LA
PRODIGIOSA DESTREZA
DEL IMPERIO
MAYA
Templo de Kukulcán en
Chichén Itzá.
Las raíces de los mayas van
retrocediendo en el tiempo a medida que se producen nuevos descubrimientos.
Norman Hammond, de la Universidad de Cambridge, en Gran Bretaña, demostró en
1975 que los restos de madera hallados por su equipo en Cuello, un pueblo de
Belice situado a 5 km de Orange Walk, junto a restos de cerámica
correspondientes al período formativo de la cultura maya, databan de alrededor de
1020 a. C. Tal hallazgo hizo retroceder mil años el inicio conocido de esta
civilización.
Descubrimientos posteriores la
avejentaron, como mínimo, cuatrocientos años más. A los investigadores les
sorprende la creciente antigüedad de los mayas, pero también el hecho sin
precedentes de que su civilización hubiera surgido y se hubiese desarrollado en
el aislamiento de la jungla.
Dibujo de mediados del
siglo XIX de Uxmal. (Dominio público)
FOTO: GETTY IMAGES
Cabezas
de serpiente al pie de la escalinata de la pirámide de Kukulcán, que significa
serpiente emplumada, una deidad maya. En otros lugares de los templos de
Chichén Itzá también se hallan representaciones de algunas partes del
cuerpo de una serpiente.
Rasgos
distintivos
Al final del
Preclásico, entre 800 y 300 a. C., el éxito alcanzado con la introducción de
nuevas técnicas y productos agrícolas y la mejora genética del maíz –base
tradicional y actual de la alimentación maya– da carácter a una incipiente
civilización, cuyo primer movimiento expansivo alcanza los litorales del
Pacífico y del Atlántico.
Las prácticas
mágicas, patrimonio común, pasan a ser ejercidas en exclusiva por un grupo al
que se supone dotado de poderes sobrenaturales. Con ello se establecen los
cimientos de una clase sacerdotal que, liberada de los trabajos agrícolas,
hace edificar templos –simples chozas como todas, sólo que de mayores
proporciones– sobre plataformas de mampostería elevadas en el centro de las
poblaciones. Allí se llevan a cabo ritos más elaborados que los que se
efectuaban en el hogar o en el campo.
Al mismo tiempo, empieza a gestarse
el inquietante panteón de unos dioses que, carentes de rostro
humano, exigen a sus fieles el constante sacrificio de la sangre, bajo la
amenaza de que el cielo se desplome sobre la tierra. Aparecen, además, influencias
de la cultura olmeca, procedentes de la costa atlántica, que llegan
hasta el litoral del Pacífico y las tierras altas de Guatemala. Se supone,
aunque sin pruebas concluyentes, que el grupo gobernante habría sido sensible a
estos referentes, presuntamente reflejados en el uso del calendario y en el
inicio de la escritura.
De 300 a 150 a. C., mientras la población
experimenta un constante incremento, se acentúan la diversificación de
funciones y la diferenciación social. Los chamanes, intermediarios entre el
pueblo y las fuerzas incontrolables de la naturaleza, se convierten en
sacerdotes con poder real sobre el resto. Y es entonces –según sostiene la
mayoría de los investigadores– cuando se desarrollan los conocimientos
astronómicos, tiene lugar la
invención del cero y se levantan las primeras pirámides.
Tanto si las pirámides se erigieron en esta
época o en una fecha indeterminada muy anterior, como defienden otros expertos,
lo sorprendente es el hecho de que su concepción arquitectónica fuese idéntica
a la que impulsó la construcción por Imhotep de la
primera pirámide egipcia, hacia 2700 a. C., en Saqqara, para el
faraón Dyeser. Es una misma idea: la superposición escalonada de varios túmulos
funerarios, en el caso egipcio, o de plataformas-base de templos en el caso
maya. Con las primeras pirámides emergiendo en la espesura de la selva se
inicia también la primera época cumbre de esta extraña civilización.
Los jeroglíficos de
su escritura –apenas descifrada hoy en un treinta por ciento– surgen de pronto,
como si se hubiesen inventado de la noche a la mañana, y por todas partes
aparecen estelas y altares con nombres y figuras tanto de dioses como de
gobernantes. Los personajes importantes son enterrados con ricas ofrendas
de jade y cerámica, junto a servidores sacrificados, al modo oriental, para
seguir prestando servicio a su señor en el otro mundo.
Semejante fiebre
constructiva se debe al descubrimiento de la argamasa, que los mayas obtenían
con cal procedente de la trituración de conchas marinas, a la que añadían arena
y agua. Sin ese oportuno hallazgo no habrían podido levantar muros de
mampostería ni generar estuco, material excelente para reproducir máscaras de
sus deidades.
La cultura maya
habrá de adquirir sus rasgos más relevantes entre 150 y 300 d. C., lapso en que
se diferencia del resto de las culturas mesoamericanas. Se produce una
explosión demográfica que propicia la construcción de centros
ceremoniales donde proliferan las estelas, las inscripciones jeroglíficas,
los adornos de estuco... Algunos edificios del final de este período muestran
ya el típico arco maya, logrado mediante la superposición de hileras cada vez
más cercanas y cuyo origen se encuentra en el techado de sus tumbas comunes.
Teotihuacán
en el Valle de México parece haber intervenido en forma decisiva en la política
de Tikal. (Sean H. Yu/SElefant/CC BY-SA-2.0)
Los
mejores momentos
La expansión
no se detiene en lo que algunos autores denominan Clásico Temprano (200-500 d.
C.). Aparecen las primeras fechas registradas en sus monumentos, así como las
pruebas de una intensa actividad comercial tanto con Teotihuacán,
en el centro de la meseta mexicana, como con pueblos sureños de la costa del
Pacífico. Las ciudades-estado mayas favorecen el intercambio de cacao
(utilizado como moneda), tabaco, algodón, sal y obsidiana, además de plumas
ornamentales y joyas confeccionadas con jade pulimentado.
El poder se
concentra en una teocracia cada vez más excluyente. Algunas pirámides se
construyen con elementos pertenecientes al estilo de Teotihuacán, lo que
sugiere una probable dominación de este pueblo sobre sus vecinos meridionales.
Sin embargo, el verdadero apogeo de la civilización maya se produce entre
600 y 900 d. C., cuando sus centros ceremoniales florecen en la costa del
Pacífico, en los altos de Chiapas, en el Petén, en la cuenca de los ríos
guatemaltecos Usumacinta y La Pasión, en la costa del golfo de México y en la
totalidad de la península de Yucatán.
FOTO: SECRETARÍA DE FOMENTO TURÍSTICO DE YUCATÁN
OBSERVATORIO
DE CHICHÉN ITZÁ
Está edificio también es conocido como el Caracol por la forma de espiral que oculta en su
interior. Se le atribuye una función astronómica puesto que las
aberturas de sus muros estaban orientadas hacia Venus y otros astros. Las
observaciones que se realizaban eran muy intuitivas y se llevaban a cabo sin
ningún tipo de aparato.
FOTO: GETTY IMAGES
CHACMOOL
Esta escultura del Templo
de los Guerreros sostiene un cuenco posiblemente usado en
los rituales.
FOTO: GETTY IMAGES
TZOMPANTLI
Una plataforma donde se clavaban las cabezas de los
enemigos. Presenta relieves de calaveras y de águilas que devoran corazones.
FOTO: SECRETARÍA DE FOMENTO TURÍSTICO DE YUCATÁN
JUEGO DE
PELOTA
Es la cancha más grande y mejor conservada de todo
el territorio mesoamericano con 120 metros de largo y 30 de ancho. El
juego de la pelota tenía una importancia ritual para la sociedad maya, sin
embargo no se conocen sus reglas con exactitud. En la pista de Chichén
Itzá se preservan los dos anillos por donde debía pasar la
bola.
FOTO: SECRETARÍA DE FOMENTO TURÍSTICO DE YUCATÁN
CENOTE
SAGRADO
Se trata de un agujero en la tierra de forma circular con
60 metros de diámetro y 15 de profundidad. Un camino de aproximadamente 300
metros conecta este lugar sagrado con la pirámide
de Kukulkán. Las exploraciones han revelado que este cenote era un
punto de peregrinación del mundo maya, donde se
practicaban rituales y se hacía ofrendas a los dioses.
Por todas partes se construye una ingente
cantidad de edificios, plataformas que soportan la estructura de varios pisos,
palacios con docenas de estancias, sepulcros lujosos, juegos de pelota,
observatorios estelares... e imponentes pirámides de más de 70 metros de
altura. Para obtener el favor de los dioses, pero también para mostrar la
supremacía del hombre sobre la naturaleza –constante obsesión maya–, se levantan en Tikal, en plena selva guatemalteca del Petén,
esas enormes pirámides. Sus templos superiores alcanzan la línea fronteriza del
cielo con la selva. Sus cresterías, que, a modo de gigantescas peinetas,
sobrepasan esa línea de la misma manera, parecen decir que una resuelta
voluntad supera todas las dificultades.
Cuesta
abajo
Todas, menos la ley que condena a la decadencia a todo cuanto alcanzó su
apogeo. Sin embargo, también la decadencia maya es extraña. El trágico
final de esta inverosímil epopeya humana se asemeja a la súbita oscuridad que
sigue al deslumbramiento de un maravilloso castillo de fuegos artificiales. No
sabemos qué ocurrió en realidad para que, de la noche a la mañana, toda esta
brillante muestra de talento se viniera abajo, con el abandono unánime de
los grandes centros ceremoniales, ahora a merced de la voracidad de una selva
duramente domeñada durante siglos.
Se han propuesto
para este súbito declive hipótesis tan variadas como poco convincentes.
Las hay que lo atribuyen a la aparición de grandes sacudidas telúricas, pero
las áreas central y septentrional de la zona maya quedan lejos de las regiones
sísmicas de Guatemala o Chiapas. Otras lo achacan a bruscos cambios climáticos
que propiciasen la caída de lluvias catastróficas en el Petén (donde
se encuentran Tikal y otros centros ceremoniales), que habrían impedido la
quema de zonas selváticas para el consiguiente cultivo de las mismas. Tales
acontecimientos no han podido comprobarse.
Otros han
postulado que plagas y epidemias –paludismo, fiebre amarilla–
obligaron al abandono de las tierras bajas del sur, pero no está confirmada la
existencia de estas enfermedades en épocas prehispánicas ni la supuesta
despoblación del área central. No ha sido posible demostrar un hipotético
agotamiento del suelo por exceso de cultivo, que habría convertido en sabanas
grandes zonas de la selva. Por el contrario, se sabe que en bosques útiles para
el cultivo la selva no tarda en reproducirse cuando este se interrumpe, pero
sin ser reemplazada por sabanas.
La Estructura II, edificada alrededor de 593 d.C., es el
edificio principal de Calakmul y cierra el extremo sur de la Plaza Central. Es
un basamento escalonado con esquinas remetidas y una escalinata central
flanqueada con grandes mascarones zoomorfos. Estructura II después de la
restauración del arqueólogo Ramón Carrasco. Foto: Archivo Fotográfico del Proyecto Arqueológico Calakmul
(AFPAC)
Tampoco se ha
probado que existieran condiciones materiales favorables para un cambio
violento, como el levantamiento de un campesinado fiel a las divinidades y
prácticas tradicionales contra una clase dirigente en decadencia y contaminada
por ideas y creencias extranjeras. Pese a esa falta de pruebas, Alberto Ruz, el
descubridor de la tumba de Pakal en Palenque, sostuvo que la causa del trágico
final de la civilización maya debería buscarse en la contradicción inherente a
su sociedad, en los antagonismos derivados de una lucha de
clases propiciada por la aparición de influencias foráneas.
Desconocemos, en
definitiva, por qué en el curso delsiglo IX se paralizó bruscamente la
construcción de centros ceremoniales, estelas, pirámides, palacios y juegos de
pelota. Ni siquiera se continuó fabricando cerámica decorada, ni objetos de
jade ni cualesquiera otros artefactos sagrados. Como si los dioses mayas
hubiesen decidido –por ignotas razones– que ya no sería necesario que su pueblo
siguiera adorándolos en la selva.
Pero esta
catástrofe no pareció afectar a la población común, que no solo no alteró sus
formas de vida ni los lugares en que habitaba, sino que llegó a ocupar, como en
Palenque, los vacíos edificios ceremoniales y sus alrededores. Tal vez sí
existió, después de todo, una rebelión popular contra una clase dirigente
ya no del todo maya. Ruz consideró como un posible reflejo de esa rebelión la
mutilación intencional prehispánica de numerosos monumentos en que figuraban
dirigentes, así como el abandono en desorden de estelas rotas a golpes.
Un auge
momentáneo
Del año 1000 al 1200, la civilización maya, aunque fracasada en la zona
central, continúa su curso en las demás áreas, si bien alterada por grupos
de culturas foráneas que han ido infiltrándose poco a poco. Es el caso de los
itzaes, que ocupan Chichén Itzá hacia el año 918 en una primera oleada.
Llegaran en una segunda hacia 987, encabezados por el caudillo tolteca
Quetzalcóatl-Kukulcán, que ostenta el mismo nombre del dios pájaro-serpiente
común a todas las culturas mesoamericanas.
Estas influencias extranjeras dan lugar a una nueva edad de oro del
comercio. Surge una nueva clase de nobles-comerciantes y se incrementa el
número de los sacrificios humanos, raros hasta entonces en la zona maya. Aunque
por poco tiempo: Chichén Itzá sufre un final repentino, hacia mediados del
siglo XIII, al ser conquistado por gentes procedentes de Mayapán, ciudad-estado
rival.
A partir de entonces, y hasta la llegada de los españoles, el mundo
maya clásico entra en un lento pero definitivo declive, propiciado por la
interrupción del tráfico comercial entre el altiplano, el golfo de México y
América central. Las distintas ciudades-estado, aunque bajo la hegemonía
aparente de Mayapán, viven continuas guerras. Tanto es así que algunos centros,
como Tulum, Xelhá o la propia Mayapán, se rodean de murallas. Estas
guerras aceleran una desintegración que queda reflejada en la decadencia de la
arquitectura, la escultura, la pintura y la cerámica.
El Códice Dresde fue el
primero del que se tuvo noticia en Europa y está considerado el más interesante
y el más bello de todos a pesar de estar seriamente dañado. Fue probablemente
ejecutado entre los años 1000 y 1200 y trata básicamente de astronomía (con
fines adivinatorios para el establecimiento de las fiestas rituales en el
calendario).
El material astrológico está
organizado en dos tablas: una de ellas señala los eclipses del planeta Venus y
la otra contiene profecías para un periodo de veinte años. Parece que contiene
datos sobre la conjunción de varias constelaciones y alineación de varios
planetas con la Luna. Un dato curioso: se ha interpretado la narración de una
especie de inundación o diluvio al estilo del descrito en el Génesis Bíblico.
Está escrito sobre papel con
forma de biombo conformando treinta y nueve hojas de 9 cm de lado por 20,4 de
alto pintadas por ambas caras, excepto cuatro del reverso que se encuentran en
blanco. Extendido mide tres metros y medio y se sabe que en su realización
intervinieron ocho personas distintas oriundas de la zona o del emplazamiento
de Chichén Itzán.
El proceso culmina con una nueva
rebelión, de la que, a diferencia de las anteriores, ya existen referencias
históricas. Ocurrió en 1441, y provocó la caída de Mayapán y el exterminio
de la familia reinante de los Cocom, pese al apoyo prestado por mercenarios
mexicas. De este árbol caído hicieron leña las plagas, los huracanes y las
epidemias que mencionan las crónicas contadas a los españoles por las últimas
generaciones de mayas libres.
Fueron las mismas que en 1511, setenta
años después de la caída de Mayapán, sacrificaron a todos los miembros, excepto
a dos, de la expedición española de Valdivia, naufragada frente a la costa
oriental del Yucatán. Estos dos extraños, procedentes de otro mundo, darán
comienzo a otra historia, que se prolonga hasta nuestros días, en la que los
mayas intentarán con vehemencia, siglo tras siglo, recuperar un
protagonismo que les fue violentamente arrebatado.
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