miércoles, 7 de octubre de 2020

 

2) ROMANICO ESPAÑOL

 

Biografías del Reino Hispano-Visigodo

Y

Biografías de reyes del Reino de Asturias

 

Biografía de Leovigildo

Reinado de Leovigildo en las fuentes

Se ha considerado a menudo la etapa de Leovigildo como aquella marcada por el apogeo del arrianismo en el Reino de Toledo. Sin embargo, se ha destacado aún más la eficiencia e intensa actividad política y militar que presidió su reinado. Leovigildo se mostró desde el principio sorprendentemente activo en lo que a negociaciones y concertaciones de alianzas con los territorios periféricos se refiere, así como respecto al número de campañas militares que protagonizó prácticamente desde su llegada al trono.


Sin que esto deje de ser cierto, no podemos soslayar el hecho de que, por otra parte, Leovigildo es el rey visigodo acerca del cual más referencias documentales han llegado hasta nosotros. La principal fuente ha sido en este sentido la Crónica de Juan de Bíclaro, también conocida como Crónica del Biclarense. Aparte de la profusión de datos que presenta, esta obra goza de una virtud añadida y es la aparente independencia de su autor: Juan de Bíclaro era un monje godo, católico convencido, que llegó al episcopado para terminar siendo desterrado por Leovigildo a pesar de la alta estima de su talento entre la realeza visigoda, cuando el monarca decidió expandir el arrianismo a toda costa.


Aparte de la Crónica de Juan de Bíclaro, poseemos otras fuentes de gran relevancia para conocer su reinado, tales como De viris illustribus, la obra más conocida de Isidoro de Sevilla o la Historia Francorum, de Gregorio de Tours.

Campañas militares

En el año 570 emprende una acción bélica contra la Bastania, donde derrota a un numeroso contingente de tropas bizantinas que habían acudido desde Málaga como refuerzo. En el año 571, conquistaría Assidonia -lo que hoy es Medina-Sidonia- y Córdoba, que cae en manos godas. Un año después se lanzaría a la conquista de las ciudades del Valle del Guadalquivir. En este punto, el Biclarense realiza una alusión controvertida en su crónica. Habla de "matanzas de campesinos". Se ha pensado que, más que tratarse de un deseo ciego de acometer represalias contra la población, fuera un intento de acabar con las llamadas bagaudas, esto es, partidas armadas de campesinos que, desplazados de su tierra y agobiados por la penuria y el hambre por permanecer en medio de los enfrentamientos entre los visigodos y el Imperio bizantino, no dudaban en saquear a terratenientes y familias de notables que residían en las ciudades.


En 573 Leovigildo conquista Sabaria y Juan de Bíclaro vuelve a informar en la Crónica de las mismas matanzas de campesinos y de diversos estragos. Al año siguiente, el monarca visigodo lanza una campaña muy ambiciosa contra otros pueblos del norte peninsular. De esta forma conquistará Cantabria -que por aquel entonces se extendía desde la costa de Vizcaya, la zona próxima a lo que hoy es Santander, hasta el valle del Ebro- y el área de La Rioja. En 575 una expedición visigoda tomará los montes Aregenses y capturarán a Aspidio, señor de la zona. De este modo el dominio godo llegó a extenderse por la zona noroeste peninsular, hasta lo que actualmente es la región oriental de Orense.

En el año 576 se produce la expedición contra el rey de los suevos Miro, quien previamente había firmado un tratado con Leovigildo por el que se comprometía a pagar un tributo a los godos. Lo acordado debió tener un carácter muy transitorio y finalmente se optó por la salida bélica. En 577 las campañas de expansión continuarían con la ocupación de la Oróspeda, enclave del cual el Biclarense no aporta ninguna indicación geográfica ni relativa al gobierno del mismo pero que, presumiblemente, se encontraría dominado por el Imperio. Nuevamente se alude en este punto a las matanzas de campesinos rebeldes. Este dato ha hecho pensar a los estudiosos en una prolongación del fenómeno de las bagaudas del siglo V que, en la centuria siguiente, habría creado una situación endémica de bandidaje en amplias extensiones territoriales de la Península Ibérica.

En el año 579 Hermenegildo, hijo del Leovigildo, se subleva contra su padre en Sevilla. Puede que el vástago rebelde recibiera apoyo bizantino, por lo que Leovigildo se vio obligado a distraer esfuerzos contra los vascones para destinarlos al sur en 582. Un año después, Leovigildo establece el cerco sobre Sevilla y bloquea el acceso a la ciudad por el Guadalquivir, a buen seguro, para impedir la llegada de tropas imperiales. En 584 la ciudad se rinde definitivamente. Poco antes de la caída, Hermenegildo trata de huir pero es apresado en Córdoba y enviado al exilio en Valencia, desde donde pasaría a Tarragona, ciudad en la que moriría asesinado, aún hoy se desconoce por quién.


Sofocados los problemas en el sur, Leovigildo aprovecha el derrocamiento del rey suevo Eborico a manos de Andeca para intervenir militarmente en el noroeste peninsular en virtud de anteriores tratados firmados entre visigodos y suevos. Leovigildo depone entonces a Andeca y el territorio suevo deja de existir como reino independiente, siendo incorporado a los dominios godos.

Política del reinado

Según Isidoro de Sevilla, a la muerte del rey Atanagildo sobreviene un período de cinco meses en los que el trono queda vacante hasta que el notable Liuva es promovido al trono de la Narbonense. Liuva asoció al trono a su hermano Leovigildo, a quien cedió el reinado de Hispania mientras él ocupaba el trono de la Narbonense, también conocida como la Galia gotica. En 569, el año de su acceso al trono, Leovigildo, que ya tenía dos hijos de una unión anterior, contrae matrimonio con Gosvinta, viuda de Atanagildo. El enlace, al parecer, fue concertado por quienes habían aupado a Liuva al poder y por una facción de nobles que permanecían próximos a la reina, conscientes de su poder y su implicación política. En el año 572 muere Liuva y queda como única cabeza visible del poder Leovigildo.

El nuevo monarca visigodo heredaba un reino afectado por las luchas nobiliarias intestinas a lo que había que sumar la presión de pueblos como vascones, cántabros o suevos en los límites septentrionales y la de Spania, la provincia bizantina, por el sur. En el año 573 asoció al trono a Hermenegildo y Recaredo, ambos hijos de su anterior matrimonio. En 579 otorgaría entonces el reinado de la Bética a su hijo Hermenegildo en calidad de rey asociado, bajo la fórmula jurídica ad regnanum. En ese mismo año Hermenegildo se casó con Ingunda princesa merovingia, hija de Sigeberto de Australia y de Brunequilda. Esta maniobra, así como el enlace de Hermenegildo con Ingunda, pudo deberse a la necesidad de establecer un poder sólido en una región como la Bética, donde la presión bizantina era constante, y por tratarse de un área propensa a sufrir revueltas. También pudo tratarse de una estrategia mediante la cual Hermenegildo debería recibir mayores poderes aprovechando su casamiento con Ingunda, quien guardaba lazos de parentesco con Atanagildo.


En 579 Hermenegildo abandona públicamente el culto arriano, toma el nombre de Juan y se une al Imperio bizantino para levantarse contra su padre. La causa habitualmente esgrimida para justificar la sublevación del hijo contra el padre ha sido el hostigamiento que la esposa del primero sufría por parte de Gosvinta, quien no le perdonaría su resistencia pertinaz a abrazar el culto arriano. Leovigildo, que un año antes se había concedido una pausa en sus campañas militares para fundar la ciudad de Recópolis -se supone que en honor de su hijo Recaredo- opta en un primer momento por una salida negociada al conflicto.


En 580 reúne el Sínodo de la Iglesia arriana en Toledo para facilitar el acercamiento de posiciones con los católicos. Continuando con esta estrategia, emprende acciones bélicas de corta duración contra los vascones y negocia con los bizantinos la neutralidad de estos en el conflicto. Como culminación de esta estrategia, concierta una alianza con el rey Chilperico de Neustria, enemigo de Brunequilda, reina regente de Austrasia y madre de Ingunda, la cual resultaba especialmente peligrosa para el reino visigodo si decidía intervenir a favor de los sublevados. La derrota final de Hermenegildo, a la que nos hemos referido anteriormente, frenó súbitamente las tendencias centrífugas en los dominios de la monarquía visigoda, permitió la integración de las élites dirigentes de la Bética en la vida política del Reino de Toledo y evitó una fragmentación del territorio similar a la acaecida en la Galia merovingia.

Las confiscaciones llevadas a cabo contra sus enemigos y una política fiscal draconiana dotaron a la monarquía visigoda de una mayor estabilidad y solidez económica. Lo saneado de la situación financiera del reinado de Leovigildo se evidencia en el hecho de que las monedas acuñadas durante este período, especialmente el tremises, eran de mejor ley que las acuñadas en reinados anteriores. La bonanza económica permitió a Leovigildo aumentar el número de efectivos en las tropas que envió a combatir a las zonas limítrofes de sus dominios, además de establecer alianzas más sólidas y unas redes clientelares más tupidas. La política monetaria conllevaría, también, cambios en la representación institucional del Rey, pudiendo añadir elementos como el solio y aumentando sensiblemente la calidad del tejido en las prendas reales, de este modo la Corona visigoda se distanciaba de sus súbditos haciendo alarde de su poder.

A Leovigildo se atribuye la promulgación del Codex Revisus que no se limitó a recoger y revisar las leyes promulgadas por Eurico sino que incorporó otras nuevas relativas a la regulación del matrimonio. Conocemos parte de la obra jurídica de este monarca visigodo gracias a la incorporación del Codex Revisus al Liber Iudiciorum de Recesvinto del año 654.

Balance del reinado de Leovigildo


Leovigildo muere en el año 586 dejando un reino visigodo que ocupaba prácticamente toda la Península Ibérica. Las disputas internas y la presión en todos los frentes a un territorio pequeño por parte de pueblos limítrofes era ya cosa del pasado. Leovigildo legó a Recaredo, por aquel entonces su único hijo vivo, un reino cohesionado donde habían desaparecido formas de gobierno locales que podían obstaculizar su autoridad, como era el caso del reino suevo. La amenaza meridional que representaba el Imperio bizantino había quedado prácticamente reducida a la nada tras la derrota de Hermenegildo y algunas campañas posteriores.

Sólo demostró falta de cálculo político a la hora de imponer una versión modificada del arrianismo en un territorio como el Reino de Toledo, donde prevalecía el culto católico trinitario de los hispanorromanos. La homogeneidad religiosa vendría, por el contrario, de la mano de su hijo Recaredo, que, invirtiendo la situación, desplazó al arrianismo en favor del catolicismo.

(Autora del texto del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:
José Joaquín Pi Yagüe)

 

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Biografía de Don Pelayo. Caudillo de Asturias

Biografía de Don Pelayo


Don Pelayo es uno de los personajes más enigmáticos de nuestro pasado.

A su reconocido papel al frente de la resistencia cristiana frente al dominio musulmán, se le opone un desconocimiento prácticamente total sobre su trayectoria, que ha llegado a nuestros días enturbiada por la manipulación posterior que las Crónicas hicieron de su figura, hasta convertirla en el origen legendario de la Reconquista.

Antecedentes

Para entender la figura de Don Pelayo, es necesario conocer el pasado inmediatamente anterior a su aparición en el panorama histórico. Los musulmanes, al frente de Tariq, habían derrotado a las huestes godas de Rodrigo en la batalla de Guadalete, librada en el año 711. Su expansión por la península fue rápida, propiciada por el colaboracionismo de la nobleza hispana, cuya gran mayoría prefirió someterse a los invasores a cambio de mantener el poder sobre sus territorios, y por la escasa oposición de la Iglesia, bajo el control del arzobispo de Toledo.

Durante los primeros años, la ocupación del territorio no fue total. Los musulmanes se asentaron en Andalucía, Levante y el Valle del Ebro, mientras que en el resto de la península establecieron guarniciones cuya función era la de recaudar tributos y lanzar campañas para recordar su presencia, que tuvo su límite septentrional en el inicio de la cordillera cántabro-pirenaica.

Es precisamente en este territorio, dominado por astures, cántabros y vascones, escasamente romanizado y ajeno a la ocupación visigoda, donde se fraguará el germen de la resistencia al nuevo enemigo, que la despreció considerándola "una treinta de asnos salvajes", en palabras del cronista árabe Al-Maqqari.

Pelayo, ¿caudillo astur o noble visigodo?

Es difícil responder a esta pregunta, cuyas implicaciones en uno u otro sentido pueden producir una interpretación diferente de los acontecimientos históricos posteriores. Las Crónicas medievales, que se han de analizar con cautela, coinciden en señalar el pasado nobiliario de Pelayo. La Najerense y la Rotense le presentan como espadero de los reyes Witiza y Rodrigo, es decir, miembro de su guardia personal. Ya en el siglo XIII, Lucas de Tuy nos amplía esta información, asegurando que era nieto del monarca Chindasvinto e hijo de Favila, por lo que estaría emparentado con Rodrigo, que a su vez era hijo de Teodrofredo, hermano del padre de Pelayo. Es decir, su pasado era completamente visigodo.


Siguiendo esta línea, cabe pensar que Pelayo, tras la derrota de Guadalete, se replegase hacia el norte con un contingente de nobles afines en busca de un terreno más propicio. El cronista Al-Maqqari, así nos lo explica "no había quedado más que la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo con trescientos hombres". Allí debió de granjearse la confianza de los pueblos norteños, que sirvieron para potenciar sus huestes.


Sea como fuere, se acepta que Pelayo fue nombrado rey en el año 718, fecha que se considera como el inicio del reino astur, con capital en Cangas de Onís. En la actualidad, cerca de Cordiñanes, en dirección a Caín, existe una ermita a la sombra del argayo Bermejo, cuya advocación es la Virgen de la Corona. Todos los 8 de septiembre acuden a ella vecinos de la zona en una romería para rememorar los acontecimientos que acabaron en la batalla de Covadonga, lo que ha conducido a la profesora Margarita Torres a asegurar que pudo ser allí donde se celebró la unción del nuevo monarca.

Cabe pensar que sus primeros años de mandato se enfocaron a organizar la resistencia. Sin embargo, las Crónicas vuelven a sembrar de niebla los hechos históricos, ya que tanto la Najerense como la Rotense aseguran que el motivo por el que Pelayo se enfrentó a los musulmanes no fue otro que el intento del gobernador de Ieione, Munuza, de desposarse con su hermana, para lo que le envió a Córdoba. A su vuelta, el monarca astur se negó a consentir la unión, por lo que el musulmán trató de apresarlo. Sus intenciones fueron declaradas por un amigo a Pelayo, que corrió a refugiarse en el monte Auseva, en una gran cueva, donde finalmente se acabó librando la legendaria batalla.

En los últimos años, Barbero y Vigil han propuesto una interesante hipótesis sobre el posible origen astur de Pelayo. Las Crónicas del ciclo de Alfonso III ofrecen un conjunto de noticias que hacen ver la existencia de una tradición indígena que, lejos de considerar el reino astur como heredero del desaparecido reino visigodo de Toledo, demostraría que es fruto de una tradición local, propia de una sociedad gentilicia. Según estos autores, una elaboración ideológica posterior habría vinculado al reino astur con el visigodo, con una doble intención, por un lado como estímulo moral sobre la base del triunfo de Covadonga y, por otro, como vínculo que legitimaría a los monarcas leoneses como depositarios de la herencia visigoda y, por tanto, como aspirantes a recuperar el territorio perdido en el pasado.


Siguiendo esta interpretación, observamos cómo el propio Rodrigo, antes de la batalla de Guadalete, se encontraba sofocando una rebelión de los vascones en el norte. Es también un hecho que los visigodos no habían conseguido dominar a cántabros y astures, por lo que parece complicado que un noble de origen godo, como Pelayo, fuera acogido y nombrado rey por los astures después de años de resistencia. Finalmente, el importante papel jugado por la Cova Dominica (Covadonga), refugio de los rebeldes, no aparecería como casual, sino como lugar simbólico vinculado a cultos pre-cristianos de los vadinienses, antiguos habitantes de la zona.

De esta manera, el desencadenante de la batalla de Covadonga lo encontraríamos en la resistencia de los astures al pago de tributos al gobernador musulmán del Ieone de las Crónicas, que a juzgar por la lógica, debería de ser León y no Gijón, como apuntan algunos expertos, ya que resulta difícilmente creíble que los musulmanes se arriesgaran a situar una plaza en la zona costera cuando los rebeldes cortaban el paso por las montañas.


Un hecho que terminaría por corroborar esta hipótesis es que ni con Pelayo (718-737), ni con su hijo Favila (737-739), el reino astur ampliaría sus fronteras pese a la debilidad de los musulmanes, que poco después de su incursión en la península, se verían enfrentados en una guerra entre árabes y bereberes. Sería años después, con Alfonso I (739-757) cuando, como consecuencia de la llegada de cristianos del sur, se comenzara a fraguar la idea de la Reconquista.

La batalla de Covadonga

Hacia el año 722, ante la situación generada en el norte, Tariq envió un ejército liderado por Alkama para socorrer al gobernador Munuza frente a los levantiscos astures. La batalla acabó con la huida de las tropas invasoras, que no pudieron vencer la resistencia de los aguerridos norteños, conocedores del terreno y sabedores de la importancia del triunfo para mantener su independencia. Dice la leyenda que Pelayo persiguió al ejército derrotado hasta la ciudad de León, en cuyas proximidades, en los llanos de Camposagrado, volvió a vencer a los huidos.

La batalla quedó salpicada posteriormente de elementos míticos, que contribuyeron a reforzar el sentido de apoyo Divino con el que los cronistas quisieron adornar esta refriega para impulsar la moral de las tropas que protagonizaban la Reconquista.


Como fruto del matrimonio de Pelayo con Gaudiosa nacieron Ermesinda, futura esposa de Alfonso I, y Favila, que le sucedió tras su muerte por enfermedad en el año 737.

(Autor del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Mario Agudo)

https://www.arteguias.com/biografia/donpelayo.htm

Biografía de Alfonso I El Católico. Rey de Asturias

Biografía de Alfonso I, "El Católico"

Si con el nombramiento de Pelayo como rey de los astures en el año 718 se daba origen legendario al primer núcleo de resistencia frente al Islam en el norte de la península, será con su yerno Alfonso I con quien el reino astur se consolide y dirija sus miras hacia los territorios del sur. Los cristianos de la cornisa cantábrica ven despejado su horizonte y se marca un punto de inflexión en su trayectoria, de ahí la importancia que para la historia de nuestro país tiene este monarca, apodado "El Católico" por su interés en potenciar la religión cristiana en sus dominios.

Antecedentes

Alfonso I sucede a Favila, hijo de Pelayo, cuyo reinado duró apenas dos años, del 737 al 739. El final de sus días llegó de forma terrorífica, cuando un oso le despedazó mientras disfrutaba de unas jornadas de caza, a las que era muy aficionado. El joven monarca apenas tuvo tiempo para consagrar la ermita de la Santa Cruz, construida en Cangas de Onís, capital del reino, como recuerdo del triunfo de su padre en Covadonga.


Nacido en el año 693, Alfonso I era hijo del dux Pedro de Cantabria. Se casó con Ermesinda, hija de Pelayo, con lo que a la muerte de Favila, se convirtió en único heredero del trono, lo que constata la tradición matrilineal propia de la sociedad gentilicia astur.

De esta manera se unirán a los territorios originarios del reino, los dominios de su padre Pedro, dando lugar a una extensión formada por Cangas de Onís, Liébana, Transmiera, Sopuerta, Carranza y Bardulia, que según la Crónica de Alfonso III, correspondía a la primitiva Castilla, que se situaba en el norte de la actual provincia de Burgos, cuyo límite meridional quedaría fijado por el río Ebro, en territorio fronterizo con los vascones.

El inicio del reinado de Alfonso I, en el año 739, coincide con un enfrentamiento civil en Al-Andalus entre bereberes y árabes. Los primeros, que estaban al frente de las guarniciones de la Meseta Norte, abandonan sus posiciones dejando el terreno libre para un hábil Alfonso, que viendo una gran oportunidad para afianzar su territorio, se lanza hacia el oeste incorporando a su reinado la diócesis de Iria Flavia, con lo que abre sus dominios a la costa gallega, que desde entonces, queda incorporada al reino astur.

Hacia el 750, una enorme hambruna y una epidemia de viruela merman los territorios del valle del Duero, ya de por sí despoblados, lo que favorece las incursiones de los astures. La Crónica de Alfonso III nos dice que acompañado de su hermano Fruela, "llevó a cabo muchos combates contra los sarracenos y capturó muchas ciudades que éstos habían ocupado. Esto es, Lugo, Tuy, Oporto, Braga, Viseo, Chaves, Ledesma, Salamanca, Zamora, Ávila, Segovia, Astorga, León, Saldaña, Mave, Amaya, Simancas, Oca, Veleya, Alavense, Miranda, Revenga, Carbonera, Abalos, Briones, Cenicero, Alesanco, Osma, Clunia, Arganda, Sepúlveda, con todos sus castros, con villas y aldeas..."

Muy optimista se mostraba el cronista, en la Albeldense, se nos dice simplemente que "invadió victorioso las ciudades de León y Astorga, poseídas por los enemigos, asoló los Campos que llaman Góticos hasta el Duero y extendió el reino de los cristianos..."


Sin tomarlas al pie de la letra, el relato de ambas Crónicas nos permite trazar los límites entre Al-Andalus y el reino astur durante el reinado de Alfonso I. Saldaña, Mave, Amaya, Oca y Miranda constituirían una primera línea fronteriza, que los musulmanes protegerían con centros fortificados más alejados, como Astorga, León, Clunia y Osma. En el Valle del Ebro, las fortalezas de Miranda, Revenga, Carbonera, Abalos, Briones, Cenicero y Alesanco constituirían el limes de los territorios vascones.

El objetivo de las incursiones dirigidas por Alfonso I sería el de crear una gran franja fronteriza, en su mayoría despoblada, que supusiera un cordón de seguridad frente a los musulmanes. Esto explica que, según la Crónica de Alfonso III, se dedicara a eliminar los núcleos de población musulmana y a llevarse a los habitantes cristianos hacia las zonas más seguras del norte peninsular.

Este fenómeno permitió la introducción de formas de vida visigoda en los núcleos poblaciones de la cordillera cantábrica y la costa gallega, que dejaron una cierta influencia en la centralización del poder y en el régimen de servidumbre, clave para entender el futuro desarrollo del reino astur. Así también, en este fenómeno encontramos la base del surgimiento del neogoticismo, que inculcó entre los astures la idea de Reconquista. Fernando de Olaguer-Feliú constata esta influencia visigoda incluso en las formas arquitectónicas del arte asturiano, cuyos años de esplendor están todavía por llegar a estas alturas.

El legado de Alfonso I El Católico

A pesar de sus incursiones, Alfonso I no consiguió establecer un dominio estable sobre las zonas del Valle del Duero, pero sí que logró despoblar de enemigos extensas franjas del norte peninsular. Desde entonces, los musulmanes establecieron tres marcas fronterizas, las de Zaragoza, Toledo y Mérida, altamente fortificadas. El Valle del Duero se convirtió en escenario de continuas escaramuzas bélicas entre los reinos cristianos del norte y Al-Andalus.

De su matrimonio con Ermesinda, Alfonso I tuvo tres hijos: Fruela, Vimarano y Adosinda. Tras enviudar, engendró otro vástago de una cautiva, al que llamó Mauregato. A su muerte, fue su hijo Fruela quien le sustituyó, reinando desde el año 757 hasta el año 768.

A parte de las incursiones militares, Alfonso I mostró una gran preocupación por engrandecer y enriquecer la capital de su reino, Cangas de Onís, potenciando a su vez la vida cristiana, lo que le valió el apelativo posterior de "El Católico". Fundó el monasterio de San Pedro de Villanueva, junto a Cangas, y el de Santa María de Covadonga, cuyo aspecto se desconoce, pero que bien pudieron ser la incipiente muestra de un estilo arquitectónico propio, que comenzaría a gestarse en este momento y que alcanzaría su mayor esplendor a partir del reinado de Ramiro I.

(Autor del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Mario Agudo)

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Biografía de Alfonso II El Casto. Rey de Asturias

Biografía de Alfonso II, "El Casto"

Apartado del trono por una revuelta interna, inmerso en la querella Adopcionista y atacada por las aceifas musulmanas, a Alfonso II le tocó vivir uno de los reinados más complicados de los primeros años de resistencia cristiana en la península. Sin embargo, pese a las dificultades tuvo tiempo de embellecer Oviedo para convertirla en sede regia, abrirse a la influencia carolingia y, especialmente, alumbrar el descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago en la diócesis de Iria Flavia, para lo que mandó construir la primera basílica jacobea.


Los inicios de su reinado

Hijo de Fruela II y Munia, prisionera vascona, Alfonso nació en el año 762. Como sobrino de Silo por vía de la reina Adosinda, gobernó el Palatium Regis hasta que en el año 783 murió el monarca astur. Estos primeros años le aportaron una experiencia fundamental en la vida de la corte, pero no le sirvieron para hacerse con el solio regio. La sociedad astur estaba dividida entre los partidarios de la vía ortodoxa heredera del antiguo reino visigodo o los más reformistas, que propugnan una vía de entendimiento con los mozárabes residentes en Al-Andalus. Este enfrentamiento que traspasa fronteras políticas, como luego veremos, acaba con Mauregato en el poder. Alfonso, depositario de la tradición visigoda, se refugia en el monasterio de Samos, según consta en un documento posterior firmado en el año 912 por Ordoño II.


Mauregato reina hasta el año 789. Pese a su fugaz mandato, asiste como monarca a dos acontecimientos de gran importancia, cuyas consecuencias alcanzarán incluso al reinado de Alfonso II. Se trata del Concilio de Sevilla, del 784, inicio de la querella Adopcionista y de los primeros síntomas de un culto jacobeo en la península.

A su muerte le sustituyó Bermudo I, que apenas duró dos años en el poder. Tras su derrota ante los musulmanes en Burbia, en el 791, abdica en Alfonso, que es ungido monarca según el rito visigodo el 14 de septiembre del mismo año. Una de sus primeras decisiones es la de trasladar la sede regia a Oviedo, emplazamiento estratégico, en lo alto de una colina, entre la costa y la llanura central, con mayores posibilidades de explotación agrícola y, ante todo, para controlar mejor las comunicaciones a través del valle del Nalón, el Caudal y el Narcea, vías de acceso a Asturias desde León, Galicia y Cantabria.

Alfonso II, un rey constructor

Alfonso ordena la construcción de un conjunto arquitectónico cuyo eje central es la catedral del Salvador, de la que la Crónica Silense nos dice que fue encargada al arquitecto Tioda. Unida a ella por el norte estaba la iglesia de Santa María, a cuyos pies disponía de una tribuna y una cámara destinada a panteón real, por lo que se deduce que su función era la de capilla para celebrar las honras fúnebres de los monarcas. Además, el conjunto catedralicio se completaba con la iglesia de San Tirso, cuyo testero de la capilla central ha llegado hasta nuestros días, una zona cementerial y toda una serie de residencias para el alto clero.


El núcleo central de Oviedo se completaba con el palacio regio y una serie de dependencias destinadas a sede del gobierno del Reino. De este conjunto palaciego, sólo se ha conservado la capilla palatina, hoy llamada Cámara Santa. Esta capilla fue mandada construir por orden expresa de Alfonso II para albergar las reliquias que habían llegado a Asturias procedentes de Toledo a raíz de la conquista musulmana, de las que la Crónica Silense asegura que procedían de la misma Jerusalén. La idea de fortalecer el trono con el poder santificante de unas reliquias se debe a la influencia carolingia (Aquisgrán e Ingelheim). Bajo la capilla existía una cripta, dedicada a Santa Leocadia y San Eulogio, mártires toledanos.


A estos tesoros arquitectónicos, habría que unir la llamada Cruz de los Ángeles. Una magnífica pieza de orfebrería en la que figura el lema del monarca "Hoc signo tuetur pius, hoc signo vincitur inimicus". La adoración de la cruz y la consagración de la catedral al Cristo Salvador, constituyen toda una declaración de intenciones del monarca ante la polémica religiosa que le tocó vivir.

La querella Adopcionista y el hallazgo del sepulcro de Santiago

El origen del adopcionismo es una cuestión controvertida. Algunos historiadores defienden que Félix de Urgel y Elipando de Toledo reinterpretaron la condición humana de Cristo para hacer más aceptable la fe cristiana al musulmán; otros lo atribuyen a un desliz y otros ven tras ello implicaciones de índole política. Sea como fuere, el debate sobre la humanidad de Cristo estaba en plena ebullición cuando Elipando convoca un concilio en Sevilla, en el año 784, para condenar a Migecio, que se había mostrado especialmente activo. Es entonces, en el Credo de este concilio firmado por Elipando, donde se escribe la frase de la polémica, en la que se habla de una doble naturaleza de Cristo "en cuanto Dios, Hijo por naturaleza del Padre, y en cuanto hombre, hijo adoptivo de Dios".

Las actas del sínodo llegaron hasta el remoto monasterio de San Martín de Liébana, desde el que el monje Beato escribe su Tratado Apologético en contra de las tesis de Elipando. Encontrará como aliado en su alegato al monje Eterio de Osma, refugiado en los Picos de Europa, y, lo que es más importante, al propio Alfonso II, que apoyado por Carlomagno, vio la posibilidad de romper con la iglesia toledana para convertir a Oviedo en la única sede hispana reconocida por Roma, con lo que al poder político de su sede regia uniría la autoridad religiosa, que se vería reforzada por un acontecimiento extraordinario, el descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago, que tuvo lugar entre los años 820 y 830 en los confines de la Mahía (Amaea), en la primitiva diócesis de Iria Flavia.

El ermitaño Pelayo y los feligreses de la antigua iglesia de San Félix de Solobio localizaron unas luminarias en el bosque, acompañadas de cantos angélicos. El obispo iriense, Teodomiro, acude inmediatamente a la zona, encuentra un túmulo funerario y lo identifica con el sepulcro del Apóstol. Alfonso II acudió con su familia y la corte real al lugar del hallazgo, comunicándolo ipso facto a Carlomagno, con quien mantenía una relación muy fluida. El monarca astur mandó construir en Arcis Marmóricis, topónimo del lugar en el que se localizó el túmulo, una iglesia de una nave con techumbre de madera, que probablemente seguiría el estilo de las construcciones de Oviedo, y en cuya cabecera se mantuvo el sepulcro romano.

Política territorial de Alfonso II

Tras una rebelión desencadenada en septiembre del año 801, que le costó su exilio en el monasterio de Ablaña, Alfonso II vuelve a la actividad regia gracias a la intervención de un grupo de fideles regis dirigido por Teuda, un noble visigodo. Estos acontecimientos pueden tener relación con la división de la sociedad astur, entre los partidarios de la ortodoxia goda y los heterodoxos próximos a Toledo.

Su política territorial se centró en la repoblación de los territorios que más adelante darían lugar al condado de Castilla. Fundó monasterios como el de Taranco, en el valle de Mena, y repobló el valle de Valpuesta, donde el obispo Juan estableció una diócesis. Sin embargo, Alfonso tuvo que dedicarse a contener los ataques de Hicham I, que en el año 795 volvió a ocupar la ciudad de Oviedo. Los musulmanes se dedicaron a lanzar razzias periódicas sobre las tierras recién repobladas, especialmente en Álava, la futura Castilla y Galicia, para garantizar su sometimiento, pero afortunadamente para Alfonso, las revueltas internas que tuvieron lugar en Al-Andalus y la presión franca en los pirineos, que provocaron la pérdida de Gerona (785) y Barcelona (801), obligaron a los dirigentes musulmanes a distribuir sus esfuerzos. Esto permitió a Alfonso reorganizar sus dominios y presentar una resistencia formidable, que cristalizaría en victorias como la del río Lutos, cerca de Grado, en el año 794, lo que le otorgó una gran fama como caudillo militar.

Alfonso II, que no se casó, murió sin descendencia en el año 842. Heredó de su padre un fuerte temperamento y un gran carácter guerrero. Introdujo en la iglesia astur el celibato, de ahí su apelativo de "El Casto", aunque antiguamente llegó a conocérsele como "El Magno", debido a sus triunfos. Es precisamente esta devoción por la castidad lo que ha hecho que algunos historiadores le vinculasen con cultos priscilianistas, muy arraigados en Galicia, donde el monarca astur se recluyó en dos ocasiones, pero no se trata más que de una conjetura.

Hechos especialmente significativos de su reinado fueron el traslado de la capital a Oviedo, establecimiento de relaciones con Carlomagno, el descubrimiento del sepulcro de Santiago y el auge del prerrománico asturiano (construcción de la Cámara Santa de Oviedo, San Tirso y la de San Julián de los Prados.

(Autor del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Mario Agudo)

https://www.arteguias.com/biografia/alfonsoiicasto.htm

Biografía de Ramiro I, rey de Asturias

Biografía del rey Ramiro I



Ramiro I protagonizó un breve pero intenso reinado, en el que tuvo que hacer frente a una rebelión interna, a los ataques de los normandos y a las aceifas musulmanas, que seguían realizando incursiones por zonas recientemente repobladas.

A todo ello hay que sumar su impulso constructor, que dio como fruto dos de las perlas del arte prerrománico asturiano, nada menos que los edificios palatinos de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, hasta el punto de dar nombre al llamado estilo Ramirense.

La llegada al poder de Ramiro I

La muerte sin descendencia de Alfonso II "El Casto" en el año 842, provocó un nuevo enfrentamiento entre aspirantes al solio regio astur. Según nos relata la Crónica Najerense, Ramiro se encontraba en las Bardulias para contraer matrimonio cuando fue elegido sucesor de la corona. Un conde próximo a la corte, de nombre Nepociano, cuñado del rey fallecido, aprovechó la ausencia del futuro monarca para acceder al trono de forma ilegítima.


La noticia llegó rápidamente a Ramiro, que se refugió en los alrededores de Lugo para formar un ejército que le permitiese dirigirse a Oviedo para recuperar su reino. Nepociano salió a su encuentro a orillas del Narcea, pero fue derrotado en la batalla de Cornellana. Según nos relata la Crónica Najerense, el conde rebelde fue abandonado por sus hombres, por lo que se dio a la fuga. Lamentablemente para él, los condes Escipión y Sommán lo encontraron y se lo entregaron al vencedor, que le aplicó la pena de ceguera con reclusión de por vida en un monasterio.

Este episodio nos recuerda la llegada al poder de su predecesor, Alfonso II, quien también fue obligado a recluirse en Galicia en dos ocasiones, en el 783, cuando tuvo que ver cómo Mauregato le arrebataba el trono y en el 801, cuando una rebelión le obligó a recluirse en el monasterio de Ablaña. En ambos casos, se observa como a la muerte de un monarca astur se suceden corrientes enfrentadas por llegar al poder, que denotan un conflicto en el sistema de sucesión al que pondrá fin la imposición de la línea patrilineal a raíz del reinado de Ramiro I, que se consolidará con la sucesión de su hijo, Ordoño I.

Pese a todo, aún tuvo Ramiro I que enfrentarse a más rebeliones internas. La Crónica Najerense nos relata cómo dos nobles, de nombres Alvito y Piniolo, se levantaron sucesivamente contra el monarca, que sofocó de forma radical ambos intentos. Su severidad en la administración de la justicia contra rebeldes, ladrones, salteadores, magos y adivinos, le valió el apelativo de "vara de la justicia", como nos señala la Crónica Albeldense.

Los normandos y la batalla de Clavijo

Pero los problemas no le venían a Ramiro I solamente del interior de su reino. En el año 843, un grupo de 70 naves normandas capitaneadas por Wittingur, penetró en el Cantábrico hasta asomarse a las costas de la ciudad de Gijón. Al verla tan fuertemente defendida, los incursores se alejaron hasta desembarcar en el faro de Brigantium (La Coruña), en el 844.

Ramiro I envió un contingente de soldados para hacerles frente y consiguió expulsarlos, causando buen número de víctimas entre los invasores, que siguieron rodeando la península hasta introducirse en Sevilla a través del Guadalquivir, donde fueron repelidos por las tropas emirales.

Ramiro I no se prodigó en exceso contra los musulmanes, con quienes la Crónica Najerense asegura que hizo la guerra dos veces, quedando siempre vencedor. Sánchez Albornoz asegura que realizó una incursión por León, ciudad que repobló, y por el Bierzo, pero una aceifa en el año 846 dio al traste con esta tarea expansiva.

La otra incursión a la que hace referencia la Najerense podría ser la mítica batalla de Clavijo, pero las referencias históricas nublan de nubarrones la legendaria contienda, donde la tradición popular asegura que el Apóstol Santiago se presentó en sueños al rey Ramiro I mientras estaba cercado por el enemigo para decirle: "...ten valor, pues yo he de venir en tu ayuda y mañana, con el poder de Dios, vencerás a toda esta muchedumbre de enemigos, por quienes te ves cercado..."


Tenemos noticia de Clavijo a través de un documento del siglo XII en el que Pedro Marcio, un canónigo de Santiago, copia un original de privilegio otorgado por el rey Ramiro I en el que establecía el voto de Santiago, es decir, una serie de cuantiosas donaciones a la sede compostelana en acción de gracias por la victoria en la famosa batalla. Sin embargo, en la redacción de este documento encontramos diferentes errores históricos y cronológicos que hacen sospechar que pudo haber sido un invento de la época para garantizar por escrito algún tipo de compromiso oral del pasado, basado posiblemente en un hecho real, pero exagerado para justificar la cuantía de los privilegios.

La leyenda crece cuando en el Chronicón Mundi, del obispo Lucas de Tuy y en la Historia de los Hechos de España, de Rodrigo Jiménez de Rada, se identifica la batalla de Clavijo con el fin del tributo de las cien doncellas, humillante castigo que, según la tradición oral, los musulmanes imponían a los cristianos como símbolo de su dominación.

Si acudimos a las fuentes cronísticas oficiales, tanto asturleonesas como musulmanas, no encontramos referencias directas a la batalla. Las norteñas, al hacer balance del reinado de Ramiro, nos hablan de las rebeliones internas, del ataque de los normandos y de la construcción del conjunto palaciego del Naranco. Solamente la Najerense nos habla de dos campañas contra los musulmanes, pero no especifica cuáles. Las crónicas de época de Abd Al-Rahman II, emir coetáneo del astur, son más desoladoras, pues hacen referencia a dos aceifas, una contra León, la ya mencionada en el año 846, y otra contra Álava, pero no se hace eco de ninguna otra.


Sin embargo, ambas crónicas sí que reflejan tensos combates en los alrededores de Clavijo en época de Ordoño I. Concretamente, las fuentes asturleonesas señalan como este rey cercó la ciudad de Albelda, estableciendo su centro de operaciones en el monte Laturce, es decir, el lugar donde se ha identificado el supuesto campo de batalla del legendario enfrentamiento.

Todo parece indicar, por tanto, que los hechos que acontecieron en Clavijo fueron engrandecidos posteriormente con un fin netamente propagandístico, tal y como ocurriera con la escaramuza de Covadonga. El esfuerzo reconquistador de los siglos XII y XIII requería de un estímulo moral que bebía de las fuentes legendarias que los cronistas contemporáneos fueron construyendo sobre los retazos del pasado más inmediato.

Ramiro y la arquitectura: El conjunto palaciego del Naranco

Si por algo ha pasado a la posteridad el rey Ramiro I ha sido por la construcción del conjunto palaciego del monte Naranco, cuyo estilo ha sido bautizado, en honor a su promotor, como arte Ramirense, para significar su valor único dentro del arte astur.

El conjunto se levantó a unos tres kilómetros de Oviedo, en la ladera sur del monte Naranco, situado en mitad de un rico coto de caza. Allí había existido una estación termal romana e, incluso, un pequeño santuario dedicado a San Miguel, obra rústica fechable en época de su predecesor, Alfonso II. Sobre tales restos, el rey ordenó la construcción de un complejo palacial de recreo, de ciertas reminiscencias carolingias, que comprendía, según Fernando de Olaguer-Feliú, un pabellón real, una iglesia palatina y una serie de construcciones anejas, como perreras, establos y dependencias serviciales.


Recientes interpretaciones, fruto de un estudio elaborado por la Universidad de Oviedo, apuntan a que el conjunto palaciego se construyó en el contexto del enfrentamiento entre Ramiro I y Nepociano, convirtiéndose el recinto del Naranco en una segunda residencia real frente a la que ostentaba el conde rebelde.

Sea como fuere, la mayor aportación de los edificios construidos, fue la capacidad de unificar la herencia artística astur y visigoda con las influencias carolingias y bizantinas, dando lugar a un estilo ecléctico único en el mundo. De aquella construcción, podemos observar aún hoy el pabellón real, transformado en la iglesia de Santa María del Naranco, y la capilla palatina, actual iglesia de San Miguel de Lillo.

Ramiro I, que probablemente contrajo matrimonio en dos ocasiones, con Paterna y con Urraca, murió en el año 850. Le sucedió al frente del reino astur su hijo Ordoño I, estableciendo así una línea de sucesión patrilineal que ponía fin a los problemas derivados del tradicional sistema gentilicio indígena.

https://www.arteguias.com/biografia/ramiroiasturias.htm

Biografía de Alfonso III El Magno. Rey de Asturias

Biografía del monarca asturiano Alfonso III, "El Magno"


Estimulado por las conquistas de su padre, Ordoño I, que tomó las ciudades de León y Astorga, Alfonso III extenderá la frontera astur hasta el Valle del Duero, repoblando a su paso amplias áreas territoriales. Combatió a los nobles disidentes, contuvo los particularismos regionales y diezmó al enemigo islámico. Gracias a su vigorosa personalidad y a una sabia política de alianzas, pudo consolidar el reino astur, que alcanzó su máxima expansión y madurez bajo su mandato.

Sin embargo, no podemos reducir su biografía al terreno de la política, puesto que el Rey Magno fue además un gran impulsor de la cultura y de las artes, aspectos que completan el perfil del que fue probablemente el monarca más importante en la historia del reino astur.

La expansión territorial

En el año 866, inmediatamente después de la muerte de su progenitor, Alfonso III tuvo que afrontar la rebelión del conde gallego Fruela Bermúdez, que impidió su acceso al trono.

Refugiado en Castilla bajo la protección del conde Rodrigo, esperó a que los fideles regis dieran muerte al usurpador para recuperar el solio regio. Pero no terminaron ahí sus sobresaltos, ya que en el año 867, el Rey Magno tuvo que someter a los indómitos vascones.

Las revueltas nobiliarias y las tendencias separatistas que proliferan en los extremos occidental y oriental de su reino obligarán a Alfonso III a imponer su autoridad a través de un centralismo político que le permite mantener la cohesión de sus territorios. De cara al exterior, el Rey Magno se aprovecha de los sucesivos levantamientos de bereberes, árabes y muladíes contra el poder Omeya, firmando alianzas con los disidentes. Los Banu Qasi zaragozanos, Ibn Marwan en Mérida o Umar Ben Hafsun en la serranía de Ronda se convertirán en sus aliados ocasionales. Además, su matrimonio con Jimena le acerca a Pamplona, lo que le servirá para estabilizar la frontera oriental.


Inicia su campaña expansiva por el oeste, donde conquista el territorio que se extiende al sur del Miño, ocupando las ciudades de Oporto y Chaves en el 868. También caen Braga, Lamego y Viseo. Diez años más tarde alcanza la otra orilla del Duero y toma Coimbra, con lo que sitúa la frontera en el Mondego. Con motivo de la rebelión de Ben Hafsum, Alfonso III se interna por Sierra Morena, llegando hasta el Guadiana, donde derrota al emir Muhammad I en la batalla de Oxifer, que pondría punto final a su campaña occidental.

El Rey Magno va modelando una ideología justificadora de las conquistas. Barbero y Vigil señalan que fue rompiendo progresivamente las arcaicas instituciones cántabro-astures para propugnar una vuelta a lo visigodo, tendencia que habían apuntado sus antecesores, pero no desarrollado como hasta ahora. Para ello, se apoyó en la historiografía, que él mismo potenció para generar la creencia de que el reino astur era el continuador del reino visigodo de Toledo.

Al oeste, Alfonso III tiene que hacer frente a las ofensivas del príncipe al-Mundhir, hijo del emir Muhammad I, que provocan continuos enfrentamientos entre el 875 y el 883. Sus primeras incursiones tuvieron lugar en León y el Bierzo, pero fracasaron. La contraofensiva astur se salda con la toma de Deza y Atienza. La respuesta musulmana no se hace esperar, en el año 878 al-Mundhir dirige sus tropas de nuevo hacia León y Astorga, mientras que Salid ben Ganim llega hasta el Órbigo. El Rey Magno, sin esperar a que ambos ejércitos se unan, sale al paso del segundo, a quien derrota en la batalla de Polvoraria, lugar situado en la confluencia de los ríos Órbigo y Esla. Al Mundhir se retira, pero Alfonso III le intercepta en el valle de Valdemora, donde le derrota.

En el verano del año 882, al Mundhir se dirige de nuevo hacia el norte, remonta el Ebro y se interna en La Rioja, consiguiendo pequeños triunfos, pero evitando la confrontación con el monarca astur. Alfonso III firma un acuerdo con el príncipe musulmán a través del que se produce un intercambio de prisioneros y la retirada de las tropas emirales.


Las campañas militares finalizan en el año 884, cuando Muhammad I y Alfonso III firman un acuerdo de paz. Ambos tienen que dedicarse a estabilizar sus reinos. El Rey Magno se encuentra con un levantamiento de sus hermanos Froila, Odoario y Vermudo, que se hacen fuertes en Astorga. A ellos les siguen otros condes, pero rápidamente son sofocados y ajusticiados.

Los problemas internos en el emirato de Córdoba facilitan la expansión hacia Zamora, que cae en el 893 y Dueñas, en el centro de los Campos Góticos. A principios del siglo X, el Mahdi Ibn-al-Quitt, apoyado por bereberes, trata de recuperar Zamora, pero no lo consigue. Castilla, territorio considerado tradicionalmente bajo dominio astur, aunque sus condes actúen de manera relativamente independiente, comienza a ampliar también sus dominios a través de los cursos de los ríos Arlanza y Arlanzón. En el 884, el conde Diego Rodríguez funda Burgos.

Las conquistas vienen acompañadas por el fenómeno repoblador. Gentes del norte y mozárabes procedentes del sur, se instalan en las nuevas tierras, en las que los monasterios comienzan a jugar un papel fundamental. En esta época se fundan el de Cardeña (884), en Burgos y San Pedro de Montes y Santiago de Peñalba, en el Bierzo. San Froilán y San Atilano fundan Tavara y Moreruela. Sahagún, arrasado por al-Mundhir en una de sus campañas, se reconstruye en el 904 y se repuebla con monjes mozárabes, al igual que San Miguel de Escalada en el 913, una vez muerto el Rey Magno.

Sampiro nos cuenta como a su vuelta de una campaña en Toledo, hacia el año 906 o 907, Alfonso III se enfrenta con una rebelión organizada por sus propios hijos. Apresa a García, pero ante las presiones recibidas abdica y se retira a su residencia en Boides. En el año 910 muere en Zamora, repartiéndose su reino entre sus hijos.

Alfonso III, promotor de la cultura y el arte

Durante el mandato del Rey Magno, se recopiló una escogida biblioteca y se potenció la realización de estudios historiográficos, con una intención política, como hemos visto. Fruto de este esfuerzo fue la elaboración de la llamada Crónica de Alfonso III. También se redactaron la Crónica Profética y la Albeldense, que junto con la anterior configuran el primer ciclo cronístico de la Reconquista.

En el plano artístico, el monarca astur hizo crecer los barrios de Oviedo, fortificando la ciudad entre los años 872 y 875. Allí construyó obras civiles, como la Foncalada, una fuente que todavía hoy puede verse en plena ciudad moderna. En el valle de Boides, próximo a Villaviciosa, creó un conjunto de pabellones reales unido a una capilla palatina. De ellos sólo se ha conservado la iglesia, que al estar próxima al monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós se la conoce actualmente como San Salvador de Valdediós.


A orillas del río Trubia, funda la iglesia de los santos mártires Adriano y Natalia, hoy conocida como San Adriano de Tuñón. Además, mandó construir la desaparecida iglesia del Salvador, dentro del castillo de Gozón, fortaleza costera que edificó para prevenir nuevos ataques normandos. Bajo su reinado, pero no por su iniciativa, se crearon las iglesias de Santiago de Gobiendes y San Salvador de Priesca.


Fuera de Asturias, a petición de Sisnando, obispo de Compostela, reemplazó el antiguo santuario que cobijaba al Apóstol por un templo que, por su envergadura e importancia, debió de constituir el ejemplo más valioso de la etapa final del arte astur. Fue incendiado en el 997 por Almanzor, hasta que años más tarde, el edificio románico acabó por sepultar la primitiva construcción.

En el mencionado castillo de Gozón existió un taller de orfebrería cuyos trabajos muestran influencias de los centros de San Denís y Milán, por lo que sus relaciones con el exterior debieron de ser evidentes. De allí salieron piezas tan valiosas como la cruz que Alfonso III ordenó fabricar para adornar la basílica de Compostela, desaparecida en el año 1906 o la impresionante Cruz de la Victoria, concluida en el año 908, que fue donada a la catedral de Oviedo, donde se conserva en la actualidad, en la Cámara Santa. Además, del taller de Gozón salieron dos relicarios, el de la caja de las Ágatas, conservado también en la Cámara Santa y una caja-relicario conservada en Astorga.

(Autor del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Mario Agudo)

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