GAVILLAS DE BANDOLEROS, "BANDAS CONSERVADORAS"
Y GUERRA DE INTERVENCIÓN EN MÉXICO (1863)
Gerardo Palomo González
Introducción
El 11 de enero de 1861 Juárez entró a la capital de México y así
concluyó prácticamente la guerra de Reforma (1858-1860). Y si la guerra se
saldaba con el triunfo de la causa republicana, los problemas que
caracterizaban al país nos permiten hablar de una inestabilidad crónica. Era
una situación realmente crítica la que enfrentaría el presidente Juárez, entre
cuyas causas podemos destacar la desarticulación de la economía por más de tres
años de conflicto armado, un erario insuficiente para cubrir las necesidades de
la administración pública, una precaria infraestructura en comunicaciones que
propiciaba el aislamiento y la configuración de amplias zonas geográficas como
cotos de poder de caudillos regionales, altos niveles de analfabetismo en el
campo y levantamientos armados locales, así como la presencia endémica de
numerosas partidas de bandoleros y de una parte del ejército conservador que,
luego de ser derrotado y decretada su disolución a finales de 1860, merodeaba
dispersa en diversas zonas del territorio nacional en lo que Georges Bibesco,
oficial del ejército francés, designó como "bandas conservadoras" a
las que era absolutamente necesario someter.[ 1 ] En este sentido, el 5
de junio de 1861 el gobierno de Juárez expidió un decreto en el que se ponía
precio a la cabeza de varios jefes conservadores. El artículo primero del
decreto decía: "Quedan fuera de la ley y de toda garantía en sus personas
y propiedades, los execrables asesinos Félix Zuloaga, Leonardo Márquez, Tomás
Mejía, José María Cobos, Juan Vicario, Lindoro Cagiga y Manuel Lozada".[ 2 ]
La nación se encontraba sumamente empobrecida a consecuencia de
las continuas guerras civiles y no podía solventar los desventajosos préstamos
solicitados en el extranjero por los gobiernos "legítimos o
usurpadores".[ 3 ] En estas circunstancias,
Juárez se vio precisado a decretar, el 17 de julio de 1861, una ley por la cual
se suspendían los pagos de la deuda externa durante dos años.[ 4 ]
La promulgación de esta ley motivó que los gobiernos de
Inglaterra y Francia rompieran relaciones con México y concertaran, junto con
España, la llamada Alianza Tripartita. El acta del acuerdo se firmó en Londres
el 31 de octubre, y con ella se abría paso a la intervención militar. La
propaganda difundida en estos países sostenía que Juárez no tenía el apoyo de
la nación y que ésta vería con beneplácito una intervención en su contra.[ 5 ] Vista la dimensión
del problema, el presidente consideró pertinente derogar la ley del 17 de julio
y ordenó, el 23 de noviembre, el restablecimiento de los pagos de la deuda
externa.
De manera significativa, el 29 de noviembre el gobierno decretó
una ley de amnistía dirigida a los militares conservadores que aún se
encontraban en armas. La medida buscaba evitar que terminaran actuando a favor
de la intervención, y cabe destacar que entre los amnistiados figuraban
individuos como Mariano Trujeque, Juan Argüelles y Manuel Lozada, cuya
trayectoria no había sido ajena al bandolerismo. Aunque también se excluía a
individuos de siniestra memoria, como el general Leonardo Márquez, vistos los
asesinatos que cometió durante la guerra de Reforma.[ 6 ]
Pero todo fue inútil: el 17 de diciembre de 1861 las tropas
españolas ocuparon Veracruz, el 6 de enero de 1862 llegó la escuadra inglesa y
el día 18 el ejército francés. El primero de marzo, después de las
negociaciones vinculadas con los Tratados de la Soledad (9/ ii /1862) la
Alianza terminó por disolverse. Los franceses, sin embargo, permanecieron en el
país y decidieron avanzar hacia la capital el 19 de abril.[ 7 ] Señalemos, finalmente, que el
17 de mayo de 1863 la ciudad de Puebla fue tomada por los invasores y las
"fuerzas auxiliares" conservadoras que los apoyaban. Semanas después,
el gobierno de México se trasladó a San Luis Potosí y la capital fue ocupada el
10 de junio: antes y después de la caída de Puebla el ejército republicano no
sólo se enfrentó a los franceses sino que también combatió a las "bandas
conservadoras" que operaban en diversos puntos del país.
Sobre el estado en que se encontraban las llamadas "fuerzas
auxiliares" veamos la descripción de las que mandaba el general José María
Gálvez. Este militar se puso a disposición de los franceses en abril de 1862 y,
al entrar a Orizaba, Bibesco escribió: "Es imposible imaginarse nada más
descosido y raro que esta tropa en harapos, que más bien parecía una guerrilla
en bancarrota [...], nuestros zuavos se acercaron a los hombres que
permanecieron a la entrada de la ciudad, y [...] terminaron por obtener de
ellos mismos el motivo secreto de su deserción: falta de pago y de comida".[ 8 ] En su composición estas
"bandas conservadoras" podían incluir a unidades dispersas del ya
disuelto ejército conservador y a grupos armados que las fuentes utilizadas
califican insistentemente como "gavillas" de bandidos y forajidos.
El problema del bandolerismo en México no pasó inadvertido a los
ojos de los franceses. Al referirse a las distintas armas que portaba un jinete
mexicano, Bibesco destacaba que un "arsenal" así no era un simple
adorno, sobre todo en un país donde los bandidos "exercent volontiers la
mendicité à main armée".[ 9 ] Señalaba además que
antes de la llegada del ejército francés era muy frecuente ver llegar las
diligencias del trayecto México-Veracruz con los pasajeros completamente
desnudos. Las diligencias podían ser asaltadas 5 ó 6 veces en su recorrido. En
relación con estas bandas de asaltantes, Bibesco hizo una observación
particularmente significativa en la que distinguía bandas integradas por
indígenas cuya aparición era de origen reciente: "Favorecida por la apatía
o la complicidad policiaca [...], la práctica del crimen y del pillaje se había
generalizado y alcanzado al conjunto de la población. Pocos años antes, un robo
a mano armada cometido por indígenas era algo casi inconcebible".[ 10 ]
Es conveniente señalar que la aparición del bandolerismo es un
fenómeno anterior a la Intervención. Unos años antes, al promulgarse la Ley
Lerdo el 25 de junio de 1856, las comunidades indígenas fueron objeto de una
seria desarticulación en su modo tradicional de vida al quedar comprendida en
el decreto la desamortización de sus tierras comunales; formalmente estas
tierras habrían de subdividirse y podrían ser detentadas como propiedad privada
por los miembros de las comunidades. Sin embargo, la aplicación de dicha ley
distó mucho de tener un efecto de esta naturaleza, generando en cambio un
fuerte descontento rural que no sería ajeno al desarrollo del bandolerismo en
años posteriores. Pero también cabe precisar, de acuerdo con Jean Meyer, que,
como "casi todos los estados comenzaron la repartición de las tierras de
comunidades antes de la Reforma", la disposición legal referida se
presenta más como uno de los momentos (críticos) del proceso de disolución de
la comunidad rural que como su punto de partida.[ 11 ] Y si este último
proceso no deja de ser un punto de referencia obligado para explicar el
bandolerismo, también cabe agregar, como parte insoslayable de sus causas
históricas, la secuela de efectos económicos adversos dejada por los continuos
movimientos armados anteriores a la guerra de Reforma misma; al método de
reclutamiento forzoso (la leva) utilizado por los diferentes bandos para
levantar sus ejércitos, propiciando con ello una deserción que, junto con la
desmovilización de contingentes, contribuía a la formación de grupos de
individuos ya desarraigados y armados. De esta manera, si el capital no le
ofrecía una alternativa como fuerza de trabajo asalariado al campesino sin
tierra, al desertor o al desmovilizado, el bandolerismo disponía de un contexto
socioeconómico que no dejaba de serle propicio.
Ahora bien, por lo que al bandolerismo social se refiere,
Hobsbawm lo caracteriza de la siguiente manera: de origen esencialmente
campesino, se mantenía dentro de los límites de la sociedad agraria tradicional
en la que obtenía apoyo y en la que a los bandoleros se les reconocía como
vengadores o héroes justicieros; y si se les consideraba como individuos hors la loi, esto
sucedía únicamente desde el punto de vista del Estado y los "señores"
locales pues, por lo general, no atacaban a los campesinos sino a los
"ricos", aunque bien podían hacerlo en otras regiones y no en aquélla
a la que pertenecían. El bandolerismo social es así un fenómeno asociado a
sociedades en las que predominaba la agricultura y compuestas,
"fundamentalmente, de campesinos y trabajadores sin tierra; oprimidos y
explotados por algún otro: señores, ciudades, gobiernos, legisladores o incluso
blancos". El escaso desarrollo de las vías de comunicación, aunado a los
efectos insidiosos de una administración complicada e ineficiente, se cuenta
entre las causas que favorecían el surgimiento de este fenómeno.[ 12 ]
Asimismo, al lado de las causas anteriores, Hobsbawm también
señala las "épocas de pauperismo y de crisis económica". Entre éstas
se deben distinguir aquellas que prefiguraban verdaderas transformaciones
históricas de las que no adquirían este carácter pues, si bien las sociedades
agrarias de naturaleza precapitalista sufrían periódicamente carestías o
"catástrofes ocasionales" que propiciaban el bandolerismo, estas
circunstancias difieren de aquellas que están relacionadas con el surgimiento
de "estructuras y clases sociales nuevas" y con "la resistencia
de comunidades o pueblos enteros frente a la destrucción de su forma de
vida". De esta manera, el bandolerismo bien puede ser el "precursor o
el acompañante" de profundos cambios sociales y ser considerado como la
expresión del descontento y la insumisión del campesinado ante la destrucción
de su sociedad.[ 13 ]
En un orden de ideas distinto, J. P. Vanderwood sostiene que la
motivación de aquellos individuos que se lanzaban al bandidaje era la
posibilidad de ascenso social que esta actividad les ofrecía por medio del
enriquecimiento fácil, o por las prebendas que se podían obtener a cambio del
apoyo armado a tal o cual partido político: "en la rebelión veo mucho más
oportunidad individual que fervor ideológico",[ 14 ] lo cual podría considerarse
un punto de vista un tanto más realista que el de Hobsbawm. Pero esta manera de
ver las cosas no nos explica el hecho de que algunos de los bandidos se
convirtieran en símbolos o dirigentes de movimientos con una proyección más
amplia que la sencilla búsqueda de enriquecimiento personal.
Es claro, asimismo, que el paulatino proceso de destrucción de
la forma tradicional de vida de la comunidad rural no se desarrolló sin generar
fuertes tensiones rurales, dando lugar a levantamientos armados en contra de
autoridades locales y hacendados. Sobre este punto, veamos la opinión de
Friedrich Katz sobre los movimientos rurales del siglo XIX.
En uno de sus escritos sobre el tema (mayo de 1986), Katz
destaca la importancia de los años 1891 a 1893 del Porfiriato por haber sido el
escenario de numerosas insurrecciones rurales. Estas rebeliones ocurrieron 16
años después de que Díaz ocupara el poder (1876) y se pueden relacionar con los
efectos socioeconómicos de las "diversas políticas porfirianas".
Asimismo, de acuerdo con este autor, también pueden ser consideradas como un
precedente del movimiento revolucionario de 1910. Pero Katz también se
pregunta, en sentido inverso, si el conjunto de levantamientos que se constatan
en estos años no serían "los últimos vestigios de una época anterior
caracterizada por constantes revueltas locales y regionales generalmente
limitadas a demandas locales". La respuesta a esta pregunta Katz la
formula diciendo que, si bien las rebeliones de 1891 a 1893 tienen "mucho
en común" con las de años anteriores, sí difieren "fundamentalmente"
de ellas.[ 15 ]
En seguida Katz propone diferenciar en cuatro categorías las
revueltas agrarias que él considera características del periodo anterior a
1891-1893. En primer lugar propone los "levantamientos defensivos de un
solo pueblo o grupos de pueblos contra usurpaciones de tierras por hacendados,
o extorsiones cometidas por terratenientes o el Estado". Como segundo tipo
tenemos los movimientos rurales que resultaban de la debilidad del Estado, las
continuas divisiones gubernamentales o la debilidad del ejército y la policía;
esto quiere decir que los campesinos tomaban la iniciativa -con las armas en la
mano- para solucionar los problemas pendientes con autoridades locales o
terratenientes. En el tercer tipo tenemos las guerras de castas con su peculiar
base social indígena, luchando en contra de los "no indios".
Finalmente, Katz considera que la "forma más generalizada" fue
aquélla en la que los campesinos se sublevaban promovidos por "otros
grupos sociales a veces revolucionarios de la clase media y por lo común
caudillos regionales". Éstos podían ser de ideas liberales o conservadoras
como en el caso de Manuel Lozada, pero el apoyo armado que recibían implicaba
resolver a favor de los campesinos sus múltiples conflictos con hacendados o
autoridades locales. Por su parte, los caudillos consolidaban su poder regional
o se ubicaban en posición de fuerza en la política nacional.[ 16 ]
En síntesis, si la aparición del bandolerismo no deja de estar
vinculada con la continuidad insidiosa del proceso de disolución de la
comunidad rural, siendo uno de sus principales rasgos la pérdida progresiva de
tierras, el incremento o la proliferación de dicho fenómeno en el año que nos
ocupa se explicaría por el hecho de que las causas anteriormente señaladas
adquieren una nueva dimensión determinada por la contigüidad de dos fuertes
conflictos armados, la guerra de Reforma y la de Intervención, y por el hecho
de tratarse de conflictos asociados, esta vez, a la radicalización conservadora
de una parte de la sociedad (urbana) ante los profundos cambios introducidos
por las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857 (supresión de los fueros
militar y eclesiástico, desamortización de los bienes de las comunidades
religiosas y civiles o la separación de la Iglesia y el Estado, entre otros).
Esta tendencia se expresó en la opción por la monarquía apoyada por un ejército
extranjero, que generaría un contexto en el que la función de las gavillas de
bandoleros adquiría una nueva dimensión, claramente política y conservadora,
por ejemplo, al verse dirigidas y vinculadas por algún grupo o figura de poder
regional con las "bandas conservadoras" favorables a la intervención,
o al asumir una idea de restauración invocando la defensa de la religión cuando
lo que estaba en juego eran los privilegios corporativos de la Iglesia.
Para este trabajo he seleccionado el año de 1863 por tratarse de
un año bisagra, es
decir, un año que se sitúa al final de un proceso tan importante como la guerra
de Reforma y el triunfo de los liberales, y al principio de una etapa política
caracterizada por una intervención militar extranjera que culminó con la
imposición de una monarquía. Es un momento histórico, en suma, en el que
observamos esa guerra "paralela", por así decir, entre tropas
gubernamentales y lo que Manuel Rivera Cambas llamó "gavillas
reaccionarias".[ 17 ]
Hacia el occidente: entre gavillas y "bandas
conservadoras"
En un texto elaborado con fuentes oficiales, u oficiosas, en las
que los principales actores son tratados de "traidores",
"reaccionarios" y "bandidos", no se podría soslayar el
señalamiento de Jean Meyer respecto de la relación entre movimientos campesinos
e historia nacional. Los "actores" son, en este caso, las gavillas a
las que en 1863 se acusaba de devastaciones y actos de vandalismo en la franja
territorial cuyo límite occidental partiría del punto del litoral donde
confluyen los actuales límites de Jalisco y Colima hasta la ciudad del Rosario,
en la costa sur del estado de Sinaloa, y en seguida se extendió hacia el
oriente hasta la línea que de norte a sur quedaría marcada entre la localidad
de Mazapil, en el norte de Zacatecas, hasta la ciudad de Pachuca (Hidalgo),
cubriendo una parte del sur de los estados de Sinaloa y de Durango, todo
Nayarit, Jalisco, Zacatecas, Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro, y parte del
de San Luis Potosí, Hidalgo y Michoacán.[ 18 ]
La observación de Meyer nos previene, en primer lugar, contra la
idea que consiste en ver los movimientos campesinos "fuera" de la
historia nacional, pero también contra una visión que los presentaría
totalmente autónomos o "exclusivamente campesinos".[ 19 ] En este último sentido, en
segundo lugar, y refiriéndose al caso de Manuel Lozada, este autor plantea que,
si bien se le puede describir partiendo de un esquema que integra las figuras
del bandido social y del indígena, más un movimiento de comunidades rurales
sublevadas que logró controlar una amplia zona geográfica en la que se organizó
una "república campesina" reconocida, o tolerada, por regímenes que
van desde la Reforma o el Imperio, hasta Juárez en 1867, también nos
encontramos con una visión que no ve en Lozada y su movimiento más que una
banda de forajidos, un grupo de "traidores" o de
"reaccionarios". Es decir, con dos concepciones opuestas.[ 20 ]
Según Jean Meyer, es necesario tener cuidado al emplear calificativos
como "liberal, conservador, imperialista [o] neutral", en la medida
en que forman parte de una concepción actual de las diferencias políticas. Pero
no estaríamos de acuerdo con él cuando afirma que se trata de "etiquetas
sin importancia e incluso absurdas cuando se le pegan a un hombre que no forma
parte del universo político moderno", pues de adoptar esta última posición
incurriríamos en una suerte de nihilismo conceptual que, por una parte,
terminaría por metamorfosear una faceta insoslayable del movimiento lozadista,
el apoyo armado brindado a los conservadores y a la intervención, y que, por
otra, pondría en el primer plano de su apreciación una lucha a ultranza por la
tierra y como por encima de toda veleidad política. Queda claro que Lozada y
las comunidades que lo seguían, desde el momento en que actuaron o reaccionaron
en el contexto de la guerra de Reforma y la de Intervención para lograr sus
objetivos, pasaban a formar parte y a ubicarse, consciente o inconscientemente,
en el espectro político de las fuerzas y luchas que caracterizaron el
surgimiento contradictorio del Estado-nación moderno. Esto es algo que el mismo
Meyer no dejaría de advertir, pero tal vez no con el mismo acento, cuando
menciona que el movimiento de Lozada benefició básicamente a la "burguesía
comerciante" de Tepic o que a la firma Barron Forbes sólo le sirvió al
principio.[ 21 ]
También en este plano regional, Aldana Rendón suscribe la idea
de un Lozada como instrumento armado de dicha firma y de dos importantes y
"decentes" familias de Tepic: la familia García Vargas y la de los
hermanos Rivas.[ 22 ] El general Carlos Rivas,
quien en 1862 firmaría un tratado de paz con el gobierno de Jalisco en
representación de Lozada y que posteriormente sería diputado durante el
Porfiriato, es uno de ellos.
El caso es que ni Lozada ni los campesinos que lo seguían se encontraban
aislados, lo cual quiere decir que fue la política nacional la "que
ofreció una oportunidad a Lozada, a ciertos campesinos y a ciertas tribus de
Nayarit [...] [de] luchar por sus intereses y conquistar posiciones
políticas".[ 23 ] Era una lucha que no podría
desarrollarse sin contradicciones. Los conflictos por la tierra en el cantón de
Tepic se remontan a la época colonial como en muchos otros lugares del país. Un
caso particular se puede ver en los "agravios" ocasionados por la
hacienda de Mojarras al pueblo de San Luis; los problemas se incrementaron, en
general, entre 1810 y 1850 y, al darse el conflicto entre liberales y
conservadores, los futuros pueblos lozadistas tuvieron una coyuntura favorable
para agruparse y recuperar sus tierras.[ 24 ]
En septiembre de 1857 Lozada pedía al Juzgado 2o. de Letras de
Tepic la restitución de las tierras arrebatadas a los indígenas por la hacienda
de Mojarras, pero dicha restitución la tuvo que realizar con las armas en la
mano. Entre las comunidades que en seguida lo reconocieron como dirigente
figuran Mascota, Etzatlán, Hostotipaquillo, Colotlán, Ahualulco y Huaynamota; y
también Pochotitlán, San Luis, San Andrés y Atonalisco. Estas comunidades se
movilizaron entonces contra las Leyes de Reforma, se aliaron a la Iglesia y más
tarde al imperio con Lozada al frente de ellas, convirtiéndose en brazo armado
de los conservadores. En octubre de 1858 Lozada tomó Ixtlán y en noviembre de
1859 la ciudad de Tepic. Así, antes de 1856, el proceso de descomposición de la
propiedad comunal que alcanza uno de sus puntos culminantes con la Ley Lerdo se
puede ver como un catalizador indirecto de este movimiento, siendo el estallido
de la guerra de Reforma lo que le permitió ubicarse en una "situación
estratégica. En un marco
nacional que lo rebasaba por completo, Lozada pudo llevar su
propia guerra, la de las comunidades serranas".[ 25 ]
De esta manera, en el contexto de la relación entre movimientos
campesinos e historia nacional "Lozada y sus tropas campesinas son sólo la
parte visible del iceberg". El movimiento surge además en medio de un
conflicto entre dos ciudades, Tepic y Guadalajara, en el que la primera luchaba
por obtener su autonomía y se apoyó en la fuerza de Lozada para lograrlo. Un
vínculo del que puede decirse que cada parte se "aprovechó" de la
otra: al final, después de la caída de Maximiliano, Tepic logró ser reconocido
como "distrito militar" dependiente del gobierno federal, y Lozada
consiguió "nulificar" el proceso de Reforma que no afectó la
propiedad comunal en Tepic sino hasta finales del siglo XIX, después
de la muerte de Lozada en 1873,[ 26 ] mediante pactos, treguas y
tratados que fueron posibles en función de las contradicciones internas del
país y de sus debilidades frente al exterior.
El primero de febrero de 1862, al iniciarse la intervención,
Lozada se acogió al indulto concedido por el gobierno de Juárez y se firmó un
tratado de paz con el gobernador de Jalisco, Pedro Ogazón, en el cual se
acordaba que las tropas lozadistas quedaban disueltas, se sometían al gobierno
y volvían "a los pueblos y haciendas en que antes residían". El
artículo 5o. decía: "El gobierno toma por su cuenta la defensa de los
indígenas en las cuestiones de terrenos con las haciendas colindantes".
Sin embargo, el primero de junio de este mismo año el tratado se rompió y
Lozada no tardó en tomar Tepic y Santiago Ixcuintla. El 15 de agosto ya
"había reconocido al imperio" y Carlos Rivas se entrevistó con el general
Félix Douay, comprometiéndose a levantar una fuerza de 3 000 hombres para
apoyar la intervención. El imperio, a cambio, debería facilitarle una
subvención para mantener este ejército, dejándole [a Lozada] "en el cantón
de Tepic la independencia de su autoridad". Según Meyer, el rompimiento
con el gobierno republicano corrió en favor de los Rivas y los García de Tepic.[ 27 ]
El caso es que la forma en que Lozada articuló su lucha por la
tierra terminó por ubicarlo en el campo de los conservadores, a los que apoyó
en su empresa monárquica al lado del ejército francés. En Tepic, Lozada era
ciertamente un símbolo del campesinado y de su lucha; a nivel nacional era un
dirigente conservador que favorecía la intervención a cambio de que sus
reivindicaciones fueran reconocidas y aceptadas, inclusive por el imperio.
Un aspecto que llama la atención al exponer los principales
rasgos del movimiento lozadista es la relación que guarda esta defensa de
comunidades con un aspecto que Hobsbawm señala entre las motivaciones del
bandolerismo social: la lucha por la forma tradicional de vida. Y es que, al
iniciarse las guerras de Reforma, Lozada dejó de ser un bandido y se levantó al
grito de "religión y fueros" atacando las haciendas con las que los
pueblos tenían litigios pendientes. El hecho de haber asumido una lucha por la
tierra le permitió ampliar su base social y formar contingentes de 2 000 a 3
000 hombres. En suma, su "imagen política" cambió, ya que hasta 1856
Lozada "no pasaba de ser un bandido [...] con arrastre local".[ 28 ] En efecto, después de
robarse a una muchacha, Lozada se vengó del capataz de la hacienda que había
golpeado cruelmente a su madre para que lo denunciara y tuvo que huir.[ 29 ] Su carrera de bandido
empieza en 1851, y tanto él como sus gavillas, antes y después de 1857,
recibieron los calificativos de "asesinos", "traidores",
"hordas salvajes", etcétera, lo que no impide que sus acciones hayan
respondido efectivamente a tales adjetivos.
Como quiera que sea, el resultado de su acción político-militar
fue un escenario sumamente contrario a las fuerzas republicanas cuyas
características veremos a continuación. Estas y otras gavillas se distinguieron
por su continua actividad en estados como el de Durango, Zacatecas, Jalisco y
Aguascalientes. Veamos en primer lugar algo de lo que sucedió en el de Durango
y luego en Zacatecas en el año de 1863.
En un despacho dirigido al Ministerio de la Guerra, el gobierno
de Durango señalaba entre sus "obligaciones" no sólo la de
"asegurar las poblaciones contra las frecuentes incursiones de los
bandidos", sino también contra el resto de las fuerzas que
"organizaron los jefes reaccionarios". El partido de Nombre de Dios
ya había sido auxiliado en este sentido y en el de Mezquital el gobierno
organizó y pertrechó una fuerza de 300 hombres (infantería y caballería) que
fungía como guardia nacional. Lo accidentado del terreno en este partido, de
"espesísima serranía", era bastante favorable a las incursiones de
los bandoleros y dificultaba mucho su persecución. Y como este mismo partido
colindaba con la Sierra de Álica, sus poblaciones se veían continuamente
presionadas por los "levantados" que dirigía Lozada nuevamente,
siendo común que los pueblos indígenas que se resistían a sublevarse fueran
objeto de robos y asesinatos.[ 30 ]
El 26 de febrero se anunció que la paz pública estaba
restablecida en el Mezquital y organizada la guardia nacional, aunque las
poblaciones de la sierra continuaban rechazando las "invitaciones" de
los "bandidos de Álica". Estos últimos ocupaban la ciudad de
Acaponeta (Nayarit) cuando fueron atacados por el coronel Ramón Corona, el cual
había salido el día 20 de marzo de la ciudad del Rosario (Sinaloa) luego de
reorganizar sus fuerzas debido a la derrota que los lozadistas le infligieron
en las lomas de Ixcuintla. A su mando estaba la Brigada de Tepic con 300
elementos de caballería y una sección de 50 infantes, mientras que el número de
los contrarios ascendía a 600 hombres, 500 de los cuales defendían Acaponeta.
La ofensiva de Corona se resolvió en el espacio de una media hora ante lo
sorpresivo de su ataque, según el parte que él mismo escribió. Esta partida
dejó "33 fusiles, 25 mosquetes, 43 caballos, 21 acémilas y otros pertrechos";
logró hacerles 45 bajas y 53 prisioneros, siete de los cuales fueron fusilados
inmediatamente "por demasiado criminales". Los "traidores",
como también se les llamaba, habían estado ensañándose con los habitantes de los
pueblos y ranchos de la "comprensión de Santiago", al mismo tiempo
que se decían "defensores de la religión".[ 31 ]
En Zacatecas, el jefe político de Nochistlán informó al gobierno
del estado que en la noche del 24 de diciembre de 1862, una gavilla había
asaltado a unos arrieros, despojándolos de "6 mulas cargadas de arroz,
dulce, las sillas, su ropa y varias prendas". La persecución de los
bandidos fue enseguida confiada al capitán de la guardia nacional Leocadio
González, al frente de 90 hombres. Éste no tardó en apresar a uno de los
malhechores que fue fusilado y colgado, como era costumbre, habiéndose
aprehendido también a otros diez sospechosos de los que se decía eran
"vecinos de Charcos y Ostatan".[ 32 ] Se trataba de
individuos de la misma región.
De la misma manera, en la madrugada del 23 de enero otra
gavilla, dirigida esta vez por Merced Mercado y "Antonio N.", atacó
la casa del ciudadano Anastasio Guerrero en el rancho el Carrizalillo. Pero
como las autoridades de Jalpa, en el partido de Villanueva, ya sabían de esta
gavilla, le dieron alcance haciendo dos prisioneros; uno de ellos era
originario de Villanueva y "vecino" de la hacienda de la Labor, y el
otro procedía del municipio de Jalpa. En otro asalto de este tipo, que tuvo
lugar el 11 de marzo, una partida asaltó el rancho de Loberos en el partido de
Sombrerete, robando dinero y plagiando a dos niños.[ 33 ]
Por su parte, en el estado de Jalisco merodeaba la gavilla de
Juan Cuéllar que fue aniquilada en el mes de febrero, y aunque Cuéllar logró
escapar, tres de sus "oficiales" fueron aprehendidos. Con la derrota
de Cuéllar se dio a conocer la sumisión del cabecilla Juan Soto y sus fuerzas
al gobierno constitucional. Para continuar acosando a los "facciosos"
salió el 16 de febrero de Guadalajara rumbo a Ahualulco una brigada nada menos
que de 1 000 hombres. Y posteriormente se informó que varias gavillas
reaccionarias habían sido batidas en la hacienda del Refugio, perdiendo éstas
la mitad de sus fuerzas.[ 34 ]
Para apoyar la lucha contra estas partidas fue necesario enviar
otros 1 500 hombres, cuyo arribo a la ciudad se dio a conocer el 31 de marzo.
Estas fuerzas habrían de actuar de manera coordinada con las de los estados de
Zacatecas y Aguascalientes, a fin de someter las gavillas que operaban en
Jalisco.[ 35 ]
Pero al mes siguiente, desde la hacienda de Tayahua, el teniente
coronel Juan J. Sandoval informó el 18 de abril al jefe político del partido de
Villanueva que al estado de Zacatecas se estaban introduciendo bandidos en
"grupos de consideración". El parte que había recibido el coronel
Sandoval de la presidencia de la villa del Refugio decía: "en el momento
que [las gavillas] ocuparon a Calvillo [en el estado de Aguascalientes]
pusieron muchas comisiones a los ranchos recogiendo caballos y sillas, para
montar a la gente que han podido reunir en aquella inicua plaza". Al día
siguiente, el jefe político de Villanueva (Zacatecas) amplió la información
cuando notificó el hecho al gobernador de Zacatecas, diciéndole que
"gruesas gavillas" se habían "desprendido" de Calvillo con
el objeto de hostilizar a su partido. Las fuerzas del coronel Sandoval, la
guardia nacional de Villanueva y una escolta que se hallaba en la hacienda de
Malpaso fueron movilizadas entonces hacia la municipalidad de Huanusco, pues
las partidas ya se encontraban en ella y seguramente atacarían la población del
mismo nombre. Y en efecto, 400 hombres al mando de Agapito Gómez, secundado por
Dionisio Pérez y Froilán de Anda, atacaron Huanusco el 20 de abril, pero sólo
sostuvieron "algunas escaramuzas" en las orillas del poblado. No
obstante, los atacantes incendiaron varias casas y "multitud de jacales
que contenían semillas" en el rancho de Arellanos; secuestraron a don José
Arellanos y a una niña.[ 36 ]
La gavilla de Agapito Gómez estaba compuesta por 400 hombres de
infantería y el resto de caballería, siendo de notar que, aunque disponía de
una fuerza numérica importante, este militar "esquivó el combate" y
no pudo tomar la plaza. Dejó en manos de sus pobladores armas, caballos y dos
prisioneros: "un soldado y un oficial". Este último era un español
llamado Francisco Ruvalcaba que, a pesar de haber recibido anteriormente la
"clemencia" del gobierno, se encontraba entre los hombres de Gómez y
fue fusilado. Poco después fue aprehendido otro miembro de la gavilla que
declaró ser "vecino de la hacienda de las Cruces".[ 37 ]
En suma, el gobierno del estado de Zacatecas se consideraba
"invadido" y amenazado por las "chusmas vandálicas" que,
según declaró el 23 de abril, provenían de la "Sierra de Álica [y] de los
pueblos limítrofes de los estados de Jalisco, Durango y Aguascalientes";
le recordaba a sus habitantes que los bandoleros no hacían caso "de
opiniones ni partidos; que siendo su objeto robar y destruir, esto lo hacen
[tanto] en la casa del conservador que del liberal, saciando sus pasiones
brutales en las familias que primero se les presentan". Éstas eran las
razones por las que era necesario disponer de una guardia nacional bien
organizada, agregaba la circular del gobierno, evitándose así "los grandes
gastos de tener constantemente fuerzas en servicio activo en cada pueblo;
gastos que el gobierno no podría soportar aunque quisiese".[ 38 ]
Posteriormente Agapito Gómez se trasladó al partido de Sánchez
Román en donde causó numerosos "males", informaba la jefatura
política de este partido el primero de mayo, indicando que Gómez se encontraba
en la hacienda de Huizila a donde ya se dirigían los "pundonorosos
militares de Sánchez Román" con el deseo de vengar la derrota sufrida días
antes. La gavilla fue sorprendida en esta última hacienda el 2 de mayo por las
fuerzas del coronel Gregorio Sánchez Román, quien les asestó un serio
descalabro pues, aunque Agapito Gómez escapó herido, murió en la contienda
Froilán de Anda, designado como el "jefe principal de los bandidos [ sic ]". Las tropas
del estado se apoderaron "de todo su parque, una pieza de montaña, la
mayor parte de su armamento, caballos y como 50 prisioneros".[ 39 ] El licenciado Trinidad
García de la Cadena también informó que había logrado rescatar a "todas
las jóvenes" que los bandoleros secuestraron en sus correrías. De esta
manera, los límites del sur del estado quedaban liberados, momentáneamente, de
los "latro-traidores" que asolaban su territorio.
Durante el mes de abril, las gavillas más aguerridas y las más
numerosas fueron las que mandaban Juan Chávez y Valeriano Larrumbide. Ambos
cabecillas recibieron un fuerte golpe en la ciudad de Lagos, primero, y después
en Aguascalientes, como veremos más adelante.[ 40 ]
Juan Chávez y Valeriano Larrumbide sorprendieron la ciudad de
Lagos el 9 de abril con unos dos mil hombres, de acuerdo con una carta del
coronel Antonio Rojas (ex bandido que actuaba del lado republicano), que fue
quien dirigió la defensa de la plaza, mientras que la jefatura política del
departamento de León mencionó un "número de mil y tantos".[ 41 ] El asalto duró un poco más
de cuatro horas y finalmente los atacantes se dieron a la fuga después de
perder prácticamente toda su infantería. Sus bajas ascendieron a más de 100
muertos y alrededor de 40 prisioneros. Terminado el asalto, el coronel Antonio
Rojas dirigió una proclama a los habitantes de Lagos y señaló que, aunque los
atacantes se decían defensores de la religión y del orden, no se les podía dar
"otro título [...] que el de bandidos" vistos los ultrajes que habían
cometido.[ 42 ]
La ola de ataques que se registraron en Aguascalientes motivó un
decreto del gobernador José María Chávez, en el cual se estipulaba que todo
bandido aprehendido in
fraganti sería pasado por las armas "sin más
requisito" que el de comunicar la ejecución a la "autoridad política
más inmediata". La medida había sido tomada el 9 de noviembre de 1862 y se
justificaba con el siguiente argumento: "encontrándose la independencia de
la república amenazada, era necesaria una pena ejemplar [para castigar] [...] a
los malos mexicanos que distraen de aquel importante objeto la atención de las
autoridades, cometiendo robos y crímenes atroces en los caminos, haciendas y
ranchos del estado".[ 43 ]
El 7 de febrero de 1863 se daba a conocer en la ciudad de
Zacatecas que Dionisio Pérez había asaltado con 300 hombres la hacienda de
Santiago, ubicada en Aguascalientes. El ataque fue sin embargo rechazado por
tan sólo once individuos que sostuvieron una balacera desde las ocho de la
noche hasta el día siguiente. Esta gavilla ya estaba en tratos con los
intervencionistas, se decía, porque algunos de sus integrantes traían
"despachos de Mejía". La situación que imperaba en el estado motivó
que el día 21 de febrero llegara una sección de infantería y caballería del
estado de Zacatecas al mando del general Castro, que junto con las fuerzas
locales se encargaría de perseguir a los bandidos. Las tropas zacatecanas
actuaron de inmediato destruyendo un pequeño grupo de ladrones capitaneados por
Mauricio Barrera y Gil Ibarra (a) el
Cuervo, según informó la jefatura de Calpulalpan.[ 44 ]
Pero la acción armada más importante tuvo lugar los días 12 y 13
de abril cuando Juan Chávez y Valeriano Larrumbide se presentaron frente a la
capital (de Aguascalientes) y Larrumbide intimó al gobernador José María Chávez
a rendirse a "discreción" o desocupar la plaza. El ultimátum enviado
por Larrumbide el día 12 tenía por lema la siguiente frase: "Dios,
religión, independencia y orden". El gobernador respondió que estaba
dispuesto a defender la plaza y que, de ser atacada la ciudad, Larrumbide sería
el único responsable de "cuantos males" ocasionara el hecho. El
ataque empezó a las tres de la tarde de ese mismo día y no concluyó sino hasta
las nueve de la mañana del siguiente con la huida de los atacantes. Sus fuerzas
eran "cuatro veces" más numerosas (recuérdese que unos días antes
Lagos fue atacada por cerca de 2 000 hombres) que la guarnición de la capital
de la ciudad y fueron sin embargo rechazados. Pero sucede que la población
también acudió a defender la plaza y su participación fue decisiva para impedir
que cayera en manos de los "bandidos". Aun así, el Parián fue
completamente saqueado y una buena parte de la ciudad, incendiada por los que
avanzaban al grito de "Viva la religión y Francia". Mientras que la
"pequeña guarnición", de la que se dijo que fue "heroica hasta
la abnegación", respondía junto con los otros defensores: "mueran los
que acarrean la religión en sacas" y "mueran los que traen la
religión en barras". Las consecuencias de este ataque y las acciones de
los hombres de Larrumbide fueron descritas en los siguientes términos:
Las penalidades de la pobreza se
esperan a multitud de familias que ayer gozaban de un modesto bienestar, que en
pocas horas les arrebató el vandalismo [...]. Los escombros del Parián y de
algunas tiendas quemadas por la mano salvaje del traidor; las casas de millares
de vecinos entradas a sacos y [...] al ultraje; las más feroces pasiones
despertadas al robo y al pillaje [...] son el resultado de la agresión también
vandálica que sufre la república por el tercer Napoleón.
Finalmente, al enterarse Larrumbide de que el coronel Antonio
Rojas se acercaba con sus hombres, simplemente huyó rumbo a La Barca.[ 45 ] Como resultado de esta
experiencia el gobernador de Aguascalientes parece haber concluido que la
movilización de toda la población era indispensable para la defensa de cada
localidad, pues el 14 de abril expidió el siguiente decreto:
Considerando: Que las chusmas que
merodean por todo el territorio del estado, sin embargo de proclamar un
principio político, han demostrado que no son más que incendiarios, salteadores
y asesinos [...]. Artículo 1o. Todos los vecinos del estado sin excepción
alguna desde la edad de 16 a 50 años se presentarán a la primera autoridad
política de cada lugar, al toque de campana, para repeler a los bandidos [...].
Artículo 3o. Serán juzgados como traidores los individuos que no cumplan con el
presente decreto.[ 46 ]
Las tropas republicanas se desplazaban de un lugar a otro sin
lograr acabar con las gavillas. El coronel Antonio Álvarez había estado
operando sobre las de Aguascalientes con dos brigadas, una estacionada en la
villa de la Encarnación y la otra en Ledesma, pero ante sus movimientos los
bandoleros simplemente huían evacuando los poblados que ocupaban sin ofrecer
combate. De manera optimista el gobierno de Aguascalientes anunció el 20 de
junio que las gavillas empezaban a "disolverse", aunque no habían
sido destruidas del todo, y el coronel Álvarez se desplazaría entonces a Lagos.
Los encuentros armados eran frecuentes pero, como ya dijimos, no se conseguía
asestar golpes definitivos a los bandidos. Así, por ejemplo, el coronel Sánchez
Román se volvió a topar con la gavilla de Juan Chávez al momento en que era
dispersada por el comandante "Villarreal", pero aun así los bandidos
perdieron únicamente dos hombres y dos carros de maíz. Los casos en que se
lograba "golpearlos" seriamente no eran frecuentes pero ocurrían.[ 47 ]
Como se habrá podido advertir, la proximidad de las poblaciones
atacadas en los límites de los estados obligaba a sus gobiernos respectivos a
prestarse ayuda y actuar coordinadamente frente a las gavillas. De esta manera,
cuando Juan Chávez ocupó Teocaltiche (Jalisco) el 23 de junio apoyado en 1 200
hombres, y se sabía que en esta población y en otras cercanas a ella se
organizaba una fuerza de 2 000 efectivos para "auxiliar al invasor",
el jefe político de Nochistlán, en Zacatecas, pidió inmediatamente auxilio al
gobierno de su estado, que a su vez lo solicitó al de Aguascalientes y al
comandante de Lagos (Jalisco).[ 48 ] Así, estacionado en Lagos
al frente de la 1a. División de Caballería, respondía el coronel Antonio
Álvarez que ya estaba al tanto de las peticiones de auxilio de los estados de
Aguascalientes y Zacatecas, motivadas por la "plaga de ladrones" que
asolaba sus territorios. Y aunque él sólo había podido "dispersar" y
"ahuyentar" las gavillas "a los puntos en que se
abrigaban", consideraba "casi libres a las poblaciones y caminos de
[su] tránsito". El lugar en donde las gavillas se refugiaban era
justamente Teocaltiche.[ 49 ]
En otra ocasión, el presidente de Ojuelos (Jalisco) dio parte al
jefe político de Pinos (Zacatecas) del ataque a su poblado en la madrugada del
día 11 de julio. Y si bien logró reunir a veinte vecinos para perseguir a los
agresores, mismos que perdieron cuatro hombres, el presidente de Ojuelos
solicitaba al gobierno de Zacatecas (por intermedio del jefe político de Pinos)
"aunque sea un pequeño número de soldados armados", visto que esa
población era "uno de los puntos [...] más expuestos a ser invadidos con
frecuencia por los latro-litigiosos". La jefatura de Pinos apoyaba esta
medida pero la fuerza disponible para Ojuelos, se decía, se encontraba
"desnuda", sin uniforme.[ 50 ]
El mismo día 11 de julio, el comandante militar de
Aguascalientes se dirigió al gobierno de Zacatecas para reportar la presencia
de Juan Chávez en la hacienda de Cieneguilla, a sólo "seis leguas" de
la capital de su estado. Por esta razón le pedía a ese gobierno que ordenara al
jefe político de Nochistlán que lo apoyara "con la fuerza de su
mando", esperando que el coronel Álvarez, previo aviso, maniobrara en
combinación con Nochistlán. Juan Chávez contaba otra vez con más de 2 000
hombres y se temía que atacara nuevamente la ciudad de Aguascalientes. Jesús
González Ortega, para entonces gobernador de Zacatecas, sólo pudo enviar una
fuerza "no respetable [...] por no tener más" y manifestaba al
Ministerio de la Guerra que también el estado de Durango le solicitaba ayuda.
Anteriormente, cuando el día 9 de julio el general González Ortega le pidió al
coronel Álvarez 300 hombres para auxiliar Teocaltiche, ocupado desde el 23 de
junio, éste había respondido que no podía "distraerse [...] un solo
hombre, pues quedaría expuesto este cantón [Lagos] a ser invadido por los
bandidos".[ 51 ] Lo anterior nos da una idea
del estado de inseguridad y de la falta de recursos militares para enfrentar
gavillas y "bandas conservadoras".
Como ya hemos visto, las gavillas tendían a dispersarse al poco
tiempo de entrar en combate y se desplazaban lo más pronto posible hacia las
zonas serranas. Después de uno de los encuentros entre tropas republicanas y
las partidas de Juan Chávez, esta vez el 28 de julio, el general Ghilardi
subrayó los dos hechos siguientes: 1) "no se logró destruir completamente
a los bandidos [...] [por] haberse internado a la sierra [2)] fraccionándose
para evitar la persecución".[ 52 ] A pesar del acoso y las
constantes bajas que tenían estas gavillas, las tropas del gobierno no lograban
eliminarlas totalmente.
Esta observación no está de más si tomamos en cuenta que la
prolongación de la guerra "gavillera", si se puede decir, corría en
favor de las fuerzas intervencionistas, impidiendo una efectiva concentración
de tropas y recursos para combatir a los franceses. La persistencia y dimensión
de este problema se reflejaba en una carta del general González Ortega al
Ministerio de la Guerra con fecha 31 de julio, en la cual decía que las
invasiones de bandidos en el sur de su estado eran en "número muy respetable";
después agregaba con franqueza que su gobierno tuvo el "sentimiento de
[ver] sufrir [a los poblados] sin poder remediar" los males que causaban
las gavillas. La solución inmediata consistía en poder disponer de la brigada
del coronel Sánchez Román, cuya presencia podría traer la "paz y la
tranquilidad a los pueblos" del sur de Zacatecas. De otra manera, afirmaba
González Ortega,
serán infructuosos los sacrificios
[...] y se consumirán inútilmente, como ha sucedido, las rentas federales,
pues, según los datos que tengo [...] en los partidos de Nochistlán,
Villanueva, Sánchez Román, Juchipila, G. García y Fresnillo, se han consumido
más de 40 000 pesos en gastos extraordinarios de guerra y en socorro de las
fuerzas que han estado de alta en los últimos meses del presente año, en
aquellas poblaciones, para darles las garantías a que son acreedoras y que
tienen derecho a exigir de la sociedad cuando por su parte han llenado los
deberes que aquélla les impusiera.[ 53 ]
Por el mes de agosto también se tuvo noticia en Zacatecas de la
banda de "traidores" que mandaban Julio Caldera, "Placencia y
Castañeda", procedentes de San Luis Potosí. El jefe político de Pinos,
Francisco Orozco, recibió el parte del general Mariano Escobedo sobre el hecho
de armas que sostuvo con Caldera en la hacienda de Palo Alto. La gavilla perdió
25 hombres, 15 mosquetes y 60 caballos, señalando que los
"latro-facciosos" pasaban a Zacatecas por la hacienda de la Jaula en
distintas partes. Francisco Orozco le indicó enseguida que contramarchara rumbo
a la hacienda de Bledos, igualmente amenazada por un grupo de 150
"bandidos [...] perfectamente montados y muy mal armados" que, en
definitiva, no tomaron el lugar. El general Mariano Escobedo se dirigió
entonces a la hacienda de Tepetate con el objeto de aumentar su caballería,
pues consideraba que la infantería era "inútil" para perseguir con
éxito a los bandidos que pululaban en los límites de estos dos estados.[ 54 ] Su opinión se fundaba en la
extrema movilidad de las gavillas.
El 4 de agosto Escobedo fue informado de una fuerza de "200
caballos" que se acercó a Pinos (Zacatecas) pero no atacó el poblado.
Francisco Orozco salió a su encuentro sin lograr alcanzarla y desde Ojuelos
(Jalisco) le decía a Escobedo que en los alrededores de ese lugar como en los
de la hacienda de Campos había numerosas gavillas. Por su parte, González Ortega
continuaba hablando de las innumerables partidas de bandidos y traidores
procedentes de Jalisco, Aguascalientes y Durango, por lo que solicitaba permiso
a los gobiernos de estos estados para que las fuerzas zacatecanas pudieran
pasar sus límites en "persecución de los malhechores".[ 55 ] La situación era de tal
manera apremiante que ya para el día 18 estaba movilizada la mayor parte de los
efectivos del estado. Las tropas que perseguían a Pilar Villarreal saldrían lo
más pronto posible rumbo a Aguascalientes, mientras que Jesús Sánchez Román ya
se dirigía a la villa de Calpulalpan (Aguascalientes) con 600 hombres para
combatir a otra gavilla que contaba con 400 individuos y tenía sitiado Rincón
de los Romos. Esta gavilla fue vencida el 19 de agosto cuando atacó
Calpulalpan.[ 56 ]
Las poblaciones del norte de Jalisco y del sur de Zacatecas
continuaron siendo objeto de asaltos y ataques sorpresivos por parte de
"bandidos" y "traidores". Se trataba de una calamidad
pública resentida independientemente de los límites de cada estado, a tal grado
que las victorias alcanzadas en uno bien podrían ser festejadas en otro. Esto
fue lo que ocurrió en Fresnillo (Zacatecas), por ejemplo, cuando el jefe
político se enteró por medio del presidente de Valparaíso (Zacatecas) de que
las "chusmas de traidores y bandidos [...] procedentes de Bolaños"
(Jalisco) fueron derrotadas en Huejuquilla (Jalisco): la población de Fresnillo
festejó el hecho "con el más vivo y patriótico entusiasmo". La
gavilla de 250 agresores perdió 45 hombres, 24 rifles y 42 caballos.[ 57 ]
En el mes de septiembre los bandoleros seguían cometiendo
fechorías, sesenta de ellos lograron llegar a La Blanca (Zacatecas), cerca del
límite con San Luis Potosí, en donde robaron "la línea" a la gente
que encontraron y la correspondencia; mataron a un soldado, lo colgaron, y
secuestraron a don Jesús Méndez y a don Joaquín Alatorre, vecinos de Villanueva
y Nochistlán, respectivamente. Un cabecilla llamado Vidal Rentería asaltó el
pueblo de Moyahua (Zacatecas) el 8 de septiembre, y el coronel Francisco Ayala,
al informar del suceso a la jefatura política de Juchipila, decía que los
vecinos sufrieron "el más escandaloso vandalismo pues no [...] les dejaron
ni un solo animal ni una fanega de maíz, ni aun lo encapillado, después de haber
hecho pedazos las puertas de las casas". Irónicamente, Rentería dejó el
siguiente "aviso" tras incautar los bienes de los habitantes de este
lugar:
Brigada Rentería=Coronel en
jefe=Aviso=Habiendo venido a este punto con el doble objeto de imponer un préstamo
para cubrir las exigencias de la fuerza que es a mis órdenes y siendo yo
enemigo del desorden [ sic ],
para no permanecer en éste pensé en llevarme algunas reses al estado de
Jalisco, para que usted envíe a todos los propietarios dichos, para que éstos
las rescaten con diez pesos cada uno de fierro arriba pues prometo volverles de
donde me alcancen [...]. Dios, Religión y Orden.[ 58 ]
Durante el mes de octubre las gavillas continuaban merodeando en
los alrededores de Lagos y el coronel Rincón Gallardo recibió orden de
acantonarse en esta ciudad para evitar que cayera en manos de los bandoleros.
Rincón Gallardo cumplió la orden pero no permaneció mucho tiempo en Lagos
debido a que las autoridades se negaron a suministrarle los forrajes y
"socorro" que requerían sus tropas. Peor aún, estas autoridades
cometían abusos con la población y le imponían "exacciones" que él no
podía solapar ni apoyar, por lo que decidió desocupar la ciudad a la que no
tardaron en entrar las gavillas. El gobernador de Guanajuato, que fue quien dio
parte de esta situación al Ministerio de la Guerra, no pudo mandar otro
destacamento para recuperar Lagos porque, según dijo el 30 de octubre, la
gavilla Troncoso que operaba en su estado había "aumentado
considerablemente" y andaba "insurreccionando" el Bajío. Pero
también por el hecho de que las autoridades de Lagos se negaban a recibir las
tropas y cuando éstas llegaban no les proporcionaban abastecimiento,
obligándolas, además, "a prestar servicios [...] como los de exaccionar a
los vecinos".[ 59 ]
La aparición de diversos grupos de gavillas también se advierte
en otros estados como el de Querétaro, en el que eran designados como
"traidores de la Sierra" de Tomás Mejía, San Luis Potosí, Guanajuato
y Michoacán. Se presentaron problemas equivalentes en cuanto a la falta de
hombres, de armas, de abastecimientos y de pago de fuerzas, aunque la
comunicación entre autoridades civiles y militares no dejó de ser fluida. Las
fuerzas organizadas localmente, en las que se advierte una participación de la
población, podían ser realmente útiles pero no suficientes para contrarrestar
los continuos asedios y actos de vandalismo de gavillas y "bandas
conservadoras". Y no está de más mencionar como parte de estos problemas
que cuando el coronel Vicente Vega perseguía la gavilla de los Troncoso en Guanajuato,
durante el mes de octubre, informó al jefe político de Santa María del Río que
requería de hombres, "que sus oficiales no habían recibido pago alguno y
que tampoco disponía de orden ninguna para sacar recursos de [Santa María del
Río, en donde se encontraba] [...] para socorros y forrajes".[ 60 ]
La situación prevaleciente en estos días debe haber sido
realmente desesperada para poblaciones y autoridades locales, considerando la
falta de efectivos y recursos para enfrentar la situación y la grave
desarticulación de los modos de subsistencia locales que los ataques
provocaban.
Estado de México, Morelos y Puebla-Tlaxcala: el acoso
conservador
Las acciones de las llamadas "fuerzas auxiliares" o
"bandas conservadoras" en esta área geográfica consistieron,
formalmente, en apoyar el avance y las operaciones del ejército francés. Pero
también se puede decir que contribuyeron a debilitar la concentración y
distribución de fuerzas republicanas para contener el avance del ejército
invasor.
En los primeros días de enero de 1863 fuerzas del ejército
republicano seguían los movimientos de una gavilla dirigida por Jiménez
Mendizábal. La gavilla estaba integrada por noventa hombres y formaba parte de
una columna al mando del general Miguel Negrete que se dirigía a Puebla. El día
3 de enero esta gavilla recibió una "zurra" perdiendo varios hombres
entre muertos y heridos, varios prisioneros fusilados de inmediato y la
completa dispersión del resto. Los que fueron pasados por las armas quedaron
colgados "en el paraje [donde] [...] habían cometido sus crímenes".[ 61 ]
En un parte dirigido al general Jesús González Ortega,
comandante en jefe del Ejército de Oriente estacionado en Puebla, el comandante
Concepción Mata le informaba que el 15 de enero el coronel Juan Montúfar había
atacado a un grupo de 400 "bandidos" acaudillados por (Juan B.)
"Caamaño" (militar conservador), reunidos en Tlasmalaca. En esta
operación Montúfar les hizo alrededor de 80 bajas y logró despojarlos de 150
caballos. Continuó en su persecución hasta Copalillo y en este lugar perdieron
otros 30 hombres y 60 caballos más. De manera significativa, el parte señala
que las bajas de este segundo encuentro eran la "mayor parte de
oficiales", por lo que la gavilla no sólo estaba integrada por
"bandidos" sino también por militares desafectos al gobierno
constitucional.[ 62 ] Esta gavilla era el
resultado de una "reunión" que se verificó en el cantón de Iguala y
los límites del Tercer Distrito del Estado de México (actual estado de
Morelos), con el objeto de distraer las fuerzas del gobierno cuando los
franceses se presentaran frente al puerto de Acapulco, lo cual ocurrió el 23 de
enero. Poco tiempo después, el prefecto de Iguala entregaría al gobernador del
Tercer Distrito, don Agustín Cruz, varios documentos que se habían quitado a
los "traidores" y en los que se mencionaban algunas de las personas
que les proporcionaban recursos.[ 63 ]
La situación era difícil y cuando el gobierno central pidió al señor
Agustín Cruz que enviara "toda la fuerza útil" de que dispusiera, con
excepción de una tercera o cuarta parte de ella, éste respondió desde
Cuernavaca, el 13 de febrero, que dicha fuerza no podía ser retirada sin
perjuicio de la tranquilidad pública y la persecución de bandidos y traidores.
Cruz precisaba que de cumplir con dicha orden en su distrito se desbordaría
"de un modo peligroso la reacción y el vandalismo, y llegaría a
intronizarse [ sic ]
en todo este territorio poniendo en conflicto aun a la capital de la
república".[ 64 ] Las intensas actividades de
"la reacción y el vandalismo" en los puntos limítrofes de los estados
de Puebla, Guerrero y el "Tercer Distrito del Estado de México", con
el objeto de "organizar fuerzas reaccionarias", eran el mejor
argumento de don Agustín Cruz para convencer al gobierno central de que
mantuviera "una fuerza considerable" en su distrito. Además, en el camino
México-Cuernavaca las diligencias eran asaltadas continuamente;[ 65 ] una gavilla robó diez
caballos en la hacienda de Cocoyoc, mientras que un tal (Mariano)
"Moret", designado como "traidor", se apoderó de un
cargamento por el que su propietario tuvo que pagar un rescate de 500 pesos.
Estos hechos y la continua movilidad de los bandidos, con los que ya se habían
tenido dos encuentros armados, planteaban la necesidad de una acción coordinada
entre las autoridades de Tlalpan, Chalco y Cuernavaca.[ 66 ]
El 8 de febrero las autoridades de Puebla se felicitaban por el
éxito de las operaciones del comandante Genaro Olguín sobre Jesús M. Visoso y
otros cabecillas que incursionaban por Miltepec: sus gavillas fueron
dispersadas y se alejaron por el "real de Cuautla". Visoso
continuaría sus correrías en el cantón de Jonacatepec (Morelos, cerca de los
límites con Puebla) junto con otros jefes como Felipe Chacón (militar) y
"Caamaño". Posteriormente Chacón regresaría al estado de Puebla para
ocupar Izúcar de Matamoros en donde dictó una proclama a sus habitantes (misma
que consideraremos más adelante) "exhortándolos a la sublevación",
aunque sin respuesta favorable. Por el contrario, las guardias nacionales de
Izúcar de Matamoros, Atlixco y otros pueblos del área se unieron y lo
expulsaron el 15 de marzo.[ 67 ] Don Agustín Cruz también
trataba de acabar con la partida del "traidor" Ventura Garcés que
había sorprendido y robado el pueblo de Tepoztlán el 28 de abril. Al mes
siguiente, Juan Argüelles se reunió con las gavillas de Ventura Garcés y
"Valle" en Milpa Alta, y aunque los partes no mencionan el número de
individuos que mandaban estos cabecillas, sí se dice que Cruz y el jefe
político de Chalco salieron a su encuentro con 500 hombres, huyendo los
"traidores a los primeros tiros de [su] vanguardia". Después de esta
acción, Agustín Cruz informó al Ministerio de la Guerra que los pueblos de
Milpa Alta estaban "absolutamente sublevados", pero no menciona la
causa. En esta misma localidad merodeaba otro bandido al que sólo se menciona
como "Gálvez", perseguido desde el mes de febrero y
"derrotado" el 30 de marzo.[ 68 ]
Por lo general, los habitantes de los pueblos trataban
igualmente de "bandidos" tanto a los "dispersos" como a las
tropas que mandaban algunos jefes intervencionistas. Las autoridades del Primer
Distrito del Estado de México informaron que los moradores del pueblo de las
Llaves se habían "preparado para defenderse de los dispersos del traidor
Juan Argüelles". Y en efecto, los vecinos lograron rechazarlos
despojándolos de tres mosquetes y haciéndoles tres prisioneros.[ 69 ] En otra ocasión, el 10 de
mayo, Argüelles se presentó en las inmediaciones de Amecameca y envió un
comunicado al alcalde don Ignacio Reyes, para informarle que él y su
"brigada" pasarían la noche en ese poblado; le ordenaba desocuparla y
tener "listas raciones y forrajes para 600 caballos".[ 70 ] Argüelles creyó que
ocuparía el lugar con 300 de sus hombres, pero el "vecindario"
decidió defenderse y unos 30 jinetes salieron a "tirotearlos"
logrando quitarles a un prisionero que "traían arrastrando". El
faccioso se dio cuenta de que el pueblo no cedería fácilmente y optó por
internarse en el monte. Anteriormente había caído sobre el pueblo de Zoyacingo
(a "un cuarto de legua" de Amecameca), en donde sus habitantes
también se defendieron pero no pudieron rechazarlos, y el pueblo fue saqueado
por sus "tropas".
La sierra de Chignahuapan (Puebla-Tlaxcala) era el centro de
operaciones de otra gavilla que combatía el coronel Rafael Cravioto. Desde
Huauchinango, este militar informó al general González Ortega, el 29 de enero,
sobre las serias dificultades con que tropezaba la misión que le había sido
encomendada, pues era "casi imposible lograr la aprehensión de la canalla
de que se compone la gavilla [decía] [...], porque todos son rancheros que se
han retirado a lo más intrincado del terreno, que nunca se baten y que
solamente se reúnen como y cuando les conviene para cometer toda clase de
crímenes en los caminos y poblaciones desamparadas, diseminándose
inmediatamente".[ 71 ] De acuerdo con el reporte
de Cravioto, los efectivos de esta gavilla se habían reducido a 60 hombres
debido a las aprehensiones y la continua persecución de que habían sido objeto.
Esta misma gavilla fue atacada por el coronel Baltasar Téllez
Girón, pero sólo consiguió hacerles tres bajas y tomar a diez prisioneros, a
pesar de que contaba con una fuerza de 200 de caballería. Entre los prisioneros
había dos "oficiales" y el resto eran "de la clase de
tropa"; se apoderó además de 15 caballos, 15 mosquetes y 16 lanzas. Al día
siguiente aprehendió al cura Saturnino Balderas Ponce de León, que había
logrado escapar con otros cabecillas al momento del encuentro. El cura portaba
documentos que lo acreditaban como agente del general Leonardo Márquez, tenía
la tarea de "insurreccionar" a todos los pueblos de la región y
servir de dirigente a las gavillas de Chignahuapan, además de que él mismo se decía
capellán de las tropas de Márquez. Téllez Girón optó por mandarlo fusilar
"y que su cuerpo se pusiese a la expectación pública".[ 72 ]
A su vez, durante los últimos días de febrero llegó a Tlaxcala
un enviado del "célebre general Gutiérrez" que tenía por propósito
"llevarse a los bandidos [de la región] al campo del invasor". Pero
el mensajero, al que se conocía como Fonche o el Tencua, no logró su
cometido. Los bandoleros prefirieron continuar sus fechorías cuando y donde
mejor les pareciera. Por estas mismas fechas asolaron los llanos de Apam
saqueando y "estropeando a las familias", cometiendo todo tipo de
"excesos en el pueblo de Tlaxco y en las haciendas de Ixochuca y la
Cueva". Su manera de proceder provocó la indignación del cura de Tlaxco
que irritado dio de bofetadas a uno de los bandoleros. El sacerdote, según
el Diario del Gobierno, también
le dijo públicamente que "los liberales tratan a sus enemigos con dignidad
[mientras] [...] que los defensores de la religión atropellan todo y cometen
faltas contra los mismos sacerdotes". Los conservadores de Tlaxco se
manifestaron descontentos con sus "defensores" de la religión, pues
ellos también se vieron tratados "de la manera más brutal".[ 73 ]
Un mes más tarde, el 22 de marzo, los llamados "traidores
de Loma Alta" atacaron sorpresivamente el pueblo de Ixtacamaxtitlán
(Puebla) en donde se libraron de los "excesos y atrocidades" que eran
comunes a los bandoleros de la región. Como "dignos aliados del ejército
francés", se decía, habían dejado a las familias de esta población
"reducidas a la más espantosa miseria". Los atacantes se llevaron todos
los alimentos, incendiaron el pueblo y lo que no se pudieron llevar lo
destruyeron.[ 74 ]
Ignacio Buitrón era un cabecilla (militar) que había combatido
del lado conservador hasta que fue derrotado en Santiago Tianguistengo el 30 de
junio de 1862; y entonces decidió pasarse al lado liberal reconociendo el
gobierno del presidente Juárez. Pero el 27 de marzo de 1863 se sublevó
nuevamente junto con "las cortas fuerzas" que mandaba en el
"camino a Toluca".[ 75 ]
El 28 de marzo Buitrón dirigió una proclama a sus fuerzas desde
lo que él consideraba su "cuartel general" en Huixquilucan. La
proclama hacía hincapié en sus "constantes esfuerzos por sostener la santa
causa de la religión y el orden", justificando su anterior adhesión al
gobierno de Juárez como una medida que le permitió salvar la vida de sus tropas
después de que fueron derrotadas en Santiago Tianguistengo; proclamaba también
que la hora de "volver a levantar el estandarte de la religión" había
llegado porque en la capital se estaban "arrojando de los claustros a las
esposas del Cordero Inmaculado"; por los proyectos que prohibían enseñar a
"nuestros hijos los fundamentos de la verdadera y única religión", y
porque se obligaba a los sacerdotes del Altísimo "a obedecer las Leyes de
Reforma". Finalmente, la proclama hacía un llamado a derrocar la
"detestable demagogia" bajo la guía del general Leonardo Márquez.[ 76 ]
En los partes intercambiados entre las autoridades políticas del
Primer Distrito del Estado de México y el Ministerio de Guerra, este grupo
armado era designado como las "chusmas del traidor Buitrón". El día 6
de abril Buitrón ocupó el mineral de Tlalpujahua en donde mandó fusilar a siete
vecinos y cometió con la población "atentados atroces".[ 77 ]
La fuerza de Buitrón comprendía cerca de 400 hombres que trató
de aumentar enviando una carta al señor Loreto Sejudo, autoridad de Toluca, el
primero de abril. En ella le planteaba que se uniera a él "con toda la
fuerza que pueda, seguro de que por las facultades que obtengo le será
agraciado con el ascenso inmediato". Pero Loreto no respondió a su llamado
y, el día 7 de abril, Buitrón fue objeto de una seria derrota por parte del
coronel Rafael Cuéllar. El parte al Ministerio de la Guerra decía lo siguiente:
"batí y derroté [a Buitrón] [...] haciéndole 100 prisioneros, 160 muertos
y 10 heridos; quedó en nuestro poder la artillería [...] que consistía en 3
piezas de montaña, 400 fusiles, 200 lanzas, 50 mosquetes [...] y una mula
cargada de dinero que se repartió a la tropa, [y] 200 caballos". Sin
embargo, Buitrón logró escapar y era necesario organizar su persecución para
evitar que se "repusiera" o se uniera al "bandido Juan
Argüelles" que en ese momento se encontraba cerca de Villa del Carbón. A
Ignacio Buitrón lo fusilaron los propios franceses a causa de sus
"depredaciones".[ 78 ]
A diferencia de Mariano Trujeque (véase nota 6), Leonardo
Márquez había hecho carrera en el ejército pero parecía compartir con él y con
Buitrón una muy sentida devoción religiosa. Por lo menos ésta es la imagen que
propiciaba el periódico La
France cuando un articulista decía de Márquez que, aparte de
ser un "soldado tan resuelto, [era] un modelo de piedad filial, reza
novenas con su madre y, arrodillado a su lado, también reza su rosario, lo que
causará alguna sorpresa en Europa".[ 79 ]
Los contingentes de Márquez servían para cubrir las líneas de
abastecimiento del ejército francés, escoltando los convoyes, y cuando actuaban
de concierto con él se abastecían con lo que exigían a los pueblos que
encontraban a su paso. Un pretexto más para justificar las depredaciones y
exacciones de que eran objeto estos poblados. Tal como ocurrió cuando Márquez y
Trujeque ocuparon Huamantla (Tlaxcala), el día 3 de febrero por la tarde, junto
con un destacamento francés. A las fuerzas de Márquez se las calificaba de
"bandidos" o "traidores" y eran cerca de 1 800 hombres
repartidos en 20 cuerpos de infantería y caballería.[ 80 ]
El "estilo" de este cabecilla no tardó en manifestarse
cuando enfrentó la escasez de agua, víveres y forrajes que se presentó en el
lugar, fusilando a los indígenas que se resistieron a traer agua de la
Malintzin para sus tropas. Márquez también permitió que se cometieran otros
abusos con la población de Huamantla, como las "violencias [...] [de sus]
soldados con las mujeres" de la localidad o los repetidos "casos de
leva". Por estos días se tuvo noticia de que los hombres de Márquez
sorprendieron a un malhechor conocido como "el plagiario de la
Malintzin", (a) el
Colegial, y a cuatro de sus secuaces, pero como éstos
manifestaron su deseo de servir "a la Francia", únicamente se los
despojó de sus caballos, por "codicia", según se dijo, y fueron
integrados a la infantería.[ 81 ] El 18 de marzo
correspondería al pueblo de Ixtengo experimentar las "depredaciones de
estas mismas fuerzas, siendo notorio que mientras la población era vejada,
Márquez improvisaba una procesión haciendo "salir el viático al son de
vivas a la religión y al clero".[ 82 ]
Los grandes contingentes
Estas gavillas de "traidores" y "bandidos",
como se los designaba en los partes militares y otras comunicaciones oficiales,
eran grupos cuyo número oscilaba entre 10 y 60 efectivos. Y como se habrá
podido observar, algunos cometían asaltos a diligencias y arrieros, e inclusive
llegaban a atacar haciendas. Otros grupos, en cambio, algunos con un promedio
de 300 individuos eran capaces de ocupar una población o mantener asolada una
región durante un cierto tiempo, quedando expuestos sus habitantes a cualquier
eventualidad.
Es claro que el título de "bandidos" se lo ganaron por
el tipo de acciones que practicaban sin excluir el plagio de hombres, mujeres y
niños. La opinión del jefe político del partido de Sánchez Román es bastante
ilustrativa al referirse a las consecuencias que tuvo el ataque de una de estas
gavillas para los habitantes de la hacienda de Cruz Grande y sus rancherías. La
hacienda fue atacada por más de 20 bandoleros
que, a más de robarse los
intereses de esos infelices habitantes y llevarse a las personas de algunos de
ellos, les robaron también los bueyes con que [araban] [...] causándoles con
ello el mayor mal que se puede imaginar, pues ya esas familias han quedado
reducidas a la mendicidad, puesto que su único giro era sembrar, para con su
producto tener con qué alimentarse todo el año, y ahora se les ha privado hasta
de ese recurso, como lo hicieron con la mayor parte de la municipalidad de
Atolinga.
Esto es horroroso, "la
miseria va a extenderse por todo el vecindario del partido [...] [y será] de
consecuencias muy funestas, el hambre, el robo y el asesinato creo que serán
las inmediatas si no se persigue el vandalismo".[ 83 ]
En otros casos se imponían préstamos forzosos como sucedió en
San Diego Bizcocho (Guanajuato) cuando Margarito e Hilario Martínez impusieron
uno de 400 pesos, pero una comisión nombrada por el vecindario logró reducirlo
a sólo 40 pesos y 6 reales "que se colectaron entre el comercio [...] no
llevándose las armas de prevención, ni un solo caballo, debido a las súplicas"
que se les hicieron. Esta partida de 30 hombres se retiró al otro día, 11 de
junio, rumbo a una hacienda cercana y los cabecillas dijeron que estarían en
San José Iturbide con "una descubierta de 1 000 caballos" a la cual
pertenecían (límite con Querétaro).[ 84 ]
Otro grupo de "bandidos" cuyo número era de 300 ó 400
hombres llegó al partido del Mezquital (Durango) procedente de Aguascalientes.
La partida formaba parte de los "latro-traidores" de Juan Chávez y la
mandaba un "titulado coronel" Ramón García, (a) Pata de Palo, y
Francisco Valdez, (a) el
Ranchero. Durante su marcha no hicieron otra cosa sino robar
rancherías, plagiar a varios individuos para "exigirles rescate" y
asesinar a "un ciudadano llevándose a su familia", que después
abandonaron.[ 85 ]
Ahora bien, entre las "bandas conservadoras" más
numerosas que se mencionan están, por ejemplo, la de Lozada, la de Juan Chávez
y la de Valeriano Larrumbide (2 000 hombres aproximadamente), la de Leonardo
Márquez al momento de ocupar Huamantla (cerca de 2 000 en febrero), o la de
Tomás Mejía que ocupaba Tulancingo (Hidalgo) en el mes de octubre con alrededor
de 3 000 efectivos.[ 86 ] Y por la forma en que se
iban integrando podemos advertir que tanto las gavillas que alcanzaban un
número aproximado de 300 individuos o más, como los grandes contingentes de 2
000 a 3 000 elementos ya no estaban integrados únicamente por bandoleros, lo
cual querría decir que la composición de estas "bandas" se
diversificaba incluyendo a desertores, a soldados de leva, a jefes militares de
filiación conservadora, a población descontenta con las autoridades de su
localidad o a simpatizantes de la intervención de distintos sectores sociales.
En este orden de ideas cabe mencionar que cada uno de los bandos
en pugna recurría al reclutamiento forzoso para integrar sus contingentes o
para aumentarlos, un método que, asociado a la falta de pago y abastecimiento
regular de la tropa, generaba un flujo de desertores que en el contexto
político-militar que nos ocupa terminaban por adherirse a las gavillas
existentes, integraban otras o pasaban a formar parte nuevamente de una u otra
de las partes en conflicto. Las deserciones en el ejército republicano no eran
la excepción y algunas veces ocurrían al grito de "¡Muera el hambre!"[ 87 ] En definitiva, en algún
lugar tenían que terminar estos desertores: en el paredón, en su
"tierra", en la cárcel, en el desarraigo o entre bandoleros y
"bandas reaccionarias".
Otro aspecto en la formación de los grandes contingentes está
dado por las llamadas "reuniones" de "bandidos y
traidores", mencionándose varios cabecillas al frente de un determinado
contingente. Así, en los primeros días de octubre el coronel Isidoro Ortiz,
jefe de la Brigada de Occidente, atacó a una "gavilla" de 2 000
hombres en Etzatlán (Jalisco) con "Rivas, Fernando García de la Cadena y
Julio García" al frente de ella, por lo que no sería del todo inexacto
decir que después de las guerras de Reforma y en el contexto de la de
intervención, las gavillas de bandoleros podían integrarse a las partidas de
militares conservadores aún existentes en diferentes puntos del país, formando
precisamente lo que se designaba como "bandas conservadoras".[ 88 ]
Respecto del descontento relacionado con autoridades locales,
Rivera Cambas consigna varios casos. En uno de ellos refiere que "el haber
impuesto a los pueblos de Zacualtipan y Chicontepec [Hidalgo] gobernadores que
allí no eran aceptados fue la señal de la guerra civil en la Huasteca; de ella
se siguió que la reacción se apoderara de aquellos lugares, donde enseguida
imperó la intervención". Este mismo autor menciona que, desde 1862 y ante
la falta de recursos materiales, el gobierno impuso nuevas contribuciones. Los
impuestos fueron vistos como una carga "insoportable" por los
hacendados del "distrito de Cuernavaca, quienes protestaron [por ello]
[...] ante el jefe político Agustín Cruz", dando lugar a "graves
disgustos" que motivaron el embargo de algunas haciendas.[ 89 ] Ésa era una situación que
no tardaría en generar posiciones radicalizadas cuando posteriormente Romero,
el jefe de la sección, se dirigiera directamente al Ministerio de la Guerra, en
julio de 1863, para informarle que en el distrito de Tlanepantla "los
hacendados a quienes se les exigía la liquidación de sus alcabalas y
contribuciones para el pago de sus deudas, [fueran] quienes para evadirse del
pago [llamaran] a los invasores".[ 90 ]
Esto nos permite advertir, por lo menos en parte, que los
contingentes de las llamadas "gavillas reaccionarias" también podían
incluir en sus filas a los descontentos de pueblos y haciendas que se
sublevaban por diferentes causas. En suma, queda claro en todo caso que la
opción política de los conservadores en favor de la intervención y de la
monarquía no era un programa político elaborado por los grupos de bandoleros,
lo cual más bien les llegaba de "fuera", por así decirlo, ya sea por
conducto de los militares conservadores, de algún hacendado, de un grupo de
poder regional o de los desertores. Los curas, por su parte, debieron haber
jugado un papel importante en este sentido, como es el caso del sacerdote
Balderas Ponce de León en Chignahuapan.
Se puede señalar entonces que si los grandes contingentes al
mando de conocidos militares conservadores eran utilizados formalmente como
tropas "auxiliares" del ejército invasor, en sus movimientos también
se advierten prácticas de represión y expoliación a la población civil, a lo
cual hay que agregar las acciones de las gavillas que se "desprendían"
de ellos comportándose efectivamente como lo que eran, bandoleros extorsionando
y saqueando poblaciones indefensas. Desde el punto de vista de la campaña
militar en contra de los franceses, el efecto más negativo de las
"gavillas reaccionarias" consistió en distraer recursos y efectivos
del ejército republicano para perseguirlas y defender las poblaciones que eran
objeto de sus ataques. Los movimientos armados de estas gavillas se extendieron
en una amplia zona geográfica del país a todo lo largo de 1863, y en puntos
clave del teatro de operaciones en el que los republicanos enfrentaban el
avance intervencionista. Se trata de un conjunto de acciones que, en
definitiva, sí favoreció a las fuerzas invasoras y al proyecto político de los
conservadores, pero en el mediano plazo también contribuyeron a generar una
fuerte movilización en su contra.
Una conclusión, un debate
Hacia 1863, la guerra de Reforma primero y la de Intervención en
seguida, más las continuas "depredaciones" de gavillas y "bandas
conservadoras", nos indican ciertamente una seria alteración del
"orden tradicional de [...] cosas" en el mundo rural, tal como lo
señala Hobsbawm.[ 91 ] Pero también es necesario destacar
que la nación se encontraba en una situación particularmente crítica
caracterizada por una crisis de inestabilidad político-militar y económica.
Entre las causas de ésta podemos mencionar la continuidad de los conflictos
armados desde la independencia, la desarticulación de las economías regionales,
la disminución de la fuerza de trabajo, la casi nula modernización de la
agricultura, el limitado desarrollo de la burocracia estatal, la endémica falta
de recursos del erario público, la polarización político-militar que conduce a
la guerra civil, al reforzamiento de los cacicazgos locales, a la movilización
forzada o no de la población, a la proliferación del bandolerismo y, finalmente
otra vez, a una intervención extranjera cuyo avance se ve favorecido por la
inestabilidad interna. Destaquemos que lo que está en proceso es la
redefinición de la relación entre el Estado y la nación en tanto sociedad que
se "aleja" de sus antecedentes coloniales, un proceso que habría de
determinar políticamente, y de manera contradictoria, las respuestas de la
población rural ante la descomposición de su "modo tradicional de
vida".
Ahora bien, me parece conveniente señalar, asimismo, que la
comunidad rural de mediados del siglo XIX es el resultado de 300
años de dominación colonial y de medio siglo de convulsiones político-militares
del México independiente. La sociedad colonial integró y explotó la comunidad
campesina como una pieza clave de su dinámica económica en la lógica descarnada
de la acumulación originaria de capital. Después de la independencia, las
formas comunales de propiedad de la tierra no dejaron de considerarse como un
rasgo de atraso y un resabio del régimen colonial. Por lo que su desaparición
no sería ajena al proceso de construcción de la nación emergente. Un proceso
que cristaliza (Stendhal), por ejemplo, en el nuevo ordenamiento
jurídico-político representado por la Constitución de 1857 y en cuyo contexto
se decretó la Ley Lerdo.
La generación liberal de 1854 impulsó un proceso de
modernización que bien puede caracterizarse como una revolución política cuyo
objetivo central estaría dado por el desarrollo político-institucional del
país. El imperativo de un proyecto de industrialización no está claramente
delineado como una necesidad de Estado y la Ley Lerdo, por ejemplo, acelera y
amplía la acumulación de tierras de comunidades campesinas sin que se advierta,
en lo inmediato, un movimiento significativo de inversión de capital en
infraestructura, en tecnología para el campo o en fuerza de trabajo.
Por su parte, los dirigentes agrarios de este momento no parecen
lograr la articulación de sus reivindicaciones con la revolución política de
los liberales, lo que propiciaba que los movimientos campesinos fueran
prácticamente susceptibles de manipulación política. Sus dirigentes inmediatos
son el cura, el bandido carismático o alguna figura providencial, por lo que
los campesinos terminan insertos en procesos político-económicos en los que sus
intereses no logran una plena definición política o a los que se opone de
manera atomizada y acaban por rebasarla.
Algunas de las gavillas y los grandes contingentes considerados
incluían como jefes a individuos que la propia dinámica de los conflictos
nacionales terminaba ubicando política y militarmente en el bando liberal, caso
de Antonio Rojas o, en el conservador, Lozada y Juan Chávez, pero a los que
también se conocía por haber sido bandoleros.
Hechas estas observaciones, nos encontramos ante la
"ambivalencia" que presenta la figura de personajes como Manuel
Lozada (Trujeque o Chávez): brazo armado de grupos de poder local y del bando
político conservador, por un lado, y ex bandido, por otro, apoyado en una serie
de "gavillas" con formas de acción que no eran ajenas al
bandolerismo, pero con un arraigo y un liderazgo local suficientemente amplio,
en tanto símbolo de la lucha por la tierra, como para movilizar grandes
contingentes capaces de defender y ocupar toda una región.
Hobsbawm parece conciliar ambos aspectos cuando afirma que sin
llegar a constituir un "programa" para el campesinado, el
bandolerismo social sí representa una tendencia "espontánea de la defensa
o restauración del orden tradicional de cosas"; y, en definitiva,
"Cuando el bandido se incorpora a un movimiento más amplio, se convierte en
parte de una fuerza que puede transformar y que de hecho transforma la
sociedad".[ 92 ]
El movimiento de Lozada con sus múltiples gavillas, por ejemplo,
no deja de responder a esta visión, pero también es claro que su principal
aliado, el bando conservador, no tenía precisamente por objetivo una
transformación social sino un proyecto que comprendía desde la conservación de
privilegios corporativos de origen colonial hasta la instauración de una
monarquía como forma de gobierno. Un proyecto al que también terminarían
asociados otros grupos de bandoleros.
A su vez, las proclamas dictadas por algunos jefes militares de
las "bandas conservadoras", cuya composición incluía gavillas de
bandoleros, serían igualmente indicativas del carácter del "movimiento más
amplio", en este caso marcadamente conservador, al que se incorporaban.
Entre ellas tenemos la de Felipe Chacón con fecha 16 de diciembre de 1862, en
la cual se invitaba a los habitantes de Izúcar de Matamoros a
"derrocar" al régimen liberal: "nuestra causa, decía, es la
causa de Dios, de la civilización y del orden. ¡Viva la religión! ¡Viva la
independencia!" Además se trataba al partido liberal de "facción
vandálica, enemiga de la religión, del orden y del verdadero progreso".
Jesús María Visoso, por su parte, habiéndose trasladado desde el
"departamento de Guerrero" hasta el centro del país, llamaba a
"engrosar las filas de la reacción" y se declaraba en contra de la
"demagogia" y la "opresión" del gobierno liberal.
Finalmente, el cabecilla Valentín Ortiz se dirigió a las fuerzas auxiliares del
pueblo de San Miguel (distrito de Temascaltepec), el 7 de abril de 1863,
atacando la "demagogia" y llamando a unirse a los franceses. Su lema:
"Dios, religión y orden".[ 93 ]
Y si de mentalidades se trata, no deja de ser significativo que
la religión apareciera como una alternativa ideológica para llamar a restaurar
(Hobsbawm) el ya para entonces idílico pasado del mundo rural: el
"orden" tradicional de cosas, pues la causa de la religión, el
virtuosismo de un discurso sobre el bien y para el bien de los hombres,
permitía precisamente la conversión ideo-lógica (Augé)
de estos individuos en los defensores de una causa "justa" por
definición. Y al proponer la religión como el fundamento del cuerpo social
también "aparecían" como los defensores del verdadero
"orden" una mentalidad que, en definitiva, permanecía ideológicamente
ajena a la dinámica real del enfrentamiento a nivel nacional e internacional.
Es claro, asimismo, que otro punto de referencia de este
análisis está dado por el marcado descontento social en contra de autoridades
gubernamentales centrales o locales. El abuso de poder y el respaldo arbitrario
de la autoridad a favor de estos u otros intereses particulares eran cosa común,
situación agravada por la debilidad de los vínculos entre el gobierno central y
el resto del país que no le permitían al primero vigilar la aplicación de sus
disposiciones.
Este descontento pudo haberse expresado en una cierta simpatía
hacia los grupos de bandoleros que merodeaban en diferentes regiones asaltando
diligencias, conductas, haciendas o enfrentándose a la fuerza pública local.
Pero estas mismas acciones y los ataques a poblaciones indefensas en el
contexto político-militar que nos ocupa terminarían por traducirse en un
repudio total a esos mismos grupos.
Inicialmente tales bandas se podían formar con individuos que
habían incurrido en delitos del orden común, parias, detractores de caudillos y
hacendados o desarraigados. En función de la dinámica político-económica del
país, se les podían sumar campesinos que habían perdido sus tierras, desertores
o desmovilizados sin posibilidad de encontrar ocupación y ya ajenos a la opción
de reintegrarse a sus comunidades.
Y si en un momento dado el descontento social se manifestaba y
avanzaba al grito de "religión y tierras" en un contexto como el de
la guerra de Intervención y propiciando una movilización a favor del invasor,
la consigna misma situaba al individuo descontento en un polo del conflicto
político que, por oposición, era distinto a aquel en el que se ubicaba la
identidad nacional en formación. Era una correlación en la que automáticamente
adquirían un contenido calificativos como "latro-traidor".
En este sentido, si a Lozada, por ejemplo, se le quiere
considerar como un dirigente agrario "puro", su principal debilidad
radicaría precisamente en dicha "pureza", pues sería una grave
limitación para poder advertir en toda su dimensión el juego de intereses en
función del cual reaccionaba y era manipulado.
Ahora bien, no está de más advertir, en otro orden de ideas, que
desde el momento en que los "espacios" de los núcleos de bandoleros
adquirían una determinada importancia estratégica en el contexto de los
conflictos de carácter nacional (en tanto líneas de tránsito, de comunicación o
como puntos clave para la ocupación y control de determinadas áreas) y las
gavillas podían "apoyar" desestabilizando las operaciones y la
logística de uno u otro de los ejércitos, además de contribuir al control o a
la desestabilización de ciertas zonas, entonces tales grupos se veían
constreñidos a vincularse con un bando o con otro. En ese caso no hacía falta
mucha lucidez para advertir la posibilidad de lograr ciertas ventajas como el
indulto, el reconocimiento de rangos o el enriquecimiento personal a cambio del
número de hombres, los recursos económicos, el abastecimiento o el conocimiento
del terreno que estuviesen en posición de aportar. Pero ésta era una
correlación que la propia dinámica del conflicto se encargaría de rebasar y
limitar.
En todo caso, una gavilla de bandoleros no podía ofrecer un
apoyo superior al de las fuerzas y recursos de que disponía al momento de
vincularse con fuerzas político-militares de carácter nacional si no contaba, a
su vez, con el apoyo de las poblaciones y/o de los grupos de poder regionales.
De tal manera que, para poder contar con un suministro regular y de mayores
dimensiones, se requería necesariamente de este último tipo de apoyo, lo cual,
de ser así, significaba que los intereses de poblaciones o grupos de poder (o
de ambos) terminarían representados por los jefes de tales bandas como
reivindicaciones que habrían de ser satisfechas por aquellos a quienes se
otorgaba el apoyo en cuestión. Ésa era una función para la cual los bandoleros
no estaban precisamente preparados, pero que los dirigentes político-militares
de cada bando sí podían asumir. Una articulación de este tipo, a fin de
cuentas, no parece haber sido la regla en el bando conservador, visto el tipo
de acciones al que recurrían constantemente para resolver sus problemas de
abastecimiento, o por el hecho, sencillo y claro, dado por la animadversión que
se manifestaba entre la población de ayudar a quienes los expoliaban y que
también apoyaban el avance del invasor: la conciencia nacional sí operó y a
favor de los liberales.
Vanderwood sostiene que, a mediados del siglo XIX, tanto
liberales como conservadores utilizaron y reclutaron a los bandidos existentes
a un grado tal que llegaron a ser los "árbitros" del triunfo de una u
otra causa, como habría sucedido entre 1857 y 1867. El saqueo y el pillaje no
fueron, desde su punto de vista, sino la moneda de cambio por sus servicios.
Pero en este caso se trata de un planteamiento en el que definitivamente se
exagera el papel y la fuerza de los bandoleros confundiéndolo con el de los
agrupamientos que en la época fueron designados como "bandas
conservadoras", dirigidas éstas por militares conservadores desafectos al
gobierno constitucional. Y si coincidimos con este autor cuando señala a
"las guerras de independencia" como causa del bandidaje, nosotros no
las podríamos considerar como su causa principal.[ 94 ]
Es claro que ya en la dinámica de la contienda y actuando de
manera regular en el marco de una campaña, las gavillas y las "bandas
conservadoras" podían seguir operando como "fuerzas auxiliares"
sin mayores cambios en su organización y armamento o integrarse a unidades
regulares. Pero en cualquiera de los dos casos sus recorridos y acciones
habrían de requerir de una logística cuya cobertura no estaba resuelta de
antemano por una unidad operativa o por una autoridad central. Algo que para
las fuerzas conservadoras habría de ser particularmente crítico considerando
que se trataba de un ejército jurídicamente disuelto, disperso y cuyos
movimientos de reorganización no estaban necesariamente coordinados por un
mando centralizado que visualizara, además, los problemas de logística. Por
ello, sus "bandas conservadoras" terminaban expoliando a las
poblaciones que encontraban a su paso y en un grado mayor cuando sus
actividades estaban asociadas a campañas en las que los objetivos exigían un
volumen de fuerzas y recursos mayor que el que requería una banda de 10 ó 20
forajidos. Por ello, la falta de un abastecimiento regular llevaba a las
grandes "gavillas reaccionarias" a practicar exacciones y actos de
rapiña que los identificaban con el bandolerismo.
Es evidente que el Estado mexicano de mediados del siglo XIX es un
Estado débil[ 95 ] puesto que se trataba
de un Estado en construcción, por lo que no sería esta "debilidad" la
que nos explicaría el bandolerismo crónico de la época sino la continuidad
insidiosa del proceso de disolución de la comunidad rural campesina asociado a
las otras causas ya enunciadas, y sin dejar de considerar, además, la ausencia
de tendencias de desarrollo económico tanto en el mundo rural como en el urbano,
susceptibles de vincularse con la revolución política ya en proceso. El caso es
que la "alternativa" para la mayoría de la población rural no fue el
bandolerismo sino la miseria.
NOTAS
[ 1 ] Georges Bibesco, Au Mexique 1862. Combats et retraite des
six mille, Paris, Plon, 1887, p. 39. W. V. Scholes, Política mexicana durante el régimen de
Juárez, 1855-1872, México, Fondo de Cultura Económica, 1976,
p. 105-106.
[ 2 ] Leonardo Márquez, Manifiestos. El Imperio y los imperiales, México,
F. Vázquez, 1904, p. 25.
[ 3 ] Resumen
integral de México a través de los siglos, México, Compañía
General de Ediciones, 1952, t. V, p. 288, 285, 213. J. de León Toral, Historia documental de la intervención
francesa en México y el denominado Segundo Imperio, México,
Secretaría de la Defensa Nacional, Departamento de Archivo, Correspondencia e
Historia, 1967, p. 8.
[ 4 ] W. V. Scholes, Política mexicana durante el régimen de
Juárez, 1855-1872, México, Fondo de Cultura Económica, 1976,
p. 109.
[ 5 ] Resumen
integral de México a través de los siglos, México, Compañía
General de Ediciones, 1952, t. V, p. 299, 300. J. de León Toral, Historia documental de la intervención
francesa en México y el denominado Segundo Imperio, México,
Secretaría de la Defensa Nacional, Departamento de Archivo, Correspondencia e
Historia, 1967, p. 10-11.
[ 6 ] Leonardo Márquez fue uno de los
militares más señalados de las llamadas "fuerzas auxiliares" que
apoyaban el avance del ejército francés. En enero de 1830 era cadete de la
Compañía Presidial de Lampazos y en abril de 1859 ya tenía el grado de general
de División. En 1862 desconoció a los dirigentes y militares conservadores
Félix Zuloaga y José María Cobos en Atlixco. Sublevado, el 17 de mayo de este
año se presentó ante Lorencez con 500 soldados de caballería. Leonardo
Márquez, Manifiestos. El
Imperio y los imperiales, México, F. Vázquez, 1904, p. XXVI,
p. 22, 24. Mariano Trujeque era originario de Acatzingo, Puebla, y entre sus
primeros hechos de "importancia" figuraba el haber intentado ponerle
banderillas a un toro sobre una mesa, engrillado y con los ojos vendados",
aunque más bien se distinguió por los asaltos y crímenes que cometía en los
caminos y sus respectivas temporadas en la cárcel. Su "carrera de
reaccionario" la inició impulsado por "su amigo y compadre" don
Miguel Lozano, resentido con los liberales por no haber querido asesinar a un
guarda. A partir de entonces Trujeque se dedicó a cometer "toda clase de
excesos [...] con su banda de forajidos". Se afirmaba que amenazó con el
incendio a "los habitantes de los Llanos [...] si no se ponían en hinojos
ante la santa religión que proclamaba". "Mariano Trujeque, un
bandido, fue indultado como conservador", Diario del Gobierno, n. 39, 18/III/1863, p.
4.
[ 7 ] Resumen integral de México a
través de los siglos, México, Compañía General de Ediciones,
1952, t. V, p. 305, 309, 319, 324-325.
[ 8 ] Georges Bibesco, Au Mexique 1862. Combats et retraite des
six mille, Paris, Plon, 1887, p. 39. W. V. Scholes, Política mexicana durante el régimen de
Juárez, 1855-1872, México, Fondo de Cultura Económica, 1976,
p. 107-108.
[ 9 ] Georges Bibesco, Au Mexique 1862. Combats et retraite des
six mille, Paris, Plon, 1887, p. 39. W. V. Scholes, Política mexicana durante el régimen de
Juárez, 1855-1872, México, Fondo de Cultura Económica, 1976,
p. 14, véase p. 29-30. J.
Bochet, Journal d'un
officier de Chasseurs à pied, Paris, Imprimerie Pairault,
1894, p. 70, 77, 154, 189.
[ 10 ] Georges Bibesco, Au Mexique 1862. Combats et retraite des
six mille, Paris, Plon, 1887, p. 39. W. V. Scholes, Política mexicana durante el régimen de
Juárez, 1855-1872, México, Fondo de Cultura Económica, 1976,
p. 56, 58-59, 85.
[ 11 ] Jean Meyer, Problemas campesinos y revueltas agrarias
(1821-1910), México, Secretaría de Educación Pública, 1973, p.
117-118, 104: "Manifiesto de los pueblos del estado de Nayarit a la raza
indígena y demás individuos que constituyen la clase menesterosa del pueblo
mexicano. Septiembre de 1860".
[ 12 ] Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Barcelona,
Ariel, 1976, p. 10-11, 13-15.
[ 13 ] Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Barcelona,
Ariel, 1976, p. 16, 17, 18, p. 12-19.
[ 14 ] Paul J. Vanderwood, Desorden y progreso, México,
Siglo XXI, 1981, p. 9, 11: "entiendo por bandidos principalmente aquellos
individuos y sus secuaces que perseguían su propio interés, que se hallaban
excluidos de las posibilidades y oportunidades [...] y que fomentaban el
desorden a manera de palanca para entrar en un sistema reservado a unos
cuantos". Los
bandidos no solían ser revolucionarios ni siquiera reformadores serios, aunque
a veces se las daban de tales ". Véase, p. 13, 21, 26,
32, 44-46. La cursiva es mía.
[ 15 ] Friedrich Katz,
"Introducción", en F. Katz y Jean D. Lloyd, Porfirio Díaz frente al descontento
popular regional (1891-1893), México, Universidad
Iberoamericana, 1986, p. 11, 12, 18: "Una de las diferencias más
importantes entre los levantamientos rurales de 1891-1893 y los que les
precedieron en el siglo XIX fue su falta de éxito. Pues si bien los movimientos
anteriores a 1891-1893 fueron sofocados en su mayor parte, los campesinos
lograron conservar una buena parte de sus tierras y hasta aseguraron algunas
victorias parciales".
[ 16 ] Friedrich Katz,
"Introducción", en F. Katz y Jean D. Lloyd, Porfirio Díaz frente al descontento
popular regional (1891-1893), México, Universidad
Iberoamericana, 1986, p. 13, 14, 15: "A pesar de que los hacendados de
principios del siglo XIX intentaban con frecuencia expropiar tierras
pertenecientes a los pueblos, sus
ataques por lo general no amenazaban la supervivencia de la comunidad como
tal ", lo que sí ocurrió durante el Porfiriato. [La cursiva
es mía.]
[ 17 ] Manuel Rivera Cambas, Historia de la Intervención y del imperio
de Maximiliano, México, Academia Literaria, 1961, t. IIa, p.
72, 134-135, 143, 145.
[ 18 ] Cfr. Jean
Meyer, "El ocaso de Manuel Lozada", Historia Mexicana, XVII, n. 4, abril-junio
de 1969, p. 535-568, 560.
[ 19 ] Jean Meyer, "Reflexiones sobre
movimientos agrarios e historia nacional en México", en P. C.
Mukherjee, Movimientos
agrarios y cambio social en Asia y África, México, El Colegio
de México, 1974, p. 241-263, p. 243.
[ 20 ] Jean Meyer, "Reflexiones sobre
movimientos agrarios e historia nacional en México", en P. C.
Mukherjee, Movimientos
agrarios y cambio social en Asia y África, México, El Colegio
de México, 1974, p. 243, 246. Véase la cuestión de la "autonomía" del
movimiento cristero, por una parte, y su "articulación", por otra,
con las instancias clericales que luchaban por el poder a nivel nacional.
[ 21 ] Jean Meyer, "El ocaso de Manuel
Lozada", Historia
Mexicana, XVII, n. 4, abril-junio de 1969, p. 536, 568, 540.
Jean Meyer, Esperando a
Lozada, México, El Colegio de Michoacán-Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología, 1984, p. 214, 238.
[ 22 ] Mario Aldana Rendón, Rebelión agraria de Manuel Lozada, México,
Secretaría de Educación Pública, 1983, p. 76.
[ 23 ] Jean Meyer, "Reflexiones sobre
movimientos agrarios e historia nacional en México", en P. C.
Mukherjee, Movimientos
agrarios y cambio social en Asia y África, México, El Colegio
de México, 1974, p. 245; y del mismo autor, Esperando a Lozada, México, El Colegio de
Michoacán-Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 1984, p. 68; cfr. 158.
[ 24 ] J. Meyer, Esperando a Lozada, México,
El Colegio de Michoacán-Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 1984, p.
50-55, 166-167; cfr. p.
112-115.
[ 25 ] Mario Aldana Rendón, Rebelión agraria de Manuel Lozada, México,
Secretaría de Educación Pública, 1983, p. 77, 83, 79, 86. J. Meyer, Esperando a Lozada, México,
El Colegio de Michoacán-Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 1984, p.
28-30, 36-41, 43, 67; cfr. p.
97-108, 167, 135, 166, 112-115, 176.
[ 26 ] Jean Meyer, "Reflexiones sobre
movimientos agrarios e historia nacional en México", en P. C.
Mukherjee, Movimientos
agrarios y cambio social en Asia y África, México, El Colegio
de México, 1974, p. 246-247. Mario Aldana Rendón, Rebelión agraria de Manuel Lozada, México,
Secretaría de Educación Pública, 1983, p. 99, 48. J. Meyer, Esperando a Lozada, México,
El Colegio de Michoacán-Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 1984, p. 233,
149.
[ 27 ] Luis Páez Brotchie, Valiosos documentos tapatíos sobre la
Intervención Francesa, México, 1963 (Colección del Congreso
Nacional de Historia para el Estudio de la Guerra de Intervención, n. 22), p.
44, 42. Mario Aldana Rendón, Rebelión
agraria de Manuel Lozada, México, Secretaría de Educación
Pública, 1983, p. 90-91. J. Meyer, Esperando
a Lozada, México, El Colegio de Michoacán-Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología, 1984, p. 165.
[ 28 ] Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Barcelona,
Ariel, 1976, p. 22. Jean Meyer, Esperando
a Lozada, México, El Colegio de Michoacán-Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología, 1984, p. 166-168; cfr. p.
173-175, 38, 56-58, 74-75, 93. Mario Aldana Rendón, Rebelión agraria de Manuel Lozada, México,
Secretaría de Educación Pública, 1983, p. 85; cfr. p. 104-114.
[ 29 ] Mario Aldana Rendón, Rebelión agraria de Manuel Lozada, México,
Secretaría de Educación Pública, 1983, p. 74-75.
[ 30 ] Diario
del Gobierno, n. 8, 15/II/1863, p. 2. En los primeros días de
diciembre de 1862, la cabecera del Partido de Nombre de Dios, Durango, fue
atacada por una "chusma de bandidos" integrada por 200 hombres, pero
el ataque fue rechazado por todo el vecindario, Diario del Gobierno, n.
1, 8/II/1863, p. 2.
[ 31 ] Diario
del Gobierno, n. 19, 26/II/1863, p. 4, y n. 94, 12/V/1863, p.
3.
[ 32 ] Diario
del Gobierno, n. 1, 8/II/1863, p. 3. Durante diciembre de 1862
y enero de 1863 fueron sentenciados a muerte tres reos acusados de robo y
asalto en los partidos de Pinos, Villanueva y Sombrerete. Los llamados
"indios bárbaros" también estaban incluidos en el ambiente de
inseguridad de aquellos parajes: "El comisario del rancho de San Rafael
comunicó, el 28 de diciembre de 1862, a la jefatura de Mazapil que el sirviente
de Pedro Reto dio muerte a un indio 'bárbaro' en la sierra de los Lavaderos,
remitiendo la cabellera y un par de teguas".
[ 33 ] Diario
del Gobierno, n. 25, 4/II/1863, p. 4, y n. 31, 10/II/1863, p.
4. Los días 14 y 16 de febrero fueron fusilados en Sombrerete "Los reos de
robo y asalto Víctor y Guadalupe Zmarripa"; y el gobernador del estado
envió pertrechos importantes al partido de Nochistlán para perseguir a los
bandoleros. Diario del
Gobierno, n. 32, 11/II/1863, p. 4.
[ 34 ] Diario
del Gobierno, n. 21, 28/II/1863, p. 3; n. 31, 10/II/1863, p.
4; n. 37, 16/III/1863, p. 4 y n. 46, 25/III/1863, p. 4.
[ 35 ] Diario
del Gobierno, n. 52, 31/II/1863, p. 3. En el Diario del Gobierno, n.
71, del 19/IV/1863, p. 4, se decía: "Jalisco. Las fuerzas del coronel
Antonio Rojas unidas a las del señor Torres han marchado de Peñuelos en
combinación con las tropas de Aguascalientes y Zacatecas para batir a los
traidores".
[ 36 ] Diario
del Gobierno, n. 85, 3/V/1863, p. 2, y n. 99, 17/V/1863, p.
2-3. Manuel Rivera Cambas, Historia
de la Intervención y del imperio de Maximiliano, México,
Academia Literaria, 1961, t. IIa, p. 113. El coronel Agapito Gómez había
acaudillado una "rebelión" entre las tropas del general Jesús
González Ortega y condujo un cuerpo de caballería a desertar y unirse a las
fuerzas de Tomás Mejía en agosto de 1862 (aparentemente en Puebla).
[ 37 ] Diario
del Gobierno, n. 99, 17/V/1863, p. 2-3.
[ 38 ] Diario
del Gobierno, n. 99, 17/V/1863, p. 2-3.
[ 39 ] Diario del Gobierno, n.
98, 16/V/1863, p. 4, y n. 97, 15/V/1863, p. 3.
[ 40 ] Diario
del Gobierno, n. 69, 17/IV/1863, p. 3; n. 71, 19/V/1863, p. 4,
y n. 75, 23/IV/1863, p. 4. Agustín R. González, Historia del estado de Aguascalientes, Aguascalientes,
Tipografía de Francisco Antúñez, 1974, p. 194, 216, 220, 222: Juan Chávez era
un bandido que en 1860 aparece al mando de un cuerpo de caballería entre las
fuerzas de don Marcos González Camacho, joven ilustrado de una distinguida
familia de Aguascalientes; y para principios de 1863 controlaba casi todo el
estado (p. 220). De este personaje y de Dionisio Pérez se dice que eran
"criminales del orden común" aunque entre las fuerzas que mandaban
también había militares. "Juan Chávez era el verdadero jefe, pues un tal
Valeriano Larrumbide, que se decía coronel [...] [y] enviado por los jefes
traidores de México para que se pusiese al frente de aquellas chusmas, nada hizo
ni nada podía hacer". Véase A. R. González, Agustín R. González, Historia del estado de Aguascalientes, Aguascalientes,
Tipografía de Francisco Antúñez, 1974, p. 222.
[ 41 ] El parte de Antonio Rojas fue publicado
en el Diario del Gobierno, n.
83, del 1/V/1863, p. 4, y el comunicado de la jefatura de León en el Diario del Gobierno, n.
77, del 25/IV/1863, p. 4. Mario Aldana Rendón, Rebelión agraria de Manuel Lozada, México,
Secretaría de Educación Pública, 1983, p. 77. De Antonio Rojas se decía que era
un "famoso bandolero" en el bando liberal, "no menos sanguinario
que Lozada". En 1860 entró en la ciudad de Aguascalientes cometiendo todo
tipo de atropellos entre la población. Paul J. Vanderwood, Desorden y progreso, México,
Siglo XXI, 1981, p. 24. "Rojas era un asesino de la peor especie. Quemaba
ciudades enteras cuando no se mostraban acogedoramente hospitalarias con su
banda [...]. Sin duda era muy molesto para los liberales, pero mantuvo su causa
en buena parte del centro y el occidente de México". Véase p. 83.
[ 42 ] Diario
del Gobierno, n. 83, 1/V/1863, p. 4. En Atotonilco las tropas
republicanas se adjudicaron otra victoria, esta vez sobre la partida de un tal
Cabrera que después de ser derrotado decidió someterse al gobierno
"entregando sus armas". Diario
del Gobierno, n. 86, 4/V/1863, p. 2. El día 10 de mayo se
señaló en Ahualco la caída de otra "gavilla reaccionaria", Diario del Gobierno, n.
92, 10/V/1863, p. 4. La que dirigían Ángel Manzo y José María Godínez fue
sorprendida en Zapotlanejo, y los cabecillas fueron fusilados junto con los
bandoleros Quirino Ramírez, Rafael López y Jesús Lozano. En Ayo también fue
batido otro grupo de bandidos que dejaron en manos del ejército 21 caballos, 40
lanzas, 2 sables, cinco mosquetes y un fusil. Diario del Gobierno, n. 98, 17/V/1863, p.
4.
[ 43 ] Diario
del Gobierno, n. 24, 8/II/1863, p. 3.
[ 44 ] Diario
del Gobierno, n. 19, 26/II/1863, p. 4; n. 25, 4/III/1863, p.
4, y n. 23, 2/III/1863, p. 4.
[ 45 ] Diario
del Gobierno, n. 83, 1/V/1863, p. 3 y 4, y n. 82, 30/IV/1863,
p. 3.
[ 46 ] Diario
del Gobierno, n. 82, 30/IV/1863, p. 4.
[ 47 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9028, f. 11-12, 19; cfr. f. 13, y exp.
XI/481.4/9029, f. 6, 8.
[ 48 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9029, f. 3.
[ 49 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9031, f. 13.
[ 50 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9029, f. 11-12.
[ 51 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9029, f. 13-14, 19.
[ 52 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9029, f. 37-38.
[ 53 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9029, f. 39-42.
[ 54 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9030, f. 1-3, 8.
[ 55 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9030, f. 9, y exp. XI/481.4/9031, f. 17.
[ 56 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9030, f. 15, 19, 21-22.
[ 57 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9030, f. 23-24.
[ 58 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9032, f. 18; cfr. f. 25 y 6-8. La partida de Rentería
provenía del estado de Jalisco y estaba integrada por 300 hombres. Archivo
Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9030; exp.
XI/481.4/9031, f. 21, 42-44; cfr. f.
38. Cabe mencionar que San Luis de la Paz ya había sido objeto de un ataque, el
primero de octubre, por un contingente de aproximadamente 500
"traidores". El día 2/XII/1862, la villa de Huehuetlán fue atacada
por Plutarco San Juan. Este cabecilla exigió armas y dinero en diversos
poblados del partido de Tancanhuitz, "amenazando con que arrasaría las
casas si no eran cumplidas sus órdenes"; también intentó obtener "actas
de adhesión al supuesto gobierno de Almonte". El Siglo Diez y Nueve, n.
719, 3/I/1863, p. 3; Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional,
exp. XI/481.4/9032, f. 21.
[ 59 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9032, f. 49, 52, 16; f. 32-34, 36-38; f. 29,
51.
[ 60 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9031, f. 21, 27, 40, 42-44, y exp.
XI/481.4/9032, f. 19, 40, 49, 52, 16; f. 32-34, 36-38, y f. 29, 51.
[ 61 ] El
Siglo Diez y Nueve, n. 720, 4/I/1863, p. 4, y n. 721,
5/I/1863, p. 3.
[ 62 ] Diario
del Gobierno, n. 11, 18/II/1863, p. 3.
[ 63 ] Diario
del Gobierno, n. 1, 8/II/1863, p. 4. Véase la observación de
Agustín Cruz y diversos documentos en Diario
del Gobierno, n. 10, 17/II/1863, p. 3, y n. 25, 2/II/1863, p.
4.
[ 64 ] Diario
del Gobierno, n. 10, 17/II/1863, p. 3.
[ 65 ] El
Siglo Diez y Nueve, n. 721, 5/I/1863, p. 3.
[ 66 ] Diario
del Gobierno, n. 28, 7/II/1863, p. 4. Cfr. Leticia
Reina, Las rebeliones
campesinas en México, México, Siglo XXI, 1980, p. 221-222.
[ 67 ] Diario
del Gobierno, n. 11, 8/II/1863, p. 3; n. 23, 2/II/1863, p. 4,
y n. 39, 19/II/1863, p. 4.
[ 68 ] Diario
del Gobierno, n. 6, 13/II/1863, p. 2, y n. 51, 30/III/1863, p.
4. Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, exp.
XI/481.4/8964, f. 1.
[ 69 ] Diario
del Gobierno, n. 3, 10/II/1863, p. 3. El parte está fechado el
30/I/1863 en Toluca.
[ 70 ] Diario
del Gobierno, n. 97, 15/V/1863, p. 2.
[ 71 ] Diario
del Gobierno, n. 1, 8/II/1863, p. 2.
[ 72 ] Diario
del Gobierno, n. 37, 16/III/1863, p. 3-4.
[ 73 ] Diario
del Gobierno, n. 22, 1/II/1863, p. 4.
[ 74 ] Diario
del Gobierno, n. 57, 5/IV/1863, p. 4.
[ 75 ] Diario
del Gobierno, n. 48, 27/II/1863, p. 4.
[ 76 ] Diario
del Gobierno, n. 59, 7/IV/1863, p. 4.
[ 77 ] Diario
del Gobierno, n. 63, 11/IV/1863, p. 2.
[ 78 ] Diario
del Gobierno, n. 70, 18/IV/1863, p. 4, y n. 65, 13/IV/1863, p.
2. Sobre el reparto del dinero a la tropa y el destino de lo que se quitaba a
estas partidas, recordemos que el general González Ortega mandó un despacho al Ministerio
de la Guerra, el 3 de enero de 1863, en el cual informaba haber dado órdenes
"de que todo lo que se les quite a los invasores les pertenezca a los
aprehensores", El
Siglo Diez y Nueve, n. 720, 4/I/1863, p. 3. Esta medida estaba
relacionada con unas mulas utilizadas para el transporte de abastecimientos
para los franceses y apresadas por las fuerzas republicanas. En una ocasión se
tomaron 300 mulas y en la otra 612 (El
Siglo Diez y Nueve, n. 721, 5/I/1863, p. 3), por lo que muy
probablemente la disposición también debe haberse extendido a lo que se quitara
a los "traidores". Diario
del Gobierno, n. 63, 11/IV/1863, p. 3; n. 66, 14/IV/1863, p.
3. Manuel Rivera Cambas, Historia
de la Intervención y del imperio de Maximiliano, México,
Academia Literaria, 1961, t. IIa, p. 368-369.
[ 79 ] Diario
del Gobierno, n. 5, 12/II/1863, p. 3.
[ 80 ] Diario
del Gobierno, n. 4, 11/II/1863, p. 4, y n. 1, 8/II/1863, p.
3. Cfr. nota
6.
[ 81 ] Diario
del Gobierno, n. 11, 18/II/1863, p. 3; n. 12, 19/II/1863, p.
3; n. 8, 15/II/1863, p. 4; n. 3, 10/II/1863, p. 3; n. 4, 11/II/1863, p. 4; n.
37, 16/II/1863, p. 3-4, y n. 8, 15/II/1863, p. 4.
[ 82 ] Diario
del Gobierno, n. 47, 26/II/1863, p. 4.
[ 83 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9029, f. 43.
[ 84 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9028, f. 2; cfr. f. 5, 7, 9.
[ 85 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9030, f. 12-13.
[ 86 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9032, f. 11.
[ 87 ] Diario
del Gobierno, n. 5, 12/II/1863, p. 3, y n. 16, 14/IV/1863, p.
2-3. Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, exp.
XI/481.4/9099, f. 3-4, f. 7-8, y exp. XI/481.4/9032, f. 11, 14. Manuel Rivera
Cambas, Historia de la
Intervención y del imperio de Maximiliano, México, Academia
Literaria, 1961, t. IIa, p. 108. Véase p. 72-73, 104, 113, 134. Archivo
Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9022, f. 8-9,
y Diario del Gobierno, n.
44, 23/IV/1863, p. 3.
[ 88 ] Archivo Histórico de la Secretaría de la
Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9031, f. 1. Cfr. Manuel Rivera Cambas, Historia de la Intervención y del imperio
de Maximiliano, México, Academia Literaria, 1961, t. IIa, p.
207: Márquez, Taboada, Vicario con 3 000 hombres. Véase Mario Aldana
Rendón, Rebelión agraria
de Manuel Lozada, México, Secretaría de Educación Pública,
1983, "en compañía de Carlos Rivas y Fernando García de la Cadena, como
jefes", p. 87. Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional,
exp. XI/481.4/9011, f. 15, 3-43, y exp. XI/481.4/9099, f. 1, 5, 10, 12-13,
15-17. Diario del
Gobierno, n. 45, 24/II/1863, p. 3.
[ 89 ] Manuel Rivera Cambas, Historia de la Intervención y del imperio
de Maximiliano, México, Academia Literaria, 1961, t. IIa, p.
45. Véase p. 118, 179, 218, 219 y 115-116.
[ 90 ] Archivo Histórico de la Secretaría
de la Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9029, f. 10, 39.
[ 91 ] Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Barcelona,
Ariel, 1976, p. 22.
[ 92 ] Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Barcelona,
Ariel, 1976, p. 22, 26 y 21-24. La cursiva es mía.
[ 93 ] Archivo Histórico de la Secretaría
de la Defensa Nacional, exp. XI/481.4/9064, f. 2, 4, 7.
[ 94 ] Paul J. Vanderwood, Desorden y progreso, México,
Siglo XXI, 1981, p. 67, 21-25, 30, 36, 47, 53, 58, 73.
[ 95 ] Paul J. Vanderwood, Desorden y progreso, México,
Siglo XXI, 1981, p. 52, 54, 55-58; cfr. p.
65.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Marcela Terrazas y
Basante (editora), Alfredo Ávila (editor asociado), México, Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 25,
2003,
p. 71-113.
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