El español en América: de
la conquista a la Época Colonial
Carmen Marimón Llorca
1.
Introducción: El español de América. Concepto y límites.
En
palabras de Humberto López Morales (1996: 20) el español es, sobre todo en
América que es donde se encuentran el 90% de los hablantes, «un mosaico
dialectal». En efecto, América es un inmenso territorio marcado por la
diversidad en el que más de 300 millones de personas y diecinueve países tiene
el español como lengua oficial. En muchas ocasiones el idioma está en contacto,
bien con otras lenguas pertenecientes a culturas precolombinas como ocurre con
el quechua en Bolivia, el guaraní en Paraguay, o el nahúa -la lengua de los
aztecas- en Méjico; o bien con el portugués -con Brasil limitan Venezuela, Colombia,
Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay- o con el inglés americano,
especialmente presente en Méjico por su prolongada frontera y en Puerto Rico
por su especial estatuto con Estados Unidos -allí el español es lengua oficial.
También se habla en varios estados de la Unión como Nuevo Méjico, Florida,
California, Texas o Nueva York.
El español en el mundo
La
frase «español de América» hace, pues, referencia, al conjunto de variedades
dialectales que se hablan en el continente americano. Algunos autores como José
Moreno de Alba (1988) prefieren utilizar la expresión «español en América» para
hacer referencia a la realidad lingüística americana. El cambio de preposición
no es baladí y supone una clara toma de postura a favor de la unidad global del
español como lengua que, desde este punto de vista, debería entenderse como un
conjunto de variedades diatópicas de la misma lengua. Como afirma Manuel Alvar
(1996), no hay un español de España y un español de América sino una langue y
muchos hablantes.
Esta
idea de español en América vincula, además, definitivamente, y sitúa al español
de América como una parte indisociable de la Historia del español. Como afirma
Rivarola (2004: 799), América aporta un nuevo espacio geográfico y mental para
una lengua aún en formación y este hecho es inseparable de la evolución
histórica de la Lengua española como conjunto en su unidad y en su productiva
diversidad. Sin embargo, esta convicción en la unidad de la lengua no siempre
estuvo tan clara. Desde el mismo momento de la independencia de las colonias y
el establecimiento de las nuevas nacionalidades -1810-20-, lingüistas e
intelectuales de una y otra parte del Atlántico se cuestionaron el futuro del
español y de su unidad. La comparación entre el español y el latín resultó
inevitable y desembocó en una polémica entre los que vaticinaban una futura
disgregación del español -Cuervo fue uno de sus más acérrimos defensores- en
diversas lenguas y los que preveían una tendencia cada vez más fuerte a la
unificación del idioma -como hizo Varela-. Sin entrar en una polémica
ampliamente superada, diremos que Menéndez Pidal, en «La unidad del idioma»,
(1944), dio una respuesta verdaderamente lingüística a las teorías de Cuervo al
mostrar que la lengua no es un organismo vivo sino un hecho social y que los
procesos históricos de latín y lenguas romances resultan muy diferentes en la
mayoría de sus extremos.
Desde
entonces, aunque es evidente la tendencia a afirmar la unidad lingüística y
cultural que se da a ambos lados del Atlántico, la mayoría de los lingüistas
son conscientes del riesgo latente que existe de que se agudicen las
diferencias. Humberto López Morales (1996: 19-20) por ejemplo, ha señalado
algunos factores de índole lingüístico y no lingüístico que, desde el inicio
mismo de la conquista, propician esa tendencia a la diferenciación como:
- el
diverso origen dialectal de los colonizadores
- la
diversidad de lenguas aborígenes
- el
aislamiento de los núcleos fundacionales
- la
ausencia de políticas lingüísticas niveladoras
La
referencia que este autor realiza al momento mismo de la conquista (a) y las
etapas posteriores de convivencia con las lenguas indígenas (b) y de creación
de los virreinatos, germen de los futuros estados (c), pone en primer plano la
importancia de los primeros años de la colonización para determinar las
características el español de América. En efecto, si los estudios sobre la
situación actual de la lengua (d) son imprescindibles para entender la
fisonomía del idioma, no es menos cierto que la investigación sobre los
orígenes y el proceso de conformación del español en América ha sido
enormemente esclarecedora y ha contribuido a establecer las bases lingüísticas
y sociales sobre las que se fue conformado el conjunto de variedades
dialectales que componen en la actualidad lo que denominamos el español de
América.
Así
pues, lo que venimos a denominar época colonial -entendida como el amplio
período que comprende desde el momento mismo de la conquista, en 1492, hasta
finales del siglo XVIII-, puede considerarse como una etapa fundamental en la
evolución del idioma y muy explicativa de su situación presente. En ella
convergen, como vamos a ver, la evolución, selección y consolidación de las
tendencias fonológicas, morfológicas y léxicas ya iniciadas en el español
peninsular, con la indiscutible novedad que supone la implantación de una lengua
en un espacio enorme y desconocido, el contacto con las lenguas indígenas y la
conformación de una sociedad en busca de sus propios referentes lingüísticos y
sociales.
Francisco Pizarro. Museo de
América. Madrid
En
los siguientes apartados vamos a centrarnos en tres aspectos: el origen
regional y social de los colonos españoles con el fin de saber qué variedad
regional del español fue la predominante en los años iniciales y hasta qué
punto dejó su impronta en la lengua esta información nos dará una idea sobre la
variación diastrática que ha sido frecuentemente tenidas en cuenta a la hora de
calificar al español de América en sus inicios como vulgar o arcaizante; luego
nos ocuparemos de la formación del español de América con especial atención al
estado de la lengua en el momento de la conquista y, en particular, al
andalucismo, rasgo considerado esencial para entender la conformación dialectal
de América. No podemos dejar de dedicar un apartado especial a la influencia de
las lenguas indígenas que, aunque discutida por lo que se refiere su calado
-fue un fenómeno de adstrato o de superestrato, funcionó o no como una
interlengua- resulta imprescindible para explicar la peculiaridad de ciertas
franjas dialectales, como las tierras altas andinas. Terminaremos con una
referencia a la zonificación dialectal del español en América que, aunque no
exenta de polémica sobre los criterios y los límites, a finales del siglo XVIII
puede considerarse definitivamente establecida.
2. Los orígenes del español en
América. La colonización y los colonos
A
la hora de abordar el estudio del español en América durante la época colonial
importa, desde luego, saber qué español es el que llegó a América, si era una
lengua unitaria y cómo evolucionó en el nuevo territorio pero, en la medida en
que la lengua es inseparable de los individuos que la hablan y de sus
circunstancias sociales y culturales, importan -y mucho- otros datos
determinantes que tienen que ver con la procedencia social de los colonos, su
origen regional, su número, sus ocupaciones, su distribución territorial o su
nivel cultural. Este conjunto de variables lingüísticas y sociales, junto con
el análisis de fuentes documentales escritas de carácter público y privado, es
lo que se maneja hoy en día para el estudio de la evolución del español en
América.
2.1. Quiénes hicieron la
conquista
Como
se ha repetido en tantas ocasiones, la colonización fue planificada en Castilla
y gestionada en Andalucía con la colaboración de las Canarias. Según los
trabajos de Boyd-Bowman sobre el censo de colonos, entre 1492 y 1580, el 35,8%
eran andaluces, el 16,9% eran extremeños, el 14,8%, castellanos y el 22,5%
restante de diversa procedencia. En términos lingüísticos esto significa que el
52,7% de los colonizadores tenían como propias variedades meridionales de la
lengua, con claro predominio de la andaluza.
1556, Julio 14. Valladolid.
Real provisión en la que se aprueban las ordenanzas del Consulado de Mercaderes
de Sevilla. Archivo General de Indias
https://www.primeravueltaelcano.es/acontecimientos-historicos/casa-de-contratacion/
A
este dato se une el hecho de que las tripulaciones de los barcos eran
mayoritariamente andaluzas, que los inmigrantes pasaban un año en Sevilla a la
espera de la documentación para embarcar y que luego se establecían en zonas
relativamente aisladas unas de otras, predominantemente costeras, en las que convivían,
además, con los colonos de origen castellano. A este respecto hay que recordar
que, en el siglo XVII la diversidad de los dialectos peninsulares era
verdaderamente grande pero entre el castellano y el andaluz había pocas
diferencias a excepción del seseo y de la reducción de las consonantes finales,
por lo que fue la conjunción de estas dos variedades dialectales -con claro
predominio del andaluz- habladas por el 67,5% de los colonos el que puede
considerarse como factor nivelador del español de América desde sus orígenes.
En
cuanto al origen social de los colonos, Lipski (1996: 54-56) afirma que,
mayoritariamente, la población que emigró a América estaba formada por un
conjunto heterogéneo que podría calificarse de clases medias urbanas. A este grupo
pertenecían los segundones de las familias nobles, los artesanos expulsados,
las familias desposeídas de sus bienes además de algunos reos a los que se les
conmutaban las penas. Apenas sabían leer y escribir y, una vez establecidos, se
limaban las diferencias pues se ganaban la vida como marineros, pequeños
propietarios, artesanos, empresarios, etc. Hablaban un español poco
rústico -los campesinos tuvieron muy poca ocasión de viajar- que fácilmente
absorbía los cambios niveladores pero que, al mismo tiempo, se hacía arcaizante
en las zonas más aisladas de los núcleos de poder e irradiación lingüística.
La pictografía del documento presenta elementos tanto de origen
prehispánico como europeo y retrata las cuatro cabeceras con sus respectivas
insignias (Quiyahuiztlan, Tepeticpac, Ocotelolco, Tizatlan), sus palacios y
principales (Citlalpopocatzin, TIehuexolotzin, Maxiscatzin, Xicohténcatl).
En el centro de la lámina se encuentra representado un
cerro que en su interior tiene una iglesia que ostenta en su fachada la imagen
de la virgen María; debajo de esta iglesia y arriba de una cruz está plasmado
el escudo de la Casa de Habsburgo. También aparecen representadas diversas
autoridades españolas, como gobernantes y funcionarios posteriores a Hernán
Cortés, figura con la que inicialmente se estableció la alianza.
3. La formación del español de
América
Todos
estos datos demográficos que acabamos de señalar han venido a confirmar la
importancia de la contribución andaluza al español de América y de los procesos
de nivelación lingüística que tuvieron lugar desde los primeros momentos de la
conquista. Aunque, como ha mostrado Frago (1999 y 2003), es posible encontrar
en América rasgos de todos los dialectos peninsulares -castellanos viejos,
leoneses, riojanos, navarros, aragoneses, emigrados de Castilla la Nueva,
extremeños- e, incluso, del catalán y del vasco, no cabe hoy ninguna duda sobre
las consecuencias lingüísticas que el peso demográfico de la emigración de las
zonas meridionales de la península y, en particular, de Andalucía, tuvo en la
formación del español de América.
Sin
embargo, una vez resituada la lengua -y sus hablantes- en un nuevo mundo, otros
elementos empezarán a formar parte del proceso de conformación de la variedad
lingüística americana; en particular habría que señalar dos de muy distinta
naturaleza: En primer lugar hay que tener en cuenta las consecuencias del
contacto con las lenguas indígenas y, unos años más tarde, con las africanas.
Aunque se ha discutido mucho sobre su verdadera influencia, es innegable hoy en
día y para determinadas zonas dialectales, la influencia léxica y fonética de
dichas lenguas. Además y, en estrecha relación con el anterior, está el
fenómeno de los llamados americanismos léxicos que tiene que ver tanto con la
asimilación del vocabulario indígena como con las transformaciones en el
significado que sufrieron palabras del español al contacto con la nueva realidad
americana. A estos dos fenómenos hay que añadir, en segundo lugar, el proceso
de nivelación dialectal que, a mediados del siglo XVII, probablemente ya había
tenido lugar y que daría al español en América buena parte de ya de su
peculiaridad lingüística en todos los niveles. Es lo que Frago (2003:23) ha
denominado la criollización lingüística que no es sino la consecuencia de la
asimilación general y la asunción como propia e identificable de la variedad
del español hablado en América como propia.
3.1. El andalucismo del español
en América.
Desde
el punto de vista lingüístico, el andalucismo se sostiene, fundamentalmente,
sobre rasgos fonéticos -muchos de ellos no exclusivos del andaluz sino comunes
a los dialectos meridionales- y léxicos, con la incorporación de muchas voces
dialectales al acervo común. Un rasgo morfosintáctico más tardío, el uso
generalizado de «ustedes» está también vinculado a la impronta sevillana del
español en América.
3.1.1. La fonética
Los
principales fenómenos fonéticos que ponen en evidencia el andalucismo del
español de América son, en primer lugar, el seseo y las distintas realizaciones
del fonema velar /X/. Aunque se trata de fenómenos considerados
caracterizadores del español en América, no hay que olvidar que estamos hablando
de cambios panhispánicos que tuvieron lugar durante el primer siglo de la
colonización, en una lengua -el español- en pleno proceso de cambio y
estabilización fonética y que hasta el siglo XVII, el español en América fue
adaptando y asimilando los cambios procedentes de la península.
El
primer rasgo caracterizador está en estrecha relación con un fenómeno clave
para la fonética del español que tuvo lugar a finales del siglo XVI: la
reducción de sibilantes. Si en la mayor parte de la península los fonemas /s/
/z/ -grafías ss y s respectivamente- daban lugar a la actual /s/ sorda,
mientras que /ts/ y /ds/ -ç y z- se redujeron a /q/
-c, z, actuales- en Andalucía y en América la solución para los cuatro fonemas
fue /s/ mayoritariamente dando lugar al fenómeno denominado seseo. Sin embargo,
como afirma Candfield (1962), no se trata de un fenómeno uniforme. Este autor
distinguió cuatro variantes de entre las cuales, la apicoalveolar castellana
era la menos frecuente mientras que la dorsoalveolar andaluza era la más
habitual.
En
cuanto a la evolución del fonema velar /X/, hay que señalar que el proceso de
ensordecimiento de las fricativas en la península comenzó en el siglo XV de
manera que los fonemas /š/ y /ž/, representados por las grafías x y g/j, respectivamente,
hacia mitad del siglo XVI se realizaban como /X/. Sin embargo, en Andalucía y
en América se va a producir un relajamiento en la pronunciación de este fonema
dando lugar al fenómeno de la aspiración tan característico de buena parte de
Andalucía y Canarias y América - [hente], [habón] .
Por
otra parte, la aspiración de la velar vendrá a coincidir con otro fenómeno de
origen meridional, el mantenimiento de la /h/ aspirada procedente de /f/
inicial latina que, en el siglo XVI en el resto de la península, ya de forma
casi general, había dado como resultado Ø. Esto dará lugar a pronunciaciones
del tipo [kahé] o [hamilia] en lugar de café o familia en las hablas
colombianas (Vaquero, 1996: 43).
Si
bien estos dos rasgos pueden considerarse como definidores de las variantes
americana y andaluza, podemos señalar otro conjunto de rasgos fonéticos
generales a todas las hablas meridionales -cuyo peso fundamental es el andaluz-
y que se encuentran también en el español de América desde sus orígenes
(Utrilla, 1992: 85-111) :
- alteraciones de la /s/ en
posición implosiva que dan lugar a aspiración - [loh colore]-, pérdida y
asimilación consonántica -[la xayinas] por las gallinas- y alteraciones en
la consonante siguiente -[demmonte] por desmonte-.
- Deslateralización de la
/ll/ cuya principal consecuencia es el fenómeno del yeísmo -con lo que se
neutralizan las oposiciones pollo/poyo, valla/vaya-, pero también la
pérdida -[eos] en lugar de ellos- y el rehilamiento -[požo] fenómeno
típico de Argentina y Uruguay-.
- Relajación de /r/ /l/ en
posición implosiva lo que da lugar a fenómenos de asimilación -[pokke] en
lugar de porqué-, aspiración -[buhla] por burla-, nasalización -[vingen],
por virgen-, pérdida -[comprá] por comprar-, e igualación -[asucal] en
lugar de azúcar.
- Relajación y pérdida de la
/d/ intervocálica.
3.1.2. El léxico
En
cuanto al léxico hay que señalar que la supremacía demográfica andaluza se
manifestó en otros niveles lingüísticos como el léxico del que se han señalado
las numerosas coincidencias entre el andaluz y el americano. Vocablos de origen
regional andaluz como:
alfajor, barcina,búcaro, chinchorro, estancia, habichuela, maceta, candela o rancho formann
parte del léxico patrimonial americano dándose el caso, como señala Frago, de
palabras como maceta cuyo
uso frente a tiesto se
generalizó en América antes que en España.
Al vocabulario estrictamente andaluz habría que añadir en esta etapa inicial lo que se ha denominado «marinerismos léxicos» y que tiene que ver con el hecho de que se hayan incorporado al español de América voces procedentes del léxico marinero más allá de su uso especializado. Señala María Vaquero, por ejemplo, los casos de flete con el significado de «pago de cualquier transporte», aparejo como «conjunto de cosas», guindar como «colgar», amarrar en lugar de «atar» o botar preferido a «tirar». La presencia abrumadora de andaluces y canarios entre las tripulaciones de los barcos y la importancia misma del mar en el desarrollo de América son los factores que se señalan como determinantes del marinerismo léxico en América.
3.1.3. La morfosintaxis
Si
hay un rasgo dialectal, además de los ya explicados, caracterizador del español
americano y vinculado también a las variedades meridionales de la lengua, este
es el uso de «ustedes» como forma única para el plural de la segunda persona.
Aunque no se puede decir que este fenómeno se desarrollara plenamente en la
época de los orígenes y formación, parece que, al final de la época virreinal,
estaba completamente consolidado (Rivarola, 2004: 806) como parecen atestiguar
los textos de las proclamas independentistas. La preferencia por el «ustedes»
tiene origen sociolingüístico y está relacionado con el desprestigio, en el
siglo XVI, de la forma «vos» y su sustitución por «vuestra merced», antecedente
del actual «usted». Para el plural, la norma madrileña mantuvo los dos grados
de deferencia -vosotros, ustedes-, la norma sevillana prefirió y generalizó el
segundo -ustedes-, pero sin abandonar del todo el primero; en América se
extremó la norma sevillana y se consolidó la forma «ustedes», «con la cual era
posible evitar traspiés ligados a la cortesía» (Rivarola, 2004: 806).
En
cuanto al singular, la consecuencia más trascendente de este reajuste
pronominal fue el «voseo». En realidad, la forma «vos», al igual que en la
península, desapareció a favor del «tú» de las regiones virreinales, como
México o Perú, de Cuba y Puerto Rico, muy vinculadas a la metrópoli y, en
general, de todos los lugares donde se mantenía una vida urbana y alto nivel de
enseñanza. Sin embargo, como señala Lapesa, en otras zonas de América central
sin corte virreinal -Chile, Río de la Plata, Llanos de Colombia y Venezuela, la
sierra de Ecuador- se mantuvo la forma «vos» (Lapesa, 1970: 153). La
consecuencia más importante para el sistema lingüístico del español será el
reajuste de las terminaciones de personal de la conjugación verbal. En general
se distinguen tres tipos de voseo (Salategui, 1997:46, Vaquero, 1996: 23):
- pronominal-verbal:
vos cantás, tenés, partís
- sólo
pronominal: vos cantas, tienes, partes
- sólo
verbal: tú cantás, tenés, partís
Precisamente
la distribución del voseo ha sido para algunos autores uno de los criterios
clave para establecer una zonificación dialectal en el español de América.
3.2. El elemento indígena y
africano en la conformación del español de América
No
hay duda de la influencia del vocabulario de los pobladores indígenas de
América en el momento de la conquista:
barbacoa, butaca, cacique, caimán, caoba, hamaca, huracán, loro, maíz, maní, piraguas sabana, tabaco, entre otros muchos, son voces
antillanas -arahuco-taínas- que se incorporaron en los años inmediatamente
posteriores a la conquista y que hoy son forman parte del léxico panhispánico.
Conforme fue avanzando la ocupación del territorio y, por tanto, el contacto
con distintos pueblos, lenguas y espacios, nuevo vocabulario se fue
incorporando al español en América.
La ciudad de Tlaxcala fue la primera urbe indígena que
recibió un escudo de armas y título de ciudad (1535).
https://es.wikipedia.org/wiki/Tlaxcala_de_Xicoht%C3%A9ncatl
Es el caso de
los indigenismos:
nahúas aguacate, cacahuete, cacao, chicle, tiza, petaca, tomate, entre
otros o los del quechua como cancha, coca, cóndor, llama, mate, pampa o vicuña.
(Vaquero, 1996: 44-47). De la progresiva incorporación de este nuevo léxico dan
cuenta los Diarios, como los de Colón -http://www.cervantesvirtual.com/portal/colon/-
y las Crónicas de Indias.
Gramática quechua (1560)
de Fray Domingo de Santo Tomás
Sin
embargo, más allá del vocabulario no está claro ni hay acuerdo sobre las
dimensiones de la contribución indígena en el español de América. Para que se
de influencia de una lengua sobre otra no es suficiente ni la superioridad
numérica ni la asunción de cierto caudal léxico, pues en ninguno de los casos
se produce la interacción que hace posible la influencia en el contacto entre
lenguas. La situación de desigualdad, la superioridad jerárquica de los
conquistadores y las guerras que dieron lugar a la desaparición de pueblos
enteros no son factores favorecedores del contacto lingüístico. Pero por otra
parte, sin embargo, la necesidad de comunicarse con los pobladores de América
hizo que, como parte de la misión evangelizadora y castellanizadora que el
gobierno español delegó en la Iglesia, se ordenara a los misioneros aprender
las lenguas indígenas. De ahí la creación de tempranos vocabularios,
diccionarios y catecismos en lenguas indígenas como el
Lexicón
o vocabulario de la lengua general del Perú y la Gramática
quechua (1560) de Fray Domingo de Santo Tomás, el Arte de la lengua castellana y
mexicana (1571)
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=13906
y
la Gramática
náhuatl (1571) de Fray Alonso de Molina y la Gramática chibcha (1610)
de Fray Bernardo de Lugo o en el Confesionario
breve en lengua mexicana y castellana, de 1585,
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=13909,
consecuencia
directa del III Concilio de Lima (1583) en el que se decidió que los indios
aprendieran el catecismo y las oraciones en su idioma y no en latín ni en
castellano.
En
la actualidad se habla de la posibilidad de que, durante un largo período,
existiera una interlengua en la que los patrones nativos se superponían al
español pero que ni salió del grupo, ni dejó huella en el español como lengua
materna. La interlengua funciona como un pidgin o lengua de supervivencia
que nadie tiene como lengua materna. Para que las variedades indígenas
penetraran en el español tuvo que darse un cambio sociolingüístico y
demográfico que permitiera el verdadero intercambio entre hablantes y los
prestigiara socialmente. Se señalan como acontecimientos favorecedores los
nacionalismos, la revolución en Cuba y en otros países de Centroamérica o la
presencia de mujeres indígenas de habla guaraní en el cuidado de bebés y en el
trabajo doméstico en países como Paraguay.
De
todas las lenguas indígenas, las que ha tenido mayor influencia y penetración
en el castellano son el guaraní, el nahúa, el maya, el quechua y el aimara.
Del
guaraní -Paraguay Norte y Oeste de Argentina y Oeste de Bolivia- parece que
procede la oclusión glotal entre palabras si la segunda empieza por vocal; al
nahúa (lengua de los aztecas) se atribuye la resistencia a la pérdida de -s
final en México. Las tierras altas andinas (Perú, Ecuador, Sur de Colombia,
Bolivia, Oeste de Argentina y Norte de Chile), habitadas por los incas,
estuvieron influidas lingüísticamente por el quechua y el aimara. Los rasgos
caracterizadores son: no reducción de la s, reducción de las vocales átonas,
presencia de una /r/ sibilante a final de sílaba, pronunciación cuasi africada
de /tr/, conservación de /ll/, reducción de un sistema de tres vocales.
3.2.1. El elemento africano
La
llegada masiva de esclavos africanos a las costas Americanas -especialmente en
las zonas del Caribe y de la Costa Oeste- dio lugar durante un tiempo a la
existencia de un afroespañol, la lengua bozal que despareció completamente. Sin
embargo, ya en el siglo XVI y sobre todo en el XVII se pueden encontrar en la
literatura villancicos, canciones y representaciones teatrales en las que se
imitaba un habla afrohispánica. Como en el siguiente fragmento de un tipo de
composición llamada «negrito» de Sor Juan Inés de la Cruz:
Ah, ah, ah, |
|||
que la reina se nos va! |
|||
¡Uh, uh, uh, |
|||
que non blanca como tú |
|||
nin Pañó, que no sa buena, |
|||
que eya dici: So molena, |
|||
con las sole que mirá! |
|||
1. Cantemo, Pilico, |
|||
que se va las reina, |
|||
y dalemu turo |
|||
una noche buena. |
|||
2. Yguale yolale, |
|||
Flacico, de pena, |
|||
que nos deja ascula |
|||
a turo las negla. |
El
hecho de que fueran los portugueses los que se encargaran de la trata de esclavos
es la razón de que sea el portugués la base del Palenquero y el Papiamento, dos
criollos afroibéricos hablados en Aruba, Donaire y Curaçao, el primero, y en
Palenque de San Basilio, Colombia, el segundo.
3.3. La criollización lingüística
En
opinión de Frago (2003: 25), a finales del siglo XVII el español de América ya
estaba formado a partir de una base fonética meridional, la asunción de
indigenismos y americanismos léxicos y un claro apego a la tradición
gramatical. Es lo que este autor denomina la criollización lingüística y que
define como «proceso de formación y de expansión social de
una modalidad de español propia de los criollos americanos, es decir, de los
hispanohablantes nacidos en la tierra que, en su inmensa mayoría, eran
descendientes de españoles» (Frago, 2003:23). La doble tensión de no perder el
contacto con la península y asimilar todas las novedades, por una parte, pero,
por otra, la necesidad de la nueva sociedad americana de identificarse con su
propio espacio social y lingüístico, unido al esfuerzo de los nuevos colonos
por asimilarse a la sociedad indiana, son las fuerzas que acaban conformando,
en esta larga etapa inicial, los que serán los rasgos definitorios del complejo
dialectal que es aún hoy el español en América.
4. Los dialectos del español de
América
Aunque
no es este un tema que afecte directamente a la época colonial de la que nos
ocupamos aquí, lo cierto es que para muchos investigadores, el origen de la
diversidad dialectal del territorio americano y uno de los criterios para el
establecimiento de zonas diferenciadas tiene mucho que ver con la etapa
colonial, en particular, con el origen social y lingüístico de los colonos, con
las zonas de asentamiento, la cronología de dichos asentamientos y la posterior
mayor o menor contacto con la metrópoli, con la división inicial del territorio
en virreinatos y con la presencia mayor o menor de población indígena, entre
otros. Para Henríquez Ureña (1921), por ejemplo, es determinante el papel de
los sustratos indígenas lo que le lleva a dividir el continente en cinco zonas
influidas respectivamente por el nahúa, el caraibe/araucano, el quechua, el
mapuche y el guaraní. Rona (1964), por su parte hizo grandes objeciones a esta
división, entre ellas que olvidaba la presencia de otras lenguas y que olvidaba
también que éstas no actuaron sobre una única variedad del español, sino sobre
variedades ya diferenciadas. Menéndez Pidal (1962) propuso otra zonificación
mucho más amplia en tierras altas, del interior, con menos influjo andaluz y
tierras bajas, costeras, más andalucistas. Las clasificaciones basadas en
rasgos lingüísticos -fonéticos principalmente, pero también morfosintácticos y
léxicos- tienen su máximo exponente en las de Rona (1964) y Resnick (1975). El
primero distingue 12 zonas mientras que al segundo, a partir de ocho rasgos
fonéticos acaba señalando 256 combinaciones. Zamora Munné (1979) distingue
nueve zonas a partir de tres rasgos, voseo, pronunciación de la /x/ y de la
/s/. Cahuzac (1980) se basó para su propuesta en los términos utilizados para
designar a los habitantes rurales y coincidió casi completamente con la
división de Henríquez Ureña. Otras clasificaciones, como la de Canfield (1962),
basada en la cronología relativa de los asentamientos, o la de Moreno Alba
(2001), mucho más reciente basada en sus propias encuestas, divide el
territorio a partir del léxico estándar de las capitales del continente.
Finalmente, la clasificación por países no parece el criterio más adecuado
debido a que países grandes como México, constituyen una única zona y otros
mucho más pequeños, como El Salvador, tiene islas dialectales (ver al respecto
las síntesis de Alba, 1992, Lipski 1994, Frago 1999).
Como
orientación presentamos la división que realiza Manuel Alvar en su Manual de dialectología
hispánica. El español de América (1996). Por un lado
diferencia Las Antillas, que incluye Antillas y el Papiamiento, y el
continente. Este último queda dividido en las siguientes zonas: México, Los
Estados Unidos, América central, Venezuela, Colombia, El Palenquero, Perú,
Bolivia, Ecuador, Paraguay, Argentina-Uruguay y Chile.
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