RETIROS PARA HUIR
DEL
MUNDANAL RUIDO
Oír el silencio y sentir cómo la vida en
la Meseta vibra, de forma armoniosa y pausada, con un murmullo milenario, ajena
al estrés que acogota las grandes ciudades, o como diría la canción, donde el
tiempo pasa cadencioso sin pensar. Las dos Castillas, Madrid y
Extremadura comparten escenario, alejándose del asfalto y del mundanal
ruido, para que el viajero paladee el bienestar y redescubra lo
que significa la tranquilidad a través de estos espacios.
ORA ET NON LABORA
Acunada por el río Duero y resguardada por hectáreas de viñas, esta
antigua abadía cisterciense es un templo del relax. A apenas
media hora en coche de Valladolid, hospedarse en la Abadía Retuerta Le Domaine es un viaje al pasado en el que
disfrutar del poso de la historia y la calma secular de Castilla. Son apenas
30 habitaciones en este complejo de cinco estrellas, que añade
una piscina al aire libre, así como un spa en el que hay diversos tratamientos,
desde originarios del Tíbet a tratamientos a base de vino y aceite, gérmenes de
estas tierras. Además, sus alrededores invitan al esparcimiento y
a caminar, siguiendo la senda del Duero. El colofón perfecto es
el restaurante El Refectorio, capitaneado por Marc
Segarra, que lejos de la austeridad clerical, consiguió una
estrella Michelin con una cocina creativa, respetando el producto
local. Sólo disponible para cenas, la propuesta entronca con La Vinoteca, en la
que la sencillez de la cocina castellana se emparenta en forma de raciones y
platos para compartir.
EL CORAZÓN DE TORO
Entre viña y viña, el Duero replica y llena de vida todo lo que su cauce
alimenta, encontrando en la viña la simbiosis perfecta para que la vida natural
y la humana se citen. Una de estas paradas se sucede en Toro, donde las
aguas del río alimentan una viña de carácter que ofrece al mundo tintos de
cuerpo, pero cada vez más elegantes. En este camino, entre Zamora
y Valladolid, se encuentra el hotel Valbusenda, que también presume de bodega. Aquí, impregnado del aroma que Toro
ofrece a la vida, el vino se erige como leitmotiv, incluyéndose dentro del Wine
Spa, que incluye experiencias con vinoterapia y productos naturales que
proceden de la vida. A su lado, un recorrido de aguas y piscinas con las que
desterrar el prejuicio de la sequedad castellana, dejándose mecer entre
diferentes temperaturas, para que el cuerpo sienta vivamente lo que es
descansar. La ruta se complementa a base de buena mesa, en la que prima la
oferta del restaurante Nube. Aunque atrás no se quedan las vistas
de la Enoterraza, que despliega sus encantos al aire libre sobre la vega del
Duero, haciendo que el tiempo se detenga mientras serpentea con
suavidad hacia su rumbo final en Oporto.
UNA DULCE TRANSICIÓN
No hay asfalto en Ávila que pueda reducir la presencia de
su muralla románica, que abraza en su confín norte a este coqueto hotel de 10 habitaciones.
Antigua casa de veraneo del presidente Adolfo Suárez, cuya impronta sigue
marcada en espacios como la recepción, antiguo despacho del mandatario, hoy La Casa del Presidente sirve como escapada a apenas
hora y media en coche desde Madrid. La tranquilidad se respira en las habitaciones y el
jardín, cuya vista central la ocupa una piscina, respaldada por la muralla de
la ciudad, que la acoge, convirtiéndola en la única piscina de hotel intramuros
de la ciudad. Su propuesta culinaria supone un paseo por la gastronomía
abulense, en especial desde el desayuno. Quesos del Tiétar y de
Gredos se suceden así en la misma mesa que los embutidos, las confituras caseras
o los panes, provenientes de Sotillo de la Adrada, al sur de la
provincia. Sin duda, una recarga de pilas que sirve para afrontar un día de
turismo en la ciudad, las más alta de las capitales castellanas.
LA CERCANA DESCONOCIDA
Reivindicada a través del Viaje a la Alcarria de
Camilo José Cela, Guadalajara aún guarda tesoros que el viajero está por
descubrir, presumiendo de un carácter casi virgen a pesar de estar a una hora
de Madrid. Allí, en el norte de la provincia, la eterna Sigüenza
tiene por cercano vecino al hotel Molino de Alcuneza, que nació en 2013, y ahora, amparado
por el sello Relais & Châteaux, goza de reconocimiento Michelin y del
beneplácito de los clientes. Gobernado por la calma, sus estancias son ejemplo
de solaz en cualquier época del año. A ellas, los viajeros acuden en invierno,
huyendo del mundanal ruido al más puro estilo Thomas Hardy, mientras que en
verano, llegan buscando la frescura de La Serranía de Guadalajara, que suaviza
las temperaturas, siendo entonces la piscina del hotel el más codiciado de los
refugios. Todo un oasis de placeres que se refuerzan a través del paladar,
donde Samuel Moreno, chef del hotel, corona con sabores locales las papilas
gustativas del cliente. Imprescindible es el desayuno, un frenesí
de alimentos de los alrededores con los que el deleite está asegurado:
mermeladas, confituras, quesos, embutidos y bollería se
arremolinan en torno a un protagonista, el pan, que
el propio Samuel hornea a diario, en un auténtico alegato gastronómico de la
sencillez.
EL DISCRETO ENCANTO DE LA
RURALIDAD
No lejos, compartiendo provincia, el Hotel Rural Los Ánades enarbola los mismos valores que
sacuden la España vacía, triste eufemismo contra el que se lucha con denuedo,
reivindicando una vida a dos velocidades y que tiene en los
pueblos de Castilla a parte de su máxima expresión. En este caso, el
hotel se encuentra en Abánades, protegido por cerros y collados, que hacen del
lugar una fortaleza casi inexpugnable, en la que los relojes dejan de ser
protagonistas y la cobertura del teléfono escasea. Coger un libro, dar un paseo
o acercarse al pueblo, en el que la silueta de una iglesia
románica capitaliza la plaza o acercarse a las trincheras de la Guerra Civil,
legado mudo de la Batalla de Guadalajara, son los pequeños placeres cotidianos
con los que resetear de la vida urbanita. Como complemento, la
mesa y el spa. La primera, dominada por sabores tradicionales, tiene en los
asados, de fuerte impronta castellana, los platos fuertes, ya sean a base de
cabrito, cordero u otro clásico, como la perdiz escabechada, muy común con la
veda de caza abierta. La otra propuesta, que sumerge al cliente, invita a hacer
el recorrido de aguas, pasando por sauna y baño turco, para alejar al estrés a
golpe de vapores.
TRAS LOS PASOS DE COLÓN
Cristóbal Colón se alojó en este edificio centenario
antes de las Conferencias de Valcuevo, paso previo a convencer a Isabel de Castilla para
que financiara su expedición a América. La Hacienda Zorita fue erigida como convento dominico en el
siglo XIV y aún emana aquella sobriedad castellana en sus espesos muros de
piedra, que ahora alojan habitaciones con muebles de época. En el exterior se
encuentran unos espléndidos jardines y piscinas, que garantizan la esencia
refrescante del complejo, así como la bodega, que aloja la mayor
parte de las barricas de los vinos Marqués de la Concordia, y en
cuya frescos espacios se realizan catas. No lejos de allí, Hacienda Zorita
dispone de una extensa finca que representa la pureza del paisaje de la dehesa,
donde la encina campa a sus anchas y sirve como hogar de un sinfín de aves.
Tras la aventura, reponer fuerzas en el restaurante del hotel es tan obligado
como delicioso, en la que no faltan las referencias ibéricas y
queseras de la propia marca o la opción del menú Degustación.
EN UN LUGAR DE LA MANCHA
Posiblemente lo más difícil de conseguir en Hotel La Caminera Club de Campo sea aburrirse. Ubicado cerca de
Valdepeñas, al sur de Ciudad Real, este resort de cinco estrellas
desvela todos los encantos por descubrir de La Mancha. Aquí el
golf es el rey, pero también ejerce como último reducto de lujo antes de
Despeñaperros, completando la oferta con alta cocina -de la que se encarga el
chef Michelin Javier Aranda-, relax desde el spa o actividades repletas de
historia, como rutas por los molinos o salir, prismáticos en ristre, a la caza
de las águilas imperiales que sobrevuelan el cielo manchego. El
tamaño de La Caminera no impide que la sensación de aislamiento se
replique, ya que su vasta extensión permite al viajero sentir,
como una suerte de Don Quijote, que la anchura de Castilla está entera a su
merced. Del mismo modo que a su merced están los servicios del hotel, donde
descongestionar las vértebras y los males padecidos durante el año a base de
tratamientos y aguas, incluida aromaterapia y sesiones de
yoga antes de volver a la cruda realidad. Menos cruda es la
cocina de Retama, que Javier Aranda dispone, en la que se disponen los menú
degustación, repletos de esencias manchegas -el chef es toledano- pero
adecuándolo al siglo XXI.
AL ABRIGO DE GREDOS
Con el monte Almanzor como testigo, ‘techo’ de la Sierra de Gredos, de
cuyas cumbres manan los arroyos que abrazan a este alojamiento rural, Quinta San Cayetano reivindica la hospitalidad
abulense, en la localidad de Candeleda. Se encuentra en un enclave único,
ofreciendo en el mismo plano las cimas del Sistema Central con la frescura que
mana del Valle del Tiétar. Seis son las hectáreas de robledal que refrescan la
finca, con sólo cinco habitaciones, y que permite el acomodo de 14
personas, haciendo gala de un carácter exclusivo, perfecto para
escapadas de grupo o pequeñas reuniones de amigos. Quinta San Cayetano servirá
de refugio al que persiga la calma más absoluta, sirviendo su piscina de agua
salada para este propósito o el spa, donde destensar músculos y decir adiós a
las preocupaciones. Para los más aguerridos las opciones se diversifican,
pudiendo apostar por el senderismo, la escalada o dejarse tentar por las
gargantas de Gredos, en las que practicar piragüismo y kayak. Las noches
cobran protagonismo alrededor de la terraza, donde dejar que el silencio sólo
quede perturbado por el sonido que el grillo levanta en las noches
candeledanas. Allí se comparten las cenas, basadas en producto
local del huerto anejo a la Quinta, disfrutando de refrescantes hortalizas como
el tomate o el pepino u otro clásico de la zona, de fuerte
tradición ganadera, como son los quesos de cabra, de los que será complicado no
echar uno en la maleta.
SOBRIEDAD BURGALESA Y UN BRUNCH
DE OBLIGADO CUMPLIMIENTO
“Parar en Landa” es una de las frases más repetidas
cuando a cualquiera le preguntan dónde comer en rutas que atraviesen
Burgos. Convertido
en santuario gastronómico desde hace casi sesenta años, este icono de la
restauración, a cinco kilómetros de la capital burgalesa, es una parada para
gourmets y amantes de la buena mesa pero también de la calma. Ubicado en una
torre defensiva medieval, desde la cual se acometieron diferentes reformas que
ampliaron el conjunto, el hotel Landa ya enarbolaba los conceptos de
hotel boutique antes de que estos se expandieran por el mundo. Menos de 40
habitaciones, amenities y productos de baño de marcas como Penhaligon’s o Acqua
di Parma son parte de los reclamos. Sin embargo, su eterna protagonista es la
mesa, habiendo popularizado con cierta sorna un ‘brunch’ a base de
huevos fritos y morcilla que llevan toda la vida en la casa.
Defensa a ultranza de lo tradicional, aquí también gobiernan las croquetas, los
guisos y clásicos como el pepito de ternera, que demuestran en la feliz
coexistencia entre lo global y lo patrio, y que hacen que el cliente tenga lo
mejor de ambos mundos al alcance de la mano, mientras
se despide del estrés, que no es bien recibido bajo estas puertas.
UNA BUENA NOCHE TOLEDANA
En el acervo popular, la expresión “noche toledana” ha pasado a la
historia como ejemplo de mal descanso e intranquilidad. Afortunadamente, refugios
como Valdepalacios, dignifican
el sueño y la comodidad de Toledo. A hora y media en coche de la
capital manchega, este cinco estrellas. ubicado en una antigua casa solariega
del siglo XIX, de influencia francesa, redescubre al viajero las tierras que el
río Tajo riega. Perfecta para saborear una vida de campiña, tapizada de verde
con más de 600 hectáreas para el libre esparcimiento, Valdepalacios es un lugar
en el que ‘perderse y desconectar’ son tareas obligadas. Allí
esperan al viajero menos de una treintena de enormes habitaciones, cuyas largas
ventanas abren el horizonte a cuidados jardines, que harían palidecer a E.R.
Forster y “Una habitación con vistas”. Aunque no todo es
necesariamente calma en Valdepalacios, ya que se ofrecen excursiones, tanto a
caballo como en todoterreno, por la extensión de la finca, que harán las
delicias de las almas más aventureras. Para el viajero calmado, que busca el
reposo, el spa cumple con creces con esos deseos, o simplemente la felicidad de
deslizarse sobre una piscina de agua termal con vistas al follaje. Todo ello se
corona con una experiencia gastronómica a la altura del gran lujo del hotel: el
restaurante Tierra. Su ‘bautismo’ ya indica a las claras la predominancia del
producto local, incluyendo ejemplos de la huerta del propio complejo, con
fundamentos castellanos en cocina y que se encuentran a la carta o en menú
degustación, siendo ya clásicas sus recetas de caza y volatería, como el faisán
o el pichón.
https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/hoteles-interior-para-desconectar_14453/10
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