Brevísima historia de la risa en la hagiografía
del Viejo y del Nuevo mundo: tres tipos de la prosa franciscana
En un breve recorrido histórico (del siglo XV al XVII), en el
presente artículo propongo analizar el tratamiento que tres hagiógrafos le han
dado a la risa. Me limito al estudio de modelos narrativos franciscanos: un
texto de un anónimo Flos sanctorum
medieval; una Crónica renacentista,
escrita por fray Toribio de Benavente, «Motolinía»; y, finalmente, una Relación barroca, del criollo fray Luis
Jerónimo de Oré. Se pretende demostrar que la risa hagiográfica tiene
características únicas, propias de este género literario de gran popularidad en
la antigüedad.
Introducción
La Relación de la vida y milagros de san Francisco Solano es
un documento que contribuyó con el proceso de beatificación y, finalmente, con
la canonización de uno de los cuatro santos del virreinato peruano1. El
autor de este texto es el franciscano fray Luis Jerónimo de Oré, un
experimentado escritor criollo cuyo legado se reparte en varias obras de
notable importancia para la catequesis y la propaganda teológica, tales como
el Symbolo Cathólico Indiano (1598),
redactado en castellano, latín, quechua y aimara; el Rituale, seu manualum peruanum (1607); los Mártires de Florida (1617); Corona de la Sacratísima Virgen María (1619),
etc., y, por supuesto, la obra que se estudia en el presente trabajo, la cual
fue «comandada en Madrid en el año de 1613»2 por
el Comisario General de la orden Franciscana para las indias, fray Antonio de
Trejo.
La Relación de la vida y milagros de san Francisco Solano es
resultado de una tradición literaria que comenzó en la más temprana antigüedad
cristiana, con los documentos que dieron cuenta del martirio de los fieles3. Así
pues, por lo menos con quince siglos de evolución, contaminación con otros
géneros literarios y enriquecimiento a cuestas, la Relación es —entre otras cosas— ejemplo rotundo
de una vita4 del
Barroco: muestra la forma en que los hagiógrafos del siglo XVII trataron a los
héroes de Dios, exaltando valores morales no tan explotados en otras centurias,
como, por ejemplo, «el hombre de acción más que al hombre contemplativo, al
hombre virtuoso más que al hombre milagroso»5.
Al
presentarse como una «Relación»6 nos
encontramos dentro de las fronteras narrativas de un documento de corte legal,
destinado a encarar los avatares de un largo y estricto proceso burocrático
ante las autoridades eclesiásticas y ante las reformas impuestas por el papa
Urbano VIII. Desde su llegada como cabeza de la Iglesia católica en 1623, se
encargó, por ejemplo, de prohibir la impresión de libros que contuvieran
evidencias de santidad, milagros, visiones, etc., sin el permiso de la «Sagrada
Congregación de Ritos» y, además, se aseguró de someter a los autores a jurar
bajo protesta de «no dar autoridad alguna a hechos sobrenaturales y de sólo
hacerse eco de opiniones humanas»7. Por lo
tanto, con estos imperativos rótulos legislativos, se explica por qué el texto
hagiográfico barroco debe, por fuerza, manifestar ecuanimidad, evidencia y
análisis de los elementos que argumenta con el fin de presentar un óptimo
ejemplo de auténtica virtud espiritual cristiana.
La obra
de nuestro franciscano cumple con estos requisitos, e incluso así lo consigna
al inicio, pues aclara que fue: «Sacada por el padre fray Luis Jerónimo de Oré
de seis informaciones jurídicas, hechas por los ilustrísimos señores arzobispos
y obispos de Sevilla, Granada, Lima, Córdoba, Málaga, y de otra información»8. Es
decir, se pretende manifestar la procuración de un cambio formal en ésta y en
la mayoría de las vitae barrocas —aún en deuda con el ars praedicandi y sus recursos retóricos medievales9—, en
donde es indispensable el testimonio para evitar la fantasía y la invención
popular al momento de referir a un personaje digno de ser canonizable. Así
pues, a diferencia de la hagiografía de la Edad Media, época que podría ser
considerada como una verdadera edad dorada de la santidad, donde a los
hagiógrafos10 les
bastaba emplear anécdotas fantasiosas y dejar correr la imaginación para
potenciar las cualidades taumatúrgicas de sus protagonistas11, en la
hagiografía barroca hay un «abuso de alardes de erudición y digresiones»12 para
manifestar rasgos prodigiosos similares en sus biografiados.
No
obstante, la hagiografía barroca todavía guardó, en la mayoría de los casos,
algo de la frescura de los Flores
sanctorum medievales13.
Efectivamente, incluso cuando la Relación
de la vida y milagros de Francisco Solano se
concibió como un documento administrativo para altos eclesiásticos encargados
de legislar la promoción de un venerable —y no como una obra de entretenimiento
ascético, para ser leída, por ejemplo, en el refectorio conventual, como lo
prueba cierta epístola proemial de un Flos
sanctorum renacentista14—, es un
texto de gran interés para la conceptualización de una poética literaria del
escrito hagiográfico barroco y su evolución desde las fuentes textuales
franciscanas medievales. De hecho, aun cuando el hagiógrafo criollo persiguió
«mostrar las cosas como son», mediante la precisión, la objetividad y el
análisis de la vida de Francisco Solano, terminó por imponer a su prosa legal
la imaginería de una obra literaria; la cargó con la misma poética que da lugar
a la trama, a la metáfora y la figuración15, e
incluso, a partir del manejo estético de estos recursos retóricos, dio lugar a
la risa, no como expresión de la tontería y la maldad, la cual vive encarnada
en graciosos marginales y villanos sarcásticos en la comedia nueva y las
innovaciones lopescas —género por excelencia del barroco hispánico—, sino como
expresión de la alegría (laetitia)
temperada, ejemplar; una risa que no responde necesariamente a lo cómico, sino
a lo meramente hagiográfico, a lo que insta la santidad, tal y como se verá más
adelante.
Así
pues, el propósito del presente artículo es estudiar cómo se ha manifestado
esta risa hagiográfica en la prosa de tres distintos autores a lo largo de tres
siglos. Esto con la finalidad de intentar demostrar que, incluso en los textos
más ascéticos y burocráticos —como el caso de la obra de Luis Jerónimo de Oré—,
hay espacio para este fenómeno humano tan ligado a la imperfección, a lo bajo,
a lo feo, etc., en la literatura religiosa.
Como
este no es el lugar para un dilatado análisis de las fuentes textuales, me he
limitado a los siguientes ejemplos de interés para el estudio del
franciscanismo:
- 1. Una vida de san
Francisco de Asís recogida en el Flos
sanctorum con sus ethimologías, compendio enciclopédico y magna
obra del siglo XV, ejemplo de la respuesta que dio la Península Ibérica a
la acogida y transmisión de la Legenda aurea dentro
de sus fronteras. El mencionado Flos sanctorum comprende
casi todo el año de festividades del calendario litúrgico cristiano; se
caracteriza por incluir —junto a las etimologías de los nombres de los
santos— varios milagros eliminados en otros santorales posteriores debido
a su marca netamente maravillosa y novelesca.
- 2. La Historia de los indios de la Nueva España del
franciscano fray Toribio de Benavente, «Motolinía», obra miscelánea y una
de las primeras y más interesantes crónicas de la evangelización
americana, en la que la risa figura en varios momentos de la misma, tanto
por la declarada intención providencialista del autor, como por las
acciones de sus protagonistas: los indios.
- 3.
La Relación de la vida y milagros de san
Francisco Solano, de fray Luis Jerónimo de Oré, obra que
reviste con ropajes barrocos una larga tradición de tópicos literarios que
se remontan, si no a la vida del mártir san Policarpo (del siglo II), sí a
Atanasio de Alejandría y su Vida de Antonio del
siglo IV d. C., vita donde, por primera vez, se sustituía «al héroe pagano
por un equivalente cristiano que era totalmente humano y, sin embargo, tan
poderoso como cualquier hombre divino»16.
1. El
hagiógrafo anónimo y la risa medieval
En la
cosmogonía cristiana, Dios y Espíritu Santo se revelan por la fe, pero, en
última instancia, es un «Dios escondido»17 que
se encarna en el Hijo, Jesús, quien fue humillado por los hombres. Es decir, a
diferencia de otras religiones primitivas, donde el mundo se crea por la risa y
la franca carcajada de los dioses18, en el
cristianismo no hay tal libertad, antes se exalta lo contrario: el sufrimiento.
Por lo tanto, la risa presente en esta teología —representada por el texto
bíblico y otros derivados textuales posteriores— no debe pasar desapercibida.
La risa en el cristianismo, aun escasa, meras gotas en un océano de doctrina
religiosa y ejemplaridad en el género literario que aquí se estudia, debe verse
como un axis mundi que
pone en contacto dos espacios, el de lo sagrado y el de lo profano19.
Efectivamente,
la risa y el cristianismo no parecen ir de la mano, la primera está relacionada
con la imperfección y el segundo intenta contener los impulsos de la naturaleza
humana, en la cual, junto a todas las excreciones del cuerpo, la risa parece
que «se emplaza en el mundo de lo bajo»20. Es por
ello, quizá, que la risa se asocia como una consecuencia tras el pecado
original, y se considera, por lo tanto, como decadencia21. En la
literatura bíblica, por ejemplo, no se menciona nunca que Cristo haya reído de
manera «buena»; los evangelistas, por otra parte, van en contra de la risa como
manifestación de la burla y de la mofa blasfemas. Y, en resumen, como en ningún
momento del libro sagrado se dice que «Jesús haya reído alguna vez, entonces no
lo hizo, y como los cristianos han de imitarlo en todo, no deberían reír»22.
Esta
tradición fue seguida por los padres de la Iglesia y fue heredada a los
hagiógrafos como Santiago de Vorágine y, con ello, fue también el mismo legado
que recibió el anónimo autor23 del Flos sanctorum con sus ethimologías,
derivación en lengua castellana con sus propias y singulares aportaciones que
se alejan, hasta cierto punto, de su fuente: la Legenda aurea24. Así
pues, no encontraremos textos propiamente humorísticos en este santoral, lo
cual no quiere decir que sea un texto donde no haya lugar para la risa. De
hecho, podría pensarse, con base en la asociación de la risa con el mundo de lo
corpóreo, de lo bajo, que la risa solo pertenecería a los diablos25 y
su risa demoniaca (scurrilitas, cachinnitas26),
ligada al exceso gestual y a la burla. Esta clase de risa se caracteriza por
presentar dos rasgos esenciales: su intento por descomponer una buena
trayectoria o un buen propósito cristiano y su falta de mesura. Leemos por
ejemplo la siguiente anécdota presente en la vida de san Gregorio:
Cuenta
sant Juan Diácono, que conpuso la vida de sant Gregorio, que él escriviendo la
su vida, aparesciole uno vestido en manera de sacerdote estando [él] durmiendo
así commo si escriviese al candil. E era ves[fol. 65a]tido de una vestidura
blanca e delgada, en manera que parecía de yuso una saya muy negra. E
allegándose a él, tenía los carrillos finchados como de reír. E preguntóle Juan
por qué omne de tan gran oficio commo él, por qué se reía de grand locura, e
dixo él:
—Porque
tú escrives de los muertos que viste bivos.
E díxole
Jhuan [sic]:
Maguer
que non lo vi por la cara aquél de quien yo escrivo, empero conóscole por sus
dichos.
E dixo
el otro:
—Segund
que me semeja, tú feziste lo que quisiste, e yo non quedaré de fazer lo que
pudiere27.
Pero
también el hagiógrafo medieval puede servirse de esta risa «de grand locura»
para escarnecer al enemigo del bien. Su exageración, su scurrilitas y cachinnitas28, puede
ser empleada en su contra para someterlo a una ridiculización, presentándolo en
los sitios más inconmensurables dentro del recuento de una vida ejemplar y
santa; por ejemplo, metida dentro de una lechuga. Leemos en la lectura
doctrinal de la «Exaltación de la Cruz»:
Cuenta
sant Gregorio, in libro Diagolorum
[sic], que una monja entrando en un huerto vio una
lechuga e codiciola. E olvidósele de fazer la señal de la cruz, e mordiola
atrevidamente e luego fue demoniada. E veniendo a ella sant Equecio, el diablo
començó a llamar, e dezir: «¿Qué fize yo?, estávame la lechuga, e vino ella e
mordiome». Enpero mandole salir este sancto, e luego salió della29.
El hagiógrafo
medieval tampoco desperdiciará la oportunidad de reírse del diablo a través de
uno de sus protagonistas más delicados: la bella y docta doncella santa, quien,
en la ficción, carece de la fuerza bruta natural en el varón, apta para la
lucha cuerpo a cuerpo. Así pues, por citar un ejemplo más, mueve hacia lo
risible el gran temor que infunde santa Juliana a uno de los siervos de Satán:
Entonce
mandola degollar, e mientra que la levavan a degollar, apareció el diablo en
semejança de mancebo, diziendo a grandes bozes:
—¡Non la
perdones en ninguna manera, ca denostó a nuestros dioses e a mí me açotó esta
noche fieramente!
[fol.
54b] E abriendo Juliana los ojos un poco por al diablo ver, fuyó dando grandes
bozes, diziendo:
—¡Ay
mesquino! ¡Aún me quieres prender e ligar!30
Distinguimos
hasta ahora dos tipos de risa que emplea el autor medieval: la risa demoniaca
y, a partir de sus mismas características inherentes, una risa utilizada en su
contra: la burla del demonio. Ambas son las primeras manifestaciones del
fenómeno, aunque, definitivamente, no son exclusivas de la literatura
hagiográfica, pues están presentes en la literatura folklórica y se trata en el
fondo de un tipo de risa «más marcadamente axiológica, pues sus figuras
expresan valores puros»31.
Ahora
bien, si en las vitae lo
que se pretende es enseñar una lección moral sobre los extremos de una realidad
determinada, es decir, entre el bien y el mal, es de esperarse que no solo el
diablo pueda reír —sin mesura en su caso— o que la risa se limite a la burla de
este personaje. También el santo —biografiado en este Flos sanctorum mediante el recurso retórico de
la abbreviatio32— puede
y tiene este derecho. Su risa (eutrapelia), en la
mayoría de los casos, no pertenece al mundo profano, es decir, la realidad del
defecto; es una risa eutrapélica que proviene desde el ascetismo, de la
moderación, un paréntesis puntual a un mundo de contención o la culminación
premiada de un proceso de perfección. Por ejemplo, esa bella risa de san
Lorenzo que muy pocos recuerdan de su leyenda, cuando, ya enterrado, se entera
que en el mismo sepulcro yacerá san Esteban:
E sant
Llorente dava a entender que le plazía, porque venía su hermano morar allí cabe
sí, pareciendo que se reía, diole lugar en el su sepulcro, dexándole quanto la
meitad del vazío33.
Más
adelante volveremos a esta risa eutrapélica y su pertinencia casi exclusiva de
la literatura hagiográfica. Ahora me interesa destacar otra clase de risa propia
del santo: la risa combativa, un arma defensiva que se carga con la fe y que
mueve a la alegría desmedida, casi un éxtasis, cuando, por ejemplo, se alcanza
la consagración cristiana mediante un bautizo de sangre: el martirio. Famoso es
el pasaje de san Lorenzo (al parecer uno de los santos más risueños del
calendario litúrgico) cuando pide a sus verdugos que le den la vuelta para que
esté bien asado por los dos lados34; sin
embargo, un pasaje menos conocido de su vida es aquél que, recibiendo martirio
con azotes de pértigas de hierro y plomo, gracias a su risa, convierte a un
hombre al cristianismo, demostrando el poder taumatúrgico de esta risa de
combate:
E
mandole açotar otra vegada, commo de primero.
Sant
Llorente, reyéndose, dio gracias a Dios e rogó por los que aí estavan. En esa
ora creyó un cavallero, que dezían Romano, e dixo a sant Llorente:
—Beo
estar ante ti un mancebo muy fermoso, e alinpiar los tus mienbros con una
sávana de lino. Por ende, conjúrote por Dios que non me desanpares, mas aprisa
me ven a baptizar35.
Nuestro
anónimo hagiógrafo no eliminó pasajes de esta naturaleza. Sí borró, en cambio,
ciertas anécdotas, como aquélla de la vida de san Antonio, cuando un arquero le
recriminó su recreo junto a un grupo de monjes que lo acompañaban. El santo
terminó por demostrarle con una alegoría que los consagrados al ascetismo necesitan,
por momentos, hacer un alto en las prácticas de penitencia o corren el riesgo
de estropearse por la tensión constante, como un arco:
Quidam sagittarius beatum Antonium cum fratribus
gaudentem quadam vice conspexit et ei displicuit. Cui Antonius: «Pone sagittam
in arcu et trahe». Quod et fecit. Cumque ho secundo et tertio fieri mandasset,
dixit sagittarius: «Tantum thahere potero quod de eius fractione dolebo». Cui
Antonius: «Sic est in opere dei, quoniam si supra mensuram tendere vellemus,
citius frangeremur; expedit ergo rigore, aliquando relaxari». Hoc
audiens ille edificatus recessit36.
Me
permito señalar que este no es un pasaje cómico y que no toda risa supone un
tipo de diversión y que tampoco se representa aquí un juego o diversión que
implique risa37. Esta
es precisamente la cuestión a proponer en este artículo: ejemplos de risa hagiográfica
(eutrapelia),
exclusiva de nuestro género literario: una risa moderada, atenuada, casi una
sonrisa, que bien define Aragüés: «La risa se constituye en sí como emblema de
esa victoria moral, pero lo hace, ante todo, a partir del reconocimiento de superioridad
intelectual del santo, otorgando un sentido trascendente a la sabiduría, al
ingenio, a la astucia incluso»38. La
risa eutrapélica es, en este caso, aquella que ocurre en el breve tiempo
profano del religioso, entregado por completo al tiempo sagrado de seriedad y
austeridad propios de su credo. Juan de Salisbury aclara el concepto de esta
risa eutrapélica a partir de «los beneficios de la modestia hilaritas», al igual que san Bernardo y su «risus moderatus et rarus sine cachinno (sin
carcajadas), sintagma que aúna esa moderación en el tono de la risa con su
propio carácter excepcional, esporádico, de la vida del cristiano»39.
Por otra
parte, ante tal potencia providencial, el hagiógrafo corría el riesgo de hacer
parecer a sus protagonistas como demasiado perfectos, que incluso dominan la
risa moderada, sutil e ingeniosa y, con ello, incurriría en uno de los mayores
pecados del virtuoso de Dios: la soberbia40. Para
evitar esta situación, el autor medieval también nos ofrece pasajes donde se
aclara que solo existen dos tipos de risa y que los santos incurren,
exclusivamente, en una de ellas, tal y como se cuenta en la vida de san
Bernardo: «Nunca en manera rió que non tomase buen continente»41. En
este mismo tenor de la risa «buena», llega a regalarnos razonamientos cándidos,
con la llaneza de un argumento infantil, que ponen solución a las grandes
incógnitas del credo cristiano en relación con, por ejemplo, la circuncisión de
Cristo:
Mas
agora dizen que es en Roma, en la iglesia que es dicha Santa Santorun, en la
qual se ley que la carne que fue circuncisa de Jhesu Christo, e el onbligo,
claramente es demostrado porque en aquel día se muestra en la iglesia de Santa
Santorun; mas si aquesto es verdad, maravilla es que aquella carne sea segund
verdad de natura humanal. Nós creemos que quando Jhesu Christo resucitó que la
tornó a su cuerpo glorioso42.
A esta
clase de risa, eutrapélica, moderada, de buen continente, de la reflexión
pueril, pertenece la vida san Francisco compilada en este santoral. El de Asís
promovió la alegría como uno de los mandatos de su regla43.
Además, tomando a la pobreza como su estandarte, el franciscano se volcó a
trabajar con la parte más débil de la sociedad, los niños; le otorgó un valor a
la infancia hasta entonces inexistente en el plano conceptual de la sociedad
feudal y lo adoctrinó en la palabra de Dios. Esto ocurrió desde el siglo XIII
en adelante, y es curioso que sea en este mismo periodo cuando Le Goff ve un
despunte de lo maravilloso en el plano de la literatura religiosa. El
historiador francés percibe una «diversificación en el mundo de lo sobrenatural
que permite situar mejor lo maravilloso en relación con la religión cristina»44. Quizá,
por la revolucionaria postura del franciscano, que se impuso ante los excesos
de la corrupción de su época, haciendo gala de una austeridad de tiempos
bíblicos45; por su
novedoso afán de trabajar con la parte más joven y frágil de la sociedad —los
niños—, es que el hagiógrafo medieval no tiene el menor problema en recontar
una serie de milagros de corte fantasioso que transgreden las leyes de la
naturaleza; milagros cuyo estado de pureza y candidez morirán con la Edad Media
y evolucionarán hacia formas más fidedignas del milagro en el Renacimiento y en
el Barroco, como se verá más abajo, en sus respectivos apartados. Así pues, nos
dice que:
Veniendo
el siervo de Dios por un camino, venía con él su conpañero, que dezían fray
Leonardo. E cansando sant Francisco del trabajo del camino, cabalgó en un asno
que traía eso mismo. Fray Leonardo enojado, començó a pensar entre sí, e dezir:
«Non son igules los mis parientes e los vuestros». E Luego sant Francisco por
Spíritu Sancto súpolo, e descendió del asno, e dixo al fraile: «Hermano, non
conviene que cavalgue yo e tú que vayas de pie, ca mejor eres que no yo».
Maravillose el fraile, e cayó a sus pies e demandole perdón46.
Así como
se deja en claro que las leyes de la naturaleza sí pueden ser transgredidas
(cuando el santo es capaz de leer la mente por intervención del Espíritu
Santo), también se muestra, simbólicamente, que en lo profano (cabalgar en un
asno) puede intervenir lo sagrado (el milagro de saber lo que piensa el otro).
Sin embargo, esto no puede ocurrir a la inversa: en lo sagrado no puede
intervenir lo profano. Y para ejemplificarlo, el hagiógrafo noveliza esta idea
con una anécdota del día a día: el juego. Ahí más vale dejar las leyes de los
hombres para los hombres y las de Dios para Dios, blasfemar conlleva a la
muerte:
Un
caballero deziendo mal de los miraglos e de las obras de sant Francisco, una
[fol. 224b] vegada, jugando a los dados, lleno de locura e de vanidat, dixo a
los de arrededor: «Si sant Francisco es santo, venga agora en los dados dies e
ocho puntos». E luego parecieron en cada dado seis puntos, fasta IX vezes señas
más; encendió su locura, dixo otra locura: «Si verdat es que este Francisco es
santo, aun yo sea acochillado, e si él no es santo, escape yo sano». En cabo
del juego, porque la su oración fue fecha en pecado, e faziendo tuerto a un su
sobrino, tomó un cochillo e metiógelo por el cuerpo e luego murió.
La risa
eutrapélica, risa silenciosa por parte del testigo47, en
este caso, el lector o escucha de estas anécdotas, se da cuando la candidez
maravillosa o, mejor dicho, milagrosa, choca con la realidad austera y opaca
del día a día, esa realidad sofocante que necesita de algo más que lo tangible,
necesita de la ilusión, de la posibilidad de creer que, gracias al Espíritu
Santo, es posible leer la mente o que no se debe blasfemar en un juego de
dados. Es precisamente por esa reglamentación de lo milagroso —donde lo
controla todo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo— que Le Goff veía un «cierto
vaciamiento de lo maravilloso»; una «tendencia a racionalizar lo maravilloso y
en particular a despojarlo más o menos de un carácter esencial: el carácter de
lo imprevisible»48. Pero
es justo esta ausencia de lo imprevisible la que da pie a la risa hagiográfica,
ya que «es imposible reflexionar sobre la risa sin atender a su relación con la
sacralidad»49. En
efecto, la sutil controlada y apenas dibujada risa hagiográfica, sus breves
momentos prominentes, no tendrían sentido sin pasajes ascéticos de sometimiento
del cuerpo para evitar que éste se entregue a su instinto natural. Ernst Robert
Curtius50 dice
que: «no hay nada más cómico para el hombre medieval que un desnudamiento
involuntario» pero quizá sea un ridiculum más
significativo el que, dentro de un discurso de ejemplaridad cristiana, es
voluntario, e incluso, dramático:
E viendo
el diablo que así non le pudo enpecer, ni vencer, púsole muy grant tentación de
la carne. E sentiéndolo el siervo de Dios, depojose todo, e açotose con una
cordezuela muy dura, deziendo: «Ea, fraire, ea, asno, así te conbiene fincar».
E salió con la tentación fuera, e echose desnudo en la nieve, e tomó la nieve
en manera de pella, e fizo siete montones. E echándose en ellas, començó a
fablar al cuerpo, deziendo: «Ahe, ésta mayor es tu muger, éstas quatro son tus
hijas, e las otras dos son el mancebo e la manceba; pues ven agora, e bístelas,
que mueren de frío. E si te entristece grant cuidado, sirve a un Señor». El
diablo, biéndose confondido, partiose luego dél. E el siervo de Dios tornose a
su cámara, dando gracias a Dios.
Este es
el tipo de milagro que pervivirá, con sus matices, en siglos posteriores,
principalmente en el Barroco; se volverá uno de los tópicos recurrentes en todo
franciscano, pues el ideal máximo es ser como el mismísimo fundador de la
orden. La oposición cuerpo/alma ha sido una de las batallas más constantes a lo
largo de la historia Occidental. Y fue uno de los grandes triunfos del
cristianismo, al haber sometido al primero a una serie de ciclos y
contingencias dentro de un calendario litúrgico: un tipo de dieta, un número
determinado de comidas al día, etc. El cuerpo se concebía como cárcel del alma,
en la medida en que se le controlara, el alma podría escapar de su prisión. De
esto se desprende la eterna lucha de los santos contra el cuerpo y así lo
consiga el hagiógrafo medieval, según él, san Francisco dijo: «Ca yo non he
enemigo mayor quel cuerpo». Sometido éste, demostrada la capacidad de dominio
sobre uno mismo, la sujeción se extiende hacia el entorno, la naturaleza. Es
decir, controlado el microcosmos representado por la carne y sus necesidades
biológicas, es posible extender el control hacia el macrocosmos, representado
por uno de los seres más admirados por el hombre medieval por su imposibilidad
física de imitarlo: las aves, su vuelo, su canto:
Todas
las criaturas traía al amor de Dios, predricava a las aves, e oíanle,
taníanlas, e no se querían ir dende, fasta que las bendezía e las dava
licencia. E las golondrinas, que cantavan mientra él predicava, callavan todas,
mandándolo él. […] En un lugar que dezían [fol. 222a] Porto, muy acerca de la
su celda, una ave que dezían ficada, que posava en una figura muchas vezes e
cantava, e viéndolo el siervo de Dios, llamó e estendió la mano, deziendo: «O,
hermana fincada, ven a mí». Ella obedeciole, e sobió luego en la mano, e díxola
él: «Canta agora, hermana fincada, e alava al tu Dios». Ella cantó luego, e
nunca se quiso dél partir, fasta que la dio licencia. […] Fallando el siervo de
Dios una vegada muchedubre de aves, saludolas así como si fuese su parcionero,
e díxoles: «¡O, aves, mis hermanas!, mucho devedes alabar a vuestro cri[fol.
223b]ador, que vos vistió de plumas, e vos dio péñolas para bolar, e vos otorgó
andar por el aire e vos govierna sin aver vós cuidado ninguno». E las aves
començaron de estender sus colas, e estender las alas, e abrir los picos e
parando mientes, catávanle. E él pasando por medio dellas, cobríalas con la
saya, mas ninguna dellas non se quería ir sin su licencia. […] Predicando sant
Francisco en castro Almadio, non le podían oír con el roído de las golondrinas,
que criavan aí mu[c]has. E díxolas: «¡O, hermanas, golondrinas, ya tienpo es
que fable oy, que vós asaz dexistes; tened silencio fasta que se acabe la
palabra de Dios!». E obedeciéndolo luego, callaron.
El Flos sanctorum con sus ethimologías estaba
pensado para un público (lectores u oyentes) más amplio, más allá de los
conventos, para un lector más seglar que clerical51. Sea
quien fuere, que un laico o un religioso aceptaran de buena manera que es
posible controlar el vuelo y el canto de las aves, no quiere decir que tales
anécdotas les fuesen insignificantes y vacías. Son momentos diseñados por un
hagiógrafo para mover a la sutilísima risa de este género literario, a la alegría
dentro de un orden religiosamente gracioso; son breves momentos construidos a
partir de lo sagrado —con el mismo propósito con el que se construye un templo
religioso— para alejar al fiel de la tristeza y el enojo propias de su tiempo
profano, tal y como lo postulaba san Francisco en su opúsculo legislativo.
Estos milagros y anécdotas son ejemplos de la risa buena, la risa ascética y
cándida que nace de la fe, de la vida ascética y del amor a Dios.
En la
prosa del anónimo hagiógrafo medieval de nuestro santoral, a pesar de que se
mueve en los extremos de una risa mala y una buena, ya no se percibe el
contexto negativo de la risa bíblica, esa risa militante, de burla ante los
impíos «risa esencialmente desacralizadora, pero, por lo mismo, y en paradoja tan
solo aparente, para toda la autoridad —incluida la del propio Yahvé— condenable
por impía y despreciable en tanto símbolo de humana stultitia»52.
Efectivamente,
por una parte, ahora son los diablos una especie de mina de donde se extrae
sucesos risibles, y la paradoja de este hecho es evidente: «Si Satán aportó la
risa (scurrilitas, cachinnitas), ahora
esta se vuelve en su contra. Y pese a seguir siendo terrible, a partir de
entonces se torna ambivalente, sobre todo en la religión popular»53. Por
otra parte, el hagiógrafo no vacila en que sus protagonistas rompan el halo
contrario de la risa y disfruten de ella mediante el combate y éxtasis, como la
risa de san Lorenzo, pero también, y más importante, de la sutil y momentánea
risa eutrapélica, ascética, cándida, pura y llana, que aleja de la tristeza (tristitia) al fiel, al lector u oyente atento.
En
siglos posteriores encontraremos algo muy diferente de lo visto hasta ahora. Ya
en el siglo XVI, representado en este estudio por una de las crónicas de la
conquista espiritual de América, hallaremos una dimensión estética de la risa
mucho más desarrollada por los hagiógrafos franciscanos, tal y como se verá a
continuación.
2. El
hagiógrafo evangelizador y la risa renacentista
En otro
trabajo anterior, dedicado a la risa franciscana y la Historia de los indios de la Nueva España,
intenté demostrar, entre otras cosas, que la alegría y la risa ilumina toda
zona oscura entre franciscanos e indios adoctrinados; y que, si bien los
primeros nunca lograron una utopía real en la Nueva España, es mediante la
risa, reflejada en algunos momentos determinados de la crónica, donde mejor se
simuló esta tentativa54. En el
presente apartado me gustaría continuar, en este tenor, con algunas ideas que
contrastan de manera complementaria con aquel trabajo.
Motolinía
demostró sus dotes de hagiógrafo al contarnos la vida de fray Martín de
Valencia entre las páginas de su obra; no obstante, antes de llegar a ese
episodio de su crónica, hay un par de momentos cuya particularidad me resulta
de interés para el tema de investigación que aquí desarrollo. El primero,
cuando, con base en una circunstancia determinada —la salud y sus
procuradores—, la trama se vuelve irónica dentro de la secuencia del relato al
oponer dos realidades: la tlaxcalteca y la mexicana. Habla Motolinía del
aparejo que tienen los indios tlaxcaltecas para salvarse:
Si a
alguno le duele la cabeza o cae enfermo, si algún médico entre ellos fácilmente
se puede haber, sin mucho ruido ni costa, vanlo a ver, y si no, más paciencia
tiene que un Job. No es como en México, que, cuando algún vecino adolece y
muere, habiendo estado veinte días en la cama, para pagar la botica y el médico
ha menester cuanta hacienda tiene, que apenas le queda para el entierro, que de
responsos y pausas y vigilias le llevan tanto derechos, o tuertos, que quedan
adeudada la mujer, y si la mujer muere, queda el marido perdido. Oí decir a un
casado, hombre sabio, que cuando enfermase alguno de los dos, teniendo cierta
la muerte, luego el marido había de matar a la mujer, y la mujer al marido, y
trabajar de enterrar el uno al otro en cualquier cimenterio, por no quedar
pobres, solos y adeudados. Todas estas cosas ahorra esta gente55.
El registro
histórico siempre es fragmentario, más aún cuando se intenta reconocer y dejar
por sentado los portentos y horrores de un nuevo mundo hasta entonces
desconocido. Un cronista de la evangelización, como Motolinía, tuvo que emplear
una imaginación constructiva56 para
intentar hacer saber de las maravillas que hicieron los trabajos seráficos en
los indios y para intentar cubrir un panorama de la conquista —el cual, a sus ojos,
resulta reluciente gracias a su profunda convicción profética y milenarista—.
Los indios se nos presentan con los dotes de Job, personaje del libro sagrado
que se caracteriza por ser un hombre justo que debe padecer múltiples
sufrimientos. Su vida es una narración didáctica que enseña que se debe
soportar todo, lo bueno y lo malo, porque todo viene de Dios57. Así
pues, en la confección textual de nuestro hagiógrafo franciscano, el indio
tlaxcalteca no es ya un pagano, sino un adoctrinado. En un texto donde hay
paganos no hay lugar para la risa buena, pues la risa del pagano es demoníaca,
es locura y fealdad58; pero
la risa de un adoctrinado es un hecho seráfico, es una risa moderada, tenue,
delgada, que adorna los enormes esfuerzos de los frailes menores por transmitir
no solo el evangelio, sino de depositar los saberes de toda una cultura occidental
en el otro, el indio.
Por otra
parte, no deja de ser curioso que, uno de los pocos momentos donde Motolinía se
muestra irónico, es para expresar su opinión sobre los médicos. Y su comentario
no es para menos. Cuando llegan a la Nueva España los primeros médicos
españoles, sabemos que su arte, la medicina, había conocido tiempos mejores. En
efecto, la gran labor de las teorías de la medicina hipocrática y galénica
puede resumirse en un hecho determinante: lograron quitar el manto sagrado que
la enfermedad poseía en la medicina primitiva. Tanto para Hipócrates, como para
Galeno, la enfermedad es un estado de la naturaleza propio de la condición
humana, no es un castigo de los dioses o una venganza de los antepasados no
recordados mediante el ritual de la ceremonia. Así pues, para el siglo XVI, los
practicantes ibéricos del arte de la medicina que se instalaron en el Nuevo
Mundo —aun cuando eran conocedores de los avances teóricos de los mencionados
médicos grecolatinos, e incluso del mundo árabe, como Rhazes, Avicena,
Averroes, etc., y de otros contemporáneos suyos—, practicaban una cura de la
enfermedad propia de los primeros tiempos, de la medicina más primitiva59, es decir,
una medicina que se basaba en remedios rudimentarios, caseros y en la fe. Y
como ejemplo, bastaría con recordar la importancia de las reliquias de los
santos como métodos infalibles para la cura de distintos males de la salud. Y
nada como traer a juego el método que utilizaba Aecio, médico de Justiniano,
para extraer un hueso que se le hubiese atragantado a un comensal durante la
Edad Media: «Así como Jesús sacó a Lázaro de la tumba y a Jonás de la ballena,
así Blasio, mártir y siervo del Señor, manda y ordena: Hueso, sal o vete para
abajo»60. Con
base en estos antecedentes, solo en parte y a efectos prácticos, yo no
encuentro mucha diferencia entre el chamán prehispánico y el médico novohispano
de la más remota sociedad novohispana. Ambos son «portadores de una herencia
que equivale a una vocación-mágico religiosa»; ambos se apartan del «mundo
profano porque se hallan en relación más directa con lo sagrado»61. En
efecto, los dos intentan restituir un orden perdido (la salud), y tratan, por
medios diferentes, no científicos, sino más bien artesanales, de lograr tal
propósito. Sin embargo, claro que hay diferencias entre el chamán prehispánico
y el médico novohispano: en las primeras crónicas de la conquista espiritual de
América hay un discurso que se dedica a singularizar el papel del chamán, el
papel de lo sobrenatural, contra el médico heredero de un saber occidental,
natural.
La
verdadera ironía de Motolinía se da en la confrontación de estos dos mundos, el
de lo natural, representado por su mundo, su cultura, y el de lo sobrenatural,
la cultura del otro. Con base en este razonamiento, no deja de llamar la
atención que el más escatológico de los primeros doce franciscanos62 nos
ofrezca un apartado con este timbre irónico. La explicación la encontraremos en
la última finalidad de la risa estética de Motolinía, es decir, ésta ya no es
la risa eutrapélica medieval, cándida, y llana, sino la risa combativa del
predicador. La risa de Motolinía es la del hagiógrafo que busca convencer,
persuadir; el hagiógrafo que busca decir entrelíneas: «creedme a mí, lector, y
no a otros»63; esta
es la risa del predicador que con exempla mueve
al lector o al oyente a creer que el tlaxcalteca, paciente como un Job ya per se, solo necesitaba de los nuevos recursos
traídos por los franciscanos; recursos que lo sacarían del peligro de la muerte
y ayudarían a la vida. Uno de los recursos más vistosos en estos milagros
renacentistas será el cordón de san Francisco:
Y sé que
particularmente tienen gran devoción con el hábito y cordón de San Francisco,
con el cual cordón se han librado muchas mujeres preñadas de partos muy
peligrosos. Y esto ha sido en muchos pueblos y muchas veces, y aquí en Tlaxcala
en muy común y no ha muchos días que se ha bien experimentado, por lo cual
tiene el portero un cordón para darlo luego a los que le viene a demandar,
aunque yo bien creo que obra tanto la devoción que con el cordón tienen como la
virtud que en él hay, aunque también creo que la virtud no es poca por lo que
aquí diré64.
El
argumento cándido del hagiógrafo medieval está ya muy distante por ese «creo»,
repetido en dos ocasiones por nuestro hagiógrafo evangelista; ese «creo», que
en realidad significa «pienso», termina con la contundencia de lo imprevisible.
Nada peor que un milagro glosado por el hagiógrafo para que éste pierda su
efecto literario, más allegado a lo folklórico, y entre en los dominios de la
doctrina enojosa para el espectador65.
Esta
prosa razonada es la misma que encontraremos en la vida de fray Martín de
Valencia. Aquí, el máximo de los diablos, Satanás, no encarna ningún pasaje que
inspire la burla del mismo, sino apenas una mención argumentativa parca y seca
que recuerda al fantasma de la melancolía. El interés de Motolinía no es
caracterizar a un héroe con la vocación de Dios manifiesta en lo externo de lo
corporal (reprimiéndose al arrojarse a la nieve, como leímos en la vida de san
Francisco de Asís), sino mostrar el análisis interior de su protagonista, su
duda profunda que atañe a los problemas del alma, de lo íntimo. Cuando el
hagiógrafo se concentra en los adentros de su biografiado, lejos quedan las
posibilidades de burla que generen la risa y, por el contario, y se hacen
próximos los territorios del sermón doctrinal, con dudas vocacionales y
existenciales:
Comenzó
a tener en su espíritu muy gran sequedad y dureza y tibieza en el corazón,
aborrecía el yermo, los árboles le parecían demonios, no podía ver los flaires
con amor y caridad, no tomaba sabor en ninguna cosa espiritual, cuando se ponía
a orar hacíalo con gran pesadumbre, vivía muy atormentado. Vínole una terrible
tentación de blasfemia contra la fe, sin poderla alanzar de sí: parecíale que,
cuando celebraba y decía misa, no consagraba, y como quien se hace grandísima
fuerza y a regañadientes comulgaba. Tanto le fatigaba aquesta imaginación, que
ya no quería ya celebrar ni podía comer. Con estas tentaciones habíase parado
tan flaco, que no parecía tener sino los huesos y el cuero, y parecíale a él
que estaba muy esforzado y bueno esta sotil tentación le traía Satanás para
derrocarle, de tal manera que cuando ya le sintiese del todo sin fuerzas
naturales le dejase, y así desfalleciese y no pudiese tornar en sí y saliese
del juicio66.
Ni
siquiera los tópicos franciscanos, aquéllos que imitan los milagros del padre
fundador de la orden, tienen el tono de la alegría acordada, feliz, de la risa
estudiada en el apartado anterior:
Y entre
aquello árboles había uno muy grande debajo del cual se iba a orar por la
mañana. Y certifícanme que luego allí se ponía a rezar, el árbol se hinchía de
aves, las cuales con su canto hacían dulce armonía, con lo cual él sentía mucha
consolación y alababa y bendecía al Señor, y como él se partía de allí, las
aves también se iban, y que después de la muerte del siervo de Dios nunca más
se ayuntaron las aves de aquella manera67.
Nuevamente
nos encontramos con los recursos propios de una hagiografía solemne:
«certifícanme», es decir, por fuerza se necesita de testigos que den fe de lo
maravilloso, pues, en estos tiempos, no importa la anécdota milagrosa per se, sino lo que «siente» el protagonista en
estas circunstancias fuera de lo común. Estos implantes renacentistas en la
prosa hagiográfica limitan lo risible, tan necesitado de lo chocante, lo
imprevisible, lo que sale de la norma, aun cuando sea solo por un breve
instante. Al hagiógrafo renacentista le interesa la pesada certificación y el
esbozo de lo que yace en el interior del protagonista y, de este modo,
convierte al milagro en mero argumento reglamentario dentro un discurso
religioso. Esto último se lee mejor en los milagros post mortem de fray Martín de Valencia:
Hanme
dicho que resucitó un muerto a él encomendado y que sanó una mujer enferma que
con devoción le llamó y que un flaire que era afligido de una recia tentación
fue por él librado, y otras muchas cosas, las cuales, porque de ello no tengo
bastante certidumbre, ni las creo ni las dejo de creer, mas de que como a amigo
de Dios, y que piadosamente creo que Dios le tiene en su gloria, le llamo y
invoco su ayuda e intercesión68.
Lo que
en el hagiógrafo medieval es espectacularidad aquí es un mero enlistado que el
autor no sabe cómo tomar y por cuál decantarse: «ni las creo ni las dejo de
creer». Nuestro hagiógrafo del renacimiento, al no poder ponderar entre creer o
no creer, termina por ensayar. La actitud de Motolinía es ciertamente curiosa,
sabe que no puede decantarse por una santidad cándida, fantasiosa y universal
de sus antepasados y, por ello, sorprendido por la riqueza de un nuevo mundo,
protagonista de la expansión territorial que llevó a romper los esquemas y
concepciones de las fronteras conocidas hasta los siglos medios, Motolinía
prefiere ensayar, contrarrestar sus ideas en distintos niveles de discurso
siempre dentro de su profundo milenarismo. Por ello es que en su obra hay lugar
para la ironía y la seriedad, y también para la risa ascética del padre
franciscano que ríe con amor de las torpezas de sus hijos, los indios, recién
adoctrinados69; hay
lugar para la risa combativa del predicador, que seduce a que se le crea que,
de las realidades opuestas en su narrativa, la suya, donde él trabaja, es la
buena, la mejor. La risa aquí no puede separarse de los aspectos antitéticos de
la misma, pues la Historia de los indios de la
Nueva España es producto de su tiempo, el
Renacimiento, en el cual, hagiógrafos y cronistas, no solo están en los límites
y extremos del bien y el mal —como los medievales—, sino que sienten, perciben,
piensan, razonan y ensayan sobre su mundo conocido, mucho más amplio de aquél
de la Edad Media.
La risa
de Motolinía es la del mundo expandido del Renacimiento (en el que se dudaba
cuál era la verdadera dimensión del mismo); en este contexto, separar
arbitrariamente un fenómeno como la risa de otros impulsos vitales, de sumo
interés para el siglo XVI70, sería
equivocarnos y mentir, pues la risa siempre ha estado relacionada al llanto —y
con éste, la ironía y la seriedad— y viceversa; juntos forman parte de una
«teoría de la expresión humana»71. Habrá
que ir más adelante, al siglo XVII, para que este discurso dé un giro de tuerca
y, con los mismos elementos hasta ahora presentados, se cree una atmósfera muy
distinta a la analizada hasta ahora.
3. El hagiógrafo criollo y la
risa barroca
Según
palabras de Maravall, en los hombres del siglo XVII «se difunde un pesimismo
inspirado por las calamidades que durante varias décadas se van a suceder»72. Y es
precisamente en estas circunstancias donde el cuerpo, el mundo al que está
ligado la risa, encuentra unos niveles de sensualidad nunca antes vistos. La
manera de concebir al cuerpo en esta época verá su representación o
interpretación en varios productos estéticos73, en
algunos textos diseñados para la catequesis y la propaganda74 y,
por supuesto, en la narrativa hagiográfica75.
Este fenómeno
netamente barroco de «pesimismo inspirado por las calamidades» podría
rastrearse también en las autobiografías de monjas76 del
XVII, escritas en un espacio conventual para demostrar, mediante una prosa
edificante, la adscripción y pertenencia a un grupo social, con sus propios
códigos de comportamiento y entrega ascética77. En
este género literario de significativa difusión —tanto en el Viejo como en el
Nuevo Mundo—, se partía del interior de la biografiada (por ejemplo, la visión
que la vincula con su predestinación divina), para, después, llegar a los
aspectos externos de su vida (por ejemplo, la historia del convento donde se
afanaba por alcanzar sus metas espirituales).
De igual
modo, el trabajo hagiográfico de Luis Jerónimo de Oré, antes de llegar a lo
corporal, parte de lo interior; concretamente, en su caso, de las virtudes del
alma, comenzando con el recuento del niño Francisco Solano. Este inicio —que se
debe a la historia del mito del nacimiento del héroe de la literatura
folklórica—, en una primera aproximación, nos podría hacer pensar en ese orbe
íntimo que leímos de fray Martín de Valencia, en Motolinía. Sin embargo, hay un
estilo en la prosa del autor del Barroco que se aleja de la forma de ensayar
del hagiógrafo del Renacimiento y nos presenta una frescura inesperada, una
candidez que recuerda a la prosa medieval del Flos
sanctorum. Nos encontramos ante una adaptación de
motivos —nacidos en el medioevo— acorde con la moda textual del XVII, siglo
donde la palabra y la imagen lo es todo por encima del vehículo que lo expresa.
Es decir, pareciera que no estamos ante las convenciones de un género literario
(la vita) que se sostiene, a grandes rasgos, por el miraculum y el exemplum, sino
ante simples fragmentos de aire casi laico, meras anécdotas del género
biográfico de la época:
Al cual
criaron en la niñez con la educación y cuidado de cristianos, enseñándole temer
a Dios, y servirle, de lo cual concibió gran deseo, y lo mostró en llegando a
tener uso de razón, huyendo como otro Tobías, de las malas compañías en los
años pueriles y de los ídolos en la mocedades, a que suelen inclinarse los
mancebos mal enseñados; de tal manera procedía, que en las conversaciones
dellos, las componía con su presencia, no atreviéndose alguno a decir palabra
que no fuese muy decente; y si antes de llegar él, se entretenían en risas y
palabras contrarias a la honestidad que en él resplandecía, en llegando se
reprimían a callar, y mudaban plática en otra conversación78.
Lo
barroco ha sido considerado tanto una época como un estilo, esta escisión es
arbitraria —y en el fondo equivocada—, sin embargo, entre una u otra, en este
caso se subraya que lo barroco, por encima de una época, es un estilo procurado
por sus hagiógrafos y predicadores, quienes se lanzan, por ejemplo, a la construcción
de un sermón preocupado por encontrar cuál fue la mayor de las finezas de
Cristo, ¿haber muerto o habernos abandonado?79 Así
pues, lo barroco es el discurso de las finezas. En el caso de fray Luis
Jerónimo de Oré queda clara esta narrativa de la sutilidad cuando se pondera,
por encima de la potencia taumatúrgica de su protagonista, su potencia
argumentativa, su poder de disuadir a otros incluso cuando su héroe todavía no
alcanza la edad adulta:
Otra vez
hallándose cerca de Montilla en el campo, vio dos hombres reñir con las espadas
desnudas, y él fue intrépidamente corriendo a ellos, y a voces les dijo:
«Señores, por amor de Dios que no riñan, que no hay quien los pueda poner en
paz aquí, y se matarán, lo cual será grande mal»; luego que oyeron tan buenas
razones, dichas con deseo y celo de sus vidas, se apartaron el uno a una parte
y el otro a otra, y envainando las espadas se fueron en paz, por el buen
padrino que Dios les envió para atajar la pendencia80.
Probada
la valía de la niñez del virtuoso llamado a servir a Dios; probada su capacidad
de abstraerse de la naturaleza malvada de los que lo rodean, el hagiógrafo
comienza a confeccionar su texto hacia lo exterior, hacia el macrocosmos y, ya
en este ámbito, nos muestra la sensualidad de la carne dentro de los motivos
franciscanos que inspiran su Relación. El de
Asís se entregaba con toda la confianza a los enfermos, los leprosos —incluso
llegando a besarlos81—; pero
ni en la narrativa hagiográfica medieval, ni en la renacentista, leemos los
extremos del detalle que se describen a continuación:
Llegando
una vez en Montilla a pedir limosna a la puerta de un vecino llamado Diego
López, salió su suegra con una criatura en los brazos, hijo de dicho, y pidió
al Padre Solano le dijese un Evangelio, porque estaba un niño muy hinchado y
enfermo, y en el rostro y por todo el cuerpo tenía muchas llagas. Y el padre
fray Francisco dijo a la mujer que descubriese las llagas al niño, y viendo que
eran muy grandes, movido de compasión y caridad de ver una criatura con tanto
mal, lamió con su boca y lengua las llagas, así las que tenía en el rostro como
las que tenía por todo el cuerpo; y dejándolo así, otro día por la mañana
amaneció el niño mejor, y todas las llagas secas y sanas, y desde entonces
comenzó a caérsele el pellejo de las llagas, y quedó sano del todo, y hoy día
vive sano y bueno82.
Oré,
como buen hagiógrafo, persuade a las autoridades eclesiásticas (últimos
destinatarios para quienes escribió) con una Relación que termina por
convertirse en un cúmulo de milagros, testificaciones, personas, juramentos,
anécdotas, digresiones83,
comparaciones84,
alegorías, dietas85,
capacidades lingüísticas86, etc.:
una serie de voces polifónicas en busca de su resolución a su tensión; una de
esas resoluciones llega con el deleite de la imagen fuertemente contrastada: el
santo franciscano lamiendo las llagas de un bebé. Aun cuando la imagen pudiera
parecer tremendista, se inserta dentro de los límites de la narrativa
biográfica87 de
amplia popularidad; imagen plenamente aceptada en la ficción que gustaba de
estos encuentros chocantes con lo corporal.
Por otra
parte, la imagen no solo debe ser de corte tremendista para que se configure en
la imaginación del lector de una manera completamente opuesta a la narración
hagiográfica del Renacimiento arriba estudiada. Recordemos el milagro del
cordón de san Francisco que nos cuenta Motolinía y comparémoslo con el
siguiente para ejemplificar esta cuestión:
La misma
doña Mencía de Córdoba, estando con dolores de parto, algunos días después de
la muerte de su madre, enbió llamar al Padre Solano para confesarse con él,
porque no podía parir, por ser recios dolores los que padecía. Y así como entró
en casa el Padre Solano, le dijo: «No tenga pena, hermana, que ha de parir un
niño muy bonito». El compañero le quitó el cordón al santo Padre, y le pusieron
a la preñada, y luego parió; y la comadre [salió] a una sala donde estaba el
Padre Solano más afuera de donde estaba la dicha doña Mencía, y le dijo:
«Padre, ya ha parido una hija»; el Santo, que sabía lo que era de mejor
original, por revelación secreta que se le había hecho, respondió: «Mírelo
bien, que no es sino hijo»; y volviendo a mirar, halló que era hijo; y todos se
maravillaron de la certeza con que lo afirmó, y salió verdad así como lo dijo88.
El
tópico de la locura del mundo89 alcanza
hasta a los productos diseñados para promulgar, dentro de una legalidad
impuesta, el proceso de canonización de un venerable del virreinato del Perú.
«El siglo barroco se caracteriza por un desmedido incremento de las
aspiraciones sociales»90. Varios
aspiraron a la santidad y sus procesos fracasaron (como los venerables de la
Nueva España); pero, más allá de la urdimbre política que se lucubró en el
proceso exitoso que aquí se analiza, la Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano triunfó
por la sabia pluma de un hagiógrafo criollo que, inteligentemente, dio lugar a
milagros como éste, el cual reinterpreta la realidad de su tiempo, que lo
refleja: el mundo barroco genera desconcierto y por fuerza hay que mirarlo dos
veces —como a un niño que se creía niña— para ver su verdadera naturaleza. La
risa de esta obra está sutilmente disfrazada, pues, sorprendentemente, es la
risa de un burlador que está por encima de «las reglas de su mundo que siente
ajeno»91; es la
risa de un héroe de Dios (Francisco Solano) que, viviendo más allá de lo
terrenal, gracias a su vocación y virtud cristianas, sabe desentrañar los
secretos de su tiempo y su mundo y, desde esta condición superior, aconseja
burlonamente al profano: «Mírelo bien».
El mundo
barroco es un mundo al revés, por
ello es que, hasta en uno de los más característicos motivos franciscanos, el
dominio sobre las aves —el cual, a partir de los ejemplos analizados, debería
recordar los estados de pureza y sencillez más claros de la virtud—, está
manchado por la sangre y los pellejos. Leemos que:
El Padre
Fray Alonso Díaz declaró, y juró en la información que hizo el señor Arzobispo
de Lima, que estando en Tucumán en compañía del Padre Solano, yendo a poblar un
lugar, llevaba el dicho padre Fray Alonso unas aves en un gallinero para la
población que querían hacer; y una noche llegó una zorra al gallinero donde
iban unas palomas, y degolló una, y el santo Padre le puso un poco de sebo, y
le cortó los pellejos, y echándole la bendición quedó la sana, como si no
hubiera pasado algún mal por ella; y de allí adelante se venía esta paloma al
santo Padre, y se la ponía en los hombros, y daba de comer en la mano92.
La
narración de fray Luis Jerónimo de Oré es un texto que cumple con su propósito
hagiográfico al mostrarnos un relato edificante en defensa de la vida de un
venerable. Se trata de un texto disfrazado de un «estilo fácil y natural de
“arte sin arte”»93 —que
coloca las cosas en el lugar que le corresponde—, cuando en realidad su
verdadera dimensión es el de una hagiografía de «arte con arte, “un ajedrez de
palabras” que en lugar de caer en la tierra, se levanta en el aire»94. En
efecto, auténticamente no hay nada nuevo en esta risa hagiográfica, pues nace
de los motivos franciscanos medievales y renacentistas analizados más arriba.
Con fray Luis Jerónimo de Oré tenemos el disfraz barroco impuesto sobre los
mismos motivos.
Debemos
recordar que, mediante el disfraz, es posible la renovación, la inversión de lo
alto en lo bajo que nos lleva al mundo al
revés, tópico netamente barroco que puede leerse en esta
hagiografía nacida en tiempo de crisis, incertidumbre y desconfianzas
arraigados en este mundo como un teatro, donde
hay lugar para todos, hasta para un santo que sobrevive a todos los engaños,
incluso después de su muerte; esta es, al fin y al cabo, la prueba auténtica de
una vida santa: burlar a la descomposición de la carne:
Y fue
cosa maravillosa que habiendo pasado 16 horas después de que murió, le cortaron
una uña del dedo del pie, y le salió sangre; y también quitándole para
reliquias los cabellos del cerquillo de la corona, le dieron algunas heridas, y
salió sangre de ellas, y más de 36 horas después que murió estuvieron las
heridas coloradas y rojas; y también los labios estuvieron colorados, la lengua
fresca y húmeda, que no parescía estar muerto95.
Conclusiones
Algunos
de los casos más interesantes de la hagiografía medieval y de los Siglos de Oro
fueron diseñados con intenciones públicas y, con ello, con rasgos «novelescos»
que seducirían a una audiencia determinada y, hasta cierto punto, amplia: desde
el refectorio medieval, hasta los jueces de indias y las autoridades
eclesiásticas. Es sorprendente que, en este discurso, que debería responder a
cierta legalidad y ciertos patrones aceptados por un riguroso marco oficial
cristiano, hay lugar para la risa y el desfogue que la misma supone, incluso
cuando esta es sutil y frágil, casi una sonrisa.
La risa
pertenece al cuerpo y una literatura tan ligada a lo corpóreo, como lo es la
hagiografía, no debe estudiarse sin que se pase por alto este fenómeno humano,
tan profundamente ligado a la ética y la estética.
Con este
artículo no pretendo leer las cosas como no son. Sé que las tres obras
analizadas en este estudio corresponden y son resultado de distintas
circunstancias ineludibles. Cabría destacar que el Flos sanctorum es una copia
de la Legenda aurea que
se aprovechó para difundir la leyenda de algunos santos locales, de gran culto
en el norte de la Península Ibérica; la Historia
de los indios de la Nueva España, una crónica que iba
destinada para ir contra el propósito de las Leyes Nuevas, impresas,
finalmente, en 1543; la Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano, un
documento de corte administrativo que impulsó un proceso jurídico de
santificación con fines políticos. Estos hechos yacen presentes en la lectura
propuesta en este estudio, pero mi intención es leer bajo la luz de la risa
para construir espacios imaginarios que irradien —aunque sea una débil luz— en
los ensombrecidos recovecos de uno de los géneros más populares de los Siglos
de Oro en ambas orillas del Atlántico: la hagiografía.
Creo que
la hagiografía se debe, entre otras, a una ancha vena propia de la literatura
folklórica y, como tal, es portadora de una multiplicidad de símbolos, donde el
milagro, la magia, los objetos, las reliquias, los espacios, etc., y la risa
«expresan de una forma confusa e incoherente ciertos acontecimientos que la
experiencia humana acepta entre sus límites»96. El
misterio de esa aceptación hecha literatura es una de las experiencias más
bellas que puede experimentar el estudioso de estos temas.
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Notas
1 El del Sur fue el único de los virreinatos
americanos en lograr esta hazaña. No obstante, santa Rosa de Lima, la primera
santa en ser canonizada en 1671, fue celebrada como propia en la Nueva España
con textos como la Estrella de Occidente,
de Pedro Castillo, una biografía de la peruana donde encontramos el epíteto de
«lustroso honor de la Nueva España» (Rubial,
2001, p. 67). El segundo, santo Toribio Alfonso de Mogrovejo fue
canonizado en 1726 —en el mismo año en el que Francisco Solano, quien antes
había sido beatificado en 1675— y el último, san Martín de Porres, beatificado
en 1837 y canonizado en 1962.
2 Cook, 1998, p. XVI.
3 «La primera forma de la literatura
hagiográfica, y casi la única en estos siglos iniciales, está constituida,
pues, por las Actas de los mártires. Delehaye (pp. 105-109) las clasificó según
su historicidad, que va desde el rigor documental hasta la falsedad absoluta» (Baños,
2003, p. 18).
4 En las vitae se nos muestra un
perfeccionamiento gradual del héroe; como la ascensión de una escalera, paso a
paso irá subiendo peldaños, dando pruebas de su virtud. Esto a diferencias de
las Actas de los mártires, donde la narración se limitaba al enfrentamiento de
dos bandos: perseguidores / mártires, todo ello con son sus respectivas
consecuencias: detención, interrogatorio y martirio (Baños,
2003, p. 20).
6 La Relación
acerca de las antigüedades de los indios, de fray Ramón Pané;
las Cartas de relación, de Hernán
Cortés; La Brevísima relación de la destrucción de
las indias, de Bartolomé de las Casas; la Relación
de la Nueva España, de Alonso de Zorita; la Verdadera relación de la conquista del Perú, de
Francisco Jerez; etc., son testimonios que pueden dar una clara idea de la
«Relación» como documento legal cuya ductilidad se ajusta a distintos
propósitos, pero siempre teniendo en cuenta informar a las máximas autoridades
laicas o religiosas del estado de las cosas en los territorios sometidos a la
corona.
8 Oré, Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano, 1998, p. 1. Todas las
referencias a la obra de fray Luis Jerónimo de Oré se toman de la edición de
Cook. En adelante anotaré el número de capítulo y la página.
9 Las primeras tres fases preparativas de
discurso oratorio presentes en la literatura hagiográfica son: I. Inventio, II. Dispositio y
III. Elocutio. Ver Baños,
2003, pp. 52-57; y Beristáin,
2001, pp. 273-277, 158-160
y 165.
10 Representados, como ejemplo, por
Gregorio Magno, y sus Diálogos o su Vida de san Benito y otras historias de
santos y demonios. Existe una moderna edición en español a cargo de Galán,
2010.
11 La consecuencia de este tipo de
narración hagiográfica fue que los elementos maravillosos, por vía del milagro,
se repitieron ad nauseam, creando vidas fabulosísimas y de suma popularidad en
la Península Ibérica durante la Edad Media, como fue el caso de san Antolín.
Ver Cortés
Guadarrama, 2016c.
13 La mayoría de los especialistas están
de acuerdo con esta postura. Aragüés, por ejemplo, no deja de señalar que, la
familia de legendarios a la que pertenece el Flos sanctorum que aquí se
estudiará, siempre dio cabida a lo novelesco y a la hagiografía de corte más
popular. Por su parte, así también lo ve Rubial
(2001, p. 41) cuando estudia los modelos de santidad barrocos en
la Nueva España: el ermitaño, el mártir, la religiosa y el misionero.
15 Sobre la teoría de los tropos de White,
ver Tozzi,
2003, pp. 11-23.
17 Xirau, 2004, p. 125.
18 Minois
(2015, p. 25) nos recuerda un bello ejemplo sobre este tema al
inicio de si indispensable libro: de la risa de un dios nacen otros dioses, la
luz, el agua, la generación, el destino y el tiempo.
19 Asumo la distinción conceptual de estos
términos conforme a las ideas planteadas por Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano.
21 En la Biblia la
risa aparece por primera vez después del libro del Génesis. Debemos recordar
que el cristianismo medieval convirtió en pecado sexual lo que originalmente
era un pecado de soberbia intelectual (Le Goff, 2008, p. 52). Es decir, la risa
nace con la aberración del cuerpo que culmina es sus aspectos sexuales, o sea,
la mácula y la imperfección del hombre; sólo a través de éstos es que la risa
se opone a las tres virtudes teologales, la fe, la esperanza y, principalmente,
la caridad, virtud de gran importancia para el credo cristiano, como puede
leerse en san Pablo: «si […] no tengo caridad soy como bronce que suena o
címbalo que retiñe […] si no tengo caridad, no soy nada […] no teniendo
caridad, nada me aprovecha» (citado por Xirau, 2004, p. 125).
23 Al parecer el autor de nuestro Flos sanctorum se esforzó por no dejar ninguna
huella de él, limitando su labor a la de un mero copista, quien, no obstante,
pareció preocupado por revisar nuevos materiales y releer la fuente latina para
entregar a la imprenta un nuevo y más “científico” legendario castellano. (Aragüés,
2014, p. 32 y Flos sanctorum con
sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama).
24 Para un panorama completo de esta obra,
ver Flos sanctorum con sus ethimologías,
ed. Cortés Guadarrama y Cortés
Guadarrama, 2016b.
25 Una de las características de los
diablos en la literatura hagiográfica es el hedor que dejan tras aparecerse.
Sin embargo, en la vida anónima de Simeón el estilita, de gran popularidad
tanto en el Oriente como en el Occidente cristiano, se menciona como atributo
de santidad el mal olor de despedía Simeón. Ver Palmer, 2014, pp. 48-49.
26 Risa que en nada se parece a la eutrapelia, como se verá más abajo. Sigo las
precisiones de Aragüés
(2005, p. 250), sobre la pertinencia de la risa cristiana «una risa
investida, ante todo a partir de la Summa de Santo Tomás, con un nombre de
impronta aristotélica».
27 Flos sanctorum
con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, p. 269.
28 Sin embargo, a pesar de que la risa
demoniaca (scurrilitas, cachinnitas) es la del gesto exagerado, existe un tipo
de santidad que responde también a estos patrones tan relacionados con el
diablo, me refiero a los «santos locos», ascetas que servían a Dios haciéndose
pasar por enfermos de locura. En teoría, se descubría su auténtica santidad
hasta su muerte, pero si alguien lo hacía antes de la misma, estos «locos por
la causa de Cristo» realizaban una acción sumamente insensata para que se
eliminará toda sospecha de virtud. Ejemplo de este tipo de hagiografía es La vida de Simeón el Loco, de Leoncio de Neápolis.
Ver Palmer,
1999, pp. 14-17 y 22-24.
29 Flos sanctorum
con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, p. 431.
30 Flos sanctorum
con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, p. 246.
31 Beltrán,
2015, p. 32. Sobra decir que estos valores son: el diablo / el mal
y, por la otra cara de la moneda: el santo / el bien.
32 Recordemos que la misión de un Flos sanctorum es la de compilar el mayor
número de santos posibles, por lo tanto no hay lugar para la amplificatio, aunque otra rama de las dos conocidas
de los Flores sanctorum ibéricos, a
la que no pertenece el Flos sanctorum con sus ethimologías, sí que se decantará
por este recurso: la Compilación A o Gran Flos
Sanctorum, Ver Thompson,
1986-1987, pp. 17-28.
33 Flos sanctorum
con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, p. 483.
34 Flos sanctorum
con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, p. 507.
35 Flos sanctorum
con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, p. 506.
36 Legenda aurea,
52-59.
37 A esta conclusión llega el médico
francés Laurent Joubert (1529-1582) en su Tratado
de la risa. Nodescartamos las aportaciones de la historia de otras
ciencias, como la médica, para un tema de estudio como el que aquí se propone.
Como bien lo afirma el gran estudioso de la historia de las religiones y el
folklore, Mircea Eliade: «La historia de la medicina podría ofrecernos
servicios inestimables para la comprensión de la capacidad metal de una época o
para una definición más exacta de un estilo» (2005, p. 135).
39 Aragüés,
2005, p. 258. Por lo tanto, hay que pensar en estas autoridades
eclesiásticas antes de santo Tomás y su «Ludus est
necesarius ad conservationem vitae humanae».
40 Para evitar caer en la soberbia, pecado
del que fueron acusados algunos santos estilitas, debido a su exceso en
mortificaciones –llevadas al extremo de vivir sobre una columna–, solían
ordenar destruir cualquier testimonio escrito de sus vidas para que no quedara
historia de ellos para la posteridad. Ver Palmer,
2014, pp. 9-38.
41 Flos sanctorum
con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, p. 527.
42 Flos sanctorum
con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, p. 172.
43 «Y guárdense de aparecer
tristes, ceñudos e hipócritas; antes muéstrense contentos en el Señor, alegres
y religiosamente graciosos» (Primera regla de los
frailes menores, capítulo VII, «Del modo de servir y trabajar»).
Ver Asís,
1956, p. 9.
44 Le Goff, 2008, p. 14.
45 «En la regla de 1221, por
ejemplo se señalaba: que era una requisito indispensable para entrar a la orden
el dar todas las riquezas personales a los pobres (cap. II); que las vestiduras
debían ser viles (cap. II); que los frailes menores fueran pobres de espíritu y
sirvieran a los demás (caps. IV, V, VI); que no podían apropiarse ni defender
los lugares donde habitasen (cap. VII); que se debían conformar con lo
estrictamente necesario para el sustento, para lo cual podían trabajar o en
última instancia pedir limosna, pero nunca recibir dinero (caps. VII, VIII y
IX); que nunca llevaran nada para el camino ni usaran cabalgaduras». Ver, Rubial,
1996, p. 18.
46 Todas las citas de la vida de san
Francisco las tomo de mi edición. Ver Flos
sanctorum con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, CXXII, pp.
616-629.
47 Así lo asume Plessner
(1960, p. 146) cuando declara que la comicidad del mundo sólo se
revela al espectador desinteresado.
48 Le Goff, 2008, p. 15.
50 Curtius,
1975, t. II, p. 615.
51 «Como aquel joven Íñigo de
Loyola, llamado a una nueva vida tras la lectura del volumen guardado en la
casa familiar, en el famoso episodio de su convalecencia». Ver Aragüés,
2014, p. 34.
54 Cortés
Guadarrama, 2016a, pp. 85-104.
55 Motolinía, Historia
de los indios de la Nueva España, I, XIV, p. 81.
56 Ver White,
2001, p. 112.
57 «Job», en Sagrada Biblia,
ed. Nácar Fuster y Colunga, pp. 583-613.
59 Un ejemplo claro puede leerse en el
Tratado breve de medicina, de fray Agustín Farfán impreso en la Nueva España en
1592. Una obra no para médicos, sino para todo aquel que esté lejos de los
mismos y donde no haya boticas. Ver Cortés
Guadarrama, 2015, pp. 1-24.
62 Así lo llama Rubial,
1996, p. 130.
63 En este tenor está escrita la Carta de
1555 que Motolinía escribió a Carlos V.
64 Motolinía, Historia
de los indios de la Nueva España, III, I, p. 156. Lo que a
continuación contará nuestro franciscano será un milagro que le ocurrió a fray
Pedro de Gante: la historia de una familia indígena devota a san Francisco que
perdió un hijo; a punto de enterrarlo, gracias a la gran fe de los padres por
el de Asís, resucitó el niño.
65 El hagiógrafo del Flos sanctorum con sus ethimologías siempre se
cuidó de ser pesado a sus lectores con una enorme carga doctrinal, tal como se
lee en la fiesta de la Anunciación de María: «E así podría omne esplanar e
esponer todo el evangelio; mas [fol. 71d] sería luengo e enojo. E por ende,
contemos algunos miraglos de los que ella fizo oy» (Flos
sanctorum con sus ethimologías, ed. Cortés Guadarrama, p. 283).
66 Motolinía, Historia
de los indios de la Nueva España, III, II, p. 160.
67 Motolinía, Historia
de los indios de la Nueva España, III, II, p. 170.
68 Motolinía, Historia
de los indios de la Nueva España, III, II, p. 171.
69 Ver Cortés
Guadarrama, 2016a, p. 100.
70 Como lo demuestra el Tratado de la risa, de Laurent Joubert.
73 Este siglo verá nacer la célebre
obra: Gracias y desgracias del ojo del culo (1620),
de Francisco de Quevedo y Villegas.
74 Como el Oratio
pro crepitu ventris habita ad patres crepitantes ab Emmanuelis Martini,
Ecclesiae Alonensis Decani. (Discurso en defensa del pedo que pronunció a los
padres pedorros el Sr. Manuel Martí decano de la ciudad de Alicante),
de finales del XVII.
75 Otro género literario, importantísimo
para el Barroco, es la comedia hagiográfica. Varios especialistas se han
preocupado por analizar cómo es que la comicidad, uno de los postulados de la
comedia nueva lopesca, entra en un teatro piadoso. Arellano (2007, pp. 8-9),
por ejemplo, pone de relieve la vertiente delectare en un corpus de piezas
teatrales jesuíticas; aclara que, aunque la comedia nueva incluye elementos
cómicos en las tragedias o piezas serias, esto no borra las fronteras
genéricas; destaca que los elementos cómicos en este arte son siempre
marginales e incidentales, es decir, que podrían extirparse de la pieza teatral
sin que ésta pierda sustancia; concluye que el concepto de la risa en los
Siglos de Oro suele partir de la propuesta de la Poética, de Aristóteles, en
palabras de Cicerón (De oratore) turpido et
deformitas; concepto que por fuerza, según Arellano, pide una víctima, sólo así
es posible reír de lo torpe, lo feo y lo ridículo. Este tipo de risa, aunque
pertinente en un arte escénico como la comedia hagiográfica, poco o nada tiene
que ver con la hagiografía barroca que aquí se estudia, cuya risa sigue
teniendo por eje la alegría ascética y eutrapélica, tal y como lo define el ya
citado médico francés del siglo XVI Laurent Joubert en su bello Tratado de la risa: «[Lo que ocurre con la alegría
en particular] El rostro se hace más bello en los que están alegres y
contentos, debido a cierto fulgor y agradable vivacidad que allí producen los
espíritus revoloteando en su piel» (2002, p. 63).
76 Este género literario surgió con un
afán proselitista en favor de un momento crítico que sufría la Iglesia Católica
frente a la Reforma. Al final de cuentas tuvo muy poco impacto, convirtiéndose
en un género menor, llegando a desaparecer de muchos archivos conventuales en
España, el Virreinato de la Nueva España y del Perú.
77 Autobiografías que siempre tienen por
modelo la vida de santa Teresa de Jesús y ésta, a su vez, la Vita Christi o la Via
Mariae. Ver Vinatea,
2016, pp. 411-424.
78 Oré, Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano, ed. Cook, I, p. 3.
Citaré por esta edición, pero modernizando las grafías y la puntuación.
79 Ver Champi,
2000, pp. 195-213.
80 Oré, Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano, I, pp. 4-5.
81 El Flos
sanctorum con sus ethimologías registra ese ecuentro entre san
Francisco y un leproso de la siguiente manera: «Después de una vegada, encontró
con un gafo, el qual todos los omnes le aborrecían. E él acordándose del amor
de Dios, corrió contra él, e començole de besar. E luego el leproso despareció
(e el leproso era Jhesu Christo), por la qual razón iva sienpre a las casas de
los malatos, e besavales las manos muy devotamente e dávales del su aver».
82 Oré, Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano, V, pp. 18-19.
83 Una de las más importantes es sobre la
mejor ruta para llegar a Río de la Plata, se embarcaba en Lima rumbo al reino
de Chile «y passada la Cordillera Nevada en menos de quinze días van por la
ciudad de Córdova al Río de la Plata» (Oré, Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano, IX, p. 31).
84 Se compara al santo del Perú, cuando se
embarcó en su viaje trasatlántico, con el profeta Jonás, que «aunque lo tragó
una Vallena, no fue ocioso, ni murió en el vientre de aquella bestia marina»
(Oré, Relación de la vida y milagros de san
Francisco Solano, VIII, p. 27).
85 «Solamente comía pan y
algunas frutas: y los Lunes, Miércoles y Viernes de Quaresma, se contentava con
sólo pan y agua» (Oré, Relación de la vida y
milagros de san Francisco Solano, II, p. 7).
86 «Allanó todas las
difficultades, y la mayor que es no saber la lengua de aquellas partes con
algún trabajo y estudio que puso en esto, deprendió con suficiencia dos o tres
lenguas» (Oré, Relación de la vida y milagros de
san Francisco Solano, IX, p. 31).
87 Bastaría con recordar pasajes de la
ficticia biografía de don Pablos, como cuando un grupo de estudiantes lo llenan
de escupitajos: «Yo estaba cubierto el rostro con la capa y tan blanco, que
todos tiraban a mí, ¡y era de ver cómo tomaban la puntería! Estaba yo nevado de
pies a cabeza» (Quevedo, El Buscón, p.
114).
88 Oré, Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano, XII, p. 41.
89 Maravall,
2002, p. 311. Todos los tópicos que se mencionan y se marcan en
cursivas pertenecen a esta obra, pp. 312-325.
92 Oré, Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano, XIV, p. 47.
95 Oré, Relación
de la vida y milagros de san Francisco Solano, XV, p. 53.
Marcos Cortés Guadarrama marccortes@uv.mx
Universidad Veracruzana , México
Brevísima historia de la risa en la hagiografía del
Viejo y del Nuevo mundo: tres tipos de la prosa franciscana. Hipogrifo. Revista
de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 6, núm. 1, pp. 77-102, 2018
Instituto de Estudios
Auriseculares
https://www.redalyc.org/journal/5175/517558792006/html/
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