jueves, 17 de diciembre de 2020

 

LANZAROTE

100 años de sostenibilidad

 

En los últimos 100 años, esta isla ha pasado de ser un territorio hostil e inhóspito a construirse a sí misma como un destino turístico sostenible de primer nivel mundial, que es visitado cada año por más de 3 millones de turistas.


GRACIAS A CÉSAR MANRIQUE

Y es que la mejor manera de descubrir la Isla es la de dejarse llevar por sus encantos naturales, con el volcán, el viento y el mar como protagonistas. Lanzarote lo tiene claro, el equilibrio entre desarrollo y protección medioambiental es la fórmula del éxito. Su hijo más célebre, César Manrique, así lo defendió siempre, y hoy la isla no podría entenderse sin su obra. El artista, junto a muchos anónimos lanzaroteños, dibujó una Lanzarote en completa armonía con el medio. Y su legado ayuda a comprender la personalidad de una tierra en la que cultura, turismo y medioambiente se estrechan la mano. En su fundación se pone de relieve esta labor y se sintetiza su pensamiento y su visión futurista y armoniosa del futuro de este lugar. 


NATURALEZA Y CULTURA

Quienes visiten Lanzarote, pueden disfrutar del primer museo submarino de toda Europa (la isla es un paraíso para los amantes del buceo) o asistir a un espectáculo musical en el centro de la tierra. Se celebran conciertos en el interior de sus tubos volcánicos, como la Cueva de los Verdes o los Jameos del Agua, con una acústica que envidiarían los mejores auditorios del mundo.


VINO KM. 0

También pueden conocer las tradiciones y el estrecho vínculo de sus gentes con el territorio en la Casa-Museo del Campesino y, cómo no, asombrarse ante la espectacularidad de La Geria. Allí los agricultores desafiaron las condiciones climatológicas y geográficas adversas para cultivar el volcán. Sí, así es, han sacado vida de la ceniza volcánica. Y el lugar ahora es cuna de reconocidos vinos, los Malvasía Volcánicos. ¡Es imposible resistirse a estos deliciosos caldos!


SIEMPRE A LA VANGUARDIA

El desarrollo de esta isla es absolutamente fascinante. No se puede entender la visita a Lanzarote sin conocer un poco su historia y su carácter y, por supuesto, su espíritu revolucionario. Allá por los años 60 recibía la primera desaladora de agua de toda Europa y ha visto cómo los molinos de viento fueron dando paso a los parques eólicos, o los camellos a las bicicletas eléctricas. Y hace ya 25 años que se convirtió en el primer lugar de España, junto a Menorca, en ser declarado Reserva de la Biosfera para la totalidad de su territorio.


UN FUTURO SOSTENIBLE Y REALISTA

Ahora, volcada en el cambio de modelo energético, la Isla de los Volcanes, a través de su red de Centros de Arte, Cultura y Turismo, está capitaneando proyectos pioneros, como el de transporte ecológico y autónomo en las Montañas del Fuego en Timanfaya o el de Smart Island, que permitirá mejorar la experiencia del visitante y apostar por un turismo sostenible y de calidad.


URBANISMO ARMONIOSO

Todos estos elementos e hitos históricos se conjugan para crear una Lanzarote que conquista por su sencillez y su energía. Sus casitas blancas, con puertas y ventanas azules en costa y verdes en medianías salpican tímidamente el manto negro de su paisaje volcánico. Tan coqueta y salvaje a la vez. En ella confluyen los 4 elementos: tierra, aire, agua y fuego. Es naturaleza y también es arte. Una isla a la vanguardia de la sostenibilidad, una isla en constante reinvención y transformación, una isla comprometida.


UNA ISLA VIVA

Lanzarote siempre ha sido, y ha querido ser, un laboratorio donde se pongan en práctica acciones medioambientales que puedan servir de referencia para el resto de islas del mundo. Al igual que el volcán, que destruye y construye, Lanzarote se hace y rehace a sí misma. Los que se animen a descubrirla, conectarán con ella, con sus paisajes y sus gentes, y caerán rendidos ante su ritmo y su fuerza. Como dice el artista conejero Juan Gopar, en Lanzarote se duerme bien, porque "la isla está viva y te mece durante la noche". Pero a Lanzarote no sólo hay que conocerla y quererla, hay que cuidarla y respetarla.

 

https://viajes.nationalgeographic.com.es/lifestyle/lanzarote-mas-100-anos-sostenibilidad_14032/7



LANZAROTE

ISLA HECHA DE CONTRASTES

Cada isla canaria es diferente pero quizá sea esta la que mejor ha sabido preservar su singularidad. Recorrerla permite admirar un paisaje de belleza casi abstracta, que se desprende de lo superfluo.


HARÍA

Esta aldea posee el mayor palmeral de las Canarias y quizás el conjunto más bello de arquitectura popular de Lanzarote. Al fondo, el volcán de La Corona.



LA GERIA

Este paisaje agrícola es único en el mundo. Cada vid se planta en el fondo de un hoyo y se protege con «rofe», cenizas volcánicas que retienen la humedad. Una medialuna de piedras la resguardará del viento.



MONUMENTO AL CAMPESINO, FUNDACIÓN CÉSAR MANRIQUE

Los majos hacían viviendas semiexcavadas aprovechando oquedades y túneles en la lava y usando materiales del lugar. César Manrique supo incorporar esos principios a un estilo arquitectónico reconocido mundialmente. Además del "Monumento al campesino" que aparece en la imagen, en Lanzarote se pueden admirar algunas de esas obras como la cueva de Los Verdes, los Jameos del Agua, el Mirador del Río o el Castillo de San José. 


MIRADOR DEL RÍO

Esta obra de César Manrique, al norte del Risco de Famara, brinda magníficas vistas de La Graciosa y las otras islas e islotes del Archipiélago Chinijo.


ARRECIFE

La capital de Lanzarote creció a partir de barrio de la Puntilla y su abrigada laguna de San Ginés, que todavía acoge hoy barcas y casas de pescadores.


MERCADILLO DE TEGUISE

Teguise fue la capital de Lanzarote hasta 1847, de ahí que posea un rico patrimonio arquitectónico. En el siglo XV el conquistador normando Maciot Bethencourt se casó con Teguise, la hija del último jefe aborígen, instaló su corte en este asentamiento y le puso el nombre de su esposa. El mercado de la ciudad vive su mejor momento todos los domingos por la mañana.



LAGO VERDE, EL GOLFO

El Golfo, un gran cráter abierto al mar, alberga esta laguna cuyo color se debe a un alga adaptada a la salinidad y al azufre de sus aguas.



TIMANFAYA

Las erupciones de 1730-1736 y 1824 cubrieron de lava y cenizas una cuarta parte de la isla. La vegetación vuelve a instaurarse lentamente aprovechando el más pequeño hilo de agua.



MAPA DE LA ISLA DE LANZAROTE

Del archipiélago canario, Lanzarote es la isla más cercana al continente africano. El océano Atlántico baña las costas de esta isla, cuya tierra oscura de origen volcánico define su aspecto. 

En esta isla hay tantas otras. Lanzarote contiene Stromboli, Krakatoa, Niihau, Islandia y Pascua. Y al mismo tiempo, la isla canaria es un universo pequeño sin paralelo, que no guarda similitud con ningún otro lugar.

Tampoco con la isla que tiene tan cerca. Desde el aire Fuerteventura parece una prolongación de Lanzarote; pero qué contraste de colores, de formas, incluso el litoral presenta otro aspecto. Su paisaje, tan mínimo la primera vez que lo vemos, está lleno de algo que grita su ausencia, que hay que conquistar mirando hacia dentro. En el desierto de Arizona me acordé de la isla canaria y también en la isla de Vulcano, en las Eolias, por diferentes razones.

¿Por qué es tan distinto el paisaje y la atmósfera de Lanzarote? La naturaleza, como un herrero golpeando una fragua furiosa, la modeló a fuego. Remotas erupciones volcánicas y estampidas de lava la prepararon para las sacudidas telúricas que durante cinco años, a mediados del siglo XVIII, hicieron de su faz un magma abstracto de colores y formas que nunca deja de sorprender. Fascinada y sobrecogida, la viajera inglesa Olivia Stone describía así las Montañas de Fuego en 1887: "Nada se mueve; no hay ni siquiera una ramita que nos indique de dónde sopla el viento; solo aridez y desolación". Y sin embargo ese "paisaje tremendo y magnífico" logra que nos concentremos en lo esencial, la substancia de la belleza, sin que nada nos distraiga. El silencio y la quietud son resaltados por el viento visitador que orquesta el panorama lanzaroteño: alza los brazos y enmaraña las nubes, maneja las sombras sobre los campos oscuros como un titiritero y nos ventila el alma.

Por ser distinta, esta isla hasta tiene un mar propio, a su imagen y semejanza: no es azul ni verde, y el turquesa no es tampoco el verdadero tono que lo define. A veces tramos de la costa aparecen rojos y se diría que se hubiesen desangrado allí ballenas mitológicas. Las olas tienen su manera de romper sobre la escoria encabritada, cual si todavía necesitara enfriarse, como en Los Hervideros, en el sudoeste de la isla. Olivia Stone fue de los primeros foráneos en ver que el paisaje de Lanzarote era "novedoso y por completo diferente al de cualquiera de las otras islas". Tal huella le dejó que en un poema la descubrimos "deseando con un suspiro que aquel hubiera sido su destino".

Desde el aire, cuando el avión inicia el descenso, Lanzarote me parece un crustáceo que respirase con dificultad bajo su armadura de lava. Arrecife surgió en torno al Charco de San Ginés como un barrio de pescadores y fue volviéndose con el tiempo la urbe central de la isla, que antes había sido Teguise. Ya aquí vemos la huella del fenómeno que cambió esta isla, después de los volcanes: César Manrique. El artista regresó de Nueva York a su patria chica en 1968 y desde entonces no dejó de retocar la obra de su vida.

Durante casi un cuarto de siglo Manrique forjó mediante sucesivas erupciones estéticas la imagen que hoy tenemos de Lanzarote. Por eso cualquier paso aquí es parte de lo que Fernando Arrabal llamó en su poema dedicado a la isla un itinerario de transformación. La firma CM está en Arrecife asimismo en el Castillo de San José, convertido en Museo de Arte Moderno, y en El Almacén. Pero también la encontramos en los más variados rincones: el Mirador del Río, los Jameos, el Jardín de Cactus, y desde luego en Taro de Tahíche, la casa que construyó sobre la misma lava, como un espejismo blanco, ahora sede de la Fundación César Manrique. Su muerte en accidente de tráfico en 1992 dejó su obra inacabada, a merced quizá de una nueva pesadilla del señor volcán.

TEGUISE, UN PUEBLO PARA ENAMORARSE

Paso por Tahíche atravesando la vega vigilado por las montañas Cabrera y Ubique. Apenas entrar en Teguise uno se enamora de este pueblo de estoica perfección y a veces desierto. Parece que todos se esconden, como observó René Verneau de las gentes de la isla. Sus tranquilas y silenciosas calles se transforman los domingos con el bullicio del mercado, en el que se puede encontrar desde la cestería local hasta los suaves quesos de cabra lanzaroteños. Entonces me adentro en El Jable, donde se establecieron los aborígenes de la isla, los majos. De ellos los normandos dijeron que eran "gente hermosa y bien parecida".

Los majos, también llamados conejeros, construyeron "casas hondas", excavadas en el subsuelo y utilizando rocas para protegerlas del viento. Esta arquitectura, diferente a la del resto de Canarias, donde la mayoría de pobladores vivía en cuevas, ha dejado huella en las casas tradicionales de la isla. Era un pueblo monoteísta y poliándrico; al parecer cada mujer tenía tres maridos, que se turnaban con las lunas. Recientes yacimientos alrededor de Teguise y otros lugares de Lanzarote van haciendo aflorar vestigios de los majos, presentes a su vez en Fuerteventura.

Siguiendo la ruta norte, a mediodía, cuando el sol arrecia, una visita a la cueva de Los Verdes resulta refrescante, si bien por aquí bajó la lava del volcán de La Corona. La galería de 6 km nos conecta con el origen de esta tierra, aquellas erupciones infernales que formaron la isla. Luego, los Jameos del Agua, armonía de lava y cal que encandila, actúan de perfecto contrapunto en ese itinerario que transforma nuestra visión del paisaje, combinando naturaleza torturada y civilización.

Y por fin, el pecho se expande ante el panorama construido del Mirador del Río, un nido de águilas que parece planear sobre el océano a 500 metros de altura desde el risco prodigioso de Famara. Cual vestigio de aquel continente desaparecido –Atlantis–, del cual cientos de leyendas todavía se cuentan en Lanzarote, se domina el perfil de La Graciosa. ¿Quién no se siente aquí un viejo albatros cansado de olas que otea una tierra de reposo?

Más allá de las cimas de Las Agujas y la Montaña Bermeja, diviso los islotes de Montaña Clara y Alegranza. Un isleño jamás se cansa de islas, por eso abordo el barco en Órzola para mirar desde su objetivo natural el mirador de Manrique. Y luego disfruto de la serena playa de Las Conchas, al noroeste de La Graciosa, donde el océano se tiñe de verde veronés y la brillante silueta de los islotes cercanos evocan un sueño que tuvimos. He nadado en pocos litorales vírgenes tan placenteros como los de Lanzarote. Ahí están la vecina caleta de Famara, y Papagayo, en Los Ajaches, donde el contraste entre los colores del agua y las rocas negras hace más excitante el baño. También me gustan las piscinas naturales de Los Charcones, al noroeste de Playa Blanca, remanso de paz y refugio del calor gracias al régimen de vientos que soplan en esa zona del sur.

Tal vez sea el centro de la isla, sin embargo, donde se halla lo más insólito de este universo sin par. La Geria, localizada entre las poblaciones de Mancha Blanca, San Bartolomé y Teguise, aglutina el enclave volcánico más reciente. Allí donde antes de 1730 había campos de cultivo que daban de comer a los isleños todo quedó anegado de una lava espesa e inmisericorde.

VIÑEDOS SOBRE GUIJARROS DE LAVA

¿Quién iba a decir que en los lapilli o el picón, como aquí llaman a los guijarros de lava, estaba el futuro de unos frondosos viñedos? Mediante cercados de piedras, se protegen los cultivos de papas, legumbres y cochinilla, así como las parras que dan la famosa malvasía, que al decir de Shakespeare "perfuma la sangre". Las plantaciones de La Geria semejan piezas de land art, "anfiteatros vegetales surgiendo de las rocas", como Manrique definió a su Jardín de Cactus de Guatiza. Y gracias a esos campesinos obstinados degustamos los austeros platos de la isla: las papas arrugadas, el gofio, la ropa vieja, o el sancocho, una sabrosa cazuela de cherne en salazón con papas y batata.

El primero de septiembre de 1730 "reventó un volcán", informó el Cabildo a la Real Audiencia, "echando fuego diecinueve días en que dejó quemadas casas, aljibes, maretas, fábricas, pajeros, tierras labradías y montuosas". Un mes y medio después reventó otro volcán con tal virulencia que el Cabildo consideraba perdidas las cosechas, sepultadas muchas casas y los graneros quemados, y pedía ayuda para trasladar a Fuerteventura a las víctimas del desastre. Y eso no era más que el principio de una pesadilla volcánica de más de un lustro. Aquel infierno cubre ahora un extenso y accidentado malpaís de veinticinco cráteres.

Timanfaya es en cierto modo un paisaje interior que esconde más de lo que muestra. Ni un solo árbol que impida ver el bosque de escoria y humo. Dediqué una larga mañana a recorrer la Ruta de los Volcanes que, pasando por el Valle de la Tranquilidad, el Manto de la Virgen y el Barranco del Fuego, culmina en el espléndido Mirador de Montaña Rajada. Allí las vistas de los campos de lava no se olvidan. Otro día llegué al Islote de Hilario, entreteniéndome con los asaderos y los géiseres, acabando por recorrer la ruta del litoral que arranca de la playa de la Madera. Desde los acantilados se divisa el panorama de las cascadas de lava, petrificadas en su misma precipitación.

Después de este bautismo de fuego no puede extrañar que la fiesta más sentida de Lanzarote sea Nuestra Señora de los Dolores, también llamada de los Volcanes por los milagros que hizo en las peores erupciones. Fue un fraile franciscano quien en 1736, invocando a la santa, plantó la cruz para detener el flujo de lava, milagro que se repetiría un siglo después cuando surgió el volcán de Chinero. La romería se celebra a mediados de septiembre en Tinajo, el pueblo que tiene la mayor variedad de chimeneas en forma de cebolla, entre árabes y bizantinas, que solo he visto en esta tierra. De Mancha Blanca, donde está la ermita dedicada a la patrona de Lanzarote, parte la procesión que atrae gentes de toda la isla.

Bajando de Timanfaya por la costa unas filas de montículos blancos animan de golpe el paisaje. Las salinas de Janubio parecen jaimas de un campamento invasor, y a veces tienen un ligero tono rosado a causa del crustáceo rojo llamado artemia. A su vera, el lago de mar salobre que quedó atrapado por la lava como "un pedazo de azul robado al océano", en palabras del poeta Agustín Espinosa, compone un paisaje de una belleza incomparable.

Sentado en el terraplén pedregoso mirando el agua quieta surcada de patos chillones, comprendo lo que Olivia Stone sintió al abandonar esta isla única y múltiple. La pérdida de un estado de conciencia. ¿El espacio de meditación del que habló César Manrique? Mientras a mi espalda el oleaje ruge como si quisiera romper inútilmente los tímpanos del silencio, las jaimas de sal de Janubio van disolviéndose en la calima del atardecer.

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/lanzarote-seductora-isla-hecha-contrastes_10953/9



LA GRACIOSA

UN PEQUEÑO PARAÍSO EN CANARIAS

Apenas 30 minutos de barco separan Lanzarote de la isla de La Graciosa, un pequeño paraíso donde lo mejor que se puede hacer es no hacer nada. Agua y comida, protector solar, gafas de sol y el bañador, eso es todo lo que se necesita para visitar La Graciosa. Por no haber, hay zonas en la isla en las que no hay ni cobertura móvil.

 


CALETA DE SEBO, LO MÁS PRÓXIMO A UNA CAPITAL

Un encantador y tranquilo pueblo pesquero, con casitas blancas y calles de arena por donde incluso se puede caminar descalzo. Es la capital de La Graciosa y aquí desembarcan los ferry que llegan desde el puerto de Órzola, en Lanzarote. La isla se puede visitar en una jornada, pero si se desea disfrutar de este pequeño paraíso algún día más, en Caleta de Sebo hay un par de pensiones y algún apartamento. En realidad, es la principal oferta de alojamiento, ya que en La Graciosa no se encuentran ni hoteles, ni tiendas de souvenirs… Tan solo el relajado espíritu isleño que rápidamente se contagia nada más pisar tierra graciosera.



COMIDA AL SOL

En La Graciosa, como en todas las Canarias, toca disfrutar de pescados poco comunes en otros lares como la morena y de unas típicas papas arrugas con mojo picón. Si se desea acabar con algo dulce, hay que probar la deliciosa mousse de gofio, un alimento propio de la gastronomía canaria desde hace cientos de años.

Además, después de un día de playa, nada como una cerveza canaria bien fría en alguna de las terrazas del puerto de Caleta de Sebo donde, por cierto, se encuentran los únicos restaurantes y bares de la isla. Fuera de aquí, ni chiringuitos, ni bares.


BICICLETA Y 4X4

La Graciosa es probablemente uno de los pocos lugares de Europa en donde no hay carreteras asfaltadas. Así, las mejores maneras de recorrerla son en bici o a pie. Aunque si vence la pereza, también se puede contratar alguno de los 4x4 que se ofertan en el puerto de Caleta de Sebo para llegar a alguna de las espectaculares playas de la isla. Es imprescindible ir preparado con todo lo necesario para la jornada playera, sobre todo agua, comida y protección solar.




PLAYAS EN SILENCIO

Dos de las playas más espectaculares de la isla, sin desmerecer a ninguna, son la de Las Conchas y la de La Cocina. La primera es la más paradisíaca de todas, frente a los islotes de Montaña Clara y Alegranza, con un paisaje volcánico y una arena dorada que incluye una bandera roja que advierte del peligro de bañarse. Aún así, aunque no sea posible el remojón, no hay que dejar de visitarla.

En cambio, la playa de La Cocina es una maravillosa cala absolutamente virgen, con unas aguas turquesas en las que sumergirse nada más descalzarse. Se encuentra a los pies de la Montaña Amarilla, uno de los lugares más emblemáticos de la isla. Si es posible, merece la pena disfrutar del atardecer desde La Cocina.



DE ARCO EN ARCO

Al norte de la isla se encuentra el Arco de los Caletones. Son cuatro arcos naturales de piedra de basalto contra las que chocan las olas implacablemente. La fuerza del océano impresiona en este paisaje extraordinario, al que se puede llegar en un agradable paseo desde la playa de las Conchas. Cuidado, no hay que acercarse mucho al borde para no caer al mar embravecido.



DEBAJO DEL MAR

Bucear en La Graciosa puede ser una experiencia inolvidable. Un espacio natural protegido y con la reserva marina más extensa de Europa, con 70.700 hectáreas. Con suerte se podrá descubrir al tiburón Ángel, una especie en peligro de extinción, o disfrutar de los corales milenarios de las Gerardias, accesibles solo para buceadores avanzados, ya que este delicado jardín se encuentra a 40 m de profundidad.

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/que-hacer-graciosa-lanzarote-canarias_14278/6  

 

 

 

EL HIERRO

UN EDÉN DE LAS CANARIAS

Paisajes volcánicos y miradores asomados al océano en la ruta por esta isla declarada Reserva de la Biosfera


LA VIRGEN DE LOS REYES

Este santuario, situado en La Dehesa, acoge a la patrona de la isla.



ROQUE DE LA BONANZA

El mar ha ido esculpiendo este bloque de lava que se localiza en la costa este. Se alza 200 metros desde el lecho marino y es uno de los símbolos de El Hierro.



EL LAGARTARIO DE FRONTERA

El lagarto gigante de El Hierro (Gallotia simonyi) es una especie endémica de la isla que puede alcanzar los 60 centímetros de longitud, y al que la actividad humana y la introducción de animales foráneos lo llevaron al borde de la extinción. Solo logró sobrevivir en los Roques de Salmor, en el norte. En la actualidad viven unos 200 ejemplares en el Lagartario de Frontera, situado junto al acantilado de la Fuga de Gorreta.



BUCEO EN LA ISLA

Desde la aldea de pescadores de La Restinga se accede a los fondos marinos más espectaculares de El Hierro y al vecino campo de lavas de El Lajial.


MIRADOR DE LA PEÑA

César Manrique lo diseñó en 1980 en el Risco de Tibaje (700 metros). Se puede subir desde el mar por un antiguo camino de mulas.



BOSQUE DE FAYAL-BREZAL

La antigua laurisilva que cubría las crestas húmedas de la isla ha dado paso a esta floresta brumosa.



RUTA CIRCULAR POR EL HIERRO

1. Ermita de la Virgen de los Reyes. Cada 4 años se celebra una popular romería que recorre toda la isla. La próxima, en 2017. 

2. Mirador de la Peña. Un gran lugar para contemplar las calas y acantilados volcánicos de El Golfo.

3. La Restinga. Aldea marinera y un paraíso para los submarinistas. 

4. Roque de la Bonanza. Su singular forma rocosa se puede admirar a pie de la carretera que conduce al Parador Nacional.

El Hierro es uno de los mejores destinos de Europa para senderistas y degustadores de una calma atemporal. La isla es la más pequeña y occidental de las Canarias, apenas un peñón que emerge del Atlántico acumulando paisajes descomunales. Su gran elevación respecto a su reducido perímetro responde a una suma de volcanes que se alzaron desde el fondo marino hace cien millones de años. Pero el gran edificio volcánico se quebró y los deslizamientos devolvieron al océano parte de la roca, dejando al noroeste la gran cavidad de El Golfo, la gigantesca ladera pedregosa de El Julán en el sur y costas escarpadas de mil metros de altitud.

Las carreteras herreñas forman una montaña rusa a través de un maravilloso jardín, declarado Reserva de la Biosfera. Numerosos senderos exploran todos sus rincones, combinando panorámicas espectaculares con ecosistemas plagados de endemismos.

La isla se reparte en tres municipios muy distintos. Valverde es húmedo, verde y agrícola; El Pinar, más seco y mineral; y El Golfo, encerrado entre los acantilados y el mar. En los dos primeros, sus gentes habitan las tierras altas del centro del territorio, mientras que en El Golfo viven al nivel del mar entre cultivos.

Los vientos alisios, cargados de humedad, mantienen la zona de Valverde cubierta de verdor y riegan bosques donde líquenes, musgos y helechos se unen a laureles, hayas y brezos. Alrededor, los pueblos agrícolas de El Mocanal, Erese, Guarazoca, San Andrés y Tiñor rodean un macizo que supera los 1.100 metros de altura. Allí se conserva la memoria del Árbol Santo Garoé, el tilo que convertía la humedad del aire en agua y daba de beber a los primitivos pobladores, los bimbaches, llegados del norte de África.

A Valverde pertenece la carretera que baja hasta el cercano aeropuerto y que pasa frente al Roque de La Bonanza, para luego llegar a Las Playas y al remoto Parador Nacional, donde el camino termina al pie de un farallón de mil metros de altura.

Al salir de Villa de Valverde hacia el sur, dos miradores se asoman a las instalaciones de Gorona del Viento, un parque eólico e hidroeléctrico que ha convertido El Hierro en la primera isla del mundo que obtiene toda su electricidad de energías renovables.

La vegetación cambia al sur de Isora, al entrar en el municipio de El Pinar. Grandes bosques de pino canario dan sombra a otro mirador vertiginoso, el de Las Playas. En el pueblo de El Pinar se puede visitar el Centro de Interpretación Geológica, antes de tomar rumbo al oeste, a la zona del Julán, la más salvaje y deshabitada de El Hierro.

LA ZONA MÁS SALVAJE DE EL HIERRO

Una carretera mínima discurre a 900 metros de altura, al borde del escalofriante talud tallado por un colosal deslizamiento que se hunde en las profundidades del Mar de las Calmas. El hermoso trayecto acerca al santuario de Nuestra Señora de los Reyes, del que parten dos caminos. Uno de tierra lleva al bosque de El Sabinar, de retorcidos troncos torturados por el viento, y otro desciende hasta la Punta de la Orchilla, donde los griegos situaban el fin del mundo conocido, y donde en el siglo XVI se fijó el meridiano cero, referencia mundial hasta que Greenwich tomó el relevo en 1884. Desde El Pinar conviene bajar al Centro Vulcanológico, en el que proyectan imágenes de la erupción del volcán submarino que surgió en 2011 a dos kilómetros de la costa.

La carretera sigue a La Restinga, el pueblo más meridional de España, donde un pequeño puerto de pesca acoge también las lanchas de submarinistas que visitan la Reserva Marina del Mar de las Calmas.

El Golfo es un mundo aparte, un terreno bajo con forma de luna creciente, encerrado por gigantescos farallones, que se baña en el Atlántico

El Golfo es un mundo aparte, un terreno bajo con forma de luna creciente, encerrado por gigantescos farallones, que se baña en el Atlántico. Se puede acudir al mirador de La Peña –obra del artista canario César Manrique– antes de tomar la carretera de la Cumbre, asomarse al increíble mirador del Jinama y atravesar el bosque húmedo para bajar hasta su capital, Frontera, rodeada de frutales, cerca de un valioso ecomuseo, del lagartario y de bellas piscinas naturales en la costa, como el Charco Azul.

El Hierro mantiene un admirable equilibrio entre sus paisajes extremos y una épica presencia humana, capaz de ofrecer experiencias genuinas a quien busque lugares auténticos, diferentes y remotos.

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/hierro-eden-islas-canarias_11072/7

 















 












































 

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