MISTICISMO Y DEMONOLOGÍA: TERESA DE JESÚS
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INTRODUCCIÓN
Entre 1500 y 1650 la mística española
vive su periodo de máximo esplendor. A ello contribuye una serie de
acontecimientos que marcan un antes y un después en la Historia occidental.
Teólogos, moralistas y místicos convierten sus escritos en espejos donde se
reflejan las transformaciones espirituales y mentales propias de su tiempo. El
pensamiento renovador de Erasmo cala inmediatamente en la España del
Renacimiento. Con el estallido de la Reforma se rompe la unidad de la
cristiandad a comienzos del siglo XVI. 1 Aparecen los primeros focos de
alumbrados y luteranos, perseguidos duramente por la Inquisición.
Todo ello da origen a una ebullición
religiosa que envuelve la cultura y la sociedad hispanas. Crece el número de
beatas que se meten en los conventos. La mayoría son jóvenes, entre veinte y
treinta años. Su origen es rural, hijas de labradores y frecuentemente
solteras. También es notable el número de viudas que ingresan en diferentes
congregaciones (Sarrión, 2003). Las mujeres discretas y piadosas llevan una
vida retirada; las más exaltadas en sus manifestaciones espirituales llaman la
atención de la Inquisición. 2
Esta situación denota una crisis
religiosa y espiritual. Se critica aquella mentalidad cristiana que sólo está
preocupada por las obras externas, las ceremonias, los ritos y las
supersticiones. Se cuestiona, también, la teología escolástica como única vía
de acceso al conocimiento de Dios. Las fronteras del pensamiento se abren
resquebrajando categorías fijas y rígidas. Esta amplitud de mira ya no es
unidireccional. El pensamiento y la experiencia pueden discurrir por regiones
ambiguas y tentadoras que genera un desasosiego espiritual pero, también, da
lugar a un espacio creativo propio y personal, tal y como Teresa de Jesús
muestra en sus escritos.
Erasmo critica el cristianismo
oficial. Reprueba que se centre en lo externo, en lo ceremonioso y en prácticas
supersticiosas. En contraposición defiende la espiritualidad y la necesidad de
potenciar el mundo interior. Aboga por una vida basada en unos principios
morales, que sea imitación de la vida de Cristo, asentada en auténticas
virtudes cristianas. Para Erasmo, el conocimiento ha de mejorar el sentido y la
vida, pero se da cuenta que esta concepción nada tiene que ver con la que
propugnan los teólogos de su tiempo, a quienes dedica duras críticas en su Elogio de la locura3
Mejor fuera pasar por alto
a los teólogos, y no agitar esa charca, ni tocar esa hierba pestilente. Gente
tan puntillosa e irritable pudiera caer sobre mí en tromba con seiscientas
conclusiones, obligándome a cantar la palinodia, y casi de negarme, me llamaría
a voces hereje […]. Están tan pertrechados de definiciones escolásticas,
conclusiones, corolarios, proposiciones explícitas, conocen tan bien todos los
subterfugios, que ni las mismas redes de Vulcano serían capaces de atraparlos
(1995:103, cursivas nuestras).
Sectores de la Iglesia
demandan una renovación espiritual que conduzca a un cambio de hábitos no sólo
eclesiásticos sino, también, sociales. Como respuesta a esta necesidad se
produce el florecimiento de la mística en España y su proyección más allá de
los conventos. 4 Durante el Siglo de Oro se considera que la mística es una
experiencia individual transformadora. Por medio de ella el sujeto llega a la
unión con la divinidad. El camino discurre a través del amor, considerado como
el mayor bien alcanzable por el ser humano. Así lo recoge Juan de la Cruz al
comienzo de su Cántico espiritual
¿Adónde te
escondiste,
Amado, y me
dejaste con gemido?
Como el
ciervo huiste,
habiéndome
herido;
salí tras ti
clamando, y eras ido.
Pastores,
los que fueres
allá por las
majadas al otero,
si por
ventura vieres
aquel que yo
más quiero,
decidle que
adolezco, peno y muero (1994:127).
En consecuencia, nos
proponemos estudiar la experiencia mística que vive Teresa de Jesús y los
estadios por los que va pasando su alma hasta alcanzar la unión mística.
Diferenciaremos las experiencias propiamente religiosas de aquellos otros
fenómenos extraordinarios que no deben ser interpretados como tales.
Descubriremos cómo, gracias a la mística, Teresa de Jesús consigue una
autoridad social y eclesiástica que por otras vías nunca hubiera podido
adquirir. Y, por último, nos centraremos en analizar la dura lucha que esta
mujer mantiene con el diablo, cómo se le manifiesta, de qué formas intenta
tentarla, cómo la atormenta, las dudas que genera en su alma y finalmente cómo
logra vencerlo y qué repercusión tiene esto en su vida espiritual y literaria.
TERESA DE JESÚS Y SU EXPERIENCIA MÍSTICA
El
espacio por donde discurre la experiencia mística es el del afecto, no el del
intelecto. La meta se encuentra en la unión con Dios, pero el camino por el que
se accede a esta unión es el del sentimiento. Se trata de una ciencia no
especulativa sino sensitiva. El lugar del encuentro con Dios es el interior del
individuo pero, previamente, hay que prepararlo. Ha de ser vaciado de toda
imagen, incluso desposeído de sí mismo. La experiencia mística es un desafío
personal, una exaltación del sujeto. Pero, también, exige la propia anulación.
La mística se inicia con el éxtasis. Tomás de Aquino lo define como una salida
de sí mismo y Teresa de Jesús como la “suspensión de todas las potencias”
(1967:84). El hombre ha de limpiar su cuerpo, su mente, su espíritu, porque
sólo desde el vacío, sólo desde la nada, se configura un espacio mucho más
receptivo, tal y como Juan de la Cruz precisa
De
donde [para llegar a] aquel amor, alegría y gozo que le hacen y causan las
tales visiones al alma, conviene el que tenga fortaleza y mortificación y amor
para querer quedarse en vacío y a oscuras de todo ello, y fundar aquel amor y
gozo en lo que no ve ni siente ni puede ver ni sentir en esta vida, que es
Dios, el cual es incomprehensible y sobre todo. Y, por eso, nos conviene ir a
él por negación de todo, porque si no, dado caso que el alma sea tan sagaz,
humilde y fuerte, que el demonio no la pueda engañar en ella ni hacerla caer en
alguna presunción, como lo suele hacer, no dejarán ir al alma adelante, por
cuanto pone obstáculo a la desnudez espiritual y pobreza de espíritu, y vacío
en fe, que es lo que se requiere para la unión del alma con Dios (1964:379).
En Las moradas del castillo interior,
Teresa de Jesús describe el proceso hasta alcanzar la unión mística (Sainz
Rodríguez, 1984). El alma ha de recorrer tres vías. La purgativa (ascética) se
desarrolla en las tres primeras Moradas, fase en la que el mal tiene que ser
ahogado por la mortificación de las inclinaciones. Es el primer comienzo. En
las cuartas Moradas discurre el segundo periodo, la vía iluminativa, cuando las
potencias del alma (entendimiento, memoria y voluntad) se vuelven pasivas.
Un
recogimiento que también me parece sobrenatural, porque no es estar en oscuro
ni cerrar los ojos, ni consiste en cosa exterior, puesto que, sin quererlo, se
hace esto de cerrar los ojos y deseas soledad; y sin artificio, parece que se
va labrando el edificio para la oración que queda dicho; porque estos sentidos
y cosas exteriores parece que van perdiendo de su derecho por que el alma vaya
cobrando el suyo que tenía perdido (1967:387).
Y ya
en las quintas Moradas nos presenta la última etapa, la vía unitiva que
denomina “oración de quietud”. Para Teresa de Jesús, la oración designa la
plegaria, pero sobre todo la meditación, una introspección que ha de ser
discursiva antes que contemplativa. Es la elevación del alma hacia Dios
durante, a veces, sólo un instante, momento cuando se produce el desasimiento
de todo. Es un recogimiento profundo que precede a la unión transformadora en
la que el alma se diviniza
Allí
no hay más dar y tomar, sino un ver el alma, por una manera secreta, quién es
este Esposo que ha de tomar; porque por los sentidos y potencias en ninguna
manera podía entender en mil años lo que aquí entiende en brevísimo tiempo
(1967:402).
En
las sextas Moradas describe la unión mística de la manera siguiente
[…]
lo que yo entiendo en este caso es que el alma nunca estuvo tan despierta para
las cosas de Dios ni con tan gran luz y conocimiento de Su Majestad. Parecerá
imposible, porque si las potencias están tan absortas que podemos decir que
están muertas, y los sentidos lo mismo, ¿cómo se puede entender que entiende
ese secreto? (1967:414).
Por
último, en las séptimas Moradas define como matrimonio espiritual la
experiencia de la unión con Dios, una unión que transforma a quien la vive
[…]
porque siempre queda el alma con su Dios en aquel centro […], es como si
cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no
podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río, o lo que cayó del cielo
(1967:441).
Por
su parte, Juan de la Cruz describe un tránsito nocturno del alma hasta alcanzar
la unión divina
En una noche oscura, con
ansias, en amores inflamada, ¡oh
dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada […] ¡Oh noche que guiaste! ¡oh noche amable más que la alborada!; ¡oh noche que juntaste Amado con amada amada en el Amado transformada!
(1967:483-4). |
En el estadio superior de la vivencia mística se recupera, a otro nivel,
todo lo que en el camino había sido negado. Dentro del individuo, sus potencias
dejan de estar “suspendidas” y quedan en un estado de constante quietud y
sosiego. También, los sentidos y el mundo sensible son reafirmados en un
retorno que no conduce a la inmovilidad.
Al llegar a este punto conviene aclarar que algunos fenómenos
extraordinarios, a veces, son interpretados como manifestaciones místicas:
revelaciones, visiones, levitaciones, estigmas, es decir, gracias gratis dadas.
Pueden aparecer en las primeras fases o no hacerlo nunca. Teresa de Jesús
describe los arrobamientos, éxtasis o “vuelos del espíritu” en su Libro de la
vida. Y los distingue de la unión sustancial
En estos arrobamientos parece no anima el alma en el cuerpo, y así se
siente muy sentido faltar de él el calor natural; vase enfriando, aunque con
grandísima suavidad y deleite. Aquí no hay ningún remedio de resistir, que en
la unión, como estamos en nuestra tierra, remedio hay: aunque con pena y
fuerza, resistir se puede casi siempre. Acá, las más veces, ningún remedio hay,
sino que muchas sin prevenir el pensamiento ni ayuda ninguna, viene un ímpetu
tan acelerado y fuerte, que veis y sentís levantarse esta nube o este águila
caudalosa y cogeros con sus alas (1967:90).
Dentro de los fenómenos místicos que tuvieron repercusión directa en el
cuerpo de Teresa de Jesús, el más famoso es el de la transverberación, 5 es
decir, sentir cómo el corazón queda traspasado. Esta experiencia mística la
describe de forma muy expresiva
Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal [...]
no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido, que
parecía de los ángeles muy subidos, que parece todo se abrasa. Deben ser los
que llaman cherubines […] Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin
del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el
corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía
las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan
grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad
que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se
contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual,
aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto (1967:131).
LA MUJER MÍSTICA Y LA
TEOLOGÍA ESCOLÁSTICA
Mística
y escolástica se encuentran en polos opuestos: sentimiento frente a raciocinio,
transformación en Dios frente a conocimiento de Dios. En Exercitatorio de la vida espiritual ––una de las primeras obras
sistemáticas de la mística castellana–– se nos dice que: “esta sabiduría es por
ignorancia conocida […], ca allí donde reina sola afección de amor, el seso ni
el entendimiento no tiene cosa que hacer” (Andrés, 1996:25). Pronto surge el
enfrentamiento abierto entre los teólogos escolásticos y los místicos.
Francisco de Osuna describe la enorme distancia que separa sus dogmas y
principios morales
[…] la primera teología [la escolástica], que se llama escudriñadora,
usa de razones y argumentos y discursos y probabilidades según las otras
ciencias; y de aquí es que se llama teología escolástica y de letrados, la
cual, si alguno quiere alcanzar, ha de menester buen ingenio y continuo
ejercicio y libros y tiempo, y velar, trabajar teniendo enseñado maestro […].
Así como es más de desear tener piadosa afición y devota al Señor que no entendimiento
agudo y frío solamente con estudio alumbrado, que los herejes y demonios lo
tienen, así es más de desear la escondida teología que no la especulativa
(1980:200-1).
Con anterioridad a Osuna, I. Gerson estudió la distinción entre la
teología mística y la escolástica en su libro Sobre la teología mística especulativa (1958). Según Gerson, los
escolásticos se centran en el estudio de los efectos externos de Dios, en tanto
que a los místicos les importan más las huellas de Dios en el interior de los
seres humanos y su búsqueda, pero a través del amor disciplinado. Incluso,
dentro de los teólogos místicos existían varias corrientes. Una tradición ––
asociada a Agustín, Bernardo, Buenaventura y Gerson–– habla del abrazo del alma
y Dios (Hamilton, 1993:33). Otra rama ––derivada de Dionisio e identificable en
Eckhart–– se fija en la unión con la que el alma se hace Dios, como una gota de
agua se hace el mar (Russell, 1995). Pero, mientras Dionisio hacía hincapié en
el ansia y el deseo recíprocos de Dios y el alma en términos abstractos, los
místicos de finales de la Edad Media ya se centraron en el amor como acto de
voluntad pero, también, como anhelo emocional.
A principios del XVI la escolástica se diferencia casi de manera
definitiva de la mística, ya que la segunda se ofrece como una posibilidad
abierta a todos los fieles, sin distinción de sexo o de nivel cultural o
estamento social: “La teología mística aunque sea suprema y perfectísima
noticia, puede, empero, ser habida de cualquier fiel, aunque sea una mujercilla
e idiota” (Osuna, 1980: 354). En cambio, la teología escolástica pretende ser
un saber exclusivo de eclesiásticos con preparación intelectual. En 1559,
Melchor Cano reprocha el desprecio que la nueva espiritualidad parecía tener
hacia la teología
[…] el que ora consultándole por sí mismo a Dios, luego excluye el
magisterio de hombres doctos y prudentes […]; [luego se persuaden de] que los
teólogos escolásticos no son los profetas por quienes han de consultar a Dios,
sino los varones espirituales, que ellos dicen que por experiencia y gusto
saben las cosas divinas […]. Esta proposición tiene manifiesto saber de
alumbramiento, porque significa que a quien se da a la oración, Dios le da
noticia de cielo y tierra, y aun prudencia para obrar, más que por ninguna
escuela, ni trabajo, ni ejercicio de letras, ni consejo de hombres. Y si esto
es verdad […], cerremos los libros, perezcan las universidades, mueran los
estudios, démonos todos a la oración (Caballero, 2º t., 1995:575-6).
El Índice de libros prohibidos
de Valdés, también publicado en 1559, censura un buen número de obras de
espiritualidad y mística, pertenecientes a autores como Juan de Ávila, Luis de
Granada, Bernabé de Palma o Francisco de Borja. También ordena que este tipo de
libros fueran escritos y publicados en latín, cuyo dominio recae casi,
exclusivamente, entre el estamento culto: altos eclesiásticos y nobles
(Hamilton, 1992:111). Con esta medida, la Iglesia quiere que el saber sea algo
exclusivo y excluyente. Teresa de Jesús se vio afectada por esta disposición6 a
la que hace referencia: “Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se
leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos y yo no
podía ya, por dejarlos en latín” (1967:117).
Pero, lo que asusta a la jerarquía eclesiástica es la posibilidad de que
la mujer alcance independencia espiritual y se apropie de espacios que, desde
siempre, le han sido vedados. De ahí que Melchor Cano advierta del peligro que
supone dar “la ciencia de los sacerdotes, jueces y prelados de la Iglesia a las
mujeres” (Caballero, 2º t., 1995:538). Su parecer es totalmente misógino:
“Porque la experiencia ha enseñado que la lección de semejantes libros, en
especial con libertad de leer la Sagrada Escritura, o toda o gran parte de
ella, y trasladarla en vulgar, ha hecho mucho daño a las mujeres y a los
idiotas” (Caballero, 2º t., 1995:537).
En contraposición, la mística no ataca con tanta dureza a la mujer. Para
ellos el único criterio de autoridad reside en la experiencia. A partir de ahí
se reconoce en la mujer la capacidad de amar, pero no la de pensar o dirigir su
propia existencia. La misma Teresa de Jesús afirma
Hay muchas más [mujeres] que hombres a quien el Señor hace estas
mercedes, y esto oí al santo fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto
yo), que decía aprovechaban mucho más en este camino que los hombres, y daba de
ello excelentes razones (1967:186).
Gracias a las experiencias místicas, Teresa de Jesús consiguió una
autoridad social y eclesiástica que por otras vías nunca hubiera podido
adquirir. Sólo la comunión directa con Dios era válida para ella. Creó un
espacio donde no tenían cabida la opresión jerárquica, la subordinación
institucional, el ritual cerrado, lo formal de un sistema que la alienaba y
anulaba como persona y como mujer. Se alejó de unas normas establecidas,
dirigidas e interpretadas por los hombres. Se buscó, a sí misma, a través de la
mística. Diseñó un mundo íntimo que no se ajustaba a los esquemas de la época y
para darlo a conocer desarrolló un lenguaje propio. En su escritura,
encontramos una palabra femenina que ella misma opone a la de los letrados (G.
de la Concha, 1978). A través de esta palabra, siente la necesidad de
transmitir sus vivencias, lo que despierta el recelo de los eclesiásticos más
radicales que querían mantener la religión al margen de cualquier contagio
herético (Hamilton, 1992:121-3). Por ese motivo, en 1588, fray Alonso de la
Fuente denunció las obras de Teresa de Jesús ante el Consejo General de la
Inquisición en estos términos
A mis manos ha venido un libro que se intitula Los libros de la Madre Teresa de Jesús […], hallo en él escripta la
secta masaliana con ramalazos de otras sectas, especialmente de los herejes
extáticos, alumbrados y dexados […]. El autor del dicho libro lo vende y
encomienda por doctrina revelada a Dios e inspirada por el Espíritu Santo; que,
si en efecto fue la monja ––como suena el título de él–– es negocio praeter naturam y cosas enseñadas por
ángel, porque excede la capacidad de mujer. Más no fue posible ser ángel bueno,
sino ángel malo y el mesmo que engañó a Mahoma y a Lutero y a los demás
heresiarcas (Huerga, 2º t., 1978:615-6).
TERESA DE JESÚS Y EL DIABLO
Los místicos consideran al diablo como el mayor obstáculo en la unión
con Dios. Interfiere en la oración, la plegaria y la meditación, impidiendo
llegar a la culminación de la experiencia mística. Incluso, llega a retorcer y
pervertir la contemplación misma, manchándola con la soberbia, la prepotencia y
el envilecimiento del individuo. El místico se desenvuelve en una dura lucha.
Durante los estadios por los que va atravesando su alma, el diablo puede
apoderarse del cuerpo del hombre y de su sensibilidad interna para influir
sobre el espíritu (Moreno, 1991). Según Pedro Sainz Rodríguez
La vida espiritual está solicitada por dos poderes contrapuestos: el
divino, inspirado por el amor, y el diabólico, por el odio y la venganza. Para
salir triunfante en esta lucha, y para lograr, además, el hombre el triunfo
sobre sí mismo, la vida espiritual precisa de una higiene y de remedios para
sus caídas o enfermedades; esto constituye el contenido de la Teología moral, y el conocimiento de
cómo se llega a ciertos estados especiales nos lo proporciona la Ascética y la Teología mística (1984:20).
El diablo puede conseguir despertar el orgullo en el hombre ante sus
éxitos espirituales, haciendo que se crea superior a otros, causándole falsas
sensaciones de calidez o induciendo alucinaciones visuales o auditivas. Cuando
las sensaciones o las visiones del hombre procedan de Dios, Satanás intentará
distraerlo para evitar que llegue a la comunión divina. Los ataques del diablo
contra los místicos van desde la sugestión espiritual hasta la agresión física.
Buenaventura cuenta que el diablo persiguió a Francisco de Asís con tentaciones
de lujuria, gula, miedo y desesperación. Julian of Norwich tuvo atisbos
aterradores de Lucifer, quien intentó matarla asfixiándola
El demonio acercó su cara a la mía. Era como un joven alto y muy flaco,
rojo como el ladrillo recién cocido y con manchas negras. Tenía el cabello rojo
como herrumbre y largos mechones le colgaban a ambos lados. Con una mueca de
astucia a modo de sonrisa, me mostró los dientes y me pareció todavía más feo.
No tenía ni el cuerpo ni las manos bien formados, pero usó las garras para
asirme del cuello, y me hubiera cortado el aliento y matado, pero no pudo
(Russell, 1995:331).
Los místicos creen que su intensa sensibilidad a las experiencias
espirituales los desprotege con respecto al diablo. Por eso sufren tormentos y
distracciones. Satanás les susurra al oído sugerencias que parecen buenas, pero
que sólo producen amargura y repulsa. Les tienta al placer, la murmuración, la
difamación, el rencor, la envidia, la vanidad y la soberbia. Si Dios muestra a
los místicos la luz de la verdad, el diablo emite falsos destellos para
engañarlos. Para saber si la experiencia viene del bien o del mal, el místico
ha de plantearse si se siente excitado o confuso (un signo claro del mal) o
alegre, tranquilo y en armonía (un signo del bien). Los místicos, por lo tanto,
han de mantener una vigilancia constante para rechazar las distracciones que el
diablo les ofrece en su intento de alejarlos de una vida de plegaria y amor.
Teresa de Jesús experimentó a Satán directamente, como un espíritu en
contacto con el otro (Lépée, 1952). También se le apareció ante sus ojos en
formas horrendas y con frecuencia la golpeó. Teresa de Jesús lo nombra en
singular o plural unas ciento cincuenta veces a lo largo del Libro de la vida. Nos los describe con
cuernos y nos dice que es muy propenso a zarandear a los humanos con “garfios
grandes” (1967:176). Los califica de “espantajos”, “malditos y cobardes”
(1967:138-9). Alude a los tormentos a los que la sometían en muchas ocasiones:
“eran grandes los golpes que me hacía dar sin poderme resistir, con cuerpo y
cabeza y brazos. Y lo peor era el desasosiego interior, que de ninguna suerte
podía tener sosiego” (1967:137). De hecho, solía tener siempre junto a ella
agua bendita porque “no hay cosa con que huyan más para no tornar” (1967:137).
Este miedo sólo desapareció cuando Teresa de Jesús alcanzó la primera
experiencia de unión mística. Gracias a ella adquirió un gran dominio sobre los
demonios: “Quedome un señorío contra ellos bien dado del Señor de todos, que no
se me da más de ellos que de moscas” (1967:115). Teresa de Jesús comprendió que
la presencia del demonio era un obstáculo para acceder a la unión con Dios;
obstáculo, incluso, potenciado por sus confesores y directores de conciencia
que utilizaban este terror para imponerse a los fieles
[…] ¡una higa para todos los demonios!, que ellos me temerán a mí. No
entiendo estos miedos: “¡Demonio! ¡Demonio!”, adonde podemos decir: “¡Dios!
¡Dios!”, y hacerle temblar. Sí, que ya sabemos que no se puede menear si el
Señor no lo permite. ¿Qué es esto? Es sin duda que tengo ya más miedo a los que
tan grande le tienen al demonio que a él mismo; porque él no me puede hacer
nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho, y he pasado
algunos años de tan gran trabajo que ahora me espanto cómo lo he podido sufrir
(1967:116).
Teresa de Jesús experimentó muchos vuelos místicos, denominados también
sancta dementia y en sus raptos alcanza esferas desconocidas, incluso, para sus
confesores. Crea su propio y particular espacio místico, pero sus personales
transfiguraciones divinas acaban siendo frenadas por su temor a la Inquisición.
Cuando supo que este Tribunal estaba rebuscando en su Libro de la vida quedó
sumida en una profunda depresión de la que sólo salió cuando, según ella, Dios
mismo la tranquilizó con la comunión (Márquez Villanueva, 1968:182-3).
A Teresa de Jesús se le llama “beata de Ávila” o “la beata de la
Encarnación”, incluso, algunos la tienen por loca: “Decían que yo estaba loca”
(1967:521), escribe en las Fundaciones.
Pero cabe la posibilidad de que le guste la idea de hacerse pasar por loca para
desviar la atención de la Inquisición. En el capítulo XVI del Libro de la vida (1967:77-9) confiesa
cómo “muchas veces estaba ansí como desatinada y embriagada” en un “desasosiego
sabroso” diciendo “mil desatinos santos” y componiendo “de presto coplas muy
sentidas”. Más aún: al declarar las “cosas muy subidas” que suceden al alma que
alcanza el tercer grado de oración dice: “Yo no sé otros términos cómo lo de
decir ni cómo lo declarar, ni entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe
ni hable, ni si calle, ni si se ría, ni si llore; es un glorioso desatino, una
celestial locura, adonde se desprende la verdadera sabiduría. […] Cuando esto
escribo no estoy fuera de esta santa locura celestial” Incluso, quiere que
todos con los que ella trate “estén locos de amor”. Después de extrañarse de
que haya muchas personas que todavía no gozan de este estado divino, cierra el
capítulo con dos frases muy reveladoras: no están locos de amor “porque tienen
mucho seso los que […] predican”. “¡Oh gran libertad, tener por cautiverio
haber de vivir y tratar conforme a las leyes del mundo!”.
Según sus consideraciones, los raptos la dejan virtualmente loca:
después de un “gran arrobamiento […] quedan las dos potencias, memoria y
entendimiento, casi con frenesí muy desatinadas”. El diablo la acecha día y
noche, interfiriéndola en su vida diaria. Se le aparece en continuas visiones.
Hasta duda si sus raptos son divinos o son diabólicos. Busca sin descanso la
certeza, pero sus confesores la sumen en una incertidumbre más profunda.
Amigos, monjas y religiosas ruegan al padre Álvarez que la exorcice,
pues, la creen poseída por el demonio (Lisón, 1990:125-7). Teresa de Jesús conocía
estos comentarios y se pregunta si “¿Era espíritu de Dios el que todos los
demás decían era del demonio?” Confiesa que sufre en su carne “uno de los
mayores trabajos de la tierra […] que es contradicción de buenos” (1967:132).
Esto se debe a que la frontera que separa el éxtasis de la posesión es
leve y en la mayoría de los casos muy confusa. El éxtasis, en su sentido más
esencial, supone “un salir del alma, del espíritu, de la presencia vital de sí,
en forma de experiencias muy variadas que se refieren a un ‘viaje del alma’
hacia el cielo y las figuras divinas, o hacia el mundo hipoctónico y las
figuras infernales” (Di Nola, 1992:344). El cuerpo físico del estático queda
como muerto, tanta es su rigidez que en algunos casos se confunde con la catalepsia
(Lisón, 1990:124). Por el contrario, en la posesión, un espíritu maligno se
apodera del cuerpo y la mente de un individuo e, incluso, puede provocar
reacciones fisiológicas violentas —tales como agitaciones y paroxismos— hasta
que el poseído se quede inmóvil. Entonces, comienza a hablar en diferentes
lenguas, a expulsar objetos por la boca, a escupir y a blasfemar, etc. Es
decir, el éxtasis se produce cuando el alma sale del cuerpo, mientras que en la
posesión ocurre justamente lo opuesto: la ocupación no sólo del espíritu, sino
también del cuerpo de la víctima (Screench, 1980; Reichard, 1966).
La melancolía aterra a Teresa de Jesús. Considera este estado de ánimo
como el más idóneo para permitir al demonio apoderarse de una criatura. 7
Incluso, la oración mental ––la subida mística a la perfección–– puede
avivarla, dando con ello mayor acceso al maligno. Teresa de Jesús no duda que
el demonio “toma” este humor “por medianero” para apoderarse de la “pobrecita”
que lo sufre. Una vez que el diablo la ha tomado como su posesión “las cosas
que le pone” en su mente “y los clamores y las desesperaciones que dice el
demonio” (1967:536) por medio de esos cuerpos pueden llegar a ser muy cruentos,
por lo que el mal ocasionado llegaría a ser muy grave.
CONCLUSIONES
Teresa de Jesús supo caminar con prudencia y
juicio entre la mística y la demonología. Consideró la clausura como el mejor
camino de perfección cristiana, dedicando su vida a la oración y a la
contemplación divina, lo que le llevó a experiencias místicas, potenciadas
también por la situación vivida en los conventos femeninos de esta época, donde
resultaban casi cotidianos los arrobos, las revelaciones, las visiones
celestiales, las profecías y los milagros. Pese a la desconfianza que despertó
en teólogos y moralistas, quiso evitar el riesgo de ser acusada de alumbrada o
de heterodoxa. Por ello se perciben dos etapas muy claras en la espiritualidad
que refleja en sus libros. La primera duró veinte años y estuvo marcada por la
lectura del Tercer abecedario espiritual
(1537) de fray Francisco de Osuna, donde conoció en qué consiste el
recogimiento que se conseguía con un mero retiro en oración, desocupando la
mente de las cosas materiales para que de este modo Dios pudiera llenarla por
completo. A partir de este estado y a través de la perseverancia, Teresa de
Jesús conseguía llegar a un punto de efusión de gracia, la “oración de la
quietud”, que la conducía a la unión mística con Dios.
El
segundo periodo fue marcado por la dirección espiritual de sus confesores
jesuitas quienes limitaron su vida contemplativa. Le aconsejaron que dejara la
oración espiritual y que progresivamente pasara a una meditación vocal o coral.
Al llegar a este punto, Teresa tuvo miedo a que el diablo se apoderara de ella
a través de las puertas que quedaban abiertas llevando una vida contemplativa,
reflexiva, de rezos internos, más dada a cavilaciones y tentaciones demoniacas
que a prácticas más espirituales. Teresa de Jesús siente temor a ser engañada
por el diablo, a ser declarada herética sin tener conciencia de tal. Por ello,
busca una ortodoxia que encuentra en la figura de sus confesores jesuitas. Sin
renunciar a la mística recondujo su espiritualidad hacia el ascetismo, una vía
de comunión con Dios y de salvación más acorde con el momento histórico que le
tocó vivir. Quedó con ello fuera de la sospecha de heterodoxia. Comprendió que
la mística no admite modas sino exigencias que no todos pueden asumir (González
Duro, 2004:24-33).
Poco
a poco, la frontera entre la mística y la demonología se fue diluyendo en una
Teresa de Jesús que tuvo más miedo a la Inquisición que a los poderes de
Satanás. Descubrió que los espacios por los que se encaminan ambas experiencias
son intercambiables, ya que se encuentran fuera de uno mismo. Estos estados, en
los que se experimentan éxtasis y posesiones, son formas de percepción de una
realidad encaminada a la revelación de un universo de sensaciones sublimadas.
El místico, para serlo, necesita salir de sí y dejar el yo como aposento del
otro. Y justo en esta experiencia reside el gozo supremo que Teresa de Jesús
refleja en sus escritos. Ella confiesa que “acaecido me ha algunas veces en
este término de oración estar tan fuera de mí”, “el alma no quería vivir en
sí”. La ausencia del yo es suplida por el otro que puede ser divino o satánico.
Se da cuenta que es difícil vivir en el equilibrio y, aún consiguiéndolo, éste
se puede romper por el mal que forma parte de la propia naturaleza humana
(Fiore, 1988; Walker, 1981). Libertad versus represión, bien versus mal, cuerpo
versus alma, finalmente, razón versus locura, son temas que la preocupan y
atormentan. Esto nos lleva a plantearnos cuánto de inspiración divina o
demoniaca marca no sólo los textos de Teresa de Jesús sino su propia vida,
reflejo de una realidad donde sensaciones, sentimientos y experiencias se
entrecruzan con el miedo, la represión y el tormento.
Universidad Autónoma de Madrid*
Facultad de Filosofía y Letras
Departamento de Filología Española
Campus Cantoblanco
C.P. 28049 Madrid
(España)
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