LA BATALLA DE LA ANGOSTURA
Pintura
de la Batalla, hecho por el Mayor Eaton
La Batalla de la Angostura fue
uno de los episodios más negros y al mismo tiempo de los más épicos en la
historia militar mexicana. Fue un evento decisivo que trazó inevitablemente el
rumbo de la historia y que desembocó en la pérdida de territorio más grande que
haya tenido el país. Todavía hoy, a exactamente 174 años de aquella batalla
heroica, sigue surgiendo la misma pregunta: ¿qué habría pasado si el
general Santa Anna no hubiera ordenado la retirada del ejército mexicano
después de tan intenso combate?
Y es que a pesar de que sus hombres
fueron a la guerra sin los elementos básicos para la batalla ni las provisiones
y víveres necesarios, y pese a las desventajas geográficas del terreno
dispuesto para el combate, sin contar el excesivo cansancio de sus tropas que
no habían probado bocado en más 24 horas, el Ejército mexicano consiguió
imponerse al estadounidense a costa de inmensos sacrificios.
Algunos historiadores consideran que
la decisión que vino después fue sencillamente inexplicable, y otros se
aventuran a ir más lejos y consideran que se trató de una traición o una gran
negligencia por parte de Santa Anna, quién en opinión de algunos antepuso su
ego y su ambición política a las ventajas adquiridas por su ejército.
Lo que es un hecho es que pese a
tener tantos factores en contra -posiblemente el mayor de ellos la indiscutible
superioridad del enemigo-, las tropas mexicanas estuvieron tan cerca de la
victoria en la Angostura como en ninguna otra batalla de la penosa Invasión
Norteamericana.
La previa al combate: cuál era el
estado de ambos ejércitos
Mapa
estadounidense de la batalla de Buena Vista
Después de la capitulación de
Monterrey, donde las derrotadas tropas mexicanas tuvieron que
dejar la plaza a merced del enemigo, el ejército comandado por Antonio
López de Santa Anna, quien acababa de obtener el permiso del Congreso Nacional
para separarse del mando político y ponerse al frente de las tropas, se instaló
en San Luis Potosí el 17 de octubre.
A mediados del mes siguiente se
incorporaron 2,000 hombres más que venían de Guadalajara, y luego llegó el
general Valencia con las fuerzas Auxiliares de Guanajuato.
Santa Anna se dedicó entonces a
organizar y convertir en verdaderos batallones aquellas tropas inexpertas y
desprovistas de lo necesario para la guerra. Una de las necesidades más
urgentes era procurarlas de armamento y artillería, pero aunque se hicieron
algunos intentos estos siempre fueron insuficientes.
A modo de paréntesis, esta dedicación
de Santa Anna, según el cronista militar Heriberto Frías, habría sido su “página
más gloriosa” si no se hubiera desviado su atención de los asuntos más
relevantes:
“Cuando la posición y operaciones
del enemigo debieron haber fijado toda su atención, dejando a los demás jefes
al cuidado de dar puntual cumplimiento a sus órdenes, él, no queriendo elevarse
a la altura que lo colocaba su empleo de general en jefe, descendía y se
ocupaba casi exclusivamente de nimiedades y atenciones meramente subalternas”,
escribió el militar y novelista mexicano.
Desde San Luis, Santa Anna decidió mandar
una división de dos mil hombres a Tula de Tamaulipas, con la intención de que
permaneciesen en la sierra a la expectativa del enemigo, que más tarde se supo
iba llegar con una de sus divisiones al mando del general Quittman, procedente
de Monterrey.
Los vecinos de la sierra y otros
puntos ofrecieron ayudar a las tropas cayendo sobre el flanco y retaguardia del
enemigo en el momento que se le atacara, o lanzándole rocas desde las alturas,
cuando estuviese en los fondos de los barrancos. Además, según los habitantes
de las montañas, la marcha de los americanos era desordenada y penosa.
Sin embargo, pese a todas estas
disposiciones ventajosas, el general en jefe ordenó absoluta y terminantemente
que no se atacara a la avanzada estadounidense. Esto produjo disgusto,
indignación y amargura en los oficiales y la tropa, que vieron como el enemigo
pasaba tranquilamente frente a sus narices sin que pudieran hacer nada.
Cabe señalar que también ordenó el
retiro de las tropas de Tampico, otro punto clave que tuvo que ser evacuado
pese al disgusto de los generales a cargo, y justo cuando una facción de los
norteamericanos avanzaba rumbo a Veracruz para apoderarse del puerto y de ahí
seguirse a la capital, como sucedió más tarde. Santa Anna llegó
amenazar al general Anastasio Parrodi, encargado de la plaza, si no ejecutaba
la orden.
Así, mientras las fuerzas americanas
tomaban pacífica posesión de un puerto que solo esperaban obtener a costa de
tiempo y sangre, el ejército terminaba de reorganizarse en San Luis, donde
concluía los preparativos de su marcha hacia el norte.
El 29 de enero de 1847, en pleno
invierno, Sana Anna precipitó la marcha de las tropas sin contar con los
suficientes abrigos, víveres y faltas de instrucción militar. Fueron levantadas
a última hora y en su mayoría estaban compuestas de reclutas que no habían
disparado nunca un fusil. Se calcula que unos mil hombres, de los
14,000 que partieron hacia la Angostura, se fueron quedando en el camino
víctimas del frío o la fatiga.
El plan del general Santa Anna
consistió en emboscar al ejército del comandante Zachary Taylor, al
que creía en la Hacienda de Aguanueva.
El 22 de enero comenzó el movimiento
del ejército, creyendo que habrían de encontrar a los enemigos en el punto
citado, sin embargo, cuando llegaron se encontraron con que el adversario se
había retirado desde el día anterior al “Puerto de la Angostura”. Creyendo
Santa Anna que los estadounidenses habían evacuado con toda precipitación y
desorden, hizo avanzar rápidamente sus tropas.
Cuando finalmente llegaron, se
encontraron con un terreno lleno de imperfecciones y formado por una serie de
lomas encajonadas entre dos vertientes paralelas de la sierra. Formidablemente
acampado y fortificado, aprovechando estas lomas que fungían como reductos y
trincheras naturales, se encontraba el ejército estadounidense
perfectamente dispuesto para la batalla.
La Batalla de la Angostura
Publicado
en el libro de 1851 "La guerra entre Estados Unidos y México,
ilustrada"
Ante aquel ejército descansado y fuertemente
defendido por el terreno que constituía en conjunto todo un sistema de
trincheras y baluartes naturales, se presentaron las tropas mexicanas fatigadas
que acababan de recorrer unos cien kilómetros en menos de
un día. Los cuerpos se formaron en línea de batalla a medida que
fueron llegando.
El ejército del norte era inferior en
número, pues alcanzaba unos 7,000 hombres; pero era superior en artillería,
tanto en la cantidad como en la calidad de las piezas.
Santa Anna tendió a sus hombres sobre
la derecha del camino, frente a la izquierda enemiga. Su plan consistía en
apoderarse de un alto cerro en el extremo izquierdo americano y así poder batir
las posiciones enemigas desde la cima. Antes que estas comprendiesen su error y
ocuparan el cerro, se mandó a la Brigada Ligera, al mando del general Ampudia;
pero en ese mismo momento los estadounidenses mandaron sus cuerpos de rifleros
con igual objetivo.
La disputa por aquel cerro inauguró
un fuego vivísimo que duró por varias horas, hasta que los americanos tuvieron
que abandonar la posición poco antes de que oscureciera. Aquella noche
las tropas mexicanas festejaron con júbilo la toma exitosa de la posición y
empezaron a creer en la victoria.
La mañana siguiente, poco antes de
que salieran los primeros rayos del sol, se reanudó furiosamente la batalla en
el extremo derecho de la línea mexicana. Mientras se encarnizaba el combate en
aquel extremo, el general en jefe organizó un ataque sobre el centro de las
líneas enemigas, no obstante los estragos que los americanos causaron en las
filas con sus rifles.
Antes del mediodía las tropas del
adversario ya se encontraban batidas a su frente y flanco izquierdo. No duró
mucho tiempo la resistencia de sus columnas porque los soldados mexicanos
cargaron sobre ellas con bayoneta en mano, desatando una sangrienta
carnicería cuerpo a cuerpo.
El enemigo presintió su derrota
inminente cuando vio rechazada su izquierda y batido con tanta furia su frente.
Dos horas después del mediodía, los combates habían sido múltiples. En la tarde
incluso hubo una especia de “tregua” entre ambas partes a causa de una fuerte
lluvia que arreció sobre el campo de batalla.
Santa Anna, viendo que el día
terminaba y la batalla permanecía indecisa, decidió cargar con todo
hacia el frente enemigo.
Los americanos, viendo la
aglomeración de fuerzas que caían sobre su centro, salieron al encuentro con
más de 3,000 hombres. Fue entonces cuando en la cimas y faldas de las
lomas se trabó una lucha encarnizada, aderezada por los gritos de los
combatientes.
El ejército mexicano continuó su
avance a pesar del cansancio que abrumaba a sus tropas, que no habían probado
bocado y muchos de ellos ni bebido agua desde el día anterior.
Finalmente, los varios cañones,
carros y banderas que habían caído en poder de las columnas mexicanas hicieron
comprender poco a poco al ejército que por fin había vencido.
Al llegar la noche, los dos ejércitos
fueron quedándose inmóviles y en silencio bajo la inmensa oscuridad que
envolvió el campo de batalla.
Una triste victoria que supo a
derrota
General
Antonio López de Santa Anna
Todo el ejército comprendió que
tendría que librarse otra batalla para destruir por completo al adversario,
empujándolo hacia el norte, pero aún había en las filas mexicanas el suficiente
ánimo y la más completa resolución para batirse con la misma furia con que
habían peleado los días 22 y 23.
Más cuál sería su sorpresa, cólera y
estupefacción al conocer la inesperada orden de retirada en plena noche,
después de los difíciles triunfos alcanzados durante el día. Nadie
podía comprender por qué Santa Anna había tomado semejante decisión.
El ejército mexicano había tenido 694
muertos, entre ellos 5 jefes y 21 oficiales, 1,039 heridos, inclusive 13 jefes
y 92 oficiales, más 294 prisioneros en poder del enemigo. Éste tuvo 267
muertos, 456 heridos, contándose entre los primeros 28 jefes y oficiales.
La retirada empezó a las 7 de la
noche, partiendo primero los trenes y la artillería, y después los diversos
batallones del ejército.
Según el propio Santa Anna, tuvo que
ordenar la retirada porque sus tropas habían sufrido numerosas bajas y se
encontraban “bajas de moral” y carecían de alimentos, por lo que
continuar el ataque hubiera provocado su destrucción.
Sin embargo, años después un
historiador norteamericano dijo que a pesar de todas las carencias que tuvo el
ejército mexicano, este demostró en aquella batalla “cuan terrible podía
ser, y que escenario tan diferente habría tenido la guerra si hubieran
aprovechado las ventajas que les concedió su capacidad de sobrellevar las
fatigas”.
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