Las «Bernardas» de Jaén:
fundación y vida religiosa de las
Monjas Clarisas
a través de sus Constituciones
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Puerta principal y puerta
del Ángel.
INTRODUCCION
«Constituciones que se han de guardar en el
Monasterio que dotó y edificó de monjas Descalzas de la Concepción Francisca,
de la primera Regla de Santa Clara en la ciudad de Jaén en el año de 1618 el
Doctor D. Melchor de Vera1 obispo de Troya, de el Consejo de su Magestad,
calificador de el Supremo de la General Inquisición, Visitador General en el
Arzobispado de Toledo por su Alteza el serenisimo Señor Cardenal Infante de
España, Administrador perpetuo de el dicho Arzobispado, D. Fernando, y
sufraganeo» 2 .
Así
comienza el texto de las Constituciones por las que se rigieron, desde su
fundación, a principios del siglo XVII, las popularmente conocidas en Jaén como
bernardas. En este trabajo se estudiarán las motivaciones que tuvo su fundador
para acometer tamaña empresa y algunos aspectos significativos de la vida del
convento: sufragios y misas, fiestas, entierros, patronos y electores de las
aspirantes a religiosas, vicario y capellán del convento, etc. De los ámbitos
económico y sociológico se ocupan otros miembros del equipo 3 .
MOTIVOS DE LA
FUNDACION
La
persona de Melchor de Soria es inseparable del convento jiennense en el que
volcó tanta ilusión y esfuerzo. Sin duda, desde el momento en que fue promovido
como obispo auxiliar de Toledo hubo de pensar muchas veces qué podría hacer en
beneficio de su ciudad natal a la que dio múltiples pruebas de cariño. Ausente
de su ciudad natal por las obligaciones del episcopado, jamás se olvidó de
ella. Todo lo contrario: reflexionó mucho sobre cómo enriquecerla
espiritualmente del modo más eficaz posible.
Desde
su consagración en 1602 hasta 1618, en que consiguió la cesión de los terrenos
para la edificación del futuro monasterio, transcurren más de quince años. Por
ello es lógico suponer que mucho antes de esta fecha abrigó una iniciativa que
probablemente comenzó a rondarle cuando dejó la Parroquia de San Ildefonso 4 ,
o al menos muy poco tiempo después de cesar en este cargo pastoral. La cuestión
es que Melchor de Soria quiso demostrar con este gesto su amor por la ciudad de
Jaén en la que transcurrieron, aparte de su infancia y adolescencia, los
mejores años pastorales de su vida al frente de tres parroquias. Pero,
analicemos ahora, con sus propias palabras, las razones de su proyecto.
Al
principio de las Constituciones dice
lo siguiente: «Ha puesto en nuestro
corazón (se entiende que se trata del mismo Dios) un continuo deseo de volver a
su Magestad los bienes temporales que de su larga mano hemos recibido, así
heredados como adquiridos. Y considerando que el bien que se hace a los pobres
lo toma nuestro Salvador a su cuenta y lo da por recibido en su persona…»
La
extracción social de nuestro personaje parece que no era demasiado encumbrada,
pero la realidad es que a lo largo de su vida Melchor reunió una considerable
fortuna, que nunca pensó fuese suya, sino que se le había concedido para que la
administrase, y ¿qué mejor forma de hacerlo que devolviéndola al Dios que se la
había concedido? ¿Cómo? Remediando en la medida de lo posible la pobreza,
porque «Jesucristo se ve reflejado en los pobres». Parece que aquella frase del
Evangelio en la que Jesús señala que «cualquier cosa que hagáis por mis
hermanos los más pobres por mí la hacéis», fue la brújula de su actuación
fundacional.
En
las Constituciones están, pues, muy
claras las intenciones del obispo Soria. Ante todo, pretendió fundar un
convento «para mujeres pobres, naturales
de Jaén»5. Este fue su objetivo primordial, aunque no pensara desde el
principio en monjas de Santa Clara. Creo que subyacen en el planteamiento de
este propósito dos cuestiones que intentaré aclarar a continuación: el título
del convento, por un lado; y por otra parte, la denominación popular que
subsiste hasta el día de hoy, por lo cual las religiosas son llamadas
«Bernardas», y el propio convento es vulgarmente conocido bajo esta
denominación, bastante ajena a la realidad, ya que sus moradoras no son monjas
bernardas o cistercienses. ¿Cómo se originó, entonces, este equívoco?
Si
tenemos en cuenta un dato biográfico, en apariencia irrelevante, quizás
obtendremos alguna luz sobre las intenciones fundacionales de Melchor de Soria.
Consagrado obispo el año 1602, en Toledo, el cardenal Sandoval lo designó
enseguida, es decir, el 22 de febrero de 1605, «visitador de monjas» de la
ciudad imperial. Puso en el desempeño de este cargo todo el celo pastoral que
solía desplegar en cuantos servicios y misiones se le confiaban 6 . Tuvo así
ocasión de conocer muy de cerca la vida contemplativa de las claustrales, y
nada sorprende que pensara en alguna fundación para su tierra natal de Jaén, a
la que tenía tan íntimamente presente.
Por
otra parte, el que había de sobresalir como famoso Monasterio de San Bernardo
de Alcalá de Henares fue fundado por el arzobispo Bernardo de Sandoval y Rojas
en su testamento, otorgado en la villa de Madrid el 4 de junio de 1618. Pero
cinco meses más tarde, el 7 de diciembre, fallecería el cardenal sin ver
cumplido su objetivo. Aunque el propio fundador no viera establecida la
comunidad cisterciense en el monasterio ideado por él, éste será uno de los más
destacados conventos de monjas cistercienses de toda la península, y dejó
expresada su voluntad en las Constituciones que dio a las religiosas propias de
la espiritualidad benedictina.
Dispuesto
Melchor de Soria a hacer una fundación monástica en su ciudad de Jaén, no
resulta extraño que pensara inicialmente en la Orden de San Bernardo, pues la
realidad es que se quedó hondamente impresionado del convento cisterciense de Alcalá
de Henares, en cuyo origen y etapa conclusiva tuvo ciertamente notable
intervención como obispo auxiliar y amigo del Cardenal Sandoval. Su propósito
fundacional –ya lo dijimos– era firme: «para
honra y gloria de Dios nuestro Señor y servicio suyo, y amparo de mujeres
honradas y pobres que viviesen en perpetua religión».
En
Jaén se acogió con alegría la noticia de la próxima edificación de un nuevo
monasterio femenino de la Orden de San Bernardo, muy apreciada y querida de sus
paisanos. Apenas comenzaron las primeras gestiones preparatorias, la opinión
pública, expectante ante el proyecto, convino en llamar a la calle frontera con
el lugar del futuro convento «Calle de las Bernardas». Las futuras monjas del
monasterio, se decía comúnmente que pertenecerían a la Orden y Regla de San
Bernardo de Claraval. No debe descartarse, por tanto, que la primera intención
de Melchor de Soria se dirigiera a una fundación en Jaén de religiosas
bernardas, a imitación del Convento cisterciense de Alcalá de Henares.
¿Qué
hizo cambiar de opinión al obispo Soria? Porque, sin duda, tuvo razones para
modificar su decisión, bastante firme según todos los indicios. Pues bien, él
tenía un propósito: reproducir en Jaén el estilo de vida que había en el
monasterio complutense bajo la dirección de sor Jerónima de Cristo, a quien
Melchor de Soria insta «lo indecible para llevarla a fundar un monasterio
cisterciense –es decir, de monjas “bernardas”– en Jaén, como afirma el
historiador de la Orden, padre Yánez Neira» 7 .
Hubo,
pues, un cambio de actitud que exige alguna explicación. Los escasos datos
biográficos que constan sobre el obispo de Troya aluden a una visión tenida por
D. Melchor: se le habría aparecido Santa Clara invitándole a hacer en Jaén una
fundación de clarisas. Es evidente que esta visión pudo ser decisiva cuando
modificó casi súbitamente su primer propósito de fundar monjas bernardas.
A
partir de ese momento parece que se dedicó a pensar en la segunda Orden
Franciscana, pero debieron existir además otros motivos que contribuyeron a la
nueva decisión: el obispo auxiliar de Toledo era hermano terciario de la Orden
de San Francisco, y tenía también una hermana profesa en el Convento de Santa
Clara de la ciudad de Jaén. Todas estas circunstancias se conjugaron de manera
decisiva para inclinar su voluntad en favor de las monjas clarisas. Además, el
obispo había intentado –pero no conseguido– el traslado de sor Jerónima de
Cristo desde su monasterio cisterciense de Toledo al que iba a empezar en Jaén.
De manera que, sopesando todas las razones aducidas, la fundación se concretó
finalmente en un convento de monjas de Santa Clara. Hacia este objetivo
dirigirá en adelante todas sus energías, invirtiendo en el proyecto sus
recursos económicos hasta quedar reducido a la más completa pobreza
Es
preciso no infravalorar el hecho de que iniciar un monasterio sin contar con la
experiencia de religiosas de otro similar, también influiría decisivamente en
el ánimo de Melchor de Soria a la hora de elegir otro tipo de fundación, puesto
que en la bibliografía consultada nos hemos encontrado siempre esta
preocupación, a saber, que las nuevas fundaciones contaran, al menos al
principio, con la ayuda inestimable de religiosas de probada experiencia. Así,
por ejemplo, en el caso del Monasterio de la Purísima Concepción de Salamanca 8
los fundadores echan mano del Convento de Clarisas Descalzas de Gandía,
pidiendo al ministro general de la Orden franciscana que les provea de monjas
fundadoras, como sucede efectivamente. Nuestro protagonista, que no lo consigue
para el proyecto inicial, una vez decidido el cambio, también solicitará, a
religiosas ya profesas en el Monasterio de Santa Clara de Jaén, que pasen a su
nueva fundación, como se verá después.
A
tenor de lo dicho, se explica el equívoco de la denominación dada por el
pueblo, cuyas actitudes son difíciles de modificar cuando echan raíces en la
opinión pública de los ciudadanos. Porque si al conocer las gentes del barrio
que venían a fundar en su demarcación no monjas de San Bernardo, sino monjas de
San Francisco, lo lógico hubiera sido cambiar el primer nombre. Pero el pueblo
lo había acuñado ya con cariño, y el título inicial prevaleció sobre la
realidad de los hechos. Así continuó hasta el extremo de que todos los
jiennenses para referirse a este monasterio de clarisas emplean hoy
unánimemente la expresión «Convento de las Bernardas».
Y
mientras el cardenal de Toledo hace su fundación «a honra y gloria de Dios nuestro Señor, y de su gloriosa Madre la
Virgen Santa María Señora nuestra», Melchor de Vera erige el nuevo convento
jiennense para «monjas descalzas de la
Concepción Francisca», es decir, para gloria y honra de Dios y de la Virgen
María, en su privilegio inmaculista del cual era tan devoto el prelado
jiennense. Observemos que ambos fundadores coinciden en muchas cuestiones, pero
sobre todo en su devoción a la Virgen, y no sólo en la dedicación de sus
respectivos conventos, sino también cuando, por ejemplo, se habla de la
celebración principal del monasterio: «La
fiesta principal (será la) de la limpia Concepción de nuestra Señora, en su
día, vocación honorífica de la dicha Iglesia y Monasterio» 9 . Y es que el
pueblo cristiano, de forma espontánea, veneraba a María como «Pura y Limpia y
Llena de Gracia» desde el primer momento de su existencia. Más tarde, el Papa
Pío IX, con autoridad dogmática, proclamaría solemnemente la doctrina de la
Inmaculada Concepción de María, por singular privilegio y en virtud de los
méritos redentores de su Hijo Jesucristo.
La
historia de la devoción a la Inmaculada Concepción de María es una historia de
fe inamovible, muy vinculada, por otra parte, a Andalucía. Las tallas de
Martínez Montañés, Alonso Cano, Pedro de Mena, Luis Roldán, Alonso Martínez o
Pedro Duque de Cornejo, y las pinturas de El Greco, Cristóbal Gómez, Pedro
Villegas Marmolejo, Francisco Pacheco, Juan de Roelas, Murillo y Zurbarán,
entre otros muchos, son la mejor muestra de la fe inmaculista del pueblo.
PRIMEROS
PASOS DE LA FUNDACIÓN
Vacante
la sede episcopal jiennense, no fueron fáciles los trámites fundacionales.
Obtenida, por fin, la licencia el 20 de agosto de 1618, tanto por parte del
cabildo catedralicio como del municipal, se acometió la empresa. El lugar
cedido para su propósito comprendía el terreno entre la muralla exterior de la
Puerta Nueva, más tarde Puerta del Ángel, y el Portillo de San Jerónimo. La
crónica es bien precisa: «Les señalo sitio a los muros; desde la Puerta Nueva
que sale a la Alameda hasta el postigo del Sr. San Jerónimo en noventa y cuatro
varas de largo, sesenta de ancho, en 27 de agosto de 1618 para que en él se
edificase y fundase Monasterio de Religiosas» 10. Se ofreció también el
abastecimiento de aguas para el Monasterio, de los raudales del Alamillo y de
Santa María.
Muy
poco después fue nombrado nuevo prelado de la Diócesis Baltasar de Moscoso y
Sandoval, cardenal de la Santa Cruz de Jerusalén, el cual no sólo aprobó las
obras iniciadas en septiembre de 1618, sino que las alentó para que finalizaran
cuanto antes. Concluyó la construcción en 1626, después de muchas dificultades.
La edificación del proyecto había durado ocho años, breve tiempo gracias al
empeño de su fundador, quien siguió el ritmo de las obras con gran interés y
toda la dedicación que le permitían sus ocupaciones pastorales, sin regatear
ningún esfuerzo material para poder culminarlas con prontitud.
A
los pocos días de la terminación de las obras –exactamente el 6 de enero de
1627, fiesta de la Epifanía– tuvo lugar la inauguración del monasterio. Las
Actas Capitulares de los Cabildos Catedralicio y Municipal 11 narran con todo
detalle los actos litúrgicos celebrados solemnemente en este día, Pascua de los
Reyes Magos. Empezaron éstos con la misa rezada del fundador en el oratorio, y
comulgaron las primeras religiosas. Más tarde vino al convento el cardenal
Sandoval, que entró en la clausura acompañado del fundador y otras
personalidades. Después de exhortar a la comunidad y desearles santa vida
conventual, celebró misa.
Después
«puso de su mano el Santísimo Sacramento en un rico vaso que había bendecido el
Sr. obispo fundador y le encerró en un sagrario que estaba encima del altar, y
su llave mandó al Sr. fundador» 12. Al finalizar esta ceremonia, predicó fray
Lorenzo, guardián del convento capuchino situado en la ermita cercana de Santa
Quiteria, que antes fue convento de frailes isidros y posteriormente de
jerónimos. Asistieron numerosas autoridades eclesiásticas y civiles de la
ciudad jiennense. Afirma el cronista franciscano Alonso Torres 13 que la
inauguración se llevó a cabo «con la mayor grandeza, asistencia y regocijo de
los ciudadanos que jamás se vio».
Melchor
de Soria se ocupó personalmente de ultimar todo lo relativo a la clausura,
torno, puerta reglar, confesionario, comulgatorio y campana. Y así, el 5 de
enero de 1627, entraban en el nuevo monasterio las MM. Isabel de San José y
María del Espíritu Santo, quienes pueden considerarse en sentido estricto las
dos primeras religiosas con las que se ponía en marcha la fundación. Fueron
recibidas por el fundador «con notable concurso de toda la ciudad» 14.
Procedían ambas del Convento de Clarisas de Santa Ana extramuros de la ciudad,
donde la primera ostentaba el cargo de abadesa, quedando nombrada superiora del
nuevo Monasterio de la Concepción Francisca.
La
otra religiosa fue nombrada vicaria y portera. En este mismo día se unió a la
incipiente comunidad Isabel-Ana Vera, sobrina de D. Melchor, quien al día
siguiente, 7 de enero, tomaría el hábito con el nombre de Isabel-Ana de la
Concepción. El 9 de enero, ante diversas personalidades asistentes, y ante la
comunidad originaria constituida por la abadesa, vicaria y primera novicia, el
fundador aprobó y ratificó, dentro de la clausura, la primera donación y
escrituras otorgadas en favor del nuevo convento. Eran necesarias estas
primeras ayudas porque Melchor de Soria invirtió en las obras –que se
prolongaron durante casi veinte años– todo su patrimonio hasta quedar reducido
a la más absoluta pobreza, como ya se ha señalado.
Muy
pronto, la pequeña comunidad se vería incrementada con la presencia de la M.
Francisca de Santa Clara, profesa en el Convento de Santa Clara, donde había
sido abadesa durante seis años. Era hermana del fundador 15, y deseó colaborar
con la congregación naciente. El general de la Orden autorizó este traslado,
ordenando al provincial de Granada que diese licencia por escrito, tal como la
ciudad de Jaén y su propio convento de origen habían solicitado. Accedió a los
ruegos de la interesada, siendo recibida el 30 de enero de 1627 por el cardenal
Moscoso y Sandoval, obispo de Jaén y superior del nuevo convento, en presencia
de muchos familiares y fieles. Ingresó con el título de abadesa por el tiempo
que determinara el cardenal, prelado diocesano. De hecho desempeñó el cargo
hasta su muerte, ocurrida el 16 de octubre de 1639, es decir, casi doce años.
No
todo lo referente al nuevo Convento quedó totalmente terminado con la solemne
inauguración y admisión de la pequeña comunidad. Quedaban pendientes numerosos
detalles en la iglesia y en la fábrica. Los trabajos complementarios se
continuaron con enormes sacrificios. Se expresa así la Crónica: «La obra que
restaba por hacer en la iglesia y en el convento se ha ido continuando con
mucho cuidado y gasto, y se continúa por el grande (cuidado) que en ello ha
puesto el Sr. obispo de Troya su fundador y las otras Sras. religiosas que con
mucho trabajo e incomodidad suya, y no faltando a su oficio, decoro en el dicho
oratorio y frecuencia de Sacramento, la van perfeccionando»16.
El
cardenal Moscoso fue uno de los que más ayudó, por ejemplo, con la donación de
la Ermita y Casa de Santa Quiteria, antigua residencia de frailes isidros, y
después de jerónimos, como se ha señalado más arriba. Estos últimos la dejaron
en manos de Sancho Dávila y Tello, obispo por aquel tiempo de Jaén, y de sus sucesores.
Entonces se les confió por el Obispado a los capuchinos, quienes la tuvieron
por poco tiempo, ya que se trasladaron a la ermita cercana de Ntra. Sra. de la
Cabeza. La donación al nuevo Monasterio de la Concepción Franciscana incluía
todos los bienes anejos a la Ermita y Casa de Santa Quiteria con las cargas de
misas y fiestas pertenecientes 17.
Se
otorgó escritura de esta donación el 23 de febrero de 1628 ante el escribano
público de la ciudad Juan de Morales 18. Y el 12 de abril del mismo año el convento
aceptaba dicha donación. Se sucedieron después otras donaciones y rentas. El
cardenal Sandoval mandó dar al nuevo convento cuatrocientos ducados «para
aumento de los dichos bienes y anejos de la casa y Ermita de Sta. Quiteria y
mejor cumplimiento de sus memorias y obligaciones con que los había unido, y
por el menoscabo que podía tener al tiempo que dejaron esta casa los PP.
capuchinos» 19. Como contrapartida, la abadesa y religiosas se obligaron el 7
de julio de 1628 ante el escribano público, Juan de Bella, «a tener siempre por
su único Fundador y Señoría o Patrón perpetuo al dicho Sr. Obispo de Troya, y
no consentir poner otras armas que las de su Señoría en él, ni que sepultara
otro cuerpo en la Capilla Mayor de su Iglesia, salvo el de su Señoría o con su
licencia»20.
Juntamente
con las ayudas y dotaciones, el convento comenzó a desarrollar una intensa vida
monástica de conformidad con la Regla profesada. Mucho se interesaron también
los patronos electores: el cardenal Sandoval y el propio Ayuntamiento de la
ciudad, que el 6 de septiembre de 1628 aceptó para sí y para sus sucesores
idéntico patronato21.
Se
fueron perfeccionando sucesivamente varias dependencias del monasterio, como
los claustros bajo y alto, el coro, el cuerpo de la iglesia con su fachada y
portada. Se ultimaron, sobre todo, el altar y el sagrario. El 15 de marzo de
1629 el fundador bendijo la iglesia del convento, así como el coro bajo que
linda con la huerta, frente a la capilla mayor, donde quedó situado el
comulgatorio.
Mientras
vivió el fundador, la iglesia conventual fue el lugar preferido para la
celebración de fiestas, confirmaciones, ordenaciones, consagración de aras y
cálices. En los años comprendidos entre 1632 y 1639 el obispo Soria se desplazó
desde Toledo a Jaén ocho veces, y dada la avanzada edad del cardenal-obispo de
Jaén, ausente con frecuencia en Roma, se vio obligado a atender algunas
necesidades pastorales, no sólo en la ciudad del Santo Reino, sino en distintos
pueblos de la Diócesis jiennense, donde dejó siempre el recuerdo de sus
virtudes.
Preocupado
en todo momento por su fundación, hizo todavía el 20 de febrero de 1641
donaciones a la fábrica y sacristía. Precisamente este mismo año, previo
acuerdo entre el cardenal-obispo de Jaén y el fundador, se ejecutaron distintas
obras y reformas importantes que dieron al interior del monasterio su actual
configuración «haciendo número de celdas en lo alto de ello y en el pedazo de
claustro que se aumentó en el patio que allí estaba con que quedó cuadrado y
perfecto» 22.
El
29 de septiembre de 1643 murió Melchor de Soria y Vera, y al día siguiente fue
sepultado en la iglesia del Convento de las Benedictinas de San Pedro en
Toledo. Allí quedaron depositados provisionalmente sus restos hasta su traslado
definitivo a Jaén, donde él había dispuesto 23 que estuviese su última morada,
en la bóveda del altar mayor de la iglesia de su fundación: «Y nadie se ha de enterrar en la Capilla
Mayor de la dicha Iglesia, porque el entierro de ella queda reservado para nos
y para la persona o personas que nos pareciere y las dexaremos nombradas…»,
como, por ejemplo, su hermano, Pedro de Vera. A los ocho meses de su muerte, el
29 de mayo de 1644, se instruyó el expediente de traslado del cadáver desde la
Iglesia de las Religiosas Benitas de Toledo al Convento de Franciscanas
Descalzas de Jaén.
El
día 22 de junio del año 1644, la comunidad de franciscanas descalzas de Jaén
recibían en el convento el cadáver de su fundador. Depositado en un nicho
preparado al efecto en el altar mayor de la iglesia, sus restos mortales fueron
exhumados doscientos ochenta años más tarde en presencia del obispo diocesano
D. Salvador Castellote (1902-1906), y colocados definitivamente en un nicho del
coro bajo el 8 de septiembre del año 1924.
LA REGLA PROFESADA POR LAS BERNARDAS DE JAÉN
El
título completo del convento es «Monasterio
de la Inmaculada Concepción de Franciscanas Descalzas». En esta
denominación se encierran los cuatro elementos esenciales para definir la
idiosincrasia de esta fundación: a) convento de vida contemplativa con clausura
monástica; b) patronazgo mariano de signo inmaculista; c) franciscanas, es
decir, profesión de la Regla de Santa Clara; d) descalzas: modalidad específica
o peculiar dentro de la Orden, que afecta secundariamente a la profesión.
Uno
de los historiadores de las clarisas, Ignacio Omaechevarría 24, afirma que la
familia franciscana no estaría completa sin la Orden de Santa Clara, y sin la
Orden Tercera. Son tres brotes de la misma raíz o tronco común. Las clarisas
representan de modo especial la modalidad contemplativa del franciscanismo.
Aparecen en la historia de la vida religiosa medieval durante una etapa de
crisis, principios del siglo XIII. La fundadora, Clara de Asís –Clara de
Favarone–, inició su andadura evangélica en la Porciúncula la noche del 18 al
19 de marzo de 1212.
Esta
fecha, como señala Molina Prieto25, debe fijarse cuatro meses antes de la
victoria cristiana de las Navas de Tolosa, ocurrida en tierras jiennenses de la
actual La Carolina, que tanto influyó en la vocación misionera de San
Francisco. Aquella noche memorable renuncia Clara a todo para consagrarse
únicamente a Jesucristo, tras las huellas de Francisco. Participa de su
espíritu, recibe su carisma y se halla plenamente dispuesta a vivirlo de modo especial.
Surge así la modalidad contemplativa del franciscanismo, característica de la
Segunda Orden. Le siguen inmediatamente varias jóvenes de Asís, naciendo de
esta forma la primera Comunidad Damianita,
llamada así por la Iglesia de San Damián, donde se inicia su experiencia
religiosa, conducidas por Francisco.
El
año 1215 se celebra el Concilio Lateranense IV, cuyo canon 13 obliga a Santa
Clara –que todavía no tiene Regla propia aprobada– a acogerse a la Regla de San
Benito. Y a instancias de San Francisco acepta el régimen del monasterio con el
título de abadesa. Comienzan de esta forma las vicisitudes, que afectarán en el
curso de los siglos a la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara. Por
supuesto, el carisma permanece inalterable, aunque la legislación canónica a la
que se vio sometida Clara de Asís por parte de la jerarquía eclesiástica no
fuera exactamente la que ella pretendió.
El
9 de agosto de 1253 aprobará Inocencio IV la Regla de Santa Clara, que muere
dos días después. Sin embargo, finalmente Santa Clara de Asís hizo triunfar su
carisma centrado en el modo heroico de vivir la pobreza evangélica, y expiró
con la Regla escrita por ella, aprobada ya por el Papa. Esta es la genuina
Regla de Santa Clara o Primera Regla. Diez años más tarde, el 18 de octubre de
1263, el Pontífice Urbano IV (1261-1264) aprobó otra Regla para las Clarisas,
que, además de ratificar el nombre de la Orden, unificaba diversas inmunidades,
libertades, privilegios e indulgencias concedidas hasta entonces por la sede apostólica
a la Santa Fundadora: «Se nos ha suplicado humildemente –exponía el Papa Urbano
IV– que (...) os diéramos ciertas formas de vida para quitar todo escrúpulo de
vuestras conciencias.» En esta Regla de Urbano IV, denominada vulgarmente Regla
Segunda, se determina que en adelante se llame de modo unánime e invariable
Orden de Santa Clara, y tal «título y nombre determinado» será común u
obligatorio para todos los monasterios de Damas Pobres o Hijas de Santa Clara.
Aunque a partir de entonces estos monasterios fueron llamados «urbanistas» por
atenerse a la Regla de Urbano IV, es obvio que se trataba de la única Regla de
Santa Clara, sancionada por la sede apostólica y mandada observar perpetuamente
en cada uno de los monasterios de la Orden, sin atenerse en lo sucesivo a otras
Reglas diversas antes autorizadas.
El
obispo de Troya, sin embargo, prefiere para su fundación de Clarisas en Jaén
las Constituciones de Santa Coleta. ¿Se trataba de una nueva Regla para monjas
de Santa Clara? La respuesta es, obviamente, negativa, ya que la fundación era
de monjas clarisas y éstas, por exigencias irrenunciables de su fidelidad e
identidad monástica, habían de profesar necesariamente la Regla de su
fundadora. Es oportuno puntualizar los hechos a primera vista algo enrevesados.
Dos
años después de inaugurarse el nuevo monasterio de Jaén, Melchor de Soria, su
obispo fundador, se presenta en él el 13 de marzo de 1629 acompañado de las MM.
Mariana de Jesús y Francisca de Jesús, «monjas descalzas de Valdemoro, cerca de
Madrid». Así consta textualmente en el Libro
de Memorias, donde se recoge esta importante aclaración: «dichas Señoras
Descalzas venían a Jaén desde su convento madrileño para continuar la fundación
de éste según la dicha Primera Regla y
Constituciones de la noble Señora y Madre Sor Coleta Bolens, Reformadora de
dicha Religión» 26.
Y
es que Melchor de Soria quería para su nuevo Convento de Monjas Clarisas que
éstas profesaran la Primera Regla preparada y redactada personalmente por Santa
Clara, pero en la profesión de estas Reglas que responden plenamente al
espíritu y carisma genuino de la Santa fundadora, el obispo de Troya añadió las
Constituciones de la Santa francesa.
Nicolette
Boylet, nacida en Corbie, Picardia (Francia), el 13 de enero de 1381, decidió
en 1402 hacer vida de «reclusa» en la iglesia de su pueblo natal. Sintiéndose
llamada a reformar las Órdenes de San Francisco y Santa Clara, que habían
padecido a lo largo del siglo XIV una intensa crisis de decadencia y mitigación
de la Regla, solicitó la dispensa de «reclusión perpetua» y obtuvo la licencia
del Papa aragonés Benedicto XIII, residente entonces en Niza, para emprender su
reforma. Fue incorporada a la Orden de Santa Clara con el cargo de abadesa y
facultades para fundar un nuevo monasterio, del que pudieran formar parte
personas escogidas por ella.
Consiguió
un gran éxito, acometiendo en la historia del franciscanismo la llamada reforma
coletina, bajo la profesión de la Primera Regla. Rápidamente se multiplicaron
las funciones y del Convento de Lezignan (1431) provino el movimiento de las
clarisas coletinas españolas. Sor Nicolette Boylet obtuvo, indiscutiblemente,
un desta cado objetivo reformador, y éste consistió en un libre y firme
movimiento de renovación idealista frente a otros intentos de adaptar el
carisma monástico de Clara de Asís a lo que se consideraba como una visión más
pragmática o flexible del ideal contemplativo. Sin embargo, es justo reconocer
que las distintas Reglas no olvidaron jamás la Primera Regla escrita por Santa Clara.
En
España, los conventos que no siguieron la reforma coletina se denominaron
urbanistas por seguir la Segunda Regla del Papa Urbano IV, mientras todos
aquellos que adoptaron las Constituciones de Santa Coleta se denominaron
Monasterios de Clarisas Descalzas porque aspiraban a más rigor y mayor
fidelidad en el seguimiento del ideal evangélico de Santa Clara. No obstante,
hubo gran confusión si atendemos a los nombres y denominaciones, ya que
existieron diferentes monasterios titulados como Descalzas de la Primera Regla
de Santa Clara sin tener relación alguna con las Coletinas. Y algunos
monasterios de coletinas se llamaron Recoletas, por aplicarse este mismo título
a Monasterios de Clarisas de la Primera Regla, no coletinas. Por tanto,
históricamente, hubo uso indiscriminado y equívoco de estos tres nombres:
Descalzas, Reformadas y Recoletas, puesto que no siempre respondían a la misma
realidad si se atiende a la obsevancia de las Constituciones.
El
Convento de Franciscanas Descalzas de
la ciudad de Jaén ostentó con toda propiedad este título porque profesó, desde
su fundación, la Primera Regla de Santa Clara y las Constituciones de Santa
Coleta, cuyo fin era interpretar fielmente el espíritu de la fundadora. Esta
fue la intención de Melchor de Soria y Vera que quiso en todo momento que su
monasterio jiennense profesara desde el principio el genuino espíritu de Clara
de Asís.
DISTINTOS ASPECTOS DE LA VIDA EN COMUNIDAD
Uno
de los puntos clave de la vida religiosa de las descalzas, como de otros
movimientos religiosos de reforma, era, además de la estricta pobreza, la importancia
de la vida comunitaria. Según los preceptos tradicionales ésta debía repartirse
entre el ora et labora. Se vivía de sol a sol, distribuyendo la jornada según
las horas de la oración en común, y ésta se repartía según la tradición de las
horas canónicas: prima, tercia, sexta y nona. Vísperas, completas y maitines
conformaban el horario de oración de las descalzas. Es importante reseñar este
tema, pues la historia nos enseña cómo en numerosos monasterios había decaído
el espíritu de tal manera que las monjas tenían sus rentas particulares, sus
criadas y hasta su vida privada, con sólo un cierto número de actos
comunitarios. Esta situación que no fue solventada plenamente hasta fines del
siglo XIX o comienzos del XX, con la vuelta a la normalidad monástica tras la
desamortización y exclaustración, halló un camino de liberación en los
movimientos reformistas.
En
las descalzas –tanto en la familia franciscana como carmelitana– se hizo
hincapié en esta vida comunitaria, donde el alimento, vestido, dormitorio eran
igual para todas, a excepción de las enfermas; donde el oficio coral y demás
obligaciones eran, asimismo, obligatorios; donde sólo había una clase de
hermanas, sin distinción entre coristas y legas; donde se adecuaba el número de
religiosas a las rentas y hacienda del monasterio. Estas y otras tantas medidas
se establecieron en orden a conseguir una vida más ejemplar que la de otros
conventos. La jornada se distribuía básicamente en horas de oración, horas de
trabajo en silencio, pocas horas destinadas al sueño y un breve tiempo para el
recreo.
El
estricto cumplimiento de las normas es una constante en la vida monástica, pero
debido a la relajación experimentada en algunas Órdenes religiosas se hizo
necesario no sólo el movimiento reformador inicial que casi siempre surgió de
la base, sino que la cúspide de la Iglesia tomara conciencia del estado de
cosas. Por ello, una consecuencia más del Concilio de Trento, en el que junto a
la definición de dogmas atacados por los distintos movimientos protestantes
(luteranos, calvinistas, etc), es que se presta una importante atención a los
temas disciplinares, tanto del clero secular como del regular.
Misas y sufragios
En
este sentido, también en las Constituciones
que estamos analizando, queda claro por quién se han de decir misas y
sufragios. En primer lugar, por el fundador, en segundo, por su mentor y amigo
entrañable Bernardo de Rojas y Sandoval,
arzobispo que fue de Toledo y obispo que fue de Jaen27. También se
celebrarán por D. Francisco Sarmiento y Mendoza, obispo que fue también de
Jaen. Por supuesto, sus padres, hermanos y parientes contarán con las misas de
rigor. También por los caballeros del Ayuntamiento difuntos, patronos de la
Congregación.
«Iten una hora de oración mental cada dia,
aplicada por cada religiosa por nuestra alma, y una disciplina y un ayuno cada
viernes, una confesión y comunión cada mes, la tercera parte de satisfacion,
que correspondiere a sus obras meritorias, y todos los dias después de
Completas una comemoración de la Limpia Concepción de nuestra Señora, por nos y
por todos los susodichos. En este momento pasa a enumerar las intenciones más
generales por las necesidades de la Santa Iglesia Católica Romana, por el Papa,
sin olvidar tampoco al poder civil por el Rey, por la conservación de sus
Reynos de España, por la ciudad de Jaén, y sus vezinos, por el augmento
espiritual y Religión de el dicho Monasterio, por las animas del Purgatorio,
etc.»
Melchor
de Soria era agradecido 28, por eso sigue ordenando: «Y en los largos dias de el Eminentisimo Señor Cardenal don Baltasar de
Moscoso Sandoval, que oy es Obispo de Jaen, en cuyo tiempo se fundo este
nuestro Monasterio, se le haga cada un año una fiesta de la Limpia Concepción
de nuestra Señora, con Diaconos, en su octava y después de sus dias un
aniversario como los que van dichos…»
También
aparecen reseñados en el texto de las Constituciones 29 algunos aspectos
memorables de su vida personal como el que señalamos a continuación:
«Iten
una misa cantada, con diaconos, de la Limpia Concepción cada un año a veinte de
diciembre, en hazimiento de gracias, de que este dia, año de mil y seiscientos
treinta y dos, nos libro nuestro Señor, por intecesion de su santisima Madre de
un notorio peligro de muerte en el rio Guadalquivir donde caimos passando por
la barca de Villargordo.»
Siguen
todavía algunas mandas acerca de estos temas, y termina el capítulo diciendo: «Y de todo lo contenido en este capitulo esta
hecha, y por nuestra orden, y fixada una tabla en la sacristía de la dicha
Iglesia de este Monasterio, para que siempre aya memoria, y se cumpla lo
contenido en ella.»
Y
para que aún quede más claro les recuerda a las religiosas que esto lo deben
cumplir por justicia «pues les hemos dado
casa, Iglesia y renta para el culto divino y para su sustento necesario».
Música
y fiestas
El
canto fue siempre un gran medio litúrgico en todos los pueblos y en todas las
religiones, porque constituye una expresión sumamente bella de los
sentimientos, y por supuesto fue siempre muy importante en el cristianismo, por
eso una cuestión que llama nuestra atención es la prohibición de música, no de
canto, pero sí de instrumentos, que contienen las «Constituciones: ordenamos que las dichas nuestras Religiosas no puedan
tener musica de cantores, ni organo, ni chirimias, ni otra alguna cosa
(instrumento), ni por ninguna solemnidad, en tanto grado que si alguna persona
quisiere traer musica sin pedirla, en ninguna manera se admita» 30. No era
lo mismo en otros conventos de clausura de la época 31, donde el órgano, calificado
como el «rey de los instrumentos» 32, por su amplitud de sonidos, constituía
una pieza fundamental e indispensable en las celebraciones litúrgicas.
Con
respecto a las fiestas propias del convento, nos encontramos, en primer lugar y
como fiesta principal, con la de la Limpia Concepción y, por supuesto, están
también las de los patronos San Francisco y Santa Clara. Siguen las propias del
ciclo litúrgico y se hace especial hincapié en los apóstoles Pedro, Pablo y
Santiago, patrón de España. De nuevo la característica fusión de lo
eclesiástico y lo civil propia de la época, el patriotismo inseparable de la
religiosidad. Y dependiendo de la importancia que tenga la fiesta concreta,
será cantada y tendrá sermón.
En
otro orden de cosas, «ordenamos que ni en
la Iglesia ni casa de este Monasterio se puedan poner armas, luzillos ni
letreros sino solo las nuestras, como de unico fundador que somos de él»
33. Cuestión que sitúa a nuestro protagonista como un típico hombre de su
época: dejar patente la propia obra habría sido algo inconcebible en otros
momentos no muy lejanos de la historia.
Electores y elegidas
Con
respecto al tema de quiénes debían ser los que proveyeran las vacantes del
convento, protectores y electores, Melchor de Soria se inclina en primer lugar
por nombrar patronos al corregidor y Ayuntamiento de la ciudad, y sólo en
segundo lugar sitúa al cardenal –Sandoval en ese momento– u obispos en lo
sucesivo, inclinándose en tercer lugar por el Cabildo catedralicio. Por último,
intervendrá también en la elección el miembro de su familia que haya heredado
el mayorazgo: «el Deudo nuestro que
sucediere en el mayorazgo de nuestro padre y señor. Siempre teniendo en cuenta
las calidades que debian poseer las aspirantes 34.
Y los dichos señores Electores nombraran alternative, y
por turno las dichas plaças de monjas en esta manera…»
Pasa entonces a establecer una serie de normas muy interesantes, que no afectan
únicamente al turno de provisión, sino también al hecho de que si optara a la
plaza alguna persona de su familia pase por delante de cualquier otra
solicitante. También deja muy claro que la condición de protector y elector no
da derecho a gobernar ni a inmiscuirse en la vida interna del convento, ni, por
supuesto, a visitarlo. Es más, en la elección el papel fundamental toca a las
propias religiosas ya que cuando se produzca la vacante «ordene la Abadesa que en la Comunidad se haga oración para que nuestro
señor encamine la eleccion de manera que se haga para mayor gloria suya, y bien
de el dicho Monasterio.»
Es
muy minucioso a la hora de evaluar a las aspirantes 35: «es nuestra voluntad que qualquiera que pretendiere plaça de monja en
este Monasterio, demas de que se ha de oponer de la forma referida», se
refiere a los electores y al turno y modo de elección, «ella por su persona consulte a la Abadesa y con sencillo y christiano
co raçon le manifieste su voluntad,
deseo y vocacion, que tuviere para ser monja en este Monasterio: y la Abadesa
con mucho recato, y por medio de personas confidentes, con termino de cinquenta
dias, desde el dia que se hubiesen fixado los dichos edictos, ella, la Vicaria
y discretas de su Monasterio se informen de el talento, buenas costumbres y
calidad de las pretensoras, y si no conviniere admitirla, la abadesa en secreto
diga con cortesia, y caridad, o a quien tuviere cargo de ella, que no le
conviene entrar en religion tan estrecha» 36.
Vicario y capellán
«El vicario ha de ser persona espiritual,
prudente y de buenas letras, de edad y buenas partes de virtud y buen exemplo.»
De nuevo es preciso remitirse a Trento y a la formación que a partir del
concilio habrían de tener los sacerdotes. La función del capellán era la de
ayudar al vicario en los menesteres a los que éste no llegase por falta de
tiempo, enfermedad, ausencia, etc. Sus características personales habrían de
ser también sabiduría, prudencia y vida ejemplar.
Y
es que en el plano disciplinar la obra de Trento fue también trascendental. Se
procuró con empeño la supresión de los abusos existentes en la vida eclesiástica,
con el fin de asegurar la más eficiente cura pastoral del pueblo cristiano y,
en primer lugar, de aquellas personas especialmente dedicadas a Dios, que
habían de ser faro conductor de los demás. La formación del clero –tanto
intelectual como espiritual– se llevaría a cabo en los seminarios, que hasta el
momento no existían y, a partir de ahora, habría uno en cada diócesis.
Hemos
de concluir este trabajo, no sin decir que se trata de una aproximación inicial
al tema, que requerirá en lo sucesivo una mayor profundización.
NOTAS
1. En algunos sitios aparece D. Melchor
de Soria y Vera, en otros, como en esta introducción a las Constituciones, D.
Melchor de Vera y Soria, o únicamente Vera.
2. Estas Constituciones son las
impressas en Toledo, por Juan Ruiz de Pereda, impressor del Rey nuestro Señor.
Año de 1641, se encuentran en la BN de Madrid, VE-1.
3. Equipo de investigación sobre la
clausura femenina en Jaén, compuesto por cuatro investigadores de la
Universidad de Jaén.
4. Sita en uno de los barrios más
populares de Jaén, llamado también barrio de San Ildefonso. Alberga en ella la
imagen de Ntra. Sra. de la Capilla, Patrona de la ciudad.
5. Constituciones, o.c., p. 16.
6. Veáse MOLINA PRIETO, A., Don Melchor
de Soria y Vera, fundador del convento de «las Bernardas», Jaén 1993.
7. El Monasterio de San Bernardo de
Alcalá de Henares, Alcalá 1990, p. 129.
8. PRADA CAMÍN, M. F., OSC, y MARCOS
SÁNCHEZ, M., Historia, Vida y Palabra del
Monasterio de la Purísima Concepción (Franciscas Descalzas) de Salamanca,
Pontificia Universidad, Salamanca 2001, p. 17.
9. Constituciones,
o.c., p. 15.
10. Crónicas
franciscanas de España. Reproducción facsimilar de la única edición del año
1683. Publicaciones del Archivo Ibero-Americano, Madrid 1984, vol. VII, t.
II, p. 891.
11. También lo narran las Actas
Capitulares del Cabildo Catedralicio y el Municipal, en los días que siguieron
al evento.
12. Crónicas, pp. 891 y ss.
13. Cit. por MOLINA PRIETO, o.c.., p.
36.
14. Ibid.
15. Llama la atención que en las
Constituciones se diga: «Y ordenamos que en este monasterio no puedan ser
recebidas más que dos hermanas, o tía y sobrina o dos primas hermanas o por
caso madre e hija, de modo que dentro de segundo grado de consaguinidad de una
familia pueda aver solamente dos sujetos….», p. 17, y que de su familia hayamos
encontrado al menos cuatro personas al mismo tiempo en el convento. Quizás el
parentesco no coincidía exactamente con el estipulado como prohibitivo por el
obispo Soria.
16. Crónica,
p. 893.
17. Constituciones,
o.c., p. 11.
18. AHPJ, leg. 756, fs. 545 y ss.
19.
Constituciones, p. 11.
20. AHPJ, leg. 1292. Los folios
correspondientes no se han encontrado. Es a través de las Constituciones como
hemos podido comprobarlo.
21. AHM, cab. 6-IX-1628
22. MOLINA PRIETO, o.c., p. 41.
23. Constituciones, o.c., p. 16.
24. OMAECHEVARRIA, I, OFM, Las Clarisas a través de los siglos,
Cisneros, Madrid 1972.
25. O.c., p. 54.
26. Cit. por Molina Prieto en o.c., p.
57.
27. Constituciones,
p. 13.
28. Ibid.,
p. 14.
29. Ibid,
p. 15.
30.
Ibid.
31. Como señala GÓMEZ GARCÍA, M. C., en
Mujer y clausura, Diputación, Málaga 1997, p. 189.
32. Ibid.
33. Escritura ante Juan de la Vella,
escribano público de Jaén, el año 1628. AHPJ, leg. 1292, f. 320.
34.
Constituciones, p. 17.
35. Ibid.
36. Ibid,
p. 22.
file:///C:/Users/Familia/Downloads/Dialnet-LasBernardasDeJaen-1180238.pdf
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