NEGOCIACIÓN Y ORGULLO NACIONAL:
UN
POCO DE HISTORIA
Desde la llegada de Trump a la Casa
Blanca, ha quedado especialmente claro que México tiene poco margen de
negociación con el país más poderoso del mundo. Si China, una potencia mundial,
se ha visto en problemas al tratar con Estados Unidos, ¡qué le queda a nuestro
país! Y, sin embargo, hemos de negociar, aunque sean las condiciones de nuestra
rendición. No nos queda sino negociar, negociar y volver a negociar.
EL PEOR NEGOCIO DE MÉXICO
No está de más un poco de historia. Mucho me temo que los mexicanos tenemos una
memoria selectiva y nos gusta traer a cuenta la conquista española de estas
tierras (México no existía en 1521), olvidando que perdimos la mitad del
territorio en febrero de 1848.
Para 1814, la vocación expansionista
de Estados Unidos era evidente. A finales del virreinato, la Corona española
permitió que colonos estadounidenses se asentaran en Texas. Grave error.
Durante los primeros años del México independiente, se siguieron permitiendo
estos asentamientos siempre y cuando los colonos cumplieran algunas normas. En
la práctica, la mayoría de los colonos estadounidenses entraron ilegalmente a
México. Lo que son las cosas, Texas se perdió, en buena medida, por la
migración ilegal de estadonuidenses que, para colmo, eran esclavistas.
Después del movimiento de
Independencia, México se encontraba económica, política y militarmente hecho
pedazos. Estados Unidos aprovechó la debacle. En 1821, el vecino del norte
envió a su primer representante oficial, el siniestro Joel R. Poinsett. Fue
hasta 1825 que Poinsett se reunió con Guadalupe Victoria, primer presidente de
México, para proponerle revisar el Tratado Adams-Onís y fijar una nueva línea
froteriza entre México y Estados Unidos. Poinsett ofreció 5 millones de dólares
por la provincia de Texas, oferta que fue recibida como un insulto por el
gobierno mexicano. Mala decisión que México pagaría con creces. La venta de
Texas hubiese sido mejor que su independencia.
En 1832, Antonio López de Santa Anna
se levantó en contra del gobierno. Al bullicio político se unieron los texanos,
quienes, entre otras cosas, pedían que Texas se separara del estado de
Coahuila. No les bastaba la exención del pago de impuestos y la tierra gratis.
La presencia de colonos anglosajones en Texas fue aprovechada por el gobierno
estadounidense. Para noviembre de 1835, los colonos rebeldes ya estaban siendo
dirigidos por el coronel Bowie. Santa Anna se enteró de esto y se dirigió hacia
Texas con un ejército de casi 6,000 hombres. El 5 de marzo de 1836, Santa Anna
ordenó asaltar El Álamo. A esta victoria le siguió una la derrota el 21 de
abril. Santa Anna intentó escapar, pero fue capturado y llevado ante Sam
Houston. Se encontraba en una encrucijada: ordenaba la retirada de las tropas
mexicanas y reconocía la independencia de Texas o iba a parar a la horca. Santa
Anna ordenó a sus hombres, que eran cuatro veces más que los hombres de
Houston, que se replegaran. Entonces Santa Anna firmó los Tratados de Velasco,
uno público y otro secreto, por el que se comprometía a preparar todo para que
se reconociera la independencia texana. ¿Y por qué los subalternos de Santa
Anna lo obedecieron? Un principio elemental de la guerra es que se obedecen las
órdenes de un superior militar que está en manos del enemigo. En fin. Así nos
la gastamos en México.
En 1845, James Knox
Polk llega a la presidencia de Estados Unidos y acepta la anexión de Texas a la
Unión Americana. El gobierno mexicano rompió relaciones diplomáticas con los
vecinos del norte. Mala idea. Estados Unidos quiso restaurar la relación con
México ofreciéndole 30 millones de dólares por el territorio entre los ríos
Nueces y Bravo (límite que no había quedado claro desde los Tratados de
Velasco), además de Nuevo México y California. El gobierno mexicano rechazó la
oferta. Polk, enfurecido, optó por provocar una guerra que justificara la
ocupación militar de tierra mexicana. Para ello mandó algunos hombres a ocupar
el territorio más allá del río Nueces. El plan salió a la perfección; el 25 de
abril de 1846, una patrulla mexicana de caballería mató a algunos
norteamericanos. El 13 de mayo de ese mismo año, Estados Unidos declaró la
guerra a México.
Desde un inicio era clara la
desventaja mexicana. Las tropas norteamericanas estaban bien alimentadas y
calzadas, sus armas eran modernas y la paga por el servicio llegaba siempre a
tiempo. Además, Estados Unidos tenía una flota poderosa, mientras que la
mexicana era precaria.
Nada más distinto a las carencias y
corrupción de la milicia mexicana. El método de leva para el incremento de
efectivos mostró el poco interés que tenía el pueblo llano en dar la vida por
unas líneas divisorias. Desde que Polk había mandado tres ejércitos para ocupar
los territorios de Texas, Nuevo México y California, las derrotas no se
hicieron esperar. La situación era crítica y urgente. Por ello, en 1846, el
presidente de México, el general Mariano Paredes y Arrillaga, salió de la
capital para dirigir él mismo la defensa de la patria. En su lugar dejó al
general Nicolás Bravo, quien se enfrentó a una nueva sublevación que pretendía
dar la presidencia a Santa Anna, entonces exiliado en La Habana, Cuba.
¿Cómo entró Santa Anna al territorio
mexicano? ¿Cómo pudo burlar el bloqueo naval norteamericana que asediaba los
principales puertos del Golfo de México? Pues Santa Anna había mandado informar
a Polk que estaba dispuesto a negociar los territorios que Estados Unidos
ambicionaba a cambio de que le permitieran regresar a recuperar la presidencia.
Probablemente el presidente Polk aceptó su regreso no tanto porque confiara
ciegamente en la palabra de Santa Anna, sino porque su retorno crearía mayor
desorden en México. Pero, una vez más, Santa Anna se dirigió hacia el norte
para enfrentarse a los invasores. En febrero de 1847, los dos ejércitos se
encontraron en el paso montañoso «La Angostura», muy cerca de Saltillo. Las
tropas mexicanas iban ganando. Un esfuerzo más y la victoria sería suya. Pero
Santa Anna ordenó la retirada. Muchos cuchicheaban, entre dientes, «¡Traición,
traición!».
Las tropas de Estados Unidos
controlaron con relativa facilidad Los Ángeles y San Francisco, Monterrey en
California; Santa Fe y Alburquerque en Nuevo México, San Blas, Guaymas,
Mazatlán, entre otras ciudades del norte. Los siguientes meses se libraron
batallas en Veracruz, Puebla y la periferia de la capital mexicana. El ejército
norteamericano avanzaba con paso firme, mientras que las tropas mexicanas
dependían de las decisiones nerviosas de sus generales. Siempre peleaban
heroicamente, pero sin organización. Para finales de agosto de 1847, ambos
ejércitos estaban agotados. Por ello Estados Unidos propuso a México un nuevo trato
para apurar el fin de la guerra. Los vecinos del norte absorberían los gastos
de guerra, las demandas de ciudadanos norteamericanos al gobierno de México por
daños a sus vidas, bienes y negocios, a cambio de que México consintiera
negociar las líneas fronterizas. Pero el presidente Polk ahora demandaba más
territorio del demandado años atrás, además solicitaba a México el libre
tránsito en el istmo de Tehuantepec. Estados Unidos se comprometía a pagar la
suma adecuada por estos derechos de tránsito y comunicación. Cuando Santa Anna
fue avisado de esta oferta, se negó a aceptar un tratado que menoscabara el
territorio nacional y la dignidad de México. Y mientras tanto, vientos
separatistas volvían a soplar en Yucatán.
El 8 de septiembre de 1847 se
reanudaron las hostilidades y se dirigieron al Castillo de Chapultepec. Ese
aciago 13 de septiembre solo fue superado por la vergüenza del día siguiente al
ver la bandera norteamericana ondeando en Palacio Nacional. Hasta el 2 de
febrero de 1848, con la firma del Tratado Guadalupe-Hidalgo, terminó la guerra.
En este tratado se fijaron los nuevos límites fronterizos entre Estados Unidos
y México. Nuestro país perdio Texas, California, Nuevo México, Arizona, Utha,
Nevada, Colorado y parte de Kansas y Oklahoma
Lo que a México le costó la mitad de
su territorio, a Estados Unidos le costó 58 millones de dólares en gastos de
guerra, una indemnización de 15 millones de pesos a México y 12, 876 soldados
muertos o heridos. ¿Saben en que parte de la CDMX están enterrados los soldados
estadounidenses muertos durante esa guerra? Actualmente, Estados Unidos
controla ese pequeño cementerio.
Pero la ambición norteamericana no terminó ahí. En 1853, el gobernador de Nuevo
México invadió La Mesilla, territorio del estado de Chihuahua. Entonces Santa
Anna era presidente. Nuevamente se enfrentaba a una oferta que no podía
ignorar: o vendía La Mesilla o peleaba por ella. Santa Anna terminó vendiéndola
por la fuerza; México no podía soportar otro enfrentamiento bélico. La Mesilla se
vendió a 10 millones de pesos. ¿Mal negocio?
DINERO DE DONDE SEA…
En 1859, Juárez negoció con Estados Unidos vender a perpetuidad el libre
tránsito por el istmo de Tehuantepec; entre el puerto de Guaymas y Nogales,
Sonora; y entre Matamoros, Tamaulipas y Mazatlán, Sinaloa. A Juárez le urgía
dinero para luchar contra los conservadores. Además, la firma del tratado le
garantizaba el reconocimiento de Estados Unidos como gobierno legítimo. En un
primer momento, el Tratado McLane-Ocampo incluía la cesión de la península de
Baja California. Juárez se negó a entregarla. Algunos dicen que este tratado ha
sido el gran triunfo de la diplomacia mexicana, pues Juárez autorizó su firma,
con la certeza de que Estados Unidos no lo ratificaría. Washington no quería
fortalecer a los estados sureños. Sea como fuere, Juárez jugó con fuego.
En 1864, con los franceses en México,
Juárez autorizó la concesión Leese que, grosso modo, permitía a los
estadounidenses la colonización de parte de Baja de California y, de paso, les
garantizaba un cierto grado de autonomía local. El mismo error de la
colonización texana. A Juárez le urgía dinero y apoyo para luchar contra los
invasores franceses. De nuevo, era una cuestión de negociación. ¿Qué era peor
para México? ¿Estados Unidos o Francia? En este caso, la negociación nuevamente
le salió bien a Juárez, porque la concesión Leese se canceló en marzo de 1872.
¿Así fue planeado? Personalmente lo dudo. Me parece que, a diferencia de la
colonización de Texas, México corrió con suerte.
VECINOS INCÓMODOS
Somos vecinos de uno de los países más poderosos del mundo. Muchos
estadounidenses ven con recelo, por no decir con desprecio, a México. Desde su
supuesta superioridad moral, Estados Unidos nos juzga duramente. Somos, en el
mejor de los casos, el socio minoritario al que fácilmente se somete. Quizá sea
tiempo de tomarnos muy en serio, como política pública, eso de diversificar
nuestros mercados. ¿Por dónde comenzar? La agroindustria y la manufactura
difícilmente pueden diversificar sus mercados; se requiere tiempo, planeación,
inversiones. Pero ahí está el turismo. Seguimos dependiendo mucho del turismo
estadounidense. Valdría la pena poner los ojos en otros mercados y atraer más y
más turistas de Asia y de Europa para «no poner todos los huevos en la misma
canasta». Esto, sin embargo, va más allá del margen de acción de los
empresarios del ramo. Esta diversificación de turistas solo se dará si hay una
política pública que la apoye.
No basta con decir que no nos
pelearemos con Trump. No basta con decir que no nos engancharemos con el bully
del mundo. Como hemos visto, Trump no es ni el primero (ni el último) que se
aprovecha de nuestro país.
https://www.istmo.mx/2020/03/03/negociacion-y-orgullo-nacional-un-poco-de-historia/
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