Las cofradías
de Arantzazu en las capitales virreinales: Lima y México, una visión comparada
Cofradía de Nuestra Señora de Arántzazu de
México. Colegio Vizcaínas
Introducción
Estudiar las
empresas emprendidas por los vascos, tanto en el ámbito geográfico peninsular
hispano, como en las zonas de ultramar, pone de manifiesto un fuerte espíritu
asociativo, unido al talante emprendedor, laborioso y tenaz que les
caracteriza. En las provincias originarias, con pocos centros urbanos, la
población habitaba dispersa en los “caseríos”, en donde transcurría la vida
familiar y laboral. Se imponía crear modos que facilitasen la necesaria
relación social, para toda actividad. Además de las reuniones dominicales en la
“anteiglesia” en las que se decidían los asuntos de interés común
–transacciones comerciales, dar poderes y otorgar escrituras-, se fomentaron
cofradías de fieles que agrupaba a los vecinos para dar culto a la devoción
tradicional de la zona y en donde se gestaron fórmulas de atención a las
necesidades del conjunto de los cofrades.
Arraigó con
fuerza la tradición asociacionista vasca. En pleno siglo XIII la cofradía vasca
de Arriaga, que rendía culto a Nuestra Señora de Estívaliz, logró de Alfonso X
el Sabio, la delegación da la justicia real. Esta medida se justifica por el
alejamiento de la corte y el difícil acceso a la zona.
Esa tradición
acompañó a los vascos en las tierras en las que se fueron asentando. Lo
hicieron en la península hispana[1]. En Sevilla
los guipuzcoanos y vizcaínos, que formaban un grupo de fuerte peso en el
comercio de la ciudad, fundaron en 1546 la cofradía de Nuestra Señora de la
Piedad. En Cádiz, hacia 1626, la colonia en el convento de San Agustín. Ya en
el siglo XVIII los vascos residentes en la corte erigieron la Congregación o
cofradía de San Ignacio que tuvo, entre sus fines constitucionales, la
finalidad de servir de enlace con la corona a los vascos que se encontraban en
tierras de Ultramar. En efecto, el capítulo X de sus constituciones establecía
que se nombrarían a algunos paisanos residentes en las llamadas Indias para
recibir los memoriales que se deseasen enviar a la Congregación y se
institucionalizó la figura del agente de Indias, para la gestión de los vascos
de las tierras de Ultramar.
Lo hicieron
al emigrar a tierras lejanas para defender sus derechos y vivir sus tradiciones
culturales y religiosas. La llegada a un lugar desconocido, la necesidad de
abrirse camino en una sociedad diversa de la que habían dejado, el deseo de una
atención espiritual arraigada en las devociones del país de origen, eran
incentivos para agruparse en torno a tareas comunes.
En diversos
lugares de América y en Filipinas surgieron cofradías vascas de la Virgen de
Aránzazu que agruparon a los procedentes de los tres territorios vascos y del
Reino de Navarra. La advocación que eligieron ponía de manifiesto su conciencia
de comunidad. En efecto, la Virgen de Aránzazu tiene su santuario original en una
estribación de los Pirineos localizada en la confluencia de los territorios de
Guipúzcoa, Álava y Navarra. Además, el origen de esta devoción se remonta al
restablecimiento de la concordia entre los vecinos de Oñate y los de Mondragón,
separados por rencillas mutuas.
La cofradía
de Aránzazu en la ciudad de México, desde sus inicios en 1681 hasta finalizar
entrado el siglo XIX, fue una asociación fundada por el grupo vasco-mexicano
del virreinato para dar culto a la Virgen de Aránzazu y asistir al inmigrante
vasco. Con el paso del tiempo amplió su radio de acción: incorporó
manifestaciones de la religiosidad criolla y atendió las necesidades de la
sociedad mexicana. Mantuvo sus relaciones con las tierras de origen y promovió
los intereses personales y culturales de sus paisanos. Fue pilotada con
eficacia por la élite del grupo. El estilo de gobierno de la cofradía, la
gestión económica de sus empresas y las relaciones personales en y desde la
cofradía, las dimensiones de su religiosidad, descubren los rasgos
característicos de la mentalidad del grupo: hombres de empresa, con capacidad
de gestión. Son rasgos que recogí en la investigación y el estudio de sus
fuentes que llevé a cabo, gracias a la financiación de la Consejería de Cultura
del Gobierno Vasco[2].
La
historiografía francesa había puesto de relieve que el estudio de las cofradías
podría ser un camino para acercar la vida cristiana de los miembros de una
sociedad determinada, y para detectar características destacadas de una
determinada sociedad. Gabriel Le Bras, iniciador en Francia de la sociología
religiosa, impulsó el estudio de las cofradías como cauce para el conocimiento
de las sociedades religiosas[3]; siguiendo ese
camino Marie-Hélène Froesschlé-Chopard[4], reconstruyó
el mapa y los rasgos de las cofradías devocionales en la Provenza. Desde la
historia social, Maurice Agulhon[5] y Michel
Vovelle[6], abordaron las
cofradías de Provenza, para detectar la sociabilidad de sus comunidades. El
estudio de la cofradía vasco-mexicana se acerca a una y otra perspectiva.
Estudio
comparativo de las Cofradías de Aránzazu de Lima y de México
En un estudio
posterior – que ahora presento revisado- me propuse contrastar los datos de la
cofradía de Aránzazu mexicana con los de la Cofradía de Aránzazu limense[7]. Eran las dos
cofradías vascas de las capitales virreinales y, a la vista de la madurez
asociativa encontrada en el grupo vasco-mexicano, era de esperar que los vascos
que dieron vida a la cofradía en la entonces Ciudad de los Reyes, cabeza de la
América sureña, desarrollaran también una labor con fuerte irradiación
socio-cultural. El estudio de Guillermo Lohmann Villena[8] me
confirmó esta hipótesis.
Para
establecer el estudio comparativo entre ambas cofradías me propuse indagar la
madurez asociativa y la incidencia social de una y otra aplicando tres
dimensiones que había encontrado en la cofradía mexicana y que me habían
descubierto la destacada capacidad de iniciativa y de trabajo, así como la
fuerte proyección social del grupo vasco-mexicano:
1. Iniciativa
exclusiva del grupo al realizar la erección de la cofradía;
2. Autonomía de
gobierno de la cofradía y de las labores que emprendió;
3.
Capacidad de llevar a cabo los objetivos fundacionales y de
emprender nuevas metas.
Ante todo, la
decisión autónoma del grupo vasco de fundar la cofradía de Aránzazu de México.
Es decir, no hubo ningún movimiento previo por parte de las instancias
eclesiásticas para llegar a la fundación. En segundo lugar, el gobierno, de la
cofradía y de las labores que emprendió, estuvo en manos de la junta de
gobierno formada tan sólo por cofrades, esto es, sin la intervención del
prelado mexicano o de los religiosos minoritas del convento de San Francisco,
en el que tenía su sede la cofradía; a la vez, la junta de Aránzazu
decidió todos los asuntos de la cofradía por mayoría de votos de sus miembros
y, en casos más especiales -por ej. ante la erección del que se conoce aún como
Colegio de las Vizcaínas de la capital mexicana, que fue una gran empresa a
favor de la educación de la mujer mexicana- por mayoría de todos los
cofrades convocados para el evento. En tercer lugar, la cofradía mexicana de
Aránzazu consolidó sus objetivos fundacionales y se proyectó a nuevas metas.
Al indagar
los datos precisos para llegar a contrastar ambas asociaciones hube de partir
de una desemejanza respecto a las fuentes documentales. La cofradía mexicana ha
conservado un importante acervo documental de fuentes primarias y también
secundarias -libros de la cofradía, actas, relaciones, cartas, etc.- en el
Archivo histórico del Colegio de las Vizcaínas, hoy Archivo José María
Basagoiti, del que nunca han salido. La documentación limense fue requisada
junto con los bienes de la cofradía en 1865, cuando el gobierno del Coronel
Prado decretó su nacionalización; y fue trasladada a la administración de la
Beneficencia pública de Lima, a la que pude acceder pero en donde carecía de
soporte archivístico adecuado para poder hacer una completa selección de
fuentes.
Altar e imagen de
Nuestra Señora de Aránzazu en Lima (foto EuskalKultura.com)
En efecto, la
documentación limense, estaba guardada en una estancia cerrada al público y sólo accesible
mediante autorización expresa de la autoridad correspondiente[9]. Los libros de
la hermandad de Aránzazu que allí se encontraban -actas de las juntas, libros
de cuentas, libros de obras pías, elecciones de los cargos directivos- son
importantes y con ellos era posible reconstruir la historia de la asociación,
pero no pude encontrar la documentación secundaria –cartas personales,
informes, etc.- como había podido estudiar en el caso de la cofradía mexicana[10].
A
continuación se presentan los datos encontrados en una y otra cofradía acerca
de las tres dimensiones estudiadas.
Iniciativa fundacional de la
cofradía de Aránzazu en el Perú (1612) y en México (1681)
En el caso
mexicano sabíamos que una alta representación de la comunidad vasco-navarra de
la ciudad tomó parte en la puesta en marcha de la iniciativa. La erección de la
asociación, como hermandad tuvo lugar el 23 de noviembre de 1681. Ese día por
iniciativa de algunos vascongados, se reunieron los restantes vecinos del
Señorío de Vizcaya, de las encartaciones, del Reino de Navarra, y de las
Provincias de Guipúzcoa y Álava, en el convento grande de San Francisco de
México. El objetivo, según consta en las actas de la sesión, fue establecer una
hermandad para fomentar la devoción a la Virgen de Aránzazu. La asociación se
comprometía a construir una capilla en la que fuese venerada la imagen titular
y también una cripta donde fuesen enterrados los socios de la hermandad y sus
familiares
Asistieron a
la sesión sesenta y un miembros del grupo vasco-navarro, que firmaron[11] el
documento de la cesión de una capilla de la iglesia conventual para sede
provisional de la cofradía[12], dotada de
una cripta; el Guardián del convento, fray José de Velarde Orozco, firmó el
documento en representación de los religiosos. En la misma reunión fueron
elegidos los miembros de la mesa de gobierno por votación de todos los
presentes. El primer rector fue el alavés capitán Domingo de Larrea, “mercader
de plata”. Decidieron ya entonces construir en cuanto pudieran una nueva
capilla más capaz e independiente, situada en el atrio del convento; esta
capilla nueva sería inaugurada siete años después, el 21 de noviembre de
1688.
Firmaron
también los cofrades asistentes las capitulaciones de la hermandad recién
erigida con los frailes del convento de San Francisco y decidieron que se
redactasen las primeras constituciones de la hermandad. Estas constituciones,
elaboradas en 1682, constaban de quince puntos y configuraron la vida de la
asociación hasta 1696, fecha en que siendo rector D. Alonso Dávalos de
Bracamonte, conde de Miravalle, determinó la junta de gobierno formar unas
nuevas constituciones y solicitar del arzobispo la erección de la asociación
como cofradía.
Encontramos,
pues, en México a un grupo de vascos que promueve, entre los vascos y los
navarros de la ciudad, la erección de una asociación que les aúne; en 1681,
forman una hermandad[13], quince años
después, en 1696, establecerían una cofradía. A la iniciativa mexicana presta
su voto un grupo considerable de la comunidad vasco-navarra, en concreto
sesenta y un miembros; en cambio, la importante decisión de pasar la hermandad
a cofradía la adopta sólo la junta de gobierno, autorizada para ello en las
primeras constituciones de la hermandad.
* * *
En Lima, la
Ciudad de los Reyes, la iniciativa de los vascos de asociarse en hermandad fue
muy anterior al caso mexicano. El 13 de febrero de 1612, una representación de
los alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos residentes en la ciudad acudió ante
notario para gestionar la compra de una capilla y una cripta para
enterramiento en la iglesia de San Francisco de la ciudad con el fin de
albergar una hermandad que se proponían iniciar[14]. A
diferencia de lo expresado en el caso de México, en Lima no se nos ha
transmitido de quiénes partió la idea.
Los
“caballeros hijosdalgo de la nación vascongada” de la Ciudad de los Reyes
constituían el núcleo más fuerte de los comerciantes de la ciudad.
Suscribieron
un poder a Diego de Olarte, a Juan de Urrutia -bienhechor de la empresa- y a
cuatro paisanos más, para que, en representación de la comunidad vasca,
adquiriesen en la iglesia de San Francisco, una capilla -la de la Encarnación
de la Virgen y la Anunciación del Señor- que sería la sede de la hermandad que
querían fundar. Junto con la capilla adquirieron la cripta correspondiente para
enterramiento de los futuros socios. Se comprometieron a reunir, entre todos,
la suma de 10.000 pesos para reconstruir la capilla y la cripta. El 18 de marzo
se formalizó el contrato de adquisición y la capilla pasó a poder de los
vasco-limenses.
Una vez obtenida
la sede de la cofradía tenían que proceder a regularizar la asociación. El 27
de diciembre se reunió de nuevo la comunidad vasca de la ciudad para elegir a
los que compondrían la mesa o junta de gobierno de la hermandad. La elección se
hizo por votación de todos los asistentes. En la misma sesión decidieron que
fuesen redactadas las constituciones de la asociación.
El 27 de
octubre de 1619 tuvo lugar una nueva reunión de la comunidad vasca de Lima en
el aula de teología del convento de San Francisco. La presidió el general Don
Ordoño de Aguirre y asistieron un total de cincuenta y un hermanos de la
cofradía, “todos vascongados”; entre ellos se encontraban los capitanes Juan de
la Plaza, Francisco y Martín de Zamudio, Sebastián de Solarte, Juan Rey, los contadores
Julio de Arriola Ypeñarrieta, y Diego de Aguirre Urbina; estaba presente en la
sala el Guardián del convento franciscano, fray Julio Quijada pues, como
sabemos, la capilla de la cofradía se encontraba en la iglesia del convento de
los minoritas; asistió también un escribano público. Se procedió a la elección
de los mayodormos, “recibiéndose los votos de todos los asistentes, según lo
han de uso y costumbre en semejantes elecciones y salieron votados el capitán
Juan de la Plaza, administrador general de la Real Armada del mar del Sur, por
cuarenta votos y Gregorio de Ybarra por cincuenta votos”[15].
Tras elegir a
los componentes de la nueva mesa directiva, suscribieron con el provincial
franciscano la patente de cesión de la capilla. Es decir, para esta fecha
aún no había pasado a la cofradía la capilla adquirida en 1612. Un documento
posterior, fechado el 9 de febrero de 1620, renueva la adquisición. Sin
embargo, tampoco en esta ocasión se llevaron a cabo las obras de adaptación de
la capilla, por ausencia del maestro Espinosa encargado de llevar adelante los
trabajos[16]. Las
primeras relaciones de donativos para la construcción de la capilla, la cripta
de enterramiento y la sala de juntas de la hermandad son del año 1628[17].
El 12 de
abril de 1635 se reunió de nuevo la comunidad vasca; asistieron esta vez ciento
cinco paisanos, entre los que ya aparecen algunos navarros[18]. Aprobaron
las constituciones que regirían la vida y la actividad de la cofradía. La
finalidad que les movió a erigir la asociación fue la de unirse y confederarse
los provenientes de las provincias vasco-navarras “en orden a ejercitar entre
sí y con los de su nación obras de misericordia y caridad christiana, así en
vida como en muerte, para alcanzar por este medio la gloria de Dios nuestro
Señor y la salvación de las almas” (constitución 1).
Hay, pues, en
Lima desde 1612 el proyecto de configurar una hermandad integrada por los
vascos de la ciudad. La puesta en marcha del plan se lleva a cabo en tres
momentos. En las tres fases se aprueba el proyecto por votación de todos los
presentes a la sesión convocada para este fin en el convento de San Francisco;
carecemos del dato numérico de la primera, celebrada en 1612; a la segunda, en
1620, asisten cincuenta y un participantes; el número se duplica con holgura en
la tercera, celebrada en 1635, y en ella aparecen ya algunos navarros: se
amplía la representatividad del grupo. Los asistentes participan todos, con su
voto, en las metas y objetivos propuestos y en la aprobación de las
constituciones de la asociación. El Guardián del convento está presente como
contraparte y testigo de lo que allí ocurre. Podemos afirmar que la hermandad
de Aránzazu de Lima nace, al igual que la mexicana, por iniciativa de los
vascos y navarros de la ciudad. La gestión del proyecto limense requirió
veintitrés años hasta completar el ciclo fundacional y llegar a la formulación
de las constituciones de la cofradía.
* * *
De todo lo
expuesto, se deduce que, tanto en Lima como en México, se dio la primera
condición para afirmar la madurez asociacionista de un grupo. Esto es, la
decisión de configurarlo partió de los miembros de la comunidad y no hubo
instigación externa.
Autonomía de gobierno en las
asociaciones vascas de Lima y de México
La madurez
asociativa requiere también que el gobierno de la empresa y de sus labores esté
en manos del grupo que lo inicia. Ante todo, señalo el organigrama de la junta
de gobierno de ambas asociaciones.
La junta
directiva de México estaba integrada por catorce miembros: un rector, doce
diputados y un tesorero, que se renovaban anualmente por elección de la mesa
directiva saliente. Había, pues, una cabeza, el rector, al que se
concede, además, la posibilidad de que su voto sea decisorio en caso de empate
en las votaciones; desde los inicios se estipula también que el número de los
diputados se reparta por igual entre los originarios de cada una de las tres
regiones vascas originarias, las Encartaciones[19].
La junta
limense estaba formada por dos mayordomos, cuatro diputados y un procurador o
tesorero. Estos cargos eran renovados anualmente y los nuevos directivos eran
elegidos en junta integrada por todos los miembros de la hermandad que gozaban
de derecho al voto. Los mayordomos podían ser reelegidos, cuantas veces lo
considerasen oportuno los votantes. La junta de gobierno limense, integrada por
un número menor de miembros que la mexicana -exactamente la mitad, siete-,
carecía de una cabeza decisoria, ya que tenía dos mayordomos y ambos gozaban de
la preeminencia en los asuntos de la cofradía. A las juntas anuales podían
participar todos los hermanos que gozaban de derecho al voto de la renovación
de la junta directiva de la hermandad.
* * *
Al estudiar
la cofradía de Aránzazu mexicana pude comprobar la autonomía de gobierno que
presidió los trabajos de la asociación. El gobierno de la cofradía por la junta
de Aránzazu se mantuvo a lo largo del tiempo. Es más, la cofradía lo defendió
ante los religiosos franciscanos del convento en el que tenía su sede, ante las
autoridades civiles y también ante las eclesiásticas. Parte importante del
trabajo de la junta de la cofradía estuvo dedicada a las gestiones y recursos
que sostuvo para afianzar su independencia, tanto en los asuntos de la propia cofradía,
como en los de las labores que promovió. Para ello obtuvo la Real protección
sobre la cofradía el 6 de noviembre de 1729 y la exención respecto a la mitra
mexicana por Bula de Clemente XIII fechada el 3 de febrero de 1766.
La erección
de la asociación mexicana como cofradía, implicaba, según había establecido el
Concilio de Trento, el derecho del arzobispo metropolitano de visita anual de
la cofradía para revisar el cumplimiento de sus constituciones; es decir, el
prelado debería efectuar un cierto control sobre la asociación y sobre sus
bienes[20]. Las
constituciones de 1696 salieron al paso de ese control apoyando la autonomía
jurídica de la cofradía respecto a la jerarquía eclesiástica en la
autosuficiencia económica de la empresa que gestionaban. Así afirmaron: “(esta)
hermandad no tiene plato ni pide limosna como las demás cofradías, y los que
son electos por rector, y diputados, de dicha hermandad, la mantienen a costa
de sus caudales”[21].
El arzobispo
de México Manuel Rubio y Salinas, defendió los derechos que le otorgaba la ley
canónica y los cofrades sostuvieron que, por ser los dueños de sus labores les
correspondía gobernarlas autónomamente; se produjo un larguísimo proceso,
tramitado en Madrid y en Roma que finalizó, como hemos apuntado ya, con la Bula
pontificia de 1766, que accedió a la petición de los vasco-mexicanos[22].
La gestión de
los cofrades de Aránzazu de México confirma, pues, la madurez asociativa de la
empresa y del grupo que la realiza.
* * *
Las
constituciones limenses preveían la celebración de dos tipos de juntas para el
gobierno de la hermandad: la junta general que se tendría lugar una vez al año,
el día 3 de mayo, para proceder a nombrar los nuevos cargos de la junta de
gobierno y para aprobar la gestión realizada por la mesa saliente; y las juntas
particulares mensuales, los segundos domingos del mes, para decidir los asuntos
que se ofrecieren “para bien y aumento de la dicha hermandad y casos
particulares”. Se contaba con la asistencia de los demás hermanos “que se
quisieren hallar” (constitución 15); es más, se decretó que, para que lo que se
estableciese tuviera fuerza, a las juntas generales deberían asistir al menos
treinta cofrades y a las particulares un mínimo de doce (constitución 16).
La hermandad
limense garantizó en sus constituciones la intervención de una mayoría de los
cofrades en los asuntos de la asociación: todos podían votar los cargos
de la junta directiva y tenían en su mano la reelección de los mismos sin
límite temporal; los mayordomos deberían dar cuenta anual a la junta general,
es decir, al conjunto de los socios; competía también a todos los cofrades
destinar los bienes de la hermandad a labores concretas, como establecer dotes,
o capellanías (constitución 21 y 22). La elección de los destinatarios de las
obras pías que la hermandad estableciese se haría por una comisión de trece
miembros: los siete que constituían la mesa de gobierno y seis personas votadas
en la junta general; al igual que en México, se establecía el voto secreto,
para garantizar la libertad de los votantes.
Asentaban
también las constituciones la exención respecto a toda autoridad eclesiástica y
secular, que no podrían “pedir razón o cuenta de las obras pías della o del
gasto de las rentas y limosnas porque así es y ha sido expresa voluntad de los
fundadores”[23].
En Lima nos
encontramos, sin embargo, con un dato que parece ir en detrimento de esa
autonomía: la presencia del Guardián del convento franciscano en las juntas
generales de la hermandad, aunque se hace constar en las constituciones que no
tendría derecho a voto. Es más, las constituciones expresaban que sólo
asistiría “si fuere llamado por los mayordomos” (constitución 13). Los datos
que encontramos, nos inclinaron a sostener que se institucionalizó la presencia
del superior franciscano del convento limense a las juntas de la hermandad: por
ej. las actas del cabildo del 3 de mayo de 1700 para la elección de mayordomos
de la junta, recogen que el P. Guardián del convento que estaba presente
les dirigió una “plática espiritual para que pusieran los votos en la persona
que les pareciese más conveniente para mayordomo”, tras de lo cual, se procedió
a voto secreto[24]; y esto se
repite en años sucesivos.
La presencia
del superior conventual se explica por ser praxis generalizada en el ámbito
peruano a principios del siglo XVII. El 4 de abril de 1603, el prior del
convento de los dominicos de Lima, fray Agustín de Vega afirmaba: “Asisten
siempre a los cabildos y juntas que estas cofradías hazen los dichos padres, y
otros religiosos deste convento en su lugar, sin que se les permita hazerlos
sin su asistencia”[25].
La capacidad
de decisión de la junta limense incluía la gestión del capital de la cofradía
para sus propios fines y para las obras pías que se le habían encomendado; para
garantizar esa independencia se decidió, al igual que en el caso mexicano, que
los bienes salieran siempre de los mismos socios vascos. De hecho se consolidó
el uso de recaudar a domicilio entre los hermanos las aportaciones que la
cofradía solicitaba[26].
La imposición
de bienes corrió a cargo de la mesa o junta de gobierno, que dispuso de ellos
con libertad para sacar el mayor fruto[27]. Es
significativo en este orden lo ocurrido tras el temblor que arruinó la ciudad
en octubre de 1746 y que supuso a la cofradía una notable merma de las rentas
de las fincas que poseía; en tal coyuntura decidió la junta reclamar la gestión
de siete tiendas situadas en el callejón de los Pelateros y no sólo el 5% del
capital impuesto en ellas; era un modo de hacer frente a las pérdidas causadas
por el terremoto[28]. La decisión
fue beneficiosa. Así, los ingresos de la gestión de las tiendas en el año
1761 fueron 328 pesos, el alquiler al 5% del capital de 5.000 pesos
invertido en los locales suponía sólo un ingreso anual de 250 pesos[29].
Reflejan
asimismo las actas de la hermandad limense la independencia respecto al
convento de San Francisco en donde tenía su sede. Por ejemplo, en la junta
general del 15 de agosto de 1744, se decidió levantar recurso al convento para
que continuara celebrando unas misas en el altar del Santo Cristo de la capilla
de la cofradía estipuladas con el convento y que, por falta de las rentas
correspondientes, los franciscanos habían dejado de atender[30].
La asociación
limense no pasó en los siglos virreinales a ser cofradía, como su homónima de
México; por lo mismo no necesitó defender su autonomía frente a un posible
control diocesano sobre sus asuntos, como la mexicana.
* * *
Son distintos
los organigramas directivos de ambas asociaciones: la junta de gobierno de
México está centralizada por el rector, que la preside, y cuenta con doble
número de componentes, representantes de todas y cada una de las comunidades
vasco-navarras que integraban la cofradía. En Lima se prescindió de una sola
cabeza y el número de miembros de la junta estaba reducido a la mitad; a la
vez, se convocaba a todos los hermanos para participar en la decisión de los
asuntos de la cofradía. En México, los cofrades no tenían la posibilidad de
asistir y votar en las decisiones; tan sólo en asuntos muy notables fueron
convocados todos los socios para dar votar la decisión, o bien elevaron sus
peticiones a la mesa: el 1 de noviembre de 1732, se celebró junta plenaria para
decidir todos los asistentes la erección del colegio de las Vizcaínas; en 1753
los cofrades elevaron una petición firmada por todos ellos solicitando la
segunda relección–las constituciones admitían una sola relección- de Manuel de
Aldaco, en un momento clave para dar continuidad a las gestiones jurídicas del
colegio de las Vizcaínas[31].
Podemos
afirmar que las juntas de gobierno de ambas cofradías gestionaron por sí mismas
los medios para alcanzar los objetivos propuestos. Sin embargo, en este orden,
hallamos también una diferencia: en Lima, la junta de gobierno se apoya en la
base de los cofrades; en México, la mesa es el órgano decisorio.
Labor de las
cofradías vascas limense y mexicana
Hasta aquí
estudiamos la libertad de asociación que rigió en las dos cofradías de
Aránzazu. La madurez social del grupo que dio vida a ambas cofradías se debería
reflejar también en la consecución de los fines fundacionales y en la
irradiación que alcanzaron sus labores. Esto es, cómo contribuyeron a sostener
la fe y la vida religiosa de sus miembros, o si desviaron estos objetivos; y
qué proyección tuvo su labor en la sociedad.
Vida religiosa de los
cofrades
Ante todo,
veamos su contribución a la vida religiosa de los miembros. En la cofradía
mexicana hemos encontrado unas dimensiones precisas. Los vasco-mexicanos se
propusieron como meta fundacional el culto a la Virgen de Aránzazu, devoción
radicada en las tierras vascas peninsulares; lo llevaron a la práctica durante
todo el iter de
la cofradía. Ahora bien, ya las primeras constituciones preveían la posibilidad
de incorporar la celebración de otras devociones; así lo hicieron festejando a
los patronos de las tierras de origen -la Virgen de Begoña, san Ignacio de
Loyola, san Fermín, san Prudencio y san Francisco Xavier. En 1731 celebraron
por vez primera la fiesta de la Virgen de Guadalupe, devoción típicamente
mexicana que aunó a indios y criollos. Continuaron todas estas solemnidades
hasta finalizar la cofradía en 1860.
La cofradía
limense se fundó para celebrar actos religiosos en honor de la Virgen de
Aránzazu y del Santo Cristo de la hermandad. Como en el caso mexicano estas
fiestas se celebraron con ritmo anual a lo largo de la vida de la cofradía[32]; lo siguió
haciendo hasta bien entrado el siglo XIX: en 1857 convocaba a participar en
ellas a los 278 miembros de la hermandad[33]; tras la
incautación de los bienes de la hermandad por el Gobierno del Coronel Prado, la
Beneficencia pública, a la que fueron a parar aquellos fondos se comprometió a
pasar una suma anual para el culto de la Virgen de Aránzazu[34].
A diferencia
de la cofradía mexicana la limense nació ya con el objetivo de fomentar una
doble devoción: la Virgen de Aránzazu, enraizada en la tradición religiosa de
las tierras de origen, y el Santo Cristo, devoción de hondo arraigo en el Perú.
La hermandad no incorpora las fiestas de los patronos de los territorios
vasco-navarros, como sucedió en México. Podemos avanzar la hipótesis de que los
fundadores de la hermandad peruana estuvieron más radicados en la Colonia, que
los que iniciaron la cofradía mexicana.
Dimensiones de la vida
del cofrade de Aránzazu
Veamos la
posible incidencia de las cofradías vascas en la vida de sus socios. Ambas
asociaciones proporcionaron a sus miembros una atención espiritual por parte de
los capellanes, confesores y predicadores y suministraron modelos de vida que
pudieran impulsar en ellos una conducta cristiana.
El análisis
de la asociación mexicana nos ha permitido detectar el perfil del cofrade como
un hombre de empresa, capaz de proponerse metas y llevarlas a su término,
responsable de sus decisiones, íntegro en el uso de los bienes de la cofradía
que defendió recurriendo al arbitraje de los propios paisanos o, si no alcanzó
así el objetivo, a los tribunales de justicia.
En el cofrade
se dio asimismo una apertura real a la comunidad en que había nacido y de la
que se sintió responsable: en el ámbito familiar su acción se extendió a lo que
se puede considerar como un auténtico clan integrado en muchas ocasiones por
miembros de tres generaciones y en el que confluyeron, además, las relaciones
de compadrazgo. La adscripción a la cofradía le llevó a ocuparse del grupo
vasco y a contribuir a sus necesidades. La cofradía penalizó, por ej., a los
que no vivieron esa apertura al grupo; así quedó establecido que los que
rechazaran el nombramiento de rector para el que habían sido elegidos, no
podrían ser elegidos de nuevo.
Se asienta
que el cofrade había de ser un hombre respetable, de buena fama. La cofradía se
reservaba la expulsión de los que públicamente llevaran una conducta
escandalosa. Por los datos de que dispongo, no parece que se diera esa medida;
no hubo entre los cofrades herejes, criminales, ladrones a gran escala. Sí hubo
perdedores y a éstos asistió la cofradía. Fue el caso, por ej. del navarro
Miguel Francisco de Gambarte, rector en 1757, que falleció en 1783 en extrema
pobreza, y la cofradía corrió con los gastos del entierro.
Quiero
destacar una dimensión de las dos asociaciones estudiadas que, a mi parecer,
incidió en el perfil ético del ciudadano colonial. Ambas asociaciones
admitieron el comercio como medio de capitalización: la mexicana practicó desde
1690 hasta 1721 el intercambio de productos con Filipinas; la limense en 1746
decidió gestionar directamente las siete tiendas que poseía en la ciudad para
hacer frente al descalabro económico que el terremoto había causado a la
cofradía. Con estas medidas las dos asociaciones vascas contribuyeron a la consideración
positiva de la empresa comercial que se dio en la sociedad americana colonial.
Hasta bien
entrado el siglo XIX, ambas asociaciones piadosas proporcionaron a sus miembros
unos medios que les transmitían la fe y la piedad de sus antepasados y, a la vez,
les suministraron modelos de actuación moral; un comportamiento honorable
conforme a su condición de miembros de la noble familia vascongada, a los
cuales la Corona otorgó el privilegio de hidalguía en 1754.
Labores socio-culturales
Nos
planteamos ahora cual fue la proyección de ambas asociaciones en el plano de
las relaciones con los miembros de la propia comunidad y con los demás
componentes de la sociedad en que vivieron. Al estudiar el desarrollo de la
cofradía mexicana he trazado cuatro etapas: la fase configuradora, la de
consolidación interna de la cofradía, la proyección externa en el ámbito del
virreinato y, por último, la puesta en marcha de labores que irradiaron fuera
del virreinato.
En la primera
etapa y durante quince años, de 1681 a 1696, la asociación mexicana completó su
perfil institucional: fundada como hermandad en 1681, en 1696 fue erigida como
cofradía. Entra así en 1696 a la segunda fase, que he denominado de
consolidación interna; en ella, a lo largo de treinta y cinco años, hasta 1731,
la cofradía aumentó el número de cofrades, incorporó nuevas devociones
religiosas e incrementó las labores asistenciales previstas en las
constituciones: la atención al necesitado del grupo vasco-navarro, las dotes
que permitieran a las jóvenes de la propia comunidad que carecían de fortuna
casarse o ingresar en un convento y dotar también capellanías que posibilitaran
la ordenación de sacerdotes. En 1732 y hasta 1772, durante cuarenta años, la
cofradía mexicana realizó un proyecto novedoso de indiscutible incidencia
social: la fundación del colegio de las Vizcaínas para la mujer mexicana que
llegará en funciones hasta nuestros días. Por último, en 1772 se inicia una
cuarta fase que alcanzará hasta finalizar el siglo XVIII: la cofradía acometió
en estos años nuevas labores. Entre ellas la formación cristiana del mexicano
que carecía de fortuna, la ayuda a las misiones del Oriente asiático y la
promoción de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País; la acción de la
cofradía irradia de algún modo al Asia y a las tierras peninsulares,
traspasando los límites del propio virreinato.
Vayamos al
caso limense. La etapa configuradora, es decir la que completa el perfil de la
asociación es más amplia que en el caso mexicano: se extiende desde 1612 hasta
1635; los vasco-limenses tardaron veintitrés años en poner en marcha la
hermandad.
A diferencia
de lo sucedido en México, los limenses no se propusieron erigir su asociación
en cofradía. La solidez asociativa del grupo y la categoría social de la
comunidad vasco-navarra de Lima hubieran hecho posible dar ese paso. La
permanencia en la fórmula inicial manifiesta, a mi parecer, la determinación de
la asociación limense de conservar la propia independencia respecto a la
autoridad eclesiástica.
Desde 1635
hasta 1771, a lo largo de ciento treinta y seis años, la hermandad limense
viviría la fase que he denominado de consolidación de la labor: es decir, la
asociación aumentó en miembros y creció en labores que ya estaban contempladas
en las constituciones: asistencia al necesitado de la comunidad vasco-limense y
establecimiento de capellanías para la ordenación de sacerdotes, como las de
Juan de Urrutia, Joseph de Lizariturre, Sancho de Elorriaga y Andrés López de
Arcaya[35]. Fue un
tiempo de larga duración en el que la hermandad siguió los cauces ya trazados,
sin proyectar nuevas empresas. Respecto a la mexicana, este dato reflejaría una
menor potencialidad de la cofradía.
Para calibrar
esta última afirmación hay que ponderar que la hermandad vasco-limense tuvo que
acometer en dos ocasiones la construcción de su propia capilla y del retablo,
debido a los temblores que asolaron la ciudad. La capilla quedó terminada sólo
en octubre de 1645 y quedó seriamente dañada de nuevo el 4 de febrero de 1656,
por desplomarse el crucero y parte de la bóveda del templo; hubo de
reconstruirse y las obras finalizaron en 1669. El terremoto de octubre de 1687
dio al traste con el retablo y obligó a hacer uno nuevo que costó 16.525 pesos[36]. Esto
explicaría, en parte, la menor actividad operativa de la hermandad limense,
respecto a la cofradía mexicana.
En 1771
inició la hermandad limense la etapa de proyección externa, es decir, impulsó
una nueva labor asistencial no contemplada en las constituciones y dirigida no
estrictamente al propio grupo. En esa fecha, D. Juan Ignacio de Obiaga,
Inquisidor Apostólico y Fiscal del santo oficio de la inquisición de Lima,
antiguo mayordomo de Aránzazu, estableció una fundación laical, exenta de la
jurisdicción eclesiástica, con un legado de 17.000 pesos, recibidos de una
persona piadosa, para proveer con sus rentas anuales la enfermería y la
farmacia del convento de San Francisco y a las necesidades de los ornamentos de
la sacristía del propio convento[37]. El año de
1864 seguía en vigor esta fundación[38].
Por esa fecha
de 1771, en que la hermandad limense hacía la fundación en favor del convento
de san Francisco, el colegio de las Vizcaínas de la cofradía mexicana estaba en
pleno desarrollo y los vasco-mexicanos se disponían a impulsar la
adscripción de socios a la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. En Lima
no encontramos proyectos similares. Estos datos pueden ser significativos de
una menor incidencia social de la hermandad limense, respecto a la mexicana y,
consiguientemente de la menor proyección socio-cultural de la comunidad
vasco-peruana.
Para calibrar
la proyección socio-cultural de los vascos limenses, necesitamos acudir también
a datos externos a la vida de la hermandad. En efecto, en la década de los 70
del siglo XVIII se estaba llevando a cabo en Lima la adscripción de socios de
la Bascongada[39], hasta el punto de constituirse en Lima
el segundo contingente de socios de la Real Sociedad Bascongada[40], tras el de la ciudad de México. Es más,
en Lima, por las mismas fechas, los grupos que promovían la Bascongada habían
impulsado proyectos culturales “ilustrados” que buscaban el progreso de la
región: la Sociedad Académica de Amantes del País, que dio vida al “Mercurio
Peruano”, órgano difusor de los ideales de progreso cultural y técnico que la
Sociedad Académica sostenía[41]. Lohmann Villena ha mostrado las
conexiones de las tres empresas, estudiando la adscripción en ellos de los
vascongados limenses[42] .
Los datos
anteriores manifiestan que el grupo vasco-limense realizó sus proyectos
socio-culturales fuera del ámbito de la hermandad de Aránzazu. La asociación
vasca peruana continuó realizando al menos hasta la segunda mitad del siglo XIX
la labor religiosa y asistencial con los que había iniciado su andadura en el siglo
XVII.
Conclusiones
Nos
planteamos en este trabajo detectar la incidencia de las cofradías de Aránzazu
mexicana y limense, resultado de la madurez socio-cultural del grupo que las
desarrolló. Hemos comprobado que los vascos en México y en Lima se asociaron
por libre determinación del grupo respectivo y que gobernaron sus asociaciones
por sí mismos.
La asociación
limense optó por permanecer institucionalmente como hermandad; con esta medida
permaneció fuera del ámbito de la jurisdicción eclesiástica, logrando así la
propia autonomía de gobierno. Los vasco-mexicanos, que optaron por configurarse
como cofradía, lucharon para lograr la exención de la autoridad eclesiástica y
civil.
Ambos grupos
trazaron con precisión el órgano de gobierno que mantendría el control de la
cofradía y de sus labores y fundamentaron la autonomía de gobierno de la
asociación en la financiación de sus empresas por los propios cofrades vascos.
Así pues, ambas asociaciones, fundadas en el siglo XVII, fueron ámbito de la
libertad del grupo.
Hemos
comprobado que hasta bien entrada la etapa independiente, ambas mantuvieron en
vigor los objetivos iniciales, de culto y asistencia al propio grupo.
Incidieron estas labores en la vida religiosa de la comunidad vasca, como se lo
habían propuesto al fundar la asociación. En México pesaron más los grupos
vinculados a las tierras de origen y lograron incorporar a la cofradía las
devociones de las provincias vascas peninsulares; a partir de 1731 se inició la
incorporación de devociones criollas. En Lima, ya desde la fundación de la
hermandad, hubo una doble presencia de la piedad peninsular y de la criolla que
se mantuvo hasta finalizar la asociación. Así pues, en Lima prevalece la
tradición y se refleja la presencia del vasco-criollo, mientras que en México
destaca la capacidad innovadora en el campo religioso y se detecta el peso del
emigrante de primera generación.
Ambas
cofradías proporcionaron modelos éticos que incidieron en el comportamiento de
sus miembros. En México pudimos comprobar el consolidado prestigio de honradez
en el manejo de los bienes de la Cofradía; en efecto a ella recurrieron para
trasladar a la Corte o a Filipinas sus bienes. Es más, con las soluciones
adoptadas para financiar las propias asociaciones, nos parece que contribuyeron
a la consideración positiva moral y social de la gestión mercantil en el que
sería considerado como pre-capitalismo colonial americano.
La cofradía
de México sacó adelante empresas culturales que irradiaron fuera del propio
grupo, como el Colegio de las Vizcaínas y la promoción de la Bascongada en
México, impulsando el desarrollo científico y económico en las tierras de
origen y en la Nueva España. A partir de 1772 promocionó a la Bascongada
logrando enviar desde México para sus escuelas en las tierras vascas 27.000
pesos.
La hermandad
limense no se propuso tareas semejantes, según hemos podido constatar en la
documentación estudiada. Sin embargo, los vascos-peruanos acometieron empresas
similares en Lima; no lo hicieron, como en México, desde la hermandad.
Nos hemos
encontrado así ante un doble proyecto de asociación. La cofradía mexicana
aparece dotada de un considerable poder de convocatoria del vasco en el ámbito
del virreinato, y con el consiguiente peso financiero; abarca en sí los
distintos campos de proyección religiosa y cultural de la propia comunidad a
quién alcanza a representar[43]; destaca la capacidad de iniciativa con
que amplía sus labores y empresas. La hermandad limense, que -por los datos que
poseía al realizar el estudio comparativo- aunaba a los vascos de la capital
del virreinato, se presenta como sociedad religioso-asistencial, más vinculada
al proyecto inicial. La limense tiene menor empuje en su acción: precisa de más
tiempo para su erección definitiva y para emprender nuevas labores; se muestra
como mantenedora de la propia tradición.
La cofradía
de México adoptó un estilo de gobierno centralizado en la mesa directiva. Sólo
sus miembros tenían voto en las juntas generales que decidían todos los asuntos
de la cofradía; el organigrama de la junta directiva mexicana estaba apoyado
sobre la última decisión del rector. La hermandad de Lima carecía de esa fuerza
centralizadora. A las juntas generales asistían con derecho a voto todos los
socios; la mesa estaba presidida por dos mayordomos. Nos parece que esa
diferencia de dirección ha podido influir en la menor acometitividad de la hermandad
peruana. Es una hipótesis que estudios similares de diversas cofradías podrían
responder con mayor índice de precisión.
El estudio
realizado nos ha presentado dos cofradías de la elite empresarial colonial que,
iniciadas por el propio grupo, manifiestan un desarrollo socio-cultural que se
hace presente en Lima el año 1635 y en México el año 1681 y que continúa
durante todo el siglo XVIII, alcanzando una cuota alta en la década de 1770.
Ambas asociaciones, se presentan como ámbito de autonomía de los grupos
respectivos. La historiografía ha revalorizado el siglo XVII americano y con
Ruggiero Romano lo sitúa como contracoyuntura de la Europa en crisis del
momento[44]; para este autor, un elemento clave de
esa coyuntura positiva americana fue precisamente la autonomía de la vida
americana respecto a la autoridad gubernativa[45]. Los datos obtenidos en las cofradías
estudiadas estarían en línea con la tesis de Romano.
En este
contexto, me parece de gran interés estudiar la autonomía y la incidencia
socio-cultural de las cofradías coloniales de los siglos XVII y XVIII. Hay
datos que apuntan en esa dirección. En 1731 llegaba al Consejo de Indias la
noticia de que ninguna congregación, ni cofradía de la ciudad vivía lo ordenado
por la Recopilación de Indias,
Ley 25 del Lib. 1º, de que asistiese a las juntas un ministro de la Real
Audiencia[46]. Por su parte, los estudiosos de las
cofradías indígenas las ven como espacios en que se afirma el poder local de
las autoridades indígenas[47]. Este estudio podría aportar luces
nuevas sobre la realidad socio-cultural americana de los siglos XVII y XVIII.
NOTAS
[1]
J. Garmendia Arruebarrena dio a conocer diversas cofradías vascas peninsulares,
entre otros estudios: Presencia
vasca en Sevilla (1698-1785), en “Boletín de la Real Sociedad
de Amigos del País”, 37 (1981) 429-512; La
Cofradía del Santísimo Cristo de la Humildad y la Paciencia de los vascos en
Cádiz, en “Boletín de la Real Sociedad de Amigos del País”, 34
(1978) 375-412.
[2]
Elisa Luque Alcaide, La
cofradía de Aránzazu de México 1681‑1799, Pamplona, Eunate, 1995.
[3]
Gabriel Le Bras, Les
confréries chrétiennes. Problèmes et propositions, en “Revue
historique de droit fraçaise et étranger”, 19-20, París [1940-1941] 310 ss.,
seguido por la obra del mismo autor ID., Etudes de sociologie religieuse, P.U.F., Paris
1956.
[4]
Marie-Hélène Froesschlé-Chopard, Etudes
des confréries. Problèmes et methode, en “Provence Historique”, 34, Aix-en-Provence
[1984] 117-123.
[5]
Maurice Agulhon, Pénitents et
francs-maçons de l’ancienne Provence: essai sur la sociabilité,
Fayard, París 1984 (edición revisada de la de 1968).
[6]
Michel Vovelle, Piété baroque
et déchristianisation en Provence au VXIIIe. siècle, Éditions du
Comité des Travaux Historiques et Scientifiques, París 1997 (edición revisada y
ampliada de la de 1973).
[7]
Elisa Luque Alcaide, Coyuntura
social y cofradía. Cofradías de Aránzazu de Lima y México, en Pilar
Martínez López-Cano, Gisela von Wobeser, Juan Guillermo Muñoz (coords.), Cofradías, Capellanías y Obras pías, Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas (Serie
“Historia Novohispana”, 16), México 1998, pp. 91-108.
[8]
Guillermo Lohmann Villena, La
Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima, en
Ignacio Arana Pérez (coord.), Los
vascos y América. Ideas, hechos, hombres. Madrid, Fundación Banco
de Bilbao y Vizcaya, GELA, 1990, pp. 203-213. La historiografía reciente ha
ampliado esos datos: José de la Puente Brunke, Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu (LIMA),
Enciclopedia Católica on-line: http://ec.aciprensa.com/wiki/Hermandad_de_Nuestra
_Se%C3%B1ora_de_Ar%C3%A1nzazu_(LIMA).
[9]
Es una buena noticia para el historiador que hoy la renovación de la Cofradía
de Aránzazu mexicana ha hecho posible la recuperación de sus fuentes y se está
procediendo a la configuración del Archivo correspondiente.
[10] Al igual
que la cofradía de Aránzazu de México parece que la limense tenía todos sus
papeles en la propia sede y por esto apenas se halla documentación en los demás
archivos de la ciudad. En el Archivo Arzobispal de Lima se encuentra un
expediente, del antiguo procurador de la hermandad de Aránzazu, Agustín de
Ezpeleta, reclamando, el 23-IX-1885, los bienes que el gobierno había requisado
a la hermandad; esta reclamación no parece tuviera efecto alguno: Archivo
Arzobispal de Lima (en adelante AAL), Fondo Cofradías, 71, 17.
[11] Libro de
Elecciones que principió en 23 de noviembre de 1681 y acavó en 20 de agosto de
1773, f. 1
v-r, en Biblioteca de Antropología en Historia de México, Fondo Vizcaínas,
rollo 40.
[12] La capilla
desde 1671 estaba dedicada a esta advocación; pero no estaba dotado su culto.
Se trataba de asegurarlo mediante la asociación y, a la vez, proporcionar el
enterramiento de los miembros.
[13] Asociación
que, en la Edad Moderna, a diferencia de la cofradía, no requería la aprobación
diocesana.
[14]
Parece que el primer intento de cofradía vasca en el Incario fue en la ciudad
de Potosí, promovida por los empresarios vascos, propietarios de casi todos los
ingenios y minas de la Villa Imperial: Cfr. Lohmann Villena, en Arana Pérez, op. cit.
en nota 8, pp. 203-213.
[15] Libro de
Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu,
sita en el convento de N.P. S. Francisco de Lima desde el año de 1612 hasta el
de 1750 y Constituciones de la misma, en Archivo de la Beneficencia de Lima [en adelante ABL], nº
8179, ff. 2d- 3v.
[16]
Se ausentó para ir a dirigir la obra de la catedral de Arequipa: Cfr. Lohmann
Villena, en Arana Pérez, op. cit. en nota 8, p. 205.
[17] Borrador de
las Constituciones de la Ilustre Hermandad de Nra. Sra. de Aránzazu, de
Bascongados en el convento de N.P. S. Francisco de Lima, que empezó en 1612 y
derecho a las siete tiendas que posee en el callejón de Petateros, y así mismo
algunas cuentas de los primeros Mayordomos, Archivo Beneficencia Pública de Lima (ABL), nº
8180.
[18] Eran 35 de
Guipúzcoa, 49 del Señorío (Vizcaya), 9 de Navarra, 7 de Álava y 5 de las cuatro
villas (Laredo, Castro Urdiales, Santander y San Vicente de la
Barquera): Libro de
Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu,
folio de la portada. Las cuatro villas eran puertos costeros de Cantabria que
se habían se unieron a Vitoria y a varios puertos vascos el 4 de mayo de 1296,
formando la Hermandad de las Villas de la Marina de Castilla con Vitoria, que
mantuvo relaciones comerciales con algunas de las ciudades portuarias más
importantes de toda Europa y que paró el comercio de la Liga Hanseática con los
reinos hispanos: cfr. Margarita Serna Vallejo, El Fuero de Laredo en el octavo centenario de su concensión,
Universidad de Cantabria, Santander 2002.
[19] Comarca de
situada en la parte occidental de Vizcaya, habitada por descendientes de los
cántabros y que gozó de personalidad propia y cierta autonomía, aunque ya en el
siglo XIII se vinculó al Señorío de Vizcaya al que acabará incorporándose
definitivamente en 1804: cfr. José Víctor Arroyo Martín, Las Encartaciones en la configuración
institucional de Vizcaya (siglo XVIII), UPV/EHU, 1990.
[20]El Concilio había afirmado el
derecho de los obispos de visitar las cofradías, excepto las que estaban bajo
la Real protección y obligaba a rendir cuentas anualmente de su administración
ante el Ordinario Sesión XXII, De
reformatione , canon. 8 y 9 (COeD, 740). El control del
régimen económico de las cofradías aprobado por Trento en la Sesión XXII remite
a la Constitución Quia
contingit, del Concilio Viennense (1311-1312): Cfr. Ibídem, 374-376. En el siglo
XVII la Constitución Quaecumque,
dada por Clemente VII el 7-XII-1604, estableció, además, que el Ordinario había
de aprobar la erección de cada cofradía y de sus estatutos, fijaba el método
señalado para recibir sus limosnas e indicaba el uso en que debían emplearse:
Cfr. Naz, Dictionnaire de
droitcanonique, Letouzey et Ané, Paris, T.IV, 1949, col. 156.
[21] XIV. Item,
por cuanto el fundar dicha Hermandad, y desear se erija en Cofradía, es solo a
fin de servir y obsequiar a la Santísima Virgen María, y que dicha Hermandad no
tiene plato ni pide limosna como las demás Cofradías, y los que son electos por
Rector, y diputados, de dicha Hermandad, la mantienen a costa de sus caudales.
Sin embargo de todo, así para lo que a el presente tiene y goza, como para lo
que en lo de adelante tuviere y gozare, se pone dicha Hermandad, su
Rector, diputados y thesorero, debajo de la Protección y subordinación que debe
al Ilmo Sr. Doctor D. Francisco de Aguiar y Seijas, Arzobispo Dignísimo de esta
ciudad según el Sagrado Concilio de Trento y Bullas Apostólicas; para que con
su gran fervor, celo del bien de las almas, devoción a la Sacratísima Virgen
María, ampare dicha Hermandad como planta tan nueva y que desde luego se pone
debajo de su subordinación, en el todo y por el todo, y en su nombre del Sor.
Provisor y Vicario general que es o fuere de este Arzobispado”: Libro de Elecciones citado
en nota 15, f. 31v.
[22]
Un buen estudio el de Guillermo Porras Muñoz, en Josefina Muriel de la Torre
(coord.), Los Vascos y su
Colegio de las Vizcaínas, CIGATAM, México 1989, pp.109-137.
[23]
Constitución 24. Es más, se inclinan en caso de duda por acudir a la autoridad
civil y no a la eclesiástica. Así se establece en la misma constitución que en
caso de tener que acudir a dirimir algún litigio surgido en las cuentas de la
cofradía “se recurra al excmo. Sr. Virrey de estos reinos, para que se sirva de
mandarlas ver (las cuentas) y aprobar como mejor fuere servido”.
[24] Libro de
Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu : f.145 r.
[25] Expresiones
similares en el informe del jesuita Joseph Tiruel, rector del Colegio de San
Pablo, de Lima: Archivo General de Indias (en adelante AGI), Lima 34, libro 6,
nº 41. Relaciones adjuntas a la carta del Virrey del Perú a S. M. acerca de las
cofradías de indios y negros existentes en los conventos y monasterios de Lima.
Cit. por Rodríguez Mateos (1995), pp. 15-43.
[26] “Razon de
los hermanos que dejaron de ir el día 3 de mayo de 1799 a la fiesta y cabildo
que se celebró dicho día en la capilla de Ntra. Sra. de Aránzazu, son los
siguientes, a quiénes los señores D. Gabriel de Borda y Gobernador Martín de
Jano, diputados les pidieron limosna en sus casas…”, Libro de Elecciones de Mayordomos de
la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu, f-149 r.
[27]
Sobre el modo de proceder se consignan varios casos en el mismo Libro de Elecciones para
hacerse cargo de unos legados que se asumen en la junta, o también para decidir
la imposición de capital, por ej. “En 5 de febrero de 1713 se hizo Junta de
cabildo en esta hermandad para imponer una renta de 4.000 pesos de principal y
200 de corridos para ayuda de que se celebren las dos fiestas de la obligación
de esta capilla…, ”:Libro de
Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu,
f. 2 r.
[28]
Junta del 15-VIII-1750, Libro
de Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu,
ff. 216 v-219 r.
[29] “Cuentas de
cargo y data que presentan los mayordomos Licdo. D. Juan Obiaga, colegial
huesped del real Mayor de san Felipe y abogado de esta Real Audiencia y D.
Ignacio de Altube, Secretario del santo oficio de esta inquisición, y este
último es el que se ha hecho cargo de recibir y pagar que se ofrecieron en esta
capilla”, Libro de Cargos y
descargos de los Mayordomos del Santo Christo y Ntra. sra. de Aránzazu de la
Ilustre Hermandad de Bascongados en la Iglesia del Convento de N.P.S. Francisco
de Lima desde el año de 1695 hasta el de 1763, f. 116v, en ABL, nº
8181.
[30] Junta del
15-VIII-1744, Libro de
Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu,
ff. 211 v-214 r.
[31] Cfr. Luque
alcaide, op. cit. en nota 2, pp. 92 y 153, cita 118.
[32] Por ej. en
1761 gastó la cofradía 200 pesos y 1 real en la fiesta celebrada el 15 de
agosto en honor de la Virgen de Aránzazu (adorno de altares, música, cera,
sermón, misa solemne y luminarias, cohetes, chirimías, y otras menudencias,
especifican). El mismo año gastaron 49 pesos y 6 reales por la
celebración de la cruz el día 3 de mayo (adorno del altar, música, misa solemne
cera y demás menudencias): “Cuenta presentada por los mayordomos D. Juan de
Obiaga, colegial del Real mayor de San Felipe y abogado de la Real Audiencia, y
D. Ignacio de Altube, Secretario del Santo oficio de la Inquisición de Lima”,
en Cuentas de Cargo y Data de
los Mayordomos del Santo Christo y Ntra. sra. de Aránzazu de la Ilustre
Hermandad de Bascongados.
[33] Lohmann
Villena, en Arana Pérez, op. cit. en nota 8, p. 213.
[34] Así lo
expresa en su informe al arzobispo de Lima, el antiguo procurador de la
hermandad, Agustín de Ezpeleta, el 23 de septiembre de 1885: AAL, Fondo
Cofradías, 71, 17, cit. en la nota 10.
[35] Los datos
de estas capellanías constan en el citado Libro de Elecciones; no he encontrado testimonio
del establecimiento de dotes de doncellas.
[36] Este sería
destruido por un fuego el 21 de septiembre de 1899. Estos datos los he tomado
de Lohmann Villena, en Arana Pérez, op. cit.en nota 8, pp. 205 y 211-213.
[37] Obiaga
nombraba por patrono de la obra pía “a los Mayordomos de la Ilustre Hermandad
de nuestra Señora de Aránzazu de la que fui Mayordomo nueve años, y en su
defecto al Ministro y Síndico de la Tercera Orden, para que cuiden de la más
segura y permanente imposición del principal en Fincas, que no tengan censo
alguno, o el valor de su área sufra el de esta Obra pía; reintegren el capital
de los diez y siete mil pesos si se menoscabare, y distribuyan las limosnas,
sin que les sea facultativo, ni puedan alterar de ningún modo el méthodo, y
orden, que llevo dispuesto”. Es significativa la asignación de las tres llaves
de la caja correspondiente a esta obra pía: dos las poseían los mayordomos de
Aránzazu, la tercera el Guargián del convento de San Francisco: Libro de la Fundación de Obra pía para la
Enfermería, Botica, y Sachhristía de Sn. Franco, dispuesta por el Sr. Inqq.or
Obiaga por encargo de un Devoto, en ABL, nº 8185, ff. 5v-8v.
[38] En las
cuentas de ese año, firmadas por los mayordomos Lucas de Ugarte y J.F. Puente,
el total de las rentas de la fundación que se empleó en gastos de ropa de la
sacristía de San Francisco y en medicamentos de la farmacia era de 731 pesos y
2 reales, en Ibídem,
f. 27 de la segunda parte correspondiente al siglo XIX.
[39] En 1772 se
inscribió el primer limense a la Real Sociedad; a partir de esa fecha se
incrementó el número, alcanzando un total de 121 socios el año de 1790,
mientras que en la capital novohispana lo hicieron un total de 530 socios; Lima
fue, después de México, la segunda ciudad americana en número de socios de la
Bascongada: Cfr. J. Vidal Abarca, “Estudios sobre la distribución y evoluciónde
los socios de la RSBAP en Indias (1765-1793”, en VV.AA. La Real Sociedad Bascongada y América, Real
Sociedad Bascongada de Amigos del País,- Fundación BBV, Madrid 1992, pp.
105-148.
[40]
Jean-Pierre Clément cuantifica los vascos suscriptores de El Mercurio Peruano:
en Lima eran el 60% de la comunidad vasca de la ciudad; en todo el Virreinato
peruano constituían el 27,2 % de los vascos del territorio: J-P Clément, El Mercurio Peruano, 1790-1795, Vervuert-Iberoamericana,
Vol, Frankfurt 1998, p. 86.
[41] Además de
la monografía de Clément, hay buenos estudios sobre las ideas presentes en el
periódico limense, así los de Rosa Zeta Quinde, El pensamiento Ilustrado en el Mercurio
Peruano: 1791-1794, Universidad de Piura, Piura 2000, José de
la Puente Brinke, El Mercurio
Peruano y la Religión, en “Anuario de Historia de la Iglesia”
17 (2008) 137-148.
[42]
Lohmann Villena, en Arana Pérez, op. cit. en nota 8, pp. 315-337.
[43] Lo hace
respecto a la Bascongada; también al canalizar las gestiones de cofradías y
personas vascas peninsulares en el ámbito novohispano: Cfr. Luque Alcaide, op.
cit. en nota 2, Capítulo IX, especialmente pp. 310-318.
[44] Ruggiero
ROMANO, Coyunturas opuestas.
La crisis del siglo XVII en Europa e Hspanoamérica, El Colegio
de México, México 1993.
[45]
“el debilitamiento del Estado español no se traduce sólo en el hecho de que se
quede más dinero en América; hay algo más importante que se da en el transcurso
del siglo XVII (siglo que dura hasta las “reformas” del XVIII que no son más
que la última tentativa por recuperar el “Imperio) y es que la vida americana
resulta cada vez más autónoma”: ROMANO, op. cit. en nota 42, p. 149.
[46]
Lo informaba la mesa de la Cofradía de Aránzazu de México, pidiendo se le
eximiera de esa asistencia a sus juntas de un miembro de la Audiencia de
México, que se le había indicado al acogerla en 1729 bajo la Real protección.
Entre otras razones aduce que “en ninguna congregación ni cofradía de aquella
ciudad asiste tal ministro: AGI, México, 716.
[47] Ya lo
apuntaba así en 1961 G. M. Foster, Cofradía
y Compadrazgo en España e Hispano-América, en“Guatemala
Indígena”, 1 (1961) pp. 107-135, primera época. Cfr.
también D. Betchloff, Bruderschaften
im Kolonialen Michoacán. Religion zwuischen Politik und Wirschaft in einer
interkulturallen Gesellschaft, LIT, Münster-Hamburg 1992.
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