domingo, 17 de mayo de 2020


LA  PRODIGIOSA  DESTREZA


 DEL  IMPERIO  MAYA

Templo de Kukulcán en Chichén Itzá.



Las raíces de los mayas van retrocediendo en el tiempo a medida que se producen nuevos descubrimientos. Norman Hammond, de la Universidad de Cambridge, en Gran Bretaña, demostró en 1975 que los restos de madera hallados por su equipo en Cuello, un pueblo de Belice situado a 5 km de Orange Walk, junto a restos de cerámica correspondientes al período formativo de la cultura maya, databan de alrededor de 1020 a. C. Tal hallazgo hizo retroceder mil años el inicio conocido de esta civilización.
Descubrimientos posteriores la avejentaron, como mínimo, cuatrocientos años más. A los investigadores les sorprende la creciente antigüedad de los mayas, pero también el hecho sin precedentes de que su civilización hubiera surgido y se hubiese desarrollado en el aislamiento de la jungla.
Dibujo de mediados del siglo XIX de Uxmal. (Dominio público)


FOTO: GETTY IMAGES
Cabezas de serpiente al pie de la escalinata de la pirámide de Kukulcán, que significa serpiente emplumada, una deidad maya. En otros lugares de los templos de Chichén Itzá también se hallan representaciones de algunas partes del cuerpo de una serpiente. 

Rasgos distintivos
Al final del Preclásico, entre 800 y 300 a. C., el éxito alcanzado con la introducción de nuevas técnicas y productos agrícolas y la mejora genética del maíz –base tradicional y actual de la alimentación maya– da carácter a una incipiente civilización, cuyo primer movimiento expansivo alcanza los litorales del Pacífico y del Atlántico.
Las prácticas mágicas, patrimonio común, pasan a ser ejercidas en exclusiva por un grupo al que se supone dotado de poderes sobrenaturales. Con ello se establecen los cimientos de una clase sacerdotal que, liberada de los trabajos agrícolas, hace edificar templos –simples chozas como todas, sólo que de mayores proporciones– sobre plataformas de mampostería elevadas en el centro de las poblaciones. Allí se llevan a cabo ritos más elaborados que los que se efectuaban en el hogar o en el campo.
Al mismo tiempo, empieza a gestarse el inquietante panteón de unos dioses que, carentes de rostro humano, exigen a sus fieles el constante sacrificio de la sangre, bajo la amenaza de que el cielo se desplome sobre la tierra. Aparecen, además, influencias de la cultura olmeca, procedentes de la costa atlántica, que llegan hasta el litoral del Pacífico y las tierras altas de Guatemala. Se supone, aunque sin pruebas concluyentes, que el grupo gobernante habría sido sensible a estos referentes, presuntamente reflejados en el uso del calendario y en el inicio de la escritura.
De 300 a 150 a. C., mientras la población experimenta un constante incremento, se acentúan la diversificación de funciones y la diferenciación social. Los chamanes, intermediarios entre el pueblo y las fuerzas incontrolables de la naturaleza, se convierten en sacerdotes con poder real sobre el resto. Y es entonces –según sostiene la mayoría de los investigadores– cuando se desarrollan los conocimientos astronómicos, tiene lugar la invención del cero y se levantan las primeras pirámides.
Tanto si las pirámides se erigieron en esta época o en una fecha indeterminada muy anterior, como defienden otros expertos, lo sorprendente es el hecho de que su concepción arquitectónica fuese idéntica a la que impulsó la construcción por Imhotep de la primera pirámide egipcia, hacia 2700 a. C., en Saqqara, para el faraón Dyeser. Es una misma idea: la superposición escalonada de varios túmulos funerarios, en el caso egipcio, o de plataformas-base de templos en el caso maya. Con las primeras pirámides emergiendo en la espesura de la selva se inicia también la primera época cumbre de esta extraña civilización.
Los jeroglíficos de su escritura –apenas descifrada hoy en un treinta por ciento– surgen de pronto, como si se hubiesen inventado de la noche a la mañana, y por todas partes aparecen estelas y altares con nombres y figuras tanto de dioses como de gobernantes. Los personajes importantes son enterrados con ricas ofrendas de jade y cerámica, junto a servidores sacrificados, al modo oriental, para seguir prestando servicio a su señor en el otro mundo.
Semejante fiebre constructiva se debe al descubrimiento de la argamasa, que los mayas obtenían con cal procedente de la trituración de conchas marinas, a la que añadían arena y agua. Sin ese oportuno hallazgo no habrían podido levantar muros de mampostería ni generar estuco, material excelente para reproducir máscaras de sus deidades.
La cultura maya habrá de adquirir sus rasgos más relevantes entre 150 y 300 d. C., lapso en que se diferencia del resto de las culturas mesoamericanas. Se produce una explosión demográfica que propicia la construcción de centros ceremoniales donde proliferan las estelas, las inscripciones jeroglíficas, los adornos de estuco... Algunos edificios del final de este período muestran ya el típico arco maya, logrado mediante la superposición de hileras cada vez más cercanas y cuyo origen se encuentra en el techado de sus tumbas comunes.
Teotihuacán en el Valle de México parece haber intervenido en forma decisiva en la política de Tikal. (Sean H. Yu/SElefant/CC BY-SA-2.0)


Los mejores momentos
La expansión no se detiene en lo que algunos autores denominan Clásico Temprano (200-500 d. C.). Aparecen las primeras fechas registradas en sus monumentos, así como las pruebas de una intensa actividad comercial tanto con Teotihuacán, en el centro de la meseta mexicana, como con pueblos sureños de la costa del Pacífico. Las ciudades-estado mayas favorecen el intercambio de cacao (utilizado como moneda), tabaco, algodón, sal y obsidiana, además de plumas ornamentales y joyas confeccionadas con jade pulimentado.
El poder se concentra en una teocracia cada vez más excluyente. Algunas pirámides se construyen con elementos pertenecientes al estilo de Teotihuacán, lo que sugiere una probable dominación de este pueblo sobre sus vecinos meridionales. Sin embargo, el verdadero apogeo de la civilización maya se produce entre 600 y 900 d. C., cuando sus centros ceremoniales florecen en la costa del Pacífico, en los altos de Chiapas, en el Petén, en la cuenca de los ríos guatemaltecos Usumacinta y La Pasión, en la costa del golfo de México y en la totalidad de la península de Yucatán.
FOTO: SECRETARÍA DE FOMENTO TURÍSTICO DE YUCATÁN

OBSERVATORIO DE CHICHÉN ITZÁ

Está edificio también es conocido como el Caracol por la forma de espiral que oculta en su interior. Se le atribuye una función astronómica puesto que las aberturas de sus muros estaban orientadas hacia Venus y otros astros. Las observaciones que se realizaban eran muy intuitivas y se llevaban a cabo sin ningún tipo de aparato.

FOTO: GETTY IMAGES

CHACMOOL

Esta escultura del Templo de los Guerreros sostiene un cuenco posiblemente usado en los rituales.

FOTO: GETTY IMAGES

TZOMPANTLI

Una plataforma donde se clavaban las cabezas de los enemigos. Presenta relieves de calaveras y de águilas que devoran corazones.

FOTO: SECRETARÍA DE FOMENTO TURÍSTICO DE YUCATÁN

JUEGO DE PELOTA

Es la cancha más grande y mejor conservada de todo el territorio mesoamericano con 120 metros de largo y 30 de ancho. El juego de la pelota tenía una importancia ritual para la sociedad maya, sin embargo no se conocen sus reglas con exactitud. En la pista de Chichén Itzá se preservan los dos anillos por donde debía pasar la bola.

FOTO: SECRETARÍA DE FOMENTO TURÍSTICO DE YUCATÁN

CENOTE SAGRADO

Se trata de un agujero en la tierra de forma circular con 60 metros de diámetro y 15 de profundidad. Un camino de aproximadamente 300 metros conecta este lugar sagrado con la pirámide de Kukulkán. Las exploraciones han revelado que este cenote era un punto de peregrinación del mundo maya, donde se practicaban rituales y se hacía ofrendas a los dioses.

Por todas partes se construye una ingente cantidad de edificios, plataformas que soportan la estructura de varios pisos, palacios con docenas de estancias, sepulcros lujosos, juegos de pelota, observatorios estelares... e imponentes pirámides de más de 70 metros de altura. Para obtener el favor de los dioses, pero también para mostrar la supremacía del hombre sobre la naturaleza –constante obsesión maya–, se levantan en Tikal, en plena selva guatemalteca del Petén, esas enormes pirámides. Sus templos superiores alcanzan la línea fronteriza del cielo con la selva. Sus cresterías, que, a modo de gigantescas peinetas, sobrepasan esa línea de la misma manera, parecen decir que una resuelta voluntad supera todas las dificultades.
Cuesta abajo
Todas, menos la ley que condena a la decadencia a todo cuanto alcanzó su apogeo. Sin embargo, también la decadencia maya es extraña. El trágico final de esta inverosímil epopeya humana se asemeja a la súbita oscuridad que sigue al deslumbramiento de un maravilloso castillo de fuegos artificiales. No sabemos qué ocurrió en realidad para que, de la noche a la mañana, toda esta brillante muestra de talento se viniera abajo, con el abandono unánime de los grandes centros ceremoniales, ahora a merced de la voracidad de una selva duramente domeñada durante siglos.
Se han propuesto para este súbito declive hipótesis tan variadas como poco convincentes. Las hay que lo atribuyen a la aparición de grandes sacudidas telúricas, pero las áreas central y septentrional de la zona maya quedan lejos de las regiones sísmicas de Guatemala o Chiapas. Otras lo achacan a bruscos cambios climáticos que propiciasen la caída de lluvias catastróficas en el Petén (donde se encuentran Tikal y otros centros ceremoniales), que habrían impedido la quema de zonas selváticas para el consiguiente cultivo de las mismas. Tales acontecimientos no han podido comprobarse.
Otros han postulado que plagas y epidemias –paludismo, fiebre amarilla– obligaron al abandono de las tierras bajas del sur, pero no está confirmada la existencia de estas enfermedades en épocas prehispánicas ni la supuesta despoblación del área central. No ha sido posible demostrar un hipotético agotamiento del suelo por exceso de cultivo, que habría convertido en sabanas grandes zonas de la selva. Por el contrario, se sabe que en bosques útiles para el cultivo la selva no tarda en reproducirse cuando este se interrumpe, pero sin ser reemplazada por sabanas.

La Estructura II, edificada alrededor de 593 d.C., es el edificio principal de Calakmul y cierra el extremo sur de la Plaza Central. Es un basamento escalonado con esquinas remetidas y una escalinata central flanqueada con grandes mascarones zoomorfos. Estructura II después de la restauración del arqueólogo Ramón Carrasco. Foto: Archivo Fotográfico del Proyecto Arqueológico Calakmul (AFPAC)

Tampoco se ha probado que existieran condiciones materiales favorables para un cambio violento, como el levantamiento de un campesinado fiel a las divinidades y prácticas tradicionales contra una clase dirigente en decadencia y contaminada por ideas y creencias extranjeras. Pese a esa falta de pruebas, Alberto Ruz, el descubridor de la tumba de Pakal en Palenque, sostuvo que la causa del trágico final de la civilización maya debería buscarse en la contradicción inherente a su sociedad, en los antagonismos derivados de una lucha de clases propiciada por la aparición de influencias foráneas.
Desconocemos, en definitiva, por qué en el curso delsiglo IX se paralizó bruscamente la construcción de centros ceremoniales, estelas, pirámides, palacios y juegos de pelota. Ni siquiera se continuó fabricando cerámica decorada, ni objetos de jade ni cualesquiera otros artefactos sagrados. Como si los dioses mayas hubiesen decidido –por ignotas razones– que ya no sería necesario que su pueblo siguiera adorándolos en la selva.
Pero esta catástrofe no pareció afectar a la población común, que no solo no alteró sus formas de vida ni los lugares en que habitaba, sino que llegó a ocupar, como en Palenque, los vacíos edificios ceremoniales y sus alrededores. Tal vez sí existió, después de todo, una rebelión popular contra una clase dirigente ya no del todo maya. Ruz consideró como un posible reflejo de esa rebelión la mutilación intencional prehispánica de numerosos monumentos en que figuraban dirigentes, así como el abandono en desorden de estelas rotas a golpes.
Un auge momentáneo
Del año 1000 al 1200, la civilización maya, aunque fracasada en la zona central, continúa su curso en las demás áreas, si bien alterada por grupos de culturas foráneas que han ido infiltrándose poco a poco. Es el caso de los itzaes, que ocupan Chichén Itzá hacia el año 918 en una primera oleada. Llegaran en una segunda hacia 987, encabezados por el caudillo tolteca Quetzalcóatl-Kukulcán, que ostenta el mismo nombre del dios pájaro-serpiente común a todas las culturas mesoamericanas.
Estas influencias extranjeras dan lugar a una nueva edad de oro del comercio. Surge una nueva clase de nobles-comerciantes y se incrementa el número de los sacrificios humanos, raros hasta entonces en la zona maya. Aunque por poco tiempo: Chichén Itzá sufre un final repentino, hacia mediados del siglo XIII, al ser conquistado por gentes procedentes de Mayapán, ciudad-estado rival.
A partir de entonces, y hasta la llegada de los españoles, el mundo maya clásico entra en un lento pero definitivo declive, propiciado por la interrupción del tráfico comercial entre el altiplano, el golfo de México y América central. Las distintas ciudades-estado, aunque bajo la hegemonía aparente de Mayapán, viven continuas guerras. Tanto es así que algunos centros, como Tulum, Xelhá o la propia Mayapán, se rodean de murallas. Estas guerras aceleran una desintegración que queda reflejada en la decadencia de la arquitectura, la escultura, la pintura y la cerámica.
El Códice Dresde fue el primero del que se tuvo noticia en Europa y está considerado el más interesante y el más bello de todos a pesar de estar seriamente dañado. Fue probablemente ejecutado entre los años 1000 y 1200 y trata básicamente de astronomía (con fines adivinatorios para el establecimiento de las fiestas rituales en el calendario).
El material astrológico está organizado en dos tablas: una de ellas señala los eclipses del planeta Venus y la otra contiene profecías para un periodo de veinte años. Parece que contiene datos sobre la conjunción de varias constelaciones y alineación de varios planetas con la Luna. Un dato curioso: se ha interpretado la narración de una especie de inundación o diluvio al estilo del descrito en el Génesis Bíblico.
Está escrito sobre papel con forma de biombo conformando treinta y nueve hojas de 9 cm de lado por 20,4 de alto pintadas por ambas caras, excepto cuatro del reverso que se encuentran en blanco. Extendido mide tres metros y medio y se sabe que en su realización intervinieron ocho personas distintas oriundas de la zona o del emplazamiento de Chichén Itzán.
El proceso culmina con una nueva rebelión, de la que, a diferencia de las anteriores, ya existen referencias históricas. Ocurrió en 1441, y provocó la caída de Mayapán y el exterminio de la familia reinante de los Cocom, pese al apoyo prestado por mercenarios mexicas. De este árbol caído hicieron leña las plagas, los huracanes y las epidemias que mencionan las crónicas contadas a los españoles por las últimas generaciones de mayas libres.
Fueron las mismas que en 1511, setenta años después de la caída de Mayapán, sacrificaron a todos los miembros, excepto a dos, de la expedición española de Valdivia, naufragada frente a la costa oriental del Yucatán. Estos dos extraños, procedentes de otro mundo, darán comienzo a otra historia, que se prolonga hasta nuestros días, en la que los mayas intentarán con vehemencia, siglo tras siglo, recuperar un protagonismo que les fue violentamente arrebatado.














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