lunes, 15 de noviembre de 2021

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HOSPITALIDAD

La hospitalidad se entiende comúnmente como acogida a los huéspedes, peregrinos, extranjeros y necesitados en general, ofreciéndoles las atenciones y el servicio que respondan a su situación, albergándolos y agasajándolos para que se sientan valorados y correspondidos en su dignidad de personas. Esta acepción coincide con el sentido bíblico del término. En el Antiguo Testamento la hospitalidad es una virtud que debe distinguir al verdadero israelita. Inicialmente, es el resultado del estilo y carácter nómada del Pueblo; progresivamente, el israelita va a comprender la hospitalidad como respuesta a la fe en Yahweh que, desde el principio, se revela como Dios hospitalario: preparó el cosmos para morada del hombre, lo acomodó en el Edén y le confió cuanto había creado para que lo cuidase y lo fuera perfeccionando (Gen 1, 30). Esta experiencia se confirma a partir de las actuaciones de Yahweh liberador que se manifestó a Israel como Dios cercano al Pueblo que sufre la opresión a que lo someten los egipcios: escucha su clamor y, porque conoce su situación, desciende para liberarlo y conducirlo a una tierra donde habitará en paz y solidaridad (Ex 3, 7-9.16-17; 6, 2-8). Más tarde, a pesar de la infidelidad de Israel, Yahweh actúa en su favor reuniéndolo de entre las naciones y confirmándolo en la categoría de Pueblo elegido (Ez 36, 24.28). Es tan profunda esta experiencia que el creyente israelita está convencido de que si mi padre y mi madre me abandonan, Yahweh me recogerá (Sal 27, 10).

Esta experiencia exige que el israelita se comporte hospitalariamente con el huésped, el peregrino y el extranjero. Es un precepto que le exige a Israel amar al emigrante dándole pan y vestido, porque emigrante fue en Egipto (Dt 10, 18s.), valorarlo y respetarlo, pues en el peregrino acoge, sin saberlo, a los ángeles (Gen 18, 2; cf. Heb 13, 1s.); la valoración y el respeto a los huéspedes llega hasta el punto de ofrecer en su lugar a los seres más queridos (Gen 19, 8; Je 19, 22-24); en definitiva, el israelita debe acoger al extranjero como a los del propio pueblo y amarlo como a sí mismo, porque extranjero fue Israel en Egipto (Lev 19, 33).

A partir del Éxodo, y principalmente durante el exilio, la experiencia del Dios hospitalario y liberador conduce a Israel a descubrir al Dios compasivo y misericordioso, recordando que es así como se nombró en lo alto de la montaña: Entonces pasó el Señor delante de Moisés clamando: - El Señor, el Señor: un Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel; que mantiene su amor eternamente, que perdona la iniquidad, la maldad y el pecado; pero que no los deja impunes, sino que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación. (Ex 34, 6- 7; cf. Sal 103 (102), 8).

La predilección de Dios por los pobres y oprimidos se manifiesta de nuevo cuando Israel se pervierte hasta convertirse en opresor e insolidario: por medio de los profetas, insiste que prefiere el derecho y la justicia a los sacrificios del culto y sólo cuando practique la misericordia y la solidaridad con los necesitados volverá a experimentar la presencia de Yahweh (cf. Am 5, 21-24; 4, 4-5; Is 1, 11-17; 51, 1- 14; Os 6, 4-6). En los momentos de crisis de identidad, los profetas alientan la esperanza del resto que permanece fiel y le recuerdan que la clemencia y la misericordia de Yahweh se manifiesta, principalmente, como amor de benevolencia y fidelidad a sí mismo, pues su amor es más firme, fuerte y duradero que el pecado y la infidelidad del Pueblo [cf. Sal 102 (103), 8; 105 (106), 1.8.45; 106 (107), 1; 110 (111), 4; 115 (116), 5; 116 (117); 117 (118)]: su corazón se conmueve como el de la madre y su amor entrañable y tierno no le consiente que Israel perezca (Is 49, 14-15; Jer 31, 15-20; Os 11, 1-9).

En el Nuevo Testamento la hospitalidad-misericordia de Dios se encarnó en Jesús de Nazaret, que se hizo solidario con la humanidad: aceptó nuestras limitaciones y, mediante la experiencia del sufrimiento se asemejó en todo a sus hermanos y pudo auxiliar a quienes pasaban la prueba del dolor (Heb 2, 17-18); asumió la condición de siervo (Mt 12, 15-21), se identificó con los pobres, los enfermos y necesitados elevándolos a la categoría de signos vivos de su presencia (Mt 10, 16-17; 25, 35-40); se dedicó al servicio de todos, en especial de los débiles, tomó sobre sí sus dolencias, enfermedades y desconsuelos (Mt 8, 17; Lc 7, 11-13; Jn 11, 33-36) y entregó su vida en rescate por todos (Mc 10, 45). Ungido y enviado por el Espíritu, anunció la Buena Noticia a los pobres, liberó a los oprimidos por las fuerzas del Mal y sanó a los enfermos (Lc 4, 18-19), como señal de la llegada del Reino anunciado por los profetas (Lc 7, 19-23). Manifestó la bondad y misericordia del Padre dedicándose con predilección a los enfermos y pecadores (Mt 5, 43-48; 8, 16-17; 9, 12; Lc 6, 36; 18, 15-16): tuvo para ellos palabras de consuelo y esperanza (Lc 7, 13; 8, 48; Jn 8, 10-11) y los acogió y sirvió con gestos de profunda comprensión y humanidad (Lc 4, 38- 41; 5, 13; 19, 1-10). Jesús no suprimió el sufrimiento ni desveló el misterio que lo acompaña; declaró que la enfermedad no es un castigo (Jn 9, 1-4) y que la muerte no tiene la última palabra sobre la vida humana, pues el Padre lo envió al mundo para comunicar vida y vida en plenitud (Jn 3, 16; 6, 39; 10, 10; 11, 25). Jesús mandó a sus discípulos a anunciar la llegada del Reino curando a los enfermos y liberando a los oprimidos por el poder del Mal (Mt 10, 7-8; Lc 9, 2); después de su resurrección los envió al mundo entero a anunciar la Buena Noticia y acreditó su mensaje con signos de curación (Mc 16, 15-20). Los apóstoles fueron testigos de que Jesús había resucitado con el testimonio de su vida imitándole en sus actitudes y gestos de solidaridad con los pobres y actuando como siervos de todos (Mt 20, 27; Lc 22, 24-27; Jn 13, 14- 17) y con los signos que realizaban en su nombre (Act 3, 1-16; 5, 12-16; 9, 30-42; 14, 8-11). Para que las viudas y los pobres fueran atendidos en sus necesidades, los apóstoles impusieron las manos a siete varones propuestos por la comunidad e instituyeron el ministerio de la diaconía (Act 6, 1-6). Los diáconos colaboraron con los apóstoles difundiendo la Buena noticia y la acreditaban con las mismas señales de curación realizadas por Jesús (Act 7, 5-7).

El Espíritu Santo enriqueció a los creyentes con diferentes carismas, entre los que se cuentan los de curar y el servicio a los necesitados (1 Cor 12, 9; Rom 12, 7). La hospitalidad y la solicitud con los pobres y enfermos se vivió y se recomendó insistentemente en la primitiva comunidad cristiana (Rom 15, 7.12-13; 1 Tim 3, 2; Tit 1, 8; Heb 13, 2s.) y se ha mantenido viva a lo largo de la historia de la Iglesia. Gracias a la continua asistencia del Espíritu de Jesús resucitado, que se ha hecho presente en la vida de muchos hombres y mujeres enriqueciéndolos con los carismas de la hospitalidad y del servicio a los enfermos y necesitados.

Uno de estos hombres fue Juan de Dios. Después de una juventud en la que ejercitó los trabajos de pastor, militar, albañil y librero, siempre en búsqueda de cuál era la voluntad de Dios sobre él, el 20 de enero del año 1537 o 1538, al escuchar el sermón del Maestro Ávila en la Ermita de los Mártires de Granada, se convirtió definitivamente a Dios. El Espíritu Santo irrumpió de tal modo en su vida que lo transformó y lo animó a asemejarse con Cristo: se despojó de cuanto tenía, cerró su tienda de libros y comenzó a recorrer las calles de Granada pidiendo a voces misericordia y perdón. Se excedió tanto en sus manifestaciones, que lo condujeron al Hospital Real para que lo trataran de su aparente locura. Allí experimentó el trato inhumano que se daba a los dementes: lo sujetaron con argollas y lo azotaron. Fue en el Hospital Real donde Juan entendió que el Señor le pedía que se dedicara al cuidado de los enfermos y pobres, y pidió a Dios que le concediera tiempo y medios para tener un hospital proprio donde acoger y servir a los enfermos y necesitados como él quería: como a hermanos e hijos de Dios.

Orientado por el Maestro Ávila, una vez fuera del Hospital se dedicó a poner por obra su deseo: comenzó ayudando a los pobres con los escasos recursos que conseguía de la venta de algunos haces de leña; a medida que los vecinos de Granada comprendieron el espíritu que lo animaba, le fueron ayudando con importantes limosnas y, sucesivamente, abrió tres obras para acoger a los pobres y necesitados: en la C. de la Pescadería, en C. Lucena y, finalmente, en Cuesta de los Gomeles. Fue en este lugar donde manifestó la creatividad de su encendido amor al prójimo: distribuyó a los enfermos según las dolencias, procuró que cada uno tuviera cama propia, cosa rarísima en su tiempo, y organizó los servicios de modo que ha sido considerado como uno de los pioneros de la medicina moderna. En su trato a los enfermos se distinguió por un amor que reflejaba a las claras que Dios moraba en él. Fue un testigo vivo del amor misericordioso de Dios: el Espíritu Santo le concedió entrañas de misericordia y suscitó en él actitudes y gestos de compasión y ternura que revelaban que el Padre se interesaba y amaba a los más débiles; imitó fielmente a Cristo en sus gestos de bondad y misericordia: amó entrañablemente a todos y a todos sirvió con tanta bondad y compasión que parecía quererlos meter en su corazón. Al ver su modo de vivir y de amar a los pobres, se unieron a él algunos compañeros con los que dio origen a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Murió en Granada, amado y llorado por todos, el 8 de marzo de 1550. A partir del pobre de Granada, hermano y padre de los necesitados de su tiempo, está presente en el mundo la hospitalidad al estilo de Juan de Dios, que los Hermanos de su Orden mantienen viva desde hace más de cuatro siglos y medio. El Espíritu Santo los ha llamado a consagrarse en la Iglesia como Hermanos que, además de los tres consejos evangélicos, profesan el voto especial de la Hospitalidad por el que se consagran al servicio de Dios en los enfermos y necesitados.

La hospitalidad profesada y vivida por los Hermanos de San Juan de Dios está inspirada directamente en el estilo de vivirla y practicarla su Fundador. Se distingue por la acogida y el servicio a los enfermos y necesitados, incluso con peligro de la propia vida, sin discriminar a nadie por su condición social, credo, raza o nación, ofreciéndoles un servicio holístico, como a hermanos, valorándolos en su dignidad de personas y descubriendo en ellos la presencia de Cristo que sufre y está necesitado, para mantener viva la presencia del Salvador y, como él, anunciar y hacer presente el Reino en el mundo de la sanidad y de la asistencia social.

Como Juan de Dios, los Hermanos sirven a toda clase de enfermos y necesitados, si bien han hecho una opción preferencial por los que han sido injustamente hechos pobres y viven marginados, como son los enfermos y disminuidos mentales crónicos, los enfermos crónicos y terminales, los ancianos, los drogodependientes, los enfermos de sida, las personas sin techo, los extranjeros y en los países en vías de desarrollo.

La hospitalidad al estilo de Juan de Dios no se limita a la asistencia y servicio de los enfermos y necesitados. En virtud del voto de Hospitalidad los Hermanos se comprometen a velar para que se respeten siempre los derechos de la persona a nacer, vivir decorosamente, ser curada en la enfermedad y morir con dignidad, de acuerdo con las normas deontológicas internacionales y del Magisterio de la Iglesia sobre ética y bioética.

Las obras apostólicas de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios son confesionales y, como su nombre mismo indica, tienen como finalidad la de evangelización del mundo de la salud y de la asistencia social; evangelización conforme al modo de actuar Jesús de Nazaret, anunciando la Buena Nueva con el testimonio de la vida, con la palabra y, sobre todo, con el servicio, realizado con estilo humano y humanizante. Es por eso que la Orden, ya desde el Fundador, se ha distinguido por conjugar la profesionalidad de los Hermanos y de los Colaboradores, y la aplicación de los avances científicos y técnicos, con las actitudes y los gestos de bondad, comprensión y solidaridad con quienes sufren y a quienes dedican su vida, acuñada en el término humanización de la asistencia.

La filosofía de la Orden se puede resumir en los siguientes criterios: el centro es la persona asistida; la promoción y defensa de los derechos de la persona y de la vida humana; ofrecer la información conveniente sobre la situación de la persona; la observancia del secreto profesional; la defensa del derecho a morir con dignidad; el respeto de la conciencia de las personas asistidas y de los Colaboradores; la valoración y promoción de las cualidades y de la profesionalidad de cuantos se dedican al servicio de los enfermos y necesitados, y la renuncia al afán de lucro.

La Orden, asumiendo la doctrina de la Iglesia sobre los fieles cristianos laicos, ha promovido la participación de los Colaboradores en la vida y misión de los Hermanos. Actualmente se habla de familia hospitalaria, en el sentido de coparticipación e integración de los Hermanos y de los Colaboradores en la Hospitalidad al estilo de San Juan de Dios, que cada persona está llamada a vivir de acuerdo con su propia identidad: creencias, ideología, profesión y condición social, y tiene como exigencias irrenunciables la adhesión sincera y la puesta en práctica de los criterios arriba enunciados y desarrollados en la Carta de Identidad de la Orden, a los que idealmente se puede sumar la coparticipación en la fe y cuanto de ella se deriva. Teniendo en cuenta el momento histórico de cambio de siglo y de milenio, la Orden se ha comprometido en dar vida a la llamada Nueva Hospitalidad, que consiste en vivir y manifestar hoy el don heredado de San Juan de Dios con un lenguaje, unos gestos y métodos que respondan a las necesidades y expectativas del hombre y de la mujer que sufren a causa de la enfermedad, edad, marginación, minusvalía, pobreza y soledad, para mantener viva la profecía de Juan de Dios en el nuevo milenio.

 

 

 

BIBL.: CASTRO, Francisco de, Historia de la vida y sanctas obras de Iuan de Dios, y de la institución de su Orden, y principio de su hospital. Compuesta por el Maestro Francisco de Castro, Sacerdote Rector del mismo hospital de Iuan de Dios de Granada. Dirigida al Ilustrissimo Señor Don Iuan Mendez de Salvatierra, Arçobispo de Granada. Con privilegio. En Granada, en casa de Antonio de Libríxa. Año de MDLXXXV. MARCHESI, Pierluigi, La Humanización, Roma, 1981. Idem, La Hospitalidad de los Hermanos de San Juan de Dios hacia el año 2000, Roma 1986. ORDEN HOSPITALARIA DE SAN JUAN DE DIOS, Constituciones, Madrid 1984. Idem, Primitivas Constituciones, Madrid 1977. Idem, Estatutos Generales, Madrid 1997. Idem, Presencia de la Orden en España, Madrid, 1986. Idem, Juan de Dios sigue vivo, Madrid 1991. Idem, Estilo de vida de los Hermanos de San Juan de Dios, Roma 1991. Idem, Hermanos y Colaboradores unidos para servir y promover la vida, Madrid, 1992. Idem, Dimensión misionera de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, Madrid 1998. Idem, Carta de identidad de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, Roma, 2000. Idem, Declaraciones del LXIII Capítulo General. La Nueva Evangelización y la Nueva Hospitalidad en los umbrales del tercer milenio, Madrid, 1994. RIESCO ÁLVAREZ, Valentín Antonio, Y Dios se hizo Hermano. Vida de San Juan de Dios, Madrid 1994.

 

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HUMANIZACIÓN

La palabra Humanización aplicada a la asistencia sanitaria, nacida en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, se ha difundido con acierto, ha calado en muchas esferas de acción, pero se ha caído en rutina y se ha devaluado. En estos momentos todo vale para la humanización, cuando no es así en la realidad y en la vivencia de las personas. La humanización se ha deshumanizado, se ha despojado de significado.

Para humanizar hay que estar humanizado uno mismo mediante la aceptación de la condición humana. Es preciso asimilar las propias limitaciones para poder comprender las de los demás.

Humanizar un hospital, un centro de salud, -se ha dicho desde el principio- es impedir que se pase de largo junto al hombre, impedir la inhumana división entre persona y enfermedad.

La humanización exige tener un proyecto ético de asistencia, con los recursos necesarios, que defienda los derechos del enfermo, que respete el secreto profesional, que informe a su debido tiempo de lo que el paciente necesita y debe saber, que acompañe la angustia que, -sobre todo cuando el proceso de enfermedad es grave-, aparece y que es difícil elaborar.

Se ha contrapuesto con la técnica, cuando no es esta una buena aproximación: una humanización sin técnica, no es tal humanización.

La humanización, como acción de humanizar, no la podemos mirar sólo por planos horizontales; ha de orientarse también de manera vertical porque es un movimiento ascendente-descendente-ascendente, o de otra manera, es la asunción de los constitutivos más débiles del hombre que son los que aproximan a la realidad del mismo, para descubrir de manera intermitente los elementos constitutivos de otros niveles humanos.

La humanización implica contemplar con seriedad planteamientos bioéticos que dan respuestas a la evidencia real de cada día. La humanización aplica la doctrina social recta a la gestión de los centros sanitarios y a las actuaciones de cada uno de los profesionales de la salud, según unos valores conocidos y establecidos, según una cultura.

El primer paso para humanizar, es humanizarse, es decir, conseguir la unidad personal que posibilita realizarse en la vida, sin perder el equilibrio interno. Humanizarse es estar centrado en la propia autorrealización. La Humanización es una brújula que orienta la vida personal y la actuación en la misma según unos patrones concretos que tienen en cuenta: una escala de valores;

el hombre como centro;

el sentido de la vida a nivel personal y profesional.

Una institución, un lugar, se dice están humanizados, cuando en ellos actúan personas humanizadas y en consecuencia se palpan las siguientes pautas:

Hay transparencia y apertura, hay clara distinción de jerarquía y niveles de autoridad con unas vías definidas de comunicación fluidas: cada cual sabe lo que tiene que hacer.

Se cree y practica el trabajo en equipo: hay confianza mutua.

Hay inquietud por llevar a cabo una digna formación continuada a todos los niveles para mantener la disponibilidad para el encuentro con el enfermo, con los familiares, con los compañeros de trabajo. Se mira hacia el futuro sin estancarse en el presente que agoniza con el pasado.

Hoy el mundo de la asistencia puede moverse ajeno al servicio a los enfermos: rechazar lo que va más allá de la pura función y actividad sanitaria. Se ha podido perder el valor del servicio a los enfermos y familias. En el ambiente hospitalario, se puede llegar a prestar atención sólo al avance tecnológico, científico, al trabajo como tal, a la política. Se puede hacer la actividad o el servicio técnico que hay que hacer porque está mandado y en el tiempo establecido. Pero:

Moverse en la línea de la Humanización significa haber adquirido una cultura que afine la sensibilidad para ver al enfermo con simpatía; haber depurado el juicio para tratar de comprenderlo en sus virtudes y miserias: haber elevado la razón de vida para estar presto a servirlo y ayudarlo.

El desarrollo de la cultura de la Humanización es una necesidad para el equipo multidisciplinar de salud, sin la cual será difícil brindar la comprensión, seguridad y apoyo que espera el hombre enfermo. Quienes trabajan en el mundo de la salud han de ser personas que aprendan todos los días a ser sensibles al dolor humano.

La relación que se establece con la persona enferma y con su familia, es eminentemente humana, no se limita a lo profesional exclusivamente.

Una cultura de la Humanización sabe y aprecia lo relativo a la ciencia, y sabe que más allá de los descubrimientos, de los avances en el campo de la medicina, de la física, de la química, están las reacciones psíquicas del enfermo, su angustia y sufrimiento. Una cultura de la Humanización se mueve en la civilización del amor, porque:

Las máquinas pueden realizar grandes cosas, pero nunca comprender el sufrimiento del enfermo, sus tensiones, o sus emociones.

Se ha de considerar el impacto que tiene en los usuarios, los grandes avances científicos y tecnológicos actuales. ¿Es para aumentar la eficacia de la asistencia, o para agregar un sufrimiento más a los enfermos? Se corre el riesgo de servirse de los aparatos para velar mejor al enfermo, o de atender más a la máquina que al paciente mismo...

La Humanización que se precisa hoy en la asistencia se ha de centrar a tres niveles:

personal;

de equipo;

institucional.

En definitiva, la Humanización emana de la voluntad política del Sistema de Salud que ha de procurar lo mejor para la Salud de los ciudadanos.

 

 

BIBL.: MARCHESI, Pierluigi, Humanización, Madrid 1981. MARCHESI, Pierluigi, SPINSANTI, Sandro y SPINELLI, Ariberto, Por un hospital más humano, Madrid 1986. PILES FERRANDO, Pascual, El hospital: templo de la humanidad, en Rev. Dolentium Hominum, nº 31, 1996.

 

 

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ORDEN HOSPITALARIA DE SAN JUAN DE DIOS

Tiene su origen en Granada y por fundador a san Juan de Dios. Asoció el santo en sus obras de caridad con los pobres, a varios varones, dos de ellos enemigos, reconciliados por el mismo santo, Antón Martín y Pedro de Velasco. No les dio otra Regla que los ejemplos de su santa vida. A la muerte del santo (08.03.1550), eran cinco estos hermanos, quienes bajo la obediencia y protección del arzobispo Pedro Guerrero, continuaron sirviendo a los pobres en el hospital de Juan de Dios. La pequeña comunidad creció con nuevos pretendientes. Su caridad abnegada atrajo la admiración de las gentes, siendo solicitados por varias ciudades para fundar o hacerse cargo de hospitales: Madrid, por Antón Martín, en 1552; Lucena, en 1565; el Real de San Lázaro, de Córdoba, a expensas de Felipe II, en 1570. En la guerra de las Alpujarras (1569-1570) estuvieron tres hermanos del hospital de Granada. Don Juan de Austria llevó consigo ocho hermanos en la armada de Lepanto.

San Pío V, a instancias del hermano mayor del hospital de Granada, Rodrigo de Sigüenza, formalizó la condición de los hermanos de los hospitales fundados, o que se fundaran, a semejanza del de Juan de Dios de Granada, dándoles la Regla de San Agustín y concediéndoles vestir escapulario sobre la túnica, tener un hermano sacerdote en cada hospital y pedir limosna a todos los fieles bajo la jurisdicción del ordinario del lugar (bula Licet ex debito, 01.01.1572). Sixto V los reunió en congregación religiosa con facultad de celebrar capítulo, elegir general y redactar constituciones propias (bula Etsi pro debito, 01.10.1586). Paulo V determinó que los hermanos hicieran en manos de sus superiores los tres votos solemnes de obediencia, castidad y pobreza, y el cuarto de servir a los enfermos. Declaró Orden regular a la Congregación y la eximió de la jurisdicción de los ordinarios del lugar (breve Romanus Pontifex, 17.07.1611; 13.02.1617, y 16.03.1619).

El mismo Paulo V había concedido a los hermanos de España el elegir Superior General para el gobierno de los hospitales de los reinos de España (breve Piorum virorum, 12.04.1608) quedando así constituida la Orden en dos Congregaciones independientes: la italiana, con residencia del Superior General en Roma, y la española, con su residencia en Madrid. La Congregación italiana se extendió por los Estados católicos de Europa y tenía provincias religiosas en Italia, Francia, Alemania y Polonia. Llegó a contar 165 hospitales y unos 1.400 religiosos. No sufrió extinción y con más o menos florecimiento de las provincias ha llegado hasta nuestros días. La Congregación española comprendía España, Portugal y los dominios de una y otra, llegando a contar con nueve provincias, 172 hospitales, y más de 1.300 religiosos. El año 1850 se consideró formalmente extinguida la Congregación española por fallecimiento de su último Superior General, padre José Bueno Villagrán (11.03.1850) y como consecuencia de las leyes de exclaustración de 1835 y de la independencia de las colonias americanas. Relevantes fueron los servicios de caridad practicados por los hermanos de la Congregación española, destacándose muchos de éstos por su virtud, ciencia y arte de curar a los enfermos. En tiempo de guerra les fueron encomendados los servicios sanitarios, asistiendo grupos de hermanos, como cirujanos o enfermeros, a todas las acciones bélicas de mar o tierra, y un buen número de ellos cayó en el campo de batalla al lado de los soldados heridos. En las epidemias, los hermanos salieron de sus hospitales a derramar el consuelo de su asistencia a los apestados e, igualmente, fueron muchos los que murieron víctimas de su caridad. En la colonización de América y Filipinas desempeñó un papel glorioso esta benemérita Orden, llegando a contar en aquellas dilatadas regiones 94 hospitales, rubricando con sangre de mártires su misión de caridad en Colombia, Chile, Brasil y Filipinas.

La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios forma parte de la “aldea global”. Con 1.500 hermanos, unos 40.000 colaboradores, entre trabajadores y voluntarios, y unos 300.000 colaboradores-bienhechores, está presente en los cinco continentes, en 46 naciones, con 21 provincias religiosas, 1 viceprovincia, 6 delegaciones generales y 5 delegaciones provinciales; y realiza su apostolado en bien de los enfermos, los pobres y los que sufren, a través de 293 obras.

 

En consecuencia, la Orden Hospitalaria en el mundo abarca un extenso abanico de actividades:

Centros Médico-Quirúrgicos Infantiles.

Hospitales Generales.

Centros de Atención en Salud Mental y Psiquiatría.

Centros de Intervención Integral en la Vejez.

Centros de Educación Especial.

Centros de Rehabilitación Psicosocial de Transeúntes.

Centros de Atención a enfermos con Sida.

Centros para Tóxicodependientes.

Servicios de Atención en la Comunidad.

 

Los Hermanos de San Juan de Dios, junto a los colaboradores, voluntarios y bienhechores forman un cuerpo de personas comprometidas en el servicio a la Humanidad que sufre. Y sus ideales les comprometen a velar para que se respeten siempre los derechos de la persona: a nacer, vivir decorosamente, ser curado en su enfermedad y morir con dignidad. La persona enferma o necesitada constituye el centro de interés.

Los Hermanos de San Juan de Dios buscan y comparten la colaboración de otras personas, profesionales o no, voluntarios, bienhechores y trabajadores, motivados por los mismos ideales. Las exigencias de estos ideales llevan a empeñarse en formas concretas de acción en favor de las personas que están en situación de necesidad.

 

Por consiguiente:

Se trabaja en Hospitales y Centros propios, colaborando con la asistencia de los países, en la prestación de los servicios necesarios a los ciudadanos.

Aceptan los Centros Asistenciales que se les confían, cuando están de acuerdo con los principios fundamentales de su identidad.

Se crean Centros u Organizaciones, no previstos por la legislación de los países, en favor de los marginados de la sociedad.

Están insertos en lugares donde la pobreza y el subdesarrollo son evidentes, haciendo frente a sus necesidades. Colaboran con otras Instituciones interesadas en la promoción de una vida más digna, para contribuir a la mejora de la Salud Pública.

 

Desde la restauración de la Orden Hospitalaria en España, por san Benito Menni en 1867, su expansión es constante. En 1926 la Provincia de Portugal empezaba a dar sus primeros pasos de independencia y la Provincia Hispanoamericana era una realidad que iba extendiendo su acción hospitalaria y apostólica tanto en España como en América.

Ante esta expansión, en el Capítulo celebrado en 1934 se produce la división de la Provincia Hispanoamericana en tres Provincias:

Provincia de Andalucía y Sudamérica Septentrional bajo la advocación de Nuestra Señora de la Paz.

Provincia de Aragón y América Central bajo la advocación de San Rafael Arcángel.

Provincia de Castilla y América del Sur bajo la advocación de San Juan de Dios.

Esta configuración llega hasta 1979 en que las casas establecidas en el continente americano se separan de las Provincias españolas erigiéndose en Viceprovincias. Posteriormente se constituyen en Provincias en el año 1994.

 

Actualmente las Provincias españolas integran en sus demarcaciones la siguiente distribución territorial:

Provincia Bética (Nuestra Señora de la Paz)

Comunidades Autónomas: Andalucía, Canarias y Extremadura.

 

Provincias: Cuenca, Ciudad Real y Toledo. Provincia de Aragón (San Rafael)

Comunidades Autónomas: Aragón, Baleares, Cataluña, Murcia, Navarra, Valenciana.

Provincia: Albacete.

Provincia de Castilla (San Juan de Dios)

Comunidades Autónomas: Castilla y León, Galicia, Madrid, Principado de Asturias , País Vasco, Cantabria y La Rioja. Provincia: Guadalajara. Las tres Provincias cuentan con Centros en Madrid.

 

Las actividades de la Orden Hospitalaria en España se orientan hacia estas parcelas asistenciales:

Centros Médico-Quirúgicos, Infantiles y de Adultos

Centros de Atención en Salud Mental y Psiquiatría

Centros de Intervención Integral en la Vejez

Centros de Educación Especial y Reinserción de Minusválidos

Centros de Rehabilitación Psicosocial y Albergues para Transeúntes

Atención a Tóxicodependientes

Cuidados Paliativos

Comunidades de Intervención Social

Escuelas Universitarias de Enfermería y Fisioterapia.

Formación Profesional Sanitaria de Grado Medio y Grado Superior.

 

 

BIBL.: CASTRO, Francisco de, Historia de la vida y sanctas obras de Iuan de Dios, y de la institución de su Orden, y principio de su hospital. Compuesta por el Maestro Francisco de Castro, Sacerdote Rector del mismo hospital de Iuan de Dios de Granada. Dirigida al Ilustrissimo Señor Don Iuan Mendez de Salvatierra, Arçobispo de Granada. Con privilegio. En Granada, en casa de Antonio de Libríxa. Año de MDLXXXV. CLAVIJO Y CLAVIJO, Salvador, La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en la Marina de Guerra, Madrid 1950. FUNDACIÓN JUAN CIUDAD, La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en España. Madrid, 2000. GÓMEZ BUENO, Juan Ciudad, Historia de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, Granada 1963. MARCOS BUENO, Octavio, Flos Martyrum, Palencia 1939. PARRA Y COTE, Alonso, Bulario de la Sagrada Religión de la Hospitalidad, Madrid 1756 y 1760. POZO ZALAMEA, Luciano del, Caridad y Patriotismo, Barcelona 1917. Idem, Memoria histórica. 75 aniversario de la Restauración de la Orden en España, Palencia 1942. RISI, Francesco, Bollario dell”Ordine di S. Giovanni di Dio, Roma 1905. SANTOS, Juan, Chronología hospitalaria y resumen historial de la Sagrada Religión del glorioso Patriarca san Juan de Dios, Madrid 1715-1716.

 

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