COMARCAS
ESPAÑOLAS
VALLES PASIEGOS
Y EL
MITO PASIEGO
Cuando en los siglos de la Alta Edad Media se produjo la
repoblación del territorio cántabro y se formaron los núcleos de población
alrededor de monasterios e iglesias, los llamados Montes de Pas o Valle de Pas;
quedaron al margen de este proceso por ser una de las zonas más agrestes de
Cantabria y particularmente, la más húmeda y desfavorable para la agricultura
tradicional.
Los pasiegos reciben su nombre de la comarca donde habitan,
constituida principalmente por tres valles formados por los ríos Pas, Pisuerga
y Miera, siendo el Valle del Pas, el que da nombre a los habitantes del lugar,
y a la comarca entera. Pas es una palabra derivada del latín “passus” (paso).
La comarca del Pas se sitúa en la actual Cantabria en la zona
fronteriza con la provincia de Burgos.
Esta comarca ha conservado unas formas de vida y una cultura
popular de gran originalidad e interés etnográfico, razón por la cual ha sido
catalogado entre los llamados pueblos malditos del norte (los maragatos en
León, los vaqueiros de alzada en Asturias y los agotes en el Valle de Baztan en
Navarra). En esta comarca persisten formas de vida tradicionales de gran
interés, propiciada la identidad pasiega por el aislamiento del medio geográfico.
Las montañas pasiegas siempre estuvieron apartadas de las principales vías de
comunicación, con un relieve sumamente agreste y un clima muy frio y húmedo.
La incorporación al catálogo de pueblo maldito de los pasiegos es
muy tardía, no es hasta el año 1865, cuando se empieza a relacionar a este
pueblo como maldito.
Sobre el origen étnico de los primeros pobladores no hay unidad de
criterios, unos autores afirman un origen árabe, basándose en las tradiciones y
formas de vida pasiegas y para otros les atribuyen un origen judío, aunque no
existen pruebas ciertas de esa procedencia. Otra tesis es que se les tiene por
descendientes directos de los cántabros, o de visigodos que después de la
invasión musulmana quedaron aislados dentro de los valles cántabros. Lo bien
cierto es que sobre sus orígenes no hay documentación ni tradición que avale
cualquier hipótesis.
Las primeras noticias que tenemos de los habitantes de la zona, la
encontramos en el año 1011, cuando el conde Sancho de Castilla dona al
monasterio burgalés de San Salvador de Oña un territorio que es repoblado por
pastores, en lo que probablemente es el origen del actual poblamiento pasiego.
Se les otorgó derechos de pasto en una zona muy amplia que abarcaba prácticamente
toda la Cantabria oriental. En 1396 los derechos de una zona aproximada a la
comarca pasiega pasan a la villa de Espinosa de los Monteros, en la actual
provincia de Burgos. Se trataba de un territorio calificado como “montañas
bravas y desiertas”. En estos siglos bajomedievales los pastores pasiegos
aprovechaban estos montes despoblados practicando una ganadería trashumante, si
bien no existía poblamiento estable en los montes de Pas, siendo los pasiegos
vecinos de Espinosa.
Es en el siglo XVI cuando se levantan las primeras iglesias y
ermitas en los montes de Pas en torno a los cuales se fueron asentando las
primeras comunidades, que hasta el momento vivían dispersas por valles y
montañas.
Dentro de lo que es la comarca pasiega, podemos encontrar tres núcleos
de población principales: las villas de Vega de Pas, San Pedro del Romeral y
San Roque de Riomiera. Mientras que las dos primeras poblaciones se encuentran
situadas en el Valle de Pas, la tercera se encuentra en el vecino valle del río
Miera. Hemos dicho que estos tres núcleos son los principales focos de vida
pasiega, pero no los únicos, (Luena, Selaya, Miera, Ruesga y Soba) son otros
puntos de tradición pasiega. También conviene destacar la villa de Espinosa de
los Monteros en la provincia de Burgos, lugar muy importante dentro de la
tradición pasiega.
En 1689 las tres villas se independizan y obtienen el estatuto de
villas de realengo; se las conoce como las tres villas pasiegas, que pasan a
tener sus propios ayuntamientos.
La vida pasiega ha estado ligada a la ganadería, destacando una
especial forma de trashumancia, la llamada muda. Consiste en el desplazamiento
de los animales con la llegada de la primavera a los pastos de altura,
retornando a sus casas del valle con la llegada del otoño. Para ello se
trasladan tanto los animales como de las personas con todos los enseres, desplazándose
por tanto de cabaña en cabaña, hasta el punto que las familias pasiegas podían
tener tres o cuatro cabañas distribuidas en distintos lugares según las zonas
de pasto del ganado. Aquí las zonas de pasto de alta montaña reciben el nombre
de branizas. Se trata por lo tanto
de un pueblo seminómada y transhumante. No obstante conviene señalar que esta
muda nunca es fuera de sus dominios, por lo que se diferencia de la trashumancia
típica en que los traslados se realizan de unas regiones a otras.
Hay que decir que principalmente el tipo de ganado de la zona es
la vaca frisona, aunque la vaca original
pasiega es la llama raza “rojina”,
más pequeña y de color avellana, que producía menos cantidad de leche pero de
una excelente calidad. La vaca frisona fue traída por los pasiegos desde
Holanda y ha venido a sustituir a la vaca autóctona, con lo cual se ha perdido
una de las señas de identidad de los pasiegos.
Entre los elementos de la cultura pasiega, tenemos el llamado “cuévano”, que es un cesto grande y
hondo de base cuadrangular, más pequeño en el fondo que en la parte superior y
que se carga en la espalda y sirve para el transporte de todo tipo de
utensilios o alimentos. Es un elemento con unas características típicamente
pasiegas. Construido con varas de avellano, forma parte de la vida del lugar e indisolublemente
ligado a su vida y quehacer diario, ya que antiguamente las madres pasiegas
transportaban a sus bebes en estos cestos al hacer la muda. Era el llamado “cuevanu niñeru”.
La cabaña pasiega, adaptada a su función de vivienda y establo
temporal, es muy característica, con su cubierta de lastras de piedra arenisca
oscura y su prado bien cercado. La vivienda consta de dos pisos: el inferior o
establo y el superior (al que se accede por una escalera exterior, llamada
patín), que sirve de almacén y habitación. El calor de los animales del piso de
abajo sirve de calefacción para las personas que habitan el segundo piso. Además
presentan una rústica balconada de madera y se construyen herméticas para
protegerse de los fríos vientos del norte.
Llama la atención el tipo de poblamiento, por ser tan sumamente
disperso, por la gran cantidad de pequeños barrios y por la separación de las
cabañas entre sí. Sus habitantes viven en las famosas cabañas pasiegas, más
numerosas incluso que la población. Se dividen en dos tipos, las temporeras y las vividoras, las primeras se utilizan en las épocas de mayor
rotación del ganado por los pastos, y las segundas, más sólidas y dotadas de
comodidades y mejores condiciones en general, que se dedican a la vivienda en
la temporada invernal. Muchas de ellas se ubican en lugares donde sólo es
posible acceder a pie.
Actualmente se conservan muchas de estas cabañas dispersas por los
montes, y muchas de ellas se han acondicionado para la actividad de turismo
rural, tan emergente en estos tiempos. Por suerte o por desgracia, tal
actividad hoy día no la realizan gentes pasiegas, sino gentes venidos de otros
lugares que ejercen tal actividad. Así mismo la ganadería, ha entrado en
declive y el mundo pasiego tiende a desaparecer.
El régimen alimenticio de los pasiegos es a base de carne, el
cerdo, el cordero, la leche y sus derivados. Por las extremas condiciones del
clima el cultivo de la huerta se hace imposible, ya que la huerta comienza a
plantarse en la época en que este debe mudar de una cabaña a otra con el
ganado.
Una de las tradiciones de los pasiegos es el “palancu” o salto pasiego consistente en una larga vara que servía
en sus orígenes para cruzar ríos o accidentes geográficos, y que constituye un
antecedente del actual salto de pértiga. Hoy día, es una modalidad deportiva
autóctona que todavía se lleva a cabo en algunas celebraciones.
Otra actividad deportiva que ha perdurado al igual que el salto
pasiego es el juego de bolos a palma,
modalidad que se practica en la comarca. Se lleva a cabo en un corro
rectangular de tierra, que mide ocho metros de ancho por treinta y cinco de
largo. Los bolos son nueve y se disponen en tres hileras separadas entre sí
setenta y cinco centímetros. Cada uno pesa más de 500 grs. Es un juego de gran
dificultad técnica que requiere varios años de experiencia.
Como hemos dicho anteriormente; otra de las poblaciones del ámbito
pasiego, pero esta vez dentro de la provincia de Burgos es la villa de Espinosa
de los Monteros, villa pasiega por excelencia.
Los espinosiegos, fueron elegidos por los reyes de Castilla, como
parte de la guardia de cámara personal del rey, entre otros motivos por su
lealtad y fidelidad y por su limpieza de sangre, ya que según costumbres de la
época, no podían tener ningún ascendiente de sangre árabe o judía.
También es fama que las mujeres pasiegas eran buscadas como
nodrizas de la familia real tanto por sus cualidades físicas para el desempeño
de tal función, como por el motivo de la limpieza de sangre. Se comenta que las
nodrizas cuando se dirigían a los lugares de trabajo en las ciudades, solían
llevar con ellas un perro o gato para darles de mamar y así no quedarse sin
leche en el camino.
La limpieza de sangre era una exigencia que se imponía a las
personas, que tenían que demostrar que entre sus antepasados no había habido
gente de raza judía, árabe o morisca. Los pasiegos por su forma de vida y su
aislamiento eran buenos candidatos para cumplir tal fin, ya que la presencia de
gente de dichas razas en la comarca no era habitual, incluso se llegaron a
dictar leyes prohibiendo la presencia de dichas personas en la comarca.
Ya en el siglo XIX los pasiegos empiezan a abandonar la ganadería,
y se especializan en oficios por lo que se hacen famosos en el resto de España,
como son los de contrabandistas, nodrizas reales (ya citado) o vendedores
ambulantes de helados.
A destacar una película dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón,
nacido en Cantabria; es: “La vida que te espera” que narra una historia
ambientada en el mundo pasiego.
Y por último no hay que olvidar dos especialidades culinarias
pasiegas, una de ellas llevan su nombre los sobaos pasiegos y las quesadas,
ambas realizadas con productos lácteos como no podía ser, tratándose de un
pueblo eminentemente ganadero.
Las cabañas pasiegas
Desde finales del siglo XIX se ha extendido
la idea de que los pasiegos son una población de peculiar origen religioso y
racial. En concreto, la opinión más extendida es la de que los pasiegos son los
descendientes de una población de judíos o moros que habría quedado aislada y
enquistada en sus montañas, lo que vendría a explicar ese cierto halo de
exotismo que aún hoy les sigue rodeando.
Tales características son las que hace siglos causaron cierta
prevención y alentaron la aparición de leyendas y rumores, los cuales actuarían
a su vez como motivos del aislamiento. Estas leyendas se dirigieron a explicar
la peculiaridad pasiega acudiendo a una exótica posibilidad que en los
comienzos de la Edad Moderna se tenía muy a mano en España: los judíos y los
moros. Casi todo lo desconocido o lo extraño o lo que causaba recelo era
calificado de moro o judío. En el campo de las leyendas populares, por ejemplo,
los moros suelen representar un papel de seres mágicos, hacedores de encantamientos,
guardianes de tesoros escondidos, habitantes de las entrañas de la tierra y
espíritus malignos emparentados con duendes y demonios.
Parecidos procesos de aislamiento los sufrieron los vaqueiros de
alzada del occidente asturiano, los agotes del navarro valle del Baztán y los
maragatos leoneses, a los que, por sus costumbres nómadas y cierto espíritu de
clan que despertaba recelo entre los demás habitantes, igualmente se les
adjudicaron los calificativos de moros o judíos. De este modo se interpretó que
si los pasiegos formaban una pequeña sociedad semiaislada dispersada en
unidades familiares, no viviendo en los núcleos habitados normales; que si los
pasiegos se dedicaban por entero al comercio y a la ganadería trashumante en
vez de a la agricultura y ganadería estables; que si los pasiegos, en fin, se
diferenciaban en sus costumbres de sus vecinos montañeses y burgaleses era
porque debían de ser algo infieles. No en vano se llegó a atribuirles rabo,
señal inequívoca de naturaleza diabólica, o sea, de judaísmo, idea muy
extendida en la España de aquellos días.
A propósito del primero de los casos citados, el de los vaqueiros
de alzada, se puede trazar un paralelismo absoluto con el de los pasiegos: se
trata igualmente de pequeñas agrupaciones de pastores dedicados al ganado
vacuno (de ahí su nombre de vaqueiros), sin asiento fijo, trashumantes
dependientes de la estación (de ahí su apelativo de alzada,
pues debían alzar sus casas y bienes y llevárselos consigo), aislados del resto
de la sociedad, condenados a la endogamia y mirados con desprecio y temor por
los demás asturianos. Ya a fines del siglo XVIII el ilustre asturiano
Jovellanos (1) denunció la ignorancia de sus paisanos
que provocaba esta irracional discriminación y que se intentaba apoyar en una
extraña y semilegendaria procedencia de los vaqueiros. Explicaba Jovellanos:
"Pero ¿acaso necesita usted que le diga yo su origen
para inferirle? Separados de los demás aldeanos por su situación, su género de
vida y sus costumbres, tratándolos allí como vendedores extraños, que sólo
acuden a engañarlos y llevarlos el dinero, era infalible que hubiesen de
empezar aborreciéndolos y acabar teniéndolos en poco. Cierto aire astuto y
ladino en sus tratos, cierto tono arisco en sus conversaciones, cierta rudeza
agreste, efecto de una vida montaraz y solitaria, debieron concurrir también a
aumentar el desprecio de los aldeanos, que al cabo han venido a mirarlos y
tratarlos como a gente de menos valer y poco dignas de su compañía".
Respecto a su origen corrían diversas hipótesis cada una más
rebuscada que la otra: que si eran los descendientes de un grupo de esclavos
superviviente de la rebelión de Espartaco; que si descendían de los esclavos
moros rebelados en tiempos del rey Don Aurelio; que si de moros que hubiesen
ido a refugiarse en Asturias tras la conquista de Granada; que si de huidos de
la rebelión de la Alpujarra en tiempos de Felipe II; que si de huidos de la
expulsión de los moriscos en 1609. La enorme variación de estas hipótesis, que
se anulan entre sí, y su inverosimilitud demuestran la inconsistencia de estas
explicaciones, buscadas precisamente con el afán de encontrar una justificación
fantásticamente lejana e incomprobable para un fenómeno mucho más sencillo de
explicar con la ignorancia de los propios paisanos, incapaces de hacerlo
mediante criterios étnicos, raciales, lingüísticos, religiosos o de otro tipo
que justificasen sus discriminación.
Continúa Jovellanos:
"Desengañémonos; el intento de dar a estas gentes un
origen distinto del que tienen los demás pueblos de Asturias es tan ridículo
que me haría serlo también si me detuviese más de propósito a
desvanecerle".
Y concluye señalando la ignorancia de los aldeanos asturianos
como la causa del fenómeno:
"Sólo una preocupación irracional y digna de ser
despreciada, combatida y desterrada por las gentes de talento pudo producir la
nota que se achaca a los aldeanos y que hace más agravio a los pueblos que la
imponen que a los que la sufren".
En el siglo XX los estudios antropológicos y de todo tipo que se
han realizado sobre los vaqueiros han confirmado absolutamente la opinión de
Jovellanos.
Volviendo al caso pasiego, llegó el siglo XIX y con él varios
autores que, empapados en el romanticismo propio de la época y ansiosos de
encontrar interpretaciones exóticas sobre el origen de los pasiegos, se
lanzaron a especulaciones diversas intentando encontrar confirmaciones fácticas
a aquellos viejos rumores sobre rabos diabólicos, ya en desuso por entonces.
Adriano García Lomas, quizá el más eminente de los etnólogos que han estudiado
el caso pasiego, escribe:
"Sobre la condición racial y peculiar del pueblo
pasiego fueron emitidos bastantes juicios a través de la literatura
retrospectiva, pero en general sus detractores y apologistas nos legaron
comentarios en los que evidencian haberse despachado a su gusto,
desbordándoseles el manantial de la fantasía hasta las regiones de la
quimera" (2).
Se creyeron encontrar indicios semíticos en la aptitud de los
pasiegos para el comercio, en su costumbre de reconocer autoridades
particulares distintas de las oficiales para dirimir sus contiendas o en
ciertos elementos de su indumentaria. Se buceó en los apellidos más comunes
entre los pasiegos y se creyeron hacer los siguientes descubrimientos,
definitivos a los ojos de los voluntariosos paleolingüistas: Abascal viene de
Abraham; Cobo, de Jacob; y Lavín, de Levy. Algunos apologistas del semitismo de
los pasiegos llegaron a escribir –por ejemplo, Gregorio Lasaga Larreta– que
frente al tipo europeo del resto de los habitantes del territorio montañés, el
pasiego se caracteriza por ser de tipo semítico. Y a los propios pasiegos, los
primeros sorprendidos por la cantidad de cosas asombrosas –que nunca hubieran
podido imaginar y de las que nunca habían oído hablar– que les iban
descubriendo esos señores de la ciudad, el asunto debió de parecerles
interesante y empezaron a llamar a sus hijos David, Sara o Raquel y pasaron a
ser firmes partidarios de la hipótesis semítica, que tanto les enorgullecía por
hacerles sentir tan exóticamente distinguidos.
Y he aquí cómo se creó todo un edificio histórico que daba, por
fin, una explicación al misterioso origen de los pasiegos y que demostraba,
además, la insospechada existencia de un núcleo de semitismo en una zona de la
península tan impolutamente europea y preservada de las invasiones africanas
como la Cordillera Cantábrica.
En su escrito Los Pasiegos, de 1896, el
torrelaveguense Gregorio Lasaga Larreta (Viérnoles, 1839-1902) fue quien
realizó la aportación más importante para la creación de esta visión
orientalista. Para explicar la presencia de pobladores semíticos en la
Cordillera Cantábrica Lasaga imaginó, de modo idéntico al mencionado más arriba
a propósito de los vaqueiros asturianos, que habrían de ser prisioneros
musulmanes capturados en los primeros tiempos de la Reconquista:
"(...) empezó Alfonso I sus conquistas; ya hemos visto
lo que de él dicen las crónicas, que los hijos y mujeres de los vencidos eran
llevados en esclavitud, y que repobló algunas comarcas. ¿Qué se hizo de estos
cautivos? (...) Paréceme que el pueblo pasiego descienda de esta gente".
Una generación después Mateo Escagedo Salmón sostendría idéntica
hipótesis en su Costumbres pastoriles cántabro-montañesas,
publicado en 1921.
Algunos autores han sugerido que los primeros pobladores de estas
tierras habrían llegado en tiempos altomedievales provenientes del Norte de la
actual Castilla. Sin embargo, arqueológicamente se conoce la existencia de
pobladores en esta zona desde el paleolítico superior. También se dispone de
restos evidenciadores de pobladores durante la Edad del Hierro,
correspondientes a los cántabros citados por las fuentes romanas. Por otro
lado, no hay constancia arqueológica o documental que haga sospechar sobre
movimientos poblacionales que eliminasen o desplazasen en tiempos históricos a
los primitivos pobladores de las tierras pasiegas para ser sustituidos por
llegados de otras zonas.
Los primeros documentos que hablan de los pastores de los Montes
de Pas son de los primeros años del siglo XI, cuando pasaron a depender del monasterio
de Oña en virtud de una donación de Don Sancho, conde de Castilla, quien le
concedía el derecho de pasto en los Montes de Pas. Los pasiegos fueron vecinos
de la villa burgalesa de Espinosa de los Monteros a todos los efectos
administrativos, fiscales, electorales y civiles hasta la última década del
siglo XVII, momento en el que obtuvieron el título de villas La Vega, San Pedro
del Romeral y San Roque de Riomiera. Continuaron perteneciendo a la
jurisdicción eclesiástica de Espinosa hasta la fundación de la diócesis
santanderina en 1754. Esta situación se consolidó con la creación de las
provincias civiles en 1833, cuando se separó definitivamente a las tres villas
pasiegas de Espinosa –quedando las primeras en la provincia de Santander y la
última en la de Burgos–, si bien la vinculación socio-cultural y económica ha
seguido siendo muy fuerte hasta nuestros días. Espinosa de los Monteros y su
comarca formaba una unidad territorial en la que los reyes de España desde el
siglo X escogían sus monteros –guardia personal de los monarcas cuyo cometido
era guardar a las reales personas durante la noche, instalados en una pieza
contigua– "por la limpieza de sangre que les caracterizaba, contra las
opiniones nunca probadas de quienes les creen judíos" (3). Esta institución tuvo su origen en el
siglo X y cumplió ininterrumpidamente su función de guardia personal de los
reyes hasta finales del siglo XIX. Este privilegio del que gozaban los vecinos
de Espinosa –pues sólo ellos podían ser miembros de la guardia personal del
rey– determinó que se tuviera buen cuidado en probar y preservar el claro
origen de los mismos, como recuerda Carmen González Echegaray:
"Las villas pasiegas fueron siempre realengas, es
decir, dependieron directamente de la corona y no de señor alguno, y la
práctica totalidad de sus habitantes pertenecían a la clase noble, esto es,
eran hidalgos, con todos los privilegios que ello llevaba consigo. El hecho de
que las gentes de la villa de Espinosa y de su distrito –en el que estaban
incluidos los Montes de Pas– fueran monteros del rey determinó que se cuidara
en extremo su limpieza de sangre".
A requerimiento de la villa de Espinosa la reina Juana la Loca
dictó una Real Provisión el 21 de Julio de 1511 ordenando que los nuevos
conversos, con toda su familia, abandonaran la villa y sus términos y
jurisdicciones. Según la mencionada autora esta Provisión "prohíbe el paso
de los semitas por estas villas para evitar el cruce de sangre de aquellos con
estas gentes racialmente puras"; García Lomas añade: "ya que los
nuevos cristianos comerciantes constituían un peligro para las hidalguías de
los monteros" (4). En el mismo sentido Carlos I dio en
1521 una sobrecarta ordenando que los cristianos nuevos no pudieran estar en
Espinosa más de un día natural.
Continuando
por la religión y costumbres, es presumible que una población de judíos o
moriscos, aun convertidos al cristianismo, manifestasen alguna pervivencia de
sus antiguas creencias, difíciles de borrar por completo. Un primer detalle que
salta a la vista es que no se tiene constancia de la existencia de la más leve oicofobia,
habiendo sido, por el contrario, generalizado el consumo de cerdo entre los
pasiegos desde tiempo inmemorial. Todos los vecinos, si bien se dedican al
ganado vacuno casi con exclusividad, tienen un cerdo para el consumo de la
familia, al que matan en invierno dando lugar a un festejo y al convite de los
vecinos. No debe olvidarse que la persistencia de los tabúes alimentarios entre
los conversos fue uno de los indicios que el Santo Oficio utilizó para abrir
procedimientos contra los judaizantes; una de las pruebas de limpieza de sangre
consistía precisamente en el consumo de cerdo desde tiempo inmemorial por parte
del encausado y de sus antepasados. En opinión de Manuel Fernández Escalante un
dato que
"por sí solo tenía que destacar incluso ante la curiosa formación
de estos antropólogos de afición, hubiera sido la importancia que el tocino
tuvo, de siempre, en la alimentación del pasiego. Este dato, de por sí,
referido a gentes tan tercamente aferradas a sus tradiciones –en el estricto
significado del término– como son los pasiegos, hubiera bastado para borrar de
su estirpe la más remota sospecha de la más leve huella semítica" (5).
Una de las
características pasiegas que más recelo despertó entre sus paisanos medievales
fue su escaso fervor religioso. No bajaban mucho a oír misa y la no siempre
adecuada observancia de las debidas normas de conducta evidenciaba su escaso
temor de Dios. Los investigadores decimonónicos, deseosos de encontrar indicios
que avalaran sus hipótesis, debieron de ver en ello una prueba de la existencia
de una población de criptojudíos que habrían fingido su conversión para poder
sobrevivir pero que interiormente habrían continuado en sus creencias, lo que
les habría llevado a no practicar la religión cristiana. Pues bien; poco
después de la fundación de la Compañía de Jesús en Santander, en 1594 los
Montes de Pas fueron objeto de una misión evangélica destinada a iluminar a
aquellos montañeses al parecer tan poco versados en la palabra de Dios. Los
habitantes –"compañeros de las fieras en la habitación, y aun en las
costumbres"– que se encontraron los padres jesuitas estaban,
efectivamente, "en suma ignorancia de las más importantes y necesarias
verdades del Christianismo", viviendo en "errores, los quales davan
entrada á diversas supersticiones con que el demonio los engañava".
Carecían por completo de iglesias y veneraban "con religioso culto" a
un grueso roble "que en aquel monte se hazía reparable por su proceridad y
corpulencia" (6). Bajo dicho
roble los misioneros levantaron un rústico altar donde enseñar la doctrina
cristiana y celebrar el sacrificio de la misa. De este modo los misioneros
cristianizaron el antiguo lugar de culto continuando la sabia conducta ensayada
con éxito por toda Europa a lo largo de los siglos de cristianización,
consistente en atraer a los paganos mediante el acercamiento y la equiparación
del nuevo culto cristiano con sus antiguas creencias. Los jesuitas, lejos de
encontrarse en los montes de Pas con algún tipo de creencia de procedencia
oriental –lo que no les habría pasado desapercibido y habría quedado reflejado
en sus informaciones–, tuvieron que evangelizar a unos hombres que, en su
estado de ignorancia y aislamiento, todavía conservaban restos del antiguo
paganismo prerromano.
En relación
con este hecho Fernández Escalante observa:
"En el concilio de 581 se prohibió en España el culto a los árboles
y las fuentes, tan caros a los indoeuropeos en general y a los celtas en
particular, que son quienes, para la ocasión, nos interesan. Sin embargo, más
de mil años habían transcurrido desde el interdicto cuando, aún, una
avanzadilla de misioneros debe penetrar en las montañas de Paz para implantar
el Cristianismo que no ha logrado aún imponer el raciona listico dogma romano
entre los celtas pasiegos (...) Al margen de ello hoy nos resultan
incomprensibles las pintorescas conexiones inventadas por los no menos
pintorescos investigadores decimonónicos entre el pueblo pasiego y fantásticos
antepasados judíos o musulmanes" (7).
Entre las
ancestrales creencias conservadas por los pasiegos se encuentra la conocida
como covada, "costumbre en la
que el padre se acuesta durante el puerperio y recibe ciertas atenciones,
especialmente cuidados de escogida y nutritiva alimentación, en el momento en
el que pare la mujer; tal como si hubiera parido" (8). Estrabón dejó escrito sobre los
cántabros de los tiempos de Octavio Augusto:
"Es
común también la valentía de sus hombres y mujeres; pues éstas trabajan la
tierra y cuando dan a luz sirven a sus maridos acostándolos a ellos en vez de
acostarse ellas mismas en sus lechos" (9).
Esta
costumbre parece tener, al menos en su origen, un sentido religioso, de
evitación que los espíritus malignos penetrasen en el recién nacido, para lo
que el hombre ocupaba una cama bien iluminada en la que fingía los dolores del
parto mientras la mujer daba a luz silenciosamente en un rincón oscuro de la
vivienda. Paralelamente se interpreta la covada como un rito de reconocimiento
de la paternidad del recién nacido. De esta costumbre se conocen casos en
Galicia, Asturias, Cantabria, Vascongadas y al Norte y Sur de los Pirineos. De
Galicia se hizo eco Álvaro Cunqueiro, quien afirmaba en 1978 que aún se
practicaba en las zonas de montaña galaicas, "aunque procuren ocultar que
la practican" (10). Según
García Lomas esta costumbre pervivió en los Montes de Pas hasta fines del siglo
XIX, cuando ya había desaparecido del resto de la provincia de Santander,
costumbre "que pudiera calificar a los pasiegos como descendientes de los
primitivos cántabros, ya que en los recovecos de los Montes de Pas quedaron
hasta hace poco tiempo estas manifestaciones raciales atribuidas por Estrabón a
los primeros pobladores de Cantabria" (11). A dicho autor sin duda le hubiera gustado saber que manifestaciones de
esta ancestral costumbre han podido ser observadas en nuestros días por médicos
del Hospital Marqués de Valdecilla, de Santander, sorprendidos de encontrarse
pocas horas después de un parto a la pasiega sentada y el pasiego metido en la
cama.
Ya que las
perspectivas analizadas hasta aquí no han dado mucha luz sobre el origen
semítico de los pasiegos, el siguiente rastro a seguir será el lingüístico. Un
grupo de judíos o moros camuflados y escondidos entre los frondosos bosques
pasiegos debería de haber conservado numerosas voces de evidente origen hebreo
o árabe, especialmente en la toponimia, de muy difícil desaparición. En todas
las tierras peninsulares ocupadas por los musulmanes han quedado miles de
topónimos –y no de los menos importantes– que, castellanizados, han permanecido
como huella imborrable de su presencia. Por fuerza una población de unos
cuantos miles de judíos o moros concentrados en los Montes de Pas habría de
haber dejado una impronta lingüística evidente. García Lomas, tras analizar las
peculiaridades lingüísticas pasiegas en pronunciación, vocabulario, gramática y
toponimia, llego a la conclusión de que se trata de una zona efectivamente algo
particular dentro de La Montaña, puesto que es la zona de la provincia con
mayor parentesco lingüístico con los dialectos bable y leonés; pero vocablos de
origen arábigo o judío no encontró ni uno:
"Así como se destacan y acusan las reminiscencias astúricas o
leonesas, no se entrevén concretamente restos del arábigo, judío, morisco o
bereber en toda su comarca, ni les queda un giro o indicio fonético, tanto en
la tradición oral como en su toponimia, que como intrínseco determinante de la
Historia, lo avale" (12).
Por su
parte, Ralph J. Penny, autor del más importante estudio sobre dialectología
pasiega, tras un minucioso análisis del habla de los Montes de Pas llegó a la
conclusión de que se trata del "resultado de un desarrollo indígena de
tendencias lingüísticas pertenecientes a toda la región norteña de la
península". Entre los varios miles de términos privativos del habla
pasiega analizados –y que, de ser cierta la tesis del origen semítico de los
pasiegos, debiera en buena lógica ser un depósito de pruebas lingüísticas de
dicho origen– no encontró Penny ni tan siquiera uno de origen judío o morisco.
En consecuencia afirmó que desde el punto de vista de la lengua "se trata
de datos que apoyan la teoría del origen indígena de los pasiegos" (13).
Pasando a la
indumentaria, también en ella se quiso ver algún rastro de berbería. Lasaga
escribió al respecto:
"Cubre el hombre su cabeza con una montera parecida al gorro de los
antiguos egipcios; el chaleco y chaqueta semejante a los de igual clase del
moro; (...) su calzado es de cuero, en forma de alpargata, trasunto sin duda de
la babucha moruna".
En cualquier
detalle de la vida pasiega encontraba este romántico autor un evocador indicio
oriental:
"(...) aun en lo rústico de su construcción ofrecen un tipo
marcadamente oriental por la colocación de la escalera, adosada exteriormente
al macizo de los muros, como se lee en el Sagrado Evangelio de aquella casa
donde estaba Jesús cuando le llevaron el paralítico".
"Figúrese el lector al árabe del desierto o de la campiña, que
acude a los zocos, y éste será el pasiego".
"Cambia los productos de su ganado en los mercados de los valles
cántabros, y con el valor de ellos sube el alimento a la prole. Así descendían
en los primeros siglos cristianos a los mercados de Alejandría los anacoretas a
vender los canastillos que habían trabajado en las montañas de Esceta, y
compraban el pan cosechado en las riberas del Nilo".
"El pasiego desconoce la estabilidad del hogar; que es lo que
constituye la base de las poblaciones en todos los estados: anda errante de
cabaña en cabaña en busca de aguas y pastos para sus ganados, demostrando con
esto el instinto nómada del pastor árabe".
García Lomas
calificó de obsesión la inclinación de este y otros autores por descubrir en
cualquier elemento del traje pasiego una prueba de su parentesco con la
indumentaria de los pueblos del medio Oriente. Explica Joaquín González
Echegaray, el más reputado etnólogo sobre los cántabros, autor de varios
estudios ya clásicos sobre este tema, que la pervivencia del uso entre los
pasiegos de un tipo de pañuelo que se ata a la sien "y que viene a
resultar, junto con el pañuelo femenino, la última evolución de aquellas vendas
o lienzos con que se cubrían la cabeza hombres y mujeres en los siglos
anteriores", había inspirado a alguno la idea de que se trataba de
un elemento bereber; ante lo cual, Echegaray califica tal deducción de
"salto en el vacío, pasando de la simple constatación de una apariencia
engañosa a montar toda una teoría, ciertamente absurda, sobre el origen
semítico (árabe o judío) de los pasiegos. Hoy en día ningún etnólogo toma en serio
opiniones de este tipo" (14).
A
continuación, unas breves líneas sobre el análisis antropológico de los
pasiegos. De nuevo las palabras de Lasaga:
"Yo
digo que los pasiegos no proceden de los cántabros, sino que son familia
semítica de la rama de Ismael, conservados sin mezcla en medio de sus montes
por la poca tendencia que siempre hubo entre ellos y los habitantes de los
valles a enlazarse; y está bien marcado el tipo jafético en los cántabros y el
semítico en los pasiegos".
Sin embargo,
la evidencia parece indicar que entre los pasiegos el tipo de cabellos y ojos
claros es el mayoritario. Los numerosos testimonios de viajeros a lo largo de
los siglos nos hablan siempre de la rubicundez, la blanquísima piel y la
corpulencia de los pasiegos, características de las razas nórdicas. A partir
del reinado de Fernando VII se pusieron de moda las nodrizas pasiegas entre la
alta aristocracia madrileña y la familia real –hasta los días infantiles de D.
Juan de Borbón, quien tuvo nodriza pasiega, al igual que su padre, abuelo y
bisabuela–, quienes escogían a estas mujeres precisamente debido a su aspecto
saludable, color encendido, robustez y corpulencia, como escribió Théophile
Gautier al conocerlas en Madrid (15). Otro testimonio de aquella época es el de Hans Gadow, zoólogo y
antropólogo anglo-germano que dejó una interesante observación realizada
durante un viaje realizado por el Norte de España en 1897:
"Los pasiegos son fuertes, de tez clara y, con frecuencia, rubios de ojos
azules; aparentemente no se diferencian del resto de los habitantes de la
provincia, pero tienen un carácter, unos hábitos, unas costumbres y unas
vestimentas muy distintos de los demás" (16).
Más
detalladamente, los pasiegos, al igual que el resto de sus paisanos montañeses,
son mayoritariamente braquicéfalos, característica de los pueblos de raza
céltica según los estudios antropológicos que desde hace más de un siglo se han
ocupado de la población española. Es de señalar que la dolicocefalia es
principalmente encontrable en las costas mediterráneas españolas. En la Historia
de España de Menéndez Pidal se señala que "desde Galicia hasta
Santander es donde se encuentra el foco más intenso de braquicefalia de toda
España" (17).
Explica
González Echegaray:
"Entre los caracteres antropológicos de España se ha considerado
tradicionalmente la dolicocefalia actual como un carácter ibérico de tipo
mediterráneo, mientras que la braquicefalia se ha tenido como un carácter
céltico de tipo nórdico. Las tres provincias españolas de mayor índice
cefálico, es decir, más braquicéfalas son Cantabria, Asturias y Lugo (...) En
conjunto puede afirmarse que los cántabros actuales pertenecen al grupo
antropológico conocido con el nombre de "pirenaico occidental" en el
que se incluyen asimismo los vascos y los asturianos" (18).
La tesis
sostenida por los antropólogos clásicos, mostrada en los párrafos anteriores,
se ve asimismo apoyada por los datos obtenidos de los grupos sanguíneos. De
este modo, en cuanto a frecuencias de grupos, los caucasoides europeos suelen
pertenecer a los grupos 0, A y AB, siendo el grupo B más frecuente entre
caucasoides orientales. Pues bien, la población de Cantabria posee una media
del 50'5 % de individuos del grupo 0; 40'5 del grupo AB; 7 % del A; y 2 % del
B (19). En cuanto
a los pasiegos, recoge García Lomas un informe médico realizado a mediados de
nuestro siglo en el que se señala que de los operados procedentes de los valles
pasiegos, a quienes se les practicó el análisis del grupo sanguíneo por el
Instituto Provincial de Sanidad, ninguno pertenecía al grupo B. La mayoría eran
del grupo A y algunos del grupo 0 (20). Concluye García Lomas que "nada tienen los pasiegos de judíos,
antropológicamente considerados, ni tampoco en la faceta costumbrista se
atisban derivaciones contundentes que prueben su relación directa con las de
las razas semíticas" (21).
El del Rh, a
pesar de ser significativo, es, sin embargo, un método incompleto, sujeto a
equívoco y en la actualidad superado con creces por métodos mucho más certeros.
Recientemente, datos de frecuencias de marcadores moleculares del sistema
HLA (Human Leukocyte Antigen) han abundado en el mismo sentido
que la información apuntada por la antropología de los últimos ciento cincuenta
años. En Julio de 1998 se publicó un informe realizado por investigadores del
Servicio de Inmunología del Hospital Marqués de Valdecilla, de Santander,
dedicado a las patologías de origen genético y su incidencia en las poblaciones
cerradas (22). Escogieron
los investigadores la zona pasiega ya que, en palabras de sus autores,
"una población pequeña, más o menos aislada con poco intercambio de individuos
con otras poblaciones de alrededor y que haya permanecido así a lo largo del
tiempo es más fácilmente abordable que la población de una gran ciudad".
Realizan los autores un estudio comparativo de pasiegos, cántabros no pasiegos
y otras poblaciones, a través de cálculos de distancias genéticas. Llegaron a
las siguientes conclusiones: la población pasiega y el resto de la población
cántabra representan las dos muestras más similares desde un punto de vista
genético, lo que evidencia, lógicamente, un cierto grado de mezcla entre ellas;
éstas son seguidas por poblaciones del norte de Europa, principalmente daneses
y polacos, en ese orden; a continuación vienen el resto de españoles, estando
más cercanos los vecinos vascos; las mayores diferencias genéticas se observan
entre las poblaciones del norte de España y las de sur de Europa. Finalmente,
los judíos ashkenazis se encuentran genéticamente muy alejados de las
poblaciones europeas analizadas, sobre todo de los pasiegos, daneses, polacos y
cántabros no pasiegos, por ese orden.
La tabla de
distancias genéticas estándares entre pasiegos y otras poblaciones (x 10-2)
obtenidas usando las frecuencias alélicas HLA-DRB1, -DQA1 y -DQB1 es la
siguiente:
Judíos
Ashkenazi 24,52
Españoles
14,08
Vascos
12,34
Franceses
12,10
Cántabros no
pasiegos 8,04
Polacos
5,56
Daneses
5,44
Es decir,
que los pasiegos se encuentran genéticamente más cercanos a daneses y polacos
que incluso a sus paisanos montañeses. Y éstos, a su vez, más cercanos a dichos
pueblos del norte de Europa que a la media del resto de los españoles.
Concluyen los autores:
"La principal observación que podemos constatar en nuestro estudio
es que la población pasiega presenta una distribución de holotipos muy similar
a aquellas encontradas en países del norte de Europa y sin embargo
geográficamente está encuadrada en un típico país mediterráneo".
Continúan
relacionando sus conclusiones con trabajos realizados en otras disciplinas y afirman:
"Por otra parte estudios antropológicos sobre los pasiegos y otros
grupos aislados similares han dado cierta luz sobre su ontogenia al considerar
medidas antropométricas realizadas en esta población y compararlas
positivamente con poblaciones de Escocia, Irlanda y Suiza, es decir, aquellas
con un alto componente celta".
Y concluyen
sobre el origen judío de los pasiegos:
"Como hemos visto en el dendrograma filogenético, las similitudes
más altas se dan entre los pasiegos y los cántabros no pasiegos, seguidos por
daneses y polacos, mientras que los vascos y los españoles de Madrid son los
siguientes en orden decreciente de relación genética. El hecho de que los
judíos ashkenazi muestren las relaciones más bajas con respecto a los
pasiegos descarta claramente un posible origen judío para los pasiegos".
Dos años más
tarde los mismos doctores Leyva y Sánchez Velasco explicaban a la prensa
santanderina el avance de sus investigaciones de inmunología entre la población
pasiega, reiterando en lo que se refiere al origen de la misma que
"la población pasiega tiene similitudes con las del Norte de
Europa, en concreto con las escandinavas, las del norte de Francia e Irlanda
debido a que comparten un haplotipo desconocido (...) En Europa hay pueblos que
se desvían de las reglas: lapones, sardos, pasiegos y vascos. Por eso están muy
estudiados o son objeto de investigación (...) Sin querer enmendar la plana a
nadie, lo que está demostrado es que los pasiegos no tienen ningún antecedente
askenazí o semítico" (23).
Contrastando
estos datos con la percepción social, es de señalar que entre los desinformados
pasiegos ha cuajado la tesis de su semitismo, de la cual muchos se muestran
satisfechos por hacerles sentir diferentes. Y en su desconocimiento han llegado
a sacar pintorescas conclusiones, como la de que cuanto más rubio, más judío se
es.
Sin embargo,
como numerosos autores vienen apuntando desde hace décadas, parece que todos
los indicios, desde cualquier punto de vista –racial, histórico, religioso,
costumbrista, lingüístico–, coinciden en demostrar que no existe el menor
motivo para sospechar que la pasiega es una población de origen semítico. Más
bien todo lo contrario, por tratarse de un grupo humano a todas luces definible
como típica y puramente europeo.
Pero
probablemente nuestros nietos continuarán oyendo hablar del curioso origen
semítico de los pasiegos.
***
Notas:
(1) JOVELLANOS, GASPAR MELCHOR
DE, Carta sobre el origen y costumbres de los vaqueiros de alzada en
Asturias.
(2) GARCÍA LOMAS, ADRIANO, Los
Pasiegos, Ed. de Librería Estudio, Santander, 1986, p. 42.
(3) GONZÁLEZ ECHEGARAY,
CARMEN, Valles y comarcas de Cantabria. Las tres villas pasiegas,
Fund. Santillana, Taurus Ed., Madrid, 1985, p. 15.
(4) GARCÍA LOMAS, ADRIANO, op.
cit., p. 117.
(5) FERNÁNDEZ ESCALANTE,
MANUEL, Paganismo en Cantabria en los umbrales de la Edad Barroca
(Indagación para un acercamiento al derecho primitivo de los españoles),
Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Valencia, 1979, p.
17.
(6) VILLAFAÑE, JUAN DE, Relación
histórica de la vida y virtudes de la Excelentissima Señora Dª Magdalena de
Ulloa Toledo Ossorio y Quiñones, Fundadora de los colegios de Villagarcía,
Oviedo y Santander de la Compañía de Jesús, Imp. de Francisco García Onorato,
Salamanca, 1723, pp. 389 y ss.
(7) FERNÁNDEZ ESCALANTE,
MANUEL, op. cit. p. 39.
(8) GARCÍA LOMAS, ADRIANO, op.
cit. p. 79.
(9) ESTRABÓN, Geografía,
Libro III, 4, 17.
(10) CUNQUEIRO, ÁLVARO, La
bella del dragón, Ed. Tusquets, Barcelona, 1991, p. 165.
(11) GARCÍA LOMAS, ADRIANO, op.
cit., p. 80.
(12) Ib, p. 94.
(13) PENNY, RALPH J., El
habla pasiega: ensayo de dialectología montañesa, Thames Books, Londres,
1969, pp. 382 y 396.
(14) GONZÁLEZ ECHEGARAY,
JOAQUÍN, Manual de etnografía cántabra, Ed. de Librería Estudio,
Santander, 1988, p. 254.
(15) GAUTIER, THÉOPHILE, Viaje
a España. Ed. Cátedra, Madrid, 1998, p. 148.
(16) GADOW, HANS, Por el
Norte de España, Ed. Trea, Gijón, 1997, p. 278.
(17) MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN, Historia
de España, Tomo II, p. 120.
(18) GONZÁLEZ ECHEGARAY,
JOAQUÍN, op. cit. p. 46.
(19) Ib, p. 48.
(20) GARCÍA LOMAS, ADRIANO, op.
cit. p. 94.
(21) Ib, p. 395.
(22) PABLO SÁNCHEZ VELASCO, JUAN
ESCRIBANO DE DIEGO Y FRANCISCO LEYVA COBIÁN, La población pasiega como
modelo genético. Boletín del Museo de las villas pasiegas. nª 29,
Julio de 1998.
(23) El Diario Montañés, 3
de Septiembre de 2000, p. 3.
----------
Publicado en Altamira,
revista del Centro de Estudios Montañeses, tomo LXV, 2004
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