas enemigas.
Cuando
terminaban, se reagrupaban en retaguardia, cargaban sus armas y vuelta a la
carga. El principal inconveniente de esta táctica era que los mosquetes y
arcabuces de la infantería defensora tenían entre dos y cinco veces más alcance
que las pistolas y arcabucillos de rueda de la caballería, sin embargo la
rapidez de la caballería y el férreo entrenamiento y precisión realizando la
maniobra, daban ventaja a la caballería, gracias a lo cual se mantuvo esta
táctica durante décadas. Los suecos abandonaron la caracola en pos de una
táctica más agresiva: el escuadrón formaría en tres líneas y cargaría íntegro
contra el enemigo. Las dos primeras hileras dispararían sus pistolas cuando
pudiesen distinguir el blanco de los ojos al adversario. Luego, en vez de
caracolear, cargarían espada en mano. La tercera línea ni siquiera dispararía,
limitándose a entrar en combate espada en mano.
Herreruelos o
pistoletes
españoles siglo XVI
Logística de los tercios
En el siglo XVI, la distancia fue “enemigo
número uno”. Las tardanzas y las separaciones ocasionadas por la
distancia complicaron todos los actos de gobierno, desde la transmisión continua
de órdenes, peticiones y noticias hasta el despacho de las pagas y el
movimiento continuo de tropas. A mayor distancia, mayor la separación y mayor
la demora.
La necesidad de hacer frente al desafío de la
distancia dio lugar a un número de importantes respuestas administrativas,
tanto por parte de los gobiernos como de los comerciantes. Un ordenado sistema
de correos con sus estaciones se extendió por el continente, uniendo las capitales
con los centros comerciales, transmitiendo cartas, llevando noticias. Para el
transporte de metales preciosos y de mercancías se organizó un servicio regular
de carreteros y convoyes, entre los centros comerciales se movían continuamente
caravanas de mulas o de grandes carretas.
Sin embargo, el traslado de un ejército
presentaba problemas de muy diversa magnitud. Mientras que los correos pasaban
de uno en uno o de dos en dos, y mientras que las mulas o carretas cargadas de
mercancías lo hacían de cien en cien como mucho, las tropas viajaban por
millares. Su paso a través de territorios en paz era lento, irregular;
necesitaban alojamiento y víveres. Estos movimientos de masas plantearon muchos
y difíciles problemas de naturaleza puramente técnica, originaron también
dificultades políticas menos evidentes, pero igualmente arduas. Los soldados
necesitaban protección política contra el peligro de ataque o provocación
mientras se dirigían al frente. Había que conjugar la rapidez con la seguridad.
En consecuencia los diferentes estados europeos crearon una red de “corredores
militares”: itinerarios reconocidos que conectaban a un ejército en
servicio activo con las lejanas tierras donde había sido reclutado. Los
corredores militares significaron un paso importante hacia la solución de los
dos problemas, el técnico y el político, que implicaban los movimientos
militares en tiempos de paz, ya que regularon el desplazamiento de tropas,
haciendo posible la preparación por adelantado de lo servicios básicos bajo garantía
de protección diplomática permanente.
Durante las décadas de 1.540 y siguiente,
España había enviado hombres y dinero, desde las costas cantábricas, a bordo de
convoyes de mercancías consignados a los Países Bajos, mientras estuvo en
guerra con Francia. España dominaba el Océano y gozaba de la hospitalidad de
los puertos ingleses, incluido el profundo puerto de Calais, donde podía
refugiarse o desembarcar. Después de 1.558 perdió todas estas importantísimas
ventajas. La seguridad de la comunicación por mar entre España y los Países
Bajos españoles cayó por su base en un momento.
El primer revés en la posición marítima de
España fue la toma por Francia a los ingleses del puerto de Calais, en enero de
1.558. Calais tenía una especial importancia para España; era mucho mejor
puerto que los de la costa flamenca para desembarcar soldados y provisiones,
porque era de fácil acceso para los barcos que subían por el Canal y sobre todo
no tropezaban éstos, al aproximarse, con el obstáculo que representaban los extensos
bancos de arena que se extienden, a lo largo de millas, ante la costa
continental desde Dunkerque hasta el Escalda, los llamados bancos de Flandes,
cementerio de barcos demasiado bien conocido por los marineros españoles.
Además del inconveniente de la pérdida de un buen puerto se daba otra
circunstancia, muy cierta por desgracia, y era que el rumbo más fácil desde el
sur hasta Dunkerque (el puerto más próximo y el mejor) pasaba por delante de
Calais, dejando atrás así la barrera de bancos de arena que hay frente a la
costa. De este modo los buques españoles que se dirigían a Dunkerque, a las
Gravelinas o a Mardijk estaban a merced de los franceses a su paso frente a
Calais.
El año 1.568 contempló también la aparición
de una segunda amenaza marítima para España: los hugonotes formaron una armada
en La Rochela, integrada por 70 bajeles, para colaborar en la causa de los
protestantes franceses mediante la piratería, en conjunción con los mendigos
del mar. El envío de tropas o dinero desde España a los Países Bajos por mar se
convirtió de este modo, después de 1.568, en un asunto extremadamente
arriesgado. Casi todas las expediciones, mayores o menores, terminaron en
desastre.
Después de la guerra con Inglaterra y el
desastre de la armada Invencible, todos los suministros a Flandes debían
hacerse por el Camino Español, camino ya utilizado por
comerciantes para el abastecimiento militar, que fue inaugurado por el duque de
Alba en 1.567. El itinerario exacto varió con el tiempo, ya que se requirieron
intensos esfuerzos diplomáticos para garantizar que todas las etapas de la ruta
se mantuvieron abiertas. Este corredor fue utilizado hasta 1.622, cuando las
conquistas territoriales francesas lo cortaron, aislando algunos territorios
españoles de las comunicaciones por tierra.
Camino español. Se pueden ver los
vivanderos o comerciantes que acompañaban a las tropas para proporcionarles
suministros. Autor Augusto Ferrer Dalmau
Al instalar
un campamento, se debía señalar las zonas donde instalarse los vivanderos,
así como las vías de acceso más adecuadas. Estos asentamientos debían estar
cerca de agua, pero en un lugar que no entorpecieran la formación de los
escuadrones en caso de ataque.
Se
concertaba con los mercaderes el precio de las vituallas y se tomaban otras
medidas, como asegurar el tránsito por los caminos evitando saqueadores o
ladrones. A estos vivanderos se les cobraban ciertas tasas, llamadas “tasas
de emplazamiento“, aunque había excepciones.
En caso de
escasez de alimentos en la zona, los vivanderos no podían
obligar a vender a los campesinos, para evitar el hambre entre los naturales de
la zona. En ese caso, no se cobraba a los mercaderes las tasas. En caso de
hambruna, los alimentos pasaban a custodia de los militares, que los repartían
equitativamente entre los vivanderos, libres de las tasas
de emplazamiento. Sí la situación era complicada y había que instalar un
servicio de guardia, para evitar desmanes y peleas en la zona de venta, se
cobraba un aumento en la tasa.
También en
caso de abundancia, se centralizaban los alimentos y se entregaban, también sin
cobrar las tasas a los vivanderos, para que de esta manera no se echaran a
perder.
Los mercaderes podían comprar al “por mayor”, pero solo podían vender en pequeñas cantidades en la zona marcada del campamento. Sí querían desplazarse para hacer negocio, tan solo podían vender en grandes cantidades. Así se evitaba la especulación y que los precios subieran.
Los mercaderes podían comprar al “por mayor”, pero solo podían vender en pequeñas cantidades en la zona marcada del campamento. Sí querían desplazarse para hacer negocio, tan solo podían vender en grandes cantidades. Así se evitaba la especulación y que los precios subieran.
La ración
del soldado estaba formada por 14 libras de pan, 4 de carne, 3 de queso, 1 de
mantequilla, media de sal y un cuartillo de cerveza. La ración de los oficiales
era de superior cantidad, igual que en los hospitales. Normalmente se
suministraba carne 16 días al mes, pescado 6 días y mantequilla y queso 8 días.
El alimento principal fue siempre el pan de cada día o pan de munición, que se
hacía con dos terceras partes de trigo y una tercera parte de centeno y cuyo
peso oscilaba entre una, dos o tres libras (1 libra = 453,6 grm.) según su
destino y si bien esta provisión se hacía en circunstancias normales, dadas las
características de esta guerra, con frecuencia estos panes solían hacerse con
terrones de yeso, bizcochos rotos y harina sin moler, originando graves
problemas de salud.
De los días
de carne, la proporción solía ser: 8 de vaca, 4 de cabra, 4 de cerdo y tocino.
Como
complemento a la carne, se suministraban guisantes, judías, sémola, etc. El
pescado era bacalao seco, arenque ahumado o en escabeche, lamprea, salmón, etc.
Al principio
el pago de los alimentos lo hacían los mismos soldados en el lugar de
abastecimiento y era frecuente amenazar con no pagar el precio pedido por el
vivandero o con cualquier excusa, armar bataholas para robar género del carro
de provisiones. Este sistema se modificó en parte haciendo que un oficial de
cada compañía recogiese el pedido que luego repartiría entre sus hombres,
dejándole al proveedor un vale, que luego presentaba a la tesorería del
ejército, donde se le pagaba (a veces) y en ocasiones, el pago se hacía al
contado al retirar las vituallas.
Cuando las
tropas estaban acantonadas, el soldado podía comprar sus provisiones
directamente a los vivanderos que obligatoriamente debían disponer de carne en
salazón, garbanzos, lentejas, vino, vinagre, aceite, pescado seco, sal y
cereales. Cuando el hambre arreciaba en las zonas de conflicto, a veces los
vivanderos debían ser escoltados por soldados para evitar que fueran asaltados
en el camino y por dicha protección, estaban obligados a pagar un impuesto
llamado, alcabala de desplazamiento. Si la situación empeoraba y la hambruna se
hacía sentir de manera contundente, las provisiones se repartían
equitativamente entre los comerciantes y eran custodiados por el ejército para
evitar peleas, quedando los vivanderos exentos de pagar dicho impuesto.
En campaña
se solían utilizar a los “mochileros“, jóvenes que servían como
sirvientes o aprendices de los soldados. Estos jóvenes solían recorrer la
campiña para mejorar las raciones de ellos mismos y de sus señores, recorrían
los campos de las inmediaciones en busca de alimentos ya fuera cazando,
pidiendo o robándolos. Se consideraba de una crueldad impropia de la época, el
atacar a estos chavales (10-16 años) mientras desempeñaban esta tarea, aunque
en alguna ocasión llegaron a empuñar las armas para combatir en situaciones
críticas.
En cierta
ocasión, soldados franceses atacaron a un grupo de mochileros matando a varios
de ellos. En el combate subsiguiente, los españoles no hicieron prisioneros en
represalia por tal acción.
Asedio de Ostende, 1601-4.
Campamento español, da una idea de la complejidad logística de los tercios.
Autor Sebastián Vrancx.
El soldado
debía comprar su alimento diario con el dinero que recibía de su paga o soldada
que casi nunca llegaba con regularidad endeudándose así, con el vivandero y muchas
veces con el capitán que manejaba un dinero de la “caja chica” para situaciones
puntuales. El oficial terminaba transformándose en prestamista con dinero del
tesoro militar, pero cuando llegaban las partidas, el mismo capitán hacía
figurar en la lista de deudores a reclutas recién incorporados como soldados
veteranos que, por supuesto, percibían un sueldo mayor. Fue una manera de
estafar a la hacienda pública que con el tiempo descubrió la maniobra y quitó
esa potestad para hacer el pago directamente a los proveedores de víveres y
otras provisiones, previo descuento de un 50% del salario a cada soldado y el
resto le era entregado en mano.
A partir de
1.601 se estableció una cadena burocrática para poder entregar alimentarlos
durante su desplazamiento evitando maniobras fraudulentas por parte de los
capitanes.
El
gobernador de los Países Bajos autorizaba el envío de dinero del Tesoro al
gobernador de la zona y este a su vez nombraba a un delegado general para el
aprovisionamiento de las tropas en su sector, que recibía el dinero para
contactar con los proveedores de género o vivanderos que de acuerdo a la
calidad y cantidad de provisiones previamente acordadas, percibían el pago en
presencia de público y de un oficial designado por el capitán general, el que
certificaba que la operación se había realizado en tiempo y forma evitando
cualquier sospecha de fraude.
La pólvora
también era suministrada por proveedores, excepto la pólvora de cañón, los
arcabuceros y mosqueteros cobraban el doble para atender estos menesteres, el
plomo se les suministraba en barras que eran fundidas por ellos mismos para
hacer balas. En circunstancias excepcionales, en caso de asedio, se les podía
suministrar pólvora sin ningún costo, de ahí proviene la frase “disparar con
pólvora del rey”.
Muchas veces
las pagas se retrasaban durante muchos meses, unido muchas veces a la escasez o
a la mala calidad de los alimentos, hace pensar que la logística del ejército
de Flandes en materia de avituallamiento no fue precisamente su fuerte y la
prueba está en los 43 motines acaecidos desde 1.596 a 1.606.
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