¿Quiénes son los martinillos?
El nombre de martinillo, martinico o simplemente martín se ha utilizado frecuentemente en
Castilla para nombrar a un pequeño y travieso tipo de duende, trasgo o demonio.
Habitualmente es descrito como un ser rechoncho, narigudo, rabón, achaparrado,
patituerto, con un poco de chepa y cojitranco.
Son bastante inestables emocionalmente. y,
aprovechándose de su invisibilidad, los martinillos se dedican a divertirse
rompiendo cosas, escondiéndolas o cambiándolas de sitio, apagando y encendiendo
las luces… Pero lo que más les motiva es el lanzamiento de piedras.
Suelen ser unos vecinos muy molestos: muy
bromistas, especialmente con los avaros, a los que suelen convertir su oro en
carbón; con las doncellas, haciendo ruidos en las alacenas, apagando los
candiles, tirando pucheros; engañando a los humanos de varias maneras; y, en
ocasiones, asustando a los niños. Pero se han
dado casos es lo que se muestran generosos y solidarios con aquellas familias
que viven en su casa siempre que le hayan caído en gracia. De
todos modos, no hay nada peor que tratar de importunarlos: Es entonces cuando
se vuelven temibles y hacen imposible la vida a los moradores de la casa.
Los martinillos son sobre todo hogareños,
dueños de la que consideran su casa. Los hubo monásticos, palaciegos, castellanos,
y aristocráticos. Si acaban encariñándose de una familia puede darse el caso sí
alguien de dicha familia tiene problemas hagan todo lo posible por ayudarlo. En
ocasiones, se encariñan tanto de una familia que cuando estos se mudan, el
martinillo se traslada con ellos.
En cuanto a su vestimenta, aunque les gusta
el rojo, se les ha visto también con ropas de otros colores. Les gusta vestir
capita, sombrero y, sobre todo, hábito de fraile, sin tener preferencia por
orden religiosa alguna.
Duende Martinico en el grabado
“Duendecillos”, Capricho nº 49, serie Los Caprichos de Francisco de Goya
Algunos martinillos con fama
Escribió Marie-Catherine le Jumelle de
Barneville, Baronesa d’Aulnoy, en su Mémoires de la cour d’Espagne que durante su
viaje por España en el año 1679:
…me había referido
que pasaríamos cerca del castillo de Quevado, en el cual habitaba un duende. Me
refirió muchas extravagancias creídas por los naturales del país, hasta el
punto de no haber quién se refugie en el castillo… el dueño de la posada nos
manifestó que al duende no le placía ser molestado y que, si le venían ganas,
por muchos que fuéramos, nos golpearía a su sabor hasta dejarnos medio muertos.
Se atribuyó también a un martinillo un
suceso denunciado en 1956 en la localidad burgalesa de Horna y conocido como el duende de Horna. Las cuatro
familais que residían en una casa cercana a la estación del ferrocarril
Santander – Mediterráneo denunciaron que, durante la noche, se escuchaban
tremendos golpes secos que les impedía dormir. Aunque la Guardia Civil concluyó
que estos sonidos eran producidos por las ratas, parece ser que en realidad fue una acción de la familia
arrendadora para echar a los inquilinos. ¡Nada de culpa de los martinillos!
La Casa del Duende de Córdoba
Alla por el siglo
XVI vivía en Córdoba una acaudalada dama, a la que su hermano envidiaba por
haber sido favorecida en el testamento de sus padres, así que pensó en matarla
para quedarse con toda la herencia. La afortunada heredera vivía en la calle
cordobesa de Almonas, entre el barrio de San Andrés y el de la Magdalena.
Resulta que esa casa ya tenía otro imprevisto
huésped: Martinico, un duende condenado a vivir penando toda la eternidad por
haber maltratado a su anciano padre. El duende se enamoró perdidamente de la
dama, se le aparecía y le hablaba queriendo enamorarla, pero ella lo rechazaba
una vez y otra pues le producía espanto y temor, pero el amor del duende era
incondicional.
Mientras tanto, el hermano de la dama seguía
con sus aviesas intenciones. En numerosas ocasiones acudió a la casa con el
objetivo de matarla pero, durante seis años, el duende se ocupó de que sus
planes fracasaran. Martinico se encargaba hacer ruidos ensordecedores que
hacían acudir a los vecinos para ver que pasaba. Con tanta gente al hermano le
era imposible cometer el crimen y así el duende evitó durante mucho tiempo la
muerte de la dama.
Cansada del acoso del pesado duende y del
hermano, decidió cambiar de casa a pesar de las advertencias y ruegos de
Martinico. Pero, el día de Nochebuena, a la salida de la misa del Gallo, el
malvado hermano la atacó por la espalda y logró asesinarla sin que nadie lo
viera. Libre de sospecha, fingió una gran pena por su hermana y hasta se vistió
de luto. De este modo logró por fin hacerse con todos los bienes que tenía su
hermana.
Decidió además irse a vivir a la misma casa
de la calle de Almonas, aquella donde vivía el duende. Una noche, cuando ya
estaba en la cama, se sintió mal, las fuerzas y la respiración le faltaban. Se
llevó entonces las manos al cuello y adivinó una soga que le apretaba y
asfixiaba, Quiso encender una luz pero no pudo, y poco a poco, ya casi muerto,
sintió que se movía en el aire y que alguien tiraba hacia arriba de la cuerda,
hasta que quedo colgado de una viga ya sin remedio.
Cuando los vecinos, acompañados de la
autoridad, forzaron la puerta y entraron en la casa se lo encontraron colgado y
a su lado estaba el Martinico que autorizaba a que se llevaran el cadáver para
ser enterrado en camposanto, pues no había sido un suicidio, sino una ejecución
del más allá a quien por avaricia había acabado con la vida de su hermana.
Como por arte de magia se metió el duende
volando en el pozo del patio y desapareció. Todos vieron y oyeron como al
meterse en el agua surgió un ruido por toda la casa como el que hace el viento
en una noche de tormenta.
El guardián de los aljibes del Albaicín granadino
En el barrio del
Albaicín de Granada cuentan que el duende Martinico era el guardián de los
aljibes, de los depósitos de agua, y con él se asustaba a los niños para evitar
que ensuciaran el agua que servía para beber en la ciudad, evitándose de este
modo infecciones.
Son numerosísimas las leyendas y
anécdotas con martinillos en Castilla y Andalucía. Como por ejemplo los de Mondéjar y Berninches en
Guadalajara. Os recomendamos
escuchar este podcast que narra la leyenda de un martinillo de Torredonjimeno
(Jaén).
Martín es nombre de diablo o demonio en la
Edad Media; en el cuento XLV de El conde Lucanor de don Juan Manuel se llama al demonio
que sirve a un hombre “Martín”.
Pedro Calderón de la Barca, en su
comedia La dama
duende, jornada segunda, escena XIII, describe al supuesto duende
que dice haber visto el miedoso Cosme como “fraile tamañito” o “duende
capuchino”. Goya los representa como enanos cabezones o de gran cabeza, con
manos grandes y vestidos con hábito franciscano;
lo corrobora que en Extremadura sean conocidos como frailecillos. Su fisonomía
tal vez se asocie con los cabezudos que aparecen en las fiestas populares de
Castilla.
En el siglo XVIII el dramaturgo Antonio
de Zamora aludió a esta superstición en su comedia Duendes son alcahuetes donde cuenta la costumbre de
hacer pasar por duendes a los amantes y novios descuidados y ruidosos que
escondían las mozas.
Benito Jerónimo Feijoo combatió esta
superstición en sus ensayos (Teatro crítico universal, tomo tercero, discurso
cuarto, “Duendes y Espíritus familiares”, Madrid, 1729) y Fernán Caballero recogió en el XIX algunos
cuentos populares en que son protagonistas.
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