Implantación del cristianismo en la Hispania romana
En las últimas décadas del
siglo XX se ha producido en España una siniestra tergiversación del sentido
auténtico que tiene la devoción a la Virgen María. En Jaén, de la mano del
novelista e hierofante Juan Eslava Galán, se ha pretendido vincular la
veneración a la Santísima Virgen María con cultos de raigambre pagana,
recurriendo a doctrinas esotéricas y heterodoxas que confunden a la Virgen
María con antiguas divinizaciones femeninas y matriarcales: Gea, Dea Mater, Dea
Celestis, Isis… La diosa blanca de Robert
Graves, El secreto de las catedrales de Fulcanelli, El
Misterio Gótico y Los templarios están entre nosotros de
Gérard de Sède –así como otros presuntos ensayos históricos y esotéricos-
pueden aducirse como antecedentes bibliográficos de esta tendencia que se abre
paso para extraviar a los cristianos. Se desfigura así la verdadera identidad
de María Santísima al equivocarla con diosas paganas que recibieron culto en
tiempos pre-cristianos, con la aviesa intención de desposeer de su auténtico
significado la verdadera devoción a María.
José Orlandis en
su Historia de la Iglesia nos lo dice con meridiana
claridad: “Las regiones más cristianizadas parecen ser aquellas donde la
romanización era también más intensa: las provincias de la Bética y
la Tarraconense, es decir, Andalucía y la costa mediterránea.” Es lógico
pensar que la evangelización de Hispania franqueara con más facilidad las
comunidades más romanizadas que por razones comerciales o políticas tuvieran un
mayor trasiego de extranjeros. José María Blázquez señala que: “La
penetración del cristianismo en Hispania sigue, por consiguiente,
las grandes vías comerciales y los mismos caminos que el avance de la
romanización, con la que coincide en que sus portadores fueron los mismos en
ambos casos: ejércitos y mercaderes”. Además de todo esto, tengamos en
cuenta la existencia de comunidades judías asentadas en Hispania desde tiempo
remoto, ellas pudieron ser receptoras del evangelio, aceptándolo o rechazándolo
según los casos.
Dos grandes
relatos se proponen como respuesta a la pregunta por la cristianización en
España: 1.) El relato legendario de los Siete Varones Apostólicos y 2.) Lo que
la Historia, auxiliada por la arqueología, la paleografía y otras herramientas,
nos puede decir sobre la propagación del evangelio en Hispania y la erección de
las primitivas cristiandades.
LA LEYENDA DE LOS SIETE VARONES
APOSTÓLICOS
La historiografía
más escrupulosa y crítica descarta la existencia de los Siete Varones
Apostólicos, relegándola a un mítico relato inventado en los tiempos en que el
cristianismo visigodo, ante la necesidad de vincularse a Roma, hace surgir esta
piadosa leyenda conocida como la de los Siete Varones Apostólicos. Pero,
independientemente de lo que la historiografía crítica haya rechazado de esta
leyenda, veamos lo que la misma nos revela.
Podemos suponer
que, tal y como se dice en los Hechos de los Apóstoles, tras la muerte del
protomártir Esteban, los cristianos de Tierra Santa huyen de la persecución que
se inicia contra ellos. Era comúnmente aceptado por los historiadores
eclesiásticos de España en los siglos XVI y XVII que muchos de esos judíos que
habían abrazado el cristianismo llegaron, en su huida de Tierra Santa, a
Hispania.
La leyenda de los
Siete Varones Apostólicos sostiene que dos hispanos -Eufrasio (nombre que
etimológicamente significa “el que habla bien”) e Indalecio (que significa
“fuerza”)- son enviados a Jerusalén, para recoger, treinta y tantos años
después, información de lo que en los Santos Lugares ha sucedido: la Redención
por la inmolación en la cruz de Jesucristo y su Resurrección. Allí, en
Jerusalén, Eufrasio e Indalecio consiguen hablar con San Pedro y con la Virgen
María y, una vez convertidos al cristianismo, solicitan del Príncipe de los
Apóstoles que éste designe a Santiago el Mayor como apóstol de Hispania. En el
año 37 Eufrasio, Indalecio y Santiago el Mayor embarcan en el puerto de Jaffa y
desembarcan en Almería. A lo largo de cuatro años el Apóstol Santiago, en
compañía de Eufrasio, recorre la Bética y el resto de la península, recibiendo
a orillas del Ebro la visita de la Virgen María –que todavía vivía vida
terrenal- para confortarlo, con lo que tiene su principio la tan arraigada
devoción de Zaragoza a la Virgen del Pilar.
Santiago el Mayor
En el año 41
Santiago el Mayor con Eufrasio y los seis varones apostólicos (Indalecio,
Torcuato, Tesifonte, Hesiquio, Cecilio y Segundo) abandonan Hispania y parten a
Jerusalén. En el año 42 Santiago el Mayor con su hermano Juan y la Virgen María
marchan de Jerusalén a Éfeso. Allí, Juan y la Virgen María se instalan.
Eufrasio va con ellos, siempre a la vera de su Maestro Santiago. El 25 de mayo del
año 42, según la leyenda, Eufrasio se halla en la decapitación de Santiago por
Herodes Agripa, que lo manda degollar después de capturar al Apóstol en una
visita de éste a Jerusalén.
Cuenta la
tradición que, por orden de María Santísima, Eufrasio da sepultura al cuerpo
glorioso de Santiago en el Monte Calvario, muy cerca del Santo Sepulcro. Pero
el 18 de julio de ese mismo año exhuman el cuerpo del mártir y Eufrasio, en
compañía de los otros seis, embarcan trayendo las reliquias a España. El viaje
dura siete días. El 25 de julio –festividad de Santiago Apóstol- llegan a
Hispania. Los Siete Varones Apostólicos arriban a Iria Flavia, y en lo que
luego se llamará Compostela dan sepultura a Santiago. La Reina Lupa, una señora
pagana, se convierte al ver los prodigios que obra aquella gloriosa reliquia.
Cuando se inician las persecuciones contra los cristianos en Hispania, el
sepulcro de Santiago es ocultado bajo escombros y cascotes, hasta que 759 años
después, en tiempos de Alfonso el Casto y tras una serie de fenómenos
sobrenaturales, se descubre la tumba del Apóstol y se le llama a ese lugar
Campo de la Estrella, Compostela.
Los Siete Varones
Apostólicos se habían derramado por la península, tras cumplir su cometido de
dar sepultura al cuerpo del apóstol y mártir glorioso Señor Santiago. El 18 de
enero del año 44, Pedro llega a Roma y establece allí su Sede y Cátedra
Pontificia. Los Siete Varones Apostólicos, enterados de la buena nueva,
emprenden romería –peregrinación a la Ciudad Eterna- para lograr de San Pedro
Apóstol la consagración episcopal. Allí, según una tradición, Eufrasio recibe
de la Verónica el lienzo sacratísimo en que se impregnó el Santo Rostro de
Jesucristo cuando esta misma mujer fue a enjuagarle la faz sanguinolenta al
Señor que iba cargado con la cruz. Eufrasio, una vez que retorna a la península
ibérica, deposita el Santo Rostro en Iliturgi.
San Pedro Apóstol
En el año 50
–según la leyenda- San Pedro Apóstol llega a España, desembarcando en la costa
malagueña. Trae San Pedro consigo una serie de sacras imágenes de María
Santísima (son muchas, según la tradición: todas las que se atribuyen a la mano
de San Lucas.) A Eufrasio se le otorga por parte de San Pedro Apóstol un
obsequio magnífico: una talla de María Santísima que luego será venerada bajo
la advocación de Virgen de la Cabeza.
Eufrasio pasa
catorce años al frente del episcopado de Iliturgi, poniendo los cimientos de la
devoción que los indígenas sentirán por la Virgen de la Cabeza. Un juez
delegado de Nerón inicia una persecución en Hispania. Captura a Cecilio,
Hesiquio y Tesifonte en Granada y los romanos les dan muerte martirial
quemándolos en una hoguera. Eufrasio escapa del martirio en esa ocasión, pero
el 14 de enero del año 58 es capturado y muere decapitado en la misma Iliturgi,
sede episcopal a la que dedicó más de catorce años.
La leyenda de los
Siete Varones Apóstolicos es una piadosa relación que trata de presentarnos los
primeros pasos del cristianismo en Hispania. Los Siete Varones Apostólicos son
celebrados por la Iglesia en su festividad que es el 15 de mayo del calendario
litúrgico, día y mes en que se supone que entraron a España para acometer la
gran empresa de la primera cristianización de la península ibérica.
Una vez presentada
esta leyenda es obligado que ni siquiera refiramos que la misma ha sido
crudamente criticada, puesta en tela de juicio, equiparándola con un relato
mítico, por lo que no podría aspirar –en las entendederas de sus detractores- a
ser otra cosa que una piadosa leyenda hagiográfica invalidada por la crítica
histórica en la práctica totalidad de sus elementos.
Sin embargo, el
testimonio de San Gregorio VII sostiene, en carta a Alfonso VI, que los Siete
Varones Apostólicos, como discípulos de Santiago, fueron enviados a Hispania.
Indalecio predicó en Urci, Tesifonte en Vergi, en Carcesa lo hizo Hesiquio y
Segundo en Abula. Ciudades de difícil localización, aunque en el caso de
Eufrasio está muy claro que su apostolado lo realizó en Iliturgi, antiguo
enclave poblacional de cierta consideración que por lo común se identifica con
Andújar, aunque existen muchas razones arqueológicas para situarla más bien en
las inmediaciones de la actual Mengíbar.
LA HIPÓTESIS AFRICANISTA DEL ORIGEN DEL
CRISTIANISMO HISPANO
San Eufrasio
Desde los albores
de la crítica –y sobre todo desde la Ilustración del siglo XVIII- se ha llevado
a cabo una auténtica demolición de todo lo recibido como tradición. La Leyenda
de los Siete Varones Apostólicos fue sometida a un severo examen y hoy son muy
pocos los que conceden veracidad al relato fundacional del cristianismo hispano
remontando a San Eufrasio y los seis varones apostólicos los orígenes de
nuestra evangelización.
Se ha considerado
que todo lo que gira alrededor de los Siete Varones Apostólicos no es más que
una fábula benévola que, para historiadores como D. José María Blázquez, es
fruto de la necesidad apologética que precisarán las iglesias hispanas, cuando
tengan que buscar vínculos con Roma; será así como se invente todo un pasado
apostólico que no se sostiene con datos históricos. Para estos autores
modernos, el cristianismo en España encuentra su explicación en las continuas y
fecundas relaciones que la península mantuvo con el norte de África. Es lo que
llamaré la “hipótesis africanista”.
San Cipriano de Cartago
Basados en un
escrupuloso estudio de las fuentes, fijando su autenticidad, los historiadores
modernos han determinado que la primera y fidedigna fuente escrita que da fe de
la existencia de cristiandades en Hispania data del año 254, levantándose acta
en la Carta 65 de San Cipriano de Cartago. Existe una mención anterior, pero
ésta se ha puesto en tela de juicio: es la que se atribuye a Tertuliano, que
allá por el año 200 decía: “todos los ámbitos de las Hispanias… en
todos esos lugares reina el nombre de Cristo, que ya ha venido”. Tampoco
parece que para estos investigadores sea suficientemente fiable las menciones
que hiciera San Ireneo en el año 180 sobre la existencia de iberos
evangelizados, pues se teme que San Ireneo no fuese de Lyon de Francia, y estuviera
refiriéndose más que a los iberos de aquende, a los iberos de Asia Menor.
Los modernos han
estimado que son muchas las razones que apuntan a la vinculación primitiva de
las cristiandades hispanas con las de la cornisa mediterránea de África. Por el
norte de África cundió muy pronto el cristianismo, propagándose imparablemente.
Las actas martiriales más antiguas que se conservan son las de los mártires de
Scillis que entregaron su vida por Cristo en el año 180.
Entre las razones
que se acostumbran señalar, como indicadores de la dependencia del cristianismo
hispano del africano, son muy interesantes las que subrayan el rigorismo de
muchos de los cánones del Concilio de Elvira (Granada), celebrado alrededor del
año 300, que lo aproxima al cristianismo de cuño norte-africano. De las 37
sedes hispanas que comparecen al Concilio de Elvira, 28 iglesias representadas
en el Concilio pueden ser localizadas en territorio hoy andaluz y de las 28, 6
son las que pueden ubicarse sobre el territorio que ocupa actualmente la
provincia de Jaén. En dicho Concilio de Elvira encontramos la primera mención
del obispo Camerino y el presbítero Leo, de Tucci (Martos), que en la ocasión
referida comparecieron. La existencia de comunidades hispano-cristianas regidas
por presbíteros es otro rasgo en común que muestran las primitivas
cristiandades hispanas con las africanas, sin que se encuentre parangón en
otras comunidades paleo-cristinas de Occidente.
Otra razón muy
poderosa que aducen los autores modernos a este respecto es el origen africano
de la arcaica liturgia hispana, así como la abundante presencia de términos
latinos que eran de uso común en la organización eclesial de las cristiandades
africanas y que comparten las hispanas: así “fraternitas” significando
“comunidad de fieles” o “statio” como ayuno, muchas de ellas extraídas del
argot militar, lo que como se verá más abajo no tiene que sernos extraño. Para
una de las autoridades en esta materia, D. José María Blázquez, el cristianismo
que se implanta en Hispania lo hace de la mano de los legionarios y de los
mercaderes, procedentes de las comunidades cristícolas del norte de África. La
cantidad de documentos epigráficos y arqueológicos así parece ponerlo de
manifiesto.
Tertuliano
Tenemos una imagen
muy pobre de la antigüedad; muchos piensan que por falta de transportes rápidos
y seguros, el hombre apenas viajaba en aquellas edades. Incluso hay profesores
universitarios, de cuyo nombre no queremos acordarnos, que negaban la
posibilidad de la venida del apóstol Santiago a España alegando la falta de
transportes. En cambio, si bien es cierto que muchas personas podían permanecer
desde su nacimiento hasta su muerte en el lugar de origen, ciertos grupos
humanos por deberes profesionales y laborales se veían obligados a viajar. Los
soldados forman uno de esos grupos abocados a la vida viajera en la antigüedad.
Harnack había
señalado que muchos militares del norte de África abrazaron en fecha temprana
el cristianismo; se sabe que el padre del mismo Tertuliano, más arriba referido,
era un alto cargo militar. M. Díaz y Díaz, profundo conocedor de la arqueología
paleocristiana, piensa que la evangelización de Hispania encuentra la clave de
su arraigo originario en la Legio VII Gemina. Formada por legionarios
reclutados entre los pobladores de las actuales León y Astorga, se sabe que
estos soldados fueron movilizados en varias épocas para combatir en el norte de
África, conocida como la Tingitania (aproximadamente la actual Argelia). Son
muchas las cohortes que se documentan en esa zona gracias a documentos
epigráficos varios: la cohors I fida vardulorum, la I augusta bracarorum, la I
flavia hispanorum, la II hispanorum y la lusitanorum. Tertuliano menciona que
en Lambaesis, norte de África, había echado raíces el cristianismo, y en la
misma Lambaesis nos encontramos testimonios que confirman la presencia de la
Legio VII Gemina. Es muy verosímil que algunos legionarios de la Legio VII
Gemina, destacados en África, contactaran con las primeras comunidades
cristianas y, una vez convertidos al cristianismo allí, pudieron haber traído
la fe de Cristo consigo, a su retorno a lo que hoy es León (que recibe su
nombre precisamente de la Legio VII) y Astorga.
San Fructuoso y sus diáconos
https://www.primeroscristianos.com/san-fructuoso-obispo-de-tarragona-21-de-enero/
No faltan
testimonios que avalen esta hipótesis. Entre los primeros mártires hispanos van
a ser abundantes los casos de legionarios. En el martirio de San Fructuoso,
Obispo de Tarragona, y los diáconos Augurio y Eulogio (año 259) aparece mención
de soldados cristianos que profesaban la fe cristiana. Un mártir hispano como
San Marcelo era centurión de la Legio VII Gemina, los soldados y mártires
Emeterio y Celedonio pertenecían a la misma legión.
El otro grupo que
colaborará mucho a la difusión del cristianismo en Hispania será el constituido
por los mercaderes que, procedentes de las comunidades del norte africano,
vendrán a hacer sus negocios a Hispania y, no sólo trajeron sus géneros
mercantiles, sino que también trajeron consigo el cristianismo. San Cucufato
era “africano, nacido de padres nobles y cristianos de Scillis” y de San Félix
se dice que vivía y hacía su apostolado en Hispania “simulando dedicarse al
negocio comercial”, también San Félix era oriundo de Scillis. Será pertinente
recordar que Scillis es aquella ciudad africana de la que proceden las actas de
martirio más antiguas de toda la Cristiandad.
También Santas
Justa y Rufina eran comerciantes que vendían cerámica. En efecto, nos parece
muy plausible la hipótesis que remite el origen del cristianismo a la milicia y
a los mercaderes provenientes de África que bien trajinaban entre África e
Hispania o bien, procedentes de África, terminaban instalándose en la península
ibérica.
El origen africano
de nuestras primeras iglesias peninsulares puede corroborarse también al pie
del rico caudal arqueológico que va descubriéndose. Como señala D. José María
Blázquez: “Podemos aducir otras pruebas arqueológicas que confirman el influjo
del cristianismo africano sobre el hispano, como las plantas de las basílicas,
los mosaicos sepulcrales, las pilas bautismales, las cerámicas estampadas y las
mesas de altar”. Aunque no valdría añadir a ese elenco de objetos
arqueológicos los famosos sepulcros paleocristianos, como el hallado en Martos
(Tucci), dado que estos sepulcros proceden de Roma y fueron traídos por mar,
siendo transportados fluvialmente en dirección al nacimiento del río Betis y
desembarcados en un punto impreciso del río desde el cual eran distribuidos,
transportándolos hasta las ciudades destinatarias. Es cierto, no obstante, que
si no el sepulcro paleocristiano marteño, bien es verdad que otros sepulcros de
la época, aparecidos en la antigua Bética, se atribuyen a talleres indígenas
ubicados antiguamente en Écija, Córdoba y Alcaudete.
El mismo Blázquez
indica que: “Desde el punto de vista social, la cristianización comenzó
en Hispania por las clases altas. La sociedad hispana, tanto en el siglo IV
como en el siguiente, era pagana casi en su totalidad. En grandes zonas de la
Península no se advierte la menor huella de la existencia de cristianos”.
CONCLUSIÓN
San Longino
https://twitter.com/javierbaladron/status/803332008168525825?lang=bg
Sin descartar la
venerable y remota tradición de los Siete Varones Apostólicos, por mucho que la
fantasía de los escritores que la aceptan pudiera haber introducido elementos
espurios inaceptables como históricos, podemos concluir que el cristianismo se
implantó en la Bética en los primeros siglos de nuestra Era. Con mucha
probabilidad los legionarios que azotaron y crucificaron a Jesús fueron de
origen bético, pues si una leyenda afirma que Poncio Pilato era nativo de
Tarraco (actual Tarragona), algo más que una leyenda –documentos arqueológicos
indubitables- nos indican que muchos de los soldados que formaban las legiones
destacadas en Jerusalén eran de origen hispano. Por ejemplo, el famoso Longino.
P. Cnaeus Pompeius Homullus Aelius Gracilis Cassianus Longinus se apellidaba
“Hispanus”, que estuvo en la Legio II Augusta, destacada en Bretaña. Longinus
estuvo empleado en menesteres militares, y más tarde pasó a la Legio X
Fretensis en Judea, siendo tribuno de las Cohortes III vigilum, X urbana y V
praetoria, condecorado dos veces como centurión con collares, faleras,
brazaletes y corona dorada en la guerra germánica del 83; fue centurión del
pretorio en tiempos de Domiciano, procurador de las provincias Lugdunensis y
Aquitania en Britania y murió en Roma.
https://www.xn--elespaoldigital-3qb.com/implatancion-cristianismo-hispania-romana/?reload=710286
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