LA GUERRA DE LA
INDEPENDENCIA
DE LOS
ESTADOS UNIDOS PASO A
PASO
El entusiasmo de los voluntarios, el genio
organizador de Washington y la ayuda francesa determinaron el éxito de la contienda.
Te explicamos cronológicamente los momentos más importantes.
Bunker Hill (17-VI-1775)
Bloqueados en Boston por las milicias americanas, los británicos
intentaron romper el sitio en Breed's Hill y Bunker Hill, perdiendo 230 hombres
durante la ofensiva. La causa americana ganó entonces uno de sus primeros
mártires, el médico Joseph Warren, abatido por los británicos en su último
ataque (en la imagen)
Trenton (25-XII-1776)
Expulsados de Nueva York por los ingleses, Washington y su ejército se trasladaron a Nueva Jersey. Unos meses después
cruzaron el río Delaware (como muestra el óleo de Trumbull) para asaltar una
guarnición británica en Trenton, formada por mercenarios alemanes que se
rindieron tras una breve lucha.
Princeton (3-I-1777)
Tras la batalla de Trenton, el británico Cornwallis condujo un fuerte
ejército contra Washington. Alertados, los americanos se retiraron hacia Princeton. Tras una
escaramuza en la que fue herido mortalmente el general americano Mercer (imagen
superior), se libró una batalla que fue un nuevo triunfo de los
independentistas.
Saratoga (17-X-1777)
En junio de 1777, el general Burgoyne lanzó desde Canadá una
gran ofensiva contra las colonias del norte. En el trayecto los ingleses
fueron hostigados por milicianos americanos y tropas deWashington. Tras ser derrotado en Saratoga, Burgoyne se rindió al general
americano Horatio Gates, como muestra el óleo de Trumbull.
Yorktown (19-X-1781)
En septiembre de 1781, al saber que el principal ejército británico, al
mando de Cornwallis, se había concentrado en Yorktown, Washington estableció un sitio sobre el lugar junto al general
francés Rochambeau (arriba, ambos en el campamento, en un óleo de Couder). La
rendición de Cornwallis marcó el fin efectivo de la guerra.
Paz y dimisión (22-XII-1783)
El 3 de septiembre de 1783 se firmó en París el tratado de paz definitivo
entre Gran Bretaña y los Estados Unidos. Unas semanas después de la evacuación inglesa, Washington dimitía de su cargo de comandante ante el Congreso de la
Confederación, reunido en Annapolis, momento que representa el óleo de
Trumbull.
Tras la reunión de 1775 a la que asistieron los representantes de las 13
colonias británicas de América del Norte parecía que las cosas estaban a punto
de cambiar para el imperio británico. Indignados por los tratos y condiciones
que les ofrecía la Corona Británica, los
norteamericanos estaban dispuestos a luchar por una mejora de las condiciones
económicas respecto a las relaciones con Gran Bretaña.
Liderados por George Washington y convencidos de la justicia a la
que apelaban, la guerra estalló alrededor de un primer conflicto en Boston (en
1775), y no finalizaría hasta 1781, cuando las milicias americanas derrotaron
al ejército británico en Yorktown. En
1789, Washington era nombrado primer presidente de los Estados Unidos.
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/guerra-independencia-estados-unidos-paso-a-paso_11686/6
GEORGE WASHINGTON
EL HÉROE DE LA
INDEPENDENCIA DE ESTADOS UNIDOS
Dirigió con tesón la lucha por la emancipación de las colonias británicas
de América del Norte, y al término de la guerra fue elegido presidente de un
nuevo país: los Estados Unidos de América
George Washington, en un retrato de Charles
Peale.
Washington aparece con la faja azul de comandante en jefe, junto a un
cañón tomado a los británicos en la batalla de Trenton, de finales de 1776.
Academia de Bellas Artes, Filadelfia.
La Declaración de Independencia
En mayo de 1776, mientras Washington defendía Nueva York del asedio inglés, los representantes de las colonias en el
Segundo Congreso Continental tomaron una decisión irreversible: separarse de
la Gran Bretaña. Para justificarse ante sus compatriotas y ante el mundo entero
decidieron publicar una proclamación solemne, cuya elaboración quedó a cargo de
un comité de cinco representantes. La Declaración de Independencia, redactada en lo
esencial por Thomas Jefferson y aprobada el 4 de julio de 1776, sintetizó para
la posteridad los principios de la Revolución americana. Entre
los hombres que se encuentran de pie en el centro de la imagen se distingue a
John Adams (izquierda), Jefferson (el más alto), Benjamin Franklin (izquierda)
y, sentado de espaldas con las piernas cruzadas, el presidente del Congreso,
Hancock, recibiendo el borrador de la Declaración elaborado por el Comité de
los Cinco.
La Declaración de Independencia
Fue firmada por los representantes de las trece colonias de Norteamérica. Su párrafo inicial fue leído con avidez por revolucionarios de todo el
mundo: "Sostenemos que las siguientes verdades son evidentes: que todos
los hombres son creados iguales: que Dios les ha dotado de algunos
derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad: que los gobiernos se han erigido para asegurar esos
derechos: y que cuando algún gobierno los destruye, el pueblo tiene el derecho
de alterar o abolir el gobierno e instituir uno nuevo".
La capital de la nueva nación
Al término de la guerra, las antiguas colonias americanas formaban una
simple confederación, sin más instituciones comunes que el Congreso
Continental. La aprobación de la Constitución federal de 1787
cambió la situación e hizo comprender la necesidad de establecer una verdadera
capital nacional. Durante su primera presidencia Washington
se estableció en Nueva York, y en 1790 Filadelfia fue designada capital para un
periodo de diez años. La decisión sobre la capital definitiva se produjo en
1791, y fue el resultado de una negociación entre los representantes de los
estados del norte y del sur: los virginianos lograron que se emplazara en su
área. El punto exacto en el que surgiría la nueva capital fue elegido por
Washington, y desde ese momento se sobreentendió que la nueva
ciudad llevaría su nombre, aunque él siempre se refirió a ella como Federal
City.
Washington, D.C. Se construyó a orillas del río Potomac, en el límite
entre Virginia y Maryland, ocupando un territorio autónomo denominado Distrito
de Columbia. El diseño urbanístico quedó a cargo de un arquitecto francés
llamado Pierre Charles L'Enfant; su plan de 1791 muestra un esquema de amplias
avenidas radiales, con el capitolio como punto neurálgico. A la
derecha se representa la ciudad a mediados del siglo XIX.
Medalla conmemorativa de la guerra de
Independencia americana
El lema "Rebelarse contra los tiranos es obedecer a Dios" fue
propuesto por Franklin en 1776.
Cosiendo un símbolo
Betsy Ross cose la primera bandera de EE.UU ante George
Washington, óleo por J. L. Ferris, siglo XIX.
George
Washington
Busto en mármol por Jean-Antoine
Houdon, National Gallery, Washington, D.C.
La esclavitud, el dilema de Washington
Cuando solo tenía 11 años, George Washington heredó 10
esclavos: al morir tenía
123, aunque en sus tierras trabajaban más de 300, algunos propiedad de su mujer
y otros alquilados a otros terratenientes. Nacido en un ambiente en que la
esclavitud era aceptada, el héroe de la independencia americana no parece haber
tenido escrúpulos morales al respecto hasta bien entrado en años. En algún
momento al término de la guerra se convenció de que la esclavitud y contraria al "espíritu del 76", pero rehuyó hablar del
tema en público, quizá porque temía que destruyera la federación tan
difícilmente lograda.
Al hablar en privado de liberar a sus propios esclavos descubrió que sus
amigos y familiares no estaban del todo convencidos, por lo que
decidió actuar a través de su testamento. En él ordenó que a la muerte de su
mujer se liberara a todos sus esclavos, estipulando, además, que los jóvenes
debían ser adiestrados en un oficio, y debía cuidarse de los viejos y los
incapaces de trabajar. Al contrario que Jefferson o Madison, Washington no era
un pensador y rara vez habló o escribió contra la esclavitud: pero fue el
único de los virginianos que liberó a sus esclavos.
Mount Vernon
Fue la propiedad familiar de George Washington. Bajo su dirección, la hacienda
pasó de 2.000 a 8.000 acres (casi 3.300 ha), empleando un total de 300 esclavos
negros.
Efigie de Washington
Jarrón realizado con motivo del primer centenario de la Revolución.
El Capitolio
Ha sido sede el Congreso de los Estados Unidos desde 1800, cuando la
capital federal fue trasladada de Filadelfia a la ciudad fundada por el
mismo Washington en 1790. Su estilo neoclásico y su nombre reflejan la
influencia del modelo de la antigua República de Roma en la revolución americana.
La Casa del Estado
En Massachusetts, Boston. En 1776, y tras un largo sitio, los ingleses
abandonaron Boston. Washington lograba, así, su primera victoria.
En mayo de 1775 se reunieron en Filadelfia los representantes de las 13
colonias británicas de América del Norte.Su propósito era el de unificar la resistencia frente a
la Corona británica, que se había propuesto acabar con el estado de rebelión
que reinaba entre sus súbditos americanos. En realidad, en esos momentos, la
guerra ya había empezado. Pocos días antes, el 17 de abril, una columna
británica fue enviada a Concord para capturar y destruir un depósito de
armamento que la milicia de la colonia de Massachusetts había escondido allí,
pero los milicianos le tendieron una emboscada a su paso por Lexington. El choque,
que duró pocos minutos, acabó con ocho muertos y diez heridos. A continuación,
la milicia de Massachusetts puso sitio a Boston en un intento de obligar a los
ingleses a abandonar la ciudad.
Aunque el Congreso reunido en Filadelfia –el Segundo Congreso
Continental, continuador de otro celebrado el año anterior– no era el gobierno
de las colonias unidas, actuó como tal; y una de las primeras tareas de un
gobierno a punto de entrar en guerra es organizar un ejército. Esto es lo que
hicieron los representantes de las colonias: asumieron
el mando de la milicia que sitiaba Boston convirtiéndola en lo que pomposamente
se llamó el Ejército Continental, y nombraron como comandante
en jefe a George Washington.
LA VOCACIÓN DE UN COMANDANTE
La pregunta es inevitable: ¿Por qué, entre todos los
presentes en Filadelfia, o incluso entre los muchos ciudadanos de todas las
colonias, se eligió a George Washington para esta tarea? Algunos contemporáneos
dijeron que la elección de Washington se debió a que era el único de los
presentes que vestía uniforme, otros que fue por su altura –con casi 1,90
metros, era un palmo más alto que los demás– y por su aspecto imponente. Pero lo
cierto es que Washington era el único que contaba con una acreditada
experiencia militar. Además, era virginiano y –como diría
años más tarde John Adams, otro protagonista de la independencia
estadounidense– para que la rebelión tuviera éxito era imprescindible que fuera
apoyada por Virginia, en ese momento la colonia más rica e influyente de Norteamérica, y Washington era uno
de los pocos virginianos que querían separarse de Gran Bretaña. Más allá de
esto, aunque nadie lo dice ni queda claro en los retratos que de él
tenemos, debía de haber algo en Washington que lo hacía diferente y superior a
los demás, un carisma propio. Fue así como, desde el momento en
que asumió el mando, se convirtió en "Su excelencia", el único de los
revolucionarios que recibió ese tratamiento. George Washington nació el 22 de febrero de 1732. Era un
virginiano de cuarta generación, y aunque su familia era acomodada no pertenecía
a la clase dominante en la colonia. Cuando murió su padre, George quedó a cargo
de su hermanastro Lawrence, casado con una mujer perteneciente a uno de los
linajes más importantes de Virginia. En 1748 Washington consiguió su primer
trabajo como ayudante de agrimensor en una expedición al interior de Virginia.
Cuatro años después moría Lawrence, dejándole como único heredero; entre las
propiedades que recibió se encontraba Mount Vernon, que se convertiría en su
residencia habitual. La muerte de su hermanastro también dejó vacante
un puesto de oficial de la milicia de Virginia, que George Washington pidió y
que le concedieron.
Un año después, en
1753, empezaba su vida militar activa, precisamente en el valle del Ohio. La
carta fundacional de Virginia concedía a la colonia todas las tierras del
interior hasta el Mississippi, incluyendo el valle del río Ohio, situado detrás
de los montes Apalaches; para explotar las fértiles tierras de este valle, un
grupo de prominentes ciudadanos de la colonia de Virginia fundaron la Ohio
Company. Sin embargo, los franceses consideraban el Ohio como
territorio propio porque lo habían descubierto y, sobre todo, porque era la vía
natural de comunicación entre las dos colonias francesas de Norteamérica:
el Canadá y la Luisiana.
Para proteger esta
línea decidieron levantar una serie de fuertes a lo largo del río Ohio. La
reacción de los virginianos no se hizo esperar: enviaron una expedición para
notificar a los ocupantes franceses que estaban en territorio de la Corona
británica y conminarles a que lo abandonaran. Al mando de esta expedición iba
el teniente coronel George Washington, de la milicia de la colonia de Virginia.
Los franceses no aceptaron la advertencia de Washington y ello
representó el inicio de la guerra Franco-India, o, como se la conoce en Europa, la guerra de los Siete Años (1756-1763).
En ella los franceses lucharon contra los ingleses cada uno con sus aliados
indios respectivos, en lo que fue la única guerra europea
comenzada por las colonias –y que constituye el trasfondo de la novela El último
mohicano, de Fenimore Cooper–. El primer paso en el conflicto lo
dio el gobierno inglés al enviar a Virginia una expedición al mando del general
Braddock, un militar con 35 años de experiencia bélica en Europa, pero ninguna
en el continente americano. Braddock fue lo bastante sensato para aceptar al
joven Washington como ayudante. Siguió la misma ruta que éste había utilizado,
pero el paso de las montañas, con la pesada artillería y demás equipo de un
destacamento de este tipo, resultó muy difícil y lento, por lo que Braddock y
Washington se adelantaron con parte de las tropas.
LA MASACRE
DE MONONGAHELA
Los ingleses estaban acostumbrados a la guerra convencional europea, en
campo abierto, pero en su avance fueron sorprendidos por un destacamento
francés y sus aliados indios, que los atacaron desde el bosque, sin dejarse
ver. Braddock fue herido, lo que hizo cundir el pánico entre los ingleses, que
iniciaron una retirada desordenada. El choque es conocido como "masacre de
Monongahela", por el nombre del río junto al que tuvo lugar; los
ingleses perdieron más de 900 hombres –de un total de 1.300–, mientras que los
franceses sólo contabilizaron 23 muertos y 16 heridos. La
muerte de Braddock, tres días después, y de la mayoría de oficiales ingleses
hizo que el mando de la expedición recayera en Washington, quien organizó la
retirada con gran habilidad y valor: dos veces mataron el caballo que montaba y
cuatro veces las balas rasgaron su uniforme sin causarle ni un arañazo. La
expedición de Braddock fue un fracaso, pero Washington salió de ella con una
gran reputación y con la convicción de ser poco menos que
inmortal que mantendría a lo largo de toda la guerra de Independencia.
Cuando en 1755 Virginia reorganizó su milicia y creó lo que se llamaría
el Regimiento de Virginia, Washington, con sólo 23 años, fue nombrado su
comandante. Se dedicó en cuerpo y alma a convertir aquella
milicia de voluntarios en una fuerza militar efectiva, al mismo
nivel que el ejército profesional. Logró progresos notables, pero nunca pudo
comprobar la eficacia de su trabajo porque el resto de la guerra Franco-India
se desarrolló lejos de Virginia, en el norte y Canadá.
En 1758 Washington abandonó la milicia, en parte por razones personales
y también porque llegó a la conclusión de que su deseo de
convertirse en un oficial del ejército regular británico era imposible, pues en
él no había lugar para coloniales provincianos. Un año después
se casaba con Martha Dandridge Curtis, una viuda con dos hijos, probablemente
la mujer más rica de la colonia. El matrimonio fue aceptablemente feliz, aunque
hay datos para creer que Washington estaba enamorado de otra mujer, esposa de
un amigo. Washington no tuvo hijos propios, pero trató a los hijos de Martha y
a sus nietos como si fueran suyos.
UN TERRATENIENTE COMPROMETIDO
Durante los siguientes años Washington vivió como un acomodado
terrateniente, dedicado a la política colonial y al incremento de su propia
fortuna, lo que en Virginia equivalía a adquirir más tierras. La economía de la
colonia era casi exclusivamente agrícola, pero la producción tenía que venderse en Londres, por
mediación de agentes comerciales londinenses, porque las leyes inglesas
obligaban a los colonos a hacer todas sus transacciones comerciales a través de
esa ciudad. La mayoría de
los hacendados virginianos sentía que estos agentes se enriquecían a costa de
ellos, por lo que, inevitablemente, se desarrolló un gran resentimiento contra
este sistema de explotación y contra Inglaterra en general. De este tema se
hablaba con frecuencia en la House of Burgesses, o parlamento colonial de
Virginia, del que Washington fue miembro durante quince años. Sus
intervenciones en la cámara cimentaron su fama como político cuando ya era bien
conocido como militar.
La guerra de los Siete Años, iniciada a causa de la misión de Washington
en el valle del Ohio, abonó el terreno para la crisis entre la Corona británica
y sus colonias americanas. En efecto, aunque Inglaterra ganó el conflicto, la victoria había resultado tan
costosa que las arcas imperiales quedaron vacías. El gobierno británico hubo de
crear nuevos impuestos para resolver la situación, y decidió hacer contribuir a
las colonias americanas, que apenas pagaban impuesto alguno. A partir de
1765, Londres promulgó una serie de leyes impositivas que los americanos
consideraron abusivas y contra las que protestaron de forma cada vez más
enérgica. A principios
de la década de 1770 la tensión se hizo cada vez mayor, sobre todo en
Massachusetts donde se produjeron la "matanza de Boston" (1770) y el
"motín del Té" (1773).
Para aunar las protestas de todas las colonias se organizó en septiembre
de 1774 el Primer Congreso Continental, que, sin ser un éxito, tomó decisiones
importantes. Creó la Asociación Continental, un acuerdo de no importar, exportar o consumir productos
ingleses, para presionar a las firmas comerciales inglesas a fin de que éstas, a su vez,
presionaran al Parlamento de Londres. También elaboró un memorial de agravios
dirigido al rey de Gran Bretaña –creían que el culpable era el Parlamento
británico, no el rey–, en el que se exponían las quejas de los colonos. Los
representantes de las colonias decidieron que se volverían a reunir en la primavera
siguiente si el rey no respondía a sus peticiones. Éste no contestó y, así, en 1775 se reunió el Segundo Congreso Continental,
que organizó un ejército, y el 4 de julio de 1776 se firmó la declaración de
Independencia.
Washington fue uno de los representantes de Virginia en los dos
Congresos. Cuando se le ofreció el cargo de comandante en jefe del Ejército
Continental afirmó que no creía estar preparado para desempeñarlo.
Finalmente aceptó la
designación, pero con una condición sorprendente que serviría para aumentar aún
más su fama: no quería recibir compensación económica alguna. Washington, por otra parte, ignoraba
que el Ejercito Continental, del que acababa de ser nombrado jefe, no existía:
de momento era la milicia de Massachusetts convertida en un imaginario
ejército. Su estrategia en lo sucesivo consistirá en desgastar al enemigo,
superior en número y armamento, sin presentar batalla a menos de estar seguro
de ganarla.
El nuevo comandante se dirigió a Massachusetts y por el camino se enteró
de que el ejército cuyo mando iba a tomar acababa de librar su primera batalla
contra los ingleses, en Bunker Hill. El choque fue la consecuencia lógica del
encuentro de Lexington: envalentonados por su éxito, los americanos decidieron
expulsar a los británicos de Boston y sitiaron la ciudad intentando fortificar
las colinas que la rodeaban. Los británicos decidieron desalojarlos y lanzaron
una ofensiva, consiguiendo su objetivo pero a un coste inaceptable: de una
fuerza de 2.600 hombres perdieron casi la mitad contra unas pocas bajas por
parte de los colonos. No es extraño que uno de los generales británicos escribiera en su diario
que algunas "victorias" más como ésta acabarían con el dominio inglés
en América. Los colonos,
aunque expulsados de las colinas, no abandonaron el sitio de la ciudad, dejando
claro que no iban a cejar en la lucha.
LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA
La llegada de Washington a Boston no mejoró la situación. Aunque
dispuestos a luchar, aquellos voluntarios formaban un grupo heterogéneo de
hombres de diferentes procedencias e intereses, sin disciplina, sin suficiente
armamento y sin víveres. La primera tarea
del nuevo comandante en jefe fue convertir a todos estos hombres en un ejército
disciplinado, bien armado y bien aprovisionado. Para ello necesitaba echar mano
no sólo de sus conocimientos militares, sino sobre todo de sus habilidades
diplomáticas. El gobierno de Massachusetts seguía dando órdenes como si las
fuerzas que asediaban Boston fueran su propia milicia colonial, mientras que el
Congreso se olvidaba de que un ejército necesita armamento y vituallas.
Washington tuvo que atender a todo. También eligió a sus colaboradores, hombres
sin experiencia militar que debían actuar como generales de artillería o
dirigir un batallón de ingenieros.
No fue tarea
fácil, pero poco a poco fue consiguiéndolo. Washington reunía las condiciones
personales para la tarea: un carácter reservado y prudente, seriedad,
constancia e integridad a prueba de las críticas más adversas. Poseía también una clara conciencia
de sus limitaciones y una voluntad enorme de aprender de sus propios errores.
Pero sobre todo Washington tenía una confianza ciega en su misión; creía en la
independencia de las colonias y en que el destino estaba de su parte. Creía
también firmemente en lo que entonces era una novedad y que sería uno de sus
más importantes legados: que el ejército debía estar subordinado a la autoridad
civil. Además de todo ello, era un hombre con suerte, con mucha suerte. Si no
puede decirse de él que fuera un militar brillante, los generales británicos
con quienes se enfrentó no dieron la talla y fueron sustituidos a medida que
fracasaban, mientras que él se mantuvo en su puesto hasta el final.
El sitio de Boston
duró nueve meses. En este tiempo,
la milicia de Massachusetts prácticamente se convirtió en un ejército. Henry
Knox, un modesto librero aficionado a leer libros de artillería, tuvo la idea
de traer a Boston los cañones del fuerte Ticonderoga, que los americanos
acababan de conquistar. La tarea parecía imposible, pero Knox y sus ayudantes
consiguieron arrastrar a través de las montañas aquellos cañones, que pesaban
60 toneladas, en lo más crudo del invierno. Llegados a Boston, los cañones resultarían
decisivos. Fueron emplazados en una sola noche sobre los Dorchester Heights,
desde donde dominaban la ciudad haciéndola indefendible. El general Howe, comandante en jefe
del ejército británico, se dio cuenta de su situación y envió un mensaje a
Washington: si dejaba salir a sus tropas prometía no destruir la ciudad. El 17
de marzo de 1776 los ingleses abandonaban Boston, dando así a Washington y a
los patriotas americanos su primera victoria.
Cuando los ingleses dejaron Massachusetts, Washington supuso que
intentarían ocupar Nueva York, por lo que se trasladó con su
ejército a esta ciudad. Sin embargo, los británicos se presentaron ante Nueva
York con fuerzas tan superiores que Washington creyó más prudente no presentar
batalla y abandonar la plaza. En los meses siguientes se alternaron las victorias
americanas –como en Trenton y Princeton– y las derrotas, como en Brandwine y
Germantown. La batalla de Saratoga, en octubre de 1777 –en
la que no participó Washington–, resultaría definitiva, tanto por la victoria
americana como por una trascendental consecuencia diplomática, pues tras
ella Francia firmó un tratado de alianza con
los rebeldes, con lo que, de hecho, reconocía su independencia. Poco después
también España, aliada de Francia, se uniría a la
lucha al lado de las colonias. Los americanos ya no estaban solos y
además contaban con lo que hasta ahora no habían tenido: una marina, la
francesa, que oponer a la poderosa flota británica.
A partir de este momento, las fuerzas quedaron equilibradas y los
americanos pudieron aprovechar su mayor ventaja: la de conocer el terreno. En
1781, el grueso del ejército británico, movilizado por Cornwallis para someter
a los estados del sur, se concentró en Yorktown. Una flota francesa lo bloqueó
por mar, mientras Washington avanzaba para completar el cerco. Tras un mes de
asedio, el 19 de octubre de 1781 Cornwallis se veía obligado a capitular. Pocos meses
después, el gobierno británico reconocía que había perdido la partida. La
guerra había terminado y en enero de 1783 se firmaba el tratado de Versalles,
por el que Inglaterra reconocía la independencia de las colonias.
LA SEGUNDA REVOLUCIÓN
La guerra de Independencia convirtió a Washington en el hombre más
popular en las antiguas colonias. Un poeta americano lo presentaba como
"el mejor y mayor hombre que el mundo ha conocido nunca" y añadía
que, "si el mundo viviera en una era de idolatría, sería adorado como un
dios". En el resto del mundo su fama no era menor. Thomas
Jefferson, el autor de la Declaración de Independencia, contaba que durante su
estancia en Europa en todas partes le preguntaban por él. El
rey de España, Carlos III, se apresuró a enviarle dos asnos españoles de la
mejor raza en cuanto se enteró de que estaba interesado en adquirir uno.
La fama de Washington se explica también por su actitud al término de la
guerra. En vez de perpetuarse en el poder, entregó su bastón de mando y se
retiró a su hacienda de Mount Vernon, convencido de que pasaría
allí el resto de su vida gozando de su bien merecida celebridad. Sin embargo,
su misión no había terminado. Unos años después sus compatriotas volvieron a
recurrir a él, esta vez para salvar al país de la inestabilidad política.
Durante la guerra, los representantes de las colonias en el Segundo
Congreso Continental aprobaron los Artículos de Confederación, por los que el
Congreso se convertía en el gobierno del nuevo país independiente. Sin embargo,
este gobierno demostró ser insuficiente para asegurar la estabilidad política
de la nueva nación. Como los americanos habían luchado por su independencia
frente a un gobierno superior lejano que consideraban tiránico, no estaban
dispuestos a aceptar otro gobierno superior que también podría oprimirles y
que, además, estaba cerca. Frente a esta actitud, algunos
visionarios –Washington entre ellos– comprendieron que sin un gobierno central
fuerte, las trece colonias irían cada una por su lado y nunca llegarían a
constituir un Estado fuerte. Que este temor estaba justificado
lo demuestra lo que ocurrió en América Latina pocos años después, cuando las
antiguas colonias españolas, al declarar su independencia, no lograron unirse
entre sí.
En 1787 se convocó
una convención en Filadelfia para reformar los Artículos de Confederación.
Washington asistió a ella y fue nombrado presidente. La convención, por
influencia de Washington y de los federalistas –partidarios de sustituir la
confederación por una federación de estados–, no se limitó a reformar los
Artículos de Confederación, sino que elaboró un documento
revolucionario: la primera Constitución de los tiempos modernos, republicana,
federal, con separación de poderes, y que basaba su autoridad en el
consentimiento de los ciudadanos. Son principios que en la actualidad parecen
normales, pero para un mundo dominado por monarcas absolutos que ocupaban el
poder por mandato divino, el experimento de los americanos parecía inaudito y
muchos creían que no podría funcionar.
La
Constitución ponía el poder ejecutivo en manos de un presidente,
elegido indirectamente por los ciudadanos de los diferentes estados. Todos
sabían quién sería el primero en ocupar el puesto. En efecto, Washington fue
elegido por unanimidad por los 69 electores de los estados y el 30 de abril de
1789 tomaba posesión de su cargo en Nueva York, designada como capital
provisional de la nación. En cambio era una incógnita cómo actuaría este primer
presidente, porque no existía ningún modelo a seguir. Era el propio Washington
el que debería establecer los precedentes que seguirían desde entonces todos
sus sucesores.
El fracaso más rotundo de Washington como presidente fue su intento de
resolver uno de los dos grandes problemas –junto a la esclavitud– que la
revolución americana había dejado pendientes: la política hacia las tribus indias. Washington había
tratado con ellas desde la guerra Franco-India, y las consideraba como naciones
independientes y soberanas con las que el gobierno de los Estados Unidos podía
firmar tratados de igual a igual. Aunque esta política de conciliación fue mantenida por
sus inmediatos sucesores, a la larga la presión demográfica de los colonos
europeos la hizo imposible.
EL LEGADO DE WASHINGTON
En cambio, su visión de las relaciones de los Estados Unidos con Europa perduró en la cultura política
norteamericana hasta mediados del siglo XX. Su planteamiento quedó recogido
claramente en su "mensaje de despedida", publicado en la prensa
americana justo antes de abandonar al cargo presidencial. Para Washington,
Europa se enzarzaba en guerras que no interesaban a los americanos y lo mejor
que éstos podían hacer era mantenerse al margen. El aislacionismo americano empezó con Washington y no
acabó hasta la segunda guerra mundial, bajo la presidencia de Franklin D.
Roosevelt.
Como todos los
revolucionarios, Washington odiaba las divisiones políticas y era
enemigo de lo que hoy llamamos partidos políticos. Los principios
revolucionarios, el "espíritu del 76", deberían ser únicos y
aceptados por todos. Pero, al inclinarse claramente por un poder federal
fuerte, se enfrentó a los partidarios de la primacía de los estados. Éstos,
dirigidos por Thomas Jefferson, empezaron a organizarse dando origen a una
facción política que pronto fue conocida como antifederalista, por oposición a
los otros, que eran federalistas. Como el nombre tenía una connotación negativa
prefirieron llamarse "republicanos" y más tarde,
"demócratas": son el Partido Demócrata de nuestros días, el partido
político más antiguo de los que hoy existen. No puede decirse que
Washington fuera el fundador de los partidos políticos –el mérito, si lo hay,
es de Jefferson– pero fue el causante de que se crearan.
La herencia
washingtoniana en el actual sistema de gobierno americano es enorme. Todo lo
que hizo sentó precedente: la misma elección de la sede del gobierno federal de
los Estados Unidos, la ciudad que lleva su nombre, fue decisión suya, aunque no
llegó a verla acabada. Malas lenguas dicen que eligió aquel emplazamiento
porque estaba cerca de su amado Mount Vernon.
Tras ser reelegido
en 1793, de nuevo por unanimidad, Washington dejó la presidencia en 1797 para
retirarse definitivamente a Mount Vernon. Esperaba encontrar allí la paz y la tranquilidad que la presidencia,
especialmente en su segundo mandato, le había negado. Pero su retiro duró poco
tiempo: en diciembre de 1797, tras hacer una ronda a caballo por su hacienda en
un frío día invernal, cogió un resfriado que enseguida se complicó con una
infección en la laringe. Murió dos días después, a la edad de 67 años. Un
contemporáneo hizo entonces de él un elogio fúnebre que ha pasado a la
historia, al calificar a Washington como "el primero en la guerra, el
primero en la paz, el primero en el corazón de sus conciudadanos".
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