El
imperio aqueménida, el primer gran poder mundial
Es el nombre dado al primer
y más extenso de los imperios de los persas,
el cual se extendió por los territorios de los actuales estados de Irán, Iraq,
Turkmenistán, Afganistán, Uzbekistán, Turquía, Rusia, Chipre, Siria, Líbano,
Palestina, Grecia y
Egipto.
El imperio fue
fundado por Ciro el
Grande tras independizar Persia y
conquistar Media en el año 550 a. C. y alcanzó su máximo apogeo durante el
reinado de Darío el Grande entre los años 522 y 486 a. C., cuando llegó a
abarcar parte de los territorios de Libia, Bulgaria y Pakistán, así como
ciertas áreas del Cáucaso, Sudán y Asia central.
Las grandes
conquistas hicieron de Persia el imperio más grande en extensión hasta entonces,
lo que la convirtió en el país más poderoso del mundo en ese momento. Su
existencia terminó en el año 330 a. C. cuando el último rey
aqueménida, Darío III, fue vencido por el conquistador macedonio, Alejandro Magno.
El imperio debe su
nombre a la dinastía que lo gobernó: los aqueménidas, fundada por un personaje
semilegendario, Aquémenes. En Occidente, el Imperio aqueménida es conocido sobre
todo por su condición de rival de los antiguos griegos, especialmente en dos
períodos, las Guerras Médicas y las campañas del macedonio Alejandro Magno.
Persia comenzó como
un estado tributario del Imperio Medo, pero esta terminó derrocándolo y amplió
sus dominios hasta abarcar Egipto y Asia Menor. Con Jerjes I llegó casi a
conquistar la Antigua Grecia, pero fueron eventualmente derrotados por las
fuerzas griegas.
LOS INICIOS DEL IMPERIO AQUEMÉNIDA
Los persas
pertenecían a los grupos iraníos que se habían establecido siglos atrás en
la meseta de Irán, y habitaban la zona de Fars, una región de tradicional
influencia elamita [1]. Se dedicaban de modo destacado a la cría de ganado,
aunque con el tiempo fueron adoptando la agricultura.
De acuerdo con la
genealogía tradicional, basada en la Inscripción de Behistún de Darío I en el
año 518 a. C. y en el historiador griego Heródoto de Halicarnaso, los persas
habrían sido gobernados por la dinastía aqueménida, fundada por Aquémenes
Le sucedió su hijo
Teispes, de quien se sabe por inscripciones de sus sucesores que utilizó el
título de rey de Anshan.
La dinastía se
habría dividido entonces en dos linajes:
- El primero comenzado por Ciro I, rey de Anshan, y continuado por su
hijo Cambises I y su nieto Ciro el Grande.
- El segundo comenzado y por Ariaramnes, bisabuelo de Darío I.
Gracias a Ciro que
gobernó entre los años 555 y 529 a. C., rey de Anshan, el dominio
medo sobre la meseta iraní fue breve. Ciro creó un poderoso ejército
siguiendo el modelo de los antiguos asirios.
Cuando sucedió a
su padre Cambises I en el 555 a. C., las potencias hegemónicas en la
región eran el Imperio neobabilónico y el reino medo, Lidia y Egipto.
Ciro derrotó al
rey medo Astiages entre los años 553 y 550 a. C., tomó su capital, Ecbatana, y
llevó sus tesoros a Anshan. La Crónica de Nabonido informa que el rey persa
resultó favorecido por el amotinamiento de las tropas medas contra su propio
rey, hecho confirmado por la historia que narra Heródoto sobre la traición del
general medo Harpago.
Tras unificar a
los persas y someter a los medos, Ciro, llamado después “el Grande”, emprendió
la conquista de Babilonia, lo que puso fin al Imperio Neobabilónico, Siria,
Judea y Asia Menor. El reino de Lidia, en Asia Menor, cayó en poder de Ciro
hacia el año 545 a. C.
Se cree que la
guerra contra el Imperio neobabilónico, que se encontraba rodeado por los
persas en sus fronteras oriental y septentrional, habría comenzado hacia
finales de la década del año 540 a. C. Babilonia fue tomada por el
general persa, Gobrias, en el año 539 a.C., haciéndose presente Ciro días más
tarde.
El nuevo
gobernante asumió la titulatura regia babilonia, que incluía los títulos de rey
de Babilonia, rey de Sumer y Akkad y rey de los países. Ciro se presentó a sí
mismo como el salvador de las naciones conquistadas.
Para reforzar esta
imagen y crear condiciones de cooperación con las elites locales, protegió los
cultos como el de Marduk en Babilonia y restauró templos y otras
infraestructuras en las ciudades recientemente adquiridas.
De acuerdo a los
libros bíblicos de Esdras y Nehemias, Ciro permitió regresar a Judea y
reconstruir el Templo a los judíos cautivos en Babilonia. A diferencia de los
conquistadores asirios y babilonios precedentes, Ciro trató con
benevolencia a los pueblos sometidos y perdonó a los reyes enemigos. En
general, Ciro siguió la estrategia de dejar las estructuras administrativas de
los lugares conquistados, pero sometiéndolos al poder imperial.
Ciro murió en el
año 530 a. C. durante una campaña contra los masagetas de Asia Central, y fue
sucedido por su hijo, Cambises II entre los años 530al 522 a. C., quien
continuó su labor de conquista.
Dirigió la
conquista de Egipto, planeada con anterioridad. Falleció en julio del año 522
a. C. como resultado de un accidente o suicidio, durante una revuelta liderada
por un clan sacerdotal que había perdido su poder después de que Ciro
conquistase Media.
En el momento de
la muerte de Cambises, el Imperio se extendía desde el Mediterráneo incluyendo
Egipto y Anatolia hasta la cordillera del Hindu Kush en el actual
Afganistán, lo que marcó la máxima extensión del Imperio aqueménida y
configurando el mayor imperio hasta entonces conocido en el Próximo
Oriente.
Crisis y
reestructuración
Encontrándose
Cambises en Egipto, cierto Gaumata se rebeló en Media haciéndose pasar por
Esmerdis, el hermano menor de Cambises II, quien había sido asesinado unos
tres años antes.
Debido al
despótico gobierno de Cambises y su larga ausencia en Egipto, todos los
pueblos, persas, medos, y las demás naciones, reconocieron al usurpador,
especialmente porque él garantizaba el perdón de los tributos durante tres
años.
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Este Gaumata es
uno de los sacerdotes revueltos contra el rey Cambises, a los que Heródoto llama
magos. El pseudo-Esmerdis gobernó durante siete meses antes de ser derrocado en
el año 521 a. C. por un grupo de nobles encabezado por Darío, quien
se proclamó rey en su lugar.
Las posteriores
rebeliones, desatadas a lo largo y a lo ancho del Imperio, fueron derrotadas
sucesivamente por Darío y sus generales; en el 518 a. C. la paz se
había restablecido.
Para garantizar su
legitimidad, el nuevo rey contrajo matrimonio con las esposas de su predecesor,
siendo esto una práctica usual, entre las que se incluían dos hijas y una nieta
de Ciro. Una de ellas, Atosa, dio a luz al futuro soberano Jerjes I.
Es importante
destacar que la pretensión de que Gaumata era un falso Esmerdis deriva de
Darío. Los historiadores se encuentran divididos sobre la posibilidad de que la
historia del impostor fuera un invento de Darío como justificación para su
golpe de Estado.
Darío se dedicó
fundamentalmente a organizar el extenso imperio heredado. Territorialmente,
reestructuró las satrapías, existentes ya desde el reinado de Ciro,
estableciendo veinte satrapías encabezadas normalmente por miembros de la
familia real y de las familias aristocráticas.
Soldados con ofrendas. Persépolis
En cuanto a su
actividad constructora, destaca sobre todo la fundación de Persépolis entres los
años 518 al 516 a. C., así como la realización de trabajos en
Ecbatana y Susa.
Durante el reinado
de Darío continuó la expansión territorial por Tracia, la India, mientras que
las tropas persas fueron derrotadas por los escitas europeos en el año
513 a. C. y por los griegos en la primera guerra médica.
Fue también Darío
quien convirtió en religión oficial el mazdeismo [2]. Construyó el camino
real de Susa a Sardes que era una carretera desde la capital de Lidia
en el oeste de la actual Turquía hasta Susa para llevar el
correo imperial.
Esto aseguraba de
alguna manera el control absoluto sobre sus sátrapas, quienes tenían su propia
corte y ejército pero no podían fallar en dar tributo a su emperador. Este
tributo era proporcional a la riqueza de cada región.
Las guerras
médicas
Durante el primer
tercio del siglo V a. C., persas y griegos compitieron por el dominio sobre las
ciudades griegas de Asia Menor , las costas del mar Mediterráneo y el
control de los puertos comerciales, así como el acceso al trigo de las
costas del mar Negro.
Estos conflictos
fronterizos comenzaron con las sublevaciones jónicas e incluyeron el incendio
de Atenas por parte de los persas, en represalia por la destrucción de
Sardes.
La primera fase en
el año 490 a. C., consistió en una invasión por mar de un ejército
persa enviado por Darío I. El ejército persa desembarcó en la Grecia
continental, que protegía a las rebeldes colonias griegas bajo su égida.
Milcíades encabezó
un ejército que partió a detener a los persas; los venció sorprendentemente en
la batalla de Maratón del año 490 a. C.; debido a esta derrota, el
rey persa se vio obligado a fijar los límites de su imperio de nuevo en Asia
Menor.
La segunda fase de
las guerras empezó el año 480 a. C., con una nueva invasión persa. El
rey Jerjes I entre los años 485 al 465 a. C., mandó un ejército por
tierra a Grecia.
Penetró en esta
por el norte, sin encontrar apenas resistencia en Macedonia y Tesalia, pero un
pequeño contingente griego lo detuvo durante tres días en las Termópilas.
Se trataba de un
ejército de las múltiples ciudades-Estado griegas de aproximadamente seis mil
guerreros dirigidos por el rey de Esparta, Leónidas I.
Trescientos
espartanos, setecientos tespios y cuatrocientos tebanos acaudillados por
Leónidas murieron en la batalla conteniendo a los persas, mientras el resto del
ejército se retiraba hacia Ática, tras ser traicionados por un griego que
enseñó al enemigo un camino que le permitió atacarlos por la espalda.
En la batalla
naval de Artemisio, grandes tormentas destruyeron naves de los dos bandos. El
enfrentamiento concluyó prematuramente cuando los griegos tuvieron noticia de
la derrota en las Termópilas y se retiraron. Fue una victoria estratégica de
los persas que les dio el control de Artemisio y del mar Egeo, que a partir de
entonces dominaron sin oposición.
Después de su
victoria en la batalla de las Termópilas, Jerjes saqueó Atenas, que había sido
evacuada, y se preparó para enfrentarse a los griegos en el estratégico istmo
de Corinto y el golfo Sarónico.
Los habitantes de
Atenas se habían refugiado en la pequeña isla de Salamina, cuando los persas
llegaron a Atenas la incendiaron y marcharon hacia la isla. Los griegos
obtuvieron una decisiva victoria en la batalla naval de Salamina en el año 480
a. C., en la cual los pequeños y ágiles barcos atenienses derrotaron a los
pesados y grandes barcos persas. El descalabro obligó a Jerjes a retirarse a
Sardes.
El ejército que
dejó en Grecia, al mando de Mardonio, fue destruido en el año
479 a. C. en la batalla de Platea. La derrota final de los persas en
Micala animó a las ciudades griegas de Asia a sublevarse, y marcó el final
de las guerras médicas y de la expansión persa en Europa.
De Jerjes I a
Artajerjes II
Después de los
fracasos militares de la II Guerra Médica, los aqueménidas detuvieron su
expansión y perdieron algunos territorios. Cuando Jerjes murió asesinado en el
año 465 a. C., se desató una crisis sucesoria en la que terminaría
por imponerse Artajerjes I entre los años 465 al 424 a. C., quien trasladó
la capital de Persépolis a Babilonia.
Fue durante este
reinado que el elamita dejó de ser el idioma del gobierno, y ganó en
prominencia el arameo. Fue probablemente durante este reinado que se introdujo
como calendario nacional el calendario solar basado en el babilónico.
Artajerjes I
murió fuera de Persis, pero su cuerpo fue llevado allí para ser enterrado junto
a sus antepasados, probablemente en Naqsh e Rustam. Se produjo una situación
similar a la de la muerte de Jerjes I.
Los tres hijos de
Artajerjes disputaron el trono, sucediéndose en el mismo año Jerjes II que era
su hijo mayor, que le sucedió y fue asesinado por uno de sus hermanastros unas
pocas semanas más tarde, Sogdiano y Darío II.
Darío II, que
estaba en Babilonia cuando murió su hermano Jerjes, reunió apoyo para sí mismo,
marchó hacia el Este y depuso y ejecutó al asesino y fue coronado en su lugar.
Darío II
reinó en el período comprendido entre los año 424 al 404 a. C. colaboró con
Esparta en la guerra del Peloponeso. Desde el año 412 a. C.,
Darío II, por insistencia de Tisafernes, apoyó primero a Atenas y luego a
Esparta, pero en el año 407 a. C. el hijo de Darío, Ciro el Joven fue
nombrado para reemplazar a Tisafernes y cedió totalmente el apoyo a Esparta que
finalmente derrotó a Atenas en el año 404 a. C.
Ese mismo año,
Darío cayó fatalmente enfermo y murió en Babilonia. En su lecho de muerte, su
esposa babilonia, Parisatis pidió a Darío que fuese coronado su segundo
hijo, Ciro el Joven, pero Darío se negó.
A Darío le sucedió
su hijo Artajerjes II, que reinó entre los años 404 al 359 a. C. Plutaco cuenta
que el desplazado Tisafernes se acercó al nuevo rey el día de su coronación
para advertirle de que su hermano menor, Ciro el Joven estaba preparándose para
asesinarlo durante la ceremonia.
Artajerjes arrestó
a Ciro y lo habría ejecutado si no hubiese intercedido su madre Parisatis. Ciro
fue entonces enviado como sátrapa de Lidia, donde preparó una rebelión armada
que estalló en el año 401 a. C.
Con mercenarios
griegos, Ciro obtuvo la victoria en la batalla de Cunaxa, pero resultó muerto
en la misma. Así, Artajerjes II conservó el trono, construyó una gran
flota, y recuperó el dominio de Asia Menor y Chipre.
Artajerjes II
fue el rey aqueménida que tuvo un reinado de nada menos que cuarenta y cinco
años. Seis siglos más tarde, Ardacher I, fundador del segundo Imperio persa, se
consideraría a sí mismo como el sucesor de Artajerjes, un gran testimonio de la
importancia de Artajerjes para la mentalidad persa.
Durante su reinado
se realizaron actividades de construcción en Susa y Ecbatana. Aunque no se
conocen construcciones suyas en Persépolis, fue él el primer rey aqueménida en
ser enterrado en sus cercanías.
En el ámbito
religioso, Artajerjes protegió el culto de los dioses iranios Mitra y Anahota,
a los cuales introdujo en sus inscripciones a la par de Ahura Mazda. Artajerjes
protegió el culto de Anahita en numerosas regiones del Imperio, incluyendo
áreas occidentales no-iránicas como Damasco o Sardes.
Pueden datarse de
este reinado la extraordinaria innovación de los cultos de santuarios
zoroastrianos, y fue probablemente durante este período que el zoroastrismo se
difundió a través de Asia Menor y el Levante mediterráneo y desde allí a
Armenia.
Los templos,
aunque servían a un propósito religioso, no eran sin embargo un acto puramente
desinteresado, pues servían como importante fuente de ingresos. De los reyes
babilónicos, los aqueménidas habían tomado el concepto de impuesto del templo
obligatorio, un diezmo que todos los habitantes pagaban al templo más cercano a
su tierra u otra fuente de ingresos. Una parte de este ingreso llamado arcón del rey.
Fin del Imperio
persa
Según las fuentes
griegas, el sucesor de Artajerjes II, su hijo Artajerjes III que gobernó
del año 359 al 33 a. C., llegó al trono por medios sangrientos, asegurando su
posición mediante el asesinato de ocho de sus hermanastros.
Artajerjes III
derrotó a Nectanebo II en el año 334 a. C., expulsándolo de Egipto e hizo de
Egipto de nuevo una satrapía persa. En el año 338 a. C., fue cuando
Filipo de Macedonia unió a los estados griegos por la fuerza, y de tal
manera allanó el camino a su hijo, Alejandro Magno.
Artajerjes III
murió de causas naturales si seguimos las fuentes cuneiformes, pero según el
historiador Diodoro, Artajerjes fue asesinado por su ministro, Bagoas.
A
Artajerjes III le sucedió su hijo Artajerjes IV Arses entre los años 338
al 336 a. C. Antes de que pudiera actuar fue también envenenado por Bagoas. Se
dice que este mató no solo a todos los hijos de Arses, sino a muchos otros
príncipes de la tierra.
Bagoas hizo
entonces que Darío que gobernó entre los años 336 al
330 a. C., y era sobrino de Artajerjes IV, ocupara el trono.
Darío III, aunque previamente sátrapa de Armenia, no tenía experiencia en
el gobierno del Imperio, pero en su primer año como emperador personalmente
forzó a Bagoas a beber veneno.
En dos épocas
diferentes, los aqueménidas gobernaron Egipto aunque por dos veces los egipcios
lograron una independencia temporal de Persia.
Los historiadores
egipcios se refieren a los períodos en Egipto cuando la dinastía
aqueménida gobernaba como la dinastía XXVII de Egipto entre los años 525 l 404
a. C. hasta la muerte de Darío II, y la dinastía XXXI de Egipto, entre los
años 343 al 332 a. C., que comenzó después de que Nectanebo II fuese
derrotado por el rey persa, Artajerjes III.
Esta segunda
ocupación persa de Egipto acabó en el año 332 a. C. cuando Alejandro Magno
entró en Egipto y fue bienvenido como un liberador en el Egipto ocupado por los
persas.
Alejandro derrotó
a los sátrapas occidentales en las batallas de Issos en el año
332 a. C., y en Gaugamela en el año 331 a. C.
Después, Alejandro
Magno marchó sobre Susa, que del mismo modo capituló y entregó un vasto tesoro.
Alejandro entonces marchó hacia el Este, a Persépolis que se rindió a
principios del año 330 a. C.
Los soldados
macedonios incendiaron la capital. Desde Persépolis, Alejandro se dirigió al
norte a Pasargadas, donde trató la tumba de Ciro II con respeto. Desde
allí se dirigió a Ecbatana, donde Darío III se había refugiado.
El rey persa fue
apresado por Besos, su sátrapa Bactriano y compatriota. Conforme se acercaba
Alejandro, Besos y sus hombres asesinaron a Darío y luego se declaró a sí mismo
sucesor de Darío, como Artajerjes V, antes de retirarse a Asia
Central para lanzar una campaña de guerrilla contra Alejandro. Abandonaron
el cuerpo de Darío en el camino para retrasar a Alejandro, quien lo llevó a
Persépolis para un entierro honroso.
Al Imperio
aqueménida le sucedió el imperio seléucida, esto es, de los generales de
Alejandro y sus descendientes, quienes gobernaron Persia. A su vez, les sucedió
la dinastía arsácida de Partia en el noreste de Irán, que señalaron a
Artajerjes II como su antecesor.
Istakhr, uno de
los reinos vasallos de los arsácidas, sería derrotado por Papak, un sacerdote
del templo. El hijo de Papak Ardacher I, quien se nombró a sí mismo en recuerdo
de Artajerjes II, se rebeló contra los partos, los derrotó y siguió
adelante para establecer el segundo Imperio persa, 556 años más tarde del
final del primero.
ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y ADMINISTRATIVA
El Imperio
aqueménida fue un Estado multinacional dominado por los persas, en el que los
cargos de importancia correspondían a miembros de esta etnia. Continuamente se
subraya, en las inscripciones reales, la condición de persa o, más
concretamente, del ario del rey, de su familia y de su dios, Ahura Mazda.
Los diferentes
pueblos del Imperio, y muy especialmente aquellos de mayor antigüedad, como
asirios, babilonios, judíos o egipcios, disfrutaron de una gran autonomía, y
pudieron conservar sus costumbres, sus instituciones, su lengua y su religión,
en tanto que la administración quedaba bajo control persa.
El centro
administrativo del imperio se encontraba en el palacio real, con un complicado
aparato burocrático. Desde la época de Darío, la sede real se situó en la
ciudad de Susa, aunque el monarca pasaba temporadas en Babilonia y Ecbatana.
Las ciudades más importantes de Fars, Pasargada y Persépolis, no fueron nunca
sedes de gobierno.
Entre los logros
del reinado de Darío se incluyen una codificación de los datos, un sistema
legal universal, sobre el que se basaría gran parte de la ley irania posterior,
y la construcción de una nueva capital en Persépolis, donde los Estados
vasallos ofrecerían su tributo anual en la fiesta del equinoccio de primavera.
La organización
social del imperio es poco conocida. La mayoría de los investigadores
consideran que la sociedad estaba divida opina en tres estratos o castas:
guerreros, sacerdotes y campesinos.
Estrechamente
imbricada con esta división en tres castas, existía una estructura tribal
basada en la ascendencia patrilineal. Según Heródoto, en época de Ciro el
Grande la sociedad persa estaba formada por numerosas tribus, siendo los
arteatas, los persas propiamente dichos, los pasagardas, los merafios y los
maios.
Cada tribu se
dividía a su vez en clanes: los aqueménidas eran, de hecho, un clan
perteneciente a la tribu de los pasagardas.
Los cargos de la
administración imperial estaban reservados a los miembros de las principales
familias de la aristocracia, aunque no era suficiente con la pertenencia a la
nobleza: había que contar también con el favor del rey, que era quien disponía
los nombramientos y distribuía los cargos en los territorios conquistados.
La práctica de la
esclavitud en la Persia aqueménida estaba en general prohibida, aunque hay
evidencia de que los ejércitos conquistados o rebeldes eran vendidos en
cautiverio. Según atestiguan los documentos de Persépolis, los trabajadores que
dependían del Estado en la región de Parsa no eran esclavos sino asalariados.
Un aspecto
fundamental del sistema político aqueménida era la circulación de prestaciones
de servicio personal hacia el rey, y de dones y
honores desde el rey. Tanto en las inscripciones reales como en los
autores clásicos se puede observar la importancia que se le otorgaba a la
noción de recompensar al servidor leal.
Los dones reales
incluían vestimenta y joyería de lujo, que marcaban el prestigio y la posición
social de sus portadores, así como títulos y cargos de poder. Las fuentes
clásicas aluden frecuentemente a títulos de gran prestigio, como el de amigo
del rey y el de compañero de mesa del rey.
Jenofonte al
referirse a Ciro el Joven, sostiene que “de todos los hombres él era el que distribuía más
regalos entre sus amigos y que cuando recibía un vino particularmente bueno,
enviaba usualmente el cántaro medio lleno a uno de sus amigos”. La
entrega en matrimonio de hijas del rey era asimismo considerada como un don
real.
Esta circulación
de dones y honores constituía un sistema de intercambio desigual entre el rey y
la nobleza. Mientras que el don del rey obligaba al súbdito a contrarrestarlo
con servicios, el rey se reservaba el modo y el tiempo de recompensar a sus
benefactores, en caso de que lo juzgara necesario.
No era concebible
que un súbdito le reclamase al rey una recompensa por los servicios prestados.
Este sistema tiene como consecuencia la ligazón del éxito de la nobleza a su
lealtad al rey, en detrimento de las lealtades clánicas. Esta circunstancia se
expresa en las inscripciones reales con el concepto de servidor fiel.
Los aqueménidas
permitían cierta autonomía regional en la forma del sistema de satrapías. Una
satrapía era una unidad administrativa, usualmente organizada sobre una base
geográfica.
La organización de
las satrapías, cuya extensión era muy variable, reutilizaba en parte las
estructuras previas a la conquista, permitiendo subsistir a las antiguas
instituciones de poder locales.
Los sátrapas eran
usualmente elegidos tanto por sus servicios prestados al rey como por la
pertenencia a un linaje aristocrático. Muchos de ellos formaban parte de la
dinastía real.
No eran
funcionarios civiles en el sentido moderno, sino que mantenían relaciones de
subordinación personal con el rey. En las capitales satrapales se formaban
pequeñas cortes a semejanza de la imperial, y el sátrapa vivía usualmente junto
a su familia.
Existía cierta
tendencia a que el mando de la satrapía pasara de padres a hijos, como sucedió
con la dinastía farnácida. No
obstante, solo el rey poseía la prerrogativa de nombrar sátrapas, al menos
idealmente.
A pesar de la
autonomía local relativa que permitía el sistema de satrapías, inspectores
reales, los llamados ojos y oídos del rey, recorrían el Imperio e informaban
sobre las condiciones locales y controlaban el comportamiento de los sátrapas.
En cuanto a los ejércitos provinciales, no queda claro si sus comandantes
dependían directamente de la autoridad central, o si respondían al sátrapa
local.
ECONOMÍA DEL IMPERIO AQUEMÉNIDA
El Imperio
aqueménida recaudaba cuantiosos impuestos, parte de los cuales se usaban para
hacer moneda en oro y plata, acuñándose como el dárico o el siclo. Gran
parte de los ingresos se iban en construcción de obra pública, como la red de
caminos con los que se pretendía unir las diversas partes del Imperio.
Darío I
construyó palacios y monumentos en las capitales Susa y Persépolis. El tercer gran
gasto del Imperio lo constituía el enorme ejército que disponía.
El comercio era
amplio, y bajo los aqueménidas hubo una infraestructura eficiente que
facilitaba el intercambio de artículos desde los más lejanos extremos del
Imperio. Las tarifas sobre el comercio eran una de las principales fuentes de
ingresos del Imperio, junto con la agricultura y los tributos.
Darío I fue
probablemente el primer monarca aqueménida en acuñar moneda, que para entonces
era una innovación relativamente reciente, ya que Creso, el rey de Lidia, que
había sido derrotado por Ciro el Grande, había sido el primero en introducir un
verdadero sistema monetario. Darío revolucionó la economía introduciendo un
patrón monetario bimetálico a semejanza del lidio, en oro y plata.
La moneda de oro
era el dárico de unos 8,34 gramos de peso. 3.000 dáricos equivalían a un
talento, la unidad monetaria más elevada. La moneda de plata era el siclo, de
aproximadamente 5,56 g de peso y de gran pureza. 20 siclos de plata equivalían
a un dárico de oro.
Dos de
los hipogeos de Naqsh-i Rustam en Persépolis
Hipogeo
es el nombre dado a galerías subterráneas o a pasajes excavados con funciones
funerarias.
El sistema
monetario aqueménida se mantuvo en vigor hasta ser desplazado por las
acuñaciones del rey macedonio Filipo II y, sobre todo, de Alejandro Magno,
en la segunda mitad del siglo IV a. C. Durante todo el tiempo
que se mantuvieron en circulación, las monedas aqueménidas apenas variaron su
aspecto.
De forma
aproximadamente ovalada, tanto el dárico como el siclo tienen en el anverso una
figura idealizada, posiblemente el propio monarca, que aparece con un arco en
su mano izquierda y una lanza en la derecha. En el reverso hay únicamente un
cuadrado incuso.
Acuñar moneda de
oro era una prerrogativa real. Los sátrapas y generales, así como las ciudades
autónomas y príncipes locales, solo podían acuñar monedas de plata y de cobre.
Para facilitar las
comunicaciones en su extenso imperio, Darío ordenó la construcción de varias
carreteras que unían Susa y Babilonia con las capitales más importantes de las
satrapías.
Es conocida por la
descripción que de ella hace Heródoto de la calzada real, que unía Susa con
Sardes, atravesando Asiria, Armenia, Cilicia, Capadocia y Frigia, con una
longitud total de 2.600 km, que por regla general se tardaba tres meses en
recorrer.
A lo largo de la
calzada, había postas situadas a una jornada de distancia las unas de las
otras, y los lugares más vulnerables, como los vados de los ríos o los puertos
de montaña, estaban custodiados por soldados.
Sepultura
de Ciro el Grande
Relevos de correos
a caballo podían alcanzar las regiones más remotas en quince días. Otras
carreteras tuvieron igual o mayor importancia, aunque fueran menos conocidas
por los autores griegos: su existencia y eficaz funcionamiento ha sido
constatado por las tablillas de Persépolis. El sistema postal creado por Darío
despertó la admiración de Heródoto por su gran eficacia.
Un gran desarrollo
alcanzaron también en época aqueménida las comunicaciones marítimas.
Darío I ordenó la apertura del canal en el istmo entre el brazo oriental
del río Nilo y el mar Rojo, construido por el faraón Necao II, ensanchándolo
significativamente, de forma que, según Heródoto, dos trirremes podían navegar
en paralelo por sus aguas.
Como consecuencia,
el comercio entre el Mar Rojo y el Mar Mediterráneo se incrementó
considerablemente. Por encargo de Darío, el navegante Excílax de Carianda
exploró la ruta marítima entre Mesopotamia y el valle del río Indo. La ruta
comercial entre Mesopotamia y Egipto circunnavegaba la península Arábiga.
LAS LENGUAS AQUEMÉNIDAS
En el Imperio se
hablaba una amplia variedad de lenguas. Los persas, al menos en la primera
etapa del Imperio, utilizaban el persa antiguo, que era un dialecto
iranío de la rama suroccidental, emparentado con el medo, perteneciente a
la noroccidental.
En un principio,
los persas no utilizaban la escritura, y el persa antiguo solo comenzó a
escribirse cuando, por orden de Darío I, se inventó una escritura
cuneiforme para la inscripción de Behistún.
Eran pocos los que
podían leer esta escritura, y tal vez por eso las inscripciones reales eran
generalmente trilingües en persa antiguo, babilonio y elamita, añadiéndose a
veces el egipcio en escritura jeroglífica. Se han hallado incluso
papiros con traducciones al arameo de algunas inscripciones reales.
El uso escrito del
persa antiguo parece haberse prácticamente restringido a las inscripciones
reales. Hasta el momento se ha identificado tan solo un documento
administrativo en este idioma, aunque aparece también en algunos sellos y
objetos artísticos.
Ruinas
de Persépolis
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El hecho de que
aparezca principalmente en inscripciones aqueménidas del oeste de Irán sugiere
que el persa antiguo era el idioma común de esa región. Sin embargo, en el
reinado de Artajerjes II, la gramática y la ortografía de las
inscripciones estaban tan lejos de la perfección, que se ha sugerido que los
escribas que compusieron aquellos textos ya habían olvidado en gran medida el
idioma, y tenían que basarse en inscripciones más antiguas, que ellos en gran
medida reproducían textualmente.
Durante los
reinados de Ciro y Darío, y mientras la sede del gobierno estuvo incluso en
Susa, en Elam, el idioma de la cancillería aqueménida fue el elamita, tanto en
la región de Fars como en Elam. Esto lo confirman los documentos hallados en
Persépolis, que revelan detalles del funcionamiento cotidiano del
Imperio.
En las grandes
inscripciones rupestres de los reyes, los textos en elamita siempre están
acompañados de inscripciones en acadio y antiguo persa, parece que en estos
casos, los textos elamitas son traducciones de los antiguos persas.
Es por lo tanto
posible que aunque el elamita se usaba por el gobierno de la capital en Susa,
no era un idioma estandarizado del gobierno por todos los lugares del Imperio.
El uso del elamita no está documentado después del año 458 a. C.
Relieve
simbólico del león comiéndose al toro (lo nuevo sustituye a lo viejo)
Después de la
conquista de Mesopotamia, la lengua más utilizada en la administración para el
conjunto del Imperio fue el arameo, que servía también como lengua de
comunicación interregional: el hecho de que para escribirlo se utilizase un
alfabeto facilitaba además las comunicaciones.
De hecho, se han
encontrado documentos en arameo en lugares tan distantes entre sí como
Elefantina en el Alto Egipto, Sardes en el Asia Menor, y la región de Bactriana en
el extremo nororiental.
Según la
Encyclopedia Iranica, “el uso de un único idioma oficial, que los
modernos estudiosos han denominado arameo oficial o arameo imperial, puede
suponerse que contribuyó en gran medida al sorprendente éxito de los
aqueménidas a la hora de mantener unido su extenso imperio durante tanto
tiempo”.
Otras lenguas,
como el egipcio, el griego, el lidio y el licio, entre otras, eran de uso
estrictamente local.
ASPECTOS SOCIALES DEL IMPERIO AQUEMÉNIDA
Heródoto menciona
que los persas celebraban grandes fiestas de cumpleaños decía que “En sus
comidas usan de pocos manjares de sustancia, pero sí de muchos postres, y no
muy buenos. Por eso suelen decir los persas que los griegos se levantan de la
mesa con hambre”.
Observó que los
persas bebían vino en gran cantidad y que “después de bien bebidos, suelen
deliberar acerca de los negocios de mayor importancia. Lo que entonces
resuelven, lo propone otra vez el amo de la casa en que deliberaron, un día
después; y si lo acordado les parece bien en ayunas, lo ponen en ejecución, y
si no, lo revocan. También suelen volver a examinar cuando han bebido bien
aquello mismo sobre lo cual han deliberado en estado de sobriedad”.
Detalles
de la Gran Escalera de Darío I
De sus métodos de
saludo, afirma que los iguales se besaban en los labios, si alguno de
ellos “fuese de condición algo inferior, se besan en la mejilla; pero si la
diferencia de posición resultase excesiva, postrándose, reverencia al otro”.
Se sabe que los
hombres de alto rango practicaban la poligamia, y se decía que tenían un número
de esposas y un número incluso mayor de concubinas. En cuanto a las relaciones
con el mismo sexo, los hombres de alto rango mantenían favoritos, como Bagoas,
que fue uno de los favoritos del rey Darío III y que más tarde se
convirtió en erómeno de Alejandro Magno.
La
pederastia persa y sus orígenes se debatieron incluso en tiempos antiguos,
considerando Heródoto que lo habían aprendido de los griegos. Sin
embargo, Plutarco afirma que los persas usaban a chicos eunucos con tal
fin mucho antes de que existiera contacto entre las culturas.
El Imperio
aqueménida fue construido sobre los principios más básicos los de la verdad y
la justicia, que formaban la base de la cultura aqueménida.
Heródoto señaló
que “tienen por la primera de todas las infamias el mentir, y por la
segunda, contraer deudas, diciendo, entre otras muchas razones, que
necesariamente ha de ser mentiroso el que sea deudor”.
Heródoto dice que
a los jóvenes persas, “desde los cinco hasta los veinte años, solamente
les enseñan tres cosas: montar a caballo, disparar el arco y decir la verdad”.
Hasta los cinco
años los niños pasan todo el tiempo junto a las mujeres y nunca conocen a su
padre, “y esto se hace con la mira de que si el niño muriese en los primeros
años de su crianza, ningún disgusto reciba por esto su padre”.
En el Irán
aqueménida, la mentira se consideraba un pecado capital y era punible con la
muerte en algunos casos extremos. Tablillas descubiertas por los arqueólogos en
la década de 1930 en el yacimiento de Persépolis proporcionan evidencia
adecuada sobre el amor y la veneración por la cultura de la verdad durante el
período aqueménida.
Columna
de los diez mil inmortales en Persépolis
Estas tablillas
contienen los nombres de iranios corrientes, principalmente comerciantes y
almacenistas. Según el profesor Stanley Insler de la Universidad de Yale, hasta
72 nombres de oficiales y pequeños burócratas encontrados en estas tablillas
contienen la palabra verdad.
Fue Darío el
Grande, quien estableció la ordenanza de las buenas
regulaciones durante su reinado. El testimonio del rey Darío sobre su
constante batalla contra la mentira se encuentra en las inscripciones cuneiformes.
Grabada en la montaña de Behistún en la carretera, Darío testimonia:
“Yo no era un mentiroso, no hacía el mal... Me
conduje con rectitud. No hice el mal ni al débil ni al poderoso. El hombre que
cooperó con mi casa, a ese le recompensé bien; el que me hizo daño, a ese
castigué bien”.
Darío estuvo muy
ocupado manejando rebeliones a gran escala que estallaron por todo el Imperio.
Después de luchar con éxito con nueve traidores en un año, Darío documentó sus
batallas contra ellos y nos dice cómo era la mentira que les hizo
rebelarse contra el Imperio. En Behistún, Darío dice:
“Yo batí y apresé
a nueve reyes. Uno se llemaba Gaumata, un mago; él mintió; así dijo él: Yo soy
Esmerdis, el hijo de Ciro... Uno, de nombre Acina, un elamita; él mintió; así
dijo él: Yo soy rey en... Uno, de nombre Nidintu-Bel, un babilonio; él mintió;
así dijo él: Yo soy Nabucodonosor, el hijo de Nabonido. El rey Darío entonces
nos dice, la Mentira los hizo rebeldes, de manera que esta gente engañó al
pueblo”.
Nasqsh-e
Rostam, necrópolis de Persépolis
https://irandoostan.com/naqsh-e-rustam-the-ancient-necropolis-of-powerful-persian-kings/
Los persas
antiguos ejercieron su influencia más duradera por medio de la religión. Sus
doctrinas religiosas tenían origen remoto y se habían desarrollado mucho cuando
iniciaron sus conquistas. Era tan poderosa su atracción y tan maduras las
condiciones para que fuesen aceptadas, que se extendieron por casi toda el Asia
Occidental.
Substituyeron a
otras religiones y a creencias que se venían manteniendo desde hacía siglos.
Modificaron la visión del mundo que tenían hasta entonces las naciones.
A lo largo del
Imperio se practicaban diversas religiones, correspondientes a las tradiciones
de los pueblos conquistados. Así, Ciro rindió culto al dios Marduk al
conquistar Babilonia y Cambises II se proclamó faraón en
Egipto practicando la religión propia del lugar. El promover cultos reales
de los pueblos conquistados tenía la función de legitimar el poder imperial.
La élite persa que
dirigía el Imperio practicaba el zoroastrismos o mazdeísmo, con su culto
al fuego, y desde el reinado de Darío I se registra en las inscripciones
la adopción del culto a Ahura Mazda como deidad protectora de la
monarquía.
La Inscripción de
Behistún dice: “Darío el Rey dice: por el favor de Ahuramazda yo soy Rey, Ahuramazda me
concedió el reino”.
Bajo el mecenazgo
de los reyes aqueménidas, y para el siglo V a. C. convertida en
religión de Estado, el zoroastrismo alcanzaría todos los rincones del Imperio.
El
príncipe-profeta Zoroastro o Zaratustra había comenzado a predicar el
mazdeísmo hacia el año 700 a. C. Fue durante el período aqueménida cuando el
zoroastrismo alcanzó el suroeste de Irán, donde pasó a ser aceptado por los
gobernantes y a través de ellos se convirtió en un elemento definidor de la
cultura persa.
Ofrendas en los
bajorrelieves de la necrópolis
La religión no
solo estuvo acompañada de la formalización de los conceptos y divinidades del
panteón Indo-Iranio tradicional, sino que también introdujo varias ideas
nuevas, como el libre albedrío.
Se trataba de una
religión dualista, en la que el mundo estaba regido por dos principios: el bien
(Ormuz o Ahura-Mazda, simbolizado por la luz, el Sol) y el mal que no era un
dios aparte, si no el espíritu del mal representado en Arimán Zoroastro
distinguió los dos polos de una dinámica particular: la creación y la
destrucción, contempladas como un todo en Ahura Mazda.
Los seres humanos
debían llevar una vida pura y emprender buenas acciones para conseguir que el
bien triunfara sobre el mal. Esta religión carecía de templos, alzándose
simplemente altares al aire libre donde ardía una llama permanentemente. Esta
doctrina consta en el Zend Avesta.
Zoroastro creía
que su misión consistía en purificar las creencias tradicionales de su pueblo,
desarraigar el politeísmo, el sacrificio de animales y la magia, y elevar el
culto a un nivel más espiritual y ético.
El movimiento que
dirigió, era el acompañamiento natural de la veneración de la vaca y su
prescripción de que se cultivara la tierra como un deber sagrado. A pesar de
sus reformas, muchas de las viejas supersticiones sobrevivieron, como suele
suceder generalmente, y se fueron mezclando poco a poco con los ideales nuevos.
Entre los otros
dioses indoiranios reverenciados en el Imperio se incluyen Mitra, que era una
deidad solar asociada a la nobleza y los guerreros y la diosa Anahita. A
mediados del siglo V a. C., durante el reinado de Artajerjes I y
Darío II, Heródoto escribió “los persas no tienen imágenes de los dioses, ni
templos ni altares, y consideran una signo de locura usarlos”.
Templo
del fuego zoroastriano
Los persas no
creen que los dioses tengan la misma naturaleza que los hombres, como imaginan
los griegos. Afirma que los persas ofrecen sacrificios a: el sol y la luna, a
la tierra, al fuego, al agua, y a los vientos. Estos son los únicos dioses cuya
veneración les ha llegado desde los tiempos antiguos.
En una época
posterior comenzaron a venerar a Urania, que ellos tomaron prestada de los
árabes y los asirios. Militta es el nombre por el que los asirios conocen a
esta diosa, a quien los árabes llaman Alitta y los persas Anahita.
El sacerdote
babilonio Beroso documenta que el emperador había sido el primero en hacer
estatuas de cuarto de divinidades e hizo que las colocaran en templos en muchas
de las principales ciudades del Imperio.
Beroso también
confirma a Heródoto que los persas no sabían nada de imágenes de los dioses
hasta que Artajerjes II erigió aquellas imágenes. Como medio de
sacrificio, Heródoto añade que “ellos no alzan ningún altar, no encienden ningún
fuego, ni vierten libación alguna”.
Esta frase se ha
interpretado para identificar una acreción crítica pero tardía al zoroastrismo.
Un altar con fuego de madera ardiendo y el servicio Yasna en el que se
vierten libaciones son todos claramente identificables con el moderno
zoroastrismo, pero aparentemente, eran prácticas que no se habían desarrollado
todavía a mediados del siglo V a. C.
El historiador
Boyce asigna ese desarrollo al reinado de Artajerjes II en el
siglo IV a. C., como una respuesta ortodoxa a la innovación de
los cultos de santuarios.
Heródoto también
observa que “ningún rezo ni ofrenda puede hacerse sin que esté un
mago presente” pero esto no debe confundirse con lo que
hoy se entiende por mago, sino que el mago es un sacerdote
zoroastrista.
Los magos eran un
sacerdocio hereditario que se encontraba por todo Irán oeste y aunque, en
origen, no se asociaban con ninguna religión en particular, tradicionalmente
eran responsables de todos los rituales y servicios religiosos.
Los sacrificios de
caballos en honor al rey se realizaban en época aqueménida, al menos desde el
reinado de Cambises I hasta la llegada de Alejandro Magno, estando prescrito
que los caballos para los sacrificios mensuales en la tumba de Ciro I debían
ser blancos, criados en los haras de Media. Según Heródoto los caballos blancos
de Ciro I eran sagrados.
Arte y
arquitectura
El arte persa
aqueménida era predominantemente monárquico, sus mayores monumentos son los
palacios, que comenzaron a construirse a principios del
siglo VII a. C., algunos con inscripciones trilingües en sus
paredes como las que han sido encontradas en el palacio de Pasargada en viejo
persa, elamita y babilónico.
El arte
aqueménida, como la religión aqueménida, fue una mezcla de muchos elementos. Lo
mismo que los aqueménidas eran tolerantes en materia de gobierno y costumbres
locales, mientras los persas controlaran la política general y la
administración del Imperio, también eran tolerantes en el arte mientras el
efecto final fuese persa.
En Pasargada, la
capital de Ciro II y Cambises II, y en Persépolis, la ciudad vecina
fundada por Darío el Grande y usada por todos sus sucesores, uno puede seguir
el rastro hasta un origen extranjero de casi todos los diversos detalles en la
construcción y embellecimiento de la arquitectura y de los relieves esculpidos:
la concepción, el planeamiento y el acabado del producto son distintivamente
persas.
Ciro construyó su
capital, Pasargada, en el territorio original de los persas. En ella es posible
apreciar la fusión de estilos de diferentes partes del Imperio, característica
de los soberanos aqueménidas.
Cuando decidió
construir Pasargada, tenía detrás una larga tradición artística que
probablemente era distintivamente irania. La sala hipóstila en arquitectura
puede hoy verse como perteneciente a una tradición arquitectónica de la meseta
iraní que se remonta a través del período medo hasta al menos el principio del
Iª milenio a.C.
Las ricas obras de
oro aqueménidas, que según las inscripciones parece que fueron especialidad de
los medos, fue en la tradición de la delicada metalistería que se encuentra en la
época de la Edad de Hierro en Hasanlu e incluso antes en Marlik.
Este estilo
artístico aqueménida es particularmente evidente en Persépolis, con su
cuidadosamente proporcionada y bien organizada planta, rica ornamentación
arquitectónica y magníficos relieves decorativos, el palacio es uno de los
grandes legados artísticos del mundo antiguo.
En su arte y
arquitectura, Persépolis refleja la percepción que Darío tenía de sí mismo como
el líder de un conglomerado de pueblos a los que había dado una nueva y única
identidad.
Los aqueménidas
tomaron las formas artísticas y las tradiciones religiosas y culturales de
muchos de los antiguos pueblos de Oriente Medio y los combinaron en una forma
única.
Al describir la
construcción de su palacio en Susa, Darío dice:
“Se trajo madera
de cedro de allí (una montaña llamada Líbano), la madera de yaka se trajo
de Gandhara y de Carmania. El oro se trajo de Sardes y de Bactira ... la
piedra preciosa lapislázuli y cornelina... se trajo de Sogdiana. La turquesa de
Corasmia, la plata y el marfil de Egipto, la ornamentación de Jonia, el marfil
de Etiopía y de Sind (Pakistán) y de Aracosia. Los canteros que trabajaron la
piedra eran de Jonia de Sardes.
Los orfebres eran
medos y egipcios. Los hombres que tallaron la madera, eran de Sardes y Egipto.
Los que trabajaron el ladrillo cocido, esos eran babilonios. Los hombres que
adornaron el muro, esos eran medos y egipcios”.
Era un arte
imperial a una escala que el mundo no había visto antes. Los materiales y los
artistas eran tomados de todas las tierras gobernadas por los grandes reyes, y
de ese modo gustos, estilos y motivos se mezclaron juntos en un arte ecléctico
y una arquitectura, que en sí misma reflejaba el Imperio y el entendimiento
aqueménida de cómo ese imperio debía funcionar.
La afición de los
persas aqueménidas por el revestimiento arquitectónico hizo que disminuyera el
papel de la escultura de bulto entero en favor de la técnica del relieve y el
bajorrelieve.
Los palacios
estaban decorados con impresionantes bajorrelieves, imágenes decorativas
algunas de tamaño colosal. En el palacio de Darío las escalinatas están
decoradas con bajorrelieves de criados que suben los escalones llevando fuentes
y comida. También se conservan relieves donde se muestran las ceremonias religiosas
y de Año Nuevo, audiencias de Darío, banquetes y gente con ofrendas.
BIBLIOGRAFÍA
Bengtson, H. “Griegos y
persas: El mundo mediterráneo en la Edad Antigua I”.
1973. Siglo XXI. Madrid.
Briant. Pierre. “From Cyrus to Alexander: A History of the Persian Empire”. 2002. Eisenbrauns.
Dandamaev, M. A., y V. G. Lukonin. “Cultura y economía del Irán antiguo”. 1990. Editorial
Ausa. Pamplona.
Stronach, David. “Darius at Pasargadae: A Neglected Source for the
History of Early Persia”. Topoi.
Stronach, David. “Anshan and Parsa: Early Achaemenid History, Art and Architecture on the
Iranian Plateau”. In: John Curtis, ed. Mesopotamia and Iran in the
Persian Period. Conquest and Im.
[1] Era un
territorio histórico situado al este de Sumeria y Acad, en el
actual suroeste de Irán. Los elamitas llamaban a su país Haltamti,
del cual sus vecinos acadios adaptaron el nombre Elamtu. El alto
Elam fue posteriormente cada vez más identificado por su baja
capital, Susa, y geógrafos posteriores a Ptolomeo la
llamaron Susiana.
[2] Religión de
los antiguos persas, que creían en la existencia de dos principios divinos, uno
bueno, Ormuz, creador del mundo, y otro malo, Ahrimán, destructor.
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