domingo, 5 de diciembre de 2021

 

La  participación  del  clero  secular  en  las  congregacionesde  los  pueblos  de  indios:  el  caso  de Atlacomulcoy  San  Juan  de  los  Jarros  1592-1604*

Por

Felipe Santiago Cortez1

El  Colegio  de  Michoacán


https://mihistoriauniversal.com/edad-moderna/clero-secular-america-colonial

 

El  objetivo  de  este  artículo  es  analizar  la  participación  del  clero  secular  en  las  congregaciones  de  los  pueblos  de  indios.  Mi  contribución  al  debate  sobre  las  congregaciones  es estudiar  el  papel  de  los  curas  como  actores  sociales  complejos  que  no  se  circunscribe  a  escenarios  propios  de  su  actividad  religiosa,  sino  que  actúan  como  verdaderos  negociadores, intermediarios y agentes políticos de los pueblos. Para ello, analizo el caso de Juan González de Urbina, cura de Atlacomulco, personaje principal del documento inédito de la congregación  de Atlacomulco.

 

Este artículo nació a raíz de mi tesis doctoral dirigida por mi querida maestra Margarita Menegus. Agradezco las sugerencias de los dictaminadores que enriquecieron el contenido de  este  escrito.  Asimismo,  extiendo  mi  agradecimiento  al  Consejo  Nacional  de  Ciencia  y Tecnología  (México)  por  la  estancia  posdoctoral  realizada  en  El  Colegio  de  Michoacán,  así como  a  los  doctores  Luis Alberto Arrioja  y Thomas  Calvo,  adscritos  a  tan  honorable  institución,  por  leer  y  comentar  este  artículo.  Por  último,  agradezco  a  la  maestra  Gabriela  Nieblas Gutiérrez (mi  esposa)  sus  comentarios  y  correcciones.

 

En la historia sobre los pueblos de indios hay varios procesos que han sido abordados  por  distintos  especialistas,  entre  ellos  se  encuentra  la  política  de congregación, cuyo principal objetivo era remover a los indios de sus lugares originarios a centros urbanos de más fácil acceso. En este artículo me centraré  en  el  segundo  periodo  de  dicha  política  que  va  de  1590  a  1604,  su  repercusión fue determinante en varios pueblos de indios, sobre todo, en el ámbito  político  y  territorial. Algunos  estudios  pusieron  su  atención  en  el  impacto que tuvo al interior de los pueblos ya que modificó de manera sustancial los padrones de asentamientos. Otros investigadores observaron que las reducciones funcionaron para controlar los recursos de los pueblos y así también dejar claro  cuáles  eran  las  tierras  baldías  que  podían  ser  mercedadas  a  españoles2. Dicho  lo  anterior,  mi  propuesta  en  este  artículo  es  acercarse  al  proceso  de reducción de los pueblos desde una óptica social poco tratada, específicamente,  me  centraré en  el  papel  del  clero  secular.

 

En  ese  sentido,  el  objetivo  es  revalorar  la  labor  de  los  curas  seculares durante las congregaciones, considerándolos como actores sociales complejos cuyo papel no solamente se circunscribe a escenarios propios de su actividad religiosa,  sino  que  actúan  como  verdaderos  negociadores,  intermediadores  y agentes políticos de los pueblos. Para ello, analizo el caso del cura Juan González de Urbina quien obtuvo su beneficio eclesiástico en el pueblo de Atlacomulco y se convirtió en un líder local promotor de la congregación de 1604, al  aliarse  con  los  linajes  principales  y  al  oponerse  a  otros  actores  sociales establecidos  antes  de  su  llegada  como  fueron  la  familia  de  encomenderos  y los  caciques mazahuas.

 

Aun cuando se estudia el caso de un cura que repercutió en su ámbito local, considero  que  este  trabajo  coadyuva  a  explicar  desde  otra  óptica  el  proceso congregacional desde un enfoque social, donde la participación del clero secular y otros actores como los principales, los caciques y el encomendero tuvieron implicaciones determinantes en la historia de los pueblos de indios.

 

Los  especialistas  han  vislumbrado  diferentes  papeles  de  los  religiosos, ejemplo de ello, Bernardo García en su investigación sobre los pueblos de la sierra de Puebla, anuncia la importancia de los eclesiásticos3; Rodolfo Aguirre tiene  varios  textos  donde  señala  el  papel  del  clero  regular  en  los  pueblos  de indios,  entre  sus  postulados  principales  está  la  relación  de  poder  frente  a  los caciques  y  encomenderos4; William Taylor  ve  claramente  el  liderazgo  de  los curas en distintos pueblos de indios del centro y occidente de la Nueva España  para  las  primeras  décadas  del  siglo  XVII  y  XVIII5.  El  derrotero  de  este trabajo  es  analizar  con  profundidad  la  participación  del  cura  Juan  González de  Urbina  en  el  proceso  congregacional  de  San  Juan  de  los  Jarros  inserto  en un siglo y periodo poco estudiado, a saber, 1592-1604, a partir de la revisión de  documentos,  entre  ellos,  el  documento  de  congregación  del  pueblo  sujeto de  San  Juan  de  los  Jarros6,  además  de  varios  ramos  del Archivo  General  de la  Nación  y  del Archivo  General  de  Indias.

 

Las congregaciones en los Pueblos de indios

 

Uno  de  los  primeros  estudios  sobre  la  reducción  de  los  pueblos  fue  el artículo de Howard F. Cline en 1949, donde se expuso que la mayoría de los pueblos de la Nueva España tenían una constante en su patrón de asentamiento. Los caseríos indígenas estaban dispersos, lo que dificultaba la administración  tanto  civil  como  religiosa7.  Durante  la  administración  del  Conde  de Monterrey se mandaron 30 comisiones en septiembre de 1598 para reconocer el  terreno  y,  sobre  todo,  tener  cuidado  con  los  problemas  que  pudieran  pre-sentarse en los reajustes territoriales8. El autor considera que las congregaciones realizadas entre 1595 y 1605, en su mayoría, fueron verdaderos cambios en  lo  territorial  en  virtud  de  que  desaparecieron  cientos  de  establecimientos menores9.  En  este  primer  acercamiento  sobre  las  congregaciones,  Cline  no ahondó  en  el  tema,  solo  analizó  las  implicaciones  generales  del  proceso  a  la vista  de  las  ordenanzas  emanadas  desde  la  Corona  y  puestas  en  práctica  por el virrey  Conde  de  Monterrey,  sin  embargo,  sentó  las  bases  para analizar los alcances espaciales de  las  congregaciones.

 

Entre los especialistas más importantes en los estudios sobre las congrega-ciones de los pueblos de indios, sin duda alguna, está Ernesto de la Torre Villar. En  1952  hizo  un  análisis  sobre  el  artículo  que  publicó  Lesley  Byrd  Simpson (1934),  en  el  cual  hace  referencia  a  la  relación  de  la  visita  y  demarcación  del pueblo  de  Tianguistenco,  en  el  actual  estado  de  Hidalgo10. Más que fijarse en las  implicaciones  espaciales  propias  de  la  congregación,  de  la  Torre  puso  su interés en las repercusiones y manifestaciones adversas que los indios interpusieron a las autoridades novohispanas. Para 1597, la configuración interna de Tianguistenco era de 177 tributarios que labraban una sementera de maíz, además de poseer ricos recursos naturales como afluentes de aguas y tierras fértiles.

 

Los  pueblos  sujetos  esgrimieron  su  preocupación  por  dejar  sus  cultivos: «dicen  que  en  su  pueblo  hacen  sus  sementeras  y  que  por  estar  alrededor  del monte las están guardando, y mudándose a la cabecera es fuerza irlas a hacer en sus tierras, porque no las hay en la dicha cabecera»11. La postura de estos indios tributarios no fue respaldada por la encomendera doña María de Mosquera, así que el juez congregador hizo un oficio para el rey argumentando los beneficios de la congregación para los pueblos sujetos de Tianguistenco en 1604, además de señalar lo fácil que sería la administración de los indios. Resultado  de  este  ejercicio,  Ernesto  de  la Torre  abrió  el  debate  sobre  la  funcionalidad de las congregaciones en los pueblos o sus repercusiones negativas dado  que,  en  muchas  ocasiones,  los  indios  perdieron  territorios;  estos  argumentos  fueron  retomados  por  estudiosos  en  décadas  posteriores.

 

Otro texto básico sobre las reducciones es el artículo de Peter Gerhard publicado  en  197712.  Entre  los  aportes  más  importantes  de  su  investigación  fue aclarar los efectos positivos y negativos de las congregaciones en los pueblos. Para  él  no  se  puede  negar  la  adquisición  de  tierras  por  parte  de  los  españoles, ya  que,  al  abandonar  los  indios  sus  lugares,  se  consideraron  tierra  realenga  y, por lo tanto, digna de repartirse a españoles mediante una merced, sin embargo, en algunas partes de la Nueva España, se consolidó el gobierno indígena, además de crear verdaderos pueblos ordenados con tierras para sembrar13.

 

Una  década  más  tarde,  Bernardo  García  Martínez  presentó  su  obra  sobre los  pueblos  de  la  sierra  poblana14.  En  su  investigación  planteó  que,  debido  a las  concepciones  renacentistas  europeas  del  espacio,  los  españoles  preferían la tendencia a privilegiar las estructuras definidas y concentradas, de tal manera que por la naturaleza del gobierno y de la administración de los servicios religiosos, así como la administración civil y eclesiástica, demandaron de los pueblos límites y centros que regularan las actividades15. Para Bernardo García,  las  congregaciones  fueron  un  logro  duradero  ya  que  respondieron  a  un programa definido y bien organizado donde se designaron agrimensores auxiliados por agentes cercanos a los pueblos como los gobernadores y los alcaldes mayores. Al igual que Gibson, el autor señaló que las congregaciones por sí mismas no alteraron la integridad de los pueblos, además de que los propios naturales participaron activamente en  su  realización.

 

Al paso de los años y con vasta experiencia, en 1995, Ernesto de la Torre Villar escribió nuevamente sobre las congregaciones de los pueblos de indios. De sus postulados iniciales sobre lo perjudicial de dicha política no se desdijo,  al  contrario,  continuó  con  su  visión  crítica.  Para  él,  las  reducciones  con-llevaron una labor imperiosa y perjudicial debido a la alteración que implicó para  los  pueblos,  de  hecho,  prácticamente  los  destruyó:  «de  muchas  formas de relación social y política existentes en la época prehispánica, diluyó nexos de parentesco, de relaciones étnicas... con las reducciones, el dominio de los conquistadores se hizo más patente»16. En otras palabras, este autor consideró la  congregación  como  una  injerencia  directa  en  la  estructura  política  prehispánica que  culminó con  su  destrucción.

 

En años recientes los trabajos sobre las congregaciones se han diversificado, hay propuestas metodológicas interesantes para abordarlas. Un ejemplo de ello es  la  invitación  de  Juan  Manuel  Pérez  Zevallos  para  analizar  dicha  política17. En  su  tesis  toma  como  punto  clave  los  movimientos  de  población  que  se  circunscriben  en  una  gama  de  posibilidades  de  análisis,  de  hecho,  el  propio  concepto alude al dinamismo y transformación que repercuten en el orden preestablecido,   sin   duda   alguna,   la   política   de   congregación   cumplió   con   ese reordenamiento  y  por  sus  características  se  pueden  derivar  varias  aristas  de análisis18.  Entre  ellas,  Pérez  Zevallos  considera  que  las  causas  y  motivaciones para los procesos congregacionales determinarán las reacciones internas en cada caso. El segundo nivel de análisis es entender las distintas expresiones y formas de esos movimientos, de tal suerte que se pretende vislumbrar si esos reajustes fueron voluntarios o impuestos19. Por la naturaleza espacial de mi lugar de es-tudio, el norte del valle de Toluca, la variable que más me interesa es la que el autor  llama  «morfología  de  los  movimientos»20  que  consiste  en  analizar  los movimientos inter-culturales, es decir, qué ocurre cuando se congregan distintas etnias en un mismo espacio, si bien es cierto, no es el objetivo de este escrito, hay  que  advertir  que  en  nuestro  ámbito  de  injerencia  hay  otomíes,  nahuas  y mazahuas.  Indudablemente,  esta  forma  de  análisis  puede  ser  un  modelo  para abordar las congregaciones con mayor profundidad.

 

Francisco  Jiménez Abollado  hace  otro  planteamiento  sugerente  para  abordar las congregaciones. Él sostiene que mediante los estudios etnográficos se pueden entender  los  comportamientos  de  distintos  actores  sociales21  y  bajo  esta  óptica estudió  la  congregación  de  San  Francisco  Temango  de  1598  localizado  en  el valle del mezquital. La descripción espacial es fuente vital para comprender por qué  congregar  a  los  pueblos, Temango  está  ubicado  en  una  zona  geocultural  de la  Sierra Alta,  al  norte  del  actual  estado  de  Hidalgo22,  por  el  aspecto  físico  hay una diversidad de grupos que se asentaron en las faldas de las montañas, de hecho, esto  fue  pieza  fundamental  para  la  organización  de  la  congregación.  El  autor también advierte el protagonismo de las autoridades españolas «agentes aculturadores» amén de los sujetos pasivos, los indígenas23. La información que se confeccione durante el proceso de congregación emana de los funcionarios enviados por el virrey, sin desestimar los testimonios de personas como los padres doctrineros  y  las  autoridades  locales,  quienes  forman  parte  vital  para  entender  las problemáticas, no obstante, considero que los documentos de congregación pueden dar mayores aportes a la discusión historiográfica en cuanto al acercamiento hacia los problemas y sus complejidades.

 

Para cerrar este balance, hay un trabajo que habla sobre el papel de la iglesia novohispana  en  la  segunda  etapa  de  las  congregaciones  a  raíz  del  tercer  concilio provincial efectuado en 1585. Rodolfo Aguirre hace un recuento contextual sobre la iglesia misional y su importancia en el proceso de reducción de los pueblos en la  segunda  mitad  del  siglo  XVI24  en  donde  la  participación  del  clero  secular  fue incipiente  y  con  muy  pocas  implicaciones.  No  obstante,  con  los  cambios  dados por el primer concilio provincial en 1555 aunados a la visita en 1568 de Juan de Ovando  donde  los  curas  detallaron  las  condiciones  de  las  doctrinas,  se  dieron cuenta de las deficiencias del clero misional y con en ello las críticas y luchas en pugna por la doctrina de los pueblos de indios25. Las propuestas en los memoriales del tercer concilio coincidían en la necesidad de congregar a los indios alrededor de las iglesias ya que priorizaba las necesidades espirituales, además el papel del clero secular era básico, de tal suerte que el propio consultor del concilio, el doctor Hernando Ortiz, enumeró las ventajas que tenían los curas en la conversión de las almas26, en párrafos precedentes este personaje fue vital para la asignación del beneficio eclesiástico de nuestro cura Juan González de Urbina. También cabe destacar que una de las conclusiones mencionadas por Rodolfo Aguirre es que, a diferencia de las órdenes mendicantes que pugnaban por la protección de las tierras de los pueblos, el clero secular no reparaba en ello, al contrario, veía necesario el traspaso de las tierras desocupadas a los colonos españoles27. Tal vez falta matizar esa idea con más trabajos que detallen este proceso, para nuestro caso, al cura Juan González  pugnará  y,  en  algunos  casos,  defenderá  las  tierras  inmemoriales  de  los linajes tradicionales de San Juan de los Jarros.

 

En los últimos 70 años se han escrito diferentes trabajos sobre las congregaciones en sus dos diferentes etapas28, es probable que dentro de la historiografía colonial no se  ha  hecho  justicia  sobre  sus  implicaciones  en  los  pueblos  de  indios,  quizá  por  la escasa documentación o el interés personal de cada especialista, sin embargo, es un aliciente el que los últimos trabajos problematicen este proceso, y de ello va la pro-puesta aquí presentada. He notado la ausencia de los elementos sociales que incidie-ron  en  los  procesos  congregacionales;  si  bien  es  cierto  que  se  da  por  entendido  la participación  de  diversos  actores  sociales  como  el  caso  del  clero  secular  y  regular, los jueces de congregación, además de los indios, creo que aún falta puntualizar qué papel desempeñó el clero secular en las congregaciones de los pueblos. En un inten-to por responder esta pregunta, como ya mencioné, analizaré el caso del cura Juan González  Urbina.  Para  ello,  he  dividido  las  siguientes  líneas  en  tres  parágrafos:  el primero, abordará el contexto de secularización del valle de Toluca; en el segundo, analizaré, grosso modo, el entorno previo a la llegada de Juan González de Urbina a Atlacomulco; y, por último, su participación en el proceso de congregación.

 

Los Primeros curas en el valle de Toluca

 

La llegada del clero secular al valle de Toluca responde a una etapa crucial en la iglesia novohispana, sobre todo, con el ascenso de Alonso de Montufar y  las  reformas  tridentinas  tendientes  a  fortalecer  al  clero  eclesial,  y  de  cierta manera  desestimar  el  trabajo  de  los  frailes  en  el  valle.  A  raíz  de  la  Junta Magna de 1568 se puntualizaron los problemas de las Indias, entre ellos, los asuntos  eclesiásticos  y  de  evangelización,  de  tal  manera  que  con  Juan  de Ovando comenzó el análisis sobre el estado que guardaban las jurisdicciones, razón  de  ser  de  las  descripciones  que  a  petición  del  arzobispo  solicitaron  a los  curas  diocesanos  y  que  éstos  enviaron  en  156929.  Para  el  valle  de Toluca hay informes los primeros beneficios encontrados en los pueblos de indios serranos. En Xalatlaco estaba el cura Juan de Sigura30, en la parroquia de San Pedro Atlapulco  se  asignó  al  bachiller  Pedro  de  Salamanca  que  tenía  por  vi-sitas  a  los  pueblos  de  Capulhuac,  Ocoyoacac,  Tepexoyuca  y  Cuapanoaya31, en Xiquipilco (de configuración étnica otomí) fue asignado Francisco de Agui-lar32.  Para  la  zona  norte  (Ixtlahuaca) estaba el  cura  Juan Venegas33.

 

El orden social con respecto a los primeros años de conquista había cambia-do,  el  poder  del  rey  y  su  control  en  la  Nueva  España  se  hacía  cada  vez  más puntual, su apoyo al naciente clero secular y a la Universidad dio un impulso a la inserción de curas en los pueblos y con el apoyo de los encomenderos, prosperaron y fueron avanzando en influencias y poder. Pero había un riesgo en instaurar curatos; como bien se sabe los miembros de alguna orden mendicante hacían  ciertos  votos  monásticos  cuyo  objetivo  era  conllevar  una  vida  espiritual a la salvación a través de la renuncia de placeres terrenales, uno de los votos era el  de  pobreza  que  los  ligaba  a  una  vida  sin  ataduras  o  inclinación  afectiva  a  lo material (no tener nada, no poseer nada). Votos que el clero secular no hacía, y en muchas de las ocasiones los curas amasaban territorios y fortunas.

 

Idealmente se les pedía a los clérigos seculares llevar consigo a su profesión  algún  bien  o  pensión  que  les  proporcionara  un  nivel  de  vida  decente, según  los  cánones  de  Trento,  no  debía  impartirse  la  ordenación  a  menos  de que  el  candidato  demostrara  contar  con  tal  fuente  de  ingresos34.  La  Corona pagaba a los frailes y a los sacerdotes seculares que administraban a los pueblos  de  indios35,  los  curas  en  los  pueblos  mineros  no  indígenas  debían  ser pagados  con  el  producto  del  diezmo  de  los  pobladores.  En  referencia  a  la construcción de las iglesias catedrales, a mediados del siglo XVII, la responsabilidad financiera era repartida por la Real Hacienda, el encomendero y los indios,  todos  ellos  se  dividían un  tercio de  los  gastos  totales36.

 

Ahora  bien,  acontecimientos  tales  como  el  apoyo  real  y  del  propio  arzobispo en el fortalecimiento del clero secular, además de los cambios suscitados en  el  tercer  concilio  provincial  tendientes  a  señalar  la  pronta  claridad  en  la administración  religiosa  en  los  pueblos  de  indios,  permitieron  la  asignación de los primeros curas al valle, además de aprovechar a los primeros bachilleres  graduados  de  la  Universidad  y  así  implementar los  planes  del  clero.

 

El contexto antes de la llegada del cura Juan  González de  Urbina a Atlacomulco

 

El  encomendero  de  Atlacomulco  fue  Francisco  de  Villegas  en  153737,  y permaneció como tal 15 años. A su muerte, le sucedió su hijo Manuel Villegas y,  por  último,  Pedro  Villegas.  La  familia  Villegas  tuvo  en  encomienda  a  los indios  de Atlacomulco cerca  de  58  años.

 

 

La familia Villegas en Atlacomulco de  1537-1595

AÑO

NOMBRE DEL ENCOMENDERO

FUENTE

1537-1552

Francisco de Villegas

Gerhard, 2000; 355, 364.

1552-1570

Manuel Villegas

AGN, Tierras, vol. 1834, exp. 4, f. 79

 

 

AGN, Mercedes, vol. 9, f. 270

1570-1595

Pedro Villegas

AGN, Mercedes, vol. 17, exp. 289

 

 

La transformación de los señoríos prehispánicos inició con la identificación por parte de los españoles entre los lugares que a su juicio podían considerarse como  sitios  de  residencia  de  los tlahtoque  y  aquellas  poblaciones  que  tenían una  posición  subordinada38.  La  designación  para  determinar  los  lugares  de  jerarquía se derivó de un estudio atento de la realidad nativa y tal vez utilizaron ciertos documentos donde detallaban registros censales, catastrales y tributarios. Probablemente uno de los testimonios consultados fue la Matrícula de Tributos en donde se registraron los lugares destinados al acopio del tributo.

 

En esa identificación de los lugares, hay un asunto que no concuerda con la  evidencia.  Gracias  al  documento  de  congregación  sabemos  que  el  lugar donde estuvieron los linajes prehispánicos fue San Juan de los Jarros, también conocido  como  Cuiyatepec39.  Sin  embargo,  su  historia  es  omitida  en  los  documentos  y  es  aquí  donde  surgen  varias  interrogantes,  por  ejemplo,  ¿qué ocurrió  después  de  la  conquista?  y  ¿por  qué  el  encomendero  Francisco  de Villegas  nunca  mencionó  la  existencia  de  San  Juan  y  sí  la  de Atlacomulco? Para  entender  este  problema  tan  complejo  es  necesario  armar  las  piezas  del mosaico.  En El  Libro  de  las  tasaciones  de  pueblos  de  la  Nueva  España,  se registraron dos lugares: «Temagascalzingo, que es la una estancia... [hay otra estancia] que se dice Acuzilapa»40, esto en 1537; y en La Suma de Visitas de 1548  se  menciona  que:  «Atlacomulco  es  cabecera,  y  tenía  tres  estancias  su-jetas; Techichilco, Tepeolulco  y Tlamacozcacingo»41.

 

Ahora bien, nótese que en ambas fuentes todavía no habían asignado patronímicos.  De  las  estancias  referidas  todavía  algunas  se  pueden  localizar.  En  la documentación colonial del siglo XVII hay referencias de Acucilapa, de hecho, es  uno  de  los  pueblos  sujetos  más  importantes  de  población  mazahua  hasta  el día  de  hoy. Temascalcingo  tiene  como  santo  patrono  a  San  Miguel;  de Tepeolulco su advocación fue San Francisco, de población netamente mazahua42. Con respecto a Techichilco no existe ningún registro. Según La Suma de Visitas los pueblos que colindaban con Atlacomulco eran: «parte al norte con Xilotepec y Acámbaro y al sur con Xocotitlán y Maravatio y al levante con Xicotitlán».43

 

Hay un aspecto digno de destacar, el pueblo Atlacomulco no está en ningún códice o crónica temprana, su primera referencia se encuentra en El libro de las tasaciones. Atando  cabos,  hay  un  cacique  homónimo  del  encomendero  procedente de Temascalcingo, indio que estuvo reeligiéndose por más de 12 años en los cabildos; además de aprovecharse del máximo puesto, en su administración compró varias estancias ganaderas y caballerías de tierras, convirtiéndose en un rico y próspero terrateniente de todo el norte del valle de Toluca.

 

Ahora bien, es probable que se tejió una alianza entre el encomendero y sus hijos con dicho cacique procedente de Temascalcingo para desplazar a los linajes gobernantes de San Juan de lo Jarros y relegarlos del poder político. Se necesitaba  una  nobleza  indígena,  capaz  de  negociar  y,  sobre  todo,  recabar  los  tributos  y servicios, interés primordial del encomendero. En esta etapa de reconocimientos y primeras alianzas se dio la primera congregación de 1550, sin embargo, es una realidad  que  hay  pocos  testimonios  donde  se  haga  mención  de  su  aplicación  en el valle de Toluca 44, para nuestro caso no existe algún memorial que enuncie una reorganización espacial pero, por las referencias antes descritas, es de suponer la participación del encomendero en su ejecución con miras a aprovechar todos los recursos político-tributarios de su encomienda y así aliarse con los caciques mazahuas,  además  de  separar  tanto  espacial  y  como  políticamente  a  los  linajes  de San  Juan  de  lo  Jarros.  Por  tal  razón  antes  de  la  llegada  del  cura  Juan  González de Urbina el orden establecido dictaba una alianza funcional bajo los intereses de dos actores sociales como fue el encomendero y su homónimo cacique.

 

El cura: sus desavenencias con el encomendero y el cacique  mazahua

 

El  cura  llegó  a Atlacomulco  en  157545.  En  una  relación  de  méritos46  que realizó en 1576 ante el rey, se puede conocer su procedencia y las relaciones e influencias que tenía en el orden político y religioso. Su padre era Andrés González  avecindado  en  la  Ciudad  de  México  quien  se  casó  con  Juana  Ramírez «y que durante su matrimonio vieron (sic) por su hijo legítimo al dicho Juan González de Urbina que es uno de los honrados clérigos que hay en esta Nueva España»47. Desde muy joven sirvió como capellán en la catedral de la Ciudad de  México, según  el testimonio del tesorero  de  la catedral el canónigo  Pedro  Garcés  quien  lo  conoció por  más  de  10  años48.

 

Todo parece indicar que el presbítero estaba bien relacionado. En su petición presentó nueve testigos que refirieron sus méritos, los cuales decían que era  de  «buena  teología,  es  buen  muchacho  virtuoso  y  hombre  de  bien  y  de buena fama». Entre ellos había dos comerciantes, don Juan del Allodilio (sic) de  65  años  y  Juan  de  Valladolid  de  61  años;  también  convocó  a  españoles avecindados en la Ciudad de México: José de Solís de 36 años y Jorge Pérez Solís  de  la  misma  edad;  otro  de  sus  testigos  era  un  regidor  del  cabildo  de  la Ciudad  de  México:  don  Tomás  Justiniano,  con  quien  mantuvo  una  estrecha relación por  unos  10  años49.

 

Dentro del mundo religioso lo recomendaron con grandes elogios el presbítero  Pedro  Garcés  (45  años),  el  clérigo  Diego  López  de  la  iglesia  de  la Ciudad  de  México  (46  años),  Pedro  Sánchez  (46  años)  y  el  más  importante de sus testigos el doctor en teología, maestro en artes y catedrático de filoso-fía en la Universidad, Hernando Ortiz de Hinojosa de 35 años50. De las múltiples habilidades que tenía Juan González de Urbina destacaron sobre manera  su  domino  del  otomí:  «es  el  más  hábil  que  hay  entre  los  clérigos  en  la lengua  otomí  que  es  una  de  las  más  escabrosas  y  difícil  lengua  que  hay  en esta  tierra  y  también  sabe  la  mexicana»51;  «da  muy  buena  doctrina  en  muy buena lengua mexica y otomí que es la lengua que se pretende que lo sepan los clérigos de esta Nueva España porque hay pocos que lo sepan como el dicho Juan González»52; «es buen religioso y tiene buena lengua otomí y que hace de mucho provecho  con  los  naturales  cual  el  presente  es  beneficio  en  el  pueblo  de Atlacomulco»53. A la par del tiempo, sus conocimientos en el otomí le fueron de gran valía con los indios otomíes de San Juan.

 

Ahora  bien,  la  manzana  de  la  discordia  entre  el  recién  llegado  cura  y  el orden  político-social  de  Atlacomulco  fueron  las  congregaciones  de  los  pueblos. Por el documento de congregación sabemos que entre el periodo de 1590 a 1608 hubo dos intentos por reducir a los indios. El primero se dio en 1593 por mandato del virrey Luis de Velasco «ordeno y mando juntar y congregar los  pueblos  de  Xocotitlán  y Atlacomulco  a  don  Pedro  de  Villegas  y  Peralta en  quien  dicen  estar  encomendados  y  que  me  han  dicho  que  actualmente  se está  haciendo  la  congregación...  y  al  juez  congregador  haga  lo  dicho»54.  La disposición señalaba a dos personajes importantes la familia de encomenderos y  al  juez  congregador,  nótese  la  ausencia  del  cura,  pero  ninguno  de  estos personajes participó en este intento. Juan González de Urbina tomó las riendas de la primera reducción de tal manera que tuvo muchas dificultades.

 

            ...  me  consta  que  en  muchos  de  los  pueblecillos  que  dejaron  tienen  sus  iglesias hechas y hay casas fundadas en forma y del pueblo de San Juan se fueron los del sujeto  de  San  Francisco  Tepeolulco  y  San  Pedro  y  otros  dos  sujetos  y  del  pueblo de Santiago Acosilapa que han de traer del pueblo de San Francisco, se fueron los del  sujeto  de  San  Felipe  y  de  la  congregación  de  San  Miguel  Tlamazcaltzingo [Temascalcingo], se fueron los del sujeto de Santiago y con riesgo de estar en sus puestos  como  de  antes  y  no  he  sido  poderoso  atraerlos  a  congregación  y  doctrina ni  acuden  a  las  confesiones  y  a  oír  misa  como  deben  y  sin  esto  están  muchos embarrancados a  donde  jamás  acuden  a  la  iglesia55.

 

La  presencia  del  cura  se  hizo  notar,  él  instrumentó  la  congregación  bajo el  argumento  doctrinal  de  que  los  indios  escucharan  las  misas  dominicales, de tal suerte que Juan González de Urbina tuviera su propio modelo de congregación,  trayendo  indios  de  cuatro  pueblos  mayoritariamente  mazahuas, para  fortalecer  al  pueblo  de  San  Juan  de  los  Jarros.  No  obstante,  las  pretensiones del cura se vieron claramente desprovistas de validez oficial, ya que no  estaba  el  juez congregador  ni  el  encomendero en  sus  «ajustes»

 

Movilidad entre los Pueblos sujetos en  1593. Según la visión del cura  Juan  González de  Urbina

 

PUEBLOS EN REACOMODO

PUEBLOS RECEPTORES

San Francisco Tepeolulco

San Juan de los Jarros

San Pedro

 

Otros dos pueblos

 

San Francisco  (¿Chalchihuipa?)

Santiago Acucilapa

San Felipe

 

Santiagop?

San Miguel Temascalcingo

Fuente: ami-sH,  doc.  1,  f.  8

 

¿Cuál  fue  el  motivo  por  la  falta  de  apoyo  de  estos  actores  sociales?  In-dudablemente le presencia de cura fue un parteaguas en la historia local de Atlacomulco y quizá este sea un filón para comenzar a analizar el papel del clero secular en los pueblos de indios, al reorganizar los espacios y fortalecer a San Juan de los Jarros significaría un desplazamiento de funciones y, sobre  todo,  el  control  de  la  caja  de  comunidad,  en  un  principio  la  administración  de  estos  fundos  dependía  del  gobernador,  el  encomendero  y  del  alcalde mayor, cuestión que fue modificándose con los primeros beneficios eclesiásticos  asignados,  ya  que  el  cura  podía  tener  una  llave  por  razón  de los gastos generados en las fiestas patronales. Así es que la tarea de Juan González  era  desestimar  la  cabecera:

que en esta cabecera y pueblo de Atlacomulco se mandaron poner al pie cuatrocientos  indios,  se  les  señalaron  solares,  hicieron  sus  casas  y  estaba  en  forma de  pueblo  con  sus  calles  y  dentro  de  pocos  días  se  deshizo  todo  y  dejaronlo desierto  y  no  hay  en  él  doscientos  indios  porque  los  demás  se  han  ido  a  sus puestos.  Vuestra  majestad  mande  pedir  el  padrón  de  los  que  ahora  hay  y  pedir cuenta  de  los  demás  y  hacerlos  venir  y  ponerlos  en  orden  para  que  se  puedan administrar  y  doctrinar56.

 

De los 400 indios traídos de los pueblos sujetos huyó la mitad sin dejar rastro  alguno,  circunstancia  que  inconformó  al  cura  Juan  González  de  Urbina  y,  por  lo  tanto,  le  solicitó  al  rey  el  padrón  para  obligar  a  los  naturales a  regresar  al  lugar  que  se  les  había  indicado,  pero  no  hubo  respuesta.  A todas  luces  los  indios  se  resistieron,  no  querían  dejar  sus  sitios  inmemoriales, aunado al problema étnico. El cura dio fe de lo complejo del área: «hay en  este  partido  tres  lenguas,  mexicana,  otomie  y  mazahua,  esto  es  lo  que hay  en  este  partido»57.

Aún faltan estudios que centren su atención en los problemas étnicos de los pueblos  de  indios  aun  cuando  el  fenómeno  entre  etnias  no  fue  del  todo  novedoso, ya que desde la época prehispánica el patrón de asentamientos era de un continuo  dispar:  para  el  valle  de Toluca  había  otomíes,  nahuas  y  matlatzincas. En nuestra zona de estudio, los pueblos sujetos de San Juan de los Jarros58, San Miguel Temascalcingo59 y Santiago Acucilapa60 tenían una población distribuida  entre  otomíes,  mazahuas  y  unos  pocos  nahuas.

 

El  esfuerzo  del  cura  por  congregar  a  los  pueblos  de  Atlacomulco  no prosperó,  había  un  inminente  choque  y  resistencia  por  parte  de  los  indios, además de la nula participación de tres actores importantes: el encomendero, el gobernador y el juez congregador61. Dicha afrenta, el cura no la olvidó,  aliándose  con  los  linajes  primigenios  del  pueblo  de  San  Juan  de  los Jarros,  por  ese  motivo  en  la  segunda  etapa  de  congregación  las  cosas  cambiaron  completamente.

 

La congregación de  1604:

  Juan  González de  Urbina, de cuidador de almas a líder local

 

El  cuatro  de  marzo  de  1604  se  presentó  el  juez  congregador Andrés  de Estrada por mandato del virrey Marqués de Montesclaros, para ejecutar finalmente  la  congregación  de Atlacomulco.  En  esta  ocasión  se  reunieron  el gobernador Francisco de Villegas y el cabildo indígena, los cuales recorrieron  y  congregaron  los  pueblos  sujetos  de  Atlacomulco.  Por  su  diversidad étnica  contrataron  tres  intérpretes  para  hacerles  entender  a  todos  los  indios cómo debían quedar. En la descripción que hizo el juez congregador contabilizó el número de tributarios de cada pueblo, hizo referencia a su lengua, las tierras del común repartimiento que trabajaban y la distancia que hacían a  la  cabecera.

 

El  juez  de  congregación  señaló  que:  «en  este  pueblo  de Atlacomulco  declararon  por  hablar  en  común  la  lengua  macegual,  y  el  gobernador,  alcaldes y gente principal hablar la mexicana»62. Los indios de San Juan de los Jarros ocuparon la mayoría de los cargos en el cabildo, había entre ellos principales que hablaban otomí y mazahua (considerada «lengua macegual»); pero sabían hablar náhuatl  como  lengua  franca.

 

El total de población tributaria en Atlacomulco era de 1,819 y «trescientos y  veinte  y  cuatro  de  ellos  están  poblados  en  la  dicha  cabecera  y  los  demás repartidos en cuatro sujetos y que todos están en tierra fría y algunos en tierra templada  como  aparecerá  en  la  visita»  Andrés  de  Estrada  consideró  cuatro pueblos  sujetos  importantes  para  que  cada  uno  hiciera su  congregación.

 

Pueblos receptores de Atlacomulco en  1604

PUEBLOS RECEPTORES

LUGARES CONGREGADOS

San Juan de los Jarros

7 pueblecillos

San Miguel Temascalcingo

5 pueblecillos

San Francisco Chalchihuapan

4 pueblecillos

Francisco Tepeolulco

Santiago Acucilapa

Fuente: ami-sH,  doc.  1,  fs.  39-44  y  47-50.

 

Los ajustes y reacomodos territoriales de los pueblos fueron avalados por el juez congregador, pero quien estuvo atrás de ello fue el cura Juan González de  Urbina.

 

San Miguel Temascalcingo fue unos de los pueblos sujetos más importantes de nuestra zona de estudio, de allí procedían los caciques que gobernaron Atlacomulco  por  varias  generaciones.  Contaban  con  680  tributarios  más  la gente  de  sus  pueblecillos  que  se  congregaron,  sumaban  en  total  800  tributa-rios63.  Era  el  pueblo  con  mayor  número  de  habitantes,  por  ello  el  cura  Juan González  de  Urbina  no  podía  atenderlos  adecuadamente,  además  de  las  fricciones con el cacique, por lo cual, pidió al arzobispo otro cura para administrar  los  sacramentos.  Por  su  parte,  los  indios  se  dedicaban  a  cultivar  maíz, frijol  y  chile  en  una  sementera  que  medía  20  brazas  cuadradas  por  cada  tri-butario64;  medida  generalizada  para  todos  los  pueblos  sujetos.

 

A  la  par  de  la  producción  de  sus  tierras  de  comunidad  los  indios  tenían «pocas  granjerías,  dase  bien  el  maíz  y  solo  para  su  comer  y  pasan  su  año, siembran  y  cogen  y  venden  muy  poco  para  pagar  sus  tributos,  crían  aves  de la  tierra  y  de  castilla  que  le  dan  bien  y  le  traen  a  vender»65.  Como  se  puede notar la economía indígena se diversificaba en varias actividades.

 

El cura Juan González de Urbina describe la prosperidad económica de un linaje:  «algunos  principales  que  son  contados  tienen  ovejas,  vacas  y  bueyes, crían  algún  ganado  prieto  y  siembran  cantidad  de  maíz,  estos  son  los  que lucen  y  tienen  algún  dinero»66. Esos principales que refiere el cura, sin duda alguna,  son  el  propio  Francisco  de  Villegas,  con  sus  hijos  Juan  Ramírez  de Tapia,  Gabriel  Ramírez de Villegas y Agustín  Chimal67.

 

El asentamiento de San Francisco distaba de la cabecera aproximadamente 1,5 kilómetros y se ubicaba al sureste donde había «muy buenas ciénagas»68. Por  sus  recursos  hidrológicos  los  indios  se  dedicaban  a  la  crianza  de  cerdos, adecuaron  su  espacio  para  elaborar  abrevaderos  y  así  saciar  la  sed  de  sus ganados. También en sus sementeras sembraban todo tipo de legumbres, con especial  cuidado  del  haba.  Por  la  descripción  del  cura  podemos  conocer  las características  territoriales  donde  se  asentaron  para  vivir:  «está  asentado  en un llano... y está cerca que se oyen las campanas de uno y otro pueblo... es muy buena tierra del temple de la cabecera, hay muchas fuentes de agua que corren por el dicho pueblo y riegan mucha tierra en los llanos y tienen cerca el monte»69 Por su cercanía a la cabecera el juez congregador propuso mudar cerca de 66 indios para repoblarla; ante la protesta enérgica de estos naturales el  juez  congregador  determinó:  «no  le  saquen  los  sesenta  y  seis  para  poblar en  la  cabecera y  se  queden  en  él»70

 

Sobre la movilidad de los indios a sus nuevos espacios hay ciertos rasgos que enuncian medidas laxas que permitían «libertades» a los indios si no les gustaba  el  sitio  o  barrio  señalado.

 

Otras  de  las  ventajas  que  tenía  San  Francisco,  además  de  tener  recursos hidrológicos  abundantes,  fue  su  cercanía  al  cerro  de  Xocotepetl  cuya  altitud sobrepasa los 3.800 metros sobre el nivel del mar. Posiblemente los indios se dedicaron a la extracción de madera fina (cedro y fresno) y a la comercialización del carbón y el ocote. Para finalizar, el grupo étnico predominante eran los  mazahuas que  labraban una  sementera de  20  brazas  en  cuadra.

 

Hay un asunto que merece toda la atención entre los pueblos de San Fran-cisco  Tepeolulco  y  Santiago Acucilapa. Al  parecer  tienen  la  misma  raíz  histórica desde épocas prehispánicas. Por la descripción que da el documento de congregación,  sitúa  a  Santiago  como  «pueblo  pasajero  para  la  provincia  de Michoacán  y  Guadalajara  y  otras  partes»  hoy  en  día  ese  lugar  lo  ocupa  Tepeolulco  (al  oeste  de  la  cabecera),  dado  que  Santiago  se  encuentra  diametral opuesto a la ubicación que el memorial refiere (al este).

 

En cuanto a su población, Santiago Acucilapa era el pueblo más pequeño (tan  sólo  142  tributarios)  de  toda  la  corporación  de Atlacomulco,  en  su  mayoría eran mazahuas. Al notar la cantidad tan baja de tributarios, el cura Juan González  de  Urbina  le  propuso  al  juez  congregador Andrés  de  Estrada  congregarlos al pueblo de san Francisco Tepeolulco que en ese momento contaba con  250  tributarios; en  total entre  los  dos  pueblos  hicieron  40071.

 

Por su ubicación y su carácter de pueblo pasajero, los indios de Acucilapa comercializaban  el  pulque  para  la  zona  minera  de  Tlalpujahua,  además  de cárnicos  derivados  del  puerco.  Al  igual  que  san  Francisco  Chalchihuiapan contaba con una ciénaga lo que generaba mayores dividendos para la siembra de  hortalizas  y  legumbres.  También  es  de  resaltar  la  producción  del  huautli (amaranto); por las crónicas de Diego Durán conocemos que era una semilla que  ocupaban  para  dar  forma  a  las  deidades  como  Huitzilopochtli72  y  se  utilizaba como  remedio curativo  y  preventivo de  enfermedades gástricas73.

 

En  el  documento  de  congregación  hay  un  constante  reclamo  y  desestima por  parte  del  cura  Juan  González  de  Urbina  en  contra  de  la  cabecera  de Atlacomulco. Desde su primer intento fallido en 1593, trató de asentar 400 indios a  la  cabecera,  pero  huyeron  200.  Para  1604  se  contabilizaron  en  total  324 tributarios,  por  lo  tanto,  en  un  lapso  de  once  años  pudieron  concretar  una repoblación  con  la  llegada  de  124  indios  a  la  cabecera.  Por  los  reportes  del cura,  en  1608  la  cabecera  contaba  con  300  tributarios.  En  menos  de  15  años la población de la cabecera estaba en constante reacomodo, en el documento de congregación no hay una descripción detallada de la organización territorial de  la  capital de Atlacomulco.

Así  se  manifestó el  cura:

 

            Con el juez de esta congregación de Atlacomulco recibí la de vuestra excelentísima y  por  ella  veo  la  merced  que  me  hace  en  elegirme  por  acompañado  para  que  se concluya acudir a su ejecución con el cuidado y diligencia que vuestra excelencia verá  porque  mi  deseo  ha  sido  siempre  verla  acabada  pues  de  ello  ha  de  redundar tanto  servicio  a  nuestro  señor, solo  advierto  a  vuestra  excelencia,  que  queda  esta cabecera muy desacomodada y con muy poca gente que por la iglesia y casa no le mudo  a  otro  lugar,  así  muerto  y  huido  la  más  partes  de  ellos  y  pues  lo  que  su majestad pretende es que los pueblos congregados tengan orden y policía y pasen de cuatrocientos indios y allí esté el ministro me parece que las visitas que son San Juan  y  San  Francisco,  se  saquen  los  que  faltan  y  se  les  den  sus  solares  para  que hagan  sus  casas  que  respecto  de  estar  tan  cerca  las  dichas  visitas,  no  se  les  hará muy dificultoso pues con esto gozarán de bien espiritual y de sus tierras que las ternan más a mano, en lo demás se va procediendo conforme a la instrucción que vuestra excelencia me envió y se hace con mucha suavidad y gusto de los natura-les y siempre daré aviso de lo que se fuere haciendo guarde nuestro señor a vues-tra  excelentísima,  y  en  mayor  estado  aviente  con  la  salud  y  vida  que  yo  deseo... Juan  González de  Urbina74

 

En su retórica hay una llamada de atención muy fuerte: «sólo advierto» (negritas  añadidas);  y  en  su  queja  el  cura  manifestaba  dos  problemas:  el lugar y la cantidad de personas. En cuanto a su configuración territorial, la cabecera  de Atlacomulco  no  tiene  descripciones  tan  detalladas  como  la  de sus  pueblos. Al  parecer,  contaba  «con  cuatro  pueblecillos  sujetos  y  por  ser mala  tierra  y  carecer  de  agua  y  leña  no  está  mejor  poblado»75;  nótese  la queja continua del cura. Ahora bien, ¿por qué tanta animadversión contra el asentamiento de la cabecera? En el contexto general de Atlacomulco duran-te la segunda mitad del siglo XVI y las primeras dos décadas del siglo XVII hay una continua lucha por el poder económico. Desde su llegada, el encomendero don Francisco de Villegas rápidamente se convirtió en terrateniente,  realizó  una  alianza  con  los  mazahuas  de Temascalcingo,  pacto  que  consistió  en  la  permanencia  política  de  estos  indios  en  el  poder,  y  tuvo  a  su cargo  la  administración  conjunta  de  la  caja  de  comunidad  creada  en  1550; lo cual propició un status quo que duró varios decenios, hasta la llegada del cura  Juan  González  de  Urbina.

 

Cabe  destacar  que,  en  la  congregación  de  Jarros,  el  cura  participó  de manera  activa  juntamente  con  el  juez  congregador  y,  en  cierto  sentido,  obligado, el gobernador Francisco de Villegas. Cada vez que el gobernador Villegas no apresuraba la reorganización espacial y la edificación de las casas a los indios de San Juan, el cura González de Urbina arremetía en contra de él denunciándolo  al  juez  congregador,  mismo  que  amenazó  al  gobernador  en propiciarle 100  azotes y  ser  removido de  su  cargo76.

 

En  general,  el  cura  Juan  González  de  Urbina  tuvo  un  papel  determinante en  la  congregación,  de  hecho,  en  su  descripción  aludió  a  San  Juan  de  los Jarros como «haber sido república de alcaldes y demás oficiales»77  ¿Qué  de relevante  tenía  cada  una  de  estas  palabras?  El  concepto  república,  bajo  el contexto  de  los  pueblos  de  indios,  se  entendía  como  aquella  entidad  política conformada por un aparato jerárquico en donde se circunscribían vínculos de poder  y  parte  de  su  integración  estaba  encabezada  por  un  gobernador  y  su respectivo  cabildo  (alcaldes,  regidores,  alguaciles  y  escribanos). A  la  luz  de la  evidencia  documental,  desde  el  virrey  Antonio  de  Mendoza  se  tenía  el objetivo  de  crear  un  sistema  de  organización  en  dos  aspectos  básicos:  el  administrativo  y  el  espiritual.  En  relación  con  estas  pretensiones  se  determinó lo siguiente: «Cada pueblo que pasaren de ochenta casas tuviera un gobernador,  dos  alcaldes y  dos  regidores»78.

 

El principio del orden y policía estaba en ejecución, con el nombramiento de estos oficiales se constituyó la república de indios, cuyos miembros eran conocidos como «oficiales de república»; por ello las palabras del cura tenían un significado especial. Sin duda alguna, se alude a un pasado importante, donde algunos principales posiblemente gobernaron en tiempos remotos y aún la  élite tenochca gozaba de  cierta relevancia en  la  época  colonial.

 

Cuando  el  cura  Juan  González  llegó  a  Atlacomulco  en  1575  encontró  una serie de irregularidades, las finanzas del pueblo estaban sujetas bajo la determinación del encomendero y los caciques, por ello desde un principio González de Urbina solicitó la ayuda del rey para sus gastos y los de su parroquia (obligación que le correspondía al encomendero). A raíz de estas desavenencias con los acto-res implícitos en el poder, el cura estudió la conformación de Atlacomulco, analizó  cada  uno  de  los  pueblos  sujetos  y  encontró  en  San  Juan  un  bastión  importante, una organización de cierta manera autónoma de la cabecera constituido por estancias  y  barrios,  y  cada  una  de  esas  estancias  estaban  administradas  por  un principal  de  linaje,  por  ese  motivo,  el  cura  pretendió  desplazar  a  la  cabecera  de Atlacomulco, así le restaría poder a los intereses generados.

 

Por el testimonio del cura conocemos cómo fue el proceso de congregación de San Juan. El domingo 11 de mayo de 1603 después de la misa dominical79 se  llamó  a  los  indios  a  escuchar  las  palabras  de  Jorge  de  Baeza  y  Carvajal (juez  congregador)  y  del  cura  Juan  González  de  Urbina;  en  esta  ocasión  no utilizaron  intérpretes  ya  que  el  bachiller  era  versado  en  el  otomí  y  en  el  mazahua.  Las  palabras  referidas  estaban  encaminadas  a  señalar  a  los  indios  sus nuevos espacios, los beneficios que conllevaba todo el proceso y la protección de  sus  tierras inmemoriales80.

 

Es de notar que el gobernador Francisco de Villegas no acudió a esta pri-mera cita; inclusive Jorge de Baeza al terminar de explicar la congregación a los  indios  hizo  referencia  que  su  siguiente  pueblo  a  visitar  era  San  Miguel Temascalcingo,  cuna  del  propio  gobernador,  no  obstante,  el  cura  le  comentó que  estaban  renuentes  los  indios  de  San  Miguel.  Al  escuchar  el  juez  el  comentario  de  Juan  González  determinó  que  el  próximo  domingo  visitaría  al pueblo  de Temascalcingo:

 

...  y  que  en  dicho  pueblo  estén  sus  mujeres  e  hijos  y  el  auto  que  tuviesen  y  es-tuviese cada uno de ellos en su casa viviendo en apercibimiento que no lo cumpliendo  (sic)  el  dicho  juez  los  castigará  y  echarles  las  casas  en  el  suelo  y  para mayor  brevedad  quemárselas  mandó  parecer  ante  sí  a  don  Francisco  de Villegas gobernador en el cual mediante, el dicho intérprete preguntó si los dichos indios habían venido al dicho pueblo como se les había mandado y el dicho gobernador dijo  que  si  habían  venido  los  cuales  con  sus  mujeres  e  hijos  puso  ante  el  dicho juez y ante el dicho beneficiado y por lengua del dicho intérprete se les apercibió y  mandó  que  son  naturales  de  este  dicho  pueblo  y  tienen  sus  casas  en  él,  no  se ahuyenten  ni  se  vayan  a  vivir  a  otra  parte  ni  al  dicho  sitio  de  donde  fueron  traídos  so  pena  de  ser  ahorcados  (sic)  en  la  horca  del  dicho  pueblo,  y  habiéndoles hecho  otras  amenazas  y  apercibimientos  por  lengua  del  dicho  intérprete  respondieron  que  están  prestos  de  lo  cumplir  y  de  no  salir  del  dicho  pueblo  para  vivir en  otra  parte81

 

Al  parecer  la  ausencia  del  gobernador  molestó  al  juez  congregador,  por ello  le  exigió  su  presencia  en  Temascalcingo,  inclusive  le  advirtió  que  no permitiría ninguna resistencia por parte de los indios para mudarse a sus nuevos espacios, y si alguno persistía en desacatar la orden se tomarían medidas radicales  como  la  quema  y  destrucción  de  sus  jacales82.  Pero  antes  de  acudir el  juez  congregador  mandó  a  su  intérprete  Baltasar  Mejía  para  hacer  una averiguación  sobre  la  colaboración  del  gobernador  en  la  congregación  de  su pueblo;  sin  retardo  alguno,  Baltasar  entrevistó  a  cada  uno  de  los  naturales  y todos  declararon  a  favor  de  don  Francisco  de  Villegas,  es  decir,  dijeron  que ya  les  había  persuadido  para  que  se  congregasen.  No  cabe  duda,  la  relación entre el  cura  y  el  gobernador  era  de  continuo malestar.

 

Ya con la amonestación, don Francisco de Villegas acompañó al encomendero Alonso de Basan83, al juez congregador y al cura para comenzar formal-mente  los  trabajos  de  reducción:  «y  llegamos  este  dicho  día  serían  como  las dos  de  la  tarde  poco  más  o  menos  al  dicho  pueblo  san  Juan  Cuiyatepec  yo Baltasar de  Contreras  [el  juez congregador]»84

 

El recorrido comenzó por el centro de San Juan y de allí partió a la peri-feria. El juez congregador y su intérprete observaron que: «el dicho pueblo y barrios  es  muy  bueno  y  está  en  muy  buen  asiento  en  traza  y  policía  que  parece  ciudad...  y  así  mismo  le  señaló  la  plaza  que  tenían  a  las  espaldas  de  la dicha iglesia en la delantera y les señaló para casas de comunidad y cárcel y cabildo  que  no  las  tenían  hechas85».  Hay  varias  cuestiones  que  discutir  de estas afirmaciones.

 

En primer lugar, cobran relevancia los conceptos ya señalados; aquí se ve claramente  la  seña  particular  de  llamarle  «pueblo»  a  San  Juan,  para  distinguirlo  de  sus  propios  pueblecillos  y  barrios. Aunado  el  concepto,  también  se pueden  vislumbrar  ciertos  elementos  que  enuncian  la  importancia  de  Jarros con respecto a la cabecera de Atlacomulco. Según las reformas que estableció el rey Felipe II en 1573, referente a las ordenanzas de población, señaló que cada centro urbano debía tener una plaza central y que de ella se desprendieran cuatro calles principales, además se requería tener mucho cuidado con el templo religioso de tal manera que su establecimiento se respetara, guardando toda proporción, entre las plazas de la iglesia parroquial y las capillas86. También dentro del casco urbano se instaba a dejar «sitio y solar para la casa real casa  de  consejo  y  cabildo y  aduana junto  al  mismo  templo87».

 

Por las características que señala la ordenanza, prácticamente el centro de San  Juan  de  los  Jarros  era  considerado  como  un  centro  urbano,  cumplía  con todo lo indicado, tenía su plaza principal en frente del templo, cárcel y la casa de  comunidad,  donde  se  hacían las  labores  gubernativas.

 

En comparación con los demás pueblos sujetos, su número de tributarios (398)  superaba  a  la  cabecera  de  Atlacomulco,  no  así  Temascalcingo.  En cuanto  a  su  conformación  étnica  se  encontraban  otomíes,  mazahuas  y  nahuas.  Uno  de  los  barrios  más  importantes  de  San  Juan  era  San  Bartolomé; un pequeño lugar que albergó un sector importante de mexicas y fueron los únicos que conservaron su apellido original; en 1655 defendieron sus tierras de  la  invasión  de  doña  Margarita  y  su  esposo  Francisco  Rodríguez  quienes pretendían extender sus dominios88. Este barrio cultivaba magueyes y vendía el  pulque  en  la  zona  minera  de  Tlalpujahua89.  De  los  otros  barrios  no  hay una  descripción  detallada,  al  parecer  tenían  cerdos  y  aprovechaban  los  beneficios de vivir en ciénaga. Tenían tierras para cultivar maíz y algunas legumbres, su cantidad no variaba del resto de los pueblos sujetos, 20 brazas cuadradas.

 

Por  testimonio  del  cura  podemos  saber  más  características:

 

El  otro  puesto  se  dice  San  Juan  está  puesto  en  una  loma  alta  una  legua  de  la  cabecera, de manera que queda en medio y las dos visitas una a un lado y otra, otro juntáronse aquí siete pueblecitos y quedaron trescientos noventa indios tributarios, por  estar  en  loma  el  pueblo  no  entra  agua  en  él  y  van  por  ella  dos  o  tres  tiros  de arcabuz de  allí es  tierra fría  y  airosa90.

 

Efectivamente, hoy en día el establecimiento de Jarros se encuentra en las laderas  de  una  pronunciada  sierra,  que  funge  como  frontera  natural  con  el pueblo  de  Temascalcingo.  Las  ubicaciones  de  las  tierras  del  común  repartimiento  se  encontraban  al  norte,  allí  estaba  la  ciénaga  para  abastecerse  del líquido  vital.  Una  vez  terminado  el  proceso  de  congregación,  como  bien  lo refiere el cura Juan González de Urbina, San Juan quedó en medio de san Miguel Temascalcingo y  la  cabecera de Atlacomulco.

 

Uno  de  los  procesos  más  demandantes  durante  la  congregación  fue  la edificación de las casas. En realidad, todavía existía resistencia por parte de los  indios  en  hacerlas  y  habitarlas,  recordemos  que  en  Atlacomulco  se  pre-sentó el juez congregador por vez primera el 11 de mayo de 1603 para informar  a  todos  los  indios  las  ventajas  de  reducirse;  no  obstante,  para  el  mes  de enero de 1606, los indios de San Juan no se mudaban y estaban en el proceso de edificar sus viviendas. Sin duda alguna, uno de los factores determinantes  para  designar  los  materiales  a  ocupar  fue  el  clima,  regularmente  durante los  meses  invernales  la  temperatura  desciende  de  una  manera  muy  notable, por ello las casas debían tener ciertas particularidades para protegerse del frío. Por las instrucciones que dio el juez congregador los materiales que ocupaban eran: la paja, los moldes para hacer el adobe y algunas vigas para el techo91. El trabajo era arduo para un sólo indio, por ello se instaba a los tequitlatos a supervisar los trabajos y a organizar de 8 a 12 cuadrillas (configuradas por 20 indios) para edificar92.

 

El trabajo no terminaba ahí, un agrimensor avalado por el juez congregador  medía  los  solares  a  repartir;  cada  indio  (soltero,  soltera,  viudo,  viuda  y casados) recibía una superficie de 25 varas de largo por 20 de ancho93.  Por cada  solar  repartido  «señalándole  luego  con  alguna  zanja  o  mojonera  se  ha de edificar de balde un aposento alto»94,  es  decir  una  barda  perimetral  que hacía la distinción superficial entre cada solar repartido.

 

Hasta  aquí  prácticamente,  el  juez  congregador  y  sus  ayudantes  tuvieron una participación, sin embargo, en la distribución de las habitaciones el cura Juan  González  de  Urbina  ponía  mucha  atención.  En  primer  lugar,  debía haber  un  espacio  que  «distinga  la  vivienda  del  servicio  en  que  hubiere  de ver  inmundicias»  además  de  señalar  «el  dormitorio  de  los  hijos  del  de  las hijas...  esto  para  que  en  todo  caso  lo  cumplan  y  se  introduzca  algo  de  policía  cristiana  entre  ellos»95.  La  observación  del  cura  en  las  viviendas  fue muy  puntual,  la  composición  era  «una  sala  y  a  cada  lado  un  aposento  y frontero de este cuarto están otros dos aposentos que el uno sirve de cocina y  es  casa  de  barros  convajerada  [bajareque]  de  terrado»96. Además  de  ello, todos los indios se mudaban «con sus ropas y bienes y barbacoa», la palabra barbacoa proviene del taíno y fue introducida al español, significa tejidos de ramas; en la Nueva España era el petate y se aplicaba para definir el sitio  donde  iba  la  cama.97

 

Distribución de los espacios en una casa

 

Cada  principal  tenía  la  obligación  de  velar  por  los  trabajos  que  se  hacían en  la  congregación;  desde  los  tiempos  de  Luis  de  Velasco  (el  mozo)  había algunas  casas  que  todavía  quedaban  en  pie  «faltan  por  hacer  y  comenzar mucha  cantidad  de  casas  para  todos  los  indios  que  en  él  viven  y  están  reducidos desde el tiempo del virrey Luis de Velasco»98, por ello en la descripción del documento se mencionan que son reedificadas a partir de los cimientos que tenían (según el documento todas las viviendas tenían una base de piedra) desde  1593.

 

Respecto a don Francisco de Villegas, nuevamente tuvo problemas con el cura.  A  Juan  González  de  Urbina  le  urgía  terminar  la  congregación  de  San Juan, al notar que los años pasaban y que los indios no procuraban construir o  reparar  las  casas,  tuvo  que  acusar  al  gobernador  ante  el  juez  congregador. El  17  de  junio  de  1608  se  presentó  una  comitiva  encabezada  por  el  juez,  el cura  y  todo  el  cabildo  indígena;  se  encontraron  con  «las  casas  despobladas que son indios de los dichos pueblos viejos los cuales han sido de ordinarios rebeldes  y  no  obedientes  a  no  querer  vivir  en  este  pueblo99». Averiguando  el cura más sobre este asuntó, les preguntó a los indios cuales eran los motivos para no habitar sus nuevos espacios y expresaron: «sino que con achaque de que van a sembrar sus tierras y que les caen cerca, se van a los dichos pues-tos  como  se  han  ido  y  se  han  quedado  al  presente...  y  que  vivido  en  ellas estando enfermos y yéndose a curar a casa de sus parientes por no estar solos y  haber  acudido a  sus  sementeras a  los  puestos  viejos»100.

 

Ante tales argumentos poco fiables, Juan Ramírez Escobar «reprendió al dicho  gobernador  por  el  descuido  que  ha  tenido  en  todo  lo  susodicho  y  le mandó so pena de que será castigado y removido del oficio que luego vaya personalmente  y  a  todos  puestos  viejos  que  tienen  declarados»101.  Con  tal amenaza vertida en sus espaldas, don Francisco de Villegas fue a cada puesto  y  de  manera  enérgica  les  habló  en  mazahua  «y  los  reprendió  y  amenazó que  so  pena  de  cien  azotes  que  se  les  serán  dados  por  las  calles»102.  No  bastaba con los azotes, había una humillación pública para todo aquel que resistiera la reducción. Con estas medidas radicales el gobernador salvó su puesto y  así  fue  como  se  concretó la  congregación de  San  Juan  de  los  Jarros.

 

Conclusiones

 

Este  artículo  intenta  esclarecer  ciertas  ideas  y  formular  algunas  hipótesis en torno al proceso de las congregaciones de los pueblos de indios. Para ello, he considerado pertinente partir de un eje temático ausente en la historiografía, con el caso de un cura cuya participación es notable, no solo en la organización  de  un  pueblo  (lo  cual  en  sí  ya  sorprende  e  invita  al  estudio),  sino también  en  la  vida  económica,  social  y  política  de  una  corporación.  No  está por demás insistir en que el estudio de las congregaciones reviste una singular importancia en la historiografía colonial, más aún si se realiza a partir de fuentes inéditas, como los documentos de congregación, en los que aparecen personajes ya conocidos: encomenderos, caciques, el juez congregador y, su-mémosle,  los  curas,  vistos  ahora  como  líderes  sociales  cuya  tarea  sobrepasó el  carácter espiritual.

 

Ríos  de  tinta  han  corrido  sobre  los  problemas  en  las  esferas  eclesiásticas que  la  mayoría  de  los  pueblos  de  indios  tuvieron  en  su  proceso  de  secularización, sin embargo, falta analizar con casos particulares el desempeño de los curas dentro de las corporaciones; sobre una revisión historiográfica como un mosaico general y cimiento, quizá este trabajo sea una contribución para ver la tarea del clero secular en todas sus dimensiones. Por lo aquí expuesto tengo  la  impresión  de  que,  durante  su  gestión,  Juan  González  de  Urbina  como líder  local procuró  por  los  linajes  tradicionales  que  estaban  de  cierto  modorelegados en un pequeño pueblo, San Juan de los Jarros, que por varias décadas no figuró en la escena política de Atlacomulco, sin embargo, su alianza con Jarros llevaba implícito el interés de controlar y administrar la economía de toda la corporación. Ya con la presión del juez congregador, el gobernador y el encomendero se dieron prisa para llevar a cabo el orden y la distribución de  las  tierras,  pero,  en  el  momento  en  que  descuidaban  la  reducción  (sobre todo el gobernador), el cura salía para acusarlo y con ello Francisco de Villegas tuvo amenazas de ser azotado y destituido de su cargo. Cabe recordar que el juez congregador prácticamente se apoyó en el testimonio del cura, y tanto su  liderazgo  como  su  conocimiento  tuvieron  un  gran  peso  en  las  decisiones sobre  el  proceso  de  congregación.

 

Aún quedan asignaturas pendientes por analizar, creo que las congregaciones pueden ser un filón para incentivar las investigaciones sobre el quehacer del  clero  secular  dentro  de  los  pueblos  de  indios.  Faltan  trabajos  que  nos enuncien las riquezas patrimoniales de los curas y que estudien cómo, quizás, algunos de ellos, al igual que Juan González, se convirtieron durante el siglo XVII  en  grandes  terratenientes  y,  tal  vez,  también  en  controladores  del  comercio local y  regional.

 

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1scfelipe@gmail.com, ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-0017-4409

2  La  merced  es  un  favor  concedido  en  nombre  de  su  majestad,  otorgado  a  aquellos  que habían servido  a  la  corona,  por  su  participación militar. Véase  Chevalier, 1976: 174.

3  Frailes y curas convivieron en los pueblos. Los curas supusieron un mayor número que los  frailes.  Su  contacto  cotidiano  con  los  indios  propició  su  influjo  en  la  estructura  social, puesto que eran depositarios y ejecutores del dominio político y económico de la Iglesia. Por ello se convirtieron en verdaderas figuras políticas que participaban en asuntos de elecciones dentro  de  los  pueblos  de  indios. Véase  García  Martínez, 1987:  96

4  Aguirre  Salvador,  2014: 10-44.

5  Taylor,  1999: 128-135,  185.

6  La  congregación  del  pueblo  sujeto  a  San  Juan  de  los  Jarros  aparece  en  un  documento inserto  en  un  expediente  de  1712,  del Archivo  Municipal  de  Ixtlahuaca,  Ixtlahuaca,  Estado  de México (en adelante AMI), donde los pueblos sujetos de San Bartolomé, Santo Domingo y San Felipe, todos de la jurisdicción de San Juan, se quejan contra Gaspar de Oña y su esposa Leonor de los Ángeles, españoles que trataron de asentarse en las tierras de estos lugares. Los historia-dores  Jesús  Guadarrama  y  Sergio  López  se  encargaron  de  resguardar  tan  importante  memorial con la signatura: Sección Histórica (SH), documento uno. Por tanto, en adelante citaremos este documento  así: ami-sH,  doc.  1.  He  de  señalar  que  este  valioso  memorial  fue  publicado  en  el año  2020  por  la  Universidad  Nacional  Autónoma  de  México,  con  un  prólogo  realizado  por Margarita Menegus y un estudio introductorio y la paleografía del documento de mi autoría.

7 Cline, 1949:  349-350.

8Ibidem:  352-353.

9Ibidem:  369.

10 Torre Villar, 1952.

11Ibidem:  193-194.

12 Gerhard, 1977.

13Ibidem:  385

14  García Martínez, 1987: 96.

15Ibidem: 151-152.

16  Torre Villar Ernesto,  1995: 64.

17  Pérez  Zevallos, 1994.

18Ibidem: 170.

19Ibidem: 172.

20Ibidem: 176.

21  Jiménez Abollado,  2009.

22Ibidem: 46.

23Ibidem: 47.

24  Aguirre  Salvador,  2013.

25Ibidem: 140.

26Ibidem: 145-146.

27Ibidem: 146.

28  Hay varios estudiosos que han abordado las congregaciones, analizar cada texto rebasaría los límites de este artículo, sin embargo, señalaré algunos. Para la zona Puebla Tlaxcala, en especial los señoríos de Tecamachalco y Quecholac, Hildeberto Martínez encontró que la aplicación de la política  de  congregación  significó  una  táctica  perfecta  para  desposeer  a  los  señores  naturales  tanto  de las tierras como de sus maceguales terrazgueros, por lo tanto, la congregación ofrecía la oportunidad para  que  los  colonizadores  reclamaran  las  tierras  desocupadas  (véase  Martínez,  1994:  98).  En  el valle de Toluca, Noemí Quezada contribuyó con un análisis general de las repercusiones territoriales  de  algunos  pueblos,  además  de  ofrecer  una  periodicidad  que  va  desde  las  congregaciones  voluntarias  en  1590  hasta  las  forzosas  entre  1595  y  1602  (véase  Quezada,  1990:  81).  El  trabajo  de Daniele Dehouve sobre el estado de Guerrero, en particular del pueblo de indios de Tlapa, nos da cierta luz sobre el nivel de permisibilidad por parte de los indios para su realización, de tal suerte, que la participación de los agustinos en su primera congregación entre 1550 y 1570 fue vital. Sin embargo, las congregaciones de finales del siglo XVI fracasaron por la nula cooperación de la orden agustina,  ya  que  esta  representaba  la  apertura  del  clero  secular  a  sus  jurisdicciones.  (Confróntese con  Daniele  Dehouve,  2001: 132-136).  Para  la  zona  maya,  la  investigación  de  Nancy  Farris  es básica  para  entender  las  reducciones  de  los  pueblos,  por  ejemplo,  ella  encontró  un  proyecto  bien estructurado por parte de la orden franciscana donde efectivamente, en su primera congregación de 1544, pudieron administrar mejor a los pueblos (Farris, 1992: 158-160). Una investigación reciente pone su atención en aspectos en los que los especialistas poco habían reparado. El trabajo de Luis Arrioja  sobre  las  congregaciones  de  la  alcaldía  mayor  de  Nexapa  en  Oaxaca,  evidencia  que  los recursos naturales, como las afluentes del río Tehuantepec, de cierta manera, determinaron las con-gregaciones.  De  hecho,  la  novedad  y  la  propuesta  se  vuelven  sugerentes  pues  un  recurso  hídrico alcanzó  un  gran  peso  al  suministrar  los  recursos  de  subsistencia  y  definió  el  tipo  de  cultivos,  de modo que más allá de que los recursos naturales fueran un medio físico, se convierten en un factor que explica las reducciones (véase Arrioja Díaz Virruell, 2008: 75-90).

29  Aguirre  Salvador,  2013: 140.

30  Descripción del Arzobispado  de  México...,  1897: 113.

31Ibidem: 227.

32Ibidem: 235.

33Ibidem: 101.

34  Taylor,  1999: 184.

35Recopilación de  las  leyes...,  1681,  libro  I,  título XIII,  ley  X.

36  Solórzano  y  Pereira, 1930:  5

37  Gerhard,  2000: 355,  364.

38  González Reyes,  2013: 122.

39  Derivado  del  náhuatl  que  significa  «El  cerro  de  las  ranas»  (Cuitlatl=  rana,  tepetl  = cerro  y  co,  locativo). Véase  Molina,  1944: 157.

40El  Libro  de  las  tasaciones..., 1952: 74.

41  Paso  y Troncoso,  1905: 23.

42  AMISH,  doc.  1,  f.  9.

43  Paso  y Troncoso,  1905: 23.

44  René García contabilizó 12 pueblos de indios que tuvieron registro de la congregación de  1550,  del  norte  del  valle  de Toluca  tan  solo  hay  referencias  de  Ixtlahuaca.  García  Castro, 1999:  160.

45  «En ese mismo tiempo proveyó a los naturales los servicios y obtuvo su beneficio por oposición  en  el  pueblo  de Atlacomulco  en  este  octubre  pasado», Archivo  General  de  Indias, Sevilla (AGI),  215,  núm.  13,  f.  2v.

46  Las «relaciones de méritos» constituían el medio material que permitía al pretendiente obtener el  cargo  o  prebenda solicitados. (Véase  Espejo,  1926: 1).

47  AGI,  México,  215,  núm.  13,  f.  2.

48  AGI,  México,  214,  núm.  11,  f.  11.

49  AGI,  México,  núm.  11,  fs.  9-21  y  núm.  13,  fs.  1-19v.

50  AGI,  México,  núm.  11,  fs.  9-21  y  núm.  13,  fs.  1-19v.

51Testimonio  del  doctor  Fernando  Ortiz  de  Hinojosa, AGI,  México,  215,  núm.  13,  f.  5.

52Testimonio  de  Diego  López, AGI,  México,  215,  núm.  13,  f.  4.

53Testimonio  de  Juan  González, AGI,  México,  214,  núm.  11,  f.  11v.

54  Archivo  General de  la  Nación,  México  (AGN),  indios,  vol.  5, exp.  457, f.  121.

55 AMISH, doc.  1, f.  8.

56Idem.

57Ibidem, f.  49v.

58Idem.

59Idem.

60Idem.

61  Es  probable  que  la  inacción  de  estos  actores  políticos  se  debiese  al  plan  que  tenía  el cura Urbina, sobre todo para reforzar poblacionalmente a San Juan de los Jarros con respecto a  los  demás  pueblos  sujetos,  incluyendo  a  la  cabecera.  Motivo  por  el  cual,  el  encomendero, el  gobernador  y  el  juez, no  permitieron esos  reajustes.

62  AMISH,  doc.  1,  f.  39.

63Ibidem,  f.  49.

64Ibidem, f. 40. En las congregaciones se repartían dos tipos de tierras: en primer lugar, solares  para  la  construcción  de  sus  casas  y  un  pequeño  espacio  para  una  huerta  familiar;  las medidas  variaban.  Por  ejemplo,  en  Malinalco  la  superficie  estándar  era  de  20  por  10  brazas (Menegus y Santiago, 2014: 40-41). En Xocotitlán en un principio la media era de 20 brazas cuadradas, pero los indios se inconformaron por ser una medida pequeña, al final la resolución fue  darles  30  brazas  (ver AGN,  Congregaciones,  vol.  1,  exp.  219,  f.  110).  En  los  pueblos  de Michoacán  la  asignación  superficial  fue  de  25  varas  cuadradas  (Lemoine,  1960:19-32).  Para el caso de Atlacomulco y San Juan de los Jarros no se especifica la medida. Estos solares eran repartidos  a  los  indios  casados,  solteros,  solteras,  viudos  y  viudas.  El  segundo  tipo  de  tierras eran para sembrar y obtener la producción para el tributo (también conocidas como tierras del común  repartimiento).

65 AMISH, doc.  1, f.  49.

66Idem.

67  En  1598  Francisco  de  Villegas  comenzó  con  la  compra  de  una  estancia  para  ganado menor  y  dos  caballerías,  dos  años  más  tarde  adquirió  también  por  compra  cuatro  estancias para  ganado  menor,  y  en  1610  dos  caballerías  de  tierras.  Su  hijo  Juan  Ramírez  de  Tapia,  en su  testamento,  dejó  constancia  de  sus  posesiones  territoriales.  Tenía  ocho  estancias  para  ganado  menor  y  seis  caballerías  de  tierras.  Gabriel  Ramírez  poseía  cuatro  caballerías  de  tierras y una estancia para ganado menor. Agustín Chimal fue dueño de una veta argentífera, hacienda de minas, partes de minas y un molino de ingenio de moler metales y una hacienda llama-da  San Antonio  de  Padua.

68  AMISH,  doc.  1,  f.  40.

69Ibidem,  f.  48v.

70Ibidem,  f.  43.

71Ibidem,  f.  42.

72  Durán,  1967: 160-161.

73  Hernández,  1959: 389.

74  AMISH,  doc.  1,  f.  47-47v.

75Idem.

76Ibidem,  f.  73-73v.

77Ibidem,  f.  2v.

78Recopilación de  las  leyes...,  1681,  libro VI,  título III,  ley  XIX.

79  En Malinalco casualmente también se ejecutó el domingo 11 de mayo de 1600. Al igual que  en  Jarros,  hicieron  acto  de  presencia  el  juez  congregador,  los  frailes  y  el  cabildo  indio.

80 AMI-SH, doc.  1, f.  12v.

81Ibidem, fs.  13-13v.

82  Era la medida más radical de los jueces de congregación para que los indios no regresaran a sus sitios viejos y se ejecutó en la mayoría de los pueblos del valle de Toluca. Tal fue el  caso  de  Xalatlaco:  «sabed  que  los  naturales  del  dicho  pueblo  de  Xalatlaco  me  hicieron relación  les  queréis  derribar  y  desbaratar  algunas  casas  de  muy  buen  oficio  diciendo  están algo apartadas y derramadas» (AGN, Congregaciones, vol. 1, exp. 107, f. 66). Una situación similar  ocurrió  al  pueblo  de  Capulhuac:  «se  me  hizo  relación  les  queréis  derribar  algunas casas de su pueblo por decir estar fuera de policía y derramadas» (AGN, Congregaciones, vol. 1, exp. 95, f. 62v.) Para Malinalco hay varias menciones de derrumbe de casas «sus caciques dispusieron  mandase  derribar  y  derribaron  todas  las  casas  de  los  naturales  y  las  quemase» (Menegus  y  Santiago,  2014:  52-53).

83  A la salida de Pedro de Villegas, la Corona se ocupó de administrar la encomienda en 1595,  sin  embargo,  fue  reasignada  en  1604.

84  AMISH,  doc.  1,  f.  15.

85Ibidem,  f.  16.

86El  orden  que  se  ha  de  tener  en  descubrir  y  poblar..., 1973:  86-92.

87Ibidem: 88.

88  AGN,  Indios,  vol.  18,  exp.  6,  f.  2v.

89  AGN,  Indios,  vol.  10, exp.  254, f.  146v.

90 AMISH, doc.  1,  f.  48v.

91  Para el caso de Malinalco, las casas eran más sencillas, estaban hechas de carrizo que fungía  como  pared,  y  el  techo era  paga.  (Menegus  y  Santiago, 2014: 87-88).

92  AMISH,  doc.  1,  f.  26.

93Ibidem, f. 24v. Desafortunadamente no podemos comparar las dimensiones que estaban dadas en varas con otros pueblos (Malinalco, 20 por 10 brazas; Xocotitlán, 20 brazas encuadra)  cuyas  superficies  eran  en  brazas  cuadradas.  El  problema  de  ello  es  que  había  varas  castellanas y  varas  matalcinga, el  documento no  especifica el  tipo  de  vara  con  la  cual se  midió.

94 AMISH, doc.  1, f.  24v.

95Ibidem,  f.  25v.

96Ibidem, f.  93v.

97  Romero,  1862: 108.

98  AMI-SH,  doc.  1,  f.  56v.

99Ibidem,  f.  72v.

100Ibidem,  fs.  73-73v.

101Ibidem,  f.  72.

102Ibidem,  f.  73v.

 

 

 

 

 

https://revistadeindias.revistas.csic.es/index.php/revistadeindias/article/view/1501/1865

 

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