(3) ROMANICO ESPAÑOL
Biografías de reyes y condes de Castilla y/o
León
Siglo X
Biografía
de Ordoño II. Rey de León
Ordoño
II y la Crónica Najerense
La Crónica Najerense es pródiga en alabanzas a
Ordoño II, de quien dice que "tras vencer a los bárbaros de toda España
después de una guerra generalizada, todas sus ciudades las hizo tributarias
suyas.
Era, en
efecto, previsor en toda guerra, justo con los ciudadanos, misericordioso con
desvalidos y pobres y destacado en el conjunto de los deberes de gobierno del
reino".
Hijo de
Alfonso III, el monarca leonés, guerrero y enérgico, intercambió grandes
victorias y sonadas derrotas frente a su gran enemigo, Abd al-Rahmán III;
trasladó definitivamente la sede regia a la ciudad de León y consolidó la estrecha
relación que su padre había comenzado a trabar con el reino pamplonés, clave
para unificar el frente cristiano frente al enemigo musulmán.
El
comienzo de su reinado
Alfonso III muere en el año 910 en Zamora, provocando la división de su
reino entre sus hijos, quienes según Sampiro se habrían rebelado en vida de su
padre obligándole a retirarse a Boides. Sea como fuere, el reino astur se
fracciona en tres partes tras el gobierno del Rey Magno. El primogénito,
García, gobierna en León y los territorios recientemente anexionados; Fruela,
hereda el núcleo astur y Ordoño, Galicia.
La Crónica Najerense nos dice que todavía en vida de su padre, Ordoño
"atacó la Bética con un ejército. Luego, tras devastar los campos por
doquier e incendiar las aldeas de la primera acometida, tomó luchando la ciudad
de Beja que, de entre las ciudades occidentales de los bárbaros parecía la más
fuerte y la más rica. Y liquidando con la espada a todos los guerreros caldeos,
volvió vencedor a la ciudad de Viseo, con un gran número de cautivos y de
despojos".
Vemos así como, antes de alcanzar la corona, Ordoño aparece ya como un
hombre guerrero, fama que se consolidará en agosto del año 913, cuando, como
rey de Galicia, dirige una expedición contra Ébora, dando muerte al gobernador
de la ciudad. Las crónicas ismaelitas aseguran que "nunca habían sufrido
los musulmanes de Al-Ándalus desde su establecimiento derrota más espantosa y
horrible de ver a manos del enemigo".
El año
siguiente será clave para el devenir del reino leonés. Tras una campaña en La
Rioja, García vuelve a Zamora, probablemente enfermo, donde muere en el año
914. Su hermano acude desde Galicia para ser ungido y coronado, según la
Crónica Silense, siguiendo la costumbre visigoda, por una asamblea de obispos y
magnates. Es entonces cuando Ordoño se convierte en rey de León, situándose al
frente de una nueva unidad política, puesto que Fruela, que había quedado al
frente de Asturias, reconoce la superioridad de su hermano.
El nuevo monarca consolida León como sede regia, confirmando la decisión
tomada por su hermano García. Reconstruye sus murallas, edificando nuevos
templos y palacios. A pesar de que la tradición apunta a que cedió parte de su
residencia real como solar para la edificación de la catedral, sólo puede afirmarse
que donó algunas posesiones para engrandecer la sede leonesa, que había sido
instaurada por Ordoño I en el año 874, cuando junto al obispo Fruminio, erigió
la iglesia de Santa María y San Cipriano, ubicada en el mismo solar que la
actual, como catedral.
Las
campañas militares de Ordoño II
En el año 915, Ordoño II reemprende ya como monarca leonés las campañas
contra el enemigo musulmán. Aprovechándose de la despoblación de grandes zonas
del interior de Al-Ándalus, concentra un gran ejército en Zamora, desde donde
parte cruzando el Duero hacia Mérida. La expedición pasa por Medellín,
atraviesa el Guadiana y penetra en La Serena con el propósito de atacar por
sorpresa Miknasa, cuya localización exacta aún se desconoce.
Sin embargo, las crónicas cuentan cómo los guías musulmanes del rey
leonés, para salvar las vidas de sus compatriotas, le condujeron por
intrincados caminos, lo que acabó con las fuerzas de los cristianos. El engaño
lo pagaron con sus vidas, pero cumplieron con su cometido. Ordoño II prosiguió
su avance hacia Magacela, hasta llegar de nuevo a Medellín para iniciar el
camino de regreso. A su paso rindió algunos castillos, como el de Alanje.
Acampó frente a la ciudad fortificada de Mérida, a la que no atacó, quizás por
los agasajos de su gobernador, y desde allí, regresó a León cargado de cautivos
y ganado, habiendo hecho tributarios a los marwanidas de Badajoz.
A partir del año 916, Abd al-Rahmán III pasa a la ofensiva, dirigiendo
personalmente cruentas aceifas con el objetivo de contener la frontera norteña,
infundir terror entre los cristianos y obtener el máximo botín posible para
dedicarse entonces a la pacificación interior del emirato. Ese mismo año se
dirige hacia León, devastando todas las tierras a su paso. El año siguiente,
conduce al ejército omeya hacia San Esteban de Gormaz, pero esta vez es
derrotado por Ordoño II, aliado para la ocasión con Sancho Garcés I, rey de
Pamplona. La victoria anima a los monarcas cristianos, que se lanzan a la
ofensiva sobre La Rioja. Saquean Nájera y Tudela, tomando Calahorra y Arnedo en
el año 918. Este mismo año, los cordobeses, de la mano del hachib Badr,
obtienen un gran éxito militar en Mitonia, territorio situado probablemente al
sur del río Duero, pero cuyo emplazamiento exacto se ignora.
En el año 919, Ordoño II canceló una campaña contra la Marca Central,
por temor a la respuesta de Abd al-Rahmán, lo que muestra que los cristianos
acusaron moralmente la última derrota. Esta tendencia se ratificará en el año
920, cuando el califa omeya pone en marcha la llamada campaña de Muez. Sigue la
ruta de Guadalajara y Medinaceli, hasta alcanzar la frontera del Duero, donde
toma las fortalezas de Osma, San Esteban de Gormaz y Alcalá. Marcha después a
Clunia, abandonada por sus habitantes, para llegar hasta Tudela, en la Marca
superior, con el fin de socorrer a la población musulmana de los ataques del
monarca Sancho Garcés I. Conquista Calahorra, que había sido evacuada en la
campaña cristiana anterior y se encamina hacia Pamplona. El monarca pamplonés
une sus fuerzas a las de Ordoño II para hacer frente a los musulmanes, pero
sufren una enorme derrota en Valdejunquera. Abd al-Rahmán III deja tras de sí
huellas evidentes de destrucción: campos arrasados, pueblos incendiados y
saqueados, fortalezas e iglesias destruidas y, sobre todo, muchos muertos.
Sin embargo, estas escaramuzas no son más que un intercambio de golpes,
pues no se producen movimientos significativos de la línea fronteriza. Cuentan
las crónicas que, a raíz de Valdejunquera, Ordoño II apresó a los condes
castellanos Nuño Fernández, Fernando Ansúrez, Albomondar Albo y su hijo Diego,
acusándoles de no haber defendido como se esperaba sus posiciones, propiciando
la incursión omeya.
Poco después, recobraron la libertad mediante pactos y promesas de fidelidad.
Parece que los castellanos temían que con la alianza de Ordoño II y Sancho
Garcés, el monarca pamplonés se asegurase la carrera por La Rioja, aspiración
territorial de éstos, por lo que debieron de relajar su intensidad defensiva.
La derrota no amilanó al monarca leonés, que en el año 921 realiza una
incursión por tierras de Medinaceli, Atienza y Sigüenza, en la que quema varios
castillos, saquea la región y obtiene un cuantioso botín. En 923, aliado de
nuevo con Sancho Garcés, vuelve a dirigir sus miras hacia La Rioja. El
pamplonés toma Viguera y el leonés rinde Nájera.
En el año 924, Ordoño II repudia a su mujer, la gallega Aragonta y toma
como esposa a Sancha, hija de Sancho Garcés. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo
de disfrutar del matrimonio, ya que muere este mismo año. Le sucede su hermano
Fruela II, que al año de gobierno muere de lepra provocando una enorme crisis
sucesoria.
(Autor del texto del artículo/colaborador de
ARTEGUIAS: Mario Agudo)
https://www.arteguias.com/biografia/ordonoiileon.htm
Fernán
González, Conde de Castilla
Durante el reinado de Ordoño I de Oviedo, y como
consecuencia de la necesidad de reforzar las fronteras orientales frente a los
musulmanes, nace el Condado de Castilla en el extremo este del Reino Astur.
El primer conde de Castilla será Rodrigo (año 850) y desde entonces
Castilla, un pequeño y difuso territorio situado en el norte de lo que hoy es
la actual provincia de Burgos cobrará entidad propia, al principio como condado
dependiente de Oviedo o León, más tarde como condado independiente aunque con
reconocimiento (teórico) de la autoridad de León y por último como reino (a
partir del reinado de Sancho Garcés III de Navarra)
Uno de aquellos legendarios condes castellanos altomedievales fue Fernán
González, uno de los grandes personajes ligados al sentimiento patriótico
castellano.
Si comparamos con objetividad a Fernán González con el mismísimo Cid
Campeador, cuyas hazañas legendarias se han perpetuado en la memoria colectiva
del pueblo, observamos que figura del Conde tiene aún mayor carácter castellano
y fue más decisiva en la historia de Castilla que la del Campeador.
Y es que en el extenso periodo de tiempo que Fernán González gobernó Castilla,
logró la independencia, de facto, del Condado, estableciendo el carácter
hereditario de su gobierno y afirmando las bases para que, décadas más tarde,
se constituyera en reino.
Fernán González nació probablemente en el castillo de Lara (Lara de los
Infantes) en la Sierra de la Demanda burgalesa en una fecha indeterminada de
los inicios del siglo X.
Fue hijo de Muniadona y Gonzalo Fernández, a su vez conde de Burgos y de
Castilla, supuesto descendiente de Nuño Rasura, uno de los dos jueces de Castilla,
y de Rodrigo, el primero de los condes de Castilla.
En el año 931, Fernán González aparece como Conde de Burgos, Castilla,
Asturias de Santillana, Lara, Lantarón, Cerezo y Álava y es persona respetada e
influyente en la corte de Ramiro II de León, puesto que en los enfrentamientos
que se suceden durante la cuarta década del siglo X con los ejércitos
cordobeses, Ramiro y Fernán González aparecen siempre combatiendo juntos.
El acontecimiento decisivo para su encumbramiento debió ser el apoyo
que, de nuevo, las tropas del buen Conde prestaron al rey Ramiro en la famosa
batalla de Simancas, celebrada en el año 939 y en el que un inmenso ejército
musulmán intentó acabar definitivamente con los levantiscos reinos cristianos
del norte, reuniendo un ejército formidable para la época.
La victoria cristiana en Simancas y días más tarde en un lugar impreciso
de Guadalajara o Soria (jornada del barranco) fue tan rotunda que hasta el
propio Califa
Abderramán III estuvo cerca de perder la vida.
Este acontecimiento permitió a Fernán González extender inmediatamente
su acción repobladora hasta la Cordillera Central (Sepúlveda y Riaza fueron
repobladas en el año 940)
Poco después Fernán González se casa con Sancha, hermana del rey de Navarra
García Sánchez lo que refuerza su poder y le permite acentuar su política
autonomista.
Para bajar los humos al Conde, Ramiro II nombra a Assur Fernández conde
de Monzón (con dominio sobre los territorios comprendidos entre el Cea y el
Pisuerga, recién conquistados a los árabes) tapando la expansión de Fernán
González por Tierra de Campos lo que provoca que éste se rebele y se enfrente
al rey leonés.
Fernán González es encarcelado (944-945) en León y Assur Fernández es
nombrado durante este periodo conde de Castilla.
Tras ese año en la cárcel, llega la reconciliación entre Ramiro y Fernán,
posiblemente porque el empuje del califa cordobés exige aunar esfuerzos para
combatirlo. De esta manera, Fernán González recupera el título de Conde
Castilla y emparenta con el propio rey tras la boda entre su hija Urraca con el
hijo de Ramiro, y heredero del trono de León, el futuro Ordoño III.
Los últimos años de vida del Fernán González están marcados por los
desórdenes dinásticos de León, iniciados por los problemas sucesorios tras la
muerte de Ramiro II y las luchas entre sus hijos Ordoño III y Sancho I, Durante
estos años el conde castellano toma partido por uno o por otro bando en función
de los enredados avatares políticos y de su propia conveniencia.
Fernán González muere en el año 970 en Burgos, dejando unas tierras
autónomas, fortalecidas y acostumbradas a la vida de frontera y al combate. Tal
fortaleza hará que unos pocos años después, cuando Almanzor toma las riendas
del Califato y someta a los reinos cristianos a los más duros de los azotes
guerreros, Castilla, aun sufriéndolos también, se vea menos afectada y entre en
el siglo XI con buenas perspectivas para convertirse
en un gran reino.
El arte en los tiempos de Fernán González
A lo largo y ancho
de la Sierra de la Demanda y en otras comarcas cercanas de Burgos existen
algunos edificios prerrománicos que bien pudieran ser de tiempos de Fernán
González o algunas décadas anteriores o posteriores. Aunque la mayoría
sufrieron reformas y adiciones en época románica, lo conservado es suficiente
para conocer algunas de sus características:
- Se
trata de pequeñas iglesias, modestas en tamaño, recias y utilitarias, como
la época en que se construyeron.
- Las
cabeceras son planas
- Están
muy escasamente decoradas.
- La
fábrica es de sillería a base de sillares de gran tamaño, que recuerdan (e
incluso se confunden) con la de los antiguos edificios visigóticos.
También se emplea la mampostería en algunos casos.
- La
puertas eran de simple arco de herradura poco sobrepasado, también al estilo
hispanorromano y visigótico.
- Parece
que estas construcciones condales se impregnaron poco de las formas
califales que los mozárabes trajeron de Andalucía y que tanto afectó a la
arquitectura de repoblación que aparece más al oeste, en el Reino de León.
- Como conclusión, se aprecia un continuismo con la tradición anterior de la España cristiana, es decir la correspondiente a la arquitectura tardorromana e hispanovisgótica.
Aunque el edificio emblemático de esta época es el Torreón de Fernán
González en Covarrubias, cabría citar también las torres de Valdeande y
Caleruega, las cabeceras de las iglesias de Santa Cecilia de Barriosuso, San
Vicente del Valle, Barbadillo del Mercado (aunque también podría ser
visigótica), Santa María de Barbadillo de Pez, Tolbaños de Abajo, restos la
iglesia de San Millán de Lara, elementos de la nave de la iglesia románica de
Vizcaínos, etc.
También la nave de la iglesia de Santa María de Cárdaba en el norte de
Segovia, junto a Sacramenia, puede ser de mitad del siglo X.
https://www.arteguias.com/biografia/fernangonzalez.htm
Biografía
de Ramiro II. Rey de León
Biografía
de Ramiro II, "El Grande" de León
Beligerante, enérgico, inteligente, gran estratega y hábil político,
Ramiro II pasó a la posteridad con el sobrenombre de "El Grande",
poniendo fin con su mandato a una de las etapas más brillantes de la historia
del reino astur-leonés, que tras la muerte de este monarca comienza a
eclipsarse ante el empuje pamplonés y castellano.
Ramiro II fue capaz de unir a los cristianos frente a su gran enemigo,
Abd al-Rahmán III, que también se enfrentara a su padre Ordoño; apoyó a los
rebeldes toledanos y zaragozanos para debilitar a su contrincante, reforzó las
relaciones con Navarra y extendió las fronteras de su reino hasta sobrepasar la
barrera natural del río Tormes, hecho impensable hasta años antes de su
reinado.
La
llegada al poder de Ramiro
Tras la repentina muerte de Fruela II en el año 924, se produce una
crisis sucesoria que enfrenta a los hijos de Ordoño II, Alfonso, Sancho y
Ramiro Ordoñez, con el descendiente del recién fallecido monarca, Alfonso
Froilaz. De esta contienda saldría vencedor Alfonso, hijo de Ordoño, que fue
apoyado por el rey Sancho Garcés I de Pamplona, puesto que el leonés estaba
casado con su hija Onega Sánchez. Sin embargo, la muerte prematura de ésta,
sume al nuevo monarca en una profunda depresión que le conduce a la reclusión
monacal en Sahagún.
Ramiro aprovecha la circunstancia para erigirse como rey hasta que
Alfonso IV, ya recuperado y arrepentido de la decisión, se corona en Simancas.
Nuevamente se produce un enfrentamiento entre ambos candidatos, que se salda
con el definitivo ascenso al trono de Ramiro quien, como escarmiento, ordena el
castigo de exorbitación para su hermano, al que recluye en el monasterio de
Ruiforco de Torío, cerca de León. La pena se hace extensible a todos sus
parientes en edad de gobernar, lo que constituye toda una advertencia para la
levantisca nobleza cristiana.
En este contexto se explica el fulminante ascenso de Fernán González,
conde de Castilla que gobernaba las tierras de Lara. Según Pérez de Urbel,
habría dos Castillas diferenciadas, la del Ebro y el Arlanzón y la del Duero y
el Arlanza. La primera, representada por Fernando Ansúrez y Álvaro Herraméliz,
conde de Álava, y la segunda, por Fernán González. El apoyo de éste último a la
causa ramirense sería la clave por la que se explicaría su acopio de poder
durante estos años, que terminará, como veremos, en una rebelión contra el
poder leonés.
Las
campañas militares
Sampiro nos cuenta que mientras Ramiro lideraba una campaña contra la
fortaleza de Madrid, que consiguió ocupar, recibió noticias de Fernán González
desde la frontera castellana, que le informaba de la llegada de un gran
ejército cordobés, comandado por el propio Abd al-Rahmán III. El rey leonés
tuvo que abandonar su intención de apoyar a los rebeldes toledanos, a los que
había prometido protección, para acudir a las proximidades de Osma, donde
derrota al soberano omeya en el año 933, lo que ponía en duda la teórica
superioridad militar de los musulmanes.
Al año siguiente, Abd al-Rahmán III inició la llamada "Campaña de
Osma" para consolidar su hegemonía. Se internó en Navarra, forzando a la
reina Toda a firmar una paz humillante, se adentró en Álava, saqueó Burgos y
San Pedro de Cardeña y recorrió Clunia, Huerta y Alcubilla, cruzando el Duero
para llegar hasta Gormaz, desde donde volvió victorioso a Córdoba. La incursión
supuso un duro golpe para los cristianos.
En el año 935, el rey leonés firma con su enemigo musulmán un acuerdo de
paz, que el propio Ramiro se encarga de romper apoyando a los rebeldes
zaragozanos, que se habían levantado contra Córdoba. Tras varios intentos de
sofocar la rebelión, Abd al-Rahmán tiene que presentarse en Calahorra desde
donde lanza un ejército que asedia y rinde Zaragoza en el año 937, tras ocupar
Calatayud y Daroca.
Estos éxitos animan al soberano cordobés, que se decide a intensificar
las aceifas para provocar el temor entre los cristianos y conseguir una serie
de triunfos que le garanticen la estabilidad fronteriza. En el año 938 lidera
una incursión por tierras norteñas que se salda con 200 cabezas de cristianos
cercenadas y enviadas a Córdoba, como muestra del poder de su líder. Ibn Hayyan
nos cuenta como, al año siguiente, durante una campaña leonesa en Al-Ándalus,
cien nobles leoneses son apresados y conducidos hasta la capital musulmana,
donde Abd al-Rahmán ordena decapitarlos frente a los habitantes de la ciudad, como
señal de su fuerza.
Muy crecido por estas escaramuzas, el soberano omeya llama a la Guerra
Santa contra los cristianos y recluta un ejército jamás visto hasta entonces.
Con mercenarios procedentes del norte de África, voluntarios cordobeses, nobles
y miembros de su guardia, parte el 28 de junio del año 939 hacia el norte
pasando por Toledo. Sin embargo, los cronistas musulmanes nos cuentan como un
mal presagio acontecido al abandonar la capital de la Marca Media, hace que la
moral de la tropa omeya se resienta, un eclipse de sol.
Pese a todo, la campaña comenzó bien. Abd al-Rahmán recorre las tierras
norteñas, consigue el apoyo de Muhammad ibn Hasim al-Tuchibí, emir de Zaragoza
que se había rebelado con el apoyo de los leoneses dos años antes, y obtiene una
primera victoria sobre los cristianos. Sin embargo, los leoneses se recomponen
y lanzan una contraofensiva que supone la derrota y apresamiento de ibn Hasim.
Como respuesta, Abd al-Rahmán se presentó con su ejército ante las
puertas de la ciudad de Simancas, pero fue derrotado de nuevo por una coalición
formada por leoneses, navarros y castellanos, que le persiguieron en su huida
hasta el barranco de Alhándega, que Gonzalo Martínez Díez ha situado en el
término de Caracena, en el camino hacia la fortaleza de Atienza. La destrucción
del ejército omeya fue prácticamente total, hasta el punto de que Abd al-Rahmán
consiguió escapar a duras penas, recomponiendo lo que pudo de su ejército para
retirarse a Córdoba, donde ajustició públicamente a los nobles militares que
habían provocado divisiones en el seno de su tropa, entre ellos Fortún b.
Muhammad b. Tawil.
El
final del reinado de Ramiro II
La victoria de Simancas supuso un duro golpe para los musulmanes, que
vieron como Ramiro II extendió la frontera de su reino hasta el Tormes,
repoblando Ledesma y Salamanca. Paralelamente, en el año 940, Fernán González
repuebla Sepúlveda. Abd al Rahmán no volvió a liderar personalmente ninguna
campaña, se refugió en su capital, donde mandó construir para su distracción el
complejo de Madinat al-Zahra.
En el año 940, un contingente omeya trata de dificultar la repoblación
en la ribera del Tormes y se interna en Galicia, pero no ocasiona graves daños.
Se produce entonces un nuevo pacto entre el rey leonés y el soberano cordobés,
que se rompe en el año 941, cuando el monarca de Pamplona se apodera de algunas
fortalezas de Huesca con el apoyo de Ramiro II, lo que vuelve a desencadenar
las hostilidades con los musulmanes entre los años 942 y 944.
En torno a estos años, se produce también la rebelión de Fernán
González, fruto de la contradicción existente entre la incipiente Castilla y la
monarquía leonesa. Temeroso del poder que iba consiguiendo el conde de Lara,
Ramiro II entrega el condado a Ansur Fernández, lo que no debió de sentar bien
a su antiguo aliado, que comenzaría a sentar las bases de una independencia
real que se plasmaría a la muerte del monarca leonés.
Entre el año 947 y el 950, los musulmanes lanzan nuevas incursiones por
Salamanca y Galicia, pero son derrotados en Talavera por un Ramiro II que
liderará su último gran triunfo, ya que muere en el año 951 tras abdicar en su
primogénito Ordoño III, poniendo fin a una de las etapas más brillantes del
reino astur-leonés.
https://www.arteguias.com/biografia/ramiroiileon.htm
Siglos XI y XII
Biografía de Fenando I "El Grande" o "El Magno". Rey
de Castilla y León.
Biografía
de Fernando I, "El Magno"
Favorecido por la herencia de su padre, Sancho III, rey de Pamplona;
aconsejado por su esposa, Sancha Alfonsez, hija de Alfonso V de León y guiado
por su extraordinaria habilidad diplomática y militar, Fernando I pasó a la
historia con el sobrenombre de "El Magno", apelativo que viene a
reconocer su papel crucial en la historia de los reinos cristianos peninsulares
en el primer tercio del siglo XI.
Su primera aparición relevante en el escenario histórico fue en 1029,
cuando después del asesinato del infante García, último conde castellano, en
vísperas de su enlace con Sancha, futura esposa de Fernando y heredera de la
dinastía astur, se le encomienda la regencia de Castilla. Son años donde, bajo
la tutela de su padre, va tejiendo una red de relaciones condales que le
permiten afianzar su poder en un período convulso.
En 1035, tras la muerte de Sancho III, Fernando recibe en herencia el
condado de Castilla, del que pasaría a convertirse en rey. Antes, en 1032,
había contraído matrimonio con Sancha, que aportaba como dote las
controvertidas tierras fronterizas leonesas del Cea y el Pisuerga, motivo de la
confrontación militar de su marido con su hermano, Vermudo III, en la batalla
de Tamarón, que tuvo lugar en septiembre de 1037. La contienda se decantó del
lado de Fernando, que apoyado por su hermano García de Navarra, acabó con la
vida de su cuñado y se convirtió en el primer rey de Castilla y León, ungido
como tal el 22 de junio de 1038 por el obispo Servando de León en la iglesia de
Santa María.
Su reinado
Vinayo González divide su reinado en dos etapas. Una primera de
consolidación, que transcurrirá hasta el año 1054 y otra de expansión, que
finaliza con su muerte en 1065. En la primera etapa, Fernando se centra en
garantizar el orden entre los levantiscos condes leoneses y gallegos, algunos
de los cuales no habían digerido la intromisión de un monarca de origen navarro
pese a su matrimonio con la última heredera de la dinastía astur. La habilidad
diplomática de Fernando, guiado por la sabiduría de su esposa, le lleva a
suscribir donaciones a los obispos Cipriano de León, Pedro de Astorga y
Bernardo de Palencia, así como a los monasterios de Arlanza y Cardeña, sus
favoritos, y los de Antealtares, Corias, Espinareda, Guimaräes, San Isidro de
Dueñas, San Pelayo de Oviedo, San Vicente de Oviedo y Sahagún.
El 7 de noviembre de 1053, en un guiño a los sectores más conservadores
del reino leonés, Fernando acude al traslado a Oviedo de los restos de San
Pelayo, niño gallego sobrino de Ermegio de Tuy, que fue decapitado por orden de
Abd-Al-Rahman III el año 925 en Córdoba.
Una vez pacificado su territorio, el 1 de septiembre de 1054 tiene que
afrontar el doloroso enfrentamiento con su hermano García de Navarra, al que
derrota y da muerte en la batalla de Atapuerca. Fernando no era partidario del
enfrentamiento armado, de ello es muestra la comitiva que envió como mediación
ante el monarca pamplonés. Domingo, abad de Silos, e Iñigo, abad de Oña, fueron
los emisarios de paz del monarca castellano-leonés para agotar las últimas vías
pacíficas, pero su hermano parecía dispuesto a derrotarle para satisfacer sus
pretensiones territoriales en la frontera navarro-castellana.
En 1055, afronta otro de sus grandes objetivos, la reforma de la
cristiandad peninsular. Con tal fin, convoca el Concilio de Coyanza, en la
actual Valencia de Don Juan, al que asistieron los cargos eclesiásticos más
importantes de la época. Las conclusiones del concilio sentaron las bases de un
profundo cambio en la Iglesia de los reinos cristianos.
El triunfo de Atapuerca catapultó sus éxitos militares. En la campaña
portuguesa toma Lamego (1057), Viseo (1058), Mondego (1062) y Coimbra (1064).
En la frontera oriental, en torno a 1060 arrebata Gormaz, Vadorrey, Berlanga,
Aguilera, Santiuste, Santomera, Huermos, Parrantagón y el valle de Bordecórex
al reino taifa de Zaragoza, lo que produce un segundo enfrentamiento con
Navarra, esta vez con Sancho Garcés IV, que se presentó como protector de
Al-Muqtadir. Fernando sale victorioso e incorporando a sus dominios territorios
en La Rioja, Valpuesta y Montes de Oca. Una vez asentados sus límites, se lanza
hacia el sur, contra el reino taifa de Toledo. Irrumpe por la Sierra del
Guadarrama arrasando Talamanca del Jarama y Alcalá de Henares. Al-Mamum sale a
su paso ofreciendo oro a cambio de la paz, trato que acepta el monarca
cristiano, que se retira de nuevo al norte.
En 1063, Fernando acude a socorrer al rey de la taifa de Zaragoza,
Al-Muqtadir, ante el ataque sufrido por Ramiro de Aragón, al que derrota en
Graus el 8 de mayo. En verano, confiado, se lanza hacia la taifa de Sevilla,
arrasando Mérida. Al-Mutadid sale a su encuentro bajo la promesa de oro y las
reliquias de Santa Justa para frenar el avance cristiano, cuyo rey acepta de
nuevo las condiciones de paz.
Finalmente, en 1065, se lanza de nuevo sobre la taifa de Zaragoza, cuyo
reyezuelo había promovido una matanza de cristianos y se había negado a pagar
las parias. No contento con una nueva victoria, prosigue su campaña hacia
Valencia. Allí se enfrentó a Abd-Al-Malik al Muzaffar en Paterna, pero debido a
una grave enfermedad, vuelve a León, donde muere el 27 de diciembre de 1065.
Fernando
I, como Mecenas artístico
Fernando I "El Magno", no sólo pasará a la historia por sus
campañas militares, de las que las crónicas aseguran que nunca fue derrotado,
sino también por el fomento de la cultura y las artes. Durante su reinado se
encargó la sustitución de la antigua iglesia mozárabe de San Juan Bautista de
León por un nuevo edificio, construido en base a los cánones del nuevo estilo
que bajo el reinado de su padre había comenzado a irrumpir en la península, el
Románico.
El 21 de diciembre de 1063 se consagró el nuevo templo, que cambió de
advocación por el traslado de las reliquias de San Isidoro, ganadas a
Al-Mutadid de Sevilla tras una campaña militar. Allí recibió sepultura. Además,
bajo su mecenazgo se fomentó también el trabajo del marfil y de los códices
miniados, ejemplo de ello son el famoso Cristo de Fernando I y Doña Sancha,
conservado en el Museo Arqueológico Nacional y el beato de Fernando I, del que
podemos disfrutar en la Biblioteca Nacional.
Sus restos yacen para la eternidad en el Panteón Real de San Isidoro de
León, bajo una inscripción en latín que resume sus logros como monarca:
"Aquí está sepultado Fernando el Grande, rey de toda España, hijo de
Sancho, rey de los Pirineos y Tolosa. Fue él quien trasladó los cuerpos santos
a León: el del bienaventurado Isidoro arzobispo desde Sevilla, y el de Vicente
mártir desde Ávila. Hizo esta iglesia de piedra, que antes era de barro.
Guerreando, hizo tributarios suyos a todos los sarracenos de España. Conquistó
Coimbra, Lamego, Viseo y otras ciudades. Tomó, por las armas, los reinos de
García y de Vermudo. Murió el 27 de diciembre de 1065".
Su reinado coincide con la disolución del califato que agonizaba desde
comienzos del siglo XI y la creación de los Reinos de Taifas. Fernando I supo
aprovechar esta fragementación y debilitamiento musulmán para hacerlos vasallos
y cobrar parias que recuperar la economía del norte cristianos muy perjudicada
por las destrucciones de Almanzor.
Al morir repartió sus territorios. Su hijo mayor, Sancho II recibió
Castilla, Alfonso, León y el menor de lo varones, García, fue nombrado rey de
Galicia. Por su parte, Elvira ingresó en un monasterio y Urraca, recibió la
ciudad de Zamora.
(Autor del texto del artículo/colaborador de
ARTEGUIAS: Mario Agudo)
https://www.arteguias.com/biografia/fernandoi.htm
Biografía de Alfonso VI. Rey de León y Castilla
Introducción
a la figura de Alfonso VI
Eclipsado por la legendaria figura de Rodrigo Díaz
de Vivar, el reinado de Alfonso VI pasa por ser uno de los más decisivos en el
devenir de los reinos cristianos peninsulares. Si su padre, Fernando I "El
Magno", decantó a su favor el equilibrio de poderes con Al-Ándalus,
abriendo su reinado a las influencias europeas e imponiendo un ventajoso
sistema de parias, Alfonso VI termina de consolidar esa tendencia. La toma de
Toledo, su principal logro militar, es también un punto de inflexión en su mandato,
puesto que como consecuencia de ella, los almorávides penetran en la península
y reunifican los reinos de Taifas, frenando el empuje cristiano hacia el sur.
La
herencia de Fernando I y la consolidación del reinado de Alfonso
Siguiendo el dictado del derecho pirenaico, Fernando I entrega el núcleo
de su reinado al hijo primogénito y reparte las conquistas posteriores entre el
resto. Así otorga a Sancho el reino de Castilla y el cobro de parias de la
taifa de Zaragoza; a Alfonso entrega León y el cobro de parias de Toledo y a
García, Galicia y el cobro de parias de Badajoz y Sevilla. Para sus hijas,
Urraca y Elvira, creó dos infantados, el de Covarrubias y el de Campos,
respectivamente.
El equilibro se mantuvo hasta la muerte de la reina Sancha, el 7 de
noviembre de 1067, cuya presencia había impedido el enfrentamiento entre unos
herederos que, desde el principio, mostraron su descontento por el reparto.
Sancho II derrota a Alfonso VI el 19 de julio de 1068 en Llantada, territorio
fronterizo próximo al Pisuerga. En 1071, acuerdan unir sus fuerzas para
derrotar a su hermano García, que es capturado en Santarem y despojado de
Galicia. Poco tiempo duró la colaboración, ya que en enero de 1072 vuelven a
enfrentarse en Golpejera, en las vegas del río Carrión. Alfonso fue encerrado
por su hermano en el castillo de Burgos. Su hermana Urraca y el abad Hugo de
Cluny intercedieron por la vida del monarca leonés, que finalmente fue
desterrado a Toledo, donde se refugió en la corte de Al-Mamún.
Sancho se proclama rey de León el 12 de enero de 1072, pero no goza del
respaldo del obispo leonés, Pelayo, ni con el de la nobleza, en especial de los
Banu Gómez. Algunos miembros de esta resistencia se hacen fuertes en Zamora,
protegidos por Urraca, por lo que el nuevo rey tiene que acudir a tomar la
plaza, núcleo de las comunicaciones entre Galicia, Toledo, León y Tierra de
Campos. Durante el asedio, Bellido Dolfos acaba con la vida del joven Sancho.
Alfonso se presenta entonces como el heredero legítimo de la corona
castellano-leonesa, que asume previo juramento en Santa Gadea, ante Rodrigo
Díaz de Vivar, de que no había participado en la muerte de su hermano. En 1073,
por petición de su hermana Urraca, encierra a su otro hermano, García, en el
castillo de Luna, en plena comarca de Babia, en León, hasta su muerte en 1090,
con lo que acaba con cualquier posibilidad de rebelión.
El
cobro de parias y la toma de Toledo
Una vez unificada la corona castellano-leonesa, Alfonso I intensifica la
presión sobre los reinos de Taifas. En 1074, Pedro Ansúrez y Al-Mutamid de
Sevilla devastan Granada. Apoya a Al-Mamún de Toledo en la toma de Córdoba y
colabora con él en el asedio a la taifa de Badajoz. En 1075, tras la muerte de
Al-Mamún, su hijo Al-Qadir toma el poder en Toledo y expulsa a los partidarios
de colaborar con Alfonso VI, negándose a pagar parias. Sin el apoyo cristiano,
el toledano no pudo sofocar una revuelta en Valencia, quizás instigada por
agentes del rey castellano, no ajeno a la guerra que al mismo tiempo mantenía
Toledo con Badajoz. Como consecuencia de este conflicto, Al-Qadir perdió la
mayor parte de las tierras cordobesas, por lo que viendo peligrar su reino,
aceptó las exigencias de Alfonso VI bajo la condición de que le ayudara a
ocupar Valencia.
La población toledana se dividió ante la decisión de su monarca. Unos
solicitaron la intervención de los reyes de Zaragoza, Sevilla y Badajoz,
mientras que otros, cansados de tanto enfrentamiento, aceptaron entregar la
ciudad. Alfonso VI comienza el cerco, alternando el asedio con expediciones
contra los otros reinos musulmanes, que no pudieron prestar así una ayuda
eficaz a los toledanos. En 1085, la ciudad se rinde de forma pacífica. Por
primera vez, desde el año 711, la capital del antiguo reino visigodo cae en
manos cristianas, convirtiéndose poco después en la sede primada de la iglesia
hispana, símbolo de la unidad religiosa como León lo era de la política.
Antes de la toma de Toledo, con motivo de la muerte de Sancho IV de
Pamplona, despeñado en Peñalén, Alfonso VI y Sancho Ramírez de Aragón se
repartieron su reino. El castellano-leonés impuso su dominio en La Rioja,
Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, mientras que el aragonés ocupó la ribera izquierda
del Ebro y las tierras de Pamplona. Entre ambos se estableció una relación de
vasallaje, que venía a reconocer la superioridad de Alfonso VI, que ya por
entonces comenzaba a aparecer en los documentos oficiales con el título de
emperador, quizás utilizado a propósito para reforzar su situación como rey de
reyes.
Los
almorávides
El agobiante régimen de parias y la amenaza militar
de Alfonso VI, que antes de conquistar Toledo llegó a alcanzar Tarifa, en 1083,
obligó a Al-Mutamid de Sevilla a solicitar ayuda al norte de África. De esta
manera, los almorávides, dirigidos por Yusuf Ibn Tasufin, desembarcan en
Algeciras con la intención de recuperar Toledo invocando la Guerra Santa. El
caudillo musulmán escoge la ruta de Badajoz, por ser la más segura, y derrota a
los cristianos en la dehesa de Sagrajas, el 23 de octubre de 1086. Alfonso se
retiró a Toledo, convencido de que recibiría un inminente ataque, pero Yusuf
retrocedió hasta Sevilla y volvió a África. El valor moral de la victoria de
Sagrajas fue mucho mayor que el táctico, ya que se convirtió en el símbolo de
un nuevo tipo de guerra, en la que las connotaciones religiosas adquirían un
protagonismo fundamental.
Recuperado de la derrota, Alfonso tiene que sofocar en 1086 una revuelta
de Rodrigo Ovéquiz en Galicia, apoyada por el obispo Diego Peláez. Dos años más
tarde se produce una campaña del Cid en levante, donde somete Valencia,
Alpuente y Albarracín, mientras el conde García Jiménez ataca Lorca desde la
fortaleza de Aledo, fundada por el emperador leonés para lanzar ataques sobre
la taifa de Murcia. Alfonso VI y el Cid rompen su relación a raíz de estas
campañas, por lo que el Campeador actúa de forma independiente en Levante y la
Cuenca del Ebro.
Estas ofensivas provocan una segunda llamada a Yusuf, que en el año 1088
vuelve a la península para levantar el cerco sobre la región murciana. Ante el
escaso éxito de la campaña, los almorávides regresan a África con la intención
de retornar como consecuencia de la corrupción generalizada que observaron en
las taifas. De esta manera, en 1090 se produce una tercera campaña, que tiene el
objetivo de unificar Al-Ándalus. Primero incorporaron Granada, después Málaga,
Tarifa, Córdoba, Carmona, Sevilla, Mértola, Ronda, Almería, Jaén, Murcia,
Játiva y Denia. Las únicas taifas que resistieron fueron Badajoz, Valencia,
Zaragoza y Albarracín.
Alfonso VI recibe durante estos años Cuenca, Ocaña, Consuegra y Uclés
como dote de Zaida, antigua nuera de Al-Mutamid y solicita un tributo
extraordinario para hacer frente a la amenaza almorávide. Alvar Fáñez es
derrotado por Abu Bakr en Almodóvar del Río, el 7 de septiembre de 1091. En
1092, el monarca castellano-leonés inicia una campaña contra Valencia, que
resulta un fracaso. Al año siguiente, recibe de Al-Mutawakkil de Badajoz las
plazas de Santarem, Lisboa y Cintra, para que las defienda de los almorávides,
pero Yusuf ocupa la taifa de Badajoz en 1094, poniendo fin a la dominación
cristiana sobre estas ciudades, cuya defensa había sido encomendada a Raimundo
de Borgoña.
En 1097, Yusuf lanza una nueva campaña contra los cristianos, a los que
derrota en Consuegra, el 15 de agosto. Al mismo tiempo, Álvar Fáñez es vencido
en Cuenca por Ibn Aisha. El 24 de junio de 1099 se produce la última campaña
del Cid, contra Murviedro, antes de morir el 10 de julio del mismo año. Su
esposa Jimena resiste en la ciudad de Valencia hasta su caída.
En 1108, Alí Ben Yusuf ataca Uclés, donde muere Sancho, el único hijo
varón de Alfonso VI, lo que provoca que, a la muerte del monarca
castellano-leonés, en 1109, se abra un conflicto por la sucesión que enfrentará
a los partidarios de la reina Urraca y de su hijo, contra los de su marido
Alfonso el Batallador, rey de Navarra y Aragón, con el que vivió un matrimonio
de conveniencia que no pudo fructificar. El conflicto se resolvió del lado de
los partidarios de Urraca, que vio cómo su hijo Alfonso se convirtió en el
sucesor de su hermano, adquiriendo el título de emperador en 1134.
La
apertura al exterior de la política de Alfonso VI
Un hecho básico de la segunda mitad del siglo XI es el incrementó que
experimentó la peregrinación jacobea, que de ser un fenómeno esencialmente
hispánico, pasó a convertirse en una costumbre practicada por viajeros
procedentes de toda Europa. A través del Camino de Santiago penetraron en la
península multitud de influencias del otro lado del Pirineo, tales como la
letra carolina o francesa, los ritos y términos propios del feudalismo, la
arquitectura románica y las distintas corrientes de reforma eclesiástica,
encabezadas por los grandes papas de esta época, en especial Gregorio VII.
Cabe destacar la sólida relación de Alfonso VI con Cluny. Vimos como el
abad Hugo intercedió por su vida tras la derrota de Golpejera. Esta relación
trajo consigo la afiliación de multitud de monasterios hispanos a la
observancia de Cluny, cuya influencia tuvo consecuencias de todo tipo, desde
políticas, ya que con frecuencia los monjes cluniacenses recibieron cargos
relevantes dentro de la jerarquía eclesiástica; a religiosas, como la renuncia
de la Iglesia Hispánica al rito mozárabe para adoptar el romano. El proceso de
adaptación a la nueva liturgia fue complejo y desigual dependiendo de las
regiones. Mientras en Aragón se implantó sin problemas, en Castilla y León la
resistencia fue mucho mayor, pese a que el rey, especialmente durante su
matrimonio con Inés, hija del duque Guillermo de Aquitania, se mostró a favor
del cambio. Oficialmente el nuevo rito se implantó en 1078, aunque siguió habiendo
focos de resistencia.
Por otra parte, la influencia europea durante el reinado de Alfonso VI
también se percibe en las relaciones familiares. Tenía tres hijas, una
legítima, Urraca, y dos bastardas, Elvira y Teresa, cuya madre era Jimena. El
rey escogió pretendientes extranjeros. Urraca casó con Raimundo de Borgoña,
Elvira con Raimundo IV de Toulouse y Teresa, con Enrique de Borgoña. El mismo
monarca tuvo varios matrimonios con princesas o nobles europeas, como Inés de
Aquitania, Constanza, Berta de Lombardía, Isabel o Beatriz, lo que constata el
esfuerzo de Alfonso VI por abrirse a las influencias del viejo continente.
(Autor del texto del artículo/colaborador de
ARTEGUIAS: Mario Agudo)
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Biografía de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador
El
Cid histórico y el Cid literario
La leyenda que a partir del siglo XIII comenzó a forjarse en torno a la
figura histórica de Rodrigo Díaz de Vivar fue engendrando
progresivamente un corpus de gestas y acontecimientos que los interesados
monarcas de siglos posteriores utilizaron como referente épico en el que
encontrar los valores predominantes de cada época con fines claramente
propagandísticos.
De esta manera, El Cantar de Mio Cid (fechado hacia
1207), la Leyenda de Cardeña (hacia 1270) y Las
Mocedades de Rodrigo (hacia 1400) divulgaron una falsa historia que
ocultó la verdadera peripecia vital de un hombre de armas del siglo XI que
lejos de encarnar los ideales de orgullo castellano, fidelidad a ultranza al
rey y cristianismo militante, como pretendían estos relatos, buscó su propio
beneficio al amparo del mejor postor, lo que le hizo combatir a ambos lados de
la frontera cambiando de aliado en función de sus intereses personales.
En esta biografía vamos a centrarnos estrictamente en la figura
histórica del llamado Cid Campeador, apelativo que deriva de Sidi,
del árabe Señor y Campeador, del latín Campi doctor, experto o
vencedor en el campo de batalla, lo que nos da una muestra más de su
carácter. Ramón Menéndez Pidal, en su España del Cid, afirma que la
personalidad histórica del héroe era mucho más interesante que la literaria. Su
significación ha sido muy discutida, incluso hay quien incluso ha negado su
existencia, como el jesuita catalán Masdeu en el siglo XVIII, pero en absoluto
puede llegarse a tal extremo, puesto que hay evidencias históricas suficientes
para trazar una biografía sumamente
atractiva.
Los primeros años de
Rodrigo Díaz de Vivar en la política castellanoleonesa
No existe evidencia alguna ni sobre el lugar ni sobre la fecha de su
nacimiento. Recurriendo a los relatos literarios, podríamos afirmar que llegó
al mundo en Vivar en una fecha comprendida entre el 1043 y el
1054. Era hijo de Diego Laínez, del que se creía que era
descendiente de Laín Calvo, uno de los jueces de Castilla, y de una mujer, de
la que se desconoce el nombre, que pertenecía al aristocrático linaje de los
Álvarez.
Rodrigo se formó en la corte de Fernando I, donde trabó
amistad con el infante Sancho, al que acompañó a una temprana edad,
quizás 15 años, hasta la capital del reino musulmán de Zaragoza, cuyo príncipe
era tributario del rey castellano-leonés. El viaje sirvió para forjar una
alianza cristiano-musulmana con el objetivo de combatir al rey aragonés,
Ramiro, al que se arrebató la plaza de Graus para reintegrarla a la taifa del
Ebro. El tempranero éxito en el campo de batalla y los honores posteriores
dispensados por al-Muqtadir debieron de impactar al joven castellano, que
conoció de primera mano el modo de vida de las ciudades musulmanas y el juego
de alianzas fronterizas imperante en la península durante el primer tercio del
siglo XI.
A la muerte de Fernando I, en 1065, su reino se divide entre sus hijos.
Sancho, ya como rey de Castilla, encumbra al Campeador a las más altas cimas de
su corte, en lo que parece una prometedora carrera. Sin embargo, en 1072 se
produce un acontecimiento funesto para las expectativas y ánimo del Cid. Sancho
II muere asesinado por Bellido Dolfos en el asedio de la
ciudad de Zamora, dónde se encontraba su hermano, Alfonso VI de
León.
Todo parece indicar que el famoso juramento de Santa Gadea carece
de rigor histórico, ya que las primeras relaciones de Alfonso VI con Rodrigo
Díaz de Vivar fueron cordiales, de hecho, en torno al 1074, el guerrero
castellano contrajo matrimonio con Jimena, sobrina del monarca
leonés y miembro de la nobleza, como hija del conde de Oviedo, aunque las
Mocedades de Rodrigo aseguran que era hija del conde Gómez de Gormaz, al que el
Campeador decapitó para vengar a su padre.
La Historia Roderici nos relata que en el año 1079, como embajador de
Alfonso VI, se desplazó hasta Sevilla para cobrar parias. Estando en la corte
de al-Mutamid, llegó la noticia de que el conde García Ordóñez acompañaba
al rey de la taifa de Granada que se dirigía hasta la ciudad hispalense con
intenciones beligerantes. Sin dudarlo, el Campeador se ofreció a ayudar a su
aliado, quizás en un intento de escalar posiciones en la corte alfonsina, ya
que el enfrentamiento entre ambos condes se vio salpicado de buenas dosis de
orgullo personal. Así tuvo lugar la batalla de Cabra, en la que salió
victorioso el Cid.
El
primer destierro del Cid
La vuelta a la corte castellano-leonesa debió de resultar dura. Pese a
su derrota, García Ordóñez seguía gozando de la máxima confianza de Alfonso VI,
por lo que Rodrigo, que había degustado las mieles del triunfo y la riqueza de
las cortes musulmanas de Zaragoza y Sevilla, comenzó a sopesar la posibilidad
de iniciar una aventura personal lejos de sus orígenes, conocedor de las
necesidades de los reyes de taifas de contar con un espléndido estratega
militar que defendiera sus fronteras en lugar de los poco entrenados infantes
andalusíes.
Después de diez años de fiel vasallaje, el Cid vio su oportunidad cuando
en la primavera de 1081 se decide a liderar una campaña militar en torno a las
tierras de Gormaz, que habían sido atacadas por sorpresa por musulmanes
procedentes de la taifa de Toledo. Las huestes del castellano penetran en los
territorios de al-Qadir entregándose al saqueo de los campos y al asalto de
poblaciones de la zona nororiental de la taifa. Alfonso VI, descontento con su
actuación, que ponía en serio riesgo sus negociaciones amistosas con el príncipe
toledano, decide condenarlo al destierro por deslealtad.
Seguro de sí mismo, el Campeador marcha a tierras catalanas para ofrecer
sus servicios a los condes Ramón Berenguer II y Berenguer
Ramón II, pero no es bien acogido. Rechazado, acude a Zaragoza, donde al-Muqtadir acepta
gustoso la propuesta cidiana. Entre 1081 y 1087, Rodrigo Díaz de Vivar combate
en nombre de los musulmanes contra el rey de las taifas de Lérida, Tortosa y
Denia; contra Sancho Ramírez de Aragón y contra el conde Berenguer Ramón II de
Barcelona, a los que derrota y humilla.
Apremiado por la derrota de Sagrajas en 1086, Alfonso
VI pide ayuda a todos sus señores para hacer frente a la amenaza Almorávide.
El Campeador recibe el encargo de ahuyentar del territorio valenciano a todos los
aspirantes al dominio de la zona bajo la promesa, según la Historia Roderici,
de que adquiriría en propiedad todas las tierras que conquistase en Levante
bajo el nombre del rey. El Cid cumple el encargo a la perfección, ganándose el
tributo de Sagunto y Alpuente, lo que le permite mantener a su ejército sin que
el rey tenga que aportar ni un solo sueldo.
El
segundo destierro
Crecido por el poder y probablemente preocupado por granjearse un
territorio autónomo en Levante, Rodrigo Díaz de Vivar se gana el
segundo destierro cuando no acude a la llamada de Alfonso VI para
colaborar en la defensa de la fortaleza de Aledo, en Murcia,
asediada de nuevo por los almorávides de Yusuf. El Campeador
aprovecha la ocasión para intensificar su presión sobre los señores levantinos,
a los que vuelve a cobrar tributos a cambio de protección. En 1089 derrota a
al-Mundir en Denia. Poco después, Berenguer Ramón II, aliado con al-Hachib de
Lérida, ataca al Cid en Tévar, pero es repelido en 1090.
En 1092, espoleado por los éxitos militares, decide acometer la empresa
de la toma de Valencia no sin antes acudir a La Rioja en
auxilio de la taifa de Zaragoza para combatir a su enemigo García Ordóñez,
momento que aprovecha Alfonso VI para atacar Tortosa y la capital levantina con
apoyo naval de Génova y Pisa, aunque no obtiene resultados.
Rodrigo
conquista Valencia
El fracaso militar del rey, que no contó con la colaboración del Cid,
permite a Rodrigo Díaz de Vivar iniciar por su cuenta una intensa y violenta
ofensiva sobre la capital levantina, que asedia sin contemplaciones, asolando
los campos y destruyendo sus arrabales. En 1094, obtiene la capitulación
definitiva de la urbe, en la que entra victorioso.
El triunfo sobre los almorávides en la batalla de Cuarte,
una de las más importantes de su trayectoria, permite al Campeador la
imposición de parias de forma generalizada desde Lérida y Tortosa hasta la
capital levantina, configurando así un principado islámico bajo soberanía de un
príncipe cristiano, en el que sigue vigente la legalidad coránica.
La obtención de riquezas y el orgullo de ser el único capaz de frenar la
violenta irrupción peninsular de los almorávides, que habían contrarrestado el
golpe de efecto que Alfonso VI había dado al tomar Toledo, suponen un triunfo
personal para Rodrigo.
Tras liderar una última campaña victoriosa contra Yusuf, la de Murviedro,
en 1098 y 1099, el Cid muere en la ciudad de Valencia dejando a su viuda,
Jimena, la custodia del reino valenciano y territorios adyacentes. Sin embargo,
carente de apoyos externos, la resistencia sólo pudo prolongarse hasta 1102,
fecha en la que los cristianos
abandonan la ciudad después de incendiarla.
Enterrado originalmente en la catedral de Valencia, los restos del
Campeador son trasladados al caer la ciudad en manos musulmanas hasta el monasterio
de San Pedro de Cardeña, ubicación de indudable sabor cidiano, donde
comienza a gestarse la otra historia del Cid.
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Biografía de Doña Urraca. Reina de León y Castilla
Introducción
a la figura de Doña Urraca
En un mundo de predominio masculino, en el que la condición femenina
frecuentemente estaba lastrada por el tópico de la debilidad y la dependencia
del hombre, llama la atención la habilidad, el carácter y la determinación
de Doña Urraca, que manejó a la perfección la situación creada tras
la muerte de su padre, Alfonso VI, que sin descendencia masculina,
le reconocía todos sus derechos al trono, tal y como relata el anónimo cronista
de Sahagún: "dexó el señorío de su
reino a la dicha domna Urraca, su fixa".
El Chronicon Mundi, de Lucas
de Tui y el De Rebus Hispaniae, de
Rodrigo Jiménez de Rada, trataron de eclipsar su reinado, que salpicaron de
connotaciones negativas para enturbiar la imagen de esta mujer a la que
estudios posteriores han reconocido su condición de primera reina titular de la
historia de España.
El matrimonio Doña
Urraca con Raimundo de Borgoña
Para estrechar sus relaciones con Cluny, Alfonso VI no dudó en casar a
sus hijas con nobles borgoñones. Así, cuando Urraca tenía apenas seis años, se
prepararon los esponsales con Raimundo de Borgoña, conde de Amous,
cuarto hijo del conde Guillermo de Borgoña, al que el monarca leonés había
encomendado la regencia de Galicia. La boda se celebró probablemente en 1093,
cuando la joven había cumplido los doce años. En esta misma fecha murió su
madre, Constanza, que pertenecía también a la familia ducal de
Borgoña y nació Sancho Alfónsez, su hermanastro, lo que complicaba
sus aspiraciones políticas.
Como consecuencia de su matrimonio, Urraca se traslada al ámbito
gallego, donde incluso llega a tener su propia corte, en la que aparece como
notario Diego Gelmírez, quien luego se convertiría en arzobispo de
Compostela. Fruto de la unión con el conde borgoñón, tendrá dos hijos, Sancha y Alfonso
Raimúndez, futuro Alfonso VII.
En 1107 es legitimado como heredero el único descendiente masculino
directo de Alfonso VI, Sancho Alfónsez, lo que constituye un
varapalo para las aspiraciones políticas de Urraca, que se agravarían con la
inminente muerte, ese mismo año, de su marido Raimundo de Borgoña. La joven ve
multiplicadas sus responsabilidades, pues desde entonces aparece en los
diplomas como señora de toda Galicia, pero oscuros nubarrones se cernían sobre
su futuro.
El matrimonio de
Urraca con Alfonso I "El Batallador"
En la batalla de Uclés, en 1108, muere Sancho Alfónsez. Los
problemas sucesorios vuelven a atormentar a Alfonso VI, que ve cómo su descendencia
masculina desaparece. Urraca se convierte en la heredera universal, pero su
condición de viuda resulta un serio inconveniente en un mundo dominado por
hombres, por lo que era necesario buscarle un marido.
El candidato elegido fue Alfonso I "El Batallador",
el poderoso rey de Aragón y Navarra. La urgencia militar, provocada
por una nueva incursión almorávide en la meseta, y la necesidad de asegurar la
descendencia castellano-leonesa, precipitaron la resolución de un enlace de
gran calado político, pero sin la necesaria programación. Por otra parte, el
deseo de Doña Urraca era el de contraer matrimonio con Gómez
González, conde castellano con quien mantenía una relación amorosa de la
que nacieron dos bastardos, pero nuevamente tuvo que sacrificar sus preferencias
por el bien de la corona, lo que unido al carácter de su futuro marido, dio
origen a una tormentosa relación que terminaría por hacer fracasar el pacto.
En un primer momento, los esposos se aplicaron en diseñar una carta
programática que regulase institucionalmente una monarquía con dos
titulares para un imperio hispánico, el resultado fue la carta de arras de
Alfonso I y la carta de donación de Urraca, ambas firmadas en diciembre de 1109
bajo el valimento de Pedro Ansúrez. En estas capitulaciones, ambos cónyuges se
otorgaban recíprocamente el reconocimiento del dominatus y principatum sobre
sus respectivos estados y vasallos, como fundamento para ejercer ambos la
potestas en los dominios del otro.
De esta manera nació un modelo teórico que hizo aguas al aplicarse en la
práctica. Mientras en Aragón y Navarra no hubo resistencia,
en Castilla y León se produjeron innumerables problemas. La
razón es que el imperio hispánico seguía el modelo feudo-vasallático y de
encomienda personal navarro-aragonés. Además, las altas jerarquías
eclesiásticas y nobiliarias buscarán el apoyo del poder temporal próximo,
convirtiéndose en un importante elemento perturbador. Por otra parte, la
intervención interesada de la Iglesia generó fisuras por las que afloraron conflictos
sociales de carácter antiseñorial, cuyos actores se alineaban con la facción
política que les fuera más propicia. Los burgueses, artesanos y comerciantes se
agruparán como defensa frente a la presión señorial en hermandades. No faltaron
las violentas revueltas campesinas, escasamente organizadas, pero altamente
dañinas.
El
devenir del Pacto de Unión
En un primer momento, los esposos se esforzaron en sostener el
llamado Pacto de Unión. En 1110, Alfonso I interviene en Galicia
para sofocar la rebelión del levantisco Pedro Froilaz, conde
de Traba, que defendía los derechos de su pupilo, Alfonso Raimúndez.
Sin embargo, una incursión almorávide sobre Toledo y Zaragoza, donde el
gobernador Imad al-Dawla tiene que huir a Rueda del Jalón, obliga al monarca navarro-aragonés
a acudir al frente este con ayuda de las tropas de Doña Urraca, momento que
aprovecha el noble gallego para presentarse en León con el objetivo de
proclamar rey al joven heredero, pero fracasa.
Ese mismo año se publican los anatemas pontificios contra
el reciente matrimonio. El arzobispo de Toledo, Bernardo de Sédirac,
partidario de Alfonso Raimúndez por su afinidad con Raimundo de Borgoña, había
denunciado el enlace ante Roma por parentesco entre los contrayentes. Alfonso I
responde iniciando una dura campaña contra el clero cluniacense, proclive a la
Santa Sede, que aprovechan sectores contrarios a la señorialización
eclesiástica.
A todo ello se han de unir las primeras desavenencias del matrimonio, lo
que obliga a reformular el pacto. Cada monarca tendría el dominio de sus
propios estados, pero con potestas en los del otro, lo que obligaba a que
Urraca y Alfonso tuvieran posesiones desde dónde ejercerlas. Con este
propósito, la leonesa parte hacia Huesca y el aragonés se titula rey de Toledo,
León y Castilla. En marzo de 1111, Alfonso I expulsa al abad de Sahagún,
Domingo, para situar a su hermano Ramiro y en abril destierra a Bernardo de
Toledo. Poco a poco, el Batallador va situando tenentes y guarniciones en
Castilla y León, lo que comienza a preocupar a Urraca, que se decide a comprar
la sumisión de nobles aragoneses como García Sánchez y conspirar con magnates
castellanos, como la casa de Lara, para contrarrestar el dominio de su esposo.
Este gesto no gustó a Alfonso I, que la encarceló en el Castillo de Peralta, en
Huesca.
Con el apoyo de Gómez González y Pedro González de Lara, la reina huye a
Burgos. Alfonso I se dirige con ayuda de Enrique de Borgoña,
regente de Portugal, contra los castellanos, a los que derrota el 26 de octubre
de 1111 en Candespina, donde muere el amante de Urraca. El conde de Traba, que
se había aproximado a la reina, toma posiciones en los alrededores de Carrión y
el arzobispo Gelmírez aprovecha la situación para ungir rey en Santiago a
Alfonso Raimúndez, ofreciendo a su madre la cosoberanía.
Doña Urraca, que comienza a plantearse reinar junto a su hijo, consigue
el apoyo del interesado Enrique de Borgoña y cerca a Alfonso I en el castillo
de Peñafiel. Sin embargo, las altas pretensiones de su hermanastra Teresa de Portugal,
esposa del aliado borgoñón, obligan a la leonesa a protagonizar una nueva
reconciliación con Alfonso I para anular los pactos de Palencia.
A finales de 1111, tropas enviadas por Gelmírez y el conde de Traba
someten el bastión alfonsino en Lugo y avanzan hacia León, pero son frenados
por el aragonés en Viadangos. De esta manera, Alfonso I afianzaba su dominio en
Castilla, León, Toledo y las extremaduras, pero no en Portugal y Galicia, lo
que aprovecha de nuevo Urraca para preparar la contraofensiva. Consigue de
nuevo la alianza con Enrique de Borgoña, depone al alfonsino obispo de
Mondoñedo y dispone un nutrido ejército compuesto por tropas portuguesas,
castellanas y cluniacenses para atacar a Alfonso I, al que derrota en Astorga.
Además, intenta otorgar aquiescencia a un legado pontificio que pretendía
convocar un sínodo hispánico en 1112 para exhortar a la disolución del
condenado matrimonio.
El 22 de mayo de 1112 muere Enrique de Borgoña. Sin dilación, Urraca
aprovecha la ocasión para reeditar con su marido Alfonso los acuerdos de
Valtierra de 1110 y contrarrestar la influencia portuguesa. Las posesiones
aragonesas en Castilla y León se reducen, Urraca vuelve a Huesca y no se
celebra el sínodo.
Poco duraría la estabilidad, ya que Galicia se rebela contra la
reedición del pacto y exige el reconocimiento de Alfonso Raimúndez como rey.
Gelmirez derrota en la ría de Vigo a un contingente cruzado enviado por Alfonso
I y Teresa de Portugal, viuda de Enrique de Borgoña, pacta con el conde de
Traba para proponer como rey a su hijo Alfonso Enriquez, nacido en 1109.
Fortalecida, la hermanastra de la leonesa propone un pacto a Alfonso I para
postergar a su mujer, con lo que en el verano de 1112 se olvida el pacto de
Valtierra.
Urraca esgrime sus armas, la pontificia y la gallega. En febrero de
1113, un tribunal romano falla contra la legitimidad del matrimonio y en abril,
los partidarios castellano-leoneses de Alfonso I son excomulgados por el Papa
Pascual II. Con ayuda de nobles gallegos, reúne un ejército que toma el
castillo de Burgos el 23 de junio de 1112, con lo que se restablece el
equilibrio de fuerzas.
El rey aragonés vuelve a proponer la reedición del pacto, pero Urraca lo
rechaza por la oposición de Gelmírez, quien la amenaza con la excomunión. El
modelo del pacto tocaba a su fin. En octubre de 1114, el arzobispo de Toledo
decreta la separación matrimonial definitiva. Pero este fracaso no suponía la
renuncia al imperio hispánico, sino únicamente un cambio de instrumento.
Alfonso I se centra en liderar la cruzada contra el Islam, proponiéndose como
objetivo dominar los accesos a la cuenca del Duero desde sus tenencias de
Castrogeriz, Carrión, Segovia y Toledo.
Urraca se centra en reducir el dominio jurisdiccional del arzobispo de
Braga, Mauricio, obstáculo para el ascenso de Gelmírez y soporte de Teresa de
Portugal; pero tiene problemas añadidos, las revueltas sociales con epicentro
en Sahagún. En 1115 celebra una curia regia en Astorga donde convierte a su
hijo Alfonso Raimúndez en rey asociado, otorgándole la misión de liderar la
cruzada contra el Islam. El infante se asienta en Segovia y Toledo. El plan
diseñado por la leonesa se cumplió a la perfección. Arrincona a los nobles
gallegos de Tuy y Limia, que sostenían a su hermanastra en Portugal; consigue el
apoyo del Papa para garantizar el regreso del abad Domingo a Sahagún y acorrala
a los aragoneses en Carrión. Sintiéndose poderosa, Urraca trata de
contrarrestar la influencia de Gelmírez y del conde de Traba jugando la baza
del descontento social. Los burguenses sitian al arzobispo en Santiago,
obligándole a pactar. Acto seguido, ataca a los nobles gallegos del sur, que
resisten gracias al apoyo del conde de Traba y de la condesa Teresa.
En octubre de 1116, una curia regia aprobaba la concordia y lealtad
entre Urraca y su hijo para ejercer el condominio del reino y a finales de ese
año firma un acuerdo con Alfonso I para renunciar a sus derechos sobre la taifa
de Zaragoza a cambio de que el aragonés se retirara del escenario
castellano-leonés. Un concilio reunido en Burgos en 1117 decreta la condena
definitiva al extinto matrimonio.
La
lucha contra el Islam
Este nuevo acuerdo permitió a ambos monarcas continuar su lucha contra
el Islam. Antes, Urraca debía sofocar la revuelta burguesa contra Gelmírez con
un ejército mancomunado con ayuda de su hijo Alfonso Raimúndez y el conde de
Traba. Una ofensiva almorávide sobre Coimbra en 1117 repliega las ambiciones de
Teresa de Portugal, lo que permitió a Urraca recuperar su dominio en Zamora.
Acto seguido, la leonesa reorienta su política hacia Castilla, su idilio
con el conde Pedro González de Lara, con quien concibió otros dos bastardos,
hace que este linaje adquiera protagonismo en detrimento de la facción gallega.
Alfonso Raimúndez confirma los fueros de Toledo, intitulándose
emperador, mientras que el arzobispo de Toledo reconquista en su nombre Alcalá
de Henares, aunque pierde Coria. Por su parte, Alfonso I toma Zaragoza en 1118
y Tudela y Tarazona en 1119. En julio, Gelmírez sitia a Urraca en León para
imponer a su hijo Alfonso como único rey. Alertada, la reina alcanza un acuerdo
con Alfonso I en otoño de 1119 a través del que recupera protagonismo en
Segovia y Burgos e inicia la repoblación de la Extremadura soriana.
El 27 de febrero de 1120, Calixto II traslada la sede
metropolitana de Mérida a Santiago, lo que supone un espaldarazo para Gelmírez.
En marzo, el Papa escribía una circular a todas las autoridades civiles y
eclesiásticas de Hispania para reforzar los derechos regios de Alfonso
Raimúndez, lo que refuerza la colaboración entre Urraca y su antiguo marido.
En junio de 1120, Urraca sitia a la condesa Teresa de Portugal en
Lanhosa, iniciando de nuevo una ofensiva contra los magnates gallegos en Tuy.
Aprovechando la victoria, apresa a Gelmírez y toma su señorío, pero Alfonso
Raimúndez y el conde de Traba lo liberan. Sólo la intervención ocasional de
Alfonso I, que afianza la repoblación soriana a favor de Urraca, hace que las
cosas no fueran a mayores. El precio que tuvo que pagar Castilla y León fue el renacimiento
del hegemonismo aragonés.
Reparto
de poderes
La agresiva política de Urraca en Galicia forzó la alianza entre Teresa
de Portugal y el conde de Traba, lo que suponía el dominio de la condesa sobre
el valle del Miño, entre Orense y Tuy. Mientras, Alfonso I crea en 1121 el
obispado de Sigüenza y sitia Tardajos, en Burgos.
La reina leonesa se presenta de nuevo en Galicia con sus tropas para
lograr un acuerdo con Alfonso Raimúndez y Gelmírez, pero el arzobispo le
amenaza con un interdicto por agresiones a la libertad eclesiástica si se
reconciliaba con su hijo. En 1122, madre e hijo firman un condominio con Teresa
en el valle del Miño al que posteriormente se uniría Gelmírez por temor al
poder creciente del conde de Traba, al que consiguen derrotar. Una vez
solventado el problema gallego, Urraca gobierna en León y gran parte de
Castilla y Alfonso Raimúndez lo hace en la Extremadura duriense occidental y
Toledo.
Derrotado Alfonso I en la batalla de Corbins, en el frente leridano,
Urraca y Alfonso Raimúndez se lanzan en noviembre de 1123 hacia tierras
fronterizas segovianas y toledanas, asediando y conquistando Sigüenza en enero
de 1124. Así se aseguraban las rutas hacia el valle medio del Ebro, por lo que
Alfonso I optó por ceder Medinaceli. Los castellanos frenaron la ambición del
aragonés por Segovia y Toledo y abrieron la vía hacia las sierras de Molina y
Albarracín, camino de Levante.
Volvía así el equilibrio de poderes hasta el 8 de marzo de 1126, día en
el que muere en Saldaña la reina Urraca, a la edad de 44 años, como
consecuencia de las complicaciones de un parto. Gelmírez y gran parte de la
nobleza gallega proclaman heredero a Alfonso Raimúndez, que firma el pacto de
Tamara, el 31 de julio de 1127, con Alfonso I, por el que éste cede su título imperial
y se restablecen los límites de ambas monarquías.
(Autor del texto del artículo/colaborador de
ARTEGUIAS: Mario Agudo)
https://www.arteguias.com/biografia/donaurraca.htm
Biografía de Alfonso VII El Emperador. Rey de León y Castilla
La
agitada infancia de Alfonso Raimúndez
El matrimonio de Alfonso VI con Inés de Aquitania
primero, y Constanza de Borgoña después, y la alarma provocada en Europa ante
los avances almorávides en España, estimulará a diversos caballeros de origen
francés y, muy especialmente, borgoñón, a venir a la Península, caballeros
junto a los cuales vendrán también religiosos y prelados que, ocupando diversas
e importantes sedes episcopales del reino, habrán de promover y aplicar las
reformas impulsadas por Roma respecto a cuestiones como la liturgia, las
inmunidades eclesiásticas o la consolidación de la autonomía episcopal respecto
al poder civil, en lo que es conocido como reforma gregoriana.
Efectivamente, la presencia de prelados y caballeros franceses, no será
una mera anécdota, dado que, a las aportaciones que van a hacer a la música, el
arte o las instituciones, hemos de añadir que dos de ellos se casarán con las
hijas del conquistador de Toledo: Así, Teresa se casará con Enrique de Borgoña,
al que se concede la mandación sobre Portugal, mientras que Urraca se casará
con Raimundo de Borgoña, recibiendo la mandación de Galicia.
De la unión entre Urraca y Raimundo de Borgoña, nacerá Alfonso
Raimúndez, es decir, el futuro Alfonso VII. Dado que Alfonso VI no había
logrado engendrar hijos, el nacimiento de Alfonso Raimúndez suscitó grandes
esperanzas en diversos grupos de interés, empezando por los borgoñones que
rodean a su padre, los notables gallegos que, como el conde de Traba o el
arzobispo Gelmírez de Santiago, rodeaban al señor de Galicia, o los obispos
favorables a las reformas pontificias que tenían en los franceses a sus
principales valedores.
Sin embargo, al final de su vida, el Emperador de
las tres religiones, se unirá con Zaida, viuda del rey moro de Sevilla,
concibiendo de la misma a Sancho, infante cuyo nacimiento frustraba las
esperanzas del grupo de interés mencionado. Efectivamente, Sancho se convertía
automáticamente en heredero al trono, en detrimento de Alfonso Raimúndez. Pero
la muerte de Sancho en Uclés (1108), en el contexto de la nueva ofensiva
almorávide, iba a convertir a Urraca en heredera al trono - dado que su
hermanastra Teresa no era hija legítima de Alfonso VI -, a la que, previsiblemente,
sucedería el pequeño Alfonso. Pero, las esperanzas del bloque
galaico-borgoñón-pontificio habrían de verse de nuevo frustradas por la muerte
de Raimundo de Borgoña: La minoría de edad de Alfonso y la seria amenaza que
suponían los almorávides, aconsejaban que la reina tomara un nuevo esposo para
asegurar la estabilidad y la integridad del reino. Sería el propio Alfonso VI
el que se inclinaría por Alfonso I, el Batallador, soberano en Navarra y
Aragón, y cuyos éxitos e ímpetu guerrero parecía ser una garantía frente al
empuje almorávide.
Ahora bien, si Urraca y Alfonso I concebían un hijo, sería éste, y no
Alfonso, el que se convertiría en heredero, de manera que el bloque
galaico-borgoñón perdería su influencia en la corte, al verse desplazado por
los vasallos del aragonés y sus partidarios castellano-leoneses, entre los que
destacaban los castellanos del propio conde Ansúrez.
El propio
Alfonso VI, procuró neutralizar los recelos y la hostilidad que los magnates
laicos y eclesiásticos gallegos tenían hacia el aragonés, concediéndoles
privilegios e inmunidades, pero pronto se organizó una fuerte oposición al
Batallador, empezando por los obispos ligados a las reformas gregorianas, como
el obispo de Palencia, Pedro Agés o desde el monasterio de Sahagún, no en vano,
uno de los centros de difusión del cluniacense: Los eclesiásticos alegaban que
la cosanguinidad de los cónyuges - eran primos - hacía su relación incestuosa,
por lo que el matrimonio debía anularse - especialmente, antes de que el
Batallador y Urraca concibieran un hijo -.
El carácter
de Alfonso I y su aparente aspiración a controlar Castilla marginando a quien
no era sino reina propietaria, habría de contribuir a aglutinar voluntades en
torno a los opositores más activos del Batallador que, a su vez, se apoyará en
los enemigos de sus enemigos, que en el caso de Galicia, eran los pequeños
propietarios y, sobre todo, los burgueses de las ciudades, como Santiago, que
veían en el conquistador de Zaragoza un valladar frente a la pujanza política y
económica de obispos y magnates.
Este estado de agitación llegaría a su clímax entre los años 1110 y
1111, años durante los cuales, se va a desarrollar una intensa y compleja
guerra civil en Castilla. Más que el acuerdo al que llegan Urraca y su marido,
será la coronación de Alfonso Raimundez como rey - 17 de septiembre de 1111 -
lo que podría contribuir a la estabilidad y la paz. De hecho, a propósito de la
reforma gregoriana, el acuerdo entre ambos cónyuges se romperá pronto y
degenerará en una nueva lucha. La definitiva separación de ambos cónyuges
pondría fin a la misma, pero éste acto no era sino una mera manifestación de
que Alfonso I no estaba dispuesto a desgastar en exceso sus energías luchando
por un reino que se mostraba refractario al control del aragonés, y menos
cuando la taifa de Zaragoza estaba por conquistar. Además, el Batallador seguía
ejerciendo el control sobre varias comarcas de Castilla e incluso retenía
plazas tan importantes como Burgos.
Alfonso
VII: de rey de Galicia a Imperator totius Hispaniae
Reconocido como rey en Galicia y León, algunas
ciudades y magnates que habían sido partidarios del Batallador, se mostraron
inicialmente más reticentes. Sin embargo, Alfonso VII estableció una serie de
alianzas dirigidas a fortalecer su propia posición y debilitar la de un
padrastro que todavía ocupaba algunas importantes comarcas y ciudades del
reino. La expulsión de la guarnición aragonesa de Burgos - abril de 1127 - y la
pérdida de interés por parte de Alfonso I respecto a Castilla, ahora que el
imperio almorávide se derrumbaba y la taifa de Zaragoza y el este peninsular se
abrían al empuje reconquistador de Aragón, contribuyeron a zanjar de alguna
manera la cuestión en lo que se conoce como el Acuerdo de Támara - julio de
1127 - por el que Aragón evacuaba Castilla, si bien, retenía ciertas comarcas,
aquellas que incorporara Sancho II.
De momento, Alfonso I había cedido, pero al castellano le preocupaba que
su padrastro consolidara su posición y pudiera volverse otra vez hacia
Castilla, reclamando algún tipo de derecho. Es por ello, que Alfonso VII se
preocupará de establecer estrechas relaciones y forjar sólidas alianzas con
otros poderes peninsulares e incluso ultrapirenáicos: Dado que a los condes de
Barcelona también les preocupaba la enorme pujanza del bloque navarro-aragonés,
Ramón Berenguer III se mostrará propicio a establecer una alianza, que habría
de ser sancionada mediante el matrimonio entre su hija, Berenguela y el rey
castellano, Alfonso VII. También Alfonso Jordán, conde de Tolosa y primo de
Alfonso VII o Aben Hud Almostantir Sayfal Dawla, el Zafadola de las crónicas
cristianas, último descendiente de los reyes de Zaragoza, le prestarán
homenaje, tejiendo así en torno al aragonés una malla protectora frente a
posibles veleidades expansionistas.
Alfonso
VII y Portugal
La muerte en 1134, de Alfonso I, el Batallador, no habría de suponer
necesariamente un respiro para Alfonso VII: Ciertamente, el testamento de
Alfonso I introducía diversos elementos de inestabilidad, al ceder el territorio
a las Órdenes Militares, suscitando una fuerte contestación por parte de la
nobleza y generándose un grave conflicto con Roma, por esta cuestión de las
Órdenes y la exclaustración de su hermano Ramiro.
Además, García Ramírez se arrogaba la soberanía sobre Navarra
titulándose rey, y para asegurar su posición, se alineará con Alfonso VII, a fin de contrarrestar
cualquier maniobra aragonesa dirigida a recuperar dicho territorio.
La adhesión de Ramón Berenguer IV - cuñado de Alfonso VII -, Armengol de
Urgel, Alfonso Jordán de Tolosa, Guillermo de Montpellier, los condes de Foix o
los de Pallars, que se explicitará el 25 de mayo de 1135 con la solemne
coronación del castellano como Imperator totius Hispaniae, parecía hacer de
Castilla la auténtica restauradora de la unidad peninsular perdida en 711.
Sin embargo, este 'imperio' sería contestado, paradójicamente, no tanto
por el nuevo rey de Aragón, Ramiro II, llamado el Monje, sino desde el condado
de Portugal: El hijo de Enrique de Borgoña y Teresa, Alfonso Enríquez, pondrá
todo su empeño en adquirir cada vez más autonomía frente al reino de Castilla,
lo cual podría explicar su interés por expandirse hacia el sur, a costa de los
musulmanes, con el evidente objeto de fortalecerse, así como la alianza establecida
con algunos magnates gallegos, a fin de crearle problemas en el que había sido
su feudo. Es significativo, además, que ningún obispo portugués estuviera
presente en la coronación imperial celebrada en 1135.
El nacimiento en 1136 de Petronila, hija de Ramiro II e Inés de
Poitiers, vendrá a tensar aún más la situación, dado que los consejeros del
antiguo monje, consideran que el mejor pretendiente para su hija es Ramón
Berenguer IV, conde de Barcelona - cuyo matrimonio dará nacimiento a la Corona
de Aragón en la persona de Alfonso II, el Casto -. Para Alfonso VII, lejos de
ser una ruptura de la alianza con el barcelonés, este matrimonio supone un
auténtico triunfo para su política de equilibrio respecto a la amenaza
aragonesa, dado que es su cuñado y aliado el que mediatiza al reino aragonés.
Sin embargo, García Ramírez toma conciencia de que, si había permanecido
al frente del trono navarro, es porque este reino completaba el dispositivo en
torno a Aragón; si ahora los intereses de Castilla y Aragón convergían,
Castilla podía llegar a permitir la recuperación de Navarra por parte de
Aragón, o lo que era más probable, acordar un reparto. Es por ello, que García
V, rey de Navarra, empezó a ayudar a Enrique de Portugal, crisis que se
superará con la renovación del vasallaje del navarro hacia el castellano y el
matrimonio entre don Sancho de León y Doña Blanca de Navarra.
A pesar de todo, aunque Alfonso Enríquez no pudiera contar con el
navarro, la victoria del portugués sobre los musulmanes en Ourique (1139),
habrá de consolidar su posición ante sus seguidores, hasta el punto que el hijo
del borgoñón comenzará a utilizar el título de rey, poniendo en marcha un
proceso que culminará décadas más tarde con la definitiva separación de
Portugal.
Almorávides,
andalusíes y almohades
Las discordias internas, la prevención contra Aragón y la todavía sólida
posición almorávide, alejaron a Alfonso VII de las luchas contra los
musulmanes. Sin embargo, el fortalecimiento de la posición de Alfonso y
Castilla, y el progresivo deterioro de la posición almorávide en al-Andalus,
estimularán al monarca castellano a emprender expediciones cada vez más
atrevidas en territorio musulmán: Entre junio y julio de 1143 atacará Córdoba y
Sevilla, tocándole en 1144 a Almería, éxitos que agitarán a otros reyezuelos y
caudillos musulmanes contra los almorávides.
Zafadola tendrá, en este sentido, un gran protagonismo como referente
para los gobernadores andalusíes, si bien, su muerte a raíz de un desacuerdo
respecto al reparto del botín, evitará su consolidación como líder único del
movimiento anti-almorávide andalusí, neutralizándose el peligro que podía
suponer la constitución de un fuerte poder musulmán en la península,
precisamente ahora que el movimiento almorávide comenzaba a desmoronarse.
Conscientes de esta situación y de la posición preeminente de Alfonso
VII respecto a los poderes cristianos peninsulares, Génova y Pisa, potencias
marítimas y comerciales emergentes, se pondrán entonces en contacto con el
monarca castellano para proponerle la toma de Almería, enclave desde el que
operaban implacables piratas que trastornaban gravemente el comercio en el
Mediterráneo. Pero, sólo un año antes de la recepción de los embajadores
italianos, en 1145, Tasfin, el último líder almorávide, caía abatido por los
seguidores de un movimiento similar, el almohade, que consideraba a los
primeros degenerados, impíos y laxos. Aunque en enero de 1145, los almohades
toman Sevilla, Alfonso VII iniciará en mayo de ese mismo año la campaña contra
el enclave pirático de Almería, que se rendirá el 17 octubre 1147 al
castellano.
Mientras esto ocurría, los almohades iban consolidando su posición en
al-Andalus, tomando Córdoba en junio 1149, y recabando la lealtad y el apoyo,
ya de grado o por fuerza, de los reyezuelos andalusíes. Aunque Ibn Mardanish o
Lope de Murcia y Valencia, se erigió en el contrapunto de los líderes
musulmanes sometidos a los africanos, posicionándose del lado de Alfonso VII
desde las ricas tierra levantinas, las acometidas almohades comenzaron a
debilitar las fuerzas de Alfonso VII, con la consiguiente pérdida de prestigio.
A esto hay que añadir que, la muerte de Berenguela, hermana de Ramón
Berenguer IV, va a suponer el enfriamiento de las relaciones con el condado de
Barcelona, dado que la vinculación familiar desaparece con la muerte de la
barcelonina. Dado que, además, Ramón Berenguer IV será el esposo de Petronila
de Aragón, ahora los intereses de ambos convergen, sin que el castellano pueda
apelar a los vínculos familiares, de manera que nada podría detener al bloque
catalano-aragonés en caso de arremeter contra Navarra. Para evitarlo, García V
procuraría mejorar las relaciones con Ramón Berenguer IV que, si bien era conde
de Barcelona, también sería marido de Petronila de Aragón y, lo más importante,
padre del futuro Alfonso II, el Casto. Una buena relación con el padre,
contribuiría a mantener una buena relación con el hijo, y a evitar en lo
posible un enfrentamiento por el reino perdido y una desposesión violenta por
parte del rey catalana-aragonés.
Sea como fuere, lo cierto es que, el brillo y el prestigio de Alfonso
VII comenzaba a disminuir, y la larga campaña por retener Almería no iba sino a
debilitarle aún más: de hecho, en julio de 115, los almohades tomarán Almería y
será precisamente durante la retirada hacia Toledo, cuando el rey Alfonso VII
muera. Era el 21 de agosto de 1157, y con su muerte, el reino de Castilla
entraba en una nueva fase que pasaba por la división de la Corona en el reino
de Castilla - al frente del cual estará Sancho III - y de León - que tendrá en
Fernando II su rey -.
En definitiva, durante el reinado de Alfonso VII acontecen hechos
importantes en nuestra historia medieval, tal que:
- Se
profundizaría la reforma gregoriana
- Se
asistiría al creciente influjo de la cultura francesa en España
- Se
incentivará el asentamiento de los monjes cistercienses
- Se
padecerían las tensiones entre magnates y ciudades
- Se
consolidaría el germen del futuro reino de Portugal
- Se
pondrían las bases de la Corona de Aragón
- Sería
testigo del hundimiento del poder almorávide y el empuje de un nuevo
movimiento africano, los almohades
Un período, en definitiva, cuyo mejor conocimiento podrá ayudarnos a
conocer y comprender mejor los avatares de la Reconquista.
(Autor del texto del artículo/colaborador de
ARTEGUIAS:
Jorge Martín Quintana
https://www.arteguias.com/biografia/alfonsovii.htm
Biografía de Fernando II. Rey de León
Fernando II de León, Asturias y Galicia nació en Barbastro
hacia 1137. Fue el segundo hijo de Alfonso VII el Emperador y de doña
Berenguela, hija del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV.
El testamento del rey Alfonso VII y los conflictos con Castilla
Subió al trono de León en 1157, gracias al testamento de
su padre Alfonso VII; el monarca había decidido repartir sus estados entre sus
dos hijos: Sancho III sería rey de Castilla, y Fernando II de León. Con esta
división del reino castellano-leonés, que se mantuvo durante las tres décadas
del reinado de Fernando II (1157-1188) y durante el de su hijo, Alfonso IX, se
pasó del llamado Imperio hispánico a la España de los cinco reinos (Portugal,
León, Castilla, Navarra y Aragón), como afirmara Menéndez Pidal.
Comenzó entonces un período, que se extenderá hasta la
victoria cristiana de las Navas de Tolosa, en 1212, caracterizado por la
considerable ralentización que experimentó el proceso reconquistador. Ello se
explica por las desavenencias surgidas entre castellanos y leoneses a la muerte
de Alfonso VII que impidieron, durante algunos años, hacer frente a los ataques
almohades.
Sancho III el Deseado (1157-1158), y Fernando II se
ocuparon, principalmente, de resolver sus problemas fronterizos. León pretendía
integrar a sus dominios la Tierra de Campos, disputada entre ambos reinos e
incorporada a Castilla por el emperador. Reunidos en Sahagún (1158) ambos
monarcas llegaron a un acuerdo por el que se repartían las zonas disputadas, se
distribuían Portugal y se fijaban las respectivas zonas de influencia en al-Ándalus.
Pero la muerte en ese mismo año de Sancho impidió la realización del proyecto.
Un niño de tres años, Alfonso VIII (1158-1214) heredaba
el trono castellano. Fernando II supo aprovechar la ocasión que se le
presentaba pues Castilla quedó sumida en la anarquía provocada por las luchas
de poder que protagonizaron las poderosas familias de los Castro y los Lara
durante la larga minoría de Alfonso. El rey leonés, aliado de los Castro, pudo
imponer su autoridad en Tierra de Campos, además de apoderarse de Toledo y
Segovia (1162), ciudades que, finalmente, fueron recuperadas por los
castellanos en 1166.
Aunque la derrota de los Castro en Castilla (1165) hizo
que Fernando II se centrase en la frontera sur del reino, amenazada por los
portugueses, el estado de guerra entre León y Castilla se mantendrá hasta 1180.
Conquistas en Extremadura y guerra con Portugal
En 1165 contrajo matrimonio con Urraca de Portugal, hija
de Alfonso I Enríquez. Fruto del mismo, nació un único hijo, que será el último
monarca del reino de León, Alfonso IX. Sin embargo, el matrimonio apenas duró
siete años pues fue anulado por el papa Alejandro III, dado el grado de
parentesco existente entre los cónyuges.
Por estas mismas fechas, Fernando II pudo atender a la
frontera sur del reino, la Extremadura. El mayor problema para León procedía de
allí pues la presencia de tropas portuguesas y castellanas cerraba el avance
reconquistador del reino y además, amenazaba su independencia eclesiástica y,
por tanto, política: si Mérida caía en manos de Catilla o de Portugal, el clero
leonés no dispondría de arzobispado propio del cual depender, pues el arzobispo
compostelano lo era en cuanto se había trasladado a Santiago la antigua
metrópoli emeritense, con carácter provisional. Ante esta situación, Fernando
II optó por aliarse con los musulmanes (1169) para hacer frente a castellanos
y, sobre todo, a portugueses pues, ese mismo año, el caudillo luso Geraldo
Sempavor había penetrado en Extremadura. Tras tomar a los almohades las
ciudades de Évora, Trujillo, Cáceres y Montánchez, Sempavor se disponía a
atacar Badajoz, con la ayuda del rey Alfonso I de Portugal.
Estas conquistas portuguesas suponían para León el fin de
los sueños expansivos trazados en Sahagún y la pérdida de las parias
musulmanas, que constituían uno de los mayores ingresos del reino. Por esta
razón, unido a los musulmanes de Badajoz, Fernando II conquistó las tierras
ocupadas por Geraldo Sempavor y su suegro, Alfonso I de Portugal, a quien
después de vencido y hecho prisionero, devolvió la libertad sin condiciones.
A raíz de estos enfrentamientos surgieron en el reino de
León las órdenes militares de San Julián del Pereiro, llamada, a partir de
1218, de Alcántara, y la de Santiago. La primera fue organizada, en 1170, por
el obispo salmantino Ordoño, y aprobada por el pontífice Alejandro III en 1177.
La de Santiago se creó el año 1170, en la ciudad de Cáceres, tras la victoria
de Fernando II sobre Geraldo Sempavor.
Fernando II confió la defensa de Extremadura a Ermengol
VII de Urgel, a Fernando Rodríguez de Castro y al arzobispo compostelano y les
otorgó importantes beneficios como pago a su intervención contra almohades y
portugueses. El conde de Urgel recibió varias heredades en la zona en recompensa a su ayuda en la conquista de Alcántara (1166)
y en las campañas contra Geraldo Sempavor.
Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, había sido
uno de los fieles aliados del rey leonés durante los años de su intervención en
Castilla. Con la entrega de Trujillo, Montánchez, Santa Cruz y Almofrag
Fernando II recompensaba sus servicios, le resarcía de las pérdidas sufridas en
Castilla tras el triunfo de los Lara y creaba un señorío capaz de oponerse a
los posibles ataques castellanos por esta zona.
En cuanto a la presencia del arzobispo compostelano en
Extremadura, se explica por la necesidad de defender la independencia de la
Iglesia leonesa. Durante el reinado de Alfonso VII, el obispo compostelano
Diego Gelmírez había logrado de Roma la restauración de la sede arzobispal de
Mérida, en poder de los musulmanes, y su traslado provisional a Santiago de
Compostela. Si se producía la ocupación de Mérida por castellanos o portugueses
se podía poner fin al arzobispado compostelano, cuya existencia era necesaria
para evitar que las sedes y el clero leonés quedasen sometidos al arzobispo de
Toledo o al de Braga, dependientes de los reyes de Castilla y de Portugal,
respectivamente. La defensa de la independencia de León, que no sería total
mientras otros reyes pudieran intervenir en los asuntos leoneses a través del
clero, exigía la conquista de Mérida.
Entre 1173 y 1174, rompiendo la alianza firmada en 1169,
el sultán almohade Abu Yaqub Yusuf, realizó una campaña en la que León perdió
todas las conquistas efectuadas en Extremadura. A partir de 1176 los reyes de
León y Castilla llevaron a cabo continuas expediciones contra los musulmanes;
mientras Fernando II saqueaba la zona de Jerez de los Caballeros, Alfonso VIII
concentraba sus esfuerzos en la conquista de Cuenca (1177). Pero el rey
castellano tuvo que abandonar la lucha contra los musulmanes para concentrar
sus tropas en la frontera leonesa, donde habían surgido nuevamente problemas
por la posesión de Tierra de Campos: Fernando II había invadido el reino de
Castilla y se había apoderado de Dueñas y Castrojeriz.
Por estos años, Fernando II contrae matrimonio con la
noble gallega Teresa Fernández de Traba, hija del que fuera su preceptor
Fernando Pérez de Traba. Pero ninguno de los dos hijos habidos en el matrimonio
sobrevivió al padre, pues el segundo de ellos murió, junto a su madre, en el
parto, en el año 1180.
Concertada la paz entre Castilla y León en Tordesillas
(1181), Alfonso VIII y Fernando II pudieron llevar a cabo nuevas campañas
contra los musulmanes: el leonés se apoderó de Yelmes y Alcántara, y aunque
tomó Cáceres, en 1184, fue por poco tiempo pues se perdió de nuevo, en el año
1196, frente al emir almohade Yaqub al-Mansur. La ciudad será conquistada
definitivamente por Alfonso IX en 1227.
Repoblación fronteriza, ordenación
del territorio y donaciones a la Iglesia
El reinado de Fernando II se caracterizó por la intensa
labor repobladora desarrollada tanto en las tierras fronterizas como en las
zonas costeras y del interior del reino.
Los enfrentamientos con portugueses y castellanos obligaron a Fernando II a
fortificar sus fronteras con ambos reinos. Frente a Castilla, se establecieron
guarniciones en Tierra de Campos, como las de Almansa, Ferrera, Mansilla,
Coyanza, Villalpando, Mayorga, Rueda, Ardón o Benevente, a la que Fernando II concedió,
en 1164, su conocido fuero. Éste se convertirá en un modelo a aplicar en otras
villas del noroeste leonés y gallego, como La Coruña (1180) o Mansilla de las
Mulas (1181), fortificada por el monarca para contener el avance castellano por
los ríos Cea y Esla.
Las fronteras entre León y Portugal fueron reforzadas en
la zona gallega: Castro Mazamud (1168), Salvatierra, Allariz, Lobeira o Tuy,
que fue repoblada y dotada de fuero, en 1170, después de que fuese recuperada
de manos de Alfonso I de Portugal.
Sin embargo, los intentos de implantar concejos
fracasaron ante la negativa de los pobladores libres a instalarse en zonas
controladas por señores con atribuciones feudales. Más hacia el sur se repobló
Puebla de Sanabria, Ledesma y Ciudad Rodrigo.
Con la fundación de esta última, en 1161, Fernando II
recortó los límites del poderoso concejo de Salamanca, que quedó fuertemente
molesto por la pérdida de territorio y por la obstrucción de su vía de
penetración en la zona musulmana, en la que obtenían sus milicias abundante
botín.
Fernando II quiso atraerse el apoyo de la Iglesia y lo
hizo a través de generosas donaciones y privilegios que permitieron, por otra
parte, el desarrollo de una importante actividad artística de la que son buen
ejemplo la reforma de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo o las obras de
la iglesia de Santiago de Compostela. En 1158, por poner un ejemplo, apenas
llegado al trono, confirmó la exención tributaria de los operarios que
trabajaban en la construcción de la catedral de Santiago, cuyas obras
experimentaron durante este reinado un notable impulso. Así, la conclusión del
Pórtico de la Gloria, según la inscripción de su dintel, está fechada el año de
la muerte del monarca, en 1188.
Un año antes de morir, en 1187, Fernando II contrajo
matrimonio con Urraca López de Haro, (?-1226), hija del señor de Vizcaya, Lope
Díaz de Haro, y amante del rey desde 1180. El nacimiento de Sancho (1186-1220),
fruto de esta unión, provocó la enemistad de la reina con Alfonso, hijo
primogénito del rey leonés, nacido de su primer matrimonio con Urraca de
Portugal. Sin embargo, el fallecimiento del rey Fernando II de León en
Benavente, el 22 de enero de 1188, acabó con la campaña que Urraca había
iniciado contra su hijastro Alfonso a favor de Sancho, dado el reconocimiento
por parte de la mayoría de la nobleza leonesa de Alfonso IX como nuevo rey de
León.
Fernando II fue sepultado en Santiago de Compostela, al
igual que sus padres, tal y como había pedido en 1180, cuando concedió a la
Iglesia de Santiago los derechos de cancillería, capellanía y sepultura regia
meam et sucessorum meorum.
https://www.arteguias.com/biografia/fernandoiileon.htm
Biografía de Alfonso VIII. Rey de Castilla
El reinado de Alfonso VIII de Castilla resulta de
gran interés para la historia de la península en la Edad Media.
Se enmarca en lo que se ha venido llamando la España de los Cinco
Reinos, en la que, desaparecida la tendencia unitaria esbozada por Alfonso VI,
Castilla y León se encuentran de nuevo separadas políticamente, y
periódicamente enfrentadas, dando lugar a un periodo marcado por el continuo
juego de alianzas entre ambos reinos y el resto de los territorios
peninsulares: Aragón, Navarra y Portugal; sin desdeñar tampoco cualquier otro
tipo de alianzas, incluidos los almohades.
Sin embargo, su importancia va más allá de los sucesos acaecidos durante
el reinado, ya que en él se pondrán los pilares para dos hechos fundamentales
para la historia de los siglos posteriores:
- La
conversión del Reino de Castilla en el centro de poder político más
importante de la parte occidental de la Península
- La
decadencia definitiva del poder musulmán
La importancia política de Castilla en detrimento de León era una
tendencia que ya se apuntaba y que durante el reinado de Alfonso VIII queda
clara, para consolidarse con el acceso al trono de Fernando III y la unión
definitiva de ambos reinos.
Por su parte, la victoria de Las Navas de Tolosa (1212) no sólo acabará
con el poder de los almohades, sino que abrirá las puertas de Andalucía a sus
herederos, que con sus conquistas limitarán la existencia de lo que fuera
Al-Andalus al Reino de Granada hasta su desaparición en 1492.
La
predominancia de Castilla y las disputas con León y Navarra
Curiosamente, el comienzo del reinado de Alfonso VIII no fue fácil. Hijo
de Sancho III de Castilla y Blanca de Navarra subió al trono cuando contaba
apenas tres años, abriéndose entonces un periodo anárquico, caracterizado por
el enfrentamiento entre las poderosas familias de los Lara y los Castro, que se
disputaron su tutela y la regencia, junto a Fernando II de León, que ejerció
durante algún tiempo la tutela del niño, y aprovechó, al igual que Sancho VI de
Navarra, este periodo para aumentar sus territorios a costa de los de Castilla.
Por ello, una vez asumido el poder (1169) Alfonso VIII orientará su
política hacia la recuperación de las tierras perdidas durante su minoría a
favor de León (Tierra de Campos) y de Navarra (La Rioja), lo que enfrentará a
Castilla con León y Navarra durante largas décadas.
La competencia con León se deberá fundamentalmente a cuestiones
fronterizas y será una constante durante todo el reinado, jalonado por la firma
de diversos tratados, que darán lugar a períodos de estabilidad y buenas
relaciones.
Entre los diversos acuerdos destaca el matrimonio entre Alfonso IX de
León y la princesa Berenguela, hija de Alfonso VIII, realizado en 1197, que
incluía como dote las plazas fuertes en disputa, y dio lugar a un periodo de
tranquilidad. Pero el papa Inocencio III declaró nulo el matrimonio por razones
de parentesco que se disuelve en 1204, volviendo Berenguela a Castilla, lo que
deshace el acuerdo de paz y promueve de nuevo los enfrentamientos.
No obstante, este matrimonio será de gran importancia en el futuro, ya
que un hijo de esta unión, Fernando, se convertirá en Fernando III, primero de
Castilla (1217), luego de León, uniendo ambos reinos a la muerte de su padre en
1230.
Con respecto a Navarra, Alfonso VIII buscará recuperar los territorios
que le habían sido arrebatados, para lo que emprenderá entre 1173 y 1176
diversas expediciones tendentes a restaurar las fronteras anteriormente
existentes, lo que no sólo logró con la recuperación de La Rioja en 1173, sino
que además se anexionó Álava y Guipúzcoa (1200), que pasaron definitivamente a
formar parte del Reino de Castilla bajo la autoridad de Diego
López de Haro, Señor de Vizcaya.
El dominio de Álava y Guipúzcoa interesaba a Alfonso VIII porque unía
sus dominios castellanos con los de Aquitania, a los que se consideraba con
derecho por su matrimonio. Alfonso VIII se había casado con 1170 con Leonor de
Inglaterra, hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania, que llevó
como dote el ducado de Gascuña, cuya posesión nunca se hizo efectiva, y los
intentos que el monarca llevó a cabo para ello tampoco no tuvieron éxito.
La
decadencia del poder musulmán
Otra de las
constantes del reinado será la política relativa a Al-Andalus. En primer lugar,
tratará Alfonso VIII de evitar que Aragón se extienda por las zonas de
influencia castellana, en especial las dominadas por el llamado Rey Lobo, que
mantuvo un reino independiente de los almohades en Murcia-Valencia-Albarracín.
La expansión hacia el sur de Aragón llevará a enfrentamientos que
finalizarán con la firma del acuerdo de Cazola en 1179 con Alfonso II el Casto,
rey de Aragón, por el que se repartieron los territorios musulmanes y
delimitaron sus respectivas zonas de expansión: Castilla concedía libre y perpetuamente
al monarca aragonés todo el país valenciano, incluidas las ciudades de
Valencia, Játiva y Denia, hasta el puerto de Bihar (Alicante), y el monarca
aragonés hacia lo propio con todas las tierras situadas más allá de dicho
puerto. Con este tratado quedaban ya prefigurados los que van a ser, a partir
del siglo XIII, los grandes Reinos peninsulares de Castilla y León y
Aragón-Cataluña.
En cuanto a
los almohades, principales dominadores del territorio musulmán peninsular en
este periodo, se alternaron los enfrentamientos con diverso resultado, con
paces y treguas, en momentos en los que la neutralidad almohade era necesaria
para Castilla, concentrada como estaba en sus enfrentamientos con León y
Navarra.
En 1177 los
almohades continuaban hostigando las tierras fronterizas de Castilla y atacaron
Uclés. Esto debió decidir a Alfonso VIII a asegurar sus posiciones por tierras
de Cuenca, conquistando esta ciudad en ese mismo año, para lo que contó con la
ayuda de Alfonso II de Aragón.
En los años
siguientes continuaron las campañas por tierras andaluzas y la ampliación de
las conquistas en la zona del Júcar (1183-1185). Alarmados por ello los
almohades y ante el peligro que suponían, el Califa Abu Yacub pasó a la
península, desembarcando en Tarifa con un gran ejército, y declarando la guerra
santa contra los cristianos (1195).
La campaña culminó con la derrota de Alarcos (1195), la retirada de
Alfonso VIII a Toledo y la caída de Calatrava y otras plazas fuertes, momento
que marca el apogeo del poder almohade en la península, que controlaba su área
central y no dejaba de hostigar a los reinos cristianos.
Sin embargo la victoria fue efímera. El papa Inocencio III, junto al
Arzobispo de Toledo Ximénez de Rada, llevaban tiempo predicando la necesidad de
solventar las diferencias entre los reinos cristianos y su unión en una cruzada
frente al Infiel. Será una nueva campaña del Califa almohade, que acabó con la
toma del Castillo de Salvatierra (1211), la que provoque la unión entre los
reyes cristianos, así como la predicación de una nueva Cruzada.
Oficialmente sólo Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra
participaron con sus huestes reales, aunque muchos caballeros leoneses,
gallegos y portugueses se unieron al ejército cruzado, que reunido en Toledo,
avanzó por tierras de Toledo y Ciudad Real, recuperando las plazas perdidas
hasta la definitiva victoria de Las Navas de Tolosa (1212), con la que queda
expedito el camino hacia el sur peninsular y el Imperio Almohade se derrumba
definitivamente.
Otros
aspectos destacables del reinado de Alfonso VIII de Castilla
Otros aspectos a destacar del reinado son la labor repobladora y
legislativa de Alfonso VIII. De la primera, las grandes beneficiarias fueron
las Órdenes Militares, en especial Calatrava y Santiago que recibieron
importantes territorios en La Mancha y Cuenca; con la segunda, el rey concedió
fuero a muchas ciudades, sobresaliendo por su importancia y difusión posterior
el otorgado a Cuenca. En el movimiento intelectual promovió la fundación de
escuelas catedralicias y, sobre todo, del Estudio General de Palencia (1209),
que se considera la primera Universidad de España.
Alfonso VIII morirá en 1214 dejando como heredero a Enrique I, que
accederá al trono con sólo 10 años, y cuya prematura muerte en 1217, hará recaer
la corona en su hija Berenguela, que en el acto de proclamación renunció al
trono en favor de su hijo Fernando, habido con Alfonso IX. Éste, como Fernando
III, aunará bajo su cabeza las coronas de Castilla y León, iniciando así la
andadura definitiva del Reino Castellano-Leonés.
https://www.arteguias.com/biografia/alfonsoviii.htm
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