domingo, 23 de marzo de 2025

 

Historias Castellanas

 

El Espíritu de Asociación

El amor a la independencia es carácter peculiar del pueblo castellano, conservado, siempre en aumento, hasta recientes siglos. No sucede lo mismo con el afán de aislamiento que hoy domina a los castellanos, pero que no ha sido en tiempos pasados defecto de la raza. Muy al contrario, los ascendientes de los castellanos viejos son unos antiquísimos precursores de la federación en España, tanto que sus naciones fueron de las únicas de la península que formaron entre sí una federación, no limitándose a esto su deseo de asociarse con otros pueblos, ya que entre cántabros e iberos sino una federación permanente, hubo al menos repetidas alianzas y cambios de auxilios.

Un hombre tan autorizado a hablar de estas cosas como D. Francisco. Pi y Margall, escribe lo siguiente: (Las Nacionalidades, Libro III, Capitulo 1):


«Se da generalmente el nombre de España a toda la tierra que al sudoeste de Europa separan del resto del Continente los montes Pirineos y el mar de Cantabria. La Historia, en sus primeros tiempos, nos la presenta habitada por multitud de naciones que no enlaza ningún vínculo social ni político. Viven todas completamente aisladas, y ni siquiera se unen para contener las invasiones de Cartago y Roma, que no tardan en hacer de esta infortunada región pasto de su codicia y campo de batalla de sus eternos odios. Si algún día la junta la necesidad, con la necesidad desaparece la alianza. Solo de cinco de estas naciones sabemos que se confederasen: las de la Celtiberia. De las demás, combate ordinariamente cada cual por su reducida patria, no siendo raro que esgrima a la vez sus armas contra los extranjeros y los vecinos. En la época de Augusto sucede por acaso que astures y cántabros se alcen contra las legiones de Roma; a pesar de su contigüidad y de sus comunes peligros no confunden ni reúnen jamás sus ejércitos». Y poco después agrega el gran escritor del siglo pasado, hablando de las mismas gentes autóctonas de España: «Llevan unas su espíritu de independencia hasta la ferocidad y el heroísmo, consagrándose hasta la muerte por no consentir la servidumbre: doblan otras fácilmente la cabeza al extranjero y se acomodan al trato de sus vencedores. Es distinta su cultura y hasta su origen. Proceden otras de los iberos, otras dé los celtas y otras son mezcla de las dos razas.


Observemos ahora que la Celtiberia fue conocida con este nombre por los escritores griegos y romanos, que fundados en su situación occidental, con relación a los demás pueblos iberos, la supusieron poblada por una raza mezcla de ibera y de celta; pero un análisis de las costumbres, de las poblaciones, de los vestigios todos de la vida de nuestros ascendientes, y el estudio de los mismos escritos de los propios autores, demuestran que no tenían ni la menor semejanza, ni afinidad de ningún género con los pueblos celtas, siendo hoy verdad reconocida y sancionada que los celtas no influyeron para nada entre los pobladores de la llamada Celtiberia. Esta región era, como dice el gran Pi y Margall, una confederación de cinco pueblos y según el sabio Costa, estas tribus o naciones eran: Arévacos, Turmódigos, Belos, Tithios y Lusones (lusitanos aragoneses). No se comprendía en esta confederación a los vacceos, nación o tribu celta, más o menos pura, la más civilizada entre las confinantes con la llamada Celtiberia, que ocupaba tierras de Valladolid, Palencia y Zamora.


Pero, lo que nos importa para nuestro objeto es fijarnos en esa disposición de nuestros ascendientes tan favorable a la asociación, que les indujo a formar una confederación cuando todos los pueblos españoles vivían en el mayor, mientras que el nuestro no sólo se confederaba entre sí, sino que entablaba relaciones con los cántabros que fueron todo a lo largo de la historia compañeros tan inseparables de Castilla la Vieja y tan esenciales en constitución que sin el concurso del pueblo cántabro, ni hoy ni en el pasado se concibe a nuestra región.


Lo que importa a nuestro objeto es señalar que los castellanos
 conservando siempre su libertad local, constituían sin embargo confederación; tanto que el Sr. Lecea, copiando al Sr. Pidal, dice en su libro La Comunidad y Tierra de Segovia, hablando de la constitución de Castilla «...era por este tiempo, digámoslo así, federal, una multitud de pequeñas repúblicas y monarquías, ya hereditarias, ya electivas, con leyes, costumbres y ritos diferente a cuyo frente estaba el jefe común.» Ese jefe común no era otro más que el rey de Castilla. Prosigue el Sr. Pidal diciendo: «En Castilla había varias clases de gobierno una era el de las Comunidades o Concejos, especie de repúblicas que se gobernaron bastante tiempo por sí mismas, que levantaban tropas, imponían pechos y administraban justicia a sus ciudadanos›


El espíritu de independencia es genuinamente ibero genuinamente cántabro; genuinamente castellano, por tanto, hasta el punto que ningún pueblo del mundo podría prestar ejemplos tan concluyentes de heroísmo por la independencia como los de nuestras antecesores, pero ese espíritu de independencia viene unido a otro de solidaridad con el vecino, que dio como resultado no tan solamente confederación de las municipalidades castellanas, formando el reino, sino también la creación de aquellas Hermandades de que después hablaremos, que son otra prueba más del espíritu federativo de los viejos castellanos. Hemos señalado como rasgo característico de nuestro pueblo, un amor sin límites a la propia independencia, pero hemos dicho también que era condición peculiar de nuestras gentes el respeto a los pactos, la fidelidad tan alabada por amigos y enemigos de nuestra gente, y con el respecto al pacto una consideración firme y decidida a la persona ajena¿Puede haber pueblo con mejores condiciones carácter que estas para vivir en confederación? ¿Puede ser un pueblo así dominador ni absolutista?


El culto a la independencia originó la autonomía de los concejos castellanos y el sentido de federación procuró la unión de unos y otros formando la nación merced al vínculo federal del que era representante el poder real.


La fidelidad característica de la raza para la observación de todo lo pactado, era el principio de armonía entre estos dos temperamentos de nuestra gente, ya que todo el gobierno del país consistía en el cumplimiento de los fueros locales o generales que más que otra cosa eran pactos verdaderos entre cada villa, ciudad o comarca y el rey símbolo del conjunto de todas ellas, entre el interés local representado por el municipio y el general representado por la monarquía. Cuando se rompió este equilibrio, cuando se dejaron de observar los pactos, cuando el poder real se desnaturalizó olvidando su misióncomenzó la corrupción del cuerpo castellano su alma se disipó en el tiempo y el espacio.


Valentín Almirall, el propulsor del movimiento regionalista de Cataluña, dice en su libro El Catalanismo, al describir el carácter catalán: «otra circunstancia muy digna de tenerse en cuenta en el temperamento de nuestro pueblo, es su repulsión a ensalzar a los hombres y su afán de arraigar instituciones. Los hechos más grandiosos de nuestra historia y hasta los de nuestra leyenda, son o parecen ser obra de la colectividad». Esto que Almirall dice de Cataluña y los catalanes es tan aplicable, o mejor dicho, más aplicable todavía a Castilla la Vieja, del mismo modo que parecen pronunciadas expresamente para Castilla aquellas palabras del maravilloso Castelar: «Si hay algún árbol cuyas raíces lleguen hasta las entrañas de nuestra tierra y se pierda entre los celajes de las tiempos pretéritos, sin duda alguna es la forma municipal, derivada las primeras tribus autóctonas y definida por la prudencia y sabiduría de Roma». Es decir, que ya tenemos aquí una institución tan antigua tomo nuestros autóctonos, del pueblo, de la colectividad, anónima en su origen, que aun cuando institución general entonos los antiguos reinos o naciones de la penínsulano alcanzan en ninguna de ellas la grandiosidad que en Castilla, ni producen en ningún sitio tan variadas derivaciones como en nuestra tierra.


Aquí, como en todo cuanto se refiere a Castilla la Vieja tenemos que suplicar siempre al lector y recordárselo continuamente, que no confunda a nuestra región o antiguo ,reino de Castilla con la agregación de que formó parte llamado por antonomasia y con una falta de precisión, cuya consecuencias pagamos ahora, con el nombre de Castilla pero integrada, sobre todo, por el reino de León y estando regidos por la misma corona leonesa como Asturias y Galicia y las conquistas hechas por todas esas naciones leonesas, siendo motivo de continua confusión que el todo sea denominado con la palabra, nombre de una parte y precisamente de aquella que, por su abolengo de raza, por el temperamento de su gente, por la situación geográfica que ocupa en contacto con otros pueblos más afines a ella que los que por azar fueron sus compañeros de agregación, por sus costumbres civiles, y por su manera de vivir más se distinguía del conjunto de los estados, agregados solo por el hecho de tener el mismo monarca. Así es que cuando Almirall marca la condición de los catalanes que se consigna en las palabras arriba transcritas, trata de hacer resaltar una oposición entre el carácter catalán y el que toma por castellano, confundiendo a Castilla con el conjunto de las pueblos o naciones a que estuvo agregada.


Las naciones leonesas (León, Asturias y Galicia) como pueblo que llevaba en sus venas más o menos porción de sangre celta, se distinguían por su temperamento conquistadornecesitaban caudillos que las guiasen, y los caudillos son siempre figuras ensalzadas a las que los pueblos dominadores tienen que aguantar a veces con la misma humille humillación que los pueblos conquistados.


El temperamento de Castilla es otro muy distinto. Desde los iberos hasta nuestros días, apenas suenan nombres personales en nuestra historia; todo -es anónimo, todo es labor colectiva y no se sabe la mayor parte de las veces dónde, cuándo, ni cómo se inició. Una de las más grandiosas epopeyas de la historia de toda el mundo, la forman los sitios de Numancia, y sin embargo, las plumas que rinden a la ciudad ibera los más honrosos homenajes que se han escrito, apenas consignan los nombres de Megara y de Retogenes, tal vez porque en el recinto numantino no había más figuras distinguidas que las precisas, muy respetadas sin duda alguna, pero nada aduladas ni glorificadas. Aparte la figura del Cid, de tan marcados rasgos godos, poco ligada a su nación, hasta el extremo de militar Muchas veces con otros reyes en empresas que en nada interesaban a Castilla, aparte de esta figura con tantos caracteres de legendaria, los héroes que ha producido Castilla por sí sola, se han limitado a recobrar el suelo patrio castellano, debiendo de reconocer que no han existido personajes que, cubiertos de laureles por su pueblo, hayan dado a la poste­ridad nombres gloriosos; Lo que pasa en el orden guerrero, ocurre del mismo modo en la literatura; así es que sabemos que el Poema del Mío Cid fue lanzado al aire desde los riscos sorianos de Medinaceli, pero no sabemos quién fuera el cantor anónimo. Otro tanto ocurre con nuestras instituciones celebradas por sus méritos, sin que los honores lleguen a sus autores, porque esto es también en Castilla o de autor desconocido o producto del esfuerzo de todos. Hay que confesar que Castilla tiene el defecto de no premiar con un recuerdo honroso a los hombres que la engrandecieron.

 


Luis Carretero Nieva
El regionalismo castellano.
Segovia 1917
Pp. 77-83

http://breviariocastellano.blogspot.com/2010/06/


FORALISMO CASTELLANO

En Castilla también hubo foralismo.



La escasa historia moderna de lo que se podrían denominar eventos políticos autóctonos castellanos, ha venido a privilegiar alguno de los fastos históricos que si bien de escasa trascendencia no deja de ser digno de ser reseñado, Concretamente es el caso del Pacto Federal Castellano de 1869, que se puede consultar en Internet y que ha sido reeditado recientemente, y que sin duda es la base de reivindicación territorial, 17 provincias, de algunas agrupaciones políticas actuales de cuño pancastellanista. Solo como una invitación a la reflexión conviene recordar que se refiera a un acontecimiento de hace 131 años, e inspirado en el federalismo de Pi y Margall, político entusiasta del pensamiento utópico francés del siglo XIX, e incluso traductor de alguna de sus figuras más señeras como fue el caso de Proudhom. Innecesario recalcar que tal pensamiento utópico y abstracto hizo escasa mella en aquellas regiones, bien caracterizadas históricamente en su delimitación geográfica en el Antiguo Régimen hasta principios del siglo XIX, que sufrieron una merma casi absoluta en sus derechos forales y en sus características propias, es decir Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y León. Ahora bien ese minúsculo "casi" es el hilo de Ariadna que convendría retomar con el fin de tener alguna probabilidad de éxito en la lucha contra ese monstruo del laberinto, que es el estado moderno – o sus sucedáneos autonómicos- fagocitador y castrante, ese Minotauro abstracto y frío, dios celoso y vengativo que exige el sacrificio y entrega de sus fieles.


Curiosamente no se hace nunca mención a unos acontecimientos que ocurrieron unos pocos años después en la Primera República, que constituyeron lo que se denominó el movimiento cantonal que ciertamente fue un acontecimiento político bastante asilvestrado y anárquico de poca ejemplaridad y de difícil hagiografía, pero por otra parte una constante en la vida política de la península ibérica desde las tribus celtibéricas a los reinos de taifas, desde el reino de Toro hasta la República Independiente de los Ancares, acontecimiento este último, si bien de escasos días de duración, rigurosamente histórico . El movimiento cantonal tuvo una notable repercusión en Salamanca, mencionado exclusivamente en las historias locales, debido a su carácter non santo. Parece por tanto llegado el momento de investigar en lo posible el movimiento cantonal en las tres regiones históricas antes mencionadas.


Muy anterior a los acontecimientos mencionados fue la última defensa de los exiguos restos del foralismo castellano antes de la irrupción del liberalismo decimonónico. Tal defensa estuvo ligada históricamente a ese potpourrie político que fue el carlismo, y que en variantes distintas se ha mantenido en Castilla hasta el siglo XX. No sería cuestión aquí de simplificar las cosas al grito de carcundas y retrógrados, puesto que, se quiera o no, las libertades forales tradicionales, las singularidades de muchos pueblos ibéricos, fueron defendidas en su momento por el carlismo y no por un liberalismo de corte francés, supuestamente avanzado y progresista . Es bien sabido, por ejemplo, que en la primera guerra carlista, culminada en el Abrazo de Vergara, había batallones castellanos en el bando carlista, como también, conviene recordarlo, batallones vascongados en el bando liberal, los chapelgorri, boinas rojas, del general Echagüe. En estos batallones castellanos había entre otros santanderinos, burgaleses y riojanos. En sus Episodios Nacionales Don Benito Pérez Galdós da una versión con anteojeras de progre decimonónico de estos acontecimientos, donde los carlistas eran llamados los negros, algo así como si hoy se dijera los fachas. Es decir que la pose liberal decimonónica y en parte la actual, considera que eso del foralismo son antiguallas medievales que deben sucumbir ante la libertad general y abstracta que obligatoriamente impone el estado moderno para felicidad de los ciudadanos del común, aviso para navegantes que debe sintonizar todo aquel que se meta en lides de tipo autonomista, regionalista, nacionalista o variantes del mismo jaez. Y hablando de obligatoriedades liberadoras y modernas, Santander, entre otras provincias, tuvo que hacer renuncia a los restos de sus fueros tradicionales al advenimiento del liberalismo. Estos son temas habitualmente relegados al País Vasco, Navarra, Cataluña o acaso Valencia, pero cuidadosamente evitado cuando se trata de Castilla , Reino de Toledo o León, faltaría más, sería como alborotar las ovejas dóciles del rebaño. Solo como testimonio personal a aportar, las únicas críticas políticas radicales escuchadas en la niñez (hace unos 40 años) en pleno franquismo nacional católico, salían de bocas carlistas, verdaderos insultos al sátrapa gallego que impedía tener a la diputación de Ávila las mismas competencias que a la Navarra foral. Queda así por recuperar una importante corriente foralista castellana incorporada en el carlismo, durante muchos decenios la única que hubo en Castilla, para estudiarla e incorporarla en su pleno valor en la herencia de lo que hoy se ha dado en llamar castellanismo.


Más cercano en el tiempo el último acontecimiento autonómico castellano de la primera mitad del siglo XX fue el proyecto de autonomía de Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y León en la Segunda República. Pero dejemos la palabra al historiador y recordemos aquellos hechos a través de la pluma de Ramón Tamames :


"Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, se produjo una auténtica eclosión de peticiones de autonomías regionales, al calor del restablecimiento del estatuto catalán y de la previsión de que a no tardar sería autorizado el del País Vasco".


"Por su parte, el 20 de mayo inició sus actividades un grupo de diputados agrarios y de la CEDA con vistas a redactar un anteproyecto de estatuto de las dos Castillas y León; si bien no faltaron partidarios de prepararlo únicamente para Castilla la Vieja y León
Más aún, el 9 de junio, el ayuntamiento de Burgos decidió promover un estatuto para Castilla la Vieja exclusivamente. En todos estos intentos, se trataba de conseguir una autonomía tan amplia como la de Cataluña en lo concerniente a cesión de servicios generales, y tan intensa como el proyecto vasco en lo referente a derechos económicos y políticos".


"Es difícil emitir un juicio sobre la política regionalista de 1931-1936 y que en sus últimos días antes de la guerra civil experimentaba tan poderoso auge de ideas y proyectos. Brevemente podemos sintetizar nuestra opinión sobre tema tan controvertido:


El regionalismo correspondía a una problemática real, como lo anticiparon, en cierto modo, las tres guerras carlistas, en las que Vascongadas, Navarra y buena parte de Cataluña y Valencia habían luchado -cierto que con un complejo trasfondo de contradicciones y confusionismo- por sus antiguas libertades. Por tanto, durante la República no se inventó nada nuevo. Sólo se recogía un legado de problemas irresueltos y exacerbados por el centralismo".


(Ramón Tamames .Historia de España Alfaguara VII, La República. .La era de Franco. Alianza Universidad. Madrid 1983 ,pp189,191)


Llama la atención que en aquellos tiempos los castellanos, incluso los de derechas, tenían unas pretensiones autonómicas en plenitud e intensidad bastante mayores que las que manifestaron a la muerte del sátrapa gallego; sin duda las cosas han ido para atrás en este aspecto, es decir aún más domesticados. En cualquier caso parece que procede una investigación documental nada fácil puesto que el partido político que las promovió hace décadas que no existe; queda en cambio una posible recorrido en las hemerotecas a partir del 20 de mayo de 1936, acaso en El Debate y el ABC, los periódicos que quizá estuvieran más próximos a la CEDA. En cuanto al ayuntamiento de Burgos en teoría sería más fácil la investigación, si no se hubiera destruido en la guerra civil, sin descartar claro está la consulta de hemerotecas locales, o tal vez testigos si alguno queda vivo todavía.
Así pues quedan abiertos tres temas de interés en la actual andadura castellana de notable importancia:

 


1º) El movimiento cantonal en Castilla
2º) El foralismo castellano en el pensamiento y política carlista de los siglos XIX y XX
3º) El estatuto de autonomía castellano en la Segunda República.

No quedan pues sino los merodeos por hemerotecas, cual rata de biblioteca, las consultas a los historiadores amigos y conocidos, las tesis doctorales, los artículos de revista y otras fuentes de imposible enumeración.

 

http://breviariocastellano.blogspot.com/2007/


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