martes, 12 de julio de 2022

 

SOCIEDAD MEDIEVAL

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Tabla del retablo de la Iglesia de Terroba de Cameros, dedicada a Santa Eulalia (La Rioja – España)

 

1. La descendencia, es bien necesario

        Poseer la capacidad de engendrar y traer criaturas al mundo se considera una bendición, así se ha entendido desde siempre; por el contrario, la mujer a la que se le niega la posibilidad biológica de ser madre es contemplada en la cultura patriarcal como un ser incompleto y diferente sobre el que la esterilidad pesa como una maldición. 2 No es difícil comprender por qué ha costado tanto tradicionalmente aceptar con sencillez este límite natural, pues una enorme distancia separa a las mujeres que renuncian voluntariamente a la maternidad desde su opción por el celibato de las que, deseando ser madres, no pueden. En el primer libro de Ginecología y Obstetricia escrito en castellano, el Libro del Arte de las Comadres de Damián Carbón, publicado en Palma de Mallorca en 1541, en la epístola introductoria se pone de manifiesto lo que se percibe como una incoherencia incomprensible: el caballero al que se dedica la obra -cuyo nombre no se menciona- y su mujer, una dama virtuosa y de buena complexión, no consiguen tener descendencia, ya que en sucesivas ocasiones, después de producirse la preñez, las criaturas se malogran en el vientre de su madre y el embarazo no llega a término:

        Ansi que no me maravillo de vuestra merced si con mucha instancia dessea saber la causa por que la señora su muger bien complisionada, templada en su exercicio, alegre, honesta en su vivir; tres o quatro vezes al tiempo de los seys meses ha mal parido un hijo muerto, cosa de muy grande admiracion 3...

        Por ello el caballero, muy preocupado y desconcertado por estos hechos, acude al prestigioso médico para que le ayude a comprender la causa de lo que él considera inexplicable 4. De este modo se origina la obra.

        La esterilidad, por una parte, y la muerte de las criaturas durante el embarazo, el parto o el postparto, por otra, generaban un enorme desasosiego, una tensión que si se repetía podía acabar provocando miedo, culpabilidad y necesidad de exculpación. A veces se admitía que la maldición podía ser fruto de haber obrado incorrectamente con lo cual adquiría carácter de castigo divinos, en otras ocasiones la falta de hijos o la muerte de los mismos se atribuía a la mediación satánica de brujas y brujos 6, a los astros. al mal trabajo de las comadronas, etc. En cualquier caso, lo que nos interesa es reparar en que en principio la práctica totalidad de las personas casadas deseaban tener descendencia y que se sufría cuando no llegaban los herederos, puesto que el matrimonio se había contraído con la finalidad, muchas veces expresa, de tener hijos legítimos. Dos mujeres bajomedievales valiosísimas, sirvan de ejemplo, encarnaron la frustración producida por la esterilidad, una de ellas fue Margarita Datini, la esposa del poderoso mercader de Prato, que canalizaba parte de su capacidad maternal insatisfecha por falta de destinatarios propios hacia los hijos e hijas de sus amistades y que admitió a un bastardo de su marido en el hogar familiar para criarlo como hijo 7; la otra es la reina doña María, esposa de Alfonso V el Magnánimo, una de estas mujeres que no sólo se vieron abandonadas en buena parte como consecuencia de su incapacidad para procrear, sino que a ésta hubieron de sumar un calvario de dolores en su «natura» 8.

         ¿Podemos deducir, a partir de los breves datos expuestos. que la infancia era valorada en la Baja Edad Media? La respuesta, sea cual fuere, nunca podrá ser tajante y requerirá muchas matizaciones. De lo ya dicho sí podemos deducir que para las mujeres y varones del final de la Edad Media tener descendencia era muy importante, pero esto no implica necesariamente que se apreciara siempre a los niños y niñas como tales.

         En el deseo de descendencia se mezclaban muchos aspectos, desde el natural de continuar la especie, hasta el material de tener en los hijos e hijas un seguro para la vejez. En un tiempo en el que para la inmensa mayoría de la población sólo el trabajo garantizaba la supervivencia, los hijos e hijas, si eran «buenos» y sabían cumplir como tales, proporcionaban seguridad y tranquilidad en la etapa final de la vida. No son raros los documentos en los que el padre o la madre, generalmente viudos y solos, ceden a alguno de sus herederos ciertos bienes a cambio de que les proporcionen cuidados idóneos. Así, por ejemplo, en Mora de Rubielos. en 1474, Miguel Estopañán, contento con los «agradables servicios» prestados por su hijo Sancho, le donó un terrado, un pajar, un trozo de viña, una pieza y todos los bienes muebles de su casa, con pacto, empero, que el dicho Sancho Stopanyan, sia tenido tener e mantener al dito su padre durant su vida e darle de comer e bever; vestir e cancalcar sic ), segunt que buen fillo a padre deve e es tenido fazer 9Nada más iniciarse el siglo, en 1401, en Huesca, Juana de las Gazas había donado prácticamente todo lo suyo a su hijo Juan atendiendo los muytos buenos plazeres et agradables servicios e honores... que havedes feyto a mi, et espero en Dios que faredes daqui adelant. Juana advertía que traspasaba sus bienes de mi scierta sciencia, non forrada, costreyta, falagada, amenarada ni en alguna manera decebida, y se reservaba un majuelo y un campo para disponer los servicios pertinentes para el cuidado de su alma cuando le llegara la hora de la muerte 10.

        En las familias más encumbradas la descendencia, sobre todo la masculina, suponía la continuidad del grupo 11 y en las familias reales los hijos varones eran un don de Dios que garantizaba la perpetuación de la dinastía 12.

        Así pues, recorrida de abajo a arriba y de arriba a abajo la sociedad, los descendientes aparecen como bien necesario, aunque por diferentes motivos, pero sobre ellos recae una mirada cargada de expectativas, de forma que se les valora por lo que llegarán a ser, a hacer y a proporcionar, pero no es tan evidente que se les estime simplemente por lo que ya son, hacen y proporcionan.

        Puede darse un paso más. A raíz de los estudios de Philippe Aries sobre la infancia 13 se produjo una eclosión de trabajos que, en principio, abundaban, respaldaban, matizaban o contradecían sus hipótesis y conclusiones y que iban asentando una amplia base bibliográfica sobre el tema desde los años setenta 14. Pues bien, si existe una palabra que se repite en estos trabajos y en los posteriores para caracterizar los sentimientos y actitudes de los adultos, incluidos los padres, hacia los niños bajomedievales, esta es ambivalencia 15.

 

 

2. Ambivalencia y construcción de la imagen: una cuestión de fondo

        Los primeros años de la vida son cruciales para la formación de la personalidad y de la imagen de uno/a mismo/a 16. El niño, la niña van aprendiendo quienes son a partir de los reflejos que sobre su propia identidad y sobre su propio cuerpo, intelecto y sensibilidad les envían los adultos 17. Se establece una relación especular, de manera que la criatura se mira en su entorno humano y éste le devuelve lo que piensa y siente hacia ella, así el niño o la niña se va autodescubriendo paulatinamente y va construyendo una imagen de sí -en gran medida- a partir de los mensajes de los otros. En este proceso las palabras son muy importantes, pero no son las únicas referencias, también las miradas, los gestos y el trato recibido van diciendo al niño quién es y la valoración que merece su persona para el ambiente que le rodea.

        La capacidad para acoger adecuadamente a los niños que llegan al mundo, la capacidad para responsabilizarse de ellos y cuidarlos psíquica y físicamente, la capacidad para amarlos con gratuidad y respetarlos, es una de las pruebas clave de la madurez psicológica y afectiva de los padres y madres, de los adultos y de toda la sociedad en un determinado tiempo y espacio.

        Resulta muy sencillo «herir» a un niño -y no sólo físicamente-, es fácil quebrarle, manipularle, utilizarle y faltarle reiteradamente al respeto, a veces, incluso, con la intención de educarle. Esto es un hecho, pero no se trata aquí de juzgar a los padres y adultos de antaño, no pretendo eso en absoluto, nada más lejos de mi intención; quienes nos precedieron probablemente en la inmensa mayoría de los casos -como hoy- intentaron tratar a los niños y niñas lo mejor que pudieron y supieron dentro de sus posibilidades, pero eso no excluye que en muchas ocasiones los testimonios resulten estremecedores y difícilmente comprensibles para las personas normales de nuestra sociedad 18, Así no es de extrañar el fenómeno que Lloyd Demause puso de manifiesto hace más de veinte años: los historiadores e historiadoras, a veces, se defienden frente a las fuentes. Ante los abandonos, los abusos sexuales, las palizas, el miedo y las torturas de todo tipo a las que fueron sometidos los niños, quien hace la Historia se conmueve, reacciona y en su fuero interno, de modo implícito, condena las escenas terribles que aparecen ante sus ojos, pero a continuación trata de buscar una explicación lógica y con frecuencia minimiza o justifica lo sucedido, lo que para Demause supone falsear los hechos desde un mecanismo de defensa.

        ¿Por qué se defienden los historiadores ante los acontecimientos que ellos mismos narran y sacan a la luz? La respuesta exacta, en último término, habría de darla cada persona, pero me atrevo a aventurar dos hipótesis, dos pistas de avance por si fueran de utilidad para esta reflexión. En ocasiones cuando se juzga y condena lo que se observa y que es a todas luces censurable, el historiador o la historiadora identifican a la persona con sus actos, de forma que no condenan exclusivamente un comportamiento o una actuación errónea, sino que con el acto sentencian también a quien o quienes lo protagonizaron y después, en lugar de tratar de comprender las causas que llevaron al mismo, procuran «salvar» de un modo más o menos consciente a quienes lo perpetraron. Pero además parece haber otra causa más honda debajo de esta actitud: con mucha frecuencia se advierte que quien hace la Historia posee una visión fija ya menudo muy negativa del ser humano en cuanto a su capacidad de progreso en Humanidad. Es una mirada desesperanzada y desesperanzadora que, necesariamente, lleva a quienes la practican a intentar defenderse cuando defienden a los otrosl9. Dicho de otro modo: si se cree que las personas son incapaces de avanzar desde la animalidad hacia su humanización, se espera tácita o explícitamente que ante los mismos estímulos se produzcan siempre idénticas respuestas negando, de alguna manera, la posibilidad de crecer en humanidad y sabiduría psicológica.

        Llegados a este punto, podemos escuchar una voz concreta, la del Profesor Langer:

        Posiblemente, el trato despiadado de los niños, desde la práctica del infanticidio el abandono hasta la negligencia, los rigores de la envoltura en fajas, la inanición deliberada, las palizas, los encierros, etc., era es simplemente un aspecto de la agresividad crueldad que hay en el fondo de la naturaleza humana, de la indiferencia innata respecto de los derechos sentimientos de los demás. Los niños, al ser físicamente incapaces de oponer resistencia a la agresión, eran víctimas de fuerzas sobre las cuales no tenían control eran maltratados en muchas formas imaginables en algunas casi inimaginables que expresaban los motivos conscientes o las más de las veces inconscientes de sus mayores 20.

        El pesimismo que rezuman estas palabras enraíza en el concepto que se posee del interior del ser humano y de su naturaleza, sede, según quien las pronuncia, de una agresividad y crueldad de fondo que se manifiestan en indiferencia innata ante el sufrimiento ajeno. Si nos preguntásemos sobre la gestación y transmisión de esta visión negativa de la persona -lo que no es objetivo de estas páginas-, podríamos llegar muy lejos. No obstante, repararemos en alguna respuesta concreta y necesaria; así, por ejemplo, de la mano de Carl Rogers remontaremos hasta un cristianismo opresivo y un psicoanálisis freudiano que desconfía profundamente de la persona 21. Sin embargo, en la propia escuela de Freud, surgieron inmediatamente voces disidentes entre los discípulos,22 que al confrontar esta negra visión teórica con la práctica clínica percibieron desajustes y discordancias, pues encontraron en los seres humanos -incluso estando muy enfermos- resortes de vida y salud psicológica que permanecían intactos en su hondura23.

        Si retornamos el fragmento de Langer podemos descubrir que, pese a todo, hay grietas por las que penetra la esperanza en su discurso puesto que admite que en la mayoría de las ocasiones en las que los adultos de antaño maltrataron a la infancia, lo hicieron desde la inconsciencia. Entiendo que esta matización, a la cual me adhiero, nos sitúa ante una cadena de errores, de eslabones de reproducción poco o nada consciente -y por lo tanto acrítica- del sistema de valores recibido, de la manera de contemplar el mundo, de los modos de pensar y actuar aprendidos de los predecesores e incluso de repetición de la propia historia dolorosa personal en las herederas y los herederos. Una cadena, por tanto, que puede ser cortada desde la consciencia y las opciones constructivas, desencadenando un proceso de crecimiento individual y colectivo.

        A los niños y niñas de la Baja Edad Media, los adultos, espejos autorizados en los que podían mirarse, les devolvieron una imagen global teñida por la ambivalencia que se experimentaba hacia ellos. Una imagen en la que el peso de los rasgos positivos era sensiblemente menor que el de los negativos, pero que en ambos casos, ya se tratara de algo tenido por virtud o por defecto, podía quedar potencialmente abierto, a su vez, a la contradicción. Los proverbios, los refranes, los dichos y tópicos recogían buena parte del bagaje conceptual ambiguo sobre la infancia y, mediante la repetición, perpetuaban las ideas y principios de generación en generación, como un hilo conductor en el que había que invertir tiempo y esfuerzo para variar las constantes 21. Los niños eran vistos como seres inútiles, indiscretos 22, olvidadizos, inconstantes, indignos de confianza, perezosos, mentirosos, fuente de preocupación y trabajo para los mayores, entre otras cosas, por sucios y llorones. Para los pobres, los hijos pequeños, sin distinción de sexo, eran una carga y un durísimo refrán francés del siglo XVI lo recogía al proclamar que «al pobre se le muere la vaca y al rico su hijo»26, de donde también se desprende la idea de que el niño muerto no era un ser único e irrepetible, y por lo tanto el vacío dejado por su fallecimiento podía ser cubierto por otro hijo. En Inglaterra, hacia 1460, podía escucharse con asiduidad que «un hombre no debe confiar en una espada rota, ni en un necio, ni en un niño, ni en un fantasma ni en un borracho»27.

        Creo que no se equivoca Tucker cuando afirma que la niña o el niño que escuchaba reiteradamente estas ideas, debía sentir que contaba muy poco y que la infancia era un estado que había de soportar en lugar de gozar de él. El alivio lo proporcionaba la certeza de la transitoriedad, ya que la infancia era limitada y finita y se «curaba» con el tiempo; pasaría, pues, como el mes de enero con el que a veces se identificaba. Los niños eran contemplados como seres incompletos a los que les faltaba autonomía y la etapa acostumbraba a periodizarse poniendo el acento en las incapacidades, «aún no habla», «todavía no sabe calzarse ni vestirse», más que en criterios objetivos como la dentición 28.

        Frente a esta imagen negativa, había otra, menos variada, cierto, pero potente y con respaldos rotundos. Jesús de Nazaret había pedido que permitieran a los niños acercarse a él y también había afirmado que sólo los que se hicieran como niños podrían entrar en el Reino de los Ciclos. Los niños eran inocentes y encarnaban una cierta perfección característica de esta etapa vital.

 

 

Inocentes y llorones

 

          La inocencia fue el rasgo positivo de la infancia más reconocido, extendido y valorado durante el período que nos ocupa. Aceptar la inocencia infantil suponía admitir que los pequeños no dañaban deliberadamente y estaban dotados de una pureza tal, que si morían después de su bautizo, ingresaban directa e inmediatamente en el Cielo. Era fórmula habitual consolar a los padres y madres que perdían a su fruto recordándoles que el hijito muerto ya se había convertido en un «angelico del Paraíso». Solía bautizarse a los niños pronto para no correr riesgos, ya que el bautismo era rito de iniciación cuya falta impedía el acceso al Reino Celestial. De ahí que esta creencia estuviera en el origen de muchas actitudes, comportamientos e incluso creaciones. Sínodos y concilios recomendaban enseñar a los laicos la fórmula del sacramento en lengua vulgar, por si no hubiera un sacerdote cerca tras un parto peligroso y de ahí también que en determinadas zonas la licencia para ejercer el oficio de partera fuera expedida por el obispad02". El hecho de retardar el bautizo era entendido como un síntoma de perversidad y/o de conversión ficticia por parte de quienes habiendo renunciado al judaísmo, no se habían entregado al cristianismo de corazón y retrasaban el momento de iniciar a sus descendientes, según lo estipulado por su nueva fe 30.

         En ocasiones la Iglesia se enfrentó al problema que se presentaba cuando la madre moría durante el parto, recomendando que se extrajera al niño del útero y si todavía alentaba vida en él, se le bautizara inmediatamente".

         Las criaturas muertas antes del sacramento se convertían en seres inquietantes que no sabían en qué «lugar» ubicarse en el Más Allá, y que por eso tendían a retornar a su hogar terrestre para que sus padres les acogieran y les aliviaran de su inmensa soledad. 32 ¿Dónde podían ir? ¿Dónde permanecer? El Cielo estaba cerrado a cal y canto puesto que no eran cristianos, el Infierno resultaba impensable porque no conocían el pecado propio, el Purgatorio era un «territorio» de paso para cumplir condena por las faltas personales de las que ellos carecían 33. Sin hogar definitivo, los niños podían vagar por las capas bajas de la atmósfera, pero a nadie se le ocultaba que la franja intermedia entre el cielo y el suelo era espacio transitado por legiones de demonios que podían atemorizar a los pequeños 34, que volvían a casa, a veces muy enfadados con sus poco diligentes padres, cuya dejadez había generado aquella situación insoportable y desesperada. Los niños muertos sin bautizar originaban miedo y angustia y quizás en estos sentimientos haya que buscar una de las causas de la pervivencia de la costumbre, constatada arqueológicamente durante la Edad Media, de enterrar a los pequeños cadáveres dentro de la casa, para evitar temibles reincorporaciones, puesto que con este rito se demostraba fehacientemente a la criatura que era aceptada por la familia 35.

        El Limbo de los niños no satisfizo la necesidad de alojar adecuadamente a las criaturas fallecidas sin cristianar, pues era concebido como un espacio liminal, oscuro e incómodo -un infierno atenuado- en el que los pequeños no encontraban felicidad y sosiego.

        Esta búsqueda de descanso eterno para los niños muertos antes del rito bautismal y de descanso de conciencia para sus padres propició el nacimiento de una especialización muy concreta, a saber, la de templos en los que se operaba la resurrección de los pequeños durante el tiempo imprescindible para pronunciar la fórmula y realizar los gestos iniciáticos. Así mismo, desde el siglo XIV, fue frecuente encontrar a padres y madres peregrinando con los cadáveres de sus niños hasta santuarios determinados en los que poder enterrarlos cristianamente 36.

        Entre las familias que podían permitírselo, fue bastante habitual optar por la confección de trajecitos blancos para las criaturas que iban a recibir el bautismo. Estas ropitas se elaboraban en dicho color para simbolizar la apertura y la inocencia de quienes las portaban; el blanco fue un color estrechamente vinculado a la infancia 37, como también lo fue en ocasiones el rojo por su cualidad preventiva y benéfica para la salud 38. 

        Inocentes, puros... los niños y niñas eran considerados en muchas ocasiones verdaderamente encantadores y se les reconocía un don especial para conmover al Padre Todopoderoso y a su Hijo 39. De ahí que las vocecitas infantiles se alzaran en las rogativas que las ciudades bajomedievales efectuaban para pedir que llegara o se retirara el agua, para solicitar la desaparición de plagas o enemigos, para demandar la victoria bélica o agradecer la misma 40... también las voces blancas eran especialmente idóneas para interceder y cantar por los muertos 41.

        Si hubo un crimen al que la Baja Edad Media condenó sin fisuras, este fue el de la Matanza de los Inocentes, recordado cíclicamente con una celebración anual, representado plásticamente en múltiples ocasiones, y capaz de poner en ebullición la sensibilidad de las buenas gentes. Porque para las buenas gentes el asesinato de los niños era algo abominable, intolerable. La acusación que pesa sobre los judíos de pueblo deicida y profanador de hostias, se redondea y completa añadiendo los asesinatos rituales de niños. 42 Períodicamente ya desde el siglo XII, se cuenta una historia estremecedora, con ligeras variaciones a lo largo y ancho de Europa: los judíos han secuestrado, torturado y matado a un niño recreando la muerte de Jesús y actualizando su Pasión. De nada sirvió la bula de oro de Federico II, de 1236, exonerando a los judíos de tan odiosa carga, porque el codificado infanticidio siguió reapareciendo y en España lo hizo con éxito al menos en dos versiones, la de Santo Dominguito de Val en Zaragoza (año 1250) y la del santo niño de La Guardia, en Toledo (año 1490) 43.

        En 1492, el notario zaragozano Francisco Vilanova, cristiano y culto, recoge una versión de esta historia, a la que considera «acto senyalado» dentro de los grandísimos males y daños que los judíos han causado a la cristiandad:

         Que tomaron ciertos judios hun nynyo de tres anyos, o poco mas, e lo levaron a unas cuevas, e lo crucifficaron como a nuestro senyor Jhesu Chisto, e le sacaron el corazon ...44

        El impacto que la historia tenía allí donde se narraba y el hecho de que sirviera de justificación teórica para masacres antisemitas y abundara las causas de la expulsión de los judíos de España, evidencia, entre muchísimas otras cosas, un estado anímico colectivo proclive a vibrar ante la tortura infantil.

        La inocencia de los pequeños no sólo era considerada frecuentemente graciosa, sino también útil, pues además de ablandar el oído y corazón divinos, servía como garantía de limpieza de los procedimientos, de manera que en los sorteos bajomedievales, se recurría a una mano inocente, es decir, infantil, para que Dios o la Fortuna pudieran manifestar sus designios sin obstáculos humanos 45.

        Y sin embargo un concepto tan bien asentado como el de la inocencia de niños y niñas no carece tampoco de fisuras, no faltan quienes proyectan intenciones adultas en las manipulaciones sexuales de los pequeños y algunos autores bajomedievales, como Giovanni Dominici, abogan por la estricta separación de los sexos a partir de los tres años. 46 Aún más, los niños pueden en ocasiones llegar a la perversidad, como los que apedrearon a Cristo cuando subía al calvario 47 y aquellos otros que, siglos después, intentaron lapidar a Mahoma en su entrada a la Ciudad y que, según la Tradición, procuraron al Profeta el día más triste y amargo de su existencia.

        Uno de los comportamientos que puede alertar a los adultos sobre la falta de inocencia del niño o de la niña es el llanto desmedido. Se admite, los tópicos, dichos, refranes y proverbios se encargan de recordarlo, que los niños sean llorones por definición, pero también puede creerse que si el llanto se prolonga indefinidamente y más si se presenta acompañado de gritos, sea asunto diabólico.

        Sin lugar a dudas una de las pruebas de madurez personal y afectiva más severas a las que puede someterse a cualquier adulto es aceptar serenamente el lloro continuado de una criatura. Diversos factores se suman hasta hacer de él una experiencia difícilmente soportable: este llanto, cuando se alarga, se convierte en un «despertador» óptimo del propio sufrimiento acumulado, con frecuencia mantenido a raya en el inconsciente mediante un férreo sistema de defensa; por otra parte, aún en los casos de adultos capaces de sentir empatía, la llantina desasosiega y desconcierta si tiende a mantenerse, ya que resulta muy difícil alcanzar con seguridad el móvil último del desconsuelo, de forma que el llanto duradero puede vivirse como una situación descontrolada. Actualmente sabemos con certeza que el llanto infantil siempre está motivado por alguna causa o causas, bien de raíz física -necesidad de alimento, de sueño, de higiene, etc.-, bien psicológica -necesidad de sentirse querido, acariciado, acompañado, atendido, etc.- o ambas.

        En la Baja Edad Media, un niño que llorase mucho y con fuerza podía correr graves riesgos, pues no siempre iba a encontrar una mujer tan compasiva como la madre de Guibert de Nogent. Este autor del siglo XII resalta la beatitud de su madre que aguanta el llanto de un niño que ha adoptado:

        El niño molestaba tanto a mi padre y a todos sus sirvientes con la intensidad de su llanto y sus gemidos durante la noche -aunque de día era muy bueno, jugando unos ratos y otros durmiendo-, que cualquiera que durmiera en la misma habitación difícilmente podía conciliar el sueño. He oído decir a las niñeras que tomaba mi madre que, noche tras noche, no podían dejar de mover el sonajero del niño, tan malo era, y no por su culpa, sino por el demonio que tenía en su interior y que las artes de una mujer no lograron sacarle. La santa señora padecía fuertes dolores; en medio de esos agudos chillidos, no había ningún remedio que aliviara su dolor de cabeza... Sin embargo, nunca echó de casa al niño 48...

        Peor suerte corrió en 1482 el hijo de Miguel Cortés, un niño que lloraba y no callaba, y que murió en La Vilueña, en la casa de sus nodrizos. Todo parece indicar que para Pedro Gallego, el marido de la nodriza, resultaba insufrible el lloro del pequeño, que tal vez había ido a ocupar el lugar y a mamar la leche de un hijo difunto. Antes de la tragedia, todo su afán había sido librarse de la criatura y expulsarla de su hogar 49.

        Estos niños de llanto incesante, que exigían una atención prolongada, que no permitían dormir, se exponían a ser considerados engendros 50. En el texto de Nogent se dice que el crío no era culpable de su terrible conducta, puesto que ésta era consecuencia de su posesión demoniaca.

        Aún más, puede avanzarse otro paso respecto a la posesión, pues existió la creencia bien enraizada y extendida por toda Europa, de que los niños sanos y tranquilos podían ser sustituidos por espíritus malignos que les suplantaban ocupando su lugar y que se caracterizaban por ser criaturas berreantes que no engordaban, aunque cinco mujeres les dieran de mamar. Tanto el Malleus Maleficarum de Sprenger y Krämer de 1487, como los escritos de Lutero se ocupan de estas sustituciones terribles y una de ellas, de la que fue objeto San Esteban cuando niño, se dejaba ver en los retablos bajomedievales que narraban la vida del santo 51. En una visita pastoral realizada en 1474, en Maluenda, el interrogatorio a los laicos saca a la luz los encantamientos y transgresiones que realizan dos mujeres del pueblo que siembran de tales cosas en las mugeres simples, una de estas vecinas con pocas luces ha sido informada por una de las acusadas que ,su fija le avyan cambiado las  broxas 52.

        Algunos autores han visto en los fajamientos apretados que inmovilizaban a las criaturas, a veces cabeza incluida, un medio para obstaculizar el llanto.

3. La primera etapa vital

        Desde el momento de la llegada al mundo hasta los siete años aproximadamente, la inmensa mayoría de las criaturas, fuesen niños o niñas, vivían inmersos en un mundo predominantemente femeninos,. Femeninas eran las cámaras de parto en las que veían por vez primera la luz y de mujer también las manos que les proporcionaban los cuidados primiciales 54. Todo parece indicar que muchos niños europeos de la Baja Edad Media vivieron la primera etapa de la vida alejados de su hogar, pues los testimonios muestran lo propagada que estuvo la costumbre de enviar a los pequeños de las ciudades al campo para que otras personas los criasen. En España carecemos todavía de datos cuantitativos que nos aproximen al porcentaje de criaturas que fueron amamantadas por nodrizas y cuántas de estas amas de cría se desplazaron al hogar de quienes las contrataron y cuántas criaron a los pequeños en su propia casa. Sin duda es en Italia, y más concretamente en Toscana, en donde mejor ha podido documentarse y explorarse el hábito de desarraigar al niño de su hogar paterno para criarlo fuera, con los padres de leche.55 Algunos de los libros de recuerdos escritos por los adultos que rememoraban aquellos años iniciales dejan testimonio de lo mal que podía pasarlo el niño si era recibido en el hogar mercenario como un pequeño intruso. Y Klapisch-Zuber hace notar cómo algunos de los burgueses florentinos que mandaron a sus hijos al campo para su crianza, insisten en lo saludable que resulta para los pequeños el aire puro y el contacto con la naturaleza, como si de alguna manera se sintieran culpables y necesitaran justificarse 56.

        En principio, el amamantamiento, ya fuera materno o mediante nodriza, debía prolongarse durante tres años 57. Esta era la duración óptima establecida por la Iglesia, por la legislación y también el período de lactancia que señalaba la crianza ideal 58. En la realidad es más que probable que el tiempo del amamantamiento, la frecuencia de las mamadas y las atenciones recibidas por el bebé vinieran determinados por factores como la clase social y el sexo. En el estado actual de nuestros conocimientos podemos afirmar que las niñas eran menos afortunadas que los varones, ya que su edad de destete era a menudo más temprana 59 y además corrían mayor riesgo de abandono que sus hermanos. 60 Por otra parte, se ha podido documentar que en la vida cotidiana, lejos de los planteamientos teóricos de médicos y moralistas, el niño o la niña que lactaban de los pechos de su madre, con frecuencia veían interrumpido su amamantamiento por los sucesivos embarazos maternos, de manera que el nuevo hijo destetaba a su antecesor.

        La mortalidad infantil era muy alta y el tiempo de la crianza, en el caso de que la madre muriese o no pudiera amamantar, resultaba gravosísimo 61, de forma que quienes adoptaban niñas o niños procuraban que ya hubiesen superado los dos o tres años para tener mayores garantías de que alcanzarían la edad adulta y ahorrarse el pago de nodrizas.

        Desconocernos el tiempo en el que se iniciaba el control de esfínteres o cuando empezaban los primeros balbuceos, sin embargo, sí podemos afirmar que a partir del siglo XIII encontramos menciones escritas a la llamada «jerga de nodrizas», es decir, al silabeo y a los intentos de articulación de palabras por parte de la infancia considerados como una torpeza que podía hacer gracia.

        Muchos de los niños y niñas de las ciudades que se vieron desplazados del hogar propio nada más nacer, se reincorporaban al mismo cuando ya andaban y hablaban, de manera que a la primera separación había que añadir otra, pues de nuevo abandonaban lo conocido, la casa de los nodrizos, para incorporarse a una familia, en este caso la suya propia, con la que no habían mantenido trato continuado. A veces la incorporación era efímera, pues algún tiempo después dejaban su casa para formarse e iniciar la búsqueda de un lugar propio en el mundo.

        Algunas de las periodizaciones de la vida, a las que tan aficionada fue la Edad Media 62, señalan una subetapa de la infancia a la que nombran «edad de los juguetes», si bien su inicio, final y duración varían según los autores. Sin embargo se admite que en una época muy temprana se desarrolla en el niño el gusto por el juego, y los moralistas advierten la gran utilidad que puede tener lo lúdico en la educación, puesto que proporciona un cauce idóneo para enseñar y transmitir valores que pueden perdurar para siempre.

        ¿A qué jugaban los niños y niñas de la Baja Edad Media? , ¿jugaban juntos ambos sexos? En el estado actual de la investigación son más las preguntas que pueden formularse que las respuestas que pueden ofrecerse. Cabe señalar que, hasta la fecha, todo parece apuntar queen la primera infancia niñas y niños se divirtieron juntos y que no existieron maestros jugueteros especializados, de hecho cuando se quería obsequiar a los infantes e infantas se recurría a otros artesanos para que elaboraran determinados objetos. Tanto Huesca (como Zaragoza encargaron respectivamente a reputados maestros la confección de sendos juguetes para regalar al infante Juan, en 1352; los oscenses mandaron hacer un caballito de madera pintada con su silla, freno y arnés y pagaron por el mismo 75 sueldos jaqueses; 186 sueldos costaron a los zaragozanos los zancos pintados de verde y decorados con escudos reales 63. Juguetes carísimos, como los vestiditos para las muñecas que más de un siglo después encargaron los Reyes Católicos a un sastre de Valencia para regalar a las infantas que les esperaban en Barcelona 64.

        F. Piponnier puso de manifiesto la escasa calidad de los juguetes que la arqueología medieval sacaba a la luz, realizados con materiales ínfimos y muchas veces de manufactura doméstica 65. Sin embargo, algunos moralistas y predicadores se escandalizaban de los objetos sofisticadísimos que se entregaban a los pequeños para su entretenimiento y que les habituaban, ya desde la infancia, a la vanidad, porque de lo que no cabía duda era de que el juego y el juguete enseñaban 66. Debía cuidarse el contenido y dinámica de lo lúdico para que fuera introduciendo a cada cual en el papel que había de desempeñar en el futuro, ya que a casi nadie se le ocultaba la permeabilidad y capacidad de absorción de los niños.

 

4. La transmisión de la conciencia socializada

        El examen de los procesos inquisitoriales proporciona con relativa frecuencia datos jugosísimos sobre la infancia. Acusados y acusadas de criptojudaísmo son obligados a bucear en su pasado para hallar las raíces de sus convicciones y así, embarcados en sus recuerdos, podemos atisbar el interior de sus hogares y contemplar escenas familiares, a veces idealizadas, en las que se evidencia la educación infantil. Uno de estos vívidos cuadros es expuesto por el calcetero Juan Tous, habitante de Lérida, que se remonta a sus diez o doce años de edad para explicar cómo, por inducción materna, empezó a guardar el ayuno de Yon Quipur. Tous recuerda que una noche, mientras cenaba, quando fue a bebet; echaron le por detras, por cima de la cabeça, en la taça donde vevia, una pieça de oro, diziendole:

        -Cataqui que te a enviado Dios porque as ayunado.

        Y este deposant y confessant, con "su ynocencia, creyolo que assi era, como le dixeron su padre y madre lo creyo 67.

        El premio demuestra a Tous, al inocente Tous, que ha obrado correctamente, más cuando como en este caso la recompensa viene a reforzar lo que su padre y madre le presentan como bueno.

         Mediante galardones y castigos los padres y los educadores, y también las autoridades, avivaron la memoria de los niños con la intención de que determinadas pautas, reglas y normas quedaran grabadas para siempre en el interior y no se diluyesen o evaporasen fácilmente. La pieza de oro que recibió Tous es una cara de la moneda, de la otra contamos con abundantes ejemplos, así sírvanos el caso siguiente: cuando la población de Segovia se alborotó en 1480, los Reyes Católicos reaccionaron enérgicamente y en un acto público en el que los adultos y adultas, a voces, se declararon públicamente culpables, los niños y niñas fueron abofeteados para que no olvidaran jamás lo que podía pasar si con el tiempo, al crecer, se levantaban contra el poder real 68. Porque asociar lo que debe recordarse con el sufrimiento físico fue un recurso muy utilizado, doloroso, pero, en principio, eficaz 69.

        Los primeros años de la vida son capitales para la formación de la conciencia moral de las personas. Las nociones de bien y mal aparecen muy pronto en la vida de los niños, puesto que los adultos y el ambiente cultural que les rodea van proporcionándoles una serie de fundamentos axiológicos a partir de los cuales juzgar y calibrar lo bueno y lo malo, lo que se puede y se debe hacer y lo prohibido. A este conjunto de reglas y pautas -en ocasiones contradictorias- Rochais le da el nombre de conciencia socializada y se caracteriza por ser un código de referencia externo y adquirido 70. Todo en la infancia, el juego incluido, debe servir para que los niños integren estas leyes culturales y se adapten a ellas porque su cumplimiento tiene la finalidad de garantizar la supervivencia, pero también de mantener el orden establecido y perpetuar la reproducción del sistema.

        Los manuales de educación son piezas capitales para conocer los contenidos de la conciencia socializada, la serie de pautas dominantes en cada tiempo y espacio que no son universales, puesto que varían según el sexo y clase social a la que van dirigidos 7l. Sin embargo, más allá de las grandes diferencias establecidas en el proceso de socialización de las niñas y niños de las diversas clases, los principios de obediencia, sumisión y respeto a la autoridad de los mayores, gratitud hacia los predecesores y utilidad se repiten incansablemente.

         Niñas y niños reciben una educación que les conduce a convertirse en buenos hijos, lo que se traduce en ser obedientes, respetuosos, dóciles, agradecidos, laboriosos y conscientes de la deuda insaldable que han contraído hacia sus mayores desde su llegada al mundo 72. Más allá de las barreras de clase se constata un gran afán por la ocupación de los pequeños que deben trabajar desde edad temprana para evitar la ociosidad que, sin excepción, se contempla como pésima consejera.

 

5. El final de la infancia

        ¿Durante cuánto tiempo se prolongaba la infancia? Resulta imposible dar una respuesta tajante a esta cuestión (lo que, como vemos, va convirtiéndose ya en norma). Ni siquiera la mayoría de edad estaba fijada en los mismos años ni a lo largo de todo el período ni en los diferentes reinos, tampoco las periodizaciones teóricas establecían unos límites con validez universal, de manera que podemos retener dos ideas: por una parte que el Derecho Canónico mantuvo durante toda la Baja Edad Media los doce años para las mujeres 73 y los catorce para los hombres como edad mínima para el acceso al sacramento del matrimonio, por otra que el sexo y el grupo social al que perteneciera cada persona fueron definitivos en este aspecto. Así, por ejemplo, si dejamos de lado las mutaciones físicas operadas a lo largo de los años, veremos que entre los grupos privilegiados se intentó con mucha asiduidad y bastante éxito mantener a las mujeres en un estado de dependencia e infantilismo psicológico prolongado incluso más allá del matrimonio, de manera que como en su día observara Iradiel, algunas mujeres no parecían alcanzar la plena mayoría de edad hasta ingresar en la viudez 74. Sin embargo, para otras niñas y niños la infancia concluyó pronto y a menudo bruscamente el día en el que fueron introducidos en el mercado laboral como sirvientes y aprendices. Ese día abandonaron definitivamente su hogar familiar y a menudo se desplazaron a otros lugares, de manera que el desarraigo se vió profundizado por la inmigración.

        Muchas de las niñas que ingresaron en el servicio doméstico siendo menores de doce años provenían de hogares deshechos por la muerte de uno o de ambos padres o por un matrimonio reciente del supérstite cuyo nuevo cónyuge no quería o no podía asumir la carga de criar y alimentar a los hijos de la unión anterior 75. Estas niñas, las pequeñas domésticas, constituyeron uno de los grupos más vulnerables de la sociedad urbana bajomedieval, un auténtico grupo de riesgo para las violaciones y abusos sexuales de todo tipo 76. De golpe, violentamente, a los once años, acabó la infancia de Marica, cuando el hombre al que sus familiares la habían encomendado para que desde su pueblo de Navarra la trajera a Zaragoza para ponerla a servir, la violó al llegar a la ciudad 77.

        Aunque cabe suponer que las familias procuraran buscar un buen destino a los hijos e hijas junto a personas decentes que les facultasen para llegar a ser mujeres y hombres de provecho 78 la fortuna individual fue un factor decisivo que determinó la tónica de felicidad o infelicidad durante estos años de aprendizaje. Hubo sirvientes y aprendices que recibieron el mismo trato dispensado a los hijos e hijas, pero hubo también abundantes casos en los que no fue así. Los pregones de las ciudades dejan numerosos testimonios de búsqueda de mozos y mozas que se han fugado de la casa de sus amos rompiendo los contratos y llevándose bienes 79, las novelas relatan las historias de pícaros y pícaras que iniciaron una andadura ortodoxa en el mundo laboral que se torció por los desmanes y malos tratos sufridos en sucesivas casas y los procesos permiten contemplar verdaderos estallidos de odio y rencor de los sirvientes contra sus amos, malos sentimientos rumiados durante años y reverdecidos por los castigos corporales y los malos tratos físicos y psicológicos.

        Durante años muchos niños y niñas fueron «recipientes», como dice Demause, en los que los adultos vertieron con impunidad sus miedos, iras, proyecciones y frustraciones, pero tras la fragilidad de los años infantiles llegaba la adolescencia y juventud y, con frecuencia, la sociedad dejó patente el temor tácito o explícito que experimentaba ante quienes atravesaban esta etapa de la vida.

 

6. Imágenes de la juventud

        Si ambivalencia es la palabra que mejor se ajusta a los sentimientos que los adultos experimentaron hacia la infancia, quizás sea prevención la que defina con precisión mayor lo sentido por los mayores ante aquellas y aquellos que vivían su etapa existencial más inestable, seca y caliente, vinculada al elemento Fuego, al punto cardinal Sur, al momento diurno del Mediodía, a la estación del Verano, a la Sangre y la Bilis Amarilla y al temperamento Colérico 80. Todo un mundo de cualidades inflamables, peligrosas, que convenía encauzar y mantener bajo control. Más teniendo en cuenta que durante la adolescencia y juventud, al sustrato de normas y principios recibidos, es decir, a la conciencia socializada, acostumbra a sumarse, superponerse o contraponerse un nuevo tipo de conciencia, llamada por Rochais conciencia cerebral, que es el resultado de la combinación que la persona realiza entre lo heredado y sus propias ideas, ideales, aspiraciones y necesidades de todo tipo, que se presenta como el conjunto de reglas que uno se da a sí mismo para conducir su vida 81.

        Son tantas y tan diversas las imágenes que la sociedad bajomedieval nos ofrece de sus jóvenes, que necesariamente hemos de seleccionar para centrarnos en dos de ellas, una femenina, modélica e idealizada, otra masculina, ruidosa y grupal.

6. 1. La docella virtuosa: la castidad que prolonga la inocencia

        En uno de los múltiples Bestiarios que se escribieron durante los siglos medievales, el autor alaba al león, fiero, fuerte y temible, pero a la vez regio y justo, un animal noble, con un sentido moral tan desarrollado que no le permite atacar a los inocentes, incluidos los niños 82.

        Algunos de los animales inusuales por exóticos o inventados que nutrieron la fauna fantástica medieval estuvieron dotados de un especial instinto para detectar la pureza allí donde realmente se hallaba y ninguno fue tan sensible a la castidad como el unicornio. Los diferentes Bestiarios se hacen eco del poder que la doncella ejerce sobre este animal pequeño, rápido y astuto, al que los cazadores no pueden atrapar si no es valiéndose de una treta:

        Envían a su encuentro una pura doncella revestida de una túnica. Y el unicornio salta al regazo de la doncella,. ella lo amansa él la sigue 83. 

        Existen versiones que facilitan más detalles:

        Traen a una joven doncella, pura y casta, a la que se dirige el animal cuando la ve, lanzándose sobre ella. Entonces la joven le ofrece sus senos, y el animal comienza a mamar de los pechos de la doncella, y a conducirse familiarmente con ella. La muchacha entonces, mientras sigue sentada tranquilamente, alarga la mano y aferra el cuerno que el animal lleva en la frente; en este momento llegan los cazadores, atrapan la bestia y la conducen ante el rey 84.

        Con el transcurso del tiempo se averigua que basta con que la doncella le enseñe un pecho 85, porque lo que realmente ejerce una atracción fatídica sobre el animal es el dulce aroma que desprende la virginidad femenina, que produce al unicornio tal deleite que le lleva a sumirse en el sueño 86.

        Resulta imposible engañar al fantástico animal:

        Y si la doncella no es virgen, el unicornio se cuida de reclinarse en su regazo; al contrario, mata a la joven corrupta e impura 87.

        El tema de la doncella y el unicornio fascinó durante el siglo XV, baste decir al respecto que sólo en el museo Cluny de París se conservan seis tapices, tejidos todos en torno a 1480, que representan a la hermosa pareja.

        Como si de unicornios se tratara a los varones cultos bajomedievales, y especialmente a los eclesiásticos, les sedujo el olor de la virginidad que desprendía la doncella virtuosa. Una doncella a la que nombro en singular porque es más el sueño de perfección femenina diseñado por un determinado grupo de hombres que una mujer de carne y hueso; un ideal que no fue neutro porque generó un modelo que se trató de imponer durante siglos 88.

        La doncella virtuosa, una virgen que suele ser mayor de doce años 89, se convierte en el patrón de la excelencia para todas las mujeres que no conocen varón. Su estado es el más perfecto al que se puede aspirar, superior al de la viuda, que ha mantenido relaciones sexuales aunque después viva en loable continencia, y muy superior al de la casadas. Pues si bien se admite que la castidad es una virtud del alma y la integridad corporal resulta secundaria en su definición, lo cierto es que se establece una jerarquía interna por la cual la castidad de la virgen tiene doble valor que la de la viuda y triple que la de la casada 91.

        Algunos de los moralistas y predicadores que transmitieron este ideal femenino fueron conscientes de que no era fácil acceder al mismo desde determinados grupos sociales 92, ya que las posibilidades de ajustarse al molde perfecto disminuían en la medida en que la joven estaba inserta en el mundo 93.

        Sí, el mundo era el gran enemigo de la doncella, aquel que con sus vanidades y tentaciones podía dar al traste con su inocencia y castidad y acarrear todo tipo de desgracias. Dina, la hija de Jacob y de Lía, que por curiosidad salió de su casa para observar a las mujeres de su nuevo país, que despertó la pasión del hijo del rey, que la raptó y ofendió a su familia provocando la guerra, se convierte en un personaje que se extrae del Génesis periódicamente para recordar a las jóvenes lo que puede sobrevenir si no se mantienen quietas. La doncella debe estar custodiada, enclaustrada y moverse lo imprescindible, una tradición que se remonta a los primeros siglos del cristianismo y que encuentra uno de sus más claros exponentes en San Jerónimo, el cual clama enérgicamente contra las vírgenes viajeras 94. Si la doncella que se deja ver se convierte en objeto de deseo aun contra su voluntad, ¿qué puede decirse de las muchachas que salen de casa exhibiéndose, vestidas suntuosamente y maquilladas? Puede decirse mucho y nada bueno, porque la verdadera belleza no es hija de arreglos y afeites, no es el fruto de enmendar la plana a Dios modificando todo lo modificable, desde el arco de las cejas hasta la estatura, sino el resplandor de la pureza del alma que se percibe a través del cuerpo 95. Ni siquiera es necesario salir del todo a la calle para contaminarse y la doncella virtuosa, consciente del riesgo, evita los huecos como puertas y ventanas por los que se deja ver su hermosura y penetra la lujuria.

        Cuando tiene que pisar el exterior, cuestión insoslayable si se trata de acudir al templo, la joven virtuosa camina a pasitos regulares y huidizos, con la mirada baja y la vista fija en el suelo; todo su aspecto debe proclamar su inaccesibilidad. La modestia de sus gestos contrarresta el peligro de la salida dificultando los contactos con los varones, porque además de esquiva, la doncella es taciturna. La joven virginal sabe que las mejores palabras de mujer son las no dichas, de manera que guarda en su corazón los vocablos y se limita a hacer las preguntas imprescindibles y a dar breves respuestas cuando es interrogada 96.

         Parca en palabras y gestos, la silenciosa doncella apenas separa los miembros de su cuerpo y cuando sonríe lo hace de manera que no se ven sus dientes, porque si una dulce sonrisa es hermosa e inevitable, la risa y más la carcajada resultan inadmisibles, incompatibles con su castidad y su prudencia 97. Pues todo lo que se desparrama sin orden ni concierto, desde el cabello 98 hasta la risa, puede ser interpretado como disponibilidad sexual 99.

        El blando pecho de la joven modélica, pronto a transirse de dolor ante la desdicha ajena, encontrará un cauce adecuado para dar salida a su sensibilidad exquisita en las obras de caridad que los varones cualificados para el caso pongan a su disposición, porque también las obras de misericordia y la práctica de la limosna han de estar controladas, ya que el exceso o la extravagancia en el ejercicio de las mismas podrían causar escándalo 100.

        Si el mundo constituye el primer enemigo para la virtud de la doncella, tampoco el ocio se queda a la zaga. El tiempo libre, que ya se vió que en nada beneficiaba a la infancia, tampoco favorecía a la doncella, que, inactiva, podía invertirlo en ensoñaciones y fantasías perniciosas alimentadas, si era letrada, por lecturas viles, como las novelas de caballerías, auténtica «salsa para pecar» 101. Para evitar la inercia y el peligro que en ella se esconde nada mejor que el trabajo apropiado: hilar, coser, tejer, bordar... tareas lícitas que, mejor realizadas en solitario, mantienen ocupadas las manos y el pensamiento 102. Desde la infancia la niña había de ser iniciada en la labor de hilado que le acompañaría durante toda su vida, pues como dice Eiximenis, la mujer que no hila sabe bien el hombre por lo que es tenida, y más, las hembras públicas aparecen definidas en su obra como las que no hilan, que están en el burdel 103. Centenares de imágenes medievales dejan constancia de mujeres de todas las edades dedicadas a hacer labores y no es casual que en la cuentística tradicional el hilado y sus instrumentos cobren protagonismo, como tampoco lo es que Aurora, la Bella Durmiente, una doncella noble y virtuosa, cayera en su profundo sueño tras pincharse con el huso.

        En el tránsito a la Modernidad, la doncella aparece erguida dignamente sobre el mundo al que desprecia, en una de sus manos sostiene la Biblia abierta por el Magnificat, imitadora de María, mientras que en la otra mano, laboriosa, porta el huso; sus pies están encadenados y su boca sellada mediante candado. La candela de su pecho proclama su fidelidad y el yugo sobre su cabeza, la sujeción y docilidad; una cofia blanca habla de su pudor y mientras su corazón se abre por la caridad, su talle permanece cerrado por el casto ceñidor y acorazado por su honestidad. Para rematar la imagen, junto a ella, el símbolo parlante de la escoba recuerda a quienes la contemplan su humildad 104.

Fernando de Rojas se burla cruelmente de Pleberio y Alisa, desatentos en su tarea de custodia paterna y profundamente egoistas, que viven convencidos de que tienen en casa un tesoro semejante a éste en Melibea, su «guardada hija».

El modelo quedó establecido, cada vez más depurado, fijo y permanente, como si los avatares de la Historia poco o nada tuvieran que ver con la inalterable doncella. Una y mil veces, las muchachas de toda condición podían escuchar por boca de los predica­dores las excelencias a las que estaban llamadas y a las que debían aspirar. Pues aunque las sirvientas, las artesanas y campesinas no partieran de la mejor situación para acceder a tanta gloria, los varones se autoimponían el costoso deber de procurar mantener a las frágiles mujeres en los senderos del pudor y de la castidad, tan queridos por Dios 105.

6.2. Los grupos de jóvenes varones: los portadores del bullicio

El silencio que rodea a la doncella virtuosa, se quiebra violentamente al entrar en escena los varones jóvenes, los portadores del ruido y del bullicio por antonomasia. La irrupción de estos grupos juveniles en los manuscritos se produce por los márgenes, ya que resultarían inadmisibles en la ilustración principal; en la obra escrita poseen su espacio propio, marginal, pero suyo, tal como ocurre en la sociedad 106.

Juan de Guisa dejó magnífico ejemplo de este estado de cosas, cuando en Brujas, hacia 1339-1344, iluminó un Roman d'Alexandre. En el folio 25 vuelto, en el margen, representó a muchachos y muchachas entregados a la captura de pájaros mediante reclamo, a juegos amorosos y a la danza. En la escena que nos transmite este baile, un joven varón se ocupa de dirigir los pasos que son seguidos por tres chicos y dos muchachas que danzan cogidos de la mano, significativamente es otro joven quien inicia la fila y sólo los varones llevan máscaras, en este caso de ciervo, de liebre y de jabalí 107, pues aunque participaran en los entretenimientos, las doncellas debían ocupar su lugar, secundario y sometido a la guía y tutela varoniles. Otros márgenes del mismo manuscrito muestran a los jóvenes divirtiéndose dedicados a la música, a diferentes bailes, cubiertos sus rostros por máscaras, realizando batallas simuladas, eligiendo al «rey» de ese año 108. Como ha subrayado Pastoureau, la juventud introduce el sonido en la imagen.

Los varones jóvenes, agrupados, fueron los organizadores y grandes protagonistas de las fiestas, entre ellas la de los Inocentes o los Locos, bien documentada desde el siglo XII. Esta festividad, surgida en un contexto clerical y urbano, se originó entre los canónigos que vivían durante todo el año bajo la autoridad episcopal, pero que un día concreto del ciclo, cada 28 de diciembre, cambiaban el mundo, es decir «su» mundo, eligiendo un falso obispo al que conducían entre bromas, en un remedo de procesión, hasta la catedral 109. Desde el siglo XIII, la fiesta de los locos se extendió a otros grupos como abadías de juventud y asociaciones de jóvenes artesanos y en Anento, aldea de la Comunidad de Daroca, en el estatuto sobre la mancebía 110 de 1583, se abría la posibilidad de recuperar la tradición del nombramiento del falso obispo, figura que había existido con anterioridad: Otrosí, estatuymos y ordenamos que si a dichos mancebos parescerá nombrar y hechar obispo, como acostumbraban ante 111...

En las festividades de invierno, de primavera y de verano los jóvenes asumían un papel estelar, como hacían en la fiesta de las fiestas, el Carnaval, en la que solían realizan parodias que ridiculizaban el orden imperante, al tiempo que anunciaban futuras reclamaciones de poder 112. Así mismo, ellos garantizaban los bailes dominicales y la música con la que celebrar las bodas, o al menos aquellas bodas que eran de su agrado. Porque a su función de organizadores de la fiesta había que sumar su tarea de control sobre el mercado matrimonial, puesto que los varones jóvenes se sentían dueños de todas las muchachas casaderas de «su» territorio, a las que consideraban bajo su jurisdicción, y obraban en consecuencia.

Schindler asegura que las agrupaciones de solteros adquirían una sonora relevancia cuando se ocupaban de despedir a alguno de sus miembros que cambiaba de estado y renunciaba a su libertad en aras del matrimonio. Los amigos se entregaban a fondo en aquel momento crucial; de hecho Hochzeit, la palabra que nombra a la boda en alemán, etimológicamente significa tiempo alto o álgido. Al futuro casado se le ofrecía una serenata, y cuánto más audible y estridente fuera, más apreciado podía considerarse el novio entre sus congéneres 113. La cultura patriarcal, que comprendía estos estallidos de alegría juvenil masculina y los toleraba complacientemente, siempre que no transgredieran el límite de lo soportable, no encontraba la misma disposición anímica respecto a los ritos efectuados por las mujeres. Las ordenanzas matrimoniales de Nüremberg de 1485 evidencian el punto de vista de los prohombres de la ciudad al respecto:

Recientemente cierto número de doncellas han procedido, con motivo de las amonestaciones de boda, a salir a las calles, lo que no se aviene con la dencencia propia  de ellas, y por ello este probo tribunal ha deliberado decretar que de hoy en adelante ninguna doncella podrá vagar por las calles tras una amonestación ni reunirse unas con otras en cualquiera otro lugar 114.

La unión pública y la actuación colectiva de las solteras contrariaba los usos patriarcales ya que a las muchachas les correspondía, en la lógica cultural de los varones, esperar pacientemente hasta que alguien adecuado les pretendiera en matrimonio. La idoneidad del futuro esposo venía determinada por su pertenencia al grupo de solteros que había, hasta entonces, «custodiado» a la joven, de manera que, en principio, el forastero y el viudo se presentaban como rivales y competidores desleales de los mancebos.

Si la estridencia era índice de una buena despedida de soltero, otra sonora manifestación dejaba patente la disconformidad de los jóvenes ante un determinado matrimonio, se trataba en este caso de la cencerrada 115,  pero entre ambas no cabía confusión.

La primera cencerrada que conocemos hasta la fecha data del siglo XIV y cuenta con descripción escrita y miniada 116. Aparece en una interpolación del Roman de Fauvel, de Gervais de Bus. La autoría de este añadido se debe a Chaillou de Pestain, alguien pertenenciente al círculo de oficiales de la corte real. Letras y miniaturas proclaman la historia de Fauvel 117, que al no poder casarse con Fortuna, realiza un matrimonio clandestino -sin amonestaciones ni bendición nupcial- con Vana Gloria, pero en el momento de reunirse con su mujer en el lecho, es sorprendido por un terrible estruendo ejecutado por jóvenes enmascarados.

Los autores de la cencerrada esperaban que el recién casado viudo, forastero, inadecuado en cualquier caso, reconociese su «delito» y pagase cierta forma de rescate para hacerse perdonar la usurpación de una de las muchachas disponibles. Le convenía ser generoso y congraciarse con los jóvenes para acabar con el ritual sancionador cuanto antes, pues si los mozos estaban «de buenas» a veces se conformaban con ser invitados a beber.

El charivari, en ocasiones, se utilizó para denunciar situaciones y comportamientos considerados anómalos por el conjunto de la comunidad, como el concubinato clerical, adquirió entonces un contenido de repulsa social y las acciones de desaprobación emprendidas por los jóvenes se vieron, en muchos de estos casos, respaldadas tácitamente y legitimadas por el beneplácito de sus mayores -cuando no impulsadas por los mismos-.

Las cencerradas eran rituales que solían realizarse de noche como buena parte de las actividades juveniles, las cuales tenían en la nocturnidad uno de sus elementos característicos.

Las ordenanzas de las ciudades bajomedievales claman incansablemente y con escaso éxito contra quienes rompen la tranquilidad nocturna y el sueño pacífico con sus ruidos. Alborotos que a veces son rondas y exhibiciones de cortejo dedicadas a la muchachas o bromas encaminadas a colocar el mundo patas arriba, como aquellas en las que se suben carros y aperos de labranza a los tejados; otras veces se roza lo delictivo, como en los hurtos rituales, pero no faltan ocasiones en las que, traspasado el umbral de lo admisible, el barullo es eco de auténticos crímenes, caso de las violaciones colectivas 118 o de las palizas y agresiones que podían acarrear incluso la muerte 119.

La oscuridad se convierte en el marco del griterío de los vocingleros, del trazado de pintadas y dibujos obscenos en las paredes, de los embadurnamientos con estiércol o heces humanas, de los cuernos depositados en las puertas de determinadas casas 120... La noche es también el tiempo elegido para llevar a cabo buena porción de las pruebas de virilidad cuya superación genera y/o consolida el reconocimiento y la ocupación de un lugar preferente en el interior del grupo. En este sentido las autoridades han de tener un cuidado minucioso para mantener el equilibrio, pues a veces las medidas de control y las fuerzas de orden público son recibidas como provocaciones y, al mismo tiempo, como oportunidades frente a las cuales medir el valor individual y colectivo.

Desenfrenados, turbulentos, disolutos, ruidosos, despilfarradores, bellacos ... estos y otros durísimos adjetivos dedica San Bernardino a los jóvenes de Siena en sus sermones, y es que los jóvenes, como las mujeres, fueron diana favorita de las invectivas de los predicadores y defensores de la moral pública 121.

El control de los grupos juveniles fue competencia de las autoridades y para lograrlo eficazmente nada mejor que evitar las agrupaciones espontáneas, encuadrando a los muchachos en fraternidades organizadas que oficializasen, vigilasen y dirigiesen las acciones de estas solidaridades de edad.

El 30 de noviembre de 1583 los varones maduros de la aldea de Anento se reunieron en el porche de la iglesia, según su costumbre, para reelaborar una carta pública con los estatutos y ordenanzas de la mancebía, ya que la anterior se había extraviado y no podía localizarse. A partir de ese momento, con el documento en la mano, los hijos mancebos del lugar sabrían a ciencia cierta lo que eran tubidos obligados de hazer cumplir, conforme a lo dispuesto, pactado ordenado 122.

Según los adultos, los mozos les habían suplicado que fijasen de nuevo la normativa, y los «padres» para evitar las cuestiones, disensiones, escándalos, riñas y enojos que se suscitaban entre los jóvenes, en nombre del concejo, se disponían a satisfacer tan cuerda demanda.

En el documento todo quedaba atado y bien atado: ni siquiera se ofrecía a los jóvenes la opción de asociarse o no hacerlo, pues todos los hijos del pueblo mayores de dieciocho años estaban obligados a pertenecer a la mancebía o Real. Los jóvenes tampoco contaban con libertad para proceder a su organización interna, puesto que los regidores o mayordomos de la mancebía eran seleccionados y nombrados por los jurados del lugar, y era competencia de estos mayordomos, a su vez, elegir al Rey. Si el muchacho escogido no accedía a ocupar el cargo, los jurados del concejo decidirían en que otro joven había de recaer este honor.

De los maniatados mozos de Anento, a los que sólo se les permitía jugar a los naipes si el concejo no les daba un fIorín para sus gastos, se esperaba que se divirtiesen cantando y bailando dentro de un orden. Las normas de domesticación les dejaban tan reducido espacio para la iniciativa, que me permito dudar bastante de la veracidad de la solicitud de redacción por su parte; es más, si la carta precedente era del mismo tenor -como parece-, no me extraña que se hubiera perdido y no pudiera encontrarse.

 

 

 

 

NOTAS

1. Madrid, Cátedra, 1985, p. 10.

2. Desde Sara o Isabel hasta Yerma abundan las historias que giran en torno a la esterilidad femenina; algunos de los recursos que pueden utilizar las mujeres para acabar con la maldición en SAINTYVES, Pierre, Las madres vírgenes los embarazos milagrosos, Madrid, Akal, 1985.

3. CARBÓN, D., Libro del arte de las Comadres o madrinas del regimiento de las preñadas paridas de los niños, Mallorca, 1541, «Epístola». Manejo el ejemplar del s. XVI de la Biblioteca Universitaria de Zaragoza, aunque hay una edición reciente de esta obra (Alicante, 1995)

4. Parece haber insistencia por parte del caballero, ya que en la citada «Epístola», Carbón dice: Por donde yo, señor, desseo por su virtud merecer por lo que le devo, darle complida razon a lo que me pide, si hasta agora no lo hize, certissimo dare complimiento a su desseo, aunque algunas cosas a ello dan impedimento son vuestro mucho valer mi poca abilidad la difficultad de la materia la disproporcion de la lengua para la subjecta materia, por ser vuestra merced cavallero no letrado.

5. GARCÍA HERRERO, M. C. «Porque no hay ninguno que más quiera al fijo que el padre y la madre» en SESMA, J. A., SAN VICENTE PINO, A., LALIENA CORBERA, C. y GARCÍA HERRERO, M. C., Un año en la Historia de Aragón: 1492, Zaragoza, Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1992, pp. 121- 122. Se exponen los casos de la conversa turolense Gracia Ruiz que retornó al judaísmo porque, entre otras cosas, se le habían muerto dos hijas y lo entendió como castigo del Dios Veterotestamentario, y de Esperanza de Villacampa, que abandonó el cristianismo porque se le murió su hijita al caer por la escalera.

6. Entre los múltiples ejemplos que podrían citarse. opto por el Proceso contra Narbona de Cenarbe, de 1498, Archivo Histórico Provincial de Zaragoza (AHProvZ), Inquisición, Caja 23, leg. 1, fol. 2 v. «Mi cosino hermano. Domingo Lacambra. me acusa que yo le he muerto la criaçon», fol. 5v. «E apres la dicha su nuera ha parido tres vegadas y cada vez, antes de plegar al mes, se le morian las criaturas, en lo qual tienen cierto (sic) sospecha a la dicha Maria» (hermana de Narbona). Vid. CARO BAROJA.J., Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza, 1984.

7. ORIGO,I., The Marchant of Prato, London, 1957, pp. 200 y ss; vid. también GIES, F. y GIES, J.. Women in the Middle Ages. The lives of real women in a vibrant age of transition, Nueva York, Barnes and Noble Books, 1980, cap. X, «Margherita Datini: An Italian Merchant's Wife», pp. 184-209.

8. Parece que doña María siempre tuvo desarreglos ginecológicos, de hecho sólo le Ilegó la primera regla dos años después de estar casada, GIMENEZ SOLER. A., «Retrato histórico de la reina doña María», Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. 1901, pp. 72-81, esp. 76-77.

9. Archivo Histórico de Protocolos de Mora, Protocolo n.º 1350, Johan Martín, 1474, fol. 11v. La donación fue cancelada diez meses después por causas que no constan.

10. Archivo Histórico Provincial de Huesca (AHPH), Protocolo de Juan de Azlor, 1401, fol. 1v-5v.

11. Buenos ejemplos en BECEIRO PITA, I. y CÓRDOBA DE LA LLAVE, R., Parentesco, poder y mentalidad. La nobleza castellana, siglos XII-XV, Madrid, CSIC, 1990.

12. Un caso significativo, ya del siglo XVI, lo presenta la actitud de Enrique VIII de Inglaterra hacia su hijo Eduardo; en palabras de Tucker, el rey «prodigó al niño un afecto personal casi patético», p. 269. Con anterioridad, Enrique, que había mimado a Ana Bolena durante su embarazo y parto (p. 264), se negó -durante días- a conocer a su hija Isabel por haber nacido niña, TUCKER, M. I ., «El niño como principio y fin: la infancia en la Inglaterra de los siglos XV y XVI» en DEMAUSE, LI., Historia de la infancia, Madrid, Alianza, 1982, pp. 255-285.

13. El trabajo que ha tenido mayor repercusión es L 'enfant et la vie familiale sous l'ancient régime, Paris, Plon, 1960, traducido al castellano por Taurus, Madrid, 1987.

14. Pueden verse, por ejemplo el número monográfico Enfant et Sociétés de la revista Annales de Demographie Historique de 1973; DEMAUSE, LI., Historia de la infancia, Madrid, Alianza, 1982. La primera edición es de New York, 1974. De este mismo año, L 'enfant, Recueils de la Société Jean Bodin, Bruxelles, 1976, su segunda parte está dedicada a la Europa Medieval y Moderna.

15. ALEXANDRE-BIDON, D. et CLOSSON, M., L 'enfant a l'ombre des cathédrales, Paris, CNRS, 1985; GIALLONGO, A., Il bambino medievale. Educazione ed infanzia nel Medioevo, Bari, Dedalo, 1990; SHARAR, Sh., Childhood in the Middle Ages, London, New York, Routledge, 1990.

16. El soporte básico para esta reflexión lo encuentro en las siguientes Notas de Observación de ROCHAIS, A., La imagen de uno mismo, Madrid, Personalidad y Relaciones Humanas, 1982; Los otros, Madrid, Personalidad y Relaciones Humanas, 1982; La aspiración a existir. La necesidad de ser reconocido. El fenómeno de no existencia, Madrid, Personalidad y Relaciones Humanas, 1986.

17. Aunque no exclusivamente, ya que las investigaciones psicopedagógicas recientes ponen de manifiesto el gran peso que sobre el niño o la niña tiene la opinión y el trato de otros niños, por ejemplo, de los hermanos mayores.

18. Una sociedad que, no debemos olvidarlo, hace posible la existencia de turismo sexual con menores y pornografía y prostitución infantil, que tiene en su seno personas que introducen en el uso y consumo de drogas a los niños y adolescentes y que constata malos tratos a la infancia también en Occidente, y no sólo en ambientes de sufrimiento y marginación.

19. Algunas de las respuestas al polémico artículo de E. Coleman, «Infanticide in the Earl Middle Ages», Annales ESC, 29 (1974), pp. 315-335, parecen ir en esta línea

20. William L. Langer. Profesor de Historia. Harvard University. Ex presidente de la American Historical Association. Diciembre de 1973. Prólogo a la obra colectiva Historia de la infancia.

21. En el mismo capítulo, C. ROGERS explica: «Uno de los conceptos más revolucionarios que se desprenden de nuestra experiencia clínica es el reconocimiento creciente de que la esencia más íntima de la naturaleza humana, los estratos más profundos de su personalidad, la base de su "naturaleza animal» son positivos, es decir, básicamente socializados, orientados hacia el progreso, racionales y realistas. Este punto de vista en en tal medida ajeno a nuestra cultura actual que no espero que sea aceptado; en realidad, es tan revolucionario por lo que implica, que no debería ser aceptado sin una cuidadosa investigación. Pero aun cuando soportara exitosamente este análisis, aún resultaría difícil aceptarlo» (el texto es de 1961 ), El proceso de convertirse en persona, Barcelona, Paidós, 1992 (7. ed.), p. 90.

22. Entre otras las de HARTMAN, KRIS, LOEWENSTEIN y NACHT, este último, en su obra Curar con Freud, contesta al maestro diciendo: "Freud, a pesar suyo y de pasada, admitió la existencia de "rudimentos innatos» del yo. Innatos, por lo tanto que no deben nada a la realidad exterior, al ambiente que rodea y hace vivir al niño. Son esos "rudimentos innatos» los que estarían... en el origen del yo autónomo... Lo que, quizás me ha interesado más que todo lo demás en la teoría del "Yo autónomo», es el hecho de que sus autores lo sitúen en una zona no-conflictiva del psiquismo... Ese yo autónomo, si el hombre tomara conciencia de él, le ayudaría a sobrepasar sus conflictos, a ir más allá de los alborotos que le agitan sin cesar, para entrar en esa zona esencialmente apacible y agarrarse al único punto siempre estable de sí mismo», Paris, Payot, 1971, p. 221.

23. Esta realidad, este fondo intacto a partir del cual puede reconstruirse la personalidad y desencadenarse el crecimiento psicológico, recibe diversos nombres según las corrientes, es el "ser» de la escuela iniciada por Andrés ROCHAIS, cuyas aportaciones y las de otros profesionales que trabajan en esta misma línea se recogen en la reciente obra colectiva de PRH Internacional, La persona su crecimiento, Madrid, Personalidad y Relaciones Humanas, 1997.

24. TUCKER, en el art. cit., se basa en la obra de Bartlett Jere Whitin y Helen Wescott Whiting. Proverbs. Sentences And Pr(roverbial Phrases From English Writings Mainly Before 1500,   Cambridge. Mass.. 1968.

25. «Dentro en Tortosa yo vi fazer justitçia de una muger que consintió que su amigo matase a su fijo porque los non descubriese. Yo la vi quemar porque dixo el fijo: «yo lo diré a mi padre, en buena fe. que dormistes con Irazón el pintor». Díxolo la madre al amigo, e ambos determinaron que muriese el niño de diez años». Alfonso MARTINEZ DE TOLEDO. Arcipreste de Talavera o Corbacho, edición de M. Gerli. Madrid, Cátedra, 1979, p. 117.

26. FLANDRIN, J. L «Lugares comunes, tradicionales y modernos, sobre el niño en la familia» en La moral sexual en Occidente. Barcelona. Juan Granica, 1984, p. 247.

27. TUCKER, art. cit.. p. 256.

28. GARCÍA HERRERO, M. C., Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV. Zaragoza, Excmo. Ayuntamiento, 1990. vol. I. p. 91. Se lee en un documento redactado en La Puebla de Alfindén en 1480: «aquestas dos ninyas... la huna se clama Agueda e la otra Johana, e son de tan poca hedat que la huna teta e crio a mis pechos, e la otra ahun no se sabe vestir ni calcar...»

29. No obstante la comadrona no debía excederse en su celo, WADE LABARGE, M., La mujer en la Edad Media, Madrid, Nerea, 1988, p. 231, recoge el caso de la partera Inés de Chauvelle, multada en Chartres a comienzos del siglo XV, por haber bautizado a una criatura sin existir verdadera necesidad.

30, AZNAR GIL, R., Concilios provinciales y sínodos de Zaragoza, Zaragoza, Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1982, especialmente pp. 123-124.

31. Ibid. Así se dispuso, entre otros, en el Sínodo de Lieja de 1287 y en los de Zaragoza de 1328 y 1462.

32. En Polonia, en la segunda mitad del siglo XIX, los niños muertos antes del bautismo integran la categoría principal de fallecidos que se convertían en «demonios» o aparecidos. Las conclusiones del etnólo  L. Stomma las incluye DELUMEAU, J. en su obra El miedo en Occidente, Madrid, Taurus, 1987, pp. 137-138.

33. Tres obras generales y de fácil acceso sobre estos «lugares»: McDANNELL, C. y LANG, B., Historia del Cielo, Madrid, Taurus, 1990; LE GOFF, J ., El nacimiento del Purgatorio, Madrid, Taurus, 1981 y MINOIS, G., Historia de los infiernos.  Barcelona, Paidós, 1994.

34. Realizamos un primer acercamiento a esta procelosa franja en GARCÍA HERRERO, M. C. y TORREBLANCA GASPAR, «San Miguel y la plaga de langosta (claves para la interpretación del voto taustano de 1421)», Aragón en la Edad Media X-XI (1993). Homenaje a la Profesora Emérita María Luisa Ledesma Rubio, pp. 281-305, especialmente pp. 294-299.

35. Sobre esta costumbre, en Aragón, vid. MINOGUEZ MORALES, J. A., «Enterramientos infantiles domésticos en la colonia de Lepida Gelsa. Velilla de Ebro (Zaragoza)», Cesaraugusta, 6-67 (1989-1990), pp. 105-122.

36. GELIS, J., «La mort du nouveau-ne et l 'amour des parents; quelques réflexions a propós des pratiques de «repit», ADH, 1983, pp. 23-31.

37. Savonarola utilizó a muchachitos jóvenes, los Ilamados fanciugli del frate, que agrupados por barrios sembraron el terror en sus respectivas circunscripciones. Los días ordenados por Savonarola, salían en procesión vestidos de blanco, con un ramito de olivo en la mano, imagen pública de la inocencia, CROUZET -PAVAN, E., «Una flor del mal: los jóvenes en la Italia Medieval (siglos XIII al XV»>, Historia de los jóvenes, I., bajo dir. de G. Levi y J. C. Schmitt, Madrid, Taurus, 1996, p. 265.

 38. De blanco y rojo precisamente visten los infanticos del Pilar y así suele representarse a Santo Dominguito de Val del que se hablará más adelante. Un ejemplo espléndido de la iconografía del santo se debe al talento de Goya en la cúpula pilarista «Regina Martirum». Sobre la vestimenta infantil, vid. ALEXANDRE-BIDON, D., «Du drapeau a la cotte: vétir I'enfant au Moyen Age (Xllle-XVe s.»> en Le vê'tement. Histoire, archéologie et symbolique vestimentaires au Moyen Age, Paris, Cahiers du Léopard d'Or, 1, 1989, pp. 123-168.

39. Probablemente nunca se abusó tanto de la utilidad de la infancia como a principios del siglo XIII en la llamada Cruzada de los Niños, cuando multitudes de pequeños, sobre todo de Francia y de Alemania, fueron movilizados por visionarios que veían en ellos y en su inocencia la única posibilidad de recuperación de Tierra Santa.

40. Algunas veces se estimulaba económicamente a los padres para que llevaran a sus pequeños a las procesiones, por ejemplo, el 15 de abril de 1486 se realizó la Crida de la proçession de Santa Engracia yen el pregón se hizo saber: se fara el oficio y sermon et partirse an dineros a las criaturas y pobres que hiran en la procession, AMZ, Libro de Cridas de 1486, fol. 12-12v.

41. La familiaridad de los niños y niñas medievales con la muerte es destacada por todos los estudios sobre la infancia; sobre el aprendizaje de esta cercanía; ALEXANDRE-BilDON, D., «Apprendre a vivre: l 'enseignement de la mort aux enfants», A Réveiller les morts. La mort au quotidien dans l 'Occident médiéval, D. Alexandre-Bidon y C. Treffort, dir., Lyon, Presses Universitaires, 1993, pp. 31-41, esp. p. 39.

42. DELUMEAU, J., El miedo en Occidente, pp. 445-451.

43. De la pervivencia y reproducción de estas historias en la escuela nacionalcatólica da testimonio SOPEÑA MONSALVE, A., El florido pensil, Barcelona, Crítica, 1994, pp. 152-155.

44. SESMA y otros, Un año en la Historia de Aragón: 1492, cubierta y pp. 85-86.

45. Las Ordenanzas de Zaragoza de 1414 establecen que para la elección de cargos se introduzcan 36 ceruelos, de los cuales 13 tengan dentro la palabra «elector», se depositan en una vasija con agua cubierta por un lienzo. A continuación se llama a un niño cualquiera que pase por la calle, que con su mano inocente saca los ceruelos y va entregando uno a cada uno de los 36 candidatos posibles, FALCÓN PÉREZ, I., Organización municipal de Zaragoza en el siglo XV, Zaragoza, Departamento de Historia Medieval, 1978, p. 20. En el Archivo Municipal de Zaragoza (AMZ), Libro de Actas de 1471, fol. 27, se explica cómo el pesador del almutazaf fue sacado «por hun ninyo menor de diez anyos, segunt su aspecto» .

46. BRUCE ROSS, J., «El niño de clase media en la Italia urbana, del siglo XIV a principios del siglo XVl», Historia de la infancia, pp. 206-254, p. 234. Indirectamente San Bernardino de Siena confirma los tres años cuando en uno de sus sermones contra la plaga sodomita asegura que si tuviera hijos, los enviaría fuera de Italia a los tres años para que no volvieran hasta los cuarenta o más, cita CROUZET-PAVAN, E:, «Una flor del mal: los jóvenes en la Italia Medieval (siglos XIII al XV), Historia de los jóvenes, I. Bajo dir. de G. Levi y I. C. Schrnitt, Madrid, Taurus, 1996, p. 219.

47. Vid. por ejemplo el cuadro de Hans Multscher (hacia 1400-1467), «El ascenso al calvario», reproducido por HOFSTATTER, H., Art of the Late Middle Ages, New York, 1968, pp. 184-185.

48. Recogido por DEMAUSE, Ll., «La evolución de la infancia», Historia de la infancia, p. 29.

49. GARCÍA HERRERO, M. C., «Los malos nodrizos de La Vilueña (1482»>, IV Encuentro de Estudios Bilbilitanos, Actas, vol. I, Calatayud, Institución Fernando el Católico, 1997, pp. 95-103.

50. Se ocupan de ellos, entre otros, LE GOFF, J., El nacimiento del Purgatorio, pp. 212-213, que recoge la experiencia de la madre de Guibert de Nogent; DEMAUSE,Ll., «La evolución de la infancia», pp. 28- 29; SCMITT , J. C., La herejía del Santo Lebrel. Guinefort, curandero de niños desde el siglo XIII, Barcelona, Muchnik Editores, 1984, pp. 123 y ss. No he podido consultar HAFFTER, C., «The Changeling: History and Psychodynamics of Attitudes to Handicapped Children in European Folklore», Journal of the History of the Behavioral Sciences, 4 (1968), pp. 55-61.

51. Vid., por ejemplo, SCHMITT, J. C., Historia de la superstición, Barcelona, Crítica, 1992, pp. 122-123, en donde se reproducen dos escenas que narran el episodio en la obra del pintor Martino di Bartolomeo {siglo XV).

52. Archivo Diocesano de Tarazona. Visitas pastorales. Visita de 1474, fol. 29.

53. Abordé este aspecto en SESMA y otros, Un año en la Historia de Aragón: 1492, pp. 55 y ss. y en Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV, vol. I, especialmente cap. V.

54. GARCÍA HERRERO, M. C., «Administrar del parto y recibir la criatura». Aportación al estudio de Obstetricia bajomedieval», Aragón en la Edad Media, VlIl (1989), Al Profesor Emérito Antonio Ubieto Arteta, pp. 283 y ss.

55. Además del artículo citado dc BRUCE ROSS, vid. HERLIHY, D. y KLAPISCH-ZUBER, Ch., Les Toscans el leurs familles, Paris, Editions de l 'Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, 1978; HERLIHY, D., La famiglia nel Medioevo. Roma-Bari, Laterza, 1987; KLAPISCH-ZUBER, Ch., La famiglia e le donne nel Rinacimenlo a Firenze, Roma-Bari. Laterza, 1988.

56. KLAPISCH-ZUBER, Ch., «Parents de sang, parents de lait: la mise en nourrice à Florence ( 1300- 1530),ADH, 1983. pp. 33-64.

57. En Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV, vol. I, pp. 77 y ss. ofrezco bibliografía y documentación sobre este punto.

58. Así, por ejemplo, María Garcés que recogió a un niño abandonado en un capazo en la puerta de La Seo de Zaragoza y lo tuvo con ella como hijo, afirma que el niño mamó durante tres años de la leche de sus pechos. Archivo Histórico de Protocolos de Zaragoza (AHPZ), Juan de Peramón, 1429, 8 de abril (sin foliar, bajo data), Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV. vol. 2, documento 38.

59. Además de los ejemplos de otros países, me parece significativo el Ordenamiento otorgado para el Arzobispado de Toledo y el Obispado de Cuenca en las Cortes de Valladolid de 1351, en el que se estableció que las amas de cría que trabajaran en su propio domicilio o en el de la familia cuyo hijo/a estuvieran lactando. amamantarían durante dos años a las niñas y durante tres años a los niños. RABADE OBRADO. M. P., «La mujer trabajadora en los Ordenamientos de Cortes, 1258-1505», El trabajo de las mujeres la Edad Media Hispana, A. Muñoz y C. Segura, eds.. Madrid, Laya, 1988, p. 121.

60. SANDRI. L., L '0.'ipedale di S. Maria della Scala di S. Gimignllllo nel QuallrOCenlO. Conlributo alla .\loria dell'il!fanziaabbandonata, Firenze, 1982.

61. Dos jóvenes viudos aragoneses que tuvieron que endeudarse para mantener a sus hijos lactantes en AMZ., Libro de Actas de 1496. fol. 136 y AHPZ. Protocolo de Alemán Giménez de Vera. 1492, fol. 83.

62. Vid.. por ejemplo. BURROW, J. A.. The Ages of Man. A study in Medieval Writing and Thought, Oxtord, Clarendon Press, 1986; SEARS, E., The Ages of Man. Interpretations of the Life Cycle, Princeton University Press. 1986; METZ, R., «L 'enfant dans le Droit Canonique Medieval», L 'enfant, Recueils de la Société Jean Bodin. vol. 2, 1976, pp. 9-96; SHEEHAN, M. M. (edil.), Aging and Aged in Medieval Europe, Toronto, Pontifical lnstitute of Mediaeval Studies, 1990.

63. GIRONA, D., «ltinerari de l 'infant en Joan», III Congreso de Historia de la Corona de Aragón, Valencia,1922, tomo 2, pp. 189-192.

64. BERNIS, C., Trajes y modas en la España de los Reyes Católicos. I. Las mujeres, Madrid, CSIC, 1978, p. 43, Los reyes pagaron 39 sueldos a Maestre Martín por coser por coser «faldellinas, abits, camisas y trançats de olanda» para las muñecas de sus hijas.

65. PIPONNIER, F., «Les objets de l'enfance», ADH, 1973, p. 69-71.

66. BRUCE ROSS, op. cit., p. 236. Imágenes muy bellas de niños/as jugando y juguetes en RICHÉ, P. y ALEXANDRE-BIDON, D. L'enfance au Moyen Age, Paris, Seuil, 1994.

67. AHProvZ, Inquisición, leg. 19, n° 6, fol. 3-3v.

68. Cita el levantamiento J. PÉREZ, «Los Reyes Católicos ante los movimientos antiseñoriales», Violencia y conflictividad en la sociedad de la España Bajomedieval, Zaragoza, Aragón en la Edad Media, IV Seminario de Historia Medieval, 1995, pp. 91-99, si bien no incluye el momento de las bofetadas narrado por Colmenares.

69. «Se cuidaba de introducir entre la concurrencia a niños muy jóvenes, y en ocasiones de abofetearlos violentamente durante el momento álgido del ceremonial, con la intención de que, al vincularse el recuerdo del espectáculo con el recuerdo del dolor, tardaran más en olvidar lo que había ocurrido ante ellos», DUBY, G., «Memorias sin historiador» en El amor en la Edad Media otros ensayos, Madrid, Alianza Editorial, 1988, p. 185.

70. ROCHAIS, A., Las conciencias, Madrid, Personalidad y Relaciones Humanas, 1984; La persona su crecimiento, capítulo 2.

71. La bibliografía sobre educación en la Edad Media es muy amplia. Un catálogo clásico de los manuales para la formación de niñas y doncellas fue publicado en 1903 por HENTSCH, A. A., De la littérature didactique du Moyen Age s'adressant spécialment aux femmes, reeditado en Ginebra en l975. Para la formación de los varones de los grupos privilegiados. vid. ORME, N., From Childhood to Chivalry. The Education of English Kings and Aristocracy. 1006-1530, Londres, Methuen, 1984.

72. AIgunas de las consecuencias personales y sociales de la ruptura de este código de referencia en GARCÍA HERRERO, M. C., «Matrimonio y libertad en la Baja Edad Media aragonesa», Aragón en la Edad Media, XII (1995), pp. 267-286, esp. pp. 273-276.

73. Edad que es más temprana que la establecida por las fuentes para la menarquía, que suele situarse entre los 13 y 15 años, BULLOUGH, Y. L. y CAMPBELL, C. «Female Longevity and Diet in the Middle Ages», Speculum, 1980, pp. 317-325; POST, I. B., «Ages atMenarche and Menopause: Some Medieval Authorities», Population Studies, 25 (1971), pp. 83-87; AMUNDSEN, D. y DIERS, C. I., «The Age of Menopause in Medieval Europe», Human Biology, 45 (1973), pp. 605-612

74. IRADlEL, P., «Familia y función económica de la mujer en actividades no agrarias», La condición de la mujer en la Edad Media, Madrid, Casa de Velázquez, 1986, p. 256: «En lo que respecta a la gestión económica, se puede decir que sólo llegaban a la mayoría de edad cuando quedaban viudas».

75. GUARDUCCI, P. y OTTANELLI, V ., I servitori della casa borghese toscana nel Basso Medioevo, Florencia, Salimbeni, 1982; LORA SERRANO, G., «El servicio doméstico en Córdoba a fines de la Edad Media», III Coloquio de Historia Medieval Andaluza, Jaén, 1984, pp. 237-246; GARCIA HERRERO, M. C., «Mozas sirvientas en Zaragoza durante el siglo XV», El trabajo de las mujeres en la Edad Media Hispana, Madrid, Laya, 1988, pp. 275-285.

76. CÓRDOBA DE LA LLAVE, R., El instinto diabólico. Agresiones sexuales en la Castilla Medieval, Córdoba, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 1994.

77. El proceso contra Diego Niño, seguido en Zaragoza en 1481, está publicado en Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV, vol. 2, documento 92, p. 269 y ss.

78. Me parece importante subrayar que según va avanzando el siglo XV, cada vez es más común que en los contratos de servicio y aprendizaje de los varones aparezcan cláusulas en los que los padres, o el padre, o la madre exijan al patrón del niño que, además del oficio, le enseñe letras.

79. Entre otros ejemplos, AMZ, Libro de Cridas de 1486, fol. 10, se pregona a un mozo de 16 a 18 años que viste una «tabardina pardilla rayda et hun bonet pardillo et el gipon con mangas bermejas» que se ha ido de su dueño llevándose doscientos veintiséis florines y medio de oro y joyas. Se ofrece recompensa de cincuenta florines a los «que sepan o sientan de aquel» y les asegurarán la vida.

80. SHIPPERGES, H., El jardín de la salud. Medicina en la Edad Media, Barcelona, Laia, 1987, p. 60; THOMASSET, CI, «La naturaleza de la mujer» en Historia de las mujeres, dir. por G. Duby y M. Perrot, 2, La Edad Media, bajo dir. de Ch. Klapisch-Zuber, Madrid, Taurus, 1992, p. 68.

81. ROCHAIS, A., Las conciencias, p. 3. El tercer tipo de conciencia, la conciencia profunda, característica de la etapa de sabiduría psicológica, recibe atención pormenorizada en La persona su crecimiento, pp. 116-129.

82. The Bestiary: A Book of Beasts, edición a cargo de T. H. White, Nueva York, 1965, p. 9.

83. Bestiario Medieval. edición a cargo de I. Malaxecheverría, Madrid, Siruela, 1986, p. 146.

84. Ibid., p. 147.

85. Ibid., Deja allí una doncella con el seno descubierto; el monosceros percibe su olor, se acerca a la virgen, le besa el pecho y se duerme ante ella, buscándose así la muerte.

86. Ibid., p. 149-151.

87. Ibid., p. 152.

88. POWER, E., «La moglie del Ménagier: Una donna di casa parigina del XIV secolo», Donna nel Medioevo, aspetti culturali e di vita quotidiana, Bolonia, Pàtron Editore, 1986, p. 233: A los hombres de la Edad Media, como de las restantes épocas, incluida la nuestra, les encantaba escribir libros de buenas maneras que enseñaran a las mujeres cómo debían comportarse en todas las situaciones de su vida.

89. Esta edad la fija EIXIMENIS, F., Lo libre de les dones, Barcelona, Curial Edicions, 1981, 2 vols., vol. I, p. 37. Según este autor se llama doncella a la joven que cuenta más de doce años hasta que toma marido. En las fuentes jurídicas y de aplicación de derecho italianas, la palabra puella sólo se aplicaba, al menos hasta 1360, hasta los doce años, CROUZET-PAVAN, E., «Una flor del mal...», p. 220.

90. Pese a que algunas casadas encontraron medios heroicos para perfeccionarse como Santa Francesca Romana, casada con Lorenzo de Ponziani, que se derramaba grasa de cerdo y cera hirviendo sobre sus genitales para no sentir placer durante el cumplimiento del débito conyugal, PAPA, C., «Tra il dire e il fare»: Búsqueda de identidad y vida cotidiana», Religiosidad femenina: Expectativas y realidades (ss. VIII-XVIII), A. Muñoz y M. M. Graña, eds., Madrid, Laya, 1991, pp. 73-91, p. 85.

91. CASAGRANDE, C., «La mujer custodiada» en Historia de las mujeres, p. 104.

92. El ideal de la doncella virtuosa, rematado en la Baja Edad Media, puede contemplarse ya en los autores anteriores, vid. por ejemplo, Prediche alle donne del secolo XIII. Testi di Umberto da Romans, Gilberto da Tourna, Stefano di Borbone, a cura di C. Casagrande, Milano, Bompiani, 1978.

93. En la clasificación de mujeres que realiza Francisco de Barberino (m. 1348), pese a ser más articulada y realista que la de autores anteriores, se excluyen intencionadamente las prostitutas y se espera poco de las de condición humilde que ejercen un trabajo remunerado como barberas, horneras, fruteras, tejedoras, molineras, posaderas, etc., CASAGRANDE, C., «La mujer custodiada», p. 97.

94. RIVERA GARRETAS, M. M., Textos y espacios de mujeres. Europa, siglo IV-XV, Barcelona, Icaria, 1990, cap. III «Egeria: el viaje».

95. Cada vez está mereciendo una atención mayor la cosmética como elemento de la cultura femenina, no en vano Eximenis, entre otros, culpa a las madres en gran medida del pecado de vanidad de sus hijas, pues prestan su consejo y su experiencia propia para que las jóvenes aprendan a maquillarse y cambiar su aspecto, Lo libre de les dones, pp. 39-50. En la medida en la que crece el interés por este aspecto cultural, van publicándose fuentes, vid. Flor del tesoro de la belleza. Tratado de muchas medicinas o curiosidades de las mujeres. Barcelona, J. J. de Olañeta Editor, 1981; Manual de mugeres en el qual se contienen muchas y diversas reçeutas muy buenas; ed. a cargo de A. Martínez Crespo, Salamanca, Ediciones Universidad, 1995.

 96. Sobre las mujeres y el uso de la palabra se han escrito páginas extraordinarias, vid. el capítulo de REGNIER-BOHLER, D., «Voces literarias, voces místicas», en la citada Historia de las mujeres, pp.473-543 y los trabajos de RIVERA GARRET AS, M. M., Textos y espacios de mujeres y Nombrar el mundo en femenino, Barcelona, Icaria, 1994, que, además ofrecen una amplia bibliografía.

97. Sobre la risa femenina, RIVERA GARRET AS, M. M., Textos y espacios de mujeres, cap. VI «Hrotsvitha de Gandersheim: La sonrisa, la risa y la carcajada». Vid. el factor de incoherencia que introduce una broma transgresora en el modelo femenino en GARCIA HERRERO, M. C., «Una burla y un prodigio. El proceso contra la Morellana (Zaragoza, 1462)», Aragón en la Edad Media, XIII (1997) -en prensa-. La sonrisa en la mujer es un tema recurrente y de larga duración que se rastrea bien desde autores del siglo VI como Leandro de Sevilla o Procopio hasta los consultorios femeninos de los años cincuenta, MARTIN GAITE, C., Usos amorosos de la postguerra española, Barcelona, Anagrama, 1987.

98. Iconográficamente tanto las doncellas como las prostitutas fueron representadas con largas melenas, pero, de todos modos, la cabellera de la jovencita no era lo mismo que la de la prostituta. La primera la llevaba cuidadosamente dispuesta, anudada, trenzada o ceñida por una diadema; en cambio, la segunda, que al igual que hacía «locuras con su cuerpo», las hacía con su pelo, lo llevaba flotando, desordenado, desmelenado. En las imágenes, no cabe la menor confusión, PASTOUREAU, M., «Los emblemas de la juventud. Atributos y formas de representación de los jóvenes en la imagen medieval», Historia de los jóvenes. I. De la Antigüedad a la Edad Moderna, bajo dir. de G. Levi y J. C. Schmitt, Madrid, Taurus, 1996, pp. 279- 301, p. 294. No aborda estos aspectos BORNAY, E., La cabellera femenina, Madrid, Cátedra, 1994.

99. Procopio de Cesarea subraya el modo impúdico y procaz en el que se reía Teodora, PROCOPIUS, The Secret History, trad. de G. A. Williamson, London, Penguin Books, 1966, cap. IX y X.

100. Sin embargo muchas de las santas y beatas, como la citada Francesca Romana, se caracterizaron por lo excesivo de su caridad. En este sentido resulta impresionante el modelo caritativo, libre y sometido sólo a Cristo, sin mediación masculina, que presenta Mari García de Toledo, una joven aristócrata toledana del siglo XIV , RIVERA GARRETAS, M. M., Nombrar el mundo en femenino, pp. 23-24. Para conocer mejor a esta mujer, MUÑOZ FERNANDEZ, A., Beatas santas neocastellanas: ambivalencias de la religión políticas correctoras del poder ss. XIV-XVI), Madrid, Instituto de Investigaciones Feministas, 1994, pp. 108-117

101. MARÍN, M. C., «La mujer y los libros de caballerías. Notas para el estudio de la recepción del género caballeresco entre el público femenino», Revista de Literatura Medieval, III (1991), pp. 129-148.

102. CASAGRANDE, C., «La mujer custodiada», pp. 121-123. Los varones desconfiaban de los corros de hilanderas y costureras, SCHINDLER, N., «Los guardianes del desorden. Rituales de la cultura juvenil en los albores de la era moderna», Historia de los jóvenes, pp. 303-363, p. 324.

103. EIXIMENIS, op. cit., pp. 33-34.

104. El cuadro cuya descripción seguimos se encuentra en el Museo del Pueblo Español de Barcelona y fue objeto de un estudio de LLOMPART, G., «La Donzella Virtuosa», Actas del  IIl Congreso de Artes Tradiciones Populares, Palma de Mallorca, 1975.

105.Así, por ejemplo, los oficiales y prohombres del concejo de Daroca asumen entre sus tareas el que incitemos e indugamos las fembras a pudicia e castidat, la qual es plazible a Nuestro Sennor Dios. Archivo Municipal de Darocas, Libro de las Ordinaciones, fols. 21 v-22.

106. PASTOUREAU, M., «Los emblemas de la juventud. Atributos y formas de representación de los jóvenes en la imagen medieva!», Historia de los jóvenes, pp. 281 Y ss.

107. El manuscrito tiene el n° 264 de la Bodleian Library (Oxford), una reproducción en la citada obra de SCHMITT, J. C., Historia de la superstición, pp. 78-79.

108.SCHMITT, J. c., op. cit., p. 81 Y PASTOUREAU, M., op. cit., figs. 13-15.

109.HEERS, J., Carnavales y Fiestas de Locos, Barcelona, Península, 1988.

110.Entendida como asociación de los mancebos o varones solteros.

111. MATEO ROYO, J. A., «Agrupaciones de la juventud y conmemoraciones festivas: el Real de Anento (1583), El Ruejo. Revista de Estudios Históricos y Sociales, 2 (1996), pp. 131-144, p. 142.

112. La bibliografía sobre esta fiesta es abundantísima, por lo que remito sólo a dos clásicos, el citado de BAJTlN, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Madrid, Alianza, 1987 y CARO BAROJA, El carnaval, Madrid, Taurus, 1984 (la ed. 1965).

113.SCHINDLER, N., «Los guardianes del desorden ... », p. 345.

114.Ibid., p. 322.

115.Una manifestación cada vez más estudiada y mejor conocida, vid., entre otros trabajos, ZEMON DAVIS, N., «The Reason of Misrule. Youth Groups and Charivaris in Sixteenth-Century France», Past and Present, 50 (1971), pp. 41-75; THOMPSON, E. P., «Rough Music: Le Charivari anglais», Annales ESC, XXVII (1972), pp. 285-312; GAUVARD, C. y GOKALP, A., «Les conduites de bruit et leur signification a la fin du Moyen Age: le Charivari», Annales ESC, XXIX (1974), pp. 639-704; Le Cahrivari, J. Le Goff y J. C. Schmitt, eds., París-Nueva York-La Haya, Mouton-EHSS, 1981.

1\6. La imagen es muy popular y se encuentra en múltiples libros. Una de las reproducciones de mayor calidad en DUBY, G., Europa en la Edad Media. Arte románico, arte gótico, Barcelona, Blume, 1981, p.239.

117.El nombre del protagonista, que tiene cabeza de caballo, es el resultado de la unión de las primeras letras de las palabras que en francés designan los vicios de jactancia, avaricia, vileza, vanidad, envidia y lasitud (Flatterie, Avarice, Vilenie, Vanité, Envie, Lácheté), SCHMITT, Historia de la superstición, p. 161.

118.El caso mejor conocido es el de Dijon, vid. ROSSIAUD, J., La prostitución en el Medievo, Barcelona, Ariel, 1986.

119.CROUZET-PAVAN, op. cit., p. 233.

120.Ibid., p. 234.

121. En el artículo de CROUZET-PAVAN se analiza el paralelismo entre ambos grupos que constituían, según los sermones bajomedievales, un serio obstáculo para la paz y salvación de la sociedad cristiana.

122. El documento está publicado en el Apéndice del artículo citado de MATEO ROYO.

 http://www.vallenajerilla.com/berceo/garciaherrero/infanciajuventud.htm

 



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