El verdadero mensaje cristiano de las catacumbas
CUBÍCULA
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Entendemos por
catacumbas un periodo histórico: los tres primeros siglos de la Iglesia, cuando
los cristianos fueron perseguidos hasta que la promulgación del Edicto de Milán
por el emperador Constantino en 313 les dio plena libertad para practicar y
difundir su fe. Los católicos progresistas contraponen la Iglesia de las
catacumbas, pobre y sufriente, a la constantiniana, poderosa y conquistadora.
En esta misma línea, el 16 de noviembre de 1965, a pocas semanas de la clausura
del Concilio, 42 padres conciliares firmaron en las Catacumbas de Santa
Domitila el Pacto por una Iglesia pobre y servidora, de cuño
filocomunista. El Pacto de las Catacumbas fue conmemorado públicamente en el
mismo lugar el 20 de octubre de 2019 por un grupo de obispos y laicos que
propusieron a la Iglesia un nuevo Pacto de las catacumbas por una casa
común. Por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética
y samaritana. El pacto sociopolítico de los años sesenta se convirtió
así en el pacto sociocósmico de la era del papa Francisco y Greta Thunberg.
Por el lado opuesto, algunos conservadores han elaborado una filosofía
de las catacumbas según la cual no se debe combatir al enemigo que
ataca; lo que hay que hacer es esconderse, como hicieron los cristianos de los
primeros siglos, que se refugiaban –dicen– en las catacumbas huyendo de la
persecución. En realidad, los primeros siglos de la Iglesia fueron una época de
persecución y martirio, pero precisamente por eso fueron un tiempo de lucha,
dirigida primero por los Apóstoles y más tarde por sus sucesores en
obediencia al mandato de Cristo de divulgar abiertamente el Evangelio hasta los
confines de la Tierra. La Iglesia de los primeros siglos no fue una Iglesia
oculta ni clandestina; los cristianos eran conocidos como tales, la jerarquía
(obispos, sacerdotes y diáconos) no eran desconocidos, y las ideas
eran manifiestas.
Los cristianos
vivían con sus propias familias, ejercían cada uno su profesión, pagaban los
impuestos, cumplían el servicio militar, observaban la ley y rezaban por las
autoridades establecidas, pero no veneraban al Emperador ni estaban dispuestos
a hacer sacrificios a los ídolos paganos. Ésa fue la razón por la que se los
consideró enemigos del Estado (hostes publici) y se los
persiguió. Las catacumbas no eran escondrijos donde se ocultaran los
cristianos, sino cementerios, lugares de enterramiento. Es más, el derecho
romano reconocía indistintamente a todo el mundo el ius sepulcri, incluso
a los condenados a muerte, cuyos restos el juez podía entregar a quien se lo
solicitase para inhumarlos.
La palabra catacumba viene
del griego kata (hacia abajo) y kumba (excavación),
y eso es porque a principios del siglo III un grupo de cristianos obtuvo
autorización para excavar en una depresión del terreno junto a la Vía Apia,
la regina viarum, una red de galerías subterráneas para hacer
un cementerio. La zona era conocida como junto al valle, y la
palabra catacumba expresa el aspecto del lugar. Allí fue
depuesto el mártir San Sebastián y, desde el año 258, se veneraba un
recuerdo de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Después del siglo IV el
término catacumba pasó a significar en sentido genérico un
cementerio cristiano en el que los difuntos esperaban bajo tierra el supremo
despertar. El dogma de la resurrección, epicentro de la fe de la Iglesia naciente (I
Cor. 15, 5-8), era uno de los conceptos más difíciles de asimilar para los
paganos, como atestigua Tertuliano (De resurrectione carnis, 2:
Migne, PL 2, 843).
Del desarrollo de
las primeras comunidades cristianas da fe la multiplicación de sus camposantos
en las vías consulares. Las catacumbas de San Calixto, en la Vía Apia, así como
las de San Sebastián, fueron el cementerio oficial de la Iglesia en siglo III.
En ellas se enterró a cerca de medio millón de cristianos, entre los que se
cuentan centenares de mártires y dieciséis pontífices. Su nombre procede del
diácono que a comienzos del siglo III fue nombrado por el papa Ceferino
(199-207) custodio y administrador de las catacumbas (cfr. Antonio
Baruffa, Le catacombe di San Callisto. Storia-Archeologia-Fede,
5ª ed., Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 2004). Por otra
parte, en la primera mitad del siglo III Roma se subdividió en siete regiones
eclesiásticas. Cada una de ella tenía asignados sus lugares de culto y diversas
catacumbas para el enterramiento de sus feligreses. Dado lo limitado de la
superficie, a medida que aumentaban las galerías se abrían escaleras para
descender cada vez más hondo en el terreno.
Un precioso
calendario ilustrado del año 354 denominado Cronógrafo, contiene
dos listados, Depositio episcoporum y Depositio
martyrum en los que, con precisas indicaciones geográficas, se indican
el lugar y las fechas de conmemoración litúrgica de los mártires cristianos.
Entre los cementerios cristianos de Roma se cuentan los de Balbina, Basilia,
Máximo, Ponciano, Pretestato y Trasón, que corresponden a nombres de
cristianos particulares que habían puesto a disposición de sus hermanos los
lugares de enterramiento asignados a sus familias. De hecho, el Evangelio había
penetrado desde la primera predicación en algunas familias nobles y
pudientes que repartieron caritativamente sus sepulcros, que eran lo bastante
amplios para dar cabida a su nueva parentela espiritual.
En casi todos los
camposantos de Roma hay testimonios de la fe cristiana: mártires son los que
dieron testimonio a Cristo con el sacrificio de la propia vida, y confesores
los que proclamaron la fe pero se libraron de la muerte.
Se ha dicho que
los cementerios cristianos de Roma son los monumentos más insignes de la caridad
ejercida por la primitiva comunidad cristiana. Tertuliano escribió en su Apología
que la comunidad cristiana recogía las ofrendas voluntarias de los
fieles (egenis alendis humandisque),y San Hipólito, que dedica un
párrafo entero de su Tradición apostólica a los cementerios,
aconseja no fijar impuestos muy elevados por las sepulturas, ya que el
camposanto pertenece a todos los pobres y el obispo debe mantener a los
cuidadores para que no dependan de los allí sepultados. Por su parte, Lactancio
afirma: «Jamás consentiremos que una criatura hecha a imagen y semejanza de
Dios sea arrojada como comida a las fieras o las aves de rapiña; la
restituiremos a la tierra de la que salió. Y aun para un desconocido
cumpliremos la función que correspondería a sus familiares, porque la falta de
éstos la suple la caridad» (Divinae Institutiones VI, 12:
Migne, PL 4, 682).
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Un tesoro oculto en el corazón de
Roma: las catacumbas judías de Vigna Randanini
Las de Vigna Randanini son unas
de las pocas catacumbas judías de la ciudad de Roma. Ocupan un área de
unos 18.000 metros cuadrados, albergando sepulturas y nichos dispuestos en dos
niveles a lo largo de 700 metros de galerías. Desde el pasado 1 de mayo se han
abierto al público para que puedan ser visitadas.
Situadas en una propiedad privada
entre las vías Apia Antigua y Pignatelli, se
construyeron a diez metros de profundidad entre los siglos II y IV d. C, con
tumbas excavadas en la blanda roca volcánica de la zona. Descubiertas de forma
casual en 1859, hasta ahora sólo podían ser visitadas por grupos muy reducidos
de personas y en fechas muy concretas. Lamentablemente, durante muchos años
sufrieron actos de vandalismo.
Según informaciones publicadas por el
diario español ABC, el proyecto de apertura ha sido impulsado por el ministerio de
Bienes Culturales y ha contado con el apoyo de la comunidad judía de
Roma. Una comunidad consciente de la importancia de dar a conocer este tesoro
singular, puesto que aunque en Roma son muy numerosas las catacumbas cristianas, las judías son muy escasas y suelen encontrarse
cerradas, por lo que han pasado a ser las grandes desconocidas del subsuelo
romano.
Las catacumbas judías de Vigna Randanini recorren el subsuelo
romano entre las vías Apia Antigua (en la imagen) y Pignatelli.
(Kleuske Dutch Wikipedia/Public Domain)
Las catacumbas romanas
Hasta el momento se han descubierto, explorado
y clasificado sesenta catacumbas cristianas y seis judías, habiéndose
hundido cuatro de las hebreas. Hay que tener en cuenta que la comunidad judía
romana es la más antigua de occidente. Su presencia en la capital italiana se
remonta por lo menos hasta el año 161 a. C., estando formada durante la época
imperial por alrededor de 50.000 miembros. Tanto cristianos como judíos
practicaban la inhumación para, además, diferenciarse de los paganos, que
preferían la cremación tras la muerte.
Las catacumbas siempre se construían extramuros en Roma,
ya que las leyes romanas prohibían las sepulturas urbanas, tanto por motivos
higiénicos y de salubridad como por motivos religiosos. Se utilizaron como
lugar de enterramiento hasta el siglo V, época en la que se transformaron en
centros de peregrinación, ya que albergaban las tumbas de muchos mártires.
A partir del siglo IX, los cristianos comenzaron a
trasladar los cuerpos de los mártires allí enterrados a causa de las invasiones
bárbaras y sarracenas, que las convirtieron en lugares muy pocos seguros. Poco
a poco fueron abandonadas por completo, y de muchas de ellas incluso se perdió
la pista.
Sinagoga
Española en el interior del complejo de la Gran Sinagoga de Roma. (Public Domain)
Las catacumbas judías, las más antiguas
Según continúa explicando el periódico ABC, investigadores de la Universidad de Utrecht,
(Holanda), aseguran que fueron los judíos –y no los cristianos– los primeros en
utilizar las catacumbas para enterrar a sus muertos.
Gracias a las dataciones realizadas mediante el uso del
carbono 14, los científicos holandeses han descubierto que en las catacumbas judías de Villa Tornolia se
sepultaban cadáveres desde el siglo I a. C.: alrededor de 300 años antes de que
los primeros cristianos iniciasen dicha práctica. Lo que sí es cierto es que
ambas comunidades mantenían relaciones. Algo que queda reflejado en la similar
arquitectura de sus catacumbas, pese a que la iconografía, claro está, fuera
diferente.
Los visitantes de la bellísima Ciudad Eterna están de
suerte. Pese a los saqueos y al abandono sufridos durante siglos, ya pueden
añadir una nueva e interesante visita a sus apretadas agendas. En las
catacumbas de Vigna Randanini podrán contemplar milenarios frescos de
doncellas danzantes, aves, vides y demás figuras de la ancestral tradición
judaica. Además, aparte de los típicos nichos, también existen diferentes
capillas privadas, pertenecientes a antiguas familias o grupos, con singulares
decoraciones e inscripciones en latín, griego y hebreo.
Una
de las catacumbas judías ricamente decoradas de Vigna Randanini en Roma. (Fotografía: ABC)
Imagen de portada: Nichos de una de las catacumbas judías abiertas
recientemente al público en Roma. (Fotografía: ABC)
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