La ruina de la sociedad y del estado visigodo coincidió con
profundos cambios determinados por la presencia de un nuevo mundo
cultural-religioso, el islámico.
Las comunidades cristianas del territorio sometido al
dominio musulmán -la mayor parte de España- pudieron seguir practicando su
religión y disfrutando de sus propiedades mediante el pago de un impuesto
Las invasiones de beréberes y árabes y el asentamiento progresivo de los
conquistadores en la Península a lo largo del siglo VIII supuso
transformaciones de variadas y colosales proporciones en toda la Hispania goda.
La ruina de la sociedad y del estado visigodo coincidió con profundos cambios
determinados por la presencia de un nuevo mundo cultural-religioso, el
islámico, patrimonio del grupo minoritario que formaban los vencedores. Las
comunidades cristianas del territorio sometido al dominio musulmán -la mayor
parte de España- pudieron seguir practicando su religión y disfrutando de sus
propiedades mediante el pago de un impuesto. Y si es cierto que los árabes, por
razones obvias de índole económica, no tenían excesivo interés en conseguir
prosélitos, la situación discriminada de estos grupos de cristianos mozárabes
resultaba propicia para que se produjeran numerosas apostasías. Por otra parte,
el trato continuo de cristianos e islamitas fue erosionando la ortodoxia
cristiana, propiciando planteamientos teológicos espúreos -brotes aislados de
formas sabelianas en tiempos del arzobispo de Toledo Cixila (745-754) o
concepciones radicales de la predestinación- y originando prácticas
disciplinares de un sincretismo religioso marcado por el signo de la decadencia
y del confusionismo.
Al comenzar el último cuarto del siglo, Wilchario, arzobispo de
Sens, consagra obispo a Egila y le envía a España, probablemente aconsejado por
la Santa Sede, con el objeto de promover una reforma vinculada a Roma y
parecida a la realizada por Bonifacio en la Galia. Pero ni Egila era San
Bonifacio ni el ambiente hispano y las circunstancias político-religiosas eran
similares. La jerarquía mozárabe, aglutinada en torno a Elipando de Toledo,
veía con malos ojos la intromisión jurisdiccional de la iglesia franca. Además,
el supuesto legado papal tuvo la desgracia de contar entre sus
colaboradores más cercanos a Miguecio, cuyas predicaciones intransigentes sobre
la separación de la población cristiana y la musulmana, unidas a las
extravagancias de sus planteamientos teológicos, acabaron deteriorando
completamente el proyecto del reformador.
Elipando
El arzobispo Elipando condena a Miguecio en un sínodo que se reúne en
Sevilla el año 785. Allí formularía claramente el contenido fundamental de su
pensamiento cristológico, que constituirá la clave de la primera herejía
medieval española: el adopcionismo.
Para el prelado toledano, Cristo es hijo de Dios sólo en cuanto a su naturaleza
divina, pero como hombre, solamente adoptivo. Las dos filiaciones
distintas parecen presuponer dos personas. Elipando, sin saberlo seguramente,
estaba muy cerca de la doctrina nestoriana.
Sabemos que antes de alcanzar el episcopado había conseguido una
formación profana notable, frecuentando ambientes culturales islámicos, que le
sirvieron para granjearse prestigio y la influencia de las autoridades
musulmanas. Algún autor moderno (Rivera Recio) precisa más todavía los cauces
de la comunión intelectual de Elipando y los saberes importados de Oriente.
Es cierto que a mediados del siglo VIII se puede hablar de un
resurgimiento admirable del nestorianismo en las regiones más orientales del
gran imperio islámico, pero no parece que los contingentes de soldados siriacos
asentados en la Bética fueran el vehículo adecuado para este comercio cultural.
El arzobispo de Toledo, familiarizado con la teología islámica, al insistir en
la adopción de la naturaleza humana de Cristo, trataría sencillamente de
ofrecer una doctrina más cercana a la del Corán. También allí se admiraba la
figura de Jesús, pero ni Mahoma ni sus seguidores podían admitir la filtración
divina de la humanidad de Jesús. El prestigioso y brillante arzobispo no tenía
necesidad de repasar fuentes o tradiciones foráneas para afirmar su
pensamiento. La tradición teológico-litúrgica visigoda había empleado la misma
fórmula, aunque sin las connotaciones extrinsicistas y polémicas del toledano.
Los planteamientos teológicos de Elipando, hechos, sin duda, con
preocupaciones irenistas, no hubieran tenido apenas resonancia sin la clamorosa
polémica que estalló posteriormente. Los iniciadores de la misma fueron dos
monjes de la Liébana, la pequeña región septentrional ubicada en el corazón del
pequeño reino cántabro-astur, que en los últimos lustros del siglo cimentaba su
consolidación frente al emirato. Beato había compuesto ya el celebérrimo Comentario
al Apocalipsis y Eterio era un obispo exiliado, porque su sede estaba
aún en poder de los árabes. Ambos, alarmados por el éxito de las doctrinas del
toledano, comienzan a darles réplica.
Elipando reacciona violentamente con un escrito dirigido a
otro abad norteño, Fidel, en el que muestra su extrañeza por el atrevimiento de
los dos lebaniegos: Nunca se oyó que los lebaniegos
tuvieran la osadía de enseñar a los toledanos. Todo el mundo sabe que esta sede
brilló por el esplendor de sus doctrinas desde los comienzos, sin caer jamás en
el cisma. Y ahora una miserable oveja tiene la desfachatez de
presentársenos como doctor. Los dos osados críticos
le responden componiendo el famoso Apologeticum, que publican
el año 786.
En realidad, la obra de Beato y Eterio no pasa de ser un
centón mal adobado de textos bíblicos y patrísticos, sin que alcance cotas
teológicas notables. A veces tergiversa el pensamiento de su adversario y las
doctrinas trinitario-cristológicas expuestas en el mismo distan bastante del
rigor y de la coherencia. En la imagen de Cristo trazada por los dos monjes
lebaniegos, por ejemplo, la naturaleza humana aparece diluida y muy
desdibujada.
Posiblemente la mayor significación cultural de este libro
radique en el momento histórico de su composición. Los autores escriben después
de haberse producido la crisis interna de la España musulmana al estallar la
revuelta de los beréberes que dejaron abandonadas numerosas plazas fuertes de
la parte septentrional de la Península y facilitaron las expediciones de saqueo
de Alfonso I el Católico (739- 757) , la consolidación del pequeño reino
asturiano, como un estado verdadero ante el AI-Ándalus. El panfleto
teológico de Beato y Eterio parece constituir una especie de
manifiesto de la iglesia cántabro-astur que se afirma y se aísla frente a la
mozárabe y especialmente frente a Toledo, más tolerante con los musulmanes.
MONASTERIO DE SUSO en SAN MILLÁN DE LA COGOLLA (
LA RIOJA )
Controversia
adopcionista
Félix
de Urgel. Seguramente monje del cenobio pirenaico de Tabernoles y hombre de
contrastado prestigio religioso y cultural, nombrado obispo de la sede
urgelitana hacia el 782, fue otra de las piezas clave de la controversia
adopcionista, el principal responsable de la internacionalización de la misma y
probablemente el primero que formuló dicha doctrina en su deseo de
convertir más fácilmente al catolicismo a los musulmanes y a los paganos
de ambas partes del Pireneo (M. Riu). Sometidos los territorios de
Urgel a los francos en la década del 780, la diócesis caía dentro del ámbito
político de Aquisgrán. La intervención de Carlomagno en una disputa de esta
índole resultaba inevitable.
A partir del 790, los acontecimientos se precipitan
vertiginosamente. Carlomagno, secundando las posiciones del papa Adriano I -el
cual ya había reconvenido epistolarmente a Elipando y a otros responsables de
la iglesia mozárabe en el 786-787, exhortándoles a abandonar las doctrinas
erróneas-, convoca un concilio en Ratisbona (792), que condena por primera vez
el pensamiento adopcionista feliciano. Félix de Urgel, que
asiste a esta reunión, abjura de los errores y más tarde vuelve a hacer lo
mismo en Roma. Pero de regreso a su sede pirenaica continúa propalando las
primeras enseñanzas adopcionistas y acaba retirándose a AI-Ándalus para moverse
con mayor libertad.
La controversia se hace más clamorosa cuando la iglesia
mozárabe aglutinada en torno a Elipando reafirma por carta sus posiciones,
acusando a Beato y Eterio de incidir en la herejía y motejando al propio
Carlomagno de proceder despóticamente en negocios de índole religiosa. El
soberano franco vuelve a reunir en Frankfurt (794) otra asamblea conciliar con
participación de los legados pontificios y más numerosa que la anterior. En
ella se condena de nuevo la impía y abominable herejía de Elipando y
Félix que sostenía la adopción en Dios. Un sínodo convocado por León
III en Roma (798) anatematiza otra vez a Félix de Urgel.
Al año siguiente los legados carolingios consiguen llevar al
prelado urgelitano a Aquisgrán y allí, en el transcurso de una conferencia
teológica, vencido por la erudición de Alcuino, termina confesando la verdadera
fe católica. En previsión de posibles recaídas le prohíben retornar a su sede y
tiene que establecerse en Lyon bajo la tutela del arzobispo Leidrado, donde
acabará sus días (818), al parecer sin abandonar del todo los planteamientos
adopcionistas. La muerte de Elipando unos años antes (807) propició, asimismo,
la extinción del adopcionismo en ambientes mozárabes.
Esta intrincada controversia teológica, que a primera vista
parece haberse desenvuelto en el terreno especulativo de teólogos y obispos,
¿tuvo repercusiones populares? Parece que sí. Aun prescindiendo de las
denuncias alarmadas de Beato y Eterio, fáciles ambos para las exageraciones,
Jonás de Orleans testimonia haber visto en Asturias discípulos de Elipando. Y a
finales del siglo, durante los últimos compases de las disputas más solemnes,
Leidrado de Lyon, Benito Aniano y Nebridio de Narbona, enviados a tierras
urgelitanas para poner en marcha una campaña de reevangelización, evalúan en
20.000 personas de toda clase y condición social los seguidores de Félix.
Por lo demás, la controversia adopcionista dinamizó los trabajos
teológicos provocando la aparición de numerosos escritos. En torno a la Corte
de Aquisgrán se movieron personalidades de la talla de Paulino de Aquileia,
Benito Aniano y Alcuino de York, este último el verdadero protagonista de la
polémica al lado de Félix de Urgel. Pero a la larga, la compleja lucubración
producirá efectos negativos. Tal vez sirvió para perfilar la metodología
propiamente teológica, enseñando a los teólogos de la joven iglesia franca a
utilizar con mayor corrección y homogeneidad los textos escrituristicopatrísticos
(Amann). Sin embargo, las posiciones firmes de cada una de las iglesias
peninsulares participantes en la controversia agudizaron un proceso de
separación entre ellas, que ya estaban en marcha por las circunstancias
políticas.
Tras la fogosa denuncia de Beato y Eterio latía, como ya se indicó,
un cierto sentimiento autonomista de la cristiandad noroccidental frente a
Toledo. El celo misionero y tolerante de Elipando y de otros obispos de AI-Ándalus
encubría seguramente la preocupación por frenar los movimientos centrífugos de
las iglesias tanto del Noroeste como de la Marca Hispánica, que mermaban la
influencia del metropolitano de Toledo. En Félix de Urgel, animado de ideales
evangelizadores similares a los del toledano, podría obrar, asimismo, el deseo
de oponerse a la influencia de la pujante iglesia carolingia. Creemos que está
en lo cierto Abadal i de Vignals cuando considera esta disputa teológica como
uno de los factores más importantes de la desintegración de la iglesia visigoda
en el siglo de la invasión islámica.
El
catarismo
El
catarismo fue la segunda herejía que turbó los reinos cristianos peninsulares,
de manera especial los orientales, a lo largo de los siglos XII y XIII. Este
movimiento, muy extendido primero en los países balcánicos y posteriormente en
casi toda Europa, encontró en el mediodía de Francia, de manera particular en
toda la Occitania, un clima muy propicio para su arraigo. Albi y Toulouse,
sobre todo, se convirtieron, como es sabido, en los dos principales centros
difusores de las nuevas corrientes religiosas.
El trasvase de las mismas a los dominios aragoneses del sur
de los Pirineos fue pronto una realidad, no sólo mediante el concurso de
buhoneros, mercaderes y trabajadores de la lana -la industria de la lana ya
existía en Cataluña durante el siglo XII-, sino y principalmente gracias al
apoyo que encontraron los cátaros en los señores feudales de las regiones
pirenaicas. Entre la corona de Aragón y sus vecinos de Foix, Toulouse,
Cominges, Rosellón, Narbona, Montpellier y Provenza existían numerosos lazos
comunes de índole económica y política y muchas veces familiar. Por eso el
catarismo catalano-aragonés nace y se desarrolla estrechamente vinculado al de
ultrapuertos y no presenta novedades ideológicas específicas.
No resulta fácil precisar el momento de la entrada del
catarismo albigense en las tierras pirenaicas de la corona de Aragón. El
concilio de San Félix de Caramanh (1167), de gran trascendencia para la iglesia
cátara languedociana, nos ofrece la primera noticia de la posible existencia de
adeptos en tierras catalanas. En aquella asamblea los hombres del valle de Arán
eligieron para su zona un obispo cátaro, sin duda uno de los primeros
propagadores de estas doctrinas religiosas en las comarcas limítrofes.
El Lateranense III, convocado por Alejandro III (1179) que
denuncia alarmado la propaganda abierta de numerosos albigenses en la Gasguña,
Toulouse y otras localidades cercanas. después de anatemizarles a ellos y a
cuantos les protegieran o encubrieren, hace lo mismo con los
brabanzones, aragoneses, vascos, coteleros y triaverderos que no respetan las
iglesias ni los monasterios, que no tienen piedad alguna, que no hacen
distinción con la edad y el sexo, que, como los paganos, destruyen y desbaratan
todo (c. XXVII). Endilgándoles el calificativo de heréticos sin
ninguna clase de atenuantes.
Los señores feudales de estos territorios, titulares de unos
dominios en vías de consolidación no dudan en acometer los dominios de las
iglesias, que constituían lógicamente un serio obstáculo para sus ambiciones
expansionistas, acudiendo incluso a recursos como el bandidaje siempre que
fuera preciso. El anticlericalismo radical de los cátaro-albigenses creó un
ambiente propicio para esta política señorial.
Gracias a los trabajos de Ventura Subirats sabemos que en
Cataluña hubo numerosos grupos de cátaros concretamente en Castellbó, Josa del
Cadí, la Cerdaña, las tierras del Rosellón y en otras zonas más meridionales,
destacando en ellos muchas personalidades de rango social elevado.
Resulta ya tópica la referencia a la supuesta intransigencia
de Pedro II de Aragón (1196- 1213) respecto a los herejes. En la famosa
constitución de 1197 ordenaba que todos los Valdenses, llamados
vulgarmente sabatati o también Pobres de Lyon, y demás herejes
innumerables y de nombre desconocido, anatematizados por la Iglesia, salieran
de su reino y de sus dominios, como enemigos de la Cruz de
Cristo, violadores de la fe cristiana y públicos enemigos del rey y de sus
estados. Las autoridades civiles ejecutarían dicho mandato antes del domingo de
Ramos. Si después del plazo fijado encontraran algún hereje, le confiscarían
las dos terceras partes de sus bienes, el tercio restante pasaría al
denunciante y ellos serían quemados vivos.
Seguramente que con el término
genérico herejes innumerables, recogido por esta perentoria
disposición, se mencionaba implícitamente a los cátaro-albigenses, pero Pedro
el Católico se mostró habitualmente tolerante con ellos en la práctica, sobre
todo si se trataba de gentes poderosas. La comunión de interés entre señores
catalano-aragoneses y occitanos, puesta de relieve más arriba, les acercaba
también en los objetivos políticos primordiales y todos ellos participaban, sin
duda, de la misma animosidad contra la nobleza de la Francia septentrional,
cuyo deseo de predominio sobre los territorios de la Occitania coincidían con
los de la monarquía de París. Las tendencias políticas de los señores feudales
de los dominios pirenaicos favorecían al soberano aragonés y éste tratará de
ayudarles sin fijarse demasiado en su ortodoxia.
Trasfondo
político
La
cruzada de Inocencio III contra los albigenses del Languedoc se desarrolló con
un trasfondo político, en el cual también estuvo implicado Aragón. Los
ejércitos cruzados combatiendo contra los herejes servían simultáneamente a la
causa de los franceses del norte, y los señores occitanos, cátaros o
protectores de cátaros, luchaban, asimismo, por mantener su libertad frente al
expansionismo de los Capetos.
Pedro II no puede permanecer neutral. Los principales caudillos
de los cátaros, el conde de Foix y Raimundo VI de Tolosa, por ejemplo,
eran parientes próximos suyos. Resulta perfectamente comprensible que al final
terminara enfrentándose a Simón de Montfort, el jefe de la cruzada. La muerte
del soberano aragonés en Muret {1213), además de constituir una importante
derrota para los albigenses fue también el final de un proyecto acariciado
probablemente por el titular de la corona de Aragón: la creación de un gran
reino a caballo de los Pirineos, con Provenza, Cataluña y el Languedoc como
partes integrantes fundamentales. Y desde 1229, año del tratado de Meaux, los
capetos consiguieron imponer ya fácilmente su soberanía sobre los dominios
feudales de las tierras del Midi .
Al arreciar la persecución contra los albigenses después de la
batalla de Muret, muchos de ellos buscaron refugio en la Península, en tierras
catalanas y aragonesas especialmente. Jaime I (1213-1276) cambia el rumbo de
las directrices políticas de Aragón, relegando los problemas occitanos y
orientándose preferentemente hacia el Mediterráneo. Los inmigrantes de los
dominios occitanos, implicados en la herejía cátara o descendientes de antiguas
familias albigenses, encuentran en las tierras reconquistadas y repobladas por
este soberano un espacio idóneo para su nuevo asentamiento. Estos inmigrados
cátaros o filocátaros podían consolidar ya su posición socio-económica sin
recurrir a las doctrinas heréticas como cobertura ideológica justificativa.
Tiene toda la razón Ventura Subirats cuando afirma que desaparecida
la dificultad expansiva -para los nobles y burgueses ricos- con
las grandes conquistas peninsulares, transformada Cataluña de un país
eminentemente agrícola en otro marítimo e insular, los dos brazos,
burgués y noble, al aplicar sus energías sobre las tierras
conquistadas, pudieron dejar en paz las que, en la metrópoli, eran dominio de
la Iglesia El mismo autor constata la presencia de focos albigenses en
tierras catalanas de repoblación, en Baleares y Valencia. Además, Jaime I prefería
encauzar las posibilidades económicas y humanas de estas familias de inmigrados
occitanos o pirenaicos, sospechosos de herejía, hacia empresas
de reconquista o repobladoras, que verles convertidos en víctimas de la
represión.
El nuevo clima socio-político, la tolerancia del soberano
aragonés y el funcionamiento de la Inquisición en Aragón desde el año 1232,
fueron factores que contribuyeron poderosamente a erradicar los restos de
herejía cátara en los reinos orientales. En torno a 1300, sus pervivencias eran
ya poco importantes.
La presencia de albigenses en los dominios de la corona
castellano-leonesa fue un fenómeno completamente residual y de carácter
ciudadano. En la primera parte del siglo XIII y durante los años de mayor
persecución de los adeptos al catarismo en el sur de Francia, aparecen grupos
aislados de herejes en Burgos, Palencia y León, tres estaciones importantes del
Camino de Santiago, en las que confluían extranjeros, peregrinos y
comerciantes, y creaban un ambiente abigarrado, social y religiosamente,
propicio para la propagación de ideas contrarias a la ortodoxia o simplemente
novedosas y extravagantes.
De los tres núcleos urbanos heréticos, sólo el leonés llevó
la nominación de albigense. Su doctrina y sus métodos propagandísticos quedaron
reflejados en la conocida obra de Lucas de Tuy: De altera vita fideique
controversiis adversus Albigensium errores libri III. Pero todo parece
indicar que el Tudense extrapoló la significación del grupo revoltoso,
proyectando sobre él, formado fundamentalmente por laicos con algún francés
entre ellos, todo el credo de los cátaro-albigenses, bien conocido por el autor
leonés gracias a sus peregrinaciones a Francia, Italia y Oriente.
En realidad estos albigenses de León se
limitaban a propalar sus ideas anticlericales y a combatir la religiosidad
popular, según se desprende de unos cuantos hechos históricos con
cierto aire de pintoresquismo supersticioso. La severa y exagerada
denuncia de D. Lucas, así como su celoso proceder contra los supuestos herejes,
perseguían, sin duda, un objetivo bien preciso: poner en guardia a la jerarquía
contra cualquier atisbo de la herejía que tantos estragos causaba allende los
Pirineos.
De los herejes palentinos y burgaleses no sabemos casi nada.
Fernando III, más tolerante con los judíos que con los tildados de heterodoxia,
publicó un edicto, en el cual figuraban las sanciones penales características
de la legislación antiherética: confiscación de bienes, extrañamiento o
destierro, y unas señales en la cara grabadas a hierro candente. Los Anales
Toledanos registran cómo este soberano enforcó muchos
omes e coció muchos en calderas. Después
de analizar el extenso tratado de Lucas de Tuy, creemos que los brotes de
herejía en los reinos occidentales nunca debieron de tener una especificidad
albigense muy neta. Podríamos decir que en la obra del Tudense nos
aproximamos a un fenómeno de nacimiento del espíritu laico durante el siglo
XIII en León, y posiblemente en otras ciudades castellanas (J. F.
Conde).
Los valdenses, citados ya formalmente en el famoso decreto de
Pedro II el Católico el año 1197, no fueron un problema religioso o social
serio en los reinos peninsulares. Los que hubo pertenecían al estamento
artesanal o campesino artesanal o campesino y carecieron de la influencia
socio-política que hubiera podido hacerles peligrosos. Entre todos destaca la
personalidad de Durand d'Osca, el ex valdense autor del Liber contra
manicheos, que se convertirá en jefe de la orden de los Pauperes
Catholici aprobada por Inocencio III (1212) para encauzar las
inquietudes radicales de muchas personas atraídas por las tendencias religiosas
de aquellos años. Estos nuevos monjes parece que vivieron en algunas
partes de Cataluña muchos años, pero paulatinamente -a mediados
del siglo XIII- volvieron a la herejía.
El ideal de
la vita apostolica, articulado sobre el seguimiento estricto
de Cristo, la pobreza rigurosa, la comunicación plena de bienes y una piedad
puramente evangélica, orientó, como es sabido, la reforma y renovación del
monacato medieval entre los siglos XI y XIII. Y el mismo ideario figuró también
en los programas de varios movimientos anatematizados como heréticos,
revistiendo con frecuencia connotaciones subversivas, sociales y eclesiásticas,
al constituirse en alternativa crítica frente a una sociedad feudalizada,
poderosa y rica en el vértice y llena de desigualdades en los estamentos más
bajos.
Estos ideales, que animaron los primeros grupos de valdenses
-menos a los de albigenses- se convierten, asimismo, en objetivos esenciales de
las corrientes pauperísticas de los siglos XIII-XV, protagonizadas por los
espirituales y fraticelli: los sectores más radicales de las órdenes
mendicantes, sobre todo de la franciscana, y por las beguinas y begardos de
aquella época.
Juan Olivi, natural del Languedoc y profesor en Florencia, donde
tuvo como discípulo a Ubertino de Casale, propagador también de sus ideas
joaquinistas y de su fanatismo pauperístico, ejerce un notable influjo en
Cataluña. Muchos grupos catalanes y foráneos le tendrán por maestro aun después
de su muerte. Durante el siglo XIV sobresalen algunos nombres de personajes
catalanes adeptos a la ideología de los fraticelli, como Arnau Oliver, Bernat
Fuster, Ponç Carbonell, guardián del convento franciscano de Barcelona y
maestro de San Luis, y Arnau Muntaner.
En los reinos orientales abundarán, además, los beaterios de
mujeres y varones piadosos -beguinas y begardos- que se orientaban por los
mismos derroteros que los espirituales y fraticelli. Muchos de estos grupos se
mantuvieron dentro de los cauces de la ortodoxia, ingresando algunos en la
Tercera Orden de San Francisco, otros incidirán en los mismos radicalismos
extremistas de los franciscanos rebeldes.
Sabemos de la existencia de centros significativos de
beguinos en Barcelona, Gerona, Villafranca del Penedés, Puigcerdà, Valencia y
Mallorca. Varios de esos grupos -llamados Fratres de penitentia de
tertio Ordine Sancti Francisci- encontramos en Arnau de Vilanova
(1238-1311) -prototipo del laico reformista y extremista, enemigo acérrimo de
una iglesia rica e influyente con un papa dotado de enorme poder temporal y
partidario decidido de los saberes empíricos como precursor de la
secularización del mundo científico eclesiástico- a un poderoso mentor, que
escribió para ellos y los favoreció con su influencia.
La corte de Mallorca fue también otro foco importante de
beguinismo. Varios hijos de Jaime II (1262-1311) favorecieron decididamente su
causa aun después que muchos fraticelli se enfrentaron al papa Juan XXII a
causa de la espinosa disputa teórica sobre la pobreza de Cristo y de los
apóstoles. Jaime, el primogénito heredero, renuncia al trono para ingresar en
la orden del Poverello d'Assisi, hacia el año 1300. Sancha, su hermana, casada
con un Anjou, Roberto II de Nápoles, era una apasionada devota de esta congregación
monástica y convirtió la corte napolitana en refugio seguro para los
franciscanos rigoristas, perseguidos por la Santa Sede después de la condena de
Juan XXII. Allí encuentra acogida el propio Miguel de Cesena, el general
depuesto por el Romano Pontífice.
El infante Felipe fue todavía más lejos. Después de abrazar
la vida religiosa dominicana muy joven, la abandona para ingresar en la Tercera
Orden de San Francisco. Influido por las enseñanzas de Pedro Juan Olivi y de
Angelo Clareno, acabará asumiendo las ideas y la práctica religiosa de los
fraticelli más extremistas. Al ocupar la sede regia de Mallorca en calidad de
regente (1324), crea en torno a sí un círculo vivaz y austero
de beguinos, especie de congregación autónoma de terciarios, unida por su
espíritu al beguinismo provenzal-catalán y al fraticellismo
de Clareno (A. Oliver). Cuando abandona dicho compromiso
político, se retira a Nápoles, en cuyo ambiente, favorable a los planteamientos
del franciscanismo radical, que apoyaba su hermana, puede dar rienda suelta a
las inquietudes rigoristas más extravagantes. Morirá enemistado con el papa.
Federico III de Sicilia, hermano de Jaime II de Aragón, casado con una Anjou,
protegió también a los franciscanos y beguinos perseguidos.
El movimiento franciscano o seudofranciscano de beguinos y
fraticelli siguió vivo en Aragón hasta el siglo XV, a pesar de la condena del
concilio de Vienne (1312) contra las tendencias quietistas e iluministas que
existían en algunos sectores del beguinismo. De ella se hacía eco el concilio
de Tarragona de 1317, formulando algunas cautelas para tratar de discernir lo
ortodoxo de lo heterodoxo en esta corriente espiritual, de los procesos
inquisitoriales y de la mala posición en la que quedaron los frailes rebeldes frente
a la comunidad, después de las duras disputas con el papa por las
cuestiones relativas a la pobreza.
Hasta no hace mucho se sabía muy poco de los fraticelli y de
los beguinos de Castilla-León. Hoy, después de los trabajos de J. Perarnau,
estamos mejor informados. Según este autor el fenómeno beguino en la
parte occidental de la corona de Castilla era omnipresente. Podría
incluso trazarse un mapa de sus casas que arrojaría los resultados
siguientes: un foco considerable en torno a Galicia y otro más reducido
en torno a Sevilla; del primero saldrían dos flechas, una en dirección a
Salamanca y otra en dirección a Burgos. En conjunto, las
noticias se refieren a 19 casas, cuatro de
ellas en la zona de Sevilla.
Durante la primera parte del siglo XV
quedaban aún en la Península rescoldos del franciscanismo extremo de los
fraticelli. Fray Felipe de Berbegal, probablemente catalán de origen y miembro
de la provincia franciscana de Aragón, partidario de las tendencias originarias
de la Orden, combate los estatutos que había promulgado San Juan de Capistrano
para los observantes, por considerarlos demasiado suaves. Sus enseñanzas llenas
de las exageraciones y errores del viejo pauperismo, consiguieron numerosos
seguidores entre los frailes, arrastrando también a mujeres beguinas que se
hacían pasar por miembros de la Tercera Orden. Gracias a unas cartas de Eugenio
IV (1431-1447) sabemos que el problema existía igualmente en otras partes de la
iglesia hispana.
Los «herejes de
Durango»
Los
episodios protagonizados por los herejes de Durango constituyen,
sin duda, el testimonio más llamativo y mejor documentado sobre la pervivencia
de este rigorismo franciscano tardomedieval. Un pasaje de la Crónica
del Rey Don Juan el Segundo puede considerarse como el locus
classicus de las noticias relacionadas con este brote herético: Asimesmo en
este tiempo se levantó en la villa de Durango una grande
herejía, y fue principiador della fray Alonso de Mella, de la Orden
de San Francisco, hermano de Don Juan de Mella, obispo de Zamora que después
fue cardenal. E para saber el Rey la verdad, mandó a fray Francisco de Soria,
que era muy notable religioso así en sciencia como en vida, e a Don
Juan Alonso Cherino, abad de Alcalá la Real, del su Consejo, que fuesen a Vizcaya,
e hiciesen la pesquisa, e ge la truxiesen cerrada para que su Alteza en ello
proveyese como a servicio de Dios e suyo cumplía; los quales
cumplieron el mandado del Rey; e traída ante su Alteza la pesquisa, el Rey
embió dos alguaciles suyos con asaz gente e con poderes los que eran menester,
para prender a todos los culpantes en aquel caso; de los quales algunos fueron
traídos a Valladolid, y obstinados en su herejía, fueron ende
quemados, e muchos más fueron traídos a Santo Domingo de la
Calzada, donde asimesmo los quemaron; e fray Alonso, que había
seydo comenzador de aquella herejía, luego como fue certificado que la pesquisa
se hacía, huyó y se fue a Granada, donde Ilevó asaz mozas de aquella tierra,
las quales todas se perdieron, y él fue por los moros jugado a
las cañas, y así hubo el galardón de su malicia.
Las enseñanzas subversivas del
franciscano Alonso de Mella -parece que estaba preparando un levantamiento al
ser descubierto- comienzan hacia 1425 y durarán aproximadamente veinte años. El
contenido de las mismas era sencillo y poco novedoso: él y sus adeptos
combatían la devoción a la Cruz y a los sacramentos, especialmente al
Matrimonio y a la Eucaristía; practicaban la comunión de bienes y de mujeres;
proponían una relectura de la sagrada escritura, que incluía la teoría
historiológica de las Tres Edades, situándose ya ellos en la Edad del Espíritu;
ponían un énfasis particular en el valor de la libertad personal, que
consideraban como experiencia del espíritu del Señor, y creíanse santos.
Semejante orientación ideológica y la pertenencia de Mella y
de sus primeros propagadores a la orden franciscana, sitúan a los partidarios
de esta herejía -parece que eran muchos con abundancia de personal femenino- en
las mismas coordenadas del fraticellismo y del beguinismo heterodoxos. Un siglo
antes, el concilio de Vienne ( 1312) había condenado ya varios grupos de
begardos y beguinas alemanes, que afirmaban la perfección radical de la
naturaleza humana: impecable, dotada de libertad corporal -la sexual incluida-
y espiritual -con capacidad para desobedecer a la Iglesia-, portadora de la
eterna beatitud en la tierra, sin necesidad de obras meritorias, propias de los
imperfectos. También menospreciaban la Eucaristía. La sobrevaloración de la
libertad de la que hacen gala los herejes del Duranguesado le aproxima igualmente
a la secta de los Hermanos del libre espíritu, rama extrema del gran
tronco de los espirituales y beguinos heterodoxos, condenada ya por Bonifacio
VIII el año 1296.
Por otra parte, la protesta socio-política que se
vislumbra en los herejes de Durango en su intento de crear un estado como
espacio adecuado para llevar a la práctica su credo, desvela, asimismo,
parecidos, no dependencias formales contrastadas, con otros movimientos
socio-religiosos de la Baja Edad Media. Recuérdese, por ejemplo, el misticismo
anarquista y revolucionario de los taboritas de Bohemia, que
estaba en pleno auge durante la misma época.
http://www.vallenajerilla.com/berceo/florilegio/inquisicion/herejiaenespana.htm
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