Filosofía y Sociología
Biografía de José Ortega y Gasset sobre su pensamiento europeo
(Madrid, 1883-1955)
Al filósofo y escritor José Ortega y Gasset se le considera una de las personalidades que
más ha influido en la vida cultural española de la primera mitad del
siglo XX. Nace en Madrid el 9 de mayo de 1883. Estudia en el colegio
jesuita de Miraflores de El Palo, en Málaga, ciudad en la que obtiene el título
de bachiller en 1897. En 1898 inicia sus estudios universitarios en el
Internado de Estudios Superiores de Deusto, llevando materias de Derecho y
Filosofía. Más tarde, Ortega traslada su expediente académico a la Universidad
Central de Madrid, donde en 1902 obtiene el grado de licenciado en la Facultad
de Filosofía y Letras. Dos años después se doctorará en la misma facultad con
una memoria sobre Los terrores del
año mil. Crítica de una leyenda.
Amplía y perfecciona estudios en las
universidades alemanas de Leipzig, Berlín y Marburgo, donde toma contacto con
el idealismo neokantiano, sobre todo a través de Hermann Cohen y Paul Natorp.
Tras su vuelta a Madrid, es nombrado profesor de Psicología, Lógica y Ética de
la Escuela Superior de Magisterio de Madrid. En 1910 obtiene por oposición la
cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid. Ese mismo año contrae
matrimonio con Rosa Spottorno y Topete. En 1911 realiza un tercer viaje a
Alemania, donde toma contacto con los aires frescos de la fenomenología de
Edmund Husserl.
Con este bagaje formativo y cultural va a
presentarse Ortega y Gasset en la vida pública española actuando desde
numerosos frentes de acción. En este sentido, va a intervenir como profesor
universitario desde su cátedra de Metafísica, inspirando una corriente de
pensamiento filosófico que impulsó la llamada Escuela de Madrid.
Asimismo, como intelectual y pensador, va a alumbrar una nueva filosofía y un
nuevo método de conocimiento de la realidad conocido como «razón vital» y su dimensión
para el conocimiento de la historia por medio de la «razón histórica».
Como escritor y periodista, publicando
artículos en distintos periódicos de la época, caso de El
Imparcial, El Sol, Crisol y Luz,
donde polemiza con personalidades importantes del mundo de la cultura o de la
política, caso de Miguel de Unamuno y su conocido debate por el proyecto de la
europeización española, u otras figuras como Ramiro de Maeztu o Gabriel Maura. Desde esta faceta de articulista contribuye, por otra parte, a
desacreditar el régimen de la Restauración o a la propia monarquía española con su famoso texto «El error Berenguer», de
1930.
Otro de sus frentes de actuación va a ser el
político. En este sentido, va a ser el inspirador de la Liga de Educación
Política en 1914 o la Agrupación al Servicio de la República en 1931, junto
a Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala.
También va a intervenir en la fundación de
revistas políticas y culturales: como Faro en 1908, Europa en
1909, España en 1915, o la excepcional Revista
de Occidente en 1923; sin olvidar su faceta como
editorialista, a través de la colección de la «Biblioteca de Ideas del Siglo
XX» o la editorial de la Revista de Occidente.
Así, en Ortega, su sentido autobiográfico,
concretamente su vocación personal y la obsesión del problema de España, le lleva a proyectar una reforma moral,
intelectual e institucional para combatir y solucionar dicho problema.
De este modo, Ortega descubre a Europa y ésta
será concebida como orientación a través de la fórmula de la europeización, lo
que le permitirá adentrarse en el europeísmo, contribuyendo a impulsar la idea de Europa en la primera mitad del siglo
XX, a través de sus postulados europeístas que abogarán por la unidad de Europa.
El
pensamiento europeo de Ortega, pues, está compuesto de dos dimensiones diferentes y complementarias, europeización y europeísmo, que nacen de un tronco común, la circunstancia española, y se hallan
distribuidas en tres momentos biográficos, intelectuales e históricos.
En un primer momento, el deseo de cambiar la
realidad española le hará al joven Ortega abogar por el programa de la
europeización, originario del regeneracionista Joaquín Costa, a través del idealismo neokantiano de Marburgo y la identificación entre
Europa, ciencia y cultura
germánica. Su contribución se condensa en su célebre proclama en un discurso
pronunciado en la Sociedad liberal de El Sitio en Bilbao el 12 de marzo de
1910, donde para Ortega «España era el problema y Europa la solución».
A partir de estas bases de la primera
hora, se producirá un pequeño viraje tras el cual para Ortega europeizar ya no
es importar cultura alemana y se verá en la necesidad de crear una cultura
española a través de esa ciencia europea. Pero en 1914 sobreviene la guerra
entre europeos, que después se convertiría en mundial. El modelo ya no sirve,
pues Europa ya no puede ser orientación, ni solución para el problema español.
En un segundo momento, el problema es Europa,
convirtiéndose en una verdadera obsesión para Ortega durante toda la década de
los años veinte. Su meta fue elaborar una teoría que explicase la crisis por la
que atravesaba la Europa de la primera posguerra y lanzar una propuesta de
solución para sus problemas.
Las bases fueron sentadas en su libro España invertebrada de 1921, al que tenemos que añadir su
«Prólogo» a la segunda edición del mismo libro, un año más tarde. Su
continuación la encontramos, sobre todo, en textos como Las
Atlántidas (1924), su artículo «Sobre una encuesta
interrumpida» (1927) o sus reflexiones sobre Mirabeau o el político (1927).
Llegando a su plenitud con la publicación de su libro La rebelión de las masas en 1930, y sus
añadidos «Prólogo para franceses» de 1937 y «Epílogo para ingleses» de un año
más tarde. Esta obra marcó la apuesta definitiva de Ortega por el europeísmo
integrador, situándole entre los pioneros del ideal europeísta de la época de
entreguerras.
En estos textos encontramos las líneas
maestras que iban a componer la definitiva teoría de la crisis europea y su
solución al respecto. Negando que Europa esté en decadencia, Ortega advierte
una falta de deseo en el europeo, lo que se tradujo en un diagnóstico
definitivo de desmoralización para la crisis de Europa. Por otro lado, proclama
la existencia de una sociedad europea histórica, fruto de una convivencia común
y continuada, anterior a las mismas naciones europeas, a la par que señala las
insuficiencias del modelo de organización basado en los Estados-nación. De este
modo, reclamando imaginación y capacidad de invención política e institucional,
se propone una previa edificación de una nueva moral y nueva cultura, y con
ella un nuevo proyecto de vida y un nuevo programa de acción, lo que le hizo
abrazar la idea de un europeísmo integrador y desembocar en la petición de unos
«Estados Unidos de Europa», transformando el problema de Europa en una
posibilidad.
La guerra civil española (1936-1939) corta de raíz todo este manantial
de acciones culturales, intelectuales, políticas, periodísticas y educativas,
llevando al exilio a Ortega. Francia, Holanda, Argentina y Portugal son los
países donde reside entre 1936 y 1945, en medio del desarrollo de la Segunda
Guerra Mundial. Con todo, su europeísmo se mantuvo intacto durante estos duros
años, tal y como confirma lo señalado en el prólogo que realizó en 1941 al
libro de Johannes Haller, Las épocas de la
historia alemana, mostrando de
nuevo una férrea y firme fidelidad a Europa.
Esto provoca que tras el final de la Segunda
Guerra Mundial sus afanes europeístas resurgieran con más fuerza e ímpetu. Se
trata de su tercer momento, en el que recupera la solución a la que ha llegado
en su mensaje europeísta de entreguerras, hasta llegar a concebir la unidad
de Europa como una
probabilidad.
En este sentido, su conferencia De Europa meditatio
quaedam, dictada un 7 de septiembre de 1949 en
la Universidad Libre de Berlín, marca un hito fundamental dentro de la
reactivación del ideal europeísta que se produce tras 1945, y puede ser
considerado como un impulso fundamental que llevará al inicio del proceso de
integración europea, unos años después. Es indudable el significado histórico
donde pronunció su conferencia, el Berlín dividido de 1949, en medio de una
Alemania y Europa también dividida, donde ya es patente el comienzo de la
llamada Guerra Fría y la polarización de bloques. Destacando, por
otro lado, la trascendencia que portan las ideas sobre Europa de la conferencia
señalada: el llamamiento a la reconstitución de la nación alemana dentro del
contexto europeo, impulso de la llama europeísta y petición de una integración
para Europa.
En esta etapa, Ortega pasa cortas temporadas
en España, combinándolas con un tremendo impulso de su dimensión intelectual a
nivel internacional. En 1948 funda en Madrid, y en colaboración con Julián Marías, el Instituto de Humanidades, que funciona como institución privada con
creciente éxito durante dos años. A partir de 1949 y hasta su muerte, acaecida
en Madrid el 18 de octubre de 1955, Ortega inicia una cosecha de prestigio
intelectual dictando conferencias en distintos países de la Europa occidental,
así como en los Estados Unidos, además de ser nombrado doctor honoris causa en 1951 y 1954 por la universidades de
Marburgo y Glasgow, respectivamente.
En los distintos textos o en manuscritos
preparados para dictar estas conferencias es donde encontramos los últimos
latidos del europeísmo orteguiano, en medio de los primeros pasos del proceso de
construcción europea a través de su primeras instituciones comunitarias: la
Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), creada en virtud del Tratado
de París de 19 de abril de 1951, y puesta en funcionamiento al año siguiente.
En ellos, y a pesar de considerar distintos frenos y obstáculos consecuencia
del mundo salido del final de la Segunda Guerra Mundial, sigue impulsando la
necesidad de avanzar hacia la unidad europea, pronunciándose sobre la necesidad
primera de avanzar a través de los sectores económicos. Y lo hacía con la
autoridad que le otorgada ser, como él mismo se denominó, el decano de la idea
de Europa.
https://www.cervantesvirtual.com/portales/europeistas_espanoles/biografia_de_jose_ortega_y_gasset/
Fragmentos de textos sobre el pensamiento europeo de José
Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1955)
Asamblea para el progreso de las ciencias -1908
«Muchos años hace que se viene hablando
en España de "europeización": no hay palabra
que considere más respetable y fecunda que ésta, ni la hay, en mi opinión, más
acertada para formular el problema español…
La necesidad de europeización me parece
una verdad adquirida, y sólo un defecto hallo en los programas
de europeísmo hasta ahora predicados, un olvido,
probablemente involuntario, impuesto tal vez por la falta de precisión y de
método, única herencia que nos han dejado nuestros mayores. ¿Cómo es posible si
no que en un programa de europeización se olvide definir
Europa?...
¿Cómo convencernos de que la diferencia
entre Europa y España -el desnivel que tratamos de rectificar por medio de la
europeización- no está en que tenga mejores ferrocarriles ni más florida
industria que nosotros?...
Europa = Ciencia; todo lo demás le es común con el resto del
planeta».
Fuente: El Imparcial, 10 de agosto de 1908.
José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo I (1902-1915),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2004, pp. 183-192.
Unamuno y Europa, fábula -1909
«Prisionero de
otras ocupaciones, no he podido hasta ahora poner un exiguo comentario a la
carta de Miguel de Unamuno, publicada hace días en ABC.
(…). Cierto que el señor Unamuno me alude en esta carta: habla de los
"papanatas" que están bajo la fascinación de "esos
europeos". Ahora bien, yo soy plenamente, íntegramente, uno de
esos papanatas: apenas si he escrito, desde que escribo para el público, una
sola cuartilla en que no aparezca con agresividad simbólica la
palabra: Europa. En esta palabra comienzan y acaban para mí
todos los dolores de España».
Fuente: El Imparcial, 27 de septiembre de 1909.
José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo I (1902-1915),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2004, pp. 256-261.
España como posibilidad -1910
«(…) Europa no es una expresión
geográfica. Cuando se ha combatido la tendencia de esta revista, se ha cometido
la gedeonada de confundir a Europa con el extranjero.
¿Qué nos importa el extranjero, la serie de formas étnicas, históricas que
pueda tomar la cultura en otras partes? Precisamente, cuando
postulamos la europeización de España, no queremos otra cosa
que la obtención de una nueva forma de cultura distinta de la francesa, la
alemana… Queremos la interpretación española del mundo. Mas, para esto, nos
hace falta la sustancia, no hace falta la materia que hemos de adobar, nos hace
falta la cultura.
Una secular tradición y ejercicio de lo
humano ha ido sedimentando densas secreciones espirituales: Filosofía, Física,
Filología. La enorme acumulación se eleva como un monte asiático; desde lo alto
se dominan espacios ilimitados. Esa altura ideal es Europa: un punto de vista.
No solicitemos más que esto: clávese
sobre España el punto de vista europeo. La sórdida realidad
ibérica se ensanchará hasta el infinito; nuestras realidades, sin valor,
cobrarán un sentido denso de símbolos humanos. Y las palabras europeas que
durante tres siglos hemos callado, surgirán de una vez, cristalizando en un
canto. Europa, cansada en Francia, agotada en Alemania, débil en Inglaterra,
tendrá una nueva juventud bajo el sol poderoso de nuestra tierra.
España es una posibilidad europea.
Sólo mirada desde
Europa es posible España».
Fuente: Europa, 27 de febrero de 1910. José
Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo I (1902-1915),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2004, pp. 336-337.
Nueva revista -1910
«Hace poco tiempo apareció en los
puestos de periódicos una nueva revista: Europa. El
título no podía ser más agresivo: esa palabra sola equivale a la negación
prolija de cuanto compone la España actual.
Decir Europa es gritar a los organismos
universitarios españoles que son moldes troglodíticos para perpetuar la
barbarie, para empujar los restos de una antigua raza enérgica a todos los
extremos de la desespiritualización.
Decir Europa es gritar al Parlamento
que su Constitución es inmoral, que quien compra un voto es en mayor grado
criminal que quien mata a su padre, que los partidos gubernamentales son
instituciones kabileñas, que tolerar las leyes tributarias vigentes es hacerse
reo de inauditas depredaciones.
Decir Europa es detenerse ante un
cuadro de Sorolla respetuosamente -Europa es, ante todo, una incitación a la
respetuosidad- y exclamar: Verdaderamente, el arte, la emoción trascendente
empieza donde el pintor acaba. Y es tomar con análogo respeto un libro
eruditísimo del grande Menéndez y Pelayo y ponerle al margen del último
folio: Non multa sed multum!
Sin embargo, Europa no
es una negación: tal fuera, y carecería por completo de interés el hecho de
haber aparecido esta revista. Por el contrario; nos hallamos ante el caso,
nuevo en nuestro país desde hace pocos años, de que algunos escritores se
reúnan en verdadera colaboración…
Europa tiende a realizar una verdadera
colaboración: quienes escriben en ella asiduamente han coincidido, movidos por
una previa comunidad intelectual: la unidad de la labor a hacer les ha unido en
colaboración. Esto es de suyo un síntoma inmejorable: la colaboración es la
manera de vivir que caracteriza a los europeos.
España es, en cambio, el país
donde no se colabora…
Una verdadera colaboración es posible
cuando se ha formado en el ambiente moral e intelectual de un pueblo un sistema
de opiniones serias, veraces, impersonales y relativamente profundas. La unidad
de la labor a cumplir que une a los colaboradores es, en realidad, la unidad
del punto de vista. Así parecerá explicado el hecho de que en España tropecemos
raramente con casos de colaboración (…) ¿no puede afirmarse que de veinticinco
años a esta parte no se ha levantado sobre la planicie mental de nuestro pueblo
nada que merezca ser llamado punto de vista?
A mi manera de ver, patriotas españoles
serán los que opongan a la realidad nacional presente más profundas negaciones.
El patriotismo afirmativo suele ser pecaminoso y grosero, y sólo le hallo
fecundidad cuando se trata de defender el territorio invadido por barbaries
enemigas. En tiempos de paz, que son sazón de trabajo, amar a la patria es
querer que sea de otra manera que como es (…). En el patriotismo extático
gozamos de nuestra patria, la hacemos un objeto de placer.
Frente a este patriotismo extático
conviene suscitar el patriotismo enérgico: amar la patria es hacerla y
mejorarla. Un problema a resolver, una tarea a cumplir, un
edificio a levantar: esto es patria…
Más la negación ha de ser seria: en
serio no puede negarse una cosa sino en virtud de otra que se afirma (…) un
sistema de negaciones necesita también de un principio en virtud del cual organicemos
nuestras acciones negativas, y es principio no puede ser, a su vez, una
negación…
Europa no es una negación solamente: es
un principio de agresión metódica al achabacanamiento nacional. Como Descartes
empleó la duda metódica para fundamentar la certidumbre, emplean los escritores
de esta revista el símbolo Europa como metódica agresión, como fermento
renovador que suscite la única España posible.
La europeización
es el método para hacer esa España, para purificarla de todo exotismo, de toda imitación. Europa ha de
salvarnos del extranjero.
Hoy estamos afrancesados, anglizados,
alemanizados: trozos exánimes de otras civilizaciones van siendo traídos a
nuestro cuerpo por un fatal aluvión de inconsciencia. El hecho de que
importemos más que exportamos es sólo la concreción comercial del hecho mucho
más amplio y grave de nuestra extranjerización. Somos cisterna y debiéramos ser
manantial. Tráennos (Sic) productos de la cultura; pero la cultura, que es
cultivo, que es trabajo, que es actividad personalísima y consciente, que no es
cosa -microscopio, ferrocarril o ley-, queda fuera de nosotros. Seremos
españoles cuando segreguemos al vibrar de nuestros nervios celtibéricas
sustancias humanas, de significado universal -mecánica, economía, democracia y
emociones trascendentes-.
Tal es el sentido en que trabajan los
escritores que colaboran en la nueva revista. ¿Quiere esto decir que ellos
mismos se crean europeos, es decir, sabios, justos y artistas? Ciertamente que
no: la enérgica modestia es el esqueleto que sustenta el resto de las virtudes
europeas. Son, pues, gente que sabe poco, que se apasiona mucho y, sólo en
ocasiones, se hallan dotados de sensibilidad. Son españoles. De ser europeos no
hubieran fundado una revista, sino más bien una colonia».
Fuente: El Imparcial, 27 de abril de 1910. José
Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo I (1902-1915),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2004, pp. 336-337.
La pedagogía social como programa
político -1910
«(…) España
es un dolor enorme, profundo, difuso: España
no existe como nación. Construyamos España,
que nuestras voluntades haciéndose rectas, sólidas, clarividentes, golpeen como
cinceles el bloque de amargura y labren la estatua, la futura España magnífica
en virtudes, la alegría española…
(…) apenas sentido, con sincera
amargura, el hecho español, la realidad actual española se nos convierte en un
problema. (…) Más al punto nos sentimos solicitados a pensar cómo debía ser
España; henos, pues, ya en movimiento: buscando la futura España solución del
problema español…
(…) el español que pretenda huir de las
preocupaciones nacionales será hecho prisionero de ellas diez veces al día y
acabará por comprender que para un hombre nacido entre el Bidasoa y Gibraltar
es España el problema primero, plenario y perentorio.
Este problema es (…) el de transformar
la realidad social circundante. Al instrumento para producir
esa transformación llamamos política. El español necesita,
pues, ser antes que nada político…
Necesitamos
transformar a España: hacer de ella
otra cosa distinta de lo que hoy es (…) Si educación es transformación de una
realidad en el sentido de cierta idea mejor que poseemos y la educación no ha
de ser sino social, tendremos que la pedagogía es la ciencia de transformar las
sociedades. Antes llamamos a esto política: he aquí, pues, que la política se
ha hecho para nosotros pedagogía social y el problema español un problema
pedagógico. ¿Cómo, en efecto, mejorar a España seriamente si no tenemos una
idea un poco exacta de lo que debe ser una sociedad?...
Si la sociedad es cooperación, los
miembros de la sociedad tienen que ser, antes que otra cosa, trabajadores (…).
Socializar al hombre es hacer de él un trabajador en la magnífica tarea humana,
en la cultura, donde cultura abarca todo, desde cavar la tierra hasta componer
versos (…). He aquí el valor ético de la pedagogía social: si todo individuo
social ha de ser trabajador en la cultura, todo trabajador tiene derecho a que
se le dote de la conciencia cultural (…). La pedagogía social que exige la
educación por y para la sociedad, exige también la socialización de la
educación…
La España futura, señores, ha de ser
esto: comunidad o no será. Un pueblo es una comunión de todos los instantes en
el trabajo, en la cultura; un pueblo es un cuerpo innumerable dotado de una
única alma. Democracia. Un pueblo es una escuela de humanidad.
Ésta es la
tradición que nos propone Europa; por eso el camino del dolor a
la alegría que recorremos será, con otro nombre, europeización.
Un gran bilbaíno ha dicho que sería mejor la africanización; pero este gran
bilbaíno, don Miguel de Unamuno, ignoro cómo se las arregla, que aunque se nos
presenta como africanizador es, quiera o no, por el poder su espíritu y densa
religiosidad cultural, uno de los directores de nuestros afanes europeos.
La última vez que estuve en vuestra
ciudad fue un año tristísimo: 1898. ¡Qué abismo de dolor!, ¿no es cierto?
Entonces se empezó a hablar de regeneración.
La palabra regeneración no
vino sola a la conciencia española: apenas se comienza a hablar de regeneración
se empieza a hablar de europeización (…). Regeneración
es inseparable de europeización; por eso apenas se sintió la
emoción reconstructiva, la angustia, la vergüenza y el anhelo, se pensó la idea
europeizadora. Regeneración es el deseo; europeización
es el medio de satisfacerlo. Verdaderamente se vio claro desde
un principio que España era el problema y Europa la solución».
Fuente: Esta conferencia fue leída en la sociedad «El Sitio» de Bilbao,
el 12 de marzo de 1910. José Ortega y Gasset, Obras Completas,
tomo II (1916), Madrid, Editorial Taurus, Fundación José
Ortega y Gasset, 2004, pp. 86-102.
Prólogo a la segunda edición
de España invertebrada -1922
«Ciertamente que el tema -una anatomía
de la Europa actual- es demasiado tentador para que un día u otro no me rinda a
la voluptuosa faena de tratarlo. Habría entonces de expresar mi convicción de
que las grandes naciones continentales transitan ahora el momento más grave de
toda su historia. En modo alguno me refiero con esto a la pasada guerra y sus
consecuencias (…) La crisis a que aludo se había iniciado con anterioridad a la
guerra, y no pocas cabezas claras del continente tenían ya noticia de ella. La
conflagración no ha hecho más que acelerar el crítico proceso y ponerlo de
manifiesto ante los menos avizores.
A estas fechas, Europa no ha comenzado
aún su interna restauración. ¿Por qué? (…) Nada más natural, se dice: han
quedado extenuados por la guerra (…). La guerra fatiga, pero no extenúa (…).
Los desgastes que ocasiona son pronto compensados mediante el poder de propia
regulación que actúa en todos los fenómenos vitales…
Es, en efecto, muy sospechosa la
extenuación en que ha caído Europa. Porque no se trata de que no logre dar cima
a la reorganización que se propone. Lo curioso del caso es que no se la propone
(…). A mi juicio, el síntoma más elocuente de la hora actual es la ausencia en
toda Europa de una ilusión hacia el mañana. Si las grandes naciones no se
restablecen, es porque en ninguna de ellas existe el claro deseo de un tipo de
vida mejor que sirva de pauta sugestiva a la recomposición. Y eso, adviértase,
no ha pasado nunca en Europa (…). Hoy en Europa no se estima el presente:
instituciones, ideas, placeres saben a rancio. ¿Qué es lo que, en cambio, se
desea? En Europa hoy no se desea…
Europa padece una extenuación en su
facultad de desear, que no es posible atribuir a la guerra. ¿Cuál es su origen?
¿Es que los principios mismos de que ha vivido el alma continental están ya
exhaustos, como canteras desventradas? No he de intentar responder ahora a esas
preguntas que tanto preocupan hoy a los espíritus selectos. He rozado la cuestión
para advertir nada más que a los males españoles descritos por mí no cabe
hallar medicina en los grandes pueblos actuales. No sirven de modelos para una
renovación porque ellos mismos se sienten anticuados y sin un futuro incitante.
Tal vez ha llegado la hora en que va a tener más sentido la vida en los pueblos
pequeños y un poco bárbaros (…)».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo III (1917-1925),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2005, pp. 423-428.
Las atlántidas -1924
«(…) La falta de genialidad que Europa
está revelando en la solución de los conflictos políticos y económicos, residuo
del bélico suceso, hace patente que sus propensiones y apetitos espontáneos van
en otra dirección.
En cambio, sí es característico de la
hora actual la atracción que siente el europeo por las épocas humanas más
remotas o las civilizaciones más distantes (…) en fin, el descubrimiento de las
Atlántidas (…) las culturas sumergidas o evaporadas…
Vivimos una hora muy característica de
transición espiritual, y aún son pocos los que han llegado a tierra nueva y
estadiza. Los demás viven en fuga sentimental, dispuestos a ausentarse de lo
que constituye la forma ya caduca, pero aún vigente, de la existencia
europea...
La historia es una de las ciencias que
en los últimos años ha sufrido más hondas variaciones. El horizonte histórico
de Europa se ha ampliado súbitamente y en proporciones gigantescas. Yo
considero que este hecho es una importancia incalculable, y errará en sus
previsiones sobre el futuro de los pueblos occidentales todo el que no acierte
a atribuirle su debido rango. Pocas peripecias más graves pueden acontecer en
el seno de una civilización que una mudanza de su horizonte. Esta línea lejana,
y en apariencia inerte, que circunscribe la existencia del hombre, es uno de
los máximos agentes del proceso histórico. Por eso conviene formarse de él una
idea más exacta, y en vez de interpretarlo como algo exánime y externo a la
vida, ver en él un órgano vivo que colabora activamente en los destinos del
hombre».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo III (1917-1925),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2005, pp. 745-767.
Sobre una encuesta interrumpida -1926
«¿Qué pasa en Europa? Desde
hace mucho tiempo es ésta la curiosidad más grande que siento y procuro darme,
poco a poco, una contestación…
Hablan de "decadencia", de
"crisis", etc. Pero esto es decir muy poco. Todavía no se
ha definido nunca con mediana claridad lo que es una "decadencia"
histórica.
A primera vista, parece una idea
sencilla e inequívoca; mas, al querer aprisionarla, la mano oprime una nube. La
depresión o pérdida de unas cosas suele ir acompañada del crecimiento en otras.
Bien, digamos "crisis". Pero crisis no es sino cambio. Siempre hay
cambios en la historia. Bueno, digamos cambio más profundo que los habituales.
¿Contentará a nadie tan vaga calificación? Cambio, ¿hacia qué cuadrante?
Profunda, ¿hasta qué estratos?...
Si Europa parece deprimida y como
retardada por los problemas de post-guerra, se debe (…) no a la guerra, sino a
la falta de ilusiones vitales. Si Europa poseyera grandes proyectos de vida
futura capaces de incendiar la fantasía y hacer batir los corazones, existirían
en este viejo mundo aún más problemas que los que hay, pero unos y otros
habrían sido ya resueltos con alegría. Pero la realidad es lo contrario. Por
vez primera, en una larga serie de generaciones, tal de siglos, Europa no tiene
deseos…
No hay proyectos de nuevas
instituciones, cuya irrealidad misma sea un prestigio ante las almas. En cambio
(…) existe un general desprestigio de las instituciones vigentes, sobre todo del
Parlamento…
Porque montones (…) de hombres
necesitan grandes fuerzas reguladoras, automáticamente reguladoras, de orden
espiritual, que los mantengan en cohesión y asiento. Un individuo puede vivir
sin fe en ningún principio político, porque la atmósfera social en que se mueva
está llena de esa fe; pero un pueblo entero perdería todo su equilibrio
sociológico sin esos grandes pesos reguladores. Una sociedad no puede
asegurarse la vida de minuto en minuto merced a un esfuerzo heroico. Tiene que
vivir sobre un capital dinámico, de firmeza en las convicciones públicas.
En Europa va siendo imposible seguir
con las viejas instituciones y a la par, no se puede pensar en revoluciones.
Porque esto empiezan, supongo, a ver los más ciegos: la
revolución que parecía la destrucción de la sociedad
era su fuerza de renovación y, por
tanto, de salvación. No se
hace una revolución sin un ideal. Y el ideal
es el gran gendarme, el gendarme innumerable que pone orden en
el interior de cada alma».
Fuente: La Nación, Buenos Aires, 21 de marzo de
1926. José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo IV (1926-1931),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2005, pp. 7-9.
Cosas de Europa -1926
«Hace cuatro años, con ocasión del triunfo fascista, me ocurrió
escribir en El Sol,
de Madrid, lo siguiente: "Se equivocan los que
ven en el fascismo un fenómeno político exclusivamente italiano. El fascismo es
un individuo de una especie nueva, que va a poblar durante unos años toda el
área de Europa (…). En cada país cobrará aspecto diferencial, pero, mutatis mutandis, el fenómeno será dondequiera idéntico en
todo lo esencial. Él va a mostrarnos, como un laboratorio, el alto coeficiente
de homogeneidad a que ha llegado Europa. Cien años de democracias equivalentes
y de similar capitalismo han dado a todas las sociedades europeas una
estructura pareja"…
Me mueve hoy a la reiteración de lo
dicho antaño la doble noticia que llega en este momento: "un mariscal que
se solivianta en Polonia y el arreglo, sin arreglo, de la huelga inglesa".
Todo el mundo verá la conexión entre el primero de estos hechos y mis
anticipaciones de hace cuatro años. Menos claro resulta el nexo entre esa
huelga evitada y la posibilidad de dictadura en Inglaterra. Sin embargo, lo
acaecido estos días en Inglaterra es a mi juicio, un hecho típico,
característico del proceso que termina en explosión dictatorial. ¿Por qué se ha
llegado a ésta en otros países? (…). En resumen y esquematizando la realidad,
por esta razón bien sencilla: porque las instituciones
parlamentarias vigentes no lograban gobernar, gobernar en el sentido
más hondo y más obvio de la palabra, esto es, resolver
los problemas planteados urgentemente en cada Nación.
Antes de la guerra se gobernaba poco. Después de la guerra nada. Han surgido
cuestiones más graves y difíciles, tanto que en todos los países de Europa se
ha optado por demorarlas, se ha renunciado tácitamente a resolverlas. Con ello
no se ha conseguido otra cosa que hacerlas más agudas y virulentas.
(…) La
inactividad de los órganos constitucionales significa la mayor propaganda en
beneficio de los dictatoriales (…). Hacer constar esto
sencillamente, describir el sentido auténtico de los grandes hechos
contemporáneos, es juzgado por muchos (…) como adhesión al principio de las
dictaduras. Pero este juicio me parece desdeñable y no pasa de ser una
tontería. Se ha olvidado la norma propia del oficio intelectual. Un escritor no
puede ser primariamente hombre de partido. Su misión esencial lo obliga a
evitar serlo…
El escritor partidista pierde ipso facto autoridad ante el lector que busca en
él una más fina percepción de lo real (…). Digo, pues, que si ha habido
ocasiones en que la simplicidad de la coyuntura política daba una cierta
licitud al frenesí del escritor, la hora presente lo excluye rigorosamente.
Porque es lo característico del momento la ausencia, no de entusiasmo, sino de
ideas clara en que insertarlo (…). He aquí una empresa que nos es exclusiva,
que nadie llevará a cabo si los escritores no la preparan y orientan: la
invención de nuevas instituciones ajustadas al pulso contemporáneo».
Fuente: La Nación, Buenos Aires, 18 de julio de
1926. José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo IV (1926-1931),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2005, pp. 32-34.
Mirabeau o el político -1927
«(…) la situación es la misma en las
(…) naciones europeas. En ninguna de ellas (…) la sociedad se encuentra sobrada
de potencias para afrontar la existencia actual. Son pueblos muy viejos, y la
vejez se caracteriza por la acumulación de órganos muertos (…) Porciones
enteras del organismo han caído en anquilosis. Así va Europa, nave cargada de obra
muerta que un largo pretérito ha depositado en sus flancos y quilla. ¡Difícil
navegación! Es preciso aligerar la nave; volver a lo claro y esencial -ser puro
músculo y nervio y tendón-. La reforma tiene que ser primariamente de la
sociedad, a fin de obtener un cuerpo público sobremanera elástico, capaz de
brincar sobre continentes…
¿Será posible tal empresa? Por lo menos
es evidente que en el visible horizonte de Europa falta el tipo de hombre
político capaz de inspiraciones suficientemente agudas que ponga en la pista de
lo que hay que hacer. Conforme adelanta la historia de un pueblo o grupo de
pueblos, va siendo más insólita la figura del verdadero político.
La razón no es arcana. En las edades primeras las sociedades, sin pasado tras
sí, son de estructura más sencilla y su análisis más fácil. El hombre de acción
no ha menester de gran vigor intelectual para descubrir lo que hay que
descubrir. Pero en el progreso de los tiempos la sociedad se complica y los
políticos necesitan ser cada vez más intelectuales, quiérase o
no. Ahora bien: dificultad de unir lo uno con lo otro, la inverosimilitud de
que en un hombre coincidan ambas dotes opuestas va creciendo progresivamente.
Tanto, que en cierta hora, la última, la más grave, cuando más falta hacía, no
se encuentran…
Vanos son todos los intentos que ahora
en Europa (…) se hacen para sacar avante naciones atascadas, eliminando de su
dirección la inteligencia (…). Conviene dar nombre a esa forma de
intelectualidad que es ingrediente esencial del político. Llamémosla intuición
histórica. En rigor, con que poseyese ésta le bastaría».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo IV (1926-1931),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2005, pp. 195-226.
La rebelión de las masas -1929
Primera parte. La rebelión de las masas
«Hay un hecho que para bien o para mal,
es el más importante en la vida pública europea de la hora presente. Este hecho
es el advenimiento de las masas al pleno poderío social.
Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia
existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora
la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas cabe padecer. Esta crisis
ha sobrevenido más de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias
son conocidas. También se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las masas…
Rechazo (…) toda interpretación de
nuestro tiempo que no descubra la significación positiva oculta bajo el actual
imperio de las masas y las que lo aceptan beatamente, sin estremecerse de
espanto…
El hecho que necesitamos someter a
anatomía puede formularse bajo estas dos rúbricas: primera, las masas ejercitan
hoy un repertorio vital que coincide, en gran parte, con el que antes parecía
reservado exclusivamente a las minorías; segunda, al propio tiempo, las masas
se han hecho indóciles frente a las minorías; no las obedecen, no las siguen,
no las respetan, sino que, por el contrario, las da de lado y las suplantan…
Vivimos en sazón de nivelaciones: se
nivelan las fortunas, se nivela la cultura entre las distintas clases sociales,
se nivelan los sexos. Pues bien: también se nivelan los continentes. Y como el
europeo se hallaba vitalmente más bajo, en esta nivelación no ha hecho sino
ganar. Por tanto, mirada desde este haz, la subversión de las masas significa
un fabuloso aumento de vitalidad y posibilidades; todo lo contrario, pues, de
lo que oímos tan a menudo sobre la decadencia de Europa. Frase confusa y tosca,
dónde no se sabe bien de qué se habla, si de los Estados europeos, de la
cultura europea o de lo que está bajo todo esto e importa infinitamente más que
todo esto, a saber: de la vitalidad europea…
Los principios en que se apoya el mundo
civilizado -el que hay que sostener- no existen para el hombre medio actual. No
le interesan los valores fundamentales de la cultura, no se hace solidario con
ellos, no está dispuesto a ponerse a su servicio. ¿Cómo ha pasado esto? Por
muchas causas; pero ahora voy a destacar solo una.
La civilización, cuanto más avanza, se
hace más compleja y más difícil. Los problemas que hoy plantea son
archiintrincados. Cada vez es menor el número de personas cuya mente está a la
altura de esos problemas. La posguerra nos ofrece un ejemplo bien claro de
ello. La reconstitución de Europa -se va viendo- es un asunto demasiado
algebraico, y el europeo vulgar se revela inferior a tan sutil empresa. No es
que falten medios para la solución. Faltan cabezas. Más exactamente: hay
algunas cabezas, muy pocas; pero el cuerpo vulgar de la Europa central no
quiere ponérselas sobre los hombros.
Este desequilibrio entre la sutileza
complicada de los problemas y la de las mentes será cada vez mayor si no se
pone remedio, y constituye la más elemental tragedia de la civilización…
(…) ahora es el hombre quien fracasa
por no poder seguir emparejado con el progreso de su misma civilización (…). Se
manejan (…) los temas políticos y sociales con el instrumental de conceptos
romos que sirvieron hace doscientos años para afrontar situaciones de hecho
doscientas veces menos sutiles…
El saber histórico es una técnica de
primer orden para conservar y continuar una civilización provecta. No porque dé
soluciones positivas al nuevo cariz de los conflictos vitales -la vida es
siempre diferente de lo que fue-, sino porque evita cometer los errores
ingenuos de otros tiempos. Pero si usted, encima de ser viejo y, por tanto, de
que su vida empieza a ser difícil, ha perdido la memoria del pasado, no
aprovecha usted su experiencia, entonces todo son desventajas. Pues yo creo que
esta es la situación de Europa…
Europa no tiene remisión si su destino
no es puesto en manos de gentes verdaderamente "contemporáneas" que
sientan bajo sí palpitar todo el subsuelo histórico, que conozcan la altitud de
la vida y repugnen todo gesto arcaico y silvestre. Necesitamos de la historia
íntegra para ver si logramos escapar de ella, no recaer en ella…
El estatismo es la forma superior que
toman la violencia y la acción directa constituidas en norma. Al través y por
medio del Estado, máquina anónima, las masas actúan por sí mismas.
Las naciones europeas tienen ante sí
una etapa de grandes dificultades en su vida interior, problemas económicos,
jurídicos y de orden público sobremanera arduos. ¿Cómo no temer que bajo el
imperio de las masas se encargue el Estado de aplastar la independencia del
individuo, del grupo, y agostar así definitivamente el porvenir?…».
Segunda parte. ¿Quién manda en el mundo?
«La civilización europea -he repetido
una y otra vez- ha producido automáticamente la rebelión de las masas. Por su
anverso, el hecho de esta rebelión presenta un cariz óptimo; ya lo hemos dicho:
la rebelión de las masas es una y misma cosa con el crecimiento fabuloso que la
vida humana ha experimentado en nuestro tiempo. Pero el reverso del mismo
fenómeno es tremebundo; mirada por ese haz la rebelión de las masas, es una
misma cosa con la desmoralización radical de la humanidad. Miremos esta ahora
desde nuevos puntos de vista.
La sustancia o índole de una nueva
época histórica es resultante de variaciones internas -del hombre y su
espíritu- o externas -formales y como mecánicas-. Entre estas últimas, la más
importante, casi sin duda, es el desplazamiento del poder. Pero este trae
consigo un desplazamiento del espíritu.
Por eso, al asomarnos a un tiempo con
ánimo de comprenderlo, una de nuestras primeras preguntas debe ser esta:
"¿Quién manda en el mundo a la sazón?"…
Por "mando" no se entiende
aquí primordialmente ejercicio de poder material, de coacción física (…). El
mando es el ejercicio normal de la autoridad. El cual se funda siempre en la
opinión pública (…) significa prepotencia de una opinión; por tanto, de un
espíritu; de que mando no es, a la postre, otra cosa que poder espiritual (…)
sistema de opiniones -ideas, preferencias, aspiraciones, propósitos…
Durante varios siglos ha mandado en el
mundo Europa, un conglomerado de pueblos con espíritu afín (…). En esas
jornadas de la posguerra comienza a decirse que Europa no manda ya en el mundo
(…) no está segura de mandar ni de seguir mandando…
Es deplorable el frívolo espectáculo
que los pueblos menores ofrecen. En vista de que, según se dice, Europa decae
y, por tanto, deja de mandar, cada nación y nacioncita brinca, gesticula, se
pone cabeza abajo o se engalla y estira, dándose aire de persona mayor que rige
sus propios destinos. De aquí el vibriónico panorama de "nacionalismos"
que se nos ofrece por todas partes…
Europa había creado un sistema de
normas cuya eficacia y fertilidad han demostrado los siglos. Esas normas no
son, ni mucho menos, las mejores posibles. Pero son, sin duda, definitivas
mientras no existan o se columbren otras. Para superarlas es inexcusable parir
otras. Ahora, los pueblos-masa han resuelto dar por caducado aquel sistema de
normas que es la civilización europea, pero como son incapaces de crear otro,
no saben qué hacer, y para llenar el tiempo se entregan a la cabriola.
Esta es la primera consecuencia que
sobreviene cuando en el mundo deja de mandar alguien: que los demás, al
rebelarse, se quedan sin tarea, sin programa de vida…
Por Europa se
entiende, ante todo y
propiamente, la trinidad Francia, Inglaterra y Alemania.
En la región del globo que ellas ocupan ha madurado el módulo de la existencia
humana conforme al cual ha sido organizado el mundo. Si, como ahora se dice,
esos tres pueblos están en decadencia y su programa de vida ha perdido validez,
no es extraño que el mundo se desmoralice. Y esta es la pura verdad. Todo el
mundo -naciones, individuos- está desmoralizado…
No importaría que Europa dejase de
mandar si hubiera alguien capaz de sustituirla. Pero no hay sombra de tal.
Nueva York y Moscú no son nada nuevo con respecto a Europa. Son uno y otro dos
parcelas del mandamiento europeo que, al disociarse del resto, han perdido su
sentido…
Quien evite caer en la consecuencia
pesimista de que nadie va a mandar, y que, por tanto, el mundo histórico vuelve
al caos, tiene que retroceder al punto de partida y preguntarse en serio: ¿Es
tan cierto como se dice que Europa esté en decadencia y resigne el mando,
abdique? ¿No será esta aparente decadencia la crisis bienhechora que permita a
Europa ser literalmente Europa? La evidente decadencia de las naciones europeas,
¿no será a priori necesaria si algún día habían de ser
posible los Estados Unidos de Europa, la
pluralidad europea sustituida por su formal unidad?...
Por vez primera, al tropezar el europeo
en sus proyectos económicos, políticos, intelectuales, con los límites de su
nación, siente que aquellos -es decir, sus posibilidades de vida, su estilo
vital- son inconmensurables con el tamaño del cuerpo colectivo en que está
encerrado (…). Este es, me parece, el auténtico origen de esa impresión de
decadencia que aqueja al europeo…
La situación auténtica de Europa
vendría, por tanto, a ser esta: su magnífico y largo pasado la hace llegar a un
nuevo estadio de vida, donde todo ha crecido; pero a la vez las estructuras
supervivientes de ese pasado son enanas e impiden la actual expansión. Europa
se ha hecho en forma de pequeñas naciones. En cierto modo, la idea y el
sentimiento nacionales han sido su invención más característica. Y ahora se ve
obligada a superarse a sí misma…
Ahora llega para los europeos la
sazón de que Europa pueda convertirse en idea nacional (…).
Apenas las naciones de Occidente perhinchen su actual perfil surge en torno de
ellas y bajo ellas, como un fondo, Europa. Es ésta la unidad de paisaje en que
van a moverse desde el Renacimiento (…). No se columbra qué otra cosa de monta
podamos hacer los que existimos en este lado del planeta si no
es realizar la promesa que desde hace cuatro siglos significa el vocablo
Europa. Sólo se opone a ello el prejuicio de las viejas
"naciones", la idea de nación como pasado…
Los europeos no saben vivir si no van
lanzados en una gran empresa unitiva. Cuando ésta falta, se envilecen, se
aflojan, se les descoyunta el alma. Un comienzo de esto se ofrece hoy a
nuestros ojos. Los círculos que hasta ahora se han llamado naciones llegaron
hace un siglo o poco menos a su máxima expansión. Ya no puede hacerse nada con
ellos si no es trascenderlos. Ya no son sino pasado que se acumula en torno y
bajo del europeo, aprisionándolo, lastrándolo. Con más libertad vital que nunca
sentimos todos que el aire es irrespirable dentro de cada pueblo, porque es un
aire confinado. Cada nación que antes era la gran atmósfera abierta, oreada, se
ha vuelto provincia e "interior". En la
supernación europea que imaginamos, la pluralidad actual no
puede ni debe desaparecer. Mientras el Estado antiguo aniquilaba lo diferencial
de los pueblos o lo dejaba inactivo fuera, o a lo sumo lo conservaba
momificado, la idea nacional, más puramente dinámica, exige la permanencia de
ese plural que ha sido siempre la vida de Occidente.
Todo el mundo percibe la urgencia de un
nuevo principio de vida. Mas (…) algunos ensayan salvar el momento por una
intensificación extremada y artificial, precisamente del principio
caduco. Este es el sentido de la
erupción "nacionalista" en los años que corren
(…) Pero todos estos nacionalismos son callejones sin salida.
Inténtese proyectarlos hacia el mañana y se sentirá el tope. Por ahí no se sale
a ningún lado. El nacionalismo es siempre un impulso de dirección opuesta al
principio nacionalizador. Es exclusivista, mientras éste es inclusivista. En
épocas de consolidación tiene, sin embargo, un valor positivo y es una alta
norma. Pero en Europa toda está de sobre consolidado, y el
nacionalismo no es más que una manía, el pretexto que, se
ofrece para eludir el deber de invención y de grandes empresas…
Sólo la decisión de construir
una gran nación con el grupo de pueblos continentales volvería
a entonar la pulsación de Europa. Volvería ésta a creer en sí misma, y
automáticamente a exigirse mucho, a disciplinarse (…). Yo veo en la
construcción de Europa, como gran Estado nacional,
la única empresa que pudiera contraponerse a la victoria del "plan de
cinco años" (…). El comunismo es una "moral" extravagante -algo
así como una moral-. ¿No parece más decente y fecundo oponer a esa moral eslava
una nueva moral de Occidente, la incitación de un nuevo programa de vida?».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo IV (1926-1931),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2005, pp. 349-530.
Prólogo a la cuarta edición española
de España invertebrada -1934
«Hace varios años se agotaron los
ejemplares de esta obra, y he pensado que acaso conviniera su lectura a una
nueva generación de lectores. Estas páginas, en rigor, son ya viejas;
comenzaron a publicarse en El Sol en 1920. Datan, pues, de
casi quince años, y, (…) quince años no es una cifra cualquiera, sino que
significa la unidad efectiva que articula el tiempo histórico y lo constituye.
Porque historia es la vida humana, en cuanto que se halla sometida a cambios de
su estructura general (…). Casi fuera expresión estricta de la verdad decir que
la palabra "vida humana" referida a 1920 y a 1934, significa cosas
muy diferentes…
Sería, pues, lo más natural que estas
páginas resultasen hoy ilegibles (…). Mas también puede acaecer lo contrario;
que estas páginas fuesen en 1920 extemporáneas; que hubiesen representado
entonces una anticipación, y sólo en la fecha presente encontrasen su hora
oportuna (…). Cuando menos, cabe asegurar que no pocas de las ideas insinuadas
por vez primera en estos artículos tardaron años en brotar fuera de España, y
desde allí refluir hacia nuestra península…
Debo decir que a mí, de todas esas
ideas, las que hoy me interesan más son las que todavía siguen siendo
anticipaciones y aún no se han cumplido ni son hechos palmarios. Por ejemplo,
el anuncio de que cuanto hoy acontece en el planeta terminará con el fracaso de
las masas en su pretensión de dirigir la vida europea (…). Más allá de la
petulancia descubrirán en sí mismas un nuevo estado de espíritu: la
resignación, que es en la mayor parte de los hombres la única gleba fecunda y
la forma más alta de espiritualidad a que pueden llegar. Sobre ellas será
posible iniciar la nueva construcción. Y entonces se verá, con gran sorpresa,
que la exaltación de las masas naciones y de las masas obreras, llevada al
paroxismo en los últimos treinta años, era la vuelta que ineludiblemente tenía
que tomar la realidad histórica para hacer posible el auténtico
futuro, que es, en una u otra forma, la
unidad de Europa. Siempre ha acontecido lo mismo. Lo que va a
ser la verdadera y definitiva solución de una crisis profunda es lo que más se
elude y a lo que mayor resistencia se opone».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo III (1917-1925),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2005, pp. 429-432.
Prólogo para franceses. La
rebelión de las masas -1937
«(…) Este enjambre de pueblos
occidentales que partió a volar sobre la historia desde las ruinas del mundo
antiguo, se ha caracterizado siempre por una forma dual de vida. Pues ha
acontecido que conforme cada uno iba formando su genio peculiar, entre ellos o
sobre ellos se iba creando un repertorio común de ideas, maneras y entusiasmos.
Más aún. Este destino que les hacía, a la par, progresivamente homogéneos y
progresivamente diversos, ha de entenderse con cierto superlativo de paradoja.
Porque en ellos la homogeneidad no fue ajena a la diversidad. Al contrario:
cada nuevo principio uniforme fertilizaba la diversificación…
Y es que para estos pueblos llamados
europeos, vivir ha sido siempre -claramente desde el siglo XI, desde
Otón III- moverse y actuar en un espacio o ámbito común. Es decir, que
para cada uno vivir era convivir con los demás. Esta convivencia tomaba indiferentemente
aspecto pacífico o combativo…
Lo de menos es que a ese espacio
histórico común, donde todas las gentes de Occidente se sentían como en su
casa, corresponda un espacio físico que la geografía denomina Europa. El
espacio histórico a que aludo se mide por el radio de efectiva y prolongada
convivencia -es un espacio social-. Ahora bien, convivencia y sociedad son
términos equipolentes. Sociedad es lo que se produce automáticamente por el
simple hecho de la convivencia…
(…) los pueblos europeos son desde hace
mucho tiempo una sociedad, una colectividad, en el mismo sentido que tienen
estas palabras aplicada a cada una de las naciones que integran aquella. Esa
sociedad manifiesta todos los atributos de tal; hay costumbres europeas, usos
europeos, opinión pública europea, derecho europeo, poder público europeo. Pero
todos estos fenómenos sociales se dan en la forma adecuada al estado de
evolución en que se encuentra la sociedad europea, que no es, claro está, tan
avanzado como el de sus miembros componentes, las naciones…
No niego que los
Estados Unidos de Europa son una de las fantasías más
módicas que existen y no me hago solidario de lo que otros han pensado bajo
estos signos verbales. Mas, por otra parte, es sumamente improbable que una
sociedad, una colectividad tan madura como la que ya forman los pueblos
europeos, no ande cerca de crearse su artefacto estatal mediante el cual
formalice el ejercicio del poder público europeo ya existente. No es, pues,
debilidad ante las solicitaciones de la fantasía ni propensión a un
"idealismo" que detesto, y contra el cual he combatido toda mi vida,
lo que me lleva a pensar así. Ha sido el realismo histórico quien me ha enseñado
a ver que la unidad de Europa como sociedad no es un "ideal", sino un
hecho de muy vieja cotidianeidad. Ahora bien, una vez que se ha
visto esto, la probabilidad de un Estado general europeo se
impone necesariamente. La ocasión que lleve súbitamente a
término el proceso puede ser cualquiera: por ejemplo, la coleta de un chino que
asome por los Urales o bien una sacudida del gran magma islámico.
La figura de ese
Estado supernacional será, claro
está, muy distinta a las usadas (…). Yo he procurado (…) poner en franquía las
mentes para que sepan ser fieles a la sutil concepción del Estado y sociedad que
la tradición europea nos propone…
Conviene caer de una vez en la cuenta
de que desde hace muchos siglos -y con conciencia de ello desde hace cuatro-
viven todos los pueblos de Europa sometidos a un poder público que por su misma
pureza dinámica no tolera otra denominación que la extraída de la ciencia
mecánica: el "equilibrio europeo" o balance of power.
Este es el
auténtico gobierno de Europa que regula en su vuelo por la
historia el enjambre de pueblos solícitos y pugnaces como abejas, escapados a
las ruinas del mundo antiguo. La unidad de Europa no es una fantasía,
sino que es la realidad misma, y la fantasía
es precisamente lo otro: la creencia de que Francia, Alemania, Italia o España
son realidades sustantivas e independientes.
Se comprende, sin embargo, que no todo
el mundo perciba con evidencia la realidad de Europa, porque Europa no es una
"cosa", sino un equilibrio (…). ¡Secreto
grande y paradojal, sin duda! Porque el equilibrio o balanza de poderes es una
realidad que consiste esencialmente en la existencia de una pluralidad. Si esta
pluralidad se pierde, aquella unidad dinámica se desvanecería. Europa es, en
efecto, enjambre: muchas abejas y un solo vuelo».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo IV (1926-1931),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2005, pp. 349-372.
Epílogo para ingleses. La
rebelión de las masas -1938
«(…) El tema del ensayo que sigue es la
incomprensión mutua en que han caído los pueblos de Occidente -es decir,
pueblos que conviven desde su infancia-. El hecho es estupefaciente.
Porque Europa fue siempre como una casa de vecindad,
donde las familias no viven nunca separadas, sino que se mezclan a toda hora su
doméstica existencia. Estos pueblos que ahora se ignoran tan gravemente han
jugado juntos cuando eran niños en los corredores de la gran mansión común…
(…) Es evidente que existe
una convivencia general de los europeos entre sí, y, por tanto,
que Europa es una sociedad vieja de muchos siglos y que tiene una historia
propia como pueda tenerla cada nación particular. Esta sociedad general europea
posee un grado o índice de socialización menos elevado que el que han logrado
desde el siglo XVI las sociedades particulares llamadas naciones
europeas (…). La cosa importa superlativamente, porque las
únicas posibilidades de paz que existen dependen de que exista o no
efectivamente una sociedad europea…
En vez de figurarnos las naciones
europeas como una serie de sociedades exentas, imaginemos una sociedad única
-Europa-, dentro de la cual se han producido grumos o núcleos de condensación
más intensa (…). No se trata con ello de dibujar un ideal, sino de dar
expresión gráfica a lo que realmente fue desde su iniciación, tras la muerte
del poderío romano, esa convivencia…
Europa ha sido
siempre un ámbito social unitario, sin fronteras
absolutas ni discontinuidades, porque nunca ha faltado ese fondo o tesoro de
"vigencias sociales" -convicciones comunes y tabla de valores-
dotadas de esa fuerza coactiva tan extraña en que consiste "lo
social". No sería nada exagerado decir que la sociedad europea existe antes
que las naciones europeas, y que estas han nacido y se han desarrollado en el
regazo maternal de aquella…
La historia que yo postulo nos contaría
las vicisitudes de ese espacio humano y nos haría ver cómo su índice de
socialización ha variado; cómo, en ocasiones, descendió gravemente haciendo
temer la escisión radical de Europa y, sobre todo, cómo la dosis de paz en cada
época ha estado en razón directa de ese índice…
Europa está hoy
desocializada o, lo que es
igual, faltan principios de convivencia que sean vigentes y a que quepa
recurrir. Una parte de Europa se esfuerza en hacer triunfar unos principios que
considera "nuevos", la otra se esfuerza en defender los
tradicionales. Ahora bien, esa es la mejor prueba de que ni unos ni otros son
vigentes y que han perdido o no han logrado la virtud de instancias. Cuando una
opinión o norma ha llegado a ser de verdad "vigencia colectiva", no
recibe su vigor del esfuerzo que en imponerla o sostenerla emplean grupos
determinados dentro de la sociedad. Al contrario: todo grupo determinado busca
su máxima fortaleza reclamándose de esas vigencias…
En el trato de unos pueblos con otros
no cabe recurrir a instancias superiores, porque no las hay. La atmósfera de
sociabilidad en que flotaban y que, interpuesta, como un éter benéfico entre
ellos, les permitía comunicar suavemente, se ha aniquilado…
Esta debilitación subitánea de la
comunidad entre los pueblos de Occidente equivale a un enorme distanciamiento
moral. El trato entre ellos es dificilísimo. Los principios comunes constituían
una especie de lenguaje que les permitía entenderse…
En el libro La
rebelión de las masas, que ha sido bastante leído en lengua
inglesa, propugno y anuncio el advenimiento de una forma más
avanzada de convivencia europea, un paso adelante en la organización
jurídica y política de su unidad. Esa idea europea es de signo
inverso a aquel abstruso internacionalismo. Europa no es, no será la
internación, porque eso significa, en claras nociones de historia, un hueco, un
vacío y nada. Europa será la ultra-nación. La
misma inspiración que formó las naciones de Occidente sigue actuando en el
subsuelo con la lenta y silente proliferación de los corales. El descarrío
metódico que representa el internacionalismo impidió ver que sólo al través de
una etapa de nacionalismos exacerbados se puede llegar a la unidad concreta y
llena de Europa. Una nueva forma de vida no logra instalarse en el planeta
hasta que la anterior y tradicional no se ha ensayado en su modo extremo. Las
naciones europeas llegan ahora a sus propios topes, y el topetazo será la nueva
integración de Europa. Porque de eso se trata. No de laminar
las naciones, sino de integrarlas, dejando al Occidente todo su rico relieve.
En esta fecha (…) la sociedad europea
parece volatilizada. Pero fuera un error creer que esto significa su
desaparición o definitiva dispersión. El estado actual de anarquía y
superlativa disociación en la sociedad europea es una prueba más de la realidad
que esta posee. Porque si eso acontece en Europa es porque sufre una crisis de
su fe común, de la fe europea, de las vigencias en que su socialización
consiste. La enfermedad por que atraviesa es, pues, común. No se trata de que
Europa esté enferma, pero que gocen de plena salud estas o las otras naciones,
y que, por tanto, sea probable la desaparición de Europa y su sustitución por
otra forma de realidad histórica -por ejemplo: las naciones sueltas o una
Europa oriental disociada hasta la raíz de una Europa occidental-. Nada de esto
se ofrece en el horizonte, sino que, como es común y europea la enfermedad, lo
será también el restablecimiento. Por lo tanto, vendrá una articulación de
Europa en dos formas distintas de vida pública: la forma de un nuevo
liberalismo y la forma que, con un nombre impropio, se suele llamar
"totalitaria".
Los pueblos menores adoptarán figuras
de transición e intermediarias. Esto salvará a Europa. Una vez más resultará
patente que toda forma de vida ha menester de su antagonista. El
"totalitarismo" salvará al "liberalismo", destiñendo sobre
él, depurándolo, y gracias a ello veremos pronto a un nuevo liberalismo templar
los regímenes autoritarios. Este equilibrio puramente mecánico y provisional
permitirá una nueva etapa de mínimo reposo, imprescindible para que vuelva a
brotar, en el fondo del bosque que tienen las almas, el hontanar de una nueva
fe. Este es el auténtico poder de creación histórica, pero no mana en medio de
la alteración, sino en el recato del ensimismamiento».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo IV (1926-1931),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2005, pp. 499-530.
Prólogo a la edición española del
libro Johannes Haller, Las épocas de la historia alemana -1941
«(…) Reconoce Haller, como no podía ser
menos, que un pueblo vive en la comunidad de otros pueblos y expone muy
acertadamente las presiones que éstos han ejercido una y otra vez sobre aquél.
Pero no creo que esto sea suficiente. La realidad histórica que es el pueblo
alemán no se agota, en mi entender, con la descripción de lo que él mismo es,
como tal pueblo aparte, más el estudio de las presiones que sobre su cuerpo
otros ejercieron. Haller, como los demás historiadores, no percibe algo que, a
mi juicio, es fundamental y que, acaso, el tiempo más próximo manifiesta en
toda su evidencia. Es esto. Cada una de las naciones europeas es una sociedad
en el más intenso sentido de esta palabra -el de sociedad nacional-. Consiste
en la estrecha convivencia de los individuos alemanes al lado y frente a la
convivencia no menos estrecha de los franceses en su Francia, de los ingleses
en su Inglaterra. Pero acontece que además de esas sociedades nacionales
-Alemania, Francia, Inglaterra- existe otra sociedad en que éstas viven
sumergidas o flotando: la sociedad europea.
Mas entiéndase bien: no
quiere decir esto que la sociedad europea consista en la convivencia de las
naciones europeas. Eso no existe. Las
naciones no conviven. Creerlo fue el error elemental de
sociología que representó la Sociedad de las Naciones. Conviven
sólo los individuos. La sociedad europea
consiste también en la convivencia de los individuos
que habitan el continente e islas adyacentes. Esta
convivencia es distinta de la nacional pero no es menos
efectiva, menos real. Tan no lo es, que, en rigor, la
convivencia europea es anterior a las nacionales, que
preexistía a la formación de éstas y que éstas se han ido haciendo dentro de
ella como coágulos más densos (…). La diferencia entre Europa y las naciones
europeas en cuanto "sociedad" estriba en que la convivencia sensu stricto europea es más tenue, menos densa y
completa. En cambio fue previa y es más permanente. No ha llegado nunca a
condensarse en la forma superlativa de sociedad que llamamos Estado, pero actuó
siempre, sin pausa, aunque con mudable vigor, en otras formas características
de una "vida colectiva" como son las vigencias intelectuales,
estéticas, religiosas, morales, económicas, técnicas. Si extirpamos a
cualquiera de aquellas naciones los ingredientes específicamente europeos que
las integran les habremos quitado las dos terceras partes de sus vísceras…
Por desgracia (…) no se ha intentado
nunca una Historia de la sociedad europea en este estricto sentido. Si se
hiciese con algún rigor el ensayo, yo creo que resultaría patente cómo la
historia europea no ha consistido sólo en las luchas de unos pueblos
occidentales con otros, sino que además ha habido una lucha, llena de
vicisitudes, entre unas o varias o todas las naciones europeas y Europa en
cuando unidad indiferenciada y envolvente. A veces es la pluralidad de las
naciones quien predomina sobre su unidad subterránea, otra es, por el
contrario, la unidad europea quien somete a muy acusada homogeneidad las
figuras divergentes de aquéllas. Sin tener esto en cuenta no se puede llevar a
satisfactoria claridad la imagen de ciertas épocas y de ciertos grandes hechos…
No es posible mirar bien las naciones
de Occidente sin tropezar con la unidad tras ellas operante ni es posible
observar esta unidad europea concretamente y no sólo en mera frase, sin
descubrir dentro de ella la perpetua agitación de su interno plural -las
naciones-. Esta incesante dinámica entre la unidad y la pluralidad constituye,
a mi parecer, la verdadera óptica bajo cuya perspectiva hay que definir los
destinos de cualquier nación occidental…
Todo pueblo occidental al llegar a su
plena integración en la hora de su preponderancia ha hecho la misma
sorprendente y gigantesca experiencia -que los otros pueblos europeos eran
también él o, dicho viceversa, que él pertenecía a la
inmensa sociedad y unidad de destino que es Europa.
Puesto a pedir, yo hubiera deseado que la
obra de Haller anticipase un poco más de horizonte, el que hoy tenemos a la
vista. Otra vez y más que ninguna otra vez, el genio histórico tiene ahora ante
sí esta formidable tarea: hacer avanzar la unidad de Europa, sin que
pierdan vitalidad sus naciones interiores, su pluralidad
gloriosa en que ha consistido la riqueza y el brío sin par de su historia».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo VI (1941-1955),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2006, pp. 32-40.
De Europa Meditatio Quaedam -1949
«Pienso que es en Berlín, precisamente
en Berlín, donde se debe hablar de Europa…
Los pueblos europeos están desde hace
siglos habituados a que conforme van aconteciendo los cambios históricos haya
gentes que se encargan de intentar aclararlos, de procurar definirlos. Ha sido
ésta la labor de la pura intelectualidad (…). Pues bien, por vez primera desde
hace muchos siglos esa labor de esclarecimiento ha quedado incumplida durante
los últimos veinte años. Los más auténticos intelectuales, por razones diversas
y bien fundadas, han guardado absoluto silencio. Y es el caso que durante ellos
han acontecido hechos históricos que por su tamaño y su índole pertenecen a una
fauna nueva en la historia; por tanto, aún más necesitados de aclaración. Al
faltar ésta resulta que a las angustias, dolores, derrumbamientos, penalidades
de toda clase se ha añadido para aumentar el sufrimiento de los europeos, la
falta absoluta de claridad sobre eso que sufrían…
Europa es ciertamente un espacio (…)
impregnado de una civilización y esta civilización, la nuestra, la europea, se
nos ha convertido a nosotros mismos los europeos en algo problemático (…). De
modo inevitable no es a todos patente que nos hallamos en una hora crepuscular.
Mas por una natural ilusión óptica muchos europeos poco perspicaces creen que
el crepúsculo es vespertino. A los que piensan así les llamo vespertinistas.
Aunque yo no puedo dar aquí las razones, que son muchas y muy precisas, para
hacer persuasivo mi vaticinio diré sin más que, a mi juicio, se trata de un
crepúsculo matutino. Me adscribo, pues, aunque somos muy pocos, a la grey de
los matinalistas…
El que nuestra civilización se nos haya
vuelto problemática, el sernos cuestionables todos sus principios sin
excepción no es, por fuerza, nada triste, ni lamentable, ni
trance de agonía, sino acaso, por el contrario, significa que en nosotros una
nueva forma de civilización está germinando (…). La civilización europea duda a
fondo de sí misma. ¡Enhorabuena que sea así! Yo no recuerdo que ninguna
civilización haya muerto de un ataque de duda. Creo recordar más bien que (…)
han solido morir por una petrificación de su fe tradicional, por una
arterioesclerosis de sus creencias (…). Ésta, la duda, es el elemento creador y
el estrato más profundo y sustancial del hombre (…). Toda civilización ha
nacido o ha renacido como un movimiento natatorio de salvación…
Por debajo de los fenómenos
superficiales, que se perciben a simple vista -la penuria económica, el
confusionismo político-, el hombre europeo comienza a emerger de la catástrofe
y ¡gracias a la catástrofe! Pues conviene advertir que las catástrofes
pertenecen a la normalidad de la historia, son una pieza necesaria en el
funcionamiento del destino humano (…) Las ruinas, pues, forman parte de la
íntima economía de la historia (…). Por eso yo quisiera incitar especialmente a
los alemanes para que comporten ante su atroz catástrofe no sólo con dignidad,
sino con elegancia, viendo en ella lo que es -algo normal en la historia, una
de las caras que la vida puede tomar. Porque muchas veces la vida toma, en
efecto, un rostro que se llama derrota. Bien, y ¿qué? ¿No puede acaso ser esto
una buena fortuna?...
Libérense ustedes lo antes posible de
cuanto en su estado de ánimo actual es puro efecto traumático de la terrible
catástrofe y quédense sólo con lo esencial que, a mi juicio, consiste en esas
dos cosas: una, la ilimitada capacidad de enérgica reacción residente en el
pueblo alemán, que hace de él un único pueblo aún joven de Occidente; otra, la
aceptación tranquila, digna y aun elegante de la derrota (…). Pero si es cierto
que para ustedes se ha presentado la vida con esa cara que se llama derrota no
es menos cierto que los rasgos de ella se diferencian esta vez bien poco de los
que ostenta la faz que se llama "Victoria". Todo hace pensar que se
trata de una universal derrota. Pero ¿no es esto la condición inexcusable para
que pudiéramos soñar con una universal victoria?...
Sobre este fondo, que es nuestra
inmediata actualidad, intentemos decir algo sobre Europa…
A estas horas la cuestión no tiene ya
nada de académica, sino que es de suma y de urgente gravedad. Porque las
naciones europeas han llegado a un instante en que sólo pueden salvarse si
logran superarse a sí mismas como naciones, es decir, si se
consigue hacer en ellas vigente la opinión de que la nacionalidad como
forma más perfecta de vida colectiva es un anacronismo, carece
de fertilidad hacia el futuro; es, en suma, históricamente imposible. Hace más
de veinte años, por motivos y con precisiones muy distintos de los
sempiternos desiderata, utópicos e
inconcretos, que llevaban a soñar con la unidad estatal de Europa,
gritaba yo ¡alerta! a las minorías políticas dirigentes para que se hiciesen
bien cargo de que si no se comenzaba inmediatamente una labor enérgica desde
todos nuestros países, para proceder, paso a paso, con calma y previo un
análisis perspicaz y completo de los problemas positivos y negativos que
ello trae consigo, a articular las naciones europeas en una unidad
política supra o ultranacional (que es lo contrario de
toda internacionalidad), las veríamos pasar rápidamente de vivir en forma y
mandar en el mundo a arrastrarse envilecidas. El envilecimiento está ahí
ya; los políticos no hicieron nada para evitarlo…
(…) es incuestionable que todos los
pueblos de Occidente han vivido siempre sumergidos en un ámbito -Europa- donde
existió siempre una opinión pública europea. Y si ésta existía no podía menos
de existir también un poder público europeo que sin cesar ha ejercitado su
presión sobre cada pueblo. En este sentido, que es el auténtico y
riguroso, una cierta forma de Estado europeo ha existido siempre y
no hay pueblo que no haya sentido su presión, a veces terrible. Sólo que ese
Estado supernacional o ultranacional ha tenido figuras muy distintas de las que
ha adoptado el Estado nacional (…). Su figura es puramente dinámica. (…) el
"equilibrio europeo" o balance of power (…). Ése es el
auténtico gobierno de Europa que regula en su vuelo por la
historia al enjambre de pueblos (…) escapados a las ruinas del mundo antiguo
(…). Porque el equilibrio o balanza de poderes es una realidad
que consiste en la existencia de una pluralidad. Si esta
pluralidad se pierde, aquella unidad dinámica se desvanecería (…). Este
carácter unitario de la magnífica pluralidad europea es lo que yo llamaría la
buena homogeneidad, la que es fecunda y deseable…
Si miramos, pues, las naciones (…)
descubrimos en ellas la sociedad europea como en el papel la filigrana (…). Esa
"colectividad política ultranacional" no es fantasmagoría. Ninguna
nación europea se ha desarrollado ni ha conseguido llegar a su forma plenaria
si no es gracias a un fondo ultra o supranacional, que era
precisamente la realidad total europea…
Las naciones de Occidente son pueblos
que flotan como ludiones dentro del único espacio social que es Europa (…).
Yo postulo una historia de Europa que nos contaría las vicisitudes de ese
espacio humano y nos haría ver cómo su índice de socialización ha variado;
como, en ocasiones, descendió gravemente haciendo temer la escisión radical de
Europa, y sobre todo como la dosis de paz en cada época ha estado en razón
directa de ese índice (…). Europa está hoy desocializada (…)
faltan principios de convivencia que sean vigentes (…). Las vigencias son el
auténtico poder social, anónimo, impersonal, independiente de todo grupo o
individuo determinado (…). Ahora se ve como la cohesión interna de cada nación
se nutría en buena parte de las vigencias colectivas europeas…
Esta debilitación subitánea de la
comunidad entre los pueblos de Occidente equivale a un enorme distanciamiento
moral. El trato entre ellos es dificilísimo. Los principios comunes constituían
una especie de lenguaje que les permitía entenderse (…). Ese distanciamiento
moral se complica peligrosamente con otro fenómeno opuesto (…) los nuevos medios
de comunicación (…). Dicho de otra forma: para los efectos de la vida pública
universal, el tamaño del mundo súbitamente se ha contraído (…). Los pueblos se
han encontrado de improviso dinámicamente más próximos. Y esto acontece
precisamente a la hora en que los pueblos europeos se han distanciado moralmente
más (…). Sostengo que la injerencia de la opinión pública
de unos países en la vida de los otros es hoy un factor importante, venenoso y
generador de pasiones bélicas, porque esta opinión no está aún regida por una
técnica adecuada al cambio de distancia entre los pueblos…
(…) la nueva estructura del mundo
convierte los movimientos de la opinión de un país sobre lo que pasa en otro
(…) en auténticas incursiones. Esto bastaría a explicar por qué, cuando las
naciones europeas parecían más próximas a una superior unificación, han
comenzado repentinamente a cerrarse hacían dentro de sí mismas, a hermetizar
sus existencias (…) a convertirse las fronteras en escafandras aisladoras».
Fuente: José Ortega y Gasset, Conferencia en la Universidad libre de
Berlín, 7 de septiembre de 1949, en Obras Completas, tomo X (1941-1955),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2010, pp. 73-138.
Conferencia «Sobre la rebelión de
las masas» -1951
«(…) La autoridad que mi libro (…) ha
ganado en el mundo se debe a que en él se hacían algunas graves profecías que a
estas horas, desgraciadamente, se han cumplido…
La vida, no se olvide, es una faena que
se hace hacia adelante (…). El hombre está en todo instante proyectado sobre
ese pavoroso vacío que es el porvenir. Ahora bien, digo que el futuro, el
porvenir, es algo vacío ante nosotros porque es la dimensión problemática de
nuestra vida. No sabemos nunca lo que va a traernos, lo que nos va a pasar. Es
lo esencialmente inseguro…
(…) el que yo hace treinta años pudiera
vislumbrar lo que iba a acontecer en los siguientes, no tiene nada de
particular. Ha sido normal el que la historia fuese prevista. La historia
humana, a pesar de la constante intervención del azar, es algo así como una
melodía y quien sabe recibir en sí con intensidad y pureza el trozo de ella que
hasta una fecha ha sonado, siente dentro de sí brotar el resto de la melodía
que suena hacia el futuro…
Dos grandes pronósticos había en mi
casi libro. Uno anunciaba que las masas, no solo ni siquiera principalmente las
masas obreras, iban a proclamar su independencia frente a las minorías que
hasta entonces las habías dirigido e iban a imponer en todos los órdenes su
predominio. Pero mi libro tenía una segunda parte que en las ediciones inglesas
no queda suficientemente destacada por su título. Ese título decía:
"¿Quién manda en el mundo?". Porque es
preciso que en el mundo mande siempre alguien. Decir la razón
de que esto sea ineludible nos llevaría un poco lejos pero puede resumirse así:
llamar a la convivencia de hombres una sociedad -sea ésta lo que fuere- suele
ocultarnos la verdadera realidad, a saber: que no existe ninguna colectividad o
convivencia humana que sea propiamente una sociedad».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo X (1941-1955),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2010, pp. 349-356.
Europa y el hombre gótico -1951
«Es un estricto error pensar que Europa
es una figura utópica que acaso en el futuro se logre realizar. No; Europa no
es sólo ni tanto futuro como algo que está ahí ya desde un remoto pasado; más
aún, que existe con anterioridad a las naciones hoy tan claramente perfiladas.
Lo que sí será preciso es dar a esa realidad tan vetusta una nueva forma. Lejos de
ser la unidad europea mero programa político para el inmediato porvenir, es el
único principio metódico para entender el pasado de Occidente y
muy especialmente al hombre medieval, a quien llamaremos el "hombre
gótico", aun a sabiendas de que con ello sometemos a una contracción todos
los siglos y formas de vida medievales».
Fuente: José Ortega y Gasset, Die Neue Zeitung, 4 de agosto de 1951, en Obras
Completas, tomo X (1941-1955), Madrid, Editorial Taurus,
Fundación José Ortega y Gasset, 2006, pp. 349-356.
Cultura europea y pueblos europeos -1953
«(…) Los
pueblos de Europa se encuentran hoy ante una serie de peligros y ante una serie
de dificultades que parecen reclamar soluciones más
amplias que la que cada uno de ellos, aislado y por sí, puede lograr. Parece
como si en la hora presente todos esos pueblos debieran sentirse aufeinander angewiesen y dispuestos a hacer labor común, a
actuar como una unitaria Europa. Esto no sería ni será posible si los pueblos
occidentales son fremd, si no existe en
ellos un fondo común. No bastaría la presión de las circunstancias -aunque ésta
(…) es decisiva-; no hasta que técnicamente parezca la
solución de una Europa más unificada, la única posible. Fabricar
una unidad de Europa, cualquiera sea la forma que se le quiera
dar, es una empresa enorme que no se puede improvisar. Esta
empresa sería imposible sin un capital previo. Este capital previo sólo puede
consistir en que exista hoy la conciencia común de una cultura.
El presente, el hoy no se hallan
quietos, puesto que consisten esencialmente en un "proceder de algo
anterior" y un "avanzar hacia algo posterior" (…). De aquí (…)
que no debamos dejar directamente y sin más fija nuestra mirada en lo que hoy
se ve respecto a la conciencia cultural europea sino que es necesario mirar de
dónde esa conciencia viene -es decir, no sólo lo que es Europa sino lo que
Europa ha sido…
La tesis, expuesta por mí, poder
resumirse en estas tres proposiciones:
- Los
pueblos europeos han convivido siempre.
- Toda
convivencia continuada engendra automáticamente una sociedad, y sociedad
significa un sistema de usos que es válido o, lo que es igual, que ejerce
su mecánica presión sobre los individuos que conviven.
- Si lo
anterior es cierto, han tenido que existir siempre usos generales
europeos, tanto intelectuales como morales; tiene que haber habido una
opinión pública europea. Ahora bien, la opinión pública crea siempre,
indefectiblemente, un poder público que da a aquella opinión carácter
impositivo.
Esto nos lleva a hacernos
perentoriamente esta pregunta: ¿Ha habido en el pretérito un poder público
europeo? Nótese que decir "poder público" es como decir Estado…
(…) lo que es palmario es que ningún
Estado nacional europeo ha sido nunca totalmente soberano en
relación con los demás. La soberanía nacional ha sido siempre relativa y
limitada por la presión que sobre cada una de ellas
ejercía el cuerpo íntegro de Europa (…). Había, pues, un poder
público europeo y había un
Estado europeo. Sólo que este Estado no había tomado la figura
precisa que los juristas llaman Estado, pero que los historiadores, más
interesados en las realidades que en los formalismos jurídicos, no deben dudar
en llamarlo así. Este Estado europeo ha recibido en el pasado diversos nombres
(…) "concierto europeo" (…) "equilibrio europeo"…
Por tanto, los pudores que hoy algunos
pueblos sienten o fingen sentir ante todo proyecto que limite su soberanía no
están justificados y se originan en lo poco claras que están en las cabezas las
ideas sobre la realidad histórica…
La unidad de
Europa, en el sentido
que hoy se da a la expresión, es una cuestión política y de formas jurídicas, de
acuerdos precisos. A ella se irá -(…) en una u otra forma-,
aunque no exista la voluntad espontánea, el deseo de ir a ella. Este género de
estructuras históricas depende mínimamente de las voluntades particulares y
máximamente de las necesidades o forzosidades…
(…) la
nación europea llegó a ser "nación" sensu stricto porque a ese estrato vital de los usos
tradicionales en que los hombres viven de modo inercial, añadió formas de vida
que, si bien articuladas con las tradicionales, pretenden representar una
"manera de ser hombre" en el sentido más elevado; que aspiraba a ser
precisamente la manera más perfecta de ser hombre y, por tanto, bien fundada y
proyectada sobre el porvenir. Cada uno de esos prototipos nacionales había sido
forjado como una forma peculiar de interpretar precisamente la "unitaria cultura
europea", es decir, que ésta era vivida intensamente y con propio estilo
por cada nación (…). Esta enérgica pretensión de representar la mejor figura
posible de la humanidad mantuvo "en forma" a los pueblos de Europa, e
hizo que su convivencia tuviese durante siglos el maravilloso y fertilísimo
carácter de una grandiosa emulación, de una lucha agonal en que se incitaban
los unos a los otros hacia mayor perfección. Pero esto nos hace ver que la Idea
de Nación, a diferencia de los pueblos que no son sino
pueblos, implica, ante todo, ser un programa de vida hacia
el futuro.
Pues bien, esto es
lo que hoy han dejado de ser los pueblos de Europa. De pronto
-si bien el fenómeno comenzó antes de la última guerra, conste- las
naciones de Europa (…) se
quedaron íntimamente sin porvenir, sin proyectos de futuro, sin aspiraciones
creadoras. Todas se colocaron en simple actitud defensiva y,
por cierto, en actitud insuficientemente defensiva…
Hace casi treinta años anuncié que los
pueblos de Europa iban muy pronto a caer en envilecimiento. El libro donde esto
dije (…) ha sido (…) mucho más leído que atendido. Allí dije que esa
desmoralización (…) sobrevendría porque la Idea de Nación, tal y como había
sido entendida hasta ahora, había agotado su contenido, no podía proyectarse
sobre el futuro, dadas las condiciones de la vida actual; y que los
pueblos de Europa sólo podían salvarse si transcendían esa
vieja idea esclerosada poniéndose en camino hacia una supra-nación, hacia
una integración europea. Pero no hay destino más melancólico y
más superfluo que el del profeta…
Las naciones han
dejado de ser naciones y se han convertido en provincias, de aquí el sorprendente fenómeno de que en
todo el continente la vida se ha vuelto provincial (…). La verdad es que desde
hace un cuarto de siglo el comportamiento de los pueblos continentales -sin más
excepción que Suiza- no puede hacerles sentirse orgullosos de sí mismos. En
rigor, debía cada uno sentirse avergonzado de lo que ha hecho y debía haber más
europeos que por primera vez, y a su pesar, sienten asco hacia Europa, es
decir, del estado en que hoy se encuentra. Yo soy uno y lo declaro a todos los
vientos.
Tengo cierta autoridad para hacerlo
porque muy probablemente soy hoy, entre los vivientes, el
decano de la Idea de Europa.
Esto no debe interpretarse de ningún
modo como pesimismo. Todo lo contrario: mi intento de diagnosticar de una forma
clara y tajante el estado patológico en el que se encuentra hoy Europa, tiene
como última finalidad el mostrar que este estado es absurdo, es tan
injustificado e infundado que sólo puede ser pasajero…
Mi idea es, pues, que estamos estos
años -los años en que habría que hacer una Europa unitaria-
viviendo la etapa en que las naciones europeas se sienten más distintas y más
distantes, en que cada pueblo, no por motivos concretos, sino por una gratuita
y general antipatía no puede aguantar a los otros.
Ahora bien, sería un error suponer que
esto significa la ausencia de una conciencia cultural europea.
Al contrario, la causa de que eso acontezca radica (…) en esa "conciencia
de la cultura" misma. Supongan que nuestra cultura europea, ella por sí y
en su más íntimo fondo, atravesase una aguda crisis: que casi todo en ella se
hubiese vuelto inseguro, problemático. Si nuestros pueblos se dan cuenta de
esto, no cabe prueba más rigurosa y enérgica de que hay una conciencia cultural
europea -ahora por desgracia con un contenido negativo-. El hecho de que
nuestra civilización se haya vuelto problemática (…) no es algo necesariamente
triste o deplorable y, de ningún modo, representa un signo de agonía, sino, al
contrario, un síntoma de que una nueva forma de civilización
está germinando entre nosotros…
(…) le pertenece
a la cultura europea (…) el sufrir
crisis periódicamente. Esto significa que no es (…) una
cultura cerrada (…). Su gloria y su fuerza residen en que
está siempre dispuesta a ir más allá de lo que era (…). La
cultura europea es creación perpetua».
Nota aclaratoria:
Como se explica en la Nota preliminar que introduce la
recopilación de textos de carácter europeo del pensamiento de Ortega y Gasset,
y que lleva por título Meditación de Europa y otros ensayos (Madrid,
Alianza Editorial, 2015), el texto Cultura europea y pueblos europeos.
Sólo se han conservado unas páginas que publicó Paulino Garagorri póstumamente,
con los títulos «De nación a provincia de Europa» y «¿Hay una conciencia
cultural europea?», en Europa y la Idea de Nación, (Madrid,
Revista de Occidente, en Alianza Editorial, 1985, pp. 15-28).
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo VI (1941-1955),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2006, pp. 931-952.
Conferencia «El fondo social
del management europeo» -1954
«La idea de Europa, y
especialmente la de una economía europea unitariamente organizada,
es la única figura que hallamos en nuestro horizonte capaz de convertirse en
dinámico social. Sólo ella podría curar a nuestros pueblos de esa
incongruencia desmoralizadora entre la amplitud
ultranacional de sus problemas y la exigüidad provinciana de sus Estados
nacionales. Imagínese cuál sería la situación de estos Estados si aquellos
problemas que desbordan su capacidad fuesen encomendados a instituciones
supernacionales, quedando ellos exonerados de la responsabilidad de
resolverlos. Sin duda, esto traería consigo un descenso de rango en los Estados
nacionales, mas precisamente esto parece lo deseable,
porque así quedaría ajustados a sus efectivas fuerzas, y su situación sería
sana y limpia, y acabarían por recobrar el prestigio que hoy no tienen».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo X (1941-1955),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2010, pp. 931-952.
Conferencia «Las profesiones
liberales» -1954
Es insensato poner la vida europea a
una sola carta, a un solo tipo de hombre, a una idéntica "situación".
Evitar esto ha sido el secreto acierto de Europa hasta el día, y la conciencia
de ese secreto es la que clara o balbuciente, ha movido siempre los
labios del perenne liberalismo europeo. En esa conciencia se
reconoce a sí misma como valor positivo, como bien y no como mal, la pluralidad
continental. Me importaba aclarar esto para que no se tergiversase la idea
de una supernación europea que siempre he defendido…
«(…) la vida histórica de Occidente
está supeditada y por eso estamos viviendo dentro de formas sociales,
políticas, doctrinales, las cuales tanto práctica como teóricamente todos
sentimos como inactuales y que reclaman ser sustituidas por otras. Para citar
sólo un ejemplo, si bien de gran tamaño: hoy seguimos
viviendo en Occidente dentro de la forma de existencia colectiva que es la
Nación. Ahora bien, es de sobra patente que esa figura de
convivencia (…) no puede proyectarse sobre el porvenir, al menos con los
caracteres que hasta ahora poseía.
Basta con referirse a lo económico. Es
cosa de sobra clara que la economía nacional no puede ser nacional en el
sentido en que hasta ahora lo ha sido. Los problemas económicos,
por su propia estructura, saltan los límites de las fronteras y son ya una
realidad ultra-nacional. Esta nueva realidad se imponía tan
enérgicamente que no era posible dejar de hacer algunos vagos gestos en
dirección a ella. Pero todos ustedes reconocerán que esos gestos ostentaban una
total debilidad y falta de resolución que subrayaban el estilo general de la
vida europea en estos últimos años, estilo que se caracteriza por estas dos
actitudes contradictorias: de un lado, ver con toda evidencia que hay que
acometer ciertas grandes innovaciones; de otro lado, sentir que falta de
decisión enérgica de realizarlas. Esta combinación contradictoria es típica de
lo que ha llamado "vida europea suspendida". Y si nos preguntamos qué
es lo que frena la energía para decidirse, de verdad, a acometer esas grandes
innovaciones, la respuesta acude pronto a la mente de todos: es la
amenaza de una tercera guerra mundial».
Fuente: José Ortega y Gasset, Obras Completas, tomo X (1941-1955),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2010, pp. 426-440.
Conferencia «Veinticinco años después» -1955
«(...) aquel libro [La
rebelión de las masas] no habla sólo de las masas y de su rebelión,
sino que lleva dentro una segunda parte no suficientemente reconocible en las
ediciones alemanas, por no haberse destacado su título particular, y que es
este: ¿Quién manda en el mundo? En esta segunda parte enunciaba yo que venía
muy cerca la hora en que pueblos de Occidente corrían el riesgo de sucumbir si
no lograban superar la forma de vida colectiva en que desde hace siglos vivían,
a saber, la Nación».
Fuente: Citado en J. Ortega Spottorno, Los Ortega,
Madrid, Editorial Taurus, 2002, pp. 354-355.
Conferencia «La Edad Media y la idea
de Nación» -1955
«La historia de
Europa, señores, que es
la historia de la germinación, desarrollo y plenitud de las naciones
occidentales, no se puede entender si no se parte de este hecho radical:
que el hombre europeo ha vivido siempre, a la
vez, en dos espacios históricos, en dos sociedades, una menos
densa, pero más amplia, Europa; otra más densa, pero
territorialmente más reducida, el área de cada nación o de las angostas comarcas y
regionales que precedieron, como formas peculiares de
sociedad, a las actuales grandes naciones.
Hasta el punto es esto así que en ello
reside la clave para la comprensión de nuestra historia medieval, para
aclararnos las acciones de guerra y de política, las creaciones de pensamiento,
poesía y arte de todos aquellos siglos. La estructura de la vida y el alma del
hombre gótico está basada en esta circunstancia peculiarísima de que pueblos
nuevos, cuya mentalidad era tierna y elemental -en unos, porque pertenecía a
los adolescentes pueblos germánicos; en otros, los pueblos de antiguo
romanizados, porque la decadencia de la civilización antigua los había
retrotraído como a una segunda infancia-, se encontraban en la necesidad de
vivir una doble vida. Por una parte vivían, tanto el señor feudal como el
labriego en su terruño, en su gleba de angostísimo horizonte. Ésta era la
porción más densa, más íntima, más adecuada a sus medios mentales.
Por otra parte, se sentían
perteneciendo a un enorme espacio histórico que era todo el Occidente, del cual
les llegaban muchos principios, normas, técnicas, saberes, fábulas, imágenes;
en suma, el organismo residual de la civilización romana. Esta otra vida era,
como no podía menos, algo abstruso, superpuesto a la más espontánea e
inmediata. La civilización del Imperio romano era producto tardío de una
civilización muy vieja, ya en sus últimas horas, por tanto abstracta,
complicada y en muchos órdenes, como el administrativo y el jurídico, de un
superlativo refinamiento. Todo este segundo sistema de usos caía, como desde
fuera, sobre aquellos hombres nuevos y éstos lo recibían en sí y procuraban
alojar en aquel gigantesco ámbito de su vida, pero, claro está, no lo entendían
bien, les quedaba siempre en mucho distante, como algo sublime y transparente».
Fuente: José Ortega y Gasset, Centro di Cultura e
Civiltà de la Fondazione Giorgio Cini, Venecia, 21 de
mayo de 1955, en Obras Completas, tomo VI (1941-1955),
Madrid, Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset,
2006, pp. 953-964.
El
concepto central del perspectivismo orteguiano
Las etapas del perspectivismo en los textos de Ortega
La
idea de «perspectiva» atraviesa toda la obra de Ortega e inspira nuclearmente
su pensamiento, y ello ya desde sus más tempranas manifestaciones, si bien en
éstas no aparezca todavía netamente perfilada. Es una idea compleja, una
especie de centro de irradiación de pensamientos, que se va constituyendo y
enriqueciendo a lo largo de la vida intelectual de su autor, y que, por su
misma interna fecundidad, parece haber ido mostrando a aquél nuevas
posibilidades de uso en cada momento de su evolución filosófica.
Un
minucioso examen de los textos orteguianos, realizado con el propósito de
aprehender esta idea en toda su complicación, me ha llevado a dividir la
trayectoria completa de la misma en ocho «etapas», determinadas por otras
tantas «condensaciones» del pensamiento de Ortega en torno al tema. Cada una de
esas «condensaciones» corresponde a un texto, que es el que corona cada
«etapa». Dichas «etapas» son, por supuesto, de desigual magnitud y densidad,
pero nos muestran que el tema de la «perspectiva» ha sido una constante del
pensamiento de Ortega desde su misma iniciación hasta su mismo final, y, por
otra parte, el esquematismo de esta reducción a «etapas» nos permite apreciar,
como en un sistema de coordenadas, la curva de
esta idea a lo largo de su trayectoria total.
He
aquí el esquema de las «etapas», con los textos que las jalonan:
- PRIMERA: Desde Glosas (1902) hasta Adán en el Paraíso (1910).
- Textos: Glosas (1902), A. Aulard: «Taine, historien de la Révolution
Française» (1908), Sobre «El Santo» (1908), Asamblea para el proceso de las ciencias (1908), Algunas notas (1908), Renan (1909), España como posibilidad (1910), Nueva revista (1910),
ADÁN EN EL PARAÍSO (primera «condensación») (1910).
- SEGUNDA: De Adán en el Paraíso (1910)
a Meditaciones del
«Quijote» (1914).
- Textos: Observaciones (1911), Nuevo libro de Azorín (1912), Sobre el concepto de sensación (1913),
MEDITACIONES DEL «QUIJOTE» (segunda «condensación») (1914).
- TERCERA: De Meditaciones del «Quijote» (1914)
a Verdad perspectiva (1916).
- Textos: De Madrid a Asturias o los dos paisajes (1915)
VERDAD Y PERSPECTIVA (tercera «condensación») (1916).
- CUARTA: De Verdad y perspectiva (1916)
a El tema de nuestro
tiempo (1923).
- Textos: Conciencia, objeto y las tres distancias
de éste (1916), Ideas
sobre Pío Baroja (1916), Para la cultura del amor (1917), Introducción a un Don Juan (1921), Prólogo a la segunda edición de «España invertebrada» (1922), Temas de viaje (1922),
EL TEMA DE NUESTRO TIEMPO (cuarta y máxima «condensación»: culminación de
la doctrina) (1923).
- QUINTA: De El tema de nuestro tiempo (1923)
a Sobre el punto de vista
en las artes (1924).
- Textos: Introducción a una estimativa.- ¿Qué son
los valores? (1923), Tiempo, distancia y forma en el arte de
Proust (1923), Para
una topografía de la soberbia española (1923), SOBRE EL
PUNTO DE VISTA EN LAS ARTES (quinta «condensación») (1924).
- SEXTA: De Sobre el punto de vista en las artes (1924)
a La deshumanización del
arte e Ideas sobre la novela (1925).
- Textos: Kant. Reflexiones de centenario (1924), Vitalidad, alma, espíritu (1924),
Las Atlántidas (1924), Pleamar
filosófico (1925), LA DESHUMANIZACIÓN DEL ARTE E IDEAS
SOBRE LA NOVELA (sexta «condensación») (1925).
- SÉPTIMA: De La deshumanización del arte (1925)
a Origen y epílogo de la
filosofía (1943-1945).
- Textos: Para una psicología del hombre
interesante (1925), Sobre la expansión, fenómeno cósmico (1925), Notas del vago estío (1925), Para la historia del amor (1926), Dios a la vista (1926), Corazón y cabeza (1927), Espíritu de la letra.- Sobre las memorias (1927),
OKNOS EL SOGUERO (1927), Mirabeau
o el político (1927), La filosofía de la historia de Hegel y la
historiología (1928), Max Scheler, un embriagado de esencias (1928), ¿Qué es filosofía? (1929), La percepción del prójimo (1929), Intimidades.- La Pampa... Promesas.- El
hombre a la defensiva (1929), El silencio, gran brahmán (1930), Revés de almanaque (1930), La rebelión de las masas (1930), En el cementerio de Hegel (1931),
GOETHE DESDE DENTRO (1932), Prólogo
a una edición de sus obras (1932), En torno a Galileo (1933), Meditación de la técnica (1933), Guillermo Dilthey y la idea de la vida (1933-1934), Prólogo para alemanes (1934), Ideas y creencias (1935), Un rasgo de la vida alemana (1935)
(aquí un vacío, de 1936 a 1940), Algunos
temas del Weltverkher (1941) (en Meditación de Europa), Prólogo a «Historia de la Filosofía» de
E. Brehier (1942), Papeles sobre Velázquez y Goya (1943),
ORIGEN Y EPÍLOGO DE LA FILOSOFÍA (séptima «condensación») (1943-1945).
- OCTAVA: De Origen y epílogo de la filosofía (1943-1945)
a El hombre y la gente (1949-1950).
- Textos: La idea de principio en Leibniz (1947),
UNA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA UNIVERSAL (EN TORNO A TOYNBEE)
(1948-1949), Meditación
de Europa (1949), EL HOMBRE Y LA GENTE (octava y última
«condensación») (1949-1950).
Todos
estos textos tienen, naturalmente, importancia muy desigual para el tema de
la perspectiva -en
muchos de ellos sólo aparece en unas breves líneas, si bien, a veces, esas
líneas revelan en rápido vislumbre algún aspecto nuevo-; pero, de un modo u
otro, y con mayor o menor extensión, en todos está presente o actuando a tergo sobre el asunto
tratado (como lo prueban esas afloraciones permanentes). Los textos
fundamentales son, claro es, los que representan las ocho «condensaciones» que
marcan el final de cada «etapa», y que van con mayúsculas. Hay otros que se
podrían considerar como «condensaciones menores», y los he marcado con
subrayado doble (así, Las Atlántidas, Dios A la vista, etc.). He señalado
una sola interrupción o vacío en toda la trayectoria de la idea: de 1936 a
1940.
No
he señalado, en cambio, otra: de 1917 a 1921, porque en esos años -años de
estudios en España o en Alemania- Ortega publicó muy poco. Sin embargo, aun en
ese vacío, la ausencia de la idea no es absoluta, sino que hace alguna leve
aparición, ya indirecta (como en Cuestiones
holandesas -1936-), o ya directa (como en Meditación de la criolla -1939-),
para no hablar de aquellos escritos en que, si no aparece, alguno de sus
aspectos está latente en el asunto entero, como en Ensimismamiento y alteración (1939).
Corresponde, por otra parte, este período a circunstancias biográficas de
Ortega muy anómalas -años de emigración, enfermedades-, por lo que su
producción en algunos de estos años -1936, 1938- es también casi nula1. Puede decirse, pues, con palabras
del propio Ortega a Femando Vela (en su Prólogo-conversación
a Goethe desde dentro) que «la doctrina del punto de vista no
es una teoría independiente y aparte» en su obra, sino que es «la
teoría general» de su filosofía: «el perspectivismo»2.
De
un detenido estudio de las obras arriba citadas -que constituyen el material
casi exhaustivo requerido por nuestro propósito- he extraído la muy compleja
idea orteguiana de «perspectiva», cuyos rasgos esenciales expongo en lo que
sigue, prescindiendo en esta exposición, en lo posible, para no recargarla
farragosamente, de referencias cronológicas y citas textuales, así como de las
operaciones metódicas realizadas por mí sobre los mencionados textos y que se
pueden reducir a las cinco siguientes:
- Mostrar la idea contenida en cada
uno, con la imprescindible -generalmente muy breve- orla de comentario que
su intelección y localización en cada caso exigió;
- Tratar de destacar y ordenar -siempre
en formato mínimo y escueto- sus significaciones más importantes
(importantes, especialmente, para el problema de la verdad, cuya
indagación constituía la meta última de este estudio);
- Extraer de todo ello las notas esenciales que para
la constitución de la idea de perspectiva aportase,
y numerar estas notas;
- Ir consignando, cuando las hubiere,
las que llamé «instancias de complejidad» de la perspectiva (nociones-clave
para la comprensión de este concepto); y,
- Señalar los «problemas» u «órdenes de
problemas» que cada uno de estos pasos metódicos fue suscitando. El
resultado de toda esta manipulación quedó plasmado en un texto de 225
folios mecanografiados, que documenta rigurosamente, y hasta en sus
menores partes, el extracto orgánicamente ordenado que ofrezco a
continuación. (La exposición orgánica no sigue, por supuesto, el orden
cronológico de los textos, y refleja, además, un inexcusable esfuerzo
interpretativo que se atiene, no sólo a éstos, sino a la totalidad de la
obra de Ortega).
La «figura» esencial de la «perspectiva» y la «perspectiva visual»
He dicho que la idea orteguiana de «perspectiva» es muy
compleja, y creo que se puede dar desde ahora la razón de esa complejidad, a
saber: que dicha idea es en Ortega inseparable de la vida humana, cuya
estructura elemental (yo-circunstancia)
traduce. El hombre es, en efecto, inseparable de su circunstancia: yo y
circunstancia se necesitan, existen sólo como funciones mutuas y
complementarias de la realidad radical única que es la vida humana. Ahora bien,
la estructura de esa realidad dúplice resulta ser, en uno de sus aspectos
fundamentales, la de una perspectiva.
Al describir la perspectiva describimos, pues, estructuras elementales de la
realidad radical, y siendo ésta la realidad compleja por excelencia -ya que, en
principio, lo complica todo-,
es forzoso que tal complicación se proyecte sobre el concepto de perspectiva
-y, correlativamente, sobre el de «verdad», tan íntimamente vinculado a éste.
Bajo el término «perspectiva», Ortega entiende cosas
bastante diferentes, si bien no se trata de un término equívoco, sino, a lo
sumo, analógico. Hay, por tanto, una figura esencial que está siempre presente
en cualquier uso o aplicación de este concepto, y que es la primera que nos
importa fijar.
La elección misma del término -«perspectiva»- parece
remitirnos a una significación fundamental, que es la que tiene en la expresión
«perspectiva visual». Y, en efecto, esto podría ser cierto, siempre que por
«perspectiva visual» se entendiese algo distinto de lo que tal expresión
comúnmente denota,
pues Ortega tiene una idea peculiar del ver mismo
que difiere de la usual. Por otra parte, no está tampoco claro -más bien está
claro lo contrario- que la realidad originaria a que el término «perspectiva»,
en la acepción orteguiana, nos consigna, sea el hecho de la visión física. Lo
que sí es claro, en cambio, es que Ortega se ha servido de ésta para forjar el
«concepto modelo», por así decirlo, de «perspectiva»; lo cual indica que, para
él, es en la noción de «perspectiva visual» donde con más nitidez podemos
descubrir esa «figura» esencial básica y común a que me refería más arriba.
Convendrá, por tanto, que empecemos por preguntarnos cuál es la estructura
elemental de toda perspectiva visual. Y encontramos que, para que haya
perspectiva visual, tienen que darse en concurrencia los siguientes hechos y
condiciones -es decir, requisitos-:
- Alguien que mire desde un punto en una dirección («punto de
vista»).
- Algo visto en ese
mirar.
- Lo visto ha
de estar ordenado a diferentes
distancias del punto de vista, es decir, ocupando
diferentes términos o planos (ordenación en
profundidad).
- Hay, por
tanto, necesariamente, un primer
plano, un último
plano y una serie, mayor o menor, de planos intermedios, en lo
visto.
- Lo visto, en cada
caso, viene
exactamente determinado por el punto de vista, de suerte
que a cada punto de vista
corresponde un aspecto y sólo uno, y viceversa, cada aspecto
sólo puede ser visto desde un punto de vista determinado y sólo desde uno.
La relación entre lo visto y el punto de vista es, así, una correlación
biunívoca; por consiguiente, a cada variación del punto de vista
corresponderá una variación precisa y única de la perspectiva -de lo visto.
Esta es la estructura elemental, y comúnmente aceptada,
de toda perspectiva visual. Ortega también aceptaría esta descripción, pero a
condición de introducir en ella algunas modificaciones, sin las cuales la
realidad descrita sería una pura abstracción, y aún más que eso, una pura
imposibilidad. La cuestión estriba sólo en un pequeño detalle; la noción de
«punto de vista». En el esquema trazado, el «punto de vista» se define
solamente por el lugar que
ocupa el ojo y por la dirección de
la mirada (se supone, naturalmente, que, al haber mirada, hay también
acomodación ocular a una cierta distancia de
las muchas que la profundidad de la perspectiva implica).
Pues bien, lo que Ortega añade es lo siguiente: El «punto
de vista», además de por los factores antes señalados, viene definido por
el alguien cuya
sea la mirada, por el sujeto del mirar. De modo que, si al variar el lugar y la dirección, cambia el
punto de vista, no menos cambia (aunque de otra manera) al ser otro el sujeto que
mira. En la constitución del «punto de vista» y, por tanto, en la determinación
precisa de lo visto en
cada caso, interviene, pues, un
nuevo factor que ya no es de orden espacial.
Esto quiere decir que dos individuos situados sucesivamente
(y si pudiera ser simultáneamente, sería igual) en el mismo lugar y mirando en
la misma dirección -y aun el mismo objeto y a la misma distancia- representan,
sin embargo, dos
puntos de vista diferentes, y, por consiguiente, no ven lo mismo. La
razón de ello es que «todo ver no es mirar»,
y que la mirada va regida por la ley de la atención, todo mirar es un atender a algo
-aquello en que «nos fijamos»,
en que la atención se
fija- y, por ello mismo, inevitablemente, un desatender a lo demás
(Ortega subraya insistentemente este hecho elemental, en el que no se suele
reparar bastante, de que todo ver es, ipso facto,
un cegarse para lo excluido de nuestra visión en cada momento). La
atención selecciona,
pues, entre las muchas cosas visibles, unas pocas, se proyecta o
concentra sobre ellas, como un foco luminoso, y deja en penumbra o en oscuridad
las demás, sobre el fondo de las cuales se destacan nítidamente las atendidas.
Ahora bien, la atención, a su vez, va regida por la ley del interés.
Atendemos a aquello que nos interesa. Y ¿quién o qué
decide de nuestro interés en cada momento? Pues, sin duda, la constelación
íntima de nuestras necesidades, deseos, apetencias, conveniencias vitales,
sentimientos, preferencias, amores y odios; en suma, todo eso que Ortega
designa muchas veces con una sola palabra: nuestro corazón. («El paisaje
ordena sus tamaños y distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro
corazón reparte los acentos» -decía ya Ortega en Verdad y perspectiva-.
Y antes aún, en Adán
en el Paraíso, es decir, en la primera «condensación» de la idea de
«perspectiva» en su pensamiento, hacía organizarse el mundo entero
perspectivamente en torno al corazón
de Adán).
Pero, a su vez, esa constelación íntima funciona en cada
momento de acuerdo con el proyecto o programa de vida
que es cada hombre -proyecto, por otra parte, condicionado también por ella-,
es decir, según lo que la realización de dicho proyecto en ese momento exija.
Esto es lo que propiamente podemos llamar situación y lo que nos permite hablar
ya de la perspectiva espacial como de una estructura pragmática (sobre
estos dos conceptos volveré más tarde).
Así, pues, el «modelado» u organización de la perspectiva
vidual, la «selección» en que ella consiste y que la atención opera, viene ya
dirigida desde dentro del sujeto, se origina en el «fondo personal» de éste y
en función de sus intereses y preferencias afectivas. Toda visión supone, por
tanto, una pre-visión o
preferencia anticipada por ciertos objetos (hecho que tiene consecuencias de
largo alcance para nuestro asunto). Y como cada individuo representa un sistema
de intereses -y un proyecto o programa- distinto, resulta que, no sólo la
atención selecciona en cada momento su campo,
sino que cada individuo, en cuanto tal, es ya de por sí un órgano selector.
De ahí que varios individuos, aun situados en el mismo
lugar, no ven lo
mismo. (Por ejemplo, un labriego, un cazador y un pintor, ante el
mismo paisaje, ven tres paisajes diferentes -Ortega pone este ejemplo-, o, en
otro lugar, el de un labriego y un astrónomo, para hacer ver la cosa con más
claridad, pero ocurre lo mismo con dos individuos cualesquiera, aunque sean de
la misma profesión, educación, aficiones, etc.). Y es que, en rigor dos
hombres diferentes no pueden estar nunca en la misma situación, aunque ocupen el mismo
lugar y aunque, por un imposible lo ocupasen simultáneamente.
Pero aún hay más: no sólo dos individuos distintos no
pueden ver nunca lo mismo, sino que, apurando las cosas y tomándolas en su
extremo rigor, tampoco
un mismo individuo, situado en el mismo lugar, mirando un mismo
objeto y sin mover la pupila, ve
exactamente lo mismo en dos momentos sucesivos, porque la atención
sufre de momento a momento desplazamientos, todo lo mínimos e imperceptibles
que se quiera, pero efectivos, resultado, por una parte, de nuestro dinamismo
vital, y, por otra, de estar éste siempre abierto a las cosas y de poseer ellas
una riqueza de aspecto inagotable, lo cual reclama que, atendida una,
transitemos incesantemente de unos a otros aspectos de la misma.
Estas dos instancias -la interna y la externa-,
indisolublemente conjugadas, hacen que toda perspectiva sea por esencia móvil, incluso en un
mismo individuo (o, podríamos decir también, esté esencialmente afectada por el
tiempo).
Hechas estas correcciones, el recto de nuestra primera
descripción es válido. Pero estas correcciones son, como ya hemos empezado a
ver, de enorme alcance. Significan, por lo pronto, que no hay una perspectiva
visual «pura», que lo comúnmente así llamado no es más que una abstracción,
algo que en sí no tiene, ni puede tener, efectiva realidad, y, por
consiguiente, que al hilo de la modificación del concepto de «punto de vista»,
y en congruencia con ella, hay que modificar también otras nociones que entran
a formar parte de aquella idea común. Y, sobre todo, la noción de distancia.
El concepto usual de «distancia» es cuantitativo,
métrico. Ahora bien, ya en la perspectiva visual real -no en la
abstracta- las distancias son cualitativas;
más que «cantidades geodésicas», son cualidades
ópticas; «cerca» y lejos» no dependen de «factores métricos, sino
que son más bien dos modos distintos de mirar. Esto por lo que se refiere a lo
que de meramente visual hay
en una perspectiva real. Pero hay que tener en cuenta que el espacio real -esto
es, el vivido por el hombre, el espacio «humano- no es solamente, ni siquiera
primariamente, visual. Es más: no es solamente, ni siquiera primariamente,
«sensible». La organización sensorial de nuestro cuerpo -el tener un cuerpo
orgánico que funciona sensorialmente- es condición sine qua non para
que haya espacio y, por tanto, perspectiva. Nada menos, pero nada más.
Quiero decir, que si es condición necesaria, no lo es
suficiente. La «pura» sensibilidad -suponiendo que existiera- no engendraría
espaciosidad, relaciones espaciales. (Recuérdese cómo en las Meditaciones del «Quijote» las
sensaciones puras eran consideradas por Ortega como «órganos de las
superficies», mientras que el «órgano de la profundidad» era el concepto, y
cómo la «lejanía» o proximidad no pertenecían al contenido de la sensación,
sino que eran resultado de un «acto nuestro de interpretación». Y ya mucho
antes, en Algunas
notas -1908-, había dicho Ortega que «ver y tocar las
cosas no son sino maneras de pensarlas»).
Pero, aun en esa parte esencial que en la constitución
del espacio real corresponde
a los sentidos, no son, como digo, las sensaciones visuales las más
importantes, sino las táctiles; al menos, son éstas las más «primitivas» y las
que engendran la vivencia de la corporeidad, por tanto, la impresión de
«resistencia», que en Ortega -como en Maine de Byran, Dilthey y Scheler-
equivale a la de existencia.
Además, la corporeidad del hombre trae consigo la posibilidad de «vivir» los
demás cuerpos como tales y su localización necesaria, fatal -la del hombre- en
un aquí,
condición básica (aunque, repito, no suficiente en sí misma) para que haya
perspectiva, para que el mundo «se convierta automáticamente en una
perspectiva». (No se olvide que el hablar de «sentidos» y de «sensaciones» es
ya estar moviéndose en el terreno de una interpretación intelectual,
«científica» -la de la psico-fisiología-, y a fuer de tal, meramente
«verosímil», de la realidad primaria, que es «la maravillosa presencia de las
cosas»).
Ahora bien, la forzosidad del aquí en que me
«clava» mi cuerpo en todo instante, la condena a
vivir inexorablemente desde un sitio,
trae precisamente como consecuencia «que el espacio sea originariamente
para el hombre» algo muy diferente que para el geómetra y que «todos
los demás sitios del mundo se organicen en una perspectiva viviente, dinámica,
de tensiones emotivas», en la cual «cerca y lejos» no son, por tanto,
distancias geométricas, sino tensiones o distensiones sentimentales, en
relación con mis intereses, convivencias, expectativas y proyectos del momento.
La distancia real,
pues, no sólo es cualitativa, sino dinámica, sentimental y, podríamos
decir, pragmática.
Vemos, pues, cómo en la constitución de la perspectiva
visual colaboran multitud de ingredientes que no son visuales. Ya toda
perspectiva visual va inserta y como encajada en una perspectiva espacial, a
cuya constitución contribuyen, además de la vista, otros sentidos. Pero en
ésta, a su vez, intervienen factores de orden intelectual, afectivo, estimativo
y volitivo, sin los cuales los elementos puramente sensoriales serían, a los
efectos de dicha constitución, nulos. Colabora también, por consiguiente, el
tiempo -del que, como del espacio real decimos que no es el geométrico, podemos
decir que no es tampoco el tiempo métrico, homogéneo y vacío de las
revoluciones astrales o de los relojes (el tiempo especializado), sino el
tiempo lleno, grave y cargado de dramatismo de las horas contadas, es decir, el
tiempo de la vida.
La intervención del tiempo vivo en la perspectiva hace de
ésta algo esencialmente dinámico y móvil. Colabora, naturalmente, también, y de
un modo absolutamente esencial, la realidad vista en cada caso -sin la cual,
claro está, no hay perspectiva posible. En fin, y en resumen, colabora sobre
todo el destino personal
de cada espectador, que es el que, en definitiva, determina la radical
irreductibilidad de las distintas perspectivas individuales.
Ahora se verá con más claridad por qué decíamos que la
«perspectiva visual», en la acepción usual de esta expresión, es pura
abstracción, no es nada real. Lo verdaderamente real «es lo que integra el
destino. Y lo real no es nunca species, aspecto, espectáculo»... «Todo
esto precisamente es lo irreal, es nuestra idea, no nuestro ser»3.
La noción de «perspectiva visual» nos ha conducido a la
distinción entre «perspectiva real»
y «perspectiva abstracta»,
y nos ha hecho patente que, si bien Ortega se haya servido de aquélla noción
para construir la suya de «perspectiva», no es ella, sin embargo, la que
traduce la realidad originaria que bajo el término «perspectiva» piensa, sino
que es sólo una dimensión abstracta del hecho mucho más complejo -y concreto-
que con toda propiedad podemos llamar «perspectiva», a saber: la
perspectiva real.
Pero, además de la visual, hay otras muchas clases de perspectivas abstractas,
por lo que conviene que dediquemos algún espacio a completar esas dos nociones.
Perspectiva «real» y perspectivas «abstractas»
Una perspectiva no es real -ya lo hemos visto-, si no es
concreta, individual, personal o, para resumir todos estos caracteres en una
sola palabra, vital.
(Usaremos, pues, en lo sucesivo como sinónimos los términos «perspectiva real»
y «perspectiva vital»). Ya en lo que antecede hemos encontrado importantes
rasgos esenciales de toda perspectiva real. Por lo pronto, todos los de la
«perspectiva visual» (modificados por Ortega en el sentido que queda expuesto),
esto es, los comprendidos en nuestra esquemática descripción inicial. A ellos
hay que agregar los siguientes:
- Toda
perspectiva real es
concreta, individual, personal, selectiva, única -intransferible- (ya han
sido explicados estos caracteres).
- La
perspectiva real no
puede ser sólo visual,
ni, en general, sólo «espacial»: ha de ser además, y a la vez,
intelectual, afectiva, estimativa, pragmática y, por supuesto, «temporal»
(de las significaciones de este término me ocupo en párrafo aparte). Todas
estas son diversas «dimensiones» de la perspectiva vital, que se funden, o mejor,
que se articulan en la unidad real de ésta. De cada una de ellas se puede
decir también que es una «perspectiva»; como se habla de «perspectiva
visual», se puede hablar de «perspectiva intelectual», «perspectiva
estimativa» o «valorativa», etc. -y Ortega lo hace así con mucha
frecuencia-, porque, en efecto, les convienen los rasgos genéricos
esenciales de toda perspectiva, pero a condición de entender que todas
estas «perspectivas» parciales son, tomadas por separado, como hemos
dicho, abstracciones, y que sólo adquieren efectividad, realidad primaria,
entrando a integrar una perspectiva vital Resumo este carácter diciendo que la
perspectiva real tiene
que ser completa (en
un primer sentido de esta palabra, que se opone a «parcial»).
- Pero, además,
la perspectiva real ha
de ser completa en
un segundo sentido: en el de que no ha de faltarle ninguno de sus términos
o planos esenciales. Ha de tener, por tanto, un primero y un último planos (condición
imprescindible para que pueda haber los intermedios). Esta condición ya
quedó establecida en el tercer requisito de nuestro esquema inicial, y
pertenece por ello a toda
perspectiva. Pero tratándose de la perspectiva real, este rasgo genérico
cobra una significación precisa y peculiar, a saber: que sus planos se
ordenan y organizan en forma de mundo.
(Ya en Adán
en el Paraíso; sobre todo, en las Meditaciones del «Quijote»; y,
en forma más dura y extensa, en El
hombre y la gente), Y como el mundo viene a identificarse con
la circunstancia,
-en la acepción amplia de la palabra-, podemos expresar este carácter
diciendo que toda perspectiva real es circunstancial o múndica. Además, y también en
virtud de ello, es situacional.
La situación viene definida por el aquí y
el ahora concretos,
es decir, los de tal
individuo en tal lugar y en tal momento de su existir.
Todo ello trae consigo una determinada estructura de la perspectiva real (en las Meditaciones subraya
Ortega el carácter estructural de toda perspectiva), que no es otra que la
del mundo, y que Ortega describe ampliamente, según hemos indicado,
en El hombre y la gente.
Las leyes más generales de esa descripción son, además de la que dice
que el mundo es una
perspectiva, las siguientes:
- En toda
cosa presente está compresente el mundo
(lo compresente es
lo latente, y, salvo excepciones, es una presencia potencial). Podríamos
decir también, usando el término tan felizmente manejado por Ortega en
las Meditaciones,
que toda cosa presente
es un «escorzo» del mundo. (Es este otro aspecto de la
ley de la conexión o complicación universal, tempranamente formulada por
nuestro filósofo).
- La
circunstancia o mundo a la vista («circunstancia» en sentido restringido)
se llama contorno,
y la línea que lo limita y separa del más allá latente se
llama horizonte.
Toda cosa destacada por la atención se destaca sobre este fondo que
circunscribe el horizonte -visible, aunque inatendido-, y éste a su vez nos
permite al trasmundo o
último plano de la perspectiva.
- El mundo de
la perspectiva real, en su modo de ser radical, es un mundo pragmático, es decir, un
mundo en que las cosas son «importancias» o «asuntos» (prágmata), cuyo ser es
un ser para mis
conveniencias o intereses, un ser «servicial». Esas cosas se organizan en
diversas «arquitecturas de servicialidad» que se llaman campos pragmáticos, y que
están referidos a las diversas regiones del espacio.
- En virtud
de todos estos caracteres, los planos de
la perspectiva real adquieren
una cualificación
y un funcionamiento peculiares dentro de ella. Mientras
que el primer término es el de mis intereses inmediatos -circunstancia, en el sentido
más restringido de esta palabra, con el que se usa, a veces, en
las Meditaciones,
por ejemplo-, el último plano es el de lo divino, el de los problemas
radicales o «plano de las ultimidades», «postrimerías» o últimos fines
del hombre. Al fondo de toda perspectiva real está, pues, siempre Dios,
el ser fundamental.
Esto significa que la perspectiva real es una
estructura orgánica,
en el sentido concreto de que cada plano es en ella un verdadero órgano
encargado de una función.
- Toda
perspectiva real,
al ser dinámica,
móvil, es siempre en alguna medida nueva.
- El dinamismo
de toda perspectiva real tiene
como razón última la temporeidad constitutiva
de la realidad misma,
y, en este sentido, podemos decir que la perspectiva es temporal -advirtiendo
siempre que se trata del tiempo vivo
y que, por tanto, la estructura dinámica o temporal de la
perspectiva tiene el carácter preciso de una estructura dramática (pues
ésta es la condición más honda de la vida). Pero, en otro sentido, se puede hablar
también de «perspectiva temporal» para indicar que el tiempo mismo es
visto o percibido por nosotros como una perspectiva, con sus «planos»,
«distancias», etc. La «perspectiva temporal», en este segundo
sentido, es una de tantas perspectivas parciales y, por ello, abstracta.
La determinación de la temporalidad de la perspectiva real como «dramática» nos
permite añadir una nota más al concepto de «situación», a saber: que en
el ahora de
cada situación va implicada la totalidad del existir del hombre -como
el aquí implica
el allí y,
en definitiva, el mundo-, esto es, que el ahora de cada situación, resultante de todo
el pasado, lleva a su vez «escorzado» todo el futuro, y ello en función
del «proyecto» o «programa» que cada hombre es. Diremos, pues, que toda
situación y, por consiguiente, toda perspectiva real es, en tal sentido
concreto, progresiva.
- Los dos
caracteres anteriores confieren a toda perspectiva real una
estructura ética.
En efecto, si el último plano de la perspectiva es el de los últimos fines, los otros planos
quedarán cualificados como medios.
Lo cual viene confirmado por el hecho del ser para (para fines humanos) de las cosas,
y, más enérgica y directamente aún, por la consistencia dramática del dinamismo
propio de la perspectiva vital,
que hace de ésta una estructura justificativa.
- Hay, pues, en
toda perspectiva real,
no sólo una «ordenación de planos o términos», sino también una
«ordenación de rangos o valores» (Meditaciones),
es decir, una jerarquía.
Y aunque ello se refiere primordialmente al aspecto ético, se extiende a
todos los campos de la perspectiva de la valoración» -decía Ortega
en Verdad y perspectiva).
Una perspectiva afectiva o estimativa es, pues, componente esencial de
toda perspectiva real; no
otra significa su carácter selectivo; vimos
más arriba que todo atender -y
sin él no hay perspectiva- es ya un preferir y un posponer.
- Otro factor
-y el más profundo y decisivo- que confiere a la perspectiva real su consistencia
ética es la función radical que en su constitución desempeña el destino personal, y que
tiene dignidad de misión.
Llamemos a esto «carácter misivo» de la perspectiva.
- Toda
perspectiva real es problemática, esto es, incluye
una «perspectiva de problemas», en la que éstos se subordinan a un
problema fundamental: el de coincidir
consigo mismo, o, dicho de otra manera, encajar en el propio destino.
La problematicidad, la inseguridad radical de la vida humana se traduce en
esta dimensión de la perspectiva vital.
Hay que añadir que esta problematicidad lo es porque lleva aparejada la
inexorable necesidad de
soluciones, y, además, que actúa en todo momento, porque en todo momento
se ve el hombre forzado a hacer
algo -a hacerse su
propia vida, que «no le es dada hecha», sino justamente como «algo que hay
que hacer», como un quehacer-,
y eso que tiene que hacer ha de hacérselo él mismo, decidirlo él mismo,
porque, quiera o no, es libre, etc. Cada momento trae, pues, su
problema, situado y articulado en la perspectiva total de problemas que es
la vida humana.
- De ahí la
necesidad de «saber a qué atenerse» del hombre y, por tanto, la necesidad
de una «perspectiva intelectual» dentro de toda perspectiva real. La «perspectiva
intelectual» es el contraposto de la «perspectiva de problemas», es la
perspectiva de las «soluciones». Pero eso quiere decir que toda
perspectiva real tiene un carácter veritativo -esto es, que puede ser
verdadera o falsa, y que, en una u otra medida, siempre es lo uno y lo otro.
Estos son los rasgos descriptivos indispensables,
mínimos, que bosquejan la idea de perspectiva real o vital, la cual es
siempre concreta.
De cualquier perspectiva que no reúna todos estos caracteres podemos, pues,
decir que es una perspectiva abstracta, y, en esa medida, «irreal». (Ser
irreal, bien entendido, no significa que no tenga ninguna realidad, sino sólo
que tiene una realidad secundaria, derivada y..., precisamente, abstracta, esto es,
«separada». Separada ¿de qué? Justamente de la vida real y concreta. Es, pues,
irreal con referencia a este modo radical de ser real que es el de mi vida -«realidad
radical»-. Al «tomar» algo separado de la vida real concreta en que se da, le
extirpamos automáticamente esa su realidad primaria' y lo convertimos en un
«abstracto». Un abstracto tiene, ciertamente, realidad, pero no la realidad de
un hecho originario).
Perspectivas abstractas.-
Hay dos tipos principales de ellas y, dentro de cada tipo, varios grados. El
primer tipo de abstracción se opone al carácter completo de la
perspectiva real (en su primera acepción, es decir, completa en cuanto
no parcial). Es abstracta, en este sentido, cualquiera de las «dimensiones» de
la perspectiva real,
que se pueden llamar también «perspectivas» -aunque parciales-: la «perspectiva
espacial», la «perspectiva temporal», la «perspectiva estimativa», la
«perspectiva intelectual». Cada una de ellas, tomada aparte, es abstracta en
primer grado. Pero dentro de cada una cabe operar todavía nuevas abstracciones,
que lo serán entonces en segundo, tercer grado, etc. (Por ejemplo,
si, dentro de la «perspectiva intelectual», hablamos de una «perspectiva
científica», o, dentro de ésta, de una «perspectiva de la ciencia física», y
así, sucesivamente).
El segundo tipo de abstracción se opone al carácter individual de la
perspectiva real.
Hay, en efecto, «perspectivas» colectivas,
y Ortega habla con frecuencia de ellas. Y también aquí hay varios grados
posibles de abstracción: «perspectiva de la humanidad» -máximo grado de
abstracción-, «perspectiva de una civilización», de un «círculo cultural», de
un «pueblo», de un «grupo» -dentro de un pueblo-, etc.; o bien, con
referencia directa al tiempo histórico, «perspectiva de una época», de un
«siglo», de una «generación»... Y aún se podría hablar de otras muchas
modalidades de perspectiva «abstracta»; por ejemplo, de una «perspectiva de las
profesiones» de los «sexos», de las «edades de la vida», de las «clases sociales», etc. (No
he mencionado entre las perspectivas abstractas del primer tipo, o parciales,
la «perspectiva de la socialidad», es decir, nuestro modo de «ver» y vivir el
«mundo humano», a los otros seres humanos, y no lo he hecho porque el explicar
mínimamente ese concepto -el fundamental de la sociología orteguiana- hubiera
complicado demasiado esta sinopsis, dada su significación singular y distinta
de las demás «perspectivas parciales».
Debo hacer constar, sin embargo, su capital importancia
en el pensamiento de la madurez de Ortega, quien dedica a él numerosas y
decisivas páginas de El
hombre y la gente -en rigor, es el verdadero tema de la obra
entera-. El «mundo humano» se abre ante cada individuo «como una
perspectiva de mayor o menor intimidad»... «en suma, una perspectiva de
próxima y lejana humanidad». La descripción que Ortega hace de esta
«perspectiva social» guarda un estricto paralelismo con la de la «perspectiva
del mundo» -cuyas leyes principales ha resumido en el apartado c). También aquí
hay «planos», «horizonte», «distancias», etc. Las «distancias», por
ejemplo, van desde la máxima proximidad o
distancia mínima, que es la «intimidad» con otras personas, hasta la máxima
lejanía, que es lo que llama Ortega «el cero de intimidad»).
Todas estas «perspectivas abstractas» funcionan
simultánea y mancomunadamente dentro de la perspectiva vital concreta
o real,
y cada una de ellas representa un índice o «instancia de complejidad» de
aquélla. En el estudio y metódica manipulación de los textos de Ortega a que
hago referencia al comienzo de este artículo, he reducido a trece estas
«instancias de complejidad» de la perspectiva, pero es evidente que, con un
criterio más estrecho y analítico, podrían enumerarse muchas más, ya que cada
una de las por mí establecidas es susceptible de desdoblarse en varías. Que
esta enorme complicación del concepto orteguiano de «perspectiva» está en los
textos del propio Ortega y no en mi mente, queda allí archiprobado con
abundancia de documentación.
También allí señalo, como decía, algunos de los problemas
o grupos de ellos -los que me parecieron más importantes- que tan compleja idea
suscita. De estos problemas hay toda una serie que se refiere a la articulación de
las diversas perspectivas abstractas dentro de la unidad de la perspectiva
vital. Es claro que en este resumen no puedo ni rozar la cuestión, so pena de
alargarlo inmoderadamente, y lo mismo diré de los demás importantes temas que
allí brotan, como el de las leyes -normativas-
de la perspectiva o el de las variedades de
perspectiva vital descritas
por Ortega.
Pongo, así punto final a este trabajo, pues entiendo que
con lo dicho queda cumplido el propósito que me ha movido a su publicación, y
que no es otro que el de abrir al curioso lector una ventanita al vastísimo
panorama que la idea orteguiana de «perspectiva» ofrece cuando se acerca uno a
ella con verdaderas ganas, o quizá mejor, con verdadera necesidad de
mirar. Y, si no me equivoco, es la primera vez que esto se intenta, lo cual no
arguye ningún mérito especial de mi parte -por el contrario, se trata de una
labor bien sacrificada y humilde-, sino que se debe tan sólo a la circunstancia
de haberme venido impuesta dicha necesidad como exigencia imperiosa de un
estudio más amplio sobre el concepto de «verdad» en Ortega, en el que he andado
metido últimamente, y que dio como primer fruto un libro, que espero vea pronto
la luz pública. En ese libro irá incluida la documentación y explicitación de
lo que en este artículo aparece sólo en extrema síntesis.
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