SANTA HILDEGARDA DE BINGEN
INCIPIT LIBER
DIVINORUM OPERUM SIMPLICIS HOMINIS
COMIENZA EL LIBRO DE UN SIMPLE MORTAL
SOBRE LAS OBRAS DIVINAS
PRÓLOGO
Transcurría el sexto
año, durante cinco me había agotado con auténticas y maravillosas visiones,
cuando la verdadera visión del resplandor eterno me enseñó a mí, completa
ignorante, la diversidad de los caracteres humanos. En el primer año en que
tuvieron principio estas visiones de ahora, cuando tenía sesenta y cinco años,
tuve una visión tan misteriosa y poderosa que me eché a temblar completamente y
luego, por la fragilidad de mi cuerpo, caí enferma. Ésta es por fin aquella
visión. He tardado siete años en escribirla y al fin la he concluido.
Así pues, en el año
1163 de la Encarnación del Señor, bajo el reinado del emperador Federico, no
reducida todavía la opresión ejercida sobre la sede apostólica romana, una voz
del cielo se dirigió a mí con estas palabras diciendo:
“Oh pobre criatura,
hija de tantos sufrimientos, purificada por tantas y tan graves enfermedades
del cuerpo y sin embargo repleta de los profundos misterios de Dios. Aquello
que ves con tus ojos interiores y percibes en los oídos interiores del alma,
confíalo a un libro inmortal al servicio de los hombres, a fin de que también
ellos comprendan por tus escritos a su Creador y no rehuyan adorarlo con el
honor debido. Escribe pues estas cosas, no según tu corazón, sino como lo
quiere mi testimonio, de Mí, que soy vida sin principio ni fin, ya que no son
cosas imaginadas por tí, ni ningún otro hombre lo ha imaginado, sino son como
Yo las he establecido antes del principio del mundo. Porque, tal y como
determiné todo antes de crear el hombre, así también he previsto todo lo que le
faltaba”
Yo, pues, pobre
criatura falta de fuerzas, en la presencia de aquel hombre que, como he dicho
en las visiones anteriores, busqué y he encontrado en secreto, y de la otra
testigo, aquella joven de que he dado señas en aquellas visiones mencionadas1,
aunque debilitada por las muchas enfermedades, por fin estuve en disposición de
escribir con mano temblorosa. Para hacer esto he dirigido hacia arriba la
mirada para aprender del auténtico y viviente resplandor lo que tuve que
escribir, ya que todas las cosas que escribí desde el principio de mis
visiones, o que vine aprendiendo sucesivamente, las he visto con los ojos
interiores del espíritu y las he escuchado con los oídos interiores, mientras,
absorta en los misterios celestes, velaba con la mente y con el cuerpo, no en
sueños ni en éxtasis, como he dicho en mis visiones anteriores. No he expuesto
nada que haya aprendido con el sentido humano, sino sólo lo que he percibido en
los secretos celestes.
Y de nuevo oí la voz
del cielo que me instruía. Y ella dijo: “Escribe lo que te digo de la manera
siguiente”
PRIMERA PARTE
PRIMERA VISIÓN DE LA PRIMERA
PARTE
Situación
de la maravillosa visión de qué trata la obra siguiente, descripción detallada
de cierta imagen divina que aparece en forma de hombre y descripción de su
vestido y de todo lo que hay a su alrededor.
I. Y
vi como en el centro del cielo austral surgía la imagen de Dios, con apariencia
humana, bella y magnífica en su misterio. La belleza y el esplendor de su
rostro eran tales que mirar al sol hubiera sido más fácil que mirar aquella
imagen. Un ancho círculo dorado ceñía su cabeza. En el mismo círculo, sobre la
cabeza, apareció otro rostro, el de un anciano, cuyo mentón y barba rozaban la
coronilla del cráneo de la imagen. A cada lado del cuello de esta imagen brotó
un ala, y ambas alas se irguieron por encima del mencionado círculo dorado y
allí se unieron la una a la otra. El punto extremo de la curvatura del ala
derecha llevaba una cabeza de águila, sus ojos de fuego irradiaban el esplendor
de los ángeles como en un espejo. En el punto extremo de la curvatura del ala
izquierda había algo como un rostro humano que brillaba como relumbran las estrellas.
Y estos dos rostros miraban hacia oriente. Además, desde cada hombro de la
imagen bajaba otra ala hasta sus rodillas.
La
imagen estaba revestida por una túnica tan resplandeciente como el sol y en las
manos tenía un cordero que brillaba como la deslumbrante luz del día. Bajo los
pies aplastaba un monstruo de forma horrible, venenoso y de color negro, y una
serpiente. La serpiente hincó su boca en la oreja derecha del monstruo, su
cuerpo se enrolló alrededor de la cabeza del monstruo, y llegaba con la cola
hasta sus pies por el lado izquierdo de la figura. Y la mencionada imagen
decía:
Palabras
pronunciadas por la imagen por las cuales se entiende el amor, que se denomina
vida ígnea de la substancia de Dios, y explicación de los múltiples efectos de
su potencia en las diversas naturalezas o cualidades de la creación.
II.
Esta imagen dijo: “Yo soy la energía suprema y abrasadora, Yo soy quien ha
encendido la chispa de todos los seres vivientes, nada mortal mana de Mí, y
juzgo todas las cosas. Con mis alas superiores vuelo sobre el círculo de la
tierra y al cubrirlo con mi sabiduría lo ordeno rectamente. También la vida
abrasadora de la sustancia divina, arde sobre la belleza de los campos, reluce
en las aguas y arde en el sol, en la luna y en las estrellas, y con el hálito
celestial suscito la vida en todos los seres, vivificándolos con la vida
invisible que todo lo sustenta. En efecto, el hálito vive en el verde del
bosque y en las flores, las aguas fluyen como si estuvieran vivas, y también el
sol vive por su luz y, cuando la luna declina, resurge la luz del sol a una
nueva vida, y también las estrellas resplandecen con su claridad como si
estuvieran vivas.
También
he colocado las columnas que aguantan todo el globo terráqueo. Igualmente he
creado a los vientos que tienen a su servicio las alas de los vientos más
débiles, estos vientos suaves sujetan a los vientos más fuertes que ellos, a
pesar de su debilidad, para que no se manifiesten peligrosamente, tal como el
cuerpo protege y contiene el alma para que no se disuelva. Y como la
respiración del alma rehace el cuerpo y lo fortalece para que no muera, así los
vientos más fuertes animan a los vientos a ellos sometidos para que desarrollen
de manera adecuada su tarea. Por lo tanto, al ser Yo energía de fuego que está
en ellos de manera invisible, ellos se encienden gracias a Mí, como la
respiración es la causa por la cual el hombre se mantiene constantemente en
movimiento y como la llama vive en el viento abrasador.
Todas
las cosas en su esencia están vivas y no han sido creadas en la muerte, porque
Yo soy vida. También soy la capacidad de razonar, por cuanto tengo el hálito de
la palabra sonora, por la cual toda criatura ha sido engendrada. Y en la
creación de todas las cosas he introducido mi soplo de tal forma que ningún ser
de la creación es efímero en su especie, porque Yo soy la vida. Soy vida
íntegra y perfecta, que no ha manado de las piedras, ni florece de las ramas ni
tiene origen gracias a la semilla de un macho, sino que todo lo que es vital ha
brotado de Mí. La capacidad de razonar es una raíz que, sonando, hace florecer
en ella misma la palabra. Y puesto que Dios es racional, y ya que toda su obra
llega a floración perfecta en el hombre creado a su imagen y semejanza, ¿cómo
podría ser que no se aplicara a inscribir en el hombre a todas las especies
siguiendo un orden? El deseo de Dios desde la eternidad fue que su obra, es
decir el hombre, fuera hecho, y cuando hubo cumplido esta obra suya, le confió
a todas las criaturas para que el hombre pudiera trabajar sirviéndose de ellas.
De esta manera Dios hizo su obra, es decir, el hombre.
Yo soy
el sostén de todo, porque todas las cosas vitales reciben su ardor de Mí. Mi
vida es la misma en la eternidad, vida que no ha tenido principio y no tendrá
fin. Cuando se pone en movimiento y actúa es Dios, y, aun así, esta única vida
se divide en tres energías vitales. La eternidad es el Padre, el Verbo el Hijo,
el aliento que los conecta se denomina Espíritu Santo. Igualmente, Dios quiso
representar esto en el hombre con tres elementos: cuerpo, alma y razón. Mis
llamas dominan sobre la belleza de los campos, es decir la tierra, la materia
con la cual Dios formó al hombre. Tal como penetro en las aguas con mi luz, el
alma penetra el cuerpo entero, y tal y como el agua riega toda la tierra, así
el alma fluye por todo el cuerpo. Si digo que estoy ardiendo en el sol y la
luna, es una alusión a la inteligencia: ¿no son las estrellas las innumerables
palabras de la inteligencia? Y si mi soplo, invisible vida, mantenedor universal,
despierta el universo a la vida, significa que las cosas que viven y crecen
deben al aire y al viento su subsistencia según los dones de su naturaleza,
alejados de la nada.
Dios
ha representado en el hombre, hecho a su imagen y semejanza, a todas las
criaturas. Tras la caída del hombre, Dios lo restableció únicamente por la
benevolencia de su amor a través de su Encarnación y lo colocó en la felicidad
que el ángel caído había perdido. Esto se muestra en el significado alegórico
de la visión.
III. Oí
de nuevo la misma voz del cielo, se dirigió a mí en estos términos: “Dios, que
lo creó todo, formó al hombre a su imagen y semejanza. En él representó a todas
las criaturas superiores e inferiores. Lo quiso con un amor tal que le reservó
el sitio del que fue expulsado el ángel caído, y le reservó toda la gloria y
todo el honor que el susodicho ángel había perdido. La visión que contemplas
muestra este hecho. Pues esa imagen que ves como en el centro del aire austral,
una imagen bella y maravillosa en el misterio de Dios, parecida a una figura
humana, es la que, con la fuerza de la eterna divinidad, bella en su elección y
admirable en los dones secretos del Padre Supremo, se denomina amor. Amor que
se muestra al hombre, porque cuando el Hijo de Dios se encarnó, redimió al
hombre perdido con el servicio del amor.
Por
esta razón este rostro es de tal belleza, de tal claridad, que sería mas fácil
contemplar al sol que contemplar este rostro, porque la generosidad del amor
del Hijo se encuentra en tanta excelencia y brillantez de sus dones, que
traspasa cualquier inteligencia del saber humano mediante el cual entiende el
alma la variedad de las cosas, de forma que el hombre no es capaz de abarcar en
todo su sentido esta generosidad. Y sin embargo aquí se muestra por señales,
para que a través de ellas se pueda conocer en la fe lo que no puede ser visto
claramente por la vista más despierta.
La fe
devota abraza la excelencia de la divina caridad, y por su medio Dios se
reconoce Uno en la Trinidad. Cómo Dios mismo custodia a los hombres con el
mérito de la fe y los reconduce al cielo.
IV. El
ancho círculo dorado que rodea completamente la cabeza de la misma faz, quiere
decir que la fe católica, difundida por toda la tierra, surge con el
extraordinario resplandor de la primera aurora. Esta fe abraza con toda su
devoción la excelencia de esta generosidad del amor verdadero, cuando Dios
redimió el hombre por la vía de la Encarnación de su Hijo, y lo confirmó con la
infusión del Espíritu Santo. Así, el único Dios se reconoce en su Trinidad. Él,
el Dios sin principio en el tiempo, Él, el Dios que, desde toda la eternidad,
estaba incluido en su deidad.
En el
mismo círculo, más arriba de la primera cabeza, se ve otro rostro, el de un
anciano. Significa que la excelsa benevolencia de la divinidad, sin origen ni
término, viene en socorro de los creyentes. El mentón y la barba rozan el
cráneo del primer rostro, ya que la divinidad, al disponer y proteger todas las
cosas, alcanza la cumbre de la suprema caridad, al determinar que el Hijo de
Dios, en su Encarnación, recondujera al hombre perdido a su hogar, al Reino de
los cielos
El
amor a Dios y al próximo no pueden separarse de la virtud fortalecida por la
fe.
V. De
cada lado del cuello de la figura brota un ala. Ambas se levantan por encima
del círculo del cual se ha hablado, y ahí se unen la una a la otra. Esto quiere
decir que no es posible separar el amor de Dios y el del prójimo, cuando se
expresan dentro la unidad de la fe por la energía divina del amor y cuando
abrazan la fe en un supremo deseo. Cuando, despojados al mismo tiempo que Adán
del vestido celestial, estos dos amores pasan una temporada en las sombras de
la muerte, la santa divinidad oculta a los hombres el fulgor inconmensurable de
su gloria.
Cualquier
persona sometida a Dios con humilde devoción, inflamada con la ayuda del
Espíritu Santo, aunque sea pecador se supera a si misma, supera al diablo y es
como los ángeles, que exultantes por la bondad de los justos alaban juntos la
omnipotencia de Dios.
VI. En
el punto extremo de la curvatura del ala derecha, ves una cabeza parecida a la
de un águila con los ojos de fuego. En ellos se reflejan como en un espejo las
cohortes de los ángeles. Cuando un hombre se pone al servicio de Dios en lo más
hondo de una sumisión gloriosa, cuando domina a Satán, se eleva y goza de la
felicidad de la protección divina. Cuando su corazón se exalta con el ardor que
lo lleva hacia el Espíritu Santo, cuando vuelve hacia Dios su mirada, los
santos espíritus se revelan con claridad luminosa, para ofrecerle a Dios el
regalo de su corazón.
El
águila representa a los hombres de fe que con toda la devoción del corazón
dirigen su mirada a la contemplación de Dios con la misma frecuencia que los
ángeles. Así los espíritus bienaventurados que dirigen constantemente su mirada
a Dios disfrutan de las buenas obras de los justos y las muestran en ellos
mismos, perseverando de este modo en la alabanza a Dios, sin cansarse nunca, ya
que nunca pueden agotar su plenitud.
¿Quién
podría contar nunca las inconmensurables obras maravillosas que Dios obra con
la energía de su omnipotencia? ¡Nadie! El fulgor de los ángeles es como una
múltiple combinación de reflejos vistos como en un espejo, porque nadie es
capaz de obrar como Dios ni tiene tanto poder como Dios. Nadie se le asemeja,
porque además no está en el tiempo.
Desde
la eternidad todas las cosas estaban en Dios, pero no como en un lugar, y
cuando las creó se fueron diferenciando las unas de las otras según su numero,
orden, espacio y tiempo.
VII.
Todas las cosas que Dios ha obrado las ha tenido en su presencia antes del
principio de los tiempos. Ya que, en la pura y santa divinidad, todas las cosas
visibles e invisibles aparecieron sin instante y sin tiempo antes de todos los
tiempos, tal como los árboles o cualquier otra criatura cercana a las aguas es
visible en ellas, y aunque no esté en ellas con el cuerpo, sin embargo en el
agua aparecen cada uno de ellos con forma corpórea.
Cuando
Dios dijo: ¡Hágase!, todas las cosas se revistieron enseguida de su forma,
aquella forma en que la presciencia divina las contempló en su incorporeidad
antes de los tiempos. En efecto, igual que todos los objetos situados delante
de un espejo se reflejan en él, así en la santa divinidad aparecen todas sus
obras sin edad y sin tiempo. Y del mismo modo en que por el obrar de su
presciencia divina Dios se quedaría vacío, al dar cuerpo a toda su obra, cuando
ejerciera plenamente cuanto corresponde a su potencia divina, todo lo previó
sabiéndo, conociéndo y proveyéndo que todo eso siempre estuviera ante Sí1.
De la
misma forma que un rayo luminoso revela la forma de una criatura por la sombra
que proyecta, así la pura presciencia de Dios contemplaba cada una de las
formas de todas las criaturas antes de que tomaran cuerpo, porque la obra que
Dios se disponía a realizar, antes de que la misma obra tomara cuerpo,
resplandecía en el seno de su presciencia y en su semejanza. De la misma forma
el hombre percibe el resplandor del sol antes de poder contemplar el sol mismo.
Y como el resplandor indica el sol, así los ángeles manifiestan a Dios con su
celebración de alabanza, pues como que es imposible que el sol se aleje de su
luz, asimismo la divinidad nunca carece de la alabanza de los ángeles. El
hombre contiene en si mismo al mismo tiempo, la presciencia y el trabajo
divino.
El
diablo y los ángeles desertores de la justicia, que anteriormente tenían gran
poder, fueron reducidos por su ingratitud y soberbia hasta el punto de no tener
ningún poder sobre ninguna criatura, si no en cuánto les es permitido por la
voluntad del cielo.
VIII.
Entonces, una innumerable cohorte de ángeles quisieron existir por ellos
mismos, ya que en cuanto vieron la claridad de su gloria magnifica, su
resplandeciente belleza y su plenitud centelleante, se olvidaron de su Creador.
Y todavía antes de empezar la alabanza divina, creyeron en sí mismos, en que el
fulgor de su gloria era tan grande que sería irresistible. Intentaron así
obscurecer el fulgor de Dios. Sin embargo, cuando se dieron cuenta que nunca
podrían limitar a Dios en los milagros que obraba, horrorizados, se desviaron
de él.
Y esos
mismos que deberían haberlo glorificado, a causa de su equivocada opinión sobre
su propio su resplandor, afirmaron qué deseaban elegirse otro Dios. Así se
sumergieron en las tinieblas, reducidos a una impotencia tal que ya no podían
actuar sobre ninguna criatura, más que con el permiso del Creador. Dios había
dotado al primero de todos los ángeles, Lucifer, con toda la plenitud de la
belleza que había dado a la creación y de la cual también resplandecía toda su
cohorte. Cuando Lucifer eligió el camino del error, se puso más horrible que
todos los seres horribles, y la santa divinidad, con el poder de su cólera, lo
precipitó al lugar que esta privado de cualquier luz.
El
hombre que se dispone a imitar la justicia de su Creador, cuando se aparta de
la irracionalidad propia de las bestias, empieza a brillar con el resplandor de
la naturaleza racional.
IX. El
rostro humano que aparece en el punto extremo de la curvatura del ala izquierda
brilla como refulgen las estrellas. He aquí el significado: cuando, llegados a
la cima de la humildad victoriosa nos consagramos a la defensa de nuestro
Creador, cuando rechazamos todos los ataques que embisten el flanco izquierdo,
entonces adoptamos el rostro humano. Nos apartamos de la existencia bestial,
para vivir conforme a la dignidad que nos enseña la naturaleza del hombre.
Revelamos así nuestras buenas intenciones en las obras justas y buenas, y
brillamos como lo hace un extraordinario manantial luminoso.
Por la
Palabra de Dios que dijo “Hágase la luz”, fue creada la luz racional, es decir
los ángeles y, ya que algunos de ellos cayeron de la santidad, el Señor hizo
otra vida racional, que se cubriría de carne, el hombre, destinado a ocupar el
lugar y la gloria de los ángeles caídos.
X.
Cuando Dios dijo “Hágase la luz”, nació, en aquel momento, la luz de la razón,
es decir, los ángeles, tanto aquellos que se mantuvieron con Dios en la
plenitud de la verdad, como los que cayeron en las tinieblas exteriores vacías
de toda luz, rechazando que Dios fuera el verdadero manantial de luz que
persiste desde toda la eternidad en una gloria anterior a cualquier origen. Por
esto deseaban crear una obra parecida, lo cual es absolutamente imposible.
Entonces Dios hizo surgir otra vida, que revistió de un cuerpo, el hombre. Al
hombre, Dios le otorgó el lugar y la gloria del ángel caído y le encargó
completar la gloria de Dios, cosa a la cual el ángel se había negado. Indicamos
así con ese rostro humano a todos los que, aunque entregados al mundo con el
cuerpo, sin embargo en espíritu están constantemente al servicio de Dios y, a
los que, a pesar de la suma de sus obligaciones profanas, no olvidan el
servicio de Dios, el patrimonio del espíritu. Si los rostros mencionados miran
hacia levante es porque, tanto los religiosos como los laicos que anhelan ser
siervos de Dios y conservar con vida sus almas, tienen que volverse hacia el
origen de la vida santa y hacia el manantial de la salud.
Dios,
al acoger en la fuerza de su amor a los predestinados, los nutre mediante la
infusión de los dones del Espíritu Santo con todo aquello que necesitan.
XI.
Además, de cada hombro de la imagen arranca otro ala que baja hasta las
rodillas, porque con la fuerza de la caridad el Hijo de Dios recogió en torno a
sí tanto a los justos como a los pecadores. A los que vivieron rectamente según
el derecho, los lleva sobre los hombros, y a los otros, sobre las rodillas
porque su llamada los ha desviado de la vía de la injusticia. Por eso a veces
de la misma forma llevamos nuestras cargas en los hombros y a veces en las
rodillas. Efectivamente, la ciencia de la caridad conduce al hombre a la
plenitud de la perfección en el alma y en el cuerpo, aunque en muchas ocasiones
no logre mantener la estabilidad que se basa en la rectitud.
Cuando
los dones del Espíritu Santo recaen sobre el hombre, empapados de pura y santa
generosidad, le enseñan el saber espiritual y celestial en cantidad suficiente,
y también lo instruyen en las cosas terrenales para satisfacer las necesidades
del cuerpo. Pero aun así y a pesar del consuelo de tantos dones espirituales el
hombre se siente débil, caduco, mortal.
El
Hijo de Dios, al asumir la naturaleza de la humanidad sin contagio de pecado, y
adoptar la carne, exhortó a la penitencia a publicanos y pecadores y los salvó
en virtud de su fe en él.
XII.
El vestido que lleva nuestra imagen tiene el fulgor del sol porque es una
alusión al Hijo del hombre que por amor se revistió un cuerpo de hombre,
parecido a la belleza del sol pero sin la suciedad del pecado. El sol domina
todas las criaturas y resplandece en lugares tan altos que ningún hombre puede
alcanzarlos. Igualmente, sin la fe, no comprenderemos nunca, en su ser, la
Encarnación del Hijo de Dios.
La
imagen de la que hablamos lleva en sus manos un cordero resplandeciente como la
luz del día, ya que, en las obras del Hijo de Dios, el amor manifestó la
mansedumbre de la verdadera fe que resplandece por encima de todo, cuando
eligió entre los publicanos y los pecadores a sus mártires, confesores y
penitentes. Él ha convertido en justos a los sin-Dios, como convirtió a Saulo
en Pablo, de modo que, sobre las alas de los vientos, todos fuéramos exaltados
a lo más profundo de la armonía de los cielos. Así pues, el amor completó su
obra, progresivamente, cierto, pero con toda claridad y con precisión para
evitar todo punto débil y también para que reinara en este lugar una plenitud
absoluta. No es, pues, trabajo humano, ya que el hombre, cuando tiene una
pequeña posibilidad de hacer algo, mantiene su propósito con dificultad, y
cuando consigue el resultado, está impaciente por mostrarlo a los demás.
Que el
hombre reflexione sobre el pájaro, cuando sale del huevo y todavía no tiene
alas, no se apresura a volar, espera a fortalecer las alas, pero en cuanto las
plumas han brotado, vuela donde le parece.
La
imitación del amor del Hijo de Dios, que destruyó al diablo con su cruz,
también anula ahora la discordia y el resto de vicios entre los creyentes y
reduce a la nada al antiguo seductor del género humano.
XIII.
La imagen pisa con los pies un monstruo horrible, de color negro y venenoso, y
también aplasta una serpiente. Significa que el amor verdadero deshace el daño
de la discordia acentuada por sus múltiples vicios, horrible por las muchas
perversidades, venenosa por el engaño y negra por la perdición que acarrea.
También destruye a la vieja serpiente que acecha al creyente, siguiendo las
huellas del Hijo de Dios, puesto que el mismo Hijo de Dios lo ha destruido
sobre la cruz. Si la serpiente tiene entre los dientes la oreja derecha del
monstruo, si se le enrosca por todo el cuerpo pasándole por el encima de la
cabeza, si le pasa la cola por el lado izquierdo hasta los pies, es porque el
diablo simula a veces su engaño con disfraz de benefactor. El diablo inculca la
discordia e, inculcando suavemente todo tipo de vicios aquí y allá, al fin
demuestra que es el amo de la perversidad, de la consumación más execrable, de
la discordia. Ciertamente, la serpiente muestra ser más astuta en maquinaciones
que el resto de los otros monstruos. Con su astucia destruye todo lo que puede,
y se transforma en cuanto haya de peor. Los diversos colores de sus escamas
designan sus males.
Así
hizo Satanás, ya que cuando se percató de su belleza quiso asemejarse al
Creador, y esto es lo que la cabeza de la serpiente insinúa en el oído del
hombre. Y no dejará de hacerlo hasta el día del juicio final, tal y como indica
su cola. El amor, por consiguiente, persiste en los círculos eternos, no tiene
tiempo, como la brasa en el fuego. En su eternidad, Dios previó todas las
criaturas, El las creó en la plenitud del amor para que el hombre, en su
compañía, no careciera ni de consuelo ni de ayuda, y las ató al hombre como la
llama está ligada al fuego. Dios creó el primer ángel, como ya se ha dicho,
engalanado con múltiples adornos, pero cuando este ángel se vio a si mismo,
concibió gran odio contra su Señor y quiso ser él Señor. Dios lo precipitó en
la profundidad del abismo. Desde entonces, todos los transgresores susurran su
mal consejo al oído de los hombres. Y el hombre consiente.
Adán y
Eva se dejaron persuadir por el diablo que los envidiaba, y perdieron la gloria
del vestido celestial, es decir la inmortalidad.
XIV.
Cuándo Dios creó al hombre, lo revistió de un vestido celestial que
resplandecía con gran gloria. Pero Satanás vio a la mujer y reconoció en ella a
la madre en cuyo seno se alojaría un gran mundo posible. Entonces trató de
vencer a Dios en su misma obra con la misma perversidad con que se revolvió
contra Dios, haciendo de modo que la misma obra de Dios, el hombre, se aliase
con el diablo. Fue entonces cuando, una vez comida la manzana, la mujer se
sintió otra, dio la manzana al hombre, y ambos perdieron su vestido celestial.
Dios
tuvo piedad de ellos, y para castigar la culpa de la transgresión los expulsó
del paraíso y los envió a esta tierra de destierro. Quien viole la fidelidad
del matrimonio instituido por Dios debe sufrir su dura venganza, a menos que se
arrepienta.
XV.
Sin embargo, después Dios dijo: ¡Adán!, ¿dónde estás? Estas palabras significan
que Dios tenía siempre presente que había creado al hombre a su imagen y
semejanza y que deseaba atraerlo de nuevo a su lado. Adán revistió él mismo su
desnudez con el producto de su trabajo servil y se fue al destierro. Se cubrió
con una piel de oveja en lugar del vestido de luz, lo mismo que había cambiado
el paraíso por el destierro. Luego Dios unió a la mujer con el hombre con un
juramento de fidelidad, para que esta fidelidad recíproca no sea nunca destruida.
Así, la mujer y el hombre que Dios unió, forman una armonía semejante a la
unión del cuerpo y el alma. Quienquiera que rompa el juramento de fidelidad y
persista en su error, encontrará el exilio de Babilonia, es decir, una tierra
caótica y baldía, en perpetua aridez, alejada del verdor de los prados
fecundos. Es decir, carente de la bendición de Dios. Y la venganza de Dios
recaerá sobre él hasta la última línea de la descendencia que la sangre
recalentada de este hombre genere, porque un pecado de esta clase afecta hasta
a los descendientes.
En la
predicación del Hijo de Dios encarnado, que da origen al pueblo espiritual, se
ejecuta la promesa que Dios dio a Abraham diciéndole que su descendencia se
multiplicaría como el número de las estrellas del cielo.
XVI.
Tal y como Adán es el padre de todo el género humano, así el pueblo de los
hombres de fe brota del Hijo de Dios hecho carne en la virginidad de su
naturaleza. Este pueblo fructificará conforme a los términos de la promesa que
Dios hizo a Abraham por el ángel, y su descendencia será tan numerosa como las
estrellas del cielo. Está escrito: “Mira hacia el cielo, y cuenta las
estrellas, si es que puedes contarlas. Pues así será tu descendencia. Abraham
creyó en Dios y éste se lo computó en justicia” (Gén 15, 5-6). Esto se
interpreta así: tú que adoras y que veneras a Dios con buena voluntad, observa
los misterios de Dios y valora el pago de los méritos de los que día y noche
resplandecen frente a Dios, en la medida en qué tú puedas, hombre abrumado por
el fardo del cuerpo. Mientras el hombre saboree toda la vida las cosas de la
carne, será incapaz de comprender completamente las cosas del espíritu. Esta
certeza se muestra al hombre que, con fatiga, se afana para devolver honor a
Dios con rectitud y con suspiros del corazón. De este modo la semilla de tu
corazón se multiplica y se dirige a la luz, porque has sembrado en un campo
fértil, regado por la gracia del Espíritu Santo, y florecerá y resplandecerá
frente a la suprema majestad de Dios y lucirá una infinidad de santas virtudes
como las estrellas que brillan en el firmamento. Por esta razón, quien tiene fe
confiada en la promesa divina, quien tiene a Dios en la cima de la fe
verdadera, quien desprecia lo terrenal y aspira a lo que es celeste, será contado
como justo entre los hijos de Dios, porque ha querido la verdad y no ha
cultivado el engaño en su corazón.
Dios
escogió a la Virgen Maria, de la estirpe de Abraham, que creía en Él y le
obedecía. De ella nacería como hombre, Cristo, fundador y rector de la nueva
generación espiritual.
XVII.
Dios conocía que el corazón de Abraham era inmune a la astucia de la serpiente
porque sabía que sus actos no hacían daño a nadie. De este justo, de su
descendencia, eligió una tierra durmiente, completamente ignorante del gusto de
aquel fruto que había permitido a la antigua serpiente engañar a la primera
mujer. Esta tierra, prefigurada por la vara de Aarón, es la Virgen Maria. En su
gran humildad, ella es la cámara nupcial del rey, la habitación sellada. Una
vez recibido el mensaje que le anunció el deseo del rey de residir en los
pliegues de su seno, miró la tierra de la que estaba hecha y se llamó sierva de
Dios. La mujer engañada no actúa así, solo desea poseer aquello a lo que no
tiene ningún derecho. Así la obediencia de Abraham, durante la prueba a la que
Dios le sometió cuando le enseñó un carnero enganchado en un espino, prefigura
la de la Virgen bienaventurada. Ella también creyó en la palabra del mensajero
del Dios, y deseó que fuera hecho en ella lo que la anunciaron. Y por esto el
Hijo de Dios, prefigurado por el carnero en la mata, se revistió de carne.
Cuándo
Dios prometió a Abraham una posteridad tan numerosa como las estrellas del
cielo, fue una previsión de que su descendencia se acrecentaría hasta alcanzar
la plenitud del número de los astros del firmamento. Y Dios lo llamó padre de
todos los herederos del reino de los cielos porque Abraham creyó fervientemente
en Dios.
Que
todo hombre que tema y que ame a Dios abra su corazón a estas palabras y sepa
que no es un hombre quien las pronuncia para la salvación del cuerpo y el alma
de los hombres, sino Yo, el que soy.
SEGUNDA VISIÓN DE LA PRIMERA PARTE
Descripción
de la esfera que contiene al mundo entero, con sus círculos, astros y sus
vientos. Ella aparece en forma de una rueda colocada en el pecho de la imagen
descrita en la primera visión.
I. En
el pecho de la mencionada imagen que había contemplado en el seno de los
espacios aéreos australes, apareció una rueda de apariencia maravillosa.
Contenía signos bastante parecidos a la visión en forma de huevo que había
tenido hace veintiocho años, y que describí en la tercera visión de mi libro
Scivias. Bajo la curvatura del caparazón y en la parte superior, apareció un
círculo de fuego brillante que dominaba un círculo de fuego negro. El círculo
de fuego brillante tenía doble densidad que el círculo de fuego negro. Estos
dos círculos estaban unidos el uno al otro como si formaran un único círculo.
Bajo el círculo de fuego negro había otro círculo que parecía puro éter, que
mostraba tan intensa densidad cuanta mostraban los otros dos círculos de fuego
mencionados juntos. Luego, debajo de este círculo de éter puro, había otro
círculo, que parecía como de aire húmedo, tan compacto en su opacidad cuanta
era la densidad que mostraba el mencionado círculo de fuego brillante. Bajo
este último círculo de aire húmedo surgía como un círculo de aire denso, blanco
y luminoso, cuya dureza hacía pensar en un tendón humano. Tenía la densidad del
círculo de fuego negro. También estos dos círculos estaban unidos el uno al
otro como si formaran uno. Finalmente, bajo este círculo de aire denso, blanco
y luminoso, se distinguió otro como de aire tenue, que parecía difundirse sobre
todo el círculo, semejando levantar nubes a veces altas y luminosas, a veces
más bajas y sombrías. Estos seis círculos estaban unidos entre ellos sin ningún
espacio vacío. El círculo más alto de todos difundía su luz al resto de
círculos, mientras que el círculo del aire húmedo empapaba a todos los demás
con su humedad.
Del
extremo de la parte oriental de la rueda hasta al final de su parte occidental
se extendía una línea en dirección a la región septentrional, como para
separarla de las otras regiones. Y en medio del círculo de aire tenue se
distinguió un globo, que tenia en su circunferencia siempre la misma distancia
del círculo de aire denso, blanco y luminoso. Su diámetro correspondía a la
profundidad del espacio que había desde la parte superior del primer círculo a
la cima de las nubes, o, más bien, de la circunferencia del mismo globo hasta
las nubes mencionadas.
Y por
fin en el centro de esta rueda apareció una imagen de hombre, cuya cabeza
alcanzó la parte superior y los pies la parte inferior de uno de los círculos
descritos, el de aire denso, blanco y luminoso. Del lado derecho, la punta de
los dedos de su mano derecha, y a la izquierda, la punta de los dedos de la
mano izquierda llegaron al mismo círculo, tocándolo en dos puntos diferentes de
la circunferencia, porque la imagen tenía extendidos los brazos.
En la
dirección de los cuatro lados aparecieron cuatro cabezas: como de leopardo,
lobo, león y oso. Encima de la cabeza de la figura y dentro el círculo del éter
puro, vi que se escapaba un soplo de la boca del leopardo. Este soplo dio la
vuelta por el lado derecho de ella, se extendió luego dibujando una curva, y
revistió el aspecto de una cabeza de cangrejo con dos pinzas parecidas a pies.
A su lado izquierdo, el soplo, alargándose a voluntad, tomó el aspecto de una
cabeza de ciervo. De la boca de la cabeza de cangrejo salió algo como otro
soplo que fue luego hasta la mitad del espacio existente entre las cabezas del
leopardo y del león. Otro soplo que salió de la boca de la cabeza de ciervo fue
en cambio hasta el medio del espacio entre las cabezas del leopardo y del oso.
Y todos eran igual de largos: el soplo que provenía de la parte derecha de la
boca de leopardo hasta la cabeza de cangrejo, el soplo que salió de la parte
izquierda hacia la cabeza de ciervo, el soplo que llegó al medio del espacio
que entre la cabeza de leopardo y la del león de la boca de la cabeza de
cangrejo, y por fin el que alcanzó el punto de medio del espacio existente
entre la cabeza de leopardo y el del oso procedente de la boca de la cabeza de
ciervo.
Todas
estas cabezas soplaban hacia el interior de la rueda mencionada y hacia la
imagen del hombre. Bajo los pies de la misma imagen, en el signo de aire
húmedo, apareció como una cabeza de lobo que lanzó un soplo por la boca que se
alargó en volutas por la derecha hasta el mismo centro del espacio existente
entre las cabezas de lobo y del oso y tomó la forma de una cabeza de ciervo. Y
de la boca del ciervo parecía salir otro soplo que llegó hasta el mismo centro
del espacio. El soplo emitido por el lado izquierdo de la boca de la cabeza de
lobo, se extendía hasta la mitad del espacio que había entre las cabezas de
lobo y de león, y se levantaba hacia la cabeza de cangrejo con las dos pinzas
parecidas a pies. De su boca salió como otro soplo que se paró en el mismo
punto del medio. Y, si midiéramos el espacio, veríamos que estas cabezas eran
equidistantes. También se alargaban sus respectivos soplos en igual medida y
forma en las dos direcciones, como los alientos de todas las otras cabezas.
Todos ellos soplaban hacia la rueda mencionada y hasta la imagen de hombre
colocada en ella.
A
derecha de la imagen, dentro del signo del fuego luminoso, vi como una cabeza
de león, de cuya boca se difundieron algo como dos soplos que crecían uno por
cada lado. El de la derecha tomó la forma de una cabeza de serpiente y el de la
izquierda, la forma de cabeza de cordero. Y la cabeza de serpiente que apareció
en medio del espacio que había entre la cabeza de león y del lobo, emitió a su
vez como un soplo que llegó al medio y se unió al soplo emitido por la cabeza
de cangrejo situado entre la cabeza de lobo y del león. La cabeza de cordero
que se veía en el medio del centro del espacio entre la cabeza de león y la del
leopardo, también emitió algo como un soplo, que se alargó hasta el mismo punto
mediano y alcanzó el soplo emitido por la cabeza del cangrejo, situado entre la
cabeza de leopardo y la del león. La extensión de los soplos era proporcional a
los espacios que separaban estas cabezas unas de otras, como ya se ha dicho a
propósito de las otras cabezas de animales y sus soplos. Y todas soplaban hacia
el interior de la rueda y hacia la imagen del hombre.
A la
izquierda de la figura, dentro del signo del fuego negro, apareció como una
cabeza de oso, que también exhalaba un soplo por la boca, que se extendía a la
derecha y a la izquierda; en la parte derecha, acababa en una cabeza de
cordero, y en la izquierda tomaba la forma de una cabeza de serpiente. De la
boca de esta cabeza de cordero salió como otro soplo, que llegó hasta la mitad
del espacio entre las cabezas del oso y del leopardo, mientras otro soplo emanó
desde la cabeza de la serpiente hasta la mitad del espacio entre las cabezas
del oso y del lobo.
Aquella
cosa parecida a un soplo, que salía de la parte derecha de la boca del oso para
llegar a la cabeza del cordero y la otra cosa parecida a un soplo, que procedía
desde la parte izquierda de la misma boca hasta la cabeza de serpiente, así
como el soplo que llegaba de la boca de la cabeza de cordero hasta la indicada
mitad del espacio entre la cabeza del oso y la del leopardo y el soplo de la
boca de la cabeza de serpiente, que llegaba hasta mitad del espacio entre la
cabeza de oso y la del lobo, eran todos semejantes, de la misma longitud. Y
también todas estas cabezas soplaban hacia el interior de la rueda y hacia la
imagen del hombre.
Sobre
la cabeza de la imagen estaban representados los siete astros en este orden,
partiendo desde lo alto: tres en el círculo de fuego brillante, uno en el
círculo de de fuego negro, debajo de éste, y tres en el círculo de éter puro
debajo de este último. El sol también se veía al lado de la imagen sobre el
lado vuelto al mediodía y debajo de sus pies, representado y resaltado
claramente en su círculo en el mismo modo ordenado. Y del centro del signo del
primer y más elevado astro, representado sobre la cabeza de la imagen, salían
como rayos, de los que uno descendió hasta el signo del sol, otro brillaba en
la pinza derecha del mencionado cangrejo que procedía de la cabeza de leopardo,
y el último apuntaba hacia el cuerno derecho de la cabeza de ciervo, que salía
también de la misma cabeza de leopardo.
Del
centro del signo del segundo astro caía algo como un rayo encima del signo del
sol, y otro rayo salía hacia la cabeza del cordero, cabeza que provenía del
signo de la cabeza de león. Otro rayo se dirigió hacia la línea de que se ha
hablado, la que iba desde el comienzo de la parte oriental de la rueda hasta el
final de la parte occidental, hacia la región septentrional, y sobre él se puso
la cabeza de cordero que había salido del signo de la cabeza del oso. El signo
del tercer astro, envió desde su centro como un rayo hacia el signo del sol, y
otro hacia la cabeza de la serpiente que salía de la cabeza de león, y otro
rayo lo prolongaba hasta la línea ya descrita, hacia la cabeza de la serpiente
que salía del signo de la cabeza del oso. También el signo del sol, emitía él
mismo sus rayos, y con uno alcanzó el signo de la cabeza de leopardo, con otro
el signo de la cabeza del león, y con otro el signo de la cabeza del lobo, pero
no llegó al signo de la cabeza del oso. Alargando otro rayo, lo proyectó sobre
el signo de la luna, y otro sobre el cerebro y los dos talones de la figura de
hombre. Del centro del signo del quinto astro, el que estaba más próximo debajo
del sol, subía algo como un rayo hasta el signo del sol y otro se alargaba
hacia la cabeza de cangrejo que salía del signo de la cabeza de lobo. Un último
rayo se dirigió al cuerno izquierdo del signo de la luna.
También
del centro del signo del sexto astro, que era el que estaba más próximo por
encima de la luna, algo como un rayo se dirigió directo al signo del sol, otro
se dirigió hacia el cuerno derecho del signo de la luna y otro hacia la cabeza
de ciervo que procedía del signo de la cabeza de lobo. Del signo de la luna
partía algo como un rayo que llegaba a las dos cejas y a los dos talones de la
figura humana. Pero, como ya hemos dicho más arriba, el signo del sol aparecía
ordenado del mismo modo a como se había representado por encima de la cabeza de
la imagen humana, y difundía sus rayos hasta los lugares indicados, también
hacia el lado derecho de la imagen, e igualmente bajo sus pies representados
claramente en su mismo círculo.
En el
perímetro del círculo, donde se observaba algo parecido al fuego brillante,
aparecían dieciséis estrellas principales, cuatro entre la cabeza del leopardo
y del león, cuatro entre la cabeza del león y del lobo, cuatro más entre la
cabeza del lobo y del oso, otras cuatro entre la cabeza del oso y del leopardo.
Ocho de ellas, las que estaban situadas en posición intermedia entre las cuatro
que había entre cada par de cabezas, es decir, las dos del medio de cada
espacio entre cada dos cabezas, parecía que enviaban su rayos hacia el signo
del aire tenue, a ellas opuesto. Las otras ocho, las más cercanas a las cabezas
de animales, situadas a los dos lados de las estrellas del medio anteriores,
dirigieron lo que parecían sus rayos hacia el fuego negro.
El
círculo de éter puro y el círculo de aire denso, blanco y luminoso estaban
también llenos de estrellas y enviaban sus propios los rayos a las nubes que se
extendían enfrente.
También,
las nubes en la parte derecha de la imagen humana, impulsaron algo como dos
lenguas, distintas una de otra, y las dirigieron como dos riachuelos hacia el
interior de la misma rueda y hacia la imagen. También de las nubes colocadas a
la izquierda vi salir como dos lenguas bien distintas la una de la otra,
parecidas a riachuelos que fluyen de ellas, que se dirigieron hacia el interior
de la misma rueda y hacia la imagen. De este modo la imagen estaba envuelta y
circundada por estas señales.
De la
boca de esta figura en cuyo pecho apareció la rueda, también vi brotar en forma
de hilos una luz más clara que la luz del día, con la que se veían diferenciados
unos de otros las señales de los círculos y las otras figuras en la mencionada
rueda y los signos de cada uno de los elementos del cuerpo humano, es decir, de
la imagen que se veía dentro de la misma rueda. Todos estos signos, estaban
medidos con una precisión y rectitud extraordinarias. Esta afirmación es
patente a la luz de lo que precede y de lo que sigue.
La
divinidad, como si fuera una rueda perfecta, no tiene ni principio ni fin, ni
espacio ni tiempo, y contiene en si todas las cosas.
II. Y
de nuevo oí la voz del cielo que me dijo: Dios, que ha compuesto el mundo a
través de los elementos para gloria de su nombre, lo ha estabilizado con los
vientos, lo ha iluminado con la ayuda de las estrellas, lo ha llenado con todas
las otras criaturas. Rodeó al hombre de todo lo que existe en el mundo para
fortalecerlo y lo dotó de gran energía para que toda la creación lo ayudara.
Toda la naturaleza tenía que estar así a disposición del hombre, para que con
ella el hombre trabajara, por cuanto sin ella no puede vivir ni sobrevivir.
Esto es lo que muestra la visión siguiente.
En el
pecho de esta imagen se muestra una rueda, maravillosa de contemplar con todos
sus signos, bastante parecida a aquella imagen que viste hace veintiocho años
en figura de huevo y de la que te fue desvelado el sentido, como hemos dicho en
las visiones anteriores. Esta es la forma en que el mundo existe, imperecedero,
en la ciencia del verdadero amor que es Dios. El mundo gira eternamente,
admirable para la mirada de la naturaleza humana, y es tal que ninguna edad lo
consume, ninguna innovación lo aumenta. Tal como Dios lo creó al principio, así
persistirá hasta al final de los tiempos. Y la divinidad, en su presciencia y
en su obrar, es como una rueda perfecta y sin alguna división, porque no tiene
ni principio ni fin. Tampoco puede ser abarcada porque es intemporal. Y como el
círculo comprende todo lo que está encerrado dentro de su circunferencia, así
infinitamente la santa divinidad comprende y domina todas las cosas. Lo
trasciende todo, porque nadie podrá hacer nunca divisiones en ella con su
poder, ni superarla, ni llevarla a su límite último.
Por
qué en el libro Scivias la esfera del mundo se describe en forma de huevo,
mientras en este se muestra parecido a una rueda.
III.
La imagen en forma de huevo que se te manifestó en tus visiones anteriores
apareció así porque aquella analogía te permitía entender mejor la distinción
de los elementos del mundo. La estructura múltiple del huevo se asemeja a la
multiplicidad de las divisiones del mundo. En ambos casos distinguimos
elementos diferentes.
La
rueda se refiere exclusivamente a la acción de girar, al exacto equilibrio de
los elementos dentro del mundo. Pero en realidad ninguna de estas dos imágenes
tiene una semejanza completa con la figura de este mundo, porque, siendo este
en todas sus partes completo, redondo y que gira sobre si mismo, solo una
esfera completa y giratoria imitaría la forma del mundo.
Sobre
los dos círculos, el de fuego brillante y el de fuego negro. Por qué el uno está
bajo el otro. De qué manera se complementan en su acción y qué significan.
IV.
Qué en su parte más externa se vea por toda la circunferencia un círculo
parecido a fuego brillante, significa que el primer elemento, que es el fuego,
está sobre todos los otros, porque es ligero y contiene en sí, iluminándolos, a
los otros elementos. Penetra a todas las criaturas y las distribuye la alegría
de su luz, símbolo del poder de Dios que está por encima de todo y que a todo
confiere vida.
Y bajo
este círculo de fuego brillante se encuentra otro círculo, como un círculo de
fuego negro, porque este fuego, que está sometido al primero, es el fuego del
juicio, en cierta medida infernal, creado para el castigo de los malvados.
Tiene todo tipo de castigos para golpear a todo aquel que cae en él después de
un juicio justo. Significa que todo aquel que se opone a Dios cae en el abismo
de las tinieblas y de las calamidades. En efecto, en verano, cuando el sol sube
para arriba, este fuego ejerce la venganza divina provocando incendios con sus
rayos. Cuando en cambio, en invierno el sol baja, el fuego inflige llagas
provocadas por el juicio divino con el hielo, la escarcha y el granizo, porque
cada pecado se examina y se castiga con el fuego, con el frío, o con otras
llagas según el castigo que merezca. Y el círculo de fuego brillante tiene dos
veces más de densidad que el círculo de fuego negro. Si fuera al contrario, si
no lo superase en densidad, el fuego negro es de tal fuerza y amargura en su
oscuridad, que oscurecería y desvanecería el fuego brillante que está sobre él.
El
castigo de los pecados del hombre comporta peligros parecidos, si la gracia y
la clemencia de Dios no lo defendieran de los peligros, el hombre no podría
subsistir. Estos dos círculos están unidos el uno con el otro, casi formando un
único círculo, porque ambos son fuego que quema y porque el poder y el juicio
de Dios son inseparables el uno del otro, fundidos en una justicia única.
El
círculo de éter puro, que es el tercer círculo. Para qué función fue creado,
qué significa y por qué es de densidad igual a los dos de más arriba.
V. Y
luego, bajo el círculo de fuego negro hay otro, que es como un círculo de éter
puro, de tanta densidad como los dos círculos de fuego precedentes, porque
debajo de los dos fuegos descritos, es decir el fuego brillante y el fuego
negro, se extiende el puro éter que con su circunferencia contiene el mundo
entero, y su resplandor proviene de ellos como las chispas del fuego cuando el
fuego propaga su llama. Este círculo es una alusión a la auténtica penitencia
de los pecadores, suscitada en el hombre por la gracia de Dios como el fuego
brillante, y por el temor, como el fuego negro. Es de densidad igual al de los
dos fuegos antes descritos porque, recibiendo su resplandor del uno y del otro
fuego, tiene la densidad del uno y el otro, y no tiene menos fulgor que el
fuego brillante, ni refleja con menos fuerza que el fuego negro. Esta densidad
la determina el justo juicio de Dios, porque ni el día y ni la noche son nada
en ellos mismos, son, solamente, lo que la voluntad divina dispone.
Además
el éter retiene las realidades superiores e inferiores para que no superen sus
confines. No cae sobre ninguna criatura a causa del juicio de condena, más bien
opone la resistencia sutil y equilibrada de su naturaleza. Igualmente, la
penitencia constituye un obstáculo a la venganza de los pecados. Que tenga el
espesor de los dos círculos ígneos superiores significa que el hombre penitente
puede considerar en el fuego brillante la caída del primer ángel, que fue de
naturaleza brillante, y puede considerar en la densidad del fuego negro la
caída de los hombres que pecan por ignorancia y por temeridad, y así, puede
arrepentirse correcta y dignamente considerando el poder y el justo juicio de
Dios.
El cuarto
círculo, que parece un círculo de aire húmedo. Su densidad y su significado.
VI.
Bajo este círculo de éter puro otro círculo como de aire húmedo presenta, en
toda su circunferencia, una densidad igual al del círculo de fuego brillante ya
descrito. Este círculo significa que bajo el círculo de éter, por toda la
circunferencia del firmamento, se encuentran aquellas aguas de las cuales
sabemos su existencia por encima del firmamento y su círculo tiene una densidad
igual al de fuego brillante que hemos hablado. Este aire húmedo enseña las
obras santas en los ejemplos de los justos, que son cristalinas como el agua y
purifican cualquier impureza, como el agua limpia la suciedad. Este círculo
tiene esta capacidad en su perfección, después de que la gracia divina encienda
las obras santas con el fuego del Espíritu Santo.
Sobre
el círculo de aire denso, blanco y luminoso. Cuál es su utilidad al encontrarse
en quinto lugar, que densidad tiene y qué significa. Por qué está tan
estrechamente unido al círculo de más arriba hasta casi ser uno con él.
VII.
Bajo este último círculo de aire húmedo se ve otro círculo de aire denso,
blanco y luminoso, tan fuertemente tenso como un tendón humano. Se opone a los
peligros de las aguas superiores. Este círculo detiene, por su poder y por su
tensión, las inundaciones que provienen de las zonas superiores, que, debido a
sus desbordamientos repentinos y desmedidos, podrían sumergir las tierras.
Significa que la prudencia acompaña a las obras santas templando su rigor.
Igualmente el hombre sujeta su cuerpo para evitar que, por un exceso de
tensión, vaya a la ruina. En toda su circunferencia tiene igual densidad que el
círculo de fuego negro, porque está destinado a servir al hombre en la misma
medida en que el otro está destinado al castigo de sus pecados. Sucede a menudo
que el justo juicio de Dios, al castigar a los hombres, deja a las aguas
superiores atravesar de nuevo las nubes. Un humor que proviene del aire húmedo
rezuma por este aire denso, blanco y luminoso, como el líquido que bebe el
hombre pasa por la vejiga sin hacerla daño. También puede suceder que la caída
de estas aguas superiores cause una peligrosa inundación. Así, la prudencia
discierne con justa moderación las obras de los hombres guiándolos hacia la
salvación y el juicio divino no supera la gravedad de sus pecados en su
venganza, sino que los juzga con moderación y justicia. Porque Dios, que es
protector y soberano, refrena ambas con justa equidad. También estos dos
círculos están unidos el uno al otro de modo que tienen el aspecto de ser un
único círculo. Ambos están empapados de humedad, e infunden a los otros su
humor, tal como el discernimiento modera las obras buenas para que no se vayan
a la ruina.
Acerca
del el sexto círculo, que parece provenir de los de más arriba y es una especie
de aire tenue. Qué función tiene en su lugar y qué representa desde el punto de
vista alegórico.
VIII.
Bajo el círculo de aire denso, blanco y luminoso hay otro que se denomina
círculo de aire tenue. Proviene de los círculos y los elementos superiores, los
cuales exhalan un aire que no es diferente de los mencionados elementos, como
el aire sale de los pulmones del hombre sin realmente disgregarse, como el
aliento humano sale sin separarse. Como las nubes que están llenas de luz cuando
se levantan, y que, cuando vuelven a bajar, se sombrean, la zona aérea de que
hablamos semeja contener todas las emanaciones acuosas de las que hemos
hablado. Los reúne, como el fuelle del herrero manda el soplo, antes de
aspirarlo de nuevo. Así, sucede que las estrellas que circulan en los círculos
ígneos superiores están animadas en su rotación de un movimiento ascendente,
las nubes las obligan a volver a bajar, y por esta razón su luminosidad
aumenta. Pero cuando las estrellas con movimientos circulares descienden,
reconducen hacia abajo las nubes, que son entonces sombrías y llevan lluvias. Y
el aire tenue parece cómo difundirse por toda la rueda, porque todo lo que hay
en este mundo crece y vive gracias a él.
Así,
bajo la protección de la prudencia, los rectos deseos de los hombres creyentes,
los que aspiran sutilmente a la justicia, se exhalan desde las energías
superiores que confirma el Espíritu Santo. Este deseo es imborrable. Con un
apego respetuoso, los fieles lo mantienen siempre. La firme determinación de
los creyentes resplandece veces en la
confianza, y a veces tiembla en la humildad, cuando atribuye a Dios los frutos
de las obras santas y el ejemplo de los justos. Entonces esta convicción sabe
reunirlos allí lo mismo que el obrero que ve su esfuerzo recompensado.
La
ciencia verdadera inflamada por el Espíritu Santo levanta a los hombres hacia
los bienes celestes con acciones justas, arrastra su espíritu y los purifica.
Cuando, en cambio, al cumplir estas acciones justas, se inclina hacia abajo,
hacia las necesidades del cuerpo, baja allí también su espíritu. Estos hombres,
entre las inquietudes cotidianas, parecen almas perdidas. Tienen siempre el
rocío de las lágrimas en los ojos, porque suspiran, arraigados a la tierra como
están, aunque se encomienden completamente a la omnipotencia divina.
Por
qué estos seis círculos están unidos el uno con el otro sin separaciones, y qué
indica esta cohesión.
IX.
Los seis círculos están unidos entre ellos sin ningún espacio que los separe.
Si el orden divino no los hubiera consolidados con esta ligadura, el firmamento
habría estallado y habría perdido su consistencia. Es una alusión al papel que
juega el Espíritu Santo en el creyente, su inspiración conecta entre si las
virtudes a la perfección. Así, cuando luchan contra los vicios del diablo,
pueden llevar a cabo cualquier buena obra unánimemente.
El
primer círculo enciende a los otros con su fuego, el cuarto los atempera con su
luz. Qué significa todo esto en sentido figurado.
X. El
círculo superior penetra con su fuego a todos los demás círculos. El círculo
húmedo hace lo mismo gracias a su humedad. El elemento supremo, el fuego,
refuerza a los otros elementos gracias a su fuerza incandescente. El elemento
acuoso, con su humedad, introduce en el resto la fuerza vital de la fecundidad.
La omnipotencia de Dios santifica así por las maravillas de su gracia a los
fieles, y la obra de los fieles glorifica la misericordia de su Creador en la
verdadera humildad de la santidad.
Sobre
la línea que, en la rueda descrita, se extiende desde la salida del sol hasta
el extremo de su ocaso. Qué significa en sentido alegórico.
XI.
Casi desde el principio de la parte oriental de la rueda hasta al final de su
parte occidental, se extiende, en el firmamento, una línea en dirección a la
región septentrional. Esta línea aísla de algún modo la región septentrional,
porque desde el punto de su nacimiento, a oriente, donde el sol surge al
principio cuando los días empiezan a alargarse, hasta la zona del poniente, a
occidente, donde el sol acorta su luz, esta línea se curva y se recurva, para
evitar la región septentrional, porque los rayos del sol no van a meterse en
aquellas partes, pues más bien casi desprecia los lugares que el antiguo
seductor eligió para establecer su morada. Por esta razón Dios los privó de la
luz del sol.
Igualmente
el creyente, desde principio de las buenas obras que descansan en el poder
divino hasta su cumplimiento, opone a la injusticia la rectitud de su justicia,
separando las artes diabólicas de las obras buenas y santas. Porque, como está
deseoso de un amor fiel a Dios, pone todo su celo en evitar lo que podría
perjudica su alma, tal como dicen las Escrituras:
Cita
del Apocalipsis, y de qué manera se ha de entender para expresar su sentido
adecuado.
XII.
“Al vencedor le daré el maná escondido, y una piedra sobre la que está escrito
un nombre nuevo, que nadie conoce excepto el que lo recibe”. (Apoc 2, 17). Esto
se interpreta así: el que huye de la parte izquierda mantiene un gran combate
contra la tortuosa serpiente que busca siempre arrastrarlo consigo en aquella
dirección. Pero si persevera en la batalla, si huye de Satanás y se niega a
seguir su consejo, Yo, el que soy, le daré el pan vivo que baja del cielo, el
pan inaccesible, tanto para toda la bajeza del deseo del hombre como para toda
la astucia de la vieja serpiente, y le daré igualmente el regalo de participar
en el que es la piedra angular existente en la incandescente claridad, Dios y
hombre a la vez, y en él inscribiré el nombre del nuevo nacimiento, que es
Cristo, por el que tenemos nuestro nombre de cristianos.
Nadie,
mientras esté todavía en la vida efímera y mortal, puede comprender esto
perfectamente, sino sólo quién consigue la dicha de la vida eterna en
recompensa de los premios celestiales.
La
masa de la tierra, a modo de globo, se ha colocado sobre fundamentos, inmóvil
dentro de los seis círculos descritos, a distancia igual de los cinco círculos
superiores y en medio del sexto, es decir del círculo del aire tenue. Qué
significado deducimos.
XIII.
El globo que se encuentra en el medio de este círculo de aire tenue, a igual
distancia en toda su circunferencia del círculo de aire denso, blanco y
luminoso, es la tierra, que está puesta en el medio de los otros elementos que
la gobiernan. Por esta razón, en todo su contorno estos elementos la sustentan
de forma igualada. Está conectada con ellos, de ellos recibe continuamente su
subsistencia, fecundidad, y energía para mantenerse en su integridad. La vida
activa simboliza, de algún modo, la tierra, porque se mueve en medio de los
justos deseos, se agita en todas las direcciones, gira sin tregua, pero se
mantiene firme con la justa medida de la devoción para conservar la fuerza del
discernimiento. Se sujeta así, siempre con equilibrio, en el caso de los
creyentes, a las energías espirituales y a las necesidades del cuerpo, porque
quienes estiman el buen criterio, dirigen todas sus obras a la voluntad de
Dios. El diámetro de esta esfera corresponde a la profundidad del espacio que
se extiende desde el borde extremo de la zona superior hasta el límite inferior
de las nubes, o mejor, desde el límite de las nubes a la cumbre del globo
mismo. Significa que el Creador supremo hizo y reforzó la masa terrestre de
modo que no la pudiera disolver ni el furor de los elementos superiores, ni el
empuje de los vientos, ni la inundación de las aguas.
Así
cada fiel tiene que considerar en el ardiente fervor de su corazón, la grandeza
de la omnipotencia divina y constatar la inestabilidad de su espíritu y la
debilidad de la carne para mantener el equilibrio en todas las acciones y para
que no resulten defectuosas porque excedan la justa medida en las cosas
necesarias, tanto las que conciernan a las realidades superiores como a las
inferiores, como Pablo recomienda a sus fieles:
Palabras
de Pablo que convergen hacia el mismo sentido, y como deben ser interpretadas
XIV.
“Actuad en todo sin murmullos ni murmuraciones, a fin de que seáis
irreprensibles y puros, hijos de Dios inmaculados entre una generación perversa
y degenerada, en la que tenéis que resplandecer como astros, trayendo la
Palabra de vida”, (Flp. 2, 14-16). Esto se interpreta así: el hombre está como
en una encrucijada. Si busca la salvación en la luz que viene de Dios, lo
conseguirá. Si es el mal el que ha elegido, seguirá al diablo como castigo. Por
tanto, el hombre, si asume la naturaleza humana y todas sus obras sin
murmuraciones, es decir sin las deformaciones de los pecados y sin
indecisiones, con una fe perfecta, y si quiere el bien y odia el mal, sin duda
será liberado en el juicio futuro, y será separado de los pecadores, que se
alejan del bien abrazando el mal. Los que actúan así, sin hacer mal a nadie, no
serán acusados de arrogancia, vivirán como hijos de Dios, se mantendrán
irreprensibles, sin engaño fraudulento, y se ganarán la consideración de los
que se jactan de ser fuertes realizando acciones desviadas y perversas. En la
perfección de su verdadera fe, brillarán como estos astros cuya misión es la de
iluminar al mundo, tal como ha decidido para ellos el Creador del universo. Por
su doctrina, que tiene en cuenta también la vida, muchos hombres se convertirán
a Dios, del mismo modo en el Hijo de Dios, libre de pecado como era, otorgó a
todos la luz en este mundo.
Dios
ha puesto en el firmamento dos lumbreras, el sol y la luna, que significan, en
el hombre, la ciencia del bien y del mal. Porque como el firmamento está
consolidado por el sol y la luna, también el hombre se mueve dentro de los
límites de la ciencia del bien y el mal. Igualmente, como el sol realiza su
orbita sin que su circunferencia disminuya, así la ciencia del bien sigue su
recorrido sin desear el mal, pero reprimiendo, reprochando y contrastando la
mala ciencia, porque no aporta ningún provecho. La ciencia del bien denomina
satánica a la otra ciencia, porque sólo intenta satisfacer sus deseos. Y tal
como la luna mengua y crece, así la ciencia del mal desprecia a la del bien, y
la declara necia y falta de valor, pero sin embargo la conoce, como el diablo
conoce a Dios aunque se le oponga.
Sobre
la imagen en forma de hombre que aparece en el centro de la mencionada rueda,
que toca con las puntas de los pies y de las manos extendidos el círculo de
aire denso, blanco y luminoso. Qué significa esta figura y su posición.
XV. Y
por fin en el centro de esta rueda aparece una imagen de hombre, cuya cabeza
alcanza la parte superior y los pies la parte inferior del círculo de aire
denso, blanco y luminoso. Por el lado derecho, la punta de los dedos de su mano
derecha, y por el izquierdo, la punta de los dedos de la mano izquierda, están
estirados y llegan hasta el mismo círculo, tocándolo en dos puntos diferentes
de la circunferencia. La razón por la que la imagen ha extendido los brazos es
porque en la estructura del mundo el hombre está como en el centro, ya que es
más poderoso que todas las otras criaturas que están sin embargo en la propia
estructura e por la energía de su alma. Como tiene la capacidad de mover la
cabeza hacia arriba y los pies hacia abajo, alcanza tanto los elementos superiores
como los inferiores y puede moverlos. Las obras de sus dos manos lo traspasan
todo, porque tiene, por la fuerza del hombre interior, la posibilidad de poner
esta capacidad en ejecución. Como el cuerpo del hombre supera en tamaño a su
corazón, así las fuerzas del alma superan por su eficacia al cuerpo del hombre;
y como el corazón del hombre está escondido en el cuerpo, así el cuerpo del
hombre está circundado por las fuerzas del alma, que se extienden por toda la
redondez de la tierra. Así, el hombre creyente existe en el conocimiento de
Dios y tiende a Dios, no solamente en las preocupaciones del espíritu, sino
también en las mundanas. Aspira a Dios en todas sus empresas, prósperas o
adversas y en ellas no cesa de manifestar a Dios toda la devoción que le
profesa.
Como
el hombre contempla con los ojos del cuerpo todo el entorno de las criaturas,
así por la fe puede ver a Dios por todas partes y lo conoce en toda criatura,
porque sabe que Dios es el Creador.
Sobre
las cuatro cabezas de animales que aparecen en las cuatro partes de la rueda.
Qué significan, tanto con respecto al mundo como con respecto al hombre.
XVI.
Las cuatro cabezas, de leopardo, lobo, león y oso, aparecen en las cuatro
regiones que son también las residencias de los vientos en los cuatro lados del
universo. Los cuatro vientos, por supuesto, no tienen este aspecto, pero sus
energías se asemejan a la naturaleza de estos animales. Igualmente el hombre se
encuentra en un cruce de cuatro caminos, constituidos por las preocupaciones
seculares que le presentan múltiples tentaciones: la cabeza de leopardo le
recuerda el temor de Dios, la cabeza del lobo, los castigos infernales, la
cabeza del león, el miedo del juicio divino, la cabeza del oso, la infinita
tormenta de angustias que atormentan su cuerpo.
Sobre
el viento principal del oriente se ve representado por una cabeza de leopardo
por encima de la cabeza de la imagen de hombre en el círculo del éter puro. Sus
dos vientos colaterales toman el aspecto, uno en forma de cabeza de cangrejo y
el otro en forma de cabeza de ciervo.
XVII.
Encima de la mencionada figura, en el círculo de éter puro, ves como una cabeza
de leopardo. De su boca sale un fuerte soplo, esto significa el viento
principal de oriente, que proviene del éter en forma como de leopardo, no
porque este viento sea realmente como un leopardo, sino porque como el
leopardo, tiene la ferocidad del león aunque sin su ciencia, y como el leopardo
es más ligero y débil que el león. Este viento se levanta en la ferocidad
producida por el miedo, pero después rápidamente se debilita y deja de soplar.
Es feroz y suave a la vez, porque la primera característica procede del círculo
de fuego negro y la segunda del círculo del éter puro. En la parte derecha de
la boca, el soplo dibuja una curva y toma la forma de una cabeza de cangrejo
con dos pinzas parecidas a pies, porque cuando el viento mencionado se vuelve
hacia aquella parte asume la naturaleza del cangrejo. A la izquierda de la
mencionada boca, el soplo, girándose, acaba en una cabeza de ciervo, porque en
aquellas partes imita al ciervo, que es animal veloz.
De la
boca de la cabeza de cangrejo sale algo como otro soplo que llega después hasta
la mitad del espacio existente entre la cabeza de leopardo y la cabeza de león,
porque según la naturaleza del cangrejo, el viento colateral, cuando sopla, lo
hace irregularmente a ráfagas, como un torbellino, por lo cual se mueve de aquí
para allá voluble y variable como hace el cangrejo, que ya avanza, ya va para
atrás, y así va tirando hasta que llega al espacio que hay entre el oriente y
el sur.
Otro
soplo que sale de la boca de la cabeza de ciervo llega en cambio hasta mitad
del espacio entre las cabezas del leopardo y del oso, ya que según la
naturaleza del ciervo el otro viento colateral, cuando avanza, emite un soplido
fuerte y estrepitoso, pero de pronto deja de soplar, como el ciervo que hunde
con fuerza los cuernos y rápidamente huye, sin insistir demasiado tiempo. De
este modo no avanza más allá del punto mediano entre el oriente y el norte.
Y el soplo
que proviene de la parte derecha de la boca de leopardo y llega hasta la cabeza
de cangrejo, el soplo que sale de la parte izquierda del cangrejo hacia la
cabeza de ciervo, el soplo que de la boca del cangrejo tiende a la parte
central entre las cabezas del leopardo y del león, y por fin el cuarto, que
saliendo de la boca de la cabeza del ciervo alcanza el punto medio del espacio
existente entre la cabeza de leopardo y la del oso, son todos de la misma
longitud, porque el viento principal de oriente se expande por ambos lados con
igual extensión en dirección a los vientos colaterales, y estos últimos llegan
a sus respectivos términos, sea hacia el sur o hacia el norte teniendo la misma
longitud.
Por
qué las cabezas puestas en la rueda soplan en dirección a la imagen del hombre.
Descripción de su sentido moral.
XVIII.
Todas estas cabezas soplan hacia el interior de la rueda y hacia la imagen del
hombre, porque estos vientos con sus soplos aseguran el adecuado equilibrio del
mundo y por su ministerio preservan la salvación del hombre. En efecto, el
mundo no existiría ni el hombre podría vivir, si no estuvieran vivificados por
el soplo de estos vientos. Cuando el hombre se eleva en la contención de su
alma y se acuerda de sus malas acciones y se dispone a la penitencia, es como
si en la señal del éter puro, es decir en la penitencia, el temor de Dios
brincara como un leopardo sobre su cabeza. Por su boca, es decir de su virtud,
escuchamos la contrición, y, tocando el espíritu del hombre, le da ocasión de llegar
hasta la cabeza del cangrejo, que representa la confianza. Este cangrejo tiene
dos pinzas que son como dos pies, significan la esperanza y la duda, y cuando
la mente del hombre está en las contradicciones del espíritu, el temor de Dios
conduce la contrición hasta la cabeza de ciervo, que es la fe.
Apenas
el hombre toma conciencia del peso de sus pecados, se dirige hacia la
penitencia que incluye un temor de Dios constante, incluso dejando de lado los
bienes de este mundo, hasta que llega a la confianza que tiene, por así
decirlo, dos pies, la esperanza y la duda. La confianza engendra la esperanza
con la cual se mezcla a veces la duda. En la confianza en Dios, el hombre
espera conseguir la remisión de sus pecados y así, avanza. Sin embargo, cuando
considera la cantidad y la gravedad de sus pecados, a menudo se pregunta si
algún día obtendrá la remisión de los mismos. Entonces duda, aunque tenga
confianza en Dios. Pero, cuando de vez en cuando sufre la desdicha de las
enfermedades del cuerpo, vuelve los ojos a las riquezas de la fe, lo cual
reduce en él a la nada las traiciones de la duda, sobre los cuernos del
verdadero consuelo.
De la
boca del cangrejo, es decir de la confianza, nace un segundo soplo, el soplo de
la constancia, y esta constancia conduce a la plenitud de la perfección, y aquí
se para, entre el temor de Dios y el juicio divino, ya que cuando alguien,
confiando en Dios, es constante y perfecto en las obras buenas, atrae hacia sí
el temor de Dios para no delinquir en forma más grave, y escudriña también el
juicio de Dios para no añadir más pecados a sus pecados.
Y
saliendo como de la boca de ciervo, es decir de la fe, sale otro soplo, que
tiene que entenderse que es la santidad, y que se alarga hasta la plenitud de
la perfección, que está situada entre el temor de Dios y la penitencia del
cuerpo. Porque el fiel que florece en la santidad persevera en esta perfección
en el temor auténtico de Dios y no deja, por esta razón, de mortificar el
propio cuerpo. Así pues, el soplo, es decir la contrición que procede del temor
de Dios en tiempo de prosperidad, por tender hacia la confianza, también
representa la fe, que se obtiene en tiempo de adversidad partiendo del mismo
temor de Dios. El soplo significa constancia, proviene de la confianza, que
tiende a la plenitud de la perfección existente entre el temor de Dios y el
juicio divino.
Todos
estos soplos, de una sola manera y con igual fuerza de su energía, inducen al
hombre a la santidad, porque, a pesar de la diversidad de sus operaciones,
tienden sin embargo a una única santidad. En efecto, durante la formación de la
rectitud las virtudes proceden una de la otra. Todas estas cabezas, significan
que todas estas virtudes están en la ciencia de Dios, y tienden hacia esta
ciencia, asistiendo al hombre tanto en las necesidades espirituales como en las
corporales.
Cuando
el temor del Dios inspira al hombre, éste empieza a temer a Dios y avanza en la
sabiduría llevando a cabo obras buenas y justas. La confianza del hombre hacia
su Dios le toca con la protección de la constancia para que confíe
constantemente en Dios, en la medida en que levanta sus pensamientos hacia
Dios, porque los espíritus de los creyentes se refuerzan con la virtud de la
constancia. Luego la fe juzga, con la santidad, lo que debe condenarse por la
carencia de fe. Se extiende con rapidez e impregna a los creyentes, expulsando
de sus oídos los tumultos de los pensamientos perversos y destruyendo
interiormente también los deleites peligrosos. Si en cambio el hombre abandona
la fuerza vital de estas virtudes por acercarse a la aridez de la negligencia,
quedará privado de la savia y de la fecundidad de las obras buenas,
desfallecerá y las fuerzas de su alma se secarán. Y si luego la mente se inunda
desmedidamente del suntuoso exceso de los placeres, procediendo como sobre un
terreno resbaladizo, se ablanda. Si en cambio, avanza en una senda recta, todas
sus obras conducen a la prosperidad, como nos enseña el Cantar de los Cantares:
Cita
del Cantar de los Cantares concerniente a todo esto, y como ha de ser
interpretada.
XIX.
“El Rey me ha introducido en sus mansiones, por ti exultaremos y nos
alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino, ¡con qué razón eres amado!”
(Cant. 1, 4.) Esto se interpreta así: Ya que yo, alma fiel del hombre, estoy
sobre las huellas de la verdad siguiendo al Hijo de Dios que con su humanidad
ha redimido al hombre, puedo alcanzar la plenitud de los dones del que es
regidor de todas las cosas, en el lugar donde encuentro la perfecta abundancia
de las virtudes, en el lugar donde subo con confianza de virtud en virtud.
Por
esto todos nosotros, redimidos por la sangre del Hijo de Dios, exultaremos con
todo nuestro cuerpo, nos alegraremos con toda nuestra alma, ¡oh! santa
divinidad por quien existimos. Y hacemos memoria de la dulzura de las
recompensas celestiales por encima de nuestras pasiones, de todas nuestras
tribulaciones, provocadas por los adversarios de la verdad. No son nada para
nosotros, porque saboreamos las delicias que nos ofreces cuando nos muestras
tus mandatos. Y así, los que son justos en las obras de la santidad verdadera
te quieren con auténtico y perfecto amor, porque concedes todos los bienes a
cuántos te quieren y porque les otorgas también la vida eterna.
La
sabiduría se introduce en los graneros, es decir, en los espíritus de los
hombres, y deposita allí toda la justicia de la verdadera fe que permite el
conocimiento del Dios verdadero. Esta misma fe vence al invierno y a toda la
humedad de los vicios, que ya no pueden reverdecer y crecer, y por otro lado,
la fe atrae hacia si todas las virtudes y las une, como el vino que se vierte
en la copa que se ofrece a los hombres para que beban. He aquí por qué los
creyentes exultan y se alegran, confiando verdaderamente en el camino de la
vida eterna. Llevan los estandartes de las buenas obras que han llevado a
término. Tienen sed de la justicia de Dios y se alimentan de la santidad que
cae como de su seno, y de este modo, sin cansarse nunca, se alegrarán para
siempre en la contemplación de la divinidad, porque la santidad supera todo
intelecto humano.
Cuando
el hombre acoge la rectitud, si se abandona a si mismo para saborear y beber
las virtudes, ellas lo confortan, como el vino llena las venas del que lo bebe,
pero sin manifestar inmoderación en los vicios de la infidelidad como quien
está fuera de si, borracho de vino, incapaz de entender lo que hace. Así los
justos quieren a Dios, porque en él no hay cansancio sino perseverancia en la
santidad.
Por
qué el viento principal de occidente aparece en forma de cabeza de lobo bajo
los pies de la imagen en el círculo del aire húmedo. Por qué sus dos vientos
colaterales aparecen el uno en forma de cabeza de ciervo, y el otro en forma de
cabeza de cangrejo.
XX. En
el círculo de aire húmedo, bajo los pies de la misma imagen del hombre, aparece
como una cabeza de lobo que emite como un soplo de la boca. Esto significa que
el viento principal de occidente, bajo el poder del que se ha hecho hombre por
los hombres, viene soplando en el aire húmedo en el territorio occidental como
un lobo que vive escondido en el bosque y sale, saqueador, a la búsqueda de
comida. Este viento, saliendo de su escondite, es decir del aire húmedo, tan
pronto lleva consigo el verdor a las hierbas, como de repente las ahoga a causa
de la sequía.
De la parte
derecha de la boca del lobo, alargándose hasta la mitad del espacio dónde están
las cabezas del lobo y del oso, surge la forma de una cabeza de ciervo. De su
garganta sale un soplo que se agota en la misma mitad del espacio, ya que este
viento, dirigiéndose desde aquella parte hasta el punto de medio entre
occidente y norte, se transforma en la naturaleza del ciervo, de modo que el
viento colateral que surge en este punto emite sus soplos hasta el mismo punto
mediano, penetrando con fuerza y corriendo veloz a la manera del ciervo.
De la
izquierda de la boca de la misma cabeza de lobo nace otro aliento, que se
alarga hasta el espacio intermedio ocupado por las cabezas del lobo y del león.
Este aliento se transforma en un cangrejo con dos pinzas como pies. De la boca
del cangrejo sale como otro soplo que se para en el mismo punto medio, porque,
cuando el mismo viento se sitúa en el medio entre el occidente y el sur, vuelve
a la naturaleza del cangrejo, que se mueve adelante y atrás. Se trata de un
viento colateral que procede oscilando como el cangrejo, se difunde en una y
otra dirección y llega hasta el punto mediano que se ha dicho.
Todas
estas cabezas están equidistantes la una de la otra y ocupan un espacio igual.
Sus soplos se alargan en igual medida y forma en las dos direcciones, tal y
como pasaba en las descritas anteriormente, porque las cabezas emiten sus
soplos según la distancia que separa estos vientos los unos de los otros. Cada
viento dirige hacia otro viento el propio soplo y, yendo uno al encuentro del
otro, no superan su límite, ningún viento sopla más fuerte que otro, salvo que
así suceda por juicio divino. Pero si esto ocurriese por decisión divina, se
producirían en aquel punto cosas terribles y se ocasionan muchísimas y
peligrosas calamidades.
Por
qué también estas cabezas, como las anteriores, soplan hacia la imagen del
hombre, y su significación moral.
XXI. Y
todas las cabezas soplan el propio aliento hacia el interior de la rueda y
hacia la imagen del hombre en ella colocada, de manera que estos vientos
regulan con sus fuerzas y funciones el mundo, el hombre y todas las cosas que
hay en el mundo.
Pues,
cuando los creyentes obran el bien, es como si pisotean con justos ejemplos la
mortal caducidad de los deseos terrenales, es como si del aire húmedo, es decir
de las obras santas, salieran los castigos infernales como el lobo sale al
descampado. Porque cuando los creyentes dejan de pecar y caminan por la vía de
la rectitud, enseñan a temer intensamente los castigos infernales que devoran las
almas. Y estos castigos infernales producen en el corazón de los hombres algo
parecido a un soplo, es decir la contrición, porque los creyentes tienen miedo
de estos castigos. La misma contrición, según el deseo de Dios, se proyecta en
la plenitud de la perfección, porque cuando el hombre avanza con prosperidad en
sus actos y se coloca entre las penas infernales y la penitencia del cuerpo,
ella asume la forma de una cabeza de ciervo, es decir de la fe.
De la
boca del ciervo que simboliza la virtud, proviene otro soplo, la santidad, que
se mantiene en la misma perfección. Cuando el hombre teme las penas infernales,
aflige su cuerpo con penitencias diferentes y penosas con tal de alcanzar
aquella perfección en que arde todo entero en la fe, ya que cree que Dios lo
arrancará de los castigos infernales. Así nace en él la santidad y entonces se
empapa completamente en las realidades espirituales, abandonando las obras del
mundo. Cuando en cambio el hombre, con el permiso de Dios, es castigado en el
cuerpo con innumerables calamidades, a causa de la siniestra adversidad de las
voraces penas infernales de que se ha dicho, entonces la contrición sube a su
corazón y, en el momento mismo en que se da cuenta de que no tiene una vida
próspera, se eleva a partir de este sentimiento. Sube así a la plenitud de la
perfección, situado entre las penas infernales y el juicio de Dios, llegando a
la cabeza de cangrejo, es decir a la confianza, qué tan pronto está llena de
esperanza, como al poco llena de duda, porque el hombre confía sus actos a
Dios, esperando obtener así la remisión de sus faltas, pero a veces también
duda. Al final, otro soplo que designa la constancia, saliendo de la confianza
lo conduce a tal perfección de las virtudes, que desde aquel momento no tiene
más indecisiones respecto de la bondad divina.
En la
medida en qué están bien asentadas estas afirmaciones, la eficacia de las obras
mismas es rechazada por el hombre, porque, aunque las penas infernales sean
temibles, la confianza en la bondad divina hace que, en el hombre, sea más
vigorosa la fe acompañada de la santidad y la confianza acompañada de la
constancia, especialmente cuando el individuo empieza a afligirse en el proceso
de contrición por miedo de las mencionadas penas. Así, cuanto más teme el hombre
al infierno, más cauto es en todas las circunstancias. Todas estas penas
infernales, con su fuerza, obligan a obedecer al mandato de Dios que todo lo
abarca, y empujan al hombre por la virtud de sus propias energías a cumplir la
voluntad de Dios. Así hacen que Dios sea temido ya que, cuando el hombre tiene
realmente miedo de las penas, deja de pecar, y cuando observa en los otros los
buenos ejemplos, tiene muchos motivos para indignarse consigo mismo, pero si
logra soportar la rabia con paciencia, muestra santidad en todas sus obras.
Y
cuando avanza felizmente, sin padecer adversidad, gracias al sostén de las
obras buenas, rápidamente logra la rectitud en virtud de estos actos, de tal
manera que gozando de la prosperidad terrenal puede encomendarse con confianza,
sin titubear, a la gracia de Dios. Emplea los bienes mortales de la tierra para
no verse privado de la eternidad en el cielo. En cambio, aquellos que están
privados de la fecundidad del Espíritu Santo se ahogan en la infidelidad, se
consumen en la depravación, se hunden en el infierno, porque no ha querido
encomendarse a la gracia de Dios. De esta cuestión habla Isaías, mi siervo,
cuando dice:
Palabras
de Isaías sobre esta cuestión, y como tiene que ser comprendidas.
XXII.
“Ahora, pues, voy a haceros saber lo que haré Yo a mi viña: quitaré su seto, y
será quemada, desportillaré su cerca, y será pisoteada. Haré de ella un erial
que no se pode ni se escarde, crecerá la zarza y el espino, y a las nubes
prohibiré llover sobre ella. (Is 5,5-6).
Esto
se interpreta así: quien no confía en Dios ni comprende que ha sido creado por
Dios, antes bien lo regaña como si fuera culpable de sus pecados y como si Dios
no le hubiera enseñado los caminos de la justicia. Quien no quiere contemplar
la salida y la puesta del sol, de la luna y de las estrellas, que Dios ha
puesto en el cielo, ni el viento con sus ráfagas, ni la tierra con sus océanos
y las otras criaturas que Dios ha creado para el hombre, ni reconoce en ellas
la dignidad con que fueron creadas, ése desprecia a su Dios, que no tiene
principio ni fin, y destruye cualquier criatura, antes de conocerla y ni
siquiera se conoce a si mismo perfectamente.
A ese,
por eso Yo lo privaré de cualquier clase de defensa, a fin de que no tenga la
menor ayuda, y los extraños lo arrancarán de la vida, destruiré su fortaleza y
dejaré que sea destrozado por los demonios y los ángeles buenos lo abandonarán.
Cualquier freno de su concupiscencia será borrado y él será dado en comida a
los perros y a las fieras, porque me ha conocido menos de lo que me conocen a
los animales, puesto que ellos hacen las funciones para las que han sido
creados. Por lo tanto, será pisado como el estiércol y privado de toda
santidad. Y no será incluido en el número de los hijos de Dios ni será librado
de sus pecados por la fe, porque ha imitado al que quiso asemejarse a Dios, que
no ha tenido principio ni tendrá sin fin.
A
partir de aquí, esta clase de hombres caen en la soberbia, provocando peleas,
rabia y cólera, lo cual los va separando de la herencia celeste, y de este
modo, faltos del rocío y de la gracia del Espíritu Santo, acaban siendo tan
baldíos que son incapaces de dar frutos en forma de buenas obras. Pero lo mismo
que el hombre le pide a Dios que se calmen las horribles tempestades y que le
sea concedido todo lo que le es necesario, así tiene que pedir que sea vencida
en él la mala ciencia.
Por
qué en el viento principal del sur, a la derecha de la imagen, aparece como una
cabeza de león en el círculo del fuego brillante. Y por qué sus dos vientos
colaterales aparecen, el uno en forma de cabeza de serpiente, el otro en forma
de cabeza de cordero.
XXIII.
A derecha de la figura humana, en el círculo de fuego brillante, aparece cómo
una cabeza de león, símbolo del viento del sur, que lleva la prosperidad al
hombre de la región meridional.
Porque
como el león es fuerte y ejerce su voluntad con la fuerza, así el viento
meridional es fuerte e impetuoso en el fuego y desde el fuego, y cuando los
días se alargan es poderoso, y con esta potencia impide el choque y la rotura
de las nubes y los peligros consiguientes de una repentina emisión de las
lluvias. De ambos los lados de la boca del león se difunde algo como un soplo
extendiéndose un poco, porque el mismo viento que proviene de esta zona
meridional se expande por ambos lados. Cuando lo hace por la derecha toma la
forma de una cabeza de serpiente, y por la izquierda, de una cabeza de cordero.
A la derecha, hemos dicho que asume la naturaleza de una serpiente, porque
habla con dulzura mientras prepara trampas cruelmente, a veces como la
serpiente produce un soplo suave y a continuación te ataca y muerde con fuerza.
En la parte izquierda en cambio se transforma en cordero, es dulce y tranquilo,
porque en esta zona se muestra suave e inofensivo. La cabeza de serpiente,
situada en el espacio intermedio entre la cabeza del león y del lobo, emite a
su vez un aliento, que se difunde hasta el medio y se une al soplo emitido por
la cabeza de cangrejo, situado entre la cabeza del lobo y la del león, ya que
según la naturaleza de la serpiente, como hemos demostrado más arriba, este
viento, colateral al viento principal del sur, emerge en el centro de la mitad
del espacio interpuesto entre el sur y occidente, y llega con sus soplos hasta
el punto de medio entre sur y occidente, y no supera este límite, como tampoco
lo hacen los otros, a menos que Dios lo ordene. Y aquí recibe el soplo que
emana del viento colateral que está entre occidente y sur.
Si
dividimos la longitud del espacio entre el sur y el occidente en cuatro partes,
la primera parte es el sur, que es a la vez el inicio de la segunda. El medio
se encuentra entre el inicio de la primera parte y el final de la segunda. Y el
final de la segunda, que es el principio de la tercera, es exactamente el medio
de la largura total entre el sur y occidente. Del mismo modo, el punto final, a
partir de occidente, de la primera parte del lado opuesto, también es el
principio de la segunda parte del lado opuesto, está en el medio entre el
principio del que se considera la primera parte y el punto final del que es la
segunda. Y el término de la segunda, que está al principio de la tercera,
constituye el medio del espacio que considerado por el lado opuesto va de
occidente al sur, donde se encuentran los vientos colaterales. Así estos
vientos, tanto los principales como sus colaterales entre el oriente y el sur,
entre el sur y el occidente, entre el occidente y el norte y entre el norte y
el oriente, están conectados del mismo modo el uno con el otro y separados
igualmente el uno del otro, como hemos explicado más arriba. La cabeza de
cordero que se ve en el medio del espacio entre la cabeza del león y la del
leopardo, emite algo como un soplo, que llega hasta el mismo punto mediano y se
une al soplo emitido por la cabeza de cangrejo, situado entre la cabeza de
leopardo y la del león, ya que, como hemos mostrado antes, en estas partes, es
decir en este espacio intermedio, nace otro viento colateral situado entre el
sur y la mitad del espacio entre sur y oriente, de naturaleza afín al cordero.
También él, dirige su soplo hacia el mismo punto mediano, y allí, con su
empuje, va al encuentro al soplo emitido por el viento que imita la naturaleza
del cangrejo, el cual nace entre el oriente y el sur. Por este choque ocurren
comúnmente en aquel punto innumerable cantidad de espantos y colisiones.
Así
pues, la extensión de los soplos es proporcional al espacio de separación de
estas cabezas, como ya se ha dicho a propósito de las otras cabezas de animales
y sus soplos. Los principios de cada uno de los vientos están separados según
la extensión de cada uno de ellos, y alcanzan los lugares en que los otros
vientos surgen, y en estos puntos los soplos de los unos y de los otros se
encuentran.
Por
qué estas cabezas, al igual que aquellas de que se ha hablado antes, soplan
hacia el interior de la rueda y hacia la figura humana.
XXIV.
Vemos, pues, cómo los vientos soplan sobre la rueda y sobre la figura humana.
En efecto, los vientos mencionados, los vientos principales, a quienes otros
vientos están sometidos, son los que mantienen la fuerza del universo entero y
del hombre, que tiene en si, invisibles, la totalidad de las criaturas, para
protegerlos de la destrucción. Con respecto a los vientos colaterales, no dejan
nunca de soplar, aunque suavemente. La fuerza extraordinariamente poderosa de
los vientos principales nunca se manifiesta, salvo cuando el juicio de Dios la
reclame al llegar el fin del mundo para cumplir el último castigo. En efecto,
el viento del sur y el viento del norte transmiten las decisiones divinas a sus
vientos colaterales según impone la voluntad de Dios. El viento del sur trae la
canícula y provoca grandes inundaciones. El viento del norte trae el relámpago
y el trueno, el granizo y el frío. En cuanto a los vientos del oeste y del
este, vientos principales también, llaman a los vientos colaterales a ejecutar
los juicios de Dios sin violencia y con cierta lentitud. Sin embargo, cuando
los causan por voluntad de Dios, en verano por el frío o la sequedad, en
invierno por calor, por la lluvia u otros fenómenos, los males que generan son
desfavorables, nocivos para la tierra y los hombres. Además, los vientos no
solamente someten con su fuerza a la tierra entera. También tienen una función
que transmiten a los hombres, pueden hacer saber y entender al hombre los actos
que preparan. Cuando estos vientos soplan su aliento sobre la tierra, también
penetran debajo de ella, y cuando entran en lugares determinados, como cavernas
subterráneas, hacen temblar a la tierra en el momento en que no encuentran
salida. Cuando encuentran un escape, algunos hombres pueden verlos escapar y
piensan que tienen allí su origen, pero su origen no está en aquel punto, sino
en los elementos superiores, como hemos explicado. Lo que hacen es
desperdigarse tanto por debajo como por encima de la tierra.
El
hombre tiene que investigar con atención de qué manera todas estas cosas
afectan a la salvación de su alma, y a la realización de los juicios de Dios,
que no deja nada fuera de su examen.
XXV.
El hombre tiene que entender de qué manera afectan todas estas cosas a la
salvación de su alma, ya que el hecho de que en el círculo de fuego brillante,
que significa la potencia divina, se vea algo como una cabeza de león, indica
que el juicio de Dios es terrible, y además indica que Dios, juzgando todas las
cosas con justicia y equidad, no deja nada fuera de su examen. Este juicio, que
se extiende por todas partes revestido de virtud, tiene la capacidad de llevar
a la justicia.
Para
el hombre que conoce la prosperidad, este juicio se presenta con cabeza de
serpiente, que significa la prudencia. Si el hombre sufre en la adversidad se
asemeja a la cabeza de cordero, es decir toma la forma de la paciencia. Pero es
necesario que el hombre en la prosperidad tenga un prudente temor del juicio de
Dios, para huir de las tramposas astucias del mal y para no abandonar,
sintiéndose seguro sin serlo, la senda de la verdad. Y en la adversidad es
necesario que sea paciente con el juicio divino, sabiendo que Dios tolera en
muchos casos, apartando la mirada, que las obras de los hombres procedan de
forma tortuosa. La cabeza de serpiente, es decir la prudencia, que se
manifiesta en la plenitud de la perfección situada entre el juicio de Dios y
las penas infernales, saca de sí misma algo como un soplo, es decir la
providencia. Porque mientras el hombre, aterrorizado por el juicio de Dios, y
las penas del infierno, para no sufrirlas merecidamente, se afana en cumplir
obras buenas, la providencia, dilatándose de este modo hacia la perfección de la
rectitud, se une a la constancia que tiene origen en la cabeza de cangrejo, es
decir en la fuerza de la confianza situada entre las penas infernales y el
juicio de Dios, ya que el fiel se esfuerza en ser constante y en procurarse
todo bien útil para la vida eterna. La cabeza de cordero, que designa la
paciencia apareciendo en la plenitud de la perfección, está situada entre el
juicio de Dios y el temor del Dios, y produce algo como un soplo: la
mansedumbre. Y también ella, llegando hasta la justa perfección, se asocia con
la constancia, que deriva de la verdadera confianza colocada entre el temor del
Dios y el juicio de Dios, porque el hombre bienaventurado, cuando es paciente
frente las injurias y se muestra manso en estas circunstancias, tiene que abrazar
la constancia para consumar su buen fin.
Ningún
fiel tiene que descuidar ninguna clase de virtudes, distintas unas de otras,
porque el efecto de la virtud es conducir al hombre a la justicia y a la
rectitud de las cosas celestes.
XXVI.
Cada clase de virtudes presenta por sí y en su propio interior sus
distinciones, porque una virtud muestra ciertos poderes, y otra otros, y así
también son distintas sus operaciones en los hombres, y esto hay que entenderlo
referido a todas las virtudes. Las obras buenas siguen a una voluntad buena.
Igualmente, algunas virtudes se inclinan a la ciencia de Dios, y puesto que
existen en la ciencia de Dios, conducen al hombre a todas las formas de la
justicia al mismo tiempo que le hacen encaminarse con rectitud hacia las cosas celestes.
Sin duda, todas las virtudes se apresuran a conseguir la salvación del hombre,
aunque no todas aparezcan con igual medida en un solo hombre. En efecto, el
juicio de Dios aterroriza al hombre y lo somete a examen, y no hay obra de
hombre que no sea sometida a esta criba, porque el justo juicio de Dios juzga
justamente todas las cosas. Pero la prudencia infunde en el hombre sus fuerzas
junto con la providencia para que abrace la castidad, abandonando prudentemente
el desenfreno de su tiempo. La paciencia en cambio, lo toca con la mansedumbre
para que soporte pacientemente las tentaciones de la carne, porque en ambos
sexos, tanto en el hombre como en la mujer, el ardor de la concupiscencia
carnal tiene que ser apaciguado recurriendo a estas virtudes, sin aburrimiento
ni negligencia. Por esta razón nadie tiene que descuidar estas virtudes, para
que no lo abandonen haciéndolo desecarse en la aridez o ahogándole en deseos
carnales. Mas vale que los creyentes imiten con ellas el ejemplo de las buenas
obras, para que se conserven en la santidad.
Si el
hombre, en cambio, descuida a Dios, incurre muy a menudo en el castigo de su
cuerpo por el justo juicio de la divinidad, tal y como hemos dicho. Así, el
azote de Dios lo somete a su poder tanto por parte de los elementos y por las
criaturas superiores como por parte de las inferiores, con calor y con frío,
con sequía y con humedad y con muchas otras aflicciones, porque al no observar
la constancia en las virtudes no quiso comprender qué debía hacer. Cuando las virtudes
empujan al hombre hacia lo espiritual, ellos también se hacen prudentes en los
asuntos carnales, incluso las virtudes, sin aparecerles abiertamente en ellos,
los obligan de muchos modos, en silencio, al temor de Dios. Pero cuando se
manifiestan en ellos de tal modo que las cultivan abiertamente gracias a la
acción de la caridad, entonces se verá que ellos han probado el temor de Dios,
en primer lugar en las cosas temporales, y que luego se han sustraído a los
impulsos de la carne, más por deseo del cielo que por temor de las penas
infernales. Se han robustecido por la fuerza de las virtudes santas, como
testimonia David, cuando de acuerdo con mi voluntad afirma:
Cita
del Salmo CXVII en relación a esta cuestión, y como debe ser interpretada.
XXVII.
“La diestra del Dios hizo proezas, la diestra el Dios me ha exaltado. No
moriré, sino viviré, y contaré las obras del Señor”. (Sal 117,16-17) Esto se
interpreta así: El hombre en primer lugar por temor de Dios y de las penas
infernales comienza por inclinarse a la izquierda, luego, por el amor del Dios,
sube hacia la derecha, es decir hacia los deseos de los bienes celestes. Y en
cuanto comienza a hacerlo, se reviste de una armadura firme, porque ha separado
la ciencia del bien de la del mal.
Por
tanto el ojo se puede comparar a esta doble ciencia, que tiene un círculo
acuoso situado dentro de la parte blanca, como un vaso que contendría un
espejo. La ciencia del mal, que se extiende por el lado izquierdo, se parece al
vaso de la ciencia del bien, que procede del lado derecho. En efecto, el ojo
derecho, el de la ciencia del bien, mira por todas partes para darse cuenta de
la inutilidad de la concupiscencia carnal que es incapaz de captar la luz de la
verdad y que cuando se alegra en los placeres impuros, acaba al fin ahogada por
la tristeza, como sumergida por el agua. Así la derecha del Dios, su energía,
engendra la virtud que permite a los hombres conocer a Dios por la fe y los
empuja a la ejecución de sus obras en su temor.
Por la
penitencia, la derecha me exalta cuando me hundo en mis pecados. Más tarde,
tras esta penitencia, esta derecha divina engendra la virtud que me enciende en
el amor a Dios con un deseo tan grande que nunca podré saciar. Por esta razón
no moriré en el pecado, porque estoy arrepentido de ellos, y un día resurgiré.
Por la verdadera y pura penitencia que ofrezco a Dios, viviré por siempre jamás
y así, arrancado de la muerte, contaré las maravillas del Señor, en el temor y
en el amor de él, porque no se me ha entregado a la muerte sino que me ha
arrancado de la perdición infernal.
Por
qué el viento principal del Norte, a la izquierda de la imagen de hombre,
aparece como una cabeza de oso en el círculo del fuego negro. Por qué sus dos
vientos colaterales aparecen el uno en forma de cabeza de cordero, el otro en
forma de cabeza de serpiente
XXVIII.
A izquierda de la figura humana, en el círculo de fuego negro, aparece como una
cabeza de oso que avanza cada vez más desde la zona septentrional. Para el
hombre, el norte es muy a menudo fuente de dificultad su naturaleza lo hace
feroz, así este viento prepara de vez en cuando, como si gruñera, agitaciones y
estrépitos, peligros y tempestades. Pero la cabeza de oso exhala un soplo de su
boca que se alarga a derecha e izquierda de la garganta. A la derecha toma la
forma de cabeza de cordero, a la izquierda, asume la forma de una cabeza de
serpiente. Quiere indicar que este viento que viene de la región septentrional,
como se ha dicho, y que se extiende por una parte y por la otra, hacia la
derecha, tiene la mansedumbre de la naturaleza del cordero, que es dulce y no
peligroso, porque en aquellas zonas el viento mencionado se muestra dulce.
Hacia la izquierda imita en cambio a la serpiente, que primero se desliza
suavemente y después se precipita sobre la presa. Cuando no logra predominar en
esta forma, empieza, temeroso, a suplicar al hombre, ya que inicialmente el
viento de esta parte avanza con andadura engañosa, sin ruido, pero al final se
muestra fraudulento y peligroso. Sin embargo, cuando ya los hombres se sienten
perdidos, vuelve a la dulzura de antes.
De la
boca de este cordero algo como otro soplo se extiende hasta el medio del
espacio entre la cabeza del oso y del leopardo. Porque a semejanza del viento
del cordero, este viento, colateral del viento principal que procede del Norte,
emite soplando sus fuerzas hasta la mitad del espacio entre norte y oriente. En
estas zonas se muestra suave como un cordero, aunque más allá arrecia como en
el ímpetu de la cólera. Mientras, otro soplo surge de la boca de la cabeza de
serpiente, y llega hasta la mitad del espacio entre la cabeza del oso y la del
lobo. Como tiene la naturaleza de la serpiente, así este viento, colateral del
viento septentrional, llega hasta el punto medio del espacio entre el viento principal
del norte y el viento principal del occidente, y tan pronto manifiesta su
fuerza de manera suave, como casi a traición y violentamente.
Aquella
cosa parecida a un soplo, que sale de la parte derecha de la boca del oso para
llegar a la cabeza de cordero, la otra cosa como un soplo que procede de la
parte izquierda de la misma boca hasta la cabeza de serpiente, así como el
soplo que llega hasta la indicada mitad del espacio entre la cabeza del oso y
del leopardo, y el soplo que se alarga hasta mitad del espacio entre la cabeza
del oso y la del lobo, el de la boca de la cabeza de serpiente, y el de la boca
de la cabeza de cordero, son todos iguales y de la misma longitud, ya que el
viento septentrional, principal, se alarga de una parte y de la otra con una
misma extensión hasta los vientos colaterales a él subordinados. Y estos
vientos colaterales, que se orientan a oriente y a occidente, alcanzan su punto
final cubriendo un recorrido de la misma longitud que el delimitado al viento
principal, que es, como hemos dicho, su punto de comienzo.
Por
qué también estas cabezas, como las otras de que se ha hablado, soplan hacia el
interior de la rueda y hacia la imagen de hombre.
XXIX.
Y todas estas cabezas también soplan hacia el interior de la rueda y hacia la figura
del hombre, porque todos estos vientos mantienen unido el globo terráqueo con
la fuerza de sus ráfagas y empujan al hombre, en él colocado, a ocuparse de lo
que le hace falta, para no perecer en la debilidad.
Pues,
cuando cada uno de estos vientos emite su soplo con todas las cualidades
descritas, sea por naturaleza, sea por disposición de Dios, penetra sin
obstáculo en el cuerpo del hombre, y el alma que lo recibe lo conduce
naturalmente al interior, hasta todos los elementos del cuerpo que tengan afinidad
con la naturaleza de aquel viento. Así, a causa del soplo de los vientos, el
hombre recibe consuelo o es privado de él. Y cuando el hombre goza de
prosperidad material, el sufrimiento del cuerpo, que es la venganza de Dios,
sale como un oso del fuego del juicio, lo agarra y no lo deja avanzar en el
camino de sus placeres. Y exhalando contra él algo como un soplo, es decir la
miseria que de él procede, lo alcanza tanto en la prosperidad como en la
adversidad, y no le permite obrar siguiendo sus deseos, antes le hace desear y
tener humildad y pobreza de espíritu. De este modo el hombre empieza a
comportarse justamente, abraza la paciencia, virtud simbolizada por la cabeza
del cordero, evita el mal e imita la prudencia, representada por la cabeza de la
serpiente. Muchas veces el hombre llega a las riquezas espirituales pasando
primero por las tribulaciones del cuerpo, y gracias a los tesoros del espíritu
conquista el reino de los cielos. Otro soplo, es decir la mansedumbre, sale de
la boca de la cabeza de cordero que representa, como ya hemos dicho, la
paciencia. Llega a la perfección, que está situada entre las penitencias del
cuerpo y el temor de Dios, y otro soplo, es decir la providencia, sale de la
boca de la cabeza de la serpiente que representa la prudencia, y llega hasta
hacia la perfección, que está entre las penitencias del cuerpo y las penas
infernales. Ambos exhortan al hombre, castigado a causa de la venganza de Dios,
a despreciar las cosas terrenales y a dirigir su deseo a las cosas celestes,
como hemos señalado más arriba.
Tanto
el principio como el final de los misterios mencionados, sus acciones y sus
sentidos, tienen un único objetivo, que es educar al hombre en una sola manera
de obrar, aunque parezca que haya varias maneras. Todo lo que la ciencia de
Dios indica como conveniente para la salvación del alma le conduce a la
salvación, y con sus fuerzas empujan al hombre a unirse fielmente al Creador en
cuerpo y alma. Por eso, el hombre por su parte tiene que fortalecerse en el
camino hacia la santidad, huyendo de los deseos carnales y renegando los
excesos de los vicios malolientes. Servirá así sabiamente a Dios, que quiere la
continencia y la castidad. Es necesario que el hombre no sea demasiado mezquino
ni demasiado estéril en la práctica de las virtudes ya que quién se niegue a
someter y castigar la propia carne, encaminará el alma hacia la perdición. En
cambio, quien estime las virtudes dominando su cuerpo y las conserve con amor,
llevará su alma a la vida eterna, ya que de parte de Dios se reparten
correcciones y castigos, como dice David, por Mí inspirado, cuando afirma:
Palabras
de David del Salmo CXVII aplicables a estas cuestiones y su explicación.
XXX.
“Los castigos del Señor han sido severos, pero no me ha entregado a la muerte”
(Sal 117, 18) Esto se interpreta así: El hombre es a menudo inconstante e
indisciplinado y no es temeroso, excepto cuando todas sus venas están
recorridas por el sufrimiento. De aquí se comprende cómo el diablo engañó al
primer hombre cuando lo hinchó de gran vanidad y deseó ser lo que no podía ser.
Como consecuencia, el hombre conoció la tristeza y el dolor. En efecto, a causa
del sufrimiento el hombre adquirió el temor, por la vanidad, el olvido y por la
desobediencia a la ley, la necia confianza. Pero el temor del Dios prevalece,
ya que gracias al temor el hombre tiembla frente a Dios y conoce perfectamente
la inutilidad de todas las demás cosas. Primero sobreviene en el hombre el
temor a Dios, luego sigue el abrazo a la caridad, y por fin llega el momento en
que el hombre ama a Dios y piensa como reconciliarse con él para que Dios no se
acuerde de su iniquidad. Pero cuando el hombre busca a Dios en el amor, Dios no
deja de castigarlo con continuos sufrimientos, para hacerle decir con
confianza: “Al castigarme con sus flagelos, el que es Señor de todas las cosas,
ha castigado a un pecador, pero sin embargo, a causa de aquel mismo castigo con
que me flagela no me ha entregado a las penas mortales del infierno, porque con
amor he ido en su búsqueda y le he confesado mis pecados, y en este mismo
castigo soy paciente y prudente, cuando reconozco que sus juicios sobre mis
culpas son justos. Y me apresuro, entonces, a volar a su lado con dos alas, la
de la ciencia del bien y la del mal, con el ala derecha ayudaré a la izquierda
hasta avanzar en la senda recta y uniforme”
Acerca
de los siete astros que se ven en varios círculos de la rueda de la figura
humana, separados por distancias determinadas.
XXXI.
Sobre la cabeza de la imagen de hombre están representados los siete astros en
este orden, partiendo desde arriba: tres en el círculo de fuego brillante, uno
en el círculo de fuego negro debajo de éste, y tres en el círculo de éter puro,
debajo de este último. Todos estos astros salen de oriente y se pasan uno a
otro según la altura de la misma órbita. Y cuando han completado su curso se
dirigen de nuevo a oriente para retomarlo desde el principio.
Tres
tienen su órbita en el círculo del fuego brillante, uno en el círculo del fuego
negro inferior, y otros tres debajo de ellos, en el círculo del éter puro. Los
tres que tienen su órbita en el mismo fuego están alimentados por él en la
misma llama y el fuego es confortado en su ardor por sus fuerzas, del mismo
modo que el fuego incendia la leña y se vuelve más potente en su ardor gracias
a la leña. Y son solo tres, porque si estuvieran en número superior harían
arder excesivamente aquel fuego y lo consumirían al realizar sus órbitas,
mientras que si fueran menos de tres, el mismo fuego, privado del alimento
conveniente a su ardor, se adormecería. El primer astro ilumina con su
resplandor el resplandor del sol, el segundo asiste con su ardor al ardor del
sol, el tercero retiene con su órbita la órbita del sol en el recorrido
correcto. El sol está circundado, dirigido y retenido por estos astros, para
que pueda distribuir al firmamento y a todo el mundo un clima adecuado gracias
a su calor y a su luz.
Los
tres astros que están en el círculo del éter puro, que obtiene su pureza del
fuego superior y del agua inferior, están controlados por el éter para que
mantengan la pureza de su resplandor, pero su propia pureza también purifica el
éter. No están en número superior ni inferior a tres, porque son garantía del
mantenimiento de la pureza del éter sin excesos ni carencias. Lo ayudan a
conseguir una justa medida, sin recargarla al aumentar, ni arruinarla al
disminuir. El primer astro, colocado en el éter puro sobre la luna, favorece la
fase creciente y la protege siempre que no se aleje demasiado. El segundo
astro, vecino del primero, conserva la luna en la fase menguante para que no se
desvanezca completamente. Estos astros es como si tuvieran la función de
preceder, seguir y empujar la luna, en modos diferentes pero convenientes para
asegurar el equilibrio de todo el mundo.
Como
estos astros han sido dispuestos en el firmamento por Dios Creador y sobre sus
diferentes funciones.
XXXII.
En dirección del mediodía, junto a la imagen del hombre, y debajo de sus pies,
aparece el sol, representado claramente en su círculo y con su disposición y
orden claros y diferenciados. Corre hacia el sur y hacia occidente, pero no,
sin embargo, de modo que se pare bajo de los pies del hombre, sino de tal
manera que cuando, después de la vuelta al firmamento, alcanza el occidente,
lugar del ocaso, evita la región septentrional y reaparece en el firmamento por
el oriente.
Y del
medio del primer y más elevado astro, situado sobre la cabeza de la imagen del
hombre, salen como rayos, de los cuales uno desciende hasta el signo del sol.
Significa que de la fuerza de este astro principal, el primero que se muestra
por el oriente porque de allí procede la luz del día, provienen los rayos de su
energía. Un rayo se dirige hacia el sol al que proporciona su ayuda, templa su
curso, para que no libere excesivamente sus fuegos. Otro rayo irradia sobre la
pinza derecha de la cabeza de cangrejo que procede de la cabeza de leopardo,
porque el mismo astro, surgiendo de la parte donde se opone al viento, manda un
rayo que aumenta la fuerza de emisión de aquel viento, que sopla adelante y
atrás, a partir del viento principal de oriente del que es colateral. Y así lo
retiene establemente para que no supere los confines asignados por Dios. Otro
rayo, que proviene de esta parte del mismo astro, llega hasta el cuerno derecho
de la cabeza de ciervo, la que sale de la cabeza de leopardo. Este rayo,
resiste el empuje del viento que nace aquí del viento principal, moderando sus
impulsos, para que emita sus soplos en medida correcta y conveniente a la
necesidad, igual que un hombre retiene los brazos del enemigo, para que lo mate
ni mate a otros. Así las criaturas se mantienen en sus confines recíprocamente
y se apoyan una a la otra.
Del
centro del signo del segundo astro también cae algo como un rayo hacia el signo
del sol. Este astro muestra su fuerza dando al sol con su rayo, y lo endulza
con su caricia. Otro rayo va en dirección a la cabeza de cordero que proviene
del signo de la cabeza de león. Significa que el rayo que proviene de la parte
mas clara y fuerte se extiende hasta el principio del viento colateral, a la
cabeza de cordero, que significa la mansedumbre, y procede del viento principal
de la zona meridional, reteniéndolo para que no transforme su dulzura en
ferocidad, antes bien, persevere en la dulzura sin ponerse importuno. Otro rayo
se prolonga hacia la línea de que se ha hablado, que se alarga en el firmamento
desde el principio de la parte oriental de la rueda hasta el final de la parte
occidental de ella, pasando por la región septentrional, y sobre él está la
cabeza de cordero que sale del signo de la cabeza de oso. Significa que el
rayo, proveniente del vigor y esplendor de otro rayo, se extiende hasta el
punto en que llega el otro viento colateral que sale del viento principal del
Norte. El viento pequeño resiste al grande con todas sus fuerzas, templándolo
para que sople de manera uniforme.
También
el signo del tercer astro se encuentra en medio de este viento. Alarga de su
centro algo como un rayo hacia el signo del sol, porque este astro, como los
otros más elevados, asisten al sol con el vigor de su fuerza y el resplandor
del propio ardor y lo sirven templándolo, como el sirviente presta servicio a
su señor cuando está listo y disponible para cumplir la voluntad de aquel.
Dirige otro rayo hacia la cabeza de serpiente que procede del signo de la
cabeza de león. Muestra como, por su propia capacidad, el rayo se extiende
hasta el principio del viento colateral, que exhibe ahora astucia y ahora
prudencia, y que deriva del viento principal meridional. Este rayo retiene y
comprime sus soplos para que en sus movimientos no avance más allá de la
medida. Otro rayo se extiende todavía hasta la mencionada línea, hacia la
cabeza de la serpiente, rayo que sale del signo de la cabeza de oso, y se va
alargando. Significa que también de la parte más activa de su ardor, aquel en
que tiene mayor energía, el resplandor se extiende hasta el punto de comienzo
del viento colateral que se mueve a menudo con astucia y dureza. Este viento
colateral procede del viento principal de la región septentrional. Resiste la
fuerza del viento principal, evitando que produzca a los hombres peligro y
daños más grandes que los permitidos por el juicio que sigue al examen divino,
análogamente a lo que se ha explicado anteriormente en los otros casos.
Los
astros descritos son auxiliares del sol. Sin ellos el sol no podría existir. Le
aportan calor, tal como la vista, el oído y el olfato proveen calor y fuerzas
al cerebro.
Como
ves, también el signo del sol emite algo como rayos, con uno alcanza la cabeza
del signo del leopardo, con otro el signo de la cabeza de león, con otro el
signo de la cabeza del lobo pero no al signo de la cabeza de oso, ya que el
sol, siendo el más grande de los astros, con su fuego calienta y dota de
energía a todo el firmamento, y su resplandor ilumina el orbe terráqueo. Con su
fuerza y sus energías opone resistencia al viento principal oriental, al
meridional y al occidental, para que no superen los límites que les ha puestos
Dios. No alcanza en cambio el viento septentrional, porque este viento se
muestra enemigo del sol y desprecia el resplandor de la luz. Por esta razón
también el sol lo desprecia y no le envía ningún rayo, y se contenta con
atrancarle su camino, para rechazar su furor. El sol nunca penetra en estas
zonas en las cuales el diablo da pruebas de su iniquidad y de su oposición al
Dios. Pero, lo mismo que los sentidos y la inteligencia del hombre protegen el
cuerpo entero, también el sol emite un segundo rayo por encima del signo de la
luna, y, por su calor, es él quien incendia la luna. También emite un rayo por
encima del cerebro del hombre, y este rayo, lo fija, y luego lo despliega hasta
ambos talones de la figura humana: porque es el sol el que confiere energía y
equilibrio al cuerpo humano de arriba abajo, sustentando sobre todo el cerebro
para que este último, por el poder de la inteligencia, mantenga la totalidad de
las fuerzas del hombre. Así la parte superior del hombre, donde se encuentran
los sentidos, penetra todos los órganos interiores, lo mismo que el sol ilumina
la tierra entera.
Pero
cuando a veces los elementos emanan tempestades bajo el sol, el fuego del sol
se oscurece como en un eclipse. Eclipse que significa los errores y es visible
cuando los corazones y las mentes de los hombres caen en error, de forma que no
caminan sobre la línea recta de la ley, sino que combatan en numerosas batallas
los unos contra los otros. El rayo de sol de que se habla, llega a los talones
del hombre, ya que, como el cerebro gobierna todo el cuerpo, y el talón
sustenta todo el cuerpo del hombre, así el sol templa con su energía todos los
elementos del hombre, como vivifica todas las otras criaturas. Y del centro del
quinto astro, el más próximo al sol, sale algo como un rayo hacia arriba, hacia
el sol, ya que con la fuerza de su ministerio, este astro, que está sometido al
sol, se afana en endulzarlo a fin de que el sol no queme demasiado. El mismo
rayo se extiende hasta la cabeza de cangrejo que sale del signo de la cabeza de
lobo. Significa que el rayo, gracias a la fuerza poderosa de aquel astro, se
alarga hasta el punto de comienzo del viento colateral al viento principal de
la región occidental de que deriva, y pone un freno a su inestabilidad, como ya
se ha dicho anteriormente a propósito de los otros. El astro en cuestión se dirige
al cuerno izquierdo del signo de la luna, mostrando que, mediante su energía,
también manda un rayo a la parte más débil de la luna, sea creciente o sea
menguante. En fase creciente la ayuda, para que reciba su luz más rápidamente y
con más fuerza. En la fase menguante la ayuda para que decrezca suavemente y
sin peligro.
Del
medio del signo del sexto astro, el más próximo a la luna, parte un rayo en
dirección al signo del sol, porque, por su vigor, él, que es vecino de la luna,
frena el ardor del sol con la dulzura de su misión, para que el sol no se
inflame en exceso. Otro rayo se dirige hacia el cuerno derecho del signo de la
luna, porque su fuerza manda un rayo a la parte más fuerte de la luna,
frenándola para conseguir que evite la zona septentrional, y así pueda
acercarse ordenadamente al sol en fase menguante, y alejarse de él en la forma
debida después de haber sido encendida por su luz. Otro rayo se alarga hasta la
cabeza de ciervo que procede del signo de la cabeza de lobo. Se alarga desde el
poderoso resplandor de su claridad, hasta el punto del inicio del viento
colateral que emana del viento principal occidental. Este rayo refrena la
repentina velocidad del viento para que no supere la meta que el orden divino
le ha impuesto, sino que proceda con la exacta medida.
Desde
el signo de la luna, algo como un rayo irradia sobre ambas cejas y sobre ambos
talones de la imagen humana. Significa que la luna regula con su natural virtud
el cuerpo del hombre tal como las cejas protegen el ojo para que pueda ver, y
como los talones sustentan el peso del hombre. Del mismo modo, las fuerzas de
la luna regulan por disposición divina los miembros del cuerpo del hombre, de
arriba abajo. Pero la luna no alcanza la misma perfección lograda por la fuerza
del sol, porque en el ejercicio de su función el sol toca el cuerpo del hombre
con mayor perfección y la luna con mayor moderación. La luna cumple su
recorrido tanto en el calor como en el frío, porque es caliente en fase
creciente, fría en fase menguante. En cambio el sol está en pleno ardor desde
el oriente hasta el mediodía y sucesivamente atrae hacia sí el frío hasta
occidente. Antes de menguar, la luna también recibe la luz del sol, porque el
sol enciende el círculo apagado de la luna con una chispa, como si esta chispa
se hubiera escapado de la respiración del sol y hubiera subido bien alto.
Después de haber sido encendida, la luna baja despacio a su lugar. Y tal como
el sol enciende e ilumina el círculo de la luna, también asegura firmeza a
todos los elementos, tanto los que están arriba en el firmamento como los que
están debajo. La luna tiene una función auxiliar del sol en dar luz a las cosas
de debajo, del mismo modo en que el sol ilumina a los superiores y los
inferiores. La luna es mucho más fría que el sol en razón de la humedad acuosa,
por la nube que tiene debajo de ella y por el aire que está sobre la tierra. El
sol consumiría con su fuego todo completamente, si la luna no le opusiera
resistencia, ya que la luna templa el ardor del sol con su humor frío.
De
este modo el sol y la luna están, por disposición divina, al servicio del
hombre, a quien aportan salud o debilidad según la temperatura del aire y del
viento. El signo del sol envía sus rayos al hombre desde el cerebro hasta los
talones, el signo de la luna envía sus rayos al hombre partiendo de las ceja
hasta el talón de la imagen del hombre, como ya se ha dicho. Efectivamente,
cuando la luna está en fase creciente, aumentan en el hombre el volumen del
cerebro y la sangre, cuando la luna está en fase menguante, el cerebro y sangre
en el hombre disminuyen de volumen. Si en aquel momento el cerebro del hombre
se mantuviera siempre en idéntico estado, el hombre se volvería loco y sería
más salvaje que una fiera. Y si la sangre se mantuviera en el hombre en la
misma medida, sin sufrir incrementos y disminuciones, pronto el hombre
estallaría y no podría vivir. Cuando la luna está llena, también el cerebro del
hombre está colmado, y entonces el hombre es sensato, pero cuando está vacía,
también el cerebro del hombre se vacía, y entonces también el hombre está en
alguna medida privado de sentido. Cuando en cambio, la luna está seca y
ardiente, el cerebro de algunos hombres es ardiente y seco, por esto enferman
del cerebro y son menos sensatos, y entonces no tienen la plena disponibilidad
de los sentidos para obrar. Pero cuando la luna está húmeda, también el cerebro
de los hombres se pone húmedo más allá de la medida, y así tienen dolores en el
cerebro y pierden los sentidos. Cuando en cambio la luna está atemperada, el
hombre goza de buena salud en la cabeza y en el cerebro, y tienen los sentidos
llenos de vigor, porque los humores interiores del hombre están quietos cuando
los elementos externos están en equilibrio, mientras que cuando éstos están
turbados e inquietos, los humores del hombre a menudo están agitados, ya que el
hombre no puede vivir sin la acción equilibrante de los elementos a su
servicio.
Pero,
como ya hemos dicho, el signo del sol aparece ordenado del mismo modo con que
ha sido representado por encima de la cabeza de la imagen humana, con sus rayos
vueltos a los lugares indicados. Está colocado sobre el lado derecho de la
imagen, completando su círculo, e igualmente bajo sus pies. Esto es así porque
el sol, cuando está en la región oriental, permanece inalterado y en la misma
órbita, desde la cual manda el resplandor de sus rayos hacia los lugares que
han sido indicados, así también resplandece en la región meridional y
occidental y se queda en el mismo círculo y resplandece sobre las mismas regiones,
empujadas por la fuerza del movimiento circular del firmamento, desde oriente,
por el mediodía, y en dirección oblicua, hacia occidente, porque en su viaje se
esfuerza por recorrer una órbita contraria a la dirección del firmamento. En
efecto, los astros se mueven circularmente de occidente hacia oriente en
sentido contrario al firmamento, con el objeto de contrastar con el fuego
propio el fuego del sol y para ayudarlo a tenerlo encendido. Porque, si
ejecutaran su evolución junto al sol de oriente a occidente, el fuego del sol,
que es rápido en ir hacia adelante, se debilitaría por falta de renovación al
volver atrás. Por esta razón los astros van despacio contra el sol, de modo
que, mientras el sol se mueve hacia adelante, al acercarse sitúan su fuego de
entumecimiento sobre su espalda. Pero los astros evitan la región
septentrional, porque aquí, en el reino del norte, está el lugar de las
tinieblas, ya que no hay acuerdo entre la luz y las tinieblas. De este modo,
pues, los mencionados astros han sido dispuestos en el firmamento por el
Creador del mundo.
Y tú
entonces, hombre que ves estas cosas, comprende que también conciernen a las
realidades interiores del alma.
Qué
significa el hecho de que tres de estos astros se vean en el círculo del fuego
brillante, uno en el espacio del fuego negro y tres en el círculo de éter puro.
XXXIII.
Sobre la cabeza de la imagen humana, aparecen representados los siete astros en
este orden partiendo de lo alto: tres en el círculo de fuego brillante, uno
sometido al círculo de fuego negro, y tres en el círculo de éter puro debajo de
este último. Significa que los siete regalos del Espíritu Santo están por
encima de cualquier intelecto del hombre en el curso de las tres edades del
mundo, es decir, antes de la ley, en la ley y en el tiempo del Evangelio.
El sol
puesto en el círculo del fuego negro designa a Dios omnipotente, que luchó a
solas contra sus enemigos con justo juicio y los ha superado con su gran
potencia. Los tres astros situados en el círculo del éter puro, que está abajo,
enseñan que las tres personas de la divinidad deben ser adoradas verdaderamente
por el hombre, dentro de la bondad y la estimación causadas por el sometimiento
a la penitencia pura. Así el hombre se somete completamente a Dios, igual que
el sol se ve al lado de la figura sobre su lado derecho y debajo de sus pies,
representado claramente en su círculo en su misma disposición y orden. Esto se
explica porque los dones divinos, cuando se hacen patentes, también muestran su
significado, como hemos explicado anteriormente, tanto en el juicio de Dios
como en la salvación de las almas y en el ejemplo de las buenas obras. Porque
el juicio de Dios y la salvación de las almas y los ejemplos de los justos
exhortan al temor de Dios y a su pura adoración.
Hacia
dónde dirigen los rayos los tres primeros astros, que en esta visión se ven
proceder de ellos, y cuál es el sentido de los astros y de sus rayos.
XXXIV.
Del centro del signo del primer y más elevado astro, representado sobre la
cabeza de la imagen humana, salen como rayos, de los cuales uno desciende hacia
el signo del sol. Significa que las virtudes que proceden del deseable y
sublime regalo del Espíritu, el don de la sabiduría, superan toda la altura del
intelecto humano, y descienden hacia el sol, es decir hacia el espíritu de
fortaleza. Un soplo divino se asocia con ella, para que la fortaleza de la
santidad aumente en el hombre de fe según la sabiduría. Así no presumirá, como
un tonto, de hacer lo que no pueda cumplir.
Un
rayo ilumina la pinza derecha de la cabeza de cangrejo que procede de la cabeza
de leopardo. Muestra que el soplo del Espíritu de la sabiduría, al obrar por la
salvación de las almas, se difunde a la justa andadura de confianza que
desarrolla el temor del Dios, y fortifica la confianza. El hombre aprende a
confiar en Dios temiéndolo y evita despreciar su misericordia por ligereza.
Otro rayo se extiende hacia el cuerno derecho de la cabeza de ciervo, que
también proviene de la cabeza de leopardo, porque, mostrándose a través del castigo,
el soplo de la rectitud se expande hasta llegar a la fuerza de la fe, que
también nace del temor a Dios. La rectitud lleva por el buen camino al hombre,
para que se aleje de las artes diabólicas. Cuando lo castiga, es porque el
hombre ha querido ignorar la verdad.
Del
centro del signo del segundo astro se inclina un rayo encima del sol. Significa
que desde la abundante plenitud del espíritu del intelecto llega la efusión de
inteligencia al espíritu de fortaleza. Manifiesta de este modo, para que
cualquier creyente lo entienda claramente, que el hombre debe servir con
fortaleza de alma a su Creador y rechazar por completo el diablo.
Proveniente
de la señal de la cabeza de león sale otro rayo en dirección a la cabeza de
cordero. Significa que, para que el hombre se acerque como es debido a su
Creador, el soplo del espíritu del intelecto se alarga hasta la paciencia, que
procede del juicio de Dios, y enseña que, cuando el hombre imita la paciencia,
tiene que soportar con igual ánimo prosperidad y tribulaciones.
Otro
rayo se dirige a la línea de que se ha hablado, que se extiende en el
firmamento desde el principio de la parte oriental de la rueda hasta al final
de su parte occidental, tocando también la región septentrional de la rueda, y
sobre la que se puso la cabeza de cordero que sale de la señal de la cabeza de
oso. En efecto, para que todo hombre de fe pueda evitar todo lo que sea nocivo
a su alma, el soplo procedente del espíritu del intelecto se extiende desde la
rectitud de la justicia establecida desde el principio de las buenas acciones
que están en la virtud de Dios, hasta el fin de estas obras. Este soplo
mantiene alejadas las obras justas de las insidias diabólicas, y para ello,
consigue de lo alto la ayuda de la paciencia producida por las mortificaciones
corporales, y enseña al hombre a soportar pacientemente el castigo, cuando el
juicio de Dios lo castiga, para no ser herido a fondo más por él.
Del
centro del signo del tercer astro también surge como un rayo que llega hasta el
sol. Significa que el espíritu de consejo dirige, gracias a su virtud, el soplo
hacia el espíritu de la fortaleza, porque, aunque los dones del Espíritu Santo
tengan nombres diferentes, sin embargo conducen el hombre a la felicidad con un
solo afán y en una sola actuación, y así, el espíritu de consejo atempera la
fortaleza, para que el hombre se levante adecuada y correctamente hacia Dios.
El
tercer astro dirige otro rayo a la cabeza de serpiente que proviene del signo
de la cabeza de león. Manifiesta que al querer la verdadera salvación, el
espíritu del consejo difunde su soplo hasta la prudencia surgida del juicio de
Dios, indicando que el hombre debe castigar con prudencia su cuerpo para que no
se eche a perder, trastornado a causa de tontas prácticas de mortificación, maltratándolo
sin discernimiento. También prolonga otro rayo desde la mencionada línea hacia
la cabeza de serpiente que sale del signo de la cabeza de oso, porque para
evitar que el hombre incurra en las adversidad del alma, el espíritu de consejo
dirige por su parte su soplo hacia la rectitud de la justicia, mientras sobre
ella aparece la prudencia que proviene de la mortificación del cuerpo. Enseña
al hombre temeroso del juicio de Dios a estar atento para no caer en la
desesperación temiéndolo más allá de medida, sino a proceder con prudencia,
gracias al consejo de la buena inspiración.
Por
qué el sol, que está en medio a ellos, emite más rayos que los otros, y qué
significan el sol y sus rayos.
XXXV.
Como ves, también el signo del sol emite algunos rayos. Con uno alcanza el
signo de la cabeza de leopardo, con otro el signo de la cabeza de león, y con
otro el signo de la cabeza de lobo pero no el signo de la cabeza de oso.
Significa que el espíritu de fortaleza, al derramar sus soplos, alcanza con uno
el temor de Dios, con otro el juicio de Dios, con otro toca los castigos
infernales, y le enseña al hombre que tiene que tener miedo de pecar por el
temor de Dios, tiene que abandonar sus pecados en vista de su terrible juicio,
y tiene que librarse de la costumbre de pecar en vista de las crueles penas
infernales. No toca en cambio el símbolo de oso, porque el espíritu de
fortaleza se libera de la penitencia del cuerpo, que de por si no es solicitada
por Dios. El oso, en efecto, muestra tanto costumbres humanas como hábitos
propios de las bestias, ya que, cuando el hombre impone a su cuerpo penitencias
sin discernimiento, el cuerpo a menudo sucumbe, oprimido por el sufrimiento y
la turbación, y mientras duda de poder continuar en estas condiciones, gruñe
como una bestia en su cólera. Por esta razón, ni las penitencias que el hombre
se inflige sólo sin justo discernimiento, ni aquellas que le ocasionan otros
contra su voluntad, vuelven a llamar al espíritu de fortaleza, porque le falta
el justo discernimiento. Es tan inestable que se agita como aleteando arriba y
abajo sin justa medida y por tanto no puede tener fortaleza, es decir, no puede
permanecer en un solo estado, porque esta virtud siempre es fuerte y
persistente y no vacila de un lado a otro. En cambio el hombre que, ya sea por
temor o por amor a Dios, aflige su cuerpo con moderación, discernimiento y
rectitud, disfruta en el interior de su espíritu como en un banquete. Por esta
razón esta forma adecuada de mortificación no tiene que ser considerada
castigo, sino bendición, y en este caso el espíritu de fortaleza obrará en el
hombre de fe para que se mantenga en estas obras de rectitud, ya que ellas
están cercanas a Dios.
El sol
proyecta otro rayo sobre el signo de la luna, ya que el espíritu de fortaleza
se une al temor de Dios para que todo fiel sea fuerte en el temor con que tiene
que temer Dios. Así evita ser expulsado del lugar de la santidad, vencido por
la ligereza. Otro rayo va hacia el cerebro y hacia los dos talones de la imagen
del hombre, ya que el mismo espíritu de fortaleza inspira al hombre para llevar
a cabo con justicia la intención y el principio de las buenas obras, ya que
santo es el que se impone a mismo el alcanzar el buen objetivo.
Hacia
qué dirección dirigen sus rayos los tres astros inferiores, y que significan
ellos y sus rayos.
XXXVI.
Como ves, del medio del signo del quinto astro, que es el que está más cerca
debajo del sol, sube en dirección al signo del sol una especie de rayo.
Significa que de la potencia del espíritu de ciencia, que por la vecindad en el
recto obrar tiene que estar junto al espíritu de fortaleza, sube un soplo justo
hacia la fortaleza, ya que la ciencia se levanta hacia la fortaleza para
recibir de ella vigor y no transformarse en insensatez. Otro rayo se extiende hasta
la cabeza de cangrejo que sale del signo de la cabeza de lobo, ya que un soplo
se extiende desde la potencia de las fuerzas de la ciencia hasta la confianza
que nace de la mortificación del cuerpo. Porque cuando el hombre castiga su
cuerpo juiciosamente, con sencillez y con discernimiento, confía en que sus
pecados han sido ya castigados y purgados. Otro rayo se dirige al cuerno
izquierdo del signo de la luna, porque cuando la ciencia se sustrae a las cosas
temporales y las subordina, difunde su soplo hasta el temor de Dios y
manifiesta como con él los hombres alcanzan el recto temor de Dios.
Del
centro del signo del sexto astro, el más próximo por encima de la luna, algo
como un rayo se dirige hacia el signo del sol. Enseña que con la protección del
espíritu de piedad, que por su suavidad está cerca del temor de Dios, sale un
soplo hacia arriba, hacia el espíritu de fortaleza, y allí se defiende y se
fortalece para resistir a la maldad. En efecto, quien se disponga a avanzar en
la piedad, debe procurarse la alianza de la fortaleza para poder perseverar en
ella. Otro rayo se dirige hacia el cuerno derecho del signo de la luna,
enseñando que el espíritu de piedad, cuando se desarrolla en el bienestar,
llega a los beneficios del temor de Dios y hace comprender a los hombres que
hay que tener temor de Dios junto con la piedad. Otro rayo se dirige hasta la
cabeza de ciervo que procede del signo de la cabeza de lobo. Significa que el
espíritu de piedad, cuando no tiene en ninguna cuenta las adversidades, manda su
soplo hasta la fe que proviene de las penas infernales, para que el hombre,
defendido por la piedad y de la fe, pueda huir de las penas infernales y así no
perder la felicidad suprema, empujado por el impulso de la rebelión.
Lo que
luego ves, algo como un rayo que sale del signo de la luna e irradia sobre
ambas cejas y sobre ambos talones de la imagen humana, significa que un soplo
saludable procedente del temor de Dios, enseña al hombre a custodiar la agudeza
de la mente para no incurrir en la ceguera del alma, y le exhorta a dirigirse
sobre el camino de la rectitud con el paso seguro del espíritu interior, para
que caminando en la verdad alcance la eterna felicidad.
Como
la ceja protege el ojo y como el talón lleva el peso del hombre, así el temor
de Dios forma la vista interior, para que no se olvide de Dios, y conserva
también la fortaleza interior, por la cual el hombre se mantiene en obras
útiles y justas.
Cualquier
creyente, aunque sobresalga en virtudes, sin embargo a veces se ve casi
abandonado y golpeado fuertemente por las tentaciones, para que no perezca
engañado por la presunción de la soberbia.
XXXVII.
Como ya hemos dicho, el signo del sol, ordenado tal como se representa por
encima de la cabeza de la imagen humana, lanza sus rayos a los lugares
indicados y también lanza rayos sobre el lado derecho de la imagen, e
igualmente bajo sus pies, representado claramente en su círculo. Esto se debe a
que el místico regalo del espíritu de fortaleza, del que se ha hablado, con la
misma medida y efusión con que con sus soplos colma la intención del hombre,
inspira las obras perfectas del hombr tá próximo, para que vea lograda la
plenitud de la felicidad y la deseada santidad.
Ciertamente,
cuando las virtudes hacen progresar a un creyente que practica con buena
voluntad las que son convenientes y le ayudan a cumplir lo que es justo, ellas
mismas le alientan a dar ejemplo de buena justicia al resto de los hombres. Sin
embargo, aunque estas virtudes por su inspiración protejan el hombre de varias
maneras, permiten muchas veces que el individuo se vea tentado por la carne y
por las artes diabólicas, y lo empujan en dirección del viento del norte, para
que, por esta experiencia, conozca cómo puede defenderse de las tentaciones y
no vaya a la ruina por enorgullecerse injustamente por soberbia, de la misma
forma que perecieron los soberbios. A propósito de esto, el profeta Isaías ha
escrito:
Cita
del libro de Isaías, a propósito de lo anterior, y como debe ser entendida.
XXXVIII.
“Por eso ensanchó el seol su seno y dilató su boca sin medida, y a él baja la
nobleza y la turba gozosa. Se humillará el hombre, se abajará el varón, y los
ojos de los soberbios se humillarán” (Is 5,14-15). Esto se interpreta así: el
hombre que permanece en pecado se puede considerar como la luna menguante, que
al menguar tiene su círculo oscuro y más tarde vuelve a aclararse. Porque,
cuando el hombre se ve cubierto de tinieblas, se ve animado a menudo por la
gracia de Dios a buscar dignamente la gracia, y si invoca dignamente la gracia
de Dios, el Espíritu Santo lo ilumina con la visión de la verdadera luz, como
la luna se reaviva con el sol. Y cuando luego esté tan confortado por las
buenas obras que no pueda saciarse más, tiene que estar bien atento para no
atribuirlas a su mérito, como si fueran obras suyas y no de Dios. Si así
hiciera, empezaría a creerse Dios y, calculando poder hacer lo que quisiera,
seguiría el ejemplo de Satanás, que considerando sus cualidades quiso ser como
Dios y perdió también el resplandor de la misma claridad.
Por
esto el infierno ha dilatado sus fauces, es decir las penas que contiene en sí,
y tiene una voracidad sin límite, ya que está privado de toda alegría, y por
esto, su voracidad jamás llega a saciarse, ya que, como las aves inmundas están
ávidas por devorar cadáveres, así el infierno, en su iniquidad, atrae a sí y
devora a los fuertes que combaten contra Dios, a los señores que se elevan
injustamente, y a los ávidos de gloria que buscan la gloria propia y no la
gloria de Dios. Por esto entendemos que también será bajado el hombre que
consiente estos pecados, como fueron abatidos los espíritus infelices junto con
su príncipe. Y también será humillado quien debería tener fortaleza viril,
cuando resbala del bien hasta el mal. Y los ojos, es decir la ciencia, de los
que creen de ser sabios en su soberbio orgullo, serán reducidos a la nada,
porque ésos pierden la recompensa de la gloria que concede la humildad, ya que
sin arrepentirse buscan recibir por sus obras buenas únicamente la gloria de
las gentes. Pero si se arrepintieran serían acogidos como penitentes con el
sacrificio del becerro.
Sobre
las dieciséis estrellas principales colocadas con equilibrada distribución en
el círculo del fuego brillante para consolidar el firmamento y mitigar los
vientos en el círculo del firmamento.
XXXIX.
En la circunferencia del círculo en el cual se ve algo que se parece a fuego
brillante, también ves dieciséis estrellas principales. Se aprecia que todo
alrededor del círculo del fuego por encima del firmamento, como se ha dicho,
están colocadas las estrellas más grandes, cuatro entre la cabeza de leopardo y
la de león, cuatro entre la cabeza de león y la de lobo, cuatro entre la cabeza
de lobo y la de oso, cuatro entre la cabeza de oso y la de leopardo. Es decir,
cuatro entre el viento oriental y el meridional, cuatro entre el viento
meridional y el occidental, cuatro entre el viento occidental y el
septentrional y cuatro entre el viento septentrional y el oriental. Todas estas
estrellas sustentan con sus fuerzas las diversas partes del firmamento y
mitigan la violencia de los vientos. Si estas estrellas estuvieran en mayor
número, serían excesivas y recargarían el firmamento, mientras que si fueran
menos no serían capaces, por su insuficiencia y escasez, de asegurar la solidez
del firmamento. Porque Dios ha evitado en cada criatura el exceso superfluo,
así como la pobreza indigna. Están distribuidas en número de cuatro entre cada
dos vientos, ya que su número es el justo, necesario y sin excesos, es el
numero exacto. Todas juntas sustentan con sus fuerzas aquellas partes del
firmamento donde están colocadas. Como los clavos refuerzan la pared donde han
sido clavados, ellas no se desplazan de sus propios lugares, sino que se mueven
circularmente junto al firmamento, consolidándolo.
Ocho
de ellas, las dos del centro de cada grupo de cuatro estrellas situadas entre
cada pareja de cabezas, es decir, las dos del medio de cada espacio entre cada
dos cabezas, extienden sus rayos hasta el signo del aire tenue opuesto a ellas,
ya que estas estrellas, que son las del medio de las cuatro estrellas entre los
vientos, (puesto que, como se ha dicho, hay cuatro entre cada pareja de
vientos), extienden sus rayos hacia el círculo de aire tenue, como las venas
descienden desde la cabeza del hombre hasta los pies. Y como las venas llevan
la fuerza a todo el cuerpo del hombre, así estas estrellas, con sus fuerzas,
consolidan todo el firmamento y ofrecen resistencia a los vientos vecinos para
que no produzcan en el firmamento un movimiento excesivo. Llevan el aire al
justo equilibrio. Están cercanas las unas a las otras con distancias iguales,
con objeto de sustentarse mutuamente para reforzar el firmamento. Las otras
ocho estrellas restantes, aquellas más cercanas a las cabezas de animales, que
están a ambos lados de las dos anteriores que están en medio, dirigen sus rayos
solamente hacia el círculo de fuego negro. Estas estrellas que contienen en
medio a las otras y, a las que, como se ha mostrado, ayudan los vientos
vecinos, mandan los rayos que emiten solamente hacia el fuego negro,
oponiéndole resistencia para que no emita sin moderación el furor de su fuego.
Todas estas estrellas están puestas todo alrededor en el círculo del
firmamento, a igual distancia y separadas entre ellas también a igual distancia,
para sustentar el firmamento con sus fuerzas, en medida siempre igual.
La
multitud de estrellas diferentes, situadas en los dos círculos, el de éter puro
y el de aire blanco y luminoso, calientan el firmamento y retienen las nubes
para que no traspasen sus límites.
XL. Y
luego ves que el círculo de éter puro y el círculo de aire denso, blanco y
luminoso también están como llenos de estrellas, que mandan los mismos rayos a
las nubes de enfrente. Indica que el círculo de éter puro que está arriba y que
el círculo de aire denso, blanco y luminoso que está debajo de él, están
rociados por todas partes de estrellas mayores y menores, por las cuales
permanecen estables, ya que ninguna de ellas es superflua, pues calientan y
refuerzan todo el firmamento con sus fuegos. Y con sus rayos traspasan las
nubes que penetran el círculo de aire denso, blanco y luminoso, y las retienen
para que no superen los límites que Dios las ha fijado.
Sobre
los cuatro soplos, parecidos a lenguas en su movimiento, que aparecen a la derecha
y a la izquierda de la imagen. Qué función tienen.
XLI. A
la derecha de la imagen humana, las nubes lanzan algo como dos lenguas,
distintas la una de la otra, que se dirigen como dos riachuelos al interior de
la rueda y la figura. Para la salvación del hombre, de las nubes que se ven en
la región meridional, salen como dos murallas, separadas una de otra y
colocadas a la misma distancia de los dos vientos principales de aquella
región, de modo que algunos soplos de viento llegan de esas mismas nubes al
aire común, por el cual viven y vegetan todas las criaturas. También se dirigen
al hombre, que tampoco puede carecer de ayuda y guía de lo alto, igual que las
demás criaturas.
En la
parte izquierda de las mencionadas nubes, dos especie de lenguas que parecen
riachuelos que salen de ellas y bien distintas la una de la otra se dirigen
hacia el interior de la rueda y a la figura, ya que para remover cada obstáculo
contrario al hombre, de las nubes que están en la región septentrional, tanto a
su derecha como a su izquierda, salen como dos murallas diferentes la una de la
otra, al igual que los vientos principales de aquellas partes son diferentes
entre ellos, según se ha dicho antes a propósito de las otras nubes. Estas
fuerzas defensivas conservan todo lo que existe en el mundo, es decir el hombre
y las otras criaturas, como Dios dispuso para ellos.
Así
pues, estas cuatro lenguas proceden de los cuatro vientos principales, ya que
son ellos que las emiten soplando para retener las nubes. Efectivamente, así
como los vientos principales refuerzan y mantienen unido todo el firmamento,
así también estos soplidos, parecidos a lenguas por su movilidad, retienen las
nubes debajo del firmamento, para evitar que superen su confín dispersándose
por aquí y por allá.
Razón alegórica y excelente sobre
el número y el orden o bien la posición de las dieciséis estrellas principales.
XLII.
De este modo, como se ha dicho, la figura humana está envuelta y circundada por
estos signos, porque el hombre está tan reforzado y defendido por la fuerza de
los elementos y por la ayuda de todas las otras criaturas, que no puede ser
nunca privado de su estado a causa de ninguna agresión contraria, mientras que
la potencia divina lo custodie. Todo eso se puede interpretar también en otro
modo.
En la
circunferencia del círculo en el cual se ve algo que se parece a fuego
brillante, aparecen también dieciséis estrellas principales. Significa que en
la perfección de la divina omnipotencia hay unos doctores principales. Son
ellos los que enseñaron y enseñan los diez preceptos de la ley en el curso de
las seis edades del mundo. Cuatro los encontramos entre la cabeza de leopardo y
la del león, cuatro entre la cabeza de león y la del lobo, cuatro entre la
cabeza de lobo y la del oso, y otros cuatro entre la cabeza de oso y la del
leopardo. Porque por las cuatro partes que forman el mundo, estos doctores
exhortan a todos los creyentes a tener temor de Dios, a temer su juicio y las
penas infernales y a temer las aflicciones del cuerpo, y así les exhortan a que
dejen de pecar, por miedo de todo esto, aunque no tengan en gran cuenta el amor
a Dios.
Las
ocho estrellas que están entremedias de cada pareja de cabezas mencionadas, es
decir las dos en el centro de cada espacio entre dos cabezas, extienden sus
rayos hacia el signo del aire tenue, que tienen situado delante. Indica que las
ocho beatitudes que están en la perfección de las virtudes de las que se ha
hablado anuncian el amor a Dios y al próximo, y con gran atención infunden los
mismos soplos en los deseos de los creyentes, para que aunque vivan en el mundo
ocupándose de diferentes cosas, se apresuren hacia las realidades celestes y
pospongan las realidades temporales. Las otras ocho estrellas restantes,
aquellas más cercanas a las cabezas de animales, a ambos lados de las dos que
están en medio, dirigen solamente sus rayos hacia el fuego negro, enseñando que
las mismas anteriores beatitudes, que prestan ayuda a la verdadera perfección
de las virtudes, tanto en la prosperidad como en la adversidad, mandan la parte
más sutil de sus soplos hacia el fuego del juicio, para señalar a cuántos
tienen que servir Dios en espíritu, que ningún pecado, por leve que sea, será
descuidado, sino al revés, será examinado en el juicio y en la venganza de
Dios.
Otro
razonamiento alegórico sobre la multiplicidad y la disposición de las estrellas
comunes.
XLIII.
Después ves que el círculo de éter puro y el círculo de aire denso, blanco y
luminoso están también llenos de estrellas que mandan sus fulgores a las nubes
colocadas frente a ellas. Significa que la perfección de la verdadera
penitencia y la perfección del discernimiento de las obras santas florecen en
el múltiple resplandor de la razón. En efecto, así como estas estrellas son
diferentes y múltiples, la penitencia y el discernimiento de las obras santas
muestran que en ellas mismas están las múltiples fuerzas de la santidad. Y, con
sus resplandores, confieren la razón a las mentes de los fieles, y los inspiran
a actuar de modo que todas las obras resulten razonables a los ojos de Dios.
Y
todavía, otro razonamiento alegórico sobre la utilidad de los cuatro soplos que
se mueven como lenguas a la derecha y a la izquierda de la imagen.
XLIV.
Luego también, las nubes situadas a la derecha de la figura humana dirigen algo
como dos lenguas separadas una de otra, como dos riachuelos, hacia el interior
de la rueda y la imagen. Quiere decir que las mentes de los hombres
bienaventurados muestran, para su felicidad, que los dos testamentos, el uno
según la carne y el otro según el espíritu, están en acuerdo entre ellos, como
estas dos lenguas tienen una única forma. Y el globo terrenal está lleno de sus
testimonios, que le enseñan al hombre a dirigir la mirada a su Creador.
También,
sobre el lado izquierdo de la figura, salen de las nubes como dos lenguas
separadas la una de la otra, parecidas a riachuelos, hacia el interior de la
rueda y hacia la imagen. Significa que, cuando el hombre es atacado por las
tentaciones diabólicas, tiene que concentrar su entendimiento en los dos
testamentos, es decir el amor a Dios y al próximo, distintos el uno del otro,
ya que el amor a Dios es mayor que el amor al próximo. Y así tiene que destruir
la rueda de las preocupaciones del siglo y las batallas de la concupiscencia
carnal con el rocío de la justa enseñanza.
Todo
fiel que sigue devotamente las huellas del Hijo de Dios, caminando entre
tentaciones y reforzado por el sostén de las virtudes, alcanzará la alegría
eterna. Palabras de Isaías que lo confirman, y su explicación.
XLV.
De este modo, como se ha dicho, la imagen está envuelta y circundada por estos
signos, ya que el hombre de fe, que sigue lealmente las huellas del Hijo de
Dios, defendido y adornado por la claridad de las santas virtudes, está rodeado
por ellas de modo tal que, arrancándole de las insidias diabólicas, lo conducen
felizmente a la felicidad de las alegrías celestes. Allí gozará para siempre,
tal como Isaías, mi siervo, certifica diciendo: “Habitará allá arriba, se
refugiará en una ciudadela edificada en la roca, le daremos pan, el agua no le
faltará. Verá al rey en su resplandor, contemplarán sus ojos la tierra que se
extiende hasta muy lejos”. (Is 33,16-17).
Esto
se interpreta así: El que cambia dirección de la izquierda a la derecha,
teniendo presente que Dios descansa sobre el que es humilde y tiene paz en el
corazón, también vence la soberbia del diablo cuando lucha consigo mismo y
dice: “Dios me ha iluminado con dos ojos con los que medito sobre la gloria que
la luz tiene en las tinieblas, y gracias a ellos, puedo escoger por qué vía
proceder. Reconozco que tengo elección, visión clara o la ceguera, y yo conozco
al guía al que invocar para conducirme hacia el día o hacia la noche. Sé que si
me escondo en las tinieblas puedo cometer acciones lascivas, que no seria capaz
de realizar a plena luz del día, porque me contemplarían cuantos estuvieran
presentes, pero en las tinieblas no conseguiré ningún premio, sino condena y
castigo. Y por tanto machacaré aquella estrechez de corazón por la que me
deleito en los pecados, e invocaré al Dios viviente para que me conduzca por la
calle de la luz y cure mis heridas, para que a plena luz no tenga que
ruborizarme a causa de ellas. Si actuó así, romperé las cadenas de mi prisión,
porque de este modo habré capturado a mi enemigo, a cuyas sugerencias di mi
consentimiento en las tinieblas, y que de ese modo se burló de mí”.
En
efecto, el que así obra habitará en lo alto de los cielos y en una fortaleza
construida sobre la roca que es Cristo. Estará en su alta morada, donde le
darán el pan de vida, alimento que nunca puede cansar, porque siempre deleita
con el gusto de la dulzura que tiene la verdadera caridad. Por esta razón, como
el agua de vida origina y fluye por un riachuelo, así, en virtud de los dones
del Espíritu Santo, todas sus obras fluyen en la santidad, de modo que los ojos
de paloma del Espíritu Santo las ven. Estas aguas son fieles, ellas no se
vaciarán ni se secarán y el hombre nunca estará saciado de ellas. Como fluyen
del oriente, no podrá ver ni su altura, mientras permanezca en el cuerpo, ni su
profundidad, porque las aguas en las que el hombre renace a la vida fluyen del
Espíritu Santo. De este modo solo el hombre de fe verá al rey en el resplandor
de la santidad, y en su ciencia divisará la tierra de los vivientes, cuando con
el corazón y con el cuerpo esté lejos de los pecados. Podrá considerar,
entonces, qué bien elegir.
La luz
clara que procede de la boca de la figura que tiene una rueda en el pecho, se
difunde en forma de hilos con los que parece que se miden los signos que hay en
la figura, en la rueda y en los círculos. Razonamiento místico sobre estas
cosas.
XLVI.
Ves pues que, de la boca de la imagen de hombre, en cuyo pecho aparece la
referida rueda, sale en forma de hilos una luz más clara que la luz del día.
Quiere decir que de la virtud del amor verdadero, en cuya ciencia está colocado
el círculo del mundo, procede la suprema armonía de su orden que reluce sobre
todas las cosas, todas las contiene y a todas las atrae a sus leyes. Con estos
hilos se miden con medida exacta y nítida los signos de los círculos y las
otras figuras que se distinguen en la rueda, y los signos de cada uno de los
miembros de la imagen humana, es decir de aquella imagen que se ve dentro de la
rueda, como ha sido dicho anteriormente y continuaremos explicando. Con esta
medida el amor distingue como es debido la justa medida de las fuerzas de los
elementos y los adornos celestes que defienden al mundo, permitiendo su
desarrollo y belleza, y todas las estructuras de los miembros del hombre que
tiene el dominio sobre el mundo, como tantas veces te he explicado.
De
este amor verdadero, completamente divino, proviene aquel bien que es más
precioso, mas deseable que todo, ya que recoge y lleva consigo a todos los que
lo buscan y valora con justo juicio los méritos de los deseos celestes y los
gemidos espirituales que proceden de la inspiración divina, además de todas las
obras del hombre realizadas por amor de Dios, como saben bien todos los que
quieren a Dios con un amor perfecto, según las palabras que digo por medio de
mi siervo Jeremías:
Palabras
del profeta Jeremías sobre el mismo argumento, y como tienen que ser entendidas
XLVII
“Yo soy el Señor, el que escruta la mente, y examina el corazón. Y doy a cada
cual según su conducta, según el fruto de sus acciones”. (Jr 17,10). Esto se
interpreta así: Los que quieren a Dios no se dejan arrastrar por falsos
pretextos para querer a otros que no sea él, ni quieren hablar sobre la
concupiscencia de la carne a hurtadillas con otros. Sin embargo el hombre
muchas veces hace lo que quiere, como Adán, que quiso ver de qué era capaz.
Pero el hombre no puede servir al mismo tiempo a Dios y al diablo, ya que el
diablo odia lo que Dios quiere, y Dios desprecia lo que el diablo quiere. Lo
mismo ocurre dentro del hombre, porque la carne se deleita en los pecados y el
alma está sedienta de justicia, y entre las dos hay una gran batalla, porque
una parte se opone a la otra. Así, la obra que el hombre inicia de este modo,
se realiza con gran esfuerzo, como cuando un siervo se ve obligado a servir a
su señor, ya que cuando la carne se hace servir del alma incurre en el pecado,
mientras que cuando el alma somete la carne, obra el bien junto a ella. En
efecto, cuando el hombre avanza rápido favoreciendo los deseos del alma, se
niega a sí mismo por amor de Dios y se hace extraño a la concupiscencia de la
carne. Así hacen los justos y los santos y también lo hizo Abel, que dirigió la
mirada a Dios. Cuando su sangre fue derramada toda la tierra tembló. Por esto
la tierra fue llamada viuda, porque fue privada de la perfección de la santidad
a causa del homicidio de Caín, como la mujer, privada del consuelo del marido,
queda viuda y abandonada.
Y Yo,
Señor de todo, escudriño los corazones contritos que desprecian los pecados, y
sondeo las entrañas que se abstienen del placer de la concupiscencia. Yo, que
retribuyo al hombre según la fatiga de su camino, según los frutos que produce
y según sus pensamientos, porque todos los frutos del hombre los tengo
escritos, delante de Mí. Justo es el hombre que renuncia a su voluntad y a la
concupiscencia. En cambio no se podrá definir como justo quien dirige la
voluntad exclusivamente a la concupiscencia. Sin embargo, si se ha convertido
al bien, sus cicatrices serán lavadas en la sangre del Cordero, y el ejército
celestial, al ver las cicatrices curadas, entonará admirado la alabanza a Dios.
Todo hombre que tema y aprecie a Dios, que abra la devoción de su corazón a
estas palabras, y sepa que ellas han sido proferidas por la salud de los
cuerpos y las almas de los hombres, no por un ser humano, sino por Mí, el que
soy.
TERCERA VISIÓN DE LA PRIMERA PARTE
Recopilación
simple de algunas visiones relativas a la naturaleza, los vientos que rodean el
firmamento por arriba y por abajo, lo que conduce a los astros de occidente a
oriente en el círculo superior y los retiene en su curso. Sobre los humores del
hombre que reciben sus cualidades del aire y de los vientos, cuando se
encuentran. Sobre las venas y las entrañas del interior del cuerpo humano, cómo
están conectadas y cooperan en sus muchas funciones, y por que causas a veces
se alejan de su equilibrio.
I. Y
vi que el viento de levante y el viento de mediodía junto con sus vientos
colaterales movían el firmamento con el soplo de su fuerza. Lo hacían girar en círculo
de oriente a occidente por encima de la tierra. Luego vi que el viento
occidental junto al viento septentrional y sus vientos colaterales, sustentaban
y empujaban el firmamento con sus soplos, rechazándolo de occidente a oriente
debajo de la tierra.
También
vi que, a partir del día en que los días empiezan a alargarse, el viento
meridional con sus colaterales, casi sustentando el firmamento, lo empujaban
poco a poco hacia arriba, desde la zona meridional hacia el norte, hasta el día
en que los días cesaban de alargarse. Y a partir de aquel día en que los días
empiezan a acortarse, el viento septentrional con sus colaterales, como
retrocediendo delante de la luz del sol, empujaba el firmamento hacia abajo,
poco a poco, rechazándolo del norte hacia el sur, hasta que el viento
meridional empezó de nuevo a levantarlo a partir del punto en que empiezan a
alargarse los días.
Y
también vi que en el fuego superior apareció un círculo que circundó todo el
firmamento de oriente hacia occidente, desde el que avanzó un viento de
occidente, que forzaba a los siete astros a proceder de occidente hacia oriente
en sentido contrario al movimiento circular del firmamento. Y este, como los
otros vientos de que antes se ha dicho, no exhaló hacia el mundo sus soplos,
sino que se limitó, como ya hemos explicado, a regular el curso de los astros.
Y
luego vi que por las diversas cualidades de los vientos y el aire, cuando topan
unos con otros, los humores que hay en el hombre, agitándose y transformándose,
asumen las características de los vientos y del aire. Dentro de cada uno de los
elementos superiores, hay en efecto, aire. Este aire es el que hace girar a
este elemento gracias a la energía de los vientos, ya que de lo contrario
permanecería inmóvil. Y de cada uno de estos elementos, con la ayuda del sol,
de la luna y las estrellas, también liberan el aire que templa el mundo. A
veces, sin embargo, cuando o por el ardor del curso del sol, o bien a causa del
juicio de Dios, un elemento cualquiera está en contacto con una región
cualquiera del mundo, este elemento, movido junto con el aire que lo mueve,
envía a partir de este mismo aire un soplo que es llamado viento, directo hacia
el aire de abajo. Este viento se mezcla enseguida con el otro viento, ya que en
parte proviene de él y en alguna medida son parecidos, y entonces entran en
contacto con el hombre, produciéndole la modificación de los humores internos,
según las propiedades correspondientes a este viento y a este aire. Así el
hombre tan pronto se siente débil como fuerte.
Y
también vi que, cuando uno cualquiera de los vientos, con todas aquellas
cualidades, se levanta en cualquiera región del mundo bajo la influencia de las
variaciones del curso del sol y de la luna o por decisión divina, como se ha
dicho, emite su soplo en aquel lugar. Después de haber puesto el aire en
movimiento y haberlo hecho parecido a sí, aquel aire preserva todos los
elementos del mundo y altera los humores del cuerpo humano según la cualidad de
aquel soplo. Porque cuando un hombre, cuya cualidad natural concuerda con la
del viento, inspira y luego espira este aire tan modificado, el alma,
absorbiendo este aire, la transmite dentro del cuerpo, también los humores
internos se modifican y en muchos casos le hacen enfermarse o lo curan, como ya
se ha dicho anteriormente.
A
veces los humores se sublevan contra el hombre con la ferocidad de un leopardo,
pero luego se vuelven más débiles. A menudo muestran sus cambios de modo
variable como el cangrejo, que ahora anda adelante, ahora atrás. A veces,
saltando y clavando los cuernos como un ciervo, manifiestan la misma
variabilidad. Otras veces invaden al hombre con la rapiña de un lobo, aunando
las características conjugadas del ciervo o del cangrejo, como se ha dicho.
También enseñan que a veces puede actuar dentro del hombre, una fuerza parecida
a la de un león, o ser como una serpiente que ahora se presenta con dulzura,
ahora con perfidia, mientras que otras veces fingen ser suaves como un cordero,
o bien gruñen como un oso, con cólera. También pueden manifestar al mismo
tiempo las cualidades mencionadas de cordero y de serpiente. Efectivamente, a
menudo los humores en el hombre están sometidos a este tipo de cambios.
Muy a
menudo, después de haber sido tan modificados, los humores entran en el hígado
del hombre, que es donde se valora su ciencia procedente del cerebro,
conocimiento que está equilibrado por las energías del alma, y al que llega la
humedad del cerebro para que esté bien nutrido, fuerte y sano. El hígado está
en la parte derecha del hombre y el cuerpo está muy caliente, razón por la que
la derecha es mas rápida de movimientos y más diestra en cumplir los trabajos.
En la izquierda, en cambio, están el corazón y el pulmón, que sostienen los
esfuerzos de aquellos órganos y que reciben el calor del hígado como de un
horno.
Cuando
estos humores en movimiento tocan a las venas del hígado, sacuden las venitas
del oído del hombre y a veces las perturban. Por esta razón el menudo se
introducen en el hombre por el oído, por ejemplo cuando las noticias agradables
nos traen alegría en exceso o cuando las noticias de las adversidades nos
hunden demasiado en la tristeza.
También
vi que a veces estos humores se dirigen hacia el ombligo del hombre que, siendo
como es el punto de llegada de las entrañas, las cierra dulcemente para que no
se dispersen en todas las direcciones, y mantiene en un justo equilibrio sus
trayectorias, su calor y el calor de las venas. A menudo sin embargo estos
impulsos arrancan al hombre del descanso, de otro modo el hombre no podría vivir.
Y a
veces se dirigen a los lomos del hombre. Allí se encuentran concentradas
energías que pueden ser peligrosas al ejercitarse. Pero los nervios y las otras
venas las refrenan, para que florezca en ellos la racionalidad por la que el
hombre sabe qué hacer y qué evitar, y así disfrutar de sus obras. Los humores
que se encuentran en la parte derecha del cuerpo se calientan y refuerzan por
la respiración y por el hígado, para que el hombre reciba así discernimiento y
disciplina acerca de como poner freno a las tempestades de los otros humores,
con el fin de poder llevar a cabo sus actos con disciplina. A veces los humores
también alcanzan las venas de los riñones y de los otros órganos, alcanzan las
venas del bazo, del pulmón y del corazón. Y todos estos órganos, junto con las
entrañas, entran en acción en la parte izquierda cuando el pulmón los calienta,
mientras el hígado calienta la parte derecha del cuerpo. Las venas del cerebro,
del corazón, del pulmón y del hígado y todas las otras dan fuerza a los riñones,
y las venas de los riñones y descienden hasta las pantorrillas y las refuerzan.
Y así, cuando los humores suben con estas venas de las pantorrillas, ellas
forman conexiones en el seno de los órganos viriles y de la matriz femenina, y,
lo mismo que el estómago asimila el alimento, estas venas introducen en
aquellas sedes la fuerza para engendrar la prole, como la hoja de hierro se
afila sobre la piedra. En efecto los músculos de los brazos, de los antebrazos
y de las pantorrillas, e igualmente los muslos, están llenos de venas y de
humores, ya que, como el vientre retiene en si las entrañas y las comidas, así
la parte superior de los brazos y las pantorrillas de las piernas custodian en
si las venas, y los humores refuerzan y sustentan al hombre con su fuerza
particular, al igual que el vientre lo nutre.
Cuando
a veces el hombre corre de prisa o camina rápidamente, los nervios que están
bajo las rodillas y las venitas que están en ellas, extendidos más allá de
medida, tocan las venas de las pantorrillas, numerosas y unidas como de una
red. Y así, con la fatiga, reclaman a las venas del hígado, y las hacen ponerse
en contacto con las venas del cerebro, y de este modo el cansancio se propaga
en todo el cuerpo. Entonces, las venas de los riñones tocan la pantorrilla
derecha con más fuerza que la pantorrilla izquierda, porque la pantorrilla
derecha se conforta con el calor del hígado. Las venas de la pantorrilla
derecha además suben a las venas de los riñones y las tocan, el hígado calienta
los riñones, situados en la grasa que proviene de los humores, de modo que las
venas puedan dilatarse velozmente, provocando un descanso rápido que acaba en
cuanto cesa su acción. Cuando el hígado produce calor, el hombre bromea y está
alegre. Pero, cuando los humores interiores al hombre, puestos en agitación por
un movimiento irregular, tocan las venas del hígado, como se ha dicho, su
humedad disminuye y también se reduce la humedad del pecho, de forma que hacen
enfermar al hombre desecándolo. Si la flema de ése hombre se pone seca y
venenosa, y sube al cerebro, le produce dolor de cabeza, dolor en los ojos, y
la médula en los huesos se pudre. Por esto a veces este hombre enferma de
epilepsia1 en la luna menguante
También
la humedad que se encuentra en el ombligo, alcanzada por aquellos mismos
humores, se seca y se endurece, y así la carne se pone ulcerosa, como si fuera
leproso, aunque no se trate de la lepra. Y las venas de sus lomos,
desordenadamente estimuladas por aquellos humores, excitan las otras venas del
mismo modo, y provocan que se seque el justo grado de humedad y por esto se
originen erupciones en la piel. También las venas de los riñones, alcanzadas a
veces por los humores desordenadamente excitados, ponen en agitación las otras
venas que están contiguas a ellas en las pantorrillas o en el resto del cuerpo,
como se ha dicho, secan las médulas de los huesos y las venas de la carne, y
así el hombre languidece, arrastrando por mucho tiempo esta debilidad. Pero
también pasa que aquellos humores inundan con su humedad más de lo debido el
pecho del hombre y esta humedad llega al hígado. Entonces empiezan a levantarse
en este hombre innumerables pensamientos diferentes, por los cuales unos
momentos se cree demasiado sabio y en otros demasiado necio. Y sucesivamente
los humores, remontando hasta el cerebro, lo envenenan, luego descienden en el
estómago y producen fiebres, así provocan que este hombre enferme crónicamente.
Los humores llegan a veces también con el exceso de flema a las venitas de los
oídos y a estas a su vez envenenan las venas del pulmón con la flema, tanto que
el hombre tose y apenas puede respirar. Esta misma flema en exceso, pasando de
las venas del pulmón a las venas del corazón, se manifiesta como dolor. Dolor
que, desplazándose hacia la cadera, provoca la pleuresía y golpea al hombre
como si tuviera epilepsia en la luna menguante. Con su humedad excesiva, las
flemas desplazan las entrañas recogidas en el ombligo del hombre, y suben al
cerebro y en muchos casos le provoca frenesí. Agitan las venas de los lomos y
activan una crisis de melancolía que transtorna al hombre y le ponen triste e
incapaz de discernimiento. A veces los humores alcanzan las venas de los
riñones haciéndolas demasiado húmedas, y luego envenenan las venas de las
pantorrillas y las otras venas del cuerpo con la excesiva humedad. Y si en este
punto el hombre abusa en exceso de la comida y bebida, los humores lo harán
enfermarse de lepra grasa, porque sus carnes empiezan a hincharse. En cambio,
si los humores en cuestión no se difunden por los elementos ni con excesiva
sequía ni con excesiva humedad, sino templados en medida adecuada y constante,
el hombre se mantiene sano en el cuerpo y fuerte en el conocimiento del bien y
del mal.
La
utilidad de todas las criaturas concierne el alma tanto como al cuerpo. Qué
significa el hecho que el viento oriental y el meridional con sus colaterales
hagan girar al firmamento de oriente a occidente.
II. Y
de nuevo oí la voz del cielo que así me dijo: Todas las criaturas que Dios ha
hecho, tanto en el mundo superior como en el inferior, las ha asociado al
hombre para que le fueran útiles. Si el hombre las utiliza para acciones
perversas, el juicio de Dios las hará instrumentos de venganza. Las criaturas
están destinadas a ayudar al hombre en las necesidades del cuerpo, lo que
incluye también el sentido de ayudar a la salvación del alma.
En
efecto, ves que el viento oriental y el viento meridional, con los vientos
colaterales, moviendo el firmamento con el soplo de su fuerza, lo hacen girar
en círculo de oriente a occidente por encima de la tierra. Esto significa que
el soplo del temor de Dios junto con el soplo del juicio de Dios, cuando tocan
con sus virtudes y la energía de su santidad al espíritu interior del hombre,
engendran el bien en oriente y le hacen perseverar en él hasta alcanzar un buen
final, como si a occidente consiguiera la victoria sobre las tentaciones
carnales, ya que cuando el hombre tiene temor de Dios, aún más teme incurrir en
su juicio a causa de los mismos excesos. Por esta razón, cuando comienza a
practicar el bien con la intención de perseverar en él, se afana por conseguir
la recompensa de la vida eterna. Y aquí el viento occidental junto con el
viento septentrional y sus colaterales, al sustentar y empujar el firmamento
con sus soplos, lo lanzan de occidente a oriente debajo de la tierra, ya que el
soplo de la rectitud y el soplo del castigo aterrorizan al espíritu del hombre,
uno con las penas infernales, y el otro con las tribulaciones del cuerpo y
todos los demás flagelos, sacudiéndolo de miedo.
Cuando
el hombre deja de obrar el bien por aburrimiento y cansancio, es como si
declinase hacia occidente. Estos vientos lo reconducen al origen de la
justicia, bajo la amenaza de las desgracias terrenales, exhortándolo a no
sucumbir cuando ya casi ha llegado a concluir sus buenas obras, y lo incitan a
volver con ánimo valiente al camino de la santidad. Porque no se dará el premio
de la felicidad a quien empieza y luego abandona, sino a quien empieza y lleva
a término sus obras.
Qué
significa que el viento meridional y el septentrional, en los varios solsticios
del año, el uno levante el firmamento de sur a norte, y el otro lo empuje poco
a poco hacia abajo, de norte a sur.
III.
También ves que, a partir del día en que los días empiezan a alargarse, el
viento meridional con sus colaterales, levanta el firmamento, y lo empuja poco
a poco hacia arriba, desde la zona meridional hacia el norte, hasta llegar el
día en que los días no se alargan más. Significa que, cuando las obras buenas
del creyente se expanden en la luz de la verdad, el soplo de la rectitud, viene
con el resto de virtudes del fuego de la justicia, y así, levanta su espíritu
interior en ardiente justicia contra la concupiscencia de la carne, hasta que
se eleva correcta y ordenadamente para alcanzar el buen objetivo, aunque
mientras tanto haya sido enviado a la prueba y esté debilitado por tentaciones
sin número.
Desde
el momento en que los días empiezan a acortarse, el viento septentrional y sus
colaterales retroceden ante la luz del sol, y empujan poco a poco hacia abajo
el firmamento rechazándolo desde el norte hacia el sur, hasta que el viento
meridional empieza de nuevo a levantarlo cuando los días empiezan a alargarse.
Significa que el hombre se debilita cuando el cansancio y la pereza en hacer el
bien se apoderan de él. Igualmente, las mortificaciones corporales que se
impuso de modos diversos resistiendo a la persuasión del diablo, pero de las
que se ha cansado, descuidando la claridad de las obras buenas, se irán al
fondo de su espíritu. Vendrán pensamientos contradictorios que le sugerirán
poner un límite a la penitencia y abandonar el rigor con que la ha practicado,
porque la gracia de Dios le concederá indulgencia por sus pecados con
benignidad y clemencia, tal como es el viento austral. Así poco a poco lo
engañan, hasta que el fuego de los dones de Dios, juzgando con justicia estas
cosas, reconduce al hombre de nuevo a la fuerza originaria de las virtudes de
su espíritu, que tan duramente combate con la carne.
Qué
significa el círculo que aparece en el fuego superior, que circunda todo el
firmamento y del que sale un viento que sopla hacia arriba y regula el curso de
los astros en sentido opuesto.
IV.
También ves que en el fuego superior aparece un círculo que circunda todas las
partes del firmamento entero, y que engendra un viento que obliga a los siete
astros a proceder de occidente hacia oriente, en sentido contrario al
movimiento circular del firmamento.
Esto
es así porque en la potencia divina está la plenitud de la santidad que protege
el espíritu interior del hombre, que está unido a Dios por todas las partes.
Por esta razón el soplo que viene de ella hace que los místicos dones del
Espíritu Santo lo alcancen cuando comienza a dormitar en el aburrimiento, para
que se sacuda el entumecimiento y con ánimo valiente se despierte a la
justicia. Esto sin embargo es pesado en muchos casos al espíritu del hombre,
porque en muchas circunstancias apenas logra reducir a la obediencia al cuerpo
en que, por divina disposición, está puesto, puesto que demasiado a menudo
obedece los deseos carnales del cuerpo que es su morada, y así el soplo de los
dones de Dios a menudo choca con la voluntad del hombre.
Y
este, como los otros vientos mencionados, no exhala hacia el mundo sus soplos,
sino que se limita, como ya hemos explicado, a regular el curso de los astros,
ya que el soplo que proviene de la plenitud de la santidad no se hace visible
como las otras virtudes, que obran la conversión del mal al bien del hombre
entregado al mundo. Cuando el hombre, gracias a los dones de Dios, comienza a
hacer el bien, no es todavía perfecto en la plenitud de la santidad. Pero al
final, cuando haya logrado verdaderamente su objetivo, el bien que ha
emprendido, el soplo de la santidad lo mantiene firme en la plenitud y
perfección de los dones del Espíritu Santo y no permite que vacile por aquí y
por allá.
En
efecto, así como la columna de la santidad, fundada sobre Cristo, se eleva
hasta el cielo, así, cuando Cristo posee al hombre sobre cuya cabeza se han
posado los siete dones del Espíritu Santo, ése no podrá ir a la ruina por más
que sea trastornado por las tempestades de las muchas tentaciones, y dirá, como
Habacuc dejó escrito por mi inspiración:
Palabras
del profeta Habacuc, colocadas y comentadas aquí para explicar esta afirmación.
V.
“Yahvé mi Señor, es mi fuerza, me da pies como los de los ciervos, y por las
alturas me hace caminar”. (Hab, 3, 19). Esto se interpreta así: Dios, que me ha
creado y como Señor tiene poder sobre de mí, es mi fuerza, ya que sin él soy
incapaz de hacer nada bueno y gracias a él poseo el espíritu vital por el que
vivo, me muevo y conozco todos mis caminos. Es éste, el mismo Dios y Señor, el
que cuando le invoco con espíritu de verdad, conduce mis pasos velozmente hacia
sus mandatos, como el ciervo sediento se apresura a la fuente deseada. De este
modo me conducirá sobre las cumbres que sus preceptos me enseñan y mandan,
poniendo bajo mis pies las concupiscencias terrenales con la fuerza de la
victoria. Cuando llegue a la felicidad celeste le tributaré eternas alabanzas.
En
efecto, como el sol, colocado en el firmamento del cielo, domina a todas las
criaturas terrenales y no hay nada que pueda oscurecerlo, nada podrá arrancar a
Dios del fiel que funda su corazón y su ánimo en él. Fijo en él, desprecia
sinceramente todas las cosas terrenales, nada puede escandalizarlo en este
mundo. En el alboroto no será turbado por el temor de la muerte, en el
sufrimiento no se queja del tiempo en que vive, nunca se junta con los ladrones
en sus guaridas, es decir, la perfidia y el odio que muy a menudo engañan al
hombre, y tampoco vaga en el torbellino de la inconstancia, según las
inestables costumbres de los hombres que no dirigen su mirada al Creador porque
realizan sus obras siguiendo la libertad de su voluntad. Por esto son parecidos
al cangrejo, que avanza y retrocede, o sea como el tornado que reseca toda
vegetación.
Qué
significa que, según la diferente cualidad de los vientos y el aire, cuando se
encuentran con los humores que hay en el hombre los agitan y transforman.
VI. Y
luego ves que, por las diferentes cualidades de los vientos y el aire, cuando
se encuentran con los humores que hay en el hombre, los agitan y transforman, y
asumen la cualidad de los vientos. Esto indica que según la diversidad del
soplo de las virtudes, y también por la cualidad de los deseos de los hombres,
cuando ambos concuerdan y cuando el hombre quiere lo que quiere Dios, los
pensamientos humanos, alejados del mal y vueltos al bien, se someten a la
dignidad de las virtudes y los santos deseos. Dentro de cada uno de los
elementos superiores hay un aire que se adecua a la cualidad de cada elemento.
Gracias a este aire, el elemento empuja al movimiento de rotación con la fuerza
de los vientos, pues de otro modo no se movería. Significa que el deseo del
hombre de fe, se adhiere a las virtudes y a los consuelos y se une a ellas, y
por esta razón el hombre se sustenta con el soplo de las virtudes en la
destrucción del mal, pues de otro modo no podría volverse al bien.
Y de
cada uno de los vientos, con la ayuda del sol, de la luna y de las estrellas,
aspira el aire que templa al mundo, demostrando que todos los consuelos
superiores de las virtudes, como del espíritu de fortaleza y también del
espíritu del temor de Dios, y todas las otras iluminaciones que provienen de
los buenos soplos, encienden los deseos que aspiran ardientemente a la
felicidad celeste en los corazones de los fieles.
Todo
el bien que obra el hombre, no procede de sus méritos, sino del don de la
gracia de Dios. Cuando sin embargo, a veces, ya sea por el ardor del curso del
sol, o por decisión divina, un elemento cualquiera se pone en contacto con una
región cualquiera del mundo, allí mismo se pone en agitación junto con el aire
que lo mueve, y aquel aire emite un soplo que es llamado viento. Este viento va
directo hacia el aire de abajo, ya que cuando, gracias al espíritu de fortaleza
y a la disposición divina, las energías de las virtudes superiores se
despiertan para la salvación de los hombres, allí donde los deseos de los
fieles se elevan a Dios y lo invocan, las energías evocadas con el deseo de las
cosas celestes mandan desde este deseo un soplo a las mentes de aquellos mismos
hombres para que se hagan capaces de todo bien.
Cuando
el hombre invoca a Dios con pureza y fidelidad, Dios lo circunda con la muralla
de las virtudes con justa decisión, ya que avanza rápidamente hacia el bien
después de haber abandonado el mal. Y enseguida este aire se mezcla con el
viento, ya que en parte proviene de él y en alguna medida son parecidos.
Significa que las mentes de los justos concuerdan con el soplo de las virtudes,
ya que amar lo que es justo proviene de las virtudes, y por tanto así se hacen
parecidos a ellas. Y así este mismo aire se pone en contacto con el hombre y
por tanto con los humores que están en el hombre, de forma que, según la
cualidad del viento y el aire, cuando son de la misma cualidad, a menudo
provocan cambios en él, debilitándolo o reforzándolo.
Cuando
los espíritus de los hombres bienaventurados miran a la justicia, doman en
ellos las concupiscencias carnales y concentran sus pensamientos sobre el soplo
de las virtudes y sobre la devoción a los deseos celestiales, debilitando los
vicios y aumentando la fuerza de las virtudes. En efecto, cuando el hombre
domina con la fuerza de la razón su carne por amor de Dios, eleva bien arriba,
hacia la santidad, su espíritu interior, como testimonia la Sabiduría, cuando
afirma:
Cita
de los Proverbios de Salomón insertados para aclarar el sentido de esta afirmación,
y como debe ser entendida.
VII.
“La casa del justo abunda en riquezas, en las rentas del impío no falta
inquietud”. (Pr 15,6). Esto se interpreta así: como el sol, cuando a mediodía
sube a lo alto alcanza el máximo de su calor, así la casa, es decir, el
espíritu del justo que cumple todas sus obras como si se hallara frente el
juicio de Dios, muestra en sí mismo una gran fuerza cuando progresa hacia
arriba de una virtud a la otra, y haciendo eso, no pierde su riqueza. Tampoco
nada debilita al sol en su círculo, ni cuando sube hacia arriba ni cuando
difunde su calor. Tanto más el hombre que vive en la beatitud, cuanto más se
enciende en el bien, tanto más arde en el celo por ser feliz. Su morada está en
los lugares celestiales en los que vive con toda la voluntad y deseo, y la
dulzura de aquellos lugares nunca lo saciará. Su fuerza es más alta que el
firmamento y baja hasta el fondo del abismo porque el hombre es la criatura más
fuerte de todas y el resto está a su servicio.
A
veces el movimiento del firmamento sacude y remueve la tierra. El firmamento
está al servicio de la tierra, empapándola de lluvia para que se mantenga
compacta y produzca admirablemente sus frutos gracias al aire y al rocío. El
hombre que vive en la beatitud atrae hacia si todas las cosas terrenales y no
deja de hacer cosas buenas ni por hacer penitencia ni por miedo de los afanes
terrenales y sube arriba en medio de la alegría de la vida eterna. Al
contrario, en los frutos que los impíos producen obrando el mal y la perversidad
hay confusión, porque con su indecisión se ahoga en el desorden del mundo y no
camina a la luz del día ni tiene esperanza en la luz eterna. Se alimenta de las
bellotas de los cerdos pero no encuentra vida en ellas porque no reniega de los
deseos carnales.
A
causa de las diversas actuaciones de los vientos y el aire, por el curso
diverso del sol y la luna, o por el juicio de Dios, el hombre padece cambios
que lo llevan a veces a estar sano y a veces a enfermarse. Qué significa esto
en su vida espiritual.
VIII.
También ves que, cuando se suscita en cualquier región del mundo uno cualquiera
de los vientos con sus cualidades, ya sea por el curso diverso del sol y la
luna, o ya sea por juicio de Dios, como se ha dicho, este viento emite su soplo
en aquel lugar después de haber puesto el aire en movimiento y haberlo hecho
parecida a si. Aquel aire, que exhala en todo el mundo y conserva con su acción
reguladora las cosas que hay en el mundo, le hace al hombre bastante mudable en
sus humores, según la cualidad de aquel soplo. Significa que, cuando el soplo
de las virtudes de todos los dones surge en el corazón del fiel, ya sea gracias
a la inspiración del espíritu de fortaleza y humildad, al espíritu del temor de
Dios y al ánimo contrito, o bien gracias a la disposición del designio divino,
en cualquier sitio en que el Espíritu Santo los difunda provoca que el regalo
de su inspiración vaya en ayuda del justo deseo del fiel que concuerde con
ella. Aquel deseo, que está siempre atento a cuánto es útil para el bien y está
listo a apoyarse en la devoción, se ajusta a aquella misma inspiración. Y así
el deseo sacude el corazón de aquel hombre, porque cuando alguien, un hombre,
cuya cualidad natural concuerda con la del viento, inspira y luego espira este
aire tan modificado, de modo que el alma, al absorber aquel aire, la transmite
dentro del cuerpo, también los humores en él se modifican y en muchos casos lo
hacen enfermarse o lo curan, como ya se ha dicho anteriormente. Cuando ése
hombre, cuya buena voluntad concuerda con este soplo, medita, se separa de los
malos deseos y se aleja del mal. Y su alma, anotará todo esto en secreto.
También las tempestades de los pensamientos que irrumpen en él cambian
continuamente, prometiéndole en ocasiones adversidad, y en otras prosperidad.
En el
hombre los humores también se mueven según la naturaleza de ciertos animales
domésticos o salvajes, ora se mueven más ásperamente, ora más suave. Por la
transformación o por la excitación de estos humores, los afectos y los
pensamientos humanos sufren frecuentes alteraciones.
IX. A
veces los humores se sublevan en el hombre con la ferocidad de un leopardo,
pero luego sin embargo se vuelven más débiles. O se presentan de modo variable,
avanzando o retrocediendo, como el cangrejo, y por fin, saltando y clavando los
cuernos como un ciervo, manifiestan toda la misma variabilidad. De hecho,
aunque el temor de Dios penetre en el hombre, sin embargo a veces nacen en su
entendimiento pensamientos orientados al tedio, que se entregan a la vanidad. A
veces, como ocurre en el cangrejo, gracias a la confianza en el buen resultado
exhortan al hombre a ir adelante, pero luego le engañan reconduciéndolo atrás e
insinuándole que no podrá perseverar en esta dirección. Otras veces, como en el
ciervo, le aportan la seguridad de la fe, pero después, enseguida le atacan
haciéndole vacilar en su fe.
Y a
veces invaden al hombre con la rapiña de un lobo, aunando las características
conjugadas de un ciervo o un cangrejo, como se ha dicho. A veces, como en el
lobo, los pensamientos presentan en la mente del hombre las penas infernales
haciéndole falsas promesas, como si sólo las obras del ciervo, es decir de la
fe, o del cangrejo, es decir de la confianza, pudieran evitarlas, sin necesidad
de obras justas, y luego, en muchos casos lo llevan en cambio a la
desesperación.
También
enseñan que a veces puede actuar dentro del hombre una fuerza parecida a la de
un león, o ser como una serpiente que ora se presenta con dulzura, ora con
perfidia, mientras que otras veces fingen ser suaves como un cordero, en cuyo
caso los pensamientos hacen presentes en el hombre el juicio de Dios pero
después enseguida le persuaden para no temerlo, porque, como la serpiente, que
actúa con cautela, le sugieren engañosamente el modo de engañarlo con alguna
sutil astucia, mientras le exhortan a no temer nada, como un paciente cordero,
como si no fuera culpable de sus pecados. Pero otras veces gruñen como un oso,
casi con cólera, y a veces también pueden manifestar al mismo tiempo las
cualidades mencionadas de cordero o serpiente, como se ha mostrado. Así, como
en el oso, los pensamientos sostienen que por amor de Dios el hombre sufre
tribulaciones corporales y enseñan que por ellos, como en la paciencia del
cordero o en la prudencia de la serpiente, ya ha padecido el castigo y ya ha
sido purificado por los pecados. Estas diversas insinuaciones lo sumergen en la
incertidumbre, porque son muchas y diferentes.
Efectivamente,
a menudo en el hombre los humores están sometidos a este tipo de cambios, ya
que los pensamientos del hombre, continuamente modificados por estas
tempestades y de muchos otros modos, ora lo llevan a una seguridad infundada,
ora a la desesperación, pero en algunos casos lo elevan como si fueran una
sincera devoción. Por estas razones, en muchos casos, después de haber sido tan
modificados, entran en el hígado del hombre, que es donde se valora su ciencia
procedente del cerebro, conocimiento que es equilibrado por las energías del
alma, y adonde llega la humedad del cerebro para que esté bien nutrido, fuerte
y sano. Significa que los pensamientos del hombre bastante a menudo se dirigen
como hacia su hígado, es decir hacia la fuerza de la justicia, esta fuerza en
la cual el justo obra en virtud de la ciencia, ya que las fuerzas del alma
enseñan la ciencia del bien y el mal, ciencia que encierra la vida, por obra de
la justicia, en los creyentes. También el Hijo de Dios reunió alrededor de sí a
los pecadores y a los publicanos y ellos también se fortalecieron con la
abundancia del Espíritu Santo.
En la
parte derecha, el hombre tiene el hígado donde está el manantial del calor. Por
esto la derecha es más rápida de movimientos y más diestra en cumplir los
trabajos, mientras a la izquierda está colocados el corazón y el pulmón que mantiene
el ritmo de la respiración para que sea más capaz de cargar peso. Qué
significado espiritual tiene esto.
X. En
la parte derecha del hombre está el hígado y el cuerpo está muy caliente, razón
por la que la derecha es mas rápida de movimientos y más diestra en cumplir los
trabajos. A la izquierda en cambio están el corazón y el pulmón, que lo
refuerzan haciéndole capaz de soportar pesos. Reciben calor del hígado como de
un horno. Esto indica que a la derecha, es decir cuando el hombre bueno y justo
goza de prosperidad y salud, la justicia obra con el Espíritu Santo de modo que
el hombre, elevándose a Dios en la prosperidad, logre conducir a término
cualquiera obra buena. En cambio, a mano izquierda, para evitar la adversidad,
el hombre desea vivamente ser confortado con la fuerza de la justicia,
profesando la misma fe en Dios con corazón sincero.
Cuando
estos humores en movimiento tocan las venas del hígado, sacuden las venitas del
oído del hombre y a veces las perturban. Por esta razón a menudo la salud o la
enfermedad se introducen en el hombre por el oído, por ejemplo cuando las
noticias agradables nos traen alegría en exceso o cuando las noticias de las
adversidades nos hunden demasiado en la tristeza. Así el temor de la justicia,
provocado por los pensamientos honestos, aleja al hombre de la escucha del mal
y lo dirige a la escucha del bien, ya que el oído introduce a veces en el alma
cosas santas y a veces cosas infames, de forma que el hombre muchas veces
pierde las ganas de imponer equilibrio en el bien y en el dolor. En efecto, la
ciencia buena, si no escucha cosas buenas, es muda, porque lo que la buena
ciencia conoce es lo que la buena escucha recibe, y por ello pone gran celo en
tratar y transmitir cuánto le es dictado por la buena ciencia. Por tanto,
después de haber compuesto todas estas cosas según la justa proporción,
poniéndoles punto final, se calma. Así el hombre que repone un tesoro en su
cofre, es decir cuando comprende el bien y el mal, recoge el bien en el secreto
de su corazón y rechaza el mal lejos de si, como exhortan a hacer las palabras
de Isaías:
Palabras
del profeta Isaías adecuadas a facilitar el sentido de todo esto. En qué
sentido hemos de entenderlas.
XI.
“Desatas las cadenas de tu cuello, esclava hija de Sión, porque dice el Señor:
sin dinero habéis sido vendidos y seréis rescatados sin dinero” (Is 52,2-3).
Esto se interpreta así: Destruye con la penitencia la cadena de tu primera
esclavitud y tu transgresión, oh tú, hombre que fuiste contado en el número de
las hijas de la eterna paz en el paraíso, porque cuando perdiste el paraíso has
sido colocado bajo el yugo de una multitud de dolores. Por esto el Señor de
todas las cosas os habla, a vosotros, que os habéis atado con los lazos del
pecado por vuestra libre voluntad. De este modo os habéis vendido de balde,
solo lograsteis que Dios prometiese el dolor a la primera mujer, a ella que,
por su desobediencia al mandato divino, fue privada del paraíso y perdió el
nombre de hija de Sión. Pero seréis redimidos sin el dinero de la codicia
terrenal, puesto que vuestro Redentor vino al mundo en la naturaleza virginal y
estableció que también vosotros renaceréis a la vida a obra del espíritu y del
agua, para reconduciros así al lugar que por herencia os había destinado. Quien
persevere, pues, en este nacimiento según la justicia, no se alejará de las
alturas de Sión. El hombre de fe se eleva a Dios, rechazando el pecado y
abandonando todo mal, y desea ardientemente lograr el reino de los cielos,
pidiendo a Dios la ayuda de las buenas obras. Y si fuera perseverante y firme
en su solicitud, como el ciego sentado pide limosna en el camino, pronto la
gracia de Dios se fijará en él, y entonces, si lo ha visto abrirse a la luz y
alzarse de las tinieblas, estará con él en todas las circunstancias, le
inspirará obras justas y santas. Y ése, alejándose del mal, se deleita en las
obras buenas y santas y saboreará su dulzura, porque no quiere alejarse de
Dios, sino sustraerse del engaño de la serpiente.
Qué
indica en el hombre el hecho que los humores que hay en él alcancen el ombligo,
que es el punto de llegada de las entrañas así como los lomos, donde reside la
lujuria También tocan a veces las venas de los riñones y los intestinos y por
ellas suben a las venas del bazo, del pulmón y del corazón.
XII.
También vi que a veces estos humores se dirigen hacia el ombligo del hombre
que, siendo como es el punto de llegada de las entrañas, las cierra dulcemente
para que no se dispersen en todas las direcciones, y mantiene en un justo
equilibrio sus trayectorias, su calor y el calor de las venas. A menudo sin
embargo estos impulsos arrancan al hombre del descanso, de otro modo el hombre
no podría vivir, ya que cuando el hombre de fe excluye la escucha del mal, con
sus buenos pensamientos cierra el ombligo a los múltiples vanos deseos, de modo
que puedan alcanzar la vida de la verdadera santidad por cuanto muchas veces la
escucha del mal lo provoca y lo arrastra a la inquietud de los males.
Estos
humores a veces se dirigen a los lomos del hombre. Allí se encuentran
concentradas energías que pueden ser peligrosas al ejercitarse. Pero los
nervios y las otras venas las refrenan para que florezca en ellos la
racionalidad, por la que el hombre sabe qué hacer y qué evitar, y así disfrutar
de sus obras. Los humores que se encuentran en la parte derecha del cuerpo son
calentados y reforzados por la respiración y por el hígado, para que el hombre
reciba así discernimiento y disciplina acerca de cómo poner freno a las
tempestades de los otros humores, con el fin de poder llevar a cabo sus actos
con disciplina, ya que ciñen sus lomos, en los que reside la lujuria. Por la
salvación del alma, confirma este deseo con honestidad y discernimiento,
gracias al consuelo de la virtud de la justicia. A veces los humores también
alcanzan las venas de los riñones y de los otros órganos, alcanzan las venas
del bazo, del pulmón y del corazón. Y todos estos órganos, junto con las
entrañas, entran en acción en la parte izquierda cuando el pulmón los calienta,
mientras el hígado calienta la parte derecha del cuerpo, ya que el hombre, con
los pensamientos honestos, contrae con fuerza los riñones, que demasiado a
menudo, son causa de deshonesta concupiscencia, influyen sobre su corazón y lo
empujan a actuar mal, cuando los golpea la ligereza de la carne. He aquí, pues,
todo lo que hace el hombre que anda por el camino de la justicia.
Las
venas del cerebro, del corazón y del hígado dan fuerza a los riñones. Las venas
de los riñones descienden para reforzar las pantorrillas y remontando hacia
arriba junto a las venas de las pantorrillas, unidas recíprocamente en
determinados puntos, dan a ambos los sexos la fuerza para engendrar. Los
antebrazos, los brazos y las piernas están llenos de venas y de humores. Breve
resumen de lo expuesto.
XIII.
Las venas del cerebro, del corazón, del pulmón y del hígado y todas las otras
dan fuerza a los riñones, y las venas de los riñones descienden a las
pantorrillas y las refuerzan. Y así, cuando los humores suben con estas venas
de las pantorrillas, se unen los unos con las otras en los órganos viriles o en
la matriz femenina lo mismo que el estómago asimila el alimento, introducen en
aquellas sedes la fuerza para engendrar la prole, como la hoja de hierro se
afila sobre la piedra. Después de que el hombre, apaciguada la concupiscencia gracias
al pudor, haya puesto un freno a los riñones, la ciencia buena que posee el
hombre los purifica en el recinto de la castidad y los controla perseverando en
la justicia y en la continencia. Y así, controlándose en aquellas cosas hacia
cuya inclinación fue incontinente, consolida la virtud de la continencia, para
no derrumbarse en la ligereza. Y, sea hombre o mujer, si erige la continencia
como defensa y la sustenta con las otras virtudes y por ella tiende a Dios,
cuando camina en el recto camino del discernimiento produce como resultado la
santidad.
Los
músculos de los brazos, de los antebrazos y de las pantorrillas, e igualmente
los muslos, están llenos de venas y de humores, ya que, como el vientre retiene
en si las entrañas y las comidas, así la parte superior de los brazos y las
pantorrillas de las piernas custodian en sí las venas, y los humores refuerzan
y sustentan al hombre con su fuerza particular, al igual que el vientre lo
nutre. Es que la abstinencia reúne en el hombre la fuerza y el sostén de las
virtudes que vuelve justo. La abstinencia está rodeada del movimiento de los
suspiros de los buenos pensamientos, mantiene las entrañas del alma en su
integridad y las conserva para la perfección de la salvación, nutriendo en la
santidad al hombre todo entero, cuerpo y alma.
Cuando
corremos, por la excesiva distensión de los nervios y las venas del cuerpo
entero llega el cansancio al hombre. Experimentamos un placer momentáneo por la
compresión y por la excitación de las venas. Disposición y utilidad moral de
estas cosas en el hombre.
XIV.
Cuando a veces el hombre corre de prisa o camina rápidamente, los nervios que
están bajo las rodillas y las venitas que están en ellas, extendidos más allá
de su medida, tocan las venas de las pantorrillas, numerosas y unidas como
parte de una red. Y así, con la fatiga, reclaman a las venas del hígado, y las
hacen ponerse en contacto con las venas del cerebro, y de este modo el
cansancio se propaga en todo el cuerpo. Significa que, cuando el hombre
abandona el camino de la rectitud, la ausencia de moderación en su
comportamiento hace que se incline a todo tipo de incorrecciones, y la
abstinencia1 en sí misma incluso le priva de la justa medida de la ciencia. De
modo que, cuando se abstiene sin moderación de las cosas lícitas, incurre en el
aburrimiento por las otras virtudes, y cuando cree haber emprendido el camino
hacia la justicia y cree tener una ciencia superabundante, se construye la
trampa en la que caerá. Porque, a causa de este incoherente concepto de la abstinencia,
minusvalora la temeridad de la osadía y la presunción, empieza a dudar de poder
perseverar en esta disciplina, y así se precipita en la trampa de la
desesperación. Entonces, las venas de los riñones tocan la pantorrilla derecha
con más fuerza que la pantorrilla izquierda, porque la pantorrilla derecha se
conforta con el calor del hígado. Significa que la concupiscencia aumenta
cuando la abstinencia se practica de modo exagerado y sin discernimiento, ya
que eso no está conforme ni con la ley divina, ni con el amor de Dios, mientras
en cambio la abstinencia practicada con discernimiento se refuerza con la
virtud de la justicia. Las venas de la pantorrilla derecha además suben a las
venas de los riñones y las tocan, el hígado calienta los riñones, situados en
la grasa que proviene de los humores, de modo que las venas puedan dilatarse
velozmente, provocando un descanso rápido que acaba en cuanto cesa su acción,
porque, cuando el hígado produce calor, el hombre bromea y está alegre, ya que
la abstinencia auténtica, la que está en Dios, vence la tensión de la
concupiscencia y la pone frente al juicio de la justicia, acusándola para que
desaparezca completamente. Y la justicia quema a la concupiscencia con el fuego
del Espíritu Santo, destruyéndola mientras yace en la inmunda suciedad, y así
los males que contenía en ella misma son empujados a transformarse en
contrición y amargura, aunque antes le hubieran proporcionado placer, aunque
breve, porque el pecador que se convierte en justo, recoge el premio de la
alegría.
Por
qué causas, cuando a veces la flema y los humores se corrompen en el hombre,
hacen aparecer en el cuerpo epilepsia u otras enfermedades, y que males suponen
para el alma estos padecimientos físicos.
XV.
Cuando los humores interiores al hombre, puestos en agitación por un movimiento
irregular, tocan las venas del hígado como se ha dicho, disminuye su humedad y
también se reduce la humedad del pecho. Por tanto hacen enfermarse al hombre
desecándolo, la flema en ése hombre se pone árida y venenosa, y en esta
condición sube al cerebro y produce dolor de cabeza, dolor de ojos, y la médula
en los huesos se pudre. Por eso a veces este hombre se enferma de epilepsia en
la luna menguante. Entonces, en efecto, los pensamientos del hombre adquieren
impiedad y dureza y se hacen tiranos, inclinándose a la soberbia. Oprimen con
su tiranía la justicia que, invadida por el rocío del Espíritu Santo, debería
hacer florecer en el hombre la santidad de las obras buenas, y al mismo tiempo
debilitan en él las otras virtudes y las desecan. Este género de pensamientos
además conducen a la desesperación, como con epilepsia, derrumbando su ciencia,
el principio, la intención y la fuerza del bien obrar que en él anteriormente
eran vigorosos, porque la luz de la verdad que resplandecía en él, ahora está
apagada.
También
la humedad que se encuentra en el ombligo, alcanzada por aquellos mismos
humores, se seca y se endurece, y así la carne se pone ulcerosa, como si fuera
leproso, aunque no se trate de la lepra. Y las venas de sus lomos,
desordenadamente estimuladas por aquellos humores, excitan las otras venas del
mismo modo, y provocan que se seque el justo grado de humedad y por esto se
originan erupciones en la piel. Ya no se difunde en él la humedad de la
continencia, que en el ombligo debería destruir su concupiscencia, puesto que
el rocío del Espíritu Santo se ha alejado por estos pensamientos impíos, duros
e ilícitos. Por esta razón, cuando la humedad abandona el cuerpo del hombre,
sus pecados se gangrenan por las malas costumbres, y así se hacen evidentes a
todos por el hedor de lepra que emanan. Y sus lomos, que la castidad ya no
ciñe, se ponen en agitación a causa de esos mismos pensamientos. Una vez
desecado el germen de los buenos frutos, los malos ejemplos nacen en este
hombre, parecidos a costras. Como Oseas enseña inspirado por el Espíritu Santo,
cuando dice:
Palabras
del profeta Oseas sobre esta cuestión, y en qué sentido deben ser comprendidas.
XVI.
“Lo que vi en la casa de Israel es horrible, allí se prostituye Efraím y se
contamina Israel” (Oseas, 6, 10). Esto se interpreta así: En aquellas
madrigueras yacía el que habría tenido que dirigir la mirada a Dios con corazón
puro. Pero Yo, que escudriño todos los delitos, también los más ocultos, vi la
más vergonzosa abominación, es decir al hombre que, envuelto en los pecados de
fornicación inmunda y maloliente, se revuelve en ellos contaminándose como un
cerdo en el barro. Cuando él debería buscar la pureza, comprenderla y
abrazarla, se ha hecho en cambio disoluto y digno de todo desprecio. La
impureza, en efecto, compromete las fuerzas del hombre, como si lo separara de
su espíritu, porque éste ya no es capaz de dedicarse con el perfecto empeño de
la honestidad ni a las cosas del mundo ni a las cosas de Dios. El incendio de
la carne, junto al consentimiento de su voluntad, le sugieren y le transmiten
soberbia, vanagloria y todo el dolor.
También
las venas de los riñones, alcanzadas a veces por los humores desordenadamente
excitados, ponen en agitación las otras venas y secan las médulas de los
huesos. Significado del malestar interior que provocan en el hombre.
XVII.
También las venas de los riñones, alcanzadas a veces por los humores
desordenadamente excitados, ponen en agitación las otras venas que están
contiguas a ellas en las pantorrillas o en el resto del cuerpo, y como se ha
dicho, secan las médulas de los huesos y las venas de la carne. Así el hombre
languidece, arrastrando por mucho tiempo esta debilidad. En efecto, cuando el
hombre se descuida en contener el ombligo y los lomos, cuando permite a sus
pensamientos vagar entre las cosas más inútiles, comportándose como tiranos,
entonces desprecia la constancia de las virtudes que están conectadas a la
abstinencia y a la abstinencia misma, que debe ser observada con discernimiento
y templanza para poder conservar el pudor. Por esto también, todas las demás
obras, faltando la efusión del rocío celeste, se secan y hacen languidecer su
alma, hasta que no vuelve al vigor de las virtudes.
Qué
significan, desde punto de vista espiritual, los humores demasiado abundantes
en el pecho del hombre y que se mueven al hígado, y por las venas de las orejas
y por los riñones y suben del ombligo al cerebro.
XVIII.
Pero también pasa que aquellos humores con su humedad inundan más de lo debido
el pecho del hombre y esta humedad llega al hígado. Entonces empiezan a
levantarse en este hombre innumerables pensamientos diferentes, por los cuales
en unos momentos se cree demasiado sabio y en otros, demasiado necio. Y
sucesivamente los humores, remontando hasta el cerebro, lo envenenan, luego
descienden en el estómago y producen fiebres, y así provocan que este hombre
enferme crónicamente. Con esto se muestra que estos diversos pensamientos del
hombre, después de haber abandonado la impiedad, se difunden con suavidad y
vanidad fácil y lasciva, con esta ligereza, los humores intentan ahogarle el
sentido de la justicia. Y por tanto, cuando se presentan con estas
características, ora lo levantan como si fuera sabio, ora lo deprimen como si
fuera necio y, confundiendo en él el conocimiento, le inoculan la voracidad.
Así su alma, envuelta en estos males como en una enfermedad crónica, a menudo
sufre y está peligrosamente oprimida.
Los
humores llegan a veces también con el exceso de flema a las venitas de los
oídos y éstas a su vez envenenan las venas del pulmón con la flema, tanto que
el hombre tose y apenas puede respirar. Esta misma flema en exceso, pasando de
las venas del pulmón a las venas del corazón, se manifiesta como dolor. Dolor
que, desplazándose hacia la cadera, provoca la pleuresía y golpea al hombre
como si tuviera epilepsia en la luna menguante. Esto indica que a veces la
diversidad de los pensamientos produce en el hombre un alboroto tan grande, que
confunde el oído de su alma hasta hacerle incapaz de comprender y de acoger el
bien en sí. Está agobiado como cuando tose. Estos pensamientos turban su
corazón haciéndolo insensato hasta el punto que no puede en ningún modo
conseguir la tranquilidad que sería útil a su alma, y vaga aquí y allá
titubeando sobre el camino de la rectitud como si estuviera moribundo, porque
la luz de la rectitud se ha oscurecido en él.
Con su
humedad excesiva, los humores desplazan las entrañas recogidas en el ombligo
del hombre, y suben al cerebro y en muchos casos le provocan un frenesí. Agitan
las venas de los lomos y activan una crisis de melancolía que transtorna al
hombre y le pone triste e incapaz de discernimiento. Con esta perturbación
inmoderada que desborda la lascivia, los pensamientos le llevan al ansia de la
concupiscencia. Hacen trizas todo sentido de la ciencia, para sumergirlo en la
abyección de las malas acciones, haciéndolo insensato e incontinente en la
impudicicia. Cuando no puede satisfacer completamente el deleite de la carne,
la tristeza lo ofusca.
A
veces los humores alcanzan las venas de los riñones haciéndolas demasiado
húmedas, y luego envenenan las venas de las pantorrillas y las otras venas del
cuerpo con su excesiva humedad. Y si en este punto el hombre abusa en exceso de
la comida y bebida, los humores le harán enfermarse de lepra grasa, porque sus
carnes empiezan a hincharse. Con esto se muestra que a veces los pensamientos
impresionan al hombre con la seducción inmunda y viscosa del placer y lo
arrastran a una vergonzosa debilidad, alejando de él la fuerza de la
abstinencia que debería asegurarle el dominio de la carne, induciéndolo
voluptuosamente a la voracidad que enciende las llamas de la libídine. De este
modo lo corrompen con la podredumbre de los pecados, que es como una lepra, porque
no sabe resistir al placer del cuerpo. En efecto, quién no macere la carne a
través de una abstinencia equilibrada, sino que la nutre con los vicios y la
concupiscencia, acumula sobre sí la obesidad de los pecados y así se hace
sórdido y repugnante ante Dios.
De
cómo los mismos humores perfeccionan los pensamientos más íntimos cuando son
templados adecuadamente en el cuerpo del hombre. Cita del Cantar de los
Cantares en armonía con esto, y su explicación.
XIX En
cambio, si los humores en cuestión no se difunden por los elementos ni con
excesiva sequía ni con excesiva humedad, sino templados en medida adecuada y
constante, el hombre se mantiene sano en el cuerpo y fuerte en el conocimiento
del bien y del mal. Esto significa que, cuando los pensamientos del hombre no
tienen ni una dureza excesiva nacida de la impiedad, ni una lascivia excesiva
nacida de su complacencia, sino que se mantienen bien ordenados en la
honestidad de las costumbres, tanto según el criterio humano como según el
divino, convierten el hombre en un ser tranquilo por la mansedumbre de su
cuerpo, y sutil en el conocimiento. Entonces el hombre no se inclina ni a la
derecha ni a la izquierda en la tentativa de huir del favor del mundo sino que,
sustentado por la abundancia de las virtudes, anhela los bienes celestes, está
escrito en la Cantar de los Cantares: ¡Que bellos son tus pies en las
sandalias, hija de príncipe! (Cant 7,2).
Esto
se interpreta así: tú, que en tu corazón te deleitas en buenas obras, tú que
anhelas a Dios, que te confiere la esperanza de la vida eterna, esta esperanza
que resplandece por ti en la alegría como el sol en el alba, a todos muestras
la belleza de tus pasos que caminan siguiendo la senda del Hijo de Dios cuando,
como si te obligase el calzado, te impones la mortificación de la carne, es
decir, tapas la desnudez de tus pecados, cuándo, en tu libre albedrío, quieres
a Dios más que a ti mismo. Y entonces tu alma es llamada hija del príncipe, de
aquel príncipe llamado príncipe de la paz que ha liberado a su pueblo venciendo
a la antigua serpiente y ha lavado en su sangre toda la enemistad que separaba
a Dios y al hombre. Los ángeles anunciaron esta paz a los hombres en la
humanidad del Hijo de Dios y de ella se alegraron, porque Dios se unió a la
tierra de modo que los hombres pudieran verlo en forma humana y los ángeles lo
vieran perfectamente como hombre y como Dios. Pues cada hombre que teme, que
quiere a Dios, abre a estas palabras la devoción de su corazón y sabe que se
dicen por la salvación de los cuerpos y las almas de los hombres, no por un ser
humano, sino por Mí, que soy el que soy.
CUARTA VISIÓN DE LA PRIMERA PARTE
Diferentes
visiones reunidas en resumen en un solo capítulo. A propósito del firmamento,
cuál es su espesor con los elementos que lo integran, las complicadas
relaciones de oposición y regulación entre algunos de los círculos, y de la vía
láctea que aparece con el aspecto de un arco curvado.
I. Y
vi que el firmamento y todas sus dependencias, su espesor de un extremo al otro
por encima de la tierra, era igual al de la tierra de un extremo al otro. Vi
luego que el fuego superior del firmamento, agitándose de vez en cuando,
lanzaba sobre la tierra, escamas parecidas a chispas, que infligieron lesiones
y heridas a los hombres, a los animales y a los frutos de la tierra. También vi
que una niebla se escapaba a veces del fuego negro y alcanzaba la tierra.
Desecaba el verdor y la humedad de los campos, pero el círculo de éter puro
oponía resistencia tanto a las escamas como a la niebla, de modo que no golpearan
con llagas excesivas a las criaturas.
Y
también vi que del aire denso, blanco y luminoso, extendía a veces otra niebla
en dirección a varias partes de la tierra, y suscitaba una gran epidemia en
hombres y animales, así que muchos fueron golpeados por enfermedades diferentes
y muchísimos murieron. El aire húmedo opuso sin embargo resistencia a la
niebla, mitigando sus efectos para que no infligiera a las criaturas condenas
excesivas. También vi que del aire tenue brotaba un humor que se derramaba sobre
la tierra, la hacía reverdecer y provocaba la germinación de las semillas. De
este humor se levantaban algunas nubes que sustentaban todas las cosas que
están arriba y que reforzaban todo. En este aire también vi como una nube
blanca, que por ambos extremos estaba fijada como en dos puntos a las otras
nubes del firmamento, mientras que su parte central se curvaba como un arco
dentro de este mismo aire. Y de nuevo oí la voz del cielo que me decía:
Dios,
Creador de todas las cosas, consolida los elementos inferiores con los
superiores. Y purifica a los pecadores, sirviéndose de todas estas cosas para
castigarlos, Qué significa con respecto al hombre el espesor del firmamento,
que es igual al de la tierra.
II.
Dios, que ha creado todas las cosas, ha constituido las cosas que están arriba
de modo que refuercen y purifiquen, a causa de su acción, las cosas que están
abajo y las ha introducido en la forma corpórea del hombre destinándolas a la
salud de su alma. Ves en efecto, que el firmamento, con todas sus dependencias,
tiene un espesor, de un extremo al otro por encima de la tierra, igual al de la
tierra de un extremo al otro, porque como te ha sido revelado y mostrado, el
firmamento y la tierra son de igual vasto espesor. Y el vacío de aire que se
extiende de la tierra a los límites superiores, es el mismo vacío que va desde
abajo de la tierra a los límites inferiores, y también es el mismo vacío que
separa la tierra por el sur y por el norte de los límites opuestos del
firmamento. Esto indica que el espíritu interior del hombre manifiesta sus
energías tanto en las cosas celestes como en las terrenales, según como el
cuerpo humano emplee su fuerza al tratar de vivir en relación con ellas. En
efecto, cuando el alma y el cuerpo coinciden ambos en la rectitud, consiguen
los premios celestes en común felicidad.
Y
todavía a propósito del firmamento, que ha sido dispuesto por el Creador de
modo que tuviera todas las propiedades necesarias del fuego, del éter, de las
aguas, de las estrellas y de los vientos. Por que razón son creadas las escamas
que caen como chispas desde del círculo superior de fuego brillante y
perjudican tanto a la tierra como a sus habitantes. Qué significa todo esto con
respecto al castigo espiritual.
III.
Vi luego que el fuego superior del firmamento, agitándose de vez en cuando,
lanzaba sobre la tierra escamas parecidas a chispas que infligieron lesiones y
heridas a los hombres, a los animales y a los frutos de la tierra. Quiere decir
que Dios ha reforzado el firmamento con fuego para que no se dispersara en
todas las direcciones, lo ha aliviado con el éter para que pudiera moverse, lo
ha impregnado de agua para que no se secara, lo ha iluminado de estrellas para
que resplandeciera, y lo sustenta con la acción de los vientos para que
continúe su curso sin interrupción. En las cuatro partes del mundo, es decir a
oriente, sur, occidente y norte, la energía de los vientos empuja al firmamento
para que cumpla su movimiento circular. Pero su fuego luminoso, cuando por
disposición y juicio de Dios es superado por la humedad de las aguas
inferiores, cuando su ardor abandona la medida justa, lanza, como ya se ha
dicho, escamas ardientes por el fuego y húmedas por el agua, destinadas a
servir de venganza. Esta exhibición de la potencia de Dios, que posee en su
poder el espíritu del hombre, produce un juicio justo y envía su venganza
contra las acciones perversas de los hombres, para que sean confundidos y
derribados porque no se comportan como hombres sino como bestias, faltos de
cualquier fruto de obras buenas.
El
fuego negro contenido en el segundo círculo, suscitado por el juicio de Dios o
por la colisión de los vientos, emite una niebla que deseca todo el verdor de
la tierra, y manifiesta a veces su peligrosidad con el calor, a veces con
tempestades e inundaciones. Que significa todo esto.
IV. Y
a veces una niebla se escapaba del fuego negro y alcanzaba la tierra. Desecaba
el verdor y secó la humedad de los campos, porque, tal y como se ha dicho, la
voluntad del Dios agita en el mismo fuego el ardor y el frío, y desciende una
niebla humeante, porque proviene del peligroso ardor, y húmeda, porque proviene
del frío dañino, destinada a cumplir la venganza de Dios contra los pecadores.
En efecto, este fuego negro quema, alimentado por el viento del Sur, mientras
el viento del norte trae un exceso de frío, que provoca el granizo.
Afortunadamente el viento oriental calma los vientos de sur y del norte. En
cambio, el viento occidental, avanzando a tirones intermitentes en el aire
húmedo, cuando a veces el fuego negro está sometido a turbaciones, produce una
peligrosa inundación. Esto significa que otro castigo proveniente del juicio
divino castiga las concupiscencias de la carne, abatiéndolos en la aridez del
desprecio y consumiendo completamente su grasa, porque Dios reduce a la nada
cuanto a él se opone.
El
círculo de éter puro con su dulzura equilibra los elementos superiores e
inferiores, y se opone a las escamas del primer círculo y a las nieblas del
segundo círculo para que no perjudiquen demasiado la tierra. Que provecho y que
significado tiene el humo que emana de las aguas superiores calentadas por el
fuego celestial.
V.
Pero el círculo de éter puro opone resistencia tanto a las escamas como a la
niebla, de modo que no golpeen con llagas excesivas a las criaturas ya que el
éter, que está en el medio, entre los fuegos y las aguas, apacigua con su
pureza y suavidad las cosas que están encima y atempera las inferiores, y no
manda llagas. Si cada elemento hiriera a las criaturas y no hubiera ninguno que
las socorriera, ellas no podrían ni durar ni existir. Sin embargo, cuando por
disposición divina, a veces el fuego frena las aguas para que no fluyan en un
aluvión exagerado, entonces emiten un humo, que sin embargo no es nocivo, como
tampoco el aliento del hombre puede perjudicar a los demás. Es un humo que
equilibra con la justa humedad las cosas que están debajo, para que no
extiendan las llagas más allá de lo debido, como la pura penitencia endulza el
castigo y la venganza divina, reconduciendo la paz entre Dios y su criatura.
De
dónde deriva la niebla pestilente que se difunde desde el círculo del aire
denso y blanco hacia la tierra. Por qué se opone la densidad del aire acuoso,
para que no sea demasiado perjudicial. Se explica como cada una de estas llagas
únicamente les son infligidas a los hombres por el juicio de Dios. Que
significan todas estas cosas.
VI. Y
también vi que desde el aire denso, blanco y luminoso, se extendía a veces otra
niebla en dirección a varias partes de la tierra, suscitando una gran pestilencia
contra hombres y animales, así que muchos fueron golpeados por enfermedades
diferentes y muchísimos murieron.
Cuando
la niebla, proveniente del aire mencionado, se extiende, las aguas superiores,
que debajo tienen este mismo aire, son agitadas excesivamente desde el fuego
superior por voluntad divina, y tan pronto empiezan a hervir con amenazador
calor, como se hielan con un frío exageradamente nocivo que se encuentra en el
fuego negro. Y así la niebla empapada por ambos, daña de los dos modos. Estas
llagas sólo se ocasionan cuando son provocadas por los pecados de los hombres,
y caen sobre los hombres por el justo juicio de Dios.
Enseñan
que, en reconocimiento del valor de las obras santas, cae la venganza sobre las
obras que están faltas de cordura, infligiendo un castigo desmedido a los
hombres que pecan desmedidamente, de modo que se debilite en ellos lo que en el
cuerpo está privado completamente de discernimiento y de mortificación y
ayudando a la salvación del alma. El discernimiento regula cuánto es útil a la
salud, tanto del cuerpo como del alma. El aire húmedo opone sin embargo
resistencia a la niebla, y mitiga sus efectos para que no inflija a las
criaturas condenas excesivas, ya que con su humedad atenúa las violentas
energías de la niebla. Así las obras santas, con los ejemplos de los justos,
enseñan a la venganza que procede del discernimiento de que manera puede herir
todo lo que está privado de moderación.
Cuál
es la utilidad del humor que sale del aire tenue. Cómo las gotas de lluvia son
transformadas en nieve por el frío de la región superior. Cómo este mismo aire
ligero defiende la tierra de los peligros que provienen de lo alto, y como la
fecunda.
VII.
También vi que del aire tenue brotaba un humor, que se derramaba sobre la
tierra, la hacía reverdecer y provocaba la germinación de las semillas. De esta
humedad se levantaban algunas nubes que sustentaban todas las cosas que están
arriba y que reforzaban todo. Significa que el aire tenue deja salir de sí la
nieve que, como volando, se posa sobre la tierra cuando el frío se apodera de
la tierra a causa del curso descendiente del sol, porque las gotas de agua se
transforman en nieve por el efecto del frío de la región superior. En cambio,
en el ardor del curso ascendente del sol, el mismo aire rezuma como un panal de
miel, un rocío que cae sobre la tierra. La dulzura del viento de levante
transforma a veces este rocío en una lluvia ligera. Este aire rechaza los
peligros que vienen de arriba y es como un escudo que protege la tierra, como el
escudo protege el cuerpo del soldado. Así, el dulce y templado calor del sol
deja caer sobre la tierra el rocío de la bendición, que es la que Jacob le dio
a su hijo. A veces este aire es como el vapor que proviene del agua y de la
humedad del rocío. No es nocivo, al revés, todo lo que moja sobre la tierra da
frutos, purificándola de la suciedad y del hedor con que, de alguna manera, la
impregnan las tormentas.
Cómo
las nubes que están en el aire superior se transforman por el fuego o por el
frío, y aparecen a veces luminosas y a veces oscuras, y difunden la lluvia poco
a poco, como si gotearan de mamas. Qué significa esto para nosotros.
VIII.
El mismo aire lleva sobre sí y sustenta las nubes de que se ha hablado, que son
a veces luminosas y a veces oscuras. Cada una tiene como una especie de mama
con la que manda la lluvia sobre la tierra, como de las mamas se ordeña la
leche. A veces las nubes se extienden hacia los elementos superiores, y de cada
uno de ellos recibe energía. En efecto, el fuego las refuerza, el éter las
alivia, las aguas las impregnan y el frío las consolidan, de modo que ninguna
mama vuelca sobre la tierra una cantidad excesiva de lluvia. Estas mismas nubes
son las que hacen el efecto de espejo que los hombres llaman cielo, porque la
sede del sol, de la luna y de las estrellas que se ven a través de ellas son
como cuerpos reflejados en un espejo, así que los hombres creen ver como ellos
están realmente dispuestos. En cambio no es así, porque las nubes enseñan los
movimientos regulares de los astros solamente como sobre la superficie
reflectante de un espejo, como se percibe en el agua que corre, una imagen
situada antes. Esto significa que el pensamiento, que nace del justo deseo del
creyente y tiene como resultado la fructuosa utilidad de las obras buenas
producidas, estimula su fecundidad para que produzca frutos múltiples de
santidad y eleva el intelecto de los hombres a las cosas celestes, de modo que
a ellas aspiren ardientemente y por ellas sean reforzados al mismo tiempo. En
efecto, cuando el hombre, con justo deseo, tiende al fruto de las buenas obras,
desprecia las cosas terrenales y se une tan estrechamente a las que están
arriba, en el cielo, que parece completamente cambiado, como si ya no fuera un
hombre.
Sobre
la nube que se denomina láctea, por el hecho de que refuerza el aire contenido
en el ámbito de su arco. Qué significa esto.
IX. En
este aire también vi una clase de nube blanca, que en ambos lados, en las
extremidades estaba fijada como en dos puntos a las otras nubes del firmamento,
mientras que su parte central se curvaba como un arco dentro de este mismo
aire. Porque en las nubes que este aire sustenta y lleva para arriba hay otra
nube, de color parecido a la leche, que sustenta el aire mismo como la columna
sustenta la casa. De modo parecido, los intelectos de algunos hombres están tan
establemente orientados en el sentido de buscar el recto deseo, que esperan que
la recompensa final de sus obras sea tanto en las cosas del mundo como en las
espirituales, porque llevan a buen fin tanto los asuntos mundanos como los
celestes para hacerse agradables al juez supremo. Aunque la perfección de sus
mentes se someta a veces la fragilidad de la carne casi encorvándose, sin
embargo persevera en el deseo auténtico, tal como enseña mi siervo a Job,
diciendo:
Palabras
de Job adecuadas a esta cuestión. En qué sentido deben ser comprendidas.
X. “El
justo se afianza en su camino, y el de manos puras redobla su energía” (Jb
17,9). Esto se interpreta así: El hombre que quiere la justicia mantendrá los
caminos de la rectitud con fatiga y con esfuerzo, y quién se mantiene puro y
lejos de las suciedades del mundo, adquirirá la santidad por sus buenas obras.
Cuando se abstiene del mal y se vuelve hacia todo lo que le gusta a Dios
conquista aquella vida que no tiene fin. El justo tiene en sí la sabiduría, y
la sabiduría está en aquella razón que reconoce lo que da la vida y lo que da
la muerte, sabiduría que enseña los caminos verdaderos. La ceguera del corazón
que nace del gusto de la carne, oscurece la ciencia pura cuando se propone
hacer todo lo que quiere únicamente según su voluntad. El hombre persiste en la
ceguera hasta darse cuenta de sus heridas y desagradarse a si mismo,
preguntándose como es posible vivir si se ha alejado de Dios.
El
hombre, fortalecido en Dios, estable como el firmamento, tiene que meditar
sobre de él y sobre sus obras asiduamente, ya que Dios le ha hecho la criatura
más racional entre todas, para que le conozca y le glorifique.
XI. En
estos pensamientos el hombre debe dirigir la mirada a Dios omnipotente como una
referencia, proclamando todos sus milagros y signos, y a semejanza del
firmamento, consolidar de este modo su morada para no ser arrancado de Dios por
ningún impulso de temor o de amor. Dios puso el firmamento de escabel de su
trono, y por ello el firmamento está animado de un movimiento circular a
semejanza de la potencia de Dios, que no tiene principio ni fin, como nadie
puede ver donde tiene el principio o el fin una rueda que gira. El trono de
Dios es su misma eternidad, en él sólo Dios se sienta, y todos los seres vivos
son chispas que brotan de los rayos de su esplendor, como los rayos proceden
del sol. ¿Y como se podría conocer que Dios es vida, si no fuera por los seres
vivientes que en sí mismos lo glorifican, ya que de Él proceden y a Él alaban
su gloria?
Por
esto dispuso vivientes y ardientes chispas delante de la claridad de su rostro,
y ellas pueden ver que él no tiene principio ni fin, por tanto no se cansan
nunca de contemplarlo, y lo miran atentamente, sin tener cansancio, y este
deseo no tendrá nunca fin. ¿Como se podría saber, de otro modo, que sólo Él es
eterno, si no fuera objeto de esta contemplación de los ángeles? ¿Y si no
tuviera estas chispas, como aparecería su gloria en su plenitud? ¿Como haría lo
eterno para reconocer su eternidad, si ninguna luz procediera de él? No hay
ninguna criatura que no tenga alguno de sus rayos, es decir la fuerza vital,
semillas, flores, belleza, de otro modo no sería criatura. Pero si Dios no
tuviera el poder de hacer todas las cosas, ¿dónde estaría su potencia?
Dios
imprimió la belleza de sus obras en el primer ángel. Para indicar en qué parte
del mundo está el infierno, después de haber iluminado tres partes con la
presencia del sol y la luna dejó la cuarta parte, es decir la septentrional,
falta de luz. Cómo las tinieblas se destacan por contraste con el resplandor de
la luz. Cómo la luz es más agradable en contraste con las tinieblas.
XII.
Dios imprimió toda la belleza de las obras de su potencia en el primer ángel,
lo engalanó de estrellas, de belleza lozana, de fuerza vital y de todo tipo de
piedras preciosas resplandecientes como un cielo estrellado, y lo llamó Lucifer
porque recibió la luz del propio Dios, que es el único eterno.
Yo que
mostré mis obras en tres regiones, al oriente, en el sur y a occidente, he
dejado vacía la cuarta región en el norte, donde no resplandece ni el sol ni la
luna. Por esta razón es justo que en aquella comarca, fuera del firmamento, se
encuentre el infierno, que no tiene ni techo ni fondo, allí solo hay tinieblas.
Pero estas tinieblas se encuentran también al servicio de mi alabanza, porque,
¿cómo podríamos reconocer la luz sin la existencia de las tinieblas? ¿Y como se
reconocerían las tinieblas, si no fuera por el radiante fulgor de mis
servidores? Si no fuera así, mi poder carecería de plenitud, y de ese modo mis
maravillas no serían celebradas. En cambio mi poder es lleno y perfecto, no hay
ninguna carencia en mis maravillas.
En
efecto, cuando la luminosidad está desprovista de tinieblas, recibe el nombre
de luz. En realidad luz es el ojo viviente, las tinieblas son ceguera. Según
estas dos distinciones conocemos el bien y el mal. A través de la luz, las
obras de Dios, a través de las tinieblas, el alejamiento de Dios. La luz no
toca a los que no quieren tener confianza en Él, porque están de la parte de
los soberbios.
Sobre
la soberbia y el orgullo del primer ángel y sus seguidores contra Dios, que
fueron precipitados en el lugar de las tinieblas, y sobre los gritos de condena
hacia ellos por parte de los santos ángeles.
XIII.
La multitud innumerable de chispas, que se alinearon con el primer ángel
perdido, resplandeció un tiempo en el fulgor de todas sus bellezas, tal como el
mundo es iluminado gracias a la luz. Pero cuando el primer ángel se percató que
todo su ornamento debía colocarse al servicio de Dios, él rechazó este amor
asomándose hacia las tinieblas, y dijo para si: “Que glorioso sería para mí si
obrase por mi propia voluntad y produjera obras, como veo hacer a Dios”. Y
todos sus compañeros le dieron el propio consentimiento con estas palabras:
“Coloquemos el trono de nuestro señor al norte, enfrente del Altísimo” Y
decidieron entre ellos provocar siempre error y división entre los servidores
de Dios, para que su propio señor fuera igual en potencia y magnificencia al
Altísimo. Entonces los ojos de la eternidad, que es una sola, se incendiaron,
repicó como un trueno terrible y precipitó lejos de ella al primer transgresor
y a todo su ejército con la ayuda de sus servidores, los ángeles. Y los ángeles
de Dios proclamaron con voz de trueno: “¿Qué perversa presunción puede igualar
a Dios, nuestro Creador, único que procede de sí mismo? Y ya que tú, que
existes por su deseo, has tenido la presunción y el deseo ser parecido a Él,
irás a la ruina” Y enseguida el primer ángel, junto con todos los que se
unieron, cayó de espaldas, como un bloque de plomo, porque quiso declarar la
guerra contra Dios, cuyas obras no vio resplandecer sumergido como estaba en
las tinieblas.
Dios,
en su secreto proyecto, tenía planeada desde la eternidad la creación del
hombre. Hizo al hombre a su misma imagen y semejanza, para que combatiera por
siempre al diablo, que no puede comprender este misterio, y tomara su lugar. En
el hombre, compuesto de alma, de huesos y de carne, resumió todas las criaturas
más grandes del universo.
XIV.
Por esta razón el propio Dios inició contra él una guerra abierta llevando
consigo el vestido que había revestido desde siempre en su ciencia. Aquel con
el que Satanás, que se había alejado de Dios, nunca podrá contemplarle
perfectamente mientras no acabe todas las batallas contra él. Sólo entonces lo
verá, en el gran dolor de la confusión, cuando sea confundido por este mismo
juez justo, al final de los tiempos.
En el
antiguo proyecto, que desde siempre está decretado, Dios estableció como la
obra debía llevarse a cabo. Del barro de la tierra formó al hombre, con la
forma prevista antes del comienzo de los tiempos. Del mismo modo que el corazón
del hombre contiene en sí la racionalidad y pone en orden las palabras que
posteriormente emite. Así, Dios cuando creó todas las cosas las produjo en el
Verbo, ya que el Verbo es el Hijo, escondido en el Padre como el corazón está
escondido dentro del hombre. Y Dios hizo al ser humano formándolo a su misma
imagen y semejanza, porque quiso recubrirlo de una forma que revistiera la
santa divinidad. Por esto depositó en el hombre la señal de todas las
criaturas, en la misma medida en qué toda criatura proceden de la Palabra
divina. Por esto, en la cabeza del hombre, encerrado en una esfera y
establecido en la cumbre, está el cerebro. Sobre este cerebro se apoya una
escalera provista de peldaños para subir para arriba, es decir de ojos para
ver, oídos para oír, narices para oler y boca para hablar, y a través de ellos
el hombre ve, conoce, discierne, distingue y nombra a todas las criaturas.
Dios
ha formado al hombre y lo ha vivificado con un aliento viviente, que es el
alma, lo coaguló en la carne y en la sangre, y lo ha hecho firme con la estructura
de los huesos, tal y como la tierra es consolidada por las piedras, ya que,
como la tierra no puede existir sin piedras, así tampoco el hombre sin huesos.
Con respecto al firmamento, el sol, la luna, las estrellas, Dios no los ha
colocado en lugares fuera de los cuales no puedan cumplir su curso, por cuanto
estas constelaciones no podrían consolidarse si sus situaciones no hubieran
sido definidas. Todas las situaciones, pues, responden a medidas
preestablecidas, para que el círculo de la rueda del firmamento sea capaz de
moverse circularmente con movimiento exacto. Y todo eso está establecido en la
forma corpórea del hombre, aunque no en el mismo orden y con la misma
perfección con que estas cosas existen en los espacios celestes. Todos estos
puntos también conciernen al alma.
Cómo
la disposición exterior y la forma corpórea del hombre son atribuidas al alma,
según su progreso o defecto interior.
XV. La
cumbre de la cabeza corresponde efectivamente al principio de la obra del alma,
que dispone y manda todas las obras del hombre en la esfera de la racionalidad.
Y este alma, que es como la cumbre, discierne en el cuerpo del hombre cuanto el
cuerpo solicita y desea. El alma obra subiendo y bajando cuatro peldaños, que
son la vista, el oído, el olfato y el gusto, con los que comprende y percibe
las criaturas. Así, su recipiente carnal se extiende al mismo tiempo que ella
hacia las criaturas, y su voluntad limpia los atrae hacia sí. Junto a cada
criatura que crece, el alma vuela como el aire para satisfacer todos los deseos
del cuerpo. Conoce los nombres de las criaturas, se dispone, en conformidad con
el cuerpo, a quererlas o a odiarlas.
En
efecto, la altura del hombre y su anchura, cuando se extienden igualmente los
brazos y manos a la altura del pecho, son idénticas. Como el firmamento tiene
largo y ancho iguales también, en las medidas del hombre a lo largo y a lo
ancho, que son iguales, se reconoce la ciencia del bien y del mal, que percibe
el bien en lo que es útil, el mal en lo inútil. Debido al gusto por la carne y
la sangre del resto de los miembros del cuerpo, el alma queda enredada como el
cazador captura la presa, de tal manera que el alma no logra casi suspirar
antes de que el cuerpo haya satisfecho sus deseos, pero luego a menudo induce
al cuerpo a suspirar junto a ella.
En su
constitución, el firmamento y el hombre tuvieron de Dios, su artífice, una
notable semejanza. Qué demuestra este hecho en relación al alma del hombre.
XVI.
En la redondez de la cabeza del hombre está indicada la redondez del firmamento
y en la regular y uniforme medida de la cabeza se muestra la medida regular y
armónica del firmamento. La cabeza tiene por todos los lados una medida
regular, tal como el firmamento ha sido ordenado según una medida uniforme,
para que pueda tener una circunferencia regular por todos los lados, y ninguna
parte supere injustamente la medida de otra.
Dios
ha plasmado al hombre después del firmamento y le ha dado fuerza con las
energías de los elementos, energías que también consolidan el interior del
hombre, con el fin de que al respirar las inspire y las espire, lo mismo que el
sol, que ilumina al mundo, emite de si sus rayos y los hace volver de nuevo a
si. También la redondez y la armonía de la cabeza del hombre aluden al hecho de
que el alma en pecado sigue la voluntad de la carne antes de renovarse, entre
suspiros, en la justicia. La armonía consiste en el hecho de que el alma, lo
mismo que se ha deleitado en los pecados, se angustie por ellos y sufra en la
misma medida. Así el alma adquiere la vergüenza. El alma sin duda conserva la
vergüenza y no se deleita con los pecados, pero los comete a causa del gusto de
la carne cuando está junto a la carne.
En
efecto, aunque un hombre pueda haber vivido en el pecado hasta la náusea,
ocurre a veces que el alma, abrumada por la vergüenza, se aparte de los
pecados, al contrario que ocurre cuando es vencida por la naturaleza de la
carne. Todo el tiempo que el alma y el cuerpo viven juntos están en fuerte
conflicto entre ellos, porque cuando la carne se deleita en los pecados, el
alma sufre. Y de esto deriva la gran confusión de los espíritus malignos,
porque no han podido nunca destruir la penitencia en las almas de los justos,
mientras que ellos, en su caída provocada por el gran odio que tienen contra
Dios, ni siquiera piensan en arrepentirse de lo que han hecho. De esta forma el
alma manifiesta en si misma su redondez y su armonía, porque la ciencia del
bien repugna a la ciencia del mal y la ciencia del mal resiste a la ciencia del
bien. Una y otra se prueban mutuamente. La ciencia del bien es como la luna
llena, cuando logra dominar a la carne con el bien obrar, cuando en cambio es
arrollada por ella, entonces es como la luna menguante, su círculo solo se ve
en sombra.
En la
cabeza del hombre, desde la cumbre del cráneo hasta la garganta, hay tres
partes diferenciadas pero de igual medida. Se refieren a los tres círculos
superiores del firmamento con los dos espacios de intervalo entre ellos. Cómo
la densidad de aquellos mismos círculos está indicada, en proporción, en la
redondez de la cabeza, y cómo todas estas cosas se pueden poner en relación a
las facultades del alma.
XVII.
En la cabeza del hombre están representados los tres elementos superiores.
Desde la superficie del cráneo hasta la frente, ambos fuegos, el fuego luminoso
y debajo de él, el fuego negro. Desde la frente hasta la punta de la nariz, el
éter puro, y desde la nariz hasta la garganta, el aire húmedo situado arriba
del aire denso, blanco y luminoso. Estas partes son equidistantes entre ellas,
teniendo como referencia la densidad del fuego superior con respecto del fuego
negro. Del mismo modo, la densidad del éter puro y el del aire húmedo con
respecto del aire denso, blanco y luminoso son de igual medida.
En el
alma hay tres fuerzas, la comprensión, por la cual se comprende en la potencia
de Dios las realidades celestes y terrestre, la inteligencia, por la cual se
entienden muchas realidades y reconoce que los pecados son males, y por
consiguiente los evita a través de la penitencia, y la capacidad de movimiento,
por la cual se mueve por sí misma en todas direcciones junto a la morada que la
contiene cuando cumple las obras santas según los ejemplos de los justos. La
comprensión y la inteligencia se unen al movimiento del alma, haciendo todas una
sola cosa, de manera que si al predominar alguna el alma abarcara más de lo que
puede entender o mover, se rompería la justa medida. Así, las tres fuerzas que
están en el alma están de acuerdo y ninguna sobrepasa a la otra. En efecto, la
acción del alma de comprender, circunda al cuerpo entero con todos sus
apéndices, es decir lo lleva todo, en justa medida, hacia aquellas cosas que la
carne, que siente y gusta, desea, como un constructor toma la medida exacta de
su edificio para que los hombres los puedan habitar.
El
cuerpo es movido por el alma, y el alma no puede evitar el incitar al cuerpo a
diversas obras, ya que conoce lo que la carne desea, puesto que la carne vive
por ella. El alma, cuya esencia es la vida, es un fuego que vive en el cuerpo.
En cambio, el cuerpo es la obra cumplida, y no es por tanto capaz de abstenerse
de obrar de dos modos diferentes, o sea, según el gusto de la carne o según el
deseo del alma. La obra buena del alma es como un bonito edificio en la
presencia de Dios y de sus ángeles, pero su obra mala se presenta como un
edificio hecho de barro y empapado de inmundicia. Por tanto, el alma que cumple
obras buenas es alabada por los ángeles de Dios, pero a la que cumple obras
malas, según el gusto de la carne, le niegan toda alabanza.
En
cuanto a estas medidas idénticas que van de la frente en la parte anterior de
la cabeza, comprendidas las cejas, hasta ambas orejas, y detrás, hasta el
principio del cuello, representan el espesor uniforme de los elementos y la
constitución que les es propia. Análogamente, hay tres fuerzas iguales en el
alma, el soplo del espíritu, la ciencia y las sensaciones, que le permiten
ejecutar sus obras. Por el soplo del espíritu inicia las obras que puede hacer,
y éste es como la parte anterior de la cabeza. La ciencia se extiende como
hasta ambas orejas, y las sensaciones se dirigen como hacia atrás, hasta el
principio del cuello. Estas fuerzas se equilibran mutuamente, ya que el alma
con el soplo del espíritu sólo empieza a hacer lo que la ciencia puede comprender
y las sensaciones sustentar, y así obran con unanimidad, puesto que ninguna de
ellas sobrepasa a la otra, lo mismo que la cabeza tiene sus medidas exactas.
Descripción
de las proporciones que se hallan en los labios, en las orejas, en los hombros
y en la garganta del hombre, y como según estas mismas proporciones el hombre
interior debe comportarse en las obras de Dios y en la penitencia. Cómo los
espíritus malvados y los que perseveran en el mal son extremadamente
confundidos, porque no pueden quitar al hombre la penitencia.
XVIII.
También el labio superior y el inferior de la boca del hombre, que expulsan las
flemas de la cabeza y el vientre, son de la misma medida, y son de igual
densidad que el fuego negro, que purifica cumpliendo el castigo de Dios, y que
el aire denso, blanco y luminoso que endulza y modera sus efectos. Y también
comprobamos la misma distancia entre ambas orejas, pasando por la parte
posterior de la cabeza, y desde los agujeros de las orejas hasta los hombros y
de estos a la base de la garganta. En esto es evidente que el hombre, ya sea en
las realidades superiores, celestes, ya sea en las inferiores, terrenales, debe
alabar con la boca a Dios siempre con el mismo fervor, alejando de sí los males
tanto del alma como del cuerpo, ya que Dios es el protector de las almas y los
cuerpos.
El
hecho de que la medida de una oreja a la otra, de las orejas a los hombros y de
éstos a la base de la garganta sea la misma, como antes se ha dicho, significa
que el hombre que percibe los preceptos de Dios con las orejas, los carga
fielmente sobre los hombros, y los introduce dentro de su garganta como si los
tragara, tiene que mantener en todo una medida uniforme y armoniosa, para poder
alcanzar aquel equilibrio en que no hay ninguna deformación. En efecto, cuanto
más tiempo peca el cuerpo, tanto más se turba el alma junto al cuerpo entregado
al pecado, y cuanto más se aflige el cuerpo por la abstinencia y la penitencia,
tanto más goza el alma del premio de la gloria eterna. Tanto como el hombre se preocupa
al principio de las obras, así el hombre también debería considerar atentamente
el fin y los méritos que derivan.
Dios
introduce el alma en el cuerpo del hombre para que el cuerpo reciba la vida
gracias a ella, y para que sea consciente de que tiene su origen en su Creador.
También el hombre invoca el nombre de Dios, tanto si se encuentra en una secta
herética como si está en el camino correcto de la fe, puesto que esta aptitud
la arraigan en él las fuerzas buenas de su alma. Por esto al invocar el nombre
de Dios el hombre se eleva y escoge con qué reglas de disciplina puede venerar
al que invoca. El alma sabe que el juicio de Dios caerá sobre quien desobedezca
la ley. Por esto a veces hace que su vestido corpóreo llore lágrimas a causa de
los mismos crímenes que ha acumulado con dolor, tal como la flema se expulsa
por los labios. Entonces el dolor golpea el cuerpo donde el alma se esconde
hasta hacerle avergonzarse por sus inicuas acciones. Y sin embargo el cuerpo
sigue los placeres de la carne y muy a menudo impide al alma subir a aquella
altura en que ella percibe a Dios, y así la ciega. Pero sin embargo, no
consigue dominarla e impedirla que se duela de los pecados, aunque el hombre se
deleite en ellos. Los espíritus malignos no tuvieron nunca un arrepentimiento
parecido, y se avergüenzan muchísimo de no poder privar al hombre del
arrepentimiento.
Sobre
las dos energías del alma, la una favorece todo el relacionado con Dios,
mientras que la otra ejercita su función en dar la vida y gobernar su cuerpo.
XIX.
El alma posee dos energías con las que regula con igual fuerza el esfuerzo y el
descanso en sus ocupaciones, de modo que con una se eleva hacia lo alto y
percibe a Dios, y con la otra domina completamente el cuerpo en que se
encuentra y obra en el. Obrar en el cuerpo le proporciona alegría, ya que el
cuerpo ha sido formado por Dios, y el alma es rápida para llevar a cabo el
trabajo del cuerpo.
El
alma se difunde por el cerebro, el corazón, la sangre, la médula de los huesos
y por todo el cuerpo, llenándolo y elevándolo, pero ni mas allá, ni por encima
de de las posibilidades del cuerpo mismo. Ahora bien el alma, cuando vive en el
cuerpo, aspira a cumplir muchísimas buenas acciones, pero no puede ir más allá
de lo que le otorga la gracia divina. Además a menudo actúa según el gusto de
la carne durante mucho tiempo, hasta que la sangre, por la fatiga, se seca en
parte en las venas, y la médula del hueso empieza a emitir sudor. Entonces
disminuye la fatiga con el descanso, hasta que ha calentado la sangre de la
carne y llenado la médula. Y así estimula el cuerpo a estar despierto y lo
conforta para que pueda volver a sus fatigas. Porque él se cansa a menudo por
los placeres de la carne, pero si mientras tanto ha confortado sus fuerzas,
puede de nuevo dedicarse completamente al servicio de Dios. Cuándo obra según
sus deseos, elevándose hacia Dios, sigue las palabras de David, que inspirado
por Mí dice:
Palabras
de David adecuadas a las tareas diferentes del alma y el cuerpo. En qué sentido
se han de entender
XX.
“Escóndeme, a la sombra de tus alas de esos impíos que me acosan”. (Sal
17,8-9). Esto se interpreta así: Tú, que eres el defensor de todos los
creyentes, defiéndeme bajo la calma de tus firmes fuerzas, porque estoy bajo tu
potencia adorándote, porque te venero y no me dirijo a un dios extraño y
engañoso. Libérame de las pasiones intensamente malvadas y torpes de los
espíritus malignos, que me afligen mientras mi carne disfruta. Y así el alma al
cumplir su perfecta victoria, afirmará: “Oh carne y miembros en que vivo, me
alegro muchísimo de encontrarme dentro de vosotros, porque cuando estáis de
acuerdo conmigo me lleváis a los premios eternos”. En cambio el alma, que se
ofende porque las malas obras la han herido, dice así quejándose: “Pobre de mí,
que he sido enviada a esta morada que me arrastra a la sombra de la muerte,
porque el placer de este cuerpo me hace girar como un molino y me hace cumplir
obras encaminadas a la muerte”.
Cómo
el firmamento y las diversas características de sus círculos cumplen todas las
funciones de la tierra. Así la cabeza y los sentidos, que tienen su sede
principal en la cabeza, gobiernan el cuerpo entero. Análogamente la fuerza
principal, es decir la razón, se atribuye al alma, con la cual se encamina a
las cosas del cielo. También se atribuyen al alma las otras fuerzas, con las
cuales se administra el cuerpo.
XXI.
Todo el cuerpo del hombre está atado a su cabeza, como la tierra se une al
firmamento con todos sus anexos. El hombre entero está sujetado por la
sensibilidad de la cabeza, como todas las funciones de la tierra se cumplen
gracias al firmamento. Así, como la experiencia de las realidades celestes y
terrestres está presente en el alma, la racionalidad, por la cual conoce las
realidades celestes y terrestres, está fijada en ella. En efecto, lo mismo que
el Verbo de Dios ha penetrado todas las cosas al crearlas así el alma traspasa
todo el cuerpo obrando en él. El alma también es la fuerza vital de la carne,
ya que el cuerpo del hombre crece y progresa gracias a ella, igual que la
tierra produce frutos gracias a la humedad. Y además el alma es la humedad del
cuerpo, ya que lo mantiene húmedo e impide que se reseque, igual que la lluvia
impregna la tierra. En efecto, si la humedad de las lluvias cae en medida
proporcionada, ordenada y no excesiva, hace germinar la tierra, pero en cambio
si corre desordenadamente, la sofoca y la destruye junto a todas sus semillas.
Del alma en realidad provienen las energías que vivifican el cuerpo del hombre,
como la humedad proviene del agua, y por esta razón el alma se alegra cuando
obra de acuerdo con el cuerpo.
Por
eso, si el hombre actúa según el deseo del alma, todas sus obras son buenas, y
en cambio si actúa según la carne, serán todas malas. La carne rezuma humedad a
causa del alma, ya que el soplo del alma mueve la carne según lo solicita su
misma naturaleza, y así el soplo del alma alimenta el deseo del hombre. En
efecto, el alma sube a las realidades celestes y, con su sentir, aprende a
juzgar cualquier obra según sus méritos, y como el cuerpo entero está gobernado
por la sensibilidad corpórea, así el alma racional reúne en sí todas las obras
de los elementos del hombre, considerando que estos puedan obrar según sus
deseos. Y de este modo hace florecer los elementos del hombre como la humedad
la tierra, ya que se difunde por todo el cuerpo del hombre como la humedad por
toda la tierra. Y como la tierra engendra cosas útiles e inútiles, así el
hombre también oculta en él la aspiración al cielo y el gusto del pecado.
Sobre
la distancia y la mutua colaboración de los siete astros, y cómo de la cumbre
del cerebro hasta la extremidad inferior de la frente del hombre se distinguen
siete espacios de igual medida, que aluden a los siete astros. Cómo, en
relación con ello, el alma y su cuerpo con los cinco sentidos tienen que
desarrollar sus tareas con buena disposición de ánimo y buenas obras según los
siete dones del Espíritu Santo.
XXII.
Bajando de la parte superior del cráneo hasta la parte inferior de la frente
del hombre se distinguen siete espacios de igual medida que aluden a los siete
astros, separados entre ellos por distancias iguales en el firmamento. En la
cumbre referida, se representa el astro más alto, en la parte inferior de la
frente la luna, y en el espacio que media entre ambos se encuentra el sol. Los
otros astros están dispuestos regularmente a ambos lados de este espacio, dos
arriba y dos abajo, separados unos de los otros con la misma medida que distan
del sol. Los espacios de la cabeza humana, por lo tanto, reproducen las
dimensiones que rigen los espacios del firmamento.
En la
cumbre de la cabeza está representado el astro más alto, ya que tiene una
circunferencia de rotación más amplia que los otros. En la frente está colocada
la luna, ya que la vergüenza del hombre está marcada en la frente, como sobre
la luna. La luna en su subida se parece a una frente, y ella permite también
distinguir los tiempos y sus diferentes cualidades. En el medio está colocado
el sol, porque es como el príncipe de los astros. Tiene dos astros que están
por encima de él y lo defienden contra el fuego superior como de un escudo.
Mientras que por debajo de sí tiene otros dos que aseguran su sostén al mismo
tiempo que el de la luna. El espacio que separa el astro más alto del sol
cuando está en la parte mas alta de su rotación, es idéntico al que separa la
luna del sol cuando este está en la parte mas baja. Y todos los otros astros
tienen entre ellos, como ya ha sido dicho, intervalos iguales. El firmamento es
redondo, tanto en la parte superior como en la inferior, como un recipiente
hecho al torno, y el sol está colocado en su parte redonda superior. El sol
recorre hacia arriba y hacia abajo todo el firmamento e irradia su resplandor,
como el vino cuando se vuelca la copa.
Todas
estas cosas indican que en el cuerpo humano, el alma, desde el momento inicial
de sus acciones hasta su cumplimiento, tiene que venerar con igual dedicación
los siete dones del Espíritu Santo: acercarse a la sabiduría en el inicio de
sus obras, tener temor en el acto de su cumplimiento y poner la fortaleza en el
centro de la obra, fortaleciéndose en las realidades celestes con la
inteligencia y el consejo, y rodeándose de ciencia y de piedad en las
realidades terrenales. El alma tiene que acoger todos los dones del Espíritu
Santo con igual devoción, porque son su auxilio. Por tanto el alma, tiene que
ocuparse de abrirse a la sabiduría, de sujetarse al final con la vergüenza, y
entre estos dos momentos, armarse de fortaleza y de la belleza de la
inteligencia y el consejo, y de defenderse por fin, como se ha dicho, con la
ciencia y la piedad.
Y cada
uno de estos dones se une al otro, consiguiendo que toda obra del alma sea
buena y llena de honestidad. En efecto, el espíritu de sabiduría, el de
fortaleza y el del temor del Dios impregnan el alma del hombre, de modo que
siga sabiamente en la verdadera fortaleza, posea con ella el temor, y con los
otros cinco dones se mantenga con la misma constancia delante del supremo
Creador. El movimiento del alma racional y la actividad del cuerpo con sus
cinco sentidos, es decir el hombre entero, siguen la misma medida, ya que el
alma no mueve al cuerpo más de lo que el cuerpo pueda obrar, ni el cuerpo obra
más de lo que es movido por el alma. Los diferentes sentidos del hombre no se
separan unos de otros, más bien se controlan recíprocamente con mucha fuerza y
le revelan al hombre todos los bienes, tanto de las realidades superiores como
de las inferiores.
El
cerebro del hombre, que está dividido en tres cavidades y administra el sentir
cuerpo entero, tiene el mismo papel que el sol, que iluminando las tres partes
del mundo asegura todas las cosas que están sobre la tierra, regulándolas y
haciéndolas crecer, y con su fuego enciende la luna.
XXIII.
El cerebro del hombre, que consta de tres cavidades y no de más, está dominado
por la humedad y provee a todo el cuerpo de sensibilidad y vigor. Representa
las energías del sol, que atraviesa las regiones oriental, austral y
occidental, y evita, en cambio, la región septentrional y a menudo transmite a
la tierra la fecundidad gracias a la dulzura benéfica del rocío y las lluvias.
Conforta a las criaturas de todo el mundo, regulándolas con su virtud. El
cerebro está custodiado por la fuerza del cráneo, lo mismo que el ardor del
brillante fuego superior refuerza las energías del sol.
Cuando
el sol cumple su curso a todo lo largo del día, su fuego origina en la tierra
un peligro mayor que cuando declina, como escondiendo su rostro. En efecto,
cuando declina, las aguas junto a las estrellas van a su encuentro y lo
sustentan por medio del aire, colocándose bajo el escabel de los pies del
Señor. Allí conserva su estado y gobierna todas las cosas que están bajo la
tierra, como la gallina empolla sus polluelos. Luego en la alegría del día, al
subir por encima de la tierra devuelve la fuerza a todas las cosas que están en
la superficie de ella como la gallina que hace salir sus polluelos de los
huevos.
El
hombre actúa durante el día y por la noche duerme, tal como el sol obra en los
dos modos indicados, sobre la tierra y bajo ella. De día resplandece sobre la
tierra y por la noche, tras ponerse, la superficie de la tierra se cubre de
oscuridad. De modo parecido, la carne del hombre, cuando se ha deteriorado, se
revitaliza gracias a las energías del alma, cuyo papel es sustentar la carne y
la sangre para que no desfallezca, también la luna se enciende por el fuego del
sol después de cada puesta de sol.
Del
mismo modo, el alma, que gobierna al cuerpo con sus energías, adora al Dios uno
en la Trinidad. Como si imitara a un astro, semeja alternar el día con la
noche, es decir, ahora resplandece por la fuerza espiritual, que simboliza el
sol, corroborada y elevada por la luz de las obras santas, ahora se oscurece
sucumbiendo a los deseos de la carne.
XXIV.
El alma, con sus energías, gobierna sabiamente el cuerpo del hombre, cuando el,
en la bondad, perfección y santidad, entiende y siente y sabe las cosas que
conciernen Dios. Adora al verdadero Dios en su Trinidad y no busca otro dios en
el engaño, del mismo modo que las fuerzas del alma se unen para obrar en común
y en el mismo momento.
El
espíritu de fortaleza toca el alma, que así puede tomar en consideración en
cada momento el principio de sus obras y su cumplimiento final, evitar las
obras malas y transmitir al cuerpo en que habita la dulzura de los regalos
celestes, con lo que lleva a todos sus elementos a la honestidad, porque las
fuerzas del alma han sido reunidas en una unidad gracias a la fuerza de la
potencia divina.
Y
cuando la fortaleza fortalece así al alma, entonces somete todo el cuerpo a su
dominio, por lo cual el cuerpo derrama a menudo sus lágrimas acompañadas por
gemidos. Entonces el hombre se mantiene en tal condición de humildad y quietud
que sabe gobernarse tanto en las realidades temporales como en las
espirituales, porque está bien instruido en todas las cosas buenas. Pues su
alma, cuando un buen día obra en el deseo del bien sube bien arriba, pero
cuando condesciende con la concupiscencia de la carne, está oprimida como
cuando la vence el sueño cada noche. Ya que en un caso usa las defensas de la
fortaleza, en cambio en el otro se junta a la pereza. Cuando está atenta al
bien somete a examen todo cuanto la circunda, como el día, mientras que con
pereza es como la noche, no logra prever nada. Sin embargo, igual que a veces
la noche se ilumina por la luna y luego de nuevo se oscurece cuando la luna
desaparece, así las obras del hombre son mixtas, es decir, un momento luminosas
y otro oscuras.
Cuando
el alma, obligada por el cuerpo, obra el mal junto con él, entonces se oscurece
su virtud, privada de la luz de la verdad. Pero luego, al darse cuenta que está
oprimida por los pecados, se levanta contra la voluntad de la carne, y la
aflige y la reprocha todas las obras malas. Y así la luz de la beatitud resurge,
superada la noche de los pecados, de forma que el alma vence a la ciencia mala
junto a la carne, y la carne es al fin castigada a través de la penitencia y la
corrección de las obras perversas. Cuando la carne está así bien sujeta, el
alma también hace de modo que la carne desee también alcanzar las realidades
celestes, ya que rápidamente la somete al temor de Dios, fortalecida por el
espíritu de fortaleza.
En
realidad el alma ayuda a la carne y la carne el alma, ya que el alma y la carne
realizan conjuntamente todas las obras. Por tanto el alma vuelve a la vida
cumpliendo obras santas y buenas junto a la carne.
Pero
la carne a menudo se cansa cuando actúa junto al alma. Entonces ésta
condesciende con la carne y la permite deleitarse en alguna otra obra, como una
madre hace reír a su niño que llora. De este modo la carne cumple junto al alma
algunas obras buenas, mezcladas sin embargo, con algunos pecados que el alma
tolera para evitar que la carne se abrume. Como la carne, en efecto, vive
gracias al alma, así el alma revive obrando el bien junto a la carne, porque ha
sido colocada en la creación que es la obra de las manos del Dios.
En
efecto, como el sol vence a la noche y sube hasta a mediodía, así también, el
hombre, al evitar las obras malvadas progresa hacia arriba. Y como el sol
después de mediodía va hacia el ocaso, así el alma condesciende con la carne. Y
el sol reaviva a la luna para que no se debilite, así la carne del hombre es
sustentada por las energías del alma para que no muera.
Tal
como todas las venas del cuerpo llevan el calor al cerebro, que atrae la
humedad de las entrañas, así los círculos superiores asisten con sus fuegos al
sol, para que el calor no le falte cuando, a veces, hace bajar el rocío y la
lluvia. Qué puede significar esto en relación a los acuerdos y desacuerdos
entre el alma y la carne.
XXV.
Ya que el cerebro del hombre es húmedo y moderadamente frío, todas las venas y
los elementos del cuerpo le proveen calor. Así todos los astros superiores, que
resplandecen de fuego, asisten al sol, que hace a veces bajar sobre la tierra
rocío y lluvia, suministrándole fuego para que no pierda calor. Humedecido por
el agua y fortalecido por el calor, el cerebro sustenta y gobierna el conjunto
del cuerpo como la humedad y el calor hacen florecer toda la tierra. Desde el
corazón, el pulmón, el hígado y todas las entrañas del hombre, la humedad sube
al cerebro y lo llena, y cuando el cerebro está colmado de humedad, algo de la
misma humedad desciende a otras partes a internas y se apresura a llenarlas.
Análogamente,
la ciencia del alma provoca lágrimas cuando los pecados la enfrían. Entonces la
constante costumbre de la honestidad, además de las otras obras buenas, le trae
el calor de los deseos celestes, de modo parecido a como las otras virtudes
vienen en ayuda de la fortaleza, que introduce en cada fiel la humedad de la
santidad. Cuando el rocío y el calor del Espíritu Santo invaden el alma de este
modo, somete a la carne y la obliga a que juntas sirvan a Dios. A partir de los
buenos pensamientos y de las palabras honestas, del uso de la justicia y de la
plenitud de los deseos interiores, el vigor de la santidad produce y fortalece
la ciencia en el alma. Y así, gracias a este lozano vigor, todo el hombre se
refuerza con la ayuda de la paciencia, contra toda adversidad, para no estar
continuamente en batalla contra los diferentes vicios.
Tal
como los astros superiores abastecen de fuego al sol, así las energías del alma
ayudan a todas las partes interiores del hombre en el cumplimiento de sus propias
funciones. Y cuando el alma abandona los pecados para realizar la justicia,
sube muy arriba con la racionalidad, mientras que cuando se percata de que el
cuerpo está en dificultades, baja a él para que no desfallezca. Ella es el
soplo viviente que pone en movimiento todo el cuerpo del hombre, aunque a
menudo se somete al placer de la carne contra la misma voluntad. Cuando el alma
tiene la voluntad de mantenerse en el bien es como el sol. La carne, en cambio,
que permanece en su pasión, es como la luna, ya que cuando peca, mengua del
mismo modo que la luna sufre una disminución. En todo caso, el alma a menudo se
levanta hacia arriba como el sol, contra la voluntad de la carne, así el hombre
se levanta aunque se queje, como la luna se reaviva por el sol.
A
causa de la humedad, la carne se deleita en el pecado, y a causa del calor no
deja de afligirse cuando se arrepiente, ya que la humedad proviene de la carne
y el calor del alma. Toda obra, mala o buena, se cumple con estos dos
elementos, del mismo modo que la fuerza de la tierra engendra todas las cosas
inútiles y útiles. Este conflicto, es decir, que la carne se deleite en los
pecados y el alma se aflija por ellos, es innato en el hombre. El hombre tiene
que cumplir todas sus obras con el alma y la carne. Las malas obras desagradan
al alma y gustan a la carne, porque la carne es mortal, mientras el alma es
inmortal. El alma también vive sin la carne, mientras que la carne no puede
vivir sin el alma. El alma es la respiración racional y su sabiduría encuentra
morada en el corazón. Con esta sabiduría calcula y dispone todo, como el padre
de familia gobierna todas las cosas de su casa. Y es que también tiene la
prudencia, con la cual provee honestamente qué cosas útiles ha de tener su
vasija, el cuerpo, de forma parecida a los pulmones que protegen el corazón.
Del alma también proviene el discernimiento, con el cual distingue rectamente
todas las cosas, tal y como las entrañas del hombre están unidas entre sí
rectamente y con discernimiento.
El
alma es de fuego y por eso calienta todos los caminos que van a parar al
corazón y los pasa en conjunto por el fuego, los retiene juntos para que no se
separen los unos de los otros y los llena para que no les falte de nada. Y así,
con sabiduría, el alma, en sus pensamientos, ordena sabiamente todas las
funciones del cuerpo, y se eleva a Dios gracias a la fe con buena y santa
intención, ya que sabe que Él la ha enviado al mundo. De modo parecido a como
la humedad sube al cerebro desde los elementos inferiores del cuerpo, así el
alma, al conocer a Dios, levanta con su santo deseo todas las funciones del
cuerpo del hombre. Y como de nuevo la humedad vuelve a bajar, llenando así las
partes inferiores del cuerpo, así también el alma baja al cuerpo, para que las
funciones del cuerpo no ofendan a Dios con sus obras.
Del
mismo modo que el cerebro y las entrañas, llenos de humores, necesitan ser
purgados, así también el aire y la tierra parecen purgarse en la estación
otoñal. El aire se coagula en largos filamentos, y la tierra en algunos lugares
parece que se limpia vomitando una sucia espuma. De ese modo se muestra que la
carne se seca con el sudor del placer, mientras el alma expía con el trabajo de
la penitencia.
XXVI.
El cerebro, cuando está lleno, expulsa de si los humores, y las entrañas,
después de haber sido llenadas, evacuan. Y esto ocurre frecuentemente en el
hombre. Igualmente la humedad y el calor descienden sobre la tierra y la hacen
brotar pero, después de que sus frutos han madurados completamente, la humedad
y el calor se retraen arriba. Por tanto, al comienzo de los fríos, cuando el
invierno se acerca, el aire se eleva y en parte se coagula por el calor del
sol, y así se voltea formando como largos filamentos. Entonces la tierra se
ablanda por la humedad que viene de lo alto y vomita una sucia espuma.
Análogamente, cuando la carne realiza sus obras, rezuma sudor y así se origina
en ella el placer. Por esto el hombre comienza a obrar, por el gusto del
placer. Pero cuando el alma se percata, en su ciencia, de haber obrado según la
voluntad y el deseo de la carne, inspira en la carne el dolor por los pecados,
porque ha obrado mal. Entonces el alma rehuye la concupiscencia de la carne
para no conocer el pecado, y así logra que también el cuerpo opte por
abstenerse de los pecados.
Entonces
el alma no ahorra ni una sola aflicción al cuerpo y lo castiga por los pecados
cometidos. Por eso el hombre siempre se encuentra lleno de tristeza, porque el
alma regaña a la carne mientras la carne se alimenta del placer. Por esto se
conoce el mal en la acción del pecado, como en el proceso de evacuación. En
realidad el alma a menudo obra por el placer de la carne, y posteriormente la
rechaza, como la tierra sometida a la acción de la humedad y el calor hace
brotar hierbas inútiles y útiles. Y cuando la costumbre de pecar se prolonga,
como los pecados son cada vez más peligrosos para el hombre, entonces el alma
inspira al cuerpo para que invoque a Dios por la penitencia, como la humedad y
el calor a menudo se retraen hacia arriba. Y así, suspendido en medio en esta
condición, el hombre obra el bien o el mal.
A
veces, cuando la carne del hombre fija su mirada en su propio placer, el alma
se extiende hacia el calor de la razón, aunque esté obstaculizada por su morada
terrenal. Cuando, a causa de su fuerza, el cuerpo pone en peligro al pecar el
conjunto de los elementos en que ha sido concebido, el alma racional se coagula
porque consiente los deseos de la carne. Sin embargo la misma alma se eleva de
nuevo hacia arriba, hacia la racionalidad, y, poniendo en evidencia los hechos
depravados, toca el corazón del hombre y le hace gemir y llorar. De este modo
vence a la carne, y gracias a las fuerzas del alma, impide que su cuerpo
recaiga en el nocivo efecto de los pecados. Tocado entonces por el rocío
celeste del Espíritu Santo, abandona la anterior dureza y reflexionando sobre
sus mismos pecados, los juzga como si fueran lodo despreciable.
La
vasija del cerebro indica el fuego superior que enciende al sol, y la humedad
del aire húmedo modera el calor del mismo sol y limita su curso, para que no
queme todas las cosas que hay por debajo. Cómo análogamente el alma, colocada
bajo la potencia y el juicio de Dios, en virtud de la racionalidad que le es
propia, tiene que gobernarse con discernimiento a si misma y a su cuerpo en
toda circunstancia.
XXVII.
La vasija del cerebro, que comprende la frente y se extiende hasta los ojos,
representa el fuego superior bajo el que arde el sol. Este fuego, unido a una
moderada humedad, se mezcla con el aire húmedo. Esta humedad es el límite que
el sol no puede traspasar superando los límites de su propio espacio, y es la
misma humedad que, al subir al sol debido a la pureza del éter, mitiga su ardor
para que no queme con calor excesivo las cosas que están sobre la tierra.
También el alma, que tiene en sí la ciencia y la razón, además de la capacidad
de manifestar vergüenza y una saludable prudencia, revela la potencia de Dios
bajo cuyo dominio se encuentra, fuerza que inspira felices suspiros en las
mentes de los fieles. Y estos suspiros retienen el juicio de la fuerza de Dios
para que no se muestre con excesiva severidad, y calman con la auténtica
penitencia el juicio de la fuerza divina, para que se olvide de los pecados del
hombre cuando este se arrepiente.
Como
el viento hace arder el fuego, así la racionalidad mueve e ilumina el alma del
hombre. La racionalidad está en el alma como el viento y la luz en el fuego. El
alma es el soplo introducido por Dios en el hombre, inagotable y racional. Y
como el fuego sin arder no sería fuego, también el alma sin racionalidad sería
incapaz de entender. Sin embargo, el viento pasa de largo por todas las otras
criaturas irracionales, puesto que no es fuego ardiente. La racionalidad, con
el conocimiento, conduce al alma por todas partes y examina y conoce de mil
modos las acciones del hombre, por lo cual, cuando el alma comprende el bien
con esa misma ciencia y se alegra, arde como el sol y revela su naturaleza
celeste. El alma todavía no puede permanecer siempre en este ardor celeste, porque
la carne del hombre desfallecería. Por esto, el alma alivia al cuerpo de la
misma manera que mi Hijo, al vivir en el mundo con su cuerpo, rogó, trabajó y
después reconfortó su cuerpo alejado del pecado, ya que fue concebido sin
pecado.
Como
hay un punto en que el sol se retiene, para no superar sus límites, también el
alma, modera el cuerpo y lo regula para que no decaiga. Y hace todo esto con
gran pureza, para que el cuerpo del hombre no se ponga en ridículo por sus
obras malvadas, ni se destruya por la inclinación excesiva del alma a las cosas
celestes, como la humedad regula el sol para que no se consuma.
El
alma quiere discernimiento en todas las cosas. Por esto, cada vez que el cuerpo
del hombre come o bebe sin discernimiento, o hace cualquier otra cosa sin
orden, las fuerzas del alma se desmoronan, porque todo tiene que ser cumplido
con discernimiento. Porque el hombre no es capaz de estar siempre suspirando
inmerso en las realidades celestes.
De
modo parecido a la tierra cuando se desmorona por el excesivo calor del sol, y
a la semilla, que no brota cuando la lluvia no es suficiente, todas las cosas
útiles brotan gracias a una correcta unión de calor y a humedad, así todas las
obras del cielo y la tierra están destinadas a cumplirse con discernimiento y
con bien, gracias al justo equilibrio. Aquellos a quienes el cielo ha iluminado
han apreciado y todavía aprecian esta disposición, pero el diablo no quiso ni
quiere poseerla, ya que se encamina, o a la excesiva altura o a la excesiva
profundidad, por lo cual ha caído y no resurgirá.
Como
la materia negra del cerebro, coagulada a causa del calor y la humedad, difunde
en el cuerpo del hombre la flema y la mucosidad, así el fuego negro, que se
encuentra en el segundo círculo, produce en el mundo tempestades y rayos.
Análogamente el alma, en su elevación hacia arriba, y la carne corrompida por
los placeres, emprenden entre ellos múltiples luchas con resultado alterno,
oponiéndose la una a la otra.
XXVIII.
En su parte superior el cerebro tiene algo negro que proviene de la respiración
húmeda del hombre, que manda arriba la humedad y, cuando ésta alcanza el límite
más
allá
del cual no puede ir, produce esta materia negra que resiste al calor para que
el cerebro no hierva violentamente, igual que el fuego negro mantiene el fuego
luminoso en sus límites. Además esta materia negra transmite al resto del
cuerpo la flema y la mucosidad del cerebro, como el fuego negro a menudo
produce sobre la tierra tempestades, truenos y granizo.
De
este modo el alma, cuando dirige hacia arriba su ciencia para conseguir
elevarse demasiado alto, se tiñe de negro, porque los anhelos del hombre,
cuando se convierten en orgullo, privan de pureza a la verdadera luz. Por esto,
la turbulencia de este impulso repugna a la fuerza que viene de lo alto, porque
no lo suscita la ciencia animada por el calor de los deseos celestiales, sino
la venganza de Dios. Entonces, el castigo divino que juzga en cada momento los
pecados del hombre, a menudo retiene su propia potencia para no destruir al hombre
pecador. La oscuridad de su ciencia a menudo inspira en el hombre negligente
concupiscencia y temeridad al pecar, porque no dirige la mirada al juicio
celeste y no ve como el juicio divino destruye con su castigo los muchos
excesos de los pecadores.
En
todo caso, el alma como abraza con amor el cuerpo en que obra, a menudo está
conforme con sus designios. Pero cuando luego reconoce con la razón la negrura
de su consentimiento, hace que la carne se angustie con la penitencia y después
la conforta de nuevo para que el hombre no desmaye. El alma reside en el cuerpo
del hombre, que es diverso según varíen los diversos humores que lo
constituyen, como la abeja construye el panal de miel, ahora transparente,
ahora turbio. Y cuando el alma se eleva a lo alto con el fuego de la
racionalidad, de un modo que el cuerpo es incapaz de tolerar, baja de nuevo y
lo conforta, porque la carne es tan frágil como la tierra. Y así el alma y el
cuerpo están en lucha continua, porque el hombre realiza obras luminosas con el
alma y oscuras con la carne.
El
cuerpo entero del hombre está fortalecido por el cerebro igual que los seres
superiores e inferiores están fortalecidos por el sol, que está en el medio de
los astros. El sol ilumina tres partes del mundo, la cuarta Dios la dejó fría y
tenebrosa. Sentido místico de estas cosas respecto a la interioridad del
hombre.
XXIX.
Como ya hemos dicho, las fuerzas del cerebro mantienen todo el cuerpo del
hombre, como los seres superiores e inferiores son fortalecidos por el sol, ya
que el sol manda su luz a los seres superiores e inferiores y recorre todo el
círculo del firmamento, a excepción de la región del norte. Cuando Dios
enriqueció la tierra con todas las criaturas, dejó un único lugar vacío, para
que la creación supiera qué es y de qué naturaleza es el resplandor de Dios. Ya
que la luz es exaltada por las tinieblas y la parte oscura está al servicio de
la parte luminosa. La parte oscura que es aquel lugar vacío que Lucifer eligió
cuando quiso igualar a su Dios.
El sol
surge por oriente, y a mediodía su ardor es cada vez más fuerte, pero después
de mediodía declina encaminándose al ocaso, y así cumple su curso hasta la
mañana siguiente. Así como el sol evita la zona del septentrión, el frío reina
sobre tierra, por la mañana y durante la noche.
Pero
Yo, que no tengo principio, soy el fuego que enciende todos los astros. Soy la
luz que derrota a las tinieblas. Las tinieblas no son capaces de acoger a la
luz, por lo tanto ni la luz se mezcla con las tinieblas, ni las tinieblas
pueden entrar en la luz.
En
efecto, el hombre ha sido constituido por Dios dentro de la buena ciencia, que
es la luz de la verdad, y como el hombre a veces se inclina al mal dentro de la
mala ciencia, ciencia que ocupa un espacio vacío donde no hay ningún reconocimiento
de méritos o premios, así en el hombre están representados cielo y tierra, luz
y tinieblas. Todas las obras del hombre están gobernadas por la ciencia, como
el espíritu de fortaleza contiene a todas las demás virtudes. Porque ese mismo
espíritu florece en las realidades espirituales y del siglo, y defiende al
hombre de las insidias de la antigua serpiente, esa serpiente que, vacía de
toda felicidad, manifiesta el resplandor de Dios, para que a través del mal se
reconozca el bien, ya que el sirviente tiene que estar sometido a su señor.
La
fortaleza, que está presente en el inicio y en el cumplimiento de las buenas
obras del hombre, evita que le sucedan males después de su cumplimiento. Y así,
desde el comienzo, intenta que el hombre no se acerque al mal, porque desde el
principio hasta el final de una actuación perversa nunca está presente el calor
del Espíritu Santo, antes bien, el entumecimiento y la negligencia arrastran el
hombre al mal. Pero el que es sin principio, es aquella luminosidad que enciende
todas las cosas luminosas y rechaza todas las desgracias que nos traen las
tinieblas. Esta luz nunca podrá ser apagada por las tinieblas. Y como el hombre
fiel es gobernado por Dios y el perverso está alejado de Él, así en el hombre
todos los elementos están ordenados distintamente.
El
alma tiene el aspecto de fuego y, en ella, la razón es como una luz. El alma
está invadida por esta capacidad de razonar, que es luminosa, como el mundo
está iluminado por el sol, porque gracias a la razón prevé y conoce todas las
obras del hombre. El hombre experimenta en sí placer y deseo, y por estas
pasiones la sangre en sus venas se mueve junto al calor de las entrañas. Así el
hombre obra, como la rueda que gira en cuanto se le da impulso, porque el
cuerpo, probando placer y deseo, empuja al alma de una parte y de la otra, de
modo que ella a menudo dirige sus pasos empujada por estos impulsos.
Qué
significan respecto a las acciones del hombre el orto o el ocaso del sol, y el
hecho de que a veces no se vea porque se esconde entre las nubes o debido al
exceso de lluvia, pero cuando esta se seca, devuelve a la tierra su luz.
XXX.
Velado por una nube negra, O escondido bajo el relámpago, el trueno y un exceso
de lluvias, el sol no se muestra. Pero cuando todo ha acabado difunde de nuevo
su luz. Representa así el alma del porque cuando el cuerpo la arrolla hasta el
punto de obrar según los deseos de la carne, el resplandor de la razón se
ofusca en ella, porque la cólera es como el relámpago, la avaricia como el
trueno y los impíos deseos de la carne como el exceso de lluvia. Pero cuando se
purifica por la penitencia, se ilumina de nuevo en la claridad de la verdadera
luz, con la esperanza de la liberación y la salvación.
El
alma emana racionalidad como el fuego sus chispas, y con ella distingue las
realidades terrenales y celestes. Por tanto, si el cuerpo está dominado por
ella hasta el punto de cumplir obras justas y buenas, también gozará de la vida
eterna, pero si en cambio el cuerpo oprime al alma hasta el punto de cumplir el
mal descuidando el bien, se precipita a los infiernos. El alma debe rechazar al
diablo, que quiso ser semejante a Dios, y por tanto se tiene que mantener lejos
del norte, porque cumpliendo el bien, o cumpliendo el mal, el alma nunca se
llama Dios a sí misma sino que gracias a la razón reconoce que ha sido creada
por Dios. Y a menudo el alma recomienda a su vasija terrestre que cumpla las
obras celestes, pero luego vuelve a consentir en los deseos de la carne.
Después cuando de nuevo empieza a elevarse hacia su deber, atormenta y castiga
el cuerpo, separando con la penitencia todos sus males como la cebada se separa
del trigo.
Éstas
son las obras del alma porque, cuando cumple el bien es como el sol cuando
resplandece a mediodía, pero cuando en cambio aspira al mal es como el sol que
declina hacia el ocaso, y cuando luego se recupera con la penitencia, es como
el sol que brilla con todo su resplandor tras la tormenta. Cuando, sin embargo,
el hombre crece gracias a las fuerzas del alma, mientras sus venas y sus
entrañas no están todavía bien llenas y fortalecidas, no puede conocer las
realidades celestes a causa de la fragilidad del cuerpo, y no es capaz de
reconocer las penas infernales porque su cuerpo todavía no está completamente
depurado. Por eso también el alma está en aquel tiempo como vacía en su
envoltura, porque entonces aquel hombre no tiene temor, de modo parecido a como
en la primera edad del mundo, la humanidad no tenía miedo a la ley. En cambio
en la edad madura, el alma del hombre se fortalece junto al cuerpo y le obliga
a cumplir buenas obras, pero el cuerpo se aleja de su voluntad y ejerce su
fuerza conforme a los deseos de la carne, y así pasaría toda su vida si las
fuerzas del alma no lo frenaran con la penitencia.
La
frente, que se encuentra entre el cerebro y los ojos, reúne las enfermedades
que tienen origen en el cerebro y en el estómago, como la luna acoge lo que
desciende de las zonas superiores y lo que sube de las zonas inferiores. Los
ojos con lo blanco, con las pupilas y con su humor indican la señal del éter
puro, las estrellas y el vapor que sale de las aguas inferiores. Diversas
consideraciones sobre qué significa todo esto con respecto de las
características del temperamento.
XXXI.
Como se ha dicho, el espacio comprendido entre la frente y la punta de la nariz
corresponde al éter puro. La frente, que se encuentra entre el cerebro y los
ojos, mantiene la situación del cerebro y los ojos, y contiene en sí aquellas
enfermedades que tienen origen en el cerebro y en el estómago. Como la luna,
que está bajo el sol y es circundada por las estrellas, recibe a menudo lo que
desciende de las zonas superiores y lo que sube de las zonas inferiores.
Los
ojos, que observan tantas cosas, representan las estrellas del firmamento que
resplandecen en todo lugar. El blanco del ojo indica la pureza del éter, su
claridad indica su resplandor, mientras que la pupila muestra las estrellas que
se encuentran en el éter. El humor de los ojos corresponde al humor con que el
éter es humedecido por las aguas inferiores, para evitar ser dañado del fuego
superior. Éste ocurre porque, entre la ciencia y la prudencia, el alma inmersa
en la verdadera penitencia empuja al arrepentimiento al cuerpo, con la gracia
de Dios. La vergüenza, que se encuentra entre la ciencia y la prudencia, les
indica el camino, porque procede rectamente estimando el pudor y ocultando en
sí misma las cosas nocivas para que no se manifiesten a todo el mundo, tal como
el temor de Dios, al amparo de la fuerza de las virtudes celestes, benéficamente
regula en si las cosas eternas y las caducas.
En
efecto, la prudencia, por la cual el hombre se procura lo que es bueno, muestra
su ardiente deseo que nutre con las realidades celestiales. La consideración de
la prudencia, por la cual el hombre valora cuidadosamente lo que cree útil a su
alma, solicita la sinceridad del verdadero arrepentimiento. La intención de tal
consideración es que quiere la belleza de la penitencia, cuando el hombre se ve
purificado de los pecados. Su intención es que, como la pupila del ojo, ilumina
las obras ardientes y luminosas que tienen lugar en la penitencia, el perdón de
los pecados adorne los gemidos y los suspiros con que el arrepentimiento se
derrite en la humedad de las lágrimas, para no incurrir en el potente juicio de
Dios.
El
alma mira alrededor por todas partes, al principio y al final de cada obra,
porque es de fuego, respira con el aire, y con la ciencia y la racionalidad
actúa y distingue todo. En efecto, fortificada dentro del cuerpo, el alma
empieza a obrar con fuerza porque lo desea. Pero a menudo se la oponen muchas
enfermedades de la carne, en las entrañas, en la sangre y en el estómago. Por
el calor de la médula, la sangre del hombre hierve, y por la pesadez de las
comidas, la sangre del estómago se quema. Y estas enfermedades son un obstáculo
para las fuerzas del alma, porque en el calor del cuerpo se desarrolla el
pecado carnal que Satanás ha tramado con engaño, y de la parte terrenal sube
hasta el alma, insinuándola que el hombre es sólo carne y que es necesario
vivir según la carne. Por esta razón el alma a menudo se ve obligada por el
cuerpo al que se encuentra atada, a obrar con él el mal.
Las
obras del alma se realizan junto al cuerpo, que es móvil, como las estrellas
giran alrededor de la luna. Y el alma con su ciencia, es como un artífice, usa
a todas las otras criaturas, de modo tal que las obras de su arte, que atañen
tanto a las realidades superiores como a las inferiores, se hagan manifiestas y
sean conocidas por su habitáculo, como las estrellas más luminosas y las más
oscuras resplandecen en el firmamento. La blancura de la ciencia se muestra en
el hombre en lo blanco de los ojos, y el intelecto brilla en ese blanco tanto
como su claridad, mientras que la racionalidad es luminosa como su pupila. Por
tanto el hombre piensa que puede acercarse a las realidades celestes entre
gemidos y llantos, cuando se juzga indigno del premio de la eterna recompensa,
porque reconoce estar cargado de muchos pecados, y se afana para evitar al
menos las penas del juicio.
Por
qué causas los ojos vierten las lágrimas en que se recogen los humores del
cuerpo, y las nubes vierten las lluvias llevadas arriba por las aguas
inferiores. Examen de todas estas cosas en cuánto se relacionan con las
pasiones del alma.
XXXII.
Y cuando el hombre se conmueve en su corazón de alegría o tristeza, las venitas
del cerebro, del pecho y del pulmón son igualmente sacudidas Y las venitas del
pecho y el pulmón empujan hacia arriba los humores hasta las venitas del
cerebro, y éstas reciben los humores y los vierten por los ojos. Así nacen las
lágrimas del hombre. Cuando al principio de la luna creciente o menguante, el
firmamento agitado por los vientos golpea con violencia el mar y las demás
aguas de la tierra, éstas producen humo y humedad. Entonces las nubes atraen
estos mismos elementos, humo y humedad, y los mandan hacia la luna, que los
bebe como si tuviera sed y los vuelve a enviar a las nubes, haciendo así que
produzcan una lluvia adecuada. De este modo, la lluvia desciende sobre la tierra
de las aguas inferiores, que las nubes hacen subir a lo alto y luego devuelven.
Así, a
veces, el alma en el hombre se alegra porque está segura de salvarse y otras se
entristece por la opresión de sus pecados. Entonces la ciencia del hombre la
mueve a la penitencia, después de confesar por temor de Dios, y suspirando la
levanta. Al ver las acciones que el hombre ha cumplido, el alma hace que broten
lágrimas de sus ojos y lo hace llorar, ya que, cuando el temor de Dios sacude
al hombre, le hace llorar entre quejidos, como si estuviera sediento de
lágrimas. Por esto sucede que, cuando a veces un hombre deplora sus obras
terrenales, a menudo dirige el ánimo al deseo de las cosas celestes, y abandona
los intereses del mundo. Cuando se aleja de Dios, y llega a olvidarse de Él,
enseguida su alma empieza a temblar, y todos los elementos del hombre, llenos
de sus energías, se encaminan sobre un camino extraño, como si no se tuviera
que venerar y temer Dios. Pero el alma pone delante de los ojos de su
habitáculo la vergüenza y la confusión de los pecados y le hace suspirar, de
modo que estos suspiros producen lágrimas.
Y así,
de los suspiros y de las lágrimas, nace en este hombre el vigor de la
penitencia. Y cuando, volviendo por fin a las buenas acciones, examina con
mucha diligencia y arrepentimiento el peso de sus pecados, la carne de algunos
miembros de su cuerpo empieza a secarse, y crece tanta amargura en su corazón
que le induce a preguntarse a si: mismo: “¿Por qué he nacido dispuesto a tan
grandes culpas? Con mi alma he pecado contra Dios, y con ella hago penitencia
suspirando hacia Él, que se ha dignado tomar el cuerpo de Adán en una Virgen.
Por eso estoy seguro que no me desprecia, sino que más bien me perdonará los
pecados, y con el rostro de su santa humanidad me acogerá, si hago penitencia
en la fe verdadera”. Entonces el alma y el cuerpo se reúnen, y unidos aspiran a
Dios con toda la fuerza del deseo, porque los pecados no le gustan nada al
alma. Solo está de acuerdo con la carne a causa del desconcierto de la
concupiscencia carnal, de otro modo, si el alma empezara a deleitarse en el
pecado, el hombre se ensuciaría siempre en el barro de los pecados. Pero el
alma no se complace en ellos, aunque opere junto con el cuerpo, y tampoco los
elementos que sustentan al hombre le obligan al pecado, sino más bien, en
virtud del juicio de Dios, lo juzgan por sus pecados. En las obras buenas, en
cambio, tienden sobre de él suavidad y dulzura.
Y cada
vez que el alma obra mal junto con el cuerpo, lo llena de tristeza, porque
aquellas obras no le gustan. Cuando en cambio hace el bien con el cuerpo, lo
hace gozar. Por esta razón el hombre que hace el bien por la gracia de Dios es
querido por los hombres aunque no lo sepa. Y a veces llega al punto de no
llenar su deseo de obrar bien, de modo parecido a los ángeles, que ven el
rostro de Dios y no se cansan nunca de contemplarlo. Este alma, además,
probando la alegría de hacer el bien, vuelve a bajar al cuerpo y lo arranca de
los pecados, provocándole suspiros y lágrimas a través de la humilde
penitencia, para que sea fecundo en las virtudes, como las nubes llevan para
arriba las aguas y luego las hacen caer.
Así
como no existe ninguna forma visible sin nombre, tampoco existe sin medida. Qué
significa en el hombre interior la medida idéntica de los ojos.
XXXIII.
Así como no existe ninguna forma visible sin nombre, tampoco existe sin medida.
Por esta razón ambos ojos del hombre tienen medida igual y sus órbitas son
iguales en su circunferencia. Dios ha separado las virtudes de los vicios, las
obras santas de los pecados, igual que ha distinguido una de otra sus
criaturas, que son conocidas por el hombre por sus formas y sus nombres, para
que el hombre, con la prudencia, como con los ojos, vea de lejos todos los
bienes, y al considerar sus buenas intenciones tenga discernimiento sincero y
equilibrado para no precipitarse en el abismo si traspasa los límites de la
medida en el bien o, al revés, para no destruirse completamente en la
desesperación, si experimenta el exceso en el mal.
El
juicio del alma racional tiene que premiar el bien y castigar el mal. En
comparación con la recompensa eterna no bastaría penitencia alguna, aunque
superara el número de los granos de arena o las gotas de agua del mar.
XXXIV.
Gracias a la razón, el alma muestra cuáles son y cómo son los pecados del
hombre, e indica al mismo tiempo el modo de pecar y de arrepentirse. Las
energías del alma inducen al hombre a arrepentirse, cuando se entristece por
sus pecados haciendo penitencia, igual que la lluvia extingue el fuego. Sin
embargo, si el hombre quisiera comparar la penitencia de que es capaz con la
gloria eterna y con el premio inefable, difícilmente podría pensar cómo
salvarse. En efecto, incluso si la penitencia del hombre fuera más numerosa que
los granos de arena o más vasta que las aguas del mar, tampoco podrían
compararse sus ganas de salvarse con la gloria inefable de la vida eterna. ¿Y
dónde se encuentra quien renuncie a satisfacer los afanes de la carne,
alejándose de los pecados?
La
ciencia del alma racional se manifiesta en dos modos, en conocer el bien y en
sentir el mal, y fija un premio por el bien y una pena por el mal. Estos son,
pues, los deberes del alma, aunque en muchos casos obra sólo según como el
cuerpo solicita. Por esta razón el hombre se parece al día en las cosas buenas,
y a la noche en las malas.
Así
como el hombre está reforzado por los ojos y los demás sentidos, y el cielo
está iluminado por el sol, la luna y las estrellas, que alternándose lo
socorren con su luz, así las obras de la verdadera penitencia iluminan el alma,
y los suspiros y lágrimas lavan las culpas.
XXXV
El hombre, además, ve con los ojos, huele a través de la nariz y gusta a través
de la boca. Del mismo modo, gracias a la energía del sol y la luna, algunos
rayos provenientes de las estrellas más altas, que tienen por misión ayudar al
sol y a la luna, son enviados alguna vez hacia el resto de astros, y así una
luz está vivificada por otra.
El
alma, pues, cuando ve obras malvadas y deshonestas, se entristece, y cuando las
ha conocido por referencias, suspira como sintiendo su mal olor, y cuando las
ha probado en el cuerpo, como a través del gusto, hace desatar en llanto al
hombre y con su ciencia le inspira arrepentimiento, suspiros por el
conocimiento de los pecados y lágrimas por sus efectos.
La
penitencia ilumina al alma, y los suspiros y lágrimas forman parte de ella. La
penitencia rápidamente lava las culpas en el hombre. Los suspiros y las
lágrimas que se producen con ella están al servicio de la verdadera penitencia,
como también las otras virtudes que vivifican gracias al espíritu de fortaleza
y temor de Dios iluminan eficazmente al hombre de fe.
Así
como la cabeza es sustentada por el mentón y las zonas superiores lo son por
las nubes, y así como los huesos en el hombre se consolidan por el fuego y la
médula se coagula con el frío, y así como en el mundo, la tierra se cultiva en
verano y en invierno para que dé frutos, de la misma manera las mentes de los
fieles se fortifican con el fuego del Espíritu Santo y el rocío de la
contrición, mientras que se debilitan por la inercia del error y la
negligencia.
XXXVI.
Todo lo que está situado en la cabeza del hombre se mantiene junto por el
mentón, igual que todos los elementos de los que se ha hablado están
sustentados en su lugar por las nubes, lo que quiere decir que las mentes de
los fieles alcanzan estabilidad al obrar el bien, y logran los bienes celestes
perseverando en él. El calor corresponde en el hombre a los huesos y el frío a
la médula, porque el alma cuece con el fuego los huesos y la médula se coagula
con el frío que se induce en su cuerpo. Así el verano y el invierno ponen a
prueba toda la tierra, de modo tal que sus frutos son coagulados en la semilla
bajo tierra a causa del frío del firmamento, y se deshacen a causa del calor.
En efecto, el calor del sol y la humedad de las aguas se unen y se mezclan en
las nubes de modo que cada fruto de la tierra se regula y fortifica por ellos.
El calor del sol y la humedad de las aguas, cultiva toda la tierra, y la hacen
productiva y perfecta, como el alfarero en el torno modela a la perfección sus
vasijas. Ambas fuerzas se unen una a otra y con las nubes, de manera tan
indisoluble, que nunca, antes del día del juicio, se consumirán o se separarán
entrando o saliendo o dispersándose por aquí y por allá.
También
el alma en el hombre se fortifica para cumplir el bien gracias al fuego del
Espíritu Santo, mientras que se debilita con el frío del entumecimiento y la
negligencia. El fuego de la fortaleza y el arrepentimiento de la mente del
hombre, uniéndose el uno a la otra, producen buenos frutos en el hombre, lo
fortifican para toda obra fructuosa y lo disponen para que no se aleje nunca
del servicio y del amor de Dios. Y si el hombre cae en la desgana, en el
aburrimiento nacido de los pecados, esta misma desgana frenará sus pecados lo
mismo que el fuego se ahoga a causa del humo denso y no puede arder con toda su
fuerza. Pero cuando las energías del alma arrancan del espíritu del hombre el
deleite de la carne, entonces los suspiros por la patria celeste se entrelazan
en el hombre, como la abeja fabrica el panal junto con la miel en el mismo
recipiente. Donde también se ve que la verdadera humildad dirige las obras
nuevas y antiguas del hombre, y las mezcla unas con otras, para que el calor de
la soberbia no las encienda ni las queme, secándolas.
Así el
fuego del Espíritu Santo y la humedad de la humildad llevan a perfección a las
virtudes fecundas en el habitáculo del Espíritu Santo que la sabiduría ha
elegido para morada. El hombre recoge en si estas virtudes que están frente a
la mirada de Dios y sus ángeles, como si fuera el perfume de todos los aromas,
y ya no las abandona.
De
nuevo habla sobre la utilidad de los sentidos en el hombre y la función de los
astros en el mundo. El engaño del diablo con el que llevó al error a Eva y
transmitió el pecado original a toda su descendencia, se compara con una niebla
que se levanta del aire maléfico y cubre la tierra, perjudica los frutos e
impide a la vista discernir la pureza del día.
XXXVII.
La vista sujeta y dirige el oído, olfato, y la racionalidad de la boca y el
tacto, para que el hombre pueda conocer qué son las cosas y de qué manera están
hechas, del mismo modo que toda la estructura del firmamento está ordenada e
iluminada por el sol, la luna y las estrellas. Con los ojos el hombre ve lo que
después entiende con la ayuda de la sabiduría, y estas cosas las aprende por el
oído, el olfato y el gusto. En cambio, lo que está encerrado en su corazón lo
conoce gracias a la ciencia, pero no lo ve con los ojos. También el engaño de
la serpiente estuvo oculto, y se manifestó cuando la serpiente interrogó a Eva
por primera vez sobre lo que ella no conocía, y la engañó porque ella, en un
principio, era inocente. Así, todo lo que empezó con el primer pecado original
proviene del engaño del diablo, y se parece a una niebla que se levanta del
aire maléfico, y cubre toda la tierra de modo que no pueda verse la pureza del
día, niebla que corroe las obras de la sabiduría como si las despreciara. Así, el
engaño no tiene ni alegría ni felicidad, y no encuentra quietud de ninguna
parte.
Estas
cosas indican que todos los sentidos humanos se vuelven adonde los dirige la
intención del hombre, y las virtudes corren a corregirlo cuando pregunta a
Dios. El hombre dirige sus sentidos adónde lo conduce su intención, sin embargo
no se conocen los pensamientos de su corazón, porque permanecen en el secreto.
Por eso, Eva, cuando fue engañada por el diablo, no conoció su astucia, porque
el diablo se había escondido tan bien, que su engaño no pudo ser visto por
nuestros primeros padres. Así arrastró a todo el mundo al mal, porque no tenía
en si nada bueno.
Las
cejas, creadas para proteger a los ojos, representan el recorrido de la luna,
sometida a crecer y menguar cada mes. De manera parecida la constancia y la
seguridad del alma tienen que ser conservadas en el temor de Dios, tanto en la
prosperidad como en la adversidad.
XXXVIII.
Las cejas del hombre corresponden al recorrido de la luna. Tiene dos vías, por
una, la luna se ampara en el sol para restaurar su propia naturaleza, por la
otra vía vuelve hacia atrás después de haber sido encendida por él. Las cejas
son defensa y amparo de los ojos, como la luna es protección y alimento de las
estrellas. Porque, mientras comienza a crecer encendida por el sol, recibe
fuego tanto de las estrellas como del sol, y de este modo los ayuda a rebajar
el exceso de fuego, y mientras mengua aporta fuego a las estrellas pero no al
sol, porque este, como un príncipe, se mantiene siempre en la misma condición.
De
este modo el alma infunde en el hombre constancia y seguridad, para que tenga
temor de Dios, y estas dos virtudes son para el hombre el camino a seguir,
porque, temiendo a Dios, el hombre a veces encuentra la prosperidad y a veces la
adversidad. En ambos casos es necesario andar con rectitud, sin engreírse en la
prosperidad ni abatirse frente a la adversidad. Por eso, cuando el hombre está
defendido por el espíritu de fortaleza, se muestra resistente en toda
circunstancia. Estas virtudes hacen que la intención del hombre tenga
protección, lo mismo que el temor de Dios es fundamento y escudo de las demás
virtudes. En efecto, cuando el temor se reviste de fortaleza, reúne en si todas
las otras virtudes y las muestra protegidas por la fortaleza y el temor, y
hacen que el hombre se adhiera a los deseos celestes tanto en la adversidad
como en la prosperidad.
Las
funciones de la nariz, de la boca y de las orejas. Cual es su utilidad en el
hombre. Qué significan sus diversos papeles en relación con los elementos del
mundo externo y con relación a la interioridad del alma. Sobre el deber de
seguir en todas las cosas los ejemplos de los justos.
XXXIX.
La parte que va de la nariz a la garganta se corresponde con el aire húmedo
acompañado con el aire denso, blanco y luminoso. La nariz representa el aire
que mueven las aguas. La boca evoca la humedad que corresponde a la razón. Las
orejas manifiestan en cambio el ruido y el sonido de esas mismas aguas, que se
derraman del modo debido con el viento del aire húmedo y la subida de las
nubes.
El
oído que está en la oreja suscita movimientos en el hombre, del mismo modo que
el sonido de las aguas superiores penetra los elementos. La boca, que es
instrumento de la racionalidad, se empapa de humedad de las aguas que se han
dicho para que no se sequen. Las narices se saturan de olores, igual que el
aire pone en movimiento a las aguas.
El
hecho de que la nariz en el punto más alto de su longitud apunte para arriba
significa que este aire, que está húmedo, transmite sus humores a la pureza del
éter que está sobre de ella y al ardor del fuego superior, y a cambio recibe de
estos elementos equilibrio de fuerzas, para no disiparse y disolverse
refluyendo en todas las direcciones. Por la nariz se purifican el cerebro y las
venas, porque también los elementos a veces, al agitarse se purgan
abundantemente con humedad y humo. En efecto, como ya se ha dicho, el éter puro
está invadido por la humedad del aire húmedo, lo mismo que la penitencia se
ilumina con las obras y los ejemplos de los justos y lo mismo que el oído que
está en las orejas, donde las palabras resuenan, comprende los discursos de la
ciencia. También el aire del olfato y la humedad de la racionalidad que está en
la boca, se unen en una sola cosa. Del mismo modo que el agua fluye y resuena
al mismo tiempo e invade toda la tierra con su humedad, análogamente el aire
húmedo impregna los elementos superiores. La respiración del alma sigue un
camino recto por la nariz y por la boca, no sube y no baja más allá de sus
límites, lo mismo que el aire húmedo mantiene sus recorridos en el modo
establecido.
Todas
estas cosas indican que el alma, regalo de Dios al hombre, con el intelecto que
distingue el buen olor, aprecia intensamente los ejemplos de los justos que la
comunicación de otro transmitió al intelecto con la fecundidad de las palabras,
y luego sacude las profundidades del corazón hasta el punto que, invadido por
la gracia del Espíritu Santo, retiene con todo deseo el olor de las virtudes.
Por esta razón la templanza, al recoger el perfume de la beatitud y al
considerar las obras que los fieles llevan a cumplimiento, ya sea perseverando
en el bien, ya sea alejándose del mal gracias a la penitencia, las confía a la
potencia de Dios para que no se disuelvan por falta de moderación. Porque la
ciencia del hombre, purificada por la perfumada templanza, lo hace resistente
en el bien en todas las circunstancias. Por otra parte, cuando se pronuncian
palabras verdaderas y santas para edificación de los fieles a menudo se suscita
la penitencia con auténticos gemidos. La virtud de la justa moderación debe
encontrarse en ellas, para que el hombre pueda disponer en orden al bien todas
sus obras y levantar la mirada a las cosas celestes sin exceder su medida, pero
avanzando bastante en la rectitud, con alma y cuerpo, a ejemplo de los santos.
Como
en el aire húmedo hay un soplo que, cuando desciende sobre la tierra con la
humedad del rocío, regula la fecundidad y el secarse de los frutos, la
fecundidad en verano y el secarse en invierno, y como de este soplo reciben
fuerza los frutos de la tierra, así por la boca se nutre todo el cuerpo del
hombre. Y lo mismo que el mundo se ilumina gracias al resplandor del sol,
igualmente todos los vientos de las zonas superiores se producen y regulan por
aquel soplo. De manera parecida la penitencia surge a veces en el corazón de
los fieles gracias al ejemplo de los justos, y producen en él la fecundidad de
las obras buenas y el secarse del mal. Y es como si deseara el bien si fuese
verano, y si fuese invierno despreciara el mal, por lo cual, alegrado y nutrido
de este modo por estos frutos de justicia, siempre estará absorto en los deseos
celestes.
En la
lengua del hombre se representa la inundación de las aguas. Cuál es el sentido
de esta inundación en el interior del hombre.
XL. En
la lengua se manifiesta la crecida de las aguas que ocasiona inundaciones.
Porque, como las palabras se forman por la lengua, así, con la crecida de las
aguas se crean los torbellinos. En esto se puede ver la señal de que el alma,
cuando desea adherirse a los deseos celestiales, obliga a su habitáculo a
alabar al Creador y a proferir continuas oraciones con la devoción de su
espíritu. El alma se mueve por la humedad y resuena en el crepitar del fuego,
ya que como el alma es de fuego, conoce a Dios, y como también es respiración,
anhela a Dios, que es espíritu.
Cuando
el alma hace el bien, va por el camino de la justicia, como el aire puro, que
no tiene nubes tenebrosas. Cuando en cambio produce la podredumbre de los pecados,
se parece al desbordamiento de las aguas que arrollan la pura senda del aire.
Pero si se aleja de los pecados, pasa lo que está escrito en el evangelio sobre
el administrador que, dejando los pecados y reduciendo las deudas, se convirtió
a la misericordia. Y cuando invoca la gracia de Dios después de haber pecado y
pide resucitar como Lázaro resucitó después de cuatro días, el alma emite
profundos suspiros y se entrelaza con la corrección como con una cerca
impenetrable, y continúa haciendo buenas obras de modo que no corra el riesgo
de caer de nuevo en la costumbre de pecar. Entonces cumple una penitencia
estable como el firmamento, para no hacer de nuevo el mal recomenzando a pecar.
Qué
aspectos de la virtud y la fortaleza se expresan en nosotros a través de los
dientes, que no están vacíos como cuevas y no tienen médula.
XLI.
Los dientes se muestran en cambio como el dique de aquellas aguas, que es
fuerte y firme como los dientes. Es decir, son como el aire denso, blanco y
luminoso, que contienen a estas aguas para que no fluyan superando sus límites.
Por esto se ve que el alma fortalece y mantiene en sus límites la mente del
hombre con la gracia de Dios para que no tienda a dispersarse demasiado a causa
de los malos pensamientos, ni atraiga voluntariamente a sí los deseos ilícitos
que actúan en el hombre casi como una tempestad, a causa de los pecados. Las
energías del alma son como una medicina que cura si el hombre practica la
penitencia.
Los
dientes no están vacíos como cuevas y no tienen la flexibilidad de la médula,
porque no están revestidos de carne. En cambio, se han consolidado y acartonado
debido al cerebro y las estructuras del cuerpo humano establecidas según el
orden del firmamento. Los dientes se endurecen a causa del calor y de la humedad
de la cabeza.
Esto
indica que el alma racional, siendo vida infinita inmutable, no aumenta con el
desarrollo del cuerpo ni disminuye por su debilidad, porque el alma es
respiración de Dios omnipotente, que ha creado admirablemente por su Verbo a
todas las criaturas ordenadas en su presciencia. El alma mueve visiblemente el
cuerpo en el que la ha infundido invisiblemente la potencia de su Creador, y
permanece invisible dentro del cuerpo vivificándolo, del mismo modo que Dios ha
creado a todas las criaturas puestas al servicio del hombre, con la fuerza
invisible de su poder, utilizando la energía fecunda de la tierra y el calor
del aire, y también la humedad del agua. También ha procurado al alma un
vestido, es decir el cuerpo, desconocido y extraño a su naturaleza.
Por
qué el niño, que tiene huesos al nacer, nace sin dientes y los hombres cuando
envejecen, a menudo los pierden. Qué nos indica esto.
XLII.
En efecto, el niño, cuando está en su tierna edad y no tiene todavía fuerza en
la sangre, no tiene dientes, porque está frío. Pero después de que la sangre ha
tomado fuerza en él y se ha calentado, nacen los dientes y se fortalecen. Llega
a la vejez, en él disminuye la sangre y se reduce el calor, y de nuevo los
dientes pierden fuerza a causa del frío y empiezan a moverse.
Así,
cuando inicialmente el alma entra en el cuerpo por orden de Dios omnipotente,
calienta con su propio fuego al cuerpo que le ha sido dado, que ha sido creado
con los cuatro elementos durante el tiempo que, según el mandato de Dios omnipotente
va de aquí para allá.
En la
infancia del hombre, cuando todavía se nutre chupando de tiernas comidas, el
alma es muy feliz, porque en su inocencia no ha tomado todavía el gusto de los
pecados, como tampoco Adán lo había cogido, cuando vivía en pureza y sencillez
antes de desobedecer.
Pero
cuando el hombre, con el pasar del tiempo, refuerza los huesos, y la sangre y
la carne se fortalecen, la inocencia se acaba. Se manifiesta entonces el gusto
del pecado, mientras que el alma es oprimida por el hecho de actuar contra la
misma naturaleza y es vencida, porque el cuerpo, viviendo en el pecado, ha
tomado ventaja. Y como después del ocaso el resplandor del sol le es sustraído
a los hombres, así el alma después de haber cometido pecado se angustia,
gimiendo y llorando por la pérdida de la felicidad que conoció primero. El
gusto por los pecados contamina el cuerpo, la sangre y todas las entrañas del
hombre. Y a menudo, después de haber pecado, el hombre es obligado por los
suspiros del alma a llegar al dolor del corazón, debido al tedio que arrastra.
Como y
de dónde se forman los dientes en los niños, y porque a veces causan tan
intenso dolor. Sentido de este suceso en nosotros.
XLIII.
Cuándo el niño está en su tierna edad, un líquido baja de su cerebro a las encías
y junto con algunos otros humores produce en ellas pequeñas cuevas, en las que
se esconde hasta la madurez, como las florecitas en el curso del invierno
quedan escondidas en las ramas de los árboles. Pero cuando luego fuerza de la
sangre y calor se reaniman, como si en él llegara el verano, el mismo líquido
junto con los otros humores, se consolidan por el calor de la sangre y provocan
la erupción de los dientes. Así, al llegar el calor del verano, las florecitas
empiezan a brotar sobre las ramas de los árboles.
Por
tanto, antes que los dientes broten, el niño está afligido por algún tiempo,
con un intenso dolor en las encías, perforadas por el líquido cerebral y por
los otros humores. Pero luego, después de que la infancia ha pasado y ya se ha
estabilizado en la plenitud de su sangre, cuando la santidad del alma empieza a
venir menos a causa del placer carnal, se entrega a la lascivia. Por eso el
hombre en la juventud tiene que mantenerse bajo el gran control del temor de
Dios.
Así el
alma domina al cuerpo mientras el hombre, dudoso, medita sus opciones, qué
hacer y qué no hacer. Pero sin tardanza el alma se encuentra atada y como
prisionera en el cuerpo, y cuando el hombre comete el mal por el placer del
pecado producido a causa del calor de la sangre, también ella, aunque de mala
gana, realiza junto al cuerpo que le pertenece cosas contrarias a la misma
naturaleza.
Y lo
mismo que el calor del verano lleva a la madurez las semillas de la tierra y
los frutos de los árboles, así el hombre, atraído por las delicias de la carne
a causa del calor de la sangre, no desiste en llegar al límite para satisfacer
cualquier vicio.
Los
dientes, que desmenuzan y mascan las comidas con que el hombre se alimenta,
están hechos a semejanza de un molino. Cómo el alma en su interior imita estas
características.
XLIV.
Los dientes, que desmenuzan y mascan todas las comidas, con cuyas energías se
alimenta el hombre, están hechos a semejanza de un molino, que se pone en
movimiento con el empuje de las aguas y produce calor con el movimiento
circular de la piedra. En efecto, el hombre ablanda la comida con la que se
alimenta partiéndola con los dientes, así también su alma cumple con ardiente
pasión cuanto él elige hacer según su propia voluntad. El hombre recibe del
alma el sentido y el gusto para llevar a término cualquiera actividad tanto
buena como mala, y lo instiga apasionadamente mientras los pensamientos giran
como si fueran un molino, lo mismo que como el fuego arde más cuando lo inflama
el soplo de los fuelles.
Así el
alma obra en los cuatro elementos de los que el hombre está hecho. El hombre
necesita todos ellos para obrar con su capacidad racional, mientras da vueltas
a los deseos del corazón, como el molino construido artificialmente gira veloz
por la fuerza de las aguas. Y como el molino a menudo es conveniente y
cuidadosamente reforzado por su artesano para que mantenga su velocidad de
giro, así el alma, todo el tiempo que permanece en el hombre, es empujada al
bien por la gracia de Dios. Otras veces, sin embargo, por sugestión del diablo,
se introduce en ella el perverso placer y el consentimiento en el mal.
El
mentón, la garganta y el cuello tienen varias funciones del cuerpo, indican las
muchas acciones de las nubes en el mundo. También en el alma aparecen los
múltiples efectos de las virtudes.
XLV.
Con el mentón, que es casi tan curvado como un arco, el hombre puede levantar
la cara; con la garganta, que recibe toda la energía del alimento y lo
introduce en el vientre bien regulado; y con el cuello, que sustenta toda la
cabeza con su fuerza, se indica la diversidad de las nubes. En efecto, algunas
nubes, cargadas por el peso de las lluvias, se inclinan bastante hacia abajo,
mientras con el tiempo sereno semejan sonreír como los elementos superiores.
Otras nubes, rozando la tierra con la fuerza del aire, la hacen templada, de
modo que produzca gran riqueza de frutos, útiles a todas las otras criaturas.
Finalmente otras nubes aglutinan todo lo que gira en el firmamento,
sustentándolo a manera de columna.
El
hombre que confiadamente concibe esperanzas cuando tiende su alma hacia Dios,
con los dos ojos de la razón, es decir con la ciencia del bien y del mal,
conoce la patria celeste y las penas infernales, porque con su rostro, que
gracias al mentón se levanta hacia arriba, observa todas las cosas visibles y
considera sus cualidades gracias al intelecto. Como, en efecto, el hombre, en
virtud del alma, tiene el discernimiento de cada cosa, dispone estas cosas para
que todo sea hecho honestamente frente a Dios y a los hombres, del mismo modo
que la garganta transmite al vientre en justa medida la comida que recibe para
mantener sus fuerzas. Y así, la verdad y la fe pura confortan al hombre para
que el alma pueda mirar dignamente a la sede del verdadero Salomón, que es
Cristo.
En
efecto, la fe disipa todos los pensamientos que tienen origen en el pecado. Y
con los suspiros del alma dirige al verdadero soberano todos los pensamientos
que proceden de hombre en la sencillez de la verdad. La fe, además, como virtud
fuerte y verdadera, sustenta todas las demás virtudes, igual que el cuello
sustenta la cabeza. Y lo mismo que las nubes sustentan como una columna todo lo
que gira en el firmamento, así, por la perseverancia en el bien mantiene en los
hombres la práctica de las obras buenas y santas que edifican la Jerusalén
celeste. Los incrédulos en cambio, indignos ante Dios, al apartarse de la fe,
cumplen perversamente sus obras en la incredulidad, como la comida digerida es
evacuada con hedor y son enviados merecidamente a las penas infernales.
A
través del pelo, que adorna la cabeza con elegancia, se simbolizan externamente
el rocío y las gotas de lluvia, con las que la tierra es fecundada y revestida
elegantemente de hierbas y de frutos. También simbolizan interiormente el
respeto a la inocencia, a la castidad y a la humildad, por lo cual el alma
resplandece delante de Dios.
XLVI.
El pelo, que cuelga de la cabeza, representa las gotas de lluvia que descienden
una por una de las nubes y que, al regar toda la tierra la hacen verde y fecunda
de frutos. Análogamente el alma, enviada por Dios al cuerpo mortal e imperfecto
del niño, lo vivífica y le hace desarrollar sus fuerzas. Y así el alma se
mantiene en la natural simplicidad, muy engalanada, como revestida del elegante
vestido de la inocencia, porque se aleja de todos los vicios que son como
tempestades y produce la fecundidad de las virtudes al igual que en la tierra,
los frutos brotan de las semillas gracias a la dulzura de la lluvia. La
inocencia, en efecto, es una reina revestida con vestido de oro, por lo cual se
entiende la castidad, cuya virtud ella multiplica como la lluvia. El origen de
la castidad es la humildad. Estas dos virtudes, unidas y juntas en el hombre,
hacen repicar el cielo de alabanzas y llenan la tierra de ejemplos de virtud y
santidad.
Por
que razón sobre la cabeza de algunos hombres los pelos se mantienen con la
misma fuerza y no se desarraigan, mientras debilitados por la calvicie se caen
de la cabeza de otros. Esto simboliza, en lo exterior, el sentido de la fertilidad
y la esterilidad de los frutos de la tierra, y las virtudes del alma en lo
interior.
XLVII.
El hecho de que algunos hombres no pierdan el pelo de la parte alta de la
cabeza y que se mantengan fuertes hasta el punto de no poder arrancarlos
depende de que la carne de estos hombres esté húmeda con los humores que nutren
el pelo como la tierra bien regada produce gran número de hierbas. Con eso se
muestra que el alma, gracias a sus energías, acrecienta las virtudes de las
buenas obras en aquellos hombres que escuchan la palabra de Dios con mente
devota y, gracias a la inspiración ardiente del Espíritu Santo, emiten
frecuentemente la humedad de las lágrimas entre suspiros y el deseo de las
cosas celestes.
Su
santa intención fructifica con alegría, como la fertilidad de la buena tierra.
Del mismo modo, cuando el cuerpo está conforme con el alma en las obras buenas,
ya en esta vida exulta y es feliz en Cristo, consolidada por la dulzura de su
caridad continúa en santa perseverancia, sin secarse y sin venir a menos por
estar vagando entre los vicios espirituales o carnales.
En
cuánto a aquellos a quienes se les cae el pelo hasta volverse calvos, esto
ocurre porque su carne está seca por el calor. El calor llega hasta la punta
del pelo, y lo hace caer poco a poco, uno por uno, cuando no tienen humedad. Al
igual que la tierra sin humedad se seca y aridece y se despoja del verdor de
las hierbas, así los hombres que viven en la dureza del olvido de Dios, que no
consienten hacer la voluntad de su alma ni por las admoniciones del Espíritu
Santo, ni a causa de doctrina o consejo de los doctores de la fe, se parecen a
una tierra árida que no produce fruto por aridez y falta de humedad. Todas sus
obras se conforman a la voluntad de su deseo y no a la naturaleza del alma. Por
lo cual, oprimidos por la cantidad y variedad de sus pecados, no tienen ninguna
esperanza de santidad que los haga inclinarse a las cosas celestiales, y en las
cosas terrenales ni siquiera desean ser útiles a los hombres con su ayuda. A
estos hombres les falta el calor que viene del fuego del Espíritu Santo y
carecen de aquel discernimiento que es la madre de las virtudes, y por eso lo
que antes les gustaba ahora les desagrada, a causa de la inconstancia de sus
costumbres. Están privados pues de la estabilidad de las santas virtudes, como
la cabeza está privada de sus cabellos.
Qué
indica con respecto a las muchas acciones del alma la posición del hombre que
tiene el rostro vuelto a oriente, la espalda a occidente, a su derecha tiene el
sur y a mano izquierda el norte.
XLVIII.
El hombre, vuelto a oriente, mira a oriente como hace el occidente, y tiene los
brazos separados. Tal como el sur y el norte están separados entre sí, él
extiende su brazo derecho al sur y el izquierdo al norte. De este modo, también
el alma, obrando en el hombre con sus fuerzas y con los cuatro elementos, en la
ciencia del bien y el mal, mira hacia oriente con la ciencia del bien, y hacia
occidente con la ciencia del mal. Por esto el hombre, inflamado en la ciencia
del bien, abrasado por el fuego que es Dios, vuela con el viento del sur a la
perfección de las obras más santas, mientras que si hace obras malas se le
castiga en proporción a los pecados cometidos, en los lugares de pena del
norte. El alma que da la sensibilidad al cuerpo, también le comunica al hombre
por sus energías, el frío y el calor, por lo cual el alma siente el calor del
sur y el frío del norte, como podemos constatar en la respiración que el hombre
emite, que puede ser caliente o fría según su voluntad.
También
en la criatura que discierne por la vista, el hombre puede obrar con el alma el
bien o el mal según quiera la carne. Y cuando el alma obra bien por temor y
amor de Dios, actúa en la parte derecha del hombre. Si la ciencia del bien
supera a la del mal con la ayuda de la gracia de Dios, significa que la mano
izquierda ha sido dominada por la derecha, que tiene más fuerza. Este alma,
soplo procedente de Dios, que vive invisible en el cuerpo, en el momento en que
lo empuja a cualquiera acción no se reconoce a través de la vista, sino en
virtud de la razón, lo mismo que no se ve el viento, pero se siente por el
ruido y el movimiento del aire. La ciencia humana no puede comprender ni
entender estas realidades.
Así
como el cuello está unido a los hombros y los brazos a las manos, así están
unidos al firmamento los cuatro vientos principales junto con sus colaterales,
Cómo se pueden asimilar a estos cuatro vientos las cuatro energías internas del
hombre, es decir el pensamiento, la palabra, la intención y el llanto, y qué
significa que la energía sea más grande en la parte derecha que en la
izquierda.
XLIX.
Al cuello se unen los omóplatos y los hombros junto con los brazos y las manos,
como los cuatro vientos principales y sus colaterales están unidos al
firmamento. Los codos de los brazos, el hombro con su omóplato y la mano con
los dedos, todos proporcionan su ayuda como los vientos principales con sus
alas, es decir con los vientos colaterales, sustentan el firmamento. Una mano
se entrelaza con otra mano como el ala extendida de un viento se une a la de
otro.
Todo
esto significa que el alma, que es vida gracias a la vida que es Dios, y es
soplo del Espíritu de Dios, su vida no tiene fin como el cuerpo, sino que
vivífica y sustenta el cuerpo con sus energías, como los astros sustentan el
firmamento junto a aquel punto que es la tierra, inmóvil e iluminada por la
palabra de Dios, que la ha colocado en el centro del firmamento. Pues el alma
que, mandada por Dios, desciende al cuerpo invisible y escondida, devuelve al
hombre la capacidad de conocer Dios a través de la fe, de mirar el cielo y de
cumplir las obras celestes. Y lo mismo que el rocío cayendo invisible sobre las
plantas las vuelve fecundas, así Dios riega misericordiosamente con su oculta
dulzura al hombre, que al poner en él su esperanza se levanta hacia el cielo
con el cuerpo entero y pisa con los pies la tierra, es decir los deseos de la
carne, para que dé buenos frutos, mientras condena las obras contrarias a los
suplicios eternos del infierno.
Efectivamente,
el hombre cumple todas sus obras, buenas o malas, con el empleo de los cuatro
elementos, a la manera de los cuatro vientos, que se mueven como fuerzas
vitales en las zonas superiores del aire, y sin embargo a veces proyectan sus
soplos a las suciedades y en la inmundicia del lodo. Los cuatro vientos
principales se asimilan a las cuatro energías que hay en el hombre, es decir el
pensamiento, la palabra, la intención y el llanto. Y como cada uno de los
vientos tiene el poder de mandar su soplo a derecha o izquierda, así el alma,
llena de estas cuatro energías, por la ciencia natural puede volverse en la
dirección que quiera, eligiendo unas veces el bien, y otras el mal.
El
viento del Sur tiene dos vientos colaterales, como dos alas, uno que gira a
oriente, está caliente y significa los buenos pensamientos que se encienden
gracias al fuego del Espíritu Santo, por el ardor de la devota intención. El
ala opuesta, en dirección de occidente, está fría y significa los pensamientos
inútiles y perversos, que no se calientan en el fuego del Espíritu Santo, sino
que quedan fríos, y también significa las obras malvadas. La respiración de
fuego, es decir el alma racional, que realiza la acción de la carne y la sangre
con las que el hombre se deleita, aunque su naturaleza sea la de aspirar a las
cosas celestes, sin embargo también transmite sus fuerzas y su calor al cuerpo
cuando se sumerge en la impureza y en el hedor de los pecados, como el sol
también calienta con sus rayos la repugnante putrefacción de los gusanos más
inmundos.
Por
otra parte, el viento del norte es inútil a todas las criaturas, aunque también
tenga dos alas, una vuelta a oriente, y otra a occidente. Las dos alas
significan la ciencia del bien y del mal dentro del hombre, gracias a las
cuales considera en su ánimo, como en un espejo, lo que es útil y lo que es
inútil, como la tierra es sustentada por el firmamento superior e inferior.
El ala
del viento oriental directo a mediodía significa el hombre que se eleva a Dios
a través de las obras buenas, en el abrazo de la verdadera caridad. El ala que
mira hacia el norte representa al hombre contaminado por los placeres de la
carne. Y como estos dos vientos colaterales están unidos al viento de oriente
casi como si fueran dos alas, así están atados al alma el bien y el mal. El
bien, en la felicidad y en la alegría, gracias a las que el alma resplandece,
como el sol en su virtud lo hace delante de Dios. Y el mal, por cuyo efecto las
obras buenas y santas son oscurecidas por el negro de los pecados lo mismo que
las nubes tenebrosas tapa la claridad del sol.
Gracias
a la buena intención del alma, el hombre tiene gran miedo de los castigos cuya
presencia reconoce en la región septentrional, aunque el cuerpo, acostumbrado a
las delicias de los pecados, a menudo oprima al alma. Pero también esta
intención del alma tiene dos alas, una es el temor de Dios, encendido en el
hombre por las admoniciones del Espíritu Santo, en cambio la otra es la
verdadera renuncia a los pecados, a la cual el hombre muy a menudo intenta
llegar cuando el temor del Dios ha sido sobrepasado.
También
el viento occidental tiene dos alas, una que se extiende a mediodía, y la otra
al norte, lo que significa que el hombre percibe el bien, y por el bien tiene
conocimiento del mal. El ala derecha enseña que el alma tiene el deseo de las
buenas acciones por las que suspira. El ala izquierda significa la necedad del
hombre, derivada de la deuda del pecado original, con la que cumple las
acciones malvadas.
El
alma, introducida en el cuerpo por el Espíritu de Dios, lo invade todo con sus
fuerzas, como el soplo de los vientos se difunde en todo el mundo.
L. El
alma se difunde por todo el cuerpo, como la fuerza total de los vientos
atraviesa todo el firmamento. El alma, enviada al cuerpo por el espíritu de
Dios, lo invade todo con sus fuerzas. Y como los soplos de los vientos se
difunden en el firmamento, así el alma induce al hombre a querer a Dios con
todo el ardor de su deseo y a practicar las más santas virtudes, que tienen
sabor a miel, porque las palabras de Dios son más dulces que un panal de miel
para su boca. Así el alma invade con gran amor el firmamento, es decir su
cuerpo, con el incomparable adorno de las virtudes y con la magnificencia dulce
de las obras buenas.
Lo
mismo que el hombre se gobierna y sustenta con la ayuda de los brazos y las
piernas, así los vientos colabora el uno con el otro en sustentar el
firmamento. Qué significan con respecto de los movimientos del alma el hecho de
que los vientos sean, ora plácidos, ora turbulentos.
LI. El
hombre se gobierna y sustenta con los brazos y las piernas, y está lleno de
aire. Y en eso es como los cuatro vientos principales que junto a los vientos
colaterales, tienen por función sostener todo el firmamento, cada uno de ellos
colaborando con los otros en esta obra de sostén. Todo esto significa que el
alma vuela en el cuerpo del hombre con cuatro alas, es decir la sensibilidad,
el intelecto, la ciencia del bien y la ciencia del mal. Con la sensibilidad
actúa según el gusto de la carne. Gracias al intelecto juzga si sus obras
gustan a Dios o a los hombres. Utilizando las dos alas de la ciencia, el ala
del bien y el del mal, el hombre lleva a cabo todas sus obras dentro del alma,
y la diversidad de estas dos ciencias le ayuda a conocer la naturaleza de sus
obras. Con el alma, el hombre reclama a Dios la salvación, y con la carne, Dios
reclama a los hombres el honor.
Y así,
a veces, el hombre con la ayuda de la ciencia del bien sube al cielo y a veces,
a causa de la ciencia del mal, cae ruinosamente a tierra. Pero cuando el
hombre, tocado en algún caso en su interioridad por la gracia del Espíritu
Santo, se siente agobiado en el alma por el peso de sus pecados, entonces
dirige a Dios sus suspiros y hace penitencia por sus malas acciones. Y lo mismo
que los vientos recorren el firmamento unas veces en forma de brisa serena,
otras como una gran tempestad, así el hombre siempre está atareado en la
comparación del bien con el mal.
En los
codos de los brazos y en las articulaciones de los hombros y las manos se
reconocen las conexiones reciprocas de los vientos. Lo mismo que la mano
derecha y la izquierda, e igualmente el firmamento y la tierra, colaboran entre
ellos en algunos aspectos, también el hombre cumple todas sus obras a través de
la ciencia del bien y el mal, aunque sean opuestas.
LII.
En el codo del brazo izquierdo se representa el viento principal del este. En
la articulación y en el pliegue, dónde la mano se une al brazo, están
representados los vientos colaterales. Y en el omóplato y en la mano se
manifiestan igualmente los soplos de estos vientos colaterales. El codo del
brazo derecho significa el viento principal del mediodía, mientras que el
hombro y la articulación que une la mano y el brazo representa los soplos de
los vientos colaterales de este viento, y en el omóplato y en la mano del mismo
brazo pueden reconocerse igualmente los soplos de los mismos vientos
colaterales.
Esto
significa que el alma actúa a la manera de un viento en los elementos del
hombre y hace mover y doblar cada uno de ellos con movimiento natural. Y el
hombre también realiza sus obras con el alma cuando favorece el placer de la
carne. Por esta razón el alma no puede sustraerse a la responsabilidad del
pecado, porque el hombre a causa del calor del deseo se espesa a la derecha
como el cuajo de la leche y obra por el alma el bien, y obra el mal a mano
izquierda. Y como un viento se une al otro, así el alma se adhiere al cuerpo.
En la ciencia del bien el hombre tiende a Dios, pero en la ciencia del mal,
sometida a la ciencia del bien como una criada a la señora, se inclina hacia el
mal. Lo mismo que la criada ofende a menudo a la señora, también la ciencia del
bien está a veces dominada por la del mal. Y lo mismo que las manos se juntan
para actuar, como el firmamento y la tierra, a pesar de sus múltiples
diferencias concuerdan por afinidad, así el hombre cumple su obra gracias a
estas ciencias dispares que posee.
Sobre
las tres partes a lo largo del cuerpo humano y el espesor de la esfera del
mundo. Como la vida del hombre se acomoda a esta medida según las edades de la
infancia, de la adolescencia y de la vejez.
LIII.
De la cumbre de la cabeza del hombre hasta la base del cuello, de la base del
cuello hasta el ombligo, del ombligo hasta el lugar de la evacuación hay la
misma distancia, como igual es la distancia de la cumbre del firmamento hasta
la parte inferior de las nubes, de la parte inferior de las nubes a la
superficie de la tierra, y de la superficie de la tierra hasta su punto más
bajo.
El
alma, en efecto, desde el día del nacimiento hasta el último día de la vida del
hombre, actúa según cuanto solicitan la infancia, la adolescencia y la vejez.
En la infancia actúa con inocencia, en la adolescencia con el placer de la
carne, cuyas consecuencias a menudo son pecados criminales, y en la vejez se
cansa por fin de obrar y por esta razón tiende a poner rápidamente punto final
a sus obras, sea de la naturaleza que sea.
Como,
en efecto, el artífice supremo ha construido el firmamento y sus paredes con
las mismas medidas, así el alma, que obra en el cuerpo, desde el principio al
final de su acción tiene la misma posibilidad de actuar con la ciencia del bien
y con la ciencia del mal, que actúan necesariamente una con la otra.
La
parte superficial de la tierra es tierna, blanda y perforable, mientras que la
interna es resistente, dura e impenetrable, Qué se descubre en el alma del
hombre siguiendo esta indicación.
LIV.
Una mitad de la tierra, es decir la parte superior, es tierna, blanda y
perforable. La otra mitad, es decir la parte inferior, es resistente, dura e
impenetrable, al punto de superar, en su dureza y resistencia, la dureza y
resistencia del acero.
De
modo parecido el alma racional tiene en su energía una fuerza fecundante con la
que penetra la suavidad de la carne, la dureza de los huesos y el conjunto de
las venas. Las operaciones del cuerpo se realizan por el empeño ardiente del
alma, como las armas, que adquieren mayor poder por la dureza del acero y
pueden cortar cualquier objeto o como los panes se achicharran al fuego del horno.
Ella sostiene el cuerpo con amor, como la parte dura de la tierra sustenta la
parte blanda, y en cada operación actúa inseparablemente con el cuerpo, como la
mujer está unida al marido, del cual no se puede separar, porque los dos son
una sola carne.
A propósito
de las cualidades interiores del hombre, qué enseña la medida de los hombros,
de los codos, de las manos y de los pies hasta la extremidad del dedo gordo,
parecida a la proporción entre los vientos.
LV.
Desde uno y otro hombro hasta el codo de uno y otro brazo, y del codo a la
punta del dedo mediano de una y otra mano, hay la misma medida. En la mano
además, desde la muñeca hasta el extremo del dedo mediano hay la misma
distancia que hay entre el talón y la punta del dedo gordo, tal como cada viento
principal cubre la misma distancia de los colaterales y sus soplos. El hombre,
empujado por la razón, se complace a veces en las obras buenas y santas, aunque
con vana intención, y mientras comienza a actuar, se le altera completamente su
sangre concebida en el pecado a causa de la fatiga de la obra emprendida, y así
deja imperfecta su obra porque se cansa de actuar. Entonces, el mismo bien que
inició, no por mandato divino, sino por confianza en su propia virtud, ahora le
escarnece orgullosamente. Y todo lo que se complació en ello antes de
empezarlo, después le es motivo de vergüenza por haber dejado la obra a medias.
Y por haber hecho una cosa de este género empieza a sufrir y a quejarse.
La
distancia que separa los hombros de los codos del uno y el otro brazo designa
las obras cumplidas por el hombre por orgullo, y la distancia desde los codos a
la punta del dedo mediano de una y la otra mano enseña que el hombre tiene que
borrar con la penitencia las obras que ha hecho por orgullo. Por esto el alma,
mientras permanece en el cuerpo, no puede experimentar nunca la plenitud de la
alegría, porque el cuerpo y el alma están en conflicto entre sí. Cuando ya no
puede sustentar este conflicto, el hombre se encierra en sí mismo, afligido por
una gran tristeza y gime con el corazón contrito. Se humilla frente a Dios,
suspirando continuamente. Así, humillado por el temor de Dios, se aleja de las
obras malvadas y contrarias a la naturaleza del alma, y reman en las mano,
recorriendo las vías de Dios, que se representan en el pie. El movimiento de
las manos y los pies significa que el alma tiene que alegrarse por las obras
buenas, y cuando cesa su movimiento quiere decir que el alma misma, tiene que
probar la tristeza y dolor en las obras malvadas.
A
propósito de las pasiones del alma qué simboliza el hecho de que la medida de
un muslo al otro, en la parte anterior, sea de igual longitud que la distancia
que separa el ombligo del punto de evacuación, y que en eso sean proporcionales
al espesor de la tierra y a su profundidad.
LVI.
También, la medida transversal de un muslo al otro, en la parte anterior, es de
longitud igual a la distancia que separa el ombligo del punto de evacuación,
porque la extensión en ancho de la tierra tiene tanta longitud transversal como
profundo es en sí mismo su espesor. El hombre pues, que peca a menudo, si
alguna vez acuerda con su alma hacer el bien, se alegra, pero en esta alegría
pasa miedo, porque teme no poder quizás llevar a término la obra iniciada. Con
este temor, que retiene en sí gracias a las energías del alma, actúa bien todo
el tiempo en que el alma atrae a si al hombre cansado del pecado. Así cada
hombre que se dispone a vivir esta vida, unas veces concuerda con la voluntad
del alma, y otras con el deleite de la carne. Así, los santos y los mártires
escogidos de Dios, mientras todavía vivieron en este mundo, llevaron el
estandarte de la Pasión de Cristo.
Si la
carne peca, el alma sufre hambre como el que ayuna, pero si la carne ayuna, es
decir se abstiene del pecado, el alma disfruta con las obras buenas como quien
se alimenta con comida. La distancia del ombligo hasta el aparato de evacuación
significa la presunción de la carne, a la que el hombre a veces consiente, a
veces resiste, lo mismo que el trabajo de un servidor ahora gusta y ahora
desagrada al señor. Lo mismo la tierra se sustenta por su espesor, y produce a
lo largo y a lo ancho frutos útiles e inútiles. El espesor de la tierra, que se
puede comparar con un criado, designa el deseo de la carne, mientras su largo y
ancho significa la abstinencia, que es la señora en esta comparación.
El
espacio que va de la base de la garganta hasta el ombligo simboliza el aire. El
aire, que penetra en todos los lugares vacíos y practica de varios modos su
acción moderadora sobre la tierra para que entregue sus frutos, es comparada al
alma, que vivifica el cuerpo entero y lo mueve para que cumpla sus obras.
LVII.
El espacio que está entre la base de la garganta y el ombligo representa al
aire que desciende de las nubes hasta la tierra y endulza con su virtud natural
a las criaturas terrenales. En realidad el alma, que es chispa viviente y soplo
racional emanados por la potencia divina, penetra el entero cuerpo con su
fuerza vital, lo circunda de su amor, moviéndolo a cumplir todas sus acciones,
y lo empuja a obrar junto a ella, aunque el cuerpo ha sido engendrado en el
gusto de los pecados. El alma, descendida de lo alto de los cielos sobre la
tierra, al hombre al que da vida le hace comprender que ha sido creada por
Dios. Es parecida al aire que se ve en la zona intermedia entre cielo y tierra,
porque por intermedio del alma, el hombre puede hacer el bien en las realidades
superiores y el mal en las realidades inferiores.
El
aire, en efecto, atraviesa todos los espacios de la tierra ejerciendo una
acción moderadora: dónde la tierra es árida, la humedece, dónde es grasa, la
contrae y consolida con el calor, dónde está húmeda, la seca, dónde es dura, la
ablanda. Actúa así hasta la mitad de la profundidad terrenal, volteándola como
con un arado para que reciba el calor y el frío, y la hace fecunda manteniendo
el justo equilibrio. De manera análoga, cuando el alma advierte que su cuerpo
es árido y falto de la fecundidad de las virtudes, se entrega a la aflicción y
al luto, y empuja el cuerpo a los suspiros y a las lágrimas gracias a la
ciencia de la razón y al espíritu de compunción, porque reconoce que sus obras
son depravadas, y así hace reverdecer su cuerpo árido con la humedad de la
gracia divina.
Pero
si el hombre, suponiéndose colmado de fuerzas, intenta realizar obras más
grandes de las que puede realizar, el alma, mide sus posibilidades, lo
reconduce hacia atrás y dispone más ordenadamente sus acciones Y si este hombre
vive en el olvido de Dios sintiéndose completamente seguro, el alma después de
aterrarlo con el temor de Dios le hace salir de este olvido. Cuando en cambio,
el hombre que va en busca de un dios extraño se endurece en la infidelidad, el
alma le atormenta con inacabables tribulaciones angustiándole con que no podrá
tener esperanza de salvación ni felicidad alguna. Con esta tristeza, el alma le
reprocha y le reconduce por un mejor rumbo, y le hace suspirar por el verdadero
Dios.
Así
pues, gracias al alma, que es chispa viviente y vida que viene de Dios, el
cuerpo es reconducido a la esperanza del perdón, a discernir el valor de
cualquier acción y a deshacer las consecuencias. Y después de haber abandonado
el error de la doblez, se le lleva de nuevo a la línea recta de las obras
buenas, como agua que fluye en su lecho siguiendo ordenadamente su curso, y
sucesivamente adquiere fuerza con el buen vivir y el temor de Dios. Un calor
dulce acompañado de ligero frescor transmite humedad a la tierra y la hace
fecunda en los árboles, en las hierbas, en los cereales, de modo que todas
estas criaturas reverdecen a causa de la humedad. Análogamente el alma, en el
calor dulce de la fe y en la invencible fuerza de la paciencia, conforta al
hombre para que tolere todas las injurias, y lo convence para rehuir las obras
que realizó anteriormente, cuando no vivía correctamente, y en las que no está
permitido permanecer. Así hace también florecer el hombre, fecundo en obras
buenas y santas virtudes.
El
mismo aire deja caer a veces también sobre la tierra el frío en forma de nieve.
La nieve reviste todo, y gracias a eso la tierra se calienta para poder brotar.
De este modo se da frío a la superficie, para preparar el interior a cumplir su
función de fecundidad y producir semillas. Y por fin transmite de nuevo la
fuerza vital a los frutos de todas las plantas que ha hecho brotar. El alma
regula en el hombre el placer de sus acciones, con lo que lo obliga a girar
como un molino, porque ella es el aire que hace fluir la sangre, gracias a la
cual el hombre está provisto de sentido e intelecto. El alma también hace
rezumar sudor a la carne, por cuyo calor el hombre posee el sentido, y por cuyo
humor frío y húmedo posee el intelecto. Por eso todos los frutos de sus obras
están fundados sobre la sensibilidad y el intelecto.
Las
aves necesitan del aire para volar y algunos peces pueden sobrevivir en el agua
por algún tiempo sin alimentarse. Del mismo modo el hombre, siguiendo los
deseos, no de la carne sino del alma, tiene que volar en la contemplación y
alimentarse de la dulzura de las escrituras.
LVIII.
Ciertos pájaros de gran fuerza, alcanzan durante su vuelo este aire, para
encontrar allí fuerza. Y cuando a veces este aire baja al agua de los ríos,
proporciona a algunos grandes peces un sostén tan fuerte, que pueden sobrevivir
sin alimentarse por algún tiempo.
Análogamente
el alma, cuando consigue el consentimiento del cuerpo, vuela hacia las alturas
del cielo como un pájaro en el aire, y como el pájaro no puede volar sin aire,
así tampoco el cuerpo se mueve por él mismo, sino por impulso del alma. Y
cuando a veces el hombre consiente en los deseos del alma, entonces se quema
todo en el amor de Dios. Y así, volando día a día en la alegría de la felicidad
eterna, se deleita en la fe contemplativa y en la sabiduría de las santas
escrituras, de cuya dulzura se alimenta y se sustenta como de manera invisible,
así como este pez que, confortado por el aire y por el flujo de las aguas,
puede vivir por algún tiempo sin alimento.
El mar
y los ríos se mueven gracias al aire, el cuerpo por las venas llenas de sangre
y el alma por las virtudes. Con ellas, el hombre da frutos de buenas obras como
la tierra da frutos regada por riachuelos.
LIX.
Junto con el aire húmedo, este aire mueve el mar, y de él los ríos fluyen para
regar la tierra y fortificarla. Esto se representa en la retícula de las venas,
que mantiene a todo el hombre con la aportación de la sangre. También el alma,
que es de naturaleza aérea y por la cual todas las obras del hombre son
llevadas a perfección, propone al hombre sus obras, lo mismo que el aire madura
todos los frutos de la tierra con la gracia del Espíritu Santo, para que
mediante los pensamientos que lo inundan como el mar, él distinga lo útil y lo
inútil. Pero el hombre a menudo naufraga, cuando en sus pensamientos, incluso
aunque sean buenos, no se lleva bien con el alma y se deja sumergir en la gran
confusión que le causan sus pecados. Así navega en profundo sufrimiento con el
barco de sus pensamientos, si, por inspiración del Espíritu Santo, no los basa
en la piedra que es Cristo. Cuando la mente del hombre, ensanchada por las
diversas virtudes, se eleva alabando a Dios, edifica sobre la roca un
fundamento estable que no puede ser sacudido por los vientos, es decir por las
muchas tentaciones del diablo. Porque como las venas y los nervios consolidan
el cuerpo humano para que no se disuelva, así la virtud de la humildad también
entrelaza y consolida las obras buenas para que no sean disipadas por la
arrogancia.
Los
ríos engendran riachuelos y al mismo tiempo proporcionan verdor a la tierra.
Todos estos elementos, los mueve el aire de qué hemos hablado antes, porque con
su calor y su humedad hace germinar todas las semillas. Así, cuando el alma
supera el deleite de la carne, construye dentro el hombre el fundamento de sus
deseos. Unida al cuerpo, realiza todas las obras humanas bien avenida con él.
Entonces el alma disfruta de las obras santas y emprende el vuelo entre la
dulce perfume de las virtudes. Y cuanto más grandes son los ríos, más
riachuelos nacen, riachuelos que hacen germinar la tierra. El alma, así, se
adueña del cuerpo, le suscita la caridad, la obediencia, la humildad y el resto
de las virtudes más sólidas. Con todas ellas consigue arraigar en el hombre la
alabanza de Dios cuando él pone en práctica las buenas obras.
Como
la tierra siempre es cenagosa por el calor del verano y por el frío del
invierno, y este barro la impregna y hace brotar cosas de todo género, así el
hombre, en el cual el alma y la carne se encuentran entre ellos en conflicto,
entrega frutos de virtudes y también de vicios.
LX.
Por el calor del verano y por el frío del invierno la tierra siempre es
cenagosa, y este barro la impregna para hacerla germinar. De este modo también
el cuerpo tiene que ser sometido al alma, como la sierva a la señora, aunque a
menudo ella es arrollada por el cuerpo como la señora por la sierva. El alma
realiza en el hombre todas las buenas obras, como el tiempo de verano lleva
cada fruto a la madurez. Pero cuando el cuerpo envuelto en la putrefacción de
los pecados se opone al alma, el hombre dice para si: “Yo no quiero vivir en
esta dureza, obligado a rechazar siempre a mi carne aquello que desea, debo
satisfacerme con lo que puedo hacer”. Sin embargo, a pesar de que haya hundido
en el barro de los pecados, se acuerda a veces de las virtudes que ejerció
primero, y haciendo penitencia de sus inmundos pecados vuelve con alegría a las
obras justas y a las santas virtudes que practicó anteriormente. Y lo mismo que
la tierra cenagosa conserva en su interior todos los frutos en el tiempo
invernal devolviéndolos en verano para alegría de los hombres, así el hombre se
adorna de piedras preciosas como las virtudes de antaño, y las restituye más
elegantes todavía.
Como
el pecho del hombre contiene el corazón, el hígado y los pulmones, así el aire
contiene en sí el calor, la aridez y la humedad de los vientos, y de este modo
también la memoria contiene los pensamientos del alma y dispone sus obras.
LXI.
El pecho del hombre evoca la plenitud y la perfección del aire. Como el pecho
contiene en sí el corazón y el hígado y el pulmón y todos los órganos del
vientre, así el aire retiene el calor, la aridez y la humedad de los vientos.
De este modo el alma en el pecho del hombre juzga los pensamientos, examinando
la utilidad o la inutilidad de una cosa como si la pusiera por escrito, y
dispone de qué modo el hombre racional tiene que actuar en cada circunstancia.
El
alma, además, recoge y somete a juicio en si misma todas las acciones del
hombre, ya sean las débiles que gustan a la carne, o las duras que son
contrarias a la carne. Pero, como es de natura ígnea, con su calor seca las
seducciones de la carne, y después de haberlas secado suscita en el hombre el
gemido del remordimiento con la humedad de las lágrimas, gracias a las que
adorna sus obras obrando en todo en el bien. El alma odia el placer de la carne
y, ya que tiene natura aérea, empuja al hombre a conocer la realidad de las
mismas obras, y enseña a la carne las malas obras y las heridas que han causado
las tempestades de la sugestión diabólica, tal como el corazón, con todos los
órganos anexos, sustenta al hombre que humedece todas las cosas con las
lágrimas con su deseo.
Cómo
el corazón vive con la aportación del hígado, del pulmón y de todos los órganos
anexos, y como el tiempo del día y la noche y el aire tranquilo y borrascoso
cambian según muchas circustancias, así la vida del hombre, en el curso de los
combates entre el alma y el cuerpo, a veces es sacudida en el remolino de los
vicios, mientras que otras veces se alegra en la pureza de las virtudes.
LXII
El corazón, pues, representa el calor, el hígado la aridez, y el pulmón la
humedad en el cuerpo del hombre, porque como el calor del corazón y la aridez
del hígado y la humedad del pulmón hacen vivir al hombre, así también el calor,
la aridez y la humedad del aire y los vientos confortan a las criaturas que
están en el mundo.
Por la
misma razón, como el corazón con todos los órganos vitales a él unidos
transmiten al hombre calor y fuerza, el alma cumple las acciones del hombre,
junto a las virtudes dadas por Dios, a las cuales atribuye el santo deseo que
lo empuja a las obras buenas. Pero cuando se percata que el objeto del deseo es
una acción malvada, no soporta lo que ha hecho, y empuja al hombre una vez más
a las lágrimas a causa del arrepentimiento. Éste hombre entonces llora lágrimas
de alegría, por la satisfacción de haber hecho buenas obras.
Además,
el alma gobierna, según el deseo de la carne, todas las obras del hombre, tanto
las buenas como las malas, cualquiera que sea la razón que las motive. Y como
el aire anteriormente mencionado sopla sobre toda criatura qué ora brota y
florece, ora se seca y muere, así el alma transforma las obras de la carne, ora
con la alegría, ora con las lágrimas. Y como el sol y la luna no llevan nunca a
cabo su recorrido sin encontrarse con nubes, así el hombre no es capaz de
conducir a término ninguna obra que haya emprendido conservando la pureza
inicial, sin que alguna tempestad lo perturbe. A semejanza del día y de la
noche, que resplandecen a veces con su propia luz, y a veces se oscurecen por
el paso de las nubes, el hombre afronta el combate del alma y el cuerpo. A
causa del deseo de la carne deja de hacer el bien, pero a causa del deseo del
alma progresa en el bien con alegría, porque en todas sus obras florece al
calor del alma, tal como el mencionado aire vuela y en ella todas las
criaturas.
Cómo
el vientre encierra y retiene en si las entrañas y las comidas desmenuzadas por
el molino de los dientes para provecho del cuerpo entero, así el alma tiene que
mantener en el receptáculo de la memoria los pensamientos capaces de
perfeccionarla y debe meditarlos con diligente discernimiento.
LXIII.
Del mismo modo que por la garganta introducimos en el vientre la comida
previamente desmenuzada por el molino de los dientes, así el corazón del hombre
con el pensamiento y el conocimiento regula todo lo que le concierne. Y como el
vientre contiene y encierra las entrañas, así el aire del que hablamos
transmite a los frutos sus energías activas, conservando para la salud humana
todo lo que hay en este mundo.
Del
mismo modo el alma medita sobre todas las acciones acabadas y las confía a la
memoria, de modo que no dejar pasar ninguna sin examen. Lo mismo que la comida
se introduce en el vientre por la garganta previamente triturada por los dientes,
así el alma con su respiración distingue las acciones del hombre y las registra
con su escritura. Y recoge esta escritura a través de los pensamientos, para
que hombre reconozca la cualidad de sus acciones y las someta a su propio
juicio. El hombre las verá como formas de las cosas en sus mismos pensamientos,
donde continuamente las acciones encuentran forma.
El
hombre no puede olvidarse de sus obras, porque se mantienen en sus pensamientos
lo mismo que las entrañas están encerradas en el vientre. El hombre, pues, se
fortalece en todas sus obras en virtud del alma, porque ella es de naturaleza
aérea. También los pensamientos, junto a la ciencia, están en el pecho del
hombre al servicio de todas sus acciones, porque las preparan y las previenen,
como la izquierda está al servicio de la derecha, y el invierno está al
servicio del verano porque conserva todo lo que el verano produce.
Y
también el alma está al servicio de los pensamientos, y los pensamientos son
como las tablillas donde escribe el alma. Con los pensamientos perfila lo
escrito sobre todas las obras del hombre y, casi escribiendo, se prepara a lo
que el cuerpo la obliga a hacer. Cuando el hombre actúa mal siguiendo el deseo
de la carne, a veces, sin embargo, se derrite en llanto, inducido al
arrepentimiento por la virtud del alma, porque el alma deplora las obras
malvadas de la carne, a pesar de que a menudo se someta al servicio de la carne
al consentir a ellas. También estas malas acciones, cometidas por el placer de
la carne, el alma las vuelve a llamar a la memoria del hombre con lacrimosos
suspiros, como si las escribiera. Y como el invierno conserva los frutos del
verano, así al hombre que está en el pecado, el alma le ofrece con celo aquel
suspiro que tiene en si, a través del cual puede salvarse.
Las
hinchazones de la carne que se levantan en el pecho y se llaman mamas
simbolizan externamente la fecundidad del aire e interiormente los deseos
encerrados en el corazón del hombre. Y como la mujer en comparación del hombre
es tierna y débil, así también el placer de la carne en comparación con las
fuerzas del alma no tiene ninguna fuerza.
LXIV.
En el pecho, en cambio, donde se reúnen todos los deseos del hombre, ciertas
hinchazones de la carne dan origen a las mamas, que significan la fecundidad
del aire de que se ha dicho anteriormente. Ya que como las mamas enseñan la
fuerza y la plenitud del hombre, así también designan la fecundidad del aire
que hace fértil la tierra. La ciencia es al alma lo que la mente es al corazón,
con ella el alma reconoce qué obras de los hombres la llevan hacia abajo y
cuáles la hacen volar para arriba como el aire, por eso, gracias al alma se
realizan todas las obras humanas. Y como el cuerpo humano se viste de prendas
de diferente género, así el alma viste como vestidos las obras de la carne,
sean cuales sean estas obras. Ellas siempre están presentes al alma pero
visibles sólo a ella y a los espíritus, porque el hombre siega lo que ha
sembrado, y al final presentará el ramillete de sus obras. El deseo del hombre
se adhiere a su corazón como las mamas al pecho, y en ellas reside toda la
energía del pecho. Por esta razón, a causa del deseo, el alma es obligada a
colaborar con la carne en el cumplimiento de cada acción, porque es de
naturaleza aérea, húmeda y caliente, como la fertilidad de toda la tierra se
produce abundantemente a causa del aire.
Con
esta parte, en el pecho, el hombre manifiesta su potencia, y con esta misma
parte la mujer amamanta a los niños que todavía no pueden alimentarse de comida
sólida. Así las energías del alma son fuertes, porque por su medio el hombre
conoce y percibe a Dios, aunque también está al servicio de los deseos de la
carne. Por este motivo el alma ablanda al cuerpo con suspiros de dolor cuando,
contra su voluntad, descuida el servir a Dios como el siervo que, indignado, se
aleja de su señor. El placer de la carne no tiene en si las energías del alma,
a la cual desagradan los pecados, sino que va empujado por el ardor de la
sangre. Por consiguiente el cuerpo se aflige por las energías del alma,
pesaroso de no poder realizar con alegría, sin suspiros de dolor, sus pecados
graves. El placer mismo, comparado a las energías del alma, no tiene ninguna
fuerza para obrar el bien. Solo nutre del placer de la carne como el niño se
nutre con la leche de la madre. El placer de la carne es débil en todo, como lo
es la mujer en comparación a la fuerza viril. Pero el deseo del alma es tan
afilado como una flecha, que vuela e hiere al hombre que es golpeado por ella.
Por esta razón el placer de la carne a menudo se somete, quiera o no quiera a
las energías del alma. Así, el deseo del alma despotrica contra el hombre que
vive sin preocupaciones entre los placeres de la carne diciéndole: “Ten
cuidado, que tu actuar es como barro maloliente y te producirá confusión,
porque todo lo que emana un suave perfume se ha alejado de ti”.
La
mujer depende del hombre para vivir debido a su debilidad. Está sometida al
hombre y ha de estar siempre preparada para servirlo. Qué significa para la
vida interior su vida en común.
LXV.
La mujer es débil y se dirige al hombre para que cuide de ella, como la luna
recibe del sol su fuerza. Por esto, la mujer está sometida al marido y ha de
estar siempre preparada para servirlo. Pero es ella quien viste al hombre con
la obra de su ciencia, porque fue creada de la carne y de la sangre, en cambio
el hombre fue barro antes de ser formado, y por eso él, en su desnudez, se
dirige a la mujer para que lo vista.
Todo
esto significa que el placer de la carne mira hacia el deseo del alma con gran
temblor, porque el alma a menudo le reprende y somete, sin, sin embargo,
poderse separar de las energías del alma porque, así como la mujer se dirige al
hombre para que cuide de ella, sirviéndole con temor, así el placer de la carne
siempre mira en dirección del alma. Pero cuando el hombre, a causa del placer,
desfallece completamente, gracias al deseo del alma que lo exhorta recobra de
nuevo sus fuerzas, y medita por qué no desiste del vicio, puesto que ha sido
creado por Dios en tan gran honor. De este modo el alma a menudo reconduce su
cuerpo al amor de las obras buenas. Esta facultad de actuar diversamente es
siempre interior al hombre, tanto si los ángeles se alegran junto a Dios por
las buenas acciones humanas como si se levantan en cualidad de jueces de las
malas obras en el juicio de Dios.
El
alma es respiración que proviene del espíritu de Dios. Y enviada al cuerpo del
hombre no puede hacer nada sola, pero cualquier cosa que el alma reclame, la
enciende, con la ciencia del bien como si fuera fuego por su naturaleza, para
lo cual tiene el conocimiento de Dios, y con la ciencia del mal, para lo cual
tiene de él el temor, siempre alegrándose por las obras buenas y castigando al
cuerpo por las malas.
Gracias
a las energías del alma, el hombre vuelve a la vida de tal manera que,
comprendiendo que las acciones cometidas según el deseo de la carne desvisten
al alma de sus energías, le empujan por fin a las lágrimas, con las que el alma
se reviste como si fueran una camisa.
Quien
se haya limpiado de pecados por la penitencia, no se ha de avergonzar más, y
quién se mortifica con ayunos y oraciones adorna su alma, como si vistiera un
vestido de púrpura.
LXVI.
Por todo esto, no se avergonzará más que sus pecados quien se haya limpiado de
ellos gracias a las lágrimas de la verdadera penitencia como Maria Magdalena,
que lloró a los pies del Señor. Y si, después de las lágrimas, mortifica la
misma carne con ayunos y oraciones, adorna el alma como si vistiera un vestido
de púrpura, gracias al que se esconden las cicatrices de sus heridas, que no se
verán más. El alma le solicita continuamente al hombre el arrepentimiento,
porque él tiene el gusto por los pecados y le pide ser revestida con el vestido
de la penitencia, como la mujer viste al hombre con la sutil ciencia de su
conducta. Por su parte, el hombre que se aleja de los pecados, que cometió para
satisfacer el placer de la carne, y se dedica a hacer el bien con todo su
empeño, adorna su alma de coronas de oro y toda clase de adornos. Entonces los
ángeles exultan de alegría por el alma que fue una oveja extraviada, y ella se
alegra con ellos.
Los
vicios y las virtudes en realidad son fértiles como la mujer, porque el vicio
produce los vicios y la virtud produce las virtudes. El hombre, que según la
orden de Dios es fuerte y vigoroso, lleva a término todas sus obras, buenas y
malas, junto a la mujer, que fue la primera que dio ocasión al mal pero gracias
a la que, mas tarde, los mismos males han sido reparados.
Así
como el aire hace madurar los frutos de la tierra con el calor y con la
humedad, del mismo modo el corazón, el hígado y los pulmones calientan el
vientre para elaborar y digerir las comidas. Dios consume con el fuego de su
venganza las perversas costumbres de los pecadores.
LXVII.
El corazón calienta el vientre, el hígado lo fortalece y el pulmón lo humedece,
de modo que mantiene los alimentos recibidos hasta la evacuación. Como el aire,
de quien anteriormente ya se ha expuesto que confiere el verdor, el calor y la
humedad a todos los frutos, desde que brotan hasta que están maduros.
Asimismo
el alma, que es racional y de naturaleza ígnea, envía la razón con el viento,
tal como el fuego ardiente sin viento no produce su llama. En el círculo de la
ciencia del bien y el mal, que todo lo encierra, el alma distingue, gracias a
la razón, qué es lo que le gusta a Dios. También comprende que Dios, en su
celo, quema completamente la mala costumbre de pecar, tal y como está escrito:
Palabras
de David sobre esta cuestión, y en que sentido deben ser entendidas.
LXVIII.
“Subió el humo en su cólera y de su boca un fuego devorador. De él salían
carbones ardientes”. (Sal 18,9). Esto se interpreta así: El hombre que al pecar
se olvida de Dios provoca que caiga sobre él la cólera de la venganza de Dios,
y sus pecados son juzgados delante de Dios con el juicio del fuego, porque, lo
mismo que el fuego vuelve a encender el carbón apagado, así el fuego
proporciona el castigo para quemar los pecados. El hombre mismo, gracias a la
ciencia del bien y el mal, reconoce que deber ser castigado por sus malas
acciones, y sabe que las obras buenas vuelan hacia arriba, encima de los
querubines, en alabanza a Dios. Esta ciencia calienta la esperanza confiada que
el hombre le tiene en Dios, y lo refuerza en el temor y en el amor de Dios.
Gracias a estas virtudes aparece la humedad de las lágrimas y se mantienen
igualmente todos los bienes que tienen que ser llevados a la perfección en el
hombre, de modo parecido al vientre que conserva la comida que ha recibido
hasta que la evacua, gracias a la acción del corazón, del hígado y del pulmón.
Todas las obras, sean buenas o malas, se le dan a conocer al hombre a través de
la racionalidad del alma que es racional y aérea, acompañada de la fecundidad
de la ciencia, del calor de los sentidos y de la humedad de la sabiduría. De
forma semejante, el aire produce la fuerza vital, el calor y la humedad de
todas las semillas de los frutos hasta que se produce su maduración.
La
suavidad del vientre protegido por las costillas y por los huesos significa la
suavidad de la tierra fecunda sembrada de piedras. Qué se quiere decir con esto
respecto a las muchas cualidades de la vida humana, tomando como demostración
un versículo del Salmo XVI que concuerda con lo expuesto.
LXIX.
El vientre, sustentado por las costillas y por los otros huesos sin médula,
representa la tierra blanda y fecunda salpicada de piedras. Este ejemplo
muestra que el alma no tiene en su naturaleza el gusto del pecado, aunque
cometa los pecados junto al cuerpo, en quien enciende el impulso de las
acciones que el placer de la carne solicita, lo mismo que el viento incita a la
tierra entera a la germinación. El alma controla el cuerpo en todas sus
acciones, como la tierra blanda y fecunda es consolidada por las piedras que la
salpican. Y tal como el niño de tierna edad puede hablar de los pecados que
todavía no ha probado, y como Adán, antes de desobedecer, conoció el pecado
pero no su sabor, así el alma, en el cuerpo que comete pecado, por su
naturaleza no prueba el pecado para saborearle. El alma, que actúa en la
santidad y en el bien, será gloriosa en la presencia de Dios en el reino
celeste por los méritos de sus obras. Pero al alma que perpetra malas acciones
solo la esperan graves castigos, consecuencia del juicio divino. Y así, el
hombre beato es alabado en la presencia de Dios y los hombres por sus buenas
acciones, y su alma es feliz, mientras que el hombre que se enfanga en las
viscosas seducciones de los pecados va hacia una gran confusión en la presencia
de Dios y los hombres.
Ese
hombre huye de los otros hombres sudando de vergüenza por sus pecados, cuando
se reconoce culpable, y se queja porque está destinado a la muerte y está
desnudo del honor de la felicidad, dice: “Me cogieron como el león ávido de
presa, o como un cachorro de león agazapado en su guarida”. (Sal 17, 12). Esto
se interpreta así: cuando el hombre ha cometido pecado, está desnudo de toda
beatitud, puesto que él mismo, por su misma voluntad, se ha despojado de toda
forma de santidad, como el león arrebata la presa que quiere devorar. Y
experimentando vergüenza por la confusión y miseria de sus pecados se esconde
de los hombres, como el cachorro de león en su escondite, para que no se
conozcan sus acciones. Así pues, cada acción del hombre consigue el premio en
la gloria o el castigo en el juicio de Dios. Pero el alma, que se alegra en la
santidad, se dirige a Dios con estas palabras: “Oh Dios altísimo, todas mis
ofrendas son en alabanza tuya, porque yo solo, sin ti, no soy capaz de nada,
sólo acreciento lo que enciendes dentro de mi a través de la gracia del
Espíritu Santo."
Al
igual que las flores caen cuando los frutos maduran y el hambre desaparece
cuando se llega a la saciedad, del mismo modo el alma, cuando ha hecho
penitencia de los pecados en los que languideció, como si tuviera hambre, se
sacia por la justicia de Dios en el cumplimiento de las obras buenas.
LXX.
El hambre, que exige la comida, corresponde a las flores que preceden al fruto.
Cuando el vientre se ha llenado de frutos el hambre desaparece, como las flores
caen cuando los frutos maduran.
Análogamente
el alma, que es respiración de Dios y es como la habitación del tesoro de la
justicia, en su continua búsqueda de la verdad ayudada por la ciencia del bien
y el mal, comprende en lo íntimo de su naturaleza que Dios tiene que ser
querido por encima de todas las cosas, porque proviene de él como una chispa
sale del fuego. El alma hace brillar como chispas las obras del hombre, porque
por ella el hombre está iluminado como por una chispa interna.
El
alma le hace suspirar por las obras malvadas que cumple junto a ella en contra
de la orden de Dios, y le aflige largo tiempo con el hambre de la justicia de
Dios que élla lleva en sí, hasta que el hombre, reconociendo sus pecados,
vierta por ellos lágrimas de penitencia. Si el hombre reprime sus pecados con
la penitencia, el alma se siente saciada de justicia divina, y si después
recoge alrededor de si las flores de las virtudes junto a las obras buenas,
saciándose de ellas enseguida, deja de tener hambre, mientras que antes pasaba
hambre en el dolor de las acciones malvadas. Entonces el hambre disminuye
gracias a los frutos de las obras buenas, como cuando caen las flores.
De qué
manera se corresponden recíprocamente el estómago, el mundo y el alma. Se
explica que Dios no quiere que al hombre le falten nunca las reglas de la ley.
Que significan en él la vitalidad del verano, la aridez del invierno y el vasto
espacio del mundo.
LXXI.
El estómago, cuya sede está en el vientre donde las comidas se introducen y de
donde se eliminan, se parece a un saco atado a las vísceras. Ello designa esta
capacidad que tiene el mundo de llenarse con las criaturas que germinan y
crecen. Cuando esta potencia se debilita, el estómago queda vacío. Significa
que el hombre, que crece y disminuye como la luna, actúa en virtud del alma que
está llena de todas las criaturas. Como la sangre está en las venas, así todas
las obras del hombre están en el alma. Cuando el alma está saturada de buenas
acciones, como ella desea, sube a la eterna morada donde se nutre del alimento
de vida, pero cuando es devastada por las acciones malvadas desciende hacia el
hedor y la putrefacción de las penas infernales donde perecerá. Dios, que ha
dado su mandamiento a Adán, quiere que el hombre se someta a esta regla. Cuando
el alma la observa recoge con alegría las obras de salvación, mientras es
empujada en llanto hacia el destierro de la perdición cuando el hombre
consiente en los deseos de la carne, al no observar el mandamiento divino.
Y como
el estómago, que recibe y evacua la comida, está unido a las entrañas, así el
alma actúa en el hombre junto a todas las criaturas, sea en subir hacia el
bien, sea en descender hacia el mal. Y como las criaturas en verano florecen y
reverdecen, y en invierno se secan y marchitan, así el alma florece y reverdece
en la alegría de las obras buenas, mientras se seca y se marchitan en el dolor
de las obras malvadas. Al estómago no le hace bien estar vacío, lo mismo que al
mundo no le serviría su capacidad si estuviera vacío de las diversas criaturas.
Su capacidad es la que dispensa las energías fecundas de la tierra, y nunca
deja la tierra en estado de soledad y vacía de aquello que es necesario a su
función de producir frutos. Si el mundo estuviera encerrado dentro de límites
estrechos, carente de la posibilidad de dilatarse, no podría contener la
plenitud de las criaturas que hay en el.
No
sería bueno tampoco para el hombre tener una única ciencia, porque entonces
estaría como vacío, sin poder empezar ni acabar ninguna obra, ni discernir la
luz del día o las tinieblas de la noche. Sólo con las dos ciencias tiene el
hombre su plenitud. Gracias a la ciencia buena, quiere a Dios por sus buenas
acciones, y por la mala, aprende el temor del Dios, dándose
El
alma ocupa el cuerpo con la solicitud de un padre de familia en su casa,
siempre atento para no ser despojado de sus bienes, ya que ella siempre tiene
la preocupación de que el hombre, caído en el pecado, pierda la santidad de los
deseos que ella produce. Cuando en cambio, cansado de sus pecados, el hombre se
pone de acuerdo con el alma, élla llena de alegría le presenta con amargura
todas sus culpas, y transmitiéndole el deseo del cielo, más dulce que un panal
de miel, en muchos casos le devuelve a la santidad para conducirlo al reino de
los cielos. Tal como el hombre moriría si su estómago siempre estuviera vacío,
así el alma no podría existir sin estas dos ciencias, y lo mismo que el mundo
se secaría si fuera privado de frutos buenos y malos, así también el alma
estaría árida y vacía sin las obras que el hombre realiza gracias a las dos
ciencias.
En
realidad el alma dispensa al hombre todo lo que le corresponde, dirigiéndolo
con el discernimiento sobre el camino derecho. Así, gracias a la bondad de
Dios, de quien lleva su divina naturaleza, y también gracias a las obras santas
que realiza junto al hombre, el alma confía en que tendrá su morada en la
tierra de los vivos. Por la ciencia del bien, que permite el conocimiento del
mal, reconoce la injusticia, y a pesar de que se vea obligada por el cuerpo a
cometer a menudo el mal, si no tuviera esta ciencia del bien y del mal, sería
como un fuelle sin herrero. Y como el mundo estaría privado de toda la plenitud
de los frutos si no brotara gracias a su energía vital, así el alma estaría
privada del honor y de la felicidad de las obras buenas, si no floreciera en la
razón que le comunica la ciencia del bien y del mal.
A
semejanza del aire que ayuda a la tierra a dar frutos, también el alma a través
de sus energías mueve al cuerpo a cumplir cada una de sus obras. Si estas obras
son siempre rectas, verá perfectamente a Dios, a los ángeles y a las almas
santas, pero si en cambio han sido malas, carecerá de esta visión por su
impureza.
LXXII.
La mencionada capacidad del mundo contiene en sí el aire, que transmite a la
tierra su fuerza vital con sus energías, y la hace fecunda, y cuando los frutos
de la tierra están maduros los seca con el frío de los vientos. Aunque este
aire reseque exteriormente la tierra con este frío, sin embargo en su interior
la engorda, para que pueda brotar en verano. Pues el Creador de todas las
cosas, que hizo de la tierra su lugar de trabajo, ha creado el alma, gracias a
la cual el hombre realiza todas sus obras, haciéndola parecida a si, y que al
igual que la santa divinidad es invisible al hombre. El hombre es la obra de
Dios y ejecutará sus obras hasta al final de los tiempos. Pero después del día
del juicio, cuando el hombre se haya transformado completamente en espíritu,
entonces tendrá una visión perfecta de la santa divinidad, de todos los
espíritus y de todas las almas.
Esta
alma es una energía fecunda, que comunica a todo el hombre su movimiento y la
vida misma. Y como el hombre se cubre con un vestido entretejido de hilos, así
el alma, se reviste de todas las obras acabadas junto con el hombre, como de un
vestido. Y estas obras, sean buenas o malas la sirven de cobertura, de la misma
forma que la sirve de cobertura el cuerpo en el que habita. Cuando se haya
separado del cuerpo, las obras buenas resplandecerán sobre ella como un vestido
todo decorado con el fulgor del oro más puro, mientras las obras malas mandarán
mal olor como un vestido manchado de inmundicia. El alma, además, actúa junto
con el hombre a semejanza del aire, que transmite a la tierra sus energías,
gracias a las cuales es fecunda y hace madurar sus frutos, y seca la tierra con
el frío del invierno. Sin embargo la tierra conserva en si el calor que le
permite producir frutos, y así las energías del alma permiten a la infancia, a
la adolescencia, a la juventud y la edad más avanzada, producir los frutos de
las obras buenas y llevarlas a maduración. Pero si la vejez, en su debilidad,
reseca en cierto modo estos frutos, la verdadera fe los conserva para conseguir
las recompensas de la felicidad eterna después de la muerte del hombre.
Como
la tierra, si floreciera dos veces el año y produjera frutos sin medida, se
secaría y se reduciría a polvo, así el alma no podría realizar nada si
permitiera sin medida todos los deseos y deleites de la carne. Y a semejanza de
la tierra que da frutos de manera desigual, el alma, a causa de la misma
variabilidad y por el conflicto con la carne, a veces se encuentra en ventaja y
a veces en desventaja, y no logra alcanzar perfectamente en esta vida, ni la fe
recomendada en el evangelio, ni la visión de Dios en el paraíso que en un
tiempo perdió.
LXXIII.
Si la tierra floreciera dos veces el año y produjera frutos sin medida, se
secaría y se reduciría a polvo. Con eso se muestra que, si el alma permitiera
sin medida todos los deseos y la voluntad de la carne, no podría realizar nada,
ya que ella es un espíritu vivo, que penetra todo el cuerpo y lo vivífica
tocándolo con su movimiento, como la respiración del aire vuelve fecunda a la
tierra entera. Este aire es como el alma de la tierra, a quien toca con la
humedad de su respiración haciéndola fértil. Y tal como este aire, cuya energía
vital corresponde en el hombre a la sangre y su humedad corresponde al sudor,
está en la tierra invisible e impalpable, así el alma, impalpable en el cuerpo,
calienta la sangre y actúa de manera invisible en el cuerpo por la razón.
Gracias
al alma el hombre comprende que tiene un Dios. Por eso, siempre ha habido ley,
por él mismo o por obra de alguien más. Y esto es para él algo natural, porque
el primer hombre aceptó los preceptos de la ley que poco después repudió,
siguiendo el consejo de la serpiente. Y así, después de haber desobedecido el
mandato de Dios, fue expulsado al destierro y ya no pudo habitar el paraíso, al
que sin embargo, anhela entre muchos suspiros. Como el alma que, cuando es
arrollada por el cuerpo, produce en su dolor muchísimo suspiros.
Pero
si el alma sometiera al cuerpo a los deseos que le son naturales, con gran gozo
se alegraría. Lo mismo que la tierra no produce igualmente sus frutos con frío
que con el calor, así también el alma, al actuar bien y mal, produce obras
desiguales. A partir de esta naturaleza, por la cual el alma a veces arrolla al
cuerpo y otras el cuerpo supera al alma, el hombre no puede nunca poseer
aquella fe pura que permite levantar una montaña y echarla en el mar, como
decía el Señor a sus discípulos a propósito del grano de mostaza. Aquella fe en
Dios que tuvo Adán cuando vio con sus propios ojos la luz invisible de Dios,
con la que no dudaba poder hacer todo lo que quisiera. Pero después de que hubo
desobedecido, ni Adán ni ningún otro hombre ha podido tener esta visión. Por
esto el fiel puede fijarse en Dios solo con la vista interior del alma, en el
espejo de la fe. Entonces confía de poder ser salvado por él, que lo puede
todo. Es esta la fe por la cual muchos, mortificando los deseos de la carne,
hicieron milagros.
Como
las venas del corazón, del hígado y del pulmón asisten al estómago en la
asimilación y en la expulsión de las comidas, ya que para el estómago sería
nociva tanto la continua y excesiva plenitud como el ayuno, así el alma asiste
al cuerpo en algunas obras, pero se perjudicaría a si misma si permitiera al
cuerpo favorecer siempre los deseos de la carne.
LXXIV.
Del corazón, del hígado y de los pulmones parten algunas venas como pequeños
tubos, que asisten el estómago en la asimilación y en la expulsión de las
comidas. De este modo el alma, que despierta al cuerpo con su gran energía
cuando lo encuentra dormido, advierte la presencia de Dios en la multiplicidad
de sus sendas. Y como las venas asisten el estómago cuando se llena y se vacía,
así el alma asiste al hombre en todo bien y en todo mal. Por eso el hombre es,
por ella, continuamente estimulada a pensar cómo dar principio y fin a la
dureza de su malicia y a la suavidad del deseo carnal. Y como los vasos
sanguíneos corren hacia el estómago, así el alma atraviesa todo el cuerpo con
sus energías. Del mismo modo que sería perjudicial para el estómago estar
siempre lleno o siempre vacío, así sería de prejudicial para el alma si el
cuerpo siempre viviera en las delicias de los deseos de la carne, porque sus
fuerzas se perderían en un apetito de los deseos de la misma naturaleza, como a
menudo le faltan el juicio y la salud a quien no cesa nunca de pecar en la
pesadez de la carne.
Tal
como la carne del hombre se perjudica si consume comida o en cantidad excesiva
o en proporción menor de la necesaria, así también el alma también se perjudica
si trata de ser más o menos rigurosa de lo que es justo. Y el estómago,
asimilando las comidas puras y rechazando aquellas malolientes, representa al
hombre que se alegra en los pecados, pero luego se purifica con la penitencia.
LXXV.
Si se consumen comidas en exceso, la carne del hombre se enferma palideciendo
de modo inconveniente, mientras si son inferiores a la necesidad, la carne se
deteriora, pues el estómago es el justo organizador del consumo y eliminación
de las comidas. Pero si el alma, con su energía ardiente, somete al hombre
empujándolo a mortificarse por voluntad propia en la abstinencia de los deseos
carnales, entonces, empieza a despreciar a los demás e hinchado de soberbia por
sugestión del diablo, a menudo habla así: “Yo soy un santo y por eso tengo que
ser honrado y alabado por todos”. La soberbia le ciega así los ojos del alma.
Entonces, este hombre por la excesiva tristeza del alma no puede gozar y desear
las cosas celestes y por eso el alma se queja, agitada: "¡Ay de mí, ay de
mí! Cegada por el hedor de la soberbia no puedo divisar el deseo celestial que
me hacía ver a Dios y me he dado cuenta de que por ella estoy desnuda”.
Por
eso el hombre que actúa bien, no según la carne y la sangre sino según las
fuerzas del alma con las que Dios conoce y siente su presencia, tiene que estar
muy atento a no enorgullecerse por las obras buenas, para no perder las
recompensas de la eterna beatitud. Lo mismo que si el hombre consume comidas en
exceso o en medida inferior a lo necesario, enferma su cuerpo, así también el
alma pierde sus fuerzas a causa de la soberbia y de la abstinencia excesiva,
faltas ambas de discernimiento. En cambio, el alma que da vida al cuerpo y
tiene la inteligencia de Dios en la Trinidad de su unidad, es un espíritu
humilde y muestra su humildad en la niñez del hombre, que no conoce todavía la
soberbia ni el odio ni el gusto por los pecados.
En
esta condición también puede ser feliz mucho tiempo, mientras que el hombre no
se vea empujado hacia los pecados por los deseos de la carne. Afligida por los
pecados, el alma está siempre lamentándose. Ella no puede actuar nunca
plenamente según los deseos de su naturaleza, encerrada como está en el vaso de
arcilla de su cuerpo, puesto que la carne busca el destierro y el alma la vida.
Pero ella también aflige al cuerpo, por cuyos pecados a menudo es afligida,
poniéndole delante el espectáculo doloroso de los pecados repugnantes y
malolientes, y se los hace reconocer en toda su tristeza.
El
estómago, que consume las comidas para eliminarlas luego en el hedor,
representa al hombre que se alegra en los pecados y sucesivamente, gracias a la
penitencia, los pecados se convierte en una molestia.
Así
como el ombligo es el centro de las fuerzas de todas las entrañas que se le
adhieren, y la circunferencia de la tierra es el recipiente de todas las demás
criaturas, así todas las acciones del cuerpo y el alma, sean buenas o malas,
conciernen al alma. Hay gran distancia entre los que pecan por orgullo y los
que pecan por negligencia.
LXXVI.
Todas las entrañas del vientre se adhieren al ombligo como todas las otras criaturas
lo hacen a la circunferencia de la tierra, porque el ombligo es el centro de
las fuerzas del vientre, como la circunferencia terrenal es el recipiente de
todas las criaturas. Todo esto indica que el alma, mediadora de todas las obras
del hombre, en las obras buenas y santas no confía en ella misma, sino se
alegra encomendándose a Dios, mientras que se entristece por la vergüenza
cuando sabe que la vasija que la contiene está implicada en los pecados. Con
esta tristeza, como si fuera un estímulo, el alma aflige a la vasija, es decir
al cuerpo, por lo cual el hombre se queja y se dice a sí mismo: “¿Por qué mi
alma me aflige tan profundamente por los pecados, en los que he nacido y de los
que no puedo contenerme, puesto que espero enmendarlos antes del fin de mi
vida?”. Consolándose así mientras peca, vive alegremente entre ellos como en el
griterío de un banquete.
Por
esto el alma, para la cual no es natural consolarse de este modo, se llena de
tristeza, porque ella es vida que procede de la racionalidad divina que mueve
al hombre como criatura que es. Dios, que se tejió con la misma humanidad de la
carne virginal de María la túnica de la vil naturaleza del hombre, quiere
particularmente la humildad, gracias a la que ha derrotado la soberbia y la maldad
del diablo. El alma aguanta el hombre en el bien y en el mal como la columna
sustenta la casa. Cuando un hombre se aleja de Dios, orgulloso de su misma
santidad, comprende gracias al alma que es detestable a Dios y a los hombres, y
siempre es ella la que, entristeciéndolo de este modo, no le permite conocer la
alegría.
Muchos
perecen por el orgullo de la santidad y pierden así la recompensa de sus
fatigas, hasta que al llegar sus últimos momentos, empiezan a suspirar a Dios,
teniendo pocas posibilidades de salvación. Pero a los que han pecado sin
soberbia porque han oscurecido la santidad y han seguido los deseos de la
carne, Dios les concede el perdón de muchos pecados, si por ellos suspiran
haciendo penitencia. Muchos de ellos se vuelven luego santos, columnas de la
Jerusalén celestial. En efecto, lo mismo que el ombligo es el centro de las
fuerzas de todas las entrañas que se adhieren a él, así todas las obras, sean
buenas o malas, se fijan en el alma que constituye la fortaleza de todas las
obras.
El ombligo
se puede comparar también con la tierra que produce lodos y aguas estancadas
contaminadas en los pantanos, ya que el calor, el frío y la humedad empujan los
alimentos y los líquidos para la digestión en las zonas inferiores. De modo parecido
el alma, arrollada por los placeres de la carne e implicada en acciones
sórdidas, debe ser enviada a los lugares de castigo que están abajo, a menos
que se limpie con los suspiros de la penitencia.
LXXVII.
El ombligo, junto a las venas del corazón, del hígado, del pulmón y de todas
las entrañas, viene en ayuda del proceso de la digestión del hombre, todos
ellos se mueven por el soplo del alma, como el aire exhalado invade la tierra y
alimenta sus energías. El ombligo se encuentra en los confines de los lomos,
como la tierra, que produce continuamente barro y aguas estancadas contaminadas
en los pantanos. Efectivamente el calor, el frío y la humedad que mantienen con
vida al hombre están encerrados en el ombligo. Y la comida y las bebidas, de
las que el hombre vive en la carne y en la sangre, después de haber fluido
hacia abajo son evacuados como barro.
El
hombre que actúa según el mandato de Dios junto con todas las otras criaturas
gracias a las fuerzas del alma, es al mismo tiempo duro y blando, como la
naturaleza de la tierra. En la blandura entristece su alma con los placeres de
la carne, los cuales no consiente si predominan en el alma. Y lo mismo que el
aire alimenta a todas las criaturas y permite el crecimiento, y el ombligo,
junto a las venas del cuerpo, vienen en ayuda de la función de la digestión,
así el alma, con sus fuerzas, invade, contiene y penetra todas las obras del
hombre.
El
alma está cubierta por las funciones del cuerpo, como el gusano se esconde en
el subterráneo que cava en el barro, y como el barro está en movimiento por
acción de los gusanos, que no son siempre visibles, así el hombre lleva a
término acciones sórdidas movidas por el alma invisible. Y aunque el alma
tienda a atraer hacia si toda acción humana como el anzuelo al pez, sin embargo
se ve arrollada por el cuerpo, al punto de no poderle resistir en absoluto.
Pero también es consciente que tendrá que ser castigada y condenada por los
castigos establecidos por el juicio a causa de los pecados que el cuerpo la
obliga a cometer, porque el alma lleva escrito todo el que el cuerpo ha hecho.
Por esta razón por todo el tiempo que está en el cuerpo, el alma suspira de
dolor porque, al igual que el ombligo se arraiga en los confines de los lomos,
los pecados se arraigan en élla, y con élla son echados a los lugares de pena,
como la comida es evacuada en el barro y como la tierra produce lodos inmundos.
Así
como la tierra y el hombre reverdecen y florecen, la una en el verano y el otro
en la juventud, y luego aquella en el invierno y este en la vejez se secan y
marchitan, así reverdece el alma que queda en el cuerpo y lo obliga a servirla,
subiendo de una virtud a otra en el cumplimiento de obras buenas y siguiendo el
ejemplo del Hijo de Dios. Y luego, cuando ha salido del cuerpo, como adornada
de piedras preciosas y en espera impaciente de recobrar el cuerpo en que se
fatigaba, descansa en presencia de Dios.
LXXVIII.
El hombre llega a su plena floración en la infancia y en la juventud, y
posteriormente tiende a descarnarse a causa de la vejez como la tierra en
verano se embellece de flores a causa de la energía vital y luego, en invierno,
palidece a causa del frío.
Pero
si el alma se impone al cuerpo, de forma que él consienta con simple corazón y
buena voluntad y se alegre en las buenas obras como con una dulce comida,
entonces el hombre exclama inundado de deseo celestial: “Qué dulces son para mi
boca las palabras de tu justicia, más dulces que la miel”. Él vive entonces en
la inocencia, sin la atracción de la carne, con la sencillez de un niño.
A un
hombre como éste, el alma lo nutre a través de los propios deseos hasta que,
subiendo de una virtud a la otra, adquiere siempre nueva fuerza y florece en
las obras buenas, siguiendo los ejemplos que el Hijo de Dios dejó a los
hombres, porque el alma, no contaminada por la maldad y la lividez de los
pecados, se alegra en él y se embellece. Y como en el frío del invierno falta
la energía vital y el florecer y el madurar de todos los frutos, así el hombre,
a causa de la muerte, se separa de todas sus obras, buenas y malas. El alma del
hombre, que en la infancia, en la juventud y en la vejez ha llevado felizmente
a cabo obras buenas, sube a Dios junto con sus obras, resplandeciente y como
adornada de piedras preciosas, y espera impaciente al cuerpo que realizó sus
obras con ella, para poder habitar juntos en la morada feliz.
Qué
significan, a propósito de las muchas pasiones del alma, la fuerza y la
petulancia de los riñones y la fuerza de la tierra que, si es equilibrada,
produce frutos abundantes, pero si no lo es produce frutos inútiles.
LXXIX.
En los riñones, donde se difunde la fuerza y la fogosidad de la lujuria, se
representa a la tierra con fuerza, ya que lo mismo que en los riñones radican
las fuerzas de los hombres, pero también los impulsos inadecuados, así una
tierra moderadamente fuerte produce la fertilidad de los frutos, mientras que
si es fuerte en exceso produce a veces frutos inútiles, aunque muy abundantes.
Todas las obras que el hombre cumple bajo el círculo del sol y la luna en las
estaciones y en los meses, las conduce a término en la sabiduría, en la ciencia
y en el discernimiento, gracias a las fuerzas del alma. Por el alma, que es de
la naturaleza del fuego y del aire, hace el bien y el mal a semejanza del ciclo
de la luna que crece y mengua.
Siempre
gracias a las fuerzas del alma, que es de naturaleza celeste por su
inteligencia del bien, el hombre piensa y actúa, y con la capacidad de
discernimiento, que es propia de la racionalidad, discierne los tiempos de las
estaciones y los elementos con que hace el bien y el mal, y atribuye el nombre
a todas las cosas que conoce. Lo mismo que en los riñones se esconden tanto la
fuerza de ánimo, como la debilidad, la prosperidad y la inutilidad, y lo mismo
que la tierra hace brotar todas las cosas de que el hombre vive, útiles e
inútiles, a causa del sol, de la luna y del aire, así esta fuerza reside en el
alma para que el hombre produzca, gracias a sus energías, las cosas buenas y
malas, útiles e inútiles.
La
tierra ha sido puesta en el centro del aire para resistir a las tempestades, y
está templada por montañas y colinas, en parte calientes o frías, en parte
caracterizadas por su excesivo calor o hielo, como una ciudad defendida por
torres y murallas. De este modo el alma, en los múltiples conflictos en que
combate contra los deseos de la carne, está guarnecida y defendida por la
protección de las obras santas.
LXXX.
La tierra pues, está en el centro del aire, como un panal entre la miel. Tiene
muchas alturas en algunas zonas inhabitables por exceso de calor y en otras por
exceso de frío, mientras otras partes son templadas, ni demasiado calientes ni
demasiado frías. Estas alturas protegen a la tierra como las torres y murallas
defienden la ciudad. Las colinas protegen a los valles, y las montañas defienden
la tierra contra las muchas tempestades, por eso la tierra está circundada y
fortificada de montañas y colinas como de un cinturón de murallas.
Esto
significa que el alma, arraigada completamente en el cuerpo por orden de Dios,
reconoce que está destinada a cumplir, junto con todas las criaturas, obras
orientadas al cielo y obras terrenales. El alma comprende que Dios juzga las
malas acciones del hombre, y también el alma sabe que las buenas obras del
hombre son alabadas por todos los ángeles y santos de Dios, ya que él es
soberano y emperador de todas las cosas en los reinos celestes y es libertador
en las realidades inferiores, pues liberó al hombre asumiendo la mortalidad de
la carne. Asimismo comprende que Dios, admirable en su ser, cumple con sus santos
muchos milagros. Si el hombre peca siguiendo el gusto de la carne, a menudo es
vuelto a llamar por el alma a hacer penitencia. Pero si alguien ha atropellado
al alma pecando continuamente, el alma se queja en él con voz de llanto, porque
el hambre de su naturaleza no se sacia nunca, y no puede tener ninguna
esperanza de salvación en Dios.
Pero
la gracia de Dios, llevando este hombre al conocimiento de sus pecados por la
vía de la penitencia, lo sustenta, porque lo separa del mundo, y eso alegra
mucho al alma. Y así las obras del hombre son parecidas a la tierra que el aire
sustenta por arriba y por abajo, por todas las partes, y el alma está con el
cuerpo como el aire con la tierra y como el panal entre la miel. Y como la
tierra tiene alturas habitables templadas por el calor y el frío y otras
extremadas e inhabitables, así el hombre realiza obras buenas, por las que es
conducido a la patria celeste, y otras malas, por las que es conducido a los
lugares de castigo.
Si
luego el alma vence, superando la voluntad de la carne, por su naturaleza se
alegra en las obras buenas, ya que es espíritu, y sirve a Dios en el amor de la
fe como los ángeles que contemplan su rostro. Además, ya que los deseos de la
carne se la oponen, obliga el cuerpo a realizar obras buenas y santas, y si lo
vence en las victoriosas batallas de las obras buenas, se reviste y refuerza
con estas mismas obras buenas como una ciudad con torres y murallas.
El
alma es humilde, y a causa de la mezquina naturaleza de la carne por la que
está oprimida tiene una voz débil como un quejido. Esta voz no permite nunca
que el hombre que levanta la cabeza con soberbia conozca la felicidad completa.
Y ése también, por la naturaleza de su alma, no puede probar tampoco la alegría
en la penitencia, porque los propios pecados le molestan. El alma obliga al
hombre a la verdadera ascensión, que es la humildad, para que no se pierda en
las vanas calles de la soberbia.
El
alma que sube al alto monte a través de la escalera de la humildad que es la
morada de la Jerusalén celeste, continuamente aconseja al hombre que se aleje
de la soberbia y cultive la humildad para no ser derribado por el engaño de la
antigua serpiente. Porque, como las colinas defienden los valles de la lluvia
excesiva, así la humildad defiende el hombre de los males. Y como la tierra es
defendida de las variaciones del tiempo por los montes y colinas, por quienes
está protegida y reforzada como por una muralla, así el alma gracias a las
obras santas, que son fortificadas por la humildad como por una muralla,
llegará a la patria celeste abandonando la confusión diabólica.
Cómo
la tierra está en una posición tal que puede ser templada por todas partes por
el sol, así el alma sumisa a Dios, empapada de la virtud del discernimiento,
puede ser iluminada por la luz de la sabiduría.
LXXXI.
La tierra se encuentra en relación al curso del sol en una posición tal que
permite que éste la temple por todas partes. Así también el alma, que es
templada cuando está junto a la sabiduría, gracias a las gotas del manantial
que es Dios, impregna al hombre y hace que se mueva en los espacios abiertos
del discernimiento y de los santos deseos, teniendo el conocimiento de Dios, y
por su amor abandone el placer de los pecados. Y el hombre que actúa según los
deseos del alma, es iluminado por ella con las obras santas, como el sol
ilumina la tierra.
El
hombre, hecho a semejanza de la tierra, tiene los huesos sin médula en el sitio
de las piedras, los huesos con médula en el sitio de los árboles, y según la
cualidad de sus costumbres puede ser representado por la dureza de las piedras
o bien por la amenidad de un jardín florido o un huerto lleno de frutos.
LXXXII.
La tierra es estable gracias a las piedras y a los árboles, y el hombre ha sido
hecho de manera análoga, porque su carne es como la tierra y sus huesos que
carecen del humor de la médula son parecidos a piedras, mientras los huesos que
tienen médula son como los árboles. Por esta razón el hombre edifica su morada
en conformidad con la misma naturaleza, con la tierra, las piedras y los
árboles.
El
alma además, es contraria a los deseos de la carne, constituye la razón de la
estabilidad de todo el cuerpo, infunde al hombre sus energías y realiza junto a
él todas sus obras. El hombre, a su vez, obrando según el deseo del alma, se
convierte en un jardín en flor, en el que Dios conforta sus ojos. Cuando en
cambio obra según la voluntad de la carne no resplandece delante de los ojos de
Dios, como el sol cuando sufre un eclipse.
El
hombre que ha cumplido obras buenas es comparable a un huerto lleno de toda
fruta buena, lo mismo que la tierra que está reforzada y revestida por piedras
y árboles. Cuando en cambio, a causa de la dureza de los pecados, ha cometido
acciones malvadas, se halla infructuoso frente Dios como la tierra dura que no
produce frutos. La carne del hombre significa la ciencia del bien, cuya
suavidad produce frutos, mientras los huesos significan la ciencia del mal, que
se endurece oponiéndose a Dios, por fin, los huesos faltos de médula significan
las obras malvadas.
El
alma, en realidad, obra en el hombre siguiendo los mandatos de Dios ya que, lo
mismo que ha hecho el cielo lleno de alegría para los habitantes celestes y a
los hombres les ha dado la tierra para habitar, así el alma cumple junto al
hombre con alegría las obras buenas, que son de naturaleza celeste, mientras,
quejándose de tristeza cumple las obras malvadas, que son terrenales. La
ciencia del bien y la del mal equivale) pues a las entrañas del alma, con la
cual enseña al hombre la humildad, madre de todas las virtudes, y controla con
sus fuerzas al hombre en los pecados, de forma que nunca pueda cumplirlos con
alegría. Y como el hombre planea según su voluntad la forma de la casa que
quiere edificar, así el alma dispone en el hombre, en la medida en qué puede,
todas las obras.
Además
lo mismo que el aire sustenta y contiene la tierra, que está puesta en el
centro del aire a igual distancia sus extremos, así el cuerpo y el alma que
Dios ha unido, aun cuando estén muy lejanas por su naturaleza, tienen que
sustentarse pacientemente e instruirse recíprocamente en cumplir juntos los
preceptos del Creador.
LXXXIII.
La tierra está colocada en el centro del aire, de tal manera que el aire se
encuentra a igual medida sobre, bajo y a ambos los lados de la tierra. El alma,
que ha sido enviada por Dios al cuerpo como soplo viviente, enseña al hombre a
obedecer con paciencia las reglas divinas en esta vida fatigosa, en la que
cuerpo y alma habitan con una diferenciación igual a la distancia que hay entre
el cielo y la tierra, con el fin de que el hombre, que por sí mismo no puede
comprender plenamente su naturaleza, levante en las vicisitudes de sus luchas
internas sus miradas a Dios, y, con una paciencia llena de obediencia tienda
hacia su Creador. Y como el aire se encuentra entre la tierra, para sustentarla
y contenerla, así el alma habita en medio del cuerpo para sustentarlo todo, y
en él obra siguiendo lo que él la solicita.
La
vejiga, que recibe y expulsa los líquidos, representa el curso de los ríos que
corren por las varias partes de la tierra. De este modo el alma victoriosa
sobre la carne tiene que regar el propio cuerpo, acogiendo lo que está bien
según las reglas divinas y expulsando lo que está mal. Se ofrece como
testimonio un versículo del Salmo CXVIII adecuado a este tema.
LXXXIV.
La vejiga del hombre representa el curso de los ríos que corren por las varias
partes de la tierra, porque así como ella recibe y expulsa las aguas del
vientre, así también los ríos ahora crecen, ahora menguan, y riegan toda la
tierra.
El
alma, cuya naturaleza es contraria a la naturaleza de la carne y a la sangre,
enseña al hombre a abstenerse de los pensamientos inquietantes y a no
desesperar de la gracia de Dios por haber cometido pecados, sino a postrarse
con verdadera humildad a los pies de Dios hasta que Dios omnipotente se digne
perdonarlos misericordiosamente con la amarga penitencia. Cuando el alma, en su
humilde naturaleza, afirma su poder sobre el hombre, en el momento en que él
está de acuerdo con ella en todo, cruza el cielo victoriosa exclamando:
“Bendito
tú, Señor, tu ley es mi meditación”. (Sal. 119, 12) Esto se interpreta así: Yo
te he deseado y te he conocido en mi carne, que por sí misma no acepta la
bondad de tus reglas. Y gracias a la fuerza de tu salvación fui atravesada como
por agua corriente, en el centro de mis fuerzas, en el centro del corazón, por
lo cual medité tus mandamientos contra la voluntad de la carne. Y como por la
acción del agua el molino muele el trigo para hacer de él alimento, así yo, que
soy un curso de agua que corre veloz en el cuerpo, observo con diligencia todas
tus reglas, interrogando a mi naturaleza.
Como
la vejiga del hombre recibe y expulsa la acuosa humedad del cuerpo, y como los
ríos al crecer y menguar su caudal mojan toda la tierra, así el alma
victoriosa, cuyas fuerzas se dilatan en el bien y adelgazan en el mal, gobierna
el cuerpo según las reglas de Dios, acogiendo el bien y expulsando el mal.
Los
lugares del cuerpo en los que se produce la digestión de las comidas y las bebidas
representan los cursos escondidos y subterráneos de los ríos. Sigue la queja
del alma contaminada por las obras fangosas y malolientes, que aspira a Dios
por la esperanza de la penitencia y por la pasión de Cristo. Se ofrece como
testimonio un versículo del Salmo XLI conforme con este tema.
LXXXV.
Los lugares en que se expulsa el producto de la digestión de las comidas y las
bebidas, representan los cursos escondidos y subterráneos de los ríos. Porque,
lo mismo que la comida digerida no se puede quedar en el cuerpo del hombre,
sino que se la expulsa, así también estos cursos llevan los ríos al aire libre.
Cuando
el alma se esconde lejos de la luz en la inmundicia de los pecados, no puede
resistirse a decir con voz de llanto: “¡Ay de mí, ay de mí, infeliz, yo que soy
el soplo viviente mandado por Dios estoy sumergida por un hedor de pecados, tal
que no puedo gustar la alegría de dirigirme al cielo! Ay, de dónde he venido y
adónde voy, ¿de qué me sirven todos los bienes creados por Dios, si soy
precipitada en el infierno?”. Y más tarde, después de haber vuelto en sí,
todavía dice: “Confío en mi Dios, porque en la verdadera penitencia, gracias a
su misericordia, podré ser liberada de los tormentos infernales que he
merecido”.
Y,
consolada y confortada por la gracia de Dios, dice: “¿Por qué estas triste,
alma mía?
¿Por
qué estás turbada? Espera en Dios. ¡Te volveré a alabar, Salvador mío y Dios
mío!” (Sal 42,12). Esto se interpreta así: Si el hombre, obligado por la
naturaleza del alma, se propone corregir sus pecados, en la alegría producida
por los arroyos de agua viva se dice a sí mismo: “¿Por qué me entristezco tanto
y soy turbado en mi alma, puesto que puedo, con suspiros y lágrimas, borrar con
la ayuda de la gracia de Dios las heridas de mis pecados, ya que confío que
seré liberado gracias a las heridas de mi Dios, que ha soportado por mis
pecados los clavos y la lanza?”.
Después
el alma expone todas sus malas acciones después de una amarga penitencia, como
el producto de la digestión de las comidas y las bebidas sale fuera del cuerpo.
Pero como de las aguas subterráneas los ríos salen a la superficie de la
tierra, así vuela sobre la tierra la inestimable fama de estas realidades,
porque quién por el pecado estaba muerto, resurge ahora en las obras buenas.
En la
espalda y en los costados del hombre se representa la superficie de la tierra,
en los muslos y en las nalgas las colinas y las montañas, y la aspereza de la
tierra dura e impenetrable se representa en sus regiones inferiores unidas a
las regiones superiores, más blandas. De modo parecido las fuerzas del alma
separan la suavidad de la carne de los vicios, para que decorada por las perlas
de las virtudes suscite la admiración en los ángeles y la alabanza de Dios.
LXXXVI.
La espalda y los costados del hombre indican las planicies de la tierra. El
alma, que es espíritu operante, realiza con el hombre las santas obras y las
virtudes excelsas por las que Dios es alabado por los espíritus angélicos. Ella
es invisible para el cuerpo y lo gobierna en todo, del mismo modo que Dios,
Creador de toda la tierra, es invisible para el hombre. Y como el hombre actúa
con fuerza gracias al vigor de la espalda y los costados, así también el alma
cumple todas sus obras con ayuda del cuerpo. En los muslos y en las nalgas se
representan las alturas y las rugosidades de la tierra dura e impenetrable.
Como los muslos cuelgan de los lomos y del vientre y permiten andar al hombre,
y como las nalgas lo mantienen estable, así la parte inferior de la tierra, que
es impenetrable, está unida a su parte superior, tierna y blanda, y la retiene
con su fuerza como si fuera acero para que no se disuelva.
Del
mismo modo, el hombre gobierna toda la tierra con la habilidad de sus artes y
la voltea con el arado ora más profundamente, ora más superficialmente, así el
alma con sus fuerzas y sus virtudes traspasa y dirige el cuerpo favoreciendo,
unas veces, el placer de la carne, y con estas espesas energías del alma el
hombre comete pecados graves y criminosos, u otras veces, pecados más leves, que
no consisten en obras sino en pensamientos, cumplidos únicamente por el latido
de las alas del alma.
El
diablo, a causa del odio que tiene por su Dios, sugiere al hombre que se
complazca en el placer. Todas las veces que el hombre se irrita, sale un humo
por su cuerpo, porque el hombre no se irritaría nunca, si no hubiera probado el
placer de la carne. El alma, que es inmortal, cuya separación supone la muerte
del cuerpo, cumple todas las acciones siguiendo los deseos del cuerpo como el
aire y el viento hacen germinar la tierra. Y el alma, no deja nunca de actuar
en el cuerpo, lo mismo que el agua de un torrente, no se para nunca.
Todos
los ángeles se maravillan del hombre que se engalana con el elegante vestido de
las obras santas, porque serán sus compañeros en la alabanza a Dios. El alma
sustenta todas sus obras, como los muslos y las nalgas sustentan a todo el
hombre. Y como la tierra dura y profunda hace de soporte a la parte blanda y a
los ríos, así las fuerzas del alma sustentan al hombre y están a su servicio,
como los muslos y los lomos están unidos al vientre. Con sus fuerzas el alma
sustenta las obras del hombre, igual que lo sustenta la espalda, y lo obliga a
alegrarse en el bien y a entristecerse en el mal, y lo circunda de obras buenas
y de muchas virtudes como de frutos y de perlas. Por lo cual Juan dice:
Palabras
del apóstol san Juan, en el Apocalipsis, que contempla y describe la elegancia
de la novia de Cristo, es decir del alma santa, y cita de David en el Salmo en
que exalta la excelencia del hombre.
LXXXVII.
“Y vi a Jerusalén, que bajaba del cielo, ataviada como una novia se adorna para
su esposo”. (Ap. 21,2). Esto se interpreta así: la novia indica el alma santa y
engalanada que se ha unido a Cristo, teniendo como dote su sangre, y se dirige
como la novia al novio, porque el Hijo de Dios descendió del cielo en el
vientre de la Virgen, donde edificó la nueva y santa ciudad de Jerusalén. Por
tanto, los ángeles, que contemplan siempre el rostro de Dios, se admiran de las
obras de los santos, que resplandecen a los ojos de Dios con innumerables
adornos y que, subiendo hacia la Jerusalén celeste, edifican siempre nuevos
tabernáculos, ante los cuales resplandecen como letras grabadas con oro.
Por
eso resuenan con el sonido del salterio, de la cítara y del canto de todas las
alabanzas. Dios ha creado al hombre para que ejecutara obras luminosas que
resplandecieran en el cielo, para que los ángeles se maravillasen de las obras
humanas, como se maravillan frente al rostro de Dios. Por eso ha sido igualmente
escrito: “Lo has hecho un poco inferior a los ángeles, lo has coronado de
gloria y honor, le has dado poder sobre las obras de tus manos” (Sal 8,6-7).
Esto se interpreta así: Dios siempre está presente en los ángeles, que son su
alabanza, por tanto por ellos es visto y conocido, mientras el hombre, que es
criatura dotada de alma, lo conoce por la fe y no en su divinidad, pero Dios le
glorifica, le honra y le embellece de muchos adornos, porque le ha creado para
que obedezca sus mandatos y le ha puesto por encima de todas sus obras.
Otra
vez habla sobre la comparación entre la tierra dura y blanda inhabitable por el
calor o por el frío, y de dónde provienen los terremotos. Y como la misma
tierra, si no fuera dura como hierro o acero en la parte inferior, se haría
pedazos por el calor excesivo cuando el sol está alto y en el ocaso por el
fuerte frío. También, sobre los múltiples modos de acordarse de la carne y el
alma, según lo que se ha enseñado.
LXXXVIII
La parte blanda de la tierra está unida a otra parte dura como el hierro,
sólida en su dureza como si fuera de acero, por lo que no puede ser quebrantada
o debilitada por el desbordamiento de las aguas que corren alrededor. Cuando el
hombre abraza el placer de la carne, así habla el alma, en su naturaleza
espiritual: “¡Oh, debilidad de los placeres de la carne, con los que yo aflijo
y de los que soy afligida!”. Por lo cual, el hombre gime así sus pecados: “¡Ay
pobre de mí, porque he nacido predispuesto a tantos pecados que no soy capaz de
vencerlos por mí mismo!”. En cuanto se da cuenta de este quejido, el alma atrae
al hombre hacia sí, castigándolo primero por sus pecados, y luego se entristece
cada vez más, porque el hombre ha consumido las energías del alma en los
placeres carnales. Acto seguido el hombre, si obra según la naturaleza del
alma, se mortifica a si mismo absteniéndose de los deseos carnales, hasta
desear verdaderamente alcanzar el cielo.
Así el
alma del hombre toma el dominio del cuerpo donde no encuentre un corazón
acartonado, lo mismo que la tierra dura y casi de hierro sustenta con su
potencia a la blanda. El alma hace estable al hombre con la fuerza de la fe,
como el acero, para que no se debilite, cercado como está de los males de las
costumbres pecaminosas. La parte de la tierra dura, como de hierro, presenta
montes y peñas y cuatro ríos que corren por la región oriental, los cuales no
pueden partirla pero que a veces la mueven sin herirla. Este movimiento
proviene del excesivo llamear del sol en aquella parte del firmamento en que surge,
y si la tierra bajo él no fuera como de hierro o de acero, estaría
completamente reducida por las grietas de este excesivo ardor, mientras que por
la otra parte del firmamento, donde el sol se pone, se hendería por el frío
excesivo. Estas partes de la tierra son inhabitables a causa del desmesurado
calor del sol y el frío excesivo.
Por
tanto el alma, que es de naturaleza humilde, siempre combate contra la soberbia
del hombre y le dice: “¿Por qué subes tan alto, como si te hubieras creado
solo? Si deseas existir o actuar por ti mismo, caerás como el primer ángel”. El
alma, además, conoce y tiene el sentimiento de Dios, por quien ha sido creada
como esencia espiritual, y comprende que nadie es parecido a él. Por eso
detesta la soberbia, que está desprovista de alegría y quiere existir por si
misma sin obedecer a nadie. De aquí que el alma diga a la mente soberbia del
cuerpo donde ella mora estas palabras: “Todo lo que deseas es vano y tramposo,
y lo que tú llamas honor es blasfemia, si crees poder subir para arriba sin la
ayuda de Dios y los hombres, caerás”. Pero a menudo el hombre suspira por la
tristeza que invade su alma, y alejándose de todas las obras de la soberbia
sube a la altura de las obras santas de la humildad. Y por estas obras se
sustenta y consolida contra los pecados, como la tierra se endurece con las
colinas y los peñascos.
Entonces
el hombre realiza las obras santas ayudado por los elementos, como si se
hubiera transformado y vuelto a una nueva vida. Evita así ser burlado y
condenado a muerte en presencia de Dios y los hombres, tal como la tierra no
puede ser partida por los cuatro ríos con su fuerza. El alma, que es de la
naturaleza del viento, influye en todas las criaturas, en el hombre por el
corazón y las venas, cuando se entrega con el cuerpo al placer de los pecados,
y después de que ha gozado en el pecado a menudo le hace llorar, y le
transforma por tanto su seguridad en gran confusión. El hombre a menudo incurre
en graves enfermedades, cuando todas sus entrañas interiores no siguen el
camino correcto en hacer lo que él quiere, y así el alma se vuelve en el hombre
como una tormenta, lo aflige al mismo tiempo, con los pecados y con la
penitencia, haciéndolo sufrir en la penitencia tanto como ella ha sufrido con
los pecados. El alma sustenta al hombre para que no desfallezca en el ardor del
pecado y en la penitencia, como la tierra de hierro y acero sustenta la tierra
blanda. Como es la energía vital del cuerpo, nunca se alegra de los pecados que
comete, sino que siempre se aflige esperando poderse levantarse.
Entonces
el alma lo aviva y lo consuela, para que tenga confianza en ser liberado con la
ayuda de la gracia de Dios y no se arruine cayendo en el precipicio de la
desesperación. De esto es señal la tierra, que no se hiende por el frío
excesivo de occidente.
La
tierra inhabitable por el exceso de frío o de calor, simboliza al hombre, que,
a causa de la expulsión de Adán, vive como un peregrino en el pequeño espacio
de la tierra habitable. No puede tener nunca seguridad y siempre está en
combates y guerras entre los pecados y la penitencia, porque en este triste
destierro no puede contemplar la plenitud de alegría de la patria celeste, si
no solo dirigirse a lo lejos hacia ella, a la sombra de la fe. Cuando se da
cuenta de no poseer ninguna seguridad, dice:
Palabras
de David en el Salmo CI, en las que lamenta la fugacidad y brevedad de sus
días.
LXXXIX.
“Mis días se desvanecen como una sombra, y yo me seco como hierba”. (Sal 102,4)
Esto se interpreta así: El hombre, a causa del pecado original, es ciego con
respecto de los acontecimientos pasados y futuros. Por eso en su ciencia ellos
son como sombras. También por eso, ya que no posee ninguna seguridad, se seca
como heno, siempre cree que sus acciones son inciertas. Todos los días del hombre,
una vez pasados, caen en el olvido, pero la vida eterna es estable y se
renueva, como cada año el verano produce nuevos frutos.
La
tierra no es plana, sino redonda en toda su superficie, como nos indican las
hinchazones de las colinas y las montañas que tiene por todos los lados. Esto
es señal del curso desigual de la convivencia humana a causa de los muchos
conflictos entre el alma y la carne a través de las virtudes y los vicios.
XC. La
tierra tiene montañas y colinas y en su redondez no es llana, y sin embargo el
aire la toca por todas partes. La tierra tiene por arriba y por abajo montañas
y colinas como el ciervo lleva sus cuernos. El alma, que es el soplo mandado
por Dios, detesta con furiosa intolerancia la avaricia, que es el cuello de la
lujuria, porque a causa de estos dos vicios el hombre no puede tener costumbres
pacificas y mansas ni hacia sí mismo ni hacia los otros. El alma ha sido
introducida en el cuerpo para combatir junto al hombre a la confusión del
diablo y a sus tentaciones, porque la lujuria le nace al hombre por instigación
del Leviatán, que quiere tragar el mundo. Por su causa, la lujuria quiere
contaminar las almas y atraerlas a si, como el avaro atrae al dinero. El hombre
avaro y soberbio, al igual que la tierra está cargada de montañas y colinas y
carente de llanos, agrava su posibilidad de pecar cuando abandona el temor de
Dios como si no tuviera que ser juzgado por Él, entonces hace todo lo que
quiere siguiendo los deseos de su corazón. Y como el aire no toca todas las
partes de la tierra, sino que la toca según las características de la tormenta
que descarga, así él, justificando las obras de la iniquidad, actúa
injustamente según la vanidad de su corazón.
Pero
el alma de este hombre afligiéndolo con sus fuerzas, hace que suspire a Dios
por sus pecados, le obliga a cumplir con humildad obras buenas y santas sobre
la tierra, destruyendo en él la montaña de la soberbia, aunque antes pecó con
soberbia como si obrase bajo tierra. El alma obra el bien y el mal según las
capacidades de su ciencia, y a causa de la gran aflicción que deriva de la
soberbia, el cuerpo se queja: “¡Ay de mí, ay de mí!, ¿De dónde he venido? ¿Qué
hago?, ¡sólo llanto puedo juntar a los suspiros, porque contamino mi ciencia
con la podredumbre de los pecados!” Y con este llanto obliga al hombre a adorar
Dios con estas palabras: “Ten piedad de mí, Señor, porque he contaminado mi
alma con los pecados, cura las cicatrices de mis heridas, porque sólo contra ti
he pecado. ¡Oh Dios mío!, ¡enséñeme más eficazmente a cumplir obras buenas y
santas para que mi alma sea curada, porque la he perturbado mucho!”
Sucesivamente, el hombre se inclina intensamente delante de Dios y disfruta del
banquete de la penitencia en que sacia el hambre de su alma.
Como
la superficie inferior de la tierra, casi como fosos de hierro, rechazan las
aguas que la golpean y la circundan, así la fuerza del alma, como acero que
forja el filo de todas las armas, tiene que corregir y mantener lejano el
engaño y las calumnias del diablo.
XCI.
La superficie de la tierra es redonda tanto por dentro como por fuera, y es
resistente como el hierro frente a las aguas que se infiltran y corren
alrededor. También el alma, que se esconde en el cuerpo, vuela con todos los
sentidos del cuerpo con el pensar, el hablar y el actuar. Según sus
indicaciones, actúa en el hombre con todas las criaturas, mientras otros
espíritus existen solamente para alabar a Dios y no realizan obras. Los
ángeles, en las alabanzas que dirigen a Dios, admiran las obras del hombre que
es celestial y terrenal al mismo tiempo, por esto en el cielo se cantan sus
alabanzas y con sus obras llena toda la tierra. La fuerza de su alma, que
circunda el cuerpo y todas las obras del hombre, es parecida a la redondez de
la tierra, y actúa según la naturaleza de la carne, o según su propia
naturaleza. La fuerza del alma es como el acero, con el que todas las armas se
afilan y endurecen, para que combata y venza los deseos de la carne, que
penetran en su naturaleza, para que el hombre no perezca, y para no ser ahogada
bajo el peso de los pecados. La fuerza del alma toma las armas y combate los
engaños del diablo.
Las
articulaciones, ya sean iguales o desiguales, que en el hombre van por el muslo
a la rodilla y al talón y luego hasta la punta del dedo gordo del pie, y de la
muñeca hasta la extremidad del dedo mediano, simbolizan en el mundo las
curvaturas e inflexiones del océano y de los ríos, y en el hombre el ímpetu
ardiente de los placeres. Y las múltiples formas de la naturaleza simbolizan la
oposición constante entre carne y alma.
XCII.
De las rodillas hasta el tobillo hay la misma distancia que desde el punto de
la evacuación o bien de los muslos hasta la rodilla. En la medida que va de la
rodilla al tobillo, se representa el océano que rodea toda la tierra porque,
como las piernas se doblan hacia atrás, así las aguas que abrazan la redondez
de la tierra no van más allá de su destino. Estas aguas no corren fuera su
curso, porque fluyen como canalizadas en un surco, no superan sus confines, y
tienen la misma profundidad de las aguas que se encuentran sobre el firmamento.
Así el
alma, que está establecida en todos los elementos del hombre. Por él se ve
obligada a atender todos los deseos de la carne, como los fuelles están
obligados a soplar. Pero a continuación se dirige al hombre, quejándose con
estas palabras: “Ay de mí, ay de mí, podredumbre rociada de ceniza, por qué
Dios me ha enviado a ti, que me has encarcelado en tus deseos para obligarme a
cumplir junto a ti las obras criminales que el diablo te sugiere?”.
Entonces
el hombre, aunque viva disfrutando del insolente banquete de sus pecados,
debido al quejido del alma a menudo repite dentro de sí: “¡Oh, miserable de
mí!, ¿por qué no puedo dejar de pecar?, Reconozco que mis obras son impuras
ante la presencia de Dios y los hombres, ¿por qué no temo a mi Dios, que juzga
y rechaza de si toda mancha de pecado y toda maldad del diablo?”.
Sucesivamente, haciendo una amarga penitencia, el hombre se aleja de los
pecados uno por uno, y entonces se encuentra con el mismo malestar en que se
encontraba el alma cuando él vivía en el pecado. Y dice: “Ay de mí, ay de mí,
que me he olvidado mi Creador, cuando no me he apartado del deseo de la carne
por el temor y el amor de Dios, aunque tenía la ciencia de la racionalidad”. En
esta condición, postrándose en tierra con verdadera penitencia, dirige gritos a
Dios con este ruego: “Oh Dios mío, ayúdame, y con tu sangre sácame de la
profundidad de mis pecados, en los que estoy sumergido como si estuviera en el
infierno, y con la ayuda de tu gracia atráeme hacia ti, para que yo pueda
resurgir y salvarme”. Así, sometiendo a examen todos los pecados a uno a uno,
los purifica en la verdadera penitencia.
La
distancia que hay desde el punto de evacuación o del muslo hasta la rodilla indica
que la fuerza de la libídine es excitada por la sugestión inicial del diablo en
los lomos del macho y en el ombligo de la mujer cuando, a causa de aquel
engaño, en el deseo y en la acción cumplen con igual pasión los pecados de la
lujuria. Pero luego el hombre es inducido por el alma al dolor y al malestar
por los pecados, y esto se indica en la medida que va de las rodillas al talón.
El talón indica el lugar de destierro en el cual se puso a Adán. El hombre no
se olvida de ello en todas sus obras, buenas y malas: ya que en las obras malas
se acuerda de la expulsión de Adán y en las buenas recuerda de que manera ha
sido creado por Dios. Dios creó para el alma racional una morada tan perfecta
que el alma podía practicar todas las virtudes, del mismo modo que el hombre
construye una casa para hacer en ella todo lo que quiere. También los vientos
han sido creados por Dios para que atraviesen con su soplo todas las cosas,
tanto en los momentos de felicidad, como en los de peligro. Y como el océano no
rebasa el lugar en que fluye, así el alma no abandona esta regla por que no
puede prescindir de alegrarse en las obras buenas y de entristecerse en las
malvadas. Cuando, en efecto, el hombre peca según los deseos de la carne,
delante de Dios es como una noche oscura. Cuando en cambio actúa según la
naturaleza del alma, resplandece delante de Dios y a sus ángeles como la luz
del día.
Del
talón al final del dedo gordo del pie hay la misma distancia que desde la
muñeca hasta la punta del dedo mediano, como ya se ha dicho. Los pies, además,
indican los demás ríos, que dividiéndose por toda la tierra, la riegan por
todas partes. Y como los pies están unidos a las piernas y a las manos a los
brazos, así los ríos suman su fuerza a la del océano. En efecto, Dios ha creado
la tierra de un solo elemento, que brota gracias a las fuerzas de los otros
elementos, como la mujer es fecundada por la fuerza masculina.
El
hombre pues, divino por el alma y terreno por la tierra, es la plenitud de la
obra de Dios. Por lo cual conoce las cosas terrenales y, en el espejo de la fe,
las cosas celestes.
Así
como del talón hasta la punta del dedo gordo y desde la muñeca hasta la punta
del dedo mediano hay una distancia igual, así el alma, gracias a la que el
hombre conoce que tiene un Dios, posee un cuerpo de igual medida, sin defecto,
y en igual medida él la sustenta, de forma que el alma no tiene ninguna
carencia en el cuerpo para realizar todas las obras que con el cuerpo pueda
realizar. Y como la tierra engendra cosas útiles e inútiles, así los pies
sustentan al hombre para cumplir obras útiles e inútiles. Y como todas las
aguas proceden del océano, así todas las obras del hombre recorren el cuerpo y
el alma.
Igualmente,
las articulaciones de los hombros y los brazos, de las manos, de los lomos, de
las rodillas y de los pies, que son las doce articulaciones mayores,
representan los soplos de los cuatro vientos principales y los ocho colaterales
y a la distancia entre ellos, y también el hecho de que los vientos se
atemperen mutuamente con calor, frío, sequedad y humedad.
XCIII.
En la rodilla de la pierna derecha, donde la pierna del hombre se dobla, se
representa el viento principal de occidente, en el muslo y en el talón de la
misma pierna se representan sus vientos colaterales. En la rodilla de la pierna
izquierda se representa el viento principal del norte, mientras en el muslo y
en el talón de ella se representan los vientos colaterales del viento
septentrional. En los lomos y en el pie de cada lado se indican los soplos de
los respectivos vientos colaterales.
Dios,
como ya se ha dicho anteriormente, ha representado la organización de los
vientos en el cuerpo humano, es decir en los codos, en los hombros y en las
manos, en las rodillas, en los lomos y en los pies, donde están las doce articulaciones
mayores, como doce son los vientos.
Los
codos, con los elementos a él incorporados, representan, como se ha dicho, el
viento oriental y meridional, con todos sus colaterales. Las rodillas, con los
elementos a ellas incorporados, indican el viento occidental y septentrional
con todos sus colaterales. Y como estos elementos están unidos al cuerpo en su
totalidad, así estos vientos, junto sus colaterales, están agregados al
firmamento, uno está regulado por el otro en lo que concierne al calor, al frío,
la sequía y la humedad, y todos ejercen adecuadamente sus funciones, como el
hombre realiza con los brazos y las manos todas las obras que decide en su
ciencia. Y como estos elementos del hombre distan en medida igual uno de otro,
así los vientos están a distancia igual el uno del otro.
Se
trata de modo especial del peligroso rigor y lo nocivo del soplo del viento del
norte, que durante el verano a veces perjudica los frutos y seca los árboles
con su humedad fría, esconde el sol y transforma el brillo de la luna con
calores variables.
XCIV.
Entre estos vientos, el del norte a menudo enseña su rigor lleno de pavor,
cuando alarga especialmente su ala ventosa sobre la rueda del firmamento
soplando hacia oriente, donde levanta a veces una masa de humo terrible y
nocivo, y a mediados de verano, emana una humedad fría, que perjudica los
frutos de la tierra y seca los árboles. Cuando esto ocurre, el mismo soplo
horrible se descarga con toda su ferocidad y produce unas nubes con las que
tapa la esfera del sol, por lo que el hombre piensa que el sol ha desaparecido.
De este modo el soplo es causa de confusión debajo de las nubes. Y por esto se
ocasionan tinieblas sobre la tierra. Pero una cosa de esta especie los hombres
pueden verla solamente cuando se anuncian grandes prodigios, ya que todo se
mueve por la acción de los elementos, como la mano doblada por el brazo, puede
tocar y realizar todas las cosas.
Este
mismo soplo, a causa de las obras de los hombres contrarios al orden divino, en
muchos casos hace bromas con la luna, de modo que ora aparece de color negro,
ora color del hierro, ora de colores diferentes en sus partes. Entonces su
aspecto da miedo a los hombres. El viento del norte a cualquier parte que se
dirija, es un viento peligroso, nocivo para todo sobre lo que pasa, porque con
su frío y su ferocidad perjudica hasta privar de su útil fecundidad al viento
caliente enviado por el sol que vuela dulcemente junto a la humedad del rocío y
que produce sobre la tierra el verdor y los frutos de los campos, y que además
sustenta a los otros vientos como un hombre que se apoya en la pared, y así les
presta ayuda. Todos los cuerpos luminosos, entre las criaturas, aparecen más
bellos y resplandecientes por contraste con las tinieblas de viento del norte,
ya que está privado de luminosidad. De modo parecido a esto, el brazo izquierdo
sustenta al derecho y le presta ayuda.
Cómo
están relacionadas todas las cosas descritas en los dos capítulos anteriores,
que se refieren a la medida y la articulación de los miembros humanos y los
vientos, y también el alternarse del día y de la noche y de las horas, que
deben ser referidas al alma. Se explica que Dios ha estructurado el alma en
base a cuatro energías, que en la parte que se relacionan con el cuerpo derivan
de los cuatro elementos, fuego, aire, agua y tierra. Son como cuatro alas que
dirigen la misma alma y su cuerpo.
XCV.
Todos estos fenómenos están en relación con el alma. Ella reside en el cuerpo a
semejanza de los vientos, cuyo soplo no se ve pero se siente y, ya que es de
naturaleza aérea, despliega su aliento, sus suspiros y sus pensamientos,
volando como el viento. Por otro lado es parecida al rocío gracias a la humedad
de la sabiduría, vehículo de las buenas intenciones dirigido a Dios. Como el
resplandor del sol ilumina todo el mundo sin perder vigor, así el alma es
siempre la misma en la pequeña estatura del hombre, aunque con sus pensamientos
pueda volar por todo lugar, subiendo hacia las estrellas, gracias a las obras
santas en alabanza de Dios, o precipitándose en las tinieblas por las obras
malvadas del pecado. De este modo el alma se corresponde con el sol, que
resplandece con todas sus fuerzas por encima de la tierra durante el día, y por
la noche brilla por debajo. Además el alma sube para arriba con las buenas
intenciones, mientras que desciende cuando obra perversamente con mala
intención, como las piernas, junto a las rodillas, que se mueven para arriba y
para abajo en sus diferentes actividades.
El
viento occidental, temible a veces, corresponde a la buena intención del
hombre, que nunca tiene que estar privada de temor. Cuando el hombre yace
todavía en el hedor de los pecados, lo sostiene como las rodillas sostienen el
cuerpo. El talón y el pie indican la voluntad y el deseo, y gracias a ellos la
buena intención se realiza en obras. Y como los vientos colaterales colaboran
con el viento occidental en el desarrollo de su función, así la voluntad y el
deseo colaboran en la realización de las obras. El viento colateral que se
encuentra a la derecha indica que el hombre alcanza la victoria sobre los
pecados apoyándose en la parte derecha del alma. El viento de la izquierda, en
cambio, muestra que el hombre, cuando está dominado por los pecados, vive en el
olvido de Dios, como el lado izquierdo.
El
viento del norte, que seca con su soplo y con la ayuda de los vientos
colaterales toda la vegetación sobre la tierra, representa al hombre que,
siguiendo la propia voluntad y el placer de su corazón, realiza los deseos de
la carne, por lo cual se ve privado de toda la felicidad de los bienes
celestes. Pero cuando este hombre, perpetrando el mal como el lado izquierdo,
rechaza ponerse de acuerdo con el alma, la fuerza de su razón, situada como a
la derecha, lo impiden. Sin embargo todas las obras buenas y malas, las realiza
el alma, como en el verano se originan todos los frutos de la tierra. Dios ha
creado al alma dotada de la sabiduría necesaria para gobernar su contenedor, es
decir el cuerpo, a través de las cuatro energías que posee, fuego, aire, agua y
tierra, con los que también realiza todas las funciones del cuerpo, colaborando
con él. El alma, antes de verse mandada a un cuerpo, no realiza ninguna obra,
ni tampoco realizará más cuando haya salido de él.
En las
articulaciones de los elementos del hombre Dios ha representado los cuatro
vientos con sus colaterales, en los hombros, en los codos, en las manos, y en
los muslos, en las rodillas y en los pies. Uno de estos, el viento oriental,
está unido estrechamente a la fuerza de la aurora, que lleva el rocío del frío
de la noche y rocía la tierra. Por la mañana, la aurora resplandece, a primera
hora el sol ilumina el día, a la tercera empieza a calentar, y a la sexta
alcanza el máximo de su ardor. Esto significa que el hombre, a causa de la
buena intención, primero suspira, luego llora, después de las lágrimas emprende
las obras buenas, y sucesivamente las lleva a cabo con todo el ardor de la
buena intención.
El
hombre que arde intensamente en la vida santa hecha de obras buenas, es como el
viento meridional, que en un primer momento comienza a vivir santamente, como
en la parte oriental, con suspiros y con buenas intenciones. Pero después, a
continuación, como en occidente, terminan los combates agitados que permitieron
al alma dominar el cuerpo. Es como el calor del sol, que surge en oriente, a
mediodía arde en su plenitud, y se reduce al ocaso. Como el oriente y el
mediodía participan del calor del sol, así el alma añade virtud a virtud y con
ellas cumple todas las obras buenas, como las manos con los brazos. Pero cuando
acaba el día, el sol desciende a occidente, como las rodillas del hombre corren
con los pies sobre la tierra. Al caer la tarde, la serenidad del día los
devuelve cansados y el hombre ya no se alegra de la luz diurna, sino que
cansado, se entrega al sueño. Significa que el hombre, cuando actúa según el
placer de la carne, ocupado en operaciones materiales y olvidando los bienes
celestes, se convierte en una criatura nocturna. Cuando en cambio practica con
el alma las santas virtudes en el fuego del Espíritu Santo, encuentra alivio de
la concupiscencia carnal en el amor de Cristo.
El
alma racional que profiere palabras múltiples con el sonido de la voz, produce
muchas ramas, como el árbol. Y de la misma manera que las ramas provienen del
árbol, las energías del hombre brotan del alma. Así, cualquiera que sean las
obras que ha cumplido con el hombre, se parecen a los frutos del árbol. El alma
tiene en efecto cuatro alas, es decir sentido, ciencia, voluntad e intelecto.
Con el ala del sentido advierte sus heridas y rechaza lo que la carne quiere,
porque siempre es soplo en movimiento. Con el ala de la ciencia incita en el
cuerpo el deseo de actuar, porque el cuerpo se da cuenta de que vive a través
del alma. Con el ala de la voluntad el alma desea actuar junto al cuerpo,
porque se da cuenta de la existencia de este cuerpo. Con el ala del intelecto
reconoce los frutos de cada obra, útil e inútiles, porque ella es vida sin fin.
Y con estas cuatro alas vuela como un pájaro con ojos delante y detrás gracias
a la ciencia del bien y el mal. Vuela hacia adelante, con las buenas obras
realizadas gracias a la buena ciencia, y hacia atrás, con las obras malas
acabadas gracias a la mala ciencia.
De
nuevo sobre la creación del viento del norte y lo que se dice de su rigor y de
los daños que produce exteriormente a las criaturas. Como debe ser interpretado
en relación a las seducciones de los vicios, con los que el alma y el cuerpo
son interiormente aguijoneados por el diablo.
XCVI.
Cuando el viento del norte levanta su espantoso torbellino, el viento de
oriente le opone resistencia, el occidental le impide soplar más fuerte que él
y el viento meridional, que es más fuerte que estos dos, se une a ellos para
rechazarlo e impedir al viento del norte superarlo con su soplo. De este modo
todos los vientos, de oriente a occidente, oponen resistencia al viento del
norte, al que la luz del sol ni roza ni ilumina. El viento del norte es peor
que los otros vientos, porque es tenebroso desde que el diablo cayó, cuando
Dios lo hundió en el lago de las tinieblas exteriores, dónde quedó inmerso en
la oscuridad sin luz. Por él, luego cayó Adán. Los espíritus malignos soplan en
todo el mundo el soplo de las tinieblas en que están sumergidos, para inducir
los hombres al error. Y lo hacen con la misma maldad con que se contrapusieron
a la verdadera luz. Dios no permite, sin embargo, que se presenten a los
hombres que viven bajo el sol, tal como son, en su horrible forma. Pero se
aparecen a los hombres en cualquier forma de criatura posible, según sus intenciones
y costumbres, para engañarlos y alejarlos lo más posible de las obras buenas.
El
viento del norte, que perjudica los hombres y los frutos de la tierra y que con
sus alas, en el calor del verano, sopla hacia oriente y occidente el frío
nocivo con que seca los frutos de la tierra, es parecido a la tenebrosidad y a
la maldad de los espíritus del aire, porque estos espíritus, los más malvados,
hielan en el hombre el calor del fuego del Espíritu Santo, induciéndolo a
olvidarse de Dios. Entonces el alma, vencida en su batalla con el cuerpo, cede
a los deseos de la carne, tal como se envuelve un gusano en su capullo y así,
envenenada por los pecados por culpa de la baba del serpiente, ya no se acuerda
de que es un soplo que viene de Dios. Sin embargo no se queda siempre en estas
condiciones, sino que suspira y gime por el abrazo sofocante de los pecados, a
los que incluso aspiró, como si fueran grandes delicias. Ya no los ve más bajo
el aspecto de placeres, sino mas bien de molestias, y seguidamente, como
luchando contra él mismo, se empeña en las obras buenas.
Pero
si el hombre se vende a la mala ciencia, y olvidando a Dios y ardiendo de
lascivia aprecia el consejo del serpiente, la lujuria estallará aun más fuerte
en él, inflamado por el soplo del arte diabólico que lo lleva a engaño diciendo:
“Puesto que eres un hombre ¿cómo puedes impedir que tu carne sea agitada por el
placer? Además, sabes que puedes volverte de nuevo puro con la penitencia” Un
hombre en estas condiciones, parecido al viento que despliega su horror debajo
de las nubes, obnubilado en su ciencia y burlado por su mente errabunda, duerme
en las tinieblas del olvido de Dios entre sus pecados criminales. Y si se
duerme así, con los pecados, olvidando a Dios. Todos cuántos viven en Dios porque
viven según la justicia, le consideran parecido a los gusanos más despreciables
y repugnantes, de los cuales todos rehuyen.
Por
eso dicen de él: “¿Qué hombre es ése, que no se acuerda de ser hombre y vive
entre toda esta suciedad?”. Lo rehuyen, entonces, como señal de muerte,
examinándose a si mismos para imprimir cada uno el sello del temor de Dios en
sus propias acciones para no hacerse parecidos a él, por el terror que han
sentido frente al hombre antes descrito. Y le consideran signo cierto de predicción
de miserias y perjuicios.
Y como
la mano señala todos los objetos gracias al movimiento del brazo, y como los
milagros son prefigurados en el movimiento de los elementos, igualmente el
hombre actúa, considerando dentro de si, en el alma, las cosas útiles y las
inútiles La variabilidad del viento del norte significa, la inestabilidad de
las mentes de aquellos hombres que juzgan lo que es conveniente según la
previsión de su misma voluntad, puesto que solo confían en ellos mismos y no en
Dios. Por tanto se parecen a la densa nube que no permite ver los rayos del
sol, porque eligen y conservan como un tesoro las cosas contrarias a su
Creador. Por eso en su oscura maldad son antipáticos a los otros hombres. Del
mismo modo que la luna puede aparecer de colores diferentes, así, con el olvido
de Dios, ésos hombres asumen la dureza del hierro y se hacen ambiguos y
engañosos, de forma que, a los hombres de fe poco firme, se muestran a veces
dulces y serviciales, pero luego, engañados por el arte diabólico, caen en la
confusión en presencia de Dios y los hombres a causa de sus obras detestables y
llenas de malicia.
El
viento del norte es peligroso e inútil, porque acoge en sí al ser malvado que
se contrapone a Dios, por sentencia del más justo de los jueces. El viento del
norte también representa el ardor de la cólera, en la cual, por sugerencia
diabólica, el hombre, en el odio de su cólera y alimentado por la maldad, si
logra hacerlo, derrama la sangre humana del hombre al que el Espíritu Santo
inspira, en lugar de alabarlo con dulces palabras de amor. En su malicia este
pecador vuelca el agua de la deshonestidad sobre el que reconoce invadido de
sabiduría, y después de machacarlo, sigue su camino. Hace todo lo que puede, a
fuerza de mentiras, para deshonrar al hombre caritativo, y destruye en todo
sitio la paz, en todas las ocasiones posibles, con palabras duras y pérfidas.
El
viento del norte, que está lejos de Dios, acoge todos los vicios de los hombres
para agitarlos en su torbellino, como la cebada se separa del trigo, y así este
hombre, separado de toda utilidad, felicidad y santidad, carece de todas las
virtudes que se afirman gracias a las inspiraciones del Espíritu Santo, y que
resultan más bonitas y resplandecientes en relación a su oscuridad, tal como la
pared sustenta al hombre que se apoya en ella. Por contraste con sus tinieblas
se reconocen todas las cosas luminosas, que concuerdan con la armonía celeste
que el Hijo del Hombre sembró en la naturaleza virginal. Y como la sugestión
del diablo seduce a los hombres, así también el soplo de viento del norte es
para ellos nocivo. Pero cuando el hombre, que ha cometido iniquidad y pecados
susurrando con el diablo en la parte izquierda, a causa de la penitencia y
conversión coincide con la parte derecha, entonces, como un prisionero liberado
del infierno, debido al recuerdo de los mismos pecados se vuelve más fuerte y
más santo cuando hace el bien, como la mano izquierda está al servicio de la
derecha.
La
razón por la cual Dios, cuando suscitó y sacó a Adán de la tierra, decidió en
primer lugar que diera frente a oriente, a la derecha el Sur y a mano izquierda
el norte. Y encerró en su pequeña y reducida estatura el inmenso mecanismo del
mundo entero, y sometió todas las criaturas al dominio y a las fuerzas de sus sentidos.
XCVII.
Dios dirigió hacia oriente el rostro de su semilla de justicia, es decir de
Adán, cuando le despertó y lo hizo levantar. En su mano derecha estableció la
tierra del mediodía, tierra de la felicidad, y en su izquierda las tinieblas
exteriores, que tienen el nombre de viento del norte. En Adán puso la fuerza de
los elementos y las de todas las demás criaturas, para que con ellas obrara
contra el viento del norte donde viven los ángeles caídos que se separaron de
Dios porque, negándolo por su propia voluntad, no quisieron que fuera su Dios.
Por esta razón Dios quiere que el hombre repudie los efectos del viento del
norte sobre su lado izquierdo, que lo rechace, que no lo imite, lo mismo que el
hombre q
Dios
quiere que el hombre, combata con todas sus fuerzas de criatura contra la
serpiente en la batalla de Miguel. Desea que la parte izquierda olvide
completamente el viento del norte, como las tinieblas están completamente
separadas de la luz.
Así
Dios ha reforzado al hombre con las energías de todas las criaturas, y lo ha
revestido como de una perfecta armadura, para que conozca por la vista a las
criaturas, las comprenda a través del oído, las distinga a través del olfato,
sea de ellas nutridas a través del gusto y les imponga su poder a través del
tacto. Por esta razón tiene que saber también que el verdadero Dios es el
Creador de todas las criaturas, y no tiene tampoco que intentar combatir contra
él, a pesar de que a menudo se engañe por los consejos de la antigua serpiente.
Dios no llenó al hombre de todas las energías de que se ha hablado para que no
intentase llevar su intelecto al nivel de necedad del ángel perdido. Dios ha
formado el cuerpo humano a semejanza del firmamento y de otras criaturas como
el fundidor utiliza un molde para elaborar sus piezas. Dios ha dado al gran
mecanismo del firmamento medidas rigurosas, y estas medidas las reprodujeron en
el hombre, aunque el hombre sea pequeño y corto de estatura, como ya se ha
dicho. Lo ha creado de modo que cada uno de sus elementos, ajustados juntos, no
superen su medida exacta y su peso exacto, a menos que sea por decisión divina.
Y ha establecido que sea flexible en numerosos partes de su cuerpo, en el
cuello, en los hombros, en los codos, en las manos, en los muslos, en las
rodillas, en los pies y en algunos otros miembros.
Múltiples
razones, apoyadas en diferentes y oportunos testimonios de la Escritura, para
explicar las estaciones y los meses del año en relación a sus propiedades y a
su cualidades, al levantarse y al ocaso del sol, y al crecer y menguar la luna.
Cómo afecta todo esto a las cualidades del hombre, considerado según las
distinciones y las proporciones de sus elementos, según las edades de su vida,
y según las propiedades de los humores del cuerpo, desde el punto de vista de
lo que es provechoso y de lo que es dañino en los diversos estados de ánimo.
XCVIII.
Tal como Dios ha impreso en el hombre la señal de todas las criaturas, así
también ha puesto en él el orden de las estaciones. El verano corresponde al
hombre despierto, el invierno al hombre que duerme, lo mismo que el invierno
esconde dentro de sí lo que el verano ofrece alegremente, de regalo. Así el
hombre que duerme se conforta en el sueño para estar listo, una vez despierto,
y afrontar cualquier acción con la plenitud de sus fuerzas. Y Dios ha puesto en
él la diferencia de los meses, imprimiéndole sus cualidades y virtudes.
El
primer mes en el que sol empieza a subir es frío y húmedo, muy variable, y
rezuma agua transformada en nieve. Por esta razón sus cualidades están unidas a
las del cerebro, que es frío y húmedo, y se purga toda la humedad superflua
expulsándola por los ojos, las orejas y las narices. Representa la edad de la
infancia, que está privada de malicia y no siente los atractivos de la carne, y
por lo tanto es incapaz de herir al alma actuando contra su naturaleza. El alma
obra con la alegría de esta condición infantil, es fuerte y potente, es simple
e inocente en sus deseos. Mas tarde en cambio, cuando viene a faltar alegría de
la inocencia infantil, entra en una condición de gran tristeza, como el
peregrino desterrado de la patria. Cuando los humores del cuerpo aumentan, el
hombre, corrompido a causa del placer de la carne, abrazando la sensualidad y
olvidando a Dios, se alegra y disfruta en el banquete de los pecados. Lo mismo
que el sol sube hacia arriba en el curso del primer mes del año, así en su
primera edad el alma no es todavía prisionera y tenebrosa, por el placer y el
efecto de los pecados. Cuando el hombre es adulto, y carece de la santidad de las
obras justas, se transforma asumiendo costumbres inestables y se endurece en la
sordera y en la vanidad. Pero si aquél mismo hombre, gracias a la enseñanza y a
la exhortación del Espíritu Santo, vierte una lluvia de lágrimas, sin ignorar
ni cansarse de las obras buenas, se purifica de la impureza de los pecados, con
el dulce olor de la palabra del bien.
El
segundo mes es de por sí purificador y está representado en los ojos. Porque
los ojos, cuando están húmedos, purulentos y enfermos, producen a veces ellos
solos la propia purificación. El alma en el hombre es como la savia en el
árbol, porque, como todos los frutos del árbol crecen gracias a la savia, así
todas las obras del hombre se cumplen por la acción del alma, y cuando sus
venas y médulas se han llenado, el hombre empieza a actuar según los deseos de
la carne, pero después de haber actuado, obligado por la naturaleza espiritual
del alma, a menudo se entrega al llanto. Así, considerando con el ojo de la
ciencia como ha comenzado a pecar y ha continuado hasta el final sin hacer
penitencia, purificado de toda suciedad, se aplica con atención a evitar
pecados ulteriores.
El
tercer mes, que por su naturaleza tumultuosa trae tempestades, esconde pestes y
dispersa con los fuertes vientos todas las semillas de la tierra. Corresponde a
los oídos, en los que se difunde el sonido de todas las cosas útiles e
inútiles, lo cual incita al movimiento del cuerpo. De manera parecida, el alma
está en conflicto contra las mismas energías naturales en el cuerpo, el cual
por la acción del alma se mueve, se llena de fuerzas y se entrelaza por las
venas. Cuando el hombre está en la plenitud de su juventud es parecido a un
árbol, que primero se hace fuerte y luego da frutos. El hombre tiene en sí las
tempestades de sus costumbres inquietas, cuando comprende lo que puede hacer,
porque su médula es rica y sus venas están llenas. Entonces su alma se hace
sentir con voz quejumbrosa y llorosa, porque su dolor por los pecados aumenta
cada vez más, porque ella es el principio vital que mueve todas las acciones
humanas. Y ese hombre, deseando verse alabado más de lo justo, al reputarse
sabio se vuelve más tonto, cuando su temeraria soberbia se convierte en herida
purulenta y se ve empujado a la mentira. Entonces no goza de aquella reputación
de honestidad y de aquel buen nombre que él en cambio querría tener. Por esta
razón llora y se entristece el alma en que se refleja el efecto de todas las
acciones, buenas y malas, como en los oídos repican las noticias útiles e
inútiles, y cuyas energías permiten de cumplir cualquiera acción. Cuando sin
embargo, después de que por gracia de Dios la efervescencia de la mente juvenil
se ha reajustado, se vuelve a la parte mejor de si mismo y enmienda sus
pecados, entonces el alma, que antes estuvo triste y que inspira en el hombre
con su soplo todas las cosas, útiles e inútiles, lo empuja a la penitencia por
sus acciones malas e inútiles, y por las acciones buenas y útiles le hace feliz
como si estuviera en el paraíso.
El
cuarto mes, en cambio, es verde y lleno de perfumes pero también hace sonar
espantosamente el trueno, representa a la nariz, donde la respiración del alma
percibe el olor y rechaza todas las cosas que el hombre elige con temor. Este
mes se puede considerar también parecido al hombre que en su ciencia, a causa
del soplo de la razón, ha elegido sabiamente la fecundidad de las obras buenas,
pues en él todos los frutos reverdecen, y es perfumado, porque su reputación de
bondad y utilidad en alabanza a Dios se difunde por todas partes como un dulce
perfume. Sin embargo el alboroto producido por los hombres perversos e
indeseables a menudo rechaza sus virtudes y obras buenas y le llaman injusto y
malvado, como los judíos mintieron afirmando que el nuestro Señor Jesucristo
era injusto y manchado de culpas, aunque sabían que era santo y justo en todas
sus acciones. A veces este mes hace sonar el trueno con peligro y temor, sin
secar sin embargo el fruto de la tierra. Del mismo modo, las energías y las virtudes
del hombre santo no se secan a causa de estos males, pero perecen quienes se
ponen furiosos. Y así el hombre, cuando por las narices atrae a sí, eligiendo
con la respiración de la racionalidad, los olores más dulces y nobles y rechaza
aquellos fétidos e inmundos, será gratificado por los premios eternos y honrado
por la alabanza de los hombres, mientras que, quien no eche de menos los
premios celestes, nunca podrá recibir la verdadera alabanza de los hombres en
la tierra. El que teme y aprecia a Dios, protege su entendimiento de todo mal, como
el hombre aleja la nariz todo lo que es inmundo y maloliente.
El
quinto mes es suave, dulce, glorioso por todos los frutos de la tierra, como es
dulce y agradable el gusto que reside en la boca, porque por el gusto se
reconocen y se saborean las cosas con que el hombre se alimenta con alegría.
Así, la razón es al mismo tiempo la columna vertebral y la médula de los cinco
sentidos, que sustenta y dirige a la acción, como la tierra, volteada por el
arado, brota y se hace fecunda. Efectivamente la vista, es decir el sentido que
pertenece al ojo, gracias al cual el hombre ve y conoce todas las cosas, tiene,
con justicia, la primacía entre los demás sentidos. Por su posición, está
situado más arriba que los otros sentidos y percibe mejor que los demás las cosas
más lejanas. Por esta razón la vista de los ojos es manantial de alegría y
gloria, porque con su ayuda el hombre distingue las cosas útiles de las
inútiles, reconociéndolas y haciendo su elección. El quinto mes, es decir mayo,
tiene un olor dulce de flores, y por ello se alegran los corazones de los
hombres porque en este mes se originan todos los frutos de la tierra con que el
hombre se alegra. Así el hombre, conociendo naturalmente cada característica de
la naturaleza con la vista de los ojos, discierne con la agudeza de la razón la
diferencia entre las cosas que ve. Y la riqueza de frutos que pertenece a este
mes es parecida al gusto que reside en la boca, gracias al cual, el hombre
conoce las cosas útiles para su alimento.
El
sexto mes es seco por el calor. Favorece el desarrollo de los frutos con un
aire templado que estimula la maduración en los frutos y a veces produce
lluvias abundantes. Esto se representa en los hombros del hombre,
caracterizados por la aridez y el calor y por sustentar toda fatiga. Llevan a
cabo todas las acciones y mantienen junto todo el cuerpo aunque, sin embargo,
solicitan a veces el descanso en lugar de la fatiga, como cuando el pájaro
repliega sus alas por el cansancio, y la raíz del árbol mantiene sus
ramificaciones. De la misma manera el segundo sentido, es decir el oído, tiene
la función de comprender las palabras que escucha, como una minúscula pluma de
las alas de la razón. Por que ocurre que, cuando los oídos oyen la voz de una
criatura, el hombre se da cuenta de qué criatura es y dónde se encuentra, y por
esta razón se pone con más atención a buscarla. La energía del alma que percibe
por los oídos ni se cansa de escuchar, ni se sacia ni se hastía, si no que
tiene mucho deseo de conocer y observar muchas cosas. Así el sexto mes, que no
es húmedo, multiplica el tamaño de los frutos producidos con el dulce calor y
empieza a hacerlos madurar. Y del mismo modo que en este mes las lluvias
torrenciales se vuelcan acompañadas por peligrosos ruidos de trueno,
infundiendo temor, así también, entre las noticias sobre los hechos humanos que
el oído recibe tranquilamente, muchas de ellas las acoge con horror y tristeza.
El
oído constituye el principio del alma racional porque, igual que las palabras
que se escriben, primero se dictan, así todas las cosas que el hombre tiene
intención de cumplir son primero dictadas al oído y luego llevadas a término.
El alma, sin embargo, está obligada a realizar todas las acciones, buenas y
malas, útiles e inútiles, y no puede gozar completamente de todas porque el
oído le provoca suspiros y lágrimas desde que el hombre deja de hacer el bien.
También los hombros, que sustentan la humedad de las entrañas y los otros
elementos del hombre, y todo el cuerpo entero, tienen también semejanza con el
oído, que es el principio del alma, gracias a la cual lleva a término todas sus
obras, como todos los fardos se llevan sobre los hombros. Tal y como las
entrañas están unidas recíprocamente, así las obras del hombre están en
conexión la una con la otra. Debido a las obras buenas, a partir de las que se
deduce la existencia del mal, el alma se alegra, mientras se entristece por
aquellas malas, por las cuales se llega al conocimiento del bien y así, cuando
se encuentra en la alegría, esta se transforma pronto en tristeza. Por tanto,
el alma busca el descanso, como el hombre desea a menudo aquella quietud que no
puede tener. Es la razón por la que el alma, fatigada por permanecer mucho
tiempo en el cuerpo, es acogida por sus obras buenas en los eternos
tabernáculos, mientras que por el mal realizado es enviada como merece a los
lugares de castigo.
También
el séptimo mes, gracias al ardor del sol, tiene gran fuerza y devuelve los
frutos de la tierra madura y los reseca, y es tórrido con cualquier tiempo,
sequía o lluvia. Corresponde a los codos, que son fuertes para colaborar con
los hombros y las manos con que el hombre recoge cuanto le es necesario. El
hombre percibe, gracias al olor, la naturaleza de cada cosa, distinguiendo y
reconociendo cuál es útil y cuál inútil, y las que favorecen a la conservación
de su naturaleza las elige y las recoge, y con ellas se mantiene en equilibrio,
una vez secados los humores nocivos, para que salud se acreciente y los humores
debiliten a la sangre por la corrupción de su fluido. El hombre, asimilando
todas estas características con su ciencia, consciente de sus efectos, intenta
aprovechar su poder para eliminar la corrupción de los humores y mantenerse en
la fuerza de la salud, para ello, prepara estas cosas con discernimiento y
fuerza, como son fuertes los codos del brazo, gracias a la colaboración de los
hombros y las manos. En su mente, además, conserva los conocimientos que
conciernen la salud y así prepara todo lo que pueda servirle, como todos los
frutos alcanzan la madurez en este mes para poder ser cosechados.
El
alma, soplo que viene de Dios, sigue un camino ardiente, como la sabiduría
recorre la vuelta del cielo con un camino de fuego. Por este motivo, con los
siete dones del Espíritu Santo y con los cinco sentidos, el hombre inicia y
lleva a término todas sus obras por acción del alma, al igual que el séptimo
mes lleva a la maduración todos los frutos de la tierra. Y estas obras pueden
ser hechas para alabanza, como del lado derecho, o para confusión, como del
lado izquierdo, igual que los frutos al final en parte maduran y en parte se
secan. Efectivamente, a menudo se ocasiona una efusión de lágrimas en la
amargura de la penitencia debido al recuerdo de los pecados, como en las
fuertes energías del león, que es superior a todos los animales y así el hombre
pisa todos sus vicios y pecados aplicándose con fuerte intención, y gracias a
la sabiduría con la que conoce a Dios, a llorar, por las obras pecaminosas con
que se alejó de Dios. El alma por su parte, con sus suspiros, por la exhortación
del Espíritu Santo sostiene y mueve las energías del hombre cuando lo empuja a
recoger en la penitencia toda la fecundidad de las virtudes para limpiar las
heridas de los pecados, y por esto se alegra, puesto que siempre desea llegar a
los tabernáculos eternos y permanecer siempre en ellos.
El
octavo mes es en su fuerza como un gran príncipe que gobierna todo el reino con
plenitud de poder. Por esta razón enseña su alegría y, aunque ardiente por el
calor del sol, también produce rocío a causa de presencia de un poco de frío. Y
cuando el sol ya desciende hacia abajo, son terribles sus tormentas. Sus
cualidades se manifiestan en las manos del hombre, que llevan a cabo muchas
obras y tienen en sí el poder de todo el cuerpo, porque atraen hacia sí todo lo
que pueden y lo custodian como un tesoro, así que el hombre a menudo es alabado
por la obra de sus manos. Análogamente, gracias al gusto que reside en la boca
conoce más perfectamente que con los otros sentidos las energías de las comidas
con las que se alimenta y las domina con el poder de su ciencia, tal como este
mes es grande en su fuerza. El hombre también se alegra de poder distinguir
sabiamente cual de las sustancias naturales frías y calientes favorecen a su
salud, lo mismo que este mes contiene en sí el ardor del sol y el frío del
rocío. También se mantiene con su ciencia, lejos de las cosas peligrosas e
inútiles, recoge aquellas buenas y útiles, como las manos llevan a cabo obras
loables con la fuerza de la honradez, y como el arquitecto construye, con el
poder de su arte, todas las habitaciones de su casa, en la que conserva con
sabiduría todas sus pertenencias.
El
alma luchadora penetra con sus deseos los afanes ilícitos del hombre y consigue
la victoria, y al recorrer en su camino de fuego la misma órbita, sube desde el
principio de esta batalla, hacia la cumbre. Combate contra los deseos de la
carne con el escudo de la fe y con la armadura de todas las virtudes, y cuando
los ha derrotado, se alegra como un héroe guerrero por haber derrotado a sus
enemigos con su voluntad y esfuerzo. Ardiendo en el calor del verdadero sol, el
alma hace suspirar al hombre para que se derrita en llanto en el frío de la
verdadera penitencia, que seca todos los pecados. En efecto, el hombre
desciende con la humedad de las lágrimas a la humildad de la penitencia, donde
encuentra innumerables dificultades, considerándose nada más que barro, hasta
el punto de apenas esperar la salvación de su alma. Pero el alma le enseña
enseguida la cruz y todos los sufrimientos de Jesucristo, que lavan los pecados
y lo levanta en la esperanza. Y por esta penitencia el alma reflorece mientras
el hombre sube de virtud en virtud, y por cada clase de pecados que cometió
produce flores de obras buenas y santas virtudes sin nunca cansarse. Con la
penitencia, se eleva, y se fortalece cada día más, y acumula obras buenas y
santas, por lo cual toda la multitud celestial manifiesta el propio gozo
alabando a Dios.
El
noveno es el mes de la maduración, el tiempo en él no es tan terrible y elimina
todo jugo nocivo de los frutos buenos para comer, conservándolos tan seguros
como en una alforja. Por esta razón es parecido, en sus cualidades, al vientre
del hombre, donde todo lo que se traga sufre un proceso de cocción por el calor
del hígado y las demás entrañas, para mezclarse con calor y frío, y ser luego
debidamente expulsado en el modo establecido. Pero a veces, este procedimiento
se altera por una enfermedad, como este mes puede perturbarse si el curso de la
estación se adelanta. El hombre con el sentido del tacto reconoce que cosas
están maduras y comestibles, para no enfermar a causa de las molestias
provocadas por los humores inmaduros, justo como este mes elimina el jugo
nocivo de los frutos. El hombre cuida también de no alimentarse desmedidamente,
sino de manera correcta y en cantidad suficiente, para que sus humores no se
transformen en repugnante podredumbre, y también recoge con cautela cuánto
pueda serle útil, como se conserva atentamente un objeto querido para que no lo
roben. Así pues, en el vientre, el hombre es parecido al tacto. El vientre
expulsa lo que ha introducido después de haberlo digerido con calor y frío bien
regulados, lo mismo que en este mes llegan a la maduración todos los frutos,
cuyo jugo mas tarde se seca.
Por su
parte el alma, perturbada por muchas guerras, preocupaciones y apuros a causa
de la culpa de Adán y de las batallas de su carne, sube con alegría con las
obras buenas hacia las realidades celestes, y con las obras malas desciende
entristecida. Ella se ha vestido con una coraza espesa, entrelazada y anudada
con mucha diligencia, es decir la paciencia, para que ninguna flecha pueda
perforarla, y se preocupa de que el hombre, en el recorrido ascendente de las
obras buenas, o bajando los peldaños de la verdadera humildad, atribuya lo que
ha hecho de bueno al que es el sumo bien por el cual tiene la gracia. Cuando el
hombre se encuentra inmerso en una tristeza tan grande por sus pecados que
desconfía de la salvación de su alma, entonces, de nuevo, el alma que lo sustenta
pacientemente, le cuenta que Dios ha asumido el cuerpo humano para la salvación
del hombre, y de la duda lo reconduce a la esperanza, como está escrito: “Si subo
al cielo, allá estás tú eres, si bajo a los infiernos, os encuentro” (Sal.
139,8). Esto se interpreta así: ¡Oh Dios!, toda la elevación de los santos y
sus obras celestes que enciendes con tu fuego es obra tuya, porque infundes al
hombre el rocío de la compunción del corazón en tu amor, gracias al que todas
las otras virtudes luego florecen lozanas. Aun cuando descendiera a la
profundidad de los pecados, mereciendo las penas infernales por haberme
olvidado de ti, si en la verdadera penitencia suspirase gritando hacia ti, tú
me untarías con las gotas de tu sangre y me salvarías. Eres mi liberador y mi
salvador”.
La
paciencia junto a la humildad se encuentran arriba, donde derrotan a la
soberbia, y también se encuentran en las tinieblas del pecado, dónde exhortan
al hombre a no desesperar de la misericordia de Dios por sus culpas, y por eso
mantienen todas las obras en la justa moderación como conservándolas maduras,
salvan las que se cumplen en la santidad defendiéndolas contra la vanagloria, y
salvan las que se ocasionan en el barro del pecado liberándolas de la
desesperación. La paciencia se encuentra en el camino correcto, para que no
abandone las cosas celestes y no desprecie las cosas terrenales. Desprecia
todas las tentaciones con las que el diablo intenta corromper la luz verdadera,
que es Dios, y en todo esto no se deja llevar por un exceso de alegría, ni cae
en la tristeza, aunque a veces sea perturbada por el engaño del diablo, a quien
resiste valientemente con el escudo de la fe.
El
décimo mes es parecido a un hombre que está sentado, porque ya no desea más
energías, y no anuncia el calor, sino que desviste las ramas de los árboles y
rezuma frío. Es lo mismo que el hombre, cuando está sentado se encierra sobre
si mismo para evitar el frío, y siempre en este mes se coloca encima el
vestido, porque los vestidos le dan calor. Según este ejemplo, el hombre,
cuando empieza a estar frío a causa de la vejez, se vuelve más sabio que antes,
se cansa de costumbres pueriles y, en esta edad madura, deja secar los cambios
que provienen de costumbres necias y lascivas, evitando la compañía de los
necios para no engañarse con su ignorancia. Los inútiles y múltiples humores
del placer de la carne disminuyen en él a causa del frío de la edad, como este
mes, que no tiene la alegría de la verde vegetación, sino más bien ramas
desnudas debido a su frío y aridez.
El
alma, además, respiración viviente y prudente creada por Dios, que es la
verdadera sabiduría, enseña al hombre a mantener con firmeza todo lo que viene
de Dios y a hacerse santo con sus fuerzas por la gracia de Dios, y a someter el
cuerpo al propio dominio y producir por él la satisfacción en el bien, del
mismo modo que una señora hace con la sierva. Si en fin, a veces la carne,
también en un hombre de esta naturaleza, está perturbada por el gusto del
placer, el alma se sorprende indignándose y extingue aquel veneno en sus venas
y en su médula. En fin, por la gracia del Espíritu Santo, lo retiene y vigila
cautelosamente para que no se entregue a los pecados, confortándolo con la
doctrina de las escrituras para conducirlo de los vicios a las virtudes.
El undécimo
mes se encorva y entrega el frío, y no muestra en sí la alegría del verano,
sino la tristeza del invierno, cuando el frío cae sobre la tierra y la
convierte en espuma cenagosa, fenómeno que el hombre imita cuando dobla las
rodillas para no verse traspasado de frío. Por esta razón, cuando dobla las
rodillas en la tristeza, acentúa en su corazón los pensamientos de dolor y se
considera barro, no espera ya más alegría, porque en su tristeza se acuerda que
en el regazo materno las rodillas del hombre están dobladas naturalmente.
Igualmente, cuando el hombre envejece se debilita por el frío y, no teniendo ya
la alegría de la juventud, se entristece por los inconvenientes de este secarse
suyo, y se aflige por la delgadez y la afluencia de humores inmundos. Por miedo
al frío todos los viejos, fríos por naturaleza, recogen sus miembros frente al
fuego para calentarse. Así este mes, lejos de la alegría del verano porque
todos sus días están fríos, se parece a las rodillas que el hombre dobla en la
tristeza, cuando recuerda su origen, es decir del tiempo en que se sentó con
las rodillas plegadas, como prisionero en el vientre materno.
Incluso
si el alma, con sus fuerzas y gracias a su acción, consigue ventaja sobre el
hombre, y este abandona en parte las actividades pecaminosas, no puede sin
embargo impedir que desee pecar. Entonces se queja dentro de su recipiente, es
decir de la carne en que habita, porque ella invade todo el cuerpo y lo mueve,
como el viento que sopla dentro de una casa hace temblar las paredes y pasa por
grietas y ventanas. Pero cuando el hombre se envuelve en las tinieblas de los
pecados como el gusano en su agujero de barro, entonces el alma, situada en las
venas y en la médula junto al resto de los miembros, empieza a desfallecer
porque no se calienta con el fuego del Espíritu Santo y, ya que no puede
producir obras que la hagan feliz por la naturaleza carnal, se queja sin cesar,
porque está fuera de la luz diurna de la santidad. Olvida cual es su verdadera
naturaleza y de dónde ha venido. El lamento del alma está lleno de dolor cuando
se encuentra alterada por el abandono de su naturaleza espiritual porque, no
estando ya inflamada por la gracia del Espíritu Santo, consiente en cumplir,
aunque de mala gana, las obras que el cuerpo la solicita. Por esta razón,
operar contra su voluntad la produce una gran tristeza, lo mismo que el cuerpo
también experimenta tristeza cuando es obligado a actuar según la naturaleza
del alma.
El
duodécimo mes también es muy frío, de un frío potente, que solidifica la tierra
endureciéndola, la reviste toda de fría escarcha y la convierte en terreno
laborioso y fatigoso para el cultivo. Por esta razón en estas cualidades
distinguimos los pies del hombre, que pisan y dispersan muchas cosas por aquí y
por allá, contribuyendo a revolver la tierra, y no pueden levantarse por encima
de ella, sino que están sobre su superficie. De este modo el alma del hombre
que ha esparcido la sangre de su prójimo en la cólera o lo ha herido en el
curso de una riña, se encuentra manchada gravemente junto al cuerpo. Como el
cuerpo queda frío y falto de todo calor, cuando lo abandona el alma, así ella,
al carecer del calor de los dones del Espíritu Santo y endurecerse por la
cólera, se olvida de su naturaleza. En esta condición, llega a la presencia de
Dios manchada de sangre, que la rechaza como rechazó a Caín, manchado con la
sangre de su hermano. En la cólera, en efecto, la sangre del hombre se
desborda.
Por
esta razón, privado de su recto sentir, se vuelve casi loco a causa de los
desordenes irracionales de la cólera y la blasfemia, y con el corazón y con la
boca llenos de envidia hacia su hermano, en cuánto está en su poder, arranca
toda la felicidad, y destruye, con el pensamiento y la palabra, todo el bien
del hermano. Por tanto, es un homicida en la presencia de Dios a causa de la
maldad y el odio que engendró en su alma. Él está encima del hermano rechinando
los dientes, echándole encima palabras llenas de malicia que en su corazón ya
ha pronunciado con odio, y por la dureza de sus injustos caminos, no puede
tener en si ninguna dulzura de santidad y no puede sembrar la semilla de las
obras buenas. Y a causa de esta dureza, que en él persiste sin tregua, no tiene
nunca un suspiro de deseo de las cosas celestes. Por esta razón, la ceguera le
aleja de las obras buenas y de la ciencia pura y santa. No tendrá nunca las
alegrías de la santidad que ha desperdiciado en su cólera. Es parecido a un
camello cargado con los fardos repugnantes de los pecados de los que está
contaminado.
De
este modo las energías y las cualidades de los meses se relacionan con el
hombre. Por tanto el salmista, por mi inspiración, afirma:
Palabras
de David en el Salmo CIII que se refiere a estos argumentos.
XCIX.
“Hizo la luna para marcar los tiempos, conoce el sol su ocaso”. (Sal 104,19)
Esto se interpreta así: Dios estableció que la luna cambiara según el tiempo
para proveer alimento a todas las estaciones como la madre nutre al niño,
primero con la leche, luego con la comida sólida. En su fase menguante, la luna
es débil, por lo cual nutre como con leche a las estaciones, mientras en la
fase creciente las nutre como con comida sólida. Dios tiene establecido que el
sol resplandezca sobre la tierra antes de ponerse debajo. Por esta razón
resplandece sobre la tierra durante el día, como el hombre durante el día está
despierto y tiene los ojos abiertos, mientras por la noche se encuentra debajo
de la tierra, como el hombre por la noche duerme con los ojos cerrados. Así, el
hombre terrenal en la carne está de acuerdo con las realidades inferiores,
mientras en el alma que es celeste, está de acuerdo con la altura del cielo: El
hombre conoce la evolución de los tiempos, porque está vivo y se mueve gracias
a todas estas cosas.
Él
hombre, creado a imagen de Dios y sentado como un señor sobre el trono de la
tierra, dominador de todas las criaturas que han sido hechas por él, es la
plenitud de la obra divina en la cual Dios se complace. Cada uno de los dos
sexos ha sido hecho para que viniera en ayuda y fuera consuelo del otro, el hombre
tiene la forma de la divinidad de Cristo y la mujer, de su humanidad.
C.
Cuando Dios vio al hombre, se complació, porque lo creó considerándolo vestido
de su imagen y a semejanza de sí mismo, para que con la trompeta de la voz
dotada de razón anunciara todos sus milagros. El hombre es la plenitud de las
obras divinas, porque conoce a Dios y porque Dios ha creado todas las criaturas
por él y, en el beso del verdadero amor le ha concedido el anunciarlo y
alabarlo con la razón. Pero al hombre le faltaba una ayuda que fuera parecida a
él. Por eso Dios le dio esta ayuda, espejo de su cuerpo, que es la mujer, en la
cual estuvo contenido, invisiblemente, todo el género humano que debía
generarse en la energía de la fuerza de Dios, así como el primer hombre fue
hecho en la misma energía de su fuerza. El hombre y la mujer están en relación
tan estrecha el uno con la otra, que la obra de uno se cumple a través de la
obra del otro: porque el hombre sin la mujer no se llamaría a hombre, ni la
mujer sin el hombre tendría el nombre de mujer. La mujer es la obra del hombre
y el hombre es el rostro del consuelo de la mujer, y ninguno de los dos puede
existir sin el otro. El hombre representa la divinidad, la mujer la humanidad
del Hijo de Dios. El ser humano se sienta sobre el trono de la tierra y manda a
toda la creación, que le obedece y es sometida. Es superior a todas las
criaturas como David por mi inspiración afirma:
Palabras
de David en el Salmo CIX y su comentario. Cómo deben ser entendidas en relación
a la Encarnación y a la potencia de Cristo y a la sumisión de sus enemigos.
CI.
“Oráculo del Señor a mi Señor, Siéntate a mi derecha, hasta que Yo ponga tus
enemigos como estrado de tus pies” (Sal 110, 1) Esto se interpreta así: El
hombre pronuncia estas palabras: “El que es Dios y Padre de todo se dirigió a
su Hijo encarnado, a quien el Padre le ha dado todo el poder en el cielo y en
la tierra para ser mi Señor, pecador como soy: reina, tú que estás a mi derecha,
reina sobre el hombre que está mi derecha, porque he sometido al hombre a todas
las criaturas, somételo a ti con la fe, para que abandone los ídolos y se
convierta a su Creador, es decir al verdadero Dios. Harás esto hasta que ponga
a los rebeldes, enemigos tuyos, faltos de fe, como escabel bajo tus pies, porque
te los someteré a perpetuidad y haré que adoren las huellas de tus pasos.
Cuando se conviertan, abandonando su infidelidad, reconocerán en Ti al
verdadero Dios”
Así
Dios, por su Verbo, creó todas las criaturas, y el Verbo se revistió de carne
de hombre, porque el hombre es la derecha de Dios y en él está encerrado su
poder. El Verbo, que es el Hijo del Padre, ejerce sobre el hombre su dominio
hasta que esté completo el número de sus hermanos, lo que ocurrirá en el día
del juicio. Entonces la fila de los diablos, con todos sus seguidores, será
puesta bajo de él como un escabel y así también quedará después del fin del
mundo. Y entonces se verá y se reconocerá quién y de que naturaleza es Dios,
porque Satanás mismo será pisado como un escabel y completamente privado de
fuerzas.
El
hombre tiene grabados en los cinco sentidos las señales de la omnipotencia de
Dios. Tiene que conocer y adorar a su Creador que es uno en la Trinidad y trino
en la unidad. Por esto ha sido creado y rescatado después de la caída, para que
fuera el señor del mundo y en el cielo diera vida al décimo coro.
CII.
Dios reina en el cielo con el poder de toda su potencia, ilumina a las
estrellas, y examina a las demás criaturas. Y el hombre se sienta sobre el
trono, que es la tierra, y domina las otras criaturas, porque tiene grabadas
las señales de la omnipotencia de Dios.
Estas
señales son los cinco sentidos del hombre que provienen de la potencia de Dios,
con los que el hombre entiende y siente que tiene que adorar con recta fe la
Trinidad en la unidad, y la unidad en la Trinidad en Dios. La adoración de Dios
es el ornamento de los nueve coros de los ángeles, de los cuales fue expulsada
y destruida la fila de los diablos. El hombre en realidad es el décimo coro,
que Dios mismo restauró poniéndolo en el sitio de los ángeles caídos, porque
Dios quería hacerse hombre. Su humanidad es la torre donde caminan los que
forman parte del décimo coro. Pues, como ya se ha dicho, Dios ha representado
en el hombre tanto las criaturas superiores como las inferiores. Y el hombre,
después de haber sido invadido por el aliento de la vida, que es el alma, se
levantó y conoció todas las criaturas, y las acogió en su ánimo con amor
fuerte.
La
naturaleza del alma es de fuego y encierra en sus energías muchas posibilidades
de acción. A través del alma conoce a Dios, gobierna su propio cuerpo, lo hace
sensible y lo mueve a cumplir las obras.
CIII.
El alma del hombre es de fuego que calienta y vivifica todo el cuerpo, y por
esta causa el hombre está dotado de sangre. El alma además sigue los caminos
del viento, porque lleva la respiración dentro del hombre y la emite fuera.
Cuando lo lleva al interior, el hombre se seca, lo cual es útil, porque su
carne adquiere salud a causa de esta acción secante, y cuando lo emite fuera,
el fuego interior del hombre se debilita y manda calor al exterior. De ello se
deriva que todo el cuerpo esté dotado de sensibilidad, para poder permitir al
hombre vivir y dominar los cinco sentidos con sus funciones. Si el calor no
saliera al exterior, el fuego del alma ahogaría el cuerpo, lo mismo que cuando
el fuego devora una casa.
Gracias
a las fuerzas del alma el hombre se reviste de carne y de sangre y alcanza su
completo desarrollo, igual que los frutos de la tierra maduran gracias al soplo
de los vientos. Como es de fuego, el alma reconoce tener un Dios. Y como es
respiración espiritual, comprende que puede servirse del cuerpo para actuar.
Por eso Dios le ha mandado hacer sus obras con justicia y no mirar al abismo
del norte, donde el primer ángel quiso reinar y cayó. Efectivamente, cuando
hubo reunido voluntariamente todo el orgullo y toda la soberbia de que era
capaz, enseguida voló velozmente en dirección al norte, haciendo todo lo que
quiso y de cualquier modo. El orgullo y la alada soberbia son parecidos a las
aguas que ningún barco podrá surcar nunca, porque son desagradables a Dios y a
los hombres, y lo destruyen todo. Por esta razón sus obras fluyen fuera sin que
la caridad las traspase, porque no pueden querer ni ser queridas por los corazones
fieles, sino quieren apoderarse de lo que no tienen y dar órdenes a aquellos
sobre quienes no tienen ningún poder. Por eso están destinadas a la ruina.
El
alma, pues, es la señora de la casa del cuerpo, en el que Dios ha formado todas
las habitaciones de las que ella tuvo que tomar posesión. Nadie puede verla,
como ella no puede ver a Dios mientras esté en el cuerpo, sino en la medida en
que lo ve y lo reconoce mediante la fe. El alma actúa en el hombre con todas
las criaturas que han tenido origen de Dios, de modo que, como la abeja
construye en su colmena el panal de miel, el hombre puede llevar a cumplimiento
su obra, comparable a un panal, con la ciencia del alma, que es como el dulce
líquido que lo llena. Y ya que ha sido mandada por Dios, pone en el corazón, y
luego recoge en el pecho, los pensamientos que pasan posteriormente a la cabeza
y a todos los miembros del hombre. Además penetra en los ojos, que son las
ventanas por las que conoce a las criaturas ya que, estando llena de
racionalidad, distingue solo con el nombre las energías de estas criaturas. Por
consiguiente el hombre lleva a cabo sus obras para satisfacer todas sus
necesidades según la voluntad de sus pensamientos, porque cuando el viento de
la ciencia del alma se mueve en el cerebro, desciende transformándose en
pensamientos del espíritu, y así se cumple la obra de la voluntad. El alma, en
su ciencia, siembra lo que realizan los pensamientos, y estos actos se cuecen
por el fuego del alma adquiriendo ese gusto juiciosamente apreciado.
Y
todavía el alma introduce dentro del hombre el alimento de las comidas y las
bebidas para restaurar la carne. Gracias a sus energías, el hombre ordena y
dispone como tiene que desarrollarse y asumir consistencia en las diversas
partes de su cuerpo, y llena las entrañas con sus fuerzas. El alma no es de
carne ni de sangre, pero llena una y otra para que vivan con ella, porque ha
sido creada racional por Dios, que ha inspirado la vida al primer hombre hecho
de barro. Por eso el alma y la carne son una única obra en dos naturalezas. Al
cuerpo humano el alma le aporta el aire en el acto de pensar, el calor para
reunir las fuerzas, el fuego para sustentarlo, el agua en hacerlo crecer, la
fecundidad en reproducirse, como ha sido establecido desde la creación del
primer hombre, y está en todas sus partes, arriba y abajo, alrededor y dentro
del cuerpo. Así está hecho el hombre.
Dios
juzgará al hombre según sus obras y lo destinará a la vida o al castigo. Y el
alma santa, completamente desnuda del cuerpo, verá a Dios, al que ahora no
puede ver porque se lo impide la corrupc de recobrar su amado vestido, es decir
su cuerpo, para poder gozar junto a los ángeles de la contemplación de Dios y
alabarlo sin fin.
CIV.
Cuando el hombre obra con rectitud, los elementos siguen también sus caminos
rectos, pero cuando realiza, en cambio, acciones injustas, llama sobre sí los
castigos que los elementos le puedan infligir. El cuerpo actúa junto con el
alma según la voluntad del propio deseo, y Dios juzga al hombre según sus acciones,
destinándolo a la vida o al castigo. Y el alma penetra todo el cuerpo con el
pensamiento, la palabra y los suspiros, como el viento cuando sopla en cada
rincón de una casa. En el hombre, cuando el cuerpo actúa junto al alma, este
cuerpo es pesado, delimitado en el espacio, e incapaz de levantarse de tierra,
pero en cambio, cuando el cuerpo se renueve junto al alma viviente, es decir
después del fin de los tiempos, entonces será ligero y capaz de volar como un
pájaro con las alas. El alma, por su parte, mientras está en el cuerpo, tiene
el sentimiento de Dios, porque viene de él, y durante todo el tiempo que
desarrolla su función en las criaturas, no puede ver a Dios, pero después de
haber salido fuera de la cárcel del cuerpo, cuando se encuentre en la presencia
del Dios, entonces conocerá su naturaleza y cómo estaba unida a Dios mientras
vivía en el cuerpo.
Y ya
que el alma conocerá entonces la gloria y el tamaño de su honor, reclamará su
morada, su cuerpo, para que experimente su gloria junto a ella. Por esta razón
esperará el último día con deseo ardiente, porque ha sido desvestida del
vestido que amaba, es decir, su cuerpo, en el que contemplará el rostro de Dios
en la plenitud de la gloria junto con los ángeles, pero sólo después de haberlo
recobrado. Después de que esto haya ocurrido, de nuevo los ángeles se
inflamarán en celebraciones de alabanza, como el primer día se inflamaron por
la victoria conseguida en su combate. Después del fin de los tiempos, la
alabanza de Dios será perfecta, cuando los ángeles alaben los últimos milagros
de la obra de Dios, es decir el hombre, haciendo resonar las cuerdas de la
cítara para celebrar con ellas la gloria y la alegría, y no se cansarán ni se
debilitarán en esta celebración sin fin. Y como los ángeles sentirán el deseo
de mirar para siempre el rostro de Dios, nunca dejarán de admirar la obra de
Dios en el hombre. Tal como ya se ha dicho, la forma del hombre hecha de alma y
de cuerpo, es la obra de Dios que contiene la totalidad de las criaturas, como
Juan ha escrito, inspirado por mi Espíritu, con estas palabras:
Comentario
al primer capítulo del Evangelio según Juan, de las palabras: “Al comienzo fue
el Verbo”, hasta: “lleno de gracia y de verdad”. En este comentario se trata de
la eternidad del Verbo de Dios; del modo en que las criaturas antes de existir
ellas mismas estuvieron en el pensamiento del Creador sin serle coetáneas; de
la creación de los ángeles y la venganza de la cólera de Dios contra los
espíritus traidores; de la decisión de hacer el hombre a imagen de Dios, y como
resplandece la fuerza del poder y la luz de la sabiduría del Creador en la obra
del cuerpo humano; de la Encarnación de Dios y las palabras de doctrina y los
ejemplos de justicia que dio al mundo; y además de la redención del hombre caído,
y la felicidad que lo espera después de esta vida.
CV.
“Al comienzo fue el Verbo” (Jn 1,1) Esto se interpreta así: Yo, que no tengo
principio, de quien todos los principios proceden, yo que estoy en lo antiguo
de los días, digo: Yo soy por Mí mismo, soy día que no tuvo origen en el sol,
sino que ha encendido el sol. Yo soy razón, no la que viene de la palabra de
otro, sino aquella por la que toda racionalidad vive y respira. Para contemplar
mi rostro he hecho los espejos en que observo todos los milagros imperecederos
de mi eternidad y he dispuesto estos espejos para que concuerden entre ellos en
las celebraciones de alabanza, porque tengo la voz del trueno, con la que animo
a todo el mundo con las voces vivientes de todas las criaturas. Éstas son las
obras realizadas por Mí desde el comienzo de los tiempos, porque por mi Verbo,
que siempre estuvo en Mí y está en Mí sin principio, ordenó que apareciera un
gran resplandor y junto a él innumerables chispas, que son los ángeles. Pero
ellos, en cuanto se dieron cuenta de su misma luz, se olvidaron de Mí y
quisieron ser como Yo soy. Por eso, en un estruendo de trueno, la venganza de
mi cólera contra la soberbia con que se habían enfrentado a Mí, los precipitó
en el abismo, porque Dios es único y ningún otro puede serlo.
Entonces
dentro de Mí planeé una obra pequeña, que es el hombre, y la hice a mi imagen y
semejanza para que actuara de acuerdo conmigo, ya que mi Hijo, en cuanto hombre
tendría que revestirse con el vestido de carne. He creado al hombre racional
con mi misma racionalidad y he impreso en él la señal de mi poder, y así la
racionalidad del hombre se expresa en su habilidad para comprender todas las
cosas, nombrándolas y numerándolas. Efectivamente, el hombre no discierne las
cosas más que por los nombres, y no conoce su multiplicidad más que por el
número. Yo también soy el ángel de la fuerza, ya que me anuncio a través de las
filas angélicas con milagros y me manifiesto a todas las criaturas en la fe,
por lo cual me reconocen como Creador, y sin embargo ninguna criatura puede
proclamarme en toda mi plenitud.
En
realidad, el hombre es el vestido en el que mi Hijo manifiesta, revestido con
el manto de su real potencia, ser vida de la vida y el Dios de toda criatura.
Nadie fuera de Dios puede contar las filas de los ángeles que están al servicio
de su real potencia. Nadie puede indicar con precisión cuantos son los que
individualmente le profesan Dios de todas las criaturas, y ninguna lengua es
capaz de explicar cuantos son los que particularmente le proclaman vida de toda
vida. Por eso son dichosos los que viven con él.
Dios
ha representado todas sus obras en la forma del hombre, como se ha dicho. Y
como resumen queremos enseñar algunos ejemplos:
En la
forma redonda del cerebro del hombre enseña su dominio, porque el cerebro
sustenta y gobierna todo el cuerpo, y en el pelo indica la potencia, que es un
ornamento suyo, como el pelo adorna la cabeza. En las cejas de los ojos enseña
su fuerza, porque las cejas son la protección de los ojos, destinados a alejar
cuanto les pueda dañar y a enseñar la belleza del rostro, y son como las alas
de los vientos, cuyas plumas las levantan y sostienen, como un pájaro que con
sus alas se levanta en vuelo y se posa, porque el viento sopla tomando fuerza
de la fuerza de Dios y los soplos del viento son sus alas. En los ojos del
hombre, Dios enseña su ciencia, gracias a la que prevé y conoce con antelación
todas las cosas. Los ojos reflejan en sí la multiplicidad de las cosas, porque
son brillantes y acuosos, como la sombra de las otras criaturas se refleja en
el agua. En efecto, el hombre conoce y discierne todas las cosas con el órgano
de la vista, y si no las hubiera visto, estarían muertas, por así decirlo. En
el oído, Dios le abre todos los sonidos de alabanza en los ocultos misterios de
las filas angélicas, por los cuales recibe perpetuo loor. Sería absurdo que
Dios no fuera conocido por otros más que por si. Puesto que los hombres se
conocen el uno al otro con el oído, el hombre entiende dentro de sí todas las
cosas. Estaría como vacío, si le faltara el oído.
En la
nariz Dios enseña la sabiduría, por medio de la completa habilidad para ordenar
los olores, de forma que el hombre reconoce por el olor lo que la sabiduría
dispone. El olfato se expande en todas las direcciones, atrayendo las cosas
para saber qué son y las cualidades que tienen. En la boca del hombre, por fin,
Dios muestra su Verbo por el que ha creado todas las cosas, lo mismo que en la
boca se profieren todas las palabras con el sonido de la razón. Con el sonido
de la voz, el hombre expresa la multiplicidad de las cosas, como hizo el Verbo
de Dios creándolas en el abrazo de la caridad, de modo que no faltase a su obra
nada de lo que es necesario. Y como las mejillas y el mentón están alrededor de
la boca, así el Verbo, cuando resonó, tuvo en si el principio de todas las
criaturas y en aquel momento todas las cosas fueron creadas.
Pues,
“al principio fue el Verbo. Y el Verbo estaba con Dios. Y el Verbo era Dios”
(Jn 1,1). Esto se interpreta así: En el principio en que todo principio era,
cuando la voluntad de Dios, que estaba desde siempre en él aunque no se hubiera
manifestado, se manifestó para dar a luz a la Creación, fue el Verbo, principio
que no tiene principio. “Y el Verbo estaba junto a Dios”, como la palabra está
en la razón, porque la razón tiene en si la palabra, y en la razón está la
palabra, y no hay entre ellas ninguna distinción. En efecto, el Verbo es sin
principio, antes del principio de las criaturas y en el mismo principio, y el
Verbo fue él mismo antes del principio, y en el principio de las criaturas
estaba cerca de Dios, absolutamente indistinguible de Dios, porque Dios quiso
en su Verbo que su Verbo creara todas las cosas, como predispuso antes de los
siglos.
¿Y por
qué se dice Verbo? Porque con un golpe de voz ha dado vida a las criaturas y
las ha llamado a sí. En efecto, lo que Dios ha prescrito en el Verbo, el Verbo
lo ha mandado con el sonido de la voz y lo que el Verbo ha mandado, Dios lo ha
prescrito en el Verbo. Y por eso Dios fue Verbo. El Verbo estaba en Dios y Dios
le dictó secretamente toda su voluntad, y el Verbo resonó y produjo todas las
criaturas, pues Dios y el Verbo son una sola cosa.
Cuando
el Verbo de Dios resonó, llamó a si a todas las criaturas que fueron
preordenadas y dispuestas por Dios antes de todos los tiempos, y su voz suscitó
a la vida a todas las criaturas. Y así quiso que también se marcase en el
hombre, en cuyo corazón el Verbo dicta secretamente, antes de decirlo al
exterior, lo que al emitirlo todavía está cerca de de él, y así, lo que el
Verbo dice está en el Verbo. Cuándo resuena el Verbo de Dios, el Verbo aparece
en toda criatura y su sonido es vida en toda criatura. Por esta razón la
racionalidad del hombre cumple las obras a partir de la palabra, y el sonido de
la palabra presenta sus obras con la música, la voz y el canto, ya que gracias
a la fineza de su arte hace repicar entre las criaturas cítaras y tímpanos,
porque el hombre es de naturaleza racional a causa del alma viviente, como Dios
ha querido. El alma atrae a sí a la carne con su calor. En ella aparece la
primera figura trazada por el dedo de Dios, la forma de Adán, que el alma
invade vivificándola, llenándola de su plenitud y haciéndola crecer. La carne,
si no tiene alma racional, no se mueve; es el alma quien mueve la carne y la
hace vivir, pues la carne se adhiere al alma racional, como las criaturas se
adhieren al Verbo. Por esta razón el hombre ha sido creado por voluntad del
Padre. Pero del mismo modo que el hombre no sería tal sin las conexiones de las
venas, tampoco podría vivir sin el resto de las criaturas, porque, en cuanto
mortal, no puede infundir vida a sus obras, ya que su vida tiene como principio
a Dios, mientras Dios infunde vida a su obra, porque es vida que no tiene
principio.
“Al principio
el Verbo estaba con Dios” (Jn 1,1). Es aquel principio, del que habla mi siervo
Moisés, inspirado por Mí, cuando afirma: “Al comienzo Dios creó el cielo y la
tierra” (Gén 1,1), porque el Verbo que pronunció la orden, como está escrito en
el mismo texto: Dios dijo: “Sea la luz, y hubo luz” (Gén 1,3) fue en el
principio, en el momento en que todas las criaturas tuvieron comienzo cerca de
Dios, es decir en la unidad de la misma divinidad, ya que el Verbo que está
cerca de Dios es a él igual en la divinidad. Y eso significa que el Verbo que
está en Dios es inseparable de Dios y con él consubstancial.
Así
todo ha sido hecho a través de él, ya que todas las criaturas han sido hechas
como el Padre ha querido por el Verbo de Dios, y no hay fuera de él otro
Creador, sino solo Dios. Pues todo lo que hay de útil, cualquier cosa dotada de
forma y de vida, fue hecha por medio de él. El Verbo muestra en los brazos del
hombre y en sus articulaciones la solidez del firmamento con las constelaciones
que lo sustentan y lo gobiernan, como los brazos con sus articulaciones hacen
evidente la capacidad de obrar que pertenece a todo el cuerpo.
La
derecha es parecida al mediodía y la izquierda al norte. El mediodía y el norte
sustentan el firmamento para que no se derrame más allá del límite
preestablecido, según está escrito: “En todas estas cosas, entre nosotros y
vosotros se interpone un gran abismo, para que las tinieblas no extingan la luz
y la luz no elimine a las tinieblas. (Lc 16,26) “Sin él nada se ha hecho” (Jn 1.3)
ya que sin el Verbo de Dios ninguna criatura ha sido hecha y por medio del
Verbo ha sido hecha toda criatura visible e invisible que tiene el ser de
espíritu viviente o de fecunda energía o de virtud. Y sin él nada ha sido
hecho, excepto el mal, que es obra del diablo y que por tanto ha sido alejado
de la mirada de Dios, hasta los límites de la nada, porque hay solamente un
Dios, y no puede haber otro. El hombre racional, ha recibido de Dios el poder
de actuar, cometió el pecado que lo conduce a la nada porque no ha sido creado
por Dios. En la nada, Dios ha impuesto tinieblas indestructibles, porque
alejándose de él rechazó la luz.
“En el
Verbo estaba la vida” (Jn 1,4), ya que todas las cosas creadas se manifestaron
en la mente del Creador, porque estuvieron primero en su presciencia pero no
son coeternas con él, sino que por el fueron preconocidas, previstas y
preordenadas. Dios es la única vida que no tuvo el principio que todas las
demás vidas tienen. Por esta razón todo lo que ha sido hecho por él es vida,
porque fue preconocido por él o vivió en Dios, así que Dios no empezó nunca a
tener recuerdo de ello, porque no lo olvidó nunca, puesto que estuvo en su
presciencia cuando todavía no había tomado la forma que tomaría en el tiempo.
Como no es posible que Dios no exista, sólo de él proceden las obras de las
criaturas que estaban preconocidas y preordenadas en su sabiduría. Y lo que
Dios hizo en la creación tuvo vida sin muerte, porque fue creado de modo que a
la criatura hecha por Dios no le faltara nada para crecer y alcanzar la
perfección de su naturaleza. Así todo lo que el hombre obra por sí, es vida
para él, porque sustenta su vida, y gracias a sus obras subsiste hasta el
final. Y ya que Dios es vida plena, sin principio ni fin, por eso su obra, el hombre,
tiene vida dentro de sí mismo, y por tanto no será despreciado en ningún modo.
Dios ha querido indicar en el pecho la sede de la vida. En él, el hombre reúne
todas las cosas buenas y malas con el deseo, el propósito y la voluntad de
levantarse para arriba en sus pensamientos. Entonces, considerando lo que le
gusta y lo que detesta, conserva con alegría lo que le gusta para que sirva de
beneficio a su vida, lo que le detesta, para que no perjudique su vida, lo
rechaza lejos de si con desdén.
Así,
todo lo que Dios ha hecho, en sí es vida, porque lo que proviene de Dios es
vital en su naturaleza. Por esta razón, así como el Verbo del Padre les ha dado
a los hombres la vida de la carne cuando los ha creado, también les ha
revestido con su túnica cuando les ha enseñado la vida espiritual, para que
alcanzaran las filas de los consagrados avanzando por una vida diferente a la
de la carne, y por tanto tiene en sus manos uno y otro pueblo, ya que el Hijo
de Dios es Dios y hombre. Abraza con amor el pueblo dedicado a lo espiritual,
porque es Hijo de Dios, y como es Hijo de hombre, sujeta el pueblo que vive en
el mundo según la justicia, aquel por el que ha sido dicho: “Creced y
multiplicaros”, (Gen. 1, 28).
“Y la
vida fue la luz de los hombres”, (Jn 1,4) porque la vida, que había dado vida a
las criaturas y que es la vida de la vida humana que vive por ella, les dio a
los hombres, con la razón y el conocimiento, luz con que pudieran ver a Dios
con los ojos de la fe inundados de luz, como la luz del día ilumina al mundo y
lo reconoce como Creador. El hombre comprende con las alas de la ciencia
gracias a la visión del cielo que produce el sol y la luna, que el día designa
la ciencia buena, la noche la mala, como el sol señala el día y la luna la
noche. Y como el hombre, junto a las otras criaturas, sin estas dos luces
estaría como ciego en las funciones de la vida, y como su cuerpo no podría
vivir sin el espíritu, así sin las alas de la ciencia el hombre no sabría qué
es.
Por
eso “la luz resplandece en las tinieblas” (Jn 1,5) como la luz del día
resplandece en la noche por la luna, para que el hombre en las obras buenas
reconozca las malas, que están separadas por la luz, porque la ciencia buena,
sustentada por la razón, reprocha a la ciencia mala y la expulsa de sí.
“Y las
tinieblas no lo comprendieron” (Jn 1,5), como la noche no puede oscurecer el
día, porque el mal no quiere ni conocer ni comprender lo que es el bien, pero
lo rehuye. Estas cosas Dios las enseña al corazón del hombre, que es vida y
fundamento de todo el cuerpo y todo lo sustenta, porque en el corazón el
pensamiento encuentra su orden y se nutre la voluntad. Por esta razón la
voluntad es como luz para los hombres. Como la luz penetra todas las cosas, así
también la voluntad está ampliamente presente en lo que desea. Sin embargo a
menudo, el hombre, al considerar su propio deseo como si fuera luz, camina en
las tinieblas de las obras malvadas que quiere realizar. Pero las tinieblas no
comprenden la voluntad, y por ello no pueden quitar la ciencia del bien para
que no conozca el bien, aunque no lo practique.
“Vino
un hombre mandado por Dios”, (Jn 1,6), que no conoció el placer de la tierra
porque fue mandado por el supremo Creador y no por el hombre. En efecto, el
calor del Verbo de Dios volvió fecunda la carne estéril de sus padres, así que
también su carne en la mayor parte de sus obras fue como extraña a las
costumbres de cuántos nacen en el pecado. Los que lo engendraron, lo
engendraron después de haber sido tocados por la gracia de Dios, y por tanto vino
al mundo por gracia de Dios, enviado para dar testimonio del Hijo de Dios. Por
tanto el ángel le dio el nombre de Juan. “Su nombre es Juan” (Jn 1,6), porque
las obras que hacía concordaban con su nombre, puesto que la gracia de Dios lo
sustentó antes de su vida y durante ella. La gracia del Verbo, que es Dios,
mandó a Juan sin recurrir a las que invaden los hechos de los hombres que nacen
en el pecado, y por esta razón tuvo aquella estabilidad conforme a la rectitud
que es propia de los seres espirituales, que no están condicionados por las
inquietas costumbres de los hombres ni desean pecar. Y Dios, en su ser
admirable, muestra en el vientre del hombre los milagros que obró dentro de
Juan.
El
vientre absorbe energía de las criaturas que recibe y expulsa para poder nutrir
su fuerza vital, como Dios ha establecido. Empero, en todas las criaturas sin
embargo, en los animales, en los reptiles, en los volátiles y en los peces, en
las hierbas y en los árboles de fruto, permanecen ocultos algunos profundos
misterios de Dios, que ni el hombre ni ninguna otra criatura puede conocer o
percibir, sino en la medida en que se lo ha concedido Dios. Juan fue enviado
entre los elementos y admirablemente nutrido por ellos, y como en cierta medida
fue sustraído al pecado, así vivió admirablemente nutrido de los elementos e
incluso en ayunas. Fue un hombre puro, digno y loable mensajero que precedió al
Hijo de Dios, todavía no desvelado, por quien fue fundado el mundo con su
número inmenso de seres y por quien todas las criaturas han sido creadas.
Todo
esto está representado en el vientre. Como el mundo comprende todas las cosas,
así también el vientre en la nutrición acoge en si a las otras criaturas. Y
como cada criatura ha tenido origen de Dios, así también Adán llevó en el propio
cuerpo a todos los hombres, a los que el Hijo de Dios dio el alimento
verdadero, cuando llevaba, como hombre, su propia humanidad.
“Él
vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por
él” (Jn 1,7), ya que Juan fue hecho hombre milagrosamente, realizando de manera
admirable el que es generalmente el nacimiento carnal. Y fue, por tanto, el
hombre de los milagros, que vino por divino designio como testigo de los
misterios de Dios, para dar testimonio de la luz con las virtudes que obraban
en él, para dar testimonio de Dios, que ilumina todo el mundo, para que todos
los que el Espíritu Santo inflama, crean en él. Juan vino pues para dar
testimonio de la divinidad revestida de forma humana. Y como él nació de una
naturaleza estéril, que era infecunda en sí, proclamó así que mi Hijo nació de
la Virgen Maria sin pecado. Yo he querido que sea así para que los hombres
creyeran en los milagros de mi Hijo gracias al milagro que realicé en Juan. Y
como este testimonio apareció en Juan, también los muslos del hombre ofrecen un
verdadero testimonio, testigos de todos los nacimientos y sostén del cuerpo.
Cuerpo que ve, toca, piensa y elige, y con su saber examina todas sus mismas
acciones. El hombre es un milagro de Dios y por eso es justo que dé testimonio
de las maravillas de Dios.
“No
era la luz, pero daba testimonio de la luz” (Jn 1,8) porque Juan no fue la Luz
que nunca se divide ni se transforma, esa Luz es Dios. Pero vino mandado por
Dios para dar testimonio del que es verdadera luz y enciende todas las luces
porque es Dios, en sí y por sí, carente de cualquier necesidad y limitación,
porque es el que hace todo en todas las cosas. Por esta razón también todo es
obra suya. De ahí que Juan haya dado testimonio acreditado de Cristo porque,
del mismo modo que el fruto da testimonio de la naturaleza de la raíz, así él
vino al mundo entre los milagros de Dios y por tanto dio testimonio de ellos.
El
hombre es obra luminosa que lleva la señal divina y viene de Dios. Su vida
tiene un principio y su carne un día se malogrará, y después de esto, declarará
ante Dios.
“Fue
la luz verdadera” (Jn 1,9) que no ha sido tapada nunca por ninguna sombra, que
nunca ha tenido un tiempo en el cual sirviese, o fuera dominada, o se
deteriorase, o creciera; luz del orden en todo orden, luz de todo lo que es
luminoso, de por sí brillante. Dios no ha crecido en ninguna mañana, ni en
ninguna aurora, ha sido siempre, antes de todos los tiempos.
“Viniendo
al mundo, ilumina a todos los hombres” (Jn 1,9), porque esta luz invade con el
aliento de la vida a todo hombre hecho de carne y hueso que viene a este
mudable mundo presente, en el cual crece y mengua, pasando al principio por el
nacimiento para que, cuando el sol con toda su luz lo haya tomado a su cargo,
pueda mirar y reconocer las criaturas. Con la chispa viviente del alma, Dios
dio vida al primer hombre, formado de barro, de forma que por aquella misma
chispa del alma el hombre ha sido hecho carne y sangre desde el barro original.
Por esta razón también, cuando su semilla se disemina en la especie humana en
sus descendientes, el hombre se convierte plenamente en carne y sangre gracias
a la chispa ardiente del alma. Si no fuera suscitada la vida de este modo, a
causa del calor del alma, no se convertiría plenamente en carne y sangre, del
mismo modo la materia del primer hombre habría quedado como barro si no hubiera
sido transformado por el alma. Como la harina se hace pan por acción del agua y
el fuego, así la carne y la sangre se hacen del fuego del alma.
El
hombre es como la luz de las demás criaturas que viven sobre la tierra, los
cuales a menudo acuden a él y con gran amor lo acarician. Por eso el hombre a
menudo trata de conseguir la criatura que estima. Al contrario, la criatura que
no quiere al hombre, le huye, y pisa y destruye todo lo que es útil al hombre,
porque le tiene un temor espantoso y no soporta su existencia, por eso, en
muchos casos, lo ataca para privarlo de la vida.
“Estaba
presente en el mundo” (Jn 1,20), cuando se revistió la túnica real en la carne
de la Virgen, cuando la santa divinidad se recogió en el seno de ella. Porque
se hizo hombre de una forma diferente, y no como uno de los hombres, puesto que
el fuego animó su carne por obra de la santa divinidad. Por esta razón después
del fin de los tiempos, cuando cada hombre sea transfigurado, las almas de los
elegidos, con la fuerza de la fe, llevarán en el cielo los cuerpos que antes
tuvieron en el mundo. Estas cosas Dios las hará por sí, con su potencia que
ninguna criatura puede destruir. Entonces el hombre, como ya se ha dicho, se
revestirá de carne y sus huesos se llenarán de médula, y no estará sometido a
menoscabos, porque carezca de comida, de bebida y de vida, ya que entonces
caminará inmerso en las energías de la divinidad, sin cambios ni alteraciones.
Porque en el bien, el hombre es miembro del cuerpo de Cristo que en el mundo
soportó muchos sufrimientos y muchas ofensas a pesar de ser el Hijo de Dios. El
diablo, inventor de todo engaño, no pudo saberlo, él que tuvo principio, y se
apresuró a negarlo junto con todos sus seguidores que rechazaron Dios, pero no
ha logrado impedir que el hombre se elevara a una vida sin fin.
“Y el
mundo ha sido hecho a través de él”. (Jn 1,10) Así que el mundo ha tenido
origen de él, no él del mundo, ya que la creación vino al mundo por obra del
Verbo de Dios, todas las criaturas, las visibles y las invisibles, porque
algunas de ellas no pueden ser vistas ni tocadas, en cambio otras se ven y se
tocan. El hombre contiene en sí ambas, alma y cuerpo, porque ha sido hecho a
imagen y semejanza de Dios. Por esta razón manda con la palabra y obra con las
manos. Así Dios ha ordenado la naturaleza del hombre de acuerdo con la suya,
porque quiso que su Hijo se encarnara en el hombre. “Pero el mundo no lo
conoció” (Jn 1,10), ya que los hijos del mundo, es decir los que siguen al
mundo cegados por la misma ignorancia, lo ignoraron a su llegada y no lo
reconocieron por su obrar, como el niño ignora el conocimiento y la acción. Por
tanto en este punto, Dios la infancia ignorante de los incrédulos en los muslos
y en las rodillas del hombre. Como el niño es incapaz de caminar, porque su
médula y sus huesos no tienen todavía estabilidad puesto que se alimenta de
leche y de comida blanda, así también el hombre adulto no es capaz de caminar
sin piernas y sin pies, ni sin apoyarse sobre los muslos y sobre las rodillas.
Así, puesto que la ciencia y los sentidos de los incrédulos fueron privados del
fuego del Espíritu Santo, por el que habrían tenido que conocer a Dios, y no
pudieron avanzar por la vía de la rectitud. “Vino a su casa” (Jn 1,11), porque
había creado el mundo y se había revestido de la carne del hombre. Por esta
razón todas las criaturas lo hicieron público, como las monedas muestran la
cara de su señor. En efecto, Dios creó el mundo, y lo quiso preparar como un
tabernáculo destinado al hombre, ya que quiso revestirse humanidad, por eso
hizo el hombre a su imagen y a semejanza. Todas las cosas fueron de su
propiedad.
“Pero
los suyos no lo acogieron” (Jn 1,11), es decir, los hombres que fueron los
suyos porque los creó y los hizo a su imagen y semejanza, a pesar de eso lo
rechazaron, puesto que no lo reconocieron como el propio Creador y no
comprendieron que habían sido creados sólo por él. Incrédulos como eran, no
acogieron su humanidad y no reconocieron a Dios en la forma humana, cegados por
su misma incredulidad. Por esta razón en las piernas se designa la juventud del
hombre, que es tonta e inútil, cuando está lleno de la energía vital y del
florecer de las mismas energías, y al mismo tiempo se cree más sabio que los
otros, porque entonces las médulas y los huesos han alcanzado la plena solidez.
Así hicieron los judíos y los paganos que, envanecidos, creían saber lo que no
sabían y ser lo que no eran, y no prestaron fe al que les dio carne y espíritu.
Como la juventud se deleita en las criaturas y se deja engañar, así el mundo
vivió entonces en la vanidad, y por lo tanto fue necesario que Dios mismo
enseñara a los hombres y los reuniera alrededor de si, como ordenó que la burra
y su pollino fueran desatados y llevados delante de él, cuando con la ley de la
verdad se puso encima de ellos.
“A
cuánto lo acogieron, les dio el poder de convertirse en hijos de Dios” (Jn
1,12), porque a todos los hombres de uno y otro sexo que lo acogieron, creyendo
que él es Dios y hombre, (porque primero a Dios se le entiende con la fe y se
acoge luego el anuncio de que Dios se ha hecho hombre), su potencia les dio
fuertemente el poder de hacerse por su voluntad, hijos del Padre en el reino
celeste. O bien de ser partícipes con él de su reino, haciéndose herederos de
su herencia y eso en virtud de aquel mismo poder por el que el Hijo es heredero
del Padre, ya que lo reconocieron como su Dios y Creador y lo abrazaron en la
caridad y en el beso de la fe, le preguntan, con atención y prudencia, todas
las cosas que les conciernen. Sobre ellos cayó el rocío del Espíritu Santo, así
que a partir de ellos toda la iglesia comenzó a florecer y a producir el fruto
de las alegrías celestes. Ésta es la razón por que les ha sido dado el ser
hijos de Dios, en virtud de la verdadera fe.
“A
quienes creen su nombre” (Jn 1,12), porque cuantos creen con fe serán salvados
en su nombre, por la gracia del bautismo, y participarán del reino celeste.
Todas sus obras las llevan a cabo en el amor ardiente como si vieran a Dios, y
no solo en la apariencia de fe con la que se honra el nombre de Dios sin obras.
Y arrojan fuera de si a los dioses extraños, dioses que no pueden engendrarse a
sí mismos y no son por sí mismos, sino solo son compañeros de los hombres. Este
nombre de Dios, en quien está la verdad, tiene la propiedad de no tener
principio, principio del que todas las criaturas han tenido origen, vida de la
que exhala cada vida. Por esta razón lo adora toda criatura. Según la triple
fuerza que está en el nombre de Dios, cada criatura que tiene nombre está
dotada con tres fuerzas. Por el contrario, una criatura seca y marchita está
privada de nombre, porque no está viva. Al nombre de la criatura dotada de vida
le corresponden tres fuerzas, una que se ve, una que se conoce, y la tercera
que no se ve. En efecto, se ve la realidad vital del cuerpo y se conoce lo que
el cuerpo engendra, pero dónde lleva su vitalidad, ni se conoce ni se ve.
Así
Dios ha enseñado cosas grandes y admirables en los pies del hombre. Como los
pies sustentan todo el cuerpo y lo llevan dónde quiere, así la fe con su fuerza
sustenta el nombre de Dios y con su magnificencia lo lleva por todas partes a
cosas admirables, que pueden ser visibles o invisibles, conocidas o
desconocidas. El cuerpo del hombre y sus obras se ven, pero tras él hay mucho
más que no se ve y no se conoce. Pero, si es tan profundamente oscura la
naturaleza del hombre, ¿cómo podría ser visible el que lo ha creado? Ningún
hombre de los que viven en el mundo puede conocerlo como es.
“Él
que ha nacido, no de la sangre, ni del querer carnal, ni del querer del hombre,
sino de Dios” (Jn 1, 13). En efecto, el Hijo de Dios ha dicho: “El que ha
nacido de la carne es carne y los que nacen del espíritu son espíritu” (Jn 3,
6), porque la carne ha nacido de carne concebida en el pecado, pero ya que Dios
es espíritu, todo espíritu ha nacido de Él. El espíritu no se transforma en
carne, ni la carne se transforma en espíritu, pero el hombre está hecho de carne
y de espíritu, de otro modo no sería hombre y no tendría este nombre.
En
realidad Dios modeló a Adán para que pudiera vivir para siempre y sin padecer
ningún cambio, pero Adán le desobedeció y escuchó el consejo de la serpiente.
Precisamente por esto la serpiente pensó que estaba destinado a perecer sin
salvación, pero Dios no quiso y le preparó el destierro del mundo, donde el
hombre concibió y engendró a sus hijos dentro del pecado. Se volvió pues mortal
junto a toda su descendencia, y a causa de la semilla concebida en el pecado,
el hombre está destinado a corromperse hasta el día del juicio, cuando Dios le
renueve para que viva desde entonces una vida incorruptible, como era aquella
para la que Adán fue creado.
Esta
vida no pudo en ningún modo ser transmitida a los hijos concebidos y nacidos en
el pecado, pero se ha manifestado en la humanidad del Hijo de Dios, por quien
el Padre celestial ha decidido liberar al hombre que pereció. Todos los que se
hacen hijos de Dios en virtud de las obras buenas, no tienen por sí mismos la
potestad de ser hijos de Dios, porque llevan la sangre de sus padres
terrenales, y nacen de la voluntad de la carne, débil en la mujer, que
fructifica en el parto, y de la voluntad del hombre, fuerte y decidida a
fecundar a la mujer. Pero con la recompensa de la divina revelación, en el baño
del bautismo y en el fuego del Espíritu Santo, los hombres reciben la condición
de hijos de Dios y se convierten en herederos de su reino.
Ciertamente,
Dios había previsto todas sus obras antes que tuvieran forma y, cuando creó las
formas características de cada criatura, no las dejó vacías, sino que las colmo
del aliento de la vida. La carne sin vida no sería realmente carne ya que,
cuando la vida se aleja, se extingue por su falta. El soplo que Dios la
infundió en Adán era de fuego, y fue inteligencia y vida. Por esta razón y a
causa de su calor, el barro de la tierra se coloreó de rojo con la sangre. Y lo
mismo que cada criatura estuvo en la presciencia de Dios antes de todos los
tiempos, así todos los hombres que aún no han nacido están en la presciencia
divina.
El
hombre es inteligente y sensible. Inteligente porque comprende todas las cosas,
sensible porque percibe las cosas que están presentes a él, puesto que Dios
llena de vida toda la carne del hombre, cuando exhala sobre ella el soplo de la
vida. Por esta razón, con la ciencia del bien y el mal, el hombre elige lo que
le gusta y rechaza lo que detesta. Pero Dios está atento a lo que el hombre
elige por sí. Cuando se propone cosas que no vienen de Dios, Dios se aleja de
él, y enseguida se congregan alrededor los que empezaron mal en el principio,
es decir, los que trataron de destruir el cielo, a los cuales no tocó Dios,
porque sería absurdo que Dios mismo los destruyera. En cambio, si el hombre
ansía el nombre de su Padre y lo invoca con buenos deseos, las filas angélicas
se presentarán a defenderlo para que no sea hecho prisionero de los enemigos. Y
en un primer momento, Dios, con el placer por el deseo de las obras buenas, lo
amamanta casi con dulzura y luego difunde sobre de él la lluvia de su gracia,
por la cual el hombre se eleva vigorosamente de virtud en virtud y de este modo
se renueva continuamente en las virtudes hasta la muerte. Y quien es capaz de
hacer solamente cosas mínimas y no obras elevadas, siempre está en movimiento
para llevar a cabo lo que puede hacer. En cambio, quien es capaz de hacer
muchas y espléndidas, es moderado y equilibrado en sus acciones.
El
diablo solo quiere una cosa, seducir las almas para conducirlas a la muerte, y
no hace ni puede hacer otra cosa, ni siquiera soportar la espera hasta que no
ha realizado lo que puede hacer.
Dios
en cambio, ya que en todas sus obras es potente en todo y por todo, posee la
moderación, y con el equilibrio del discernimiento obra de modo que el hombre
se vuelva más fuerte y rápido en la constancia del bien. Porque, quien abandona
el impulso, se dirige a menudo a la ruina. Pero el hombre es señal de toda la
gloria de Dios porque la ciencia buena que hay en él, representa las filas angélicas,
dedicadas a la alabanza y al servicio de Dios, y la ciencia mala, que el hombre
igualmente posee, manifiesta el poder de Dios, porque Dios la derrotó cuando
expulsó al primer hombre del paraíso. Así ocurre en cada hombre; en el que
elige el bien y persigue la ciencia buena se le muestra la bondad de Dios en la
acción gracias, mientras en el que se vuelve al mal y lo lleva a cabo aparece
claro el poder de Dios, porque antes o después Dios lo juzga y a veces lo
perdona.
Pues
el hombre, como ya se ha dicho, es vida y todas las cosas que dependen de él
están vivas, porque Dios creó al hombre bajo el sol con todas las criaturas
para que no estuviera sólo sobre la tierra, del mismo modo que él no está solo
en el cielo y es glorificado por todas las armonías celestes. Todas las cosas
que circundan al hombre sobre la tierra están destinadas a permanecer junto al
hombre, hasta que no esté completo el número que Dios ha establecido completar.
Pero después de la resurrección futura el hombre, en su condición de santidad,
ya no necesitará crecer o que lo nutra nadie, porque entonces estará en aquella
Luz que no tiene nunca fin ni cambio. En la condición de santidad, la Santa
Trinidad lo revestirá de luz y contemplará al que no tiene principio ni fin, y
por eso no estará afligido nunca por la vejez ni por el cansancio, porque
tocará la cítara entonando cantos siempre nuevos.
Como
se ha dicho, la carne vive en virtud de la vida y no sería plenamente carne si
no tuviera vida, por eso la carne con la vida y la vida con la carne soy una
cosa sola. Así lo estableció Dios cuando en Adán dio fuerza a la carne y a la
sangre con el soplo que lo consolidaba, ya que cuando vio aquella carne que
había revestido, la quiso con ardiente amor.
“Y el
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) El Verbo, que en la
eternidad, antes de todos los tiempos, estuvo cerca de Dios y era Dios, por
obra del fuego del Espíritu Santo se hizo carne en el seno de la Virgen y se
revistió de carne, lo mismo que las venas forman una única trabazón con la
carne y transportan la sangre sin, sin embargo, ser sangre. Dios creó al hombre
para que toda criatura estuviera a su servicio. Por esta razón fue adecuado que
Dios tomase la figura de hombre, con una envoltura de carne. Pues, así, el Verbo
se revistió de carne, en el sentido de que el Verbo y la carne son una cosa
sola, pero esto no quiere decir que el uno pueda ser trasmutado en la otra,
sino que son una cosa sola en la unidad de la persona. El cuerpo es el vestido
del alma y el alma tiene la tarea de obrar junto a la carne. El cuerpo no sería
nada sin el alma y el alma sin cuerpo no podría actuar. Por esta razón en el
hombre son una cosa sola, y son el hombre. Y así, la obra de Dios, es decir el
hombre, está hecho a imagen y a semejanza de Dios. Cuando Dios introduce su
aliento en el hombre, aliento y carne se convierten en un único hombre. Y el
Verbo de Dios tomó para sí carne de la carne intacta de la Virgen, sin ningún
incendio de los sentidos, por lo cual el Verbo es Verbo y carne la carne y son
una cosa sola, porque el Verbo sin tiempo, que estuvo en el Padre antes de
todos los tiempos, no se ha transformado, sino solamente se ha revestido de
carne.
“Y
habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Porque el Hombre concebido sin pecado habitó
entre nosotros como un hombre. Y no desprecia nuestra humanidad porque también
nosotros, con la respiración de la vida, somos hombres, hechos a su imagen y a
semejanza. Por esta razón también nosotros habitamos en él, porque somos su
obra y porque siempre nos ha tenido presentes en su presciencia, y de nosotros
no se ha olvidado.
“Y
nosotros contemplamos su gloria” (Jn 1,14) Porque nosotros, que estuvimos con
él, lo hemos visto venir, especial en su admirable naturaleza sin pecado.
“Y
manifestar la gloria que como Unigénito tiene del Padre” (Jn 1,14), porque el
Unigénito nacido admirablemente del Padre antes de todos los siglos, viniendo
admirablemente del Padre manifestó su gloria, puesto que una Virgen lo concibió
del fuego del Espíritu Santo y no necesitó de ningún padre terrenal, mientras
cualquier otro hombre está concebido en el pecado por un varón. Dios modeló al
hombre del barro y le infundió el soplo de vida. Por esta razón el Verbo de
Dios adoptó como hombre un vestido real, dotado de alma racional, y la llevó
plenamente consigo y se estableció en ella. En efecto, aquel soplo ssutil, que
se llama alma del noble adorno. Por eso quiere a la carne y la favorece pero no
es visible en ella. Por su naturaleza y por deseo del alma, el hombre pide un
vestido de vida. Dios no ha creado ninguna criatura vacía o falta de energías,
por eso el hombre cumple obras admirables.
Y el
Verbo “está lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Porque estuvo en la
plenitud de la gracia cuando creó todas las cosas en su divinidad y cuando las
redimió en su humanidad. Y está en la plenitud de la verdad, ya que no lo ha
rozado ni se le ha acercado ninguna mención de iniquidad o pecado, porque es el
Dios que derrota el mal con su lucha, que no es nada sin él. El Verbo, es decir
el verdadero Hijo de Dios, está lleno de gracia, que da y concede según su
misericordia. Él no se desnuda de la divinidad sino que se reviste de la
humanidad, y su humanidad está llena, porque ninguna aspereza de pecado, propia
de la naturaleza humana, la melló. Y está lleno de verdad, porque da, concede y
juzga según justicia, cosa que el hombre no hace porque fue concebido y ha
nacido entre las rugosidades de los pecados. Dios es redondo, parecido a una
rueda, ya que lo crea todo, quiere que todo sea bueno y realiza todo el bien.
La voluntad de Dios ha predispuesto en efecto todas las cosas que el Verbo de
Dios ha creado.
Así
pues, todo hombre que teme y aprecia a Dios abrirá a estas palabras la devoción
de su corazón, y sepa que son pronunciadas para la salvación de los cuerpos y
las almas de los hombres, no por un ser humano, sino por Mí, el que soy.
SEGUNDA PARTE
PRIMERA VISIÓN DE LA SEGUNDA PARTE
Visión
asombrosa, en donde no sólo se describe con los más sutiles detalles el mundo
subdividido en cinco partes, sino también las dimensiones y las cualidades de
sus partes, tanto las llenas de luz y delicias como las llenas del horror de
los castigos y las tinieblas. Y además dos globos, uno rodeado de un color
parecido al zafiro mientras el otro resplandece de rayos luminosos de punta
aguda, con todo lo que hay alrededor.
I.
Percibí entonces la redondez de la tierra dividida en cinco partes, de modo
tal, que una parte miraba hacia oriente, la segunda hacia occidente, la tercera
hacia el mediodía, la cuarta hacia el norte, y la quinta parte entre ellas, en
el centro. La superficie de la parte oriental y la de la parte occidental eran
iguales, y ambas tenían la forma de un arco tenso. También la superficie de la
parte meridional y la de la parte septentrional eran de igual medida, y estaban
hechas de modo que coincidiese con el largo y al ancho de las otras dos,
excepto por el hecho que la parte más interior de ellas, delimitada por las
extremidades arqueadas de los dos extremos, aparecía como cortada, si se
exceptúan estos lados interiores truncados, sin embargo, también ellas tenían
forma parecida a un arco tenso.
Estos
últimas dos partes, la meridional y la septentrional, estaban divididas en tres
sectores, de los que las dos partes del centro eran iguales en forma y dimensiones.
Las otras cuatro, las que estaban en los lados, tenían formas distintas, pero
equivalentes entre ellas por forma y disposición, y tenían un largo y ancho
iguales a los del medio. La única diferencia era que en el lado hacia el
interior aparecían más estrechos y en el lado hacia el exterior, más ancho de
los otros dos, como consecuencia del hecho que las dos partes orientales y
occidentales, encorvándose lateralmente, las dejaban un espacio más estrecho en
el interior y más amplio en el exterior. La quinta parte, la que estaba entre
ellas en el centro, como se ha dicho al principio, era de forma cuadrada y
estaba invadida de un calor intenso en un lugar, y de frío en otro, y en otra
parte de un aire medianamente caliente.
La
parte oriental resplandecía con una gran claridad, mientras que la occidental
era oscura y como bañada de tinieblas. La parte meridional, se dividía en tres
sectores, tenía los dos sectores laterales llenos de tormentos. En el tercer
sector, el de en medio, no se veían lugares de castigo, pero infundían miedo
por la presencia de imágenes monstruosas y aterrorizadoras. Así también, la
parte septentrional, dividida en tres sectores, infundía terror, tanto con los
sectores laterales llenos de muchos tormentos, como en el del centro lleno de
cosas horribles, aunque tampoco en ellos hubiera lugares de castigo. Sobre la
parte oriental, además, fuera de la redondez de la tierra vi a cierta altura un
globo rojo circundado por un círculo de color zafiro. De la izquierda de la
bola salían dos alas y de la derecha salían otras dos alas que se elevaban
sobre ambos lados. Un ala de cada parte del círculo se elevó hacia arriba, y
llegando a la cumbre, las dos alas se encorvaron la una frente a la otra como
mirándose. En cambio la segunda ala de ambas partes bajó hasta mitad de la
redondez de la tierra, así que estas dos alas circundaron la redondez hasta la
mitad de la tierra, como abrazándola por encima del firmamento. A partir de
aquel punto mediano se extendía un círculo rojo como un arco tenso, que rodeaba
toda la parte occidental y también parcialmente los sectores de las partes
meridional y septentrional colindantes con ella, es decir este círculo fue
desde el extremo del ala meridional circundando la circunferencia de la parte
occidental y rodeando hasta el extremo del ala septentrional.
Siempre
sobre la redondez de la tierra, en dirección a la parte oriental, en el medio
de las dos alas, se vio algo como un edificio que se elevaba hacia aquel globo,
mientras por encima del globo hasta la mitad de las alas había como una plaza
oblonga, sobre lo que brillaba algo parecido a una estrella blanca.
Más
allá, entre las puntas de estas dos alas, se vio algo parecido a un globo de
fuego que emitía rayos en todas direcciones. La distancia entre la redondez de
la tierra y el globo rojo, entre el globo rojo y la estrella blanca, y entre la
estrella blanca y el globo de fuego era la misma. Además se distinguían los
rayos entre las dos primeras alas exteriores, de una y de la otra parte de la
plaza, y los rayos de las estrellas que partiendo del globo rojo circundaban la
estrella y de ella fueron hacia el globo de fuego.
Hacia
el occidente, fuera de la redondez de la tierra se veían tinieblas, que desde
ambas partes de la redondez se encorvaron hasta su centro, donde descendía la
segunda pareja de alas. Y dentro de estas tinieblas, en la parte entre
occidente y el norte, había otras tinieblas más densas y agudas, que tenían la
forma de una boca horrible abierta como para devorar, y éstas estaban contiguas
a otras tinieblas aún más densas, infinitamente horrorosas, que estaban en el
exterior de ellas, como si fueran su boca abierta. Estas tinieblas infinitas
supe que estaban, pero no las vi. Y de nuevo oí la voz del cielo que me dijo:
La
admirable sabiduría y la potencia del artífice divino refulge considerando que
la materia de la tierra, que no es angulosa sino redonda, la ha dividido en
cinco partes, ni una más ni una menos, inmóvil en el centro de los otros tres
elementos. Y a semejanza de la división en cinco partes de la tierra ha dotado
el hombre en esta vida de los cinco sentidos, mientras que en la futura lo
restituirá íntegro del polvo de la tumba.
II.
Dios ha suspendido el orbe terrenal en medio de los tres elementos, de modo que
no pueda disolverse ni desmoronarse, Así revela sus prodigios y su poder,
porque también la carne y los huesos del hombre los ha hecho de modo tal que,
aunque reducidos a polvo, serán devueltos íntegros al final de los tiempos. Una
parte de la tierra tiene plena luminosidad, otra es tenebrosa, otra espantosa,
en otra hospeda los lugares de pena, otra es apta para la vida humana, y una
más es inadecuada. Algunas almas las admite en su reino, mientras que otras con
justo juicio las condena a los lugares infernales.
Observa
pues la redondez de la tierra dividida en cinco partes, de modo tal que una
parte mira hacia oriente, la segunda hacia occidente, la tercera hacia
mediodía, la cuarta hacia el norte, y la quinta parte está entre ellas. Es así
porque, si la tierra fuera un sólido con esquinas y no una esfera, las esquinas
harían que tuviera defectos e irregularidades en su peso. Y si no estuviera
dividida en cinco partes, no estaría equilibrada correctamente, porque las
cuatro partes le confieren el peso y le aseguran una posición estable, la que
está en el medio, hace que quede sólida y estable en equilibrio. Todo esto
significa además, que el hombre, del que la tierra es símbolo, encuentra en los
cinco sentidos que lo sustenta la fuerza de procurarse las cosas necesarias y
la guía para orientarse hacia la salvación de su alma.
Y
todavía, las cinco partes en que la tierra está dividida, como sus cualidades
originarias se mantienen mutuamente en equilibrio, y como están en relación con
los cinco sentidos del hombre.
III.
La parte que se dirige a oriente da a la parte central la buena savia y un
vigor lleno de fecundidad. Igualmente, la vista del hombre, que cuando se
vuelve hacia el origen de la luminosidad le asegura al hombre, que está entre
los elementos, la salud del cuerpo y el alma.
La
segunda parte, que mira a occidente, da a la misma parte mediana la humedad,
que a veces es buena y a veces nociva, como el oído, que se vuelve a occidente
cuando penetra y estremece el cuerpo entero del hombre, y le anuncia
acontecimientos a veces favorables y a veces adversos, ora la salvación, ora la
desesperación del alma.
La
tercera parte que se vuelve hacia el Sur, envía dentro de la parte central el
calor templado por el frío soplo de los vientos, como el olfato, que
experimenta el calor como un vapor hace percibir al hombre el olor de las zonas
calientes y frías, e infunde en él el perfume que viene de los suspiros del
cielo.
En
cambio la cuarta parte que mira al norte, envía a la parte mediana el frío que
viene del Norte y el calor que viene del oriente. Como el gusto, que siente las
cosas frías y las distingue de las calientes y cosquillea al hombre con los
muchos sabores y con la dulzura de las cosas celestes.
La
quinta parte que está en el medio de todas las demás, está reforzada y consolidada
por ellas y recibe su complexión de sus diferentes influjos. Como el tacto, que
está como entre todos los otros sentidos, se refuerza por ellos, ya que todos
le otorgan sus energías y refuerzan su vitalidad, también enseña la ordenación
de los dedos, porque hacen falta para cumplir las obras que deben llevar al
premio eterno.
Observas
igualmente que la superficie de la parte oriental y la de la parte occidental
son de igual medida, y ambas tienen la forma de un arco tenso, porque el sol,
naciendo y poniéndose, recorre con su curso distancias iguales sobre la tierra.
Esto es símbolo de la vista que se parece al sol en lo que atañe a la ciencia del
bien y el mal. En efecto, lo mismo que la vista con la ciencia del bien sube
para arriba, hacia lo que es bueno, así también con la ciencia del mal baja
hacia abajo, hacia lo que es malo. Con la ciencia del bien se aleja del mal, y
con la del mal se desvía del bien.
También
las superficies de las partes meridional y septentrional son de la misma
medida, y coinciden con el largo y al ancho de las otras dos, excepto por el
hecho que la parte más interior de ellas, delimitada por las extremidades
arqueadas de los dos extremos, aparece como cortada. Si se exceptúan estos
lados interiores truncados, sin embargo, también ellas tienen forma parecida a
un arco tenso. La parte meridional de la tierra ocupa con su calor un espacio
mucho grande que la parte septentrional ocupa con su frío, y en esto son
parecidas al largo y al ancho del oriente y el occidente, excepto por el hecho
de que los lados contiguos a la quinta parte están un poco estrechados por la
extensión de la parte oriental y la occidental, mientras que por otra parte
tienen la combadura del círculo. Así, cuando el olfato, por el perfume de las
virtudes, se vuelve a la derecha y el gusto, por el sabor de los vicios, se
vuelve a mano izquierda, en esta tensión provocan un empujón igual y contrario
y se hacen parecidos a las cosas de que tienen origen, de modo que el uno desea
ponerse bueno y el otro malo, pero ninguno de los dos puede alcanzar plenamente
lo que intenta en el momento en que inicia su impulso, porque cuando el hombre
comienza a realizar el bien o el mal, toma conciencia de lo que hace y se
limita a si mismo y no se atreve nunca a envolverse en esa acción con todas sus
fuerzas.
Cada
una de los dos partes en que se divide la tierra, la austral y la
septentrional, se muestran a quien que las contempla subdivididas a su vez en
tres partes. Estas tres partes tienen que comprenderse en relación al cuerpo, al
alma y a las acciones humanas.
IV.
Estas dos últimas partes, la meridional y la septentrional, están divididas en
tres sectores, que no son habitables para los hombres a causa o del calor o del
frío, o están plagados de serpientes. Esto significa que cuando el olfato sube
al perfume de las virtudes, mientras el gusto se humilla al sabor de los
vicios, sus efectos sobre el cuerpo, sobre el alma y sobre las obras del hombre
son diferentes. Significa también que el hombre que ignora qué es su cuerpo,
qué es su alma, qué son sus obras y que no ha aprendido a reconocer cuál es su
carácter equilibrado, es como la tierra que no puede habitarse.
Y los
dos sectores centrales son iguales en forma y dimensiones, ya que la parte
meridional y la septentrional, que son ambas de medida exactamente igual, hacen
que estos sectores sean de medida exactamente proporcional a la suya. Esto
indica que el alma, que está entre el cuerpo y a las obras, en el perfume de
las virtudes y en el sabor de los vicios, tiene una única medida y un orden,
cuando por temor de los males dirige sus suspiros a Dios.
En
cambio los otros cuatro sectores que están a los lados, tienen forma diferente,
pero equivalen entre sí en forma y disposición. Ya que se extienden hasta el
final de las otras dos partes, hacia el sur y hacia el norte, aun cuando se
contraen algo en sus límites interiores, hacia la quinta parte. Al contrario,
en los límites exteriores se extienden bastante, y así tienen evidentemente una
forma diferente de los sectores centrales, pero son parecidos entre ellos en la
forma y en la disposición. Esto significa que el cuerpo del hombre y sus obras,
que constituyen sus límites y lo hacen consciente de sus defectos, tienen un
papel igual entre sí, pero diferente del papel del alma que le da al hombre la
vida del cuerpo y la plenitud de los sentidos. Por tanto cuando el cuerpo se
debilita, sus obras flaquean, pero cuando el alma sustenta el cuerpo, las
acciones del cuerpo se elevan.
Y
tienen largo y ancho iguales a los de medio. La única diferencia es que en el
lado interior parecen más estrechos y en el lado hacia el exterior parecen más
anchos de los otros dos. La consecuencia es que las dos partes orientales y
occidentales, como se ha dicho, encorvándose lateralmente, les dejan un espacio
más estrecho en el interior y más amplio en el exterior. Es así porque los
sectores que se encuentran a los dos lados de los del centro tienen el largo de
estos últimos pero su ancho del lado hacia la quinta parte es menor de la de
los sectores centrales, mientras hacia el exterior son más anchos, y por el
resto son iguales. Y así ambos lados, tanto el del sector a oriente como el de
occidente, se encorvan como un arco siguiendo la forma de los límites
interiores de aquellas cuatro partes parecidas entre ellas.
Todas
estas cosas indican que el cuerpo del hombre y sus obras se orientan al
mantenimiento del hombre exterior, mientras el alma, en cambio, le conforta.
Muy a menudo el cuerpo y las obras de los hombres menguan cuando tiene
tranquilidad de espíritu y se expanden más de lo que los suspiros del alma
desea, cuando está inmerso en la duda. Porque el alma quiere moderación y
equilibrio, mientras el cuerpo del hombre al obrar, incurre en la inmoderación
demasiado a menudo.
Por
qué media parte de la quinta parte de la tierra parece cuadrada y también ella
está subdividida en tres partes, una parte inhabitable a causa del calor, otra
inhabitable a causa del frío, mientras que la otra parte es habitable por el
clima templado. Qué significa esto en relación a la vida humana.
V. La
quinta parte, la que está en medio de las cuatro otras partes que se ha dicho
al principio, es de forma cuadrada, y es así para poder ser contenida e
invadida por las otras de manera uniforme. Eso indica que el tacto debe
realizarse en la perfección de las obras y no en la ligereza de los vicios. Y
es invadida de calor intenso en un lugar, de frío en otro, de aire templado en
el otro, porque el ardor del sol de una parte la quema por su vecindad, el frío
de la otra la oprime por la lejanía haciéndola inhabitable a los hombres. En
cambio la tercera parte es habitable por el clima templado donde el frío y el
calor son moderados. Como los dedos, diferentes entre ellos, dan vigor a la
mano cerrándose con fuerza, y lo mismo que los cinco sentidos del hombre,
aunque diferentes entre si, son capaces de vencer las tentaciones con el fuego
y con el agua, y se prestan ayuda él uno al otro para conquistar las virtudes.
Además
estos lugares habitables son símbolo de los fieles, que meditando continuamente
sobre la ley divina se levantan totalmente hacia la vida celeste, para hacerse
en cierto modo habitables por las buenas obras mientras que los lugares
inhabitables son el símbolo de los incrédulos, que en la tentativa de resistir
y oponerse a las palabras de Dios y de negar la fe y la verdad, se esfuerzan
por renegar de su fe y en cambio, tratan de corromper a los que la cultivan.
Por tanto, con su iniquidad se convierte en inhabitables y no conceden espacio
al Espíritu Santo para que habite en ellos.
Y
todavía, las características de estas cuatro partes, y en que lugares están
colocados los castigos por las almas de los penitentes que tienen que purgarse.
Castigos que en un lugar son ligeros, en otro más severo, en otros
decididamente ásperos, en relación al grado de las culpas de los que son
puestos a prueba. En las cavidades medianas de estas partes no hay castigos
sino horrores monstruosos.
VI La
parte oriental de la que hablamos brilla con gran claridad. Porque en ella está
el lugar del placer y de las delicias que acoge las almas beatas en un lugar
apacible. Esta parte invita al alma a fijar la mirada interior en la visión de
la verdadera luz. En cambio, para castigar las culpas de los muchos pecados con
que los hombres ofenden la justicia, se han puesto en los cuatro rincones de la
tierra lugares de castigo transitorio, en los que las almas de los justos,
desnudas del cuerpo, están sometidas a las pruebas que las consecuencias de sus
culpas hacen oportunas.
Por
tanto la parte occidental es oscura y está como bañada en tinieblas, porque
estas tinieblas encierran las penas de los pecados leves y veniales, (es decir
los de los hombres que pecan por ignorancia), y en estas tinieblas, cuando el
hombre se aleja de las palabras de la verdad, se lo indica su oído.
La
parte meridional, que está dividida en tres sectores, tiene los dos sectores
laterales llenos de tormentos, donde se castigan los pecados graves de aquellas
almas que mientras estuvieron en el cuerpo descuidaron el perfume de las
virtudes.
En
efecto, en el ángulo de la parte que va de oriente a sur, el aire ardiente, el
viento y otros suplicios descargan castigos tremendos, y en ella se examinan a
fondo las peores acciones, homicidas, violadores, ladrones y parecidos, porque
el juicio de Dios siempre está listo para castigar la impiedad y la falta de
fe, y los pecados y las horribles costumbres de los que intentan oponerse a
Dios.
En
cambio en el ángulo que va del sur a occidente abundan terribles penas, por
ejemplo el frío en verano, el calor en invierno y otras, a través de los que se
purgan las almas arrancadas del cuerpo de quienes en el momento de la muerte,
han tenido apenas tiempo de arrepentirse de sus muchos y graves pecados y que,
no habiendo sentido el perfume de las virtudes, se salvarán con dificultad.
El
tercer sector, el de medio, no esta lleno de castigos pero infunde miedo por la
presencia de imágenes monstruosas y aterrorizadoras. Si esta parte también
estuviera llena de tormentos como las otras dos, estaría en ebullición por la
excesiva abundancia de penas, haciendo inhabitable la tierra que los hombres
habitan. Y por lo demás ya ahora, a causa de las cosas horribles que contiene,
a menudo manda epidemias a los hombres y a los animales y perjudica los frutos,
y esto ocurre porque los hombres no dejan penetrar en sus almas el perfume de
las virtudes.
Así
también la parte septentrional, que también se divide en tres sectores, infunde
terror con los sectores laterales llenos de muchos tormentos, donde se purgan
las almas de los que, poniendo en segundo plano el gusto por la vida verdadera,
han preferido favorecer la concupiscencia de la carne.
En el
ángulo de la parte que va de oriente a norte hay castigos durísimos hechos de
frío y viento y otros tormentos, y en ellos se pone a prueba la incredulidad de
algunos hombres faltos de fe, que mientras vivieron en el mundo imitaron a los
incrédulos, evitando gustar el sabor de la verdadera fe, y sólo en la hora de
su muerte se arrepintieron, volviendo a la fe católica, y solamente al final
recuperaron el gusto de la rectitud.
En el
otro ángulo, el que va del norte a occidente, abundan los castigos más
inmundos, hechos de humedad, barro, hedor insoportable y humo y otros tormentos
parecidos. En ellos son analizadas a fondo las obras de los adúlteros, de los
glotones y de los borrachos, que se mantuvieron extraños al gusto de la vida.
También
infunde terror la zona del medio, llena de cosas horribles, aunque tampoco allí
hay lugares de castigo, como se ha dicho, porque si esta parte llena de cosas horribles
también contuviera castigos, la tierra habitada por los hombres se vería
infectada por sus exhalaciones. Tan solo de vez en cuando las cosas horribles
que hay en ella ponen en peligro a los hombres y las otras criaturas, cuando
los hombres ya no sienten el gusto de la vida. Y como en la fétida sordidez
hormiguean los gusanos, así por los castigos que hay en esta esquina se quita
el hedor de los pecados. Y a menudo, el humo de estos lugares de tormento se
expande sobre la tierra donde los hombres habitan, y produce epidemias
pestilentes entre los hombres y los animales.
Los
juicios que Dios manda sobre la tierra y sobre los hombres salen de los lugares
de castigo que se encuentran en aquellas partes. Y para que las penas y las
tinieblas del infierno no invadan el mundo se han puesto montes empinados y
resistentes. En cual de estas partes se colocan las almas que tienen que ser
puestas a prueba en base a la cualidad de los pecados cometidos.
VII.
Los juicios que se emiten sobre la tierra y sobre los hombres provienen de
estas zonas, y por eso desde ellas se difunden muchos males. Contra las
horribles tinieblas de las penas infernales se levantan montes empinados de
dura roca, que ningún cataclismo puede partir, ellos resisten a las tinieblas y
protegen la tierra, como las paredes sustentan la casa para que no caiga. El
hombre, cuando está vivo, se vale de los cinco sentidos, y siempre está en
pecado. Por tanto tiene que padecer en las cinco partes de la tierra para
purgarse. Las tinieblas del occidente son leves, las soportan los que, mientras
vivieron en el cuerpo en la tierra, estuvieron como en una cárcel porque
quisieron las cosas celestes. En cambio los que sirven a los placeres de la
carne tienen que purificarse en las penas del purgatorio, que se encuentra en
la parte meridional y en la septentrional. Y esto porque, aunque hayan pecado,
sin embargo no han renegado de Dios ni de la justa fe.
Todas
estas partes, es decir el oriente y el occidente, que son los dos sectores más
grandes de la esfera de la tierra además de los cuatro sectores externos del
sur y del norte, como se ha dicho, no están habitados por el hombre, ya que
debido a la continua presencia del calor y del frío y por otros inconvenientes
nadie podría vivir en ellos. Del mismo modo, si el hombre se enorgullece
excesivamente o si al revés, cae en la desesperación, y si descuidando la
derecha se dobla a mano izquierda, no puede recibir el Espíritu Santo en la
morada de su corazón. Por esto Dios a menudo emite su juicio sobre los cuatro
rincones de la tierra, como vio Juan mi elegido, en el Apocalipsis, donde habla
de este modo:
Palabras
del Apocalipsis del apóstol Juan acordes con las materias descritas. El
simbolismo ingenioso de los cuatro caballos, blancos, rojo, negro y pálido. Se
describen los cuatro tiempos y sus cualidades desde el origen hasta al final
del mundo.
VIII.
“Y apareció a sus ojos un caballo blanco, el que lo montaba tenía un arco, se
le dio una corona, y salió vencedor para continuar venciendo” (Ap. 6, 2). Se
interpreta así: el tiempo de los orígenes, que tuvo principio con Adán, fue
como el caballo blanco, ya que el hombre pecó por ignorancia, y Dios lo golpeó
con la cólera de su reprensión, que ocultaba también un castigo. Sin embargo le
dio el poder de vencer y la superioridad sobre el enemigo, para que en la
suprema batalla combatiera a la antigua serpiente. Y así castigó la
inobservancia de la ley que tuvo Adán, hasta que al acabar el diluvio hizo
aparecer un arco sobre las nubes del cielo. El tiempo de los orígenes duró
desde la expulsión de Adán hasta el diluvio, en el que Dios, en el arco de su
cólera, sumergió a todas las gentes a excepción de los que fueron salvados en
el arca, vertiendo sobre de ellos las aguas que retumbaron como el trueno. Y lo
mismo que en el tiempo de los orígenes Dios enseñó el arco de su cólera para
vengarse, así después del diluvio donó el arco iris entre las nubes del cielo
señalando que no tendría jamás sumergido el mundo entero con las aguas
tronantes, y preanunció la salvación a través del bautismo.
Y
continúa así el texto: “Salió luego otro caballo rojo, y al que lo montaba se
le dio el poder de quitar la paz de la tierra, para que todos se mataran los
unos a los otros, y se le dio una gran espada”. (Ap 6,4). Se interpreta así:
Este caballo es el tiempo después del diluvio, cuando el juicio justo de la
cólera de Dios privó de paz a los que no buscaron la paz de Dios ni la dieron a
los hombres. Por tanto el juicio de Dios permitió que se mataran los unos a los
otros con crueldad y perecieran en grandes batallas, porque en su infidelidad
se alejaron de él, como el alma que provoca su propia muerte cuando no quiere
unirse a Dios.
Y
todavía escribe: “Entonces vi un caballo negro, y el que lo montaba tenia en la
mano una balanza”. (Ap 6,5). Y más adelante: “Una medida de trigo por un
denario y tres medidas de cebada por un denario, pero el vino y el aceite, no
los eches a perder”. (Ap 6,6). Esto se interpreta así: este caballo negro
representa el tiempo en que, después de la pasión del Hijo de Dios, surgieron
en la iglesia los perseguidores, evidentemente por la falta de fe, ya que los
incrédulos que despreciaron la fe atrajeron las tinieblas de la infidelidad.
Pero la cólera de Dios tuvo en la justa consideración los tormentos de los
mártires, e infligió a los verdugos una pena adecuada, y los mártires
obtuvieron la gloria eterna. En efecto, la victoria de los mártires fue raíz
fecunda de todas las virtudes que brotaron en ellos, ya que renunciaron a su
voluntad propia y a las leyes de la carne. Esta renuncia a la voluntad de la
carne hecha por amor a la vida eterna, es la fe que todos los fieles tienen
dentro de sí. Así, la voluntad de la carne deja el sitio a la santa hambre, por
la cual los fieles tienen hambre y sed de justicia. Así la balanza es señal de
que el hombre, ayunando en espíritu, se alimenta de los frutos de la tierra,
gustando la patria celeste en una naturaleza virginal.
Éste
fue pues el tiempo de los mártires, oscuro como el viento del Norte, cuando los
mártires fueron asesinados por los malvados como los lobos a los corderos. Y
por esto el juicio de este tiempo viene dado por una balanza en cuyos platos se
pesan dos cosas, la abstinencia y el amor de la patria celestial, que son
propias de los mártires, como se ha dicho. Los mártires mortificados en el
cuerpo con la abstinencia, dirigen la mirada a los deseos celestiales como el
águila fija sus ojos en el sol. Esto significa la medida de trigo que vale un
dinero, comparada con la vida. Y los que siguiendo los preceptos de la ley con
la mortificación se abstienen del pecado, se alejan de las relaciones carnales,
y abandonando los propios bienes se hacen pobres, eligiendo opciones que son
muy duras y difíciles, por las tres medidas de estas dificultades se unen en el
amor con aquel único denario que es la patria celeste. Esto es obra de la
sabiduría, que pesa todas las cosas según la justicia en la misericordia,
porque Dios es misericordioso más de cualquier otro. De este modo no se
desperdician el vino ni el aceite, ya que con el arrepentimiento y la
misericordia el hombre es liberado por sus pecados.
“Y he
aquí un caballo de color pálido, el que lo montaba tenía por nombre Muerte. Y
el infierno lo seguía. Y se le dio el poder sobre la cuarta partes de la tierra
para matar con la espada y el hambre y la peste y por las fieras de la tierra”.
(Ap 6,8). Esto se interpreta así: el caballo descrito de este modo es el tiempo
en que todas las cosas conformes con la ley y llenas de la justicia de Dios
serán consideradas nada, como las cosas sin color, y entonces los hombres
dirán: “No sabemos lo que hacemos y los que nos han dado estas órdenes no
sabían lo que decían”. Y así, sin miedo ni temor por el juicio de Dios
despreciarán todos los bienes, persuadidos por el diablo de hacer estas cosas.
Pero
Dios en su cólera juzgará estas obras y se vengará destruyéndolas
completamente, porque dará la muerte a los que no se arrepientan y los
condenará al infierno. En ese tiempo, habrá sobre tierra, por todas partes,
combates a la espada, los frutos de la tierra desaparecerán, y los hombres
morirán de muerte repentina o por los mordiscos de las fieras.
El
antiguo enemigo, envidiando al hombre por la gloria perdida, sufre para siempre
sus penas y por esta causa procura ardientemente que el hombre sea contaminado
por los horrorosos crímenes del odio, del homicidio, de la sodomía y de todos
los demás vicios.
IX. La
antigua serpiente se regocija con todos estos castigos con que el hombre se ve
castigado en alma y cuerpo. No quiere, él, que tiene perdida la gloria celeste,
que el hombre la alcance. Efectivamente, cuando se percató que el hombre hizo
caso de su consejo, empezó a planear de hacer guerra a Dios diciendo: “A través
del hombre llevaré a cabo todos mis propósitos”.
Pues,
en su odio, inspiró que todos los hombres se odiaran con el mismo mal
sentimiento, para que se mataran los unos a los otros. Y dijo: “Haré que los
hombres mueran, los perderé más que a mí mismo que ya estoy perdido, porque yo
estoy vivo, pero ellos no lo estarán”. Y mandó su soplo para que la sucesión de
los hijos de los hombres se extinguiera, y entonces los hombres se encendieron
de pasión por otros hombres, perpetrando actos vergonzosos. Y la serpiente
gozando de eso, gritó: “Esta es la suma ofensa para el que ha dado el cuerpo al
hombre, que la forma de éste desaparezca, por haber evitado la relación natural
con las mujeres”.
Es
pues el diablo el que los persuade a convertirse en infieles y seductores, para
odiarse y matarse convirtiéndose en bandoleros y ladrones, porque el pecado de la
homosexualidad lleva a las más vergonzosas violencias y a todos los vicios. Y
cuando todos estos pecados se hayan manifestado al mismo tiempo en el pueblo,
entonces la constitución de la ley de Dios se quebrantará y la iglesia será
perseguida como una viuda. Y los príncipes, los aristócratas y los ricos serán
echados de sus posesiones por la gente de menor rango y serán puestos en fuga
de ciudad en ciudad, y su nobleza será aniquilada y los ricos se verán
reducidos a la pobreza. Todas estas cosas ocurrirán cuando la antigua serpiente
insinúe en el pueblo la voluntad de cambiar vestidos y costumbres. Los hombres
le obedecerán, añadiendo allí un detalle, quitando en otra parte otro, deseosos
de novedades y de cambios constantes.
El
antiguo enemigo y todos los otros malos espíritus, que perdieron su belleza
pero no el soplo de la racionalidad, por temor de su Creador no enseñan a
ninguna criatura mortal la forma de su perdición tal como es. Pero con sus
sugerencias infunden insidias en todos los hombres, a cada uno de modo
diferente, porque en todas las criaturas hallan algo de su malicia. Sin
embargo, Dios ha emprendido una gran batalla contra su impiedad a través de la
razón del hombre que resiste a la razón diabólica y los confunde. Esta lucha
durará hasta al final de los tiempos, cuando sean confundidos en todo y por
todo y el hombre que los haya vencido tendrá como recompensa la vida eterna.
En
esta visión se muestra el celo de Dios a través de un globo de color rojo y de
unas alas que lo abrazan por ambas partes, hacia arriba de un lado y de la otra
hacia abajo. El celo de Dios castiga los pecados en la caridad. Se muestran las
defensas con qué se deben proteger los que se salvarán.
X. El
hecho que hacia el oriente, fuera de la redondez de la tierra y a cierta
altura, se vea un globo rojo circundado por un círculo color zafiro, significa
que en la región oriental, que indica el origen de la justicia, el celo de
Dios, que supera el intelecto humano y se encuentra en lo alto de los secretos
celestes, se muestra en su potencia con la justicia de la caridad. Porque
aunque Dios juzgue con su potencia, sin embargo ejecuta sus juicios con la
caridad.
Desde
el globo, a la derecha y a la izquierda salen un par de alas en uno y otro
lado, y en ambas partes un ala se eleva hacia arriba, por una y otra parte de
la circunferencia, y al llegar a la cumbre las dos alas se encorvan a la una
frente a la otra como mirándose. Porque en la prosperidad y en las
adversidades, es decir con dulce inspiración o con áspera corrección, se
manifiesta la protección divina que custodia a los hombres, y abraza las cosas
que se elevan a lo alto por su amor, defendiéndolas en la excelencia de su
majestad. En cambio la segunda ala de ambas partes, baja hasta mitad de la
circunferencia de la tierra, de forma que estas dos alas circundan la
circunferencia de la tierra hasta la mitad, como abrazándola por encima del
firmamento. Ya que como la defensa celeste protege las cosas que están en los
cielos, así también defiende las que están en tierra, inclinándose para llevar
a la plenitud la buena voluntad de los hombres rodeándola con el abrazo del
amor verdadero.
A
través del círculo rojo, que como un arco se extiende por el exterior de la
parte occidental, se representa la amplitud de la venganza divina hacia los que
están fuera de la plenitud de la verdadera fe y del ámbito de las obras buenas.
XI. A
partir de aquel punto mediano, un círculo rojo como un arco tenso, encierra
toda la parte occidental externa y también parcialmente los sectores de las partes
meridional y septentrional confinantes con ella. Porque con la misma perfección
con que Dios en su misericordia protege a los que lo adoran, con el fuego de su
celo, emite su justo juicio y promueve una venganza de justa medida sobre los
que caminan fuera del ámbito de las buenas obras y sobre cuántos quedan fuera
integridad de la verdadera fe, condenándolos al castigo. Es decir, este círculo
va desde la extremidad del ala meridional, circunda la circunferencia por la
parte occidental y se encierra en la extremidad del ala septentrional, puesto
que, privándolos de la prosperidad de la vida presente por las culpas
cometidas, los echa en la aspereza de sus tormentos, porque no han observado la
verdad y la justicia. Y el hecho de que sobre la redondez de la tierra, por la
parte oriental entre los extremos de las dos alas, se vea algo como un edificio
que se eleva hacia aquel globo, significa que alejándose de las cosas
terrenales, por el surgir de la justicia y estando en el círculo de la
protección de Dios, la ciudad construida de piedras de vida, dirige la mirada
hacia el juicio de Dios y lo glorifica, porque las almas fieles alaban
continuamente Dios que ordena rectamente todas las cosas.
Trata
del edificio que se ve por encima de la redondez de la tierra, de la plaza y de
la estrella que estando sobre de ella manda sus rayos, y del otro globo y de
los rayos de las estrellas que resplandecen entre las alas, y de la distancia
de los espacios entre todas estas cosas. De qué manera se refieren a la ciudad
de Dios, que es la iglesia, y a Cristo, al Espíritu Santo con sus dones y a los
ángeles de la guarda, que custodian a los santos.
XII.
Sobre el globo y hacia la mitad de las alas se extiende una plaza oblonga.
Sobre ella brilla algo parecido a una estrella blanca porque está trazada una
calle desde el juicio de la potencia de Dios hasta el cumplimiento de su
protección sobre el que la virginidad florece. En ella se muestra al Hijo de
Dios Encarnado nacido de la Virgen, seguido, en la medida de sus fuerzas, por
una gran muchedumbre de los que quieren la virginidad y se proponen la
perfección con devota piedad. Más allá, entre la parte de arriba de estas dos
alas, se ve algo que se parece a un globo de fuego que emite rayos. Significa
que desde lo alto de la protección celeste, el Espíritu Santo se manifiesta
prodigando a sus elegidos múltiples dones. Y la distancia entre la redondez de
la tierra y el globo rojo, entre el globo rojo y la estrella blanca, y entre la
estrella blanca y el globo de fuego es la misma, porque el juicio de la
potencia de Dios y las obras de la virginidad además de los dones del Espíritu
Santo, no son diferentes entre sí, sino más bien concuerdan según una medida
armoniosa, ya que aquellos a los que la gracia del Espíritu Santo inspira, las
obras de santidad los confirman y el juicio divino los juzga con justicia.
Además,
entre las dos primeras alas de una y otra parte de la plaza, se distinguen
rayos luminosos que partiendo del globo rojo circundan la estrella y de ella
van hacia el globo de fuego. Significa que la protección que viene de lo alto
de los cielos, circunda y defiende por todos los lados las calles de la
virginidad, y que por su invencible potencia aquella virginidad que tuvo
principio en el Hijo de Dios se consolida en la fuerza del Espíritu Santo, y en
todo lugar está confiada a la custodia de los espíritus angélicos. Porque la
virginidad, compañera de los ángeles, es digna de gozar de su compañía. En
efecto, mi Hijo recoge cerca de sí en la dulzura de su humanidad a los que le
imitan en la fiel devoción de la castidad y que, temiendo el juicio de Dios e
inspirados por el Espíritu Santo, reviven en su cuerpo la pasión del Hijo y
resisten a la concupiscencia de la carne.
De las
tinieblas exteriores y de los castigos y padecimientos de diferente tipo, en
los que las almas de los condenados junto al diablo y a sus seguidores son
atormentadas. En qué partes se encuentran, y como nadie que todavía viva en el
cuerpo pueda comprender las terribles penas del infierno.
XIII.
En cambio hacia occidente, fuera de la redondez de la tierra, se ven tinieblas,
que desde ambas partes de la redondez se encorvan hasta su centro, donde
desciende la segunda pareja de alas. Aquellas tinieblas externas están fuera en
el espacio del mundo, y se extienden por una parte hasta mitad de la zona meridional
y por la otra hasta mitad de la septentrional, y así se yerguen como resultado
de la malvada rebelión contra la plenitud de la protección de Dios. En ellas el
antiguo enemigo, que es su señor, goza infligiendo tormentos a las almas
entregadas al olvido. Dentro de estas tinieblas, en la parte entre occidente y
el norte, hay tinieblas más densas y ardientes, que tienen la forma de una boca
horrible abierta como para devorar, y ellas, que están en el exterior del
mundo, son la boca del infierno con toda su aspereza. Devoran las almas de los
condenados torturándolas con atroces tormentos, ya que han seguido al diablo
cumpliendo las obras infernales en lugar de querer a Dios.
Estas
tinieblas están contiguas a otras tinieblas aún más densas, infinitamente
horrorosas, que están en el exterior de ellas, como si fueran su boca abierta.
Éstos son los lugares infernales en que hay abundancia de todos los tormentos y
no hay ningún consuelo. Están separadas de los demás castigos porque son más
ásperas que ellos y devoran todas aquellas cosas que Dios juzga que tienen que
ser precipitadas en el olvido. En ellas son torturadas todas las almas que han
vivido en el olvido de su Creador, en la falta absoluta de fe y por haber cumplido
acciones execrables. Por esta razón estas tinieblas infinitas se sabe que
existen, pero no se ven, ya que el infierno y sus atroces tormentos el hombre
puede conocerlos con su inteligencia, pero mientras viva en el cuerpo no puede
verlos en su plenitud con los ojos mortales, y no es tampoco capaz de
distinguir que tormentos hay y cuántos son, como tampoco conoce ni su misma
alma, ni cuáles son sus méritos, mientras viva en el mundo.
Dios,
única vida que existe por sí misma, no recibió el ser de nadie, pero ha dado el
ser a todas las cosas. Sobre la creación de los ángeles, la ruina de los
espíritus soberbios y el consuelo de los espíritus beatos. Cómo el diablo no
puede destruir el número de los que serán salvados, aunque siempre persiga este
objetivo.
XIV.
Dios pues, que ha hecho todas estas cosas, es la única vida de la que brota
toda vida, así, como los rayos emanan del sol, y es aquel fuego del que se
enciende todo fuego que se vuelve hacia la beatitud, como las chispas manan del
fuego. ¿Y como podría ser que nada vivo estuviera unido a esta vida, que este
fuego no calentara ni iluminara nada? ¿Cómo podría no manar vida y claror de la
divinidad que es vida desde antes de todos los tiempos? ¿A quien favorecería
una luz encendida por el fuego, si no resplandeciera para nadie, cuando ni
esconde el fuego su luz, ni el sol sus rayos?
Dios
es en realidad aquella vida de la que la fila de los ángeles ha sido encendida,
como las chispas manan del fuego. Ahora bien, esta vida no puede dejar de
brillar y su claridad no puede reducirse, porque en ella no puede habitar la
muerte. ¿Qué quiere decir todo esto? Dios solo es de sí y en sí y no ha tenido
el ser de nadie, mientras que toda criatura ha tenido el ser de Él.
Él
creó algunos espíritus de alta dignidad y puso a su cabeza un gran príncipe.
Todos dirigieron a él la mirada, como se mira una lámpara en la que arde una
llama luminosa, porque en él refulgían todos sus resplandores como piedras
preciosas. Pero éste busco un lugar vacío y en él quiso poner su trono. Por
eso, junto con todo su ejército, fue echado como paja en el pozo del infierno,
dónde las tinieblas externas y la boca del pozo infernal y el pozo mismo fueron
preparadas para acoger su caída. Aquel pozo es desmedido, como el número de los
ángeles perdidos es innumerable. En efecto, para destruir la semejanza con que
quiso ser como Dios, le fueron preparadas las tinieblas. Y por la discordia
inadmisible que introdujo entre el ejército de Dios y el propio, fue hecho por
Dios la boca del infierno. Y por aquella envidia por que no quiso en ningún modo
reconocer a Dios fue dispuesto el pozo infernal. Luego, Dios circundó los
espíritus beatos con la fuerza de su majestad de modo que las asombrosas
astucias del antiguo seductor no puedan aterrorizarlos jamás, y llenó sus ojos
con su claridad, para que se deleiten para siempre en contemplar su rostro. Su
poder sobre el infierno es tan vasto, que el antiguo seductor no podrá
disminuir ni con guerras ni con artificios la plenitud del número de los
rescatados, él que fue capaz de darse a sí mismo la muerte como hacen las
víboras.
Para
el hombre creado en la virtud del divino resplandor, pero engañado por el
fraude del diablo, Dios creó un vestido hecho de aire, y después de tenerlo tan
revestido lo expulsó del paraíso, desterrándolo en el mundo para que lavara la
culpa de la desobediencia. Cómo se nubló la belleza originaria de la creación
simultáneamente a la expulsión del hombre. Cómo el hombre ahora vive y obra con
la ayuda de los elementos.
XV.
Luego Dios en el resplandor de su virtud hizo al hombre y le coloco en la luz
inextinguible del paraíso para que fuera incorruptible como sus frutos. Pero el
hombre se aferró a la desobediencia, y así se dio cuenta de que estaba desnudo.
Esto agradó mucho al diablo, que lo había desvestido, porque como él, había
perdido la belleza de su gloria. Desde entonces Dios se le apareció como un
extraño, en una llama, o en una nube incolora, también se mostró con el rostro
cubierto como a Moisés y a otros que le fueron queridos. No quiso que el hombre
quedara así, porque había decidido que llegaría el tiempo en que su Hijo
vestiría el vestido de la humanidad. Le dio pues, el vestido aéreo de los
animales vivientes, porque Adán y Eva escucharon al animal cuando
desobedecieron el precepto divino. Y así fueron expulsados y obligados a vagar
como peregrinos miserables, y fueron sometidos a la corrupción con los demás
frutos de la tierra. En su caída y expulsión todas las criaturas del mundo
quedaron oscurecidas como los rayos del sol cuando resplandecen de tras una
nube densa, y del mismo modo, como por una nube, se oscureció la entrada del
paraíso al antiguo seductor, para que no pudiera entrar jamás.
Desde
entonces el hombre empezó a cumplir sus obras con las criaturas, porque del
mismo modo que el fuego enciende y consume todas las cosas, así hace el hombre
con las otras criaturas. Y en este fuego que invade y consume todas las cosas,
toda criatura está escondida, y también la criatura es cercana el agua, que
limpia todas las cosas. En efecto, el fuego arde con tal fuerza que no salvaría
nada si no fuera templado por el agua. Y como el agua ha sido puesta cerca del
fuego para moderarlo, así la humanidad se unió a la divinidad para alcanzar el
perdón, porque no le favorecería al hombre yacer en las tinieblas sin emitir
alguna luz. El ser humano recibe del fuego la forma sólida y el agua lo invade;
así consigue su forma corpórea y por esta razón cuando Dios hace las formas de
arcilla las modela con el fuego y con el agua.
Pues
Dios es la luz viviente de la que resplandecen todas las luces, y el hombre
mismo existe gracias a la divina luz de vida. Pero Dios también es fuego; por
tanto al hombre lo ha cocido con el fuego y lo ha amasado con el agua, y por
esto cuando hay demasiado calor en el agua del cuerpo del hombre, este enrojece
y rezuma. ¿Y como podría quedar oscurecido el hombre que resplandece de la luz?
¿Y como podría no moverse, si tiene la vida del fuego? Si el hombre fuera
inactivo y no tuviera una morada, sería nada.
Por
tanto Dios que es luz y fuego vivifica al hombre con el alma y lo hace moverse
con la razón, como con el sonido de la palabra creó el mundo entero e hizo de
el la morada del hombre, que está en el mundo con todo lo que le ayuda a
actuar. Dios lo hizo perfecto sobre todas las cosas.
Nadie
habría podido arrancar al hombre de la perdición, ni vencer a su engañador, el
diablo, sino solo Dios. Palabras del apóstol Juan en el Apocalipsis referentes
al odio y la persecución de la serpiente contra la mujer y la semilla de esta.
Cómo la mujer fue ayudada por la tierra.
XVI.
Pero ¿quién habría podido levantar al hombre perdido que, engañado, se olvidó
de su Creador, sino el que sin ser oscurecido por la nube de la ignorancia
compartió su dolor? Y así, cuando el diablo vio a la mujer vestida, en su
ciencia envidiosa, se dio cuenta de que había sido la causa de su exilio del
cielo. Refunfuñando para sí, se preguntó con qué objeto Dios le había dado
aquel vestido, como está escrito en el Apocalipsis: “Y cuando el dragón se vio
precipitado sobre la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo
varón. Pero se le dieron a la mujer dos grandes alas de águila, para que volara
al lugar desierto que la estaba destinado, dónde será nutrida por un tiempo y
unos tiempos y la mitad de un tiempo, lejos de la mirada de la serpiente”. (Ap
12,13-14). Se interpreta así: la antigua serpiente, viendo que había perdido el
lugar donde quiso poner su sede, ya que fue echado en el infierno, exacerbó su
cólera contra la mujer reconociendo en ella la raíz del género humano, ya que
es ella la que pare. Su odio creció al extremo y se dijo que no dejaría nunca
de perseguirla hasta que no la destruyera ahogándola en el agua del mar, tras
haberla engañado primero.
Pero
ella, sufriendo los dolores del parto, buscó con todas sus fuerzas la ayuda del
consuelo, y sustentada por la protección divina se opuso al diablo por todos
los medios. En efecto, se le han dado dos baluartes para su felicidad, es
decir, el deseo celeste y la salvación del alma, para que con ellos busque
refugio en el secreto de su corazón. En él, ella recibió el alimento de la
salvación en el tiempo anterior al diluvio, y en los tiempos siguientes al
diluvio y en la mitad del tiempo transcurrido entre la época de la
circuncisión, antes de la Encarnación del Hijo, hasta la plenitud del tiempo
del anuncio evangélico, en el cual se manifestó la plenitud del auténtico y
justo orden contra la antigua serpiente.
Antes
del diluvio, pero también después del diluvio y en el tiempo de la circuncisión
había algunos que adoraban a Dios y que consiguieron la redención de sus almas
en virtud de la sangre vertida por mi Hijo. Pero cuando vino el tiempo de la
encendida aurora, es decir la plenitud de la justicia, la antigua serpiente
quedó sorprendida y aterrorizada, porque una mujer, la Virgen, lo había
confundido completamente.
Por
tanto su furor estalló contra ella, como está escrito según mi voluntad: “Y la
serpiente vomitó por su boca un río de agua detrás de la mujer, para hacerla
arrastrar por la corriente, pero la tierra vino en socorro a la mujer”. (Ap
12,15-16). Se interpreta así: el antiguo perseguidor en su perversa codicia y
en el tiempo que siguió al tiempo de la rectitud, en el que la mujer había
engendrado al hombre, envió la incredulidad y la infidelidad a los pueblos de
los judíos y los paganos, intentando hacer con eso que, aterrorizada por las
muchas persecuciones, se sometiera o fuera completamente ahogada como un barco
que se sumerge en un naufragio, para que su nombre fuera borrado completamente
de la tierra, como se borra de la tierra lo que se hunde en la profundidad de
un río. Pero con la ayuda de la tierra la mujer permaneció firme, porque mi
Hijo recibió de ella el vestido de hombre, mi Hijo que soportó en su cuerpo
muchas ofensas y sufrimientos con el fin de confundir a la serpiente.
Dios
con la creación del mundo se glorificó a sí mismo, se mostró a la criatura
racional como Creador de todas las cosas, al mismo tiempo que exaltó al hombre,
sometiéndole todas las cosas que hay en el mundo. Cómo se tiene que interpretar
palabra por palabra la carta del principio del libro del Génesis a partir de
dónde está escrito: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra”, hasta éstas:
“Y fue la tarde y fue la mañana, primer día”.
XVII.
Por tanto, como ya se ha dicho, Dios dió al mundo el ornamento del cielo y el
fundamento de la tierra, y se glorificó a sí mismo. Levantó al hombre sobre las
cosas que hay en el mundo, sometiéndole todas las cosas terrenales, como enseña
mi siervo que conoció mis secretos, diciendo: “En el principio Dios creó los
cielos y la tierra”. (Gén 1,1). Se interpreta así: En el principio, es decir,
en el comienzo de todas las cosas, cuando éstas estaban concebidas en la
ciencia de Dios, Dios creó, es decir hizo proceder de sí, los cielos y la
tierra o bien la materia de todas las criaturas celestes y terrenales. El
cielo, materia luminosa y la tierra, materia turbia. Estas dos materias fueron
creadas simultáneamente y se manifestaron en un único círculo, que es el
círculo del poder de Dios sobre el cielo y sobre la tierra. De la claridad
divina, que es la eternidad, la materia luminosa centelleó como luz densa, y
fue esta la luz que resplandeció sobre la materia turbia. Dios no iluminó
enseguida el firmamento y la tierra, sino que hizo como el hombre, que cuando
se prepara para realizar una imagen, en un primer momento dibuja las formas y
luego las pinta con colores.
“La
tierra era informe y vacía, y las tinieblas revestían la superficie del
abismo”. (Gén 1,2). La tierra al principio era informe, es decir falta de
forma, e invisible, es decir falta de luz, porque no estaba iluminada todavía
por el resplandor de la luz, ni por la claridad del sol, ni por la luna y las
estrellas, y no producía frutos, porque no estaba arada ni labrada, y estaba
vacía, es decir indiferenciada, porque no tenia su plenitud al estar privada
del verdor, de las semillas, de la hierba, de las flores y de los árboles. No
se ha dicho, en cambio, que el cielo fuera informe y vacío, porque no estaba
destinado a producir frutos. Y las tinieblas, que no se habían disipado todavía
por el resplandor de la luz porque no existían todavía los cuerpos luminosos de
los astros, revestían la superficie del abismo, es decir la tierra misma,
hundida en una auténtica confusión, que es la superficie del abismo, ya que
ella es visible mientras el abismo está escondido de ella. En efecto la tierra
cubre el abismo como el cuerpo cubre el alma, haciéndola invisible.
“Y el
espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gén 1,2). El espíritu de Dios es la
vida, y esta vida dio a las aguas el movimiento para que se esparcieran y para
que por ellas la tierra se afianzara y no fuera dispersada como ceniza por el
viento. Porque como el Espíritu Santo se infunde en el hombre, así las aguas
corren revoltosamente y lavan todas las cosas sucias, como el Espíritu Santo
lava la suciedad de los pecados.
Y Dios
dijo: “Hágase la luz. Y la luz fue hecha” (Gén 1,3). Dios, que es luz
inextinguible que nada puede oscurecer, pronunció estas palabras que repicaron
como el trueno, diciendo: “Hágase la luz", y la luz existió, y enseguida
resplandeció una luz inextinguible e invisible a los hombres, que no será
oscurecida nunca, y a la que también se añadieron las esferas vivientes, o sea,
los ángeles, ya que Dios es vida, y su palabra no está inerte, sino que más
bien se manifiesta como vida. Y las palabras que pronunció, Dios las profirió
para su propia alabanza. No era, en efecto, la luz del sol, porque todavía el
sol no existía y además su resplandor no se manifiesta siempre sobre la tierra,
más bien a menudo está cubierto por las nubes.
“Y
Dios vio que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas, y llamó a la
luz día y a las tinieblas noche” (Gén 1,4-5). Dios vio que la luz era buena
porque reflejaba el resplandor de su rostro, y por tanto la separó de las
tinieblas, de modo que sus atributos no se mezclaran, porque una de las dos es
inagotable, mientras la otra se agota. De Dios pues, proviene el día, ya que
Dios ordenó con sus palabras que la luz fuera producida antes, y la llamó día.
No al día solar sino al día inextinguible que en lo alto de los cielos no está
oprimido por tiniebla alguna. Y llamó tinieblas, no a las que desaparecen con
la luz del sol sino a las que siempre quedan oscuras y no son tocadas tampoco
por la claridad de la luz. Y a aquellas tinieblas que estaban sobre la
superficie del abismo y que no las tocaba la luz, las llamó noche. La noche
dónde no llega nunca el día es ciega, y el día se separa de la noche y de su
ceguera porque es claro. Así Dios separó la luz de las tinieblas nocturnas.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, primer día”. (Gén 1, 5). En efecto la conclusión de
esta obra y su principio fueron una sola cosa en la perfección de la claridad,
porque cuando el Verbo de Dios ordenó que fuera hecha la luz, el principio de
ella fue como la mañana, pero su perfección, cuando se manifestó en su
plenitud, estuvo en la tarde.
También
hay otra interpretación.
Cómo
el Hijo de Dios nacido intemporalmente del Padre, es el principio en que todas
las cosas han sido creadas, así él, naciendo de una madre Virgen es el
principio de la creación y de la edificación de la iglesia, y el garante de la
justificación universal, para la cual no fueron suficientes la justicia de los
patriarcas ni los sacramentos de la ley, sino que ha sido renovada en la
predicación, en el bautismo, en la acogida del Evangelio y en la fe en la
Trinidad.
XVIII.
“En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Gén 1,1). Se interpreta
así: Al principio del comienzo del tiempo, Dios, al crear con su Verbo todas
las cosas, creó el cielo y la tierra, es decir una materia primera en la que
yacían escondidas todas las criaturas del cielo y la tierra que habrían venido
a la luz por obra del Verbo de Dios. Lo mismo hizo Dios en la creación con la
iglesia antes de construirla. Dios es en sí mismo el comienzo, el principio de
los principios, él está en su Hijo, que envió al mundo por la puerta áurea de
la virgen, en el secreto de su pudor. A través del Hijo, todas las cosas, es decir,
el cielo y la tierra, fueron creadas, como dice Juan Evangelista, el predilecto
de Dios. Y del mismo modo la justicia celeste y la terrenal fueron hechas en
él.
¿Pero
como puede ser principio el que antes del principio de los siglos ha nacido en
el Padre? Antes de los siglos nació en el Padre según el Espíritu, no según la
carne, mientras su Encarnación es el principio de la justicia, porque toda la
justicia que practicaron los santos en los tiempos antiguos, antes de su
nacimiento, no fue elemento vital de salvación ni fue capaz de rescatar a los
hombres. En cambio la justicia que tuvo origen en él, es decir el bautismo y el
Evangelio y la fe en un sólo Dios en el nombre de la Santa Trinidad, ésta es la
justicia que reconduce el hombre al paraíso.
Por
tanto él es el principio de la salvación por sus obras, como Adán con las suyas
fue el principio de la perdición. Y como él es el Verbo que creó todas las
criaturas, ya que todas han sido hechas a través de él, así su humanidad es el
principio de la edificación de la santa Iglesia. ¿Cómo ocurrió esto? Él estuvo
como una sombra en la predicación llegada. Desde Abel hasta el nacimiento del
Hijo de Dios cada práctica de justicia fue como la sombra de la Iglesia, nacida
de la sangre del costado de Cristo. En la regeneración por obra del espíritu y
del agua, que no existió nunca antes, excepto cuanto Juan el Bautista la
adelantó con la sombra del bautismo, la Iglesia apareció entonces en su plena
realidad, ya que el mismo Cristo, que fue preanunciado por los profetas como en
sombra antes de su nacimiento, se manifestó con su cuerpo de hombre, como David
dice en los Salmos por mi inspiración:
Palabras
del profeta David en el primer Salmo. Como se han de interpretar en relación a
la Encarnación del Hijo de Dios y a la fecundidad de los frutos de su doctrina
por todo el mundo.
XIX.
“Y será como el árbol plantado al borde del agua, que dará fruto a su tiempo”.
(Sal 1,3). Se interpreta así: El Hijo de Dios, que siguió la voluntad del Padre
en todas las cosas, fue el árbol de la salvación, concebido por el Espíritu
Santo, de quien fluyen las aguas vivas, el árbol que llevó el fruto copioso de
la salvación cuando les enseñó a sus discípulos la doctrina de la iglesia en su
plenitud. En efecto, el Hijo de Dios en la divinidad fue como raíz en el
corazón del Padre y fuerza viva de la divinidad, y descendiendo en el vientre
de la Virgen llevó en su humanidad la plenitud de los frutos. Porque como la
savia está en el verdear de la madera, así el Hijo de Dios estuvo desde siempre
en el Padre, hasta que en el tiempo predestinado llegó para hacerse hombre,
cuando se volvió comida de vida para los que viven en el espíritu. El cielo fue
testigo del Hijo de Dios mientras habitó junto al Padre, la tierra fue testigo
suyo cuando yació en el pesebre, y el agua lo conoció cuando caminó sobre el
mar. Sin embargo, aunque su pueblo pudiera verlo corporalmente, sin embargo no
reconocieron que fuera Dios.
Las
palabras: “La tierra estaba informe y vacía, y las tinieblas revestían la
superficie del abismo”, tienen que ser interpretadas alegóricamente como
referentes a los incrédulos, que están vacíos de obras buenas y están cubiertos
de tinieblas por su falta de fe. Y las palabras que siguen, “Y el espíritu de
Dios aleteaba sobre las aguas”, han encontrado su cumplimiento en los apóstoles
y en el pueblo de los fieles por gracia del Espíritu Santo.
XX.
“La tierra estaba informe y vacía, y las tinieblas revestían la superficie del
abismo” (Gén 1,2). Todas las gentes, es decir los judíos y los gentiles, que
habitaron sobre la superficie del abismo, es decir la tierra, fueron ciegos,
sordos e incapaces de reconocer a Dios porque su espíritu estaba engañado por
una fe vana, y fueron privados de buenas obras, ya que no las cumplieron
siguiendo la doctrina del Hijo del Altísimo, hasta que él no subió al Padre. Y
así sobre la tierra, que es la superficie del abismo, estaban las tinieblas de
la incredulidad, en las que vivieron como ciegos cuánto no reconocieron a Dios.
“Y el
espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”. (Gén 1,2). Tras la ascensión del
Señor el fuego del Espíritu Santo aleteó sobre las aguas, es decir sobre los
apóstoles, surgidos del amor del Hijo según la voluntad del Padre. Y lo mismo
que en la creación del mundo las aguas fueron hechas antes que todas las otras
criaturas, así también los apóstoles fueron los primeros entre los doctores de
la iglesia. Y como aquellas aguas tienen su origen en la creación del mundo, y
de ellas fluyen todas las aguas, así de los primeros doctores, los apóstoles,
se han multiplicado los doctores de la iglesia, como testimonia en el salmo
David, diciendo:
Palabras
de David en el Salmo XXVIII, conformes a la doctrina apostólica, y como deben
ser interpretadas.
XXI.
“La voz del Dios se hace sentir sobre las aguas, el Dios majestuoso hace
estallar la tormenta” (Sal 29,3). Se interpreta así: En primer lugar suena la
voz, y lleva en sí la fuerza de la palabra, de forma que se pueda conocer y
comprender lo que anuncia. Por tanto la voz del que domina sobre todo, bajó sobre
las aguas, es decir sobre los profetas, cuando les reveló muchos secretos del
cielo y la tierra, y Dios, que es Dios de majestad porque es omnipotente, la
hizo tronar fuertemente, cuando mandó a su Hijo al mundo. En aquel tiempo el
Señor de todos los pueblos también mandó el Espíritu Santo sobre los apóstoles
y los otros creyentes, que se multiplicaron en la fe católica, y los mandó que
su doctrina penetrara por todas partes sobre la tierra. Los hombres pudieron
ver al Hijo de Dios en forma de hombre, pero no supieron cómo fue concebido y
como nació. A veces la voz del Señor es extraña e incomprensible, pero la
Palabra se reconoce y puede ser comprendida y por ella el hombre puede conocer
en la fe a Dios, que les mandó a los hombres las profecías de que las que el
agua es símbolo. Por tanto se reconoce en ellas como el señor de los profetas.
De qué
manera las palabras de Dios que dice “Hágase la luz” y todas las otras hasta “Y
pasó la tarde y pasó la mañana, primer día”, han sido cumplidas en el origen de
la fe cristiana, en la predicación de los apóstoles y en la separación entre
los fieles y los incrédulos, según la interpretación alegórica.
XXII.
“Y dijo Dios: Hágase la luz. Y la luz fue hecha”. (Gén 1,3). Dios les habló a
los apóstoles a través del Espíritu Santo, diciendo: “Sed como una lámpara
encendida y enseñad la verdadera doctrina en el nombre del Santa Trinidad”. Y
ellos, de repente, inflamados por el Espíritu Santo, abrieron la puerta de la
habitación en que estaban encerrados y se volvieron como una única luz, que
resplandeció en el mundo con su doctrina.
“Y
Dios vio que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas, y llamó a la
luz día y a las tinieblas noche” (Gén 1,4-5). Dios vio que ellos habían sido
una luz útil al mundo, y separó la luz, los apóstoles, de las tinieblas, es
decir de la falta de fe de los incrédulos. Y llamó a esta luz día, aquel único
día que resplandece en el mundo en su predicación por obra de su Palabra, el
Hijo que les habla en la carne, y a las tinieblas, es decir la incredulidad de
los infieles, las llamó noche.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, primer día” (Gén 1,5). Ya que la falta de fe de los
incrédulos empezó a declinar como el ocaso del anochecer, el primer día se
cumplió, pasó la tarde, con la desaparición de la incredulidad y llegó la
mañana al surgir primera luz, es decir el principio de la fe de los creyentes.
Esta es la única y verdadera fe, por la cual creemos en un único Dios, fe
nacida primeramente en Abel y consumada con pleno cumplimiento en Cristo. Pues
por la tarde la fe llega al conocimiento del Hijo de Dios y su obra de
salvación, puesto que el primer día durará hasta al final del mundo, porque
Abel fue como la mañana y el Hijo de Dios la tarde. También hay otra
interpretación:
Cómo
estas mismas cosas, que están escritas en el Génesis sobre la creación del
cielo y la tierra, o bien la obra del primer día, según la interpretación moral
se encuentren en la condición del hombre, que está compuesto por diversas
naturalezas en el alma y en el cuerpo.
XXIII.
“En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Gén 1,1). Se interpreta
así: Cuando Yo, Dios, casi al principio de la creación, hago al hombre con
buenas inclinaciones, creo en él la ciencia viva del bien y el mal de modo que
evite el mal y me imite a Mí, el Padre, en el bien, porque le he dado la
capacidad de distinguir el bien del mal, haciéndolo a mi semejanza, para que
con esta ciencia pueda conocer a todas las criaturas y conociéndolas tenga
después de mí el poder sobre de ellas. Pero el hombre por su gran vanidad se
alejó de Mí, y, persuadido por el diablo, cayó en las deplorables
preocupaciones del pecado, porque nacido en la frágil naturaleza de Adán
abandonó la alegre ciencia que nunca lo habría herido de ningún modo. Y sin
embargo en su alma ha mantenido el anhelo de los dignos suspiros dirigidos a
los deseos celestes, y en eso casi está hecho de cielo, mientras en la carne
siempre se mantienen los deseos terrenales y por este motivo, a causa de la
fragilidad que se deriva de Adán y de los insidiosos consejos del diablo, no
puede quedar inmune del pecado, y en eso casi está hecho de tierra.
“La
tierra era informe y vacía, y las tinieblas revestían la superficie del abismo”
(Gén 1,2). El hombre, que no logra nunca ser estable en sus costumbres, es todo
vanidad y ondea como las oleadas del mar. Pero como en la creación del mundo
las criaturas proceden de la primera materia ordenadamente, la una después de
la otra, así el hombre en razón de los deseos buenos debería subir de virtud en
virtud, según el modo en que lo he creado al principio. En cambio ahora, a
causa del consejo del diablo, vuelca los buenos deseos en gran vanidad, como se
ha dicho, y en esta vanidad de las costumbres es propenso a descuidar las
buenas obras. Por todo esto se sumerge en actividades oscuras, conformes a sus
malos comportamientos, y éstos le dominan el cuerpo, ya que quién comete pecado
se hace esclavo del pecado. Y el cuerpo es como la superficie del abismo,
mientras que el alma es como el abismo, porque el cuerpo es visible y palpable
como la superficie del abismo, y en cambio el alma es invisible e impalpable
como el abismo que está cubierto por la tierra.
“Y el
espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”. (Gén 1,2). Cuando el hombre de fe
se ve envuelto en sus pecados, a veces suspira dirigiéndole a Dios. ¿Cómo es
posible? Por la aflicción que nace en él por la gracia del Espíritu Santo llora
amargas lágrimas, porque los suspiros del hombre siempre preceden a las buenas
obras. Y como al principio de la creación, las aguas, producidas por el soplo
del espíritu de Dios antes que todas las otras criaturas, son mencionadas
especialmente como símbolo del Espíritu Santo, así el Espíritu Santo antes del
principio de las buenas obras produce lágrimas en el corazón del hombre.
“Y
dijo Dios: Hágase la luz. Y la luz fue hecha”. (Gén 1,3). Exhortándonos por
obra del Espíritu Santo, Dios dice: “Ahora pueden ser edificadas las buenas
obras en este hombre, después de la aflicción del corazón, y puede ocasionarse
en él el reverdecer de los frutos, por tanto, que en su alma sea hecha la luz”.
Entonces el hombre, sin olvidar la tristeza del arrepentimiento, se eleva en la
luz de las buenas obras. ¿Cómo es posible? Corrigiendo en sí mismo los ilícitos
deseos de los placeres carnales y absteniéndose del mal, comenzando a obrar en
aquella nueva luz, que primero no reconoció, cuando durmió entre los seductores
deseos de la carne. Así empezará a hacer obras que lo harán luminoso.
“Y
Dios vio que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas. Y llamó a la
luz día y a las tinieblas noche” (Gén 1,4-5). Y cuando Dios vio que el hombre
comenzó a obrar el bien y que su casa era tan resplandeciente, reconociendo en
él el principio del bien volvió hacia de él su mirada y lo abrazó amorosamente.
Así, desde el principio, las obras luminosas están separadas, para evitar el
contagio con los actos tenebrosos que llevan al castigo. Quién las mantiene
separadas es Dios que, viendo el bien en el hombre, le aleja del mal. Y
denomina a las buenas obras como luminoso día de la salvación, porque en estas
buenas obras vuelve a llamar hacia sí a las almas de la perdición que tuvo
origen en Adán. Las obras contrarias las denomina noche de la perdición, que
tiene como fundamento el diablo, padre del homicidio.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, primer día”. (Gén 1,5). De este modo, en el hombre,
si la costumbre vespertina de las obras malas antecede al primer inicio de las
buenas obras, es como el amanecer de la mañana de la incomparable virtud.
Porque dejando el mal se adhirió al bien, puesto que el dolor de los pecados es
la primera virtud de la luz.
Cómo
se tienen que interpretar las palabras que tratan de la constitución del
firmamento y la división de las aguas. Palabras de David del Salmo XVIII que
tratan de este tema.
XXIV.
Y Dios dijo: “Que haya un firmamento entre las aguas para separar unas aguas de
las otras” (Gén 1,6). Se interpreta así: Dios, que es luz inextinguible, con su
Palabra abrasadora ordenó que existiera el firmamento, es decir esta forma
redondeada que está estabilizada por los astros celestes de modo que no pueda
caer. Y la puso entre las aguas, separando así unas aguas de las otras. Contuvo
las aguas que crecían hacia arriba como montañas, y como una montaña no se cae,
así tampoco ellas descienden y se quedan dónde él las ha puesto, recogiendo las
aguas del mar como en un odre, que es el firmamento. Y puso los abismos en las
cámaras de su tesoro, que es la tierra. La tierra es la cámara del tesoro que
encierra a los vivientes, que Dios representó en el arca de Noé, que hizo
flotar entre las aguas después de haber encerrado a todas las criaturas.
De
este modo Dios puso el firmamento entre las aguas que había separado, para que
estuvieran divididas las aguas unas de otras. Dios hizo esta división antes de
iluminar el firmamento, que estuvo en su sitio, todavía sin iluminar y sin
girar, esperando el momento en que el Creador lo iluminase. Al igual que toda
criatura existe en un primer momento como raíz, y luego se multiplica
engendrando, pues en invierno la raíz está escondida, y en verano se manifiesta
con el verdor y con la floración, así Dios dibujó con su compás a las criaturas
de la tierra, y luego les dio vida de acuerdo a cada una según su naturaleza.
Pero sólo al hombre le inspiró la vida con su aliento, mientras que a las otras
criaturas las vivificó con el soplo del aire que transpasó las nubes.
“Y
Dios hizo el firmamento que separa las aguas que están debajo del firmamento de
las que están sobre el firmamento. Y Dios vio que era bueno” (Gén 1,7). Dios
estableció el firmamento para dividir las aguas que estaban sobre y bajo él, y
de este modo apareció el firmamento.
Y Dios
llamó al firmamento cielo, porque todo lo que sustenta a otras cosas se llama
justamente su firmamento. Por tanto llamó cielo al firmamento, porque es el
lugar más superior de todos y cuenta eternamente su gloria, y el hombre, aunque
lo mire, no puede conocerlo completamente, como por lo demás el hombre no
conoce perfectamente a Dios, al que ve a través de la fe. El cielo, que es la
vivienda de Dios, el hombre no lo ve si no se vuelve primero todo espiritual,
porque sobresale por encima de sus sentidos y de su ciencia. Razón por la que
el profeta dice: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia
la obra de sus manos”. (Sal 19,2). Se interpreta así: Todas las partes del
firmamento son llamadas justamente cielo, ya que Dios sólo las hizo de si y no
necesitó la ciencia de ninguna criatura, puesto que nadie puede con sus
sentidos explicar como lo ha hecho. Por tanto ellas cuentan los milagros de
Dios, porque él los ha representado en el firmamento como en un espejo, y así
el sol enseña la divinidad y la luna la humanidad del Hijo de Dios, y las
estrellas revelan los demás secretos. Así se acercará a aquel Dios que es Dios
y hombre, una muchedumbre tan grande de creyentes que nadie podrá contarlos,
porque Dios es infinito en su gloria. El firmamento, además, con su luz anuncia
al hombre, que es obra de las manos de Dios y está construido a su imagen y a
semejanza. Por esta razón, en él firmamento el hombre reconoce todas las
señales que en él se manifiestan.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, segundo día”. Dios acabó su obra en el firmamento con
el mismo afán con que la empezó, porque dispone en la equidad todas las cosas. Hay
otra interpretación:
Según
la interpretación alegórica, el firmamento puede ser considerado como Cristo o
como la fe en Cristo, la división de las aguas como el firme distinción de la
fe misma, según la cual, los fieles se separan de los infieles, y la tarde y la
mañana, como el ocaso del vicio y el surgir virtud.
XXV. Y
Dios dijo: “Que haya un firmamento entre las aguas para separar unas aguas de
las otras” (Gén 1,6). Se interpreta así: Dios dijo: Sea hecho el firmamento de
la fe entre los pueblos de los infieles, es decir, que ellos escuchen la
predicación de los apóstoles y quién quiera acoja su enseñanza. Y que éste
divida las aguas, es decir los creyentes, de las aguas, es decir los judíos y
paganos que no creerán, como dijo mi Hijo a los judíos: “El reino de Dios se os
quitará y se dará a un pueblo que lo hará fructificar”. (Mt 21,43). Esto se
interpreta así: Vosotros, que sois incrédulos, habéis perdido vuestra herencia
por esta falta de fe. Por esta razón según el justo juicio de Dios os será quitado
el reino en que habríais tenido que reinar con Dios y será dado a los que,
librándose de los pecados, producirán frutos por los que será glorificado el
reino de Dios. En efecto, en los corazones de los incrédulos hay gran dureza, y
no obran según la ciencia del bien, sino según los deseos ilícitos de sus
corazones.
La
razón es la materia de la que está hecha la ciencia del bien y el mal, y ella
edifica y destruye como un artesano. Quién estima la luz de la fe edifica su
casa en la Jerusalén celeste, pero quien la rechaza, destruye su casa, dejando
el honor y la santidad de la herencia celeste. Y como en todas las cosas que
hace, obra según la concupiscencia derivada del pecado de la manzana, todas sus
obras son oscuras, porque están hechas en las tinieblas, evitando la luz. Pues
los no creyentes rechazaron la verdadera luz, es decir el Hijo de Dios, y no
quisieron verlo ni cumplir sus obras y por tanto perdieron su herencia, en
cambio los que lo acogieron con fe y actuaron según sus reglas, consiguieron el
reino de los cielos en virtud del regalo de su sangre.
“Y
Dios hizo el firmamento que separa las aguas que están debajo del firmamento de
las que están sobre el firmamento. Y Dios vio que era bueno” (Gén 1,7). Dios
puso la predicación de los apóstoles como firmamento de cuantos escucharon con
fe. Y dividió las aguas, es decir, a los pueblos infieles, que quedaron bajo el
firmamento, ocupados en cosas terrenales tales como ídolos y cosas parecidas,
los separó de aquellos otros hombres que estuvieron sobre el firmamento, es
decir se basaron en Cristo.
Y Dios
llamó al firmamento cielo. Con eso se entiende la fe, porque ella es la gran y
estable ciudad que contiene las obras celestes. ¿Qué quiere decir? Que es la
ciudad que contiene todas las órdenes sagradas de la iglesia y que conduce la
batalla victoriosa contra la falta de fe de todos los incrédulos.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, segundo día” (Gén l, 8). La delimitación de los
corazones de los no creyentes fue hecha aquel día con el surgir del firmamento,
es decir de la fe verdadera, y fue el segundo día, porque creer en Cristo es
como la segunda luz de la fe.
Como
todavía el segundo día no tuvo astros celestes, así la fe sin las obras
luminosas no es cosa digna de alabanza, y por esto no está escrito respecto de
la obra de este día como lo está en la obra de los restantes días, “Y vio Dios
que era bueno”.
XXVI.
Aquí no se ha dicho: “Y vio Dios que era bueno” (Gén 1,7), porque la ardiente
obra de la fe y de todas las demás virtudes no se habían manifestado todavía en
las obras sino sólo en la escucha de las gentes, que no habían saboreado
todavía el gusto en las obras. Y como el hombre no sabe que alimento es bueno
si no lo ha probado, así todavía los hombres no habían probado las obras de la
fe para cumplirlas y, como en una sombra, solamente habían oído hablar de
ellas. Por tanto, como el firmamento estuvo por encima del orbe terrenal sin
ser iluminado por el sol, la luna y las estrellas, así, en aquel tiempo, en la
segunda luz de la fe, la fe misma todavía estuvo a falta de las obras luminosas
establecidas según la justicia, y aquellos hombres oyeron solamente de la fe
como en penumbra. También hay otra interpretación:
Según
la interpretación moral, el firmamento debe ser entendido como la virtud del
discernimiento, con el cual cada fiel, sea en la vida activa como en la
contemplativa, aprende a distinguir las cosas necesarias y de las superfluas
con respecto al cuerpo, además de las saludables y las nocivas con respecto al
alma.
XXVII.
Y Dios dijo: “Hágase el firmamento entre las aguas, para separar unas aguas de
las otras” (Gen. 1). Se interpreta así: Dios habla a veces al hombre
ensanchándole el corazón. ¿Qué quiere decir? Qué le habla en la dulzura del
Espíritu Santo, porque brilla dentro del hombre como en su casa. Y entonces le
otorga los instrumentos de las virtudes para proteger la obra que ha iniciado
en él, de modo que no le falten los medios necesarios para practicar las
virtudes. Del mismo modo hizo en el cielo y en la tierra, donde no falta ninguna
de las criaturas necesarias al hombre. Cuando Dios lo ordenó, pues, fue hecho
el firmamento, que significa la capacidad de discernir la diferencia entre las
exigencias espirituales y las carnales de los hombres. Por eso el hombre debe
nutrir el deseo del cielo, y también cuidar la carne según sus necesidades, es
decir comportarse con discernimiento en estas cosas, para que no edifiquen las
buenas obras tan para arriba que se arriesgue al derrumbamiento, ni por otro
lado bajas a causa de las malas costumbres. Tiene que encontrar tiempo para
rogar llorando, tiempo para ocuparse de las buenas obras, y también tiempo para
proveer a las necesidades de la carne, para no desfallecer.
Cualesquiera
que sean los dones que el hombre haya recibido del Espíritu Santo, muchas veces
tiene que dedicarse a reponerlos de nuevo con discernimiento, y ejercer
asiduamente las virtudes como ellas lo exigen, y por ellas anhelar al cielo con
suspiros, dedicándose sólo al cuidado de la carne lo que es necesario. Al
reconocer estos dones del Espíritu Santo ha de rehuir la vanagloria, que Dios
aborrece, porque a causa de ella el hombre se rinde honor a sí mismo en lugar
de a Dios y desarraiga una tras otra todas las raíces del bien. Así se
convierte en inestable y ya no logra estar firmemente en un solo lugar, y la
gracia del Espíritu Santo no puede posarse en paz en tal ser humano.
“Y
Dios hizo el firmamento que separa las aguas que están debajo del firmamento de
las que están sobre el firmamento. Y Dios vio que era bueno” (Gén 1,7). También
ahora Dios pone todos los instrumentos de las virtudes en el hombre junto al
discernimiento, que se basa en la inspiración del Espíritu Santo, para que el
hombre sepa distinguir en sí todos estos instrumentos que Dios reconoce
provechosos, y ninguna de las virtudes que ha empezado a practicar se hunda en
el divagar de la mente. Y así Dios divide las necesidades terrenales y las
virtudes celestes, que el Espíritu Santo riega y que siempre acompañan a las
cosas del cielo, para que con ellas el hombre sigua a aspirando a la vida
contemplativa.
El
discernimiento controla estas virtudes como la dueña tiene bajo vigilancia a la
sirvienta, porque en las cosas terrenales que atañen la carne y que tienen que
ser sometidas al discernimiento es la misma señora la que quiere que la criada
esté a su servicio cerca de ella. Así el discernimiento es el firmamento que
tiene debajo de sí las cosas de la tierra, es decir la vida activa, y sobre sí
las cosas del cielo, es decir la vida contemplativa. El discernimiento es la
escalera que conduce a las mentes de los hombres a subir al cielo a través de
las buenas obras y por la que descienden a la tierra por las necesidades de la
carne, como Maria y Marta le ofrecieron a Dios favores diferentes, y él
agradeció ambos. Porque sobre uno y otro ha instituido los dos tipos de vida.
Así el firmamento de la virtud está en medio, entre una elección de vida y
otra, ya que el hombre por si mismo es capaz de discernimiento, y sabe tener en
justa cuenta las cosas del cielo y las de la tierra como Dios las ha
establecido.
“Y
Dios llamó al firmamento cielo” (Gén 1,8). Dios, por inspiración del Espíritu
Santo, llama en el hombre al discernimiento cielo, porque es realmente la más
certera representación del cielo. Pues, como el firmamento contiene en sí todos
los adornos que iluminan, gobiernan y encierran el mundo, así el discernimiento
tiene en sí todos los instrumentos de las virtudes, que provienen de Dios, por
los que son gobernados el cuerpo y el alma, de modo tal que aquellos escondidos
en la interioridad no desfallezcan nunca y aquéllos que se manifiestan al
exterior no sean ofuscados por la presunción.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, día segundo” (Gén 1,8). Así ocurre en aquel hombre
que en las buenas costumbres es vespertino, porque lleva a término sus obras en
el discernimiento. En efecto, Dios en el principio de cada virtud prevé su fin,
es decir sabe que ellas llegarán hasta él. Y en su fin aprecia su principio,
porque un buen principio no es provechoso sin un buen final, como dice en el
Evangelio Cristo, cuando habla sobre el esposo que habló así a las vírgenes
necias:
Testimonio
del evangelio, en el cual el esposo dice a las vírgenes necias: “No os
conozco”. A qué se refiere aquí y de qué manera debe ser interpretado.
XXVIII.
“En verdad, en verdad os digo: No os conozco”. (Mt 25,12) Se interpreta así: Yo
os digo con absoluta certeza que si, empujados por el gusto de la carne, obráis
según vuestros deseos, seréis extinguidos completamente: “No os conozco”,
porque conociéndome no habéis llegado hasta Mí cumpliendo las buenas obras de
las virtudes que he puesto delante de vosotros en la ciencia del bien, ni
habéis rogado para que os las conceda. Vosotros reprimís los suspiros de
vuestra alma y la obligáis a cumplir la voluntad de la carne sin pedirme
ninguna ayuda. ¿Quién puede contestar a alguien que no oye la voz ni las
palabras? Nadie. Y no me dirigís ninguna invocación. ¿Y qué don será dado a
quien no pregunta ni reclama, y rehúsa los regalos sin palabras? Realmente
nadie. Y no me preguntáis nada. Yo no reconozco a los que no me invocan con los
suspiros del alma, no me gritan con la mente y con el corazón, como si no se
acordaran de Mí, como si Yo no les hubiera dado la ciencia, y sobre todo, a los
que me provocan con obras perversas. A causa de la pereza que provoca en ellos
la necedad no vigilan en espera de mi llegada y, por abrazar el camino de la
carne, rechazan el discernimiento de las mentes virtuosas inflamadas por el
Espíritu Santo. Por tanto serán alejados de mi vista.
Eligen
una sola cosa y rechazan la otra, y se agarran con vigor a la tierra
descuidando el cielo para seguir sus placeres. Sólo llaman con la voz, quieren
entrar sin las obras, pero de este modo no se les puede abrir la puerta. Todas
las virtudes pueden valorarse tomando en consideración tanto las cosas celestes
como las terrenales, porque el hombre camina sobre la tierra y suspira por el
cielo, y en estos dos ámbitos tiene que elegir qué desea, hacer la voluntad de
Dios, u odiarlo, de modo que se acerque al cielo con el bien o se aleje por el
mal. Por esto se dice que Dios desconoce el principio de aquellos hombres de
quienes no aprueba el final. Como al final del mundo, que es mucho más útil que
su mismo principio, se manifestó la salvación en mi Hijo, porque en el
principio vino la perdición, y en cambio en el fin, la salvación, así también
un buen fin es mucho mejor que un buen principio. En tal modo el discernimiento
es la segunda luz de las buenas obras, como el segundo día.
Por
qué también, en un sentido moral, la obra del segundo día, aunque sea buena, no
es alabada por su bondad.
XXIX.
Aquí no se dice: “Y Dios vio que era bueno”, (Gén 1,7), porque la función del
discernimiento respecto a las otras virtudes no consiste en el obrar, como
ellas hacen, sino en la entrega a su servicio, como el firmamento es el sostén
de las cosas mismas que lo ponen en movimiento y encierra a las criaturas que
cumplen las obras, como si estuviera a su servicio. Las otras criaturas, sin
embargo, están al servicio del hombre, y por tanto son llamadas obradoras,
porque cumplen a su servicio todas las obras del día y la noche. Y como el
firmamento es el sostén de cada una de las cosas que han sido puestas en él,
cada una en su sitio, así el discernimiento no es una virtud obradora, porque
no obra como las otras virtudes, que son llamadas obradoras por su obrar, sino
que es solamente el sostén de las demás virtudes.
Como
se tienen que interpretar las palabras: “Que se reúnan las aguas”, hasta dónde
dice: “Y fue la tarde y fue la mañana, tercer día”.
XXX.
Luego Dios dijo: “Que las aguas que están bajo el cielo se reúnan en un único
lugar y aparezca lo seco. Y así ocurrió”. (Gén 1,9). Se interpreta así: Por
obra de la Palabra siempre viva, las aguas que quedaron bajo el firmamento confluyeron
en un único lugar, para que la tierra apareciera y no quedara sumergida e
informe, y esto fue hecho antes que fuera iluminado el firmamento, así que
cuando fue alumbrado por la luz de las estrellas pudo resplandecer sobre la
superficie de las aguas que se encontraban sobre la tierra, separadas de las
otras aguas.
Y Dios
llamó a lo seco, tierra, que es la madre de todas las cosas que brotan sobre la
tierra, porque también el primer hombre fue hecho por ella, y llamó mares a la
masa de las aguas, de la que fluyen las aguas como si fueran engendradas por
ellos.
“Y
Dios vio que era cosa buena, y dijo: Que la tierra produzca la vegetación:
hierba que dé semillas y árboles frutales de toda clase, que den fruto y
semilla a la tierra” Y así fue. (Gén 1,10-11). Dios vio que todas las cosas que
hizo estaban ordenadas para desarrollar su función, y por obra de su Palabra
viviente ordenó que la madre tierra reverdeciera, que brotasen hierbas floridas
que produjeran semillas para multiplicarse y renacer, ya que cada fruto lleva
en sí la semilla para que no se pierda su especie. Y mandó brotar árboles
frutales que dieran frutos comestibles, y también ellos en su especie tienen la
semilla, a través de la cual un nuevo árbol pueda brotar después de que la
semilla haya caído a la tierra. Y así se cumplió, como cuando un criado cumple
con buen ánimo las reglas del dueño, cuando el cabeza de familia le llama y le
confía sus asuntos indicándole que ha de hacer con cada uno de ellos. Así la
tierra se movió con alegría para cumplir en todos los detalles las órdenes de
su señor.
“Y la
tierra produjo vegetación, hierbas que producen semillas, cada una según su
especie, y árboles que producen fruto con semilla, cada uno según su especie”
(Gén 1,12), ya que como Dios mandó, la madre tierra produjo el verdecer de las
hierbas que llevan en sí la propia semilla, y el verdecer de los árboles que
llevan frutos correspondientes y renacen de la semilla, porque cuando sus
semillas caen sobre la tierra, otros renacen de nuevo de la misma especie e
iguales de forma. Y Dios vio que era cosa buena, porque todas las cosas
necesarias a la criatura humana, que no había sido creada todavía, se
desarrollaban de modo que nada faltase para las necesidades futuras de los
hombres.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, tercer día”. (Gén 1,13). Es decir el fin y el
principio en que se cumple la tercera obra, ya que Dios llevó a cabo las tres
obras de que se ha hablado en el ámbito de su ciencia, aunque no estuvieron
iluminadas todavía por la rotación de los astros. Y como el fuego quema en
silencio hasta que no lo refuerza el soplo del viento, pero empieza a
chisporrotear cuando el viento sopla, así la obra de Dios en su presciencia
quedó escondida y silenciosa, pero cuando fue despertada por virtud de la Palabra
viviente se hizo visible. Por tanto por mi inspiración ha sido escrito:
Palabra
de Dios en el libro del profeta Isaías, dónde dice: “Por mucho tiempo he
callado, me he callado, me he contenido, ahora gritaré como a una parturienta”.
Y en el Salmo según dónde dice: “Eres mi Hijo, hoy te he engendrado”. Porque
han sido puestas aquí y como tienen que ser comprendidas.
XXXI.
“Por mucho tiempo he callado, me he callado, me he contenido. Ahora gritaré
como una parturienta”. (Is 42,14). Se interpreta así: Yo, la profecía inspirada
a los profetas por el Espíritu Santo, he callado pacientemente, permanecí
silenciosa y tranquila. Pero ahora gritaré como la parturienta después de los
dolores. Callé antes de la Encarnación del Hijo de Dios, así que sus secretos
quedaron encerrados silenciosamente en Mí, y no los ofrecí a la mirada de
nadie, como el fuego tiene en si encerrado la llama que no se mueve por sí,
pero es movida por el viento. Pero ahora, después de que el Hijo de Dios ha
sufrido los tormentos en su cuerpo de carne sobre la cruz, hablaré como la
parturienta después de que han pasado los dolores y proferiré abiertamente con
alegría aquellas cosas que primero tuve escondidas. Los profetas ahogaron en el
silencio su voz, ya que no supieron completamente cuál era la ciencia que se
expresaba en sus palabras.
Por
tanto ellos mismos dijeron para sí: “¡Oh!, nosotros no vemos plenamente eso de
lo que hablamos, sin embargo sabemos que Dios lo manifestará cuando llegue su
tiempo” Y así lo soportaron con paciencia, encomendándose a la ciencia de Dios.
Dios
había hecho su obra a imagen suya para que estuviera a su servicio. Tras
crearla, la dotó de luz con la misma alegría con que la madre, inmediatamente
después de haber parido el niño que ha concebido, lo mira y, suspirando, le
dice: “Este es mi hijo”. Así el Padre celeste habla de su Hijo diciendo: “Eres
mi Hijo, hoy te he engendrado” (Sal 2,7). Este “Hoy” es la eternidad en que el
Hijo es eternamente igual al Padre en la divinidad. Después de su Encarnación
la profecía se iluminó claramente en aquellos santos hombres que habían hablado
a las gentes explicando las profecías de los antiguos profetas, como Dios
iluminó el firmamento con los astros luminosos. Según otra interpretación, Dios
dijo:
Dios
llamó a lo árido, tierra, y las aguas reunidas las llamó mares, se entiende
referido alegóricamente bajo muchos aspectos a la Iglesia, ya que ella fue
creada por la reunión de muchas gentes y se basa en la solidez de la fe. David
la llama tierra de los vivientes y el apóstol Juan en el Apocalipsis lo
denomina mar de cristal mezclado con fuego. En que sentido tienen que ser
entendidos estos testimonios.
XXXII.
“Que las aguas que están bajo el cielo se reúnan en un único lugar y aparezca
lo seco. Y así ocurrió”. (Gén 1,9). Se interpreta así: Dios reunió al pueblo de
los cristianos, que fueron combatidos por los paganos con persecuciones en
diferentes lugares, y los condujo a una única iglesia, y así aparecieron como
la tierra de los vivos, como dice el profeta: “Estoy seguro de contemplar la
bondad del Dios en la tierra de los vivos” (Sal 27 13). Se interpreta así: Yo,
que me empeño a seguir a Dios obrando cosas buenas, creo sin dudar que veré
aquellos bienes que pertenecen al que es el Señor de todo, en aquella tierra en
que viven los santos, que ya no temen los peligros de la muerte.
La
Palabra de Dios despierta las mentes dormidas de los hombres y les hace ver con
la verdadera visión de la fe, así que los que antes, en la incredulidad, fueron
tierra inculta, después, por gracia del Espíritu Santo, la Palabra los voltea
con el arado de la fe. Y así los cultiva para hacer de ellos la tierra de los
vivos, que floreciendo con todo el vigor, fructifica y produce la plenitud de
sus frutos, como los profetas dijeron a propósito de la Virgen que daría a luz
al Hijo de Dios. El Hijo de Dios con el arado de la verdadera fe levanta la
tierra dormida de sus santos, y así ellos brotan del agua viva del Espíritu
Santo como agua corriente. Y todo fue creado por orden de Dios como Dios quiso.
“Y Dios
llamó a lo seco, tierra y llamó mares a la masa de las aguas” (Gén 1,10). Así
el Dios de Israel dio a la Iglesia el nombre de la tierra prometida donde corre
leche y miel, porque ella es la dulzura y la blancura del reino celeste, que
refulgen con la profesión de fe en Dios, Padre del pueblo cristiano, proclamado
Dios en la verdadera Trinidad, al que los judíos no quisieron reconocer. A esta
iglesia constituida reuniendo las aguas, es decir, a los apóstoles, la llamaron
mar porque la discordia diabólica golpea contra las almas y contra los cuerpos,
y las tempestades de los malos cristianos y los paganos inundan la iglesia con
grandes peligros, intentando enviarla a la ruina, pero Dios, que es siempre
marinero y timonel de los suyos, los libera, porque ningún cristiano puede
entrar en la Jerusalén celeste, si no supera aquellas tempestades con la ayuda
de Dios.
La
iglesia es, pues, aquel mismo mar que vio el Evangelista Juan, el mar de
cristal mezclado con fuego de que habla en el Apocalipsis: “Y vi cómo un mar de
cristal mezclado con fuego y vi a los que vencieron a la bestia y a su imagen y
el número de su nombre, estaban sobre aquel mar de cristal, acompañando el
canto con citaras ante Dios y cantaban el cantar de Moisés, el siervo de Dios,
y el cántico del Cordero”. (Ap 15, 2- 3). Se interpreta así: Yo, a quien ha
sido enseñado los secretos de Dios, he visto con los ojos interiores a la
Iglesia, que Dios reunió uniendo el pueblo de los judíos y el de los paganos,
pura en la fe pero sacudida por muchas tribulaciones, y en ella los fieles
inflamados por el Espíritu Santo reconocieron y contemplaron el Dios viviente
en la verdadera fe, ya que la fe es como la sombra de la divinidad, que el
hombre mortal no puede ver. Y la sombra enseña la imagen de lo que no se ve,
como el compás dibuja una forma que todavía no ha sido formada, del mismo modo
el Hijo de Dios ordenó a Felipe, que deseaba ver al Padre, que le mirase,
porque quién ve le ve a él, ve al Padre. (Juan 14, 9)
La
santa divinidad se mantuvo escondida dentro de su humanidad, y la obra de la
doctrina con que iluminó el mundo entero se manifestó al mundo como una luz. Y
como el agua invade toda la tierra que es como su cuerpo, y la hace fecunda
para que nutra a todas las criaturas, así Dios quiso ser visto por las
criaturas de naturaleza humana, como lo ven los espíritus celestiales.
Y
luego vi a los que vencieron a la antigua serpiente y a sus miembros y todos
los ángeles alineados con él, ya que el lugar y el número de los espíritus
caídos será llenado por el hombre al que el diablo por envidia llevó fuera del
paraíso. Los vi, digo, de pie en la cumbre de la iglesia, porque mortificaron
su carne con las obras santas y con las señales con que deseaban alabar a Dios.
Esto en ellos fue la alabanza escrita por precepto de Dios, alabanza que Dios
estableció a las criaturas, porque como la Jerusalén celestial se basó en un
primer momento en piedras toscas que yacían por tierra, así la antigua ley, que
tenía en sí escondidas las cosas del espíritu, por fin empezó a comprenderle, y
con estos contenidos espirituales se fueron edificando después los muros de
esta ciudad.
Ellos
cantaban el cántico de Moisés, a semejanza del cantor que canta las cosas
presentes y futuras, aunque sean desconocidas y extrañas, y por las cuales
tanto suspiraban. Y así Moisés con la vieja ley casi fue el sonido de la voz en
que estuvo escondida la Palabra, es decir la humanidad del Salvador. Moisés,
que escribió simbólicamente sobre todas las maravillas de la Encarnación del
Hijo de Dios como Dios le enseñó.
Y
cantaban el cántico del Cordero, que es propio de las vírgenes que poseen el
Cordero de Dios en la fe, sacrificando las bodas de la carne y contemplándolo
en el amor como si estuvieran en su presencia, aunque no lo vean carnalmente.
Por este motivo es para ellas motivo de gran alegría el hecho de estar casadas
con el Rey supremo y de cantar sin parar dirigiéndose a él con el júbilo de la
alabanza, porque siempre anhelan la otra vida y suspiran por ella en el alma, y
le encomiendan a Dios todas sus preocupaciones, alabándolo con la voz y con las
obras.
El
vientre de la Iglesia como el de la tierra hace germinar la hierba fresca en la
sencillez de aquellos fieles que son como niños, y produce árboles frutales en
la sólida obra de los que son perfectos. Y como una semilla, el mérito de la fe
continuará siendo fecundo hasta el final en las generaciones de los creyentes.
Esto es el tercer día, es decir la claridad de la fe misma.
XXXIII
“Y Dios vio que era cosa buena, y dijo: Que la tierra produzca la vegetación:
hierba que dé semillas y árboles frutales de toda clase, que den fruto y
semilla a la tierra” Y así fue. (Gén 1,10-11). La tierra viviente es la Iglesia
que engendra el fruto de la justicia a través de la doctrina de los apóstoles.
Ellos predicaron al principio a sus hijos, para que fueran hierba lozana en la
línea fe verdadera que aprendieron en la semilla de la palabra de Dios, y para
que se convirtieran en árboles frutales según la ley de Dios y su semilla no
perpetrara fornicación ni adulterio y los hijos fueran paridos sobre la tierra
según el recto orden de la naturaleza.
“Y así
ocurrió” (Gén 1,11), porque al sonar la voz de los apóstoles, la iglesia
recibió la fe y todas las instituciones de los pueblos se sometieron a la ley
verdadera.
“Y la
tierra produjo vegetación, hierbas que producen semillas, cada una según su
especie, y árboles que producen fruto con semilla, cada uno según su especie”
(Gén 1,12). La Iglesia, que es la tierra de los vivientes, ha producido el
fruto de las buenas obras al reverdecer la fe y traer las semillas y los frutos
de la palabra de Dios, para que sus hijos ricos o pobres, más viejos o más
jóvenes, se unan rectamente en bodas según su naturaleza.
“Y
Dios vio que era cosa buena” (Gén 1,12). Eso fue bueno delante de Dios. “Y fue
tarde y fue mañana, tercer día” (Gén 1,13). La división y la dispersión del
pueblo cristiano, provocadas por las guerras de los infieles y los mártires
atormentados a causa de la verdadera fe, empezaron a disminuir, casi pasando de
la tarde a la mañana de aquel día, el día de la fe inquebrantable en la cual
los cristianos acogieron la norma establecida, de la que aprendieron qué debían
hacer según la ley de Dios. Y esto fue el día tercero, el cual fue como la
tercera luz de la verdadera fe. También hay otra interpretación:
Como
las cosas que fueron hechas en el tercer día según la narración histórica se
reconocen alegóricamente en las costumbres de los hijos de la Iglesia.
Referencia a una oportuna cita del Evangelio, y de qué manera debe ser
entendida.
XXXIV.
“Que las aguas que están bajo el cielo se reúnan en un único lugar y aparezca
lo seco. Y así ocurrió”. (Gén 1,9). Se interpreta así: Cuando el corazón del
hombre llega al arrepentimiento, Dios le ordena que todas las necesidades del
cuerpo estén sometidas al discernimiento, se rijan por una regla única y se
serenen. ¿Como es posible? El hombre no tiene que excederse en la comida, en la
bebida, en los adornos inmodestos de los vestidos, en cultivar pensamientos
retorcidos, investigando cosas para vanagloria de sí mismo, sino tiene que
tener presente sólo las necesidades del cuerpo. ¿Cómo)? El cuerpo debe ser
nutrido con moderación para que el alma pueda gozar cuando se conforta
rectamente y para que pueda cumplir su camino hacia la justicia, de modo que no
se hunda en un precipicio a causa de la excesiva abstinencia, ni le oprima la superfluidad
producida por la falta de moderación. Todas estas cosas se realizarán en el
hombre si sigue los consejos del Espíritu Santo acogiéndolos con mente serena.
“Y
Dios llamó a lo seco, tierra y llamó mares a la masa de las aguas” (Gén 1,10).
Con este consejo Dios insiste al hombre con la santa humildad, para que se
denomine el mismo con el nombre de tierra pobre y árida a causa de las muchas
necesidades del cuerpo, y también para que se lamente por relacionarse con las
circunstancias del mundo que yacen latentes en tales necesidades, y se
reconozca vacilante como las olas del mar y por tanto se mantenga en la
humildad, considerándose indigno de recibir las alegrías espirituales.
“Y
Dios vio que era cosa buena, y dijo: Que la tierra produzca la vegetación,
hierba que dé semillas y árboles frutales de toda clase, que den fruto y
semilla a la tierra” Y así fue. (Gén 1,10-11). Dios, en el abrazo de la dulce y
profunda humildad, viendo que el hombre llega a despreciarse a causa de las
cosas terrenales, que pueden infectarlo a causa de su fragilidad, dice por
consejo del Espíritu Santo: “Ya que el hombre ha acogido el arrepentimiento del
corazón y el discernimiento del bien y el mal, y reconociéndose tierra, se ha
puesto de rodillas frente a la santa humildad, ahora fructificará amorosamente
cargado de virtudes, para que en sus pensamientos y en las obras no sucumba a
los deseos carnales, aunque tiene en el cuerpo una savia que lo atrae sin parar
hacia de ellos, y lo induce a pecar”.
Si
tiene por costumbre hacer buenas obras, fructificará, absteniéndose de aquellos
deseos y corrigiéndose según las palabras de los doctores de la Iglesia, y
luego podrá elevarse hasta las virtudes más firmes, que producen frutos según
la doctrina de los maestros. ¿Cómo puede hacer esto? El hombre tiene que
examinar a fondo qué es el bien y qué es el mal, siguiendo la enseñanza de los
doctores de la Iglesia, y actuar en acuerdo con su doctrina, para que los
instrumentos de aquellas virtudes que ha iniciado a practicar, estén en él como
la semilla de la palabra de Dios, y esta semilla sea puesta en la tierra, es
decir en el hombre. Y así ocurrirá que los consejos divinos que ha acogido con
ardor, alcancen en él la perfección del amor de Dios.
“Y la
tierra produjo vegetación, hierbas que producen semillas, cada una según su
misma especie, y árboles que producen fruto con semilla, cada uno según su
misma especie” (Gén 1,12). El hombre interiormente instruido por el Espíritu
Santo encuentra en su corazón el reverdecer de la abstinencia, limita los
placeres de la carne y profiere palabras de arrepentimiento cuando, haciendo
caso al consejo que le enseña sus límites, aspira sin cesar a Dios. En efecto,
todas las virtudes son áridas, si las palabras de arrepentimiento no ha puesto
sus raíces en la interioridad del hombre, como dice el Salvador en el
Evangelio: “Otra parte cayó sobre la piedra y apenas nacida se secó, por falta
de humedad”. (Lc 8,6). Se interpreta así: la semilla de las palabras de la
doctrina del Espíritu Santo se siembra en la tierra, para que el hombre reciba
de ella el alimento del alma. Pero ya que los dones del Espíritu Santo son
múltiples y diferentes, uno puede caer en el corazón duro de los incrédulos,
que lo reciben a menudo casi llorando pero sin embargo no dan el fruto de la
devoción, porque están privados de la savia de la dulzura, del mismo modo que
la tierra, cuando no tiene humedad, es infecunda e incapaz de producir frutos.
Dios
creó todas las criaturas para que el hombre, conociéndolas, pudiera elegir las
útiles y rechazar las inútiles, como la tierra, donde es blanda y está
penetrada de humedad, da frutos, pero dónde carece de humedad y es dura y
pedregosa no puede dar frutos. La tierra buena y ligera significa la ciencia
del bien en el hombre, mientras la tierra dura y pedregosa significa la ciencia
del mal. Así pues, el rocío del Espíritu Santo se derrama sobre los que obran
buenas obras por amor a la vida espiritual, dando frutos abundantes, mientras
los que reúnen en sí todos los pecados de la sensualidad por el deseo de la
carne y la dureza de su corazón, quedan infructuosos como tierra pedregosa,
porque en ellos se ha secado la savia de la buena voluntad. ¿Pero cómo las
palabras de arrepentimiento pueden arraigar la virtud en el hombre? Puede
ocurrir si él se da cuenta de sus límites, escucha las palabras de su corazón y
lucha junto a ellas contra los vicios. De este modo puede llevar a la
perfección las altas virtudes en que ha sido educado por la doctrina de sus
maestros, es decir puede entender cómo hacer que el temor le enseñe sus límites
y como mantenerse lejos del mal con la práctica de la abstinencia, porque el
hombre que sabe lo que es el placer pero se abstiene de la perversión es más
virtuoso que el que se abstiene de las obras de la carne porque no lo ha
conocido nunca. Y así, el hombre que lleva todas las virtudes a perfección
según las palabras de los doctores de la Iglesia llevará frutos en sí mismo con
sabiduría, siguiendo el ejemplo que le ha sido enseñado, y se corregirá
conservando sus palabras y corrigiendo con ellas las suyas.
“Y
Dios vio que era bueno”. (Gén 1,12). Todas estas cosas llegan hasta Dios, y al
acogerlas, Él sabe y ve que el hombre remedia la inestabilidad que tuvo
principio con la caída de Adán, de la que reconoce su carácter maligno, y se
alza con humildad. Eso es muy bueno porque el hombre renace a Dios en cuanto
desea de volver a él.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, tercer día” (Gén 1,13). Y así la tarde, es decir el
buen fin, junto con el principio del comienzo del bien, surge, como hemos
dicho, el día tercero, en el cual el hombre se esfuerza en abstenerse de las
obras malvadas y actúa la tercera virtud de las buenas obras, que es la
humildad.
Como
se tiene que entender palabra por palabra lo que está escrito: “Dios dijo: Que
haya luces en el firmamento del cielo” y todo el resto hasta: “Y fue la tarde y
fue la mañana, cuarto día”.
XXXV.
“Y Dios dijo: Haya luceros en el firmamento del cielo, que separen el día de la
noche, y sirvan de señales para las estaciones, los días y los años, y
resplandezcan en el firmamento del cielo para iluminar la tierra. Y así
ocurrió”. (Gén 1,14-15). Se interpreta así: Por disposición divina el firmamento
iluminado mostraba la belleza y la gloria de la obra de Dios, como el alma
embellece y glorifica al cuerpo, aunque eso será después del fallecimiento,
debido al pecado transmitido en la concepción. Sin embargo, cuando el hombre
sea resucitado y renazca, será transformado a la manera de los cuerpos
celestes.
Dios
les dio sus funciones a las lumbreras del cielo y las dividió, asignando parte
al día y parte a la noche, y así del alternarse día y noche depende la
disposición de todo lo que es necesario al hombre, y éste puede conocer con la
razón, por las señales de aquellas lumbreras, las características de cada
criatura, y como determinar el tiempo y denominar los días, las noches y los
años sobre la base de cada señal. Las lumbreras se ven resplandecer en el
firmamento e iluminan la tierra y todo lo que está en ella, y todas estas cosas
están dispuestas tal como Dios las mandó mostrarse.
“Dios
hizo las dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor, para regular el día, y la
lumbrera menor para regular la noche, y las estrellas. Dios las colocó en el
firmamento del cielo, para iluminar la tierra y para regular el día y la noche
y para separar la luz de las tinieblas” (Gén 1,16-18). Dios, a través de su
Verbo, hizo resplandecer las dos grandes lumbreras y puso la mayor en el día,
la menor en la noche. La primera siempre permanece igual, no crece ni
disminuye, mientras que la otra moviéndose por los signos del firmamento, los
astros, crece y después mengua. En estas dos lumbreras Dios prefiguró el modo
en que habría hecho su obra, el hombre, compuesto de dos naturalezas. El
hombre, en efecto, es celeste en la ciencia del bien y terrestre en la ciencia
del mal. La ciencia del bien que viene de Dios es celeste y nadie la puede
conseguir con la reflexión de la razón, aun cuando el hombre sea superior a los
animales que se arrastran sobre la tierra, que se parecen a la ciencia mala
porque, reforzados por la tierra, por la noche se arrastran atrevidamente sobre
de ella y gozan estando en la suciedad.
En
realidad la ciencia del mal, incluso cuando está en la suciedad de los pecados,
sabe que es inferior a la ciencia del bien y, aunque la aborrezca, sabe que
sólo aquélla es justa. En cambio la ciencia del bien socorre a quien combate
vigorosamente contra la ciencia del mal y, si ha caído, lo levanta con la
penitencia, y no deja nunca de reforzarlo para que no vuelva a probar el gusto
del pecado. Porque la ciencia del bien es como el día, mientras la ciencia del
mal es como la noche, razón por la que esta última goza en el mal y cumple el
mal, porque el placer precede al pecado. Estas dos ciencias enseñan a todos a
distinguir las cosas puras de las impuras. El día conoce la noche y la rehúye,
igual que la noche conoce al día y también lo rehuye, del mismo modo la ciencia
del bien está lejos de la mala, y la mala se aleja de la buena porque se
aborrecen recíprocamente. Por lo tanto, el hombre es celeste y terrestre,
porque cuando el cielo fue perturbado por la caída del ángel, Dios lo reparó
con la vil naturaleza de la tierra, y así la tierra se ha convertido en el
fundamento del cielo y el cielo es refundado sobre la tierra, éste es un
milagro más grande que los producidos en la caída del primer ángel, ya que el
hombre hecho de tierra es la plenitud de la obra de Dios.
Las estrellas
se inflaman con la luna como la llama del fuego, e invaden todo el firmamento
con su luz resplandeciente como una llama que resplandece tras un tamiz, y así
iluminan a toda la tierra, y hasta al final de los tiempos quedarán en la
posición en que han sido colocadas. Cuando la luna es menguante parecen más
resplandecientes que cuando es creciente, más bien, con la luna creciente no se
pueden ver perfectamente porque su resplandor es mucho más fuerte y nítido.
Ayudan al sol, escoltándolo hacia el día, como van en ayuda de la luna para
iluminar la noche, y así separan la luz de las tinieblas y están al servicio
del día y de la noche.
Y Dios
vio que era bueno, es decir, aprobó el hecho que su obra se completara en una
esfera que exhala luz, lista para su función y dotada de belleza, para poner en
fuga a las tinieblas. “Y fue la tarde y fue la mañana, día cuarto” (Gén 1,19)
porque los cuatro elementos, es decir el fuego, el aire, el agua y la tierra
aparecieron por gracia de Dios, ocultos en todas las cosas compuestas por
ellos. Según otra interpretación.
Según
la interpretación alegórica el firmamento significa la firmeza de la fe
cristiana, las dos grandes lumbreras significan los dos poderes, el espiritual
de los sacerdotes y el secular de los reyes. Las estrellas menores que están
bajo de ellos, significan los prelados o los jueces, que están todos colocados
para iluminar la tierra, instruyendo día y noche a la Iglesia, y a los hombres
espirituales con la luz de la doctrina y los ejemplos, y obligando a los
hombres carnales con la sanción de la justicia.
XXXVI.
“Y Dios dijo: Haya luceros en el firmamento del cielo, que separen el día de la
noche. Y sirvan de señales para las estaciones, los días y los años, y
resplandezcan en el firmamento del cielo para iluminar la tierra. Y así
ocurrió”. (Gén 1,14-15). Se interpreta así: Dios habló por medio del Espíritu
Santo al corazón de sus discípulos diciendo: Que haya sacerdotes y doctores que
iluminen la Iglesia en el nombre de mi Hijo, porque ha sido edificada sobre una
firme roca, es decir sobre Cristo, piedra de la que derivó la justicia de la
verdadera fe. Y que estos sacerdotes sean enviados a toda la Iglesia, para
iluminarla de modo que separen con sus palabras el día, es decir la salvación
de la fe, y anuncien aquella felicidad que todos los pueblos podrían conseguir
si les obedecieran. Y también hace falta que den a conocer al pueblo la noche,
es decir los tormentos eternos que corresponden a quien no cree, y además, que
los doctores demuestren estas cosas con señales diferentes, de modo que se le
enseñe las reglas que hay que respetar, las fiestas que hay que celebrar, el
tiempo de los ayunos obligatorios y los días de perdón según la ley de Dios,
para que observen las reglas establecidas en el año litúrgico. Y aquellos
preceptos, a causa de fe, resplandecerán en el cielo, es decir en mi Hijo,
porque seguirán a los ángeles que cantando las alabanzas de Dios iluminan la
Iglesia, tierra de los vivientes. Y así ocurrió. “Dios hizo las dos lumbreras
grandes, la lumbrera mayor, para regular el día y la lumbrera menor, para
regular la noche y las estrellas. Dios las colocó en el firmamento del cielo,
para iluminar la tierra y para regular el día y la noche y para separar la luz
de las tinieblas” (Gén 1,16-18). Dios hizo las dos grandes lumbreras que eran
necesarias en la iglesia: la lumbrera mayor para que presidiera al día, es
decir los maestros espirituales de rango más elevado, que son los jefes de la
Iglesia, como una luz para los ojos de los fieles, para que los otros maestros
espirituales, los de rango menor, estén sometidos y vinculados a sus reglas
como el buey al yugo, y no caigan en las garras del ave de rapiña, el diablo,
mientras vagan errabundos y sin pastor.
E hizo
la lumbrera menor, es decir los reyes y demás potentados del mundo, para que
como la noche presidan a los asuntos terrenales y a los pueblos, oscurecidos
muchas veces por las tinieblas del pecado. En efecto, muchas veces asoma en
ellos el placer sensible de la carne, que tuvo origen en Adán, y entonces se
pierden en elucubraciones sobre las cosas que pueden hacer, y no juzgan
rectamente por sí, y se esconden al justo juicio divino. Y luego Dios hizo las
estrellas, es decir los que ejercen cometidos menores y dependen de los
príncipes de rango más elevado, para que iluminen la tierra viviente, es decir
la Iglesia, para que en todo lugar en que ella se encuentre se base en la
piedra angular que es Cristo. Estos tienen que presidir a cuantos están en la
luz, es decir a los que viven rectamente, y a cuantos están en la sombra, es
decir a los que se pelean en el mal, juzgando según sus obras a los que están
en la luz y según sus malvadas acciones a los malos.
“Y
Dios vio que era bueno” (Gén 1,18). Es decir ordenó de buen grado que la
iglesia se ordenara jerárquicamente, para que la doctrina de los sabios
iluminara a la gente simple y los pecadores fueran corregidos por el castigo de
los rectores.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, cuarto día”. (Gén 1,19). Con las órdenes dadas por
Dios a la iglesia, al cuarto día empezó a disminuir aquella inestabilidad que
tenía cuando los cristianos todavía no tenían pastores espirituales y regentes
temporales, y la confusión reinaba en aquella oscuridad. Se encaminaron hacia
la aurora de la estabilidad, que resplandece en la iglesia cuando ella se
afianza en la luz de la verdadera fe y de todas las virtudes, a través de la
práctica de las obras santas. Y todavía hay otra interpretación:
Según
la interpretación metafórica se tiene que entender por firmamento el discernimiento
de la razón, con las dos grandes lumbreras, las dos reglas de la caridad, con
las estrellas de los rectos pensamientos, así que cada fiel iluminado por todas
estas cosas sea cuidadoso al discernir que honor y gracia corresponde a Dios, y
que debe a las necesidades propias y a los demás, respecto a la salvación del
alma y a las exigencias del cuerpo.
XXXVII.
“Y Dios dijo: haya luceros en el firmamento del cielo, que dividan el día de la
noche, y sirvan de señales para las estaciones, los días y los años, y
resplandezcan en el firmamento del cielo para iluminar la tierra. Y así
ocurrió”. (Gén 1,14-15). Se interpreta así: Dios habló por boca del Espíritu
Santo, diciendo: “Cómo regalo del Espíritu Santo sean hechos en el
discernimiento dos lumbreras, que permitan apreciar si el hombre quiere a Dios
y al próximo como a si mismo”. ¿Como podrá hacerlo? Lo hará si con todo el alma
se dirige firmemente a Dios y no busca a otro dios extraño por falta de fe,
dirigiendo a Dios a su mirada con fuerza viril. Tendrá que querer su prójimo
como a sí mismo, proveyendo con cuidado todas las necesidades que atañen a su
persona, porque es una persona y es su hermano en la humanidad. Nunca lo
despreciará como si fuera una criatura vil que hay que someter, más bien tendrá
que acogerlo benévolamente como amigo, porque Dios los ha hecho a ambos seres
iguales. También debe guardarse extremadamente en tener parte en la muerte del
alma del otro consintiendo en su pecado, y esto para no matar su propia alma
junto con la del otro. Estas lumbreras resplandecen en el firmamento del cielo,
es decir en el discernimiento racional, para que el hombre dotado de
discernimiento pueda reconocer correctamente el día, es decir en qué honor
tiene que tenerme a Mí, Dios omnipotente, en los deseos del alma, y como tiene
que suspirar de alegría dirigiéndose a Mí entre lágrimas.
La
noche, es decir la tiniebla que encierra el cuerpo cuando se ocupa de cosas
terrenales, que son necesidades suyas y de su prójimo, la ilumina con el
discernimiento, sin alejarse de la esperanza del cielo por las cosas de aquí
abajo, pero también sin siempre estar vuelto al cielo entre suspiros. Estas dos
lumbreras también son señales de su vida interior, y le enseñen cómo suspirar,
rogar y llorar vuelto hacia Dios, y como tiene que invocar la ayuda del
Espíritu Santo. Para eso están las estaciones, para que sepa cómo comportarse
hacia sí mismo y hacia los demás. También están los días dedicados a la fe,
para que todas sus obras resplandezcan en Mí, y también están los años, para
que observe las fiestas anuales, comience a practicar siempre las obras buenas
hacia Dios y hacia el prójimo, lleve siempre a cumplimiento el bien según la
ley divina y en todo momento de su vida dé el buen ejemplo a su prójimo
observando los dos preceptos del amor.
Estas
lumbreras resplandecerán en el firmamento del cielo a través de los preceptos
mencionados, es decir en el discernimiento de la razón, y todas las luces de su
obrar iluminarán la tierra, es decir el hombre para que resplandezca ante Dios
con la mente y con el cuerpo. Esto podrá ocurrir en el hombre por el
arrepentimiento que enciende el amor a Dios y al prójimo, por el cual
conseguirá el pleno discernimiento según Dios. “Dios hizo dos lumbreras
grandes: la lumbrera mayor, para regular el día y la lumbrera menor, para
regular la noche y las estrellas. Dios las colocó en el firmamento del cielo,
para iluminar la tierra, para regular el día y la noche y para separar la luz
de las tinieblas” (Gén 1,16-18). Dios hace de modo que el hombre, por inspiración
del Espíritu Santo, quiera con todas sus fuerzas y contemple la lumbrera mayor,
para que esta luz presida el día, es decir la verdadera fe, que resplandece
delante de los ojos de Dios, porque el hombre no puede ver a Dios con los ojos
exteriores, sino que llega a Él a través de la fe en la interioridad del alma.
Por
tanto, hizo la lumbrera menor, es decir el amor al próximo que es menor que el
amor a Dios, porque el hombre puede contemplar a Dios solo en la interioridad
del alma y con la totalidad del deseo, pero al próximo lo ve cara a cara, con
los ojos exteriores, y puede tocarlo, y sin embargo este otro amor preside la
noche, porque la visión de este mundo es una visión nocturna, y no es inmune al
pecado. Y Dios pone las estrellas, es decir los pensamientos rectos y buenos,
en el firmamento, es decir en el discernimiento del hombre, para que al
considerar todas las cosas comprenda lo que es bueno y útil, y su ciencia no se
ofusque por las tinieblas de la ignorancia, y para que vigile sobre la debilidad
del cuerpo, gobernándolo, y sepa reflexionar sobre las cosas que hay que hacer,
antes de actuar. La reflexión debe realizarse a la luz de la justicia y
considerando las necesidades del cuerpo, para que el hombre las ordene
rectamente y logre distinguir la luz de la justicia de Dios de la oscura
necesidad del mundo y del cuerpo, anteponiendo aquella a éste.
“Y
Dios vio que era bueno”. (Gén 1,18). Es decir aprobó el modo en que se disponía
con justicia su casa, complacido de que a través de las obras el hombre obedece
sus reglas y se reconcilia con Él.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, día cuarto”. (Gén 1,19). El mismo Dios propicia en el
hombre un buen final con el inicio de la ley, porque proporciona para este
término todas las virtudes. Porque si el fin no es bueno, la obra iniciada se
troncha y está destinada a morir, como un árbol inútil cuyas ramas están verdes
y han empezado a florecer, pero no llevan frutos. Y lo mismo que aquel árbol ha
de ser cortado, si continúa de este modo, así también será desarraigado por
Dios el hombre que comienza a obrar en el bien pero no lleva a término lo que
ha iniciado, porque Dios no tiene en cuenta las buenas obras iniciadas pero no
terminadas. En los pueblos de los creyentes, a los que se dado los cuatro
elementos para que se sirvan de ellos, esta cuarta virtud, es decir el amor a
Dios y al próximo, se cumple como el cuarto día, y el mandamiento del amor
deben observarlo tanto religiosos como laicos.
Como
tiene que entenderse literalmente y como afecta al hombre lo que está escrito:
“Las aguas hormigueen de seres vivientes y los pájaros vuelen sobre la tierra”,
hasta este punto: “Y fue la tarde y fue la mañana, quinto día”.
XXXVIII.
Y Dios dijo: “Que las aguas hormigueen de seres vivientes y los pájaros vuelen
sobre la tierra, bajo el firmamento del cielo” (Gén 1,20). Se interpreta así:
con su Palabra viviente Dios ordenó que las aguas produjeran animales
vivientes, y los que se arrastran, y los que vuelan, del mismo modo que las
flores brotan de las ramas de los árboles, porque en un primer momento Dios
creó las criaturas pero luego las produjo una de otra. Efectivamente, Dios
previó todo lo que ocurriría con todas las cosas que puso en el firmamento, lo
que está en contacto con él, y debajo de Él, lo mismo que se decide de que
manera ha de hacerse una cosa antes de ponerla en movimiento para que cumpla
las operaciones propias.
Y así
vinieron al mundo los seres que nadan en el agua y los que vuelan en el aire,
para que el agua no estuviera vacía y pudiera cumplir las obras que le
correspondían, y tampoco el aire estuviera privado de volátiles vivientes y
dotados de cuerpo, colmados del aire que los vivifica. Los peces son flotantes
por el hecho que nadan, y los pájaros, volátiles, porque vuelan. En cambio el
hombre no puede ni nadar perfectamente, ni volar, pero camina con los pies
sobre la tierra de la que ha sido creado.
Los
peces y los pájaros son engendrados de manera más pura que el resto de
animales, porque el Espíritu Santo santificó las aguas más que cualquier otro
elemento, y como el agua triunfa sobre todas las cosas, puras e impuras, así el
alma penetra todas las partes del cuerpo y es superior a la carne. El alma
humana ha sido hecha a imagen de Dios y actúa en el hombre juntamente con todas
las criaturas, Dios está en todas las criaturas y por encima de todas, ya que
él no tiene ni inicio ni fin.
“Y
luego Dios creó los grandes cetáceos y todos los otros animales que se mueven,
que fueron producidos por las aguas cada uno según su propia especie, y todos
los pájaros según su género”. (Gén 1,21). Dios formó en las aguas a todas las
especies marinas y los animó con el soplo vital. Por esta razón están dotados
de movimiento y, ya que fueron engendrados en las aguas, fueron los primeros
animales en aparecer en la tierra. Y ya que el soplo de vida es superior a
todas las formas corpóreas, por eso el agua fue la primera en producir seres
vivientes, porque el agua es espiritual y está santificada. He aquí porque la
generación que ocurre en las aguas es más admirable que aquella generación que
padeció los efectos del engaño de la antigua serpiente, porque el gusto por el
pecado nace del amor a la carne. Y he aquí porque el diablo odia el agua:
porque no puede eliminar la regeneración a través de las aguas. Dios, lavó con
su Hijo las costras del pecado que los hombres heredan por nacimiento por medio
de un baño del cual el diablo no puede desvestir al hombre. En efecto, el
diablo no sabe como la Virgen concibió al hombre que lava en el agua la
libídine del pecado. Y como para el diablo es un misterio el parto de la
Virgen, cuyo vientre quedó íntegro sin laceraciones, él no es capaz de destruir
la generación que ocurre a través del espíritu y el agua.
Por
los peces, Dios representó que el hombre es móvil a causa del alma viviente,
como los peces se mueven ágilmente en el agua. Por los pájaros enseñó que con
la razón el hombre puede volar por todas partes, del mismo modo que los pájaros
se mueven en el aire. Por esto a los hombres consagrados que se segregan de la
sociedad de los otros hombres deben tomar comidas espirituales, por la afinidad
que ellos tienen con el género de los peces y los pájaros que viven separados
por los otros animales en el agua y en el aire.
“Y
Dios vio que era bueno, y los bendijo diciendo: Sed fecundos y multiplicaos y
llenad las aguas de los mares, y que los pájaros se multipliquen sobre la
tierra”. (Gén 1,22). Dios vio que eso era bueno y manifestó su aprobación, de
tal modo que tanto las especies marinas como los pájaros del aire tuvieran
donde vivir. Y bendiciéndolos ordenó a cada uno de ellos, para que no
perecieran, que crecieran según su género, es decir que aumentaran de tamaño, y
que se multiplicasen en número, como la mies y los frutos de los campos crecen
y maduran, para que los peces llenaran las aguas, porque en ellas viven, y los
pájaros se convirtieran en bandadas que se posan en la tierra para encontrar la
comida adecuada.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, quinto día”. (Gén 1,23). Porque el fin y el principio
de esta obra enseña que Dios ha hecho los cinco sentidos del hombre para que
cumplan su obra y para que el alma del hombre pueda examinar atentamente. El
alma ve lo que es espiritual, porque del soplo espiritual ha visto la luz, y es
capaz de distinguir lo visible de lo invisible, y en la racionalidad comprende
que tiene algo en común con los espíritus angélicos. Ella es invisible como un
ángel y mueve la forma corpórea que es suya, como si fuera una túnica de la que
está cubierta para que no se pueda ver, pero cada criatura puede comprender que
el alma existe, porque es el movimiento de la vida. Según otra interpretación:
Dios
mandó al mundo a su Unigénito, por cuya predicación fueron dados los sublimes
preceptos de la vida celeste, a través de los que los hombres espirituales
fueron distinguidos por los hombres carnales. Palabras del evangelio sobre la
necesidad de abandonar todas las cosas, con un esmerado comentario que atañe a
la enseñanza de la disciplina evangélica.
XXXIX.
Y Dios dijo: “Que las aguas hormigueen de seres vivientes y los pájaros vuelen
sobre la tierra, bajo el firmamento del cielo” (Gén 1,20). Se interpreta así:
Dios a través de la predicación de sus discípulos dijo a la Iglesia: Ahora
propondremos preceptos más precisos basados en la abstinencia, para que con
vigilias, ayunos y plegarias, viviendo en la fe de Cristo, produzcan la
separación de las cosas terrenales. Y que bajo el firmamento del cielo, que es
Cristo, con las más altas plumas de la virtud como las vírgenes y las viudas,
vuelen en la Iglesia y sigan las cosas celestes.
“Y
luego Dios creó los grandes cetáceos y todos los otros animales que se mueven,
que fueron producidos por las aguas cada uno según su propia especie, y todos
los pájaros según su género”. (Gén 1,21). Es decir Dios presenta a su único
Hijo Encarnado, en el que tuvo principio el Evangelio, donde dice: Quien deje
casa, hermanos y hermanas, padre y madre, mujer, hijos, y campos por mi nombre,
recibirá cien veces más y tendrá en herencia la vida eterna (Mt 19,29). Se
interpreta así: Todo fiel que deje la casa, es decir la propia voluntad, y los
hermanos, es decir los deseos de la carne, y las hermanas, es decir el gusto de
los pecados, y el padre, es decir el placer carnal, y la madre, es decir el
abrazo de los vicios, y la mujer, es decir la codicia, y los hijos, es decir el
hurto y la rapiña, y los campos, es decir la soberbia, por la gloria de mi
nombre, considerando que soy el Hijo de Dios y el salvador de los hombres,
recibirá en su vida corporal cien veces más en paz de espíritu, ya que habrá
alejado de sí todas las preocupaciones mundanas y me habrá seguido a Mí. Con
todas estas cosas se encontrará en el curso de su servicio.
La
primera cosa por abandonar es la casa, es decir la voluntad propia, en la que
tranquilamente el hombre hace lo que quiere, como quién está tranquilo en casa
propia. Luego los hermanos, es decir los deseos de la carne, que están junto a
la voluntad propia. Y luego las hermanas, es decir el gusto de los pecados, que
siempre y en todo sitio sigue a los deseos de la carne. En seguida el padre,
por el cual se pone de manifiesto el placer carnal, que lleva a gustar de los
deseos de la carne. Y después de todos está la madre, es decir el abrazo de los
vicios, que está unido estrechamente al placer carnal en todas las cosas. Y
luego la mujer, es decir la codicia, que une al abrazo de los vicios sin nunca
llenarse, como hace el marido que ha tomado mujer y recae continuamente en la
codicia y en la necesidad. Y después de los hijos, es decir el hurto y la
rapiña, que siguen a la codicia, como hace quien quiere acumular riquezas por
los mismos hijos. Y por fin los campos, es decir la soberbia, que se afana a
defender el hurto y la rapiña, ya que cuando uno se apodera impunemente de
cosas adquiridas con injusticia, empieza a engreírse y a ponerse arrogante.
Pero
cuando los fieles rechazan todo esto de sí, reciben en gran abundancia algo
mejor, como se ha dicho, y poseen la vida eterna inagotable en la felicidad,
porque por amor de Dios eligen no pertenecer ya al mundo y aspiran a las cosas
celestes. Y quién se abandona a sí mismo y su estirpe y sus hijos por Dios,
como hizo Abraham, y sólo tiene vista para la divinidad y la espera de todo
corazón, recibirá una recompensa cien veces más grande, como se dice a
propósito de Maria Magdalena: “Muchos pecados le han sido perdonados, porque ha
amado mucho” (Lc 10,42), porque, humillándose ella misma de la cabeza hasta la
planta de los pies, fue recompensada ampliamente con singulares mercedes. Por
que quien hace como ella recibirá como adornos todos los afanes soportados,
como la obra del artífice está decorada con elegancia, y al final alcanzará las
alegrías del cielo.
Estas
cosas las ignoró la vieja ley, porque todavía no había llegado la humanidad del
Salvador, pero la ley nueva las encerró todo fielmente en sí. Ya que el Hijo de
Dios, que fue engendrado en el fuego del Espíritu Santo por su Madre en la cual
la concepción humana fue extraña, enseñó la recta concepción de la vida
espiritual, es decir que el hombre se imponga límites y se santifique, y
eligiendo este modo de vida, viva en sociedad con los ángeles. Porque fue el
Hijo de Dios con su humanidad el que liberó al hombre y lo recondujo a las
alegrías del cielo.
Dios
además creó la vida de las virtudes, que residen en la mente viva de los
hombres que se elevan por encima de la tierra, y son móviles porque no dejan
nunca de convertirse del mal al bien y proceden de virtud en virtud hacia la
perfección. Estas virtudes produjeron aquellas aguas sobre las cuales vino el
Espíritu Santo, y que en los apóstoles originaron que, como ejemplo de bien, se
pusieran a la cabeza de las gentes y enseñaran cómo se vive la vida celeste,
que vuela para arriba como las nubes, superando todas las cosas terrenales por
el poder de las virtudes, como dice mi Hijo en el Evangelio:
Palabras
del Evangelio sobre las muchas moradas que hay en la casa del Padre. Sobre los
dos tipos de hijos de la Iglesia, los religiosos y los seglares.
XL.
“En la casa de mi Padre hay muchas mansiones” (Jn 14,2). Se interpreta así: El
Hijo de Dios, al prometer la vida eterna a aquéllos que tienen fe en él, dijo:
“En la casa del cielo, que pertenece a mi Padre, hay muchas mansiones según el
mérito de cada hombre, de tal manera que cada uno tendrá su aposento, según
como en la vida corporal haya amado y buscado a Dios”.
Dios
se complace en quien reniega de sí mismo actuando como si no fuera un hombre, y
aunque no logra librarse completamente del gusto de los pecados en la vasija
del propio cuerpo, sin embargo reconduce la victoria sobre sus deseos
corporales por amor a Cristo y por la esperanza de la verdadera fe en su
pasión. Este hombre da asentimiento a su espíritu más que a su carne. Su morada
se engalana con innumerables decoraciones por el empeño con que lucha contra sí
mismo para alcanzar la victoria. Por cada uno de estos afanes recibirá un
premio y gozará como gozan las cítaras vivientes, porque Dios no olvida a
ninguno de los que se empeña en estas empresas pesadas pero espléndidas. Y si
todas las armonías celestes admiran a Dios y lo alaban, también el hombre
terrenal, que viene de la tierra, gracias a la fe puede hacer llegar su mirada
hasta aquella altura en la cual Dios reside. Y la misma alabanza suena por
encima del cielo con muchos instrumentos musicales diversos, para celebrar las
maravillas que Dios obra de ese modo en el hombre.
El
hombre en quien Dios obra, es de aquéllos que, habiendo dejado el mundo, con el
rocío del Espíritu Santo llenan el mundo entero de buenas convicciones y con la
gracia del mismo Espíritu atraen a sí a una multitud de hombres, para hacerlos
renacer en Dios a través de sus palabras y obras. Este hombre está lleno de
alegría respecto a todo. Y como el agua, que es necesaria a los hombres porque
provee a todas sus necesidades, así este hombre es un sostén para todo el resto
del pueblo.
Por
otra parte, tal como la fecundidad de la tierra se manifiesta en la generación,
así Dios ha establecido que los hombres sean engendrados el uno por el otro. Y
como el mismo Dios al principio de la creación creó la tierra y las aguas, así
quiso que también los hombres fueran divididos en dos partes, una para
engendrar a hijos, la otra para que se abstuviera de la procreación vistiendo
la túnica del Hijo de Dios. Y a los laicos que en el nombre de Dios escuchan a
sus maestros que los custodian como los ángeles a los hombres, también los
adorna Dios con todos los gozos de la alegría celeste según sus méritos. Por
esto también los religiosos se complacen mucho con los seglares, del mismo modo
que los ángeles disfrutan de los religiosos, porque todos están como asociados.
La
bendición dada por Dios a los peces y a los pájaros para que se multiplicaran
se cumple en la generación espiritual de los bautizados y en la fecundidad de
las virtudes de cada fiel. Por qué esto se adscribe al quinto día.
XLI.
“Y Dios vio que era bueno, y los bendijo diciendo: Sed fecundos y multiplicaos
y llenad las aguas de los mares, y que los pájaros se multipliquen sobre la
tierra” (Gén 1,21-22). Dios vio que estaba bien que los justos renunciaran a sí
mismos y a su propia voluntad, y con la bendición interior del corazón los
bendijo en el nombre de su Hijo, que les dio este ejemplo, y dijo: “Que estas
virtudes crezcan en Dios y se multipliquen en el bien, y llenen las aguas vivas
que corren como torrentes, es decir los apóstoles, y con su ciencia ellos
produzcan los arroyos de la Escritura de Dios en la Iglesia, que es el mar de
cristal y fuego, para que en los hombres se produzca el recuerdo de la
Encarnación del Dios y el desprecio de este mundo. Y los pájaros, el pueblo de
los religiosos, se multipliquen sobre la tierra de la Iglesia, que es figura de
la Jerusalén celestial, que se llenará cuando al final de los tiempos la
Iglesia misma se extinga.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, quinto día”. (Gén 1,23). Es decir, como el pueblo
cristiano sólo se ocupaba de las obras del mundo, empezó a declinar como el
anochecer, hasta el principio de aquel día fuerte en qué practicó la
abstinencia, el ayuno y el desprecio del mundo. Todo eso fue confirmado en la
quinta luz de la verdadera fe por obra de Cristo, para que la Iglesia fuera
edificada con la bendición de Dios, como lo fue el quinto día. También hay otra
interpretación:
Cómo
se tienen que poner en relación con la vida moral las cosas que se atribuyen a
la obra del quinto día y a la bendición de Dios sobre su misma obra, valiéndose
del testimonio del profeta a Isaías donde dice: “¿Quiénes son los que vuelan
como nubes, y como palomas hacia sus palomares?”. Como debe ser entendido esto.
XLII.
“Y Dios dijo: Las aguas hormigueen de seres vivientes y que los pájaros vuelen
sobre la tierra, bajo el firmamento del cielo”. (Gén 1,20). Se interpreta así:
A través del Espíritu Santo Dios enseña que los dones espirituales tienen que
encontrar fundamento estable en las mentes de los hombres para que, ateniéndose
estrechamente a ellos, se libren de las preocupaciones del mundo. Así, estos
hombres, comparables a las aguas, producen los animales que se arrastran, es
decir, las virtudes. Se trata de las almas que viven en la vida contemplativa,
y sus virtudes vuelan, elevándose por amor a Dios por encima de las reglas de
vida del mundo que son comunes a todos. Ascenderán a la cumbre de la más alta
justicia y serán fecundos como las semillas, igual que el campo de buena tierra
que produce mies abundante de la semilla en él sembrada. Como dice mí siervo
Isaías: ¿Quiénes son los que vuelan como nubes, y como palomas hacia sus
palomares? (Is 60,8), que se interpreta así:
¿Quiénes
son ésos que, despreciando las cosas terrenales, reniegan de si mismos y se
apresuran con la mente hacia el cielo, y se consideran con la sencillez de las
palomas, y dirigen a Dios la mirada? ¡Ay, cuán grande es su premio cerca de
Dios, porque no miran nunca atrás, sino solo lo adoran con toda devoción!
Dios
conoció de antemano su obra antes de comenzar la creación, pues creó el cielo y
la tierra y entre ellos puso todo el resto de la creación según lo que era
necesario para cada criatura. Y así representó a través del agua la vida
espiritual y a través de la tierra la vida corporal, ya que todo lo impuro se
purifica en el agua. Así también el cuerpo tiene la vida del alma, y aunque el
hombre pueda tocar el cuerpo pero no el alma, a pesar de eso sabe que tiene la
vida de ella y sin embargo ignora qué es y como está hecha, porque en esto su
ciencia es escasa, aunque sabe que la tierra se cubre de verde a causa del agua
que retiene en sí y por la cual es invadida.
Dios
hizo algunas criaturas para ayudar a su obra, es decir el hombre, a actuar. En
efecto el hombre obra a través de ellas, y por tanto también señaló en las
criaturas cuantas posibilidades tiene el hombre de cumplir los deseos de su
alma inmortal, cuyos suspiros vuelan al cielo porque ella tiene la misma
naturaleza del viento. Quien asciende, lo hace porque desea aquello a lo que
asciende. Y así el alma clama con sus deseos para que Dios le dé la virtud de
obrar, y ya que Dios lo aprueba, concede al alma aquello que le pide. Pero
cuando baja hacia abajo, entonces obra lo que quieren la concupiscencia de la
carne y su gusto, y de este modo se causa una doble aflicción, sufre los
tormentos de la carne cuando sube hacia Dios, pero cuando se entrega al
cumplimiento de los deseos carnales todavía es más afligida, porque es
consciente de que no puede aspirar al deseo del cielo.
Por
esta razón Dios da al hombre la facultad de juzgar A las criaturas, tanto a las
visibles como a las invisibles, como por ejemplo el cuerpo, que es visible, y
el alma, que es invisible, y de elegir lo bueno gracias a esta unión. El cuerpo
se alimenta de las criaturas, y el alma, que estimula a comer moviendo a la
carne por el sentido del gusto, sin embargo con sus suspiros hace que el cuerpo
no se ahogue con el exceso de comida y provoque que el alma no sea capaz de
suspirar. En esta obra mixta, el alma obra de modo que el cuerpo con su soplo
vital se alimente correctamente, ya que si come más allá de la medida, las
fuerzas del alma se dispersan, pero si se le niega la justa comida con una
abstinencia excesiva, el diablo exalta la soberbia en el hombre convenciéndolo
de poder subir al cielo, para luego hacerlo caer en ruina precisamente por
causa de esta soberbia. Dios odia las francachelas pero no aprueba tampoco la
abstinencia irracional. Así pues, los fieles tienen que imponerse la justa
medida en ambas las circunstancias; todas las virtudes tienen que estar bajo el
discernimiento como si estuvieran bajo el firmamento del cielo, y éste tiene
que gobernarle de modo que ni por la aprobación de los otros ni por la misma
soberbia la mente suba más para arriba de lo que puede soportar, y tampoco
caiga, al cumplir los repetitivos deberes del mundo, por debajo de lo que
establece la norma dada por Dios.
“Y
luego Dios creó los grandes cetáceos y todos los otros animales que se mueven,
que fueron producidos por las aguas cada uno según su propia especie, y todos
los pájaros según su género”. (Gén 1,21). Dios crea en los hombres las grandes
virtudes, es decir la virginidad y la castidad, por inspiración del Espíritu
Santo. Y elimina en ellos la soberbia y el placer carnal, haciendo que deseen
el amor ardiente de Dios y que los hombres repriman en si los placeres carnales
como si hubieran muerto. Y todas las virtudes del alma viviente, que persisten
incluso en la inestabilidad de la vida elegida, las refuerza en ellos, de modo
que no se contaminen en el acto de la unión sexual, porque ello conviene a la
naturaleza humana. Estas son las virtudes vivientes que siguen al Cordero, que
no se contaminó nunca por ninguna mancha de iniquidad, y que mueven hacia un
bien mayor a quién se abstiene de casarse, que en cambio el mundo solicita.
Estas ilustres virtudes producen virtudes diferentes en la multitud que las
práctica, una es la castidad, la otra la continencia, y a ellas se asocian
todas las otras virtudes que suben al cielo como una palmera, en toda su
variedad.
“Y
Dios vio que era bueno, y los bendijo diciendo: Sed fecundos y multiplicaos y
llenad las aguas de los mares, y que los pájaros se multipliquen sobre la
tierra” (Gén 1,21-22). Dios vio que estas virtudes fueron muy buenas y en ellas
se complació con gran dulzura, porque son las virtudes que llevan a imitar al
Hijo de Dios. Y ya que Dios creó al hombre para que obrara el bien, pero éste
descuidando el bien obró el mal, Dios quiso que su Palabra se hiciera carne,
para poder anunciar en su bondad la plenitud de la justicia que Adán había
abandonado. Por tanto este pueblo lleva junto al Hijo de Dios sus ejemplos y
con ellos muestran su santa divinidad, y estas virtudes son bendecidas porque tuvieron
origen en él.
Y he
aquí que la virtud de Dios dice: “Estas virtudes, que han comenzado la
imitación a mi obra, crezcan, y se multipliquen en ellas las semillas de las
obras buenas, y llenen a los hombres que dudan en la inestabilidad de la carne,
para que debido a la fuerza divina se manifiesten en ellos virtudes más fuertes
que la fragilidad de la carne, y estas virtudes volando sobre la tierra, es
decir en el hombre, se multipliquen, para que la debilidad de la carne sea
sometida a su fuerza”.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, quinto día” (Gén 1,23). Como se ha dicho, el buen
final estará en Dios junto al buen principio de la quinta virtud, que es el
desprecio del mundo, como el quinto día.
Cómo
se tiene que entenderse literalmente la historia de la producción de los
cuadrúpedos y los reptiles y la formación del hombre en la obra del sexto día.
El hombre, con respecto al cuerpo, ha sido hecho a imagen de la humanidad del
Hijo de Dios, humanidad que habría recibido de una Virgen como en su
presciencia Dios supo desde toda la eternidad. Con respecto al alma, ha sido
hecho a semejanza de la divinidad en la ciencia y en la imitación del bien.
XLIII.
“Y luego dijo Dios: Que la tierra produzca toda clase de animales según su
especie: ganado, reptiles y bestias salvajes”. (Gén 1,24). Se interpreta así:
En su Palabra inagotable Dios ordenó que la tierra produjera los animales
vivientes cada uno según su propio género, es decir las varias especies de
animales con sus características. Los animales domésticos para que estuvieran
al servicio del hombre, los reptiles de los que el hombre aprendiera el temor
de Dios, las bestias salvajes que le enseñaran el modo de devolver el honor a
Dios, y así cada animal según su misma especie perteneciente a su género. Y
esto se hizo para que el hombre tuviera en ellos a la totalidad de las especies
y pudiera elegir lo beneficioso y rechazar lo que le es contrario, y de ese
modo su dignidad estaría completa. Los animales domésticos viven con el hombre,
los reptiles tienen miedo de él, las bestias salvajes lo huyen, y él es el
señor de todo.
“Y
Dios hizo los animales salvajes según su especie y los animales domésticos y
todos los reptiles del suelo según su género” (Gén 1,25). Y las fieras que
infunden temor a los hombres por su ferocidad, los animales domésticos que
están a su servicio, y por fin los reptiles que se esconden a su presencia,
como se ha dicho.
Y Dios
vio que era bueno, y dijo: “Hagamos el hombre a nuestra imagen y semejanza. Y
domine sobre los peces del mar y sobre los pájaros del cielo y sobre las
bestias feroces y sobre todas las criaturas y todo reptil que se arrastra sobre
la tierra” Gen 1,25-
26).
Vió, con la mirada de su bondad, que era bueno y útil que todo el globo
terrenal contuviera la plenitud de la dignidad del hombre y dijo, como
invitando al hombre a un banquete: “Nosotros que somos la potencia unitaria de
la única sustancia de la divinidad en tres personas, hacemos el hombre a
nuestra imagen, es decir según aquella túnica que brotará en el vientre de la Virgen,
que la persona del Hijo vestirá por la salvación del hombre, cogiéndola del
vientre de quien, sin embargo, quedará íntegra. De esta túnica no se separará
nunca la divinidad, pero el alma humana se desvestirá del cuerpo en la muerte
para permitir la redención del hombre, y lo retomará después de ser resucitado
por obra del poder de la divinidad. Y lo hacemos a nuestra semejanza, para que
con la ciencia y la sabiduría comprenda y sepa juzgar las cosas que tiene que
obrar a través de los cinco sentidos. Y con la razón que lo hace vivir
escondida dentro de él y que ninguna criatura mientras está en el cuerpo puede
ver, domine sobre los peces que nadan en el agua y sobre los pájaros que vuelan
en el aire y sobre las bestias salvajes y sobre todas las criaturas que habitan
sobre la tierra y todos los reptiles que se arrastran en la tierra, porque la
razón del hombre es superior a todo”
“Y
Dios creó el hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los
creó, y los bendijo diciendo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y
sometedla y dominad sobre los peces del mar y sobre los pájaros del cielo y
sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra” (Gén 1,27-28). Dios
creó al hombre dándole aquel visible cuerpo de carne que también su Hijo sin
pecado vestiría. Lo hizo como el hombre hace su vestido adaptado a su forma,
según aquélla forma que Dios conoció desde siempre, antes del tiempo. Creó al
hombre dotando al varón de mayor fuerza y la mujer de energía más delicada, y
ordenó sus elementos según una medida equilibrada en longitud y anchura, tal
como dispuso rectamente también la altura, la profundidad y el ancho de las
otras criaturas, para que ninguna de ellas fuera desproporcionada con respecto
a las otras.
Y así
Dios representó en el hombre a todas las criaturas, y dentro de él dispuso algo
parecido al espíritu angélico, es decir el alma, que obra en el hombre sin
poder ser vista por ninguna criatura mientras está en el cuerpo, como la
divinidad no puede ser vista por ninguna criatura mortal. El alma viene del
cielo, el cuerpo de la tierra, y el alma se conoce la a través de la fe, el
cuerpo a través de la vista.
Dios
los creó macho y hembra, pero el varón antes y la hembra después, obteniéndola
del varón. La mujer es quien pare, porque el varón la fecunda por la fuerza de
la virilidad que tiene en él escondida. Los frutos crecen por obra del invierno
y maduran a causa del verano, y si estas dos estaciones no se suceden nada
puede madurar. De la raíz del árbol, que contiene en si el verdor de la
fecundidad, se alimentan las flores y los frutos, y todos vienen de una única
cosa. Así del macho y de la hembra hay muchos nacimientos, sin embargo
provienen de un único creador. Porque si el macho estuviera solo, o si la
hembra estuviera sola, no podría ser engendrado ningún hombre. Por tanto el
macho y la hembra son una cosa sola, ya que el macho es como el alma, la hembra
como el cuerpo.
Y
luego, aquel que los ángeles contemplan en el conocimiento y en la alabanza,
los bendijo, y les ordenó crecer y multiplicarse y llenar la tierra
dominándola, para que cultivada por los hombres desbordara de frutos Y les
mandó dominar los peces en el agua y los pájaros en el aire, porque el hombre
es superior en el desarrollo de los cinco sentidos y todos los animales que se
mueven sobre la tierra vivificada por el aire, porque es superior en la gloria
de la razón.
Y
cuando el hombre haya alcanzado el número perfecto establecido por Dios,
llegará a aquella tierra que para los hombres terrenales es tierra de los
vivientes, y luego conseguirá la unión con el Cordero en lo alto de los cielos.
¡Ay, que gran alegría es que
Dios
se haya dignado hacerse hombre, existiendo con su divinidad entre los ángeles,
con su humanidad entre los hombres! Se tiene pues que creer que es verdadero
Dios y verdadero hombre. Por esta razón estableció que el hombre tuviera su
túnica y alcanzara la plenitud del número que no podrá ser dividido, e hizo por
él lo que el padre hace con el hijo, distribuirle la herencia que le corresponde,
cuando le sometió a los peces y los pájaros y todos los seres vivientes, que
viven y se mueven sobre la tierra pero no están dotados de razón.
Y dijo
Dios: “Os he dado todas las hierbas que producen semillas sobre la tierra y
todos los árboles frutales, para que sean comida para vosotros y para todos los
animales de la tierra y los pájaros del cielo y todos los que se mueven sobre
la tierra, para todo el que vive, para que se nutran con ello”. Y así ocurrió
(Gén 1,29-30). Con su Palabra inagotable Dios dijo que le dio al hombre las
hierbas de sembrar y también los árboles que dan las semillas, para que las
coma, eso no significa que el hombre sólo pueda alimentarse de las hierbas y de
los árboles, sino que también puede alimentarse de aquellos animales que se
alimentan de las hierbas y de los árboles. Concedió al hombre que tomase como
alimentos los animales que habitan la tierra y los pájaros y todo lo que se
mueve y tienen en si el aire que les da vida. En efecto, todos lo que viven
sobre la tierra tienen su alimentación de las hierbas lozanas que brotan de la
tierra, no porque todos los animales coman hierba y frutos, sino porque también
aquéllos que son comidos por otros animales, se han nutrido a su vez de hierbas
y de ramitas verdes.
Y así
se ejecutó el precepto de Dios, ya que todo lo que está sometido a la voluntad
de Dios y todo el orden que Dios ha establecido para las criaturas es
finalizado por el hombre. El hombre, cuya alma es fuego inextinguible, después
del fin de los tiempos verá a Dios, que no ha tenido principio ni nunca tendrá
fin. Ya que mientras el hombre crezca y mengüe como la luna, es decir mientras
que es mortal, no verá a Dios, sino en cuánto él decide mostrarse a los hombres
en la sombra de la profecía. Pero al principio, cuando Dios hizo al hombre,
previó lo que ocurrirá con él al final de los tiempos, y también previó el
tiempo que va desde que sale del vientre de su madre, hasta que es reengendrado
con el agua en el Espíritu Santo.
“Y vio
Dios todas las cosas que hizo, y eran muy buenas” (Gén 1,31), ya que creó todas
las criaturas en plena perfección y sin ningún defecto, y esta falta de
defectos era buena. “Y fue la tarde y fue la mañana, sexto día” (Gén 1,31).
Acabado aquel principio que Dios había cumplido en las criaturas y en el
hombre, que predestinó a tomar el sitio del ángel perdido, el sexto día
resplandecía con la creación del hombre. El sexto día también prefiguraba las
obras que el hombre realizaría en las seis edades del mundo. Según otra
interpretación:
Como,
según la interpretación alegórica, la Palabra de Dios que habla a través de los
apóstoles, refiriéndose a la Iglesia de la fe católica como si fuera la tierra,
que debe producir cuadrúpedos, reptiles, bestias y también el hombre,
antepuesto a todos, y como se tienen que entender las diferencias de edad, de
inteligencia y de grado de los que viven en la Iglesia. Que significa que los
animales hayan sido producidos y el hombre modelado. A qué se refiere o cuál es
el objetivo de crecer y multiplicarse.
XLIV.
“Y luego dijo Dios: que la tierra produzca toda clase de animales según su
especie: ganado, reptiles y bestias salvajes”. (Gén 1,24). Se interpreta así:
la tierra, es decir mi Iglesia, produce todas las virtudes de vida, toda clase
de virtudes que he instituido a través de la enseñanza de los apóstoles. Todos
los que se unan y estén bajo el yugo de la ley, vivan rectamente. Y los que se
han vinculado a la abstinencia de los deseos carnales mortifiquen sus cuerpos
con vigilias, ayunos y oraciones. Los que le donen a Dios todas sus riquezas,
que también le ofrezcan sus almas, eliminando toda ilegalidad en sus obras, y
se hagan agradecidos a Dios que los salva, observando las reglas de él ha
establecido. Y como los animales de la tierra no violan la naturaleza que se les
ha dado, así también el hombre tiene que respetar la naturaleza con que ha sido
constituido, sin realizar esfuerzos superiores a su capacidad. Así la
abstinencia de las cosas del mundo será perfecta, dedicándose al ejercicio de
las virtudes.
“Y
Dios hizo a los animales salvajes según su especie y los animales domésticos y
todos los reptiles del suelo según su genero” (Gén 1,25). Por gracia de Dios en
el Espíritu Santo fueron fundadas en la fe católica todas las grandes virtudes
de las instituciones espirituales, las regulaciones de los que viven en el
mundo, y las virtudes de cuantos viven en la abstinencia.
Y Dios
vio que era bueno, y dijo: “Hagamos el hombre a nuestra imagen y semejanza, y
domine sobre los peces del mar y sobre los pájaros del cielo y sobre las
bestias feroces y sobre todas las criaturas y todo reptil que se arrastra sobre
la tierra” Gen 1,25-
26).
Del mismo modo Dios vio que todas estas virtudes fueron buenas, y dijo para si:
“Ahora hagamos el hombre a nuestra imagen y a semejanza, para que edifique la
Iglesia”. ¿Qué quiso decir? Hagámoslo para que la Iglesia sea levantada,
erguida y pueda llevar al hombre a su plena edificación. Y el hombre en su ser
sea adornado por la razón, es decir hecho a nuestra imagen. Y de ciencia y
sabiduría, es decir hecho a nuestra semejanza, para que edifique la Iglesia
basándose justamente en las obras de Dios y operando como hombre. Y a la
Iglesia, que está inflamada por el Espíritu Santo, le sea dada la ley en mi
Hijo, que ha nacido de mi corazón. En la Iglesia, los hombres que tienen la
ciencia sean puestos como jefes de las cosas terrenales y obedezcan al
evangelio dado por Dios y practiquen las virtudes que vuelan hacia el bien, y
pongan al servicio de Dios su cuerpo y su alma, sometiéndose a las reglas de Dios
y practicando todas las otras virtudes celestes. Y mortifiquen su cuerpo con la
abstinencia de las cosas carnales. De este modo las virtudes humanas se harán
perfectas. Las virtudes hacen perfecto al hombre que observa todas las reglas
de Dios y que se eleva de la una a la otra como si nunca pudiera estar harto de
ellas, alejándose constantemente del mal y moviéndose hacia el bien.
“Y
Dios creó el hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los
creó, y los bendijo diciendo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y
sometedla y dominad sobre los peces del mar y sobre los pájaros del cielo y
sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra” (Gén 1,27-28). Dios ha
creado al hombre porque en la Iglesia fuera reconocida su divinidad y también
porque en el alma, entre suspiros, cumpla sus obras con las virtudes
celestiales, porque por los suspiros del alma la iglesia consigue su adorno
hecho con las gemas de las virtudes. Ha creado al hombre a imagen de Dios Hijo,
para que cercado de ardiente amor lleve a cabo todo bien en la castidad y con
las más elevadas virtudes, y la iglesia de Dios sea perfecta por las obras
queridas por él. Así Dios creó a su pueblo de modo que poseyera las virtudes
viriles, es decir las propias de las personas de sexo masculino, en las
virtudes celestes, y para que viviera en el temor de Dios, en la ansiedad por
el alma que vive en el mundo y teniendo cuidado de los hijos nacidos por ellos,
que son las virtudes propias de las personas de sexo femenino, para que la
iglesia también fuera edificada con ellas.
Y Dios
bendijo todas estas cosas con la plenitud de la bendición, la santa
Encarnación, ya que el Hijo de Dios se revistió de humanidad y de él brotaron
todas clase de virtudes que gotearon con fuerza, tanto la propias de los
religiosos como las de los seglares, que recorren el camino de la perfección
por amor a Dios, porque Dios es Dios y hombre, y
de él
brota toda fuerza vital, y por medio del Espíritu Santo aconseja para que los
hombres crezcan, reunidos en la Iglesia, en la abundancia de los justos deseos
y procedan según el temor de Dios en todo género de vida, y se multipliquen,
empeñándose en dar frutos para que las virtudes, siempre renovadas en ellos, no
sequen. Y les mandó llenar la tierra, es decir la iglesia, y someterla a Cristo
y dominarla haciéndose seguidores del evangelio. Y alejándose de las cosas
terrenales se estabilicen en el bien, y elevándose con las alas de las virtudes
de vida lleguen hasta el cielo.
Y dijo
Dios: “Os he dado todas las hierbas que producen semillas sobre la tierra y
todos los árboles frutales, para que sean comida para vosotros y para todos los
animales de la tierra y los pájaros del cielo y todos los que se mueven sobre
la tierra, a todo el que vive, para que se nutran de ello”. Y así ocurrió (Gén
1,29-30). En la constitución de la Iglesia Dios dijo: "Os he dado y
mandado la fe verdadera a través de mi Hijo, a quien visteis nacer sobre una
tierra con la fecundidad de una tierra que nunca fue labrada, es decir en el vientre
de la Virgen, como flor brotada de tierra intacta. En cambio, mi Hijo llevó la
semilla del Verbo de Dios para que fuera sembrada sobre la tierra prometida, la
santa Iglesia, que ha sido construida para convertirse en la Jerusalén celeste.
Y también estableció una ley para los congregados, que tienen la tarea de
propagar su semilla a los pueblos para que aprendan cómo deben vivir en el
temor de mis preceptos, alimentándose de la ley para edificación del alma, como
el cuerpo se alimenta con las comidas. En efecto mi Hijo dijo: “mi alimento es
hacer la voluntad de mi Padre”. (Jn 4,34).
La
cita se tiene que interpretar así: mi comida, para Mí que soy el Hijo de Dios,
consiste en someter mi cuerpo a la Pasión, y por su medio conducir al hombre al
paraíso del que fue echado, venciendo al diablo según la voluntad de mi Padre.
Porque mi Padre me mandó al mundo por esta razón, para salvarlo. Así pues,
mandado por el Padre, me encarné en el vientre de la Madre sin necesidad de
humor masculino. La comida, por la que soy igual a mi Padre que es eterno, es
mejor que cualquier comida con la que alimento mi cuerpo según la carne, cuerpo
en el que el Padre celeste quiso que me quedara por cierto tiempo entre los
hombres, y hablara con ellos para que puedan volver a la salvación por mis
palabras cuando los reconduzca conmigo a lo alto de los cielos. Esta es mi
obra, con mi humanidad he redimido a los hombres para hacer que obren como Yo.
Hace falta que vosotros os alimentáis de mi ley para que vuestras almas no
desfallezcan, porque he establecido para vosotros el tiempo para alimentaros de
la ley de Dios, en los que encontraréis los pastos de la vida eterna. Si los
observáis no os faltará de nada, sino que viviréis para siempre.
Cuando
los hombres que se someten a las reglas del Dios viven practicando las
virtudes, también imitan a Cristo en la milicia celeste. Se alejan de las cosas
terrenales anhelando devotamente la justicia, y se elevan a la tierra
prometida. Suben de virtud en virtud en movimiento hacia el bien, y observan
los tiempos adecuados para realizar las comidas, según las constituciones dadas
por los maestros.
El
pueblo debe, observar según las reglas de ley los tiempos en que se celebren
las festividades y los tiempos en que ayunar. Sobre las comidas hace falta
pues, mantener esta capacidad de distinguir, para no comer en exceso, sino
según las exigencias del momento y para que sean distribuidas a cada uno según
la justa medida que el Espíritu Santo enseñará y ayudará a mantener. El hombre
cristiano, que es la edificación de la iglesia, debe escuchar estas palabras y
sacar de ellas rectas conclusiones. Y pues así fue hecho, porque las palabras
de Dios y las virtudes del pueblo cristiano son comida de vida en la iglesia.
“Y
Dios vio todo lo que había hecho” (Gén 1,31), es decir aprobó todos los
preceptos que había dado y los tiempos establecidos por todas este virtudes, y
“era muy bueno”
(Gén
1, 31), porque han sido realizados en la plenitud de la gracia de Dios
omnipotente, nuestra esperanza, de modo que no les faltara nada. En efecto, en
un primer momento cada virtud individual era buena individualmente, pero en la
plenitud de la gracia todas fueron igualmente buenas, apareciendo todas
iguales, lo mismo que un banquete es perfecto cuando está compuesto de muchas cosas
de forma equilibrada.
“Y fue
la tarde y fue la mañana, sexto día”, (Gén 1,31). El movimiento inestable que
había en la Iglesia cuando sufría todavía la debilidad de los primeros tiempos
antes de la constitución de los preceptos, empezó a declinar ante la mañana en
que brilló esplendorosamente la justicia cuando las leyes fueron establecidas,
como el día se refuerza con los rayos del sol cuando el sol realiza su órbita.
Así fue el sexto día, ya que el pueblo cumplió los preceptos de Dios según su
voluntad y según la doctrina de sus maestros en la Iglesia, como en la sexta
luz de la fe vigorosa. También hay otra interpretación:
Sobre
la diversidad de la comida que le está permitido comer al hombre y a los
animales en el Génesis, como ha de ser ahora considerada en sentido espiritual
en la iglesia, refiriéndose a la distribución y la asunción de la comida
espiritual que es la palabra de Dios. Como se tiene que comprender la cita de
las palabras de Cristo cuando dice: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi
Padre”, y también ésta cita: “Y fue la tarde y fue la mañana, sexto día”.
XLV. Y
luego dijo Dios: “Que la tierra produzca toda clase de animales según su
especie: ganado, reptiles y las bestias salvajes según sus especies. Y así
ocurrió”. (Gén 1,24). Se interpreta así: Dios aconseja a través del Espíritu
Santo a los hombres que se someten completamente a él, y el Espíritu Santo
enseña cómo unirse a Dios en el amoroso deseo del alma. Esta tierra, es decir
el hombre, produce las virtudes vivas del alma, para que el hombre esté atento
a que su alma esté dirigida continuamente a Dios entre suspiros, y el alma y el
cuerpo obedezcan a Dios, desarrollando la fortísima virtud de la obediencia,
que quitó a la muerte su fuerza por obra escondida de Dios, como los animales
domésticos se someten al hombre. Y el hombre que se somete a otro hombre hágalo
humildemente, como los animales viles que se arrastran y las bestias feroces de
la tierra que le están sometidas, porque la obediencia castiga el orgullo y lo
humilla.
Y Dios
hizo los animales salvajes según su especie y los animales domésticos y todos
los reptiles del suelo según su género. En el hombre que ha pecado abiertamente
por orgullo contra Dios le infunde el temor, por el cual empieza a anhelar a
Dios como el primer hombre abrazó de Dios la regla de la obediencia. Y así Dios
hace que el hombre sacrifique su propia voluntad sometiéndose a otros hombres
por amor de Dios, igual que los animales están cautivos de los hombres, que los
nutren y los adiestran como quieren. De modo parecido, los hombres se agrupan
sometiéndose a sus maestros en humildad, uncidos al yugo de la obediencia como
animales de trabajo y hasta asumiendo la vileza de los reptiles, para que su
voluntad sea pisada y reemplazada por la voluntad de los maestros como los
reptiles son pisados por su naturaleza vil.
Repetición
de todas las cosas escrita a propósito de la obra del sexto día en el Génesis,
como tienen que ser entendidas y observadas en relación a la vida moral, con
dos citas de los Salmos y del Evangelio y de qué manera ellas tienen que ser
comprendidas.
XLVI.
“Y Dios vio que era bueno, y dijo: hagamos el hombre a nuestra imagen y a
semejanza, y domine sobre los peces del mar y sobre los pájaros del cielo y
sobre las bestias feroces y sobre todas las criaturas y todo reptil que se
arrastra sobre la tierra” (Gén 1,25-26). Dios ve que todas estas cosas son
buenas y en su suprema dulzura se complace mucho con ellas, porque el hombre lo
busca dando la primacía a la justicia que ha establecido en él. Y Dios dice
dentro de si: “Este hombre que ha comenzado a practicar la justicia,
venciéndose a sí mismo en sus deseos ilícitos, es capaz de llegar a Mí,
elevándose a través de las buenas obras en el luminoso deseo de obedecer a mi
primera ley, la que instituí justo en el origen del hombre, por la que habría
tenido que obedecerme. Ahora nosotros, que somos tres Personas y la fuerza de
la única substancia que al comienzo hizo al hombre creándolo a su misma imagen
y semejanza, establecemos que al hombre se le de el gran honor de la santidad y
el conocimiento de las cosas divinas, que se le considere señor de la creación,
que sienta como próxima la santa Encarnación en la imagen de Dios y que
devuelva honor a la divinidad con la ciencia que le hace parecerse a Dios. Y
que a través de la institución del Evangelio y las virtudes, el que está puesto
como jefe de todas las cosas del mundo, se ofrezca como víctima sacrifical a
Dios, mortificando el cuerpo con la abstinencia, y elevándose de las cosas de
la tierra a las del cielo, para que pueda obrar con las mismas virtudes que lo
llenan, y las virtudes obren con él, y en esta elección sea conducido al temor
y al amor de Dios”.
“Y
Dios creó el hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los
creó, y los bendijo diciendo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y
sometedla y dominad sobre los peces del mar y sobre los pájaros del cielo y
sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra” (Gén 1,27-28). Y luego
Dios creo al hombre para le fuera motivo de honor y el hombre le conociera en
toda su divinidad y en toda su humanidad. ¿Qué quiere decir? Qué la potencia de
la divinidad que todo crea y gobierna se muestra en aquella obra maestra que es
el hombre. Quiere decir que la misericordia divina, por la cual, revestido de
la humanidad vino en socorro al mundo, se reconoce en la compasión con que el
hombre mismo practica la indulgencia y la misericordia respecto a su prójimo en
cuanto le es posible, éstos son los buenos ejemplos de la palabra de Dios, de
los que el salmista David habla: “Yo había dicho: Vosotros, dioses sois, todos
vosotros, hijos del Altísimo” (Sal, 82,6).
Se
interpreta así: Yo os dije a vosotros hombres: En esto seréis dioses, porque el
hombre domina sobre todas las criaturas, sometiéndolas a vuestra voluntad para
proveer a todas las necesidades propias. Ya que del mismo modo que el hombre
siente fe, temor y amor hacia la omnipotencia de Dios, así las criaturas se
fijan en el hombre y le quieren como a un dios, cuando son nutridas por él y
domadas por el temor. Y vosotros, hombres, son también hijos del que habita en
lo alto de los cielos, ya que, por gracia del Dios viviente, habéis sido
creados racionales y toda la ciencia que os es necesaria la tenéis de él,
mientras los animales irracionales no saben nada sino lo que captan con los
sentidos. En el hombre, además, es decir en la ciencia del hombre viviente,
Dios crea la fuerza y la potencia de la cautelosa justicia para que no ceda a
la iniquidad contra sí mismo ni contra los otros. Y éste es el elemento
masculino.
Pero
también lo crea haciendo que por regalo de la gracia divina se le conceda el
perdón al hombre herido por los pecados, y sus miserias sean valoradas
justamente, y le sea vertido el vino de la penitencia y se le unja con el
aceite de la misericordia, de modo tal que el hombre no caiga posteriormente de
manera imperdonable por una penitencia desmedida, ni permaneciendo tibio siga
dejándose implicar en la vanidad de las obras malvadas. Y éste es el elemento
femenino.
Y Dios
luego bendice todo eso, porque concierne a la humanidad de su Hijo, como el
mismo Hijo dice en el Evangelio: “Quien haga la voluntad de mi Padre, que está
en los cielos, es mi hermano, hermana, o madre”. (Mt 12,50). Se interpreta así:
Todo hombre repleto de gracia de Dios, que haya cumplido la voluntad de mi
Padre, que habita en lo alto de los cielos en su divinidad, por la divinidad de
mi Padre, vivirá en el cielo, porque Yo soy el Hijo de la Virgen. Todo hombre
que haya renegado de su naturaleza terrenal volará hacia Dios con el hombre
interior. Todo hombre que imite a Dios como si fuera de naturaleza diferente de
la que ha nacido y lo adore en el temor perfecto y en la contemplación continua
será mi hermano. Y quien abrace en la fe y en el amor con continuidad a Dios,
es mi hermana por su devoción. Quien se eleve hasta mi Padre con todas sus
obras con el deseo de perfección y lo lleve en el cuerpo y en el corazón, es mi
madre, ya que de este modo me engendra, y en él florezco en el deseo de la santidad
que hay en el Padre y en la plenitud de las beatas virtudes.
Y Dios
dice dentro de sí: que este hombre crezca en la fuerza de las virtudes más
firmes, multiplicándolas en sí, para que la tierra, es decir los otros hombres,
se llenen de todos los colores preciosos de las buenas obras cuando sientan y
comprendan a partir de su enseñanza. Entonces se someterán a sus preceptos. El
hombre tendrá que ser capaz de dominar sus deseos con gran felicidad,
absteniéndose de toda preocupación del mundo, que es vasto como el mar, y
practicando las virtudes, y así podrá correr con deseo celeste hacia las cosas
del cielo, entrenándose en las virtudes y en aquellas cosas que tienen la
fuerza de moverlo al bien, porque la práctica de las virtudes libera el hombre
de los deseos ilícitos, que son tantos cuanto vasta es la tierra.
Y dijo
Dios: “Os he dado todas las hierbas que producen semillas sobre la tierra y
todos los árboles frutales, para que sean comida para vosotros y para todos los
animales de la tierra y los pájaros del cielo y todos los que se mueven sobre
la tierra, a todo el que vive, para que se nutran de ello”. Y así ocurrió (Gén
1,29-30). Y luego a través del Espíritu Santo Dios todavía dice: “Os doy todos
las semillas de las virtudes de que os he hablado, llevan la semilla de mi
Palabra haciéndolas crecer por encima del deseo carnal en el hombre vinculado
por obediencia. Yo pongo en él todas las virtudes más potentes, que le harán
subir a una obediencia siempre mayor y serán para él alimento para el descanso
del alma, ya que tienen en si con justo deseo la buena semilla de su estirpe en
mi Palabra”. Y así todas las virtudes que se someten a Dios por humildad y
actúan como milicia celeste, alejan al hombre de la tierra y lo conducen al
cielo, y en aquellos hombres en los que reside la fuerza viviente del jardín
del Espíritu Santo, las virtudes estarán en su alma como alimento y él podrá
alimentarse de ellas todos los momentos de la vida. Esto ocurre a quien alcanza
esta perfección en Dios.
“Y
Dios vió todas las cosas que había hecho, y eran todas buenas”. (Gén 1,31).
Dios ahora ve que todos los dones del Espíritu Santo son muy buenos, porque en
su plenitud todas las virtudes han llegado a perfección. Porque toda virtud
sólo en un primer momento está bien en sí misma, pero en la plenitud de la
gracia todas las cosas son igualmente buenas porque manifestándose juntas en el
hombre todas alcanzan la perfección. “Y fue la tarde y fue la mañana, sexto
día.” (Gén 1,31). Y ahora Dios hace que el buen fin resplandezca en el hombre
con el buen principio de la sexta virtud, que es la obediencia, como el sexto
día.
Sobre
la perfección del cielo y la tierra y de todo lo que contienen, y sobre el
cumplimiento de las obras de Dios en el séptimo día, y sobre la santificación
de tal día, y sobre el descanso de Dios. Como tienen que ser entendidos.
XLVII.
“Y así se realizaron el cielo y la tierra y todas los ornamentos que
contienen”. (Gén 2,1). Se tiene que interpretar así: Los elementos superiores e
inferiores y todas sus virtudes fueron hechos con mucha plenitud y perfección,
sin defectos, para alegrarse en la abundancia de todo lo que es útil. “En el
séptimo día Dios dio por concluida la obra que había hecho, y en aquel día
reposó de toda la labor que hiciera” (Gén 2,2). El cumplimiento de las obras
hechas con orden en los seis días se denominó séptimo día, cuando Dios llevó a
perfección todas las cosas que había previsto crear. Y así el séptimo día
descansó, dejando su obra, ya que había llevado a la perfección todas sus obras
en la forma debida.
Y
bendijo el séptimo día y lo santificó, por que el día séptimo reposó de todo el
trabajo que hizo al crear. Dios bendijo el séptimo día con la alabanza y lo
santificó para que fuera reconocida su solemnidad, ya que cada criatura había
llegado en él a la plenitud de la creación, como Dios había ordenado, y después
cada una de ellas procede de las otras por generación. Por esto, toda la
multitud de los ángeles y todos los secretos misterios de la divinidad daban
gracias a Dios por la perfección de su obra y lo alababan, porque acabó su obra
provista de los siete dones del Espíritu Santo. Según otra interpretación:
Cómo
estas mismas cosas según la interpretación alegórica se cumplen en los hijos de
la Iglesia formados en la fe cristiana, a través de la Encarnación del Hijo de
Dios, por la predicación del Evangelio y por la obra del Espíritu Santo.
XLVIII.
“Y así se realizaron el cielo y la tierra y todas los ornamentos que
contienen”. (Gén 2,1). Hay que interpretarlo así: Fueron llevadas a perfección
todas las obras celestes que tienden al cielo junto a las obras terrenales que
son necesarias a los hijos de los hombres nacidos sobre la tierra. Y así todo
el honor de las obras celestiales está representado en la tierra por la
Iglesia.
“En el
séptimo día Dios dio por concluida la obra que había hecho, y aquel día reposó
de toda la labor que hiciera” (Gén 2,2). El orden de todas las cosas estuvo
entonces completo. Esto significa que Yo definí todas mis obras en mi Hijo en
el séptimo día, es decir en la plenitud de la totalidad del bien, para que todo
el pueblo de la iglesia viendo, escuchando y examinando con la ayuda de la
doctrina, aprenda bien qué tiene que hacer para obedecer mis reglas. El orden
por Mí establecido fue tan gozoso que no habría sido posible enseñarlo si no
hubiera mandado a mi Hijo. Él realizó todas mis disposiciones con su doctrina y
por sus apóstoles, mientras antiguamente los profetas las vieron solo cómo en
la sombra. Entonces brilló en la Iglesia el séptimo día, el día de mi descanso,
así que desde entonces en adelante ya no obré abiertamente, ni con la
predicación ni con los signos de los milagros ni con las visiones como las de
los santos de los tiempos antiguos. Solamente ahora en el Hijo se manifiestan
las obras de la vida y los misterios concernientes al futuro, pasado y
presente, y a mis elegidos enseño a imitar la Encarnación de mi Hijo, flor de
la primera floración.
“Y
bendijo el séptimo día y lo santificó”, (Gén 2,3), porque en él reposó de todo
el trabajo que Dios hizo creando. Bendije y santifiqué el séptimo día para la
salvación de las almas, cuando mandé a mi Hijo encarnarse en el vientre de la
Virgen. Y lo bendije y lo santifiqué porque me complazco en este día que me
pertenece, en aquellos que, como flores de rosas y azucenas, liberados del yugo
de la ley, eligen vincularse a Mí voluntariamente, por mi inspiración,
enseñando que la Encarnación del Hijo, prometida
en las
antiguas profecías, no está en oposición a las reglas de la ley. Y de esta
forma, mi obra tuvo término con la Iglesia, porque ya es perfecta y resplandece
en la santidad de las obras y en la plenitud del orden establecido. Porque el
Hijo, que es mi séptima obra, parido como hombre del vientre de la Virgen llevó
a cabo junto a Mí en el Espíritu Santo todas las cosas, como dice en el
Evangelio: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).
Se tiene que interpretar así: Dios Padre me ha dado a Mí, Hijo de la Virgen,
todo poder por derecho hereditario, en el cielo para hacer, y sobre la tierra
para juzgar todas las cosas que tienen que ser hechas y juzgadas, haciendo la
voluntad de mi Padre en todas las cosas, porque Yo estoy en el Padre y él está
en Mí. Y todavía hay otra interpretación:
Como
estas mismas cosas según la interpretación alegórica se cumplen completamente
en el progreso y en la perfección de cada fiel.
XLIX.
“Y así se realizaron el cielo y la tierra y todas los ornamentos que
contienen”. (Gén 2,1). Se tiene que interpretar así: Las virtudes celestiales y
terrenales y todos sus ornamentos se realizan en el hombre con la justicia y la
verdad a través de las buenas obras.
“En el
séptimo día Dios dio por concluida la obra que había hecho, y en aquel día
reposó de toda la labor que hiciera” (Gén 2,2). En el séptimo día, que es el
Hijo en que se manifestó la plenitud de las buenas obras, Dios lleva a cabo en
el hombre las buenas obras con la perfección de todas las virtudes, como el
orfebre adorna con piedras preciosas su trabajo y lo refina, ya que las buenas
obras son el adorno perfecto del hombre que las cumple por gracia del Espíritu
Santo. Entonces Dios descansó de toda obra en el Hijo, es decir descansa de las
obras de la creación, entre las que el hombre es la más perfecta, y en el Hijo,
la séptima obra, comienza a obrar las obras de la justicia en el vientre de la
Virgen Maria.
“Y
bendijo el séptimo día y lo santificó, porque en el descansó de todo trabajo
que él hizo creando”. (Gén 2,3). Dios bendice el séptimo día con la perfección
de las buenas obras, es decir en el hombre que es como un miembro del Hijo.
¿Cómo es posible? Porque el hombre imita la palabra interior de Dios, es decir
el Hijo salido del corazón divino, y puede ser reconducido a la vida con el
ejemplo del que se ha hecho obediente al Padre. En el hombre mismo manifiesta
la santidad de las obras celestes, cuando lo tiene consigo en la gloria y le
concede el honor de perdonar a su prójimo cualquier deuda suya, ya que es lo
que él quiere. Entonces el Padre cesa en el rigor de las obras, aquel rigor que
antes de la Encarnación del Hijo no permitió a nadie entrar en el reino de los
cielos, ahora en cambio en su propio Hijo abre la puerta de la alegría celeste
y por el Hijo perdona a los hombres cualquier deuda que le confiese de todo
corazón.
El
fiel entienda estas cosas con fe y no se ofenda con ellas el que es veraz.
TERCERA PARTE
PRIMERA VISIÓN DE LA TERCERA PARTE
Visión
mística de la construcción de un edificio con aspecto de ciudad. Del monte y
del espejo que resplandece en él. De la nube que es por arriba luminosa y por
abajo es negra. Y de todas las otras cosas que aparecen en la misma visión.
I. Y
luego vi una construcción cuadrada que parecía una gran ciudad, circundada por
todas partes, como por un muro, con gran resplandor y de tinieblas, adornada de
algo parecido a montes e imágenes. En la mitad de su lado oriental pude ver lo
que parecía un monte grande y alto, hecho de roca dura y blanca que parecía un
volcán, y sobre su cima algo resplandecía como un espejo, cuya claridad y
pureza parecía superar el resplandor del sol. En él espejo aparecía una imagen
como de paloma con las alas abiertas que parecía lista para volar. Aquel
espejo, en el cual estaban encerradas innumerables maravillas ocultas, emanó de
sí un resplandor difuso, en el cual se mostraron muchos misterios y figuras de
imágenes diferentes.
En el
lado meridional de aquel resplandor surgía algo como una nube, blanca hacia
arriba y negra hacia abajo, sobre la que resplandecía una multitud de ángeles.
Algunos eran del color del fuego, otros luminosamente transparentes, otros
parecían estrellas, pero todos se movían como si fueran lámparas ardientes
agitadas por un fuerte viento, que sonó con muchas voces a la vez, tal que
parecía el ruido del mar.
El
soplo del viento amplificó las voces mientras lanzaba fuego contra la parte
oscura de la nube de que he hablado, haciéndola arder sin llama y sin cambiar
de color. Pero luego una ráfaga de viento sopló sobre ella y la hizo
desvanecerse en espirales de humo, y después de haberla reducido a espirales de
humo, la arrojó de la región austral hacia el norte, por encima del monte,
haciéndola hundirse en el infinito de modo que ya no pudiera remontar, si no
ocasionalmente, a modo de niebla que se esparce sobre la tierra.
Y oí
como trompetas y una voz celestial que decía: “¿Qué fuerza se ha derrumbado por
propia iniciativa?” De la parte blanca de la nube emanaron rayos más
resplandecientes que nunca y nadie pudo resistir al viento, que con triple voz,
destruyó a la nube negra. Y oí la voz del cielo que decía:
Sobre
la presciencia y la predestinación y el orden de Dios, que conoce con
antelación todas las cosas desde la eternidad, que todo lo crea en el tiempo y
que examina con juicio severo las obras de la criatura racional.
II
Dios en su presciencia conoce todas las cosas, ya que las conocía antes de que
las criaturas recibieran su forma, y nada de lo que ocurre desde principio del
mundo y hasta al final le es desconocido. Esto es lo que ilustra esta visión.
Ves
una construcción cuadrada que semeja un gran ciudad, que representa la obra de
la predestinación divina, que es estable y sólida, circundada por todas las
partes como por un muro que unas veces tiene un gran resplandor y otras tiene
tinieblas, porque con juicio justo, los fieles y los infieles, separados los
unos de los otros, están destinados, aquellos a la gloria y éstos a los
castigos. La ciudad está adornada por algo parecido a montes y a imágenes, es
decir reforzada y exaltada por el tamaño de los milagros y las virtudes, porque
Dios hace sus obras buenas y justas y las hace fuertes e inmutables de modo que
ningún ataque de la debilidad pueda arruinarlas. Y luego también ves en la
mitad de su lado oriental lo que parece un monte grande y alto, hecho de roca
dura y blanca parecido a un volcán. Esto significa que en la fuerza de su
justicia, Dios es grande en la potencia, alto en la gloria, duro en su
severidad y blanco en la dulzura, porque todos sus juicios los realiza en el
ardor de la equidad. Él es justo y destruye toda injusticia, porque el cielo y
la tierra se basan en Él, y es Él el que sustenta el firmamento con todas las
criaturas, como la piedra angular sustenta un edificio entero. Sobre la cumbre
de la montaña algo resplandece como un espejo, tan luminoso y puro que parece
también superar el resplandor del sol, porque en la excelencia de Dios su
presciencia es tan luminosa y transparente, que supera la claridad de todas las
criaturas. En él aparece una imagen parecida a una paloma con las alas
abiertas, como si estuviera lista para volar, porque en esta misma presciencia
el orden divino se abre y comienza a manifestarse. En efecto, es deseo de Dios,
que hace llegar la luz a toda criatura. Y como el ave tiene dos alas para volar
y está colocada sobre el monte reflexionando en que dirección emprender el
vuelo, así el orden divino, que tiene sus dos alas en los ángeles y en los
hombres, está como descansando sobre el monte ordenando todas sus
posibilidades, y disponiéndose a extender ordenadamente su potencia a todas las
cosas, como el hombre que en silencio hace y ordena sus proyectos. Él ha
fortificado al hombre confiándolo a la custodia de los ángeles, y le ha dotado
de dos alas con la voluntad y la capacidad de cumplir las obras. Pero ha
quedado oculto y silencioso bajo la ley antigua, porque la ley encerró en si la
plenitud de su sentido.
La
disposición divina en la ley antigua había previsto que la figura que posee el
soplo de la vida y la ciencia, tendría que cumplir sus obras con el viento
viviente, es decir con el alma, o volviéndose a la derecha o a mano izquierda.
Si hubiera volado hacia derecha, habría conseguido el premio de la vida, si en cambio
se hubiera vuelto a mano izquierda, habría tenido que someterse a los castigos.
Este orden Dios lo tiene escondido bajo el velo de sus alas y protege con su
derecha al que vuela hacia él mientras dice: “En ti me regocijo, porque tú me
has creado y mi alma quiere atarse a ti”. Y Dios lo acoge y lo engalana como
merece, mientras deja perecer a quién se niega a unirse a él, como ya se ha
dicho.
Pero
cuando el Hijo de Dios vistió la túnica de carne, que adhirió a su santa
divinidad, y en su humanidad con ella llevó a cabo su obra que hasta a entonces
no había sido concluida, se elevó en las virtudes llevando consigo a los
hombres, y los ángeles se maravillaron por ello, porque lo que ningún otro
hombre pudo hacer, lo pudo el Verbo de Dios hecho carne. Santificó a los
hombres a través de la asunción de su mismo vestido, santificando a los que
levantaran los ojos hacia él y, renegándose a si mismos, vuelan a él con las
alas extendidas hacia los supremos deseos.
La
ciencia de Dios, que contiene en sí muchos misterios que no podemos conocer,
muestra la visión de estas maravillas como y cuando quiere. Qué significan los
tres tipos de ángeles que aparecen en esta visión.
III.
Aquel espejo donde se encierran ocultas innumerables maravillas, emana de sí un
resplandor difuso, que significa que la ciencia de Dios, que contiene en sí
muchos misterios que no podemos conocer, puede enseñarnos sus maravillas
extendiéndose y elevándose como quiere. En él se muestran muchos misterios y
figuras de imágenes diferentes, porque cuando los milagros de Dios empiezan a
mostrarse, lo que primero fue desconocido y no pudo verse ahora comienza a
manifestarse abiertamente. En el resplandor del lado meridional, en la nube
blanca por arriba y negra por abajo se muestra algo: significa que al revelarse
la ardiente justicia de Dios se desvelará la voluntad loable de los espíritus
beatos y la voluntad execrable de los condenados.
Sobre
ella resplandece una multitud de ángeles, alguno del color del fuego, otros
luminosamente transparentes y otros parecen estrellas. Los de color del fuego
son firmes en su fuerza y siempre están inmóviles, ya que Dios ha querido que
ellos, al estar vueltos hacia él, contemplen siempre su rostro. Los que son
luminosamente transparentes son los ángeles que se mueven para llevar ayuda a
las obras de los seres humanos, que son la obra de Dios. Estos ángeles siempre
presentan a la presencia de Dios las obras humanas que necesitan ayuda, ya que
siempre las analizan con atención y al elegir las útiles y rechazar las
inútiles, las hacen subir hasta el perfume de Dios. Los ángeles que parecen
estrellas sufren junto a la naturaleza humana, y la ponen ante los ojos de Dios
como por escrito. Son los compañeros de los hombres y les envían las palabras
de la razón, como Dios quiere, y alaban a Dios complaciéndose con sus obras
buenas, mientras que apartan la vista de las acciones malas.
Sobre
el espíritu de Dios, que suscita su venganza para combatir y reprimir a través
de los ángeles santos el orgullo de los ángeles rebeldes. Y sobre el canto
armonioso, incansable y superior a la humana comprensión, de los ángeles buenos
que alaban Dios con adoración siempre renovada.
IV.
Todos ellos se mueven como si fueran lámparas encendidas agitadas por un fuerte
viento, porque el espíritu viviente de Dios, que arde en la verdad, mueve impetuosamente
los espíritus angélicos contra sus enemigos. Estos a su vez suenan con muchas
voces, con un murmullo parecido al ruido del mar, porque en él está la plenitud
y la perfección de todas las alabanzas, infusas en las criaturas angélicas y
humanas para gloria de Dios. Y luego, como ves, el soplo del viento amplifica
las voces porque el Espíritu de Dios transforma las palabras con que juzga a
los justos en palabras de castigo para los condenados. Y con ello envía un
fuego a la parte oscura de la nube de que se ha hablado, haciéndola arder sin
llama y sin cambiar color, porque los santos espíritus, cuando vieron que los
ángeles caídos comenzaban a rebelarse, se apresuraron a honrar Dios y vertieron
el fuego ardiente de la venganza sobre la malvada traición de sus enemigos. Así
ellos se queman, no para ser purificados, sino como total maldición de quienes
arden lejos de la luz de la salvación, porque no quisieron tributar a su
Creador el honor que se le debe. Ya que en efecto, no quisieron refulgir en la
alabanza del Creador, han sido reducidos a una nulidad, del mismo modo que el
pergamino falto de letras es algo vacío, porque le falta el honor de la
escritura.
Pero
luego una ráfaga de viento sopló sobre la nube y la hizo desvanecerse en
espirales de humo denso, porque el ímpetu de la venganza divina destruyó,
valiéndose de los santos espíritus, el conato de rebelión de los malvados, y ya
que quisieron elevarse, los humilló y los hizo hundirse. Las filas de los
ángeles buenos, que en su totalidad se fijan en Dios, dan testimonio cantando
sus alabanzas, alaban admirablemente uno por uno sus misterios, y que desde
siempre y para siempre están en él, nunca se cansan de cantar, ya que no están
cargados por un cuerpo terrenal. Cuentan pues, la gloria divina con el sonido
viviente de sus voces excelsas, que son más numerosas que los granos de arena,
que todos los frutos que brotan sobre la tierra y que todos los sonidos
emitidos por todos los animales, y son más fuertes que la luz que el sol, la
luna y las estrellas hacen refulgir sobre el agua, y son mas fuertes también
que todos los sonidos producidos en el éter por el soplo de los vientos, que
mueven y sustentan los cuatro elementos. Sin embargo, con todas las alabanzas
de sus voces, los santos espíritus no pueden abarcar de ninguna forma la
divinidad, y por eso cantan alabanzas siempre nuevas con sus voces.
Entonces
este celo divino del que acabamos de hablar, después de tener la nube reducida
a espirales de humo, la arrojó de la región austral hacia el norte, por encima
del monte, haciéndola hundirse en el infinito, de modo que ya no pueda
remontarse, sino ocasionalmente, a modo de niebla que se esparce sobre la
tierra. Donde se muestra posteriormente cómo este celo, valiéndose de la fuerza
de los santos ángeles, hizo precipitarse en la ruina de la perdición y la
perenne desgracia el conato de los espíritus malvados, que ya vacilantes fueron
alejados del lugar reservado a la santidad, retrayéndose de la contemplación
del viviente. Y los redujo a tal desesperación que ya no osan rebelarse contra
Dios, aunque no dejen de tentar a los hombres con sus malvadas sugerencias.
Una
parte de los santos espíritus permanece invisible en el cielo, siempre está en
adoración delante del rostro del Creador, y raramente es mandada al exterior.
En cambio, otra parte, la que conocemos con el nombre de ángeles, sale
continuamente para cumplir muchas misiones y cuando es necesario se aparecen a
los hombres. Cómo todas las criaturas racionales no tienen que buscar nunca su
propia gloria, sino siempre la de Dios.
V. En
el arcano del cielo, junto a Dios, una multitud de ángeles está invadida por
luz de la divinidad pero no es visible a las criaturas humanas, que la conocen
solamente por las señales luminosas que de ellos provienen. Esta multitud posee
una razón más parecida a la de Dios que a la de los hombres y raramente se
muestra, mientras que los ángeles que colaboran con la humanidad se muestran
con señales manifiestas por orden de Dios cada vez que él les confía la tarea
de ayudar sus criaturas. Todos los ángeles, aunque tengan diversas funciones,
adoran al único Dios en la veneración y en el conocimiento.
Por
otra parte, si el conocimiento no volara con cantos de alabanza hacia el ser
del cual proviene, sino que pretendiera tener el ser por sí, ¿como podría
existir, puesto que no tiene por sí mismo su propio origen? Por esto la
racionalidad siempre dirige su cántico de alabanza a otro y éste se alegra en
él, mientras que si pretendiera alabarse a sí mismo no podría conseguir la
gloria. Esto es lo que hizo Satanás al principio de su vida, se negó a adorar a
su Creador devolviéndole alabanza y, ya que pretendió existir por sí mismo, se
encerró en sí separándose de la divinidad, y por consiguiente fue pisado por
ella, como se pisa la paja separada del trigo.
Por
tanto toda criatura viviente tendrá que adorar a su Creador y no tendrá que
tratar de buscar él mismo la propia gloria. El ser humano no puede conseguir la
plena alegría de la recompensa, ha de recibirla de otro, pero cuando entienda
que ha conseguido la recompensa de otro, tendrá una gran alegría en su corazón.
En este punto es donde el alma se acuerda de haber sido creada por Dios y lo
adora en la fe, como cuando una persona mira la forma de su cara en el espejo.
Dios omnipotente ha hecho su obra de este modo para que su obra lo adore y lo
alabe, ya que tiene gran perfección y dignidad, y ha dispuesto que los santos
espíritus echaran A los que se opusieron a la verdadera santidad, diciendo:
“Alejémonos de nosotros, porque quieren asustarnos” Y así está escrito según la
voluntad de Dios:
Palabras
del salmista del Salmo XCII a este propósito, y como tienen que ser
interpretadas.
VI.
“Levantan los ríos, Señor, levantan los ríos su voz. Los ríos levantan sus
oleadas con el estruendo de muchas aguas” (Sal 93,3). Para comprender estas
palabras hay que interpretarla así: En el ímpetu de tu venganza los espíritus
angélicos se han levantado, oh señor de todas las criaturas, y han manifestado
su fuerza como oleadas para ahogar a tus enemigos. El ejército de estos
espíritus redobló su fuerza, ofreciendo sus voces y el sonido de las alabanzas
infinitas a Dios, porque las filas angélicas son como ríos de agua viva que el
viento, el espíritu de Dios, agitó para ser glorificado por ellos, para que sus
voces combatieran contra el negro dragón.
Así
Miguel, entre sonidos de trompeta que anunciaban el oculto juicio de Dios,
golpeó a la serpiente porque no quiso reconocer el luminoso claror de la
divinidad, y la echó por virtud de Dios en el pozo del infierno, del que no se
encuentra nunca el fondo. Y echó también a sus seguidores, también cayeron con
él los que actuaron de acuerdo con él como si fuera su maestro. Sin embargo, él
tuvo un castigo mayor los demás porque no quiso adorar a nadie más que a si
mismo, mientras que los demás lo adoraron a él.
Después
de la caída del antiguo enemigo los coros celestiales continuaron alabando a
Dios, porque su adversario cayó y porque en el cielo ya no había sitio para él.
Y siguieron reconociendo las maravillas de Dios es más, se mostraron aún más
deslumbrantes que antes, porque comprendieron que en el cielo no habría jamás
un combate parecido y que ningún otro ángel sería jamás despeñado desde el
cielo. Y también supieron, porque lo contemplaron en la pureza de la divinidad,
qué el número de los espíritus caídos sería reemplazado por vasos de arcilla.
Con la alegría de saber que el número de los que habían caído iba a ser
restaurado empezaron a olvidarse de la caída, como si no hubiera ocurrido
nunca.
Entonces
el Dios todopoderoso constituyó a la milicia celestial en coros diferentes,
como convenía, de modo que cada coro individual tenga sus tareas y cada coro
sea espejo y sello de los demás. En cada espejo individual residen los
misterios divinos, que los coros mismos no pueden ver completamente, ni
conocer, ni aprender, ni contener. Así, maravillados suben de alabanza en alabanza,
de gloria en gloria. Y de ese modo siempre se renueva, y nunca llegará al
final. Dios los ha hecho espíritu y vida, y ellos no cesan nunca de alabarlo y
de fijar la mirada en la ígnea claridad de Dios, y por el resplandor de la
divinidad centellean como una llama.
Que
los fieles acojan con corazón devoto estas palabras, porque han sido dictadas
por el bien de los creyentes, por el que es principio y fin.
SEGUNDA VISIÓN DE LA TERCERA PARTE
Visión
mística de un peñasco de mármol parecido a un monte que está en la parte
oriental de la construcción de la ciudad que se vió en la visión anterior, y de
una innumerable multitud de hombres que aparecen de la parte oriental y en la
meridional de la construcción. Y luego también la forma y el aspecto extraño de
dos imágenes que están puestas cerca de la esquina oriental.
I.
Después de haber visto estas cosas vi en la esquina oriental, en el punto donde
surge el sol, un peñasco de mármol que parecía un monte grande, alto y de forma
regular. En él se vio tallada una puerta que parecía la puerta de una gran
ciudad. Todo estaba invadido por el brillante resplandor de la aurora, pero no
lo sobrepasaba. Desde aquella piedra hasta la otra extremidad del lado
oriental, es decir hacia el mediodía, se vieron imágenes parecidas a estrellas
veladas por una nube, como de hombres de todas las edades, niños, jóvenes y
viejos, que producían un sonido hacia occidente, un sonido como el del mar
cuando las olas son agitadas por el viento. Un resplandor procedente de lo alto
y superior a cualquier belleza humana imaginable irradió desde ellos al volver
reflejarse sobre ellos.
Cerca
de este segundo límite del lado oriental estaban de pie otras dos imágenes. La
primera tenía la cabeza y el pecho como de leopardo, los brazos de hombre y las
manos parecidas a las patas de un oso; el resto de su figura no pude verlo.
Vestía una túnica de piedra y estaba completamente inmóvil, pero girando el
rostro, miró hacia el norte. La otra imagen, más próxima al ángulo mencionado,
tenía la cara y las manos humanas. Tenía las manos plegadas la una encima de la
otra, y se podían ver sus pies, patas de gavilán. Vestía una túnica que parecía
de madera, blanca desde la cabeza hasta el ombligo, rojiza del ombligo a los
lomos, de los lomos a las rodillas grisácea, y oscura de las rodillas hasta los
pies. Tenía una espada colocada como atravesada sobre los lomos y aunque estaba
inmóvil, dirigía la mirada a occidente.
Más
allá vi un número casi infinito de figuras humanas flotar en una nube en el
aire como a lo largo de toda la zona austral. Algunos llevaban sobre la cabeza
algo como coronas de oro, otros tenían en las manos cosas parecidas a palmas
bien decoradas, otros tenían como flautas, otros cítaras, otros órganos, y el
sonido de sus instrumentos tenia la entonación del dulce sonido de las nubes. Y
de nuevo oí la voz del cielo que me dijo:
Dios
omnipotente, que no cambia nunca ni padece en si ningún cambio, con justo
juicio condenó a los ángeles que se engrieron y, socorriendo con piadosa
misericordia al hombre que fue engañado, después de haberle preanunciado de
muchos admirables modos la salvación futura en el Antiguo Testamento, por fin
en el Nuevo llevó a cabo su liberación a través de muchos milagros. La
profecía, dada por Dios para instruir y corregir, no faltó ni faltará nunca en
ninguna edad del mundo.
II
Después de la caída del ejército de los ángeles perdidos, Dios ordenó que el
hombre tomara en la gloria el lugar de aquéllos que la perdieron, y luego,
cuando el hombre cayó en la ruina, lo redimió levantándolo hacia la santidad a
gran precio, con muchos admirables mensajes que lo volvieron a llamar a la
vida, de los que se habla a menudo en el Viejo Testamento, así como en el
Nuevo, con los muchos milagros obrados para su liberación. Por eso se ve en el
rincón oriental, en el punto dónde surge el sol, un peñasco de mármol que
parece un monte grande, alto y de forma regular. Esto significa que en el
principio del día de todas las criaturas, cuando fue creado el mundo, Dios
estaba allí, firme piedra poderosa y alta en la integridad y en la solidez, sin
cambio. En ella se ve entallada la puerta de aquello que parece una gran
ciudad, toda invadida por el brillante resplandor de la aurora, pero no lo
sobrepasa, porque la voluntad de Dios, como una puerta abierta a todo lo que es
bueno, se apoya completamente en el orden de la mas pura divinidad, y no excede
el orden determinado, porque la voluntad y el orden de Dios concuerdan la una
con el otro, y ninguna de las dos prevalece. Así Dios, en la piadosa bondad de
su querer, ordenó que en el lugar que la antigua serpiente había perdido fuera
puesto el hombre, y cuando el hombre cayó en la perversión lo purificó con las
aguas del diluvio y, después de tenerlo purificado, lo renovó en Noé,
examinándolo con su justicia.
Desde
aquella piedra hasta la otra extremidad del lado oriental, es decir hacia el
mediodía, se ven, parecidas a estrellas veladas por una nube, imágenes como de
hombres de todas las edades, niños, jóvenes y viejos, que emiten un sonido
hacia occidente, un sonido como el del mar cuando las olas son agitadas por el
viento. Porque desde la primera manifestación de la energía divina hasta el
punto en que tuvo término la antigua ley de rostro severo, cuando vino el fuego
de justicia y verdad, se manifestó la profecía, y esto desde la primera obra de
Dios, es decir en Adán. Y así de generación en generación, a lo largo de las
varias edades de la humanidad resplandeció como luz entre las tinieblas, y no
dejará de resonar hasta al final del mundo con las palabras sobre los
inagotables misterios, que el Espíritu Santo inspira y que tienen sentidos
múltiples. La profecía está en el hombre como en el alma en el cuerpo. Porque,
como el alma está escondida en el cuerpo y lo gobierna, así la profecía que
viene del espíritu de Dios, superior a todas las criaturas, es invisible, sin
embargo allana los valles y cuantos se han extraviado por la calle equivocada
son reconducidos por ella al camino de la rectitud. Así por mi inspiración mi
siervo a David habla, diciendo:
Palabras
de David del primer versículo del Salmo XLIV, es decir: “Mi corazón desborda de
palabras buenas”, que habla de ésto y de la doble generación de Cristo, y como
deben ser interpretadas.
III.
“Mi corazón desborda de palabras buenas, cuento al rey mis proezas” (Sal 45,2).
Esta cita ha de interpretarse cómo sigue: Yo, que soy el Padre de todo, muestro
con claridad que antes de cualquier criatura fuera, la fuerza que hay Mí se
desbordó en mi Palabra de bondad, es decir, en el Hijo que he engendrado y a través
del cual, todas las cosas buenas han sido hechas. Por esto hablo Yo, que nunca
cambio, Yo, que pongo mis obras a disposición del que está destinado a reinar
sobre toda la tierra. Todas mis obras, que han sido hechas en el principio, las
conoce mi Hijo.
Por su
virtud, la profecía se desbordó en palabras llenas de verdad, cuando, afirmando
que la misma Palabra a través de la cual todas las cosas han sido hechas se
habría de revestir de carne, anunció las obras admirables y anunció la llegada
futura del rey de los reyes. Anunció que brotaría como semilla de justicia de
una tierra de pureza, que no sería quebrantada por obra de varón. Esta profecía
conocida por inspiración del Espíritu Santo, la recibieron algunos viejos,
algunos jóvenes y también algunos niños, que utilizando una multitud de signos
diferentes hablaron, por inspiración del Espíritu Santo, de aquella semilla que
es la Palabra de Dios
Dios
creó al hombre a partir de la tierra y lo transformó en carne y sangre. Pero la
mujer, tomada del hombre es carne de su carne y no tuvo que transformarse en
otra cosa. Ellos, en el espíritu de la profecía supieron por inspiración del
Espíritu Santo, que la mujer daría a luz al Hijo de Dios como una flor que
crece en el aire dulce. Esto lo prefiguró la vara de Aarón separada del árbol,
símbolo de la Virgen Maria, cuya mente estaba tan separada del hombre que nunca
fue mellada por el placer de la unión sexual, y a su único Hijo lo engendró por
el fuego del Espíritu Santo. Dios lo rodeó de todas las criaturas, ya que
ellas, surgidas de él, reconocieron de él el gusto y obedecieron todos a su
voz. Los profetas habían dicho que una mujer pariría por obra del amor como la
rama de la raíz de Jesé, y todos aplicaron este parto virginal al rey, es decir
al Hijo de Dios.
Y
cuando la mujer llevó dentro de sí al Hijo de Dios, todos los que pudieron
verlo y escucharlo como si fuera uno de ellos, lo quisieron más de lo que
habrían hecho si no lo hubieran visto nunca, porque lo que los hombres sólo ven
entre penumbras no pueden conocerlo completamente. Por eso cuando los profetas
hablaron como en sombras, algunos descuidaron las cosas que dijeron como si en
sí mismas, únicamente fueran palabras de sombra. Y sin embargo sucesivamente
todas encontraron reconocimiento entre los hombres, porque la voz de la
profecía procede de los misterios ocultos de la divinidad.
La
primera de las dos imágenes que están situadas en la parte oriental del
edificio, que lleva un vestido de aspecto casi bestial, significa el tiempo
anterior al diluvio, tiempo en que los hombres vivían sin ley y sin el
conocimiento del verdadero Dios, y vivían según costumbres más parecidas a las
de las fieras que a prácticas humanas.
IV.
Como ves, cerca de límite del lado oriental, de pie, están estas dos imágenes.
Significan que cuando el origen de la justicia, que comenzó en Abel, cedió ante
la incertidumbre, Dios estableció dos tiempos, diferentes desde el punto de
vista de las costumbres de la humanidad, pero próximos entre sí, que fueron
antes del diluvio, sin la ley y después del diluvio, bajo la ley.
La
primera figura tiene la cabeza y el pecho como de leopardo, los brazos de
hombre y las manos parecidas a las patas de un oso, el resto de su figura no
pude verlo. En efecto, el tiempo antes del diluvio, sin la ley, las costumbres
de la humanidad manifestaron la potencia y la fuerza de las bestias feroces de
diversa naturaleza, porque entonces los hombres, como consecuencia del engaño
diabólico, fueron receptáculo de todos los vicios, olvidaron a Dios y vivieron
desenfrenadamente según sus gustos. Y aunque a veces trabajaron como hombres
con los brazos, otras veces las obras de las manos imitaron bastante la
naturaleza rapaz de las fieras. Por consiguiente no cuidaron la honestidad que
es propia de las humanas costumbres y no hicieron nada para educarse a vivir
como hombres, sino se limitaron a quedar como deformes.
Viste
una túnica de piedra que está inmóvil, pero que al girar su rostro mira al
norte, porque los hombres que vivieron en el tiempo de que estoy hablando se
revistieron de la dureza y del peso de los pecados y no se convirtieron del mal
al bien, aunque se dieran cuenta, ya que poseían el conocimiento de que sus
obras eran malas y vergonzosas, lo cual era la alegría de la antigua serpiente.
A pesar de eso, no tenían voluntad de abandonarlas.
Cuando
Dios creó el cielo y la tierra la dividió en dos partes, de modo que una parte
sea inmutable y otra sometida a cambios, y de esta última creó al hombre. El
hombre, que vela y duerme, está sometido a cambio. Cuando uno hace guardia, en
efecto, según avanza la posición del sol carece de luz en la iluminación de sus
ojos, y es algo parecido como a quien se le obscurece el alma como si fuera de
noche.
Sobre
la fuerza, la violencia y las costumbres impuras de los hombres antes del
diluvio y como, engañados por el diablo, se hallaban alejados de la adoración a
Dios, con la excepción de unos cuántos.
V.
Dios puso al hombre en la tierra de los vivientes, que no está iluminada por la
esfera del sol, sino invadida por la luz viviente de la eternidad. Pero el
hombre infringió la regla divina, y regresó a la tierra sometida a cambios.
Luego engendró dos hijos, uno de ellos, ofreció sacrificios a Dios, mientras el
otro mataba al hermano manchándose de la culpa de su muerte. El que fue
asesinado era el que ofrecía sacrificios a Dios y había oído su voz. Por eso
hubo gran luto.
Al
principio de la creación los hombres eran tan robustos y tenían tanta fuerza
que vencían a las fieras más fuertes. Por tanto jugaban y se divertían con ellas,
y las fieras, temerosas de los hombres, frenaron su ferocidad y se sometieron
aunque no por esto cambiaron su naturaleza. Fueron los hombres los que
alteraron la bella forma de su razón, mezclándose con las bestias, y si lo que
en tal modo era engendrado, era mas parecido a un ser humano que a un animal
feroz, lo odiaban y descuidaban, mientras que si era más parecido a un animal
salvaje que a un ser humano, lo abrazaban y lo besaban con predilección.
En
aquel tiempo las costumbres de los hombres eran, pues, dobles. En parte
favorecieron la naturaleza humana, en parte la salvaje, de modo parecido a como
el leopardo y el oso siguen las costumbres humanas y las bestiales. Por tanto
perdieron las bellas alas de la razón, con las cuales habrían sido capaces de
volar hacia Dios con la fe y en la esperanza, porque sus alas desaparecieron
por los pecados que se han contado. Éste fue el fruto de la sugerencia de la
antigua serpiente, que planeó matar en ellos la gloria de la razón humana. La
serpiente la detestaba la razón y procuraba aplastarla. Por tanto el diablo
dijo para sí: “¿Qué hizo finalmente el Dios Altísimo? Pero, si la criatura me
obedeciera a mí en lugar de obedecerle a él significaría que soy superior. Así
pues, conseguiré dominarlo en su propia obra”.
Los
hombres en la época más antigua, manchados por la baba de la serpiente, obraron
favoreciendo la concupiscencia de su vasija terrestre en vez del soplo del
alma, y no quisieron conocer nada que no tuviera forma visible, y dijeron:
“¿Qué me importa el viento que no tiene cuerpo y no me habla? Lo que me habla,
lo que se acerca a mi, eso quiero”.
Entonces
el arte diabólico producía un simulacro de vida en algunos grandes animales, y
a través de ellos decía a los hombres: “Yo soy el que os ha creado”. De este
modo logró persuadir con estas artimañas a los hombres, con objeto de subvertir
su camino con solo el sonido de la voz y el lenguaje de la razón, razón con la
que habrían tenido que alabar a Dios, porque quiso que se negaran a alabarlo
exactamente como él se negó. Solamente los pocos que oyeron las palabras del
primer hombre, que les contó como había sido formado por Dios, cómo lo había
puesto en el jardín de las delicias y como salió de él, disfrutaban saboreando
su propia naturaleza humana como Dios les había constituido y no se mezclaron a
las bestias. Ellos vivieron rectos y sobrios según su naturaleza, pero para no
padecer las molestias y las bromas pesadas de la gente común, que ya se ha
dicho cómo se deleitaba en la suciedad, tuvieron que huir arriba a las
montañas. Allí arriba el soplo del alma los confortaba para que siguieran
evitando el pecado, pero a pesar de eso vivían entre suspiros diciendo: “¿Dónde
encontraremos al que nos ha creado?"
Por
esto se burlaban de ellos y les decían: “¿Qué es lo que veneran éstos? ¿Una
cosa que no ven con los ojos ni tocan con las manos?”. Así fue despreciada el
arca de Noé. Pero Dios les hablaba con sus maravillas místicas, lo mismo que
habló a Abel, el hijo del primer hombre.
Al no
soportar Dios ya la maldad y los delitos de los hombres de aquel tiempo,
exterminó con las aguas del diluvio a todo el género humano y a todos los
vivientes, salvo los que hizo entrar en el arca. Se habla luego del cambio del
sol, de la luna, de las estrellas y de la tierra, cuyas cualidades cambiaron
con respecto a las de antes del diluvio, y de cómo al final del mundo el fuego
consumirá la tierra hasta una profundidad equivalente a la que las aguas la
penetraron.
VI.
Después de que la tierra se hubo llenado de estos depravados, Yo, el que soy,
no soportando ya estos pecados criminales, decreté que el género humano quedara
ahogado por las aguas, a excepción de los pocos que me reconocían.
La
tierra no volvió a estar seca hasta que el pueblo engañado no estuvo
completamente sumergido. Las aguas recubrieron la tierra entera, que se
transformó en lodo. Los cadáveres humanos quedaron enterrados, no se pudieron
hallar, mientras algunos cadáveres de animales, que eran ligeros, se vieron
flotar sobre el agua. La tierra no volvió a estar seca antes que el sol con
todo el ciclo de la luna y las estrellas y todas sus funciones no hubiera
cumplido un recorrido completo de oriente a occidente, ni antes de que todos
los astros hubieran reconducido las aguas a los lugares donde al principio
habían estado colocadas.
Y la
tierra se coció con el calor del sol y se alteró, haciéndose diferente de lo
era antes. En realidad el sol y la luna y las estrellas y todos los otros
cuerpos celestes desde la caída de Adán hasta el diluvio fueron bastante
turbulentos a causa del calor excesivo, pero los hombres de entonces tenían un
cuerpo muy fuerte para poder soportar aquellos calores. Cómo era de fuerte ese
calor, lo muestra ahora a veces el picor de los grandes calores cuando los
cuerpos celestes se enturbian. En efecto, después del diluvio el agua empapó
los astros y tanto durante el frío como durante el calor son más luminosos de
lo que habían sido nunca antes del diluvio, mientras que la tierra y los seres
humanos han quedado más débiles y sujetos a enfermedades que antes. El agua del
diluvio empapó toda la tierra permeable hasta el fondo transformándola en
barro, igual que el último día se quemará hasta el fondo, porque después de
aquel día los hombres ya no tendrán necesidad de ella.
Dios
emite sus juicios sobre el género humano con el agua y el fuego, porque de
ellos está hecho el hombre y por ellos debe ser oprimido. Y lo mismo que Dios
invade toda la tierra con la humedad del agua y la recompone y la consolida con
el calor del fuego, así el hombre se humedece con la humedad del cuerpo y se
conforta con el calor del fuego de su alma. Y los que Dios salvó para que
después del diluvio engendraran un nuevo género humano, aterrorizados por el
terrible juicio de Dios que vieron, ardieron de temor de Dios y empezaron a
inmolar víctimas sacrificiales en su honor.
A
causa de la mutación de los elementos, también las fuerzas de los hombres
después del diluvio disminuyeron. Como ellos con el tiempo empezaron a
corregirse, aterrorizados por el temor de aquel juicio. Sobre el arco que
entonces por la primera vez fue puesto como señal del pacto entre Dios y el
hombre.
VII.
Con el pasar del tiempo el género humano se reprodujo cada vez más débil
comparado con la fuerza que tenían los hombres antes del diluvio, como se ha
dicho antes. Cuando la tierra cambió, también las fuerzas de los hombres
cambiaron y se debilitaron, ya que siguieron al antiguo tentador que había
cambiado la gloria por los hábitos de la serpiente. Porque la serpiente es
astuta y quiere engañar a quien a su vez también quiere engañar a los demás, y
quiere huir de quien trata de huir de ella. Así actúa el antiguo enemigo,
engaña al débil con el veneno mortal de la traición y huye velozmente fuera de
quien quiere vencerla, porque éste lo pisa como cuando fue echado del cielo.
En
esta época floreció también el temor de Dios, tanto que supo resistir a la
antigua serpiente y no permitió que con su soplo, ésta infundiera el olvido de
Dios en el género humano como hizo antes del diluvio. Pues después del diluvio
Dios hizo una tierra nueva con un pueblo nuevo, y puso entre las nubes el arco
iris como señalando que las aguas ya no sumergirían más toda la tierra y todas
las gentes, pero también para enseñar que todos sus enemigos tenían que
reconocer el gran poder de su terrible juicio sobre ellos. En realidad el
juicio de Dios oculta una energía lo bastante grande para aplastar a sus
enemigos que quieren destruir la verdad de la divinidad. Después de la caída
del hijo de la perdición pondrá fin con el fuego y grandes tempestades a todos
los hombres mortales, y así hará que ningún mortal aparezca más sobre la
tierra.
La
segunda imagen indica el tiempo después del diluvio, tiempo regulado por la
ley. Los diversos aspectos de su vestido significan las diversas edades desde
el diluvio hasta la llegada del Señor o bien hasta el fin del tiempo, y las
muchas características de las costumbres humanas que vivieron en estas edades o
que vivirán.
VIII.
La segunda imagen, más próxima al ángulo mencionado, tiene cara y manos
humanas. Está con las manos plegadas la una encima de la otra, y se pueden ver
sus pies, patas de gavilán. Significa aquel tiempo después del diluvio en que
se vivió según costumbres las humanas bajo la ley, hasta el momento en que la
severidad de la ley empezó a tambalearse, es decir cuando la intención y las
obras de los hombres empezaron a dirigirse a los placeres de la carne más que a
las necesidades del espíritu, y a rehuir el trabajo. Avanzando en esta
dirección los hombres advirtieron más amargura que dulzura, porque la ley no
salvó a nadie y castigó ásperamente a los transgresores. Viste una túnica que
parece de madera, porque aquel tiempo tuvo por norma la antigua ley, que
descuida los frutos espirituales El color blanco, que va de la coronilla de la
cabeza hasta el ombligo es el tiempo que se inició con Noé. Noé que había
reconocido a su Creador, conservó la conciencia de la misma humanidad
construyendo el primer lugar sagrado, y haciendo ofrendas a Dios. Aquel tiempo
como de blancura continuó hasta Abraham, que fue como el ombligo, dónde la
fuerza tiene su sede. Los hombres estuvieron tan aterrorizados por el furor de
las aguas, que inmediatamente después y durante un poco de tiempo conservaron
el temor de Dios comportándose rectamente. Del ombligo a los lomos significa el
tiempo que transcurrió desde Abraham a Moisés en el ardor de la circuncisión,
porque como la aurora viene antes del sol, así Abraham por la señal de la
circuncisión, en la cual mortificó la lujuria, prefiguró la humanidad del Hijo
de Dios.
De los
lomos hasta las rodillas la figura presenta un color grisáceo, que muestra el
tiempo que transcurrió entre la legislación de Moisés hasta el exilio de
Babilonia. Es un tiempo de dureza y de aspereza de la ley según la carne, pero
también empezó a inclinarse hacia las más diversas vanidades.
Y de
las rodillas hasta los pies el color oscuro significa el tiempo transcurrido
desde el destierro de Babilonia hasta la ruina de la ley, cuando vino el Hijo
de Dios, con objeto de cumplir totalmente en sí mismo la ley. El color de este
tiempo fue oscuro a causa de la negligencia y la insensibilidad, porque ya se
despreciaba la ley misma, y abandonada como agua turbia se encaminó a su caída
como todo lo que pertenece a la carne.
En
efecto, los que se mostraban en aquel tiempo obedientes a la ley no quisieron
reconocer el surgir del sol de la justicia, porque sostenían que sólo hay que
fijarse en la letra de lo que está escrito en las tablas de la ley, y afirmaban
que en ellas no había nada más que comprender.
Por tanto
Yo, que en todas las cosas juzgo con justicia, el juicio que emití en su día
desterrándolos a Egipto y a otros lugares, cuando, arrogantes, actuaron a su
modo, ahora lo emití de nuevo a través de algunos pueblos que los hicieron
prisioneros y los dividieron, dispersándolos por regiones lejanas. Y ellos
permanecerán en esta dura falta de fe mucho tiempo, hasta que la antigua
serpiente vuelva la mirada sobre un hombre errante y perdido, y la divinidad
escondida lo mate de modo tal que ni ángel ni hombre se de cuenta de aquel
golpe. Entonces también el pueblo de la ley volverá los ojos a Mí con gran
dolor, llorando y lamentándose de haber sido engañados tanto tiempo. Pero,
cuanto tiempo permanecerán los hombres en este siglo transitorio, ángel y
hombre lo ignoran.
Ahora,
volviendo a la imagen, ella tiene como una espada colocada como atravesada
sobre los lomos, con la que muestra que la circuncisión se relaciona con
aquella característica de la carne por la que desde el ombligo a los lomos el
hombre peca con el movimiento de las partes que dan la vida, cuando la mente
del mismo hombre le mueve al pecado. Con eso se simboliza el modo en que juzga
la perfecta justicia de Dios, que hace recaer la sangre del asesino sobre él
mismo, y castiga a todos los que se alejan de él con otros actos malvados,
después de haberlos pasados por el juicio de su justicia.
E
incluso, la imagen, estando inmóvil, dirige la mirada a occidente, porque los
hombres que vivieron en el tiempo en que ya estaba vigente la antigua ley no
avanzaron hacia la inteligencia espiritual. Conocían la caída de la antigua
serpiente y sabían de sus insidias, pero fueron insensibles y negligentes
respecto a la salvación de su alma. Y el dragón de fuego, cuando se percató que
Dios salvó a algunos de ellos, los que no fueron devorados por el diluvio,
lanzó su sopló de fuego diciendo furibundo dentro de si: “Pondré en marcha
todas mis artes y pasaré a todos por la criba, hasta que logre seducir a los
que el diluvio no ha sumergido y también a ellos les impondré mi yugo”
Sobre
el sentido de los sacrificios, de la circuncisión y de la ley, que precedieron
a la Encarnación del Hijo de Dios por la profecía de los Patriarcas. Sobre la
predicación de los profetas. Cómo el hombre no hubiera podido salvarse si el
Verbo no se hubiera hecho carne. Sobre las tentaciones del diablo, que engaña a
los hombres seduciéndolos. Sobre los modos en que Dios siempre ayuda a
resistirle.
IX. El
tiempo después del diluvio va desde Noé hasta la Encarnación de mi hijo, y
cambia la inteligencia espiritual de todos los que creen en él. Con él comienza
otra época, que lleva a la vida, no según la carne, sino según el espíritu.
En Noé
manifesté muchos milagros, lo mismo que realicé muchísimos al principio cuando
apareció Adán, ya que como prefiguré en Adán a todos los hombres que nacerían,
así en Noé prefiguré el surgir de un nueva era. De esta semilla brotaron
fuertes y resueltos los profetas, que anunciaron llenos de vigor y confianza
las cosas que vieron en el Espíritu Santo, es decir, que Dios mandaría al mundo
a su Verbo, el cual estaba en él antes de todos los tiempos. Y este Verbo se
hizo carne, de modo tal que el mundo entero se maravilla desde entonces. Las
palabras de los profetas superaron el tiempo y el espacio cuando anunciaron este
milagro afirmando que vendría a la tierra el más bello de los hijos de los
hombres.
Pero
la razón dispone y según su disposición la obra se cumple, porque si no viniera
primero la disposición, la obra no seguiría. En su Verbo, Dios dispuso al mundo
y el hombre. En efecto, el Verbo que no tiene principio plasmó una obra a la
que poner el vestido puro que vestiría, de modo que aunque el hombre pecase, si
mantuviera la fe en Dios, lo reconduciría a sí por vestir ese vestido. Pero si
el Verbo no hubiera vestido aquel vestido, el hombre no se hubiera salvado,
como el ángel perdido no se salvó.
¿Pero
como hubiera sido posible que Dios no tuviera poder para reponer al hombre en
el lugar que estaba destinado para él, incluso después de que fue alejado, si
con penitencia hubiera confiado en él? Lo mismo que Dios omnipotente se
complació en crear al hombre, también le gustó redimir a quien tiene fe en él.
Por
eso ocultamente inspiró la profecía y la mandó como en sombra, hasta el
cumplimiento de su obra, que enseñó con señales premonitorias antes de
concluirla. Enseñó pues el arca a Noé, la circuncisión a Abraham y luego le
enseñó a Moisés la ley, para que fuese por ellos confundido el movimiento de la
lujuria que se mueve como la lengua del serpiente. Y así como el diablo engañó
a los hombres a través de los primeros animales, a través de los sacrificios de
animales a Dios fue derrotado el diablo mismo antes de que viniera el santo de
los santos.
Estas
tres señales, es decir los sacrificios de animales, la circuncisión y la ley,
fueron precursores del Hijo de Dios, que quiso someterse a ellos para que
tuvieran final en él, según las palabras inspiradas de los profetas, que
hablaron de Dios y de todos los males del norte. Porque la antigua serpiente
sigue luchando contra Dios lo mismo que combatió contra él en el cielo, y por
tanto se introduce en los hombres para convencerlos de oponerse a Dios y de
adorar como dios cosas que pueden palpar con los ojos y con las manos, como
Baal y los otros ídolos que les pone enfrente. Pero como nadie puede comprender
a Dios ni llevar a cabo su obra, tampoco es capaz el diablo de conocer al
hombre, si no es porque primero el hombre mismo, sugestionado por él, se acerca
anhelante a él. Entonces el diablo goza en su maldad, porque engañando al
hombre, puede tener una victoria sobre la obra de Dios.
En
realidad, incluso sabiendo que el hombre puede elegir sus obras, el diablo no
sabe qué obras él quiere realizar, y cuando se percata que el hombre anhela a
Dios y dedica sus obras al que lo ha creado, entonces se le acerca y trata de
sugestionarlo diciendo: “Tú, que tienes el poder de hacer lo que quieres, ¿por
qué pides a otro el beneplácito de tus obras? ¿Qué hay de malo si ejecutas las
obras que están en tu poder, puesto que el que llamas tu Creador ha hecho lo
que ha querido hacer?”. Así, con sugerencias de este género lo lleva en engaño.
El viento del norte es una señal de estas sugerencias y estas tentativas de
persuasión. Al igual que destruye los edificios y los desarraiga de sus cimientos,
esta insinuación diabólica hace olvidar al hombre el sentido común, para que se
olvide de la inspiración de Dios y le hace incapaz de dirigirle sus suspiros.
De este modo arranca del alma el suspiro que debería dirigir anhelante a Dios,
y lo inflama empujándolo a pecar con su cuerpo. Con el fétido soplo de estas
sugerencias cree poder atraer a si las almas de los hombres, que están dotados
de razón como él, al igual que el gusano que yace en el barro engendra otros
gusanos con la inmundicia de su suciedad. Esta es la forma en que arrastró a
los hombres a cumplir obras depravadas y nauseabundas, cuando se arrodillaron
delante de Baal y de los otros ídolos. Por boca de estos falsos ídolos habló
resonando y les enseñó obras vergonzosas. Y así se sucedieron desde el
principio generaciones y generaciones que cultivando pensamientos horribles se
alejaron de Dios eligiendo el placer de la carne.
Sin
embargo, como se ha dicho, Dios trajo su justicia con el arca, mientras con la
circuncisión, que era como una hoja de acero, hirió a la muerte que reveló en
su desnudez la lujuria inspirada por la serpiente. Y con la ley, escrita con su
propia mano, quiso confundir a la muerte, tanto más, recordando que, al hombre
que hizo con su dedo, como tarea del hombre, le entregó las criaturas que había
hecho también con su dedo, de modo que al elegir entre ellas a los animales más
puros empezara a ofrecer sacrificios a Dios omnipotente. Esta práctica, que
Abel inició, la ley la llevó a la perfección, significando que el hombre que
ofrece a Dios en sacrificio el animal del que se alimenta, se ofrece él mismo
en sacrificio a Dios.
Y como
el sol somete a la luna, sea creciente o menguante, así el Hijo de Dios, el
verdadero sol, tuvo en sí a la ley, que fue creciente en él cuando la llevó a
cabo, y que tuvo fin en él cuando se inmoló a Dios Padre. Y lo mismo que a su
muerte se produjo un eclipse de sol, que volvió luego a resplandecer sobre el
mundo entero, así el Hijo de
Dios
quiere que el hombre resplandezca siguiéndole, contemplando su muerte y
reflexionando sobre de ella, para comprender que debe hacer. Como el arado
tirado por las acémilas remueve la tierra sembrada para que la semilla produzca
abundantes frutos de los que los hombres se alimentan, así el pueblo de la ley
conservó los mandamientos de Dios en la ley escrita, pero no se llenó con sus
frutos, porque no comprendió lo que estaba escondido en la letra. Sólo el Hijo
de Dios reveló a los creyentes, a través de la semilla de sus palabras, que se
saciarían de vida con su carne y con su sangre. Y cuánto había escondido en los
secretos divinos, lo manifestó por si mismo.
Sobre
la inmensa muchedumbre de los fieles que luchan virilmente en esta vida en
modos diferentes, entrenándose en la virtud y mortificando los vicios para honrar
a Dios y por su salvación, y consiguen premios diferentes según sus méritos,
como regalo de Dios.
X. Más
allá ves un número casi infinito de figuras humanas flotar en una nube en el
aire a lo largo de toda la zona austral. Indica la muchedumbre de los creyentes
de todos los tiempos, que suben para arriba imitando al Hijo de Dios en el
ardor de la justicia y elevando sus mentes de virtud en virtud. Algunos llevan
sobre la cabeza algo como coronas porque, cuando levantan la mente con los
justos deseos y la santidad del corazón, adornan sus almas con los premios
celestes. En efecto, desear el bien es el principio del bien actuar. Otros
tienen en las manos cosas parecidas a palmas extremadamente adornadas, porque
enseñan con sus obras que han conseguido la victoria en la lucha por el bien.
Otros tienen como flautas, es decir la merced que han merecido en el amor y en
el temor de Dios por su doctrina. Otros, cítaras, es decir los premios del
camino duro y estrecho que lleva a la vida. Otros los órganos, porque en ellos
se manifiestan las múltiples virtudes que se dirigen a Dios con himnos de
alabanza. Y el sonido de sus instrumentos tiene la entonación del dulce sonido
de las nubes, porque las alabanzas que suenan en los honores y en los premios
concedidos a las virtudes, armonizan con el mérito conquistado por los que
cumplen sus obras de acuerdo con las virtudes y levantan al cielo sus mentes.
En efecto, la remuneración con que serán premiados se establece con base en los
méritos que los hombres han conseguido haciendo el bien en la rectitud.
Por
tanto las mentes de los fieles, como se ha dicho, fluyen como nubes, porque
nunca se sacia el deseo del alma con que el hombre beato le pide a Dios que le
ayude a cumplir sus propias obras, al igual que los cursos de agua que fluyen
hacia el mar sin llevar sus inundaciones. Y ya que los deseos santos, que son
el principio de las obras buenas, están firmes dentro de ellos, Dios los corona
con el ejército celeste, ya que se le adhieren de tal modo que no pueden a ningún
precio ser de él separados.
El
orden de las criaturas determinado por Dios significó el renacimiento del
hombre en la vida espiritual. Porque cuando la ley manda atar animales,
matarlos, quemarlos y esparcir su sangre, lo que en realidad significan estas palabras
es que algunos hombres, que corren como nubes porque en el amor se dirigen
hacia Él, serían sometidos a tortura, matados e inmolados como aquéllos
animales. Pero ya que beben la leche de las virtudes, huyendo de la lujuria y
de los demás vicios, llevan la palma de la victoria. Ellos prefieren verter su
sangre antes que caer fuera de la red de la justicia obrando de modo contrario
a la fe. Así se sacrifican doblemente, porque combaten dentro del propio cuerpo
y vierten la propia sangre por orden de Dios. Por tanto son parecidos a los
ángeles, que están siempre en la presencia de Dios.
En
cuanto a los que ejercen su ministerio siguiendo la doctrina de Dios
omnipotente y enseñándola a los demás, suenan con las flautas de la santidad,
porque cantan la justicia en las mentes de los hombres con las palabras de la
razón. Así la palabra se expresa y la voz suena, y el sonido hace oír la
palabra y la difunde alrededor para que pueda ser escuchada. Y como la flauta
multiplica la voz, así la voz de los doctores tiene que multiplicarse en los
hombres en el temor y en el amor de Dios, y reunir a los fieles y poner en fuga
a los infieles.
Del
mismo modo también surgen otros que han renunciado a si mismos despreciando el
mundo, que se han encerrado en el pudor virginal y, juzgando odiosos los
placeres mundanos, y pasan su tiempo cantando alabanzas, como hacen los
ángeles. Como el águila, vuelan hacia Dios en la plenitud del deseo del
corazón, parecidos a la aurora que precede al sol, teniendo como siempre fijos
en Dios sus ojos sencillos como los de las palomas. Por tanto con las cítaras
elevan laudos que están muy cercanos a Dios, laudos de los cuales nada conoce
el saber humano.
Y
luego hay otros, que reúnen en si innumerables virtudes a las órdenes de Dios y
combaten por la humildad, que es la reina de las virtudes, cuando como órganos
se inclinan doblándose a tierra por el temor y el amor de Dios. La humildad, en
efecto, abre las puertas del cielo a quien la coge como modelo y las cierra a
quien la rechaza. Las cierra de tal modo que el enemigo no puede abrirlas de
ninguna manera, y echa a la soberbia en el infierno, que es lo que corresponde
a los hombres de mente orgullosa. La humildad reina en el cielo con el ejército
de sus seguidores, porque como los órganos con sus muchas armonías transforman
el sonido en canto de alabanza, así Dios transforma los cantos de los hombres
en laudos angélicos. Y lo mismo que el ejército celeste venció la soberbia
delante de los ojos de Dios, así los hombres que se abstienen del mal vencen
siempre la soberbia en ellos mismos.
El
hombre en efecto, es la obra de la derecha de Dios omnipotente que lo ha hecho,
y completa en su plenitud el número de los ángeles perdidos, y por tanto lo
defienden los santos ángeles. En la división celestial de los hombres y de los
ángeles, Dios se complace mucho por la alabanza continua que le ofrecen los
ángeles y por las obras santas de los hombres, ya que con ellas y siguiendo su
voluntad Dios lleva a cabo todas las cosas que había previsto de la eternidad.
El ángel sin embargo es estable en la presencia de Dios, mientras el hombre es
inestable. Por tanto las obras del hombre pueden ser defectuosas, mientras que
las alabanzas de los ángeles no tienen defectos.
El
cielo y la tierra pertenecen a Dios, porque han sido hechos por él, por su
gloria, pero ya que el hombre es mortal, las revelaciones divinas, que se
manifiestan de vez en cuando a los profetas y a los sabios, a menudo están
veladas como con una sombra. Sin embargo cuando el hombre mudable se haga
inmutable, entonces verá la claridad de Dios en la permanencia del Dios y será
como le describió mi servidor David según mi voluntad:
Palabras
de David del Salmo LXII relacionadas con esta cuestión, y como deben ser
interpretadas.
XI.
“Exultaré a la sombra de tus alas, mi alma se aprieta contra ti y la fuerza de
tu diestra me sostiene”. (Sal 63, 8-9). Para comprender estas palabras tenemos
que interpretarlas así: Defendido por tu protección, ¡oh Dios!, gozaré cuando
sea liberado del peso de los pecados. Y ya que mi alma ha deseado llegar a ti a
través de las buenas obras, por esto tu poder y tu fuerza me han levantado
mientras emitía fuertes suspiros y clamaba hacia a ti para que me salvaras de
mis enemigos. En efecto yo soy tu obra, porque antes del principio de los
tiempos has ordenado que fuera hecho como he sido hecho y que toda criatura
viniera ante mí.
Y
cuando me has creado, me has dado la tarea de obrar según tus preceptos, tal
como tú me hiciste, y por eso te pertenezco. Has vestido una carne sin mancha,
como conviene a ti que eres el Creador, ensanchaste así las franjas de tu
traje. Has puesto en movimiento el cielo con alabanzas y has puesto en él los
adornos más diversos encerrándolos en los círculos angélicos, que no se pueden
mirar porque se protegen como ciñéndose de un cinturón de laudes. Has hecho el
hombre y lo has ceñido con el cinturón de alabanza del que rechazó la gloria
celeste y por eso la perdió para siempre. Así lo has afianzado con el vestido
que le has dado, de modo que no pueda perderse en absoluto mientras te alaba.
Los
ángeles se asombran que tú hayas tomado tu vestido de Adán, que fue mortal,
pero tú lo has hecho con el fin de que el mismo Adán, del que supiste que había
desobedecido, pudiera revivir para que la claridad divina, que no se puede
circunscribir por mas tentativas que se hagan, resplandeciera frente a los
ángeles celestes, a quien dices: “Tú siempre estas en mi presencia, por tanto
no necesitas ser reconducido como el que ha sido hallado en virtud del vestido
que he tomado, porque no renegó completamente de Mí, sino que había sido
seducido por otro. Sin embargo, ya que trató de parecerse a mi, fue hecho
mortal, de modo que sólo pudo ser revocada su culpa por los sufrimientos de mi
vestido corpóreo y así no perecerá en él lo que lo hace como tu hermano, porque
aunque te haya creado sin carne y él con carne, soy Yo el que os ha hecho
ambos”.
La
divinidad oculta, que es absolutamente justa y que nadie puede ver
perfectamente sino en la medida en que ella se digna revelarse, revela estas
cosas al ángel que no cayó y permaneció en la morada celeste. La divinidad
comprende todas las cosas en la plenitud de su diestra y nadie que se fije en
ella con la pupila del ojo de la fe puede perecer, pero aquéllos que no la
miren con el ojo de la fe desaparecen frente a ella, como perecieron el ángel
perdido y los que lo acompañaron. Dios, que creó todas las cosas, todas las
ordenó para bien, dando a los que lo contemplan el premio merecido y juzgando a
los que rehúsan dirigirle la mirada, como se ha dicho.
Por el
Verbo, nacido sin principio del Padre, fueron creadas todas las cosas, y por el
mismo Verbo, encarnado en una Virgen, el hombre ha sido redimido.
XII.
Todas estas cosas han sido reveladas por el Hijo de Dios encarnado y los que creen
en él se salvarán, mientras que los que se alejan serán condenados, ya que Él
vino de la raíz de la tierra pero de una Virgen pura, por la voluntad del
Padre, Él, que antes de la Encarnación creó todas las cosas junto al Padre y
después de la Encarnación salvó al hombre a quien había formado, revistiéndose
de un cuerpo humano sin pecado y redimiendo con ello al hombre que creó. Ningún
otro habría podido hacerlo, sino el que creó al hombre.
Adán,
el hijo simple y luminoso, alternó el sueño con la vela y así probó el gusto
del espíritu en la vela y confortó la carne en el sueño. Fue puesto en la
inmutable tierra de delicias para que a través del espíritu pudiera conocer la
inmortalidad y no negara las cosas que son invisibles a la vista exterior de
los ojos. La luz de la vida inmortal no se ofusca nunca como la del ojo
corpóreo, que sólo es capaz de ver un poco de tiempo, porque luego de nuevo
vuelve a las tinieblas. Por eso el hombre sufre, porque su ojo está velado por
una película opaca. La pupila del ojo significa la vista interior, que es desconocida
al cuerpo, mientras el párpado significar la vista de la carne, que se extiende
por el mundo externo.
Toda
obra humana se cumple según estos dos modos del conocimiento. La ciencia de la
vista interior le enseña al hombre las cosas divinas, a las cuales la carne se
opone. En cambio la ciencia ciega realiza las obras nocturnas, y es como los
ojos de la serpiente que no ven la luz. Por eso se aleja todo lo que puede de
las obras de la luz, como hizo en Adán cuando enturbió en él la luz de la
ciencia de la vida. El conocimiento de Adán fue de carácter profético y mantuvo
este carácter profético hasta que el Hijo de Dios se hizo hombre y lo iluminó
como el sol ilumina toda la tierra, llevando a cabo en el espíritu todas las
cosas de que se había hablado. Es decir, Él cumple todos los acontecimientos
que ocurrieron antes de la ley y bajo la ley, ya que en si los ofreció todos al
Padre celeste, como ha sido escrito:
Palabras
de David del Salmo CIV sobre el mismo tema y como tienen que ser entendidas.
XIII.
“Tú que haces de la nubes tu trono, que caminas sobre las alas del viento” (Sal
104,3). Para comprender estas palabras hay que interpretarla así: Señor, tú
eres el que con los deseos justos y rectos de los fieles haces tu trono, reina
en sus corazones. Tú que diriges tus caminos sobre las palabras y los escritos
de los doctores, estás por encima de ellos porque caminas sin mancha y no
conoces el pecado. Por eso las nubes son tu trono, son como la escalera que te
has construido, cuando tú, el Hijo de Dios, subes por encima de ellas con tu
vestido, tú que fuiste engendrado de una Virgen única entre todas las mujeres e
intacta, cuyo oculto jardín nadie abrió ni osó tocar nunca. Porque como el
rocío penetra en la tierra, así has entrado en ella, y no tienes raíz en un
hombre, siendo tú, raíz de la divinidad, como el rayo de sol fecunda la tierra
para que brote. Y como en ella entraste, sin corrupción ni dolor, como en un
sueño has salido, tal como Eva fue extraída del varón dormido, que la vio
delante de sí sin dolor ni herida, y se alegró. Del mismo modo la Virgen, única
entre todas las mujeres, se alegró al apretar en su seno a su Hijo.
Eva no
fue creada de semilla, sino de la carne del hombre, ya que Dios la creó con aquella
misma manifestación de su potencia con que mandó su Hijo a la Virgen. Y jamás
han venido al mundo otras mujeres parecidas a Eva virgen y madre, ni a Maria,
Madre y Virgen. De este modo Dios se revistió de forma humana y con ella ocultó
la misma naturaleza divina, la que los ángeles contemplan en cielo. El cielo es
morada de Dios, pero también del hombre, al cual ha dado forma corpórea
ordenada en tres dimensiones, altura, anchura y profundidad, formando su
morada.
Todo
lo que realizó el Hijo de Dios mientras estaba vestido de carne estaba
preanunciado con palabras misteriosas y simbolizado con hechos místicos, antes
de la ley y bajo la ley. Después de su ascensión mandó al Espíritu para
fortificar a los doce apóstoles, como son doce los vientos y doce los signos
del cielo, y a través de su predicación iluminó el mundo y transformó todas las
cosas llevándolas a un estado mejor.
XIV.
El Hijo de Dios encarnado completó en sí mismo todos los milagros de los
tiempos pasados, que fueron sus prefiguraciones, tal y como hemos dicho más
arriba, desde el episodio de su infancia, cuando Herodes lo quiso matar y fue
engañado por los Magos, en donde se puso de manifiesto la caída de la antigua
serpiente que trataba de perturbar los asuntos celestiales.
En la
niñez reveló el sentido del tiempo transcurrido entre Adán y Noé, ya que, al
revés de la ignorancia de Adán, tenía en sí una sabiduría tan grande que nunca
se manchó de pecado, y en su sabiduría enseñó que la convicción del diablo de
que el hombre estaba completamente perdido era equivocada, porque el diablo no
supo que Dios se había revestido de forma humana. En realidad todos los que lo
vieron y lo escucharon se asombraban diciendo: “Nunca hemos visto y oído cosas
como las que hace y dice este niño, porque en la sencillez y en la ignorancia
de la niñez enseña una profunda sabiduría”. Quienes hablaron así, ignoraban sin
embargo que aquel niño era la raíz de la ciencia de los ángeles y de los
hombres, más aún, era el que había creado a los ángeles y a los hombres.
Con su
humanidad, el Hijo de Dios recondujo a la luz a quienes por Adán habían caído.
Reveló la plenitud de la justicia, porque atribuyó al Padre todas sus obras, y
lo mismo que el árbol produce frutos gordos por el vigor de la raíz, así llevó
a cabo todas las obras con su divinidad arraigada en la humanidad, porque vino
de la divinidad y en ella permaneció sin estar nunca dividido. En su carne
arregló y devolvió a un bien más grande las obras de los hombres ensuciadas por
el pecado, y su doctrina sigue revistiéndolos de santidad a través de la
inspiración del Espíritu Santo. De este modo ha vuelto a llamar a la vida de la
justicia a cuantos fueron sumergidos por el diluvio y muertos por sus pecados,
como fue prefigurado por Noé. Y cuando el Hijo de Dios tuvo el aspecto físico
de un joven puso de manifiesto el significado del tiempo desde Noé hasta
Abraham, a quien fue impuesta la circuncisión, ya que entrando en el agua y
santificándola con su cuerpo, además de con la práctica de grandes virtudes,
recordó que los hombres vivieron más santamente después del diluvio, renegando
los actos impuros en que se habían deleitado antes del diluvio, cesó la
injusticia que los hacia olvidarse de Dios, y se avergonzaron de su desnudez y
de sus obras impuras. La castidad del Hijo de Dios derrotó a la lujuria y como
maestro la sujetó con la cuerda de la enseñanza y la obligó a servirlo
absteniéndose del pecado. Ya que el Hijo de Dios, que con su ejemplo mostró en
sí mismo y enseño la justicia, la ejerció perfectamente eliminando todo pecado
por su humanidad, de eso fue señal la circuncisión, que se hace en cierta parte
del cuerpo para confundir a la serpiente.
Luego,
tras haber cumplido todos los preceptos respecto a la carne que fueron dados
por Moisés, soportó ser atado y escarnecido en muchos modos hasta hacerse sobre
la cruz víctima sacrificial viviente, ofrecida por sus ovejas, y partió del
mundo como el día se separa de la noche, porque después de haber enseñado
muchas señales y de haber manifestado en sí mismo muchos milagros que hasta
entonces estaban escondidos, se separó de la tierra. En su pasión y en su
muerte manifestó la potencia de Babilonia, cuando los hijos de Israel fueron
reducidos a la esclavitud, lo mismo que él fue entregado al pueblo para que lo
crucificaran como castigo. Sus discípulos se entristecieron, igual que aquéllos
prisioneros de Babilonia, que olvidaron toda alegría y cambiaron el sonido de
los instrumentos musicales por voces de llanto.
Y
cuando resucitó de la muerte y se apareció a los discípulos en varias
ocasiones, desveló el sentido de la vuelta de aquellos prisioneros. Luego les
ordenó a sus discípulos ir por todo el mundo para bautizar a los creyentes.
Después de la ascensión los confortó con la infusión del Espíritu Santo para
que no se dejaran arrollar por las persecuciones de sus muchos enemigos, más
bien supieran vencerlos con milagros gloriosos. Enseñó que la ley vieja
relativa a la carne estaba acabada y que se había convertido en vida
espiritual. Y les enseñó todo lo que pudieron entender, porque todavía no eran
capaces de verlo en su divinidad, como cuando una persona mira el aspecto
exterior de otra, pero no logra ver su alma.
En
realidad cuando el Padre le atrajo a sí de nuevo a su corazón, de donde había
salido y donde nunca lo había abandonado, como el hombre lleva a sí la
respiración, todo el ejército de los ángeles y todos los arcanos celestes lo
vieron abiertamente como Dios y como hombre. Y él tocó a sus discípulos con
aquel fuego con el que fue concebido en el vientre de su Madre e infundió en
ellos, con las lenguas de fuego, una fuerza más fuerte de la del león, que no
teme a las fieras sino que las captura, para que no tuvieran temor de los
hombres, sino que antes bien los capturaran. El Espíritu Santo los transformó a
una vida diferente que nunca antes habían conocido, y con su inspiración los
levantó hasta el punto que ya no supieron más ser hombres. Los visitó con más
frecuencia y fuerza de lo que nunca nadie los hubiera visitado, porque los
profetas hablaron mucho de la obra del Espíritu Santo y después de los
discípulos, muchos hicieron innumerables milagros, pero ninguno de ellos vió
las lenguas de fuego. También por esto, porque vieron con los ojos exteriores
las lenguas de fuego, se fortalecieron tanto interiormente, que de sus venas se
alejó todo temor o emoción frente a los peligros, y ya no se asustaban ni se
aterraban ante ninguna situación adversa. Esa firmeza se la dio la fuerza
divina en las lenguas de fuego.
Por el
honor del Padre omnipotente, esta docena de hombres, que fueron compañeros de
su hijo, tuvo que ser preservada de los peligros, para que los discípulos
enseñaran a los otros las cosas que oyeron de él. Y lo mismo que Dios creó el
firmamento y le dio firmeza con el soplo de los doce vientos y con las doce signos
de los meses que se suceden, y al igual que el firmamento cumple perfectamente
todas sus funciones con el fuego, así todo eso fue confirmado en todos sus
milagros con el fuego del Espíritu Santo, porque su doctrina se difundió por
toda la tierra como el soplo de los vientos y resplandeció como el sol, y sus
mártires ardieron como el viento del mediodía.
Los
meses llevan a cabo su curso con todos los elementos que sustentan el
firmamento y Dios con estos hombres verdaderos llevó a cabo todas las señales
en la fe católica. El número diez, que es el hombre, significa la décima dracma
hallada, que a la vez significa la moneda que encuentra quien busca la
sabiduría. Con ella el hombre logra el reino del cielo por el Hijo de Dios. Así
el Unigénito de Dios, Hijo de la Virgen la cual también recibe el nombre de
Estrella del Mar, de la que salen y en la cual se derraman todos los ríos, como
la salvación de todas las almas viene del unigénito Hijo de Dios y existen en
Él, llevó a cabo en sí mismo todas las cosas que se han contado aquí, las que
ocurrieron antes de él, bajo la ley y también antes de la ley. Transforma todas
las cosas llevándolas a un estado mejor, y camina así sobre las alas del
viento, porque en sus milagros supera las proezas de los patriarcas y las
palabras de los profetas y los testimonios y los escritos de todos los
doctores, y en su humanidad volando más para arriba que el hombre, encierra en
si a todas las criaturas, a todas las consigue en herencia de su Padre. Y
hablando a sus discípulos dijo:
Palabras
de Cristo en el Evangelio, dónde habla del poder que el Padre le ha dado. Como
tienen que ser entendidas.
XV.
“Todo me ha sido dado por mi Padre” (Mt 11, 27). Estas palabras hay que
interpretarlas así: Yo, que soy el Verbo y el Hijo de Dios, he salido de mi
Padre, que me ha confiado todas las cosas que ha predestinado para que vinieran
a la existencia, como las palabras expresan los pensamientos que están
escondidos en el corazón. Ahora vuelvo a él, porque se ha cumplido el tiempo de
mi Encarnación, la obra que me confió desde la eternidad, en la que desde
siempre, desde antes de todos los tiempos, permanecí inseparablemente unido al
que me ha enviado, cerca de los que destinó a completar el número. Y como en lo
alto de los cielos recibí de él la potestad de crear, así en la parte inferior
del mundo creado que cayó en ruina recibí de él la potestad de arreglarlo.
Ciertamente, en la verdadera presciencia de Dios se escondió eternamente todo
lo que constituía el futuro, la creación del mundo por la vía de la Palabra de
Dios y la creación de su Hijo. Lo creó todo y dio al Hijo la potestad de
regirlo y liberarlo.
Así,
todas las cosas le han sido confiadas al Hijo, que fue coeterno antes de todos
los tiempos y consubstancial con el Padre en la naturaleza divina.
Las
palabras de los profetas antes de la Encarnación de Dios fueron oscuras e
incomprensibles, pero Cristo las hizo inteligibles al vivir en el mundo como
ellas anunciaron y al llevarlas a cabo. Por medio del agua del bautismo, el
pecado original y los pecados actuales son borrados por la fe en la Trinidad.
XVI.
El Hijo de Dios caminó sobre las alas del viento, porque los profetas fueron
alas de las palabras del Espíritu Santo. Al hablar profetizaron lo que el
Espíritu Santo les inspiró. Estos profetas le dieron al mismo Hijo de Dios el
modelo a seguir, y así cuando vino al mundo actuó según lo que ellos predijeron
de él. De tal modo, como se ha dicho, recondujo sobre sus hombros a los hombres
al cielo y a los lugares paradisíacos. Dios edificó la morada celeste y el
paraíso del mismo modo que un hombre construye las casas para sus servidores. Y
el Hijo de Dios lleva consigo a estos lugares a las almas de los fieles que
arrancó del infierno en obediencia al deseo del Padre. En esto hace como el hombre
que en un primer momento llena su ciudad con pocos hombres y luego la llena con
una gran multitud. Dios omnipotente prefiguró todas estas cosas antes de la
Encarnación del Hijo y le concedió al hombre todas las criaturas para que
ejecutara sus obras. Sólo el hombre está erguido y con su cara mira para
arriba, hacia el cielo, mientras todos los demás animales miran hacia la tierra
y están sometidos al hombre, y así en el hombre, el espíritu racional es
inmortal, mientras que la carne va a la putrefacción con los gusanos.
La
profecía se asemejaba a las palabras de los niños, que no se comprenden, pero
que luego, cuando han crecido, se entienden sus palabras. Así, antes de la
Encarnación del Hijo de Dios la profecía fue ignorada e incomprendida, pero en
Cristo se abrió porque él fue la raíz de todas las ramas buenas. De la raíz
brota el fruto y de él la planta. De la planta las ramas, de las ramas las
flores, de las flores los frutos. Imagen de la raíz fue Adán, del fruto los
patriarcas, de la planta los profetas, de las ramas los sabios, de las flores
las reglas de la ley, y el fruto fue el Hijo de Dios encarnado, que con el agua
redujo los pecados de los fieles que creyeron en él. Con el agua limpió las
consecuencias del pecado que se manifestaron en Adán, y así como el agua apaga
el fuego, así también el pecado original y todos los demás pecados se lavan en
el baño del bautismo. Y ya que cambiar orden en el agua viene el Espíritu
Santo, con esta circuncisión de los pecados purificó a los hombres. Y santificó
sus almas, envenenadas por el engaño de la antigua serpiente, para que en la
comunión de la verdadera fe fueran en adelante su tabernáculo. Por tanto,
aludiendo al que no se lava en el bautismo con la remisión de los pecados,
David dice inspirado por Mí:
Palabras
de David del Salmo CIII. Aquellos que no reciben la remisión de los pecados con
el bautismo, porque no tienen fe, y sobre los que con él, en la fe, son
purificados.
XVII.
“Extiendes las tinieblas y la noche viene, en ella vagan todas las fieras de la
selva” (Sal 104, 20). Para comprender estas palabras hay que interpretarla así:
Oh Dios y rector, que todo lo gobiernas con justicia, tú con recto juicio has
puesto las tinieblas como castigo de los malos. En ellas tuvo origen la noche
que es la perdición de los malvados, que vagan incrédulos en las tinieblas de
la infidelidad e incurren en la muerte. Y así van a la perdición eterna y en la
noche de la fe, que está privada de luz, vagan todos los que son feroces en la
tiranía y estériles en la falta de fe, ya que si no renuncian a la incredulidad
y no acuden a ti, Dios mío, con la gracia del bautismo, se precipitarán en el
olvido, como si no hubieran existido nunca.
El
fiel es el que pone en fuga la noche de la condena eterna renunciando a las
tinieblas de la incredulidad, y cuando se pierde entre las costumbres bestiales
y las acciones estériles, también logra pasar más allá y convertirse a la vida
que lleva el que es vida, renunciando al diablo y purificándose en el baño del
bautismo. El Hijo de Dios anunció a sus discípulos que el hombre debe renacer
en el agua, pues de otro modo no puede ser llevado al cielo si primero no es
purificado por el agua y por el Espíritu Santo. Porque aunque lo ha engendrado
la semilla de la humanidad puesta por el padre en la madre, sólo en el bautismo
recibe el soplo del Espíritu Santo y se hace partícipe de la comunidad de los
santos. Por el contrario, el infiel no es acogido en la comunidad de los santos
y es echado en los lugares de castigo.
Que
los fieles acojan estas palabras con corazón devoto, porque han sido dictadas
por el bien de los creyentes por el que es principio y fin.
TERCERA VISIÓN DE LA TERCERA PARTE
Visión
breve de tres imágenes y descripción de su posición y vestido y de los órdenes
de los santos que aparecen en su presencia
I. Vi
luego, casi en el medio de la parte austral tres imágenes. Dos de ellas estaban
de pie sobre un manantial de agua muy pura, cercado y adornado en la parte
superior con una piedra redonda y agujereada por todas partes. Parecía que
tuvieran en ella raíces, como a veces se ve a los árboles crecer en el agua.
Una imagen fue envuelta por resplandor purpúreo, y la otra de blancura
deslumbrante, así que no pude verla bien. La tercera estaba fuera del agua de
pie sobre la piedra, vestida de blanco, y su rostro resplandecía con tal claror
que se reflejó sobre mi rostro. Y frente a ellas aparecieron,como en una nube,
las dichosas filas de los santos, a las cuales ellas miraron con expresión
atenta.
Palabras
de la primera imagen, es decir de la virtud de la caridad, que cuenta la
magnificencia de las obras que realiza en los ángeles y en los hombres, en la
doctrina de los profetas y los apóstoles, y exalta con suma alabanza la
sublimidad de las virtudes de la sabiduría y la humildad.
II La primera
imagen dijo: Yo soy el amor, claridad del Dios viviente. La sabiduría ha
cumplido conmigo su obra. La humildad, arraigada en la fuente de la vida, ha
sido mi ayudante y la paz está con ella. Por la claridad que yo soy resplandece
la luz viva de los santos ángeles. Porque así como el rayo resplandece del
manantial luminoso, así esta claridad reluce en los santos ángeles y no puede
dejar de emitir luz como la luz no puede no resplandecer. Yo he diseñado al
hombre, que tiene su raíz en mi sombra como en el agua se ve la sombra de
cualquier cosa. Y yo soy el manantial vivo, porque todas las cosas que han sido
hechas fueron en Mí como sombras. Y a modo de sombra, el hombre ha sido hecho
de fuego y de agua como Yo, que soy fuego y agua viva. Por tanto el hombre
tiene en su alma el poder de ordenar todas las cosas según su deseo.
Todo
ser animado tiene una sombra, y lo que en él tiene vida se mueve como una
sombra en toda dirección; en el animal racional son los pensamientos, mientras
los animales brutos tienen solamente vida y sensibilidad, con la que reconocen
lo que tienen que evitar y lo que tienen que buscar. Sólo el alma introducida
por el soplo de Dios es racional.
Soy la
claridad que tendió su sombra sobre los profetas, los cuales predijeron los
acontecimientos futuros por inspiración sagrada, puesto que todas las cosas que
Dios quiere hacer están en él como en sombra antes de ser hechas. La razón se
expresó por el sonido de la voz. El sonido que es como el pensamiento, la
palabra es como la obra. De esta sombra nació el libro Scivias presentado por
un cuerpo de mujer, que fue como la sombra de la robustez y la salud, porque
estas fuerzas no estuvieron presentes en ella.
La
fuente de la vida es el Espíritu de Dios, que hace partícipes de sí a todas sus
obras. Ellas viven de él, recibiendo de él la vida que las hacen vivas, del
modo en el que se ven en el agua las sombras de las cosas. Ninguna de ellas ve
abiertamente de dónde tiene la vida, y sólo percibe que recibe el movimiento de
alguna causa. Y como el agua hace correr lo que está en ella, así el alma es un
soplo viviente que se mantiene siempre en el hombre y con el conocimiento, el
pensamiento, la palabra y la acción es como si lo hiciera fluir.
En
esta sombra, la sabiduría mide también todas las cosas con justa medida para
que ninguna cosa supere a otra en el peso ni pueda ser cambiada en su
contraria, sino que es ella quien domina y sujeta toda malicia del arte
diabólico. Porque ella fue el principio de todos los principios, y después del
fin de todo quedará en la plenitud de la fuerza y nada podrá oponerse a ella.
Ella no ha llamado a nadie para que la ayudara y no ha necesitado de nadie,
porque ella es la primera y la última. Y no recibió consejo de nadie, porque
estuvo sola al principio de constituir todas las cosas. Ella es en sí y por sí
el fundamento de todas las cosas y las realiza con dedicación y dulzura, de
modo que ningún enemigo pudiera destruirlas, ya que ella vio que era bueno el
principio y el fin de sus obras. Todas las compuso en la plenitud y a todas las
gobierna.
Y ella
misma contempla su obra, que dispuso según el recto orden a la sombra del agua
viva, cuando reveló por medio de la inculta mujer que he nombrado, algunas de
las virtudes naturales de las cosas y lo que está escrito en el Libro de los
Méritos de la Vida y otros profundos misterios que aquella mujer vio en
visiones verdaderas, por lo cual a menudo ha enfermado.
Pero
antes de que todo esto ocurriera, la sabiduría sacó de la fuente de vida las
palabras de los profetas y los otros sabios y de los evangelistas, y las
transmitió a los discípulos del Hijo de Dios para que los ríos de este agua
viva se difundieran por este medio por toda la tierra y los hombres, como peces
tomados en la red, fueran reconducidos a la salvación.
Esta
fuente que brota por todas partes es la pureza del Dios vivo, y en ella
resplandece su claridad. En su resplandor, Dios abraza con gran amor todas las
cosas, que como sombras se vieron en el manantial antes que Dios les mandara
tomar su forma definitiva.
En Mí,
que soy el amor, todas las cosas resplandecen, y mi resplandor reveló la forma
de las cosas, cuya forma señala la sombra. En la humildad, que es mi ayudante,
fue engendrada cada criatura por orden de Dios. Y todavía en la humildad, Dios
se inclinó hacia Mí para levantar las hojas secas que cayeron y llevarlas a la
felicidad, ya que puede hacer todo lo que quiere. Él las formó de la tierra de
donde las recató después de su caída.
En
realidad el hombre es totalmente obra de Dios, el hombre mira al cielo y domina
la tierra sobre la que camina, y manda a todas las criaturas. Gracias a su alma
puede volver a lo alto de los cielos, y por ella es celestial mientras que por
su cuerpo visible es un ser terrenal. Y por tanto Dios eligió al hombre, que
pertenece a la tierra, para que con humildad se opusiera al que fue confundido
y echado fuera del cielo. En efecto, cuando la antigua serpiente por orgullo
quiso introducir la separación en la armonía de los ángeles, Dios la protegió
con su fuerza poderosa e impidió que la rabia de aquel la partiera. Satanás,
que tenía gran gloria en el cielo, calculó para sí que podría hacer todo lo que
quisiera sin perder la gloria celeste. Quiso tenerlo todo, pero por aspirar a
todo, perdió todo lo que tenía.
Todo
lo que Dios ha obrado, lo ha cumplido la caridad, en la humildad y en la paz.
Comentario de la visión descrita, a partir de las imágenes de estas tres
virtudes.
III. Y
oí de nuevo la voz del cielo que me dijo: todas las obras que Dios ha hecho,
las han llevado a la perfección en la caridad, en la humildad y en la paz, por
eso el hombre debe querer la caridad, abrazar la humildad y conservar la paz
para no ir a la perdición con el que, desde el principio, escarneció tales
virtudes.
Ves
casi en el medio de la parte austral tres imágenes, dos de ellas están de pie
sobre un manantial de agua purísima cercada y adornada en la parte superior con
una piedra redonda y agujereada por todas partes. Parece que tuvieran en ella
raíces, como a veces se ven los árboles crecer en el agua. En la fuerza de la
ardiente justicia estas tres virtudes están en el nombre de la santa Trinidad,
de ellas la primera es la caridad, la segunda la humildad, la tercera la paz.
La caridad y la humildad existen en la divinidad purísima de la que corren ríos
de santidad, porque estas dos virtudes enseñan cómo el único Hijo de Dios fue
difamado en toda la tierra para liberar y levantar al hombre que yacía en el
fondo de los pecados. Su cuerpo clavado sobre la cruz y sepultado en el
sepulcro resucitó por la admirable potencia de la divinidad, enseñando que es
la piedra angular de la fuerza y el honor, porque todos los milagros que el
Hijo de Dios ejecutó en el mundo los realizó para gloria del Padre.
Estas
virtudes no están separadas por la divinidad, lo mismo que la raíz no lo está
del árbol. Porque Dios, que es caridad, conserva la humildad en todas sus obras
y en todos sus juicios. La caridad y la humildad descendieron a la tierra con
el Hijo de Dios y le acompañaron cuando subió al cielo. La una está envuelta de
resplandor purpúreo y la otra de blanco deslumbrante, así que no puedes verlas
bien. Esto significa que la caridad arde como púrpura en el amor celeste, y la
humildad se libra de la sordidez terrenal con la blancura de la rectitud. Y
aunque a la humana criatura mortal le sea difícil imitarlas completamente
mientras vive en la carne, no debe sin embargo dejar de querer a Dios sobre
todas las cosas y en todas las cosas humillarse para conseguir la eterna
merced.
Que la
tercera imagen esté fuera del agua y de pie sobre la de piedra significa que la
paz que está en los cielos, también defiende las realidades terrenales que
están fuera de las celestes, pues la llevó el Hijo de Dios, que es la verdadera
piedra angular, cuando iluminó todo el mundo con su nacimiento, cuando los
ángeles lo reconocieron como Dios y hombre cantando sus alabanzas.
Y su
rostro resplandece con tal claror que se refleja en mi rostro, puesto que la
paz, que se manifestó por obra del Hijo de Dios, no puede ser conservada sobre
la tierra de la misma forma que está en los cielos ya que, mientras en el cielo
siempre hay estabilidad y concordia, en la tierra hay múltiples cambios y
oscilaciones de una parte y otra. Pero el hombre, que es obra de Dios, tiene
que seguir alabándolo, puesto que el alma humana vivirá en la alabanza como
ahora hacen los ángeles, porque mientras que el hombre viva en el mundo
cultivará la tierra según su voluntad y su deseo. Está sobre la tierra como
imagen y señal de Dios.
Y
frente a ellas aparecen, como en una nube, las beatas filas de los santos, a
las cuales miran con expresión atenta, porque por obra de la caridad y la
humildad se llega a la gloria de lo alto de los cielos, cuando las mentes de
los fieles como nubes van de virtud en virtud. Y la caridad y la humildad,
poniéndolos amablemente a prueba y los protegen con cuidado Y encienden en
ellos el deseo del cielo con vigor y dulzura. La caridad adorna las obras de
Dios como la piedra preciosa adorna un anillo. La humildad se manifiesta
abiertamente en la humanidad del Hijo de Dios, que vino al mundo de la intacta
Estrella del Mar.
El
Hijo de Dios no temió por la caída del primer hombre, ni su expulsión le
proporcionó desaliento, porque no fue tocado por ningún pecado, estaba
completamente arraigado en la divinidad. Sin embargo algunos, a pesar de verlo
y caminar a su lado, se secaron y cayeron como hojas secas. Entonces hizo
brotar otros en su sitio. Ningún hombre le dio consejo sobre el modo de vencer
a sus enemigos que habían caído alejándose voluntariamente de Él. Ni fue
perezoso como el primer hombre que, tras caer, abandonó el ejercicio del bien,
sino más bien renovó al hombre otorgándole vida más gloriosa que la vida
anterior. No se apoyó en el trono del orgullo, como el diablo que había
engañado al hombre proponiéndole la desobediencia, y no temió no lograr
arrancarle al hombre, porque supo desde el principio que le habría de aplastar
la cabeza con su fuerza y su valor. Y así la Iglesia engalanada y rica con
estas virtudes fue llevada a la habitación del rey, como está escrito:
Palabras
de David en el Salmo XLIV que recomiendan que la Iglesia esté adornada por la
práctica de las virtudes.
IV.
“La reina está a tu derecha, vestida de un vestido de oro”. (Sal 45, 10). Para
comprender estas palabras tenemos que interpretarlas así: ¡Oh! Hijo del Padre,
en las bodas de la fe católica la Iglesia se levantó y empezó a prosperar en el
deseo del cielo, enriquecida por tu humanidad y empapada con la púrpura de tu
sangre. Y se rodeó de múltiples virtudes, recibidas de la casa de tu Padre,
cuando descansó en el abrazo de tu amor. Estas bodas se hicieron por voluntad
de Dios omnipotente, que las perfeccionó con su fulgor, cuando hizo al hombre
con todo lo que existe, tanto arriba como abajo, y lo engalanó revistiéndolo de
justicia, cuando el Hijo de Dios quiso sufrir en la carne por la redención de
la humanidad.
El
hombre es la obra de la derecha de Dios, por quien fue revestido e invitado a
las bodas reales. Estas bodas fueron obra de la humildad, cuando Dios, que está
en lo alto de los cielos dirigió su mirada a la tierra, y reunió su Iglesia del
pueblo común, para que quien cayera se alzara por obra de la penitencia y se
renovara en la santidad de las costumbres, adornado de variedad de virtudes
como de flores lozanas. La corrupción de la soberbia no puede ser eliminada,
porque pisa, divide y arranca fuera todas las cosas. En cambio la humildad no
saca ni arranca nada de nadie, sino que todo lo conserva en la caridad, y en
ella Dios se inclinó hacia la tierra, y todas las virtudes se reúnen por ella.
Las virtudes se dirigen encuentro al Hijo de Dios como las vírgenes que,
rechazando la boda con un hombre llaman a Cristo su esposo y se juntan
alrededor de la humildad que las conduce a la boda del rey.
Que
los fieles acojan estas palabras con corazón devoto, porque han sido dictadas
por el bien de los creyentes por el que es principio y fin.
CUARTA VISIÓN DE LA TERCERA PARTE
Visión
de dos imágenes que refulgen con admirable resplandor y descripción de su
aspecto. Sobre las tinieblas que ocupan toda la parte occidental del edificio
antes descrito. Del fuego con azufre y de las otras tinieblas que ocupan hasta
la mitad de la parte septentrional.
I.
Luego, cerca de la esquina del lado septentrional, la que está girada a oriente,
vi una imagen cuyos rostro y pies irradiaban un fulgor tan grande que
resplandecían también sobre mi cara. Vestía una túnica que parecía de seda
blanca sobre la cual llevaba un manto verde completamente adornado de perlas
preciosas. Y parecía que tuviera pendientes a las orejas, collares sobre el
pecho y pulseras en las muñecas, todo de oro fino con piedras preciosas
engastadas.
Hacia
la mitad del lado septentrional vi otra imagen, de pie, de aspecto extraño y
admirable. Arriba, dónde hubiera tenido que estar la cabeza, irradiaba una
claridad tan resplandeciente que su fulgor repercutía sobre mi cara. En el
centro de su vientre se veía una cabeza de hombre con el pelo canoso y barba, y
sus pies eran como zarpas de león. Y luego tenía seis alas; dos que subían
desde los hombros hacia arriba y se curvaban de delante atrás, se unían la una
con la otra, como para cubrirse de aquel resplandor. Otras dos iban de los
hombros a la parte superior de la cabeza que he descrito, y se extendían hacia
abajo, mientras que las dos de los lomos de la imagen descendían hasta sus
talones y se extendían un poco, como disponiéndose a volar. Todo el resto del
cuerpo estaba revestido de plumas pequeñas que no parecían plumas de pájaro
sino escamas de peces.
En las
dos alas que llegaban hasta parte superior de la cabeza humana, se vieron cinco
espejos. Uno estaba en el extremo superior del ala derecha con esta
inscripción: “Camino y verdad”. Otro estaba en la mitad de esa misma ala con
esta inscripción: “Yo soy la puerta de todos los arcanos de Dios”. Otro estaba
al final de ella, en el que estaba escrito: “Soy la manifestación de todos los
bienes”.
En el
extremo superior del ala izquierda había un espejo con estas palabras: “Soy el
espejo en que se refleja la intención de los elegidos”. Otro espejo al final de
la misma ala tenía la inscripción: “Dinos si eres el que tiene que reinar sobre
el pueblo de Israel”. Y esta imagen tenía la espalda vuelta hacia el norte.
En
toda la zona occidental vi oscuras tinieblas de las que salía humo, mientras
cerca de la esquina del norte ardía un fuego negro con azufre, y tinieblas
densas se inclinaban) y extendían hacia la mitad de la parte septentrional. Y
oí la voz del cielo que me dijo:
La
primera de las dos imágenes alude a la sabiduría, y la gran belleza de su
vestido significa todos los géneros de criaturas que Dios quiso establecer con
naturalezas y especies diferentes.
X Dios
omnipotente, que con la sabiduría ha dado fundamento a todo, revela los
múltiples sentidos de sus obras admirables y dignas de alabanza, y distribuye
sus regalos a cada criatura como quiere. Y ya que quiere reconducir el hombre a
la santidad del cielo, le enseña de manera oportuna, también valiéndose de
estas maravillosas figuras, conforme a su deseo, las cosas que están en las
moradas celestiales, las que están en las moradas terrenales y las que están en
las moradas infernales.
Así
pues, cerca de la esquina que mira a oriente del lado septentrional ves una
imagen cuyo rostro y pies irradian un fulgor tan grande que resplandecen
también sobre tu cara. Porque allá donde acaba la necedad y donde la justicia
tiene principio, se manifiesta la sabiduría de la verdadera santidad, cuyo
principio y fin superan el intelecto humano. Porque con la misma luz de la
presciencia con la cual Dios vio el principio de su obra, también previó el
final.
Vestida
con un vestido que parece de seda blanca, abraza al hombre en la blancura y en
la dulzura del amor, y le enseña que el Hijo de Dios se ha encarnado en la
belleza de la virginidad. ¿Como pueda ocurrir eso? - el hombre lo ignora y sólo
la divinidad lo sabe. Y sobre la túnica tiene un manto verde completamente
adornado de perlas preciosas. Porque también las criaturas exteriores, es decir
las que vuelan en el aire, las que caminan o se arrastran sobre la tierra y las
que nadan en el mar, cuya carne no tiene espíritu, la sabiduría no las rechaza,
sino que las da la vida y las mantiene, ya que están destinadas a servir al
hombre que se alimenta de ellas. Y ellas son como perlas que adornan la sabiduría,
cuando no se desvían de su naturaleza como consecuencia de las transgresiones
que incluso el hombre a menudo realiza, alejándose de la calle recta que le ha
sido trazada.
Y
parece tener pendientes en las orejas, collares sobre el pecho y pulseras a las
muñecas, todo de oro fino con piedras preciosas engastadas, ya que todas las
criaturas la obedecen y recuerdan sus reglas. Por tanto las obras de la
Sabiduría están en la plenitud, encerradas y protegidas de modo tal que ninguna
criatura es imperfecta o incompleta en su naturaleza, y todas tienen completa
en sí su total perfección y utilidad.
De
este modo todas las cosas que han sido producidas por la sabiduría están en
ella como una decoración refinada y elegante, y relucen en el espléndido fulgor
de su esencia.
También
el hombre, cuando cumple los mandamientos de Dios, es el vestido blanco y suave
de la sabiduría y su manto verde que significan la recta intención y el
verdecer fecundo de las obras engalanadas de virtudes diferentes. El adorno de
sus orejas indica cuando evita prestar atención a insinuaciones malvadas. Los
collares sobre su pecho, cuando desdeña los deseos ilícitos. Los brazaletes, la
fuerza de sus brazos cuando se defiende del pecado. Porque todas estas cosas
nacen de la pureza de la verdadera fe, de la cual son adornos los profundos
dones del Espíritu Santo y los escritos de los doctores llenos de santidad, que
los fieles llevan a cumplimiento con las buenas obras.
La
otra imagen representa a Dios omnipotente. Qué significa el resplandor en su
cabeza, qué la cabeza de hombre que se ve entre su vientre, y por fin sus pies,
parecidos a patas de león.
III.
Hacia la mitad del lado septentrional se ve otra imagen, de pie, de aspecto
extraño y admirable, que es símbolo de Dios todopoderoso que se opone a la
fuerza y a los pensamientos malvados de la antigua serpiente; Dios invencible
en su majestad y admirable en sus virtudes, ya que la profundidad de sus
misterios nadie puede indagarla hasta el final.
Por
arriba, dónde hubiera tenido que estar la cabeza, irradiaba una claridad tan
resplandeciente que su fulgor repercutía sobre mi cara. Porque la excelencia de
la divinidad, que ilumina todas las cosas, nadie puede verla mientras esté
oprimido por el cuerpo mortal, ni siquiera los ángeles que están siempre en la
presencia de su rostro pueden contemplarlo hasta el fondo, y así siguen sin
cesar, deseando mirarlo, ya que Dios es aquella claridad cuyo ser no ha tenido
principio ni nunca tendrá fin.
En el
centro de su vientre se ve una cabeza de hombre con pelo canoso y barba, esto
significa que, en la perfección de las obras divinas, existió el antiguo
proyecto de la salvación del hombre, en el cual se manifiesta su gran dignidad
y rectitud que nadie puede contar y tampoco comprender, tal como los hombres no
logran encontrar un principio y un fin en una rueda, porque es circular. Ningún
hombre podrá alcanzar lo que los ángeles mismos no pueden comprender, aunque
ellos ven con claridad que la eternidad siempre permanece igual, tanto en el
querer como en el realizar, y nunca ha deseado ni necesitará nada, porque desde
siempre es plenitud.
Aquella
cabeza tiene forma de cabeza humana, porque Dios hizo al hombre a su misma
imagen y semejanza, y le dio el poder de realizar sus obras para que obrara
cumpliendo el bien y devolviera la alabanza a su Creador, sin olvidarse de él.
Pero nadie se asemeja a Dios, nadie puede ser Dios, y el que pretendió ser
parecido fue destruido, porque no podía ser así. Cuando luego Dios quiso
manifestar la potencia de su virtud, se fijó en el vientre de una Virgen. Y
como en el séptimo día descansó de sus obras, decidió que era el turno del
hombre; hizo reposar a su Hijo en el vientre de una Virgen y a él le confió
toda su obra. En efecto, el Espíritu Santo con su leve calor tocó la carne de
la Virgen sin incendiarla con el movimiento carnal del hombre, como el rocío
cae levemente sobre la hierba, para que la flor, es decir el Hijo de Dios,
pudiera asumir la figura humana en la carne de aquella Virgen, y por su amor
con gran paciencia asumió sobre de sí los pecados de los hombres. Y por tanto
en su circuncisión manifestó que el hombre se purificaría con el bautismo, y
con su pasión y su muerte enseñó que se redimiría de sus pecados, y con la
ascensión al cielo enseñó que lo llevaría consigo al reino de los cielos, para
así completar el número de los santos hasta que venga el tiempo terrible del
juicio.
Y los
pies de esta imagen son como zarpas de león, que significan que Dios tiene
escondida su divinidad a los hombres mientras sean mortales, y sin embargo
muestra la multiplicidad de sus bienes a través de las reglas de la ley y en el
resto de las criaturas. Atraerá a sí todas las y las juzgará a través de su
Hijo como con zarpas de león, así que toda la tierra será sacudida, y el firmamento
será invertido, y cuando el hombre mortal, que así tendrá fin, presente la
relación de sus obras, entonces verá al inmortal Hijo de Dios.
Como
esta imagen parece envuelta por seis alas. Qué representan estas alas.
IV. La
imagen tiene seis alas, que son las obras de los seis días, en los cuales el
hombre alaba a Dios con sus invocaciones y tiene cuidado de si con la ayuda de
Dios.
Dos
alas suben desde los hombros hacia arriba y curvándose de delante atrás, se
unen la una con la otra, como para cubrirse de aquel resplandor. Ellas enseñan
el amor a Dios y al próximo; se elevan hacia arriba por la fuerza de las buenas
obras, y cuando se relajan de su movimiento, bajan para socorrer las
necesidades del próximo. En ellas están encerrados los misterios de los arcanos
de Dios ya que aquellas mismas dos alas indican el ejército celeste de los
espíritus supremos, que Dios ha puesto cerca de su rostro, haciendo de ellos
los espejos de sus maravillas. Ellos contemplan su rostro y no pueden
contemplarlo hasta el fondo, ni dejar de celebrar sus las alabanzas.
Dos
alas van desde los hombros hasta la parte superior de la cabeza que he
descrito, extendiéndose hacia abajo. Significan el Antiguo y el Nuevo
Testamento que llevan la fuerza de los preceptos divinos y explican la dignidad
del antiguo proyecto de Dios, en el Antiguo Testamento con los profetas que
predijeron al Hijo de Dios, y en el Nuevo con los hijos de la Iglesia que
devotamente lo acogieron con fe. Estas dos alas son el símbolo de la potencia
de Dios, que puede crear y hacer lo que quiere, como la criatura alada que
vuela en todas las direcciones con las alas abiertas, ya que Dios instituyó
todos los secretos celestiales en el camino correcto, para que nunca cese su
resplandor y en su verdad no tengan nunca fin, y la verdad no contenga tampoco
ninguna sombra de falsedad.
Las
otras dos alas que salen de los lomos de la imagen, descendían hasta sus
talones y se extendían un poco como disponiéndose a volar, enseñan la vida
presente y la futura. La presente donde una generación pasa y otra le sucede, y
la futura en que se tendrá la estabilidad de la vida inmortal. Todo eso se
pondrá de manifiesto en la época del fin del mundo, con terrores y prodigios
innumerables que precederán al fin casi volando. Entonces la glotonería de la
garganta diabólica introducirá el gusto de los pecados y los deseos carnales en
el vientre, donde las comidas descienden y de donde es expulsada y donde crece
el pecado en la concupiscencia de la carne. Pero la protección divina defenderá
a los hombres y les concederá la castidad y la capacidad de elevarse en las
buenas obras. En efecto, los actos impuros, a los que inicialmente los hombres
se dedicaron por el impulso de la lengua de la serpiente, Dios los reprimió por
un solo hombre, que trituró la lujuria y sus manifestaciones en las mentes de
los hombres, oponiéndose a los derechos de la carne con las alas potentes de su
naturaleza virginal.
Qué
significa que esta imagen tenga todo el cuerpo cubierto por escamas de pez, y
no por plumas de pájaros. Cómo entró en el mundo por la carne el Hijo de Dios a
escondidas del diablo Por qué el Padre quiso que soportara tantos
padecimientos.
V.
Todo el resto del cuerpo está revestido de pequeñas plumas, que no se parecen a
plumas de pájaro sino a escamas de peces. El sentido de esta imagen deriva del
hecho de que la figura de los peces es diferente de la figura de los pájaros, y
que nosotros ignoramos como nacen los peces y como crecen, pero observamos que
las aguas en que viven corren rápidamente y que los peces nadan veloces en
ellas. Así el Hijo de Dios nació completamente santo y de naturaleza diferente
con respecto a los demás hombres, en su santidad fue sumamente justo, y en la
justicia recondujo al hombre al cielo volando sobre las alas de todas las
buenas obras, como muchas veces lo habían prefigurado los sacrificios de la
antigua ley. Y la obra se ejecutó por su deseo en su naturaleza virginal.
En
cuanto Adán comió la manzana nociva concibió el gusto del pecado, que lo hizo
ser capaz de pecar. Por esto la gloria del paraíso le abandonó y fue enviado al
destierro. Enseguida el diablo, para combatir a Dios, le regaló la lujuria y
subvirtió el modo de la generación humana, mezclándolo con impudicicia.
Mientras meditaba su engaño se convenció que el hombre, una vez arrojado en
medio de la inmundicia del pecado, no podría entrar en el reino de los cielos,
porque los hijos de la fornicación no podrían formar parte del pueblo de Dios,
y el propio Dios no sería su Dios. El diablo se alegró mucho de la suciedad del
impulso carnal, diciendo para sí: “Yo he echado al hombre del lugar glorioso en
el que estuvo y lo he arrojado a la máxima suciedad, y por tanto a Dios no le
ha quedado ni siquiera una parte de él, porque Dios, que es todo puro, no
quiere ni acepta la inmundicia. Así que de este modo el hombre se quedará
conmigo”.
Pero
Dios no reveló a la antigua serpiente su plan para liberar al hombre y lavó por
medio de su Hijo la suciedad que fermentó a causa del engaño diabólico,
cerrando con Él las heridas que la lujuria infligió al hombre. Esto lo hizo
Dios en el centro de su potencia, en la que estuvo desde antes de todo
principio, y en el centro del pozo infernal tenebroso como la noche, al que
mandó como señal al ángel que los golpeó en el medio de la noche. En el centro
de su potencia quiere decir que puede hacer todo lo que quiera: mientras en el
medio de la noche es el momento en que el antiguo enemigo en su pensamiento
soberbio creyó haberse apoderado de los hombres como planeó, y creyó poseerlos
casi como si los tuviera en medio del corazón. Pero el Hijo de Dios, como se ha
visto, vino a escondidas del diablo y a hurtadillas de él y con su humanidad
rompió el anzuelo con el que pescaba a los hombres. Y vencidos sus enemigos, lo
colgó como estandarte sobre la cruz en señal de triunfo y lo enseñó a su Padre
junto con todas las filas del ejército celeste. En consecuencia, las filas de
los ángeles renovaron sus cantos de alabanza, y se alegraron que muchas almas
santas hubieran sido liberadas de una reclusión tan atroz, después de que el
Hijo de Dios las hubo reconducido al lugar de la beatitud.
¿Pero
como Dios pudo permitir que su único Hijo, que no era deudor de ningún pecado,
padeciera tales sufrimientos? La razón es que así el antiguo engañador ya no
tendría ninguna oportunidad de oponerse a Dios. Porque el hombre de buena gana
consintió y siguió en todo y por todas sus reglas. Si un hombre pecador hubiera
muerto por la salvación de los demás hombres, el espíritu malvado habría
objetado que ese no podía liberar a nadie, porque antes tenía que librarse de
sus propios pecados, a los que había dado su consentimiento. Por esta razón no
habría tenido a ninguna posibilidad de sustraerse a sí mismo y a los demás del
lazo del cautiverio. Por eso el Dios vivienteofreció a su Hijo, cuyo cuerpo fue
parecido al cuerpo de Adán, para que revistiéndose de humanidad pudiera redimir
al hombre.
Sobre
los cinco espejos que se ven en puntos diferentes en las dos alas de esta
imagen, qué significan y cómo se tiene que entender la frase que llevan
escrita.
VI. En
las dos alas que llegan hasta parte superior de la cabeza humana se ven cinco
espejos, ya que en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, que explican la
dignidad del antiguo proyecto de Dios, cinco lumbreras iluminan las diferentes
épocas: el primero Abel, el segundo Noé, el tercero Abraham, el cuarto Moisés,
el quinto el Hijo de Dios. Todos iluminan a los hombres para ayudarlos a
encontrar el camino de la verdad, pero fue el Hijo de Dios en persona el que
les abrió con su pasión la puerta de la alegría celeste.
Uno
estaba en el extremo superior del ala derecha, y tenía esta inscripción:
“Camino y verdad”. Esto significa los altos y admirables misterios de Dios, que
ninguno de los hombres puede comprender plenamente con su ciencia, sino
limitadamente en cuanto es comprendido en el círculo de la fe, como una imagen
en el espejo no puede hacer nada respecto del cuerpo que refleja. Estos
misterios enseñan el camino de la justicia y la verdad de la rectitud por la
salvación de las gentes, para que el hombre temeroso de Dios llegue a las
moradas celestes, como indican las obras y el fin de Abel.
Otro
estaba en la mitad de la misma ala, y tenia esta inscripción: “Yo soy la puerta
de todos los arcanos de Dios". Significa que los secretos de dios se
manifiestan para proteger la perfección de la salvación, enseñando que la
omnipotencia de Dios es tan amplia que cubre con sus milagros toda la extensión
de sus criaturas. Multiplica sus signos milagrosos desde el primer hombre hasta
el último, por sus profecías, por sus anuncios, por sus acciones, que nunca
tendrán término hasta que no se cumpla todo lo que tiene que ocurrir. Dios no
reposó después del primer acto creador, sino sólo después de que hubo llevado a
cabo completamente la creación. Así también en Noé enseñó sus milagros, aunque
con señales diferentes.
Otro
espejo está al final de este ala derecha, y en él está escrito: “Soy la
manifestación de todos los bienes”. Porque este fin prefigura el fin de la
burla del diablo y el principio de todos los bienes, y además enseña que el
Hijo de Dios tomaría forma humana en una humilde Virgen y cumpliría por sí
todos los bienes. Esto también lo cuenta el libro de la vida, que no se
debilitará nunca, en el cual la Jerusalén celeste está descrita con todas sus
virtudes que nadie es capaz de narrar, como nadie puede llegar hasta el final
de las admirables cosas de Dios. Todas estas cosas Abraham las anunció
fielmente por la circuncisión, con la cual obedeció la orden de Dios.
En el
extremo superior del ala izquierda hay un espejo con estas palabras: “Soy el
espejo en que se refleja la intención de los elegidos”, ya que cuando la
justicia tuvo principio, cuando el mal fue combatido a través de la virtud de
los elegidos del ejército celeste, su devoción fue tan simple y pura que los
hizo capaces de resistir a las artes diabólicas y de ofrecerse a Dios como
holocausto vivo. Por esta razón Satanás fue rechazado y tuvo que reconocer que
Dios es mucho más fuerte que sus enemigos, que aterrados en lo más profundo del
infierno, temblarán por siempre.
Y
muchos de los que se durmieron a causa de la mortífera manzana en las regiones
del Norte, se despertaron a través de la penitencia en el espejo del temor de
Dios. Eran adúlteros, homicidas, seductores, mentirosos y pecadores de todo
género, que rogaban Dios para que los liberara del antiguo enemigo. Dios recibe
mucho honor y alabanza de su penitencia, ya que todos los órdenes de penitentes
y fieles reconocen que Dios es grande en su potencia, porque los libera y borra
sus pecados.
Por
esta razón Dios se complace en ellos, porque los que fueron como la noche en la
oscuridad de los pecados mortales, ha vuelto a la pura luz del día a través de
la penitencia. Y los que ha liberado del diablo le quieren mucho de más que si
no hubieran necesitado ser arrancados de él por la penitencia, y después de
haber sido liberados no vuelven jamás a estar adormecidos en su amor por él. El
temor de Dios es necesario a todos, tanto a los elegidos simples e inocentes,
como a los pecadores, ya que conviene que tengan temor de Dios antes de poder
gustar el amor, y por tanto sus intenciones aparecen en este espejo como si
estuvieran escritas, y Dios las lee en cada momento.
Y otro
espejo al final de la misma ala lleva la inscripción: “Dínos si eres el que
tiene que reinar sobre el pueblo de Israel”, ya que allá dónde el Antiguo
Testamento acaba y empieza el Nuevo apareció mi Unigénito, que echó a Satanás
como una piedra en el pozo más profundo del infierno, ahogándolo para que ya no
pudiera respirar y emitir el soplo ventoso de su voluntad, como hacía antes.
Haciendo así, mi Hijo les indicó a sus elegidos las recompensas eternas, como
Yo mismo hice cuando hablé a Moisés diciendo:
Palabras
de Dios en el Éxodo, cuando le dice a Moisés: “Te enseñaré todo bien”. Cómo se
tienen que comprender respecto al misterio de la Encarnación del Señor.
VII.
“Te enseñaré todo bien y pronunciaré el nombre del Dios frente a ti, y seré
misericordioso con quien quiera, y seré clemente con quien me plazca”. (Ex 33,19).
Y todavía dijo: “No podrás ver mi rostro, porque ningún hombre puede verme y
quedar vivo” (Ex 33,20) Y luego dijo: “Aquí hay un lugar junto a Mí. Tú te
colocarás sobre la peña. Y cuando mi gloria pase, te pondré en la cavidad de la
peña y te protegeré con mi derecha y levantaré mi mano, para que veas solamente
mis hombros” (Ex 33,21-23). Para comprender estas palabras tenemos que
interpretarla así: Yo, que soy el Señor de todo porque soy por Mí mismo, te
mostraré a ti, que me adoras con corazón puro, la beatitud de la vida eterna,
en lo cual consiste todo bien, y seré llamado Señor delante de ti, porque soy
el Creador de todas las criaturas. Y tú, Israel, verás la túnica de mi Hijo, la
misma que prometí a Adán, cuando lo llamé con su nombre y le di un vestido
tenebroso, porque él mismo se había oscurecido como las tinieblas. Por eso
ningún hombre oprimido por los pecados de Adán puede ver mi rostro mientras
viva en la vida mortal, ya que por haber escuchado la sugerencia del diablo es
negro como la negrura del norte. Y como todas las cosas luminosas se alejan del
norte, así la claridad de la verdadera luz se separó de Adán cuando, siguiendo
el consejo de la antigua serpiente, dirigió al norte su mirada. Y ya que desde
aquel momento ninguno de los mortales pudo ver perfectamente mi gloria, enseñé
mis maravillas revelándolas por los profetas, que hablaron en la sombra
proyectada por la luz. La sombra fue más oscura que la luz, como toda sombra es
más oscura que el cuerpo del que proviene.
El
sol, la luna y todas las estrellas le fueron oscurecidas al hombre, para que no
pudiera ver su luz en toda su pureza, además estaba velado por los soplos de
todos los vientos. Por tanto proclamaron en la sombra, como se ha dicho antes:
“Dínos si eres el que tiene que reinar sobre el pueblo de Israel”. En efecto,
el Espíritu Santo enseñó a su pueblo a través de profecías que en el primer
nombre con que Adán fue llamado, estaba prefigurado que habría de venir el
libertador de los hombres.
Y vino
el Hijo de Dios revestido de forma humana y los hombres no pudieron ver la
claridad de su divinidad, sino que lo vieron como si fuera uno de ellos. Pero
él se presentó practicando un camino diferente al que todos recorrían, un
camino sin gustar el pecado. Comió, bebió, durmió y se vistió sin mancharse de
ninguna culpa. Pero los judíos y muchos de los que lo vieron dudaron que fuera
el Hijo de Dios, y así en su ciencia oscura quedaron y, no aceptando con la fe
sus milagros, se endurecieron como piedras, como una víbora escondida en el hueco
de una piedra.
Aun
así, el Hijo logrará recobrar con su diestra a muchos judíos y paganos
atrayéndolos a las filas innumerables de los que tienen que salvarse hasta que
no se realicen todos sus prodigios, y entonces retirará la mano indicando su
obra grandiosa y enseñará los hombros a todos sus amigos y enemigos, de modo
que todos reconozcan de qué manera combatió con el diablo.
Y tú,
Israel, creerás y confiarás plenamente en él, tú que te has alejado de sus
maravillas como Adán se alejó de la claridad del camino eterno, no creyendo en
él. Entonces él estará sobre tu lengua como panal de miel y como leche
nutritiva, te enseñará sus obras y tú las acogerás y las apretarás entre los
brazos, diciendo entre sollozos: “Ay de mí, por cuanto tiempo hemos sido
engañados”. Así se cumplirá el que está escrito por inspiración mía:
Palabras
de David del Salmo XCII, dónde dice: “Admirable es la elevación de las olas del
mar, admirable es Dios en lo alto de los cielos”. Cómo deben ser interpretadas.
VIII.
“Admirable es la elevación de las olas del mar, admirable es Dios en lo alto de
los cielos”. (Sal 93, 4). Para comprender estas palabras tenemos que
interpretarla así: Dios, que es camino y verdad, ha dispuesto misteriosamente
con las admirables elevaciones de las olas del mar el orden de todas las cosas
que adornan el firmamento; con una admirable elevación del mar llenó el
firmamento de astros y según sus misteriosos planes los puso en sus diversas
partes como un espejo. Pero como la sombra no puede existir en el espejo sin el
cuerpo que le corresponde, así tampoco los adornos del firmamento pueden obrar
por si, y obran solamente en virtud de los misteriosos planes de Dios. Los
adornos del firmamento toman luz de los arcanos celestes, como el rayo proviene
del fuego. Porque el fuego es materia que resplandece y mientras el rayo es
momentáneo, el fuego es permanente. Así los adornos del firmamento pasan, pero
la armonía celeste es duradera y permanente.
Por
esta razón se dice que Dios reside en lo alto de los cielos en sus misterios
admirables, ya que ninguna cosa transitoria puede contemplar perfectamente las
que están para siempre en la perfección incorruptible. Pero con los adornos del
firmamento Dios quiso darles a los hombres una señal de las cosas celestes,
para que como en el espejo de la fe conozcan por sus medias sus maravillas. Si
no pudieran ver aquellos adornos, su ciencia sería ciega como el norte, privado
de toda luz después de la ruina del diablo, no resplandece más y tampoco el
diablo, que se burló del honor del Altísimo, tuvo jamás ninguna luz.
Son
admirables, pues, los levantamientos de las olas del mar cuando los hombres,
que ondean de una parte y otra en su inestabilidad, se elevan de las cosas
terrenales a las celestes encendidos por el Espíritu Santo. Y es admirable Dios
en las virtudes más altas, cuando los refuerza en el bien, para que desde
entonces en adelante rechacen someterse a la sordidez de los vicios. Por tanto
la escritura también dice:
Otras
palabras del mismo Salmo, dónde dice: “Mantiene firme todo el mundo que no será
sacudido nunca”.
IX.
“Mantiene firme todo el mundo que no será sacudido nunca” (Sal 93,1). Para
comprender estas palabras hay que interpretarlas así: Dios llenó el orbe
terrenal con la plenitud de su obra, que por tanto es estable y no se mueve,
porque si no estuviera llena de criaturas, se movería agitándose como un costal
vacío. En efecto, cada criatura llena el lugar que tiene establecido, el cual
la sustenta y está en función de ella, pero la obra más admirable de Dios es el
hombre, y por tanto a él ha sido confiado el orbe terrenal para que provea a
las necesidades de su cuerpo.
Dios
ha consolidado igualmente a la Iglesia, que está difundida por todo el orbe
terrenal y que no será triturada por las adversidades hostiles, aunque, a
menudo, se vea oprimida por muchas tribulaciones. Dios asiduamente obra en ella
sus milagros que no cesarán hasta que se cumpla el número de sus elegidos, de
acuerdo con la armonía celestial. La mirada de la divinidad domina esta
armonía, que no puede ser encerrada en un límite ni puede hacer nada por sí,
sino que sólo actúa en cuanto manifestación de la mirada divina, lo mismo que
la sombra que se ve en el espejo no hace nada por sí y el que actúa es el
cuerpo del que es reflejo.
Denominamos
cielos a los que contemplan a Dios y los que profetizan por él. Cielo también
fue el Hijo de Dios cuando se manifestó en la humanidad. Cielos se denominan en
fin, los que brillan del resplandor del rostro de Dios como chispas del fuego,
y en los cuales Dios venció a todos sus enemigos. Pero cuando Dios creó el
cielo y la tierra, colocó en su centro al hombre, para que fuera su señor y los
mandase, y el hombre es el centro que está en el centro de cielos y tierra, al
igual que el Hijo de Dios es el centro que está en el centro del corazón del
Padre, porque al igual que la decisión sale del corazón del hombre, así el Hijo
salió del corazón de Dios Padre. El corazón contiene la decisión y la decisión
está en el corazón y son una sola cosa, entre ellos no puede haber ninguna
división.
El
hecho de que la imagen descrita dé la espalda al norte representa que Dios
escondió al diablo y a todos los espíritus malignos la decisión de la
Encarnación del Hijo y la redención del hombre.
X. Y
esta imagen da la espalda al norte, porque lo que Dios omnipotente haría a
través del Hijo lo tuvo escondido a todos los que son amigos del norte, y como
los había rechazado para que no vieran la luz, ellos, ni con toda su ciencia
lograron ver la obra del Hijo de Dios. Porque Dios predispuso todas estas cosas
en el antiguo decreto y por tanto les quedaron escondidas.
En
efecto, el diablo fue sumergido en el abismo y perdió toda luz por la energía
del celo de Dios, para que no viera jamás el fulgor de la beatitud. Ha sido
cegado porque quiso hacerse parecido al que no recibió su ser de nadie, sino
que es por sí mismo. Y aunque ya su temor sea inútil, ahora es sensible a los
juicios de Dios, reacciona a los juicios que le afectan, y son su castigo. En
el temor del juicio de Dios ha aprendido que es imposible e inútil resistirse a
Dios. Sin embargo el diablo rompe las ramas de la obra divina, y sigue haciendo
lo que hizo a los primeros hombres, seduciendo a cuantos le dan su
consentimiento y su corazón y marchan así a su ruina. Sin tregua coma el enemigo
ruge y devora las almas, y en su furor, nunca se cansa de acosar.
Pero
Dios, cambiar orden con anuncios grandiosos y muchas señales, le ha enseñado al
hombre su divinidad oculta coma y en su sabiduría les ha dado muchas enseñanzas
a través de las criaturas, en las cuales pueden reconocer los secretos de su
divinidad, como el hombre sabe pintar con su ciencia muchas figuras de colores.
Y como la antigua serpiente en su caída no pudo resistir a Dios, así tampoco
puede oponerse a que Dios, a través del Hijo, reintegre en el coro celeste a
las almas de los justos para su mayor alabanza. Ellos en cambio, que no pueden
hacerlo después de ser precipitados en el abismo, no podrá conocer
completamente la obra del Hijo de Dios antes del último día, cuando les toque
ser confundidos por el ejército celeste. Porque el lugar que tuvieron un
tiempo, será ocupado por otros, y entonces, este lugar será todavía más
bendito.
El
Hijo de Dios, como se ha dicho, fue superior en belleza a todos los demás y
caminó por un camino diferente, él, que nació de una Virgen, y mientras que la
primera virgen fue corrompida por las sugerencias de la serpiente, Maria fue en
todo santa y concibió un Hijo del Espíritu Santo, lo dio a luz con parto
virginal y conservó la misma virginidad. Este nacimiento ya había sido
predestinado en el antiguo decreto pero, siendo de orden espiritual, quedó
escondido en la divinidad sin propagarse a la ciencia de los hombres, para que
no creyeran que la divinidad era múltiple, sino que es una única divinidad, en
la que el Hijo de Dios nació del Padre antes de que el tiempo tuviera origen,
porque el deseo del Padre desde la eternidad fue que el Hijo se hiciera hombre.
Y él,
asumiendo la naturaleza humana a él ajena, quebrantó la izquierda del Leviatán,
y le arrancó de la garganta con obras de castidad los mil vicios de los
pecados. La abstinencia y el arrepentimiento de los pecados, son las alas de la
castidad con la cual vírgenes y penitentes, abandonando los perversos deseos
carnales, vuelan a los esponsales con el Cordero. Y el Hijo de Dios, el Hijo de
la Virgen coronado por la castidad, acoge a los penitentes que acuden a él. Así
ocurrió ya desde el principio, cuando, revestido de humanidad, empezó a
realizar en el hombre las obras espirituales que ejecutará hasta el último día.
Estas obras están en el centro de su potencia no por el número de los días,
sino por la fuerza de su obra, y él las pone sobre una balanza exacta para
vencer el engaño y la ilusión.
En
efecto, en su humanidad voló sobre las alas del viento y como el águila mira al
sol, miró el rostro del Padre, porque como Abraham, recibió la circuncisión en
la carne, en la que la vida espiritual está representada por el agua. Y el alma
humana, circuncidada a través del bautismo y renacida espiritualmente en el
agua para conseguir la vida, vivirá eternamente en la sede de la beatitud como
los peces viven en el agua, que es aquella en que Dios reside en su majestad y
de que se ha dicho:
Palabras
de David del Salmo CI, dónde está escrito: “El Señor ha establecido en el cielo
su trono”, y en que sentido tienen que ser comprendidas. Breve resumen sobre la
Encarnación del Dios.
XI.
“El Señor ha establecido en el cielo su trono, y gobierna el universo con poder
soberano” (Sal 103,19). Para comprender estas palabras tienen que interpretarse
así: El Hijo de Dios, que es el Señor de los hombres, de los ángeles y de las
virtudes, prepara su trono en el cielo de los santos, como el pensamiento
humano produce los instrumentos con que el hombre puede obrar como desea y
cumplir su deseo en obras. El Hijo no se ha separado nunca de su Padre, como hizo
Adán cuando cayó en el pozo de la muerte. Por tanto su reino dominará sobre
todo, en el cielo y sobre la tierra, y pisará a sus enemigos convirtiéndolos en
escabel de sus pies, porque su carne sobre la tierra nunca fue tocada por el
gusto del pecado. No le pudo derrotar ningún dolor, antes bien, al soportar la
dureza de su amarga pasión venció todas las realidades terrenales.
¿Quien
habría podido liberar el hombre, sino el ardiente Hijo de Dios? Bajó del cielo
a la tierra y volvió a subir, y con el rocío de la divinidad, destila como miel
la gracia celeste sobre su pueblo para que sus fieles no puedan ser nunca
separados de él. Todas las buenas obras las ha cumplido el Padre en el Hijo,
porque no habrían podido hacerse a través de ningún otro. Y el Hijo, como ya se
ha dicho, no se separó nunca del Padre, como el resplandor no se separa nunca
del sol. Por eso vino sobre la tierra para liberar y redimir al hombre, al que
ningún otro habría podido redimir, porque el Padre dispuso que él viniera, como
el profeta David dice por inspiración del Espíritu Santo:
Otras
palabras suyas en el Salmo LXXI, se lee donde: “Descenderá como lluvia sobre
los rebaños”. Cómo hay que relacionarlas con la Encarnación del Señor.
XII.
“Descenderá como lluvia sobre los rebaños, como los chubascos sazonan la
tierra” (Sal 72,6). Para comprender estas palabras hay que interpretarlas así:
Adán, seducido por el diablo, infringió las reglas de Dios y fue hecho mortal.
Como consecuencia, el Hijo de Dios descendió como rocío de dulzura en el regazo
de una Virgen; fue dulce, suave y templado de costumbres como una oveja, para
resucitar el hombre de la muerte, como se voltea la tierra con el arado cuando
llueve para suscitar los frutos. En realidad, el arado es la regla de la ley,
que en su humanidad el Hijo de Dios dio a los hombres para que, conociendo la
regla, resucitaran a la vida y siguiendo su ejemplo como con un arado voltearan
fuera de si los deseos carnales, de modo que su obras fueran cada día más
fructíferas, según el ejemplo de las obras santas dadas por el que los
precedió. Y así mandó chubascos sobre ellos y llenó sus campos con sus propias
virtudes, que bendijo, y llenó con los frutos de todos los bienes, es decir la
castidad, la abstinencia, la paciencia y todas las otras beatitudes.
Las
tinieblas que se ven en el lado occidental, y el fuego con azufre y las otras
tinieblas más densas que se ven en la parte septentrional del edificio antes
descrito, enseñan en qué zona del mundo exterior están colocados los lugares
del castigo donde se atormentan a las almas de los pecadores, y además
significan la ceguera interior de los pecadores mismos, que están obscurecidos
por la falta de fe.
XIII.
En toda la zona occidental percibes oscuras tinieblas de las que sale humo,
porque allí están los lugares de castigo que contienen los diversos suplicios.
Porque cuando el hombre sigue la pendiente de los pecados, se vuelve a
occidente, es decir se vuelve ciego a la fe. Con las acciones censurables atrae
malos vapores, y cayendo en las penas de las tinieblas se precipita en la
confusión y se olvida de su Creador.
Mientras,
arde cerca de la esquina del norte un fuego negro con azufre y tinieblas densas
que se inclinan y extienden hacia la mitad de la parte septentrional. Aquel
lugar es el abismo de las penas y el lago de la perdición de las almas que,
despreciando a Dios, se negaron a conocerle a través de las buenas obras. Por
eso está allí el fuego penetrante que emana los vapores del azufre, amargos y
negros como tinieblas impenetrables Y que se expanden a los lugares establecidos.
Sin embargo la ciencia humana no puede conocer perfectamente toda la variedad
de las penas, mientras el hombre mortal viva sobre la tierra. Y cuando el
hombre llega a su ocaso, que significa la falta de fe, entonces ya está en
completa ruina, y carece de amor por las obras justas y por Dios, y el fuego de
la perversión, que le viene encuentro con la rudeza y la ceguera de las
costumbres, le secuestra y le llena Y le precipita en el abismo. Entonces,
cuando ya no tiene esperanza de vida, la perdición le atrae completamente a sí.
Quien
sigue la necedad y deshonra la sabiduría con que Dios ha creado todas las
cosas, se condena a sí mismo, porque al no tener ningún límite en el pecado no
piensa en la vida futura, ni le interesa saber si hay otra vida, ni es bastante
perspicaz para darse cuenta de su misma precariedad. Porque el hombre es capaz
de comprender su misma infancia y su adolescencia, su juventud y su edad
madura, pero lo que ocurra con él en la vejez y los cambios que tenga, no puede
saberlo de ningún modo. En virtud de la razón, el alma sabe que tiene un
principio, pero es imposible de saber y comprender por qué es inmortal y por
qué no tendrá fin.
Dios
hizo todas las cosas a través de la sabiduría para confundir la maldad del
diablo y porque, siendo invisible, pudiera ser comprendido por el hombre con la
fe y a través de sus obras. Antes de los tiempos, tuvo en sí planeado el orden
de toda su obra, a la que dotó de tiempo, y también en éste, hizo al hombre
parecido a sí para que primero pensara dentro de sí cada cosa, y luego la
pusiera en práctica con sus obras.
XIV.
Así pues, Dios hizo el firmamento por obra de la sabiduría y plantó vigorosamente
las estrellas a modo de clavos, como el hombre consolida su casa con clavos
para que no caiga. Las estrellas son compañeras de la luna, que recibe su luz
del sol y en la fase menguante hace fluir su luminosidad a las estrellas. En el
antiguo decreto, la sabiduría dio la fecundidad a la luna y al sol, en provecho
del hombre que comprende en sí toda la creación, porque la luna infunde su
savia a la tierra. El sol es símbolo de la divinidad, en cambio la luna lo es
de la multitud innumerable del género humano. Y todos, sol, luna y estrellas,
son el ornato de la sabiduría.
El
firmamento es la sede de todos estos adornos, lo mismo que el hombre tiene una
sede, la tierra, que lo sustenta. Dios ha establecido que esta belleza diera
motivo para alabarle como la sabiduría predispuso. La creación es pues como el
vestido de la sabiduría, ya que está en contacto con su obra lo mismo que el
hombre lleva encima el vestido. Si el hombre hubiera sido creado de modo que
pudiera prescindir de los vestidos, entonces no necesitaría sus trabajos ni las
otras criaturas a su servicio; sencillamente el cuerpo sería el revestimiento y
la protección del alma y el alma lo animaría.
Tampoco
Dios puede ser visto, pero se le puede conocer por la creación, como el vestido
impide ver el cuerpo del hombre. Y lo mismo que no se puede mirar el claror del
disco del sol, así Dios no puede ser visto por las criaturas mortales. Pero la
fe permite comprenderlo, exactamente como la corona externa del sol se puede
mirar con ojos abiertos. Todas las obras de la sabiduría están dirigidas a
combatir la malicia del diablo, porque éste desde siempre las persiguió y sigue
odiándolas hasta al final, hasta que llegue a la plenitud del número, cuando,
golpeado por una terrible fuerza, será aplastado y ya no podrá intentar
combatir contra Dios.
Todas
las órdenes de la sabiduría son dulces y suaves. Cuando alguien la mancha, lava
su vestido en la sangre del Cordero misericordioso. Por eso tiene que ser más
querida que las criaturas, porque suyos son los adornos, y todas las almas
santas tienen que reconocer su amabilidad y no cansarse nunca de estar al
abrigo de su mirada. El espíritu vive y vela en el hombre y no tendrá nunca
fin, tal como la sabiduría ordenó y mientras el hombre viva en el cuerpo, sus
pensamientos se multiplicarán incontables, como infinito es el repicar de las
alabanzas de los ángeles. El pensamiento anima la juventud del hombre, lo
desarrolla con la voz de la razón con que cumple sus obras, y sin embargo no
vive de sí mismo, ya que el hombre ha tenido un principio. En cambio la
eternidad vive de sí misma y no ha habido un momento en que no fuera, porque
fue eternamente vida antes de cada edad. Y cuando el alma se transforme, y
llegue a la inmortalidad, ya no tendrá el nombre de alma, porque entonces ya no
obrará a través de los pensamientos en el hombre, sino que entonces estará
entre los ángeles, que son espíritus, y como ellos cantará las alabanzas de
Dios. Por eso entonces también se llamará espíritu, porque en adelante ya no
tendrá que sufrir con el cuerpo carnal.
El
hombre lleva con pleno derecho el nombre de vida, porque mientras que vive por
obra de la respiración es vida, y cuando la muerte de la carne le haga
inmortal, estará en la vida. Y después del último día siempre será vida con el
cuerpo y con el alma. Ya que cuando Dios hizo al hombre encerró en él su
secreto, y por tanto el hombre conoce, piensa y obra porque está hecho a
semejanza de Dios. La divinidad tuvo siempre presente cómo deber ser el orden
de todas sus obras, y según este orden hizo al hombre capaz de pensar, de modo
que, antes de cumplir sus obras, las expresara él mismo en su corazón, que
encierra las maravillas de Dios. Dios ordena. El hombre piensa. El ángel tiene
la verdadera la ciencia y su voz siempre resuena, alabando y devolviendo
amorosamente el honor a Dios, y no desea otra cosa que estar en la presencia de
Dios y cantar sus alabanzas.
Desde
antes del principio del tiempo Dios tuvo establemente en sí la obra que iba a
hacer. Así el hombre, que encierra en sí las maravillas de Dios, le conoce con
los ojos de la fe y le abraza con el beso del conocimiento, y aunque no puede
verlo con los ojos del cuerpo le sigue en sus obras. El ángel elige estas obras
y las ofrece a Dios llevándole el perfume que emana de la buena voluntad,
mientras las obras innobles, aquéllas que en vez de mirar a Dios miran en la
dirección opuesta, se las presenta como a un juez justo.
Que
los fieles acojan estas palabras con corazón devoto, porque han sido dictadas
por el bien de los creyentes por el que es principio y fin
QUINTA VISIÓN DE LA TERCERA PARTE
Última
visión, en la que se describe cómo está hecha la rueda grande que aparece, y la
imagen de la caridad se ve representada de modo diferente.
I.
Luego, cerca del monte, situado casi entre la región oriental y aquella de la
que he hablado antes, vi una imagen que parecía una rueda de admirable amplitud
parecida a una nube blanca, que giraba hacia oriente. La dividía
transversalmente a medias, es decir de izquierda a la derecha, una línea de
color oscuro, sutil como un soplo humano. La mitad de la rueda que estaba por
encima de aquella línea fue dividida en el medio por otra línea, roja y
resplandeciente como la aurora, que bajaba desde la parte superior de la rueda
hasta el medio de la primera línea de la que he hablado. La mitad izquierda de
la parte superior de la rueda emitía un color casi verde, mientras que del lado
derecho hasta el medio, resplandecía de rojo y estaba dividida de modo que los
dos colores cubrían un espacio igual. En cambio la mitad de la rueda que estaba
debajo de la línea transversal era de color pálido mezclado con un poco de
negro.
Entonces,
en el centro de la rueda y sobre la línea de la que acabo de hablar, apareció
una imagen que ya antes había conocido como símbolo de la caridad. Estaba
sentada sobre la línea transversal y sus adornos eran diferentes de los de la
visión anterior. Su rostro relucía como el sol, su túnica resplandecía como
púrpura, tenía alrededor del cuello un collar de oro decorado con piedras preciosas,
y calzaba sandalias de las que emanaban relámpagos de luz.
Delante
del rostro de la imagen se veía algo como una tablilla de cristal translúcido,
en donde estaba escrito: “Me manifestaré en la belleza como la plata, porque la
divinidad, que no tiene principio, posee gran claridad, mientras que todo lo
que tiene principio vacila en el temor y no puede comprender los secretos de
Dios en la plenitud del conocimiento”.
La
imagen contemplaba la tablilla. Y luego la línea sobre la cual estaba sentada empezó
a moverse, y en el punto en que la línea de la rueda tocaba el lado izquierdo,
la parte externa de la rueda por un breve momento apareció como hecha de agua,
y luego un poco más allá del centro de la rueda, debajo de la línea
transversal, empezó a ponerse roja, luego transparente y luminosa, y por último
agitada y turbulenta como el mar en la tempestad, cuando casi llegaba a la
parte mediana, en la cual fue trazada la línea.
Y oí
la voz del cielo que me dijo:
Dios
no podría decirse único si tuviera a alguien parecido a él por naturaleza. Las
características de la rueda descrita anteriormente indican que Dios no tiene
principio ni fin y muestra la disposición de todos los bienes. La descripción
de la rueda se refiere en sus diferentes partes, a la eternidad, a la potencia
de Dios, y a la salvación de las almas.
II.
¡Oh hombre!, escucha y comprende las palabras del que fue y esta lejos de los
cambios temporales, porque quiso hacer sus diversas obras según su eterno
proyecto y como un rayo de sol, observó, antes del principio de los primeros
días, como serían en el futuro. En realidad Dios es uno solo, y nada se puede
añadir a su unidad, pero él previó que una de las obras que haría, intentaría
hacerse parecida a él, al único. Por tanto, dispuso obstáculos para rechazarla,
porque sólo él es unidad que no tiene parecido, pues de otro modo no podría ser
llamada unidad. Por eso alejó de sí a quien perversamente deseaba este tipo de
semejanza. En el hombre, el alma racional, que deriva de quien es el verdadero
Dios, está hecha de modo que puede elegir lo que le gusta y rechazar lo que le
desagrada y sabe por sí misma cual es el bien y cual es el mal. Pero, aunque
Dios es único, desde siempre Dios anticipó en el vigor de su corazón cada una
de sus obras, que luego multiplicó grandiosamente, porque Dios es el fuego
viviente del que las almas obtienen el soplo de la vida. Dios estuvo antes de
cada principio, y es el principio y es el tiempo en que los tiempos existen.
Todas estas cosas se revelan en esta visión.
Cerca
del monte, situado casi entre la región oriental y aquella de la que he hablado
anteriormente, vi una imagen que parecía una rueda de admirable amplitud
parecida a una nube blanca, que giró hacia oriente. Esta rueda significa Dios
que no tiene principio ni fin, y que muestra su benevolencia hacia todas sus
obras. La divide transversalmente a medias, es decir de izquierda a la derecha,
una línea de color oscuro, sutil como un soplo humano, porque tanto en el
principio del mundo perecedero como en su fin, es decir en lo que se extiende
hacia la eternidad, se manifiesta la perfección de la voluntad de Dios, que
separó las cosas temporales de las eternas. La mitad de la rueda que estaba por
encima de aquella línea está dividida en el medio por otra línea, roja y
resplandeciente como la aurora, que baja desde la parte superior de la rueda
hasta mitad de la primera línea de que he hablado. Con eso se muestra que la
plenitud de la perfección de Dios, que, por su deseo, es mayor en las cosas
celestes que en las temporales, está preparada para manifestar su justicia,
como enseña el divino orden, que es rápido para intervenir por el bien de todas
las cosas, y que se muestra en la maravilla de su incorruptible resplandor
tanto en el principio del mundo como en su fin y en toda su duración temporal.
Y
luego, la parte superior de la rueda en la mitad izquierda emite de un color
casi verde, ya que Dios exhaló el ser en las formas de las criaturas para que
trabajaran como había previsto en su presciencia, y desde entonces las mantiene
en el reverdecer de su voluntad. Mientras que del lado derecho hasta el medio
resplandece de rojo, porque al final de los tiempos Dios transformará y llevará
a perfección a todos lo que se hayan elevado a la vida desde el mundo
transitorio, entregará a las almas de los fieles la recompensa por haber
trabajado en la luz, y hará que ya no estén sometidas a la fatiga y a la
necesidad. Y está dividida de modo que los dos colores cubran un espacio igual,
porque como antes del principio del mundo la eternidad no tiene principio,
tampoco tendrá fin después de que el mundo esté acabado, y así el momento
inicial y el final del mundo están encerrados como en un círculo.
En
cambio la mitad de la rueda debajo de la línea transversal es de un color
pálido mezclado con un poco de negro, porque indica el tiempo fugaz de las
cosas del mundo, que tienen un principio y un fin, sobre el cual reina la
eternidad completa en sí misma y carente de fin. Esta parte también alude a la
palidez de las angustias y a la negrura de las tribulaciones que durarán tanto
tiempo como el mundo. Todas estas predicciones conciernen a la salvación de los
hombres. La potencia de Dios está unida a la fuerza suprema que existe en la
perfección de la justicia resplandeciente, porque la potencia y la justicia de
Dios están unidas estrechamente. La potencia de Dios está representada por una
rueda por la igualdad de su equilibrio, porque no tiene principio ni fin,
porque en la amplitud de su poder puede hacer todo lo que quiere y resplandece
pura en la clemencia de los juicios celestes. Porque a Dios no lo afecta
ninguna variabilidad, ninguna alternativa, no tiene aumentos ni disminuciones,
y ningún tiempo lo divide, Desde el principio permanece siempre intacto e
inmutable, y da la vida a todas las cosas que son, llamando a la santidad
suprema a los que lo adoran en la pureza.
La
plenitud de su poder dispone todas las cosas con medida y justicia, pero su
altura y profundidad queda desconocida al hombre. Así las cosas eternas y las
temporales pueden ser representadas como un círculo que no tiene principio ni
fin. Porque la perfección de la potencia de Dios, que revela la eternidad del
orden divino y su providencia que resplandece en la eternidad y de la eternidad
de su potencia se extiende a la plenitud de su orden, se manifiestan en sus
obras y anuncian que las almas de los santos estarán para siempre en la gloria
suprema.
Y
todavía, la eterna perfección de la potencia de Dios, mostró las realidades
futuras antes de que existieran el cielo y la tierra, enseñó en la plenitud de
las criaturas, como el verdecer de las semillas que debían brotar y crecer,
como los dones del Espíritu Santo que invaden el corazón del hombre
vivificándolo, para que produzca buenos frutos. En cambio en las cosas que
llegarán a la estabilidad después del fin del mundo y ya no estarán sometidas a
cambios, hace aparecer un resplandor deslumbrante, porque en el tiempo en que
las almas de los santos serán llevadas a lo alto de los cielos todas las cosas
se volverán perfectas y ya no tendrán ningún defecto. Y la eternidad de Dios,
como no tuvo principio antes del principio del mundo, así después de su fin no
estará limitada por ningún término, entonces también el gozo de los santos en
el cielo no tendrá fin. Pero la perfección de la potencia de Dios, que encierra
en el círculo de la eternidad todas las cosas temporales con sus diferentes
modos de ser, muestran que todas ellas están sometidas a Dios, y exhorta a
echar a los lugares infernales a los que desprecian a Dios, ya que serán sometidas
a juicio todas las cosas que se opongan a él.
Por
qué motivo la virtud de la caridad se ve aquí engalanada de modo diferente al
descrito en la visión anterior.
III.
En el medio de la rueda y sobre la línea antes referida, aparece una figura que
ya antes había conocido como símbolo de la caridad. Esta sentada sobre la línea
transversal y sus adornos son diferentes de los de la visión anterior. Quiere
decir que en aquella perfección con que la potencia de Dios domina sobre todas
las cosas, la caridad en la paz está unida a la voluntad de Dios. Porque la
caridad cumple todos los deseos de Dios, y ahora se engalana con un adorno y
después con otro. Si el amor reviste tantos diferentes adornos, es porque sus
adornos son tan numerosos como las virtudes que obran en el hombre, ya que
todas las cosas buenas ocurren a causa de la caridad.
Su
rostro reluce como el sol, para enseñar al hombre a fijar toda la atención de
su corazón en el verdadero sol. Y su túnica resplandece como púrpura, para que
el hombre, revistiéndose de entrañas de misericordia, socorra tanto como pueda
a toda persona que le pida ayuda. Tiene alrededor del cuello un collar de oro
decorado con piedras preciosas, con lo cual indica que el hombre tiene que
imponerse el yugo de la sumisión y adornarlo con las virtudes de los santos,
para que humillándose en todas las cosas muestre ser realmente sumiso a Dios,
como el Hijo de Dios obedeció al Padre en todo hasta la muerte de su cuerpo
carnal. Calza sandalias de las que emanan relámpagos de luz, para que todos los
caminos del hombre sean iluminados con la luz de la verdad y el hombre que
sigue las huellas de Cristo sea para los demás ejemplo de rectitud en la fe.
Sobre
la mesa transparente como cristal que se ve delante de la imagen de la caridad.
Qué significa el hecho que, mientras la imagen mira la mesa, la línea sobre la
que está comience a moverse. Breve repetición del discurso sobre la creación
del cielo, de la tierra, de los ángeles y del hombre.
IV.
Delante del rostro de la imagen se ve algo como una mesa de cristal
transparente, en donde esta escrito que nada de lo que ha tenido principio
puede comprender a la divinidad, que no tiene principio. La presciencia de Dios
se ofrece a la mirada de la caridad, ya que la caridad y la presciencia de Dios
son acordes en su unidad. La presciencia, transparente y carente de manchas, no
está delimitada por un principio ni por un fin, ni la criatura mortal la puede
concretar. Revela que el hombre que elige someterse a la caridad, queriendo las
cosas de Dios y volviendo a Dios su mirada en la pureza de la fe, sin ofrecer a
Dios nada mortal, prepara su morada en el gozo celeste, a la cual Dios previó
con antelación que llegaría.
La
imagen tiene la mirada vuelta a la tablilla. Y luego la línea sobre que está sentada
se mueve. Porque cuando la caridad de Dios contempló su presciencia, se mostró
en ella todo lo que habría de ocurrir a las criaturas aun cuando todavía no
existían, antes de que fueran creadas. La voluntad de Dios, en quien la caridad
está unida en la paz, se movió para dar forma a las criaturas, y así el cielo y
la tierra y todas las criaturas que ellos contienen tuvieron origen por orden
de Dios.
Pero
cuando llegó el momento de los ángeles, algunos de ellos despreciaron a Dios y
por tanto cayeron irremediablemente en ruina, mientras que otros quedaron a su
servicio y en su amor. Y luego Dios creó al hombre, lo creó después de todas
las demás criaturas, para que ya encontrara listo todo lo que fuera a
necesitar, y lo iluminó con el soplo de la vida. Y después de tenerlo hecho de
esta manera admirable, lo reforzó doblemente, haciéndolo de fuego y de llama.
Fuego en el alma y llama de la cual estalla en la razón. La llama de la
racionalidad sabe cuando cumplir las obras en el beso de la libertad, porque
ella sabe lo es la ciencia del bien y la del mal. Por tanto su llama no arde en
quien, libremente, no quiere obrar, y se aleja fastidiada de quien no quiere
cumplir las obras, a menos que el artífice no haga saltar la chispa de modo tal
que la llama se propague en la dirección que él quiere. Por lo demás, también
cuando arde donde ha elegido que lo haga, a veces el artífice permite que se
apague.
Estas
dos fuerzas Dios las coloca en una vasija de barro, para que puedan cumplir las
obras útiles. Como el fuego contiene en sí a la llama, así el hombre racional
tiene la fuerza para cumplir las obras. Estas dos fuerzas están contenidas en
una vasija de barro y solo por este motivo existe la vasija de barro. Si el
fuego y la llama no ardieran en ningún lugar, ¿como se podría reconocer su
fuego? Por esta razón, estas dos fuerzas tienen que estar contenidas en esta
obra, la vasija de barro, en la cual el alma y la razón actúan continuamente.
Y el
viento hecho de aire llena a todas las otras criaturas con las que el hombre
trabaja, porque el hombre no podría existir si no existieran las otras
criaturas. Dios, que es fuego y espíritu viviente, realizó una gran obra, de la
que el Hijo tomó el mismo vestido escondiendo en él su naturaleza divina con la
que hizo muchos milagros, y con él transitó por el mundo hasta atraer a si el
décimo número que se había perdido. Dios hizo esta obra contra el que orientó
su deseo hacia el norte y con ella lo venció definitivamente, golpeándole en el
rostro de modo que nunca más pudiera levantar la cabeza como hizo en un tiempo.
La divinidad revistió a los ángeles buenos de su misma claridad y los dispuso
en filas ordenadas junto a si, para que lo vengaran castigando y reprimiendo
las obras de aquel que dirigió su mirada hacia sí mismo y se separó del Creador
para seguir su propia voluntad. Porque la razón, cuando obra según el deseo de
la carne, atrae la venganza de Dios, pero aquél que se vuelve hacia su Creador
diciendo: “Tú eres mi Dios”, a ese lo enciende con el fuego del Espíritu Santo
para multiplicar sus alabanzas tal como se multiplican las chispas en el fuego.
La
razón consiste en la posibilidad de elegir entre dos partes, tomando lo que se
elige y rechazando lo contrario, ya que en una elección no se pueden tomar
juntas dos cosas discordes. En efecto, quien sirve a uno, a sí mismo se desdeña
y quien obra para sí mismo no es de ayuda a los demás en las cosas que hace,
porque son dos cosas que no pueden armonizarse. En un primer momento el hombre
racional quiere y desea, y luego hace lo que quiere. En cambio el animal
irracional vive tal y como ha sido creado, no es capaz de hacer de otro modo,
porque no tiene la mirada racional que da la ciencia, sino sólo tiene presente
en sí su naturaleza material, mientras el hombre vive con Dios por la fe.
Sobre
la venganza de Dios contra los transgresores de la ley mediante las aguas del
diluvio. Diversa clasificación de las edades desde el principio hasta la
Encarnación del Señor.
V. Y
luego, como ves, en el punto en que la línea de la rueda alcanza el lado
izquierdo, la parte externa de la rueda misma por un breve momento aparece como
hecha de agua. Esto significa que, después de que mi voluntad unida a mi
potencia para crear engendró a las criaturas, apareció el juicio de mi poder en
las aguas del diluvio, ya que después de que el primer hombre hubo engendrado
hijos, su descendencia se precipitó de mal en peor. Adán y sus hijos, que me
temían todavía, engendraron una segunda naturaleza sin perversiones, pero sus
sucesores profanaron sus cuerpos contra la naturaleza humana de modo criminal,
y no pudiendo soportarlos por más tiempo, los ahogué con el diluvio. Entonces
el diablo, aterrorizado, se echó a temblar, porque vio mi fuerza invencible,
por la cual el hombre fue de tal modo aniquilado.
Y luego,
un poco más allá de la mitad del medio de la rueda, la parte debajo de la línea
transversal se puso roja, luego transparente y luminosa. Ya que desde el
diluvio hasta la Encarnación del Hijo, concluido el tiempo de violencia, tal
como estaba escondido en mi voluntad en la plenitud de mi potencia, el juicio
de mi potencia tomó el color rojo de la justicia, y así, después del diluvio
por muchas generaciones, los días de los hombres y sus obras retomaron el
resplandor dado por el temor de Dios.
La
edificación de la justicia se manifestó con Noé, la circuncisión con Abraham,
la promulgación de la ley con Moisés, la profecía con los profetas. Todas estas
cosas reprimieron la idolatría como el día pone en fuga la noche, y el tiempo
siguió su curso y los hombres realizaron sus obras. Pero luego empezaron a
volverse a occidente, como cuando se pone el sol, hasta que después de
sucesivas generaciones vi que había llegado al número de la plenitud. Por eso,
por mi inspiración se escribió:
Palabras
de Pablo sobre la plenitud del tiempo en el cual Dios mandó a su Hijo nacido de
una mujer, y con su venida lleva a cumplimiento y hace comprensibles las
palabras y los hechos misteriosos de los antiguos, e iluminando el mundo con su
doctrina y la predicación de los apóstoles y los maestros de la Iglesia,
transforma todas las cosas haciéndolas mejores.
VI.
“Cuando vino la plenitud de los tiempo Dios envió a su Hijo nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que
recibiéramos la adopción como hijos”. (Ga 4,4-5). Para comprender estas
palabras tenemos que interpretarla así: Dios Padre, que no tiene principio ni
fin, en la plenitud del tiempo, dispuesto desde la eternidad, envió sobre la
tierra a su Hijo, que preanunció con muchas señales y milagros, para redimir al
hombre que se había perdido.
De
esto nos infunde certeza el arca de Noé. Ella es señal de la Iglesia que flota
bajo los embates de las diversas tentaciones, y que con la gracia de la fe
protege a sus hijos en el mundo y en unión con el Hijo de Dios. Este arca
colocada sobre la cima del monte puede ser también vista como figura de la
eternidad de Dios omnipotente, que antes que todas las criaturas existieran
previó como habrían estado en el mundo presente, creadas por su palabra,
distintas y ordenadas en especies diferentes.
La
ciudad celeste que es el hogar de los hijos de Dios, tiene una bella torre
construida con elegancia. Su estructura perfecta significa la obediencia de
Abraham, que para nosotros, en su suma fidelidad, representa al Hijo de Dios y
sus infinitas manifestaciones milagrosas. La ley hecha por Moisés pedía una
obediencia incondicional sin la cual el hombre en ningún modo podía vivir, como
una casa sin columnas maestras o un hombre sin corazón que lo gobierne. La
obediencia en efecto es como un fuego, y la ley es su resplandor.
Y como
Abraham, que dejó la casa y la patria por orden de Dios, fue el primero en ser
transformado a través de la circuncisión, así el Hijo de Dios, concebido y
engendrado sin contacto de sangre, de una Virgen íntegra, por el fuego del
Espíritu Santo, transformó la ley hecha por Moisés en una ley mejor, la ley del
espíritu. Los que engendrados en la sangre de los pecados, no pudieron ser
liberados por la sangre de las víctimas
de los sacrificios hechos según la ley, fueron liberados al precio inestimable
de su sangre por la clemencia del que tal ley instituyó. Y como el hombre
practicó sacrificios a Dios ofreciéndole las criaturas que le fueron confiadas,
así el Hijo de Dios se hizo un vestido asumiendo la carne del hombre, para
ofrecerla a Dios Padre en sacrificio por él.
Al
venir al mundo, el Hijo de Dios otorgó al hombre una doctrina pura y luminosa y
al recorrer toda la historia que hemos contado la transformó y la hizo
diferente, así que los ídolos fueron cambiados por el Dios viviente y la
profecía fue cambiada en vía espiritual, y como la palabra del hombre se emite
cuando su espíritu la inspira, así el unigénito de Dios fue mandado lejos del
Padre, en el regazo de una Virgen, y fue concebido por el Espíritu Santo. Y
luego, hecho carne y nacido de aquella Virgen, en Él se manifestó el sentido de
todas las cosas pasadas y de las futuras y mejoró todas las historias que
cuentan las proezas de los hombres, borrando lo que era inútil y conservando lo
que era útil, como hizo respecto al ejército de los ángeles buenos, a los que
hizo resplandecer aún más después de la ruina de los perdidos. Antes de su
nacimiento todo estaba envuelto como en tinieblas, pero después de que se hubo
hecho carne iluminó todas las cosas como el sol, porque él completó la ley
transformándola y mejorándola, obedeciendo los preceptos del Padre, cosa que
Adán no hizo.
También
en el Hijo de Dios se unen la justicia y la paz, y, como el mundo estaba
cubierto de tinieblas por los pecados originados por la baba de la serpiente,
venció a la injusticia a través de su humanidad, porque se opone a la
injusticia combatiéndola con la justicia y la paz. La justicia, que está
encerrada en las reglas divinas, y la paz, que está circundada por la gracia
misericordiosa de Dios para el hombre, reúnen ambas a los elegidos en un estado
parecido a aquel en que quedaron en Dios los santos ángeles. Y después de que
subió al cielo con el cuerpo, el Espíritu Santo inflamó a los apóstoles con lenguas
de fuego para que poseyeran interiormente la ciencia, fueran por el mundo para
atraer a los otros hombres y fueran capaces de realizar milagros y mostrar
señales, ya que fueron adornados por la fe católica y santificados por las
buenas obras.
Así la
doctrina del Hijo de Dios avanzó en la pureza, llevando frutos copiosos y
subiendo de virtud en virtud, y fascinó a muchas gentes que resplandecieron en
la luz de la fe. De este modo muchos que estaban obscurecidos por el olvido y
de la falta de fe consiguiente a la caída de Adán, fueron iluminados por la
verdadera fe y por las obras santas. Fue necesario que el Hijo de Dios viniera
al final de los tiempos, porque la antigua serpiente había profanado a toda la
humanidad con el engaño, el escarnio y la blasfemia, pero también fue necesario
que la presencia real en el cuerpo humano del Hijo unigénito de Dios siguiera
cumpliendo su obra. Así empezó a obrar a través de los supremos rectores que
gobiernan la Iglesia y los otros prelados, con los sacerdotes y los fieles a
ellos confiados, con los ermitaños que hacen voto de castidad y con las filas
de los religiosos, que adoran Dios siguiendo el ejemplo de las filas angélicas
y entonando sus alabanzas como hacen los ángeles, y con los penitentes, que
invocan Dios a la vez que lo imitan, y por fin, con los laicos, que se casan y
viven en el bien obedeciendo a las reglas de sus maestros, y con los
consagrados que dejan el mundo renunciando a sí mismos.
Así
ejecutó su obra el Hijo de Dios, desde su trono real. Y cuando se presentó al
Padre todavía con cuerpo de hombre, llevó consigo las obras rectas de todos los
hombres antes citados para mostrárselas. Todos estos órdenes, en efecto,
instituidos por la doctrina del Hijo de Dios, en el ardor de su gran celo
subieron de virtud en virtud como el día después de la primera hora de mañana
hasta la hora nona, cuando siempre calienta más por el calor del sol.
Este
tiempo nuestro se ha debilitado, pasando de la solidez de la originaria
disciplina apostólica a un tipo de debilidad femenina, y todas las cosas se han
deteriorado, como se ve de la perturbación de los elementos y de la depravación
en las costumbres.
VII.
Después, la enseñanza de los apóstoles y las virtudes de los demás santos
mantuvieron a los hombres puros y luminosos hasta el tiempo presente. Pero
ahora está declinando esta fuerza hacia una debilidad casi femenina. Ahora en
efecto, todas las buenas costumbres que desde el principio, desde los tiempos
de los apóstoles, arraigaron en los hombres por gracia del Espíritu Santo, han
caído en la oscuridad de la red con que la antigua serpiente llevó al mundo en
engaño. Los apóstoles reforzaron su enseñanza como con acero, la completaron
con los secretos del cielo y la moderaron con el temor de Dios, para que no
fuera escarnecida sino que se fortaleciera de día en día. Y ya que quisieron
que la enseñanza de su doctrina creciera como el sol en su curso, lo
santificaron con el ayuno, con la alabanza y con la plegaria.
Pero
la antigua serpiente, se examinaba a sí misma preguntándose cómo poder destruir
y extinguir esta ley, porque se consideraba como engañada, y por fin se dio
cuenta que era el momento de luchar contra los hijos de los hombres si
conseguía precipitar en el pecado a las concepciones humanas. Entonces inflamó
de lujuriosa prepotencia a un juez de estirpe real1, para que realizara muchas
nefandas vanidades, casi adorándolas, hasta que la mano del Dios lo golpeó,
como humilló a Nerón y a otros tiranos privándolos de todo honor.
Por
aquel tiempo, el vigor de las virtudes se secó y la justicia declinó hasta
venir a menos. También el verde vigor de la tierra dio menos frutos y más
pequeños, ya que las capas aéreas superiores habían sido transformadas respecto
al estado y forma en que fueran creadas, de forma que, al revés de la norma, a
menudo el verano hacía frío y en invierno calor. Entonces la tierra sufrió a
menudo largas sequías y fuertes lluvias con algunas otras señales
premonitorias, como las que el Hijo de Dios predijo que ocurrirían antes del
día del juicio, cuando hablaba a sus discípulos que lo interrogaban, tanto que
muchos creyeron que el día del juicio era inminente.
Palabras
misteriosas del Hijo, que se dirige al Padre preguntándole por las vejaciones
infligidas a su cuerpo, es decir a la Iglesia, por algunos de sus miembros que
han descuidado para siempre la justicia. También, sobre cuándo se completará el
número de elegidos establecido desde la eternidad, y cómo se tienen que
interpretar hoy estas palabras según la diversidad de los tiempos desde el
origen del mundo hasta el presente.
VIII.
Entonces el Hijo se dirige al Padre diciendo: “Al principio, todas las
criaturas reverdecieron. En la época intermedia, las flores florecieron, pero
luego, la fuerza vital
1 En
otro texto de Hildegarda se identifica a este personaje con Enrique IV de
Alemania, (1050-1106). Enrique IV convocó la Dieta de Worm, intentando deponer
al Papa San Gregorio VII, quien había decretado reformas en la Iglesia para,
entre otras cosas, evitar el nombramiento de los cargos religiosos por los
reyes, generalmente de personas indignas que los utilizaban en beneficio propio
y de su rey, mientras habitualmente seguían una conducta pecaminosa. se
debilitó”. El guerrero viril acudió, y dijo: “Conozco este tiempo, pero el
número de oro todavía no está completo. Contempla como está el espejo del
Padre. Soporto en mi cuerpo la pena y el trabajo, y mis hijos me abandonan.
¡Acuérdate pues, que la plenitud del principio no habría tenido que agotarse!
Entonces decidiste en tu corazón no apartar los ojos, hasta que no hubiera
visto mi cuerpo lleno de gemas. No soporto más que todos mis miembros sean
burlados. Padre, mírame, te enseño mis heridas. ¡Y vosotros, hombres,
arrodillaos ahora vosotros frente al Padre, para que os tienda la mano!”.
Para
comprender estas palabras tenemos que interpretarlas así: Al principio, es
decir antes del diluvio, la tierra era tan verde y fecunda que fructificaba sin
el trabajo de los hombres, y los hombres, que no tenían costumbres
disciplinadas ni devoción por Dios, se dedicaron solamente a los asuntos
terrenales y a sus placeres. Pero después del diluvio, como en la época
intermedia, es decir entre el diluvio y la llegada del Hijo de Dios, las flores
con nueva savia y con todas las plantas florecieron de nuevo y de otra manera
que antes, porque la tierra se coció por la humedad de las aguas y del ardor
del sol.
Y como
las flores portadoras de frutos se multiplicaban en número mucho mayor de
antes, así también la ciencia de los hombres incendiada por la sabiduría el
Espíritu Santo, creció hasta reconocer la estrella nueva que mostraba al Rey de
reyes, esta sabiduría brilló encendida por el Espíritu Santo, por obra del cual
el Hijo de Dios se encarnó en el vientre de una Virgen, y esto fue lo que
aquella estrella anunció. En ella, el Espíritu Santo les reveló a las gentes la
obra que cumplió en el vientre de la Virgen. Y la claridad de la llama del
Espíritu Santo es el sonido mismo de la Palabra que todo creó. El Espíritu
Santo fecundó el vientre de la Virgen y bajó en forma de lenguas de fuego sobre
los discípulos del Hijo de Dios, y después de aquello de las lenguas, obró
otros muchos milagros a través de los discípulos mismos y sus seguidores. Por
tanto aquel tiempo, que creció de virtud en virtud, fue llamado tiempo viril, y
por muchos años prosiguió con poderoso cuidado. Pero luego su vitalidad empezó
a decrecer y se transformó en debilidad femenina, descuidando la justicia y
dejándose vencer de la necedad de las humanas costumbres, porque hoy día
cualquiera hace lo que quiere. Por tanto la Iglesia está desconsolada, como una
viuda que está privada del consuelo y de la solicitud del marido, y no tiene el
bastón del guía en qué se apoyan los hombres.
Mercenarios
perversos por la codicia de dinero echan en los valles a mis hijos, impidiéndolas
subir sobre las colinas y sobre los montes y les despojan de la nobleza, de la
herencia, de las tierras y de las riquezas. Hacen como lobos rapaces, que
siguen las huellas de las ovejas y destrozan a las que logran coger, poniendo
en fuga a las otras, y con engaños fraudulentos devoran mis hijos sirviéndose
de jueces implacables y de malvados injustos.
Estos
días son una trampa preparada por el diablo, y Yo ya he soportado demasiado
tiempo que mi pueblo fuera burlado por la tiranía de mis enemigos, y por tanto
a este pueblo mío le han sido aflojados los lazos, y castigaré a sus enemigos
con diversos castigos, del mismo modo en que a menudo he castigado también en
el Antiguo Testamento a quien se rebeló contra Mí. También he permitido que en
estos días ciertos espíritus aéreos aterroricen a los hombres con grandes
tempestades, y los he golpeado castigándolos con varias epidemias,
debilitándolos en diversos modos y haciendo enfermar sus cuerpos, ya que no
quieren desistir de sus turbulentas costumbres. Cultivan en su pecho la envidia
y el odio y meditan cómo perjudicar los demás, se revisten del manto de la
honestidad para verter sobre ellos todo género de delitos y derramamientos de
sangre.
Los
hombres también serán juzgados por la misma creación que puse al servicio de
los hombres. Así que serán asfixiados por el fuego o ahogados por el agua; el
viento y el aire los privarán del fruto de la tierra, y el sol y la luna
mostrarán discordancias cuando no cumplan su curso, establecido por Dios para
ellos, o se saldrán fuera de su órbita. Y también a veces la tierra se moverá
como un carro que va a tirones por el excesivo empuje. En tal modo estos días
completarán su curso entre la sordidez de las costumbres de los hombres, con
derramamiento de sangre y con la destrucción de cualquier noble disposición de
la Iglesia, contaminando el oro de la justicia con el bronce y el plomo de la
iniquidad, y así las muchas perversiones de la voluntad de los hombres se
pesarán con la balanza de la justicia.
Pero
antes del fin de estos días, es decir antes que haya transcurrido el tiempo de
la debilidad femenina, la justicia, que el Hijo de Dios confió a sus discípulos
como anillo nupcial, al enviarlos por toda la tierra, se levantará, y enseñará
como la iniquidad de las gentes ha ensuciado y arrancado el vestido que recibió
de los apóstoles.
Descripción
mística del modo en que los apóstoles aceptaron la justicia que Dios les confió
para que la predicaran en todo el mundo, cómo la asumieron según la diversidad
de sus caracteres, y según la distribución de las gracias que derrama el cielo,
como si fuera un magnífico y variado vestido. Excelencia de la doctrina del
apóstol Pablo, y por qué fue elevado por la sublimidad de sus revelaciones y
oprimido por el peso de la enfermedad.
IX.
Mateo, de carácter apacible y de inteligencia poco profunda, ofreció a los
hombres su enseñanza de modo agradable y fácil, consolidó la doctrina de los
apóstoles y la dio a conocer como guía de la propia. Así convirtió a la
verdadera fe de Dios a mucha gente con su predicación dulce como la miel, ya
que por la mansedumbre de sus modos la gente bebió de su doctrina como niños
que chupan la leche, y el Espíritu Santo lo tocó, de modo que escribiera
fielmente la Encarnación del Hijo de Dios. Y él con la seda de la devoción hizo
una camisa, que significa la contrición ordenada y luminosa como la luz del
día, y con ella revistió la justicia, y por ella se dejó conducir al martirio.
En cambio Tomas fue un hombre de actitudes fuertes y atrevidas que no se convertía
fácilmente a cualquier causa ni daba fácilmente su consentimiento a cualquier
cosa. Sólo creyó en lo que vio, y tampoco quiso aceptar las realidades
interiores e invisibles primeras que le fueron enseñados en los signos. Los
signos se conocen a través de las obras, así, los hechos pertenecientes al
cuerpo se ven con los sentidos del cuerpo. En cambio, los hechos espirituales
se entienden a través del espíritu. Se sabe que un hombre es espiritual por la
santidad de las obras. Tomas convirtió a mucha gente a Dios y revistió la
justicia con un largo vestido tejido de seda verde que vistió sobre la camisa y
que brillaba como los rayos de sol, cuando lo engalanó con la rectitud de la
buena intención y lo hizo brillar por todas partes, apartando los ídolos de los
corazones de los incrédulos para convertirlos a Dios. Se ofreció con el
martirio a su Señor.
Pedro
tejió una túnica de lino fino y de púrpura cuando valientemente y con dulzura
propagó la rectitud. Y con ella revistió de justicia a los órdenes eclesiásticos.
Sufrió muchos apuros en el cuerpo y en el alma.
Matías,
apacible y humilde como una paloma, ajeno a las diferentes costumbres de los
hombres, a la envidia y al odio, fue un vaso del Espíritu Santo, que habita en
los que no dejan vagar sus mentes en las plazas porque no son curiosos de las
novedades. Y casi sin enterarse, en su humildad, hizo en presencia de creyentes
y no creyentes muchas señales y milagros, y se preparó para el martirio como
para un banquete. Preparó así a la justici cuatro columnas hechas cabezas de
águila y patas de león, porque en la humildad voló hacia las cuatro partes del
mundo y ninguna ofensa fue capaz de vencerle. Difundiendo en muchos países su
predicación y soportando con paciencia todas las ofensas llevó virilmente a
perfección su obra. Por tanto todos lo escucharon de buena gana y fue muy
querido. Hizo sentarse a la justicia sobre el trono que la preparó con su
humildad.
Dios
eligió a los doce apóstoles entre personas de carácter diferente, como ya
eligió a los doce profetas, ya que Dios es admirable.
Después
encontró una chispa que encendió con su fuego, Pablo, y en él obró muchos
milagros. Porque Dios produce sus signos tanto en las personas orgullosas e
indómitas como en las dulces y apacibles, para que la gente no los rechace
diciendo que sólo realiza sus milagros en los buenos. El Espíritu Santo coronó
todas las doctrinas de los apóstoles en Pablo, cuya mente llevó como a un monte
alto. Fue tan feroz como un leopardo, encarnizado en toda conquista, convencido
de poder llevar a cabo todo lo que quisiera. El Espíritu Santo encontró en él
la chispa de la fidelidad, porque no persiguió a los apóstoles por envidia o
por odio, sino por amor a la antigua ley.
Dios
creó las bestias antes del hombre pero hizo al hombre a su imagen y semejanza,
aunque las bestias lo precedieran. Y primero la ley antigua fue según las
bestias, luego la transformó a través de la humanidad del Hijo en inteligencia
espiritual según la práctica de las alabanzas angélicas. Del mismo modo que
Dios formó primero al hombre y luego introdujo en él el soplo de la vida, así
mandó primero la ley antigua, que transformó luego a través de la ley nueva,
volviéndola mejor.
Así,
cuando tiró al suelo a Pablo que tenía un celo excesivo en la defensa de la ley
antigua, le enseñó que tenía que difundir el nombre del Hijo en la nueva ley. Y
levantando su espíritu hasta el cielo, le enseñó contra qué armas admirables
combatía. Su alma sin embargo se quedó en él, escondida casi como si hubiera
muerto, del mismo modo que el alma manda fuera sus pensamientos aunque esté en
el cuerpo. Si Dios le hubiera enseñado sus milagros con menor fuerza, a causa
de su carácter orgulloso habría vuelto a la causa que hasta a entonces había
defendido con celo. Por tanto Dios le apretó con una mordaza y llenó su cuerpo
de preocupaciones. Su enfermedad se manifestó en dos modos, todas las venas del
cuerpo languidecían por el agotamiento, y los dardos ardientes del diablo
afligieron su carne con la dulzura de la carne. Pero como había visto en su
espíritu los milagros de Dios, siempre mantuvo un vigor espiritual fortísimo, y
como había contemplado innumerables arcanos y misterios escondidos, más allá de
cuanto un hombre puede hablar, sus palabras y su predicación fueron como los
clavos metidos en profundidad que sustentan la casa. El Hijo de Dios,
engendrado por la Virgen Maria, lo eligió entre la tribu de Benjamín y él se
empeñó en la predicación más que todos los otros que estuvieron con él.
La
mujer se engalana por el honor y la gloria del marido y para parecerle cada vez
más bonita. De forma similar todos los seres humanos tienen que aprender cómo
adornar su alma en presencia del rey supremo. Porque cuando el hombre abarca el
amor, se viste de un vestido de oro. Cuando quiere la castidad, adorna la
frente de perlas preciosas. Y cuando se dedica al ayuno, se emboza de púrpura y
de lino fino. Por tanto el hombre que quiere abstenerse del pecado evita comer
carne, pero puede ser comida por los enfermos para curarse, porque la comida
con carne a menudo invita a los hombres al pecado la carne.
Pablo
no consideró como ley la regla de la virginidad, razón por la cual no la impuso
a los hombres, pero la aconsejó, porque la regla engendra temor, el consejo
amor. Pues la regla con temor, que es recibida por el oído, se infringe a
menudo, mientras que el consejo cariñoso, al cual íntimamente el hombre se
adhiere, es observado con firmeza. Pero ya que la capacidad de decidir fue
ofuscada originariamente por la serpiente, como consecuencia del antiguo decreto,
Dios se hizo hombre y su caridad fue tan ardiente que iluminó todo el mundo.
Por esta razón Pablo decidió secretamente aconsejar y no imponer la virginidad,
pues nadie tiene que imponerla como regla, puesto que Dios la llevó a la
perfección en sí mismo. No es una regla legal impuesta en la servidumbre y en
el temor; está en Dios, libre de todo temor.
Pablo
es la rueda del carro de la justicia porque, así como la rueda sostiene el
carro y el carro lleva todo el peso, así la doctrina de Pablo lleva la ley de
Cristo, ya que la nueva ley está entretejida en la antigua, en la cual Moisés
prescribió la circuncisión y las ofrendas. El Espíritu Santo renovó la ley en
la nueva santidad, y Pablo la unió con el fuego nuevo en la cadena ya existente
para hacer de ella la joya de la justicia. En efecto, declaró santas todas las
obras acabadas en la rectitud y en la honestidad, de modo que también el
matrimonio pudiera ser mantenido en el temor de Dios y se pudiera vivir
rectamente en la moderación, para que el hombre no se angustiara con la
abstinencia más de lo que por gracia de Dios pudiera soportar y la virginidad
se engalanara con la corona del rey supremo, porque toma ejemplo de Dios. Ya
que al igual que Dios plasmó al primer hombre sin los humores de la carne, así
tomó el mismo el vestido de una Virgen que no conoció el sudor del pecado.
En
estos tres estados de vida, el matrimonio, la continencia y la virginidad,
Pablo colocó todas las virtudes y las elecciones de vida de los santos y pintó
de bonitos colores la doctrina de los apóstoles. Luego calzó a la justicia con
sandalias de seda purpúrea, abandonando completamente la vida mundana y
viajando más que todos sus condiscípulos por los caminos de las iglesias entre
dificultades, y Adornó las sandalias con oro fino como con estrellas
brillantes, dio a todos los creyentes ejemplo de santidad y de buenas obras y
se apresuró en ofrecer su cuerpo al martirio.
Santiago,
llamado hermano del Señor, fue de carácter dulce y apacible. Mostró solamente
su doctrina a Dios en su interioridad sin buscar la vanagloria, sino afanándose
con gran celo en recorrer los caminos derechos y en limpiar de incredulidad las
plazas cenagosas. Convirtió mucha gente a la verdadera fe y dictó sus
enseñanzas con dulzura, enseñando como el Hijo de Dios nació de una Virgen, y
lo que enseñó con dulces palabras lo confirmó con obras santas y con muchos
signos. Con sus palabras suaves de escuchar hizo a la justicia unos pendientes.
El pendiente izquierdo fue de aguamarina, del color y de la pureza de una nube,
que significa que el Hijo de Dios, venido al mundo sin pecado, borró y lavó los
pecados de los hombres. El pendiente derecho fue de amatista, y simboliza la
pasión del Hijo de Dios, por la cual derrotó al diablo. También Santiago se
ofreció al martirio.
Simón
fue sabio y tenaz y predicó tormentos amargos para los innumerables pecados de
los no creyentes. Dio, además, grandes signos en la firmeza de su fe, por lo
cual los hombres le escucharon de buena gana, y enseñó un recorrido impetuoso
hacia la fe, porque los infundió el temor de la muerte. De este modo, con su
grandilocuente predicación forjó a la justicia un collar de esmeraldas, rubíes
y perlas de todas las formas, un collar que simboliza la defensa de las
estrictas costumbres. Donde puso la verde esmeralda indica la fecundidad de la
predicación y donde puso rubíes y perlas, el temor de los castigos. Y no temió
los tormentos del martirio, sino que los soportó con paciencia.
Pablo
colaboró con él, aun cuando ya había hecho las sandalias de la justicia. En
efecto, colgó al collar una cadenilla de gran belleza, hecha de oro fino, en la
que fueron engastadas firmemente doce piedras y perlas redondas, las más
preciosas y perfectas. Esta cadena bajaba hasta los pies de la justicia y tenía
en la extremidad dos cabezas, una a la derecha, de sardónice rojo, como la
cabeza de una cabra y otra a la izquierda, de oro, como una cabeza de leopardo,
puestas de tal modo que la cabeza de la cabra parecía enfrentarse a la del
leopardo.
En
efecto Pablo las añadió a su doctrina como refuerzo de la doctrina de los otros
apóstoles y las engalanó con la rectitud de las buenas obras, con las doctrinas
apostólicas y con todas las virtudes, de modo que se mantengan así hasta lo
último y no decaigan hasta al final del mundo. Entonces hacia el fin,
aparecerán dos potencias, como en las dos cabezas, una que va para arriba hacia
la salvación, incluso entre angustias y apuros, que es la de Enoch y de Elías.
La otra, que tiende en cambio hacia la perdición rechinando los dientes y
aparentando milagros gloriosos y virtud, que es la del Anticristo De este modo
muestran que quienes se encaminan al cielo aplastan a los que corren hacia la
seducción diabólica.
Santiago,
hermano de Juan teje un velo delicado como de mujer, de seda blanca, recamado
de oro, predicando la Encarnación y la Pasión del Hijo de Dios y destruyendo
los ídolos con muchos milagros. Y con él cubrió elegantemente la cabeza de la
justicia para que toda la iglesia devolviera la alabanza a Dios. También
ofreció su cabeza al martirio.
Juan,
con los milagros que Dios le mostró hizo un cinturón de seda verde, que señala
los florecientes y suaves deseos de la castidad, y en él cosió las doce piedras
de las virtudes proféticas con muchas perlas, que significan la buena voluntad.
Y lo pintó de un verde parecido al de la rama que rezuma bálsamo, porque añadió
a la perseverancia de la castidad la vitalidad y el perfume de las virtudes
celestes. Con aquel cinturón ciñó las caderas de la justicia, cuando a los
ruegos de la gente contestó escribiendo: “Al comienzo fue el Verbo” (Jn 1,1).
Felipe,
benévolo y de aspecto humilde incluso, aunque rico en doctrina, atrajo a sí
mucha gente. Y así fabricó pulseras de oro en las que engastó esmeraldas y
amatistas y perlas preciosas, tantas piedras que a duras penas se podía ver el
oro. Porque enseñando la vitalidad y la sencillez de las virtudes con la
doctrina y con las obras, tuvo cuanto pudo escondida para sí su buena voluntad
y circundó con estas pulseras los brazos de la justicia, y con el martirio
completó sus buenas obras.
Bartolomé
fue incansable en dedicarse a la predicación, no quiso parar nunca. Por eso
hizo con oro y ámbar un collar elegantemente cincelado y con piedras preciosas
engastadas. Este collar iba desde las pulseras de las muñecas de la justicia,
antes citadas, extendiéndose y dividiéndose en tres partes, y estas tres partes
estaban entrelazadas con gráciles cadenitas de oro. Por la rectitud que mantuvo
en la fe, predicó con elevadas palabras los secretos ocultos de Dios y las
virtudes de los elegidos. Y llegó a hablar de las obras más santas,
distinguiendo las tres personas en el único Dios y certificó con fe y con las
palabras más adecuadas a la verdadera Trinidad, que invisiblemente e
inefablemente está unida en sí misma. Y después de haber atraído así también
las mentes de los hombres, sometió su propio cuerpo al martirio, embelleciendo
los brazos de la justicia con un maravilloso ornamento.
Andrés
hizo un anillo de oro fino y engastó un topacio de gran valor, revelando que el
Hijo de Dios es el esposo de la justicia cuando adornó la fe sincera con la
belleza de las virtudes de la Iglesia, y puso este anillo en el dedo de la
justicia cuando se dejó colgar de la cruz.
Y
Judas Tadeo fue prudente y sutil y supo escudriñar la conducta de los hombres,
por eso convirtió a muchísimos al beneficio de la fe, porque no lograron
superarle, y al vencer el engaño de la serpiente con las obras santas, enseñó
abiertamente a la gente muchos milagros. Hizo pues una capa de seda roja hábilmente
bordada y la puso encima a la justicia, y la revistió de las obras de la caridad
y el resplandor de las otras virtudes, llevando así a la perfección la
verdadera belleza. También sometió su propio cuerpo al martirio.
Y
Pedro, cuando vio a la justicia tan revestida, a pesar de que ya antes la
hubiera hecho vestir la túnica, forjó una corona del oro más puro, la decoró
con las piedras y las gemas más preciosas, y luego la puso sobre la cabeza de
la justicia. Porque por haber predicado con fe y sin miedo la gloria del Hijo
de Dios y por haber enseñado que la justicia está adornada por todas las
virtudes y todos los ocultos misterios, adornó a la justicia con la corona de
la santidad y el honor. Y cuando con su martirio fue colgado de la cruz se la
puso sobre la cabeza apropiadamente. De este modo los apóstoles revistieron a
la justicia.
Breve
repetición de las cosas dichas sobre, como en estos nuestros días, carentes de
la fuerza viril todas las instituciones eclesiásticas decaen y van a peor, y
cita de las palabras del salmista dónde dice, “Eres justo, Señor”, y como
tienen que ser interpretadas.
X.
Pero ahora la justicia, que tiene el rostro resplandeciente como el sol porque
siempre está frente a Dios luminoso e inmutable, invoca a grandes voces al juez
celeste y enseña sus vestidos ensuciados por hombres perversos, como se ha
dicho antes. En efecto, estos nuestros días de debilidad femenina están
carentes de fuerza viril, por eso todas las instituciones eclesiásticas, tanto
las seculares como las religiosas, empeoran y son hoy muy diferentes de como
eran cuando las fundaron los apóstoles y los antiguos Padres. La Iglesia de los
orígenes resplandeció como el sol y llevó la corona de la justicia, así como el
rey tiene este nombre porque domina en su reino y porta la diadema y los
vestidos reales propios de su rango.
La
justicia de Dios está coronada y adornada con las disposiciones de la Iglesia y
todo lo que se refiere a ellas. La justicia es la sustancia de todas las leyes
legítimas, leyes fundadas por Dios omnipotente y encendidas por el fuego del
Espíritu Santo como una casa que se ennoblece con los que la habitan. Por eso
está escrito: “Eres justo, Señor, y justas son tus decisiones” (Sal 119, 137).
Para comprender estas palabras tenemos que interpretarlas así: Eres justo en
todos tus juicios, oh Señor, tú que dominas todas las cosas, ya que tú eres la
justicia que nunca se oscurece con la iniquidad, y que muestra abiertamente sus
obras, como el estandarte precede al que tiene el mando. Obra de la justicia es
el cielo y la tierra con todas las restantes criaturas. Y la justicia es Dios,
que enseña la verdad con la buena fama que acompaña a las obras santas, que se
desarrollan en la justicia como las ramas del árbol. Por tanto el juicio de
Dios es justo y equitativo, porque no tiene en si la sombra de la falsedad,
sino que la pisa como lodo inmundo apestoso de podredumbre. Pues la justicia de
Dios clama sobre los montes y su voz suena hasta el cielo, y se queja, porque
ella inicialmente fue el monte alto sobre el que se apoyaba la santidad de la
iglesia, y ahora la santidad yace destruida sobre este mismo monte. Y yo,
Justicia de Dios, exclamo con voz lastimera:
La
justicia llorando, vuelta al juez divino, clama contra los hombres malvados,
impíos e inmorales, contaminados por diferentes crímenes, que combaten las
antiguas instituciones de los Padres y, desvistiéndolas del decoro de su
magnificencia, las envían a la ruina.
XI. Mi
corona ha sido ensombrecida por el cisma de mentes extraviadas, porque ya
cualquiera se hace la ley como quiere, siguiendo los dictados de la voluntad, y
los que deberían tener maestro y soportar su tutela pretenden ser maestros,
deciden por sí con arrogancia y dicen que es válido todo lo que ellos eligen.
Por consiguiente están privados de fe, porque sólo creen en si mismos, y no
consiguen ni para si, ni para los demás, la salvación y la vida, que nadie,
excepto Dios, puede otorgar. Por esto mi corona se ha ensombrecido, ya que los
que cumplen tales acciones no me contemplan en aquella claridad que procede de
Dios.
Mi
túnica está completamente salpicada por el polvo de la tierra. Estos hombres la
ensucian, porque después de haber dejado el mundo para seguir una regla buena y
santa y revestirse de la túnica del Hijo de Dios se mezclan con meretrices,
como está escrito en el Evangelio a propósito del hijo pequeño. Están sometidos
al yugo de Cristo con la circuncisión, transformada en el orden sacerdotal,
pero desobedecen y cometen adulterio, y no claman nunca como el hijo pródigo,
que se dirigió al padre diciendo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra
ti” (Lc 15,18). Se convierten en adúlteros habituales, como si esto fuera su
ley. Manchan mi túnica con la suciedad de sus pecados, y no sacuden el polvo
con la penitencia, sino que como gusanos se alimentan de la podredumbre de los
pecados. Entonces se vuelven ciegos, sordos y mudos, y no recitan las oraciones
cotidianas ni juzgan según mi juicio. Toleran la avaricia y no curan las
heridas, ellos que están llenos de heridas, son sordos respecto a las palabras
de la Escritura, que ni la escuchan ni la enseñan a otros.
De
este modo la inquietud se instala en todos los órdenes de la Iglesia, que
camina como carente de apoyo porque todas sus reglas han decaído. Cuando las
nubes ofuscan el sol las criaturas ya no tienen alegría ni tranquilidad como
pueblos carentes de rey. Las reglas de las órdenes eclesiásticas están
oscurecidas, porque sin las obras solo queda de ellas el nombre, y así en ellas
ya no hay alegría, como no hay fe sin obras.
Pero este
estado de cosas no puede durar demasiado, no puede persistir, porque el juicio
de Dios amenaza a los que hacen exclusivamente su propia voluntad como si
estuvieran sin Dios. Y yo, la justicia, que tuve origen en el antiguo decreto,
invoco el juicio de Dios, y acuso a los que han arrancado mi vestido y me han
robado todas mis joyas, y pido sentencia condenatoria contra ellos con la misma
voz con que el Creador de todas las cosas llamó a la mujer cuando la sacó del
hombre con el fin de hacerle una ayuda que fuera parecida a él. Como la mujer
está sometida al hombre y engendra hijos, así los hombres deberían escuchar a
través de mis palabras las reglas de Dios y obedecerlas. Pero ya que no lo
hacen y más bien me desprecian, cada vez que se ven golpeados, es el juicio de
Dios que se abate sobre ellos, como antiguamente ocurrió con el diluvio, como
muchas veces ha ocurrido en la vieja ley y en la nueva, y como a menudo ocurre
todavía.
En
realidad, mi nombre es Justicia. La Iglesia ha nacido de mí en la regeneración
a través del espíritu y el agua, nosotros somos una cosa sola, como Dios y el
hombre son una cosa sola. Por tanto promulgaré en alta voz juicios severos para
vengarme de la partida violenta de los que me persiguen como los lobos
persiguen a los corderos. Estos, que son pecadores, no banquetean con el
becerro cebado, pero son parecidos a los samaritanos, que quisieron vivir bajo
dos leyes. Por tanto serán escarnecidos por el profeta Elías, cuando les dijo a
los adoradores de Baal, burlándose de ellos, que gritaran más fuerte, que a lo
mejor Baal era de veras Dios, pero en este momento podría estar ocupado en
hablar, o divirtiéndose o encontrarse de viaje, o a lo mejor podría estar
dormido, así que deberían despertarlo. Se engañan y ya no tienen la gracia de
Dios, que se aleja de los que no observan las reglas recibidas, y rechazan a
los que les reprenden diciendo: “Observaremos las reglas de nuestro Dios cuando
queramos, porque a Él le basta con que nos arrepintamos un poco antes del
final”
Dios,
al considerar en la luz inagotable de su resplandor estas ofensas a la
justicia, no las olvida, aunque finja no ver los pecados de los hombres si se
practica la penitencia. Palabras de Dios sobre esto.
XII.
Un guerrero que combate con fuerza contra las filas diabólicas y contra todo
mal reconoce, a la luz incorruptible de su claridad, estos días irrazonables de
total quebranto en la justicia. Este guerrero no olvida los pecados de los
hombres, aunque finja ignorarlos, hasta que no hagan penitencia, y dice: “Este
tiempo que se aleja del bien y se precipita en el mal, lo reconozco en lo más
íntimo de mi pensamiento y lo juzgo. Y los pecados de los hombres, que se
suceden a lo largo del tiempo de su existencia no me olvido de condenarlos con
el látigo de un justo castigo”.
Pero
el número de oro, es decir, los mártires que resplandecen como el oro con la
púrpura de su sangre, y que murieron por la verdadera fe en la iglesia de los
primeros siglos, todavía no está completo, ya que se esperan los mártires que
proclamarán solemnemente mi nombre y ofrecerán sus cuerpos a los sufrimientos
del martirio en los últimos tiempos, tiempos de error y perdición, como
testimonia mi querido Juan diciendo:
Testimonio
del apóstol Juan en el Apocalipsis y como tiene que ser interpretado.
XIII.
“Y se les dijo que esperasen todavía un poco de tiempo, hasta que estuviera
completo el número de sus compañeros de servicio y los hermanos que tienen que
ser muertos como ellos” (Ap 6,11). Para comprender estas palabras hay que
interpretarlas así: por divina inspiración los que se sometieron a la muerte
temporal por amor de Dios supieron que sus cuerpos tenían todavía que descansar
en el polvo y en la putrefacción por algún tiempo, hasta el momento en que
llegase a la perfección el número predestinado de los servidores de Dios, es
decir de los que servirán a Dios en todo, en la verdad, como ellos y sus
hermanos. Ya que estos en el cuerpo también serán sometidos a sufrimientos, y
padecerán la muerte corporal como ellos, después de haber padecido muchos
apuros por el Hijo de Dios.
La voz
ensangrentada de los mártires, que no conocieron los pecados ni los motivos por
que fueron matados, sube hacia Dios, y la luz de la divinidad resplandece de
tal modo que ven por adelantado en el resplandor de la divinidad la innumerable
multitud que vendrá. En efecto, los mártires reciben clara visión de la vida
eterna, de modo que en ella comprenden el juicio que se les enseña. Sus voces
no están ofuscadas por las miserables obras de los pecadores, ya que fueron
inocentes y su sangre fue vertida porque fueron testigos de la Encarnación del
Hijo de Dios. De este modo han testimoniado con antelación que el Cordero ha
vertido su sangre.
Son
compañeros en el servicio de los que serán matados por la fe y la justicia y
especialmente son hermanos de los que al final de los tiempos serán destruidos
por el anticristo, como los inocentes fueron matados por Herodes, que renegó
del Hijo de Dios como el Anticristo lo negará. La voz de la sangre vertida por
cada hombre sube al cielo con el alma, que se queja a gritos de haber sido
echada del sello del cuerpo en que Dios la puso, y luego este alma recibe la
recompensa de sus obras, tanto la gloria como el castigo. La primera voz de la
sangre que se dirigió así, gritándole a Dios, fue la de Abel, cuando Caín
destruyó con precipitación y con violencia la obra construida por Dios. Por
tanto el Hijo de Dios también dice:
Queja
del Hijo al Padre por las tribulaciones que sufre en su cuerpo por culpa de los
que se le oponen por maldad, y por aquellos mezquinos que dándose a la vanidad
se alejan del bien. Los ángeles, aunque brillen con inmenso resplandor, sin
embargo ven las obras de los hombres santos y las aprueban, reflejando así su
mérito.
XIV.
“Padre, espejo, claridad de la divinidad, en ti resplandece el ejército de los
ángeles como las imágenes corpóreas que se ven en el espejo, porque en aquel
espejo tuyo los mismos ángeles siempre resplandecen. Mira, y enseña cuantas
injurias sufro por los que me desprecian. En mi cuerpo, es decir en mis miembros,
soporto las fatigas de la perversidad, por los que se levantan contra Mí por
mezquindad, cuando deberían ser compañeros en la rectitud, por lo que ya no
encuentro donde poder descansar sino en la fuerza vital de las buenas obras.
Mis
hijos, que deberían caminar en la humildad y rechazar el lujo del mundo, ceden
a la nada cuando se ponen vanidosos y soberbios y, creyendo de ser santos,
exhiben sus obras para que sean alabadas y aclamadas. Y como para conseguir
estas alabanzas transitorias se olvidan de las alabanzas celestes, no se dan
cuenta que los ángeles ensalzan continuamente a la santa divinidad, siempre
inventando nuevas alabanzas para celebrar a Dios, sin nunca llegar al final de
su canto."
Dios
es luz clara que de ningún modo puede apagarse, y la multitud de los ángeles
recibe de él su claridad. El ángel lo celebra sin las obras del cuerpo,
mientras el hombre también puede celebrarlo con las obras del cuerpo de las que
los ángeles cantan las alabanzas. En efecto, en las alabanzas con que ensalzan
a Dios alaban las obras santas de los hombres y las contemplan como
reflejándolas en el canto, porque Dios hizo al hombre un compuesto admirable de
alma y cuerpo. Así a los hombres no les faltará la luz de los ángeles, hasta
que estén juntos, ya que Dios ordenó que la divinidad y la humanidad fueran
alabadas y glorificadas en el único Dios.
He
aquí la ilusión del diablo, que fue un ángel y quiso ser Dios. Dios en cierto
modo le burló cuando creó del barro de la tierra al hombre, que es alma y
cuerpo en un ser único. Ni el alma sin el cuerpo ni el cuerpo sin el alma es un
hombre; el alma actúa con el cuerpo, y el cuerpo con el alma. El cuerpo es la
envoltura en la que el alma está encerrada, y a menudo obliga al alma a ceder a
sus deseos y no la permite que lo obligue a hacer lo que ella quiere, ni que
ella haga sus obras, mientras ella se preocupa por él y se aflige por el gusto
de la carne, que sin embargo prevalece a menudo contra su voluntad sobre las
venas en que actúa. Pero cuando el hombre se propone vivir una vida contraria a
la concupiscencia carnal, el alma se apresura a emprenderla y la lleva a
término, porque es este el principal deseo, en el que ella está a gusto.
La
justicia y la honestidad de las costumbres y la dignidad de las virtudes, que
desde los días del diluvio hasta la llegada del Señor fueron corroboradas por
los profetas y mas tarde resplandecieron en la Iglesia gracias a los apóstoles
y a los doctores, ahora se han corrompido, después de estos días de
entumecimiento debidos a la injusticia. Se renovarán antes del fin después de
muchas tribulaciones de los hombres.
XV. El
libro Scivias simboliza estos días entumecidos en la injusticia en el perro de
fuego1 que no arde, van seguidos por otros días más fuertes, en los cuales
algunos hombres observantes de la rectitud logran abandonar aquella
desconsideración y se convierten a la justicia. Desde la Encarnación del Hijo
de Dios la justicia subió largo tiempo a las cumbres de la santidad en la fe
como subiendo una escalera, y la fe se irradió como invadida por el oro fino de
las buenas obras; sin mancharse con la indignidad de las obras malvadas,
persistió firme e invencible.
Pero
hubo un tiempo, como dije, incluso muy lejos de la ligereza de este tiempo
femenino y ya pasado, en el cual empezó a declinar la fe, descendiendo
indecorosamente por aquellos peldaños, y llegó a estar ofuscada por las
tinieblas de la injusticia. La justicia y las buenas costumbres y toda la
dignidad de las virtudes fueron creciendo poco a poco en los hombres desde el
día del diluvio y paulatinamente llegaron al límite hasta el tiempo de los
profetas, que las reforzaron para darlas el máximo resplandor hasta la llegada
del Hijo de Dios. Con los apóstoles y con los otros doctores de la iglesia
quedaron firmes en la dignidad y resplandecientes por muchísimo tiempo, casi
hasta el nacimiento de aquel señor laico que practicó el adulterio en lugar del
temor de Dios2. Poco antes de su llegada la justicia y las buenas costumbres
empezaron poco a poco a menguar y a deteriorarse, lo mismo que poco a poco se
habían remontado desde diluvio hasta los profetas.
En la
época de este señor han arraigado la iniquidad y el olvido de la justicia y la
honestidad, que al extenderse y propagarse han avanzado hasta producir una
debilidad casi femenina, hasta que ha venido otro rector espiritual, dotado de
la prudencia y de la malicia de una serpiente, que ha matado el juicio de
Dios3. En su tiempo, la iniquidad y la ligereza que se apoderaron de las
costumbres de los hombres, fueron sometidas a la criba del juicio de Dios,
empezaron a calentarse y a hervir y a emitir espuma. Por eso ahora, para
purgarse de aquella suciedad, tienen que ser tamizadas de manera tan áspera y
dura, que cuantos estén en peligro por su causa serán sacudidos por gran
aflicción y tristeza. Sin embargo el tiempo de la amargura y la tristeza no ha
llegado todavía.
El juez supremo, al acoger mientras tanto
las quejas de la justicia, lanzará su venganza sobre los prevaricadores de la
rectitud y más que todo sobre los perversos prelados de la iglesia, mandándoles
muchos castigos hasta que, debidamente purgados por estas pruebas, se
arrepientan y cambien de mentalidad. De este modo cada orden será reconducido a
la rectitud y al honor de su dignidad.
XVI.
Después de que la justicia haya dirigido sus quejas al juez supremo, éste al
acoger las palabras de acusación que hemos referido, lanzará su venganza,
juzgando con su justo juicio a los enemigos de la rectitud y dejará que avance
sobre ellos la tiranía de sus enemigos. Y ellos se dirán uno al otro: “¿Hasta
cuándo soportaremos con paciencia a estos lobos rapaces, que deberían ser
médicos y no lo son y que teniendo el poder de enseñar, de atar y de desatar,
nos capturan como si fuéramos animales salvajes? Sus perversidades recaen sobre
nosotros y hacen secarse a la Iglesia, porque ya no predican lo que es justo,
destruyen la ley como los lobos devoran a los corderos, tienen la voracidad de
los borrachos y cometen adulterio en cada ocasión, cuando ellos nos juzgan sin
misericordia por tales pecados. Roban los bienes de las iglesias y en su
avaricia se atracan de todo lo que pueden. Sus ministerios sólo nos aportan
pobreza e indigencia, se deshonran a si mismos y nos deshonran a nosotros. Por
tanto con justo juicio los juzgaremos y los aislaremos, porque son seductores
más que médicos, tenemos que hacerlo así para no perecer, ya que si siguen
adelante de esta forma, turbarán toda la tierra y llegarán a ser los dueños.
Les llenaremos de reproches para que desarrollen sus tareas comportándose de
modo conforme a la justa religión, como la instituyeron en su tiempo los
antiguos Padres, o bien que se vayan fuera de aquí y abandonen sus posesiones”.
Estas
y parecidas palabras, inspiradas por el juicio divino, se las harán presentes
con dureza y todavía los perseguirán diciendo: “No queremos que ésos reinen
sobre de nosotros, con sus bienes, con sus tierras y todos los otros bienes del
mundo, porque de estas cosas somos nosotros los titulares”. ¿Cómo puede ser
aceptable que los que tienen la tonsura y visten estolas y casullas tengan más
soldados y armas que nosotros?
¿Cómo
puede ser que un clérigo sea soldado o un soldado sea eclesiástico?
Arranquémosles, por tanto, lo que injustamente poseen. Pero consideremos con
atención y con gran discernimiento lo que se haya ofrecido por las almas de los
difuntos. Esto se lo dejaremos, porque no son producto de la rapiña.
El
Padre omnipotente distribuyó con justicia todas las cosas, el cielo a los
habitantes del cielo y la tierra a los habitantes de la tierra. Análogamente
obró una justa distribución entre los hijos de los hombres: los religiosos
tendrían que poseer todas las cosas que les atañen y los laicos lo que les
convienen, para que ninguna de las dos partes oprima a la otra depredándola.
Dios no ha ordenado que la túnica y el manto fueran dados a uno sólo de sus
hijos, dejando el otro desnudo, sino que ha dispuesto que al uno sea dado la
capa y al otro el manto. La capa les corresponde a los laicos, por la amplitud
de sus deberes y porque no dejan de crecer y multiplicarse en sus hijos. El
manto debe ser concedido al pueblo de los religiosos, para que no les falten
comida y vestidos, pero no para que posea más de lo que precise. Por tanto
nosotros juzgamos y disponemos que todas las antedichas cosas sean divididas
con equidad, y dondequiera que los religiosos posean la capa además del manto,
la capa les sea quitada para darlo a los indigentes, para que estos no se
consuman de miseria.
Y, de
este modo, y por esta sentencia, tratarán de llevar a término, dentro de sus
posibilidades, todas estas cosas. Los obispos y todos los religiosos que
dependen de ellos, al principio harán de todo para resistir, cerrándoles las
puertas del cielo. Pero cuando por fin se percaten que ni con el poder de atar
ni con el de desatar, ni con el ofrecimiento de regalos, ni con el clamor de
los armas, ni con halagos, ni con amenazas pueden resistirlos, aterrorizados
por el juicio divino depondrán la soberbia confianza que siempre tuvieron en sí
mismos, y volviendo en sí se humillarán ante ellos, y dirán gimiendo y
gritando: “Hemos rechazado a Dios omnipotente omitiendo el cumplimiento de
nuestros deberes, por eso éstos ha sido inducidos a confundirnos así. Hemos
sido oprimidos y humillados por los que habíamos tenido oprimidos y humillados,
porque Dios ha desatado la soga de la sumisión a los que fuimos antepuestos y
que tenían que estarnos sujetos en la disciplina, y ahora permite que seamos
nosotros los dominados por ellos”.
Reconocemos
que estamos padeciendo el justo juicio de Dios, porque hemos querido subyugar a
los reinos del mundo mientras nosotros deberíamos haber estado bajo el yugo de
Dios, y porque hemos satisfecho todos los placeres de la concupiscencia carnal
sin que nadie osara regañarnos. Dios ordenó a las tribus de los judíos que
ofrecieran a su Creador sacrificios de animales, pero aquellos, descuidando
hacerlo, se dedicaron a los placeres sensuales del cuerpo y por tanto Dios
suscitó contra ellos tribus extranjeras. A nosotros, en lugar de eso, nos
prescribió que ofreciéramos un sacrificio vivo y espiritual y no hemos tenido
temor de tocarlo con las manos contaminadas, ya que nos coronó con la diadema
de su poder. Nos hemos puesto por encima de todo y hemos satisfecho de todos
los modos los afanes de nuestra carne, por esto, nuestros enemigos se
encarnizan en nosotros, como los enemigos arreciaron sobre los corrompidos de
las épocas anteriores. Entonces, tanto los más importantes como los más
pequeños de ambos pueblos, religiosos y laicos, otorgarán al clero disposiciones
tales que tengan las cosas necesarias para no sufrir privaciones ni en la
comida ni en los vestidos, y para que no tengan que padecer más estos ataques
de parte de los laicos.
El
principio de todo esto será, tanto para los religiosos como para los laicos,
como la primera hora del día, y luego como a la hora tercera, la obra será
llevada a cabo, y por fin será acabada como a la hora sexta. Los hombres de
todos los órdenes serán examinados como después de la sexta hora y tendrán
leyes diferentes de las que tienen ahora, y así será posible que cada orden sea
estable en su derecho y los libres vuelvan a la dignidad de la libertad, y los
siervos al deber de la servidumbre.
Cuando
se calme la venganza de Dios con la corrección de los malvados, resplandecerán
el orden de la justicia y la quietud de la paz en espera de la segunda llegada
del Señor, como resplandeció en espera de la primera. Una parte de los judíos
se convertirá y se alegrará, al reconocer que Él ha venido, cosa que ahora
niegan.
XVII.
Sin embargo, como nos enseña el león de que he descrito en el libro Scivias,
durante el desarrollo de estos acontecimientos estallarán a menudo guerras
duras y crueles porque el temor de Dios estará olvidado. Muchos hombres serán
matados, mientras un gran número de ciudades irá a la ruina. Y así como el
hombre vence con su fuerza a la debilidad femenina, y el león es más fuerte que
los demás animales, así también la crueldad de algunos hombres pondrá punto
final a la paz de otros, como si fueran los ejecutores del juicio divino,
porque será Dios el que permita a sus enemigos que inflijan penas crueles para
purificar el mal, como siempre ha hecho desde el principio del mundo.
Y
cuando los hombres estén purificados con aquellas aflicciones, se cansarán de
luchar e, inspirados por el temor de Dios, reconocerán la justicia de todas las
instituciones de la Iglesia aprobadas por Dios, y añadirán muchos otros bienes,
tanto en los días de paz como en los de guerra y en los de dolor. Entonces la
justicia será llamada lealmente esposa, y será conducida a la cama del rey por
que la concubina será expulsada. Esta concubina se había preocupado de fingir
que guardaba algunos preceptos de la ley, mientras que en otros momentos se
asoció a la práctica de costumbres malvadas. Por eso el rey la echará. Porque
el tiempo en que en algunas instituciones los hombres observaron los
mandamientos de la iglesia y en otras los descuidaron completamente, fue como
una concubina.
Entonces,
Dios omnipotente, que es el verdadero Salomón, adornará a su novia, es decir a
la justicia, con todas sus joyas, es decir con todos los órdenes de la iglesia.
Entonces serán visibles todos sus adornos que la concubina oscureció como se ha
dicho, escondiéndolos a veces de la vista. En aquel tiempo tendrán fin los días
estériles y el consuelo echará a la desolación, como la nueva ley cambió a la
antigua y como el tiempo de la salvación recondujo hacia el bien el tiempo de
la caída. Porque si aquellos males todavía hubieran durado sin que su temeridad
y las costumbres escandalosas se modificaran, la verdad hubiera estado tan
deslustrada que las torres de la Jerusalén celeste habrían sido sacudidas y
toda institución eclesiástica se habría contagiado, como si los hombres
estuvieran sin verdadero Dios. Y así los prevaricadores de la justicia serán
cubiertos de desprecio, como una mujer que abandona el matrimonio legal y se
convierte en adúltera, porque al infringir las normas eclesiásticas será como
si hubieran cometido adulterio, por tanto tendrán que soportar aflicción y
reproche, como la mujer abandonada por el marido queda privada de su sostén.
Entonces
aparecerán órdenes de justicia y paz tan nuevos y desconocidos, que los hombres
se maravillarán y sostendrán que no han oído nunca hablar ni tenido noticia de
tales cosas. Y aunque antes del día del juicio tengan paz como en el tiempo que
había precedido a la venida del Hijo de Dios, no podrán gozar completamente de
ella por temor al juicio futuro, sino que buscaran la plenitud de la justicia
en la fe católica que brota de Dios todopoderoso y también los judíos se
alegrarán y dirán ya está aquí aquel que habíamos negado.
En
realidad aquella paz, que precedió a la venida de la Encarnación del Hijo,
llegará a la plena perfección en aquellos días, pues entonces se levantarán
hombres fuertes y grandes profetas para que entonces, pueda florecer toda
semilla de justicia en los hijos y en las hijas de los hombres, como dijo por
voluntad mía mi siervo el profeta: “En aquel día la semilla del Señor crecerá
en honor y gloria, y el fruto de la tierra será sublime, y exultarán los que
han sido salvados por Israel”. (Is 4, 2). Para comprender estas palabras hay
que interpretarlas así:
Palabras
del profeta Isaías que testimonian la primera venida del Señor, y que
encontrarán lleno cumplimiento en la segunda a través de la iluminación de los
judíos, que cegados por el escándalo de la Pasión de Cristo se secaron
perdiendo la fecundidad de la fe y las buenas obras.
XVIII.
Aquel día, mientras los ángeles cantaban la paz otorgada a los hombres, nació
mi Hijo de la Virgen, el Hijo de Dios, de quien los ángeles cantaron las
alabanzas junto a los pastores que fueron devotamente a buscarle. Repartía los
frutos de la tierra, a la cual había devuelto la paz y prodigó la dulzura aire
de nuevo: Fue un día de alegría entre los hijos de Jacob que fueron liberados
de los males y las tribulaciones del pasado, porque en el tiempo anterior
fueron juzgados justamente y les fueron enviadas muchas aflicciones. Y así,
cuando la luz de la verdadera fe ilumine los corazones de los fieles,
celebrarán al Hijo y creerán que proviene de Mí y le ensalzarán porque sabrán
que ha vuelto conmigo a la gloria. Por eso será abundante en ellos el fruto de
las buenas obras. Y su regocijo todavía aumentará cuando, arrancados del poder
del diablo y liberados de las penas del infierno, sean contados entre los hijos
de Dios.
Pero
las flores de la viña de Sabaoth, nacidas de las yemas de la vara de Aarón que
no fue inflamada por la baba del serpiente, se secaron cuando el Hijo padeció sobre
la cruz, porque los ojos de los judíos estaban entumecidos en las sombras de la
muerte, cuando escucharon las palabras proféticas y las rechazaron junto con la
flor verdadera, flor que toda la tierra reconoció cuando expiró sobre la cruz.
Dictaron la muerte sobre sí y se secaron tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. Porque el Antiguo Testamento es como el invierno, que tiene
escondido en si el verdecer de la tierra y el Nuevo es como el verano, que
produce hierbas y flores.
Palabras
de Nuestro Señor Jesucristo que, mientras era llevado a la muerte, dio
respuesta a los que se lamentan hablando del árbol verde y del seco. Cómo hay
que interpretarlas.
XIX.
“Por eso dijo a cuánto lloraban por Él: Si tratan así la madera verde, ¿que
ocurrirá con la seca?” (Lc 23,31). Para comprender estas palabras hay que
interpretarlas así: el Hijo fue la madera verde que da verdor a todas las
virtudes, pero aun así fue despreciado por los incrédulos. El Anticristo es la
madera seca, porque pisando el verdor de la justicia seca todas las cosas que
están verdes en la rectitud. Por tanto será aniquilado.
Y
todavía, fue madera verde aquel tiempo en que los hombres tenían el remedio
para curar todos los dolores y no temieron el juicio que llegará al final de
los tiempos. Madera seca es, en cambio, la separación de que Pablo, mi vaso
elegido, dice que aparecerá antes del hijo de la perdición, cuando todos los
dolorosos acontecimientos conectados con él revuelvan el cielo y la tierra. En
verdad, el cielo y la tierra se tambalearán en el juicio futuro, como está
prefigurado de la madera verde, cuando la rueda del firmamento, que encierra en
sí muchas señales, al derrumbarse se lleve el resplandor de la luz, cosa que
también está revelada en las palabras de los profetas que hemos manifestado.
La
Iglesia disfrutará de toda clase de alegrías, de multitud de bienes temporales
y abundancia de bienes espirituales durante un corto espacio de tiempo gracias
a la recuperación del estado de justicia poco antes de los últimos tiempos,
mientras una parte de los judíos y de los herejes que persistirán en el mal,
exultarán con perniciosa presunción ante la próxima venida de la Anticristo.
XX. En
aquellos días, dulces nubes de aire dulce rozarán la tierra y transpirarán
fecundidad y fertilidad, porque los hombres se prepararán para la justicia
absoluta, mientras que la fertilidad había faltado en los tiempos precedentes,
cuya debilidad era femenina, ya que los elementos habían sido violados por los
pecados de los hombres y habían decaído en su función. Entonces los príncipes y
todo el pueblo de Dios seguirán fielmente los órdenes de la justicia de Dios y
prohibirán todas las armas hechas para matar, y sólo conservarán los utensilios
de hierro con que se cultiva la tierra y los que los hombres tengan necesidad
de usar. Y si alguien infringiera este orden, se le matará con sus propias
armas y se le arrojará a un lugar desierto.
Y
entonces, así como las nubes emiten una lluvia dulce que ayuda a las flores a
fructificar, así también el Espíritu Santo derramará sobre el pueblo el rocío
de su gracia con la profecía, la sabiduría y la santidad, de forma que parecerá
que el pueblo se haya transformado, asumiendo otra regla de vida, una regla
buena. La vieja ley fue la sombra de la vida espiritual, ya que estaba
completamente sellada para las criaturas, como en invierno los frutos están
completamente escondidos en la tierra y no se ven, porque aún no están
formados. Aquella ley no tuvo verano, porque no había aparecido todavía el Hijo
de Dios encarnado. Pero a la llegada del Hijo la ley cambió, asumiendo todo su
sentido espiritual, y enseñó entonces los frutos de la vida eterna en las
reglas evangélicas, como el verano que produce flores y frutos. En aquel
tiempo, pues, se iniciará el verdadero verano por obra de la virtud divina,
porque todas las cosas serán entonces firmes en la verdad. Los sacerdotes y los
monjes, las vírgenes y los consagrados y todas las demás órdenes se mantendrán
en la rectitud y vivirán una vida justa y buena, rechazando el orgullo y las
riquezas superfluas, porque lo mismo que las nubes templadas y el aire
producirán lo que sea necesario y útil a los frutos, así la semilla de la vida
espiritual se propagará por la gracia de Dios.
En
realidad la profecía que hemos recordado será revelada; la sabiduría estará
llena de alegría y vigor y todos los fieles se reconocerán en ella como en un
espejo. Entonces los verdaderos ángeles se unirán amistosamente con los
hombres, cuando vean que siguen una regla nueva y santa, mientras que ahora a menudo
se alejan de ellos a causa del hedor de sus pecados. Y los justos gozarán
encaminándose a la tierra prometida, a la vista del premio eterno. Sin embargo
no serán completamente felices, porque verán acercarse el juicio futuro; en eso
serán como peregrinos que vuelven a su patria, que no son todavía completamente
felices, porque todavía están en camino.
En
cambio los judíos y los herejes se alegrarán muchísimo, diciendo: “Nuestra
gloria está cercana, quedarán humillados los que nos persiguieron y desterraron”
Sin embargo muchos paganos se harán cristianos, viendo la abundancia de honores
y riquezas de que gozarán, y después de haber recibido el bautismo, predicarán
a Cristo junto a ellos, como ocurrió en el tiempo de los apóstoles, y dirán a
los judíos y a los paganos: “Aquél que afirmáis ser vuestra gloria es vuestra
muerte eterna, y veréis el horrible y ruinoso fin del que llamáis vuestro
príncipe. Entonces vosotros también os convertiréis, cuando fijéis vuestras
miradas en la que nos ha enseñado al Hijo de la aurora, es decir en Maria, la
Estrella del Mar”.
Aquellos
días serán fuertes y admirables en la paz y en la estabilidad, parecidos a un
ejército en armas que escondido entre las rocas tiende una emboscada a los
enemigos y luego los persigue hasta matarlos. Anunciarán la llegada del último
día, porque en ellos se llevara a cabo toda la gracia prometida y cuanto bueno
han anunciado los profetas. En aquellos días se fortalecerán la sabiduría, la
devoción y la santidad, ya que si el Hijo de Dios no hubiera sido preanunciado
por los profetas y hubiera venido en un abrir y cerrar de ojos, habría sido
olvidado pronto, como el hombre de la perdición, que llegando casi a
hurtadillas será rápidamente destruido.
Cuando
los hombres se atribuyan a sí mismos y no a Dios aquella serenidad de paz y
aquella abundancia de frutos, comenzarán de nuevo a ser indolentes en la
religión, y sufrirán otra vez tantas tribulaciones como nunca se habían
derramado en el mundo.
XXI,
Sin embargo, en aquel tiempo, tenderán a debilitarse progresivamente entre los
hombres la justicia y la devoción de que hemos hablado, a causa de las
dificultades que presenta, pero recobrarán pronto las fuerzas. A veces todavía
se manifestará la iniquidad, pero desaparecerá enseguida. A veces se encarnizarán
guerras, carestías, epidemias y muertes para desvanecerse en un momento, las
cosas no quedarán entonces siempre en el mismo estado ni mantendrán el mismo
curso, sino se moverán por aquí y por allá, mostrándose, o desapareciendo.
En
aquel tiempo, como enseña el caballo en el libro Scivias, entre todos estos
acontecimientos crecerán en los hombres la arrogancia de las costumbres y la
soberbia de los espíritus, las pasiones y la vanidad sin ningún tipo de
moderación, porque estarán tranquilos en la placidez de la paz gozando de la
abundancia de las mieses, y no tendrán miedo que estallen guerras ni que la
mies escasee. Más bien, atribuyéndoselo a sí mismos, no devolverán debidamente
los honores que por estos bienes se deben a Dios, de quien proceden todas las
cosas.
Por
tanto, a esta paz y a abundancia seguirán desastres tan grandes como nunca se
habían visto antes. En efecto, cuando los hombres estén en esta paz sin temer
ningún peligro, vendrán días diferentes llenos de dolor, en los cuales se
cumplirán las doloridas palabras de los profetas y las del Hijo de Dios. Los
hombres desearán la muerte por temor a que las penas no acaben nunca y se
preguntarán: “¿Por qué hemos nacido?” y desearán que las montañas caigan sobre
de ellos. En las épocas anteriores los dolores y las desgracias tuvieron de vez
en cuando descanso y consuelo, pero aquel tiempo estará tan lleno de tormentos
e iniquidad que los sufrimientos serán incesantes, y el dolor se sumará al
dolor, y la iniquidad a la iniquidad. En toda ocasión el homicidio y la
injusticia serán considerados cosas sin importancia, y lo mismo que se matan
animales para comerlos, así también los hombres de aquel tiempo se atacarán y
se matarán uno al otro.
Por
otro lado, los pueblos paganos, viendo a los cristianos vivir en paz y
abundancia, y teniendo una despiadada confianza en su propia fuerza, dirán:
“Hagamos la guerra a los cristianos, son inermes y sin defensa, por tanto
podemos cogerlos y matarlos como un rebaño de ovejas”. Y así de regiones
lejanas, se juntarán gentes completamente bárbaras e inmorales, que se unirán
en el pecado carnal y en toda inmoralidad y malicia, y por todas partes se
abatirán sobre el pueblo cristiano con rapiñas y batallas y destruirán muchas
ciudades y regiones. Contaminarán las normas eclesiásticas con innumerables
vanidades e inmoralidad y corromperán así todo lo que sea posible. Y así, aquel
tiempo anunciará que está por venir otro tiempo todavía peor y desvelará que el
hombre de la perdición se está acercando. Y como éste es inmoral y vive en el
barro de la iniquidad sin saciarse nunca, así aquellos días no se llenarán
nunca de su iniquidad. De éste, David habló cuando dijo con clara voz:
Palabras
de David del Salmo XXI que denuncia las persecuciones de los malvados sobre la
persona de Cristo y sobre la iglesia, y como tienen que ser interpretadas.
XXII.
“Se reparten entre ellos mis vestidos, se echan a suerte mi ropa” (Sal 22,19).
Aunque al leerla se interprete con seguridad que habla del pasado, sin embargo
debe ser entendida como una afirmación relativa al futuro. Los incrédulos,
entre los muchos desastres que provocarán por su falta de fe, dividirán según
su voluntad las dignidades de las instituciones seculares, con las cuales Yo,
como vestidos, había cubierto a la Iglesia. Y dirigirán muchas lisonjas sobre
aquellos que me fueron más cercanos en la vida espiritual, que eran como una
túnica, alejándolos de la rectitud de su camino, y destruyendo toda forma de
justicia en la iglesia. Y después de haber promulgado leyes injustas, los triturarán.
Pero a
estos males contesta David, con estas palabras: “Tú en realidad, oh Señor, no
tengas lejos de mí tu ayuda, acude en mi defensa” (Sal 22,20). Para comprender
estas palabras hay que interpretarlas así: Oh Padre celestial, yo, la Iglesia,
que habría debido ser la novia de tu hijo, aunque debilitada dirijo a ti mi grito,
oh Padre de todo, para que tú no tardes en acudir en mi socorro, porque mis
miembros, que son los miembros de tu Hijo, están destrozados y dispersos, por
tanto vuelve con rapidez sobre mi tus ojos misericordiosos y defiéndeme, porque
si me olvidas voy a la ruina completa.
Y de
nuevo el Hijo se dirige al Padre para que libere a su cuerpo, que es la
Iglesia.
XXIII.
También el Hijo le habla al Padre con estas palabras: “Oh Padre, he estado
desde siempre contigo y tu me mandaste vestirme de carne, y así he caminado
sobre la tierra y todo lo que me has mandado lo he cumplido, porque soy tu
verdad. Por eso has puesto a todos mis enemigos bajo mis pies y Yo me elevo
sobre de ellos, ya que ellos están a tu izquierda y no te pertenecen. En efecto
tu verdadera obra está a tu derecha. Cumplo contigo en todo aquella obra que
has preestablecido desde antes del principio de los tiempos, y juzgo a mis
enemigos como el Señor, que los pisa como al escabel de sus pies. Por tanto ven
mi ayuda y véngame de mis enemigos, ya que Yo, tu Hijo, piso con mis pies a la
víbora y al basilisco. Y mírame, para protegerme y para proteger a mis
miembros, porque todas las obras que has querido y me has mandado las he
llevado a perfección, porque Yo estoy en Ti y tú en Mí, y somos uno mismo”.
Y
todavía dice el Hijo, dirigiéndose al Padre: “Recuerda que la plenitud que
había en el principio no habría debido secarse, porque en el principio del
mundo has previsto su fin y no la has entregado al olvido, como entregarás al
olvido a los que se encaminan a la perdición. También recuerda que la plenitud
de las generaciones de los hombres, que han sido previstas en el principio de
los tiempos y que en el primer hombre han sido puestas a prueba, no tiene que
agotarse nunca ni disminuir, ya que tu deseo no fue que las generaciones de los
hombres tuvieran término antes del tiempo establecido por Tí. Y también
entonces, cuando creaste a los hombres, decidiste en tu corazón que tus ojos,
es decir tu ciencia, que previó la plenitud de todas las cosas y las dispuso
rectamente, no se apartaran nunca del orden que estableciste, es decir que el
hombre, a pesar de todos sus desórdenes, no pereciera nunca completamente, ni
el mundo faltase hasta que no vieras mi cuerpo con sus miembros lleno de gemas,
ya que has dispuesto que los fieles sean mis miembros, es decir, perfecto en
todos los que creen en ti por causa mía y te adoran resplandecientes como gemas
de virtud."
En
aquel tiempo, cuando el pueblo cristiano se haya puesto de nuevo a hacer
penitencia y se flagele con muchos castigos por sus propios pecados, la gracia
divina vendrá en su socorro con muchos milagros, como hizo con su antiguo
pueblo y, sometidos los enemigos, añadirá a la fe una gran multitud de paganos.
XXIV.
Y por fin, cuando aquellas gentes incrédulas y malvadas invadan por todas
partes las tierras y las posesiones de la Iglesia, cuando busquen todos los
modos de destruirla y exterminarla, como los buitres y los gavilanes aprietan
sus presas bajo las alas y en las garras, y cuando el pueblo cristiano intente
resistirles con las armas, sin temer la muerte del cuerpo, después de ser
sometido a penitencia de todas las maneras para satisfacer por sus pecados,
vendrá del norte un viento espeso acompañado de una nube inmensa, con un denso
polvo, y soplará contra ellos como ejecutor del juicio divino, de forma que sus
gargantas se llenarán de la nube y sus ojos del polvo, hasta que ellos
renuncien a su ferocidad golpeados de un estupor extremo.
Entonces
la santa divinidad obrará en el pueblo cristiano señales y milagros, como hizo
con Moisés en la columna de nube y como el arcángel Miguel combatió en defensa
de los cristianos contra los infieles, y de este modo, los fieles hijos de Dios,
protegidos por él, se arrojarán sobre sus enemigos y los vencerán con la ayuda
de la fuerza divina, matando a unos y expulsando a otros fuera de los confines
de su tierra. Como consecuencia, una muchedumbre inmensa de paganos se unirá a
los cristianos en la verdadera fe, aclamándolos con estas palabras: “El Dios de
los cristianos es el Dios verdadero, porque ha hecho en ellos estos signos”.
Y los
vencedores, que Dios tendrá bajo su protección, alabarán a Dios diciendo:
“Alabamos a nuestro Señor, Dios nuestro, en verdad él se magnifica en nosotros,
porque somos vencedores en su nombre. Nuestra fuerza es su alabanza, ya que en
su nombre hemos vencido a los enemigos suyos y nuestros, porque le hemos creído
firmemente en él”. Y todavía dirán: “Prestemos atención a las palabras de Dios
en el Evangelio: Se alzarán pueblos paganos contra pueblos cristianos, como así
ha sucedido. Por tanto reedifiquemos las ciudades y las aldeas que han sido
destruidas, y hagámoslas más fuertes y protegidas que antes, de modo que no
vengan más a destruirnos, tal como ahora lo estamos”. Y lo acabaremos con todas
las fuerzas y con todas las riquezas, con vigor y generosidad.
En
aquellos días, cuando los emperadores de Roma disminuyan su potencia
originaria, el imperio que tienen en un puño paulatinamente se achicará y se
debilitará, y también la tiara de la dignidad apostólica se dividirá, y
maestros y arzobispos se alternarán en muchos lugares.
XXV.
En aquellos días los emperadores del imperio romano, al disminuir la fuerza con
la que tuvieron anteriormente sujeto el imperio, se debilitarán, así que el
imperio puesto por Dios en sus manos, y condenado por el juicio divino, poco a
poco se achicará y será destruido, porque ésos miserables, tibios, serviles e
indignos en su comportamiento e inútiles completamente, querrán ser honrados
por el pueblo, pero no harán nada para hacerlo próspero y por tanto no se les
podrá ser honrar ni respetar. Por esta misma razón, los reyes y los príncipes
de muchos pueblos, que antes estuvieron sometidos al imperio romano se
apartarán de el y ya no soportarán estarle sumisos. Y así el imperio romano irá
a la ruina.
Cada
nación y cada pueblo se dará un rey y le obedecerá, y afirmarán que la amplitud
anterior del imperio romano no era para ellos un honor sino una carga.
Y
después de que el cetro imperial esté tan dividido, ya no se podrá recomponer y
en aquel punto también la mitra de la dignidad apostólica estará lacerada.
Porque ni los príncipes ni los demás hombres, tanto los pertenecientes a los
órdenes religiosas como a los seglares, reconocerán más el carácter sagrado del
título apostólico y disminuirá su prestigio. Luego preferirán otros maestros y
arzobispos de otras regiones, así que la dignidad apostólica, reducida casi a
nada con respecto al prestigio que tuvo en el pasado, acabará por tener sólo
bajo su autoridad a Roma y unos pocos territorios cercanos. Estas cosas
ocurrirán en parte a causa de guerras e invasiones, y en parte por decisiones
públicas tomadas con el consentimiento de religiosos y laicos. Todos exhortarán
a los príncipes laicos a defender su reino y su pueblo, y a los arzobispos u
otros maestros espirituales a imponer la recta disciplina a sus subordinados,
para que en adelante, ya no sean afligidos por los males que por designio divino
los afligieron anteriormente.
Y
todavía, en aquel tiempo, cuando la iniquidad se reprima y la justicia empiece
a restablecerse, la enseñanza de la honestidad y el derecho de las antiguas
costumbres brotarán de nuevo y serán observados. Habrá muchos profetas, y los
sabios comprenderán los secretos de las escrituras, aunque al mismo tiempo se
manifestarán muchas herejías de breve duración. Todas estas cosas indicarán que
la llegada del Anticristo se aproxima.
XXVI.
Y entonces, por un poco de tiempo, de nuevo la iniquidad se debilitará y no
levantará cabeza, aunque de vez en cuando intentará alzarse. Por un poco de
tiempo la justicia se mantendrá estable en la rectitud y los hombres que vivan
en aquellos días volverán a las antiguas costumbres y a la disciplina de los
tiempos pasados, se volverán honestos y conservarán y honrarán las antiguas
costumbres, como las conservaron y honraron los antiguos. Y todos los reyes,
todos los príncipes, todos los obispos de la Iglesia tomarán ejemplo de los
demás, cuando vean que los demás custodian la justicia y viven honradamente. Y
un pueblo corregirá los errores de otro porque todos tendrán noticia del modo
en que los demás avanzan en el bien y se ennoblecen en la rectitud. Entonces el
aire volverá a ser dulce, la tierra producirá frutos útiles, y los hombres se
pondrán sanos y fuertes.
En
aquellos días habrá muchas profecías y muchos hombres sabios que sepan
comprender plenamente los secretos ocultos de los profetas y las otras
Escrituras, y sus hijos y sus hijas profetizarán, como ha sido anunciado hace
mucho tiempo. Esto ocurrirá en la pureza de la verdad, de modo tal que los
espíritus del aire no podrán escarnecerlos. Profetizarán con el mismo espíritu
con que los antiguos profetas anunciaron los secretos de Dios y semejante a la
doctrina de los apóstoles, cuya doctrina que fue superior a todo humano
intelecto.
Entre
tanto también hervirán herejías e impiedad y otros males, que mostrarán la
próxima llegada del Anticristo. Los hombres de este tiempo dirán que antes nunca
vieron surgir crímenes e impurezas de esta envergadura. Es lo que simboliza el
cerdo descrito en el libro Scivias. Porque si también reina la justicia, de vez
en cuando la impiedad la combate, y en los períodos en que la impiedad
prevalece, la justicia la confunde, por eso el mundo no está nunca en una
condición estable.
Sobre
la naturaleza de los juicios de la potencia divina, que se manifestarán cuando
esté cercano el fin del mundo. Entonces la mayor parte de los hombres
abandonarán la auténtica fe católica y se convertirán al hijo de la perdición.
XXVII.
Y ahora, hombre, mira que la parte externa de aquella rueda aparece agitada y
turbulenta como el mar en tempestad, cuando casi alcanza la parte mediana en la
que está trazada la línea transversal. Esto indica que el juicio de la potencia
de Dios será agitado en aquel tiempo y turbulento como el mar en tempestad, ya
que no encontrará en los corazones de los hombres incrédulos, ni paz ni la
pureza de la fe católica. Esto ocurrirá cuando llegue a término la estabilidad
del mundo presente, es decir cuando la voluntad de Dios se una a la potencia y
determine el momento en que su potencia ponga punto final al mundo y las cosas
que hay en él, ya que en aquel tiempo los hombres rehuirán la sinceridad y la
estabilidad de la verdadera fe y se alejarán del Dios verdadero, volviéndose al
hijo de la perdición. Éste, llevando turbación a toda la Iglesia, producirá
grandes agitaciones y adversidades con las que cubrirá a los fieles que
intentarán resistirle. Y así ocurrirá que cuando los hombres, después de haber
sufrido grandes tribulaciones por las invasiones de pueblos extranjeros y por
las divisiones dentro del imperio, crean vivir en paz, entonces surgirá de
pronto una agitación de las herejías y confusiones dentro de la iglesia.
Sobre
la concepción y el nacimiento del Anticristo, que estará desde el principio
lleno de espíritu diabólico. Estará escondido y educado en las artes mágicas
hasta llegar a la edad viril. Como será de grande la turbación y cuánta será la
incertidumbre sobre los acontecimientos y el tiempo en el mundo y en la Iglesia
en aquellos días.
XXVIII.
En aquel tiempo una mujer inmunda concebirá a un hijo inmundo, al que la
antigua serpiente, que devoró a Adán, llenará de confusión, para que nada bueno
pueda entrar ni residir en él. Le criarán en lugares ocultos y apartados para
que no pueda ser reconocido por los hombres, y será instruido en todas las
artes diabólicas. Se mantendrá escondido hasta que llegue a la plenitud de la
edad, y no manifestará su maldad hasta asegurarse que posee completamente y de
manera superabundante todas las artes del mal. Desde el principio, estallarán
peleas y contrastes contra el recto orden, el ardor de la justicia estará
ofuscado en su honestidad y el amor entre los hombres disminuirá. Nacerán entre
los hombres amargura y acritud y las herejías serán tales, que los herejes
podrán predicar abiertamente y en plena seguridad sus erróneas creencias. La
duda y la incertidumbre en la fe católica de los cristianos aumentarán tanto,
que las gentes dudarán a qué Dios dirigirse. Aparecerán muchas señales en el
sol, en la luna y en las estrellas, en las aguas y en los otros elementos y en
todas las criaturas, y de la observación de todos estos prodigios, que se
podrán contemplar como si estuvieran pintados en un cuadro, se podrán predecir
los males futuros. Por tanto en aquel tiempo será tal la tristeza de los
hombres, que considerarán la muerte casi con indiferencia. Pero los que sean
perfectos en la fe esperarán haciendo la penitencia que Dios les mande hacer.
Estas tribulaciones continuarán hasta que el hijo de la perdición abra la boca
para predicar su nociva doctrina. Y cuando haya pronunciado sus palabras de
falsedad y mentira, el cielo y la tierra se echarán a temblar y la cadena de la
justicia que Pablo hizo que bajara hasta los pies de la figura de la virtud,
como se ha dicho anteriormente, se moverá por primera vez como tocada por un
fuerte soplo de viento, ya que hasta aquel tiempo habrá estado intacta e
inmóvil.
En
realidad Pablo reforzó su doctrina con la fuerza de muchos milagros y la
engalanó decorándola con palabras muy profundas, de forma que duraran hasta el
final del mundo, como enseña esta cadena que casi baja hasta los pies de la
justicia hasta el final del mundo. Y, en la elevación de su espíritu, con
palabras verdaderas habló a los creyentes a propósito de la segunda llegada del
Hijo de Dios y la mortífera agresión del hijo de la perdición, diciendo:
Testimonio
de la carta de Pablo a los Tesalonicenses sobre el fin del mundo y sobre la
llegada, la obra y la condena del Anticristo, y como tiene que ser
interpretada.
XXIX.
“No os dejáis agitar y apartar tan fácilmente del buen sentido, ni alarmar por
la supuesta inminencia del día del Señor, aunque sea por una revelación del
espíritu, o por una palabra, o una carta, como si vinieran de parte nuestra.
Que nadie os engañe de ninguna manera porque primero debe venir la apostasía y
manifestarse el hombre de impiedad, el hijo de perdición, que se enfrentará o
se levantará contra todo aquello que se denomina Dios u objeto de veneración,
hasta el punto de sentarse en el templo de Dios, mostrándose él mismo como si
fuera Dios” (2Té 2,2-4). Para comprender estas palabras tenemos que
interpretarlas así: Vosotros, que pertenecéis a Dios y creéis en sus palabras,
sed prudentes y no dejéis que ningún temor sacuda vuestros corazones, ni por
engaño espiritual ni con discursos de seducción ni con palabras escritas como
si fueran palabras veraces dirigidas a vosotros, como si estuviera cercano el
día que el Creador de todas las cosas revelará los secretos de los corazones.
Estad
en guardia, para que nadie con manifestaciones ilusorias e irreales logre
torceros y seduciros en ninguna ocasión, ya que no ha llegado todavía el tiempo
en que la excelencia de la Iglesia sea dispersada y hollada la verdadera fe, lo
que denominamos como apostasía, cosa que ocurrirá en el tiempo del hijo
perverso, cuya madre es inmunda y no sabe de quién lo ha concebido, cuando
todos reconozcan que ése, el pecador que representa y recoge en sí todos los
pecados, es el hombre del pecado, porque desde su primera aparición estará todo
él lleno de pecados, y será conocido como el hijo de la perdición más cruel, ya
que será inmoral en todo y les enseñará a los hombres cosas contrarias a Dios.
Y el seductor de la humanidad lo inflamará tanto, que igualará su primitivo
furor, cuando quiso parecerse a Dios. Por tanto será hostil contra todos los
que adoran Dios y se pondrá por encima de todas las criaturas, denominándose Dios
y ordenando que se le adore como Dios. No creáis pues que ya esté cercano el
día de Dios, en que juzgará el orbe terrenal, cuando haya llegado el fin del
mundo.
Y
todavía dice Pablo, infundido por el Espíritu Santo: “Porque el misterio de la
iniquidad ya está trabajando en secreto, sólo que actualmente hay quien lo
retiene, hasta que se retire” (2Te 2,7). Para comprender estas palabras hay que
interpretarlas así: La sugestión oculta del diablo ya se manifiesta en las
obras de los herejes, con las cuales el persuasor malvado lanza sus flechas
para tratar de destruir las verdades de la verdadera fe. Sólo quien tenga fe se
empeñará con recta intención y justo esfuerzo en mantener la fe apostólica y
realmente católica, firme y estable, y en protegerla de estos asaltos. Esto
sucederá mientras sea la mitad de los tiempos, entre el principio y el fin,
porque luego, cuando esté más cerca el tiempo del hijo de la perdición, la
fuerza de la fe declinará, y se doblará por la debilidad. Y entonces quien haya
mantenido la excelencia de la Iglesia y la recta fe en Dios tendrá gran
recompensa, porque por su mérito entrará en el reino de los cielos, pero quien
no tenga fe, no tocará nada sino la perdición. Así también es el hombre, en el
medio de la potencia de Dios, porque antes de que el hombre fuera hecho, Dios
fue, y después de que la existencia corpórea del hombre llegue a su punto
final, Dios permanecerá en su virtud.
El
antiguo enemigo, que venció al primer hombre seduciéndolo, fue vencido por
Cristo como hombre. El enemigo, creyendo poder de nuevo vencer a través de otro
hombre, infundirá en el Anticristo, con el permiso de Dios, toda su maldad y
servirá para combatir la fe católica e intentar destruir la doctrina de Cristo.
XXX.
El antiguo enemigo, que la fuerza de la divinidad precipitó en las
profundidades del abismo, cayó como un plomo en las agua borrascosas, ya que
dio fundamento a la iniquidad voluntariamente, mientras Dios es justo y
verdadero y nadie es parecido a él, porque existiendo eternamente por sí creó todas
las cosas de la nada. Y ya que venció al primer hombre, el antiguo enemigo cree
que puede llevar a cabo valiéndose de otro hombre, es decir del Anticristo, lo
que en un tiempo inició, cuando intentó luchar contra Dios. En realidad el
Anticristo, poseído por el diablo, cuando abra la boca para predicar su
perversa doctrina destruirá todo lo que Dios fundó en la antigua y en la nueva
ley y afirmará que la impureza y los delitos parecidos no son pecados.
Dirá
que no hay pecado si la carne busca el calor de la carne, como si el hombre se
calentara al fuego. Afirmará que todos los preceptos que prescriben la castidad
derivan de la ignorancia, porque si un hombre está caliente y otro frío, es
obvio que se consuelen uno a otro. E irá repitiéndoles a los fieles: “Vuestra
ley de la continencia es contra natura, porque manda que no esté caliente el
que arde por el fuego, incendiando con ello todo el cuerpo. ¿Cómo podrían ser
fríos contra su naturaleza? ¿Y por qué debería abstenerse de calentar la carne
de otro? Aquel hombre que llamáis vuestro maestro os ha dado una ley que está
demasiado por encima de vosotros, al mandaros vivir así”. Pero en cambio yo os
digo: “Vosotros estáis hechos de estos dos modos, unos calientes y otros fríos,
así que daros tibieza unos a otros, y reconoced que aquel hombre os ha dado
reglas injustas, ya que aunque haya mandado que los hombres no se den tibieza
uno a otro, al hacerlo así honran a su propia naturaleza carnal. Por lo tanto,
no os dejéis seducir por esa doctrina injusta, ya que está en mí decidir lo que
puedo y lo que no puedo hacer. Vuestro maestro no os ha dado enseñanzas
correctas, porque ha querido que fuerais como espíritus no revestidos de carne
sino que no podéis actuar sin el cuerpo. La carne del hombre, que se le da en el
nacimiento y que está invadida por el fuego que la da forma, no ha sido creada
así, porque si los hijos de los hombres no fueran creados de este modo, no
tendrían posibilidad de realizar sus obras. Sabed pues quien sois. El que os
enseñó antes, os engañó y no os ayudó para nada. Yo os infundo el conocimiento
de vosotros mismos, para que sepáis quienes sois, porque soy yo el que os he
creado y soy todo en vuestro todo. Pero ese, que debe todas sus obras a otro,
no habló por sí, porque por sí no tiene ningún poder, pero yo hablo de mí y
tengo por mí mismo poder sobre todo”.
Con
éstas y parecidas palabras el desgraciado hijo de la perdición engañará a los
hombres, enseñándoles a vivir según el gusto ardiente de la carne y a consentir
en todo deseo carnal, mientras que, tanto la antigua como la nueva ley invitan
a los hombres a la castidad, practicada con justa medida. De este modo Lucifer,
a través del Anticristo, renegará de la justicia de Dios, y creyendo poder
cumplir por su medio todo lo que ha iniciado, creerá poder desviar hacia sí el
Jordán, de modo que el bautismo ya no se nombre sino que más bien se rechace
completamente, como a él se le rechaza con el bautismo. Y con estas palabras
imperiosas creerá poder subyugar a mucha gente, para que en comparación con los
suyos, el Hijo de Dios tenga solo un pequeño número de fieles.
Por
qué el apóstol denomina al Anticristo hombre del pecado e hijo de la perdición.
Cita del Apocalipsis de Juan sobre esto, y cómo tiene que ser interpretado. Se
explica luego que el diablo tuvo seguidores en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento, engañando a los primeros con la idolatría y a los segun
XXXI.
A Este hombre se le denomina hombre del pecado porque llevará a cabo Y
favorecerá todos los males, y se le llama hijo de la perdición, porque la
muerte y la perdición serán sus dominadoras y, como ya se ha dicho, seducirá a
multitud de los pueblos y con modos perversos e infames los atraerá a si y se
hará adorar como Dios. Como dice Juan al presentar la revelación de la verdad,
y al describirlo con la imagen de una bestia feroz: “Y lo adorarán todos los
habitantes de la tierra cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida
del Cordero” (Ap 13,8). Para entender estas palabras tenemos que comprender que
está hablando de cosas futuras, e interpretarlas así: Los que hayan puesto la
morada de sus corazones en las cosas terrenales, cuyos nombres no están
marcados con el signo de la santidad en la vida eterna y cuya boca no conoce la
mentira, adorarán a la bestia malvada inclinándose con el cuerpo y con la
mente. Por tanto, también se perderá el que adore los escritos de este hombre
perdido, tributándole culto, y quien conserve en su corazón los escritos de
Satanás, que fue echado por Dios ya que quiso ser Dios. Por tanto también se le
llama muerte, porque rehuyó la vida de aquel en quien no se encuentra la
muerte, sino que más bien todo lo vivífica.
Todos
los que sigan a este hijo de la perdición y ejecuten sus obras no estarán
escritos en el Libro de la Vida del Cordero, porque este Cordero es la Palabra
de Dios, aquella Palabra, ¡Hágase!, de la cual toda criatura procede. Pero a
pesar de eso, el diablo ha tenido a seguidores bajo el Antiguo Testamento y los
tiene bajo el Nuevo. En el tiempo del Antiguo Testamento fueron los adoradores
de Baal, y en el tiempo del Nuevo los Saduceos, todos iniciadores del cisma.
Porque antiguamente, con las perversiones de Baal violaron la ley de Dios, que
es la raíz de la justicia en la que se ampararon patriarcas y profetas, y luego
sucesivamente, bajo la nueva ley, los seguidores del diablo fueron los que
negaron la resurrección en desprecio a la justicia divina con los Saduceos,
porque los Evangelios son las ramas de aquella raíz y el fruto de las ramas es
el testimonio de Cristo, que tritura a los ídolos de Baal y a los Saduceos.
De
estos últimos se derivan los herejes que niegan la creación de los primeros
vivientes. Su error es peor que el precedente, ya que es la negación absoluta
de Dios en la creación y en las almas vivientes. Todos ésos adorarán pues a la
bestia desgraciada, es decir al hombre de la perdición, y abandonando la fe de
Dios omnipotente proclamarán que no hay ningún obstáculo en desobedecer sus
preceptos.
Sobre
las señales, prodigios y tempestades que producirá con sus artes mágicas y
cómo, aparentando morir y resucitar, hará que en la frente de sus seguidores
aparezca por engaño diabólico cierta inscripción, que los llevará al error
hasta tal punto que ya no podrán apartarse ni separarse de él.
XXXII.
Así su falta de fe desciende hasta la cabeza de leopardo hecha de oro y colgada
de la cadena de aquella joya, cabeza que representa al Anticristo. En efecto,
éste, atribuyéndose el nombre de Dios, cosa que está simbolizada por la cabeza
hecha de oro, con artes diabólicas y revolviendo los elementos, obrará
horrorosos prodigios y producirá tempestades impresionantes, y Dios permitirá
que esto ocurra para que todo el género humano reconozca su caída.
Éste
en efecto, aparentará morir por la redención de su pueblo, y resurgir
resucitando de la muerte, y hará escribir sobre la frente de los que le siguen
una inscripción a través de la cual hará penetrar en ellos todos los males,
como ya hizo la antigua serpiente cuando engañó al hombre y, después de
adueñarse de él, le encendió la lujuria. Y a través de la misma inscripción
contraria al bautismo y al nombre de cristiano se introducirá en ellos con sus
artes mágicas, de modo que no tengan el deseo de separarse de él y tomen su
nombre, como los cristianos lo reciben de Cristo.
Esta
escritura Lucifer la ha meditado mucho tiempo dentro de sí y no la reveló nunca
a nadie, a excepción de aquel que poseerá desde el vientre materno. Por esta
razón estará convencido de poder llevar a cabo todos sus planes a través de
este hombre. Sin embargo también aquel hombre perdido recibirá su propia alma y
con ella la vida, de Dios, no del diablo. Por otra parte, también este
desgraciado tentador, el diablo, el antiguo seductor que odia el bien, también
recibió la vida de Dios. En efecto, sólo Dios es vida que mueve todo soplo y
todo lo que vive, ya que sólo Él es principio sin principio. Y lo mismo que
Lucifer luchó en el cielo contra Dios, así también intentará combatir en la
tierra contra la humanidad del Hijo de Dios valiéndose de este hombre perdido.
Lo hará utilizando esta inscripción, con la cual renegará de Dios, Creador de
todas las cosas, creyendo entregar a sus seguidores dones más ilustres que los
que da Cristo, el Hijo de Dios, a los que creen en él.
Esta
inscripción no se vio nunca antes ni es conocida en lengua alguna, porque
Lucifer la encontró originariamente en él mismo, y la proferirá con aquel
engaño con que seduce a los hombres, para que no conozcan a su Creador, e
ilusionará con ella a los infieles de tal modo que les será imposible adorar a
otro excepto a quien les plazca. Además, el hijo de la perdición también dirá
que, lo mismo que la leña cortada se conserva hasta que el artista la da forma
y la adorna, para que sea venerada por todos, así el hombre en el nacimiento
está privado de dignidad hasta que no esté ennoblecido con esta inscripción, ya
que en ella hay mayor salvación y virtud que en la creación del hombre. Pero
Dios destruirá todas las promesas de aquella inscripción junto a su autor. En
cambio la escritura dada por el Espíritu Santo no tendrá fin. Y sin embargo,
cuando empiecen a atraer a sí personas de todo género con señales falsas como
ésta, los santos y los justos estarán revueltos y sentirán un gran temor.
La
promesa de Dios de mandar de nuevo Enoch y Elías, y cuál es mientras tanto su
estado, y, como se comportarán entre los hombres cuándo sean de nuevo enviados,
y cuánto se esforzarán en combatir al Anticristo con la potencia de la
predicación y los milagros. Sin embargo, martirizados por él, tendrán que dejar
el mundo junto a innumerables otros, y así el número de los santos mártires
llegará a la plenitud de la debida perfección.
XXXIII.
Pero Yo, el que soy, me acordaré de qué manera he formado al primer hombre y de
qué manera preví todas las obras con las que Lucifer combatiría contra Mí a
través del hombre, y como destiné las santas virtudes a combatir contra él. Y
lo mismo hice con Enoch y Elías, que elegí de la estirpe de los hombres y que
se adhirieron a Mí con todo su deseo. Por eso los mostraré a los hombres hacia
el fin de los tiempos, para que acojan con confianza el testimonio de estos dos
testigos. En efecto, los instruyo en mis misterios y les revelo las obras de
los hombres, para que las conozcan como si las vieran con los ojos del cuerpo,
y su sabiduría sea superior a la que contienen los escritos y las palabras de
todos los sabios. Cuando con el cuerpo fueron arrebatados de los hombres,
perdieron todo temor y terror y se hicieron capaces de soportar sin turbaciones
todo lo que ocurrió alrededor de ellos. Yo los custodio en lugares ocultos y su
cuerpo está intacto.
Y
cuando el hijo de la perdición vomite su doctrina perversa, la misma fuerza que
entonces los sustrajo del lado de los hombres los reconducirá como en el
viento, y mientras vivan sobre la tierra con los hombres, sólo se alimentarán
cada cuarenta días, como mi Hijo que tuvo hambre después de cuarenta días.
Estos
hombres fuertes y sabios están representados por la cabeza de la cabra en la
cadena de la joya de la justicia, ya que al igual que la cabra es fuerte y se
levanta, ellos serán fuertes en mi potencia y se elevarán velozmente en lo alto
de mis milagros. Tendrán de Mí tales facultades para realizar milagros que
podrán hacer en el firmamento, en los elementos y en las demás criaturas signos
mayores que los del hijo de la perdición, de modo que desenmascararán con sus
signos verdaderos la naturaleza tramposa de los signos de ése. Entonces por la
gran fuerza de sus milagros acudirán a ellos gentes de todos los lugares,
porque creerán en sus palabras y con fe ardiente se encaminarán rápidamente,
como si fueran a un banquete, al martirio que les infligirá el hijo de la
perdición. Y serán tantos los que mueran que sus asesinos se cansarán de
contarlos, y gran cantidad de sangre correrá como un río.
Pero
cuando al final el hijo de la perdición comprenda que no es posible superar a
estos dos hombres realmente santos ni con halagos ni con amenazas, y que no
puede oscurecer sus milagros, ordenará que sean sometidos a un martirio cruel y
que su recuerdo sea borrado de la tierra, para que sobre la tierra no quede
nadie capaz de resistirle.
Pues,
como se ha dicho, el número de oro de los santos mártires asesinados a causa de
la verdadera fe en la iglesia de los orígenes, será llevado a la plenitud de su
perfección con estos nuevos mártires que serán asesinados en la iniquidad del
fin de los tiempos, ya que aquel tiempo que todo lo pisa y todo lo devora es el
lobo descrito en el libro Scivias. En efecto, como el lobo en su ansia devora
todo lo que puede, así en aquel tiempo serán tragados los fieles que creen en
el Hijo de Dios. Por eso el mismo Hijo de Dios dirigiéndole al Padre le dice:
Y
ahora el Hijo se dirige al Padre enseñándole sus heridas y encomendándole a los
seres humanos, para que sea misericordioso con ellos. Al mismo tiempo exhorta
los hombres a arrodillarse frente al Padre, para que tenga piedad de ellos.
XXXIV.
“Ya estoy cansado de ver cómo, después de que por tu mandato me he revestido de
carne, mis miembros, es decir los que he convertido en mis seguidores con el
sacramento del bautismo, ahora se alejan de Mí, son burlados por la ilusión
diabólica, prestan mucha atención al hijo de la perdición y lo adoran. A los
que han caído, los levanto, pero a los rebeldes y a los que perseveran en el
mal los rechazo de Mí. Padre, ya que Yo soy tu Hijo, mírame con el amor con que
me has mandado al mundo y considera mis heridas, con las que redimí a la
humanidad por tu voluntad. Te las enseño para que tú tengas misericordia de los
que he redimido y no permitas que sean borrados del libro de la vida, sino que
por la sangre de mis heridas vuelve a tomarlos cerca de de ti en la penitencia,
para que el que se burló de mi Encarnación y mi Pasión no domine sobre de ellos
llevándolos a la ruina”.
“Ahora,
pues, hombres todos que deseáis abandonar a la antigua serpiente y volver a
vuestro Creador, considerad que Yo, Hijo de Dios y hombre, muestro al Padre mis
heridas por vosotros. Por tanto también vosotros doblad con fe pura vuestras
rodillas que habéis dirigido tan a menudo hacia la vanidad y a la iniquidad
contraria al bien, arrodillaos frente al Padre que os ha creado y os ha dado el
soplo de la vida, y confesad todos vuestros pecados del corazón, para que él os
alargue a vosotros que estáis en la aflicción del cuerpo y el alma, su mano
fuerte e invencible para arrancaros del diablo y de todos los males”
Así
habla el Hijo vuelto hacia el Padre y le encomienda sus miembros, y los castiga
para que sigan a su verdadero jefe, para que no se los trague la perdición del
primer y último traidor. Pues cada vez que el Padre omnipotente se irrita por
las obras malvadas de los hombres, el Hijo le enseña sus heridas para que
perdone a los hombres. Él no reservó su cuerpo, para devolver con su sangre la
oveja que le robaron, y por esta razón sus heridas quedarán abiertas mientras
en el mundo haya hombres que pequen. Por tanto el Hijo de Dios pide a los
hombres que se arrodillen ante el Padre omnipotente cada vez que merezcan su
juicio, para que por las heridas que ha padecido en la carne y que su Padre
conoce desde siempre, sean liberados de todo mal.
Para
qué Enoch y Elías resucitarán de la muerte a los ojos de todo el mundo.
Levantándolos sobre una nube, se confirmará definitivamente la resurrección de
los muertos y la antigua serpiente reaccionará suscitando en el hijo de la
perdición el máximo furor contra Dios y los santos.
XXXV.
Después de que Enoch y Elías hayan padecido la muerte del cuerpo por obra del
hijo de la perdición, ocurrirá que los seguidores de éste se alegrarán mucho
viendo que los ha destruido, pero posteriormente, cuando el espíritu de vida
los resucite y los lleve para arriba sobre las nubes, su alegría se
transformará en temor, tristeza y gran desconcierto. En efecto, al resucitarlos
y hacerlos subir al cielo Yo, el Omnipotente, probaré que nadie puede negar la
resurrección y la vida de los muertos pese a los argumentos contrarios aducidos
por cuantos no creen, sino que en aquel día, cuando se purifiquen los elementos
con que el hombre ha pecado, también el hombre resucitará de la muerte y se
reintegrará a una claridad mayor que cuando fue creado. La penitencia es
sumamente agradable a Dios, y cuando un grupo de personas se mueve para hacer
penitencia, el cielo se mueve con la voz dolorosa del arrepentimiento y cantan
junto a los querubines con todas la voces las alabanzas de Dios.
Entonces
la antigua serpiente sentirá gran rabia por su resurrección y persuadirá al
hombre de la perdición para tratar de recuperar el trono del que él mismo fue
echado en un tiempo, de modo que se olvide la resurrección de los dos profetas
y se borre completamente la memoria del Hijo de Dios en los hombres, y hablará
para sí, diciendo: “A través de este hijo mío, plantearé una batalla mayor que
la que combatí en el cielo, con él cumpliré toda mi voluntad y no habrá ni Dios
ni hombre que pueda resistir a mi deseo. Sé con certeza que no podré ser
vencido y que por fin seré el vencedor absoluto”.
Entonces
el hijo de la perdición reunirá una gran muchedumbre para ostentar su gloria
ante ella cuando intente subir al cielo. De modo que, si aún quedase en la
Iglesia un mínimo de fe intacta, su ascensión la aniquilaría definitivamente.
Pero cuando, mande en presencia de todo el pueblo a los elementos superiores
que le lleven a los cielos, se ejecutarán las palabras de Pablo, mi fiel, que
repleto del espíritu de verdad dijo:
El
inicuo, cuyo orgullo será tan manifiesto frente a una muchedumbre que lo mira y
escucha, mandará a los elementos superiores que lo acojan mientras sube al
cielo. Será muerto por el Espíritu de la boca de nuestro Señor Jesús, como
testimonia el apóstol. Cuántos lo vean desistirán del error y se convertirán a
la verdadera fe, y así todo el orgullo del diablo se precipitará en la ruina.
XXXVI.
“Entonces se manifestará el impío, y el Señor Jesús lo destruirá con el soplo
de su boca” (2Té 2,8). Para comprender estas palabras hay que interpretarlas
así: En aquel tiempo será desvelado el hijo de la iniquidad y todas las gentes
verán claro que mintió, ya que tuvo la presunción de subir al cielo. Pero el
Hijo de Dios, dominador y salvador de todas las gentes, lo matará mientras
intenta hacerlo, y lo hará con la fuerza con que él, que es la Palabra del
Padre, juzgará el orbe terrenal con su justo juicio. Cuando este hijo de la
perdición con su arte diabólico se haya levantado hacia arriba, será arrojado a
tierra por la virtud divina y lo acogerán el hedor del azufre y la pez, tan
fuerte que todos los presentes buscarán refugio en las montañas. En verdad, un
terror tan grande se apoderará de los que vean y oigan estos acontecimientos
que se convertirán a la verdadera fe del bautismo, renunciando al diablo y a su
hijo. Y la antigua serpiente, atónita, rechinará los dientes y dirá para si:
“Hemos sido confundidos. Ya no seremos capaces de subyugar a los hombres de la
misma manera que lo hemos hecho hasta ahora”.
Después
de la ruina del Anticristo, la gloria del Hijo de Dios se difundirá aún más, y
todos los que creen en él lo alabarán con voz humilde. Cita del Apocalipsis de
Juan sobre este tema, y como tiene que ser interpretada.
XXXVII.
Entonces todos los fieles que creen en el Hijo de Dios alabarán a Dios con voz
suplicante y llena de alabanzas, como mi testigo querido y verídico ha escrito:
“Ahora ha sido cumplida la salvación y la virtud y el reino de nuestro Dios y
la potencia de su Cristo, porque el acusador de nuestros hermanos ha sido
rechazado, el que los acusaba día y noche ante la presencia de nuestro Dios. Lo
ha vencido el mérito de la sangre del Cordero y la palabra de su testimonio, y
ha despreciado su vida hasta morir” (Ap 12,10-11). Para comprender estas
palabras hay que interpretarlas así: Ahora, vencido el diablo y derrocado su
hijo, el Anticristo, se ha cumplido según la disposición suprema la salvación
que ya no teme ningún peligro de parte del diablo. Y aquella virtud que todo lo
conquista y aquel reino que reina sobre todo, están bajo el gobierno de nuestro
Dios, bajo la potencia invencible de Cristo, es decir de su Hijo, que ha sido
puesto como auténtico sacerdote para custodia de la salvación de las almas.
En
efecto, aquel tenaz acusador ha sido enviado a la condenación eterna, el
tentador siempre inquieto de que los hijos de Dios como nosotros, reciban la
herencia celeste junto a nosotros, porque fue él quien los hizo culpables
cuando acogieron sus diferentes sugerencias aunque se hallaran frente la mirada
del sumo Creador y Juez. Fue él quien instigó al pecado en todo momento a
religiosos y laicos, porque el hombre siempre está listo para pecar.
Pues
Dios venció en el primer combate del ángel perdido, aquel en que combatió
contra Dios queriendo ser Dios él mismo. Y Dios también previó lo que ocurriría
en el último combate que conduciría contra Él: que su hijo sería muerto y él
definitivamente derrotado. Lo vencieron los que profesan la fe en Dios y en la
verdad, lo vencieron negándole su consentimiento por causa de la sangre del
Cordero, por el que fueron redimidos y por el que aguantaron los más variados
tormentos en sus cuerpos. Al lograr vencer, lo vencieron con la palabra, es
decir con la doctrina que profesan en la fe católica, que deriva de aquella
misma Palabra de la que todas las criaturas derivan. Su amor por su propia alma
no los llevó a tratar de retenerla en el cuerpo, sino que permitieron que les
inflingieran la muerte corporal, sometiendo su cuerpo al martirio, y
devolviéndole así sus almas a Dios omnipotente.
Los
mártires acudieron a la muerte y antes que renegar del Hijo de Dios se
sometieron a todos los suplicios, así Abel y los profetas y todos los otros
mártires, que desde el principio al final de los tiempos han sido asesinados
por amor de Dios, dan testimonio del Hijo de Dios, ya que también él por
voluntad del Padre vertió la propia sangre por ellos.
Y así
se acaba la guerra del hijo de la perdición, que no reaparecerá jamás. Por
tanto alegraos, vosotros que tenéis morada en el cielo y en la tierra. Después
de la caída del Anticristo, en verdad, la gloria del Hijo de Dios será aún más
grande.
Epílogo
de este libro, en el cual se entona a Dios un himno de alabanza con voz celestial
por su obra, es decir por la salvación del hombre. Y la misma obra, en su
pequeñez, y quien es su autora se encomiendan atentamente a Dios y a sus
fieles.
XXXVIII.
Y de nuevo oí la voz del cielo que me mandó decir así: Ahora sea alabado Dios
en su obra, es decir en el hombre, para recordar que, para su redención, ha
combatido sobre la tierra grandes batallas, y se ha dignado levantarlo al cielo
para que junto con los ángeles alabe su rostro, reconociendo la unidad del
verdadero Dios y verdadero hombre.
Y Dios
omnipotente se digne ungir con aceite de la misericordia a este pobre cuerpo de
mujer, por el cual ha dictado este libro, porque ella vive privada de toda
seguridad. Y no tiene ciencia para construir los escritos que el Espíritu Santo
sugiere para instruir la iglesia, que son como las paredes de una gran ciudad.
Desde el día de su nacimiento ha sido envuelta en dolores y en enfermedades
como por una red, y está atormentada por continuos dolores en todas las venas,
en la médula de los huesos y en la carne, y sin embargo Dios no ha permitido
hasta ahora que se apagara, ya que en la cueva del alma racional ve
espiritualmente algunos de los misterios de Dios.
La
visión corre por todas las venas de esta criatura humana, de modo tal que está
azotada a menudo por grandes dolores, y por este motivo trabaja con el
agotamiento debido a la debilidad, a veces más ligeramente y a veces, en
cambio, de modo más agobiador. Por tanto vive de manera diferente que la mayor
parte de los seres humanos, como una niña cuyas venas no están todavía bastante
llenas para poder comprender la conducta del hombre.
Ella
desarrolla su tarea por inspiración del Espíritu Santo. Es de complexión aérea,
y por eso el aire mismo, la lluvia, el viento y cualquier cambio del tiempo la
molestan tanto que no puede sentirse nunca segura de su cuerpo. Si no fuera
así, la inspiración del Espíritu Santo no podría habitar en ella. Pero a veces
el Espíritu de Dios la levanta de este mal como resucitándola de la muerte con
la fuerza de su piedad, con un alivio que es como el rocío, para que pueda
vivir en el mundo y desarrollar su tarea inspirada por el Espíritu Santo. ¡Que
Dios omnipotente, que conoce cuánto es el cansancio de esta criatura humana, se
digne poner en ella la plenitud de su gracia, para que su misericordia se
glorifique y su alma, cuando se vaya del mundo, se vea acogida por su clemencia
en la gloria eterna y se la corone en la alegría!
El
libro de la vida, escritura de la Palabra de Dios por el cual todas las
criaturas han venido a la existencia y del cual toda la vida ha emanado, según
lo que la voluntad del Padre eterno tuvo en sí predispuesto, dictó como le
pareció esta escritura, de una manera admirable, no valiéndose de la doctrina
de la ciencia humana, sino a través de una mujer simple e inculta.
Que
nadie se arriesgue a cambiar una sola palabra de esta escritura, ni
aumentándola ni disminuyéndola, para no ser borrado del libro de la vida y de
toda beatitud existente bajo el sol, con la única salvedad de añadir
explicaciones a las palabras y las frases que han sido pronunciadas con
sencillez, por inspiración del Espíritu Santo. Quien intentare hacer de otro
modo, sepa que peca contra el Espíritu Santo. Y este pecado no le será
perdonado, ni aquí ni en el más allá.
Y
ahora, de nuevo sean dadas alabanzas a Dios omnipotente en todas sus obras,
antes de los siglos y todos los siglos, porque él es el principio y el fin.
Que
los fieles acojan estas palabras con corazón devoto, porque han sido dictadas
por el bien de los creyentes por el que es principio y fin.
1. No
se ha conservado el escrito de autorización del papa a Hildegarda enviado
durante el sínodo de Tréveris. Pero ésta autorización está recogida en Chonico
Hirsaugiensi de Johaans Trithemius (1462-1516). Tambien refieren el beneplácito
papal: Manrique en Annal. Cisterciens., ad an. Chisti 1148, pag
101; Guillelmus Cave in Historia litteraria acriptorum ecclesiasticorum ad an.
1170, pag. 684; y Casimirus Oudinus in Comment. de scritoribus eccl., tom II,
col 1571 et seq. (PL 074
2. CH.
H. HASKINS, The Renaissance of the Twelfth Century (Cambridge - Massachusetts
1927).Vid. un excelente y breve resumen sobre este Renacimiento en la obra de
J. VERGER, La rinascita del secolo XII (Milano 1996) y su edición francesa La
Renaissance du XIIe siècle (Paris 1996).Para ahondar en la mentalidad de la
época, vid. la obra de A. PADOVANI, Perché chiedi il mio nome? Dios, natura e
diritto nel secolo XII (Torino 1997), elaborada sobre las fuentes y con
abundante bibliografía de la investigación más reciente.
3. Se está hablando de cómo actúa Dios cuando
da existencia a su creación tratando de explicar qué es la “presciencia”
divina. Se dice (como imaginando un supuesto absurdo) que Dios quedaría vacío
dentro de sí de las cosas que ha pensado cuando éstas han pasado a la
existencia, porque entonces éstas tienen consistencia real fuera de Él y, en
cierto modo, son algo más que su pensamiento. Pero a continuación se subraya
que eso sólo de da porque Dios lo sabe, lo conoce, y Él mismo es quien ha
provisto que las cosas sean así y, por tanto, éstas siempre están en su
presencia. Luego: Dios nunca queda vacío de lo que es objeto de su presciencia,
tampoco cuando crea, y tampoco cuando crea sujetos que actuarán libremente.
4. “caducum morbum”, enfermedad descrita en
el libro Causae et Curae, parece corresponderse con lo que entendemos
actualmente por epilepsia.
5. En la Undécima visión del Scivias, “Venida
del impío y plenitud de los tiempos” se describen las cinco cruentas edades de
los reinos de este mundo que precederán a la llegada del Anticristo, y a las
que alude en este y sucesivos epígrafes de esta visión. Estos son las épocas
de: el perro de fuego, que representa a la justicia que olvida la justicia del
Señor; el león cobrizo, el tiempo de los hombres beligerantes; el pálido
caballo, el tiempo de los lujuriosos; el cerdo negro, tiempo en que los
príncipes del mundo arrinconarán la Ley divina; el lobo gris, la última, será
el tiempo de rapiña, entonces llegará el tiempo de la tribulación.
6. El anteriormente citado Enrique IV.
7. Según algunos editores de Sta Hildegarda se
refiere a otro personaje religioso de la época, quizás el
8. Arzobispo de Colonia, Rainaldo de Dassel
(1115-1167). Excomulgado por Alejandro III en 1163. A la muerte del Papa,
Victor IV, por su propia voluntad eligió en Lucca un nuevo antipapa, Pascual
III. Murió de peste.
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