La participación
del clero secular
en las congregacionesde los
pueblos de indios:
el caso de Atlacomulcoy San
Juan de los
Jarros 1592-1604*
Por
Felipe
Santiago Cortez1
El Colegio
de Michoacán
https://mihistoriauniversal.com/edad-moderna/clero-secular-america-colonial
El
objetivo de este
artículo es analizar
la participación del clero secular
en las congregaciones de
los pueblos de
indios. Mi contribución
al debate sobre
las congregaciones es estudiar
el papel de
los curas como
actores sociales complejos
que no se
circunscribe a escenarios
propios de su
actividad religiosa, sino
que actúan como
verdaderos negociadores,
intermediarios y agentes políticos de los pueblos. Para ello, analizo el caso
de Juan González de Urbina, cura de Atlacomulco, personaje principal del
documento inédito de la congregación de
Atlacomulco.
Este artículo nació a raíz de mi tesis doctoral
dirigida por mi querida maestra Margarita Menegus. Agradezco las sugerencias de
los dictaminadores que enriquecieron el contenido de este
escrito. Asimismo, extiendo
mi agradecimiento al
Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología (México)
por la estancia
posdoctoral realizada en
El Colegio de
Michoacán, así como a los doctores
Luis Alberto Arrioja y
Thomas Calvo, adscritos
a tan honorable
institución, por leer
y comentar este
artículo. Por último,
agradezco a la
maestra Gabriela Nieblas Gutiérrez (mi esposa)
sus comentarios y
correcciones.
En la historia
sobre los pueblos de indios hay varios procesos que han sido abordados por
distintos especialistas, entre
ellos se encuentra
la política de congregación, cuyo principal objetivo era
remover a los indios de sus lugares originarios a centros urbanos de más fácil
acceso. En este artículo me centraré
en el segundo
periodo de dicha
política que va
de 1590 a
1604, su repercusión fue determinante en varios
pueblos de indios, sobre todo, en el ámbito
político y territorial. Algunos estudios
pusieron su atención
en el impacto que tuvo al interior de los pueblos
ya que modificó de manera sustancial los padrones de asentamientos. Otros
investigadores observaron que las reducciones funcionaron para controlar los
recursos de los pueblos y así también dejar claro cuáles
eran las tierras
baldías que podían
ser mercedadas a
españoles2. Dicho lo anterior,
mi propuesta en
este artículo es
acercarse al proceso
de reducción de los pueblos desde una óptica social poco tratada,
específicamente, me centraré en
el papel del
clero secular.
En ese
sentido, el objetivo
es revalorar la
labor de los
curas seculares durante las
congregaciones, considerándolos como actores sociales complejos cuyo papel no
solamente se circunscribe a escenarios propios de su actividad religiosa, sino
que actúan como
verdaderos negociadores, intermediadores y agentes políticos de los pueblos. Para
ello, analizo el caso del cura Juan González de Urbina quien obtuvo su
beneficio eclesiástico en el pueblo de Atlacomulco y se convirtió en un líder
local promotor de la congregación de 1604, al
aliarse con los
linajes principales y
al oponerse a
otros actores sociales establecidos antes
de su llegada
como fueron la
familia de encomenderos
y los caciques mazahuas.
Aun cuando se
estudia el caso de un cura que repercutió en su ámbito local, considero que
este trabajo coadyuva
a explicar desde
otra óptica el
proceso congregacional desde un enfoque social, donde la participación
del clero secular y otros actores como los principales, los caciques y el
encomendero tuvieron implicaciones determinantes en la historia de los pueblos
de indios.
Los especialistas
han vislumbrado diferentes
papeles de los
religiosos, ejemplo de ello, Bernardo García en su investigación sobre
los pueblos de la sierra de Puebla, anuncia la importancia de los
eclesiásticos3; Rodolfo Aguirre tiene varios textos
donde señala el
papel del clero
regular en los
pueblos de indios, entre
sus postulados principales
está la relación
de poder frente
a los caciques y
encomenderos4; William Taylor ve claramente
el liderazgo de los
curas en distintos pueblos de indios del centro y occidente de la Nueva
España para las
primeras décadas del
siglo XVII y XVIII5.
El derrotero de
este trabajo es analizar
con profundidad la
participación del cura
Juan González de Urbina
en el proceso
congregacional de San
Juan de los Jarros inserto
en un siglo y periodo poco estudiado, a saber, 1592-1604, a partir de la
revisión de documentos, entre
ellos, el documento
de congregación del
pueblo sujeto de San
Juan de los
Jarros6, además de
varios ramos del Archivo
General de la Nación
y del Archivo General
de Indias.
Las
congregaciones en los Pueblos de indios
Uno de los
primeros estudios sobre
la reducción de
los pueblos fue el
artículo de Howard F. Cline en 1949, donde se expuso que la mayoría de los
pueblos de la Nueva España tenían una constante en su patrón de asentamiento.
Los caseríos indígenas estaban dispersos, lo que dificultaba la administración tanto
civil como religiosa7.
Durante la administración del
Conde de Monterrey se mandaron 30
comisiones en septiembre de 1598 para reconocer el terreno
y, sobre todo,
tener cuidado con
los problemas que
pudieran pre-sentarse en los
reajustes territoriales8. El autor considera que las congregaciones realizadas
entre 1595 y 1605, en su mayoría, fueron verdaderos cambios en lo
territorial en virtud
de que desaparecieron cientos
de establecimientos
menores9. En este
primer acercamiento sobre
las congregaciones, Cline
no ahondó en el
tema, solo analizó
las implicaciones generales
del proceso a la
vista de
las ordenanzas emanadas
desde la Corona
y puestas en
práctica por el virrey Conde
de Monterrey, sin
embargo, sentó las
bases para analizar los alcances
espaciales de las congregaciones.
Entre los especialistas más importantes en los estudios sobre
las congrega-ciones de los pueblos de indios, sin duda alguna, está Ernesto de
la Torre Villar. En 1952 hizo
un análisis sobre
el artículo que
publicó Lesley Byrd
Simpson (1934), en el
cual hace referencia
a la relación
de la visita
y demarcación del pueblo
de Tianguistenco, en
el actual estado
de Hidalgo10. Más que fijarse en
las implicaciones espaciales
propias de la
congregación, de la
Torre puso su interés en las repercusiones y
manifestaciones adversas que los indios interpusieron a las autoridades
novohispanas. Para 1597, la configuración interna de Tianguistenco era de 177
tributarios que labraban una sementera de maíz, además de poseer ricos recursos
naturales como afluentes de aguas y tierras fértiles.
Los pueblos sujetos
esgrimieron su preocupación
por dejar sus
cultivos: «dicen que en
su pueblo hacen
sus sementeras y
que por estar
alrededor del monte las están
guardando, y mudándose a la cabecera es fuerza irlas a hacer en sus tierras,
porque no las hay en la dicha cabecera»11. La postura de estos indios
tributarios no fue respaldada por la encomendera doña María de Mosquera, así
que el juez congregador hizo un oficio para el rey argumentando los beneficios
de la congregación para los pueblos sujetos de Tianguistenco en 1604, además de
señalar lo fácil que sería la administración de los indios. Resultado de
este ejercicio, Ernesto
de la Torre abrió
el debate sobre
la funcionalidad de las
congregaciones en los pueblos o sus repercusiones negativas dado que,
en muchas ocasiones,
los indios perdieron
territorios; estos argumentos
fueron retomados por
estudiosos en décadas
posteriores.
Otro texto básico sobre las reducciones es el artículo de
Peter Gerhard publicado en 197712.
Entre los aportes
más importantes de
su investigación fue aclarar los efectos positivos y negativos
de las congregaciones en los pueblos. Para
él no se
puede negar la
adquisición de tierras
por parte de
los españoles, ya que,
al abandonar los
indios sus lugares,
se consideraron tierra
realenga y, por lo tanto, digna
de repartirse a españoles mediante una merced, sin embargo, en algunas partes
de la Nueva España, se consolidó el gobierno indígena, además de crear
verdaderos pueblos ordenados con tierras para sembrar13.
Una década más
tarde, Bernardo García
Martínez presentó su
obra sobre los pueblos
de la sierra
poblana14. En su
investigación planteó que,
debido a las concepciones
renacentistas europeas del
espacio, los españoles
preferían la tendencia a privilegiar las estructuras definidas y
concentradas, de tal manera que por la naturaleza del gobierno y de la
administración de los servicios religiosos, así como la administración civil y
eclesiástica, demandaron de los pueblos límites y centros que regularan las
actividades15. Para Bernardo García,
las congregaciones fueron
un logro duradero
ya que respondieron
a un programa definido y bien
organizado donde se designaron agrimensores auxiliados por agentes cercanos a
los pueblos como los gobernadores y los alcaldes mayores. Al igual que Gibson,
el autor señaló que las congregaciones por sí mismas no alteraron la integridad
de los pueblos, además de que los propios naturales participaron activamente
en su
realización.
Al paso de los años y con vasta experiencia, en 1995, Ernesto
de la Torre Villar escribió nuevamente sobre las congregaciones de los pueblos
de indios. De sus postulados iniciales sobre lo perjudicial de dicha política
no se desdijo, al contrario,
continuó con su
visión crítica. Para
él, las reducciones
con-llevaron una labor imperiosa y perjudicial debido a la alteración
que implicó para los pueblos,
de hecho, prácticamente
los destruyó: «de
muchas formas de relación social
y política existentes en la época prehispánica, diluyó nexos de parentesco, de
relaciones étnicas... con las reducciones, el dominio de los conquistadores se
hizo más patente»16. En otras palabras, este autor consideró la congregación
como una injerencia
directa en la
estructura política prehispánica que culminó con
su destrucción.
En años recientes los trabajos sobre las congregaciones se
han diversificado, hay propuestas metodológicas interesantes para abordarlas.
Un ejemplo de ello es la invitación
de Juan Manuel
Pérez Zevallos para
analizar dicha política17. En su
tesis toma como
punto clave los
movimientos de población
que se circunscriben
en una gama de posibilidades
de análisis, de
hecho, el propio
concepto alude al dinamismo y transformación que repercuten en el orden
preestablecido, sin duda
alguna, la política
de congregación cumplió
con ese reordenamiento y
por sus características se
pueden derivar varias
aristas de análisis18. Entre
ellas, Pérez Zevallos
considera que las
causas y motivaciones para los procesos
congregacionales determinarán las reacciones internas en cada caso. El segundo
nivel de análisis es entender las distintas expresiones y formas de esos
movimientos, de tal suerte que se pretende vislumbrar si esos reajustes fueron
voluntarios o impuestos19. Por la naturaleza espacial de mi lugar de es-tudio,
el norte del valle de Toluca, la variable que más me interesa es la que el
autor llama «morfología
de los movimientos»20 que
consiste en analizar
los movimientos inter-culturales, es decir, qué ocurre cuando se
congregan distintas etnias en un mismo espacio, si bien es cierto, no es el
objetivo de este escrito, hay que advertir
que en nuestro
ámbito de injerencia
hay otomíes, nahuas
y mazahuas. Indudablemente, esta
forma de análisis
puede ser un
modelo para abordar las
congregaciones con mayor profundidad.
Francisco Jiménez
Abollado hace otro
planteamiento sugerente para
abordar las congregaciones. Él sostiene que mediante los estudios
etnográficos se pueden entender los comportamientos de
distintos actores sociales21
y bajo esta
óptica estudió la congregación
de San Francisco
Temango de 1598
localizado en el valle del mezquital. La descripción
espacial es fuente vital para comprender por qué congregar
a los pueblos, Temango está
ubicado en una
zona geocultural de la
Sierra Alta, al norte
del actual estado
de Hidalgo22, por
el aspecto físico
hay una diversidad de grupos que se asentaron en las faldas de las
montañas, de hecho, esto fue pieza
fundamental para la
organización de la
congregación. El autor también advierte el protagonismo de las
autoridades españolas «agentes aculturadores» amén de los sujetos pasivos, los
indígenas23. La información que se confeccione durante el proceso de
congregación emana de los funcionarios enviados por el virrey, sin desestimar
los testimonios de personas como los padres doctrineros y
las autoridades locales,
quienes forman parte
vital para entender
las problemáticas, no obstante, considero que los documentos de
congregación pueden dar mayores aportes a la discusión historiográfica en
cuanto al acercamiento hacia los problemas y sus complejidades.
Para cerrar este balance, hay un trabajo que habla sobre el
papel de la iglesia novohispana en la
segunda etapa de
las congregaciones a raíz del
tercer concilio provincial
efectuado en 1585. Rodolfo Aguirre hace un recuento contextual sobre la iglesia
misional y su importancia en el proceso de reducción de los pueblos en la segunda
mitad del siglo
XVI24 en donde
la participación del
clero secular fue incipiente y
con muy pocas
implicaciones. No obstante,
con los cambios
dados por el primer concilio provincial en 1555 aunados a la visita en
1568 de Juan de Ovando donde los
curas detallaron las
condiciones de las
doctrinas, se dieron cuenta de las deficiencias del clero
misional y con en ello las críticas y luchas en pugna por la doctrina de los
pueblos de indios25. Las propuestas en los memoriales del tercer concilio
coincidían en la necesidad de congregar a los indios alrededor de las iglesias
ya que priorizaba las necesidades espirituales, además el papel del clero
secular era básico, de tal suerte que el propio consultor del concilio, el doctor
Hernando Ortiz, enumeró las ventajas que tenían los curas en la conversión de
las almas26, en párrafos precedentes este personaje fue vital para la
asignación del beneficio eclesiástico de nuestro cura Juan González de Urbina.
También cabe destacar que una de las conclusiones mencionadas por Rodolfo
Aguirre es que, a diferencia de las órdenes mendicantes que pugnaban por la
protección de las tierras de los pueblos, el clero secular no reparaba en ello,
al contrario, veía necesario el traspaso de las tierras desocupadas a los
colonos españoles27. Tal vez falta matizar esa idea con más trabajos que
detallen este proceso, para nuestro caso, al cura Juan González pugnará
y, en algunos
casos, defenderá las
tierras inmemoriales de los
linajes tradicionales de San Juan de los Jarros.
En los últimos 70 años se han escrito diferentes trabajos
sobre las congregaciones en sus dos diferentes etapas28, es probable que dentro
de la historiografía colonial no se
ha hecho justicia
sobre sus implicaciones
en los pueblos
de indios, quizá
por la escasa documentación o el
interés personal de cada especialista, sin embargo, es un aliciente el que los
últimos trabajos problematicen este proceso, y de ello va la pro-puesta aquí
presentada. He notado la ausencia de los elementos sociales que incidie-ron en
los procesos congregacionales; si
bien es cierto
que se da
por entendido la participación de
diversos actores sociales
como el caso
del clero secular
y regular, los jueces de
congregación, además de los indios, creo que aún falta puntualizar qué papel
desempeñó el clero secular en las congregaciones de los pueblos. En un inten-to
por responder esta pregunta, como ya mencioné, analizaré el caso del cura Juan
González Urbina. Para
ello, he dividido
las siguientes líneas
en tres parágrafos:
el primero, abordará el contexto de secularización del valle de Toluca;
en el segundo, analizaré, grosso modo, el entorno previo a la llegada de Juan
González de Urbina a Atlacomulco; y, por último, su participación en el proceso
de congregación.
Los Primeros curas en el valle de Toluca
La llegada del clero secular al valle de Toluca responde a
una etapa crucial en la iglesia novohispana, sobre todo, con el ascenso de
Alonso de Montufar y las reformas
tridentinas tendientes a
fortalecer al clero
eclesial, y de
cierta manera desestimar el
trabajo de los
frailes en el
valle. A raíz
de la Junta Magna de 1568 se puntualizaron los
problemas de las Indias, entre ellos, los asuntos eclesiásticos
y de evangelización, de tal manera
que con Juan
de Ovando comenzó el análisis sobre el estado que guardaban las
jurisdicciones, razón de ser
de las descripciones
que a petición
del arzobispo solicitaron
a los curas diocesanos
y que éstos
enviaron en 156929.
Para el valle
de Toluca hay informes los primeros beneficios encontrados en los
pueblos de indios serranos. En Xalatlaco estaba el cura Juan de Sigura30, en la
parroquia de San Pedro Atlapulco se asignó
al bachiller Pedro
de Salamanca que
tenía por vi-sitas
a los pueblos
de Capulhuac, Ocoyoacac,
Tepexoyuca y Cuapanoaya31, en Xiquipilco (de configuración
étnica otomí) fue asignado Francisco de Agui-lar32. Para
la zona norte
(Ixtlahuaca) estaba el cura Juan Venegas33.
El orden social con respecto a los primeros años de conquista
había cambia-do, el poder
del rey y
su control en
la Nueva España
se hacía cada
vez más puntual, su apoyo al naciente
clero secular y a la Universidad dio un impulso a la inserción de curas en los
pueblos y con el apoyo de los encomenderos, prosperaron y fueron avanzando en
influencias y poder. Pero había un riesgo en instaurar curatos; como bien se
sabe los miembros de alguna orden mendicante hacían ciertos
votos monásticos cuyo
objetivo era conllevar
una vida espiritual a la salvación a través de la
renuncia de placeres terrenales, uno de los votos era el de
pobreza que los
ligaba a una
vida sin ataduras
o inclinación afectiva
a lo material (no tener nada, no
poseer nada). Votos que el clero secular no hacía, y en muchas de las ocasiones
los curas amasaban territorios y fortunas.
Idealmente se les pedía a los clérigos seculares llevar
consigo a su profesión algún bien
o pensión que
les proporcionara un
nivel de vida
decente, según los cánones
de Trento, no
debía impartirse la
ordenación a menos
de que el candidato
demostrara contar con
tal fuente de
ingresos34. La Corona pagaba a los frailes y a los
sacerdotes seculares que administraban a los pueblos de
indios35, los curas
en los pueblos
mineros no indígenas
debían ser pagados con el producto
del diezmo de
los pobladores. En
referencia a la construcción de las iglesias catedrales, a
mediados del siglo XVII, la responsabilidad financiera era repartida por la
Real Hacienda, el encomendero y los indios,
todos ellos se
dividían un tercio de los
gastos totales36.
Ahora bien, acontecimientos tales
como el apoyo
real y del
propio arzobispo en el
fortalecimiento del clero secular, además de los cambios suscitados en el
tercer concilio provincial
tendientes a señalar
la pronta claridad
en la administración religiosa
en los pueblos
de indios, permitieron
la asignación de los primeros
curas al valle, además de aprovechar a los primeros bachilleres graduados
de la Universidad
y así implementar los planes
del clero.
El contexto antes de la llegada del cura Juan González de
Urbina a Atlacomulco
El encomendero de
Atlacomulco fue Francisco
de Villegas en
153737, y permaneció como tal 15
años. A su muerte, le sucedió su hijo Manuel Villegas y, por
último, Pedro Villegas.
La familia Villegas
tuvo en encomienda
a los indios de Atlacomulco cerca de
58 años.
La
familia Villegas en Atlacomulco de
1537-1595
AÑO |
NOMBRE
DEL ENCOMENDERO |
FUENTE |
1537-1552 |
Francisco de
Villegas |
Gerhard, 2000; 355,
364. |
1552-1570 |
Manuel Villegas |
AGN, Tierras,
vol. 1834, exp. 4, f. 79 |
|
|
AGN, Mercedes,
vol. 9, f. 270 |
1570-1595 |
Pedro Villegas |
AGN, Mercedes,
vol. 17, exp. 289 |
La transformación de los señoríos prehispánicos inició con la
identificación por parte de los españoles entre los lugares que a su juicio
podían considerarse como sitios de
residencia de los tlahtoque
y aquellas poblaciones
que tenían una posición
subordinada38. La designación
para determinar los
lugares de jerarquía se derivó de un estudio atento de
la realidad nativa y tal vez utilizaron ciertos documentos donde detallaban
registros censales, catastrales y tributarios. Probablemente uno de los
testimonios consultados fue la Matrícula
de Tributos en donde se registraron los lugares destinados al acopio del
tributo.
En esa identificación de los lugares, hay un asunto que no
concuerda con la evidencia. Gracias
al documento de
congregación sabemos que
el lugar donde estuvieron los linajes
prehispánicos fue San Juan de los Jarros, también conocido como
Cuiyatepec39. Sin embargo,
su historia es
omitida en los
documentos y es
aquí donde surgen
varias interrogantes, por
ejemplo, ¿qué ocurrió después
de la conquista?
y ¿por qué
el encomendero Francisco
de Villegas nunca mencionó
la existencia de San Juan
y sí la de
Atlacomulco? Para entender este
problema tan complejo
es necesario armar
las piezas del mosaico.
En El Libro de
las tasaciones de
pueblos de la
Nueva España, se registraron dos lugares: «Temagascalzingo,
que es la una estancia... [hay otra estancia] que se dice Acuzilapa»40, esto en
1537; y en La Suma de Visitas de 1548
se menciona que:
«Atlacomulco es cabecera,
y tenía tres
estancias su-jetas; Techichilco,
Tepeolulco y Tlamacozcacingo»41.
Ahora bien, nótese que en ambas fuentes todavía no habían asignado
patronímicos. De las
estancias referidas todavía
algunas se pueden
localizar. En la documentación colonial del siglo XVII hay
referencias de Acucilapa, de hecho, es
uno de los
pueblos sujetos más
importantes de población
mazahua hasta el día
de hoy. Temascalcingo tiene
como santo patrono
a San Miguel;
de Tepeolulco su advocación fue San Francisco, de población netamente
mazahua42. Con respecto a Techichilco no existe ningún registro. Según La Suma
de Visitas los pueblos que colindaban con Atlacomulco eran: «parte al norte con
Xilotepec y Acámbaro y al sur con Xocotitlán y Maravatio y al levante con
Xicotitlán».43
Hay un aspecto digno de destacar, el pueblo Atlacomulco no
está en ningún códice o crónica temprana, su primera referencia se encuentra en
El libro de las tasaciones. Atando
cabos, hay un
cacique homónimo del
encomendero procedente de
Temascalcingo, indio que estuvo reeligiéndose por más de 12 años en los
cabildos; además de aprovecharse del máximo puesto, en su administración compró
varias estancias ganaderas y caballerías de tierras, convirtiéndose en un rico
y próspero terrateniente de todo el norte del valle de Toluca.
Ahora bien, es probable que se tejió una alianza entre el
encomendero y sus hijos con dicho cacique procedente de Temascalcingo para
desplazar a los linajes gobernantes de San Juan de lo Jarros y relegarlos del
poder político. Se necesitaba una nobleza
indígena, capaz de
negociar y, sobre
todo, recabar los
tributos y servicios, interés
primordial del encomendero. En esta etapa de reconocimientos y primeras
alianzas se dio la primera congregación de 1550, sin embargo, es una
realidad que hay
pocos testimonios donde
se haga mención
de su aplicación
en el valle de Toluca 44, para nuestro caso no existe algún memorial que
enuncie una reorganización espacial pero, por las referencias antes descritas,
es de suponer la participación del encomendero en su ejecución con miras a
aprovechar todos los recursos político-tributarios de su encomienda y así
aliarse con los caciques mazahuas,
además de separar
tanto espacial y
como políticamente a
los linajes de San
Juan de lo
Jarros. Por tal
razón antes de
la llegada del
cura Juan González de Urbina el orden establecido
dictaba una alianza funcional bajo los intereses de dos actores sociales como
fue el encomendero y su homónimo cacique.
El cura: sus desavenencias con el encomendero y el cacique mazahua
El cura llegó
a Atlacomulco en 157545.
En una relación
de méritos46 que realizó en 1576 ante el rey, se puede
conocer su procedencia y las relaciones e influencias que tenía en el orden
político y religioso. Su padre era Andrés González avecindado
en la Ciudad
de México quien
se casó con
Juana Ramírez «y que durante su
matrimonio vieron (sic) por su hijo legítimo al dicho Juan González de Urbina
que es uno de los honrados clérigos que hay en esta Nueva España»47. Desde muy
joven sirvió como capellán en la catedral de la Ciudad de México, según
el testimonio del tesorero
de la catedral el canónigo Pedro
Garcés quien lo
conoció por más de
10 años48.
Todo parece indicar que el presbítero estaba bien
relacionado. En su petición presentó nueve testigos que refirieron sus méritos,
los cuales decían que era de «buena
teología, es buen
muchacho virtuoso y
hombre de bien
y de buena fama». Entre ellos
había dos comerciantes, don Juan del Allodilio (sic) de 65
años y Juan
de Valladolid de
61 años; también
convocó a españoles avecindados en la Ciudad de México:
José de Solís de 36 años y Jorge Pérez Solís
de la misma
edad; otro de sus testigos
era un regidor
del cabildo de la
Ciudad de México:
don Tomás Justiniano,
con quien mantuvo
una estrecha relación por unos
10 años49.
Dentro del mundo religioso lo recomendaron con grandes
elogios el presbítero Pedro Garcés
(45 años), el
clérigo Diego López
de la iglesia
de la Ciudad de
México (46 años),
Pedro Sánchez (46
años) y el
más importante de sus testigos el
doctor en teología, maestro en artes y catedrático de filoso-fía en la
Universidad, Hernando Ortiz de Hinojosa de 35 años50. De las múltiples
habilidades que tenía Juan González de Urbina destacaron sobre manera su
domino del otomí:
«es el más
hábil que hay
entre los clérigos
en la lengua otomí
que es una
de las más
escabrosas y difícil
lengua que hay en
esta tierra y
también sabe la
mexicana»51; «da muy
buena doctrina en muy
buena lengua mexica y otomí que es la lengua que se pretende que lo sepan los
clérigos de esta Nueva España porque hay pocos que lo sepan como el dicho Juan
González»52; «es buen religioso y tiene buena lengua otomí y que hace de mucho
provecho con los
naturales cual el
presente es beneficio
en el pueblo
de Atlacomulco»53. A la par del tiempo, sus conocimientos en el otomí le
fueron de gran valía con los indios otomíes de San Juan.
Ahora bien, la
manzana de la
discordia entre el
recién llegado cura
y el orden político-social de
Atlacomulco fueron las
congregaciones de los
pueblos. Por el documento de congregación sabemos que entre el periodo
de 1590 a 1608 hubo dos intentos por reducir a los indios. El primero se dio en
1593 por mandato del virrey Luis de Velasco «ordeno y mando juntar y congregar
los pueblos de
Xocotitlán y Atlacomulco a
don Pedro de
Villegas y Peralta en
quien dicen estar
encomendados y que me han
dicho que actualmente
se está haciendo la
congregación... y al
juez congregador haga
lo dicho»54. La disposición señalaba a dos personajes
importantes la familia de encomenderos y
al juez congregador,
nótese la ausencia
del cura, pero
ninguno de estos personajes participó en este intento.
Juan González de Urbina tomó las riendas de la primera reducción de tal manera
que tuvo muchas dificultades.
... me consta
que en muchos
de los pueblecillos
que dejaron tienen
sus iglesias hechas y hay casas
fundadas en forma y del pueblo de San Juan se fueron los del sujeto de
San Francisco Tepeolulco
y San Pedro
y otros dos
sujetos y del
pueblo de Santiago Acosilapa que han de traer del pueblo de San
Francisco, se fueron los del sujeto de
San Felipe y
de la congregación
de San Miguel
Tlamazcaltzingo [Temascalcingo], se fueron los del sujeto de Santiago y
con riesgo de estar en sus puestos
como de antes
y no he
sido poderoso atraerlos
a congregación y
doctrina ni acuden a
las confesiones y
a oír misa
como deben y
sin esto están
muchos embarrancados a donde jamás
acuden a la
iglesia55.
La presencia del
cura se hizo
notar, él instrumentó
la congregación bajo el
argumento doctrinal de
que los indios
escucharan las misas
dominicales, de tal suerte que Juan González de Urbina tuviera su propio
modelo de congregación, trayendo indios
de cuatro pueblos
mayoritariamente mazahuas,
para fortalecer al
pueblo de San
Juan de los
Jarros. No obstante,
las pretensiones del cura se
vieron claramente desprovistas de validez oficial, ya que no estaba
el juez congregador ni
el encomendero en sus
«ajustes»
Movilidad entre los
Pueblos sujetos en 1593. Según la visión
del cura Juan González de
Urbina
PUEBLOS EN
REACOMODO |
PUEBLOS
RECEPTORES |
San Francisco Tepeolulco |
San Juan de los Jarros |
San Pedro |
|
Otros dos pueblos |
|
San Francisco
(¿Chalchihuipa?) |
Santiago Acucilapa |
San Felipe |
|
Santiagop? |
San Miguel Temascalcingo |
Fuente: ami-sH,
doc. 1, f. 8
¿Cuál fue el
motivo por la
falta de apoyo
de estos actores
sociales? In-dudablemente le
presencia de cura fue un parteaguas en la historia local de Atlacomulco y quizá
este sea un filón para comenzar a analizar el papel del clero secular en los
pueblos de indios, al reorganizar los espacios y fortalecer a San Juan de los
Jarros significaría un desplazamiento de funciones y, sobre todo,
el control de
la caja de
comunidad, en un
principio la administración de
estos fundos dependía
del gobernador, el
encomendero y del alcalde
mayor, cuestión que fue modificándose con los primeros beneficios
eclesiásticos asignados, ya
que el cura
podía tener una
llave por razón
de los gastos generados en las fiestas patronales. Así es que la tarea
de Juan González era desestimar
la cabecera:
que en esta cabecera y pueblo de Atlacomulco se mandaron
poner al pie cuatrocientos indios, se
les señalaron solares,
hicieron sus casas
y estaba en
forma de pueblo con
sus calles y
dentro de pocos
días se deshizo
todo y dejaronlo desierto y
no hay en
él doscientos indios
porque los demás
se han ido
a sus puestos. Vuestra
majestad mande pedir
el padrón de
los que ahora
hay y pedir cuenta
de los demás
y hacerlos venir
y ponerlos en
orden para que
se puedan administrar y
doctrinar56.
De los 400 indios traídos de los pueblos sujetos huyó la
mitad sin dejar rastro alguno, circunstancia
que inconformó al
cura Juan González
de Urbina y,
por lo tanto,
le solicitó al
rey el padrón
para obligar a
los naturales a regresar
al lugar que
se les había
indicado, pero no
hubo respuesta. A todas
luces los indios
se resistieron, no
querían dejar sus
sitios inmemoriales, aunado al
problema étnico. El cura dio fe de lo complejo del área: «hay en este
partido tres lenguas,
mexicana, otomie y
mazahua, esto es
lo que hay en
este partido»57.
Aún faltan estudios que centren su atención en los problemas
étnicos de los pueblos de indios
aun cuando el
fenómeno entre etnias
no fue del
todo novedoso, ya que desde la
época prehispánica el patrón de asentamientos era de un continuo dispar:
para el valle
de Toluca había otomíes,
nahuas y matlatzincas. En nuestra zona de estudio, los
pueblos sujetos de San Juan de los Jarros58, San Miguel Temascalcingo59 y Santiago
Acucilapa60 tenían una población distribuida
entre otomíes, mazahuas
y unos pocos
nahuas.
El esfuerzo del
cura por congregar
a los pueblos
de Atlacomulco no prosperó,
había un inminente
choque y resistencia
por parte de los indios, además de la nula participación de
tres actores importantes: el encomendero, el gobernador y el juez
congregador61. Dicha afrenta, el cura no la olvidó, aliándose
con los linajes
primigenios del pueblo
de San Juan
de los Jarros, por
ese motivo en
la segunda etapa
de congregación las
cosas cambiaron completamente.
La congregación de
1604:
Juan González de
Urbina, de cuidador de almas a líder local
El cuatro de
marzo de 1604
se presentó el
juez congregador Andrés de Estrada por mandato del virrey Marqués de
Montesclaros, para ejecutar finalmente
la congregación de Atlacomulco. En
esta ocasión se
reunieron el gobernador Francisco
de Villegas y el cabildo indígena, los cuales recorrieron y
congregaron los pueblos
sujetos de Atlacomulco.
Por su diversidad étnica contrataron
tres intérpretes para
hacerles entender a
todos los indios cómo debían quedar. En la descripción
que hizo el juez congregador contabilizó el número de tributarios de cada
pueblo, hizo referencia a su lengua, las tierras del común repartimiento que
trabajaban y la distancia que hacían a
la cabecera.
El juez de
congregación señaló que:
«en este pueblo
de Atlacomulco declararon por
hablar en común
la lengua macegual,
y el gobernador,
alcaldes y gente principal hablar la mexicana»62. Los indios de San Juan
de los Jarros ocuparon la mayoría de los cargos en el cabildo, había entre
ellos principales que hablaban otomí y mazahua (considerada «lengua macegual»);
pero sabían hablar náhuatl como lengua
franca.
El total de población tributaria en Atlacomulco era de 1,819
y «trescientos y veinte y
cuatro de ellos
están poblados en
la dicha cabecera
y los demás repartidos en cuatro sujetos y que
todos están en tierra fría y algunos en tierra templada como
aparecerá en la
visita» Andrés de
Estrada consideró cuatro pueblos sujetos
importantes para que
cada uno hiciera su
congregación.
Pueblos receptores de Atlacomulco en 1604
PUEBLOS RECEPTORES |
LUGARES CONGREGADOS |
San Juan de los Jarros |
7 pueblecillos |
San Miguel Temascalcingo |
5 pueblecillos |
San Francisco Chalchihuapan |
4 pueblecillos |
Francisco Tepeolulco |
Santiago Acucilapa |
Fuente: ami-sH,
doc. 1, fs. 39-44 y
47-50.
Los ajustes y reacomodos territoriales de los pueblos fueron
avalados por el juez congregador, pero quien estuvo atrás de ello fue el cura
Juan González de Urbina.
San Miguel Temascalcingo fue unos de los pueblos sujetos más
importantes de nuestra zona de estudio, de allí procedían los caciques que
gobernaron Atlacomulco por varias
generaciones. Contaban con
680 tributarios más la
gente de
sus pueblecillos que
se congregaron, sumaban
en total 800
tributa-rios63. Era el
pueblo con mayor
número de habitantes,
por ello el
cura Juan González de
Urbina no podía
atenderlos adecuadamente, además
de las fricciones con el cacique, por lo cual, pidió
al arzobispo otro cura para administrar
los sacramentos. Por
su parte, los
indios se dedicaban
a cultivar maíz, frijol
y chile en
una sementera que
medía 20 brazas
cuadradas por cada
tri-butario64; medida generalizada
para todos los
pueblos sujetos.
A la par
de la producción
de sus tierras
de comunidad los
indios tenían «pocas granjerías,
dase bien el
maíz y solo
para su comer
y pasan su
año, siembran y cogen
y venden muy
poco para pagar
sus tributos, crían
aves de la tierra
y de castilla
que le dan
bien y le
traen a vender»65.
Como se puede notar la economía indígena se
diversificaba en varias actividades.
El cura Juan González de Urbina describe la prosperidad
económica de un linaje: «algunos principales
que son contados
tienen ovejas, vacas
y bueyes, crían algún
ganado prieto y
siembran cantidad de
maíz, estos son
los que lucen y
tienen algún dinero»66. Esos principales que refiere el
cura, sin duda alguna, son el
propio Francisco de
Villegas, con sus
hijos Juan Ramírez
de Tapia, Gabriel Ramírez de Villegas y Agustín Chimal67.
El asentamiento de San Francisco distaba de la cabecera
aproximadamente 1,5 kilómetros y se ubicaba al sureste donde había «muy buenas
ciénagas»68. Por sus recursos
hidrológicos los indios
se dedicaban a
la crianza de
cerdos, adecuaron su espacio
para elaborar abrevaderos
y así saciar
la sed de sus
ganados. También en sus sementeras sembraban todo tipo de legumbres, con
especial cuidado del
haba. Por la
descripción del cura
podemos conocer las características territoriales
donde se asentaron
para vivir: «está
asentado en un llano... y está
cerca que se oyen las campanas de uno y otro pueblo... es muy buena tierra del
temple de la cabecera, hay muchas fuentes de agua que corren por el dicho
pueblo y riegan mucha tierra en los llanos y tienen cerca el monte»69 Por su
cercanía a la cabecera el juez congregador propuso mudar cerca de 66 indios
para repoblarla; ante la protesta enérgica de estos naturales el juez
congregador determinó: «no
le saquen los
sesenta y seis
para poblar en la
cabecera y se queden
en él»70
Sobre la movilidad de los indios a sus nuevos espacios hay
ciertos rasgos que enuncian medidas laxas que permitían «libertades» a los
indios si no les gustaba el sitio
o barrio señalado.
Otras de las
ventajas que tenía
San Francisco, además
de tener recursos hidrológicos abundantes,
fue su cercanía
al cerro de Xocotepetl cuya
altitud sobrepasa los 3.800 metros sobre el nivel del mar. Posiblemente
los indios se dedicaron a la extracción de madera fina (cedro y fresno) y a la
comercialización del carbón y el ocote. Para finalizar, el grupo étnico
predominante eran los mazahuas que labraban una
sementera de 20 brazas
en cuadra.
Hay un asunto que
merece toda la atención entre los pueblos de San Fran-cisco Tepeolulco
y Santiago Acucilapa. Al parecer
tienen la misma
raíz histórica desde épocas
prehispánicas. Por la descripción que da el documento de congregación, sitúa
a Santiago como
«pueblo pasajero para
la provincia de Michoacán
y Guadalajara y
otras partes» hoy
en día ese
lugar lo ocupa
Tepeolulco (al oeste
de la cabecera),
dado que Santiago
se encuentra diametral opuesto a la ubicación que el
memorial refiere (al este).
En cuanto a su
población, Santiago Acucilapa era el pueblo más pequeño (tan sólo
142 tributarios) de
toda la corporación
de Atlacomulco, en su
mayoría eran mazahuas. Al notar la cantidad tan baja de tributarios, el
cura Juan González de Urbina
le propuso al
juez congregador Andrés de
Estrada congregarlos al pueblo de
san Francisco Tepeolulco que en ese momento contaba con 250 tributarios;
en total entre los
dos pueblos hicieron
40071.
Por su ubicación y
su carácter de pueblo pasajero, los indios de Acucilapa comercializaban el
pulque para la
zona minera de
Tlalpujahua, además de cárnicos
derivados del puerco. Al
igual que san
Francisco Chalchihuiapan contaba
con una ciénaga lo que generaba mayores dividendos para la siembra de hortalizas
y legumbres. También
es de resaltar
la producción del
huautli (amaranto); por las crónicas de Diego Durán conocemos que era
una semilla que ocupaban para
dar forma a
las deidades como
Huitzilopochtli72 y se
utilizaba como remedio
curativo y preventivo de
enfermedades gástricas73.
En el
documento de congregación
hay un constante
reclamo y desestima por
parte del cura
Juan González de
Urbina en contra
de la cabecera
de Atlacomulco. Desde su primer intento fallido en 1593, trató de
asentar 400 indios a la cabecera,
pero huyeron 200.
Para 1604 se
contabilizaron en total
324 tributarios, por lo
tanto, en un
lapso de once
años pudieron concretar
una repoblación con la
llegada de 124
indios a la cabecera. Por
los reportes del cura,
en 1608 la
cabecera contaba con
300 tributarios. En menos de
15 años la población de la
cabecera estaba en constante reacomodo, en el documento de congregación no hay
una descripción detallada de la organización territorial de la
capital de Atlacomulco.
Así se
manifestó el cura:
Con
el juez de esta congregación de Atlacomulco recibí la de vuestra excelentísima
y por
ella veo la
merced que me
hace en elegirme
por acompañado para
que se concluya acudir a su
ejecución con el cuidado y diligencia que vuestra excelencia verá porque
mi deseo ha
sido siempre verla
acabada pues de
ello ha de
redundar tanto servicio a
nuestro señor, solo advierto
a vuestra excelencia,
que queda esta cabecera muy desacomodada y con muy poca
gente que por la iglesia y casa no le mudo
a otro lugar,
así muerto y
huido la más
partes de ellos
y pues lo que su majestad pretende es que los pueblos
congregados tengan orden y policía y pasen de cuatrocientos indios y allí esté
el ministro me parece que las visitas que son San Juan y
San Francisco, se
saquen los que
faltan y se
les den sus
solares para que hagan
sus casas que
respecto de estar
tan cerca las
dichas visitas, no
se les hará muy dificultoso pues con esto gozarán de
bien espiritual y de sus tierras que las ternan más a mano, en lo demás se va
procediendo conforme a la instrucción que vuestra excelencia me envió y se hace
con mucha suavidad y gusto de los natura-les y siempre daré aviso de lo que se
fuere haciendo guarde nuestro señor a vues-tra
excelentísima, y en
mayor estado aviente
con la salud
y vida que
yo deseo... Juan González de
Urbina74
En su retórica hay una llamada de atención muy fuerte: «sólo
advierto» (negritas añadidas); y
en su queja
el cura manifestaba
dos problemas: el lugar y la cantidad de personas. En cuanto
a su configuración territorial, la cabecera
de Atlacomulco no tiene
descripciones tan detalladas
como la de sus
pueblos. Al parecer, contaba
«con cuatro pueblecillos
sujetos y por
ser mala tierra y
carecer de agua
y leña no
está mejor poblado»75;
nótese la queja continua del
cura. Ahora bien, ¿por qué tanta animadversión contra el asentamiento de la
cabecera? En el contexto general de Atlacomulco duran-te la segunda mitad del
siglo XVI y las primeras dos décadas del siglo XVII hay una continua lucha por
el poder económico. Desde su llegada, el encomendero don Francisco de Villegas
rápidamente se convirtió en terrateniente,
realizó una alianza
con los mazahuas
de Temascalcingo, pacto que
consistió en la
permanencia política de
estos indios en
el poder, y
tuvo a su cargo
la administración conjunta
de la caja
de comunidad creada
en 1550; lo cual propició un
status quo que duró varios decenios, hasta la llegada del cura Juan
González de Urbina.
Cabe destacar que,
en la congregación
de Jarros, el
cura participó de manera
activa juntamente con el juez
congregador y, en
cierto sentido, obligado, el gobernador Francisco de
Villegas. Cada vez que el gobernador Villegas no apresuraba la reorganización
espacial y la edificación de las casas a los indios de San Juan, el cura
González de Urbina arremetía en contra de él denunciándolo al
juez congregador, mismo
que amenazó al
gobernador en propiciarle
100 azotes y ser
removido de su cargo76.
En general, el
cura Juan González
de Urbina tuvo
un papel determinante en la
congregación, de hecho,
en su descripción
aludió a San
Juan de los Jarros como «haber sido república de
alcaldes y demás oficiales»77 ¿Qué de relevante
tenía cada una
de estas palabras?
El concepto república,
bajo el contexto de los pueblos
de indios, se
entendía como aquella
entidad política conformada por
un aparato jerárquico en donde se circunscribían vínculos de poder y
parte de su
integración estaba encabezada
por un gobernador
y su respectivo cabildo
(alcaldes, regidores, alguaciles
y escribanos). A la
luz de la evidencia
documental, desde el
virrey Antonio de
Mendoza se tenía
el objetivo de crear
un sistema de
organización en dos
aspectos básicos: el
administrativo y el
espiritual. En relación
con estas pretensiones
se determinó lo siguiente: «Cada
pueblo que pasaren de ochenta casas tuviera un gobernador, dos
alcaldes y dos regidores»78.
El principio del orden y policía estaba en ejecución, con el
nombramiento de estos oficiales se constituyó la república de indios, cuyos
miembros eran conocidos como «oficiales de república»; por ello las palabras
del cura tenían un significado especial. Sin duda alguna, se alude a un pasado
importante, donde algunos principales posiblemente gobernaron en tiempos
remotos y aún la élite tenochca gozaba
de cierta relevancia en la
época colonial.
Cuando el cura
Juan González llegó
a Atlacomulco en
1575 encontró una serie de irregularidades, las finanzas
del pueblo estaban sujetas bajo la determinación del encomendero y los caciques,
por ello desde un principio González de Urbina solicitó la ayuda del rey para
sus gastos y los de su parroquia (obligación que le correspondía al
encomendero). A raíz de estas desavenencias con los acto-res implícitos en el
poder, el cura estudió la conformación de Atlacomulco, analizó cada
uno de los
pueblos sujetos y
encontró en San
Juan un bastión
importante, una organización de cierta manera autónoma de la cabecera
constituido por estancias y barrios,
y cada una
de esas estancias
estaban administradas por un
principal de linaje,
por ese motivo,
el cura pretendió
desplazar a la
cabecera de Atlacomulco, así le
restaría poder a los intereses generados.
Por el testimonio del cura conocemos cómo fue el proceso de
congregación de San Juan. El domingo 11 de mayo de 1603 después de la misa
dominical79 se llamó a
los indios a escuchar las
palabras de Jorge
de Baeza y
Carvajal (juez congregador) y
del cura Juan
González de Urbina;
en esta ocasión
no utilizaron intérpretes ya
que el bachiller
era versado en
el otomí y en el
mazahua. Las palabras
referidas estaban encaminadas
a señalar a
los indios sus nuevos espacios, los beneficios que
conllevaba todo el proceso y la protección de
sus tierras inmemoriales80.
Es de notar que el gobernador Francisco de Villegas no acudió
a esta pri-mera cita; inclusive Jorge de Baeza al terminar de explicar la
congregación a los indios hizo
referencia que su
siguiente pueblo a
visitar era San
Miguel Temascalcingo, cuna del
propio gobernador, no
obstante, el cura
le comentó que estaban
renuentes los indios
de San Miguel.
Al escuchar el
juez el comentario
de Juan González
determinó que el
próximo domingo visitaría
al pueblo de Temascalcingo:
... y que
en dicho pueblo
estén sus mujeres
e hijos y el auto
que tuviesen y
es-tuviese cada uno de ellos en su casa viviendo en apercibimiento que
no lo cumpliendo (sic) el
dicho juez los
castigará y echarles
las casas en
el suelo y para
mayor brevedad quemárselas
mandó parecer ante
sí a don
Francisco de Villegas gobernador
en el cual mediante, el dicho intérprete preguntó si los dichos indios habían
venido al dicho pueblo como se les había mandado y el dicho gobernador
dijo que
si habían venido
los cuales con
sus mujeres e
hijos puso ante
el dicho juez y ante el dicho
beneficiado y por lengua del dicho intérprete se les apercibió y mandó
que son naturales
de este dicho
pueblo y tienen
sus casas en
él, no se ahuyenten
ni se vayan
a vivir a
otra parte ni
al dicho sitio
de donde fueron
traídos so pena
de ser ahorcados
(sic) en la
horca del dicho
pueblo, y habiéndoles hecho otras
amenazas y apercibimientos por
lengua del dicho
intérprete respondieron que
están prestos de
lo cumplir y
de no salir
del dicho pueblo
para vivir en otra
parte81
Al parecer la
ausencia del gobernador
molestó al juez
congregador, por ello le
exigió su presencia
en Temascalcingo, inclusive
le advirtió que no
permitiría ninguna resistencia por parte de los indios para mudarse a sus
nuevos espacios, y si alguno persistía en desacatar la orden se tomarían
medidas radicales como la
quema y destrucción
de sus jacales82.
Pero antes de
acudir el juez congregador
mandó a su
intérprete Baltasar Mejía
para hacer una averiguación sobre
la colaboración del
gobernador en la
congregación de su pueblo;
sin retardo alguno,
Baltasar entrevistó a
cada uno de
los naturales y todos
declararon a favor
de don Francisco
de Villegas, es
decir, dijeron que ya
les había persuadido
para que se
congregasen. No cabe
duda, la relación entre el cura y el
gobernador era de
continuo malestar.
Ya con la amonestación, don Francisco de Villegas acompañó al
encomendero Alonso de Basan83, al juez congregador y al cura para comenzar
formal-mente los trabajos
de reducción: «y
llegamos este dicho
día serían como
las dos de la
tarde poco más
o menos al dicho pueblo
san Juan Cuiyatepec
yo Baltasar de Contreras [el
juez congregador]»84
El recorrido comenzó por el centro de San Juan y de allí
partió a la peri-feria. El juez congregador y su intérprete observaron que: «el
dicho pueblo y barrios es muy
bueno y está
en muy buen
asiento en traza
y policía que
parece ciudad... y
así mismo le
señaló la plaza
que tenían a
las espaldas de la
dicha iglesia en la delantera y les señaló para casas de comunidad y cárcel y
cabildo que no
las tenían hechas85».
Hay varias cuestiones
que discutir de estas afirmaciones.
En primer lugar, cobran relevancia los conceptos ya
señalados; aquí se ve claramente la seña
particular de llamarle
«pueblo» a San
Juan, para distinguirlo
de sus propios
pueblecillos y barrios. Aunado el
concepto, también se pueden
vislumbrar ciertos elementos
que enuncian la
importancia de Jarros con respecto a la cabecera de
Atlacomulco. Según las reformas que estableció el rey Felipe II en 1573,
referente a las ordenanzas de población, señaló que cada centro urbano debía
tener una plaza central y que de ella se desprendieran cuatro calles
principales, además se requería tener mucho cuidado con el templo religioso de
tal manera que su establecimiento se respetara, guardando toda proporción,
entre las plazas de la iglesia parroquial y las capillas86. También dentro del
casco urbano se instaba a dejar «sitio y solar para la casa real casa de
consejo y cabildo y
aduana junto al mismo
templo87».
Por las características que señala la ordenanza,
prácticamente el centro de San Juan de
los Jarros era
considerado como un
centro urbano, cumplía
con todo lo indicado, tenía su plaza principal en frente del templo,
cárcel y la casa de comunidad, donde
se hacían las labores
gubernativas.
En comparación con los demás pueblos sujetos, su número de
tributarios (398) superaba a
la cabecera de
Atlacomulco, no así
Temascalcingo. En cuanto a
su conformación étnica
se encontraban otomíes,
mazahuas y nahuas.
Uno de los
barrios más importantes
de San Juan
era San Bartolomé; un pequeño lugar que albergó un
sector importante de mexicas y fueron los únicos que conservaron su apellido
original; en 1655 defendieron sus tierras de
la invasión de
doña Margarita y
su esposo Francisco
Rodríguez quienes pretendían
extender sus dominios88. Este barrio cultivaba magueyes y vendía el pulque
en la zona
minera de Tlalpujahua89. De
los otros barrios
no hay una descripción
detallada, al parecer
tenían cerdos y
aprovechaban los beneficios de vivir en ciénaga. Tenían
tierras para cultivar maíz y algunas legumbres, su cantidad no variaba del
resto de los pueblos sujetos, 20 brazas cuadradas.
Por testimonio del
cura podemos saber
más características:
El otro puesto
se dice San
Juan está puesto
en una loma
alta una legua
de la cabecera, de manera que queda en medio y las
dos visitas una a un lado y otra, otro juntáronse aquí siete pueblecitos y
quedaron trescientos noventa indios tributarios, por estar
en loma el
pueblo no entra
agua en él
y van por
ella dos o
tres tiros de arcabuz de
allí es tierra fría y
airosa90.
Efectivamente, hoy en día el establecimiento de Jarros se
encuentra en las laderas de una
pronunciada sierra, que
funge como frontera
natural con el pueblo
de Temascalcingo. Las
ubicaciones de las
tierras del común
repartimiento se encontraban
al norte, allí estaba la
ciénaga para abastecerse
del líquido vital. Una
vez terminado el
proceso de congregación,
como bien lo refiere el cura Juan González de Urbina,
San Juan quedó en medio de san Miguel Temascalcingo y la
cabecera de Atlacomulco.
Uno de los
procesos más demandantes
durante la congregación
fue la edificación de las casas.
En realidad, todavía existía resistencia por parte de los indios
en hacerlas y
habitarlas, recordemos que
en Atlacomulco se
pre-sentó el juez congregador por vez primera el 11 de mayo de 1603 para
informar a todos
los indios las
ventajas de reducirse;
no obstante, para
el mes de enero de 1606, los indios de San Juan no
se mudaban y estaban en el proceso de edificar sus viviendas. Sin duda alguna,
uno de los factores determinantes
para designar los
materiales a ocupar
fue el clima,
regularmente durante los meses
invernales la temperatura
desciende de una
manera muy notable, por ello las casas debían tener
ciertas particularidades para protegerse del frío. Por las instrucciones que
dio el juez congregador los materiales que ocupaban eran: la paja, los moldes
para hacer el adobe y algunas vigas para el techo91. El trabajo era arduo para
un sólo indio, por ello se instaba a los tequitlatos a supervisar los trabajos
y a organizar de 8 a 12 cuadrillas (configuradas por 20 indios) para
edificar92.
El trabajo no terminaba ahí, un agrimensor avalado por el
juez congregador medía los
solares a repartir;
cada indio (soltero,
soltera, viudo, viuda
y casados) recibía una superficie de 25 varas de largo por 20 de ancho93. Por cada
solar repartido «señalándole
luego con alguna
zanja o mojonera
se ha de edificar de balde un
aposento alto»94, es decir
una barda perimetral
que hacía la distinción superficial entre cada solar repartido.
Hasta aquí prácticamente, el
juez congregador y
sus ayudantes tuvieron una participación, sin embargo, en
la distribución de las habitaciones el cura Juan González
de Urbina ponía
mucha atención. En
primer lugar, debía haber
un espacio que
«distinga la vivienda
del servicio en
que hubiere de ver
inmundicias» además de
señalar «el dormitorio
de los hijos
del de las hijas...
esto para que
en todo caso
lo cumplan y
se introduzca algo
de policía cristiana
entre ellos»95. La
observación del cura
en las viviendas
fue muy puntual, la
composición era «una
sala y a cada lado
un aposento y frontero de este cuarto están otros dos
aposentos que el uno sirve de cocina y
es casa de
barros convajerada [bajareque]
de terrado»96. Además de
ello, todos los indios se mudaban «con sus ropas y bienes y barbacoa»,
la palabra barbacoa proviene del taíno y fue introducida al español, significa
tejidos de ramas; en la Nueva España era el petate y se aplicaba para definir
el sitio donde iba la cama.97
Distribución de los espacios en una casa
Cada principal
tenía la obligación
de velar por
los trabajos que
se hacían en la
congregación; desde los
tiempos de Luis
de Velasco (el
mozo) había algunas casas
que todavía quedaban
en pie «faltan
por hacer y
comenzar mucha cantidad de
casas para todos
los indios que
en él viven
y están reducidos desde el tiempo del virrey Luis de
Velasco»98, por ello en la descripción del documento se mencionan que son
reedificadas a partir de los cimientos que tenían (según el documento todas las
viviendas tenían una base de piedra) desde
1593.
Respecto a don
Francisco de Villegas, nuevamente tuvo problemas con el cura. A
Juan González de
Urbina le urgía
terminar la congregación
de San Juan, al notar que los
años pasaban y que los indios no procuraban construir o reparar
las casas, tuvo
que acusar al
gobernador ante el
juez congregador. El 17
de junio de
1608 se presentó
una comitiva encabezada
por el juez,
el cura y todo
el cabildo indígena;
se encontraron con
«las casas despobladas que son indios de los dichos
pueblos viejos los cuales han sido de ordinarios rebeldes y
no obedientes a
no querer vivir
en este pueblo99». Averiguando el cura más sobre este asuntó, les preguntó a
los indios cuales eran los motivos para no habitar sus nuevos espacios y
expresaron: «sino que con achaque de que van a sembrar sus tierras y que les
caen cerca, se van a los dichos pues-tos
como se han
ido y se
han quedado al
presente... y que
vivido en ellas estando enfermos y yéndose a curar a
casa de sus parientes por no estar solos y
haber acudido a sus
sementeras a los puestos
viejos»100.
Ante tales argumentos
poco fiables, Juan Ramírez Escobar «reprendió al dicho gobernador
por el descuido
que ha tenido
en todo lo
susodicho y le mandó so pena de que será castigado y
removido del oficio que luego vaya personalmente y
a todos puestos
viejos que tienen
declarados»101. Con tal amenaza vertida en sus espaldas, don
Francisco de Villegas fue a cada puesto
y de manera
enérgica les habló
en mazahua «y
los reprendió y
amenazó que so pena
de cien azotes
que se les
serán dados por
las calles»102. No
bastaba con los azotes, había una humillación pública para todo aquel
que resistiera la reducción. Con estas medidas radicales el gobernador salvó su
puesto y así fue
como se concretó la
congregación de San Juan
de los Jarros.
Conclusiones
Este artículo intenta
esclarecer ciertas ideas
y formular algunas
hipótesis en torno al proceso de las congregaciones de los pueblos de
indios. Para ello, he considerado pertinente partir de un eje temático ausente
en la historiografía, con el caso de un cura cuya participación es notable, no
solo en la organización de un
pueblo (lo cual
en sí ya
sorprende e invita
al estudio), sino también
en la vida
económica, social y
política de una
corporación. No está por demás insistir en que el estudio de
las congregaciones reviste una singular importancia en la historiografía
colonial, más aún si se realiza a partir de fuentes inéditas, como los
documentos de congregación, en los que aparecen personajes ya conocidos:
encomenderos, caciques, el juez congregador y, su-mémosle, los
curas, vistos ahora
como líderes sociales
cuya tarea sobrepasó el
carácter espiritual.
Ríos de tinta
han corrido sobre
los problemas en
las esferas eclesiásticas que la
mayoría de los
pueblos de indios
tuvieron en su
proceso de secularización, sin embargo, falta analizar
con casos particulares el desempeño de los curas dentro de las corporaciones;
sobre una revisión historiográfica como un mosaico general y cimiento, quizá este
trabajo sea una contribución para ver la tarea del clero secular en todas sus
dimensiones. Por lo aquí expuesto tengo
la impresión de
que, durante su
gestión, Juan González
de Urbina como líder
local procuró por los
linajes tradicionales que
estaban de cierto
modorelegados en un pequeño pueblo, San Juan de los Jarros, que por
varias décadas no figuró en la escena política de Atlacomulco, sin embargo, su
alianza con Jarros llevaba implícito el interés de controlar y administrar la economía
de toda la corporación. Ya con la presión del juez congregador, el gobernador y
el encomendero se dieron prisa para llevar a cabo el orden y la distribución
de las
tierras, pero, en
el momento en
que descuidaban la
reducción (sobre todo el
gobernador), el cura salía para acusarlo y con ello Francisco de Villegas tuvo
amenazas de ser azotado y destituido de su cargo. Cabe recordar que el juez
congregador prácticamente se apoyó en el testimonio del cura, y tanto su liderazgo
como su conocimiento
tuvieron un gran
peso en las
decisiones sobre el proceso
de congregación.
Aún quedan asignaturas pendientes por analizar, creo que las
congregaciones pueden ser un filón para incentivar las investigaciones sobre el
quehacer del clero secular
dentro de los
pueblos de indios.
Faltan trabajos que
nos enuncien las riquezas patrimoniales de los curas y que estudien
cómo, quizás, algunos de ellos, al igual que Juan González, se convirtieron
durante el siglo XVII en grandes
terratenientes y, tal
vez, también en
controladores del comercio local y regional.
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669-701. https://doi.org/10.3989/revindias.2021.019.* 1scfelipe@gmail.com,
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-0017-4409 2 La merced
es un favor concedido
en nombre de
su majestad, otorgado
a aquellos que habían servido a
la corona, por
su participación militar. Véase Chevalier, 1976: 174. 3 Frailes y curas
convivieron en los pueblos. Los curas supusieron un mayor número que los frailes.
Su contacto cotidiano
con los indios
propició su influjo
en la estructura
social, puesto que eran depositarios y ejecutores del dominio político
y económico de la Iglesia. Por ello se convirtieron en verdaderas figuras
políticas que participaban en asuntos de elecciones dentro de
los pueblos de
indios. Véase García Martínez, 1987: 96 4
Aguirre Salvador, 2014: 10-44. 5
Taylor, 1999: 128-135, 185. 6 La congregación del
pueblo sujeto a
San Juan de
los Jarros aparece
en un documento inserto en
un expediente de
1712, del Archivo Municipal
de Ixtlahuaca, Ixtlahuaca,
Estado de México (en adelante
AMI), donde los pueblos sujetos de San Bartolomé, Santo Domingo y San Felipe,
todos de la jurisdicción de San Juan, se quejan contra Gaspar de Oña y su
esposa Leonor de los Ángeles, españoles que trataron de asentarse en las
tierras de estos lugares. Los historia-dores
Jesús Guadarrama y
Sergio López se
encargaron de resguardar
tan importante memorial con la signatura: Sección
Histórica (SH), documento uno. Por tanto, en adelante citaremos este
documento así: ami-sH, doc.
1. He de
señalar que este
valioso memorial fue
publicado en el año
2020 por la
Universidad Nacional Autónoma
de México, con
un prólogo realizado
por Margarita Menegus y un estudio introductorio y la paleografía del
documento de mi autoría. 7 Cline,
1949: 349-350. 8Ibidem: 352-353. 9Ibidem: 369. 10
Torre Villar, 1952. 11Ibidem: 193-194. 12
Gerhard, 1977. 13Ibidem: 385 14 García
Martínez, 1987: 96. 15Ibidem: 151-152. 16 Torre
Villar Ernesto, 1995: 64. 17
Pérez Zevallos, 1994. 18Ibidem: 170. 19Ibidem: 172. 20Ibidem: 176. 21 Jiménez
Abollado, 2009. 22Ibidem: 46. 23Ibidem: 47. 24
Aguirre Salvador, 2013. 25Ibidem: 140. 26Ibidem: 145-146. 27Ibidem: 146. 28 Hay varios
estudiosos que han abordado las congregaciones, analizar cada texto rebasaría
los límites de este artículo, sin embargo, señalaré algunos. Para la zona
Puebla Tlaxcala, en especial los señoríos de Tecamachalco y Quecholac,
Hildeberto Martínez encontró que la aplicación de la política de
congregación significó una
táctica perfecta para
desposeer a los
señores naturales tanto
de las tierras como de sus maceguales terrazgueros, por lo tanto, la
congregación ofrecía la oportunidad para
que los colonizadores reclamaran
las tierras desocupadas
(véase Martínez, 1994:
98). En el valle de Toluca, Noemí Quezada
contribuyó con un análisis general de las repercusiones territoriales de
algunos pueblos, además
de ofrecer una
periodicidad que va desde
las congregaciones voluntarias
en 1590 hasta
las forzosas entre
1595 y 1602
(véase Quezada, 1990:
81). El trabajo
de Daniele Dehouve sobre el estado de Guerrero, en particular del
pueblo de indios de Tlapa, nos da cierta luz sobre el nivel de permisibilidad
por parte de los indios para su realización, de tal suerte, que la participación
de los agustinos en su primera congregación entre 1550 y 1570 fue vital. Sin
embargo, las congregaciones de finales del siglo XVI fracasaron por la nula
cooperación de la orden agustina, ya que
esta representaba la
apertura del clero
secular a sus
jurisdicciones. (Confróntese
con Daniele Dehouve,
2001: 132-136). Para la
zona maya, la
investigación de Nancy
Farris es básica para
entender las reducciones
de los pueblos,
por ejemplo, ella
encontró un proyecto
bien estructurado por parte de la orden franciscana donde
efectivamente, en su primera congregación de 1544, pudieron administrar mejor
a los pueblos (Farris, 1992: 158-160). Una investigación reciente pone su
atención en aspectos en los que los especialistas poco habían reparado. El
trabajo de Luis Arrioja sobre las
congregaciones de la
alcaldía mayor de
Nexapa en Oaxaca,
evidencia que los recursos naturales, como las afluentes
del río Tehuantepec, de cierta manera, determinaron las con-gregaciones. De
hecho, la novedad
y la propuesta
se vuelven sugerentes
pues un recurso
hídrico alcanzó un gran
peso al suministrar
los recursos de
subsistencia y definió
el tipo de
cultivos, de modo que más allá
de que los recursos naturales fueran un medio físico, se convierten en un
factor que explica las reducciones (véase Arrioja Díaz Virruell, 2008:
75-90). 29
Aguirre Salvador, 2013: 140. 30
Descripción del Arzobispado
de México..., 1897: 113. 31Ibidem: 227. 32Ibidem: 235. 33Ibidem: 101. 34
Taylor, 1999: 184. 35Recopilación de
las leyes..., 1681,
libro I, título XIII, ley
X. 36
Solórzano y Pereira, 1930: 5 37
Gerhard, 2000: 355, 364. 38
González Reyes, 2013: 122. 39
Derivado del náhuatl
que significa «El
cerro de las
ranas» (Cuitlatl= rana,
tepetl = cerro y
co, locativo). Véase Molina,
1944: 157. 40El
Libro de las
tasaciones..., 1952: 74. 41
Paso y Troncoso, 1905: 23. 42 AMISH, doc.
1, f. 9. 43 Paso y Troncoso,
1905: 23. 44 René
García contabilizó 12 pueblos de indios que tuvieron registro de la
congregación de 1550, del
norte del valle
de Toluca tan solo
hay referencias de
Ixtlahuaca. García Castro, 1999: 160. 45 «En ese
mismo tiempo proveyó a los naturales los servicios y obtuvo su beneficio por
oposición en el
pueblo de Atlacomulco en
este octubre pasado», Archivo General
de Indias, Sevilla (AGI), 215,
núm. 13, f.
2v. 46 Las
«relaciones de méritos» constituían el medio material que permitía al
pretendiente obtener el cargo o
prebenda solicitados. (Véase
Espejo, 1926: 1). 47
AGI, México, 215,
núm. 13, f.
2. 48
AGI, México, 214,
núm. 11, f.
11. 49
AGI, México, núm.
11, fs. 9-21
y núm. 13,
fs. 1-19v. 50
AGI, México, núm.
11, fs. 9-21
y núm. 13,
fs. 1-19v. 51Testimonio
del doctor Fernando
Ortiz de Hinojosa, AGI, México,
215, núm. 13,
f. 5. 52Testimonio
de Diego López, AGI,
México, 215, núm.
13, f. 4. 53Testimonio
de Juan González, AGI, México,
214, núm. 11,
f. 11v. 54
Archivo General de la
Nación, México (AGN),
indios, vol. 5, exp. 457, f. 121. 55 AMISH,
doc. 1, f. 8. 56Idem. 57Ibidem,
f. 49v. 58Idem. 59Idem. 60Idem. 61 Es probable
que la inacción
de estos actores
políticos se debiese
al plan que
tenía el cura Urbina, sobre
todo para reforzar poblacionalmente a San Juan de los Jarros con respecto
a los
demás pueblos sujetos,
incluyendo a la
cabecera. Motivo por
el cual, el
encomendero, el gobernador y el juez, no
permitieron esos reajustes. 62 AMISH, doc.
1, f. 39. 63Ibidem, f. 49. 64Ibidem, f. 40. En las congregaciones se repartían dos
tipos de tierras: en primer lugar, solares
para la construcción de
sus casas y
un pequeño espacio
para una huerta
familiar; las medidas variaban.
Por ejemplo, en
Malinalco la superficie
estándar era de
20 por 10
brazas (Menegus y Santiago, 2014: 40-41). En Xocotitlán en un
principio la media era de 20 brazas cuadradas, pero los indios se
inconformaron por ser una medida pequeña, al final la resolución fue darles
30 brazas (ver AGN,
Congregaciones, vol. 1,
exp. 219, f.
110). En los
pueblos de Michoacán la
asignación superficial fue
de 25 varas
cuadradas (Lemoine, 1960:19-32). Para el caso de Atlacomulco y San Juan de
los Jarros no se especifica la medida. Estos solares eran repartidos a
los indios casados,
solteros, solteras, viudos
y viudas. El
segundo tipo de
tierras eran para sembrar y obtener la producción para el tributo
(también conocidas como tierras del común
repartimiento). 65 AMISH,
doc. 1, f. 49. 66Idem.
67 En 1598
Francisco de Villegas
comenzó con la
compra de una
estancia para ganado menor y
dos caballerías, dos
años más tarde
adquirió también por
compra cuatro estancias para ganado
menor, y en
1610 dos caballerías
de tierras. Su
hijo Juan Ramírez
de Tapia, en su
testamento, dejó constancia
de sus posesiones
territoriales. Tenía ocho
estancias para ganado
menor y seis
caballerías de tierras.
Gabriel Ramírez poseía
cuatro caballerías de
tierras y una estancia para ganado menor. Agustín Chimal fue dueño de
una veta argentífera, hacienda de minas, partes de minas y un molino de
ingenio de moler metales y una hacienda llama-da San Antonio
de Padua. 68 AMISH, doc.
1, f. 40. 69Ibidem,
f. 48v. 70Ibidem,
f. 43. 71Ibidem,
f. 42. 72
Durán, 1967: 160-161. 73
Hernández, 1959: 389. 74 AMISH, doc.
1, f. 47-47v. 75Idem. 76Ibidem, f. 73-73v. 77Ibidem, f. 2v. 78Recopilación de
las leyes..., 1681,
libro VI, título III, ley
XIX. 79 En Malinalco
casualmente también se ejecutó el domingo 11 de mayo de 1600. Al igual
que en
Jarros, hicieron acto
de presencia el
juez congregador, los
frailes y el
cabildo indio. 80 AMI-SH,
doc. 1, f. 12v. 81Ibidem, fs.
13-13v. 82 Era la medida más
radical de los jueces de congregación para que los indios no regresaran a sus
sitios viejos y se ejecutó en la mayoría de los pueblos del valle de Toluca.
Tal fue el caso de
Xalatlaco: «sabed que
los naturales del
dicho pueblo de
Xalatlaco me hicieron relación les
queréis derribar y
desbaratar algunas casas
de muy buen
oficio diciendo están algo apartadas y derramadas» (AGN,
Congregaciones, vol. 1, exp. 107, f. 66). Una situación similar ocurrió al
pueblo de Capulhuac:
«se me hizo
relación les queréis
derribar algunas casas de su
pueblo por decir estar fuera de policía y derramadas» (AGN, Congregaciones,
vol. 1, exp. 95, f. 62v.) Para Malinalco hay varias menciones de derrumbe de
casas «sus caciques dispusieron
mandase derribar y
derribaron todas las
casas de los
naturales y las
quemase» (Menegus y Santiago,
2014: 52-53). 83 A la
salida de Pedro de Villegas, la Corona se ocupó de administrar la encomienda
en 1595, sin embargo,
fue reasignada en
1604. 84 AMISH, doc.
1, f. 15. 85Ibidem,
f. 16. 86El
orden que se
ha de tener
en descubrir y
poblar..., 1973: 86-92. 87Ibidem: 88. 88
AGN, Indios, vol.
18, exp. 6,
f. 2v. 89
AGN, Indios, vol.
10, exp. 254, f.
146v. 90 AMISH,
doc. 1, f.
48v. 91 Para el
caso de Malinalco, las casas eran más sencillas, estaban hechas de carrizo
que fungía como pared,
y el techo era
paga. (Menegus y
Santiago, 2014: 87-88). 92 AMISH, doc.
1, f. 26. 93Ibidem, f. 24v. Desafortunadamente no podemos
comparar las dimensiones que estaban dadas en varas con otros pueblos
(Malinalco, 20 por 10 brazas; Xocotitlán, 20 brazas encuadra) cuyas
superficies eran en
brazas cuadradas. El
problema de ello
es que había
varas castellanas y varas
matalcinga, el documento
no especifica el tipo
de vara con
la cual se midió. 94 AMISH,
doc. 1, f. 24v. 95Ibidem,
f. 25v. 96Ibidem, f.
93v. 97
Romero, 1862: 108. 98 AMI-SH, doc.
1, f. 56v. 99Ibidem,
f. 72v. 100Ibidem,
fs. 73-73v. 101Ibidem,
f. 72. 102Ibidem,
f. 73v. |
https://revistadeindias.revistas.csic.es/index.php/revistadeindias/article/view/1501/1865
}
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