LOS NOMBRES DE LA SEPTIMA LEGIÓN DE ROMA
Y
LOS
CINCO SECRETOS DE ESCIPIÓN PARA QUE LOS HABITANTES DFE HISPANIA NO HUMILLASEN A
SUS LEGIONES ROMANAS
Conocida como Legio VII Gemina, la segunda legión que
acampó en León tras la VI Victrix y que construyó las murallas que hoy en día
todavía vemos flanquear el casco viejo, tuvo muchos más nombres a lo largo de
la Historia. En la Guía del León
Romano, escrita por el arqueólogo y colaborador de ileon.com Emilio
Campomanes, se explica cómo estas unidades militares recibían un numeral y un
nombre que las definía y las caracterizaba: la “alauda” llevaba plumas de
alondra en los cascos o nombres más marciales: 'victrix' (Victoriosa) o “ferrata” (Acorazada)
Este artículo está basado precisamente en uno de los destacados de esta publicación que explica profusamente y con gran rigor la Historia sobre cómo fue en realidad el León Romano y en especial de la séptima legión.
Muchas de las legiones tenían el nombre de su fundador
y la VII empezó llamándose “Galbiana”, como otras fueron “Augusta”, “Claudia”, “Ulpia”
y demás. En ocasiones aludía a su nombre de origen y así la Legio VII en los
primeros tiempos fue “Hispana”, como otras fueron “Macedónica” o “Parthica”. La
Legio VII Galbiana fue creada en Clunia (Burgos) el 10 de junio del 68 después
de Cristo (hace 1.948 años), y en seis años más fue destinada por siempre jamás
al antiguo campamento de la VI,
Castra Legio, que es lo que pisan hoy todos los leoneses cuando entran en el
casco viejo.
La Legio VII perdió sus
nombres originarios un año después de crearse, tras la segunda batalla de
Cremona (69 después de Cristo). En ella sufrió tan graves pérdidas que debió
fusionarse con otra legión cuyo nombre no ha transmitido la Historia; pero el
heredero del Emperador Galba tras la guerra Civil, Vespasiano, conservó su
numeral para honrar sus servicios y homenajear a su creador justificándose así
ante una legión muy levantisca, para mandarla a León cinco años después (en el
74 d.C, justo hace 1.042 años). Después de ello pasó a conocerse como Legio VII
“Gemina”, que en las inscripciones se abreviaba como LEG VII GEM.
Con el tiempo fue sumando varios apelativos como
distinción en acciones bélicas de las que no nos ha llegado ningún detalle.
Hacia el año 75 después de Cristo añadió el epíteto de “Felix” (afortunada) con
el mismo emperador Vespasiano, el que comenzó el Coliseo de Roma, que se abreviaba
LEG VII G F.
La unidad que sustituyó” a la Legio VII Gemina en el
periodo tardorromano fue la Septimani Gemina y este era el emblema que la
identificaba en sus escudos.
A finales del siglo II d.C. logró otro sobrenombre más,
el de “Pia” (piadosa) bajo Septimio Severo, tal vez por apoyarle en la guerra
civil que le hizo emperador. En este caso se intercaló entre los nombres
anteriores Legio VII Gemina Pia Felix (abreviado L VII G P F).
Desde el siglo III de nuestra era la costumbre fue la
de añadir el nombre de los emperadores reinantes. En tiempos de Caracalla
(211-217) era “Antoniana” (en su versión completa Legio VII Gemina Antoniana
Pia Felix). Con Alejandro Severo (222-235) fue “Alexandriana” o “Severiana”.
Otros emperadores a los que la legión añadió su nombre
fueron Maximino “el Tracio” (235-238) como Legio VII Gemina Maximiana Pia
Felix; Gordiano III (238-244) como Legio VII Gemina Gordiana Pia Felix; y
Filipo “el Árabe” (244-249) como Legio VII Gemina Philippiana Pia Felix.
La presencia de estos apelativos —o su ausencia— son de
gran utilidad para los estudiosos y permiten datar las inscripciones y
edificios en los que aparecen los ladrillos sellados con estos epítetos.
Finalmente, sobre la Legio VII se sabe que está citada
en un escrito del siglo V llamado “Notitia Dignitatum” en la que ya no se la
llama concretamente así, sino como los “Septimani Gemina”. En los últimos
albores del Imperio Romano de Occidente las legiones no se podían mantener y se
convirtieron en unidades de otro tipo. Fue el último nombre conocido de la
séptima legión.
La Guía del León Romano, con mucha más información sobre esta unidad de élite romana, está a la venta en la gran mayoría de librerías de León.
ORIGEN Y CONMEMORACIÓN DEL
LEON ROMANO
Nos resultan tan habituales que ya ocupan un lugar en
el almanaque leonés, casi tanto como las fiestas de guardar o los cumpleaños de
los amigos. Hablamos de los aniversarios históricos, de las conmemoraciones, de
las fechas memorables que rescatamos de los archivos para
trasladarlas a la actualidad convertidas en festejos y las más veces, en juegos
de niños. Con el mes de junio llega el tiempo del León romano, del
recuerdo de una legión que alteraría el rumbo de nuestra historia, de los
desfiles, las conferencias para todos los públicos y los campamentos de
aficionados a la reconstrucción.
En sí mismo, el del orgullo por el pasado no debe ser
un aspecto criticable, de no ser porque en los últimos años da la sensación de
que es el único recurso con el que miramos hacia el futuro. León se está
convirtiendo en un anciano que repasa una y otra vez un álbum de fotos en
blanco y negro, y de vez en cuando suspira. Miramos atrás buscando fechas que
nos reafirmen, las elevamos, idealizamos y damos a conocer, pero a veces hay
que pensar en el recuerdo que dejaremos los que estamos vivos. No pasamos por
un momento especialmente memorable, lo vemos en la flaqueza de León, de su
economía y de su paisaje rural,
y sin un buen plan que cambie las cosas, acabaremos por ser aire que corre y
que nadie jamás habrá de respirar.
Pero por el momento recordamos, gritamos a todos los
vientos que fuimos corazón de un reino, que tuvimos fuero y cortes, que nos
alzamos contra el conquistador francés y que dejamos de ser indígenas para
convertirnos en romanos. De esto último hace casi dos mil años. Por eso ahora
el León romano recuerda su pasado, cuando antes que ciudad fue campamento
militar, y propone un extenso programa de actos para que los amantes de la
historia y los profanos en la materia puedan celebrar el Natalicio del Águila, nada menos
que los 1.950 años desde la fundación de una legión militar que lo cambió todo:
la Legio VII Gemina. Pero la historia del
León romano es todavía más antigua…
LEGIO VI VICTRIX: EL ORIGEN DEL LEÓN ROMANO
Cuando el princeps Octavio Augusto se
convirtió en el hombre más importante de Roma y por extensión del mundo
conocido, ordenó la conquista de los pueblos cántabros y astures que
habitaban el noroeste de la península Ibérica. Fueron los deseos de victorias
militares y la riqueza en metales de la zona lo que le animó a emprender tal
empresa, que culminó prácticamente en diez años (29-19 a.C.).
En estas guerras de conquista ya participó una legión
militar que había sido fundada por el propio Augusto, la Legio VI
Victrix, llamada a jugar un papel muy destacado en el sustrato arqueológico
del León romano. Para que el control territorial de la zona fuese más efectivo
al término de la contienda contra los pueblos de las montañas, las autoridades
romanas ordenaron a la legión afianzar su posición estableciendo un campamento.
Eligieron una llanura ligeramente elevada entre los ríos Torío y Bernesga,
donde levantaron el acuartelamiento aproximadamente quince años antes del
nacimiento de Cristo. En ese mismo lugar, mucho tiempo después, se alzaría
piedra a piedra, la ciudad de León.
La sucesión de los años motivó también la de los
emperadores dentro de la dinastía Julio-Claudia, hasta que en el año 54 de
nuestra era aparece entre los palacios la sombra de Nerón, un gobernante
precedido por su oscura leyenda. La investigación más rigurosa parece
decantarse por la idea de que los primeros cinco años del gobierno de Nerón
resultaron bastante positivos para la estabilidad del Imperio, pero todo empezó
a cambiar hacia el 59: excentricidades y abusos, el asesinato de su madre
Agripina, el intento de identificarse con el dios Helios sobre la tierra, la
caída en desgracia de las personas de su confianza y del Senado, aquel confuso
incendio de Roma del año 64… poco a poco la situación del buen gobierno derivó
hacia la dominación, y en el Imperio estalló un alzamiento rebelde donde los
soldados y las legiones adoptaron un papel protagonista.
LA LEGIO VII GEMINA Y EL
NATALICIO DEL ÁGUILA
Estamos en el año 68 d.C. La península Ibérica está
dividida en tres grandes provincias: al sur la Bética, al oeste la Lusitania y
por último la Tarraconense, que ocupa la mayor parte de Hispania y a la que
pertenecía tanto el León romano como el territorio actual de León. Al sur de
los Pirineos sólo había una legión romana, la ya conocida VI Victrix,
en su flamante campamento entre el Torío y el Bernesga, de modo que respondía a
las órdenes del gobernador tarraconense Servio Sulpicio Galba. Éste sería uno de los nombres clave en la
sublevación contra Nerón.
Sin embargo, sabiéndose demasiado débil para
enfrentarse al poder imperial contando sólo con el apoyo de la sexta legión,
decidió fundar una nueva unidad militar compuesta exclusivamente por hispanos,
que llevaría el numeral siete. Fue la Legio VII, bautizada entonces
como Galbiana o Hispana, por el nombre de su
fundador y su lugar de origen. La Legio VII nació en Clunia (Burgos), y recibió
sus estandartes militares en la fecha del 10 de junio del año 68. Es lo que se
conoce como el Natalicio del Águila, el momento en el que una
legión se pone en pie alzando al aire por vez primera la enseña sagrada del
águila, y el vexillum, una señal identificativa con el nombre y el
símbolo de la unidad.
Pocos días después de la fundación de la Legio
VII Galbiana, se conoció la noticia de la muerte del emperador
Nerón. Así, el que fuera gobernador de la provincia Tarraconense, Galba, ocupó
el cargo imperial durante un breve espacio de tiempo, hasta que la
inestabilidad creada y las luchas por el poder terminarían también con su vida.
En cuanto a la legión, se había trasladado desde Hispania a Roma, aunque en un
proceso habitual de movimiento de fichas sobre el tablero de Europa, había
tenido que salir de la capital hacia la frontera del Imperio en el norte, que
en este momento lo delimitaba el río Danubio.
Los soldados terminarían apoyando a un candidato
llegado de Oriente, de nombre Vespasiano, empuñando las armas, y decidiendo la
suerte de Roma en la batalla de Bedriacum, al norte de Italia. Se dice que la
séptima legión luchó con rabia, tanta que quedó seriamente reducida. Una vez
llegado el breve tiempo de la paz fue reconstruida, y para ello se emplearon
unidades militares procedentes de otras legiones. Es entonces cuando recibe
nuevos apelativos para ser conocida como Legio VII Gemina Felix.
Con el emperador Vespasiano llegó de nuevo la
estabilidad al gobierno, y se inició una nueva dinastía, la de los emperadores
Flavios. En ese tiempo, en el año 74 la Legio VII Gemina regresa
de nuevo a Hispania, asentándose en el campamento construido tiempo atrás por
la Legio VI. Permanecería aquí, en el suelo del León romano hasta el siglo IV,
momento en el que los cimientos del Imperio romano de Occidente ya
se tambaleaban peligrosamente. En todo ese tiempo levantaron un nuevo
campamento con edificios más sólidos y una muralla de cubos más resistente que
todavía se alza orgullosa —al menos en parte—, entre las calles de la ciudad
moderna.
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Las crónicas del historiador Apiano sobre la guerra
entre Roma y los pueblos que habitaban la Península Ibérica (desde celtíberos hasta lusitanos) están trufadas de
continuas referencias a las derrotas de las legiones. Al menos desde el
187 a.C. hasta el 135 a.C. Durante ese medio siglo, la resistencia de los
hispanos a los soldados de la República fue férrea y sus victorias ante
cónsules de la talla de Mancino escandalosas e
hirientes. Fueron 52 años en los que Numancia se erigió en un bastión contra el enemigo y se transformó en
un baluarte que minaba la moral de unos soldados que se sentían impotentes ante
la determinación de aquellos a los que habían invadido. Sin embargo, en el 134
a.C. todo cambió gracias a Publio Cornelio Escipión Emiliano. Un solo hombre,
sí, pero un general que extirpó los vicios de sus subordinados a golpe de
disciplina y los convirtió en verdaderos militares capaces de vencer en el
campo de batalla.
Hacia Hispania
El general no arribó hasta nuestras fronteras de la mano de la fortuna
divina. Su llegada fue orquestada por un Senado harto ya de las continuas
derrotas que los celtíberos infligían a sus legionarios romanos en la Península. La humillación de
los 40.000 soldados de Cayo Hostilio Mancino ante
apenas 4.000 defensores fue el culmen de aquella debacle. Había que buscar una
solución, y esta llegó de la mano de la misma familia que había expulsado a los cartagineses de
Iberia y había vencido, a la postre, al mismo Aníbal en la batalla de Zama. Escipión Emiliano,
nieto político del héroe que había protagonizado tales gestas, fue el elegido
para escarmentar a unos hispanos que se negaban a doblar la rodilla ante la
entonces primera potencia del Mediterráneo.
Pero, según confirman el historiador Carlos Díaz Sánchez en «Grandes generales de la antigüedad» y los investigadores
Alfredo Jimeno y Antonio Chaín en el dossier «La guerra numantina: cerco y conquista de Numancia», surgió
un problema: Escipión no podía acceder al puesto de cónsul de la Hispania Citerior debido a que su edad se lo
impedía. Como medida para paliar este problema, los tribunos de la plebe
decretaron que, como habían hecho algunos años antes (cuando fue llamado a
filas para liderar la conquista de Cartago) dejarían en suspenso aquella norma
durante un año. Valía la pena si, a cambio, cortaban de raíz el desastre. «La
situación lo requería y el pueblo lo aclamaba,
por lo que volvió a asumir el puesto en enero de 134 a.C.», añade el primer
autor.
Una vez elegido, Escipión Emiliano inició el camino hacia
la Península Ibérica.
Y ya, antes de partir, acometió su primera gran revolución. En lugar de
desangrar a Roma con el reclutamiento de un ejército que lo acompañara (como
era habitual en la época) prefirió crear un contingente formado de forma
exclusiva por aquellos voluntarios que aceptasen acompañarlo en su aventura
hispana. El contingente fue denominado «cohors amicorum»
o, en castellano actual, «cohorte de amigos».
Aquella primera medida dio aire a la economía de la Ciudad Eterna al permitir
que su producción no se viese resentida por la falta de mano de obra masculina.
Así lo explicó el historiador del siglo II Apiano en sus textos sobre la guerra
de Numancia:
«Él no formó ningún ejército de
las listas de ciudadanos inscritos en el servicio militar, pues eran muchas las
guerras que tenían entre manos y había gran cantidad de hombres en Iberia. Sin
embargo, con el consenso del senado, se llevó a algunos voluntarios que le
habían enviado algunas ciudades y reyes en razón de lazos personales de
amistad, y quinientos clientes y amigos de Roma, a los que enroló en una
compañía y los llamó la compañía de los amigos. A todos ellos, que en total
eran unos cuatro mil, los puso bajo el mando de su sobrino Buteón y él, con
unos pocos, se adelantó hacia Iberia para unirse al ejército, pues se había
enterado que estaba lleno de ociosidad, discordias y lujo, y era plenamente
consciente de que jamás podría vencer a sus enemigos antes de haber sometido a
sus hombres a la disciplina más férrea».
1-Expulsar a prostitutas y
adivinos
El panorama con el que se topó Escipión Emiliano a su llegada a Hispania
era casi dantesco. Las legiones afincadas en los campamentos se habían dado a los
placeres sexuales y a los falsos augirios para mitigar la desmoralización por
las continuas derrotas ante los numantinos. En este sentido, Díaz añade también
que «se encontró con un ejército sin disciplina alguna»
y sumido «en una situación de crisis» en todos los sentidos. Así, y para su
desgracia, confirmó los rumores que le habían llegado durante el viaje. «Había
tenido noticias de que los hombres estaban corrompidos por la ociosidad,
las discordias y la molicie», añaden, en este caso, los autores españoles en
su dossier.
Escipión acabó de forma drástica con todo aquello. Su primera medida fue
despedir a la gigantesca cohorte de civiles que seguía a los legionarios en su
vida diaria. «Nada más llegar, expulsó a todos los mercaderes y prostitutas, así como a los adivinos y sacrificadores, a quienes los soldados, atemorizados a
causa de las derrotas, consultaban continuamente», desvela Apiano. Tan solo
permitió que se quedasen los esclavos que acompañaban a los soldados y que,
antes de la batalla, les ayudaban a vestirse y a cocinar su comida diaria.
Aunque, eso sí, redujo el número total. Los más mermados fueron los grandes
séquitos de los oficiales. Así acabó con tres enemigos a la vez: redujo la
tensión que provocaba la brecha social entre mandos y tropa,
disminuyó las bocas que alimentar y enseñó a sus subordinados a ser rudos.
2-Acabar con los lujos
La segunda medida para endurecer a los legionarios romanos fue deshacerse
de cualquier efecto personal que no
les sirviese en plena batalla. Así lo recordaba Apiano: «Les prohibió llevar en
el futuro cualquier objeto superfluo, incluso víctimas sacrifícales con
propósitos adivinatorios. Ordenó también que fueran vendidos todos los carros y la totalidad de los objetos innecesarios
que contuvieran y las bestias de tiro, salvo las que permitió que se quedaran».
Denegó también todas las peticiones de los que solicitaban quedarse con «utensilios para su
vida cotidiana». Solo permitió que los legionarios disfrutaran
de un asador, una marmita de bronce y una taza.
Lo más básico y funcional. El resto, debió pensar Escipión, eran lujos
innecesarios. Se cuenta que, en una ocasión, cuando el cónsul vio que uno de
sus hombres cargaba con una pieza de cerámica, la rompió frente a él como
enseñanza.
Tampoco tuvo piedad en lo que respecta a la dieta de los legionarios. Por entonces, los soldados ingerían
una serie de alimentos básicos (de forma principal, trigo, legumbres y carne)
que acompañaban con productos locales. Escipión Emiliano, en palabras de Díaz,
prohibió a los militares adquirir estos «extras» y les
ordenó que se limitasen a su ración diaria. Apiano es mucho más sucinto al
hacer referencia a esta norma, pues apenas señala que «les limitó la
alimentación a carne hervida o asada». Se refiere, no obstante, a que
este era el único suplemento que podían disfrutar fuera del régimen habitual.
3-Erradicar las
comodidades excesivas
La tercera obsesión de Escipión fue acabar con las comodidades de las que
disfrutaran en su día a día ya que, en su opinión, convertían en débiles a sus
hombres. Una de ellas eran los lechos sobre los que los legionarios descansaban
por la noche. «Prohibió que tuvieran camas y él
fue el primero en descansar sobre un lecho de yerba»,
afirma Apiano. También impidió que cabalgaran sobre mulas. «¿Qué se puede
esperar de un hombre que es incapaz de ir a pie», afirmó. En el fondo sabía que las
largas caminatas les ayudaban a mantenerse en forma para enfrentarse al
enemigo.
Por último, al menos en lo que a comodidades se refiere, prohibió que
fueran los esclavos los que les pusieran aceite (sustancia que les
ayudaba a mantener hidratada la piel y a no quemarse si pasaban mucho tiempo
bajo el sol). «Tuvieron que lavarse y untarse con aceite por sí solos, diciendo
en son de burla Escipión que únicamente las mulas, al carecer de manos, tenían
necesidad de quienes las frotaran», completa Apiano.
4-Potenciar su forma
física
Pero lo que más le importó durante semanas fue que sus hombres estuvieran
en una forma física idónea para combatir a los celtíberos. Y, para conseguirlo,
recurrió a todo tipo de artimañas. La más curiosa consistió en obligarlos a
levantar un campamento tras otro para que no detuvieran su actividad en ningún
momento. «Así que, recorriendo a diario todas las llanuras más cercanas, construía y demolía a continuación un
campamento tras otro, cavaba las zanjas más profundas y las volvía a llenar,
edificaba grandes muros y los echaba abajo otra vez, inspeccionándolo todo en
persona desde la aurora hasta el atardecer», desvela Apiano. De esta forma, les
demostraba además lo importante que era atrincherarse para evitar ser
emboscados en campo abierto por los numantinos. Con todo, tampoco faltaron las
recurrentes marchas, que realizaban cargados con todo su equipo:
«Las marchas, con objeto de que
nadie pudiera escaparse como sucedía antes, las llevaba a cabo siempre en
formación cuadrada sin que estuviese permitido a ninguno cambiar el lugar de la
formación que le había sido asignado. Recorría la línea de marcha y,
presentándose muchas veces en la retaguardia, hacía subir en los caballos a los
soldados desfallecidos en lugar de los jinetes y, cuando las mulas estaban
sobrecargadas, repartía la carga entre los soldados de a pie. Si acampaban al
aire libre, los que habían formado la vanguardia durante el día debían
colocarse en torno al campamento después de la marcha y un cuerpo de jinetes
recorrer los alrededores. Los demás, por su parte, realizaban las tareas
encomendadas a cada uno, unos cavaban las trincheras, otros hacían trabajos de
fortificación, otros levantaban las tiendas de campaña, y estaba fijado y
medido el tiempo de realización de todos estos menesteres».
5-Mano dura contra los
vagos
En último lugar, y según Apiano, Escipión inició una campaña de mano dura
contra los oficiales. Los más acomodados y vagos,
según deja entrever en sus textos. Su máxima era que los «generales austeros y
estrictos en la observancia de la ley» eran infinitamente más útiles para sus
hombres que aquellos que se daban a los placeres mundanos. Estos, los «dúctiles y amigos de regalos», lo eran «para los enemigos». «Los
soldados de estos últimos están alegres pero indisciplinados y, en cambio, los
de los primeros, aunque con un aire sombrío, son, no obstante, obedientes y
están dispuestos a todo», afirma el historiador del siglo II.
Con todas estas
medidas, dice Apiano, Escipión logró «reintegrar a la disciplina a todos en
conjunto» y los «acostumbró a que lo respetaran y lo temieran, mostrándose de
difícil acceso, parco a la hora de otorgar favores y, de modo especial, en
aquellos que iban en contra de las ordenanzas».
Solo cuando consideró que las legiones romanas que comandaba estaban
preparadas tanto a nivel físico como psicológico se enfrentó a los numantinos.
Y lo hizo, aunque parezca extraño, con suma cautela. Su estrategia fue
sencilla, pero efectiva: evitar lanzarse contra las murallas de la ciudad,
cortar los suministros que llegaban a ella y saquear los campos “vacceos” (aledaños a la urbe y que la nutrían de
alimento) para evitar su ayuda. Había sembrado las semillas de la victoria,
para desgracia de nuestra Hispania.
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