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Un claustro cerrado en el México liberal: el
establecimiento del Convento de Capuchinas de Zamora, 1886-1914
El artículo analiza los mecanismos que
permitieron el establecimiento del Convento del Sagrado Corazón de Jesús de
Capuchinas de Zamora, Michoacán, entre 1886 y 1914. Se argumenta que su
fundación fue posible al conjugar tres elementos: la iniciativa y la vocación
de las monjas; el apoyo episcopal y clerical a la fundación; y el patrocinio y
apoyo de la elite católica local. Se muestra que en el marco de una legislación
anticlerical, las monjas expresaban la pertinencia de la vida de clausura en el
México liberal al tiempo que reivindicaban su derecho a ejercer la fe con base
en su libertad individual.
INTRODUCCIÓN
El objetivo del artículo es analizar los
mecanismos que permitieron el establecimiento del Convento de Capuchinas del
Sagrado Corazón de Jesús de Zamora, fundado por Sor Isabel Godínez en 1886, a pesar
de que las Leyes de Reforma —incorporadas a la constitución por el presidente
Sebastián Lerdo de Tejada en 1873—, prohibían la clausura religiosa. A partir
de la reconstrucción de la vida en y alrededor del convento, este artículo
quiere contribuir al estudio de la (re)organización de los conventos de
clausura en México durante el porfiriato, reconstruyendo las redes que lo
hicieron posible y la vida espiritual de las monjas hasta su exclaustración
revolucionaria, un aspecto soslayado por la historiografía en buena medida
debido al difícil acceso a las fuentes pertinentes. El trabajo se enfoca en dos
elementos: por un lado, en el interés y los esfuerzos compartidos por la
fundadora Sor Isabel Godínez, la elite local, el obispo José María Cázares y el
clero diocesano por establecer y mantener un convento de clausura en la ciudad
episcopal; por el otro, en reconstruir la rutina y las prácticas devocionales
de las monjas que eligieron la clausura capuchina en Zamora como opción vital
entre 1886 y 1914.
El 12 de julio de 1859, el presidente Benito
Juárez decretó la nacionalización de los bienes eclesiásticos a favor de la
nación; además, prohibió la profesión de novicias y clausuró los noviciados. El
5 de febrero de 1861 se decretó la reducción de los conventos femeninos, lo
cual produjo la supresión de algunos de ellos y la aglomeración de monjas de
distintas órdenes en recintos de varias órdenes a través de la refundición de
las comunidades religiosas. Cuando en febrero de 1863 éstas se prohibieron, las
monjas enfrentaron la primera exclaustración practicada en el país. 1 La historiografía
coincide en subrayar el impacto que esta medida produjo en los conventos
femeninos: las dominicas de Santa Catarina de México, por ejemplo, vivieron
largos periodos de inestabilidad desde entonces y hasta la primera década del
siglo XX, entrando y saliendo de la clausura; en Guadalajara, las también predicadoras
de Santa María de Gracia enfrentaron la expulsión y la destrucción de su
convento. A partir de 1863, las monjas vivieron no solo la exclaustración, sino
la disminución paulatina de sus comunidades hasta llegar en muchos casos a la
extinción y la pérdida de sus inmuebles; incluso pudieron constatar la
extinción del complejo mundo de dependientes que vivían en torno a los
conventos, proceso asaz doloroso para las monjas y sus familias. 2
Durante el gobierno de Porfirio Díaz, las
religiosas —como el conjunto de los actores eclesiásticos—, aprovecharon las
condiciones de conciliación del régimen para reagruparse y restaurar hasta donde
era posible la vida común. A partir de la república restaurada se privilegió el
establecimiento de congregaciones de vida activa, lo cual respondió al esfuerzo
impulsado por Roma y el episcopado mexicano por crear comunidades que
participaran directamente en la esfera pública a través de su labor como
maestras o enfermeras. Entre ellas destacaron las Concepcionistas de Jacona, en
la diócesis de Zamora, establecidas en 1878 por el párroco Antonio Plancarte
Labastida. 3
El esfuerzo por restaurar y renovar la vida
religiosa no se limitó a las congregaciones de carisma activo; las monjas de
clausura emprendieron también la reconstrucción de sus comunidades. Las
dominicas de Guadalajara se reagruparon en el antiguo convento de Santa María
de Gracia en 1884, y en una década recibieron más de 10 vocaciones de diversas
poblaciones de Jalisco y Zacatecas. 4 En Santa Mónica de
Puebla las profesas volvieron al claustro en 1892, a pesar de que la comunidad
estaba conformada solo por siete monjas “ancianas y muy enfermas”. 5 Estos ejemplos
muestran el patrón general de restauración: las monjas volvieron a la clausura
durante el porfiriato y fomentaron el crecimiento de sus conventos con nuevas
vocaciones. Algo similar ocurrió entre las capuchinas. En Guadalajara la
comunidad se reagrupó: tenía 17 religiosas en 1893; 6 en Lagos
permanecieron en su antiguo convento bajo supervisión de las autoridades
clericales. 7 Así, la familia
franciscana aprovechó la paz porfiriana para establecer nuevas fundaciones, por
ejemplo, el Protomonasterio de Capuchinas Sacramentarias del Señor San José se
fundó en México en 1879, y el convento de capuchinas de Aguascalientes surgió en
1928, después de esfuerzos que pueden remontarse a principios de siglo. 8 En conjunto, estas
fundaciones conjugaban el apoyo de los católicos locales y de las clerecías
diocesanas con una decidida vocación religiosa de las capuchinas y su interés
en incrementar sus comunidades y realizar nuevas fundaciones.
¿Cuáles eran las razones para fundar un
convento de clausura en el México liberal? Las monjas compartían la seguridad
de que la clausura, la penitencia y la oración eran un sacrificio necesario
para el bien de la sociedad, muy pertinentes ante las condiciones sociales y
políticas del país. Visto así, el claustro fue una opción radical de
experiencia religiosa individual, vivido por las mujeres como un servicio a
Dios, a la Iglesia y a la comunidad. De hecho, las vocaciones decimonónicas
difieren de las surgidas en el Antiguo Régimen: más que huir del mundo, las
monjas de las últimas décadas del siglo XIX querían actuar en el mundo desde el
claustro, haciéndose presentes en la sociedad a través del ejemplo constante de
la virtud y el sacrificio. 9 Por ello dejaron
constancia de una cotidianeidad regida por la oración y la penitencia,
expresando una vocación religiosa asumida plena y libremente a pesar de que en
México su práctica las ponía al margen de la ley. Como ha observado Cynthia
Folquer, la clausura era un ámbito privilegiado para que las mujeres pudieran
construir un “paisaje interior” a través del cual emprendían un viaje hacia sí
mismas en solitaria búsqueda de Dios —y sin embargo, comunitaria—, incluso en un
contexto abiertamente hostil; a partir de su propia experiencia, dialogaban con
el mundo haciendo evidente a la comunidad su activo papel como creyentes. 10
A la luz de estos aportes, este artículo
argumenta que la fundación en 1886 del Convento de Capuchinas del Sagrado
Corazón de Jesús de Zamora, fue posible al conjugar tres elementos: la
iniciativa y la vocación religiosa femenina —germen de los nuevos conventos del
porfiriato—; el apoyo clerical y episcopal a la vida de clausura; y el
patrocinio, cobijo y apoyo de la elite católica local. En aquella ciudad
michoacana, la unión de estos tres elementos permitió no solo la fundación del
convento en 1886, sino su pervivencia hasta 1914 cuando las religiosas fueron
expulsadas de su convento e iniciaron un largo periodo de exclaustración que
solo culminaría la década siguiente. Este modelo fue retomado por la fundadora,
Sor Isabel Godínez de su experiencia en Guadalajara, cuando enfrentó la
exclaustración con su comunidad. Asimismo, garantizó la existencia de monjas de
clausura en la diócesis, un ideal importante para los católicos zamoranos,
quienes creían en la importancia de mantener un espacio destinado a la
consagración de vírgenes dedicadas a la oración, la penitencia y la práctica de
las virtudes. El convento quería participar en el mundo, no huir de él. Las
capuchinas tenían una clara presencia social, a pesar de su clausura, las
profesas hicieron evidente su radical vocación religiosa y mostraron su
decisión de sostener una opción tradicional de vida a pesar de una legislación
en contra. En ese sentido, la presencia capuchina fue un proyecto compartido
por el clero, los seglares y las monjas para afirmar la práctica religiosa en
un Estado anticlerical. A través de la escritura, además, las capuchinas
experimentaron y expresaron su vocación religiosa en constante diálogo consigo
mismas y con su contexto, a través de la práctica de los consejos de varios
clérigos que las visitaban frecuentemente.
En suma, el artículo argumenta que a través
de su experiencia vital las monjas subrayaban, a pesar de su alejamiento del
mundo, la pertinencia de la vida de clausura, al tiempo que reivindicaban su
derecho a ejercer la fe con base en su libertad individual y más, el de elegir
libremente su propia vocación. Entre 1886 y 1914, las capuchinas de Zamora se
esforzaron por mantener la clausura en un escenario adverso y por desarrollar
una intensa vida espiritual guiada por el clero diocesano. Al hacerlo,
expresaron su profunda vocación personal, encauzaron su práctica religiosa a
través de la clausura y actualizaron en el México contemporáneo la regla de
Santa Clara como una opción no solo posible, sino válida y fecunda para las
mujeres del porfiriato.
El artículo está dividido en dos apartados.
En el primero reconstruyo el proceso de fundación del Convento, subrayando los
esfuerzos de las religiosas, del clero diocesano y de la elite local para abrir
y sostener a las capuchinas en Zamora entre 1886 y 1914. Aquí hago énfasis, en
la experiencia del convento de Guadalajara —de donde partió la fundadora de
Zamora—, así como en las redes que cobijaron el convento hasta la
exclaustración constitucionalista y en el papel de la fundadora, Sor Isabel
Godínez. En el segundo apartado, reconstruyo hasta donde es posible, la
cotidianeidad de la clausura. Además de las fuentes recopiladas en el Archivo
Histórico del Arzobispado de Guadalajara y las fuentes impresas, el trabajo
aprovecha los materiales del Archivo Particular del Convento de Capuchinas del
Sagrado Corazón de Jesús de Zamora. Sirva esta acotación para agradecer a Sor
Verónica Loa Quintero y a la comunidad, la perenne disponibilidad para abrir su
rica y valiosa documentación a la consulta histórica.
La
fundación y el sostenimiento del convento
El Convento de Capuchinas del Sagrado Corazón
de Jesús de Zamora fue fundado por Sor María Isabel Godínez en 1886, gracias al
interés compartido de la capuchina, del obispo José María Cázares y de la elite
local, interesados en tener un convento de clausura en el obispado fundado en
1863. La temprana memoria del convento se conservó gracias a una biografía de
Sor Isabel, publicada en una edición de escasa circulación fechada en 1906. 11 A partir de ella es
posible reconstruir los mecanismos que permitieron su fundación, así como los
acuerdos para la instauración de la clausura en Zamora. Como veremos, el primer
paso fue el contacto entre Sor Isabel Godínez, profesa en el convento de
Guadalajara y el obispo José María Cázares. 12
En términos generales, la gestión episcopal
de aquel mitrado estuvo marcada por la construcción de estructuras diocesanas
que dieran base institucional e incluso material al proyecto de renovación católica.
Realizó visitas pastorales, fundó el Seminario de Zamora, y entre 1880 y 1890
contribuyó a la edificación o reconstrucción de los templos del Sagrado
Corazón, de Nuestra Señora de Guadalupe, San José y San Francisco, además de
las capillas de San Felipe Neri y de Nuestra Señora de Lourdes; los demás
templos de la ciudad se redecoraron. Entre las instituciones que fundó o
rescató destacan la Casa de la Misericordia para la formación de las madres
solteras, y la renovación del hospital civil de Zamora con el nombre de
Hospital de San Vicente de Paul; en 1884 fundó el Instituto de las Hermanas de
los Pobres Siervas del Sagrado Corazón, congregación femenina que se dedicó a
la educación primaria y a la enseñanza del catecismo; también llevó a la diócesis
a los Hermanos Maristas y a las Siervas de María. 13 Como se ve, hay que
subrayar el interés del obispo Cázares por instaurar la vida regular en su
diócesis, no solo a través de la vida de clausura, sino a través de la
fundación de comunidades de vida activa dedicadas a la educación, como las
hermanas de los Pobres. A ello hay que sumar la fundación de la Congregación de
Hijas de María de Guadalupe, iniciativa del párroco de Jacona José Antonio
Plancarte y Labastida, y de la Congregación de las Hermanas Pobres y Siervas
del Sagrado Corazón, dedicadas a la vida activa a través de su dedicación a la
educación católica y la atención a los niños pobres. 14 En ese sentido, la
fundación que nos ocupa forma parte de un proceso de fortalecimiento de las
estructuras diocesanas que veía en la vida común un pilar para la renovación
del catolicismo zamorano.
La fundación del Convento del Sagrado Corazón
de Jesús ocurrió en este marco. Así, pues, hay que insistir en que un primer
elemento para la llegada de las capuchinas fue el interés del mitrado por
construir estructuras diocesanas, consolidar la práctica religiosa con una
mayor presencia material y espiritual en la urbe y aún más, fundar institutos y
congregaciones de diversos carismas en la diócesis y más en la ciudad episcopal
que atendieran las necesidades de los católicos. Después de todo, como en el
Antiguo Régimen, la fundación de un convento de clausura era necesario no solo
para el bien espiritual de la población, sino también como una muestra de honor
y prestigio para la sede diocesana. En el México contemporáneo, además, era una
muestra del vigor del catolicismo en el espacio público, como los funerales o
la ya citada construcción de templos. 15 En concreto, la
fundación de un convento de clausura contribuía al establecimiento de las
instituciones confesionales y coadyuvaría, a través del ejercicio de sus
funciones específicas, a (re)afirmar el catolicismo en la diócesis.
En este marco aparece en escena Sor María
Isabel Godínez. En febrero de 1886 José María Cázares visitó Guadalajara, y se
hospedó en la casa de los Señores Fernández y Negrete, a donde fue llamada Sor
Isabel para que cuidara a la hija enferma del matrimonio. Como es natural, el
obispo y la capuchina pudieron conocerse entonces. Según Sor José María Jesús
Josefa Arregui, “después de un rato de conversación, dijo el santo obispo, que
era la primera vez que trataba con una religiosa capuchina”. Convencido de sus
virtudes, Cázares decidió visitar el convento de Guadalajara al día siguiente;
al salir estaba impactado “de la gran modestia, mortificación y pobreza de las
religiosas”. Fue entonces cuando decidió iniciar las gestiones para fundar un
claustro capuchino en su diócesis. 16 Más allá del
carácter ejemplar de la narración, el encuentro denota dos elementos que quiero
subrayar: el interés de Cázares en establecer un convento en Zamora, y la
iniciativa compartida entre el obispo y Sor Isabel Godínez.
¿Quién era la fundadora de la comunidad
zamorana? La única descripción que conocemos es también de Arregui, casi una
hagiografía:
Fue Sor María Isabel de estatura pequeña, tez
blanquísima, ojos negros, vivos, hermosos y brillantes; en su mirada había un
no sé qué indefinible y celestial, quizás era el reflejo de su santidad; su
nariz larga, y muy afilada; labios delgados, adornados siempre de una sonrisa
jovial y amorosa; la barba aguda; las mejillas llenas y sonrosadas, el pelo
rubio, sus pies muy pequeños, y su cuerpo muy recto y ligero en sus
movimientos, su paso listo pero no precipitado, y su pisada muy suave, que las
religiosas nunca advertían su llegada, sino cuando estaba en medio de ellas. Su
voz era dulce, y tan fecunda y acertada en hablar, que se la hubiera creído de
sangre real, y al mismo tiempo tan sencilla y agradecida en expresarse, que
embelesaba a cuantos la oían. 17
Sor Isabel nació el 27 de agosto de 1840 en
Zapotlán, y fue bautizada como Agustina Godínez González. Sus padres fueron
Mariano Godínez e Inés Castellanos, quienes se trasladaron a Guadalajara a los
pocos años del nacimiento de su hija; al parecer, su infancia transcurrió sin
mayores novedades. 18 A los 14 años, en
1854, Agustina informó a sus padres su deseo de ingresar al convento de
capuchinas de Guadalajara. Lo pudo hacer hasta el 28 de agosto de 1859, debido
a que los avatares de la Reforma habían llevado a las religiosas a cerrar el
noviciado por algunos años. El canónigo Juan Camacho, confesor del convento, le
vistió el hábito. 19
El Convento de Capuchinas de la Concepción de
Guadalajara fue fundado en 1761. Según apunta Dávila Garibi, varios vecinos de
aquella ciudad habían solicitado años atrás, sin éxito, la presencia de las
capuchinas recoletas descalzas de Corpus Christi de México. En 1759 murió la
viuda de José Luis Jiménez en Guadalajara, Ana María Díaz, y por consejo de su
confesor dejó buena parte de su herencia para la fundación de un convento. El
deán Ginés Gómez de Parada, gobernador del obispado, apoyó la fundación del
convento de pobres capuchinas en la ciudad episcopal, y señaló que las
fundadoras debían trasladarse desde el convento de Lagos. El 10 de junio de
1761 el Cabildo aceptó la fundación. 20 Las madres
fundadoras salieron del Convento de Señor San José de Lagos fundado en 1756,
con cuatro religiosas llegadas a su vez de San Felipe de Jesús de la Ciudad de
México. 21
Cuando Sor María Isabel Godínez tomó el
hábito, el convento mantenía una rígida disciplina, vigilada por la abadesa Sor
María Leocadia Josefa Espinosa, hermana del arzobispo de Guadalajara Pedro
Espinosa y Dávalos. Ella gobernó el convento desde 1843 y hasta su muerte el 19
de enero de 1867, el mismo día de la exclaustración. 22 Bajo su gobierno,
Godínez hizo sus votos solemnes el 30 de agosto de 1860. Según su biógrafa, los
primeros años de Sor María Isabel en el claustro fueron de recogimiento y
oración. Incluso recibió el permiso de rezar en su celda desde las cuatro de la
mañana, además de que siempre se mostró obediente a sus superioras. En 1861 se
celebró el centenario de la fundación del convento con una gran función en su
templo. Ahí se insistió en que tenían la misma observancia que hace 100 años, y
la regla más estricta en la ciudad. 23 Según la visita del
arzobispo Pedro Espinosa y Dávalos, los primeros días de julio de 1864, la
comunidad mantenía el culto con “todo muy decente y arreglado”, además de que
en claustro “celdas, lavaderos, huerto, tapias que guardan la clausura del
monasterio, etc., etc., y todo lo demás visto y reconocido por menor, lo hallo
en el mejor orden, sin advertir cosa alguna que mereciera especial atención”. 24 En suma, la guarda
de la regla y de la disciplina era ejemplar. De nueva cuenta, más allá del
carácter apologético de estas descripciones, lo que me interesa destacar es que
Sor Isabel practicó la regla capuchina en la clausura, recibiendo el
reconocimiento de sus pares y adquiriendo un amplio conocimiento de la vida de
las capuchinas, en una tradición que puede rastrearse al menos hasta el
Convento de Capuchinas de San Juan de los Lagos. Desde 1863, por ejemplo,
estaba asignada a la ropería de blancos del convento. 25
En 1864, sin embargo, la vida de Sor María
Isabel se vio profundamente afectada por la exclaustración, así como la del
resto de las religiosas tapatías. Según el arzobispo, la salida de las monjas
no solo había sido “deplorable”, sino que había hecho evidente “la libertad con
que las monjas ejercían la vida religiosa; la espontánea humildad con las que
se sometían a la pobreza, pureza y obediencia; el sumo gozo con el que se
vinculaban a los claustros y a las virtudes solamente allí conocidas y de las
que fueron testigos la sociedad y la familia”. 26 Las capuchinas
salieron de su convento el 20 de julio y se acordó que las nativas de
Guadalajara retornaran a casa de sus padres. Sor María Isabel se negó a esta
orden para no arriesgar su vocación. En septiembre la abadesa envió a las
religiosas a “muchas casas”, con “personas acomodadas y piadosas”. Sor María
Isabel vivió en la de Don Antonio González Guerra y Manuela Torres por seis
meses, hasta diciembre. 27 Esta experiencia
revela que las exclaustraciones permitieron a Sor Isabel Godínez, como a sus
hermanas de hábito, tender redes con las familias católicas de la ciudad y más
aún, caer en cuenta de la importancia de los seglares en el sostenimiento de la
clausura.
Entre 1865 y 1867 la comunidad se reunió de
nuevo en el convento. 28 Un mecanismo para
sostener la vocación de las religiosas fue un intenso trabajo del confesor y de
predicadores, quienes insistían en la práctica cotidiana de las virtudes. El
encargado de la atención pastoral de las capuchinas en este periodo fue
Francisco Melitón Vargas, canónigo de la Catedral, quien en 1883 alcanzaría el
episcopado de Colima, después de servir como rector del Seminario Conciliar de
Señor San Pedro de Guadalajara desde 1870. 29 Sor María Isabel se
sintió muy cercana a Vargas, quien consiguió que las religiosas “adelantaran en
virtud”, y convirtió al monasterio “en un santuario de oración, fervor,
caridad, observancia y paz”. 30 Tras la nueva
exclaustración de 1867, Sor Isabel Godínez volvió a la casa de Antonio González
Guerra, donde permanecería por 10 años, hasta 1877. Durante este proceso, las
hermanas del convento de la Concepción vivieron la clausura en casas
particulares como el único recurso posible para intentar mantener hasta donde
era posible, y bajo las nuevas circunstancias, la práctica de la regla. En
última instancia, Sor Isabel había aprendido una lección que practicaría en
Zamora: la protección de los seglares católicos era uno de los pocos recursos
posibles para sostener a comunidades que a partir de las Leyes de Reforma
estaban fuera de la ley.
En 1877, el arzobispo Pedro Loza buscó un
lugar para que se reuniera de nueva cuenta la comunidad. Se ubicaron cerca del
santuario de Guadalupe, bajo la fachada de una casa particular. Sin embargo, el
recinto no pudo recibir al conjunto de las religiosas por lo que varias de
ellas permanecieron con familias de la ciudad. 31 La vida cotidiana
fue descrita por un fraile franciscano en los siguientes términos:
El
silencio es muy riguroso, traen perpetua descalcez, usando solamente unas
suelas de palo, suecos, con dos correas que las sujetan a la parte delantera
del pie; y de noche unas alpargatas de ixtle o cáñamo, descubiertas también;
medias nada. Su vestimenta, según la regla, no consiste en más, sino en tres
túnicas, no muy amplias, de muy tosco sayal, o sea un paño muy burdo y vil, de
color ceniciento, y un mantico tan corto y mísero que apenas les baja hasta el
codo; su toca y venda de lino basto, no más que lavado, sin planchar ni
aderezar, velo de lana: excluido cualesquier otro género de vestidura o de
abrigo, ni interior ni exterior. Su ayuno y su abstinencia de carnes, perpetuos
[…] No tienen criadas de servicio. Su comida es sumamente frugal y sencilla […]
Estaban, en una palabra, estas vírgenes paupérrimas muertas al mundo,
sepultadas vivas, alhagadas con rigores, rodeadas de penalidades extrañas a lo
del siglo y ajenas a sus máximas, condenadas voluntaria y gustosamente al más
cruel cuanto prolongado martirio. 32
Al iniciar la década de 1880 se contaban 25
religiosas en el convento; debido a los años fuera, varias mantenían vínculos
con familias de la ciudad a las que visitaban con frecuencia. Así fue como se
encontraron Sor María Isabel Godínez y José María Cázares. Al parecer, por
invitación expresa del obispo la capuchina emprendió la fundación de un
convento en Zamora. Era menester, empero, encontrar apoyos económicos. Con la
experiencia previa, en la ciudad episcopal michoacana se procedió a buscar el
auxilio de la elite católica local. De entrada recurrieron a Justo Fernández
del Valle y Josefa Martínez Negrete, esposos radicados en Zamora y miembros por
ambas ramas de prominentes familias de propietarios de Jalisco y Michoacán que
contribuyeron a través de sus inversiones a la modernización de la región en el
último tercio del siglo XIX. 33 Interesados en el
convento, entraron en contacto con Sor Isabel desde Guadalajara. De hecho, en
el viaje a Zamora de Sor Isabel, iniciado el 12 de mayo de 1886, fue acompañada
por los dos, quienes habían tramitado el permiso necesario ante el arzobispo
Pedro Loza. Completaban el grupo los canónigos tapatíos Jacinto López y
Atenógenes Silva. 34 Finalmente, el 24 de
mayo el grupo llegó a Zamora donde los recibió el obispo. 35
El esfuerzo episcopal era evidente: Cázares
había reunido seis vocaciones, pero la falta de recursos era evidente. Por un
lado, en lugar de las seis fundadoras que solían tener los conventos de
capuchinas —como el de Lagos y Guadalajara, a mediados del siglo XVIII—, solo
estaba Sor María Isabel Godínez; por otra parte, no tenían un lugar dónde
establecerse. De nueva cuenta, la presencia de los católicos acaudalados de la
ciudad fue importante para concretar la fundación. Nicolás Dávalos Jasso,
miembro de una de las familias de hacendados más importantes de Zamora, ofreció
la mitad de su casa para la comunidad. 36 Su participación
muestra la importancia que la elite del bajío zamorano otorgaba al catolicismo
y su disposición para apoyar los proyectos episcopales y eclesiásticos, dando
cobijo a una nueva institución eclesial. Al patrocinio de estas familias se
unieron los esfuerzos del obispo Cázares, de la capuchina Sor Isabel Godínez y
de la elite católica, todo ello para impulsar la fundación de un convento de
clausura en Zamora.
Es así como el Convento de Capuchinas de
Zamora se fundó con seis novicias el primero de julio de 1886, día del Sagrado
Corazón de Jesús, siendo su madre fundadora Sor María Isabel Godínez. Al día
siguiente se celebró la primera misa oficiada por el presbítero Faustino R.
Murguía, quien fue el primer capellán de la comunidad; el confesor fue el
gobernador de la mitra y canónigo de la Catedral Juan R. Carranza. 37 Además del trinomio
citado, la fundación también fue posible gracias a la tolerancia a la práctica
religiosa instaurada por el gobierno de Porfirio Díaz, quien evitó aplicar las
Leyes de Reforma —publicadas por Benito Juárez en Veracruz en 1859, y elevadas
a rango constitucional en 1874 por el presidente Sebastián Lerdo de Tejada—, en
un intento por consolidar su régimen y obtener la conciliación necesaria para
impulsar el orden y progreso tan importantes para el desarrollo económico que
ya entonces se había convertido en uno de los pilares de su gobierno. Como ha
señalado la historiografía, las relaciones entre Iglesia y Estado durante el
régimen de Díaz (1876-1911) alcanzaron un entendimiento que permitió la
estabilidad y la consolidación de la Iglesia, la cual a su vez fue una pieza
importante para asegurar la gobernabilidad del país y la estabilidad del
régimen político. 38
Así pues, el convento estaba establecido en
casa de Nicolás Dávalos. Según las descripciones, tenía una sala grande con
vista a la calle que se utilizó como antecoro. Dos cuartos se acondicionaron
para dormitorio: uno para Sor María Isabel, otro para las novicias. Otra
habitación se destinó a refectorio, una más para sala de labor, y quedaron dos
cuartos desocupados. Además de la cocina tenían patio, lavaderos y excusado. El
mobiliario era pobre: unos cuantos ornamentos para la misa, un vasito para la
purificación, dos candeleros, manteles y algunos utensilios más donados por el
canónigo Carranza. Los vasos sagrados y un altar de madera fueron donados por
Dávalos, quien también cedió la base del mobiliario y solía alimentar a las
religiosas. 39
En los primeros días de 1887 quedaban solo
dos novicias, pues las demás habían salido por enfermedad. Los nombres de las
dos hermanas cofundadoras fueron Sor Carmen García Méndez, quien nació en 1860
en Zamora, Michoacán, e ingresó a los 26 años al Convento. Era hermana de
Manuel García Méndez, destacado miembro de la elite zamorana y pariente
político de la familia Dávalos Jasso, arrendatario de varias haciendas y
ranchos, así como comerciante de ropas y abarrotes. La otra era Sor Concepción
Josefa Godínez, quien nació en 1859. No tenemos más datos biográficos; es
posible, incluso, que se trate de una familiar de la fundadora. Ambas quedaron
bajo la dirección espiritual de Sor María Isabel. En conjunto, encontramos un
difícil inicio que, aprovechando la experiencia de las exclaustraciones vividas
en Guadalajara, impulsó los esfuerzos de Godínez para buscar casas particulares
donde establecer la clausura y por llamar a ella a jóvenes interesadas en
seguir una opción radical de práctica religiosa.
El mayor afán de Sor Isabel giró en torno a
dos elementos: la estricta implantación de la regla capuchina y la búsqueda de
vocaciones, muchas de las cuales surgieron de familias católicas acomodadas en
la región. En las décadas de 1880 y 1890 llegaron más de 10 jóvenes procedentes
de Jalisco y Michoacán. En febrero de 1887, por ejemplo, ingresó Mariana Vaca
González, hija de Ramón Vaca, quien tenía 20 años y era nativa de Tototlán,
Jalisco; moriría como monja profesa en 1902. En mayo de 1887 llegó Sor María
Jesús Josefa Arregui, quien según la tradición oral murió en olor de santidad
en 1934; había nacido en Sahuayo en 1861 y era miembro de la familia de
hacendados encabezada por Tirso Arregui, dueño de la hacienda de Cojumatlán y
quien adquiriera en 1864 buena parte de la antigua hacienda de Guaracha. 40 Uno de sus hermanos,
Benigno, fue párroco de Sahuayo entre 1892 y 1910. 41 Como puede verse, a
los pocos años de su fundación la comunidad inició un lento crecimiento,
especialmente con el ingreso de jóvenes pertenecientes a las elites católicas
de la región, quienes siguieron la vida religiosa como un imperativo personal y
familiar que pretendía practicar y hacer pública su fe a través de la clausura.
En 1887, después de que se había garantizado
la estabilidad de la fundación, Sor Isabel Godínez recibió el permiso
definitivo del arzobispo Loza para permanecer en Zamora, gracias a las
gestiones de José María Cázares. En una carta que éste envió a Loza en abril de
1887, le pidió que concediera a Sor Isabel “un favor” que ambos conocían. Sin
duda, se trataba de las gestiones para que permaneciera en la diócesis, de modo
que pudiera continuar con la fundación. 42 Con esta seguridad
Godínez se dedicó a un aspecto fundamental para consolidar la comunidad: las
primeras profesiones. El 8 de julio de 1888 tomaron el hábito Sor María de
Jesús Josefa Arregui —quien eligió ese nombre por su devoción a la Sagrada
Familia—, así como Sor Mariana Vaca, Sor Carmen García Méndez y Sor Concepción
Josefa Godínez. Presidió la ceremonia el gobernador del obispado Juan Carranza,
haciendo evidente el apoyo episcopal al convento. 43 El primero de
noviembre se procedió a la primera elección de superioras: se eligió a María
Isabel Godínez como primera abadesa de la Comunidad, quien permanecía en la
casa de Nicolás Dávalos. 44 Entre 1886 y 1888,
Sor Isabel Godínez concretó tres pasos fundamentales para afianzar el convento:
la formación de novicias, la profesión de las aspirantes y el nombramiento de
autoridades. Al final de 1888 parecía que el convento capuchino echaba raíces
en Zamora.
La sombra de las exclaustraciones, empero, llegó
a la comunidad. A pesar de que las capuchinas se habían mantenido oficialmente
sin formar un convento —vivían en comunidad pero de forma privada, en una casa
habitación, a pesar de tener el aval como convento de parte de las autoridades
diocesanas—, su existencia era un secreto a voces. Toda vez que la clausura
conventual seguía prohibida por la ley mexicana, la existencia de comunidades y
aún la práctica religiosa eran posible gracias a continuas negociaciones entre
autoridades civiles y eclesiásticas que estaban siempre sujetas a la amenaza de
prohibición; en última instancia, la legislación reformista era una medida de
control sobre la Iglesia. 45 En esta lógica, en
septiembre de 1889 el nuevo gobernador de la mitra, Rafael Ochoa, informó a Sor
Isabel que el gobierno había ordenado la exclaustración de la comunidad, acción
que se llevó a cabo el 7 de octubre. 46
La respuesta fue la misma que se dio dos
décadas atrás en Guadalajara: repartir a las religiosas en casas particulares.
Es así como las capuchinas residieron en la casa del obispo Cázares, la del
canónigo Esteban R. Méndez, con el señor Ramón García Méndez, y con el cura
Rafael Carranza, con quien permaneció Sor María Isabel. 47 De nueva cuenta, la
comunión de intereses de la elite local, el clero diocesano y las capuchinas
buscó mecanismos para mantener a las religiosas en clausura, manteniendo a la
comunidad viva a pesar de su exclaustración. La medida no fue más que una
llamada de atención de las autoridades para evidenciar que estaban al tanto de
la existencia del convento.
En enero de 1890, la comunidad pudo reunirse
de nueva cuenta gracias al apoyo de Ramón García Méndez, padre de Sor Carmen,
quien fungía entonces como regidor de la ciudad. 48 Esta década
representó un periodo de expansión de la comunidad, marcado por el ingreso de
nuevas integrantes: en 1889 entró Clara López de 17 años; en 1890 lo hizo María
Teresa Martínez de 19, quien murió en septiembre de 1925; ese mismo año se
enroló otra religiosa, cuyo nombre no se ha podido encontrar, y quien murió
hacia 1890. En 1896 ingresó Ángela Barrios a los 17 años, y al año siguiente
Asunción Prado a los 19 años. Natividad Serrano ingresó en 1898, y Josefa del
Sagrado Corazón Gómez ingresó en 1898 a los 27 años de edad. También ingresaron
Sor María Rosa Josefa Valencia Morfín, Sor María Antonia Díaz González y Sor
María Guadalupe Josefa Martínez Castellanos. 49
¿Cómo vivía entonces la comunidad?
Afortunadamente se ha conservado una descripción de la casa de García Méndez,
frente al Seminario, que además permite ver cómo se adaptaban las casas
particulares a las características necesarias para la clausura:
La salita que servía de coro, era tan
pequeña, y tan baja, que por lo uno, apenas cabían, y por lo otro, el calor del
sol las abrasaba […] En el dormitorio estaban las camas tan juntas, que apenas
cabían con el trabajo entre el espacio de una y otra. La lámpara del Coro, era
un farolillo de vidrio, cuyas tiras más anchas, no pasaban de una pulgada, y
unidas entre sí por filamentos de hoja de lata; la del dormitorio era el
asiento de una botella quebrada que por acaso encontraron en el corral de la
casa, y como la madre era tan industriosa le arregló una cadenita de fierro, y
la colgó del techo, que por ser bajo, no fue muy difícil. 50
La comunidad permanecería apenas unos meses
en aquel lugar. El 10 de junio de 1890 el obispo Cázares Martínez partió para
Jacona y cedió su casa al convento; las capuchinas se trasladaron
inmediatamente y fue hasta 1901 que consiguieron reconstruir la casa de acuerdo
a las necesidades conventuales. Este hecho revela no solo el gran patrocinio
ejercido por el obispo Cázares, sino una incipiente prosperidad gracias a las
limosnas de los fieles y, por supuesto, de los padres de varias de las
religiosas, quienes en su mayoría formaban parte de la elite católica de la
región. Para entonces, la comunidad tenía 10 religiosas profesas y dos
novicias. 51 A pesar de la muerte
de Sor Isabel Godínez en 1903, las capuchinas afianzaron su presencia en la
ciudad episcopal. La comunidad permanecería en la antigua casa episcopal hasta
la exclaustración de 1914, cobijados por los católicos de la región y mostrando
su vigor con nuevas vocaciones. Para entonces, las capuchinas estarían
concentradas ya no tanto en la expansión, sino en la consolidación de la
comunidad y, más aún, en la práctica de la regla y de las virtudes.
Una
vida de oración y de clausura
Este apartado se concentra en los escritos de
las capuchinas de Zamora entre 1886 y 1914, para comprender la forma en que
practicaron la clausura y aún más, la manera en que expresaron su vocación
religiosa a través de la oración, la reflexión y la penitencia, así como la
forma en que fueron dirigidas por los predicadores que las visitaron. A partir
de ellos es posible aseverar que las capuchinas de Zamora vivieron la clausura
como una opción radical de la experiencia religiosa, asumida libremente para
cultivar gracias a la oración y a la penitencia, la satisfacción plena de sus
necesidades espirituales mediante del cumplimiento de la regla capuchina. Al
hacerlo no solo buscaban una solución a sus inquietudes religiosas, sino que
hacían visible el catolicismo en la ciudad por su sola reclusión. Eran, además,
conscientes del contexto en que vivían y en el cual buscaban intervenir a
través de la práctica religiosa en las difíciles circunstancias legales que
enfrentaba el catolicismo durante el porfiriato.
Como ha observado Asunción Lavrín, la
escritura conventual es una de las rutas privilegiadas para encontrar la
interioridad de las religiosas. En conjunto, su ejercicio es en sí mismo la
búsqueda de un espacio aún más íntimo y espiritual que se construye como un
refugio interior en el que se concreta la búsqueda de Dios. A partir de la edad
moderna, la escritura fue un elemento que desafió el enclaustramiento y
permitió el reconocimiento de la vida espiritual de las monjas en la sociedad
exterior. 52 En el caso de las
capuchinas muchos de los testimonios refieren las pláticas espirituales, lo
cual nos permite conocer cuáles eran los derroteros cotidianos por los que el
clero buscaba guiarlas. En conjunto, es evidente el valor compartido que se
otorgaba no solo a la clausura, sino a la práctica de las virtudes. En el caso
de Zamora, su religiosidad siguió dos grandes líneas: una representada por Sor
Asunción Prado, quien tenía una búsqueda íntima y solitaria de la religión, un
contacto con Dios a través de la meditación y la escritura solitaria; la otra
la representó Sor Isabel Godínez hasta su muerte, y está más ligada a la
predicación, a la reflexión colectiva y a un diálogo constante de las
capuchinas con los cambios sociales.
Desde la fundación del Convento en 1886, Sor
Isabel impulsó la oración en la comunidad, siguiendo la regla capuchina que
establece las preces colectivas como base de la vida común. Además, impulsó las
pláticas espirituales por clérigos y misioneros de la diócesis y del exterior.
A través de estos elementos Godínez buscó impulsar una vida espiritual que
descansó en la reflexión cotidiana de las monjas capuchinas, en la virtud y la
oración, sin desligarse por ello de la realidad cotidiana de Zamora y
Guadalajara y, en términos más amplios, de los cambios sociales y políticos por
los que atravesaba el país. Entre los clérigos que dirigieron ejercicios
espirituales destacan el propio obispo José María Cázares, así como el
gobernador de la Mitra Esteban Méndez y los canónigos Alejandro Silva y Genaro
Méndez del Río. En 1903 José de Jesús Fernández Barragán, obispo titular de
Tloe y auxiliar de Zamora, dirigió los ejercicios espirituales. 53
Uno de los predicadores que más impacto
generó en la comunidad fue Leonardo Castellanos, párroco de Ecuandureo entre
1889 y 1908, cuando fue preconizado obispo de Tabasco. 54 El también rector
del seminario diocesano ofreció unos ejercicios espirituales a lo largo de 1905
que enfatizaban las virtudes de la clausura y exhortaba a las religiosas a la
obediencia a sus superioras. El 4 de octubre, por ejemplo, pronunció un sermón
sobre San Francisco donde no solo habló de la hagiografía del fraile, sino que
apuntó que el santo concedería “favores y gracias para el bien de las almas” a
las religiosas que cumplieran la regla con rigor. Castellanos presentó al santo
de Asís como el mayor ejemplo de virtud y amor en la historia de los santos,
una referencia clara para la familia franciscana que, además, enfatizaba la
identidad de las religiosas. Del mismo modo, exhortó a las capuchinas a seguir
su ejemplo de amor y caridad y, según dejó constancia Sor Clara López, tal
invitación marcó profundamente la espiritualidad de las religiosas aquel año:
buscaron mejorar su interacción y más, cumplir con la obediencia a Sor María
del Carmen García Méndez, abadesa desde la muerte de Sor Isabel Godínez. 55
Quien más escribió fue Sor Asunción Prado.
Esta escritora conventual practicó la escritura como una búsqueda personal y
como memoria de las pláticas espirituales en el claustro. Prado registró los
sermones que dictó un padre Trejo —quien insistía en la oración como el modelo
de vida de una religiosa ejemplar—, y sobre todo, los ejercicios espirituales
que ofreció José de Jesús Fernández, así como la plática que ofreció el obispo
José María Cázares el 31 de diciembre de 1905. 56 Fernández insistió a
las monjas en que debían “seguir a Nuestro Señor por el camino de la Cruz, de
las humillaciones, trabajos y desprecios que nos ha dado con su ejemplo”; por
su parte, Cázares apuntó la importancia de que existiera un convento en Zamora.
Sus palabras revelan cómo veía a las religiosas:
Aunque
todas las religiones son santas y son laudables como las que se consagran a la
educación de las niñas, que son las Hermanas de la Caridad, las que se dedican
a asistir a los enfermos, que son otras, y también las que se consagran a la
conversión de los pecadores; pero sobre todas estas religiosas está la de las
Capuchinas porque está en el punto más elevado, en el punto más preeminente, en
el punto más sublime, porque es la religión que de un modo más singular está
unida a Dios por la penitencia que en ella se practica, y porque es el camino
más corto que en el mundo puede haber para la salvación, para llegar a la
santidad y para conseguirse allá en el cielo un grado muy grande de gloria. 57
La reflexión del obispo muestra el espacio
asignado a las capuchinas por el obispo y en general, por los católicos
zamoranos, fueran eclesiásticos o seglares: la penitencia y la oración como el
mejor y más directo y conocido método para llegar a Dios y alcanzar la santidad
en la tierra. A diferencia de la vida activa —apreciada también por el obispo—
las oraciones de las monjas de clausura eran actos propiciatorios y de
reconciliación, influyendo directamente a través de la oración en el bienestar
de la diócesis. Así, la solitaria búsqueda de Dios por parte de las monjas era
un acto social a través del cual impetraban la gracia divina para ellas mismas,
para la ciudad episcopal y para la Iglesia mexicana y universal.
Alcanzar este fin fue la exhortación que
desde 1900 realizó el canónigo Salvador Silva. En una semana de ejercicios
espirituales —también registrados por Sor Asunción—, el sacerdote insistió en
que los días dedicados a esta labor eran los más importantes y los de más
trabajo, pues contribuían al bien espiritual del claustro y del conjunto de los
fieles. Además, Silva insistió en la necesidad de ejercer la misericordia, amar
a las hermanas como la nueva familia que eran, y cumplir la regla siendo
obedientes sin cuestionar las órdenes, cumplir con el coro con puntualidad y
con el recogimiento a toda hora. 58 Como puede
colegirse, los ejercicios espirituales hacían evidente una exigencia en la vida
cotidiana de las profesas: la práctica constante y la mejor de las virtudes
religiosas. Asimismo, evidencian los ideales que los clérigos hacían de las
monjas: un claustro de oración y penitencia que a través de la vida común
llevara a la práctica de las virtudes que, en última instancia, serían una
ofrenda propiciatoria para el bien de la Iglesia.
¿Cuál era el ideal religioso de las monjas?
La primera vertiente era la que practicaba Sor Isabel Godínez, quien insistía
ciertamente en la práctica de las virtudes, pero mostraba una gran preocupación
por combatir desde el claustro, con las armas de la oración, los cambios
políticos y sociales que minaban la presencia del catolicismo en la sociedad
mexicana. En Sor Isabel hay una relación constante entre la observancia de la
regla y la salud espiritual de la ciudad. Las religiosas formadas por la
fundadora recordaban que siempre había mostrado preocupación por el crecimiento
de la masonería, pidiendo en sus oraciones que “esta comunidad de Zamora sea [su]
antagonista”. Había, pues, una preocupación por la constante presión del
régimen liberal sobre las monjas que Godínez había sufrido desde Guadalajara.
El golpe de las exclaustraciones llevó a Sor Isabel a insistir en combatir el
anticlericalismo y las ideologías contemporáneas que cuestionaban la existencia
de comunidades como las capuchinas. Esto no significaba, sin embargo, una
incompatibilidad de la práctica religiosa con los adelantos de la modernidad.
De hecho, Sor Isabel aprovechó la llegada del ferrocarril para exhortar a las
religiosas a la práctica del silencio y la oración. La llegada del camino de
fierro a la ciudad la impactó. Según narra su biógrafa Arregui, un día Sor
Isabel dijo a sus religiosas en voz alta “ya llegó el tren a Zamora”, para después
guardar silencio por el resto de la tarde. 59 En efecto, lo hizo
en 1899, pues la ruta Jacona–Zamora, fundada desde 1879, se unió al Ferrocarril
Nacional. Fue un magno evento: más de 8 000 personas vitoreaban a la máquina,
sonaban los repiques de todas las iglesias, y las bandas militares tocaban
acordes con los cohetes. 60
Pero no solo eso: Sor Isabel quiso aprovechar
los adelantos tecnológicos de Zamora para la enseñanza de las capuchinas. Con
este objetivo comparó el trayecto del ferrocarril con la vida espiritual. Vale
la pena reproducir una amplia exhortación que, según Arregui, Sor Isabel
dirigió a sus hermanas de hábito en 1899:
Ya
verán vuestras caridades, que deseosos los mexicanos de que el tren llegara a
Michoacán y recorriera sus ciudades, tomaron a su cargo el trabajar en la
empresa. Pero ¡Cuán difícil encontraron la obra, cuán llena de dificultades
insuperables! Se consideraron pues incapaces de llevarla a cabo, y la pasaron a
los ingleses de Norte América. Estos hombres de guerra, fuertes y hechos a
vencer obstáculos, valientes e intrépidos tomando la empresa, con su natural
actividad, en poco tiempo la llevaron a su fin. El entusiasmo de la ciudad es
universal; todos van a verlo, a admirarlo y a pasearse; hay gran comunicación
en las familias, y estos hombres trabajadores y prudentes, según el mundo,
acaudalan dinero en abundancia. Me diréis qué tiene que ver esto con vuestra
vida retirada. ¿Qué? Mucho, es que nosotras tenemos que recorrer un largo
camino, tan largo como de aquí al cielo. Pues bien: yo quiero que hagamos
nuestro viaje en tren, y en tren especial, trabajado por nosotras mismas. Es
preciso principiar si deseamos conseguirlo. Manos a la obra; metamos palanca a
nuestra flaca naturaleza levantemos puentes sobre las aguas de la adversidad;
hagamos caminos fuertes y elevados entre las vastas tierras de un mundo
encenegado [sic] en el lodo de los vicios, horademos los montes de las
tentaciones, y hagamos vía férrea de mortificación y penitencia para llegar
pronto al cielo. 61
La cita deja ver el interés de Godínez de
adaptar los adelantos tecnológicos que vivía Zamora con la práctica religiosa
del convento. La comparación entre la vida espiritual y el ferrocarril,
expresada felizmente como el afán de construir una vía férrea para llegar
pronto al cielo, revela la importancia que la fundadora concedía a los cambios
sociales como un incentivo para que las monjas se esforzaran por practicar una
vida apegada a la regla en la clausura. Al mismo tiempo, revela que lejos de
vivir encerradas en sí mismas, las capuchinas estaban en un diálogo constante
con el mundo que las rodeaba, reflexionando en la mejor manera de adecuar su
vida espiritual al contexto en que les tocaba vivir. Finalmente, quiero
destacar que la predicación de Sor Isabel Godínez muestra que las monjas no
estaban en contra de los adelantos materiales de la paz y el progreso
porfirista, al contrario, aprovechaban la llegada de la tecnología para
aplicarla a una más intensa búsqueda de perfección espiritual.
El otro camino de búsqueda espiritual en el
Convento del Sagrado Corazón de Jesús está representado por Sor Asunción Prado,
quien a través de una constante y perenne escritura dejó constancia de una
intensa vida espiritual, cuyo fin último fue una solitaria búsqueda de Dios. En
conjunto, su devocionario contiene elementos que la enlazan con la tradición
conventual de la soledad, y evidencia una diaria reflexión que expresó las
inquietudes espirituales que atraviesa una mujer en la clausura. Sus textos
—mucho más íntimos que los testimonios que tenemos de Sor Isabel—, revelan la
profundidad de su opción conventual y la libertad con que asumió su estado de
clausura. El archivo del convento conserva dos de tres tomos manuscritos de los
textos personales de Sor María Asunción Prado, titulados por ella misma Flores del claustro y arrullos
de Paloma, que inicia en 1901 y se extiende, al parecer, a lo largo
de la década siguiente. En ellos reunió reflexiones que reflejan su
espiritualidad. En un texto titulado La
Soledad, compañera de la clausura, escribió: “lo que Dios quiere es
que allá dentro de su corazón haga la religiosa una morada solitaria, donde
viva unida con su Dios”; en la soledad, apuntó, el alma se purifica, se llena
de paz y alegría y ama a su Señor, además de que “nos visitan los ángeles del
cielo, y [es] donde Dios nos habla interiormente”. 62
En un poema, Prado reflexionó sobre la
oración nocturna: “en una noche oscura; con ansias en amores inflamada, oh
dichosa ventura! / Sola mi alma y callada / así habla con Jesús, enamorada”. Más
tarde se bautizó a sí misma como una “avecilla de la soledad, escondida entre
mis rejas”. 63 Ciertamente es
necesario profundizar en otras ocasiones en la escritura y la experiencia
religiosa de Sor Asunción; por ahora baste decir que su escritura evidencia que
el convento zamorano se convirtió, en casos como el de Prado, en un huerto
fecundo para que mujeres con profunda vocación religiosa pudieran experimentar
y expresar su fe en libertad, actualizando en el México liberal la tradicional
clausura capuchina. Una reflexión de Sor Asunción sobre su celda refleja la
profundidad con que vivió un intenso romance con su Esposo, desde una celda
pobre en el occidente michoacano:
¿Qué materia de descripción puede ofrecer la
celda de una pobre capuchina? ¿A qué hablar de mi estrecha y deliciosa morada?
Si ella es mansión del silencio y de la paz; ¿a qué turbar su paz y silencio
hablando de ella? Mi celda es un cuadrito de dos metros por lado, con una
puerta sin llave y una estrecha ventana que da al patio interior. Por todo
ajuar hay en ella una tarima con su manta, un crucifijo en la cabecera, dos
estampas en la pared, un pedazo de corcho en el suelo y un clavo en la pared
para colgar en él la cuerda, el tocado, el velo. Estas piezas son mis galas, el
corcho mi asiento, las estampas imágenes de mis dos santos más queridos, la
tarima mi lecho regalado y el crucifijo mi esposo. Con Él vivo siempre. 64
La reflexión espiritual tuvo otros ejemplos
en el convento. Sor María Josefa del Sagrado Corazón, para citar un caso, expresó
a través de un poema en 1905 la búsqueda perpetua de la obediencia y la
humildad. Sus versos hacían hablar a Jesús: “Ponme sobre tu corazón amada mía /
como sello de amor y de lealtad / recordando la grandeza de este día / y
negando tu propia voluntad”. 65 En el convento las
profesas encontraron un ámbito privilegiado para su búsqueda de Dios.
Los testimonios de que disponemos, muestran
la experiencia religiosa de la comunidad en los poco más de 10 años que van de
1903 a 1914, cuando fungió como abadesa Sor María del Carmen García Méndez y
como vicaria Sor María de Jesús Josefa Arregui. 66 Sor Carmen, alumna
directa de Sor Isabel Godínez, había sido vicaria desde 1893. Fue elegida como
la segunda superiora en la historia de la comunidad el 12 de mayo de 1903. Entre
sus primeras instrucciones estuvieron la exigencia de que se cumpliera el
horario a cabalidad, la extensión de las horas de recogimiento interior y la
exigencia en la observancia. Como hemos visto, esto se fomentó con ejercicios
espirituales y con la construcción de más celdas y oficinas para telares, para
incentivar el trabajo común. 67 Según un testimonio,
el día de las religiosas empezaba a las 4.30 de la mañana; entre cinco y seis
se rezaban las horas canónicas y la letanía de los santos; después de tomar
misa de seis y desayunar a las 7.30, entre ocho y once las monjas se dedicaban
al trabajo manual. Después de la comida y una siesta a la una, hacían vísperas
a las dos y una lectura espiritual media hora más tarde; entre las tres y las
5.30 retomaban el trabajo manual para, finalmente, rezar completas y rosario,
hacer oración mental y cenar a las siete antes de dormir a las ocho de la
noche. 68
Así, Sor Carmen García Méndez inició su
gobierno con una renovación de la observancia religiosa. En julio de 1905
obtuvo licencia del obispo José María Cázares para visitar la comunidad de
Capuchinas de San Felipe de Jesús de México, conocido como el convento de
observancia más estricto del régimen de Santa Clara. Sor Carmen permaneció
algunos días en la capital de la república, conociendo aquella comunidad. De
vuelta a Zamora introdujo algunos cambios en la disciplina conventual: cambió
el tocado y la forma de ceñirse el hábito, y dispuso que no se sirviera carne
en el refectorio, salvo a las enfermas y achacosas que la necesitaran, para que
se observara la abstinencia de carne, una regla de Santa Clara que había
mantenido intacta la comunidad de México. 69 Bajo el liderazgo de
Sor Carmen, el periodo que va de 1903 a 1914, buscó intensificar el apego
cotidiano a la regla conventual y la clausura.
Lo anterior no significó, empero, un
alejamiento de la sociedad que daba cobijo y sustento al convento. De hecho, la
fama de santidad de Sor Carmen —que trascendió en la memoria de los zamoranos—,
evidencia que las capuchinas adquirieron durante estos años una mayor presencia
con su ejemplo de vida, expresada a través de un aprecio común por la superiora.
Según el cronista Francisco García Urbizu, se recordaban y se contaban muchas
cosas de la abadesa aún en la década de 1960:
¡Muy grandes cosas se podrían escribir de
esta santa vida! Una madre afligida llevaba en sus brazos a una niñita
desahuciada. Abordó el tren rumbo a Guadalajara, para poner en manos de la
ciudad la salud de la pequeña. En el mismo convoy viajaba Sor María del Carmen.
Tomó en sus brazos a la enfermita. Elevó sus ojos al cielo y al devolverla a la
madre, la niña estaba perfectamente curada. Hubo también una mañana memorable:
se preparaba la misa en el Convento. Las velas están ya encendidas en el altar,
empiezan a llegar las religiosas; el sacerdote también ha llegado. Sor Isabel
lo detiene antes de la sacristía. “Espere por favor un momento, Padre”. Allá
adentro estaba Sor María del Carmen, en éxtasis, elevada sobre el suelo y en
actitud beatífica. ¡Cuántas cosas se refieren de Sor María! A la muerte de Sor
Isabel, ella le sucedió en su puesto. Muchas familias hay aún que cuentan de sus
penitencias, y de los consuelos que a todos impartía con la dulce voz de las
almas santas. 70
No podemos saber si estos milagros ocurrieron.
Lo que importa destacar es que desde su fundación en 1886 y hasta la
exclaustración de 1914, el Convento del Sagrado Corazón de Jesús se volvió un
espacio privilegiado para que en Zamora las religiosas capuchinas —mujeres de
la región, provenientes de los estados de Jalisco y Michoacán— expresaran su
inquietud religiosa y experimentaran desde la libertad de la clausura su
búsqueda espiritual. Al hacerlo se erigieron en un ejemplo para los católicos
de la diócesis y en una pieza importante de la ciudad episcopal, al ser un
ámbito privilegiado donde no solo se practicaban el sacrificio, la oración y
las virtudes, sino que se elevaban preces para el bien de Zamora y del país
entero. En los años del porfiriato, el Convento del Sagrado Corazón de Jesús
fue un ámbito cerrado que hizo visible la presencia del catolicismo en el
México liberal.
El Convento de Capuchinas del Sagrado Corazón
de Jesús de Zamora se fundó y consolidó entre 1886 y 1914 gracias al esfuerzo
conjunto de las religiosas, las autoridades diocesanas y los seglares católicos
de Zamora y Guadalajara. Durante este periodo —que coincide con el porfiriato y
de hecho aprovechó el clima de conciliación del régimen de Díaz para fundar la
comunidad y desarrollar una práctica religiosa a pesar de estar proscrita por
la legislación liberal—, las capuchinas construyeron un recinto de clausura que
permitió a las profesas vivir libremente su fe y emprender una aventura
religiosa a través de la práctica de la regla capuchina, así como incidir en la
sociedad zamorana a través de su ejemplo de sacrificio y de su radical opción
de vida. La clausura fue, en ese sentido, un espacio que —para recuperar la
reflexión de Cinthya Folquer—, permitió a las mujeres construir un paisaje
interior que, en búsqueda de Dios y de sí mismas, les permitió expresar su
vocación a pesar de una legislación abiertamente hostil a la clausura.
Me interesa subrayar tres aspectos: la
importancia que la vida de clausura tuvo para los actores católicos en el
porfiriato, la importancia que las religiosas tuvieron en sostener su comunidad
y, finalmente, la expresión de una fecunda vida interior en el claustro. En lo
que toca al primer punto, he mencionado ya que la existencia del convento de
capuchinas fue la conjunción de los esfuerzos compartidos entre Sor Isabel
Godínez, José María Cázares y de notables como los Martínez Negrete, los
Fernández del Valle y los Dávalos, lo que hace evidente que después de la
Reforma liberal en los ámbitos locales y regionales, los creyentes emprendieron
tareas de reconstrucción de las estructuras eclesiásticas que, como los
conventos, permitían la práctica religiosa al mismo tiempo que hacían evidente
el vigor del catolicismo en la sociedad liberal. A través de espacios como los
conventos, los católicos mostraron su presencia y más su decisión de afianzar
la práctica religiosa aún después de la constitucionalización de las Leyes de
Reforma en 1874. Por ello el obispo insistió en que las capuchinas eran el
mayor ejemplo de virtudes y penitencias para la diócesis, ya que a través de
ellas mostraban el vigor de una diócesis que podía presumir entre sus prendas a
una comunidad en perpetuo recogimiento y oración en aras de la santidad.
Hay que ponderar la iniciativa de las
capuchinas para el sostenimiento del convento. Las religiosas profesaron
asumiendo como propia una vocación religiosa que las impelía a buscar la
clausura como el mejor método para expresar su fe. Por supuesto, esto no
significa que escaparan a toda presión social; hay varias hijas de las familias
notables en los conventos porfirianos, que seguramente tenían interés en ceder
a una de sus miembros a la Iglesia, un aspecto sobre el que aún falta la
atención de los historiadores. Creo sin embargo, que es posible aseverar que en
la mayoría de los casos privó un sincero deseo de ejercer libremente una
vocación religiosa que, en última instancia, creía que el camino más directo a
Dios era la práctica de una regla consagrada como válida por la tradición y por
las autoridades eclesiásticas. Los casos de Sor Isabel Godínez y Sor Carmen
García Méndez, muestran a dos mujeres firmes que dedicaron sus vidas a la
consolidación de la comunidad y se esforzaron por ser un ejemplo de virtud
hacia el exterior y un referente de la observancia religiosa hacia el interior.
Finalmente, quiero subrayar que el claustro
permitió que las capuchinas buscaran, experimentaran y expresaran diferentes
formas de espiritualidad. En Zamora he podido detectar dos líneas: una
tradicional, y otra más abierta a las novedades de su tiempo. En ambos casos,
la práctica religiosa es ortodoxa y refleja una profunda inquietud espiritual.
En Sor Isabel Godínez hay gran preocupación por el liberalismo y
anticlericalismo en la sociedad, producto de su experiencia en Guadalajara, donde
enfrentó la exclaustración como lo haría en 1890 en Zamora. Ello no implicó una
ruptura con el mundo contemporáneo; antes bien, Sor Isabel llamaba a las
religiosas a construir una vía férrea para llegar pronto al cielo, haciendo
evidente que los cambios tecnológicos y sociales del porfiriato afectaban la
forma en que las religiosas sentían su propia vocación. Por su parte, Sor
Asunción Prado vivió una espiritualidad más íntima, expresada a través de la
escritura como un ámbito fecundo para emprender una solitaria búsqueda
espiritual que halló reposo en la oración y el silencio. En ambos casos, el
Convento de Capuchinas del Sagrado Corazón de Jesús se convirtió en un claustro
cerrado en el México liberal, donde las monjas capuchinas vivieron libremente
su fe y buscaron, apoyadas por los actores católicos de la diócesis, construir
paisajes interiores en una perenne búsqueda de Dios.
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NOTAS
1 AMERLINCK
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uso, el abuso y la supervivencia”, en Juan Carlos CASAS GARCÍA (editor), Iglesia, independencia y
revolución, México, Universidad Pontificia de México, 2010, pp.
382-412.
2 STAPLES,
Anne, “Mayordomos, monjas y fondos conventuales”, Historia Mexicana,
vol. XXXVI, núm. 1, 1986, pp. 131-167; RIVERA
REYNALDOS, Lisette, “La exclaustración de las órdenes
monásticas femeninas en la ciudad de Querétaro, 1863-1870”, Tzintzun. Revista de Estudios
Históricos, núm. 25, enero-junio de 1997, pp. 19-32; SANTOS
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GUERRA, Elisa, “Las órdenes femeninas en el siglo XIX: el caso
de las dominicas”, Estudios
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15-40; CHOWNING,
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Oxford, Oxford University Press, 2005; Híjar
ORNELAS, Tomás de, “Vida de catacumbas: la comunidad de monjas
dominicas de Santa María de Gracia de Guadalajara, entre 1861 y 1951”, Boletín de Monumentos
Históricos, núm. 30, enero-abril de 2014, pp. 250-282.
3 BAUTISTA
GARCÍA, Cecilia Adriana, “La afirmación del orden social en el
Estado liberal y las nuevas congregaciones religiosas”, en Víctor GAYOL
(coordinador), Formas
de gobierno en México: poder político y actores sociales a través del tiempo,
Zamora, El Colegio de Michoacán, 2012, vol. 2, pp. 447-484. Aunque para un
periodo posterior, cf. los trabajos de PADILLA
RANGEL, Yolanda, “Metamorfosis femenina. De cómo las mujeres
profesionalizaron sus actividades tradicionales”, Caleidoscopio, núm.
29, julio-diciembre de 2013, pp. 111-129, y DÍAZ
ROBLES, Laura Catarina, “Hermanas-enfermeras de exportación.
Condiciones, conflictos y consecuencias de su práctica en el ‘mundo’,
1920-1970”, en David CARBAJAL LÓPEZ (coordinador), Catolicismo y sociedad. Nueve
miradas, siglos XVII-XXI, México, Universidad de Guadalajara,
Centro Universitario de los Lagos, Miguel Ángel Porrúa, 2013, pp. 49-91.
4 HÍJAR
ORNELAS, “Vida de catacumbas”, pp. 266-269.
5 PEÑA
ESPINOSA, Jesús Joel, “Crisis, agonía y restauración del
monasterio de Santa Mónica de la ciudad de Puebla, 1827-1943”, Boletín de Monumentos
Históricos, núm. 30, enero-abril de 2014, pp. 283-303.
6Archivo
Histórico del Arzobispado de Guadalajara (en adelante AHAG), sección Gobierno,
serie Religiosas, Capuchinas, 1856-1900,
caja 3. “Lista de las religiosas capuchinas que existen el año de 1893”.
7 SPINOSO
ARCOCHA, Rosa María, “Clero y mujer en el siglo XIX. Vida y
obra de Agustín Rivera y Sanroman”, Lusitania
Sacra, núm. 30, julio-diciembre de 2014, p. 80.
8 GUTIÉRREZ
G., José Antonio, “Las religiosas clarisas capuchinas de
Aguascalientes” y UBILLA MONTIEL, Silvia Guadalupe, “El protomonasterio de
clarisas capuchinas sacramentarias: vocación real”, en Mina RAMÍREZ MONTES
(coordinadora), Monacato
femenino franciscano en Hispanoamérica y España, Querétaro, Poder
Ejecutivo del Estado de Querétaro, 2012, pp. 43-56 y 143-155.
9Sobre
la clausura en Nueva España cf. LORETO
LÓPEZ, Rosalva, Los
conventos femeninos y el mundo urbano de la Puebla de los Ángeles del siglo
XVIII, México, El Colegio de México, 2000 y CARBAJAL
LÓPEZ, David (coordinador), La fundación del convento de
capuchinas de Lagos, 1751-1756. Estudios, lecturas y documentos,
Lagos de Moreno, Centro Universitario de los Lagos, Universidad de Guadalajara,
2015. Hay que tener presente que las religiosas capuchinas fueron las únicas
monjas que no enfrentaron la reforma episcopal de la segunda mitad del siglo
XVIII, como sí ocurrió por ejemplo en Buenos Aires. FRASCHINA,
Alicia, “Ilustración y modernidad en los conventos de monjas
de Buenos Aires: 1754-1833. Reformas y continuidades”, en Francisco Javier
CERVANTES BELLO, Lucrecia ENRÍQUEZ y Rodolfo AGUIRRE SALVADOR
(coordinadores), Tradición
y reforma en la Iglesia hispanoamericana, 1750-1840, Puebla,
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, Instituto de Investigaciones sobre la
Universidad y la Educación, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de
Estudios Bicentenario, 2011, pp. 113-141.
10Expresando
esta aventura espiritual a través de la escritura, un problema historiográfico
que quedará por ahora fuera de nuestra reflexión. Cf. FOLQUER,
Cynthia, “Aprendiendo a hablar de sí misma. Las cartas de Fr.
Ángel Bosidron a Sor Juana Valladares. Tucumán, 1890-1920”, Itinerantes. Revista de
Historia y Religión, núm. 1, 2011, pp. 159-178; LAVRÍN,
Asunción, “Los senderos interiores de los conventos de
monjas”, Boletín
de Monumentos Históricos, núm. 30, enero-abril de 2014, pp. 6-21
y SANTOS,
Zulmira C., “Escrita conventural feminina: um ‘arquipélago
submerso’. Apenas algumas notas”, en João Luis FONTES, Maria Filomena ANDRADE y
Tiago PIRES MARQUES (coordinadores), Vozes
da vida religiosa feminina. Experiencias, textualidades e silencios (séculos
XV-XXI), Lisboa, Centro de Estudos de Histórica Religiosa,
Universidade Católica Portuguesa, 2015, pp. 23-29.
11 Compendio de la vida de la
Reverenda Madre Sor María Isabel Godínez, abadesa y fundadora del Convento de
Religiosas Capuchinas de la ciudad de Zamora, en el Estado de Michoacán, en la
república Mexicana, Guadalajara, Librería de Francisco Vila, 1906.
12José
María Cázares nació en La Piedad, Michoacán, el 12 de noviembre de 1832, y
estudió en Morelia entre 1851 y 1859 en el Colegio de San Ildefonso de México,
obteniendo los grados de doctor en teología y cánones en la Pontificia
Universidad de México. Fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Michoacán
Ignacio Árciga, y fungió como párroco de Morelia, rector del Seminario y
Canónigo. Tras la muerte del primer obispo de Zamora, José Antonio de la Peña,
fue preconizado su sucesor en 1878. RODRÍGUEZ
ZETINA, Arturo, Zamora . Ensayo histórico y repertorio
documental, México, Jus, 1952, pp. 255-258 y ROMERO
FLORES, Jesús, Diccionario
Michoacano de Historia y Geografía, México, Imprenta Venecia, 1972,
p. 109.
13 Cf. GONZÁLEZ,
Luis, Zamora,
Zamora, El Colegio de Michoacán, 2010, p. 124 y VALENCIA
AYALA, Francisco, El
Seminario de Zamora, Morelia, Fimax Publicistas, 1977, pp. 12-14.
14 BAUTISTA
GARCÍA, Cecilia Adriana, “Clérigos
virtuosos e instruidos”. Un proyecto de romanización clerical en un arzobispado
mexicano. Michoacán, 1867-1887, Morelia, Universidad Michoacana de
San Nicolás de Hidalgo, 2017, pp. 136-137 y MIRANDA
GODÍNEZ, Francisco, “La Diócesis de Zamora: territorio, clero
fundante y nuevos ordenados”, Boletín
Eclesiástico. Órgano oficial de la Arquidiócesis de Guadalajara,
año XI, vol. 2, febrero de 2017, pp. 51-57.
15Sobre
funerales y espacio público en Guadalajara, aún para un periodo
posterior: PRECIADO
ZAMORA, Julia, El
mundo, su escenario: Francisco, arzobispo de Guadalajara (1912-1936),
México, CIESAS, 2013.
16 Compendio de la vida,
p. 91.
17 Compendio de la vida,
p. 159.
18 AHAG,
Parroquia de Zapotlán, f.s.n. Las referencias a la infancia en Compendio de la vida,
pp. 9-15.
19 AHAG,
sección Gobierno, serie Religiosas, Capuchinas, caja 3, exp. 13. Carta de Sor
María Leocadia Josefa, Abadesa de Guadalajara, al obispo Pedro Espinosa,
Guadalajara, 25 de junio de 1859.
20 DÁVILA
GARIBI, J. Ignacio, Apuntes
para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, México, Editorial
Cultura, tomo tercero, vol. 2, 1963, pp. 747-748.
21 REYNOSO,
Salvador (Prólogo y notas), Fundación del convento de
Capuchinas de la Villa de Lagos, México, Jus, 1960, pp. 8 y 12
(Testimonia Histórica, 3).
22 DÁVILA
GARIBI, Apuntes
para la Historia, pp. 802-803.
23 PALACIO,
fray Luis del R. de, O.F.M., Recopilación de noticias y datos que se relacionan
con la Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Zapopan y su Colegio y Santuario,
Guadalajara, 1942, tomo 1, p. 392.
24 AHAG,
sección Gobierno, serie Religiosas, Capuchinas, 1856-1900, caja 3, f.s.n.
Visita y capítulo del Convento de Religiosas Capuchinas de esta Guadalajara.
1864.
25 AHAG,
sección Gobierno, serie Religiosas, Capuchinas, 1856-1900, caja 3, f.s.n. Carta
de la abadesa Sor María Leocadia Josefa, sin destinatario, 31 de agosto de
1864.
26 HERNÁNDEZ
PALOMO, José Jesús, “Pedro Espinosa y Dávalos: primer
arzobispo y su Relatio
ad Limina de la archidiócesis de Guadalajara (1864)”, en
Manuel ROMERO TALLAFIGO y Pedro RUBIO MERINO (coordinadores), Archivos de la Iglesia de
Sevilla. Homenaje al archivero D. Pedro Rubio Merino, Córdoba,
Publicaciones Cajasur, 2006, p. 27.
27 Compendio de la vida,
pp. 42-43 y 55.
28 Compendio de la vida,
p. 62.
29 VARGAS,
Francisco M., Informe
del Seminario Conciliar de Guadalajara dado el 19 de agosto de 1877,
Guadalajara, Imprenta de N. Parga, 1877. También cf. OLVEDA,
Jaime (editor), El
Seminario Diocesano de Guadalajara: tercer centenario, Zapopan, El
Colegio de Jalisco, 1996.
30 Compendio de la vida,
p. 59.
31 Compendio de la vida,
p. 73.
32PALACIO, Recopilación de noticias,
pp. 392-394.
33Josefa
era descendiente de Francisco Martínez Negrete, inmigrante vasco que llegó al
país hacia 1817 e hizo una exitosa carrera comercial en Guadalajara con base en
una red familiar que llegó a cubrir, en combinación con miembros de elites
agrícolas como Justo Fernández Negrete, el mercado del occidente del
país. LIZAMA
SILVA, Gladys, “Familia, individuos y redes sociales en la
región de Guadalajara (México). Los Martínez Negrete en el siglo XIX”, Relaciones, vol.
XXVIII, núm. 109, pp. 76-117.
34Ambos
llegarían al episcopado: López fue arzobispo de Guadalajara en 1899 después de
servir como obispo y primer arzobispo de Monterrey, y Silva fue obispo de
Colima en 1892 y arzobispo de Michoacán en 1900. López Murió en 1900 y Silva en
1911.
35 Compendio de la vida,
p. 96.
36 Compendio de la vida,
p. 99. La familia Dávalos se asentó durante el siglo XVII en el bajío zamorano,
y consiguió establecer su riqueza por medio de las alianzas familiares. Durante
el siglo XIX, según establece Martín Sánchez, la riqueza de los Dávalos provino
de la hacienda de San Simón, parte de la hacienda de Guaracha. Poseían, además,
los ranchos de La Beata y Miraflores, las fábricas de aguardientes de la región
y varias casas en Zamora. Cf. SÁNCHEZ
RODRÍGUEZ, Martín, “Los Dávalos, una familia oligárquica del
Bajío Zamorano”, en Francisco MEYER COSÍO (coordinador), Estudios Michoacanos VII,
Zamora, El Colegio de Michoacán, 1997, pp. 96-99 y LIZAMA
SILVA, Gladys, Zamora
en el porfiriato: familias, fortunas y economía, Zamora, El Colegio
de Michoacán, Ayuntamiento de Zamora, 2009, pp. 114-116.
37 Compendio de la vida,
p. 102.
38Un
factor clave en esta nueva situación fue el entendimiento entre el presidente
Porfirio Díaz y Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, arzobispo de México
hasta su muerte en 1892. Cf. GARCÍA
UGARTE, Marta Eugenia, “Presentación”, en Riccardo
CANNELLI, Nación
católica y Estado laico. El conflicto político-religioso en México desde la
independencia hasta la Revolución (1821-1914), México, Instituto
Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2012, pp. 7-28
y BAUTISTA
GARCÍA, Clérigos
virtuosos e instruidos.
39Archivo
Particular del Convento de Capuchinas del Sagrado Corazón de Jesús de Zamora
(en adelante, APCCSCJZ),
Sor Verónica LOA QUINTERO, “Edificación de monasterio de Clarisas Capuchinas
del Sagrado Corazón de Jesús de Zamora, Michoacán”, Mecanoescrito, 2010, p. 8.
40 Biografía
de la Reverenda Madre Sor María Josefa Arregui, Religiosa capuchina de la
comunidad de Capuchinas de la Purísima Concepción de la ciudad de Guadalajara, México,
Guadalajara, Casa Editora Jaimes, 1936, pp. 3 y ss. Cf. también Compendio de la vida,
pp. 110-115.
41 GONZÁLEZ
Y GONZÁLEZ, Luis, Sahuayo,
México, Clío, 1998, pp. 97-98.
42 AHAG,
sección Gobierno, serie Secretaría, Correspondencia Obispos, correspondencia de
Pedro Loza, f.s.n. Carta de José María Cázares al arzobispo Pedro Loza, 11 de
abril de 1887.
43 Compendio de la vida,
p. 117.
44 Biografía de la Reverenda,
p. 15.
45Cf. ROBLES
MUÑOZ, Cristóbal, Los
católicos y la revolución en México (1911-1920), Roma, Instituto
Español de Historia Eclesiástica, 1999, p. 9.
46 Compendio de la vida,
p. 127.
47 Compendio de la vida,
p. 129.
48 VERDUZCO,
Gustavo, Una
ciudad agrícola: Zamora. Del porfiriato a la agricultura de exportación,
México, El Colegio de México, El Colegio de Michoacán, 1992, pp. 76-77.
49 APCCSCJZ,
Sor Verónica LOA QUINTERO, “Edificación de monasterio”, p. 11. Valencia era de
Cotija y realizó su profesión perpetua en 1896, con 19 años; Díaz nació en
Guadalajara en 1878, y profesó en 1903; por último, Martínez Castellanos,
nacida en Sahuayo en 1877, realizó su profesión perpetua en febrero de 1906.
50 Compendio de la vida,
p. 136.
51 Compendio de la vida,
pp. 141-143.
52LAVRÍN,
“Los senderos interiores”, pp. 6-11.
53José
de Jesús Fernández nació en Santa Inés, Michoacán, el 19 de junio de 1865. Se
ordenó el 20 de septiembre de 1890 y fue vicario de Uruapan. Fue prebendado de
la Catedral de Zamora y vicerrector del Seminario Diocesano. En 1899, el obispo
Cázares comunicó a su Cabildo que había presentado su renuncia por lo
quebrantado de su salud. Como no se le aceptó, se le ofreció un obispo
auxiliar, elevándose para tal posición a Fernández. Así, fue nombrado obispo
titular de Tloe y coadjuntor de Zamora el 11 de abril de 1899, consagrándose en
la Ciudad de México el 21 de mayo de ese año. Más tarde fue designado Abad de
la Basílica de Guadalupe, y trasladado al título de Cárpata el 11 de noviembre
de 1921. Murió el 31 de octubre de 1928. Cf. RODRÍGUEZ ZETINA, Zamora, pp. 293 y
311.
54Castellanos
murió como obispo de Tabasco en mayo de 1912. Cf. MIRANDA
GODÍNEZ, Francisco, Don
Leonardo Castellanos de Ecuandureo, Morelia, Fimax, 1979.
55Sor
Clara López transcribió las pláticas de Castellanos. Cf. APCCSCJZ,
[Sor Clara López], Sermones
y pláticas que ha predicado a la comunidad Nuestro Padre el Señor Castellanos, Zamora,
junio 8 de 1905, p. 22bis. “Sermón que nos predicó Nuestro Padre el Señor
Castellanos el miércoles 4 de octubre de 1905. Fiesta solemne de Nuestro Padre San
Francisco”.
56 APCCSCJZ,
[Sor Asunción Prado], El
Jardín de mis Deseos. Florecitas recogidas de sermones, pláticas y lecturas espirituales,
del uso de Sor María Asunción Josefa, 1905.
57 APCCSCJZ,
[Sor Asunción Prado], El
Jardín de mis Deseos, p. 89 y la cita de Cázares en: pp. 222-223.
58 APCCSCJZ,
[Sor Asunción Prado], Del
uso de Sor María Asunción Prado. Zamora, noviembre 8 de 1900, p.s.n.
59 Compendio de la vida,
pp. 138 y 204.
60 GONZÁLEZ
Y GONZÁLEZ, Zamora ,
p. 126. Sobre la llegada del tren ya desde 1879 en: El ferrocarril de Jacona a
Zamora y la distribución de premios en el Colegio de la Purísima Concepción,
Zamora, Tipografía de Silva Romero, 1879.
61 Compendio de la vida,
pp. 204-205.
62 APCCSCJZ,
Sor María Asunción Prado, Flores del claustro y arrullos de Paloma,
tomo II, Zamora, marzo 15 de 1901, pp. 6-7.
63 APCCSCJZ,
Sor María Asunción Prado, Flores del claustro y arrullos de Paloma,
f.s.n.
64APCCSCJZ,
Sor María Asunción Prado, Flores
del claustro y arrullos de Paloma, abril 23 de 1901, p.s.n.
65 APCCSCJZ,
[Sor Clara López], Sermones
y pláticas que ha predicado a la comunidad Nuestro Padre el Señor Castellanos,
separata en el interior del documento. Sor María Josefa del Sagrado Corazón,
sin título. Fiesta de la Santísima Trinidad, 25 de mayo de 1902.
66 Biografía de la Reverenda,
p. 16, así como APCCSCJZ, Sor Verónica Loa Quintero, “Edificación de
monasterio”, p. 13.
67 APCCSCJZ, Apuntes sobre la Vida de la
Reverenda Madre Sor María Isabel del Carmen J. García Vallejo. Abadesa de la
Comunidad de Capuchinas del Sagrado Corazón de Jesús de Zamora, pp.
12-15.
68 GÓMEZ
ROBLEDO, Javier, S.J., Una
vida escondida en Dios, México, edición del autor, 1957, pp. 34-35.
69APCCSCJZ, Apuntes sobre la Vida de la
Reverenda Madre, p. 15.
70 GARCÍA
URBIZU, Francisco, Cosas
que fueron. Biografías, tradiciones y antiguas usanzas. Recuerdos y paisajes de
los más fértiles y vivos años de la Zamora de Ayer, Zamora, Zamayoa
Hermanos, 1968, p. 76.
*Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez
Pliego” Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Correo electrónico:
sergiofrosas@yahoo.com.mx
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-719X2018000200137&lng=es&nrm=iso
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