SOCIEDAD MEDIEVAL
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Tabla del retablo de la Iglesia de Terroba de
Cameros, dedicada a Santa Eulalia (La Rioja – España)
1. La descendencia, es bien necesario
Poseer
la capacidad de engendrar y traer criaturas al mundo se considera una bendición,
así se ha entendido desde siempre; por el contrario, la mujer a la que se le
niega la posibilidad biológica de ser madre es contemplada en la cultura
patriarcal como un ser incompleto y diferente sobre el que la esterilidad pesa
como una maldición. 2 No es difícil comprender por qué ha costado tanto
tradicionalmente aceptar con sencillez este límite natural, pues una enorme
distancia separa a las mujeres que renuncian voluntariamente a la maternidad
desde su opción por el celibato de las que, deseando ser madres, no pueden. En
el primer libro de Ginecología y Obstetricia escrito en castellano, el Libro
del Arte de las Comadres de Damián Carbón, publicado en Palma de
Mallorca en 1541, en la epístola introductoria se pone de manifiesto lo que se percibe
como una incoherencia incomprensible: el caballero al que se dedica la obra
-cuyo nombre no se menciona- y su mujer, una dama virtuosa y de buena
complexión, no consiguen tener descendencia, ya que en sucesivas ocasiones,
después de producirse la preñez, las criaturas se malogran en el vientre de su
madre y el embarazo no llega a término:
Ansi que no me maravillo de vuestra merced si con mucha instancia dessea saber
la causa por que la señora su muger bien complisionada, templada en su exercicio,
alegre, honesta en su vivir; tres o quatro vezes al tiempo de los seys meses ha
mal parido un hijo muerto, cosa de muy grande admiracion 3...
Por ello el caballero, muy preocupado y desconcertado por estos hechos, acude
al prestigioso médico para que le ayude a comprender la causa de lo que él
considera inexplicable 4. De este modo se origina la obra.
La
esterilidad, por una parte, y la muerte de las criaturas durante el embarazo,
el parto o el postparto, por otra, generaban un enorme desasosiego, una tensión
que si se repetía podía acabar provocando miedo, culpabilidad y necesidad de
exculpación. A veces se admitía que la maldición podía ser fruto de haber
obrado incorrectamente con lo cual adquiría carácter de castigo divinos, en otras
ocasiones la falta de hijos o la muerte de los mismos se atribuía a la
mediación satánica de brujas y brujos 6, a los astros. al mal trabajo de las
comadronas, etc. En cualquier caso, lo que nos interesa es reparar en que en
principio la práctica totalidad de las personas casadas deseaban tener
descendencia y que se sufría cuando no llegaban los herederos, puesto que el
matrimonio se había contraído con la finalidad, muchas veces expresa, de tener
hijos legítimos. Dos mujeres bajomedievales valiosísimas, sirvan de ejemplo,
encarnaron la frustración producida por la esterilidad, una de ellas fue
Margarita Datini, la esposa del poderoso mercader de Prato, que canalizaba
parte de su capacidad maternal insatisfecha por falta de destinatarios propios
hacia los hijos e hijas de sus amistades y que admitió a un bastardo de su
marido en el hogar familiar para criarlo como hijo 7; la otra es la reina doña
María, esposa de Alfonso V el Magnánimo, una de estas mujeres que no sólo se
vieron abandonadas en buena parte como consecuencia de su incapacidad para
procrear, sino que a ésta hubieron de sumar un calvario de dolores en su
«natura» 8.
¿Podemos deducir, a partir de los breves datos expuestos. que la infancia era
valorada en la Baja Edad Media? La respuesta, sea cual fuere, nunca podrá ser
tajante y requerirá muchas matizaciones. De lo ya dicho sí podemos deducir que
para las mujeres y varones del final de la Edad Media tener descendencia era
muy importante, pero esto no implica necesariamente que se apreciara siempre a
los niños y niñas como tales.
En el deseo de descendencia se mezclaban muchos aspectos, desde el natural de
continuar la especie, hasta el material de tener en los hijos e hijas un seguro
para la vejez. En un tiempo en el que para la inmensa mayoría de la población
sólo el trabajo garantizaba la supervivencia, los hijos e hijas, si eran
«buenos» y sabían cumplir como tales, proporcionaban seguridad y tranquilidad
en la etapa final de la vida. No son raros los documentos en los que el padre o
la madre, generalmente viudos y solos, ceden a alguno de sus herederos ciertos
bienes a cambio de que les proporcionen cuidados idóneos. Así, por ejemplo, en
Mora de Rubielos. en 1474, Miguel Estopañán, contento con los «agradables
servicios» prestados por su hijo Sancho, le donó un terrado, un pajar, un trozo
de viña, una pieza y todos los bienes muebles de su casa, con pacto,
empero, que el dicho Sancho Stopanyan, sia tenido tener e mantener
al dito su padre durant su vida e darle de comer e bever; vestir e
cancalcar ( sic ), segunt que buen fillo a
padre deve e es tenido fazer 9. Nada más iniciarse el
siglo, en 1401, en Huesca, Juana de las Gazas había donado prácticamente todo
lo suyo a su hijo Juan atendiendo los muytos buenos plazeres et agradables
servicios e honores... que havedes feyto a mi, et espero en Dios que faredes
daqui adelant. Juana advertía que traspasaba sus bienes de mi
scierta sciencia, non forrada, costreyta, falagada, amenarada ni en alguna
manera decebida, y se reservaba un majuelo y un campo para disponer
los servicios pertinentes para el cuidado de su alma cuando le llegara la hora
de la muerte 10.
En las familias más encumbradas la descendencia, sobre todo la masculina,
suponía la continuidad del grupo 11 y en las familias reales los hijos varones
eran un don de Dios que garantizaba la perpetuación de la dinastía 12.
Así pues, recorrida de abajo a
arriba y de arriba a abajo la sociedad, los descendientes aparecen como bien
necesario, aunque por diferentes motivos, pero sobre ellos recae una mirada
cargada de expectativas, de forma que se les valora por lo que llegarán a ser,
a hacer y a proporcionar, pero no es tan evidente que se les estime simplemente
por lo que ya son, hacen y proporcionan.
Puede darse un paso más. A raíz
de los estudios de Philippe Aries sobre la infancia 13 se produjo una eclosión
de trabajos que, en principio, abundaban, respaldaban, matizaban o contradecían
sus hipótesis y conclusiones y que iban asentando una amplia base bibliográfica
sobre el tema desde los años setenta 14. Pues bien, si existe una palabra que
se repite en estos trabajos y en los posteriores para caracterizar los
sentimientos y actitudes de los adultos, incluidos los padres, hacia los niños
bajomedievales, esta es ambivalencia 15.
2. Ambivalencia y construcción de la imagen: una
cuestión de fondo
Los
primeros años de la vida son cruciales para la formación de la personalidad y
de la imagen de uno/a mismo/a 16. El niño, la niña van aprendiendo quienes son
a partir de los reflejos que sobre su propia identidad y sobre su propio
cuerpo, intelecto y sensibilidad les envían los adultos 17. Se establece una
relación especular, de manera que la criatura se mira en su entorno humano y
éste le devuelve lo que piensa y siente hacia ella, así el niño o la niña se va
autodescubriendo paulatinamente y va construyendo una imagen de sí -en gran
medida- a partir de los mensajes de los otros. En este proceso las palabras son
muy importantes, pero no son las únicas referencias, también las miradas, los
gestos y el trato recibido van diciendo al niño quién es y la valoración que
merece su persona para el ambiente que le rodea.
La
capacidad para acoger adecuadamente a los niños que llegan al mundo, la
capacidad para responsabilizarse de ellos y cuidarlos psíquica y físicamente,
la capacidad para amarlos con gratuidad y respetarlos, es una de las pruebas
clave de la madurez psicológica y afectiva de los padres y madres, de los
adultos y de toda la sociedad en un determinado tiempo y espacio.
Resulta
muy sencillo «herir» a un niño -y no sólo físicamente-, es fácil quebrarle,
manipularle, utilizarle y faltarle reiteradamente al respeto, a veces, incluso,
con la intención de educarle. Esto es un hecho, pero no se trata aquí de juzgar
a los padres y adultos de antaño, no pretendo eso en absoluto, nada más lejos
de mi intención; quienes nos precedieron probablemente en la inmensa mayoría de
los casos -como hoy- intentaron tratar a los niños y niñas lo mejor que pudieron
y supieron dentro de sus posibilidades, pero eso no excluye que en muchas
ocasiones los testimonios resulten estremecedores y difícilmente comprensibles
para las personas normales de nuestra sociedad 18, Así no es de extrañar el
fenómeno que Lloyd Demause puso de manifiesto hace más de veinte años: los
historiadores e historiadoras, a veces, se defienden frente a las fuentes. Ante
los abandonos, los abusos sexuales, las palizas, el miedo y las torturas de
todo tipo a las que fueron sometidos los niños, quien hace la Historia se
conmueve, reacciona y en su fuero interno, de modo implícito, condena las
escenas terribles que aparecen ante sus ojos, pero a continuación trata de
buscar una explicación lógica y con frecuencia minimiza o justifica lo sucedido,
lo que para Demause supone falsear los hechos desde un mecanismo de defensa.
¿Por
qué se defienden los historiadores ante los acontecimientos que ellos mismos
narran y sacan a la luz? La respuesta exacta, en último término, habría de
darla cada persona, pero me atrevo a aventurar dos hipótesis, dos pistas de
avance por si fueran de utilidad para esta reflexión. En ocasiones cuando se
juzga y condena lo que se observa y que es a todas luces censurable, el
historiador o la historiadora identifican a la persona con sus
actos, de forma que no condenan exclusivamente un comportamiento o una
actuación errónea, sino que con el acto sentencian también a quien o quienes lo
protagonizaron y después, en lugar de tratar de comprender las causas que
llevaron al mismo, procuran «salvar» de un modo más o menos consciente a
quienes lo perpetraron. Pero además parece haber otra causa más honda debajo de
esta actitud: con mucha frecuencia se advierte que quien hace la Historia
posee una visión fija ya menudo muy negativa del ser humano en
cuanto a su capacidad de progreso en Humanidad. Es una mirada desesperanzada y
desesperanzadora que, necesariamente, lleva a quienes la practican a intentar
defenderse cuando defienden a los otrosl9. Dicho de otro modo: si se cree que
las personas son incapaces de avanzar desde la animalidad hacia su
humanización, se espera tácita o explícitamente que ante los mismos estímulos
se produzcan siempre idénticas respuestas negando, de alguna
manera, la posibilidad de crecer en humanidad y sabiduría psicológica.
Llegados
a este punto, podemos escuchar una voz concreta, la del Profesor Langer:
Posiblemente,
el trato despiadado de los niños, desde la práctica del infanticidio y el
abandono hasta la negligencia, los rigores de la envoltura en fajas, la
inanición deliberada, las palizas, los encierros, etc., era y es
simplemente un aspecto de la agresividad y crueldad que hay en
el fondo de la naturaleza humana, de la indiferencia innata respecto de los
derechos y sentimientos de los demás. Los niños, al ser
físicamente incapaces de oponer resistencia a la agresión, eran víctimas de
fuerzas sobre las cuales no tenían control y eran maltratados
en muchas formas imaginables y en algunas casi inimaginables
que expresaban los motivos conscientes o las más de las veces inconscientes de
sus mayores 20.
El
pesimismo que rezuman estas palabras enraíza en el concepto que se posee del
interior del ser humano y de su naturaleza, sede, según quien las pronuncia, de
una agresividad y crueldad de fondo que se manifiestan en indiferencia innata
ante el sufrimiento ajeno. Si nos preguntásemos sobre la gestación y
transmisión de esta visión negativa de la persona -lo que no es objetivo de
estas páginas-, podríamos llegar muy lejos. No obstante, repararemos en
alguna respuesta concreta y necesaria; así, por ejemplo, de la mano de Carl
Rogers remontaremos hasta un cristianismo opresivo y un psicoanálisis freudiano
que desconfía profundamente de la persona 21. Sin embargo, en la propia escuela
de Freud, surgieron inmediatamente voces disidentes entre los discípulos,22 que
al confrontar esta negra visión teórica con la práctica clínica percibieron
desajustes y discordancias, pues encontraron en los seres humanos -incluso
estando muy enfermos- resortes de vida y salud psicológica que permanecían
intactos en su hondura23.
Si
retornamos el fragmento de Langer podemos descubrir que, pese a todo, hay
grietas por las que penetra la esperanza en su discurso puesto que admite que
en la mayoría de las ocasiones en las que los adultos de antaño maltrataron a
la infancia, lo hicieron desde la inconsciencia. Entiendo que esta matización,
a la cual me adhiero, nos sitúa ante una cadena de errores, de eslabones de
reproducción poco o nada consciente -y por lo tanto acrítica- del sistema de
valores recibido, de la manera de contemplar el mundo, de los modos de pensar y
actuar aprendidos de los predecesores e incluso de repetición de la propia
historia dolorosa personal en las herederas y los herederos. Una cadena, por
tanto, que puede ser cortada desde la consciencia y las opciones constructivas,
desencadenando un proceso de crecimiento individual y colectivo.
A
los niños y niñas de la Baja Edad Media, los adultos, espejos autorizados en
los que podían mirarse, les devolvieron una imagen global teñida por la
ambivalencia que se experimentaba hacia ellos. Una imagen en la que el peso de
los rasgos positivos era sensiblemente menor que el de los negativos, pero que
en ambos casos, ya se tratara de algo tenido por virtud o por defecto, podía
quedar potencialmente abierto, a su vez, a la contradicción. Los proverbios,
los refranes, los dichos y tópicos recogían buena parte del bagaje conceptual
ambiguo sobre la infancia y, mediante la repetición, perpetuaban las ideas y
principios de generación en generación, como un hilo conductor en el que había
que invertir tiempo y esfuerzo para variar las constantes 21. Los niños eran
vistos como seres inútiles, indiscretos 22, olvidadizos, inconstantes, indignos
de confianza, perezosos, mentirosos, fuente de preocupación y trabajo para los
mayores, entre otras cosas, por sucios y llorones. Para los pobres, los hijos
pequeños, sin distinción de sexo, eran una carga y un durísimo refrán francés
del siglo XVI lo recogía al proclamar que «al pobre se le muere la vaca y al
rico su hijo»26, de donde también se desprende la idea de que el niño muerto no
era un ser único e irrepetible, y por lo tanto el vacío dejado por su
fallecimiento podía ser cubierto por otro hijo. En Inglaterra, hacia 1460,
podía escucharse con asiduidad que «un hombre no debe confiar en una espada
rota, ni en un necio, ni en un niño, ni en un fantasma ni en un borracho»27.
Creo
que no se equivoca Tucker cuando afirma que la niña o el niño que escuchaba
reiteradamente estas ideas, debía sentir que contaba muy poco y que la infancia
era un estado que había de soportar en lugar de gozar de él. El alivio lo
proporcionaba la certeza de la transitoriedad, ya que la infancia era limitada
y finita y se «curaba» con el tiempo; pasaría, pues, como el mes de enero con
el que a veces se identificaba. Los niños eran contemplados como seres
incompletos a los que les faltaba autonomía y la etapa acostumbraba a
periodizarse poniendo el acento en las incapacidades, «aún no habla», «todavía
no sabe calzarse ni vestirse», más que en criterios objetivos como la dentición
28.
Frente
a esta imagen negativa, había otra, menos variada, cierto, pero potente y con
respaldos rotundos. Jesús de Nazaret había pedido que permitieran a los niños
acercarse a él y también había afirmado que sólo los que se hicieran como niños
podrían entrar en el Reino de los Ciclos. Los niños eran inocentes y encarnaban
una cierta perfección característica de esta etapa vital.
Inocentes y llorones
La inocencia fue el rasgo
positivo de la infancia más reconocido, extendido y valorado durante el período
que nos ocupa. Aceptar la inocencia infantil suponía admitir que los pequeños
no dañaban deliberadamente y estaban dotados de una pureza tal, que si morían
después de su bautizo, ingresaban directa e inmediatamente en el Cielo. Era
fórmula habitual consolar a los padres y madres que perdían a su fruto
recordándoles que el hijito muerto ya se había convertido en un «angelico del
Paraíso». Solía bautizarse a los niños pronto para no correr riesgos, ya que el
bautismo era rito de iniciación cuya falta impedía el acceso al Reino
Celestial. De ahí que esta creencia estuviera en el origen de muchas actitudes,
comportamientos e incluso creaciones. Sínodos y concilios recomendaban enseñar
a los laicos la fórmula del sacramento en lengua vulgar, por si no hubiera un
sacerdote cerca tras un parto peligroso y de ahí también que en determinadas
zonas la licencia para ejercer el oficio de partera fuera expedida por el
obispad02". El hecho de retardar el bautizo era entendido como un síntoma
de perversidad y/o de conversión ficticia por parte de quienes habiendo
renunciado al judaísmo, no se habían entregado al cristianismo de corazón y
retrasaban el momento de iniciar a sus descendientes, según lo estipulado por
su nueva fe 30.
En ocasiones la Iglesia se enfrentó al problema que se presentaba cuando la
madre moría durante el parto, recomendando que se extrajera al niño del útero y
si todavía alentaba vida en él, se le bautizara inmediatamente".
Las criaturas muertas antes del sacramento se convertían en seres inquietantes
que no sabían en qué «lugar» ubicarse en el Más Allá, y que por eso tendían a
retornar a su hogar terrestre para que sus padres les acogieran y les aliviaran
de su inmensa soledad. 32 ¿Dónde podían ir? ¿Dónde permanecer? El Cielo estaba
cerrado a cal y canto puesto que no eran cristianos, el Infierno resultaba
impensable porque no conocían el pecado propio, el Purgatorio era un
«territorio» de paso para cumplir condena por las faltas personales de las que
ellos carecían 33. Sin hogar definitivo, los niños podían vagar por las capas
bajas de la atmósfera, pero a nadie se le ocultaba que la franja intermedia entre
el cielo y el suelo era espacio transitado por legiones de demonios que podían
atemorizar a los pequeños 34, que volvían a casa, a veces muy enfadados con sus
poco diligentes padres, cuya dejadez había generado aquella situación
insoportable y desesperada. Los niños muertos sin bautizar originaban miedo y
angustia y quizás en estos sentimientos haya que buscar una de las causas de la
pervivencia de la costumbre, constatada arqueológicamente durante la Edad
Media, de enterrar a los pequeños cadáveres dentro de la casa, para evitar
temibles reincorporaciones, puesto que con este rito se demostraba
fehacientemente a la criatura que era aceptada por la familia 35.
El
Limbo de los niños no satisfizo la necesidad de alojar adecuadamente a las
criaturas fallecidas sin cristianar, pues era concebido como un espacio
liminal, oscuro e incómodo -un infierno atenuado- en el que los pequeños no
encontraban felicidad y sosiego.
Esta
búsqueda de descanso eterno para los niños muertos antes del rito bautismal y
de descanso de conciencia para sus padres propició el nacimiento de una
especialización muy concreta, a saber, la de templos en los que se operaba la
resurrección de los pequeños durante el tiempo imprescindible para pronunciar
la fórmula y realizar los gestos iniciáticos. Así mismo, desde el siglo XIV,
fue frecuente encontrar a padres y madres peregrinando con los cadáveres de sus
niños hasta santuarios determinados en los que poder enterrarlos cristianamente
36.
Entre
las familias que podían permitírselo, fue bastante habitual optar por la
confección de trajecitos blancos para las criaturas que iban a recibir el
bautismo. Estas ropitas se elaboraban en dicho color para simbolizar la
apertura y la inocencia de quienes las portaban; el blanco fue un color
estrechamente vinculado a la infancia 37, como también lo fue en ocasiones el
rojo por su cualidad preventiva y benéfica para la salud 38.
Inocentes,
puros... los niños y niñas eran considerados en muchas ocasiones verdaderamente
encantadores y se les reconocía un don especial para conmover al Padre
Todopoderoso y a su Hijo 39. De ahí que las vocecitas infantiles se alzaran en
las rogativas que las ciudades bajomedievales efectuaban para pedir que llegara
o se retirara el agua, para solicitar la desaparición de plagas o enemigos,
para demandar la victoria bélica o agradecer la misma 40... también las voces
blancas eran especialmente idóneas para interceder y cantar por los muertos 41.
Si
hubo un crimen al que la Baja Edad Media condenó sin fisuras, este fue el de la
Matanza de los Inocentes, recordado cíclicamente con una celebración anual,
representado plásticamente en múltiples ocasiones, y capaz de poner en
ebullición la sensibilidad de las buenas gentes. Porque para las buenas gentes
el asesinato de los niños era algo abominable, intolerable. La acusación que
pesa sobre los judíos de pueblo deicida y profanador de hostias, se redondea y
completa añadiendo los asesinatos rituales de niños. 42 Períodicamente ya desde
el siglo XII, se cuenta una historia estremecedora, con ligeras variaciones a
lo largo y ancho de Europa: los judíos han secuestrado, torturado y matado a un
niño recreando la muerte de Jesús y actualizando su Pasión. De nada sirvió la
bula de oro de Federico II, de 1236, exonerando a los judíos de tan odiosa
carga, porque el codificado infanticidio siguió reapareciendo y en España lo
hizo con éxito al menos en dos versiones, la de Santo Dominguito de Val en
Zaragoza (año 1250) y la del santo niño de La Guardia, en Toledo (año 1490) 43.
En
1492, el notario zaragozano Francisco Vilanova, cristiano y culto, recoge una
versión de esta historia, a la que considera «acto senyalado» dentro de los
grandísimos males y daños que los judíos han causado a la cristiandad:
Que tomaron ciertos judios hun nynyo de tres anyos, o poco mas, e lo levaron a
unas cuevas, e lo crucifficaron como a nuestro senyor Jhesu Chisto, e le
sacaron el corazon ...44
El
impacto que la historia tenía allí donde se narraba y el hecho de que sirviera
de justificación teórica para masacres antisemitas y abundara las causas de la
expulsión de los judíos de España, evidencia, entre muchísimas otras cosas, un
estado anímico colectivo proclive a vibrar ante la tortura infantil.
La
inocencia de los pequeños no sólo era considerada frecuentemente graciosa, sino
también útil, pues además de ablandar el oído y corazón divinos, servía como
garantía de limpieza de los procedimientos, de manera que en los sorteos
bajomedievales, se recurría a una mano inocente, es decir, infantil, para que
Dios o la Fortuna pudieran manifestar sus designios sin obstáculos humanos 45.
Y
sin embargo un concepto tan bien asentado como el de la inocencia de niños y
niñas no carece tampoco de fisuras, no faltan quienes proyectan intenciones
adultas en las manipulaciones sexuales de los pequeños y algunos autores
bajomedievales, como Giovanni Dominici, abogan por la estricta separación de
los sexos a partir de los tres años. 46 Aún más, los niños pueden en ocasiones
llegar a la perversidad, como los que apedrearon a Cristo cuando subía al
calvario 47 y aquellos otros que, siglos después, intentaron lapidar a Mahoma
en su entrada a la Ciudad y que, según la Tradición, procuraron al Profeta el
día más triste y amargo de su existencia.
Uno
de los comportamientos que puede alertar a los adultos sobre la falta de
inocencia del niño o de la niña es el llanto desmedido. Se admite, los tópicos,
dichos, refranes y proverbios se encargan de recordarlo, que los niños sean
llorones por definición, pero también puede creerse que si el llanto se
prolonga indefinidamente y más si se presenta acompañado de gritos, sea asunto
diabólico.
Sin
lugar a dudas una de las pruebas de madurez personal y afectiva más severas a
las que puede someterse a cualquier adulto es aceptar serenamente el lloro
continuado de una criatura. Diversos factores se suman hasta hacer de él una
experiencia difícilmente soportable: este llanto, cuando se alarga, se
convierte en un «despertador» óptimo del propio sufrimiento acumulado, con
frecuencia mantenido a raya en el inconsciente mediante un férreo sistema de
defensa; por otra parte, aún en los casos de adultos capaces de sentir empatía,
la llantina desasosiega y desconcierta si tiende a mantenerse, ya que resulta
muy difícil alcanzar con seguridad el móvil último del desconsuelo, de forma
que el llanto duradero puede vivirse como una situación descontrolada.
Actualmente sabemos con certeza que el llanto infantil siempre está motivado por
alguna causa o causas, bien de raíz física -necesidad de alimento, de sueño, de
higiene, etc.-, bien psicológica -necesidad de sentirse querido, acariciado,
acompañado, atendido, etc.- o ambas.
En
la Baja Edad Media, un niño que llorase mucho y con fuerza podía correr graves
riesgos, pues no siempre iba a encontrar una mujer tan compasiva como la madre
de Guibert de Nogent. Este autor del siglo XII resalta la beatitud de su madre
que aguanta el llanto de un niño que ha adoptado:
El
niño molestaba tanto a mi padre y a todos sus sirvientes con la intensidad de
su llanto y sus gemidos durante la noche -aunque de día era muy bueno, jugando
unos ratos y otros durmiendo-, que cualquiera que durmiera en la misma
habitación difícilmente podía conciliar el sueño. He oído decir a las niñeras
que tomaba mi madre que, noche tras noche, no podían dejar de mover el sonajero
del niño, tan malo era, y no por su culpa, sino por el demonio que tenía en su
interior y que las artes de una mujer no lograron sacarle. La santa señora
padecía fuertes dolores; en medio de esos agudos chillidos, no había ningún
remedio que aliviara su dolor de cabeza... Sin embargo, nunca echó de casa al
niño 48...
Peor
suerte corrió en 1482 el hijo de Miguel Cortés, un niño que lloraba y no
callaba, y que murió en La Vilueña, en la casa de sus nodrizos. Todo parece
indicar que para Pedro Gallego, el marido de la nodriza, resultaba insufrible
el lloro del pequeño, que tal vez había ido a ocupar el lugar y a mamar la
leche de un hijo difunto. Antes de la tragedia, todo su afán había sido
librarse de la criatura y expulsarla de su hogar 49.
Estos
niños de llanto incesante, que exigían una atención prolongada, que no
permitían dormir, se exponían a ser considerados engendros 50. En el texto de
Nogent se dice que el crío no era culpable de su terrible conducta, puesto que
ésta era consecuencia de su posesión demoniaca.
Aún
más, puede avanzarse otro paso respecto a la posesión, pues existió la creencia
bien enraizada y extendida por toda Europa, de que los niños sanos y tranquilos
podían ser sustituidos por espíritus malignos que les suplantaban ocupando su
lugar y que se caracterizaban por ser criaturas berreantes que no engordaban,
aunque cinco mujeres les dieran de mamar. Tanto el Malleus
Maleficarum de Sprenger y Krämer de 1487, como los escritos de Lutero
se ocupan de estas sustituciones terribles y una de ellas, de la que fue objeto
San Esteban cuando niño, se dejaba ver en los retablos bajomedievales que
narraban la vida del santo 51. En una visita pastoral realizada en 1474, en
Maluenda, el interrogatorio a los laicos saca a la luz los encantamientos y
transgresiones que realizan dos mujeres del pueblo que siembran de
tales cosas en las mugeres simples, una de estas vecinas con pocas
luces ha sido informada por una de las acusadas que ,su fija le avyan
cambiado las broxas 52.
Algunos
autores han visto en los fajamientos apretados que inmovilizaban a las
criaturas, a veces cabeza incluida, un medio para obstaculizar el llanto.
3. La primera etapa vital
Desde
el momento de la llegada al mundo hasta los siete años aproximadamente, la
inmensa mayoría de las criaturas, fuesen niños o niñas, vivían inmersos en un
mundo predominantemente femeninos,. Femeninas eran las cámaras de parto en las
que veían por vez primera la luz y de mujer también las manos que les
proporcionaban los cuidados primiciales 54. Todo parece indicar que muchos
niños europeos de la Baja Edad Media vivieron la primera etapa de la vida
alejados de su hogar, pues los testimonios muestran lo propagada que estuvo la
costumbre de enviar a los pequeños de las ciudades al campo para que otras
personas los criasen. En España carecemos todavía de datos cuantitativos que
nos aproximen al porcentaje de criaturas que fueron amamantadas por nodrizas y
cuántas de estas amas de cría se desplazaron al hogar de quienes las
contrataron y cuántas criaron a los pequeños en su propia casa. Sin duda es en
Italia, y más concretamente en Toscana, en donde mejor ha podido documentarse y
explorarse el hábito de desarraigar al niño de su hogar paterno para criarlo
fuera, con los padres de leche.55 Algunos de los libros de recuerdos escritos
por los adultos que rememoraban aquellos años iniciales dejan testimonio de lo
mal que podía pasarlo el niño si era recibido en el hogar mercenario como un
pequeño intruso. Y Klapisch-Zuber hace notar cómo algunos de los burgueses
florentinos que mandaron a sus hijos al campo para su crianza, insisten en lo
saludable que resulta para los pequeños el aire puro y el contacto con la
naturaleza, como si de alguna manera se sintieran culpables y necesitaran
justificarse 56.
En
principio, el amamantamiento, ya fuera materno o mediante nodriza, debía
prolongarse durante tres años 57. Esta era la duración óptima establecida por
la Iglesia, por la legislación y también el período de lactancia que señalaba
la crianza ideal 58. En la realidad es más que probable que el tiempo del
amamantamiento, la frecuencia de las mamadas y las atenciones recibidas por el
bebé vinieran determinados por factores como la clase social y el sexo. En el
estado actual de nuestros conocimientos podemos afirmar que las niñas eran
menos afortunadas que los varones, ya que su edad de destete era a menudo más
temprana 59 y además corrían mayor riesgo de abandono que sus hermanos. 60 Por
otra parte, se ha podido documentar que en la vida cotidiana, lejos de los
planteamientos teóricos de médicos y moralistas, el niño o la niña que lactaban
de los pechos de su madre, con frecuencia veían interrumpido su amamantamiento
por los sucesivos embarazos maternos, de manera que el nuevo hijo destetaba a
su antecesor.
La
mortalidad infantil era muy alta y el tiempo de la crianza, en el caso de que
la madre muriese o no pudiera amamantar, resultaba gravosísimo 61, de forma que
quienes adoptaban niñas o niños procuraban que ya hubiesen superado los dos o
tres años para tener mayores garantías de que alcanzarían la edad adulta y
ahorrarse el pago de nodrizas.
Desconocernos
el tiempo en el que se iniciaba el control de esfínteres o cuando empezaban los
primeros balbuceos, sin embargo, sí podemos afirmar que a partir del siglo XIII
encontramos menciones escritas a la llamada «jerga de nodrizas», es decir, al silabeo
y a los intentos de articulación de palabras por parte de la infancia
considerados como una torpeza que podía hacer gracia.
Muchos
de los niños y niñas de las ciudades que se vieron desplazados del
hogar propio nada más nacer, se reincorporaban al mismo cuando ya andaban y
hablaban, de manera que a la primera separación había que añadir otra, pues de
nuevo abandonaban lo conocido, la casa de los nodrizos, para incorporarse a una
familia, en este caso la suya propia, con la que no habían mantenido trato
continuado. A veces la incorporación era efímera, pues algún tiempo después
dejaban su casa para formarse e iniciar la búsqueda de un lugar propio en el
mundo.
Algunas
de las periodizaciones de la vida, a las que tan aficionada fue la Edad Media
62, señalan una subetapa de la infancia a la que nombran «edad de los
juguetes», si bien su inicio, final y duración varían según los autores. Sin
embargo se admite que en una época muy temprana se desarrolla en el niño el
gusto por el juego, y los moralistas advierten la gran utilidad que puede tener
lo lúdico en la educación, puesto que proporciona un cauce idóneo para enseñar
y transmitir valores que pueden perdurar para siempre.
¿A
qué jugaban los niños y niñas de la Baja Edad Media? , ¿jugaban juntos ambos
sexos? En el estado actual de la investigación son más las preguntas que pueden
formularse que las respuestas que pueden ofrecerse. Cabe señalar que, hasta la
fecha, todo parece apuntar que: en la primera infancia niñas y
niños se divirtieron juntos y que no existieron maestros jugueteros
especializados, de hecho cuando se quería obsequiar a los infantes e infantas
se recurría a otros artesanos para que elaboraran determinados objetos. Tanto
Huesca (como Zaragoza encargaron respectivamente a reputados maestros la
confección de sendos juguetes para regalar al infante Juan, en 1352; los
oscenses mandaron hacer un caballito de madera pintada con su silla, freno y
arnés y pagaron por el mismo 75 sueldos jaqueses; 186 sueldos costaron a los
zaragozanos los zancos pintados de verde y decorados con escudos reales 63.
Juguetes carísimos, como los vestiditos para las muñecas que más de un siglo
después encargaron los Reyes Católicos a un sastre de Valencia para regalar a
las infantas que les esperaban en Barcelona 64.
F.
Piponnier puso de manifiesto la escasa calidad de los juguetes que la
arqueología medieval sacaba a la luz, realizados con materiales ínfimos y
muchas veces de manufactura doméstica 65. Sin embargo, algunos moralistas y predicadores
se escandalizaban de los objetos sofisticadísimos que se entregaban a los
pequeños para su entretenimiento y que les habituaban, ya desde la infancia, a
la vanidad, porque de lo que no cabía duda era de que el juego y el juguete
enseñaban 66. Debía cuidarse el contenido y dinámica de lo lúdico para que
fuera introduciendo a cada cual en el papel que había de desempeñar en el
futuro, ya que a casi nadie se le ocultaba la permeabilidad y capacidad de
absorción de los niños.
4. La transmisión de la conciencia socializada
El
examen de los procesos inquisitoriales proporciona con relativa frecuencia
datos jugosísimos sobre la infancia. Acusados y acusadas de criptojudaísmo son
obligados a bucear en su pasado para hallar las raíces de sus convicciones y
así, embarcados en sus recuerdos, podemos atisbar el interior de sus hogares y
contemplar escenas familiares, a veces idealizadas, en las que se evidencia la
educación infantil. Uno de estos vívidos cuadros es expuesto por el calcetero
Juan Tous, habitante de Lérida, que se remonta a sus diez o doce años de edad
para explicar cómo, por inducción materna, empezó a guardar el ayuno de Yon
Quipur. Tous recuerda que una noche, mientras cenaba, quando fue a
bebet; echaron le por detras, por cima de la cabeça, en la taça donde vevia, una
pieça de oro, diziendole:
-Cataqui
que te a enviado Dios porque as ayunado.
Y
este deposant y confessant, con "su ynocencia, creyolo que assi era, como
le dixeron su padre y madre lo creyo 67.
El
premio demuestra a Tous, al inocente Tous, que ha obrado correctamente, más
cuando como en este caso la recompensa viene a reforzar lo que su padre y madre
le presentan como bueno.
Mediante galardones y castigos los padres y los educadores, y también las
autoridades, avivaron la memoria de los niños con la intención de que
determinadas pautas, reglas y normas quedaran grabadas para siempre en el
interior y no se diluyesen o evaporasen fácilmente. La pieza de oro que recibió
Tous es una cara de la moneda, de la otra contamos con abundantes ejemplos, así
sírvanos el caso siguiente: cuando la población de Segovia se alborotó en 1480,
los Reyes Católicos reaccionaron enérgicamente y en un acto público en el que
los adultos y adultas, a voces, se declararon públicamente culpables, los niños
y niñas fueron abofeteados para que no olvidaran jamás lo que podía pasar si
con el tiempo, al crecer, se levantaban contra el poder real 68. Porque asociar
lo que debe recordarse con el sufrimiento físico fue un recurso muy utilizado,
doloroso, pero, en principio, eficaz 69.
Los
primeros años de la vida son capitales para la formación de la conciencia moral
de las personas. Las nociones de bien y mal aparecen muy pronto en la vida de
los niños, puesto que los adultos y el ambiente cultural que les rodea van
proporcionándoles una serie de fundamentos axiológicos a partir de los cuales
juzgar y calibrar lo bueno y lo malo, lo que se puede y se debe hacer y lo
prohibido. A este conjunto de reglas y pautas -en ocasiones contradictorias-
Rochais le da el nombre de conciencia socializada y se
caracteriza por ser un código de referencia externo y adquirido 70. Todo en la
infancia, el juego incluido, debe servir para que los niños integren estas
leyes culturales y se adapten a ellas porque su cumplimiento tiene la finalidad
de garantizar la supervivencia, pero también de mantener el orden establecido y
perpetuar la reproducción del sistema.
Los
manuales de educación son piezas capitales para conocer los contenidos de la
conciencia socializada, la serie de pautas dominantes en cada tiempo y espacio
que no son universales, puesto que varían según el sexo y clase social a la que
van dirigidos 7l. Sin embargo, más allá de las grandes diferencias establecidas
en el proceso de socialización de las niñas y niños de las diversas clases, los
principios de obediencia, sumisión y respeto a la autoridad de los mayores,
gratitud hacia los predecesores y utilidad se repiten incansablemente.
Niñas y niños reciben una educación que les conduce a convertirse en buenos
hijos, lo que se traduce en ser obedientes, respetuosos, dóciles, agradecidos,
laboriosos y conscientes de la deuda insaldable que han contraído hacia sus
mayores desde su llegada al mundo 72. Más allá de las barreras de clase se
constata un gran afán por la ocupación de los pequeños que deben trabajar desde
edad temprana para evitar la ociosidad que, sin excepción, se contempla como
pésima consejera.
5. El final de la infancia
¿Durante
cuánto tiempo se prolongaba la infancia? Resulta imposible dar una respuesta
tajante a esta cuestión (lo que, como vemos, va convirtiéndose ya en norma). Ni
siquiera la mayoría de edad estaba fijada en los mismos años ni a lo largo de
todo el período ni en los diferentes reinos, tampoco las periodizaciones
teóricas establecían unos límites con validez universal, de manera que podemos
retener dos ideas: por una parte que el Derecho Canónico mantuvo durante toda
la Baja Edad Media los doce años para las mujeres 73 y los catorce para los
hombres como edad mínima para el acceso al sacramento del matrimonio, por otra
que el sexo y el grupo social al que perteneciera cada persona fueron
definitivos en este aspecto. Así, por ejemplo, si dejamos de lado las
mutaciones físicas operadas a lo largo de los años, veremos que entre los
grupos privilegiados se intentó con mucha asiduidad y bastante éxito mantener a
las mujeres en un estado de dependencia e infantilismo psicológico prolongado
incluso más allá del matrimonio, de manera que como en su día observara Iradiel,
algunas mujeres no parecían alcanzar la plena mayoría de edad hasta ingresar en
la viudez 74. Sin embargo, para otras niñas y niños la infancia concluyó pronto
y a menudo bruscamente el día en el que fueron introducidos en el mercado
laboral como sirvientes y aprendices. Ese día abandonaron definitivamente su
hogar familiar y a menudo se desplazaron a otros lugares, de manera que el
desarraigo se vió profundizado por la inmigración.
Muchas
de las niñas que ingresaron en el servicio doméstico siendo menores de doce
años provenían de hogares deshechos por la muerte de uno o de ambos padres o
por un matrimonio reciente del supérstite cuyo nuevo cónyuge no quería o no
podía asumir la carga de criar y alimentar a los hijos de la unión anterior 75.
Estas niñas, las pequeñas domésticas, constituyeron uno de los grupos más
vulnerables de la sociedad urbana bajomedieval, un auténtico grupo de riesgo
para las violaciones y abusos sexuales de todo tipo 76. De golpe,
violentamente, a los once años, acabó la infancia de Marica, cuando el hombre
al que sus familiares la habían encomendado para que desde su pueblo de Navarra
la trajera a Zaragoza para ponerla a servir, la violó al llegar a la ciudad 77.
Aunque
cabe suponer que las familias procuraran buscar un buen destino a los hijos e
hijas junto a personas decentes que les facultasen para llegar a ser mujeres y
hombres de provecho 78 la fortuna individual fue un factor decisivo que
determinó la tónica de felicidad o infelicidad durante estos años de
aprendizaje. Hubo sirvientes y aprendices que recibieron el mismo trato
dispensado a los hijos e hijas, pero hubo también abundantes casos en los que
no fue así. Los pregones de las ciudades dejan numerosos testimonios de
búsqueda de mozos y mozas que se han fugado de la casa de sus amos rompiendo
los contratos y llevándose bienes 79, las novelas relatan las historias de
pícaros y pícaras que iniciaron una andadura ortodoxa en el mundo laboral que
se torció por los desmanes y malos tratos sufridos en sucesivas casas y los
procesos permiten contemplar verdaderos estallidos de odio y rencor de los
sirvientes contra sus amos, malos sentimientos rumiados durante años y
reverdecidos por los castigos corporales y los malos tratos físicos y
psicológicos.
Durante
años muchos niños y niñas fueron «recipientes», como dice Demause, en los que
los adultos vertieron con impunidad sus miedos, iras, proyecciones y
frustraciones, pero tras la fragilidad de los años infantiles llegaba la
adolescencia y juventud y, con frecuencia, la sociedad dejó patente el temor
tácito o explícito que experimentaba ante quienes atravesaban esta etapa de la
vida.
6. Imágenes de la juventud
Si
ambivalencia es la palabra que mejor se ajusta a los sentimientos que los
adultos experimentaron hacia la infancia, quizás sea prevención la que defina
con precisión mayor lo sentido por los mayores ante aquellas y aquellos que
vivían su etapa existencial más inestable, seca y caliente, vinculada al
elemento Fuego, al punto cardinal Sur, al momento diurno del Mediodía, a la
estación del Verano, a la Sangre y la Bilis Amarilla y al temperamento Colérico
80. Todo un mundo de cualidades inflamables, peligrosas, que convenía encauzar
y mantener bajo control. Más teniendo en cuenta que durante la adolescencia y
juventud, al sustrato de normas y principios recibidos, es decir, a la
conciencia socializada, acostumbra a sumarse, superponerse o contraponerse un
nuevo tipo de conciencia, llamada por Rochais conciencia
cerebral, que es el resultado de la combinación que la persona realiza
entre lo heredado y sus propias ideas, ideales, aspiraciones y necesidades de
todo tipo, que se presenta como el conjunto de reglas que uno se da a
sí mismo para conducir su vida 81.
Son
tantas y tan diversas las imágenes que la sociedad bajomedieval nos ofrece de
sus jóvenes, que necesariamente hemos de seleccionar para centrarnos en dos de
ellas, una femenina, modélica e idealizada, otra masculina, ruidosa y grupal.
6. 1. La docella virtuosa: la castidad que
prolonga la inocencia
En
uno de los múltiples Bestiarios que se escribieron durante los siglos
medievales, el autor alaba al león, fiero, fuerte y temible, pero a la vez
regio y justo, un animal noble, con un sentido moral tan desarrollado que no le
permite atacar a los inocentes, incluidos los niños 82.
Algunos
de los animales inusuales por exóticos o inventados que nutrieron la fauna
fantástica medieval estuvieron dotados de un especial instinto para detectar la
pureza allí donde realmente se hallaba y ninguno fue tan sensible a la castidad
como el unicornio. Los diferentes Bestiarios se hacen eco del
poder que la doncella ejerce sobre este animal pequeño, rápido y astuto, al que
los cazadores no pueden atrapar si no es valiéndose de una treta:
Envían
a su encuentro una pura doncella revestida de una túnica. Y el unicornio salta
al regazo de la doncella,. ella lo amansa y él
la sigue 83.
Existen
versiones que facilitan más detalles:
Traen
a una joven doncella, pura y casta, a la que se dirige el animal cuando la ve,
lanzándose sobre ella. Entonces la joven le ofrece sus senos, y el animal
comienza a mamar de los pechos de la doncella, y a conducirse familiarmente con
ella. La muchacha entonces, mientras sigue sentada tranquilamente, alarga la
mano y aferra el cuerno que el animal lleva en la frente; en este momento
llegan los cazadores, atrapan la bestia y la conducen ante el rey 84.
Con
el transcurso del tiempo se averigua que basta con que la doncella le enseñe un
pecho 85, porque lo que realmente ejerce una atracción fatídica sobre el animal
es el dulce aroma que desprende la virginidad femenina, que produce al
unicornio tal deleite que le lleva a sumirse en el sueño 86.
Resulta
imposible engañar al fantástico animal:
Y
si la doncella no es virgen, el unicornio se cuida de reclinarse en su regazo;
al contrario, mata a la joven corrupta e impura 87.
El
tema de la doncella y el unicornio fascinó durante el siglo XV, baste decir al
respecto que sólo en el museo Cluny de París se conservan seis tapices, tejidos
todos en torno a 1480, que representan a la hermosa pareja.
Como
si de unicornios se tratara a los varones cultos bajomedievales, y
especialmente a los eclesiásticos, les sedujo el olor de la virginidad que
desprendía la doncella virtuosa. Una doncella a la que nombro en singular
porque es más el sueño de perfección femenina diseñado por un determinado grupo
de hombres que una mujer de carne y hueso; un ideal que no fue neutro porque
generó un modelo que se trató de imponer durante siglos 88.
La
doncella virtuosa, una virgen que suele ser mayor de doce años 89, se convierte
en el patrón de la excelencia para todas las mujeres que no conocen varón. Su
estado es el más perfecto al que se puede aspirar, superior al de la viuda, que
ha mantenido relaciones sexuales aunque después viva en loable continencia, y
muy superior al de la casadas. Pues si bien se admite que la castidad es una
virtud del alma y la integridad corporal resulta secundaria en su definición,
lo cierto es que se establece una jerarquía interna por la cual la castidad de
la virgen tiene doble valor que la de la viuda y triple que la de la casada 91.
Algunos
de los moralistas y predicadores que transmitieron este ideal femenino fueron
conscientes de que no era fácil acceder al mismo desde determinados grupos
sociales 92, ya que las posibilidades de ajustarse al molde perfecto disminuían
en la medida en que la joven estaba inserta en el mundo 93.
Sí,
el mundo era el gran enemigo de la doncella, aquel que con sus vanidades y
tentaciones podía dar al traste con su inocencia y castidad y acarrear todo
tipo de desgracias. Dina, la hija de Jacob y de Lía, que por curiosidad salió
de su casa para observar a las mujeres de su nuevo país, que despertó la pasión
del hijo del rey, que la raptó y ofendió a su familia provocando la guerra, se
convierte en un personaje que se extrae del Génesis periódicamente para
recordar a las jóvenes lo que puede sobrevenir si no se mantienen quietas. La
doncella debe estar custodiada, enclaustrada y moverse lo imprescindible, una
tradición que se remonta a los primeros siglos del cristianismo y que encuentra
uno de sus más claros exponentes en San Jerónimo, el cual clama enérgicamente
contra las vírgenes viajeras 94. Si la doncella que se deja ver se convierte en
objeto de deseo aun contra su voluntad, ¿qué puede decirse de las muchachas que
salen de casa exhibiéndose, vestidas suntuosamente y maquilladas? Puede decirse
mucho y nada bueno, porque la verdadera belleza no es hija de arreglos y
afeites, no es el fruto de enmendar la plana a Dios modificando todo lo
modificable, desde el arco de las cejas hasta la estatura, sino el resplandor
de la pureza del alma que se percibe a través del cuerpo 95. Ni siquiera es
necesario salir del todo a la calle para contaminarse y la doncella virtuosa,
consciente del riesgo, evita los huecos como puertas y ventanas por los que se
deja ver su hermosura y penetra la lujuria.
Cuando
tiene que pisar el exterior, cuestión insoslayable si se trata de acudir al
templo, la joven virtuosa camina a pasitos regulares y huidizos, con la mirada
baja y la vista fija en el suelo; todo su aspecto debe proclamar su
inaccesibilidad. La modestia de sus gestos contrarresta el peligro de la salida
dificultando los contactos con los varones, porque además de esquiva, la
doncella es taciturna. La joven virginal sabe que las mejores palabras de mujer
son las no dichas, de manera que guarda en su corazón los vocablos y se limita
a hacer las preguntas imprescindibles y a dar breves respuestas cuando es
interrogada 96.
Parca en palabras y gestos, la silenciosa doncella apenas separa los miembros
de su cuerpo y cuando sonríe lo hace de manera que no se ven sus dientes,
porque si una dulce sonrisa es hermosa e inevitable, la risa y más la carcajada
resultan inadmisibles, incompatibles con su castidad y su prudencia 97. Pues
todo lo que se desparrama sin orden ni concierto, desde el cabello 98 hasta la
risa, puede ser interpretado como disponibilidad sexual 99.
El
blando pecho de la joven modélica, pronto a transirse de dolor ante la desdicha
ajena, encontrará un cauce adecuado para dar salida a su sensibilidad exquisita
en las obras de caridad que los varones cualificados para el caso pongan a su
disposición, porque también las obras de misericordia y la práctica de la
limosna han de estar controladas, ya que el exceso o la extravagancia en el
ejercicio de las mismas podrían causar escándalo 100.
Si
el mundo constituye el primer enemigo para la virtud de la doncella, tampoco el
ocio se queda a la zaga. El tiempo libre, que ya se vió que en nada beneficiaba
a la infancia, tampoco favorecía a la doncella, que, inactiva, podía invertirlo
en ensoñaciones y fantasías perniciosas alimentadas, si era letrada, por
lecturas viles, como las novelas de caballerías, auténtica «salsa para pecar»
101. Para evitar la inercia y el peligro que en ella se esconde nada mejor que
el trabajo apropiado: hilar, coser, tejer, bordar... tareas lícitas que, mejor
realizadas en solitario, mantienen ocupadas las manos y el pensamiento 102.
Desde la infancia la niña había de ser iniciada en la labor de hilado que le
acompañaría durante toda su vida, pues como dice Eiximenis, la mujer que no
hila sabe bien el hombre por lo que es tenida, y más, las hembras públicas
aparecen definidas en su obra como las que no hilan, que están en el burdel
103. Centenares de imágenes medievales dejan constancia de mujeres de todas las
edades dedicadas a hacer labores y no es casual que en la cuentística
tradicional el hilado y sus instrumentos cobren protagonismo, como tampoco lo
es que Aurora, la Bella Durmiente, una doncella noble y virtuosa, cayera en su
profundo sueño tras pincharse con el huso.
En
el tránsito a la Modernidad, la doncella aparece erguida dignamente sobre el
mundo al que desprecia, en una de sus manos sostiene la Biblia abierta
por el Magnificat, imitadora de María, mientras que en la otra
mano, laboriosa, porta el huso; sus pies están encadenados y su boca sellada
mediante candado. La candela de su pecho proclama su fidelidad y el yugo sobre
su cabeza, la sujeción y docilidad; una cofia blanca habla de su pudor y
mientras su corazón se abre por la caridad, su talle permanece cerrado por el
casto ceñidor y acorazado por su honestidad. Para rematar la imagen, junto a
ella, el símbolo parlante de la escoba recuerda a quienes la contemplan su
humildad 104.
Fernando de Rojas se burla cruelmente de Pleberio y
Alisa, desatentos en su tarea de custodia paterna y profundamente egoistas, que
viven convencidos de que tienen en casa un tesoro semejante a éste en Melibea,
su «guardada hija».
El modelo quedó establecido, cada vez más depurado,
fijo y permanente, como si los avatares de la Historia poco o nada tuvieran que
ver con la inalterable doncella. Una y mil veces, las muchachas de toda
condición podían escuchar por boca de los predicadores las excelencias a las
que estaban llamadas y a las que debían aspirar. Pues aunque las sirvientas,
las artesanas y campesinas no partieran de la mejor situación para acceder a
tanta gloria, los varones se autoimponían el costoso deber de procurar mantener
a las frágiles mujeres en los senderos del pudor y de la castidad, tan queridos
por Dios 105.
6.2.
Los grupos de jóvenes varones: los portadores del bullicio
El silencio que rodea a la doncella virtuosa, se
quiebra violentamente al entrar en escena los varones jóvenes, los portadores
del ruido y del bullicio por antonomasia. La irrupción de estos grupos
juveniles en los manuscritos se produce por los márgenes, ya que resultarían
inadmisibles en la ilustración principal; en la obra escrita poseen su espacio
propio, marginal, pero suyo, tal como ocurre en la sociedad 106.
Juan de Guisa dejó magnífico ejemplo de este estado
de cosas, cuando en Brujas, hacia 1339-1344, iluminó un Roman
d'Alexandre. En el folio 25 vuelto, en el margen, representó a
muchachos y muchachas entregados a la captura de pájaros mediante reclamo, a
juegos amorosos y a la danza. En la escena que nos transmite este baile, un
joven varón se ocupa de dirigir los pasos que son seguidos por tres chicos y
dos muchachas que danzan cogidos de la mano, significativamente es otro joven
quien inicia la fila y sólo los varones llevan máscaras, en este caso de
ciervo, de liebre y de jabalí 107, pues aunque participaran en los
entretenimientos, las doncellas debían ocupar su lugar, secundario y sometido a
la guía y tutela varoniles. Otros márgenes del mismo manuscrito muestran a los
jóvenes divirtiéndose dedicados a la música, a diferentes bailes, cubiertos sus
rostros por máscaras, realizando batallas simuladas, eligiendo al «rey» de ese
año 108. Como ha subrayado Pastoureau, la juventud introduce el sonido en la
imagen.
Los varones jóvenes, agrupados, fueron los
organizadores y grandes protagonistas de las fiestas, entre ellas la de los
Inocentes o los Locos, bien documentada desde el siglo XII. Esta
festividad, surgida en un contexto clerical y urbano, se originó entre los
canónigos que vivían durante todo el año bajo la autoridad episcopal, pero que
un día concreto del ciclo, cada 28 de diciembre, cambiaban el mundo, es decir
«su» mundo, eligiendo un falso obispo al que conducían entre bromas, en un
remedo de procesión, hasta la catedral 109. Desde el siglo XIII, la fiesta de
los locos se extendió a otros grupos como abadías de juventud y asociaciones de
jóvenes artesanos y en Anento, aldea de la Comunidad de Daroca, en el estatuto
sobre la mancebía 110 de 1583, se abría la posibilidad de recuperar la
tradición del nombramiento del falso obispo, figura que había existido con
anterioridad: Otrosí, estatuymos y ordenamos que si a dichos mancebos
parescerá nombrar y hechar obispo, como acostumbraban ante 111...
En las festividades de invierno, de
primavera y de verano los jóvenes asumían un papel estelar, como
hacían en la fiesta de las fiestas, el Carnaval, en la que solían realizan
parodias que ridiculizaban el orden imperante, al tiempo que anunciaban futuras
reclamaciones de poder 112. Así mismo, ellos garantizaban los bailes
dominicales y la música con la que celebrar las bodas, o al menos aquellas
bodas que eran de su agrado. Porque a su función de organizadores de la fiesta
había que sumar su tarea de control sobre el mercado matrimonial, puesto que
los varones jóvenes se sentían dueños de todas las muchachas casaderas de «su»
territorio, a las que consideraban bajo su jurisdicción, y obraban en
consecuencia.
Schindler asegura que las agrupaciones de solteros
adquirían una sonora relevancia cuando se ocupaban de despedir a alguno de sus
miembros que cambiaba de estado y renunciaba a su libertad en aras
del matrimonio. Los amigos se entregaban a fondo en aquel momento crucial; de
hecho Hochzeit, la palabra que nombra a la boda en alemán,
etimológicamente significa tiempo alto o álgido. Al futuro casado se le ofrecía
una serenata, y cuánto más audible y estridente fuera, más
apreciado podía considerarse el novio entre sus congéneres 113. La cultura
patriarcal, que comprendía estos estallidos de alegría juvenil
masculina y los toleraba complacientemente, siempre que no
transgredieran el límite de lo soportable, no encontraba la misma disposición
anímica respecto a los ritos efectuados por las mujeres. Las ordenanzas
matrimoniales de Nüremberg de 1485 evidencian el punto de vista de los
prohombres de la ciudad al respecto:
Recientemente cierto número de doncellas han
procedido, con motivo de las amonestaciones de boda, a salir a las calles, lo
que no se aviene con la dencencia propia de
ellas, y por ello este probo tribunal ha deliberado decretar que de hoy en
adelante ninguna doncella podrá vagar por las calles tras una amonestación ni
reunirse unas con otras en cualquiera otro lugar 114.
La unión pública y la actuación colectiva de las solteras
contrariaba los usos patriarcales ya que a las muchachas les correspondía, en
la lógica cultural de los varones, esperar pacientemente hasta que alguien
adecuado les pretendiera en matrimonio. La idoneidad del futuro esposo venía
determinada por su pertenencia al grupo de solteros que había, hasta entonces,
«custodiado» a la joven, de manera que, en principio, el forastero y el viudo
se presentaban como rivales y competidores desleales de los mancebos.
Si la estridencia era índice de una buena despedida
de soltero, otra sonora manifestación dejaba patente la disconformidad de los
jóvenes ante un determinado matrimonio, se trataba en este caso de la
cencerrada 115, pero entre ambas no cabía confusión.
La primera cencerrada que conocemos hasta la fecha
data del siglo XIV y cuenta con descripción escrita y miniada 116. Aparece en
una interpolación del Roman de Fauvel, de Gervais de Bus. La autoría de este
añadido se debe a Chaillou de Pestain, alguien pertenenciente al círculo de
oficiales de la corte real. Letras y miniaturas proclaman la historia de Fauvel
117, que al no poder casarse con Fortuna, realiza un matrimonio clandestino
-sin amonestaciones ni bendición nupcial- con Vana Gloria, pero en el momento
de reunirse con su mujer en el lecho, es sorprendido por un terrible estruendo
ejecutado por jóvenes enmascarados.
Los autores de la cencerrada esperaban que el
recién casado viudo, forastero, inadecuado en cualquier caso, reconociese su
«delito» y pagase cierta forma de rescate para hacerse perdonar la usurpación
de una de las muchachas disponibles. Le convenía ser generoso y congraciarse
con los jóvenes para acabar con el ritual sancionador cuanto antes, pues si los
mozos estaban «de buenas» a veces se conformaban con ser invitados a beber.
El charivari, en ocasiones, se
utilizó para denunciar situaciones y comportamientos considerados anómalos por
el conjunto de la comunidad, como el concubinato clerical, adquirió entonces un
contenido de repulsa social y las acciones de desaprobación emprendidas por los
jóvenes se vieron, en muchos de estos casos, respaldadas tácitamente y
legitimadas por el beneplácito de sus mayores -cuando no impulsadas por los
mismos-.
Las cencerradas eran rituales que solían realizarse
de noche como buena parte de las actividades juveniles, las cuales tenían en la
nocturnidad uno de sus elementos característicos.
Las ordenanzas de las ciudades bajomedievales
claman incansablemente y con escaso éxito contra quienes rompen la tranquilidad
nocturna y el sueño pacífico con sus ruidos. Alborotos que a veces son rondas y
exhibiciones de cortejo dedicadas a la muchachas o bromas encaminadas a colocar
el mundo patas arriba, como aquellas en las que se suben carros y aperos de
labranza a los tejados; otras veces se roza lo delictivo, como en los hurtos
rituales, pero no faltan ocasiones en las que, traspasado el umbral de lo
admisible, el barullo es eco de auténticos crímenes, caso de las violaciones
colectivas 118 o de las palizas y agresiones que podían acarrear incluso la muerte
119.
La oscuridad se convierte en el marco del griterío
de los vocingleros, del trazado de pintadas y dibujos obscenos en las paredes,
de los embadurnamientos con estiércol o heces humanas, de los cuernos
depositados en las puertas de determinadas casas 120... La noche es también el
tiempo elegido para llevar a cabo buena porción de las pruebas de virilidad
cuya superación genera y/o consolida el reconocimiento y la ocupación de un
lugar preferente en el interior del grupo. En este sentido las autoridades han
de tener un cuidado minucioso para mantener el equilibrio, pues a veces las
medidas de control y las fuerzas de orden público son recibidas como
provocaciones y, al mismo tiempo, como oportunidades frente a las cuales medir
el valor individual y colectivo.
Desenfrenados, turbulentos, disolutos, ruidosos,
despilfarradores, bellacos ... estos y otros durísimos adjetivos dedica San
Bernardino a los jóvenes de Siena en sus sermones, y es que los jóvenes, como
las mujeres, fueron diana favorita de las invectivas de los predicadores y
defensores de la moral pública 121.
El control de los grupos juveniles fue competencia
de las autoridades y para lograrlo eficazmente nada mejor que evitar las
agrupaciones espontáneas, encuadrando a los muchachos en fraternidades
organizadas que oficializasen, vigilasen y dirigiesen las acciones de estas
solidaridades de edad.
El 30 de noviembre de 1583 los varones maduros de
la aldea de Anento se reunieron en el porche de la iglesia, según su costumbre,
para reelaborar una carta pública con los estatutos y ordenanzas de la
mancebía, ya que la anterior se había extraviado y no podía localizarse. A
partir de ese momento, con el documento en la mano, los hijos y mancebos
del lugar sabrían a ciencia cierta lo que eran tubidos y obligados
de hazer y cumplir, conforme a lo dispuesto,
pactado y ordenado 122.
Según los adultos, los mozos les habían suplicado
que fijasen de nuevo la normativa, y los «padres» para evitar las cuestiones,
disensiones, escándalos, riñas y enojos que se suscitaban entre los jóvenes, en
nombre del concejo, se disponían a satisfacer tan cuerda demanda.
En el documento todo quedaba atado y bien atado: ni
siquiera se ofrecía a los jóvenes la opción de asociarse o no hacerlo, pues
todos los hijos del pueblo mayores de dieciocho años estaban obligados a
pertenecer a la mancebía o Real. Los jóvenes tampoco contaban con libertad para
proceder a su organización interna, puesto que los regidores o mayordomos de la
mancebía eran seleccionados y nombrados por los jurados del lugar, y era
competencia de estos mayordomos, a su vez, elegir al Rey. Si el muchacho
escogido no accedía a ocupar el cargo, los jurados del concejo decidirían en
que otro joven había de recaer este honor.
De los maniatados mozos de Anento, a los que sólo
se les permitía jugar a los naipes si el concejo no les daba un fIorín para sus
gastos, se esperaba que se divirtiesen cantando y bailando dentro de un orden.
Las normas de domesticación les dejaban tan reducido espacio para la
iniciativa, que me permito dudar bastante de la veracidad de la solicitud de
redacción por su parte; es más, si la carta precedente era del mismo tenor
-como parece-, no me extraña que se hubiera perdido y no pudiera encontrarse.
NOTAS
1.
Madrid, Cátedra, 1985, p. 10.
2. Desde
Sara o Isabel hasta Yerma abundan las historias que giran en torno a la
esterilidad femenina; algunos de los recursos que pueden utilizar las mujeres
para acabar con la maldición en SAINTYVES, Pierre, Las madres
vírgenes y los embarazos milagrosos, Madrid, Akal,
1985.
3.
CARBÓN, D., Libro del arte de las Comadres o madrinas y del
regimiento de las preñadas y paridas y de los
niños, Mallorca, 1541, «Epístola». Manejo el ejemplar del s. XVI de la
Biblioteca Universitaria de Zaragoza, aunque hay una edición reciente de esta
obra (Alicante, 1995)
4. Parece
haber insistencia por parte del caballero, ya que en la citada «Epístola»,
Carbón dice: Por donde yo, señor, desseo por su virtud y merecer y por
lo que le devo, darle complida razon a lo que me pide, y si
hasta agora no lo hize, certissimo dare complimiento a su desseo, aunque
algunas cosas a ello dan impedimento y son vuestro mucho
valer y mi poca abilidad y la difficultad de
la materia y la disproporcion de la lengua para la subjecta
materia, por ser vuestra merced cavallero y no letrado.
5. GARCÍA
HERRERO, M. C. «Porque no hay ninguno que más quiera al fijo que el padre y la
madre» en SESMA, J. A., SAN VICENTE PINO, A., LALIENA CORBERA, C. y GARCÍA
HERRERO, M. C., Un año en la Historia de Aragón: 1492,
Zaragoza, Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1992, pp. 121- 122. Se exponen los
casos de la conversa turolense Gracia Ruiz que retornó al judaísmo porque,
entre otras cosas, se le habían muerto dos hijas y lo entendió como castigo del
Dios Veterotestamentario, y de Esperanza de Villacampa, que abandonó el
cristianismo porque se le murió su hijita al caer por la escalera.
6. Entre
los múltiples ejemplos que podrían citarse. opto por el Proceso contra Narbona
de Cenarbe, de 1498, Archivo Histórico Provincial de Zaragoza (AHProvZ),
Inquisición, Caja 23, leg. 1, fol. 2 v. «Mi cosino hermano. Domingo Lacambra.
me acusa que yo le he muerto la criaçon», fol. 5v. «E apres la dicha su nuera
ha parido tres vegadas y cada vez, antes de plegar al mes, se le morian las criaturas,
en lo qual tienen cierto (sic) sospecha a la dicha Maria» (hermana de Narbona).
Vid. CARO BAROJA.J., Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza,
1984.
7. ORIGO,I., The
Marchant of Prato, London, 1957, pp. 200 y ss; vid. también GIES, F. y
GIES, J.. Women in the Middle Ages. The lives of real women in a
vibrant age of transition, Nueva York, Barnes and Noble Books, 1980,
cap. X,
«Margherita Datini: An Italian Merchant's Wife», pp. 184-209.
8. Parece
que doña María siempre tuvo desarreglos ginecológicos, de hecho sólo le Ilegó
la primera regla dos años después de estar casada, GIMENEZ SOLER. A., «Retrato
histórico de la reina doña María», Boletín de la Real Academia de
Buenas Letras de Barcelona. 1901, pp. 72-81, esp. 76-77.
9.
Archivo Histórico de Protocolos de Mora, Protocolo n.º 1350, Johan Martín,
1474, fol. 11v. La donación fue cancelada diez meses después por causas que no
constan.
10.
Archivo Histórico Provincial de Huesca (AHPH), Protocolo de Juan de Azlor,
1401, fol. 1v-5v.
11.
Buenos ejemplos en BECEIRO PITA, I. y CÓRDOBA DE LA LLAVE, R., Parentesco,
poder y mentalidad. La nobleza castellana, siglos XII-XV, Madrid,
CSIC, 1990.
12. Un
caso significativo, ya del siglo XVI, lo presenta la actitud de Enrique VIII de
Inglaterra hacia su hijo Eduardo; en palabras de Tucker, el rey «prodigó al
niño un afecto personal casi patético», p. 269. Con anterioridad, Enrique, que
había mimado a Ana Bolena durante su embarazo y parto (p. 264), se negó
-durante días- a conocer a su hija Isabel por haber nacido niña, TUCKER, M. I
., «El niño como principio y fin: la infancia en la Inglaterra de los siglos XV
y XVI» en DEMAUSE, LI., Historia de la infancia, Madrid,
Alianza, 1982, pp. 255-285.
13. El
trabajo que ha tenido mayor repercusión es L 'enfant et la vie familiale
sous l'ancient régime, Paris, Plon, 1960, traducido al castellano por
Taurus, Madrid, 1987.
14.
Pueden verse, por ejemplo el número monográfico Enfant et
Sociétés de la revista Annales de Demographie Historique de
1973; DEMAUSE, LI., Historia de la infancia, Madrid, Alianza,
1982. La primera edición es de New York, 1974. De este mismo año, L
'enfant, Recueils de la Société Jean Bodin, Bruxelles, 1976, su
segunda parte está dedicada a la Europa Medieval y Moderna.
15. ALEXANDRE-BIDON, D. et
CLOSSON, M., L 'enfant a l'ombre des cathédrales, Paris, CNRS,
1985; GIALLONGO, A., Il bambino medievale. Educazione ed infanzia nel
Medioevo, Bari, Dedalo, 1990; SHARAR, Sh., Childhood in the
Middle Ages, London, New York, Routledge, 1990.
16. El
soporte básico para esta reflexión lo encuentro en las siguientes Notas de
Observación de ROCHAIS, A., La imagen de uno mismo, Madrid,
Personalidad y Relaciones Humanas, 1982; Los otros, Madrid,
Personalidad y Relaciones Humanas, 1982; La aspiración a existir. La
necesidad de ser reconocido. El fenómeno de no existencia, Madrid,
Personalidad y Relaciones Humanas, 1986.
17.
Aunque no exclusivamente, ya que las investigaciones psicopedagógicas recientes
ponen de manifiesto el gran peso que sobre el niño o la niña tiene la opinión y
el trato de otros niños, por ejemplo, de los hermanos mayores.
18. Una
sociedad que, no debemos olvidarlo, hace posible la existencia de turismo
sexual con menores y pornografía y prostitución infantil, que tiene en su seno
personas que introducen en el uso y consumo de drogas a los niños y
adolescentes y que constata malos tratos a la infancia también en Occidente, y
no sólo en ambientes de sufrimiento y marginación.
19.
Algunas de las respuestas al polémico artículo de E. Coleman, «Infanticide in
the Earl Middle Ages», Annales ESC, 29 (1974), pp. 315-335,
parecen ir en esta línea
20.
William L. Langer. Profesor de Historia. Harvard University. Ex presidente de
la American Historical Association. Diciembre de 1973. Prólogo a la obra
colectiva Historia de la infancia.
21. En el
mismo capítulo, C. ROGERS explica: «Uno de los conceptos más revolucionarios
que se desprenden de nuestra experiencia clínica es el reconocimiento creciente
de que la esencia más íntima de la naturaleza humana, los estratos más
profundos de su personalidad, la base de su "naturaleza animal» son
positivos, es decir, básicamente socializados, orientados hacia el progreso,
racionales y realistas. Este punto de vista en en tal medida ajeno a nuestra
cultura actual que no espero que sea aceptado; en realidad, es tan
revolucionario por lo que implica, que no debería ser aceptado sin una
cuidadosa investigación. Pero aun cuando soportara exitosamente este análisis,
aún resultaría difícil aceptarlo» (el texto es de 1961 ), El proceso de
convertirse en persona, Barcelona, Paidós, 1992 (7. ed.), p. 90.
22. Entre
otras las de HARTMAN, KRIS, LOEWENSTEIN y NACHT, este último, en su obra Curar
con Freud, contesta al maestro diciendo: "Freud, a pesar suyo y de
pasada, admitió la existencia de "rudimentos innatos» del yo. Innatos, por
lo tanto que no deben nada a la realidad exterior, al ambiente que rodea y hace
vivir al niño. Son esos "rudimentos innatos» los que estarían... en el
origen del yo autónomo... Lo que, quizás me ha interesado más que todo lo demás
en la teoría del "Yo autónomo», es el hecho de que sus autores lo sitúen
en una zona no-conflictiva del psiquismo... Ese yo autónomo, si el hombre
tomara conciencia de él, le ayudaría a sobrepasar sus conflictos, a ir más allá
de los alborotos que le agitan sin cesar, para entrar en esa zona esencialmente
apacible y agarrarse al único punto siempre estable de sí mismo», Paris, Payot,
1971, p. 221.
23. Esta
realidad, este fondo intacto a partir del cual puede reconstruirse la
personalidad y desencadenarse el crecimiento psicológico, recibe diversos
nombres según las corrientes, es el "ser» de la escuela iniciada por
Andrés ROCHAIS, cuyas aportaciones y las de otros profesionales que trabajan en
esta misma línea se recogen en la reciente obra colectiva de PRH Internacional, La
persona y su crecimiento, Madrid, Personalidad y
Relaciones Humanas, 1997.
24.
TUCKER, en el art. cit., se basa en la obra de Bartlett Jere Whitin y Helen
Wescott Whiting. Proverbs. Sentences And
Pr(roverbial Phrases From English Writings Mainly Before 1500, Cambridge. Mass..
1968.
25.
«Dentro en Tortosa yo vi fazer justitçia de una muger que consintió que su
amigo matase a su fijo porque los non descubriese. Yo la vi quemar porque dixo
el fijo: «yo lo diré a mi padre, en buena fe. que dormistes con Irazón el
pintor». Díxolo la madre al amigo, e ambos determinaron que muriese el niño de
diez años». Alfonso MARTINEZ DE TOLEDO. Arcipreste de Talavera o
Corbacho, edición de M. Gerli. Madrid, Cátedra, 1979, p. 117.
26.
FLANDRIN, J. L «Lugares comunes, tradicionales y modernos, sobre el niño en la
familia» en La moral sexual en Occidente. Barcelona. Juan
Granica, 1984, p. 247.
27.
TUCKER, art. cit.. p. 256.
28.
GARCÍA HERRERO, M. C., Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV.
Zaragoza, Excmo. Ayuntamiento, 1990. vol. I. p. 91. Se lee en un documento
redactado en La Puebla de Alfindén en 1480: «aquestas dos ninyas... la huna se
clama Agueda e la otra Johana, e son de tan poca hedat que la huna teta e crio
a mis pechos, e la otra ahun no se sabe vestir ni calcar...»
29. No
obstante la comadrona no debía excederse en su celo, WADE LABARGE, M., La
mujer en la Edad Media, Madrid, Nerea, 1988, p. 231, recoge el caso de
la partera Inés de Chauvelle, multada en Chartres a comienzos del siglo XV, por
haber bautizado a una criatura sin existir verdadera necesidad.
30, AZNAR
GIL, R., Concilios provinciales y sínodos de Zaragoza, Zaragoza,
Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1982, especialmente pp. 123-124.
31. Ibid.
Así se dispuso, entre otros, en el Sínodo de Lieja de 1287 y en los de Zaragoza
de 1328 y 1462.
32. En
Polonia, en la segunda mitad del siglo XIX, los niños muertos antes del
bautismo integran la categoría principal de fallecidos que se convertían en
«demonios» o aparecidos. Las conclusiones del etnólo L. Stomma las
incluye DELUMEAU, J. en su obra El miedo en Occidente, Madrid,
Taurus, 1987, pp. 137-138.
33. Tres
obras generales y de fácil acceso sobre estos «lugares»: McDANNELL, C. y LANG,
B., Historia del Cielo, Madrid, Taurus, 1990; LE GOFF, J
., El nacimiento del Purgatorio, Madrid, Taurus, 1981 y
MINOIS, G., Historia de los infiernos. Barcelona,
Paidós, 1994.
34.
Realizamos un primer acercamiento a esta procelosa franja en GARCÍA HERRERO, M.
C. y TORREBLANCA GASPAR, «San Miguel y la plaga de langosta (claves para la
interpretación del voto taustano de 1421)», Aragón en la Edad Media
X-XI (1993). Homenaje a la Profesora Emérita María Luisa
Ledesma Rubio, pp. 281-305, especialmente pp. 294-299.
35. Sobre
esta costumbre, en Aragón, vid. MINOGUEZ MORALES, J. A., «Enterramientos
infantiles domésticos en la colonia de Lepida Gelsa. Velilla de Ebro
(Zaragoza)», Cesaraugusta, 6-67 (1989-1990), pp. 105-122.
36.
GELIS, J., «La mort du nouveau-ne et l 'amour des parents; quelques
réflexions a propós des pratiques de «repit», ADH, 1983, pp.
23-31.
37.
Savonarola utilizó a muchachitos jóvenes, los Ilamados fanciugli del
frate, que agrupados por barrios sembraron el terror en sus
respectivas circunscripciones. Los días ordenados por Savonarola,
salían en procesión vestidos de blanco, con un ramito de olivo en la mano,
imagen pública de la inocencia, CROUZET -PAVAN, E., «Una flor del mal:
los jóvenes en la Italia Medieval (siglos XIII al XV»>, Historia de
los jóvenes, I., bajo dir. de G. Levi y J. C. Schmitt, Madrid, Taurus,
1996, p. 265.
38.
De blanco y rojo precisamente visten los infanticos del Pilar y así suele
representarse a Santo Dominguito de Val del que se hablará más adelante. Un
ejemplo espléndido de la iconografía del santo se debe al talento de Goya en la
cúpula pilarista «Regina Martirum». Sobre la vestimenta infantil, vid.
ALEXANDRE-BIDON, D., «Du drapeau a la cotte: vétir I'enfant au Moyen Age
(Xllle-XVe s.»> en Le vê'tement. Histoire, archéologie et symbolique vestimentaires au Moyen Age, Paris, Cahiers du Léopard d'Or, 1, 1989, pp. 123-168.
39.
Probablemente nunca se abusó tanto de la utilidad de la infancia como a
principios del siglo XIII en la llamada Cruzada de los Niños, cuando multitudes
de pequeños, sobre todo de Francia y de Alemania, fueron movilizados por
visionarios que veían en ellos y en su inocencia la única posibilidad de
recuperación de Tierra Santa.
40.
Algunas veces se estimulaba económicamente a los padres para que llevaran a sus
pequeños a las procesiones, por ejemplo, el 15 de abril de 1486 se realizó
la Crida de la proçession de Santa Engracia yen el pregón se
hizo saber: se fara el oficio y sermon et partirse an dineros a las
criaturas y pobres que hiran en la procession, AMZ, Libro de Cridas de
1486, fol. 12-12v.
41. La
familiaridad de los niños y niñas medievales con la muerte es destacada por
todos los estudios sobre la infancia; sobre el aprendizaje de esta cercanía;
ALEXANDRE-BilDON, D., «Apprendre a vivre: l 'enseignement de la mort aux
enfants», A Réveiller les morts. La mort au quotidien dans l 'Occident
médiéval, D. Alexandre-Bidon y C. Treffort, dir., Lyon, Presses
Universitaires, 1993, pp. 31-41, esp. p. 39.
42.
DELUMEAU, J., El miedo en Occidente, pp. 445-451.
43. De la
pervivencia y reproducción de estas historias en la escuela nacionalcatólica da
testimonio SOPEÑA MONSALVE, A., El florido pensil, Barcelona,
Crítica, 1994, pp. 152-155.
44. SESMA
y otros, Un año en la Historia de Aragón: 1492, cubierta y pp.
85-86.
45. Las
Ordenanzas de Zaragoza de 1414 establecen que para la elección de cargos se
introduzcan 36 ceruelos, de los cuales 13 tengan dentro la palabra «elector»,
se depositan en una vasija con agua cubierta por un lienzo. A continuación se
llama a un niño cualquiera que pase por la calle, que con su mano inocente saca
los ceruelos y va entregando uno a cada uno de los 36 candidatos posibles,
FALCÓN PÉREZ, I., Organización municipal de Zaragoza en el siglo
XV, Zaragoza, Departamento de Historia Medieval, 1978, p. 20. En el
Archivo Municipal de Zaragoza (AMZ), Libro de Actas de 1471, fol. 27, se
explica cómo el pesador del almutazaf fue sacado «por hun ninyo menor de diez
anyos, segunt su aspecto» .
46. BRUCE
ROSS, J., «El niño de clase media en la Italia urbana, del siglo
XIV a principios del siglo XVl», Historia de la infancia, pp.
206-254, p. 234. Indirectamente San Bernardino de Siena confirma los tres años
cuando en uno de sus sermones contra la plaga sodomita asegura que si tuviera
hijos, los enviaría fuera de Italia a los tres años para que no volvieran hasta
los cuarenta o más, cita CROUZET-PAVAN, E:, «Una flor del mal: los jóvenes en
la Italia Medieval (siglos XIII al XV), Historia de los jóvenes,
I. Bajo dir. de G. Levi y I. C. Schrnitt, Madrid,
Taurus, 1996, p. 219.
47. Vid.
por ejemplo el cuadro de Hans Multscher (hacia 1400-1467), «El ascenso al
calvario», reproducido por HOFSTATTER, H., Art of the Late Middle
Ages, New York, 1968, pp. 184-185.
48.
Recogido por DEMAUSE, Ll., «La evolución de la infancia», Historia de
la infancia, p. 29.
49.
GARCÍA HERRERO, M. C., «Los malos nodrizos de La Vilueña (1482»>, IV
Encuentro de Estudios Bilbilitanos, Actas, vol. I, Calatayud,
Institución Fernando el Católico, 1997, pp. 95-103.
50. Se
ocupan de ellos, entre otros, LE GOFF, J., El nacimiento del
Purgatorio, pp. 212-213, que recoge la experiencia de la madre de
Guibert de Nogent; DEMAUSE,Ll., «La evolución de la infancia», pp. 28- 29;
SCMITT , J. C., La herejía del Santo Lebrel. Guinefort, curandero de
niños desde el siglo XIII, Barcelona, Muchnik Editores, 1984, pp. 123
y ss. No he podido consultar HAFFTER, C., «The Changeling: History and
Psychodynamics of Attitudes to Handicapped Children in European
Folklore», Journal of the History of the Behavioral Sciences, 4
(1968), pp. 55-61.
51. Vid.,
por ejemplo, SCHMITT, J. C., Historia de la superstición, Barcelona,
Crítica, 1992, pp. 122-123, en donde se reproducen dos escenas que narran el
episodio en la obra del pintor Martino di Bartolomeo {siglo XV).
52.
Archivo Diocesano de Tarazona. Visitas pastorales. Visita de 1474, fol. 29.
53.
Abordé este aspecto en SESMA y otros, Un año en la Historia de
Aragón: 1492, pp. 55 y ss. y en Las mujeres en Zaragoza en el
siglo XV, vol. I, especialmente cap. V.
54.
GARCÍA HERRERO, M. C., «Administrar del parto y recibir la criatura».
Aportación al estudio de Obstetricia bajomedieval», Aragón en la Edad
Media, VlIl (1989), Al Profesor Emérito Antonio Ubieto
Arteta, pp. 283 y ss.
55.
Además del artículo citado dc BRUCE ROSS, vid. HERLIHY, D. y KLAPISCH-ZUBER,
Ch., Les Toscans el leurs familles, Paris, Editions de l
'Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, 1978; HERLIHY, D., La
famiglia nel Medioevo. Roma-Bari, Laterza, 1987; KLAPISCH-ZUBER,
Ch., La famiglia e le donne nel Rinacimenlo a Firenze, Roma-Bari.
Laterza, 1988.
56.
KLAPISCH-ZUBER, Ch., «Parents de sang, parents de lait: la mise en nourrice à
Florence ( 1300- 1530),ADH, 1983. pp. 33-64.
57.
En Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV, vol. I, pp. 77 y
ss. ofrezco bibliografía y documentación sobre este punto.
58. Así,
por ejemplo, María Garcés que recogió a un niño abandonado en un capazo en la
puerta de La Seo de Zaragoza y lo tuvo con ella como hijo, afirma que el niño
mamó durante tres años de la leche de sus pechos. Archivo Histórico de
Protocolos de Zaragoza (AHPZ), Juan de Peramón, 1429, 8 de abril (sin foliar,
bajo data), Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV. vol. 2,
documento 38.
59.
Además de los ejemplos de otros países, me parece significativo el Ordenamiento
otorgado para el Arzobispado de Toledo y el Obispado de Cuenca en las Cortes de
Valladolid de 1351, en el que se estableció que las amas de cría que trabajaran
en su propio domicilio o en el de la familia cuyo hijo/a estuvieran lactando.
amamantarían durante dos años a las niñas y durante tres años a los niños.
RABADE OBRADO. M. P., «La mujer trabajadora en los Ordenamientos de Cortes,
1258-1505», El trabajo de las mujeres la Edad Media Hispana, A.
Muñoz y C. Segura, eds.. Madrid, Laya, 1988, p. 121.
60.
SANDRI. L., L '0.'ipedale di S. Maria della Scala
di S. Gimignllllo nel QuallrOCenlO. Conlributo alla .\loria
dell'il!fanziaabbandonata, Firenze, 1982.
61. Dos
jóvenes viudos aragoneses que tuvieron que endeudarse para mantener a sus hijos
lactantes en AMZ., Libro de Actas de 1496. fol. 136 y AHPZ. Protocolo de Alemán
Giménez de Vera. 1492, fol. 83.
62. Vid..
por ejemplo. BURROW, J. A.. The Ages of Man. A study in
Medieval Writing and Thought, Oxtord,
Clarendon Press, 1986; SEARS, E., The Ages of Man. Interpretations of
the Life Cycle, Princeton University Press. 1986; METZ, R., «L 'enfant
dans le Droit Canonique Medieval», L 'enfant, Recueils de la Société
Jean Bodin. vol. 2, 1976, pp. 9-96; SHEEHAN, M. M. (edil.), Aging
and Aged in Medieval Europe, Toronto, Pontifical lnstitute of
Mediaeval Studies, 1990.
63.
GIRONA, D., «ltinerari de l 'infant en Joan», III Congreso de Historia
de la Corona de Aragón, Valencia,1922, tomo 2, pp. 189-192.
64.
BERNIS, C., Trajes y modas en la España de los Reyes Católicos. I. Las
mujeres, Madrid, CSIC, 1978, p. 43, Los reyes pagaron 39 sueldos a
Maestre Martín por coser por coser «faldellinas, abits, camisas y trançats de
olanda» para las muñecas de sus hijas.
65. PIPONNIER,
F., «Les objets de l'enfance», ADH, 1973, p. 69-71.
66. BRUCE ROSS, op. cit., p. 236. Imágenes muy bellas de niños/as jugando y juguetes
en RICHÉ, P. y ALEXANDRE-BIDON, D. L'enfance au Moyen Age, Paris,
Seuil, 1994.
67. AHProvZ,
Inquisición, leg. 19, n° 6, fol. 3-3v.
68. Cita
el levantamiento J. PÉREZ, «Los Reyes Católicos ante los movimientos
antiseñoriales», Violencia y conflictividad en la sociedad de la España
Bajomedieval, Zaragoza, Aragón en la Edad Media, IV Seminario
de Historia Medieval, 1995, pp. 91-99, si bien no incluye el momento
de las bofetadas narrado por Colmenares.
69. «Se
cuidaba de introducir entre la concurrencia a niños muy jóvenes, y en ocasiones
de abofetearlos violentamente durante el momento álgido del ceremonial, con la
intención de que, al vincularse el recuerdo del espectáculo con el recuerdo del
dolor, tardaran más en olvidar lo que había ocurrido ante ellos», DUBY, G.,
«Memorias sin historiador» en El amor en la Edad Media y otros
ensayos, Madrid, Alianza Editorial, 1988, p. 185.
70.
ROCHAIS, A., Las conciencias, Madrid, Personalidad y
Relaciones Humanas, 1984; La persona y su
crecimiento, capítulo 2.
71. La
bibliografía sobre educación en la Edad Media es muy amplia. Un catálogo
clásico de los manuales para la formación de niñas y doncellas fue publicado en
1903 por HENTSCH, A. A., De la littérature didactique du Moyen Age
s'adressant spécialment aux femmes, reeditado en Ginebra en l975. Para
la formación de los varones de los grupos privilegiados. vid. ORME, N., From Childhood to Chivalry. The Education of English
Kings and Aristocracy. 1006-1530, Londres, Methuen, 1984.
72.
AIgunas de las consecuencias personales y sociales de la ruptura de este código
de referencia en GARCÍA HERRERO, M. C., «Matrimonio y libertad en la Baja Edad
Media aragonesa», Aragón en la Edad Media, XII (1995), pp.
267-286, esp. pp. 273-276.
73. Edad
que es más temprana que la establecida por las fuentes para la menarquía, que
suele situarse entre los 13 y 15 años, BULLOUGH, Y. L. y CAMPBELL, C. «Female
Longevity and Diet in the Middle Ages», Speculum, 1980, pp.
317-325; POST, I. B., «Ages atMenarche and Menopause: Some Medieval
Authorities», Population Studies, 25 (1971), pp. 83-87;
AMUNDSEN, D. y DIERS, C. I., «The Age of Menopause in Medieval
Europe», Human Biology, 45 (1973), pp. 605-612
74.
IRADlEL, P., «Familia y función económica de la mujer en actividades no
agrarias», La condición de la mujer en la Edad Media, Madrid,
Casa de Velázquez, 1986, p. 256: «En lo que respecta a la gestión económica, se
puede decir que sólo llegaban a la mayoría de edad cuando quedaban viudas».
75.
GUARDUCCI, P. y OTTANELLI, V ., I servitori della casa borghese toscana
nel Basso Medioevo, Florencia, Salimbeni, 1982; LORA SERRANO, G., «El
servicio doméstico en Córdoba a fines de la Edad Media», III Coloquio
de Historia Medieval Andaluza, Jaén, 1984, pp. 237-246; GARCIA
HERRERO, M. C., «Mozas sirvientas en Zaragoza durante el siglo XV», El
trabajo de las mujeres en la Edad Media Hispana, Madrid, Laya, 1988,
pp. 275-285.
76.
CÓRDOBA DE LA LLAVE, R., El instinto diabólico. Agresiones sexuales en
la Castilla Medieval, Córdoba, Servicio de Publicaciones de la
Universidad, 1994.
77. El
proceso contra Diego Niño, seguido en Zaragoza en 1481, está publicado en Las
mujeres en Zaragoza en el siglo XV, vol. 2, documento 92, p. 269 y ss.
78. Me
parece importante subrayar que según va avanzando el siglo XV, cada vez es más
común que en los contratos de servicio y aprendizaje de los varones aparezcan cláusulas
en los que los padres, o el padre, o la madre exijan al patrón del niño que,
además del oficio, le enseñe letras.
79. Entre
otros ejemplos, AMZ, Libro de Cridas de 1486, fol. 10, se pregona a un mozo de
16 a 18 años que viste una «tabardina pardilla rayda et hun bonet pardillo et
el gipon con mangas bermejas» que se ha ido de su dueño llevándose doscientos
veintiséis florines y medio de oro y joyas. Se ofrece recompensa de cincuenta
florines a los «que sepan o sientan de aquel» y les asegurarán la vida.
80.
SHIPPERGES, H., El jardín de la salud. Medicina en la Edad Media, Barcelona,
Laia, 1987, p. 60; THOMASSET, CI, «La naturaleza de la mujer» en Historia de
las mujeres, dir. por G. Duby y M. Perrot, 2, La Edad Media, bajo
dir. de Ch. Klapisch-Zuber, Madrid, Taurus, 1992, p. 68.
81.
ROCHAIS, A., Las conciencias, p. 3. El tercer tipo de
conciencia, la conciencia profunda, característica de la etapa de sabiduría
psicológica, recibe atención pormenorizada en La persona y su
crecimiento, pp. 116-129.
82. The Bestiary: A
Book of Beasts, edición a cargo de T. H. White, Nueva York, 1965, p.
9.
83. Bestiario
Medieval. edición a cargo de I. Malaxecheverría, Madrid, Siruela,
1986, p. 146.
84.
Ibid., p. 147.
85.
Ibid., Deja allí una doncella con el seno descubierto; el monosceros
percibe su olor, se acerca a la virgen, le besa el pecho y se duerme ante ella,
buscándose así la muerte.
86.
Ibid., p. 149-151.
87.
Ibid., p. 152.
88.
POWER, E., «La moglie del Ménagier: Una donna di casa parigina del XIV secolo», Donna
nel Medioevo, aspetti culturali e di vita quotidiana, Bolonia, Pàtron
Editore, 1986, p. 233: A los hombres de la Edad Media, como de las
restantes épocas, incluida la nuestra, les encantaba escribir libros de buenas
maneras que enseñaran a las mujeres cómo debían comportarse en todas las
situaciones de su vida.
89. Esta
edad la fija EIXIMENIS, F., Lo libre de les dones, Barcelona,
Curial Edicions, 1981, 2 vols., vol. I, p. 37. Según este autor se llama
doncella a la joven que cuenta más de doce años hasta que toma marido. En las
fuentes jurídicas y de aplicación de derecho italianas, la palabra puella sólo
se aplicaba, al menos hasta 1360, hasta los doce años, CROUZET-PAVAN, E., «Una
flor del mal...», p. 220.
90. Pese
a que algunas casadas encontraron medios heroicos para perfeccionarse como
Santa Francesca Romana, casada con Lorenzo de Ponziani, que se derramaba grasa
de cerdo y cera hirviendo sobre sus genitales para no sentir placer durante el
cumplimiento del débito conyugal, PAPA, C., «Tra il dire e il fare»: Búsqueda
de identidad y vida cotidiana», Religiosidad femenina: Expectativas y
realidades (ss. VIII-XVIII), A. Muñoz y M. M. Graña, eds., Madrid,
Laya, 1991, pp. 73-91, p. 85.
91.
CASAGRANDE, C., «La mujer custodiada» en Historia de las mujeres, p.
104.
92. El
ideal de la doncella virtuosa, rematado en la Baja Edad Media, puede
contemplarse ya en los autores anteriores, vid. por ejemplo, Prediche
alle donne del secolo XIII. Testi di Umberto da Romans, Gilberto da Tourna,
Stefano di Borbone, a cura di C. Casagrande, Milano, Bompiani, 1978.
93. En la
clasificación de mujeres que realiza Francisco de Barberino (m. 1348), pese a
ser más articulada y realista que la de autores anteriores, se excluyen
intencionadamente las prostitutas y se espera poco de las de condición humilde
que ejercen un trabajo remunerado como barberas, horneras, fruteras, tejedoras,
molineras, posaderas, etc., CASAGRANDE, C., «La mujer custodiada», p. 97.
94.
RIVERA GARRETAS, M. M., Textos y espacios de mujeres. Europa, siglo
IV-XV, Barcelona, Icaria, 1990, cap. III «Egeria: el viaje».
95. Cada
vez está mereciendo una atención mayor la cosmética como elemento de la cultura
femenina, no en vano Eximenis, entre otros, culpa a las madres en gran medida
del pecado de vanidad de sus hijas, pues prestan su consejo y su experiencia
propia para que las jóvenes aprendan a maquillarse y cambiar su aspecto, Lo
libre de les dones, pp. 39-50. En la medida en la que crece el interés
por este aspecto cultural, van publicándose fuentes, vid. Flor del
tesoro de la belleza. Tratado de muchas medicinas o curiosidades de las
mujeres. Barcelona, J. J. de Olañeta Editor, 1981; Manual
de mugeres en el qual se contienen muchas y diversas reçeutas muy buenas; ed.
a cargo de A. Martínez Crespo, Salamanca, Ediciones Universidad, 1995.
96.
Sobre las mujeres y el uso de la palabra se han escrito páginas
extraordinarias, vid. el capítulo de REGNIER-BOHLER, D., «Voces literarias,
voces místicas», en la citada Historia de las mujeres, pp.473-543
y los trabajos de RIVERA GARRET AS, M. M., Textos y espacios de mujeres
y Nombrar el mundo en femenino, Barcelona, Icaria, 1994, que, además
ofrecen una amplia bibliografía.
97. Sobre
la risa femenina, RIVERA GARRET AS, M. M., Textos y espacios de mujeres, cap.
VI «Hrotsvitha de Gandersheim: La sonrisa, la risa y la carcajada». Vid. el
factor de incoherencia que introduce una broma transgresora en el modelo
femenino en GARCIA HERRERO, M. C., «Una burla y un prodigio. El proceso contra
la Morellana (Zaragoza, 1462)», Aragón en la Edad Media, XIII (1997)
-en prensa-. La sonrisa en la mujer es un tema recurrente y de larga duración
que se rastrea bien desde autores del siglo VI como Leandro de Sevilla o
Procopio hasta los consultorios femeninos de los años cincuenta, MARTIN GAITE,
C., Usos amorosos de la postguerra española, Barcelona,
Anagrama, 1987.
98.
Iconográficamente tanto las doncellas como las prostitutas fueron representadas
con largas melenas, pero, de todos modos, la cabellera de la jovencita
no era lo mismo que la de la prostituta. La primera la llevaba cuidadosamente
dispuesta, anudada, trenzada o ceñida por una diadema; en cambio, la segunda,
que al igual que hacía «locuras con su cuerpo», las hacía con su pelo, lo
llevaba flotando, desordenado, desmelenado. En las imágenes, no cabe la menor
confusión, PASTOUREAU, M., «Los emblemas de la juventud. Atributos y
formas de representación de los jóvenes en la imagen medieval», Historia
de los jóvenes. I. De la Antigüedad a la Edad Moderna, bajo dir. de G.
Levi y J. C. Schmitt, Madrid, Taurus, 1996, pp. 279- 301, p. 294. No aborda
estos aspectos BORNAY, E., La cabellera femenina, Madrid,
Cátedra, 1994.
99.
Procopio de Cesarea subraya el modo impúdico y procaz en el que se reía
Teodora, PROCOPIUS, The Secret History, trad. de G. A.
Williamson, London, Penguin Books, 1966, cap. IX y X.
100. Sin
embargo muchas de las santas y beatas, como la citada Francesca Romana, se
caracterizaron por lo excesivo de su caridad. En este sentido resulta
impresionante el modelo caritativo, libre y sometido sólo a Cristo, sin
mediación masculina, que presenta Mari García de Toledo, una joven aristócrata
toledana del siglo XIV , RIVERA GARRETAS, M. M., Nombrar el mundo en
femenino, pp. 23-24. Para conocer mejor a esta mujer, MUÑOZ FERNANDEZ,
A., Beatas y santas neocastellanas: ambivalencias de
la religión y políticas correctoras del poder ( ss.
XIV-XVI), Madrid, Instituto de Investigaciones Feministas, 1994, pp.
108-117
101.
MARÍN, M. C., «La mujer y los libros de caballerías. Notas para el estudio de
la recepción del género caballeresco entre el público femenino», Revista
de Literatura Medieval, III (1991), pp. 129-148.
102.
CASAGRANDE, C., «La mujer custodiada», pp. 121-123. Los varones desconfiaban de
los corros de hilanderas y costureras, SCHINDLER, N., «Los guardianes del
desorden. Rituales de la cultura juvenil en los albores de la era
moderna», Historia de los jóvenes, pp. 303-363, p. 324.
103.
EIXIMENIS, op. cit., pp. 33-34.
104. El
cuadro cuya descripción seguimos se encuentra en el Museo del Pueblo Español de
Barcelona y fue objeto de un estudio de LLOMPART, G., «La Donzella
Virtuosa», Actas del IIl Congreso de Artes y Tradiciones
Populares, Palma de Mallorca, 1975.
105.Así,
por ejemplo, los oficiales y prohombres del concejo de Daroca asumen entre sus
tareas el que incitemos e indugamos las fembras a pudicia e castidat,
la qual es plazible a Nuestro Sennor Dios. Archivo Municipal de
Darocas, Libro de las Ordinaciones, fols. 21 v-22.
106. PASTOUREAU,
M., «Los emblemas de la juventud. Atributos y formas de representación de los
jóvenes en la imagen medieva!», Historia de los jóvenes, pp.
281 Y ss.
107. El
manuscrito tiene el n° 264 de la Bodleian Library (Oxford), una reproducción en
la citada obra de SCHMITT, J. C., Historia de la superstición, pp.
78-79.
108.SCHMITT, J. c., op. cit., p. 81 Y PASTOUREAU, M., op.
cit., figs. 13-15.
109.HEERS,
J., Carnavales y Fiestas de Locos, Barcelona, Península, 1988.
110.Entendida
como asociación de los mancebos o varones solteros.
111. MATEO
ROYO, J. A., «Agrupaciones de la juventud y conmemoraciones festivas: el Real
de Anento (1583), El Ruejo. Revista de Estudios Históricos y Sociales, 2
(1996), pp. 131-144, p. 142.
112. La
bibliografía sobre esta fiesta es abundantísima, por lo que remito sólo a dos
clásicos, el citado de BAJTlN, La cultura popular en la Edad Media y en
el Renacimiento, Madrid, Alianza, 1987 y CARO BAROJA, El
carnaval, Madrid, Taurus, 1984 (la ed. 1965).
113.SCHINDLER,
N., «Los guardianes del desorden ... », p. 345.
114.Ibid.,
p. 322.
115.Una
manifestación cada vez más estudiada y mejor conocida, vid., entre otros
trabajos, ZEMON DAVIS, N., «The Reason of Misrule. Youth
Groups and Charivaris in Sixteenth-Century France», Past and
Present, 50 (1971), pp. 41-75; THOMPSON, E. P., «Rough Music: Le
Charivari anglais», Annales ESC, XXVII (1972), pp. 285-312; GAUVARD, C. y
GOKALP, A., «Les conduites de bruit et leur signification a la fin du Moyen
Age: le Charivari», Annales ESC, XXIX (1974), pp. 639-704; Le
Cahrivari, J. Le Goff y J. C. Schmitt, eds., París-Nueva York-La Haya,
Mouton-EHSS, 1981.
1\6. La
imagen es muy popular y se encuentra en múltiples libros. Una de las
reproducciones de mayor calidad en DUBY, G., Europa en la Edad Media.
Arte románico, arte gótico, Barcelona, Blume, 1981, p.239.
117.El
nombre del protagonista, que tiene cabeza de caballo, es el resultado de la
unión de las primeras letras de las palabras que en francés designan los vicios
de jactancia, avaricia, vileza, vanidad, envidia y lasitud (Flatterie,
Avarice, Vilenie, Vanité, Envie, Lácheté), SCHMITT, Historia
de la superstición, p. 161.
118.El
caso mejor conocido es el de Dijon, vid. ROSSIAUD, J., La prostitución
en el Medievo, Barcelona, Ariel, 1986.
119.CROUZET-PAVAN, op. cit., p. 233.
120.Ibid.,
p. 234.
121. En
el artículo de CROUZET-PAVAN se analiza el paralelismo entre ambos grupos que
constituían, según los sermones bajomedievales, un serio obstáculo para la paz
y salvación de la sociedad cristiana.
122. El
documento está publicado en el Apéndice del artículo citado de MATEO ROYO.
http://www.vallenajerilla.com/berceo/garciaherrero/infanciajuventud.htm
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