Boticas
y boticarios. Siglos XVI al XIX
El mejor médico es el que
conoce
la inutilidad de la mayor parte de las medicinas.
Benjamín Franklin
Imagen de una botica donde
se aprecian la variedad de productos. Fresco del castillo de Isogne (Valle de
Aosta, s. XV). Focus.
https://sabersenaccio.iec.cat/es/el-obrador-del-boticario-y-del-alquimista/
Imaginemos a un
hombre en pleno siglo XVI, preparando una pócima con diversas hierbas y
minerales, en un lugar lleno de matraces, pinzas, botellas, frascos, morteros,
botes y una hornilla; considerado también como ofician, tienda o laboratorio
farmacéutico, se encuentra en una botica, luchando contra las enfermedades o
los invisibles ejércitos de la muerte.
Fundada en 1521 la
ciudad de México, el expendio de remedios se instaló en espacios abiertos
ocupados por comerciantes, quienes de manera improvisada recomendaban y
recetaban pócimas; en algunos casos dieron resultado y en otros no.
En los primeros
años de vida colonial no existieron reglamentos ni leyes que protegieran la
salud pública, porque para los españoles era más importante la repartición de
tierras, la explotación de minas o desempeñar un puesto burocrático en la
naciente colonia, que ocuparse de la salud pública.
Si bien es cierto que se tiene noticia
del establecimiento de las primeras “tiendas” de boticarios en 1533, no significa
que la elaboración de medicinas y pócimas tuviera buena calidad y efectividad,
ya que las personas dedicadas a estas actividades carecían de los conocimientos
necesarios para cumplir dicha tarea. Sin embargo, esto no se consideró
obstáculo para expedir las primeras licencias, con el objetivo de establecer
formalmente este comercio.1 Desde entonces, se decía que
existían dos medicinas: una ciencia y otra conciencia.
Con el paso del
tiempo, las boticas se fueron estableciendo en accesorias de las casas recién
construidas, adaptando a su conveniencia los reglamentos que llegaron de la
península. La tarea del boticario alcanzó una posición que para ejercerla era
necesario contar con conocimientos en materias como la física, química y
biología. Posteriormente con dichos estudios la gran mayoría obtenía la licencia
para establecer una botica y ejercer su profesión.
Ante el
surgimiento de las boticas, el emperador Carlos V fundó en 1538 cátedras de
medicina en las universidades recién establecidas en las Indias, con el fin de
intercambiar y aportar conocimientos con “la noticia, la comunicación y
comercio de algunas plantas, hierbas, semillas y otras cosas medicinales”
(Losana, 1994: 128). Asimismo, ordenó a las autoridades que realizaran visitas
periódicas para controlar la elaboración de medicinas, el cultivo de plantas
medicinales y la inspección de boticas (ibid.), pero en
múltiples ocasiones las hicieron personas totalmente ajenas a esta disciplina,
como miembros de los cabildos o concejos.
Más tarde, la inspección a boticas fue
desempeñada por jueces, quienes no tenían los conocimientos apropiados, pero sí
la representación de virreyes, presidentes y gobernadores, ya que si en la
capital novohispana era complicado llevarla a cabo, se volvía imposible en
poblaciones de difícil acceso y en ciertas épocas del año era imposible llegar.2
Sin embargo fue
hasta 1567 cuando esta situación sufrió un giro. Aunque continuaba vigente la
ley de Castilla que concedía a las justicias extraordinarias la facultad de
visitar en presencia de un médico las boticas que se encontraban “fuera de la
corte”. El rey Felipe 11 en 1579 prohibió dar licencia en las Indias a médicos,
cirujanos, boticarios y barberos, si no eran examinados por miembros de la
Universidad. Estas disposiciones se reforzaron en 1588 con otras reales
provisiones y se precisó una nueva forma para vender los remedios en las
boticas. Sin embargo, en la práctica no fueron benéficos los resultados
(AGN, ibid.).
De tal manera, la
salud pública estuvo depositada en manos de médicos y boticarios, lo cual no
impidió que se ejerciera empíricamente la medicina. Para solucionar el
problema, en 1628 se estableció el Protomedicato,
junta constituida en la ciudad de México, regida por leyes aprobadas en el
Consejo de Indias. El objetivo de esta institución fue cuidar el buen ejercicio
y enseñanza de la medicina; vigilar la higiene, la salud pública así como la
preparación de remedios.
El reglamento de las
boticas y boticarios fue aplicado por el Protomedicato. Entre sus principales
obligaciones se encontraba la de supervisar el cumplimiento de las normas
profesionales de la actividad médica, tener vigente la licencia para ejercer
esta profesión y disponer de los objetos de laboratorio como utensilios y
vasijas en óptimas condiciones, para que aquellas sustancias y drogas no
perdieran su efectividad (Cooper, 1980: 263).
Sin embargo, el público vivió al
arbitrio de los boticarios no sólo por la calidad de las drogas que expendían,
sino también por su mala preparación, desconocimiento o equivocación que
vulgarmente lo llamaban quid pro quo: una cosa por otra.3
Las ganancias de
los maestros boticarios fueron sustanciosas, a falta de un arancel que
controlara los precios. Aunque las quejas del público fueron numerosas debido a
las tarifas excesivas, las medidas aplicadas fueron insuficientes por la ineptitud
de las autoridades.
Los resultados
fueron evidentes, un buen ejemplo fue el de Antonio Rodríguez de Eslava, quien
inició sus actividades como boticario a finales del siglo XVII en una casa
localizada junto al convento de San Agustín. La experiencia y aptitud en lo
concerniente a preparaciones de medicamentos, en los cuales difícilmente
erraba, convirtieron su botica en una de las más prestigiadas y prósperas de la
ciudad de México. En poco tiempo se transformó en un floreciente terrateniente
y adquirió la hacienda de San Nicolás Mipulco, perteneciente a la jurisdicción
de Coyoacán.
Era obligación de
cada boticario llevar un libro donde anotaran los ingredientes y el modo de
elaboración de los remedios, y a aquellos que no cumplían se les imponían severas
sanciones, tales como multas o la suspensión temporal o definitiva de la
licencia. Resultó prácticamente imposible cumplir con dichos requisitos y aún
más problemático ejercer la ética profesional.
En varias
ocasiones, los boticarios cometieron descuidos que les costó la vida a los
enfermos. Así, un error podía sesgar la vida del paciente. El Diario de
Sucesos Notables publicado el 3 de agosto de 1678 refiere lo
siguiente: “Caso raro. Fue una mujer casada a la botica de San Nicolás y pidió
un real de solimán: dicen estaba un muchacho en la botica y le dio alumbre”
(Robles, 1946, t. I: 245).
Las boticas
también se ubicaban en los hospitales y los conventos. Por ejemplo, en el de
San Juan de Dios en 1722, se inauguraron dos enfermerías con una botica que
percibiría una renta anual de 600 pesos (Castorena y Ursúa, 1986, t. I 38). El
establecimiento de boticas en los hospitales dio como resultado que algunos
religiosos se dedicaran al aprendizaje de la profesión. Sus conocimientos y
dedicación fueron de gran apoyo para médicos y boticarios, quienes unieron sus
saberes para el bienestar público.
Asimismo, en los conventos tampoco
faltaron las enfermerías con sus boticas correspondientes que eran atendidas
por religiosas, quienes preparaban fórmulas y remedios para erradicar cualquier
malestar por medio de jeringas, balanzas, frascos y hornos. Cada semana se
elaboraba una lista de los ingredientes más utilizados, como el carbón, vino,
aguardiente, miel y azafrán.4
En el convento de
Santa Clara se preparaba un suero. En el de Regina Coeli se fabricaban unos
polvos purgantes cuya fórmula era secreta y también un preparado gratuito
“eficaz para el mal de ojo”. La población acudía a las puertas de los conventos
para solicitar estos remedios (Muriel, 1995: 52 y 53).
Cabe mencionar
que, según las ordenanzas municipales, las boticas tenían derecho a poseer una
fuente particular, pero pocas lo lograron porque en la ciudad éstas
pertenecieron a altos funcionarios, a la nobleza, a los conventos, a la
burguesía y a los baños públicos (Cooper, op. cit.: 263).
Intercambios
En la medicina se
realizaron importantes intercambios y experiencias, entre médicos y curanderos
españoles e indios. Para cumplir con tal fin se enviaron protomédicos
generales, médicos, cirujanos, herbolarios, españoles e indios a lugares
alejados donde se elaboró una relación de las hierbas, árboles, plantas y
semillas medicinales así como su cultivo (Losana, 1994: 127-128).
Desde Europa
llegaron un sinfín de ingredientes entre los que se cuentan los siguientes:
minerales (arsénico blanco y cinabrio); animales y sus partes (esperma de
ballena y ojos de cangrejo); raíces (nardo índico y hermodátiles); leños
(sándalo blanco, cetrino y rojo); cortezas (canela blanca); frutos (pimienta
larga blanca y negra); semillas (anacardos y cardamomo); gomas y resinas (opio,
benjuí y de almáciga).
De igual manera,
los indios contribuyeron con sus conocimientos, por ejemplo: la higuera
infernal servía como purgante; los árboles de liquidámbar, de extraordinaria
belleza y gran altura, tienen la característica de que sólo el más viejo
produce el suficiente licor medicinal; la manzanilla loca llamada coronilla del
rey; la tecamachaca, resina medicinal; el achiote; el xocohuoztli, hierba que
en infusión ayudó al temible escorbuto y el xuchicopale.
Nicolás Monardes
es considerado como uno de los primeros médicos en Sevilla que propagaron el
conocimiento acerca de las plantas medicinales procedentes de la Nueva España.
En su “Historia medicinal de las cosas
que se traen de nuestras Indias Occidentales” elaboró una relación de todas
aquellas plantas, semillas y piedras que llegaron entre 1565-1574 a la
península. Su proeza consistió en aclimatar muchas de aquellas plantas en su
jardín y comerciar con ellas en varios lugares de Europa (Losana, 1993:
132-133).
Los remedios
utilizados por los naturales ocuparon un lugar preponderante en la corte
española. Médicos y boticarios españoles reconocieron las virtudes de plantas y
minerales, y su eficacia llegó a oídos de la corte. Consciente de ello, el rey
solicitó le enviaran las provenientes de la Nueva España y de islas
circunvecinas. En la Península Ibérica, fueron altamente apreciadas: las dos
especies de la raíz de China; las raíces de Jalapa y Michoacán; la
zarzaparrilla de Honduras; los cocos de la palma; la quina en polvo, extracto,
tintura, jarabe o vino; y las perlas menudas de Panamá y de la isla Margarita.
Asimismo, ordenó que le mandaran los géneros que descubrieran y explicaran sus
virtudes. Estas “novedades” eran consignadas en un libro especial y
posteriormente se experimentaban en la botica del rey, que se encuentra hoy en
día junto al Palacio Real en Madrid.
Francisco
Hernández, médico de cámara de Felipe II, fue enviado a la Nueva España para
realizar un exhaustivo estudio acerca de las propiedades de las plantas
medicinales. Emprendió largos viajes por agrestes sierras, solitarios desiertos
y exuberantes bosques acompañado por pintores indígenas. A partir de 1574 hasta
1577 realizó pruebas en su persona y en la de los indios en el Hospital Real.
En uno de esos experimentos estuvo en riesgo de perder la vida cuando probó
el látex de la Euphorbia Calculate Quauhatlepatli o Chupito. En
general, los resultados fueron óptimos y aportó sus experiencias para el avance
de la medicina española (ibid.: 135).
Con el objeto de facilitar el traslado
de las plantas y semillas en condiciones óptimas, se dispuso por real orden que
en las embarcaciones provenientes de las colonias llevaran lo suficiente para
abastecer las boticas españolas y que para preservar sus propiedades fueran
depositadas éstas en lugares secos, frescos, limpios y seguros.5
El traslado de
dichas plantas y sustancias debía ser hecho con extremas precauciones.
Cualquier descuido resultaba peligroso, a causa del calor excesivo y la humedad
en las embarcaciones. En 1801, la pésima colocación y poca consistencia de las
vasijas de vidrio donde transportaban los ácidos sulfúricos y nitrosos, pudo
causar uno de los accidentes más costosos. Debido al movimiento de la embarcación
chocaron unos con otros, se quebraron los frascos y explotaron las sustancias,
provocando un fuerte incendio. Poco faltó para que se extendiera por toda la
nave si no hubiera sido por la tripulación y pasajeros que sofocaron el
incendio.
Cabe mencionar que
en alta mar no podían prepararse los remedios cuando existía mal tiempo, porque
las hornillas podían provocar un incendio. Si en tierra se extremaban
precauciones, en alta mar debían duplicarse.
En la ciudad de
México también se registraron graves incendios ocasionados por sustancias
inflamables en los obradores de las boticas. En el de la esquina de la calle de
la Palma el boticario mezcló ácidos sulfúricos y nitrosos, provocando una
explosión que causó daños a las casas inmediatas y se propagó con gran rapidez.
En ocasiones los vecinos intentaron vivir alejados de las boticas, pero su
situación económica no se los permitía (Castorena y Ursúa, op. cit.: 227).
Difusión de los
remedios
Uno de los
tratados más conocidos fue el Tesoro de Medicinas para curar
diversas enfermedades escrito por el padre Gregorio López. Sus anotaciones
sobre las cualidades de las hierbas simples y la elaboración de recetas que
curaban desde el más simple hasta el más complicado dolor, se difundieron al
público en general (López, 1990).
Entre las
publicaciones que circulaban en la ciudad de México, y que contribuyeron a dar
a conocer este tipo de noticias, fue la Gaceta de México, dirigida
por Castorena y Ursúa. Las recetas aparecían con las cantidades necesarias de
los ingredientes y el modo de prepararlas. Por ese medio se divulgó la
importante noticia de los usos de la hierba tlanchinole “tan
provechosa y eficaz para los que adolecen del galio, que al término de 24 horas
quedan perfectamente buenos los que necesitan de una muy larga y costosa
curación” (Castorena y Ursúa, ibid., t. I: 127).
En la misma
publicación se mencionó que en Zinacantepec, debajo de las piedras del terreno
se criaba una especie de alacranes pequeños que, “dispuestos y administrados en
la forma que allí se estila para el dolor de costado”, tenían tal virtud que en
breves horas sanaba el enfermo. Así, se sugirió que surtieran de dichos útiles
animales a las boticas de México para que de inmediato se aplicase a los
enfermos (ibidem).
También se tuvo noticia
de dos recetas, aprobadas por el doctor Marcos Salgado y por el Real Tribunal
del Protomedicato, en una se daban a conocer “las virtudes de dos apreciables
piedras”, la de Gaspar Antón y la cuadrada, en otra destacaban la importancia
de la pepita de covalonga, semilla muy amarga que se emplea como sucedáneo de
la quinina (ibid.: 255).
El médico José de
la Peña y Flores dio a conocer las propiedades del Arcano, conocido
como Licor Alkahest, recomendado para todo género de fiebres
aunque fueran malignas, y se puso a disposición del público en las boticas de
mayor prestigio (ibid., t. 111: 915).
En el Compendio
Medicinal de Francisco Capello, se transcribieron remedios para la
peste, males contagiosos y epidemias, con las fórmulas y la manera de prepararse
en casa, eran: antídotos, preservativos y curativos para dichos males (ibid.: 937).
La Universal Medicina del presbítero mexicano Tomás de Luna
fue un éxito, su investigación duró más de 10 años, al elaborar un eficaz
antídoto para cualquier enfermedad. Se proporcionaban las cantidades exactas de
los ingredientes, la manera de elaborarla y la dosis.
Cada boticario
debía poseer un ejemplar de la obra Pharmacia Galénica y Chímica donde
se recomendaban recetas para los males más frecuentes. En esta obra se les
indicó a los boticarios que “grandes son los errores que produce la ignorancia
o la pasión” (AGN, Reales Cédulas, 1789, v. 142, núm. 59).
Los pasajes más
concurridos del libro eran utilizados para proporcionar información a los
habitantes de la ciudad de México acerca de las propiedades o las desventajas
de los medicamentos. En aquella época fue cuando el Protomedicato comunicó “el
lastimoso estrago que se experimenta por el uso de la mistela, en la presente epidemia del
matlazáhuatl” debido a que al momento de prepararla se adulteraba con
aguardientes corrientes, causando resultados nefastos. Tal suceso provocó que
algunas personas se entregaran desenfrenadamente a la embriaguez, por lo que se
prohibió emplear aguardientes de cualquier procedencia (Castorena y
Ursúa, op. cit.: 915).
En ocasiones los
boticarios recetaban remedios inverosímiles. La muerte del médico Francisco
Carlos Galán fue un lamentable suceso, ya que su notoriedad se debió al uso del
pulque blanco como medicamento para controlar la diarrea. La aceptación del
público fue explicable, pues se conseguía fácilmente y se creía que sanaba
enfermedades incurables sin tener que recurrir a la botica. La medida resultó
contraproducente porque al consumirlo los niños se hicieron adictos a la bebida
blanca (ibid.: 910).
Asimismo, los
polvos de lac terrae o elixir vitae elaborados
por Jerónimo de Charamonte tuvieron gran aceptación. Eran sumamente eficaces
para curar todo tipo de enfermedades, incluso aquellas que eran consideradas
crónicas.
Cuando los
remedios ya no producían los resultados esperados, recomendaban a los enfermos
que se dieran unos baños en las aguas termales del Peñón (AGN, Alcaldes
Mayores, 1776, v. 11, ff. 397). Si el caso era complicado, se aconsejaba rezar
la novena de san Liborio, considerado abogado especial contra el mal de piedra
en la orina, dolor de quijada o nefrítico. La de san Jorge fue muy eficaz
contra las mordeduras y picaduras de animales ponzoñosos (Castorena y
Ursúa, ibid.: 993).
Distribución y
utensilios de una botica. Siglos XVIII-XIX
El desorden y las
irregularidades no caracterizaban la apariencia de la gran mayoría de las
boticas. Así, en 1725 imperaban el orden y la higiene en la botica de la
esquina del Arco. En grandes cajas doradas con aldabones guardaban frascos
castellanos que conservaban la “frescura” de los ingredientes, las semillas se
encontraban en 80 botes azules semilleros de loza fina de Puebla y en 120 botes
de losa de la tierra. Los anaqueles albergaban un tibor de China grande, cinco
urnas de loza de Puebla, medio ciento de botes cordeleros, envases donde se
depositaban bebidas estimulantes, 16 botes para ungüentos, un alambique, un
candil, una prensa, perlas brutas, lapizlázuli, granates, marfil, ojos de
cangrejo, esmeraldas, topacios, y otros elementos más.
En Toluca se encontraba una de las
boticas que concentraba sustancias y plantas procedentes de Asia, Europa y
Africa. Al morir su propietario, Francisco Marañón, su esposa enfrentó serios
problemas económicos y en 1789 fue embargada. Era común que la casa del
boticario y su morada se encontraran juntas. El espacio arquitectónico se
componía de seis cuartos que albergaban la sala, dormitorio, cocina,
caballeriza, botica y, junto, un cuarto donde se almacenaban las hierbas para
elaborar los medicamentos.6 Es importante señalar que,
en muchas ocasiones los remedios eran llamados por nombres vulgares, al ignorar
su apelativo científico, por lo que a veces resulta, difícil identificarlos.
Cabe mencionar que
eran frecuentes los incendios en las boticas. En la botica localizada en la
calle del Reloj se registró al amanecer un incendio que provocó pavor entre la
población de las calles aledañas. El toque de campanas fue inmediato, al que
acudieron los vecinos así como la guardia de palacio. Unos llegaron con
“instrumentos oportunos”, otros cargaban con dificultad recipientes llenos de
agua, que, a causa del peso, derramaban en el trayecto. El percance no pasó a
mayores, sólo el laboratorio de la botica quedó destruido y sin posibilidades
de reparación (Castorena y Ursúa, t. II: 1188).
En el siglo XVII
surgieron un sinfín de boticas y los mismos problemas anteriores se siguieron
presentando. En la misma época, la población, temerosa de los males y epidemias
que se habían suscitado anteriormente, opinaban y recetaban a partir de sus
propias creencias. Conscientes de ello, las autoridades prohibieron la venta de
medicamentos elaborados fuera de las boticas, a excepción de los que servían
para otro fin, como las esencias de flores, aceites o grasas para quemaduras
(Rodríguez de San Miguel, 1993, t. Il: 343).
Las drogas vegetales se depositaban en
los potes de mayólica,7 mismos que en el siglo XIX
fueron sustituidos por porcelanas con marbetes cédulas en latín. Abajo de los
anaqueles existían cajones rotulados donde se depositaban los medicamentos.
Había una o varias mesas como mostrador que, para ser atractivo, se adornaba
con jarrones de porcelana o cristal, recipientes con agua de colores, balanzas,
pesas, trituradores y otros objetos. En la botica se colocaban las reservas,
frascos con aceites medicinales y potes con hierbas o pomadas. En el obrador
había un alambique, retorta, morteros y prensas. Los braseros y el lavadero no
faltaban. Cada botica fabricaba sus medicamentos oficiales y galénicos.
Minerales, plantas
y drogas
Los medicamentos
simples fueron utilizados por la población para otros fines y los vendían en
tiendas públicas. Muchos de ellos se utilizaban como cosméticos y se les daba
uso de perfumería, eran muy solicitados: la crema de cacao con colorante,
esencias de jazmines y rosas, los polvos faciales con aroma de claveles y el
antimonio empleado para ennegrecer las cejas.
Como colorante se
usaba el tintero del Medio Oriente, el jengibre como estimulante carminativo y
el cardenillo, especie de mezcla venenosa que servía para eliminar los animales
caseros. La piedra calamita era una especie de imán o brújula y como pegamento
se usaba la resina del árbol gutagamba. Entre otros productos a la venta
estaban el estiércol de cabras, aguarrás, aceite de linaza, piedra alumbre,
amoniaco, agua clorurada, cataplasma emoliente, polvos ácidos, tintura acuosa
de opio para dolores de estómago y jarabe de morfina (Cooper, op. cit., t.
II: 620-621).
Las plantas
proporcionaban una innumerable variedad de esencias utilizadas en licores,
aceites, gomas y resinas. Los bálsamos se utilizaron para sanar heridas, además
de poseer un excelente olor, al igual que el liquidámbar. El copal se utilizó
para los sahumerios, el aceite del acetol para emplastos, la zarzaparrilla para
mil achaques y el hachís como narcótico (Acosta, 1962: 189-191). Los metales
fueron elementos imprescindibles; se decía que habían sido creados para la
medicina por medio de la sabiduría de Dios.
Las recetas
Para que una
receta fuera aprobada, se debía demostrar su utilidad con enfermos de ambos
sexos y con los mismos malestares. Con este fin en el Hospital General Real de
San Andrés se reunían médicos, cirujanos, practicantes y boticarios con el
objeto de aprender y enseñar la elaboración de las diferentes recetas. Éstas
eran administradas ante dichas autoridades a los enfermos para mostrar su
efectividad. El ejemplo más claro lo encontramos en la enfermedad lué
venérea:
La receta para el sudor se elaboraba de la siguiente manera: dos cuartillas
de pulque, una onza de rosa de Castilla, dos onzas de raíz colorada de maguey y
dos onzas de carne de víbora. El modo de preparación era muy singular. Se
hervían los ingredientes hasta que quedara un cuartiflo. Se colaba y añadían
dos onzas de azúcar. Ya tibio se le administraba al enfermo por la mañana, al
mismo tiempo que se le untaban las piernas con sebo y sal, un día si y otro no.
Al final el enfermo ingería una purga magistral.
La siguiente etapa se llamaba de
recuperación o “ayuda de agua”. Era necesario hervir dos tazas de agua, cuatro
cogollos de caucho8 y un “tantito” de anís. En
este cocimiento se agregaba el peso de tres reales de polvos, los que se hacían
con el peso de la hierba llamada coyolillo o carne de doncella y la raíz
llamada calabacín cimarrona o de coyote. La carne de doncella se identificaba
por ser una vara colorada con hojas a manera de oreja. Se cocía con una flor
parecida a la del durazno y una raíz parecida a la papa. Después se hacía
orejón para que no se pudriese.
Para elaborar la infusión, se empleaban dos libras de zarzaparrilla bien
machacada, mismas que se ponían en 32 cuartillas de agua por espacio de tres
días. Posteriormente se ponían a cocer dos libras de raíz seca de caucho de
goma de limón, dos onzas de copal de Campeche e incienso de Castilla. Se ponía
a hervir hasta que quedaban 18 cuartillos, mismos que se administraban tibios y
en ayunas durante 18 días.
Para preparar la receta conocida como los vapores para el dolor de
huesos, era necesario realizar los siguientes pasos: se ponía a cocer en agua,
salvia, romero y manzanilla. Ya frío, se rociaban los ladrillos que estaban al
“rojo vivo” produciendo vapores. Después limpiaban el sudor a los enfermos y se
les untaba en todo el cuerpo el aceite de cachorros.
Para los efectos secundarios, era necesario preparar una tortilla de
huevos con cebolla y yerbabuena, misma que le era aplicada al enfermo en el
ombligo. Posteriormente se le untaba en la barriga un huevo de agripa de Altea,
aceite de yerbabuena y membrillos.
Para bañarse el enfermo se debían
seguir las siguientes recomendaciones: en el baño bebería un vaso de suero
endulzado con jarabe de manzanilla y unas gotas de nitro. Simultáneamente por
espacio de ocho días tomaba el suero a las 10 del día y a las cinco de la
tarde, endulzado en la misma conformidad.9
Al concluir este
experimento no se anotó la efectividad que había tenido en los enfermos.
La correspondencia
de María Magdalena Dávalos y Orozco, condesa de Miravalle, ofrece recetas que
practicaba con sus familiares y amigos. En un cuaderno reunió varias recetas
donde se encuentran sinfín de preparados caseros para cualquier malestar. Por
ejemplo, para calmar los nervios recomendaba que se le echara al agua que
utilizaría para bañarse ciertas sustancias como el alcohol etílico, aceite de
almendras y polvo de víbora, al que añadía una dosis de plumas y papel
desmenuzado (Couturier, 1993: 353-354).
Así fue frecuente
este tipo de recetas caseras que se recomendaban entre conocidos. En muchos
casos la población prefirió a dichas personas que acudir al médico o al
boticario.
El siglo XIX
En el siglo XIX se
proyectó establecer una botica, para ello se requería de una inversión
cuantiosa, que ascendería, por lo menos, a 20 mil pesos, en la forma siguiente:
Utensilios y sustancias |
Pesos |
Efectos
simples de Europa |
10 000 |
Efectos
de la Nueva España – Armazón
de botica y rebotica |
4 000 2 000 |
Muebles
de almacen y botes de barro grandes y medianos |
200 |
Valencianas
y peroles de vidrio de Puebla |
200 |
Frascos
de cristal de 4,2,1 y medias libras y de 4 onzas Comprados
en España |
300 |
Alambiques,
peroles y almireces |
2 000 |
Romana,
balanzas grandes y pequeñas con sus correspondientes pesas |
200 |
Hornillas,
hornos y presas |
400 |
Utensilios
como ollas grandes de barro o barriles para cocimientos, Alambiques
pequeños de estaño y plomo, piedras de preparar, morteros de Mármol
y de vidrio, retortas, recipientes, matraces y otras menudencias. |
700 |
Con esta inversión
se intentó ofrecer un servicio extensivo a las boticas del reino y público en
general, con el fin de abastecer y elaborar recetas.
Se estableció una
relación comercial con Cádiz y Barcelona para el abastecimiento de drogas,
donde se conseguían más baratas y de mejor calidad. Por esta razón, se
adquirían en Bayona las que provenían de Levante. También se establecieron
contactos con América del Sur. De Guayaquil llegaba la quina que alcanzaba la
onza un valor entre 8 o 9 pesos, pero en Veracruz costaba hasta 12 pesos. De
Guanuco provenía la manteca de cacao y de Campeche llegaba el aceite de palo.
De Manila se traía el alcanfor, ruibarbo de China, almizcle, nueces moscadas,
clavo y canela. De Guatemala llegaban las pepitas de bálsamo para hacer el del
Obispo, la sal amoniaca y la laca.
Asimismo, de La
Habana venía la hipecaquana y del Perú el bálsamo rubio. La serpentaria y palo
sasafrás provenían de San Antonio de Béjar, en las provincias internas o en
Nueva Orleáns.
Se recomendó que
el profesor de botica debía poseer conocimientos farmacéuticos en botánica y en
historia natural, para impedir así que por su ignorancia el paciente adquiriera
adulterados los productos y a un mayor precio. Según las autoridades del Protomedicato
era imposible encontrar en la Nueva España a un hombre con esas cualidades. Por
esta razón se convino que de España enviaran al boticario mayor, pero no de
cualquier ciudad, sino específicamente de Madrid. El boticario mayor recibiría
3 mil pesos y su ayudante 2 mil. Los tres mozos que eran necesarios en el
obrador para moler, destilar y ayudar podrían ganar 214 pesos (Muriel, 1990:
380-390).
Es importante
anotar que en los hospitales de San Carlos de Veracruz, San Andrés de México y
San Pedro de Puebla, se demostró un verdadero interés por los estudios de
botánica y química para innovar los sistemas farmacéuticos. En esta labor
trabajaron con gran entusiasmo tanto españoles como novohispanos (ibid.: 387,
388).
No obstante que
los precios aumentaron no cambió la atención al público. La situación de orden
e higiene de boticas y boticarios continuó siendo la misma. En 1806 al
solicitar el permiso para establecer una botica en una accesoria en la calle de
Mesones, junto al célebre mesón del Chino, se presentó Antonio Rodríguez y
Velasco regidor perpetuo y un escribano, quienes opinaron que el lugar estaba:
En términos regulares para el efecto
pretendido por ser una accesoria con bastante altitud, pero cuenta con
hornillas y braseros que necesita para el laborio de las medicinas. Las que
faltan se construirán en un corralito que cae al patio de la casa inmediata e
igualmente manifestó que ni remotamente se debe temer un incendio.10
A pesar de no
reunir los requisitos se autorizó el establecimiento de la botica y se dijo que
con el tiempo se podían remediar los inconvenientes.
Con respecto a los
precios, éstos variaban de una botica a otra. Las continuas quejas de la
población fueron tomadas en cuenta y se implantaron tarifas razonables. Pero
los boticarios expusieron que los productos eran adquiridos a diferentes
personas y el costo de las recetas variaba según las materias empleadas, el
proveedor y el tiempo de elaboración de las recetas.
Las visitas
realizadas por las autoridades eran periódicas. En ese tiempo las autoridades
se presentaban en horas que nadie imaginaba, por lo que era extraño encontrar
una botica en orden. Al inspeccionar la botica de Vicente Zamora se descubrió
que las medicinas estaban caducas, por lo que se ordenó su destrucción
arrojándolas al canal más cercano. La botica fue clausurada decomisándole las
llaves hasta que adquiriera drogas en buen estado (Cooper, op. cit.: 45).
Al año siguiente, la botica localizada
en la plazuela de San Juan de Dios fue clausurada. Las medicinas ya no servían
y era una niña quien preparaba las recetas. Lo más curioso fue la ausencia del
propietario y del boticario. Al presentarse las autoridades, la niña a gritos
avisó: “aquí están unos señores en coche. De repente salió de las piezas de
adentro José Joaquín Villegas, maestro y administrador de la botica, quien los
corrió con cajas destempladas”.11
Antes de
retirarse, las autoridades advirtieron su regreso, y de inmediato el
propietario adquirió nuevos productos para que no clausuraran la botica.
Una de las obligaciones del
Protomedicato era tener vigente una lista impresa de los profesores públicos de
medicina, cirugía, farmacia y flebotomía, con su domicilio. Esta información se
fijaría en cartelones en el lugar más concurrido de los cuarteles mayores y
menores de la ciudad. Aquí se anotarían los turnos de cada una de las boticas,
así como las que estarían de guardia en la noche para aquellas personas que
necesitaran de sus servicios, por lo cual se cobraría el doble del costo de la
receta, no obstante si por algún motivo el boticario negaba sus servicios, se
le aplicaría una multa o clausurarían su comercio.12
Al suprimiese el Protomedicato en 1841,
el gobierno formó un organismo similar con el nombre de Facultad Médica del
Distrito Federal, compuesta por ocho profesores médico-cirujanos y cuatro
farmacéuticos.13 Una de las primeras
disposiciones fue la de actualizar la lista de los facultativos de medicina,
cirugía, farmacia y flebotomía. Se exigió por primera vez a los médicos que en
la receta debían anotar su nombre, domicilio y firma. Con la omisión de alguno
de estos datos, no se despacharía en ninguna botica “aunque se estuviera
muriendo el enfermo”.
Las medicinas
procedentes de otros países debían autorizarse por farmacéuticos reconocidos en
la disciplina. Dichos trámites se agilizarían para que no quedaran en la
aduana, expuestas a las inclemencias del tiempo y se echaran a perder. Su venta
sería exclusivamente en almacenes o casas de comercio autorizadas por el
gobierno (Rodríguez de San Miguel, op. cit., t. II: 1835).
En esta época,
Guillermo Prieto hizo una de las descripciones más acertadas de las boticas:
“eran sucias y fétidas. No faltaba su almirez enorme ni su amoldador de píldoras.
El botamen -conjunto de botes de farmacia- y los útiles eran de mala clase y no
se tuvo ideas de verdaderas mejoras sino hasta después de 1840” (Prieto, 1969:
220, 221).
El mismo autor
menciona que algunas boticas acostumbraban regalar medicamentos a los pobres,
mientras daban el toque de ánimas -ocho de la noche-: entonces eran los pedidos
de ungüento amarillo para un grano, agua cefálica para las muelas, tripa de
judas, aquilón gamado, cuernillo para alumbramiento, cuerno de cuervo y flor de
granado. El boticario regalaba trocitos de azúcar, tamarindos y mustela a los
niños y a las muchachas bonitas. Se decía que el boticario era al médico lo que
el tinterillo al licenciado (ibidem).
Prieto menciona
que siempre la vieja y el curandero ejercieron la profesión de boticarios bajo
la protección y la advocación de los santos milagrosos. Ellos preparaban
medicamentos contra las enfermedades ocultas, las famosas habas de san Ignacio,
el atole del padre Verdugo, las pepitas para la solitaria y hierbas exquisitas
para la orina, entuerto, cáncer y mal del corazón (ibid.: 217).
Después de 1859
aumentó el número de farmacéuticos extranjeros que llegaron a la República
mexicana intentando ejercer su profesión. Para llevar un control, las
autoridades prohibieron que surtieran recetas de “muchos extranjeros que
practican sin revalidar sus títulos”. Cabe mencionar que en ese tiempo la
palabra charlatán se asociaba con la de extranjero (Ortiz Monasterio, 1993:
316).
Se estableció en un reglamento ejercer
su facultad si aprobaban dos exámenes: el de castellano y el de su profesión.14 Al aprobarlos abrían un
expediente donde se anotaba el país de origen, edad, estatura, color de pelo,
ojos, nariz, boca, barba y estado civil.
Así lo hizo el francés Gregorio Bonaix,15 y los miembros de la
familia Grisi -de origen italiano- que primero establecieron una botica y
después un laboratorio, donde nació la idea de elaborar jabones con plantas y
frutas exóticas. Ellos descubrieron la fórmula de la manzanilla que fue y ha
sido un éxito para aclarar el cabello. En ese año, Juan Torres y compañía
solicitó a las autoridades sanitarias el permiso para establecer en los bajos
del hotel Jardín una botica donde se vendería exclusivamente la Tifolina embotellada.16
La elaboración de medicamentos fue
creciendo. Pascual, médico homeópata con estudios sobre la flora mexicana,
descubrió una planta que curaba la tuberculosis incluso hasta en segundo
periodo y otras afecciones de las vías respiratorias. Con esta planta se
elaboraron dos remedios: un Jarabe Vegetal popularizado como
rey de los pectorales y las Gotas de la Vida. El primero era
un extracto acuoso de una planta, disuelto en vino y endulzado con azúcar.
Antes de que se pusiera a la venta se experimentó con ratones y perros sin que
presentaran síntomas que arriesgaran su vida. El Código Sanitario autorizó la
venta de estos productos bajo la responsabilidad de los mismos establecimientos
donde se venderían.17
A principios del
presente siglo, el Código Sanitario inició formalmente el cambio de nombre: de
botica por el de farmacia. Con el crecimiento de la población, proliferaron a
lo ancho y largo de la República mexicana. Cada estado, pueblo o colonia
habitacional contaba con varias farmacias y con nombres de santos: San Isidro,
San Juan de Dios, San Antonio, San José, Santa Ana, etc. Quizá para reforzar el
efecto de las medicinas y la confianza del cliente.
En la actualidad,
aún existen farmacias con este tipo de nombre, pero la modernidad los está
remplazando por otros que no tienen nada que ver con lo que venden. Muchas de
ellas se han integrado a grandes centros comerciales y han llegado a ser un
departamento más. Hoy en día, las medicinas son elaboradas en laboratorios
-casi todos de origen extranjero-, aunque todavía existen farmacias de primera
clase que han conservado las funciones de preparar recetas y vender materias
primas.
Bibliografía
AGN: Archivo
General de la Nación.
AHCM: Archivo Histórico de la Ciudad de México.
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de la edición facsimilar de México, Grupo Condumex, S.A. de C.V, 1986.
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Couturier, Edith,
“Una viuda aristocrática en la Nueva España del siglo XVIII, la condesa de
Miravalle”, en Historia mexicana 163, México, El Colegio de
México, 1993.
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epidemias en México, 2 vols., México, IMSS, 1982.
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en José Losana Méndez, La sanidad en la época del descubrimiento de
América, Madrid, Ediciones Cátedra, 1994.
Muriel,
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Ortiz Monasterio,
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Prieto,
Guillermo, Memorias de mis tiempos, México, Editorial Patria,
1969.
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Rodríguez de San
Miguel, Juan N., Pandectas Hispano-Megicanas, México,
UNAM, 1993.
Sobre la autora
María del Carmen Reyna
Dirección de Estudios Históricos, INAH.
Citas
1.
Archivo Histórico
de la Ciudad de México, en adelante AHCM, Actas de Cabildo, 14 y 18 de julio de
1533.
2.
Archivo General de
la Nación, en adelante AGN, Tierras, 1565, v. 1965, exp. 21. Joachin Sánchez
Rodríguez maestro de farmacopea con botica pública en la ciudad y puerto de
Campeche pidió que el Cabildo Justicia y Regimiento de Campeche le devolvieran
los costos de la visita a su botica.
3.
AHCM, 1776, v.
3255, Exp. 1. Expediente formado a virtud de proposición de un señor capitular
de esta N.C. sobre que se ponga tarifa o arancel a los boticarios en los
medicamentos o drogas que expenden y se corte el abuso introducido que
vulgarmente llaman quid pro quo.
4.
El azafrán tiene
propiedades medicinales. Se usa como estimulante, condimento, para teñir
dulces, licores y emenagogo. También estimula la producción o flujo menstrual.
5.
AGN, Reales
Cédulas, 1746, v. 66, ff. 90 bis. Memoria de géneros para la botica del Rey
Nuestro Señor que se crean en México, provincias e islas circunvecinas a él.
6.
En el inventario
se encontraron las siguientes sustancias: gomas de alcanfor, de Arabia,
almáciga, mirra y otras más. Semillas de apio, cominos, membrillo, melón,
rábano, espárrago, hinojos, amapola, adormidera, lechuga, eneldo, verdolaga,
culantro, cártamo, hijo del sol y diente de jabalí preparado. Tenían en
existencia esperma de ballena, azúcar rosada, jabón de España, vulneraria de
Génova, polvos de raíz, pulpa de tamarindo, semilla de cebolla, acero
preparado, esponjas, cremor tártaro, chochos, flor de amapola de España, flor
de romero, hierva dulce, borraja, violeta castellana, té de China, raíz de
chicoria amarga, piedra imán, ajenjo, bellotas y manzanilla. También se vendían
productos inverosímiles: estiércol de lobo, víbora, testículos de castor, uña
de la gran bestia, lombrices secas, carne humana, polvo simpático, flor de
amapola de España, pepitas de zopilote y lengua de siervo. AGN, tierras, 1789,
v. 2677, exp. 3, Concurso de acreedores formado a los bienes de Francisco
Marañón vecino de Toluca.
7.
Los postes eran
vasos altos y la mayólica una loza fabricada por los árabes.
8.
Arbusto. Sus
hojas, flores, frutos y corteza tienen uso medicinal.
9.
AGN, Bienes
Nacionales, 1791, leg. 593, exp. 22. Testimonio del expediente formado sobre la
curación del gálico manifestado por don Nicolás de viana alias el Beato con el
método de los sudores y lavativas de begonia de las juntas que hubo en el
Hospital General Real de San Andrés.
10. AHCM, 1806, V. 3255, exp. 8, 1806. Expediente
de vista de ojos para poner botica en la calle de Mesones.
11. AHCM, 1813, v. 3255, exp. 9. 1813. Quejas de
los Protomedicatos D. José Ignacio García, José de Gracida y Bernardo y Manuel
José de Flores por haberles faltado el respeto.
12. AHCM, 1821, v. 3255, exp. 12. Manifestación
del doctor Joaquín Guerra a la Junta de Sanidad sobre los medios oportunos para
precaver los errores que se cometen en la administración de medicinas.
13. AHCM, 1814, v. 3255, exp. 10. “Varios
profesores de farmacia sobre que habiéndose extinguido el Tribunal del
Protomedicato se encargue este Ayuntamiento de las visitas de las boticas por
estar muchas de ellas mal asistidas.”
14. AHCM, 1827, v. 3255, exp. 15. Proposición del
Protomedicato sobre que no se permita a los facultativos extranjeros ejercer su
facultad sin previo permiso.
15. AHCM, 1835, v. 3255, exp. 16. Bando que
contiene varias disposiciones para cortar los abusos de los facultativos de
medicina, cirugía, farmacia, etcétera.
16. AHCM, 1903, v. 1350, exp. 50. 1903. Juan
Torres y Compañía, Expendio de tifolina en los bajos del hotel Jardín.
17. AHCM, 1097, v. 1349, exp. 1. Pascual G.
Molina pide permiso para expender dos medicinas en boticas y droguerías.
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