martes, 19 de enero de 2021

 

El verdadero mensaje cristiano de las catacumbas


CUBÍCULA

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https://redhistoria.com/la-madonna-mas-antigua-del-mundo-data-del-siglo-iii-y-esta-en-las-catacumbas-de-priscilla-en-roma/

 

Entendemos por catacumbas un periodo histórico: los tres primeros siglos de la Iglesia, cuando los cristianos fueron perseguidos hasta que la promulgación del Edicto de Milán por el emperador Constantino en 313 les dio plena libertad para practicar y difundir su fe. Los católicos progresistas contraponen la Iglesia de las catacumbas, pobre y sufriente, a la constantiniana, poderosa y conquistadora. En esta misma línea, el 16 de noviembre de 1965, a pocas semanas de la clausura del Concilio, 42 padres conciliares firmaron en las Catacumbas de Santa Domitila el Pacto por una Iglesia pobre y servidora, de cuño filocomunista. El Pacto de las Catacumbas fue conmemorado públicamente en el mismo lugar el 20 de octubre de 2019 por un grupo de obispos y laicos que propusieron a la Iglesia un nuevo Pacto de las catacumbas por una casa común. Por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana. El pacto sociopolítico de los años sesenta se convirtió así en el pacto sociocósmico de la era del papa Francisco y Greta Thunberg.
Por el lado opuesto, algunos conservadores han elaborado una filosofía de las catacumbas según la cual no se debe combatir al enemigo que ataca; lo que hay que hacer es esconderse, como hicieron los cristianos de los primeros siglos, que se refugiaban –dicen– en las catacumbas huyendo de la persecución. En realidad, los primeros siglos de la Iglesia fueron una época de persecución y martirio, pero precisamente por eso fueron un tiempo de lucha, dirigida primero por los Apóstoles y más tarde por sus sucesores en obediencia al mandato de Cristo de divulgar abiertamente el Evangelio hasta los confines de la Tierra. La Iglesia de los primeros siglos no fue una Iglesia oculta ni clandestina; los cristianos eran conocidos como tales, la jerarquía (obispos, sacerdotes y diáconos) no eran desconocidos, y las ideas eran manifiestas.

Los cristianos vivían con sus propias familias, ejercían cada uno su profesión, pagaban los impuestos, cumplían el servicio militar, observaban la ley y rezaban por las autoridades establecidas, pero no veneraban al Emperador ni estaban dispuestos a hacer sacrificios a los ídolos paganos. Ésa fue la razón por la que se los consideró enemigos del Estado (hostes publici) y se los persiguió. Las catacumbas no eran escondrijos donde se ocultaran los cristianos, sino cementerios, lugares de enterramiento. Es más, el derecho romano reconocía indistintamente a todo el mundo el ius sepulcri, incluso a los condenados a muerte, cuyos restos el juez podía entregar a quien se lo solicitase para inhumarlos.

La palabra catacumba viene del griego kata (hacia abajo) y kumba (excavación), y eso es porque a principios del siglo III un grupo de cristianos obtuvo autorización para excavar en una depresión del terreno junto a la Vía Apia, la regina viarum, una red de galerías subterráneas para hacer un cementerio. La zona era conocida como junto al valle, y la palabra catacumba expresa el aspecto del lugar. Allí fue depuesto el mártir San Sebastián y, desde el año 258, se veneraba un recuerdo de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Después del siglo IV el término catacumba pasó a significar en sentido genérico un cementerio cristiano en el que los difuntos esperaban bajo tierra el supremo despertar. El dogma de la resurrección, epicentro de la fe de la Iglesia naciente (I Cor. 15, 5-8), era uno de los conceptos más difíciles de asimilar para los paganos, como atestigua Tertuliano (De resurrectione carnis, 2: Migne, PL 2, 843).

Del desarrollo de las primeras comunidades cristianas da fe la multiplicación de sus camposantos en las vías consulares. Las catacumbas de San Calixto, en la Vía Apia, así como las de San Sebastián, fueron el cementerio oficial de la Iglesia en siglo III. En ellas se enterró a cerca de medio millón de cristianos, entre los que se cuentan centenares de mártires y dieciséis pontífices. Su nombre procede del diácono que a comienzos del siglo III fue nombrado por el papa Ceferino (199-207) custodio y administrador de las catacumbas (cfr. Antonio Baruffa, Le catacombe di San Callisto. Storia-Archeologia-Fede, 5ª ed., Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 2004). Por otra parte, en la primera mitad del siglo III Roma se subdividió en siete regiones eclesiásticas. Cada una de ella tenía asignados sus lugares de culto y diversas catacumbas para el enterramiento de sus feligreses. Dado lo limitado de la superficie, a medida que aumentaban las galerías se abrían escaleras para descender cada vez más hondo en el terreno.

Un precioso calendario ilustrado del año 354 denominado Cronógrafo, contiene dos listados, Depositio episcoporum y Depositio martyrum en los que, con precisas indicaciones geográficas, se indican el lugar y las fechas de conmemoración litúrgica de los mártires cristianos. Entre los cementerios cristianos de Roma se cuentan los de Balbina, Basilia, Máximo, Ponciano, Pretestato y Trasón, que corresponden a nombres de cristianos particulares que habían puesto a disposición de sus hermanos los lugares de enterramiento asignados a sus familias. De hecho, el Evangelio había penetrado desde la primera predicación en algunas familias nobles y pudientes que repartieron caritativamente sus sepulcros, que eran lo bastante amplios para dar cabida a su nueva parentela espiritual.

En casi todos los camposantos de Roma hay testimonios de la fe cristiana: mártires son los que dieron testimonio a Cristo con el sacrificio de la propia vida, y confesores los que proclamaron la fe pero se libraron de la muerte.

Se ha dicho que los cementerios cristianos de Roma son los monumentos más insignes de la caridad ejercida por la primitiva comunidad cristiana. Tertuliano escribió en su Apología que la comunidad cristiana recogía las ofrendas voluntarias de los fieles (egenis alendis humandisque),y San Hipólito, que dedica un párrafo entero de su Tradición apostólica a los cementerios, aconseja no fijar impuestos muy elevados por las sepulturas, ya que el camposanto pertenece a todos los pobres y el obispo debe mantener a los cuidadores para que no dependan de los allí sepultados. Por su parte, Lactancio afirma: «Jamás consentiremos que una criatura hecha a imagen y semejanza de Dios sea arrojada como comida a las fieras o las aves de rapiña; la restituiremos a la tierra de la que salió. Y aun para un desconocido cumpliremos la función que correspondería a sus familiares, porque la falta de éstos la suple la caridad» (Divinae Institutiones VI, 12: Migne, PL 4, 682).

 

https://adelantelafe.com/el-verdadero-mensaje-cristiano-de-las-catacumbas/

 


Un tesoro oculto en el corazón de Roma: las catacumbas judías de Vigna Randanini

 

Las de Vigna Randanini son unas de las pocas catacumbas judías de la ciudad de Roma. Ocupan un área de unos 18.000 metros cuadrados, albergando sepulturas y nichos dispuestos en dos niveles a lo largo de 700 metros de galerías. Desde el pasado 1 de mayo se han abierto al público para que puedan ser visitadas.

Situadas en una propiedad privada entre las vías Apia Antigua y Pignatelli, se construyeron a diez metros de profundidad entre los siglos II y IV d. C, con tumbas excavadas en la blanda roca volcánica de la zona. Descubiertas de forma casual en 1859, hasta ahora sólo podían ser visitadas por grupos muy reducidos de personas y en fechas muy concretas. Lamentablemente, durante muchos años sufrieron actos de vandalismo.

 

Según informaciones publicadas por el diario español ABC, el proyecto de apertura ha sido impulsado por el ministerio de Bienes Culturales y ha contado con el apoyo de la comunidad judía de Roma. Una comunidad consciente de la importancia de dar a conocer este tesoro singular, puesto que aunque en Roma son muy numerosas las catacumbas cristianas, las judías son muy escasas y suelen encontrarse cerradas, por lo que han pasado a ser las grandes desconocidas del subsuelo romano.


Las catacumbas judías de Vigna Randanini recorren el subsuelo romano entre las vías Apia Antigua (en la imagen) y Pignatelli. (Kleuske Dutch Wikipedia/Public Domain)

Las catacumbas judías de Vigna Randanini recorren el subsuelo romano entre las vías Apia Antigua (en la imagen) y Pignatelli. (Kleuske Dutch Wikipedia/Public Domain)

 

Las catacumbas romanas

Hasta el momento se han descubierto, explorado y clasificado sesenta catacumbas cristianas y seis judías, habiéndose hundido cuatro de las hebreas. Hay que tener en cuenta que la comunidad judía romana es la más antigua de occidente. Su presencia en la capital italiana se remonta por lo menos hasta el año 161 a. C., estando formada durante la época imperial por alrededor de 50.000 miembros. Tanto cristianos como judíos practicaban la inhumación para, además, diferenciarse de los paganos, que preferían la cremación tras la muerte.

Las catacumbas siempre se construían extramuros en Roma, ya que las leyes romanas prohibían las sepulturas urbanas, tanto por motivos higiénicos y de salubridad como por motivos religiosos. Se utilizaron como lugar de enterramiento hasta el siglo V, época en la que se transformaron en centros de peregrinación, ya que albergaban las tumbas de muchos mártires.

A partir del siglo IX, los cristianos comenzaron a trasladar los cuerpos de los mártires allí enterrados a causa de las invasiones bárbaras y sarracenas, que las convirtieron en lugares muy pocos seguros. Poco a poco fueron abandonadas por completo, y de muchas de ellas incluso se perdió la pista.

 


Sinagoga Española en el interior del complejo de la Gran Sinagoga de Roma. (Public Domain)

 

Las catacumbas judías, las más antiguas

 

Según continúa explicando el periódico ABC, investigadores de la Universidad de Utrecht, (Holanda), aseguran que fueron los judíos –y no los cristianos– los primeros en utilizar las catacumbas para enterrar a sus muertos.

Gracias a las dataciones realizadas mediante el uso del carbono 14, los científicos holandeses han descubierto que en las catacumbas judías de Villa Tornolia se sepultaban cadáveres desde el siglo I a. C.: alrededor de 300 años antes de que los primeros cristianos iniciasen dicha práctica. Lo que sí es cierto es que ambas comunidades mantenían relaciones. Algo que queda reflejado en la similar arquitectura de sus catacumbas, pese a que la iconografía, claro está, fuera diferente.

Los visitantes de la bellísima Ciudad Eterna están de suerte. Pese a los saqueos y al abandono sufridos durante siglos, ya pueden añadir una nueva e interesante visita a sus apretadas agendas. En las catacumbas de Vigna Randanini podrán contemplar milenarios frescos de doncellas danzantes, aves, vides y demás figuras de la ancestral tradición judaica. Además, aparte de los típicos nichos, también existen diferentes capillas privadas, pertenecientes a antiguas familias o grupos, con singulares decoraciones e inscripciones en latín, griego y hebreo.



Una de las catacumbas judías ricamente decoradas de Vigna Randanini en Roma. (Fotografía: ABC)

Imagen de portada: Nichos de una de las catacumbas judías abiertas recientemente al público en Roma. (Fotografía: ABC)

 

https://www.ancient-origins.es/noticias-historia-arqueologia/un-tesoro-oculto-el-coraz%C3%B3n-roma-las-catacumbas-jud%C3%AD-vigna-randanini-003426

 














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