jueves, 11 de noviembre de 2021

Retrato de la venerable Catalina de Cardona, Monasterio de Carmelitas Descalzas de Santa teresa la Nueva, Alcaldía Magdalena Contreras, Ciudad de México.

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La vida de la madre Catalina de Cardona se conserva en un manuscrito de la Fernán Núñez Collection de la Biblioteca Bancroft de UC Berkeley. Contiene un relato hasta ahora desconocido de las andanzas de este personaje un tanto atrabiliario. Además de su importancia en cuanto añade datos desconocidos sobre la misma, destaca por ser escrito por el gran pintor de santa Teresa de Jesús, el italiano fray Juan de la Miseria.

Entre la abundante literatura religiosa de la Colección Fernán Núñez (FNC) se guarda un precioso volumen manuscrito que contiene (a todas luces incompleta) una desconocida Vida de la madre Catalina de Cardona, la famosa beata carmelita, para quien santa Teresa tuviera encendidas palabras de elogio. El volumen es de tamaño reducido para los que se guardan en la colección bancroftiana. Pertenece a la primera parte de la FNC, que incluye 160 volúmenes individuales, por contraste con los restantes misceláneos hasta el 225. El texto es de sumo interés por el relato fresco que se nos hace de la vida de la madre. Amén de esto, el texto está a todas luces redactado por un italiano, pues los italianismos que salpican la narración son abundantes. Se trata de fray Juan de la Miseria (el napolitano Jan Narduck), el famoso pintor de santa Teresa y a quien Catalina de Cardona dictó su vida, como se nos indica en el mismo texto. En la Colección pudo entrar por varios conductos. Uno de ellos sería la amistad del duque de Frías (uno de sus colectores) con la familia Cardona o con la de los príncipes de Salerno. En la FNC se guardan además numerosas obras que se relacionan con el reino (virreinato) de Nápoles, habida cuenta del nombramiento como virrey de dicho lugar del condestable Velasco. Son también abundantísimas en dicha colección las obras en italiano que tratan sobre España (fundamentalmente relaciones geográficas sobre la Península Ibérica), así como existen también obras literarias escritas en italiano (Cortijo, Díez Fernández). Por otra parte, no puede olvidarse un posible contacto carmelita. Así, recordemos que san Juan de la Cruz tiene una aparición en la FNC al incluirse en la misma una Historia de Medina del Campo en que se hace mención del santo y de su hermano. Cualquiera de esos conductos (con preferencia el primero mencionado) podría avalar la presencia en la FNC de este relato hagiográfico carmelita. Recuerdo, asimismo, que en el vol. 161 de la misma Colección Fernán Núñez, inexplorado en su totalidad, se guardan varios textos relativos a la Inquisición. El de mayor interés para estas páginas es sin duda la Carta sobre la confesión del doctor Agustín de Cazalla de fray Alonso de la Carrera (1559), único texto conocido que relata los últimos momentos y confesión del ilustre luterano (ver Cortijo, «Nuevos datos sobre Cazalla», Revista de Filología Española, en prensa).

 

Catalina de Cardona pertenece a ese grupo de monjas y beatas que abundó en Castilla y Extremadura en las postrimerías del siglo XVI y comienzos del XVII, cuya vida ascética ronda los límites de sadomasoquismo (Del Pilar). Durante numerosos años vivió en una cueva (Cueva de doña Catalina de Cardona, La Roda, Cuenca), donde llegó a alimentarse rumiando como los animales (ver infra). En este sentido se relaciona con los ejemplos de otras mujeres de vida virtuosa, como santa María Magdalena del Pazzi, carmelita de Florencia, que se revolcaba entre espinas y dejaba caer la cera ardiendo sobre su piel, se hacía insultar, patear la cara, azotar y humillar, mostrando sus arrobamientos, como priora, en presencia de todas las demás. O la salesiana santa Margaritte Marie Alacoque, que se grabó con un cuchillo en el pecho el monograma de Jesús, más al ver que la herida se iba cerrando la reabrió a fuego con una vela. Realizando repulsivas penitencias, sólo bebía agua de lavar temporadas enteras, comía pan enmohecido y fruta podrida; una vez incluso limpió el esputo de un paciente lamiéndolo y en su autobiografía nos describe la dicha que sintió cuando llenó su boca con los excrementos de un hombre que padecía de diarrea. Otro ejemplo sería el de Catalina de Génova, que masticaba la porquería de los harapos de los mendigos, tragándose el barro y los piojos. Y el de santa Ángela de Foligno, que consumía el agua del baño de los leprosos.

Sólo se conocía hasta ahora la breve reseña bibliográfica sobre la beata carmelita publicada en el Diccionario de Historia Eclesiástica de España (basada a su vez en el relato de Francisco de Santa María, también inédito, que a su vez informa el de Jerónimo de la Madre de Dios), que reproducimos a continuación:

 

Cardona, Catalina de, OCD (Barcelona, 1519, La Roda (Albacete), 11-V-1577). Aya de D. Carlos y D. Juan de Austria y ermitaña. De la notable familia catalana de los Cardonas, de entronque real aragonés, su padre. D. Ramón de Cardona, general de las tropas españolas en Nápoles. En 1557 retornó a España al lado de la princesa de Salerno, pariente suya, que se dirigía a la Corte. Muerta ésta, fue aya de D. Carlos y de D. Juan de Austria, que la amaba como a una madre. Levada de sus deseos de penitencia y soledad, un buen día de 1562 huyó del palacio de los príncipes de Éboli, en Pastrana (Guadalajara), y se retiró a una cueva en las estribaciones de los montes de La Roda (Albacete), a las márgenes del Júcar. Allí pasó bastante tiempo ejercitándose en la vida eremítica. Descubierta por un pastor y adivinada su alta alcurnia, se convirtió en lugar de peregrinación de todos aquellos contornos, con el natural disgusto del desconocido ermitaño. Para acabar con una situación tan embarazosa, decidió levantar en aquel lugar un convento de carmelitas descalzos, que la atendiesen espiritualmente y la defendieran de las gentes. Con esta idea, regresó a los príncipes de Éboli, en Pastrana en 1571 y luego a la corte, que la recibió con el mayor entusiasmo y veneración. Arreglado todo el asunto de la fundación, se despidió de la corte de Felipe II y regresó en 1572 con unos cuantos carmelitas descalzos a la soledad de La Roda. Allí el padre Ambrosio Mariano, buen arquitecto, levantó el convento de los frailes, cuya iglesia unió por medio de una galería subterránea con la cueva de la famosa penitente, entregada a la oración y mortificación. Su fama de santidad y milagros se extendió por toda España. Entre sus admiradores más sinceros se cuentan san Pedro Alcántara y santa Teresa de Jesús.

 

Seguimos a continuación —en su mayor parte, con detalles de otras fuentes— el relato detallado que hace Francisco de Santa María en las págs. 577-638, libro IV, capítulos I-XX, de su Crónica del Carmen (Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la primitiva obediencia), inédito conservado en el Ms. S 1435 de la Biblioteca Nacional de Madrid. La Beata Catalina de Cardona (nacida en 1519, ya en Barcelona, ya en Nápoles) pertenecía por la rama paterna a la ilustre familia de los Cardona, a la rama de los barones de Bellpuig, cuyo primer barón fue Gondevaldo de Anglesona: «La Baronía de Bellpuig, que andando los tiempos vino a recaer en la casa de Cardona, tiene un origen tan remoto en la historia de Cataluña que ostenta en la Guía Oficial la fecha de 1139 y ya existía con bastante anterioridad» (García Caraffa, 192-93). Hugo de Cardona, decimotercero barón, casó con doña Elfa de Perellós, de la que tuvo como tercer hijo a Ramón de Cardona, decimosexto barón de Bellpuig, primer duque de Soma, que a su vez casó con doña Isabel Enríquez de Requesens, condesa de Palamós, padres de nuestra Catalina de Cardona. Su padre, el «Gran Capitán» catalán, venció, al frente de la escuadra, en Mazalquivir, distinguiéndose luego como virrey en Nápoles, cargo que le confiara Fernando el Católico. Después fue general en jefe de la Santa Liga, para cuyo cargo le nombró el Pontífice Julio II. Vencedor en Toscana, Florencia, Sena, Luca y Verona, rindió después a Perquera y Lirengo. En 1513 tomó a Milán, a la sazón ocupada por los franceses; devolvió a Génova su libertad, rindió a Venecia y sentó su soberanía en Bérgamo. El rey don Fernando el Católico le nombró su testamentario, en instrumento otorgado en Barcelona el 26 de abril de 1515. Carlos V le concedió el Toisón de Oro y le nombró capitán general del reino de Sicilia y gran almirante de Nápoles; esto último como título honorífico a perpetuidad, que se conservó en sus sucesores. También ostentó el título de conde de Olivito. El sepulcro de este don Ramón de Cardona en la villa de Bellpuig es uno de los más bellos y suntuosos de España, habiendo sido declarado monumento nacional. (García Caraffa, 195)

 

Su madre fue «muy parienta de la princesa de Salerno, ilustrada también con la sangre de Cardona y con la antiquísima de aquel reino» (Francisco de Santa María, IV, I). Cuando tenía trece años, y ya muerto su padre, quisieron casarla con un rico geltilhombre, que murió de un dolor de costado poco antes de celebrarse el matrimonio. Entonces Catalina se refugió en un convento de capuchinas de Nápoles, «no para ser monja, porque no tenía vocación entonces para ello, sino para vivir desobligada del siglo y ocupada en Dios» (Francisco de Santa María, IV, II). A fines del reinado de Carlos V el príncipe de Salerno, don Fernando de San Severino, el mayor señor del reino de Nápoles, se pasa al lado de Francia. Enterándose el rey español del agravio, el príncipe de Salerno huye a Francia y sus estados de Nápoles quedan confiscados por España. Felipe II manda pasar a Valladolid a la princesa, donde se encontraba la corte, gobernada por doña Juana, hermana del rey. Logra ésta convencer a su prima, doña Catalina de Cardona, reticente a salir de Nápoles, para que partan a España, entrando en la corte en 1557. Mientras están en la corte son visitadas por Agustín Cazalla, quien les expone sus doctrinas, con las que la no está de acuerdo Catalina (Francisco de Santa María, IV, III). Muerta la princesa de Salerno, Catalina, a instancias del rey, se hace cargo del príncipe de Éboli, Rui-Gómez de Silva, así como del príncipe don Carlos, hijo del rey, y de don Juan de Austria, su hermano. Catalina va a vivir a palacio y se hace cargo de las joyas del príncipe y su ropero. Éste le da permiso para que reparta limosnas y «usando de esta facultad repartía con los hospitales de aquellos bienes, curaba enfermos, casaba huérfanas y daba de comer a pobres con cuidado de que la mujer del príncipe no se enterese» (ibid., IV, IV). Catalina hizo rigurosa penitencia, pues «no comía carne, ayunaba cuatro días en la semana y en ellos no comía sino unas berzas cocidas y en algunos pasaba sin comer cosa alguna. Otras vezes hacía de harina unas tortillas que cocía en el rescoldo. Dormía en un jergón de paja, no traía camisa de lienzo sino de sayal pardo. Ceñíase con cadenas de hierro. Rezaba los Salmos Penitenciales, el Oficio de Difuntos y de Nuestra Señora y del Espíritu Santo. Diciplinábase con cadenas de garfios que le rasgaban las carnes. Teniendo noticia desto el príncipe Rui-Gómez quiso una noche interrumpirle el ejercicio, porque había durado mucho. Cuando ya estaba cerca le detuvo el espanto, y volvióse tan aprovechado que de allí adelante la procuraba imitar como podía, no sólo en la disciplina sino en otras virtudes» (ibid., IV, IV).

 

Cansada de la vida en palacio ruega a Dios la saque de allí y un cristo habla con ella y le dice: «Dexa el palacio: “Vete a una cueva para que más libremente te des a la oración y penitencia”» (ibid., IV, IV). Le entran dudas de su retirada al desierto y decide consultar a sus confesores; se resuelve a tratar el caso con el padre fray Francisco de Torres, de la Orden de San Francisco («a quien nuestra Madre Santa Teresa tuvo por santo»). También se confesó con fray Pedro de Alcántara, que la animó a su vocación.

Un buen día desapareció del palacio y fue a encerrarse en una gruta, no lejos de La Roda. Catalina de Cardona es la fundadora del monasterio de carmelitas descalzos de Nuestra Señora del Socorro, en La Roda, en 1572, trasladado después a La Jara en 1603. El año en que Catalina abandonó la corte es el de 1562. Toda España, incluyendo a santa Teresa de Ávila, quedó fascinada por el rechazo del mundo de la beata y por su corajinosa perseverancia en el monte2: (2)

 

            La bienaventurada madre Teresa, al ver que doña Catalina de Cardona hacía grandes penitencias, deseó mucho imitarla en esto, contra el parecer de su confesor, que se lo prohibía y al cual estaba tentada de desobedecer en este punto, y Dios le dijo: «Hija mía, tienes un camino recto y seguro. ¿Ves la penitencia que ella hace? Pues bien, yo hago más caso de tu obediencia.» Por su parte, gustaba tanto de esta virtud, que, además de la obediencia que debía a sus superiores, hizo un voto especial de obedecer a un excelente varón, y se obligó a seguir su dirección y guía, de lo que quedó infinitamente consolada; cosa que, después de ella, han hecho muchas almas buenas, las cuales, para mejorar sujetarse a Dios, han sometido su voluntad a la de sus siervos, lo que Santa Catalina de Sena alaba en gran manera en sus Diálogos. La devota princesa Santa Isabel se sujetó, con extremada obediencia, al doctor maestro Conrado, y uno de los avisos que el gran San Luis dio a su hijo, antes de morir, fue éste: «Confiésate con frecuencia, elige un confesor idóneo, que pueda enseñarte con seguridad las cosas que te son necesarias.» (San Francisco de Sales, I, IV)

 

En el Libro de las Relaciones de santa Teresa (cap. 23) podemos leer:

 

 Estando pensando una vez en la gran penitencia que hacía doña Catalina de Cardona y cómo yo pudiera haber hecho más, según los deseos me da alguna vez el Señor de hacerlo, si no fuere por obedecer a los confesores, que si sería mejor no les obedecer de aquí adelante en eso, me dijo: «Eso no, hija; buen camino llevas y seguro. ¿Ves toda la penitencia que hace? En más tengo tu obediencia.»

 

Francisco de Santa María relata así la escapada del palacio de Rui-Gómez: Catalina piensa en vestirse de hombre para morar en el desierto, tomando el ejemplo de santa Eugenia y de santa Eufrosina. Aprovechando que el príncipe Rui-Gómez tenía que ir a Estremera, villa de la Alcarria, que había comprado para aumentar su estado, pide que la lleve con él y con la princesa su mujer, para huir del bullicio de palacio. En Estremera consulta con el padre Piña. Pide consejo y ayuda para llevar a cabo su deseo al padre Martín Alonso, natural de La Roda, que había sido capellán de Rui-Gómez. Dejándola los dos sacerdotes vestida de hombre, Piña vuelve a su ermita y Martín Alonso a Madrid, donde vivía. Señalan el día en que Catalina debe salir del palacio y deciden esperarla en una parte secreta para no ser vistos, para emprender el viaje (compárese infra con el relato diferente según la propia confesión de Catalina). Es sacada del palacio por el cristo que lleva colgado al cuello a través de una ventana cerrada. Van caminando hacia el obispado de Cuenca, buscando la villa de La Roda. Al llegar a ella escoge una cueva como habitación («en esta cueva en el término de la Villa de Vala de Rey, de quien distava cuatro leguas, y dos de La Roda, un tiro de arcabuz del deleitoso y torcido río Júcar, poco más de media legua del Monasterio de la Fuensanta, que pocos años antes habían fundado los religiosos trinitarios en aquellas soledades —mercenarios le dijeron a nuestra Madre Santa Teresa, y lo dize tratando de la fundación en Villanueva de la Jara; pero no le hizieron buena relación. Acomodada la covezuela se partieron los dos sacerdotes, dejando tres panes al nuevo ermitaño» [ibid., IV, IX]). Continúa en los capítulos VI-VIII indicando las sufridas penitencias de la madre y las tentaciones constantes del demonio de que es objeto.

 

Permanece ignorada entre 1562 y 1566. En este año fue hallada su cueva por mediación de un pastor, Benítez (según el relato de Santa María). El padre maestro Vega, de la Orden de la Santísima Trinidad, va a visitarla y publica su nombre y sus obras. «Sabiéndose ya que era mujer comenzaron a llamarla la buena mujer. Ella misma se apellidaba mujer pecadora, y así firmaba las cartas» (ibid., IV, IX).

 

Su cueva se convirtió en centro de peregrinación desde toda España, incluyendo «los grandes de Castilla». Parecen confirmarse incluso varios milagros suyos y curación de enfermos, como el de Juan de Tovar, natural de La Roda, que había perdido el juicio y, curado, hizo voto de ser religioso. En este momento parece documentarse su deseo de fundar un convento. Aunque en un principio quiere ofrecérselo a los franciscanos, al final lo hará a los carmelitas reformados (sin que entonces tenga noticia de las fundaciones de santa Teresa).

 

Precisamente para evitar el flujo de visitantes Catalina pidió a la princesa de Éboli en 1571-72 que intercediera para la fundación de un monasterio de carmelitas descalzos que había de construirse sobre la cueva. De esta época data su viaje a Pastrana, para entrevistarse con los príncipes de Éboli. Recibe el hábito de carmelita en el Convento de San Pedro de Pastrana, ante los príncipes y el duque de Gandía. Se lo dio el prior fray Baltasar: «Quitado el hábito que hasta allí había traído y también el ceñidor, le vistieron otro de sayal al uso de la Orden, con escapulario, capilla parda y correa pelosa, como entonces se usaban. Pusiéronle sobre el hábito capa blanca con capilla» (ibid., IV, XII). Es llevada a la Corte ante la petición de la princesa doña Juana, hermana del rey Felipe, mujer del príncipe don Juan de Portugal y madre del rey don Sebastián. Sin desearlo «hallaron en ella gran resistencia, porque aborreçía el bullicio de la Corte, los dichos que había de causar el traje nuevo, las importunaciones de las señoras cortesanas, las voces de santa con que el pueblo la había de aclamar. Pero representándole el padre prior y Mariano el mandato de la princesa, el provecho que en muchos haría su ejemplo, la comodidad de negociar la fundación de su convento, y últimamente la voluntad de Dios en la obediencia, se rindió, y salió de Pastrana acompañada del padre fray Pedro de los Apóstoles, del padre Mariano y del hermano fray Juan de la Miseria». A continuación (1572) comienza su peregrinaje por la Corte, El Escorial, etc., intentando conseguir los permisos y licencias para la fundación de su convento. Hecho esto sale de Madrid a primeros de marzo de 1572 para la cueva, pasando por Guadalajara, Pastrana, Villarejo de Fuentes, Vala del Rey y La Roda. Toma posesión del sitio en abril de 1572, con licencia de don fray Bernardo de Fresneda, obispo de Cuenca, franciscano.

 

En 1575 la misma beata pidió al Concejo de Cuenca la donación de cien pinos para la construcción del edificio. Para convencer a los miembros de dicho concejo (todos votarían luego a favor excepto uno) la beata les prometió que el monasterio sería de conducta ejemplar y que los monjes dirigirían plegarías a Nuestra Señora del Socorro por la ciudad. La petición fue debatida en junta del cabildo el 14 de junio de dicho año, día en que se leyó la siguiente carta de la beata:

 

            Hijos míos en Jesucristo: La paz y gracia del espíritu santo sea en vuestras almas amen. Por ser venida a esta tierra me a parescido a acordaros como a honrra y gloria de dios nuestro señor y de su bentita madre con el favor de los buenos y sierbos de christo se hedifica una casa de religion junto a la Roda dentro deste obispado a donde su sancto nombre sea alabado a ynbocaçion de nuestra señora del socorro del monte carmelo. [A la] qual an de vinir frayles carmelitas descalzos siervos del señor de gran ejemplo y penitencia y por que la charidad que con todos se debe a de ser al respecto de la que con todos el señor tuvo y tiene y tendra aunque yo pecadora os quiero hazer parte de lo que por vuestras limosnas podeys ganar ayudando para el servicio del señor con algo de lo mucho que de su mano teneys rescibido os pido hijos me querays faborescer con vuestra limosna de algunos pinos de los que en vuestras dehesas o terminos teneys de manera que me sea commodidad para esta sancta obra porque en ello hareys a dios nuestro señor servicio y a su gloriosa madre pondreys en mas obligacion de seros yntercesora sereys participantes en los sufragios de aquella casa y a mis hijos me hareys mucha charidad sea mi bien jesus en vuestras almas. La que ruega a dios por vosotros. La muger pecadora. (Archivo Municipal de Cuenca, Leg. 256, fol. 225).

 

Catalina de Cardona puede haber jugado otro papel relevante en la vida religiosa de la España de Carlos V. Como recuerda la Historia de España dirigida por Menéndez Pidal (XIX, I: 522) (y asimismo la fuente de Francisco de Santa María, IV, III, supra), Catalina de Cardona pasa por ser uno de los posibles candidatos que denunciara al Santo Oficio la herejía luterana de los Cazalla:

 

            No está claramente demostrado quién descubrió estas maquinaciones al Santo Oficio, pues era grande el secreto que se guardaba: pero puédese tener por muy probable que una de las primeras que dio el grito de alarma fue doña Catalina de Cardona, aya de don Juan de Austria, llamada la buena mujer, fundadora de Nuestra Señora del Socorro, de Nava del Rey (Valladolid). Esta señora frecuentaba la casa de la princesa de Salerno, que estaba de paso en Valladolid, y allí tuvo varias polémicas con Cazalla, cuyas doctrinas no compartía la piadosa mujer: y formando ambiente contra él, hubo de contribuir el enredo por el Santo Oficio.

 

Su muerte se produce en olor de santidad. Se enferma al ver la representación de Cristo crucificado un viernes santo y ella misma pronostica el día de su muerte, el día de la octava de la Ascensión de Cristo. Recibe la bendición de los religiosos y muere el 11 de mayo de 1577. Su entierro se produce en la capilla de Nuestra Señora del Carmen, de la que ella era muy devota.

 

Juan de la Miseria es el segundo personaje de relevancia mencionado en el texto hagiográfico. Su relieve queda además destacado al ser el autor-transcriptor del relato autobiográfico que de su vida le hace la beata. Jan Narduck, nacido en el Reino de Nápoles hacia el año 1526, y más conocido como fray Juan de la Miseria, parece que llegó a España con la intención de peregrinar a Santiago. Posteriormente se estableció en el Santuario de la Virgen de Argaño, donde vivió algún tiempo y construyó la casita adosada a la ermita. Más tarde conoció a santa Teresa, a quien pintó. Pero el cuadro no debió de satisfacer plenamente a la ésta. La historia ha conservado el comentario que Teresa de Jesús hizo a fray Juan de la Miseria cuando éste le presentó su retrato. Dicen que la Santa se quedó boquiabierta y con expresiva claridad le dijo: «Dios te perdone, fray Juan, ¡qué fea y legañosa me pintasteis!». Finalmente, Juan de la Miseria murió, como carmelita, en Pastrana. Señalemos por último que el 10 de Julio de 1570 santa Teresa coincidió en Pastrana con la profesión de fray Juan de la Miseria y de su compañero el padre Mariano, a quien también menciona el texto bancroftiano. El Diccionario de Historia Eclesiástica de España inluye la siguiente breve reseña del pintor Juan de la Miseria:

 

            Juan de la Miseria (Narduch), OCD (Casarciprano, (Nápoles) 1526, Madrid 15-IX-1616) pintor y escultor. Juan Narduch encarnó la vida peregrina medieval en plena Edad Moderna. De santuario en santuario vino a parar a Palencia, donde se acomodó en un taller de escultura de la escuela castellana. Luego, protegido por doña Juana, hermana de Felipe II, estudió pintura en el estudio de Alonso Sánchez Coello, de Madrid. Santa Teresa lo conquistó para su Reforma en 1569 y profesó en Pastrana (Guadalajara) el 10-VI-1570. Su labor artística en los descalzos fue notable, sobre todo la pictórica. No dejó los pinceles hasta perder la vista por la edad, y sus frutos, aunque anónimos en su mayoría, se guardan en los distintos conventos primitivos de la Reforma. Obras: De pintura, la principal y que le ha dado fama mundial es el Cuadro de Santa Teresa, retrato sacado del original en Sevilla. En la ermita de San Pedro, de Pastrana, hemos visto varios cuadros de este pintor, en mal estado de conservación por la incuria de los tiempos. De escultura, la principal, una talla de la Virgen con el Niño para el altar lateral de San Hermenegildo (hoy parroquia de San José) de Madrid.

 

Por último, el padre Mariano a quien se refiere el texto bancroftiano y que acude a la Cueva de la madre beata cuando conoce que está allí de ermitaña, es Ambrosio Mariano de San Benito (Azzaro), de quien el Diccionario de Historia Eclesiástica de España nos informa lo siguiente:

 

            Ambrosio Mariano de San Benito (Azzaro), OCD (Bitonto (Bari-Italia) 1510, Madrid 1594) teólogo, canonista e ingeniero. Cursó Teología y Cánones, doctorándose en ambas disciplinas. Igualmente en Matemáticas e Ingeniería. Asistió al concilio de Trento como teólogo seglar, donde su pericia lo llevó a la comisión que debería hacer gestiones delicadas en Alemania. A continuación pasó al servicio de los reyes de Polonia y luego al de Felipe II en la famosa batalla de San Quintín (1557), en los trabajos para hacer navegable el Guadalquivir de Sevilla a Córdoba y en los de riego de la vega de Aranjuez por el Tajo. Ya ermitaño en el Tardón (Sierra Morena), casualmente se encontró con santa Teresa. Como resultado de tal entrevista, entró en su Reforma y profesó en Pastrana (Guadalajara) con el nombre de Ambrosio Mariano de San Benito el 10-VII1570, ordenándose de sacerdote en 1574. Desde esas fechas fue una de las columnas más firmes de la reforma teresiana. En el plano religioso destaquemos su notable labor tridentina como teólogo seglar; su esforzado espíritu eremítico entre los ermitaños de Sierra Morena, de los que era el alma el virtuoso padre Mateo; y la preciosa ayuda que prestó a santa Teresa en su obra cumbre de la reforma de la Orden del Carmen. En el civil, sus valiosas obras en los ríos Gudalquivir y Tajo, que todavía subsisten.

 

Sólo nos queda concluir diciendo que el texto que abajo presentamos es desconocido hasta la fecha e incluye detalles no conocidos hasta ahora de la vida de la madre beata doña Catalina de Cardona, así como de la de los padres Juan de la Miseria y Ambrosio Mariano (compárese con los datos de la vida de la madre beta que hemos extracatado del también inédito texto de Francisco de Santa María). El relato tiene la frescura de un relato oral por boca de la eremita a Juan de la Miseria, que actúa, imaginamos, de notario-escribano. Sin duda que el lector percibirá los numerosos italianismos de Narduch en la narración.

 

Por último, espigamos una noticia curiosa referente a la madre. Su fama parece que incluso eclipsó a la de santa Teresa, pues en el monasterio de La Roda durante los primeros años se conoció como «Madre Fundadora» a Catalina de Cardona y no a aquélla:

 

            En los primeros tiempos de la Reforma, en La Roda, por ejemplo, a los frailes de Altamira no los reconocían las gentes de la comarca como Carmelitas Descalzos sino como a los «frailes de la Buena Madre». Y en el Capítulo General de la Congregación Española de 1619, en el que salió reelegido Prepósito general el Padre Alonso de Jesús María, se dio un Decreto por el que se ordenó que en lo sucesivo no se llamase Madre o Fundadora sino a la Madre Teresa de Jesús. Con él se pretendía hacer desaparecer de las mentes y del ambiente de muchos de aquellos adustos penitentes la ya vieja persuasión de que «es más Madre de los Descalzos la Madre Cardona que la Madre Teresa». (Salvador de la Virgen del Carmen, II: 37)

 

Port.: Vida dela Madre / Catalina de Cardona

 

 

En el nombre del Señor. La obediencia me mandó que/yo, fray Juan de la Miseria, escri/viese la vida de nuestra ma/dre Catelina de Cardona por habe/rme a mí contado y comunicado/su santa vida, por que estuve/un año con ella por la obediencia,/que me mandó quedarme allí/con ella por ruego de la misma/madre Catelina cuando funda/mos nuestra casa de La Roda, a do la/misma madre Catelina hizo/su penitencia, la cual es d´esta/manera.

 

 La madre Catelina de Cardona fue/(4v) hija de don Ramún de Cardona, el/cual está enterrado en Belpucho, /en Cateluña. El cual don Ramún estu/vo e´Nápole y allí tuvo esta hija Ca/telina, nuestra madre, que fue tía de/la princesa de Salerno, y así ofrecióse/ocasión a la misma prencesa de venir/a España a hablar al re Felipe ´y trujo consigo a nuestra madre Catelina/de Cardona, y así yo no sé del cierto si la prencesa de Salerno se volvió n´Italia/o se morió en España, porque la madre/no me lo dijo qué se hizo d´ella; y así la mis/ma madre me dijo quedó en casa/de Rui Gómez.

 

Lo que toca a su vida en tiempo que era/secular. Cuando era niña de siete/años e´Napole en su casa me dijo que/(5r) tenía su oratorio y la mayor par/te del día se la pasaba con cran (sic) amor/del Senor (sic) y de su Madre santísima/y en componer el altar y las ima/gen (sic) y rezando sus devociones; y/para que sus criadas se ocupasen/en cosas de devociones y bien ocu/pado el tiempo del día las llamaba/a que le venisen (sic) a d´ayudar en este/santo y devoto servicio de compo/ner el oratorio, y también para que/se quitasen de vanas imaginacio/nes y peligro de ofensas del di/vino amor. Y cuando era ya/mayor, en secreto se diesiplinaba (sic)/de noche después que sus cridas (sic)/la dejaban acostada sola en su cámera (sic)./(5v) Y rezaba algún rato de noche y/algunos días de la semana ayu/naba y huía de cosas profanas/y juegos y otras vanidades va/nas; y cuando le venían ocasiones/de pláticas que no eran confor/me al espíritu, luego se iba al/oratorio fingiendo que iba a o/tra cosa para desimular y hu/ir las palabras ociosas y vanas;/y esta manera de devocione (sic) y/santas costumbres le duró es/tando en casa del mismo Rui Gó/mez, y así como una granada/bien sazonada y madura se/abre y muestra los granocillos/hermosos y colorados, así la ma/dre Catelina, como ya estaba matura/(6r) de amor de Dios, no pudo tener en si/lencio ni disimular los granocillos/colorados y hermosos de las virtu/des que dentro de la corteza del cora/zón tenía, abrióse cuando quiso/probar y ver la voluntade (sic) de/Rui Gómez. Y así fue un día para acabar/ya con el mundo encañoso (sic) y díjole:/«Señor, ¿no sabeise (sic) que el Señor me ha/espirado (sic) que hagamos los dos un/espitale (sic) de niñas huérfanas (sic)?». Res/pondió Rui Gómez y le dijo: «Doña/Catelina, ruega tú agora al Señor/que a mí también me inspire y/me lo ponga en mi corazón para/que yo lo haga, porque hasta agora/no tengo gana de hacerlo». Y como/(6v) la madre vio la voluntad de Rui Gómez/que no era hacer este espital, determin/nós muy de vera (sic) para dejar el mundo y/desasirse d´él y buscar a Cristo, vida/y gloria de nuestras ánimas. Y así esta/ba dando traza y manera de cómo irse/de la casa del mismo Rui Gómez a un yermo,/en parte muy nascondida (sic) para no ser/conocida ni hallada de nadie. Y así vino/un día en casa de Rui Gómez un ermi/taño de San Juan de Alcalá, el cual se/llama el padre Piña, y así la madre Ca/telina le habló en secreto y le dijo/de cómo se quería ir a una soledad/y yermo, y así se concertaron de cómo/y cuándo sería la ida y qué noche sería./ Se concertaron en cabo de tres días,/ hasta que el hábito estuviese cosido, y/así la madre Catelina le dio dineros/diciendo: «Les toma para/(7r) va (sic) y compra paño pardo, tanto que me/abaste para hacerme hábito y capa y capi/lla de la manera de san Francisco de Paula,/y hágales cortar y coser luego». Y así estan/do cosido vino el padre Piña y le dijo como/ya estaba cosido y aparejado, y la ma/dre le dijo: «Vega (sic) tal noche que tengo halla/da una ventana muy baja por donde fá/cilmente puedo abajarme sin que na/die me vean (sic) ni nos oigan». Y así la madre/antes que saliese de la ventana se vestió/el hábito para parecer fraile si alguno/los hubiera ´contrado por las calles de/Madril, y así caminaron tada (sic) aque/lla noche, porque haçía buena luna,/y por el camino el padre Piña le cortó/los cabellos, porque el padre Piña era/(7v) muy temeroso y gran siervo de Dios./ Y por esto la madre Catelina se confió/dél./

 

De cómo por el camino se concertaron/a dó era bien para estar a su cómodo/y a su contento de la madre para/su oración y contemplación e y as/tinencia (sic). Y así fueron a Alte/mira para ver si le contentaba/aquel monte. Y así a la madre no/le contentó el (¿) porque allí/hace muchísimo air (sic) y el otro no era/aparejado para hacer su habita/ción y cueva. Y así el padre Piña,/viendo que la madre allí no le/daba contento, la llevó a un ye/rmo cerca de/A (sic) Roda, media legua, término de San Clemento (sic),/(8r) y así escogieron este sitio que agora/está nuestra casa. Allí estaba su/cueva y para hacer esta cueva di/jo la madre al padre Piña que fue/se a La Roda y abuscase (sic) unos peo/nes para que hiciesen su cueva./Y así fue luego. La madre señaló/el mismo lugar a do quería su cueva/y el padre Piñana (sic) dejó a la madre/hasta que la cueva estuviese aca/bada a su contento y a propósito/de la madre, y en/acabándola/el padre Piña se despedió de la/madre y se volvió a su ermita/en Alcalá./

 

La madre estuvo en esta cueva/siete años y en este tiempo no co/mía sino tres onças de pan cada/(8v) día mojado en agua. Me contaba/con fervoroso espíritu muchas ve/ces como oveja con su boca misma/por tierra pacía y comía yerbas,/las que ella conocía ser buenas de/comer, y decía que cuando poní (sic) su/boca en tierra para morder las yer/bas le daba gran gusto y conten/to de verse como una animal pacer/y comer las yerbas para despre/ciar a su cuerpo, pues que acá en el/mundo tenía muy abundante de/los regalos, aunque siempre mien/tra que estaba en el mundo vivió/co (sic) mucho recato de no tomar lo que/era demasiado, de manera que/tres onças de pan comía cada día/y esto era/(9r) en aquel principio, mas después/tres onças comía cada día, tres/día (sic) en la semana en mojado en agua/con pocuito (sic) de sal por encima, y los/días eran dominco (sic) y martes y jue/ves. Un hombr (sic) y su mujer de La Ro/ta (sic) tomaron grande devocione (sic) con la/madre y le traían aquel poco de pan/que la madre comía la semana./ Me contó la madre Catelina que/la llamaba de noche muchas ve/ces en la cueva mientra que allí/moró con voces terrible (sic) cuando/dormía, aunque no dormía más/que tres oras cada noche, y cuan/do el Demonio la llamaba se levan/tava y decía/(9v) así: «Demonio, ¿habéisme llamado?;/pue (sic) aunque te pese me tengo de levantarme (sic), no por ti, sino por amor/de mi Señor Jesucristo, y rezar/mis devociones». Muchas veces el/Demonio para espantarla por la/misma cueva le andaba el derre/dor de la madre en forma de gran/culuebra (sic) negra y le decía la mis/ma madre «¿A qué vienes?», toman/do el hisopo con agua bendita, echán/dola sobre ella, y luego se salía fue/ra a la puerta de su cueva, se/asentaba de día para descansar/algún tanto, aunque rezando. Vio venir un hombre con un pal (sic) a cues/ta y era loco; preguntó a la madre/que qué hacía allí; respodió (sic) la ma/(10r) dre: «Hijo, estoy aquí sirviendo a Dios»,/y él se pensó que era fraile y le tor/nó a preguntar y le dijo: «Padre, ¿qué coméis?», e respondió la madre: «Hijo,/como lo que la gente me dan». Y él, oyen/do esto, fuese muy depriesa a unos pastores que estaban lejo (sic) de allí/un cuarto de legua y con su palo/a cuesta fue allá y en llegando dijo a los pastores: «Denme pan para/un ermitaño que no tiene qué co/mer», y luego le dieron pan, porque/la gentes (sic) tenían gran temor d´él;/y volvió y dijo en llegando: «Toma,/padre, y come», y éste le conoció (sic)/y por ruego de la madre le sanó/el Señor, y cada día venía a ver/a la madre/(10v) si le faltaba pan./Toda aquella tierra de La Mancha la gentes (sic)/venían en carro a ver a la madre y tra/ían los enfermos y endemoniados y/ locos y todos lo´ sanaba (sic) el Señor por/la oración de la madre Catelina y te/nían sus novenas con ella. Venían señor/ras muy principales de muy lejo (sic), tierra/hasta de Valencia y de Murcia. Había/alrededor de la cueva por aquel campo trenta carros en que venían la/gentes (sic)./

 

De cómo la madre tenía grandí/simo deseo de hacer un monasterio de frailes/en el sitio a do tenía su cueva. Y así/la madre siempre rogaba a Dios/que le mostrase de qué orden había/de ser, perseverando muchos días/y meses/(11r) en esta santa peticiones (sic) y ruegos./Y así ella tenía un crucifijo col/gado a su cabecera a do dormía/tres oras cada noche y no más, sola/mente para descansar su flaca/naturaleza del cuerpo para vol/ver con mayor fervor y fuerza/y amor del Señor en la oracione (sic). Y/una noche este santo su crucifi/jo se quitó a do estaba colgado y/se alzó en alto, solo, un bue (sic) rato/en alto de la cabecera y apareció/entonces con el mismo Cristo/un paño blanco de lana y el Cristo/habló con palabras como de lejo (sic) y dijo: «Esto es la capa de los frai/les que yo quiero que aquí tú hagas/el monasterio. /

 

(11v) Ya nosotros teníamos fundado/nuestra casa de San Pedro de Pas/trana y el padre Mariano estaba/con los peones que trabajaban en/hacer la cueva. Y así llegóse allí un hom/bre que iba de camino a ver la cueva/y dijo a los hombres que trabajaban:/«A (sic) mi tierra hay una mujer ermitaña/que también ella ha hecho una cueva/y allí está en un yermo»; y este hombre era de La/Roda, y el padre Mariano entonces es/taba allí cerca y llegóse a este hom/bre y le preguntó que cómo se llama/ba esta mujer y el hombre le dijo: «Padre,/yo no sé su nombre, sino que por allá/la llaman ´la Buena mujer´»; y también/le preguntó el padre Mariano que cómo/se llamaba su pueblo; dijo «La Roda»./(12r) El padre Mariano en tiempo que era/segular (sic) conocía a la madre, por/que el padre Mariano era ayo del/príncipe de Salerno cuando estuvo/en Madril, y así como eran italianos/el padre Mariano iba a visitar a la/prin/cesa y a la madre, y de aquí vino el conoci/miento de los dos, y así volviendo a nue/stro propósito, en diciendo aquel hobre (sic)/que su pueblo se/llamaba La Roda, lue/go el padre Mariano vino a la celda/a do yo trabajaba en hacer imagen/de madera y de pintura, diciéndo/me con gran alegría y contento, y/así me digo (sic): «¡No sabeise (sic), hermano fray/Juan de la Miseria, que ya he sabido/nueva de Catelina de Cardona,/mujer/(12v) muy noble, tiya (sic) de la prencesa de Sa/lerno? Y así para servir a Dios se huyó/de noche de la casa de Rui Gómez y hasta/agora no supimos d´ella. Y así yo/quiero ir a Pastrana a buscar una/cabalgadura y un hombre para ir/a buscarla». Y así se partió de nues/tra casa con licencia del perlado,/que entonces era el padre Rui Gaspar Nieto./Y así en llegando el padre/Mariano/cerca de la cueva de la madre,/la misma madre estaba asentada/a la puerta de su cueva rezando/y de lejo (sic) oyó hablar y así miró para/ver quién eran y vo (sic) que venía/hacia ella un fraile con capa blan/ca como aquella que había visto/(13r) cuando su crucifijo se levantó él/solo en alto con paño blanco de/lana. Y así ella luego se levantó/de donde estaba asentada y/corriendo como ella podía con los/brazos abiertos diciendo «Ésta/es la capa blanca que el Señor/me ha mostrado en visión, y ésta/es la orden y frailes que ha de ser/mi monasterio que aquí yo tengo/de hacer y fundar». Y así estuvie/ron hablando un ratico, antes/que el padre Mariano/se diese/a conocer,/y luego el mismo pa/dre Mariano se descubrió y di/jo: «¿No conoció a Hulano?»;/(13v) dijo la madre: «¡Y cómo si le conocí!»/Respondió el padre Mariano: «Pues/yo soy». Entonces la madre se hol/gó otro tanto y le dijo cómo/fundamos la casa de San Piedro (sic)/de Pastrana y así ella luego dijo/que quería que le dié/semos el hábito de fraile con capi/lla como nosotros mismos, y así/luego mandaron al hombre que/llevó el mismo padre Mariano,/el cual se llama Solano, a que fue/se a La Roda a burgar (sic) una caval/gadura para la madre, y así/vinieron a nuestra casa. Y para/recebirla salimos todos fuera.

 

 

NOTAS

(1)Una versión de este artículo se presentó como ponencia en el homenaje a Francisco Márquez Villanueva que le hizo el Colegio Complutense en la Universidad de Harvard (Los quilates de su oriente) en el enero del 2003

(2) Nos recuerda —con razón— Francisco Márquez Villanueva, maestro como siempre, que a pesar de la fama de Catalina de Cardona y de lo que pudo haber inspirado a santa Teresa el ejemplo de aquélla, no puede en absoluto postularse sin más una línea directa de relación entre el ejercicio de abstinencia y deyección corporal de la italocatalana (y con ella el de otras tantas otras beatas del momento) y el deseo de reforma carmelita de santa Teresa, quien a menudo incluso rechazó los ejercicios de renuncia y abstinencia de extrema dureza física que sólo conducían a la mortificación corporal.

 

Referencias bibliográficas

 

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FRANCISCO DE SALES, SAN Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales... traducida del francés, enmendada y añadida por Francisco de Cubillas Donyague y ahora nuevamente corregida y enmendada por el original francés, con una declaración mística de los Cantares de Salomón, para tener oración mental y con el directorio de religiosas que se añade en esta última impresión. Madrid: Imprenta de la Viuda de Manuel Fernández, 1768.

 

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