jueves, 17 de diciembre de 2020

 

EL ALENTEJO

PORTUGAL

 

Una escapada a una región que guarda pueblos de larga historia, aldeas marineras y playas salvajes modeladas por el Atlántico.


VIAJE A UNA REGIÓN DESPOBLADA

El Alentejo ciega de blancura. Las casas de sus pueblos encaladas y veteadas de azulete. Los pavimentos de las calles, las cruces de término, los palacetes, son de mármol. De modo que cuando el viajero se adentra en cualquier localidad, tiene que entrecerrar los ojos para admirar su calmada belleza. Esta región del centro y sur portugués ocupa una tercera parte del territorio nacional. Y, sin embargo, solo cuenta con el 7% de la población total. El Alentejo está a la cabeza de las zonas más despobladas de Europa occidental.

«Atrapado» entre la algarabía playera del Algarve y la vitalidad de Lisboa, el Alentejo es un paisaje de lomas redondas. Las laderas y llanuras las ocupan, mayoritariamente, dehesas formadas por alcornoques –la región es la mayor productora de corcho del mundo–. De ahí que su sotobosque sea reino para cerdos cuya carne es muy apreciada. Para los españoles, supone una familiar transición del paisaje extremeño con el que linda.



UNA CAPITAL PARA PASEAR

La tranquilidad vital del Alentejo se entiende en su capital y mayor ciudad, la adormilada y coqueta Évora, con poco más de 50.000 habitantes. Évora está cercada por una muralla medieval que le confiere, sobre el mapa, un perfil redondito. Al noroeste, el fuerte de Santo António, con forma de cruz puntiaguda. En sus calles hay esa humedad y ese frío de los siglos acumulados. Se callejea placenteramente por ella hasta que, de tanto en tanto, se aparece en una plaza donde hay cierta bulla, como en la 1º de Mayo, que contienen su mercado municipal.


UNA PLAZA MONUMENTAL

Solo a un centenar de metros está la Praça de Giraldo. A su derecha, la catedral levantada a partir del siglo xii y que, además de mostrar sus retablos barrocos, tiene el atractivo de que se puede pasear por su almenada azotea tapizada de líquenes amarillos, alineándose el visitante con una torre campanario que recuerda sin descanso al Bastión de los Pescadores de Budapest. Aquí se bendijeron las banderas que Vasco da Gama se llevó en su expedición de 1497 en busca de la India doblando el Cabo de Buena Esperanza.


TEMPLO CULMINANTE

Al salir de la catedral, a la derecha queda el punto culminante de Évora, presidido por un templo romano, que dicen es el mejor preservado de la Península Ibérica.


"LOS HUESOS QUE AQUÍ ESTAMOS, POR LOS VUESTROS ESPERAMOS"

En la iglesia de San Francisco, en el Largo (plaza) del mismo nombre, se encuentra uno de los lugares más inquietantes de Portugal, la Capilla de los Huesos. El rótulo que recibe en el frontispicio no puede ser más explícito: «los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos». El oratorio reúne restos de más de 5000 cadáveres, sacados de los cementerios de la ciudad cuando estos quedaron llenos a rebosar. Están ordenados cartesianamente recubriendo columnas, paredes y arcos, y son un espectáculo entre siniestro y naíf que, se supone, sirve al mensaje de que polvo eres y en polvo (o calavera empotrada) te convertirás.


ARRAIOLOS AL FINAL DE LA COLINA

Salir de Évora permite reencontrarse con la refulgente luminosidad del Alentejo. Arraiolos es como un merengue en cuesta, con sus casas y plazas encaladas. Las abundantes canteras de mármol han servido para que las calles estén pavimentadas con esa piedra también blanca. Al coronar la colina se llega al severo castillo, contrastando con su piedra oscura, pero que no se olvida de ofrecer una torre-campanario blanca como la leche.


EL CASTILLO MÁS IMPRESIONANTE

La fortaleza más espectacular es la de Evoramonte. El topónimo despeja dudas, se halla sobre un promontorio y se trata de una defensa militar en la que prácticamente solo hay torres de defensa unidas por breves muros. Todo ello muy alto y muy medieval. Se construyó en 1306 y se rehizo en 1531, tras los estragos de un fuerte terremoto. Las vistas panorámicas que se dominan desde este fuerte enseñan el territorio y dan para jugar a descubrir dónde se ocultarán los monumentos megalíticos entre los árboles de la dehesa.


HALLAZGOS PREHISTÓRICOS

Y es que en el Alentejo hallamos menhires y crómlechs por doquier, generalmente bien señalizados y conservados. La reunión de piedras en círculo más desasosegante es el Cromeleque dos Almendres. Hasta el viajero más escéptico encontrará que algo hay de inexplicable en este monumento con grabados realizados en la piedra con criterios geométricos y astrales hace ocho mil años. Es el grupo megalítico más notable de la Península Ibérica. Pero hay más muy cerca, como el Menhir de Bulhoa o el de Outeiro.


DISCRETA CAMPECHANÍA Y VISTAS DE INFARTO

Imposible desentrañar los misterios de nuestros antepasados, así que lo mejor es embarrancar en alguna bella población alentejana –todas lo son– como Elvas o Monsaraz, para disfrutar de la discreta campechanía de sus habitantes, de esa afabilidad y corrección tan lusitanas; pararse a degustar una sopa de verdolaga con queso de cabra; o admirar el trabajo de los tejedores de alfombras.


Y AL OESTE, EL MAR

Si se tiene nostalgia del mar, el litoral de Porto Covo ofrece un océano bravo y salvaje de costas afiladas, más dadas al paseo romántico que al baño…, a no ser que se trate de un surfista de nivel.

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/alentejo-o-como-region-despoblada-se-ha-convertido-sorpresa-portugal_16258/10

 

 

CENTROS HISTÓRICOS

PARA CONOCER PORTUGAL

En el país vecino hay muchas más alternativas para una escapada que Lisboa, Oporto o el Algarve.

 

 

Pasear por el centro histórico de una ciudad es hacerlo a través de siglos de historia, pero eso no significa que el plan sean unas cuantas calles vetustas, algún que otro monumento y el polvo de los siglos acumulado en las puertas. Al contrario, muchos de estos centros históricos de Portugal miran más hacia el futuro que al pasado. Cualquiera de estos destinos son la escapada perfecta para quienes disfruten de la historia, de la cultura y de la gastronomía por igual. ¡Y están a un solo paso!


TOMAR: EN BUSCA DEL SANTO GRIAL

Desde el centro histórico de Tomar se divisa en lo alto de la colina el fabuloso castillo. Su silueta ya es una promesa de ensoñaciones y leyendas de templarios. Antes, vale la pena pasar por el Café Paraíso para cargar energía con unas quijadas de almendra en su interior muy a lo Bauhaus. La ciudadela es Patrimonio de la Humanidad y no se va a mover del lugar; lleva allí desde 1160. No hay lugar a dudas, porque así lo detalla una inscripción hallada en la torre del homenaje. Fue el famoso templario Gualdim Pais quien ordenó construirlo para frenar a los árabes. Con el tiempo, esta deliciosa ciudad se convirtió en el principal enclave de la orden del temple en Portugal. 


COIMBRA: LA MELANCOLÍA DE UN FADO

La vista de Coimbra desde la ribera del Mondego es de postal: sus casas ascienden el cerro apiñadas y en lo más alto, destaca la silueta de la antigua universidad. Hasta tal punto es importante la institución académica en la ciudad que el paso del tiempo lo marcan las campanas de su torre. Hay un fado que suena hermoso en Amalia Rodrigues que recuerda que ésta, además de una de las más bellas, es la ciudad más romántica de Portugal: “Coímbra, donde una vez, entre lágrimas, tuvo lugar la historia de aquella bella Inés”. El mejor lugar para saber de esta trágica historia de amor es la Quinta das Lágrima, donde Don Pedro e Inés tenían sus encuentros a escondidas. Hoy es un hotel de lujo ubicado en la ribera izquierda del Mondego, allí donde comienza toda visita a Coimbra. 


VIANA DO CASTELO: HISTORIA Y SALITRE

Debe ser cosa del capricho turístico, pero Viana do Castelo a pesar de estar a menos de una hora de Oporto, es el tesoro más desconocido de Portugal. La cantidad de conventos, iglesias, palacios y plazas es como para tirarse todo el día caminando. Las vistas están en el Santuario de Santa Luzia, sobre la colina. Se llega usando un divertido elevador de más de cien años que anda como el primer día. Además de su centro histórico, Viana do Castelo tiene el encanto de las ciudades junto al mar que son cruzadas por un río. Precisamente, sobre el río Limia hay una joya de visita imprescindible: el puente metálico de Eiffel.


ALCOBAÇA: LISBOA EN MINIATURA

El nombre de esta pequeña ciudad del centro de Portugal se formó juntando los dos ríos, el Alcoa y el Baça. Aunque existe la versión contrario que defiende que primero fue el nombre de la ciudad y que luego vino el de los dos río. Sea como sea, lo importante es que Alcobaça tiene un centro histórico fabuloso. Será pequeño -sólo tres plazas lo articulan-, pero la orden del Císter se encargó de la belleza espiritual con la Real Abadía de Santa María, en la monumental plaza 25 de abril. De souvenir a la familia lo recomendable es llevarse algo del famoso el “Pão de Ló” (bizcocho), aunque lo más probable es que no llegue a casa si en el viaje de vuelta no se logra vencer la tentación de una merienda improvisada.


GUIMARÃES: EL CERTIFICADO DE NACIMIENTO DE PORTUGAL

Tal vez siguiendo la ruta de los vinos verdes -ese vino único en el mundo de la región del Minho- se llegue a Guimarães, el lugar donde todas las crónicas señalan que Portugal nació, allá por un lejano siglo XII. Un letrero en una de las torres de la muralla se encarga de recordárselo al turista más despistado: ‘Aquí nasceu Portugal’. Como no podía ser de otro modo, la ciudad natal de Afonso Henriques, el primer rey de Portugal, concentra una deslumbrante cantidad de palacios y conventos, que llevaron a la UNESCO a reconocerla como lugar Patrimonio de la Humanidad. Además del casco antiguo, el castillo fortaleza del siglo XI, la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación y Santos Pasos, y el vino,  la repostería -imposible decirle que no a una de las tortas de Guimarães- es otro de los encantos del lugar.

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/ciudades-para-escapada-diferente-a-portugal_14603/5

 

 

 

 

NAZARÉ

LA CAPITAL DE LAS OLAS GIGANTES

 

El bello pueblo pesquero de la costa portuguesa se ha convertido en una de las mecas del surf gracias a sus enormes olas que en ocasiones superan los 20 metros de altura

 

Todo comenzó con una ola. Aunque no una cualquiera. Fue una gigantesca, de casi 24 metros de altura, que emergió en la Playa do Norte, el 1 de noviembre de 2011. La mayoría habría huido, pero no una leyenda del surf como el hawaiano Garret McNamara. Desde entonces, todo el mundo conoce Nazaré como la capital de las olas gigantes.

Este encantador pueblo pesquero de la costa de Portugal es una de las mecas del surf extremo más conocidas del mundo. Hasta aquí llegan los mejores especialistas para medir sus fuerzas con el océano. El último, el surfista portugués Hugo Vau, quien tras la hazaña de surfear una ola gigante de 35 metros a principios de 2018, entró en el Libro Guinness de los Récords con la ola más grande jamás surfeada. Y los récords no dejan de sucederse. El último, el de Maya Gabeira, que ha batido un nuevo récord surfeando ¡una ola de 22,4 metros!


DE PUEBLO PESQUERO A MECA SURFERA

El pueblecito pesquero de Nazaré, a unos 100 kilómetros al norte de Lisboa, se ve apacible cuando los cielos están azules y la luz del Atlántico es clara; entonces, las fachadas blancas parecen iluminarse y la extensa playa luce con su arena brillante en contraste con los coloridos toldos y parasoles a pie de arena.


UN LITORAL AUPADO EN EL ACANTILADO

Desde el puerto pesquero, junto a la desembocadura del río Alcobaça, y hasta el faro, se abre un litoral entre el azul del océano y el verde de la suave colina por donde se expanden las empinadas calles del barrio de los pescadores. La ciudad baja toca la arena y es de espíritu marinero. Es el centro neurálgico: hoteles, tiendas de recuerdos, restaurantes, y toda la animación playera necesaria.


LOS JURELES AL SOL

La estética surfera manda, pero las antiguas tradiciones como el secado de pescado siguen vivas. Los jureles, sardinas y pulpos al sol son una de las imágenes más pintorescas de Nazaré: una tradición que se ha convertido en museo vivo. A lo largo del paseo, se puede ver a las mujeres, con el tradicional vestido de siete faldas, cuidando del proceso de secado del pescado como si el tiempo se hubiera detenido en otra época. Para más detalles, hay que pasarse por el Museo do Peixe Seco.


ARRIBA Y ABAJO

Luego hay que subir arriba, al origen de Nazaré, ya que la zona baja es relativamente moderna, del siglo XVII. El funicular, que asciende unos 100 metros de desnivel, se convierte en toda una atracción por sí solo. Abajo va quedando la playa, y poco a poco, a ritmo lento con el roce del mecanismo, se alcanza el barrio de Sítio, en la cumbre del promontorio: 318 metros de roca que cae en picado hacia el mar.


CABALGANDO SIN TABLA DE SURF

Según cuenta la leyenda, en 1182, el noble D. Fuas Roupinho, que se encontraba en la zona de cacería, se salvó de caer por los acantilados ocultos por la niebla gracias a la acción de la Virgen, que detuvo su caballo de golpe. En agradecimiento, el noble hizo construir la pequeña Ermita de la Memoria, dando origen a Nazaré. La capilla y la iglesia fueron un centro de peregrinaje mariano muy importante hasta que en 1917 se levantó la Capilla de las Apariciones, en Fátima, a poco más de 50 km. Así, es en el conjunto monumental formado por la pequeña Ermita de la Memoria y la Iglesia de Nossa Senhora da Nazaré donde se encuentra el origen de la villa. En el interior de la iglesia llama la atención los bellos azulejos del siglo XVIII que cubren la nave. Las pinturas de la sacristía describen la leyenda de cómo D. Fuas Roupinho salvó la vida por intervención mariana.


TODAS LAS VISTAS

A pocos pasos de la iglesia, aguarda el mirador de Suberco, que se vuelve un plan imprescindible de Nazaré al caer la tarde: tal vez, incluso, se pueda afirmar que sin ver atardecer desde aquí, sin observar cómo va cambiando el color de la arena de la playa con la progresiva variación de la luz, uno no puede decir del todo que estuvo en Nazaré. Y sea verdad o no la leyenda, lo cierto es que en el mirador se puede ver la marca que la herradura dejó en la roca aquella mañana de niebla de 1182. 


A UN LADO...

Desde el mirador de Suberco, en el barrio de Sítio, se tiene unas vistas espectaculares de Nazaré y de la ciudad baja. Esta parte de la ciudad da a una espléndida playa de arena fina y cuidada con forma de media luna, donde son característicos los toldos de colores al pie del acantilado. 


Y AL OTRO

Desde la parte alta también se se puede bajar a la playa do Norte. Ciertamente, el faro separa ambas playas, que son como el día y la noche: la de la ciudad baja es urbana y ésta otra, salvaje y abierta al Atlántico. Ambas, merecen estar entre las mejores playas de Europa.


EL SECRETO DE LAS OLAS GIGANTES

El Fuerte de San Miguel es buen lugar para acabar nuestra visita a Nazaré. En su interior está la pared del Surf. Expuestas, casi una cuarentena de tablas donadas por los auténticos mitos del surf que un día se atrevieron a soñar con este bello pueblo pesquero. Desde el Fuerte de San Miguel se observa la fuerza que el Atlántico alcanza en esta zona del litoral. El fenómeno de las olas gigantes se debe al Cañón de Nazaré, un valle submarino de una profundidad de unos 5.000 metros y una extensión de 230 km. Su  forma de embudo, estrechándose en la Playa do Norte, es la que provoca las enormes olas que han alcanzado alturas de 30 metros ideales para el surf más extremo.

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/nazare-capital-olas-gigantes-y-surf_13032/9

 

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/maravillas-naturales-francia-a-dos-dedos-frontera_16003/8


















































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